1 SALUD, ALIMENTACIÓN ESENCIAL Y DESARROLLO HUMANO Santiago Portilla Necesitamos re-educar nuestra forma de alimentarnos Aprender a alimentarnos es una de las funciones más importantes e imprescindibles en nuestra vida. Es una cuestión tan trascendental que su influencia abarca todos los ámbitos físicos, sentimentales y espirituales que vivimos: la salud y la enfermedad, la voluntad y la pereza, el trabajo eficiente y la mediocridad, el amor y el odio, el respeto y el atropello al prójimo, la sabiduría y la ignorancia, la memoria y el olvido, la riqueza y la pobreza, la solidaridad y el egoísmo, la paz y la tempestad interiores. Todos estos aspectos dependen en gran medida de la alimentación, sin embargo, muy pocas personas reconocen y disfrutan de esta realidad. La gran mayoría necesita despertar y sensibilizarse sobre los enormes beneficios y perjuicios que nos brinda una adecuada o inadecuada alimentación. Refiriéndonos solo a nuestro cuerpo, el simple acto de comer puede ser una fuente constante de vigor y bienestar, placer intenso, funciones orgánicas normales, garantía de nunca enfermarnos gravemente, libertad e impulso para trabajar. Pero también puede convertirse en una penosa causa de pesadez, pereza crónica, malestares constantes, desánimo, mala voluntad, angustia, tensión y seguro crecimiento de enfermedades graves. En nuestras realizaciones emocionales y espirituales, la alimentación también tiene mucha injerencia; es lamentable que pocas personas estén conscientes al respecto. En verdad, en la alimentación se encuentra una de las más poderosas herramientas y virtudes del saber vivir, y también una de las más pesadas cargas y agudos problemas que enfrenta la sociedad moderna. Aprender a alimentarnos es adquirir el manejo de la energía más profunda y radical que mueve nuestra vida. Este proceso se conforma de dos partes vitales a las que debemos prestar atención, para mejorarlas en el día a día: a) Nuestra manera de comer. La persona. Nosotros. b) El tipo de comida que ingerimos y su preparación. Los alimentos. Lo que está en la mesa. Muchas personas se empeñan en escoger la comida, recorren tiendas buscando productos de calidad y los preparan minuciosamente, aprenden teorías y normas para balancear sus platos, pero no se percatan de su inadecuado modo de alimentarse. Por eso, los
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Salud, alimentacion esencial y desarrollo humano esencial y... · puede convertirse en una penosa causa de pesadez, pereza crónica, malestares constantes, desánimo, mala voluntad,
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SALUD, ALIMENTACIÓN ESENCIAL Y DESARROLLO HUMANO
Santiago Portilla
Necesitamos re-educar nuestra forma de alimentarnos
Aprender a alimentarnos es una de las funciones más importantes e imprescindibles en
nuestra vida. Es una cuestión tan trascendental que su influencia abarca todos los ámbitos
físicos, sentimentales y espirituales que vivimos: la salud y la enfermedad, la voluntad y la
pereza, el trabajo eficiente y la mediocridad, el amor y el odio, el respeto y el atropello al
prójimo, la sabiduría y la ignorancia, la memoria y el olvido, la riqueza y la pobreza, la
solidaridad y el egoísmo, la paz y la tempestad interiores.
Todos estos aspectos dependen en gran medida de la alimentación, sin embargo, muy
pocas personas reconocen y disfrutan de esta realidad. La gran mayoría necesita despertar y
sensibilizarse sobre los enormes beneficios y perjuicios que nos brinda una adecuada o
inadecuada alimentación. Refiriéndonos solo a nuestro cuerpo, el simple acto de comer puede
ser una fuente constante de vigor y bienestar, placer intenso, funciones orgánicas normales,
garantía de nunca enfermarnos gravemente, libertad e impulso para trabajar. Pero también
puede convertirse en una penosa causa de pesadez, pereza crónica, malestares constantes,
desánimo, mala voluntad, angustia, tensión y seguro crecimiento de enfermedades graves. En
nuestras realizaciones emocionales y espirituales, la alimentación también tiene mucha
injerencia; es lamentable que pocas personas estén conscientes al respecto.
En verdad, en la alimentación se encuentra una de las más poderosas herramientas y
virtudes del saber vivir, y también una de las más pesadas cargas y agudos problemas que
enfrenta la sociedad moderna. Aprender a alimentarnos es adquirir el manejo de la
energía más profunda y radical que mueve nuestra vida. Este proceso se conforma de dos
partes vitales a las que debemos prestar atención, para mejorarlas en el día a día:
a) Nuestra manera de comer. La persona. Nosotros.
b) El tipo de comida que ingerimos y su preparación. Los alimentos. Lo que está en la
mesa.
Muchas personas se empeñan en escoger la comida, recorren tiendas buscando
productos de calidad y los preparan minuciosamente, aprenden teorías y normas para
balancear sus platos, pero no se percatan de su inadecuado modo de alimentarse. Por eso, los
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resultados que obtienen son con frecuencia limitados y decepcionantes. ¿De qué sirve cambiar
solo la comida si no cambia quien se alimenta? Las comidas “buenas” pueden convertirse en
malas dependiendo de quién las consume. Aunque seleccionemos con mucho cuidado lo que
comemos, podemos hacernos daño permanentemente, e incluso agravar nuestras molestias si
no observamos cómo comemos, cómo estamos al momento de comer.
A menudo vemos que la gente mejora la calidad de su comida, pero se mantienen sus
inflamaciones digestivas, su decaimiento es casi el mismo, persisten casi todos sus malestares
orgánicos. No hay mucha diferencia entre inflamarnos el vientre con comidas “malas”, como
carnes, gaseosas y dulces, o hacerlo con arroz integral, ensaladas y frutas. Lo fundamental es
aprender a no vivir inflamados, para lo cual no basta con seleccionar los alimentos.
Observarnos cómo comemos es imprescindible. Además, con este aprendizaje podemos
aceptar mayor variedad de comidas sin provocarnos problemas. De hecho, la educación
alimenticia personal es más importante que elegir los alimentos. Lo mismo se aplica cuando
ofrecemos comida a otras personas: debemos mirar con quien estamos antes de escoger la
comida; no servir la mesa basándonos tanto en nuestras necesidades y gustos personales, sino
en las familiares o de los invitados.
En los próximos temas resaltaremos la observación personal y la educación de nuestra
forma de comer como los aspectos principales de saber alimentarnos. Solo mediante esta toma
de conciencia podremos construir una mayor vitalidad, bienestar y serenidad interiores.
Moderar la cantidad de comida: una sensibilidad básica
Para alimentarnos bien debemos prestar atención a la cantidad y a la calidad de nuestra
comida. Entre estas dos cualidades, moderar la cantidad es lo más importante pues decide el
resultado de la alimentación. Es obvio que con comidas de mala calidad nos provocaremos
afecciones. Pero aún con excelente calidad de comida, si no regulamos la cantidad el perjuicio
está garantizado. Comer en exceso y al apuro trae a corto y largo plazo graves consecuencias.
Con moderación, en cambio, podemos ingerir mayor variedad de alimentos sin causarnos
problemas. Quien sabe cuidarse puede comer hasta productos no tan convenientes, pues si lo
hace en poca cantidad y ocasionalmente, el malestar que sienta será mínimo o ninguno.
Aunque el manejo de la cantidad es lo principal en la alimentación, esto no es suficiente:
también es vital seleccionar la calidad.
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Necesitamos encontrar el inmenso bienestar por alimentarnos bien en cantidad y
calidad, sin consumir a diario placeres nocivos. El ánimo físico permanente, la calma
emocional y la lucidez mental que se sienten luego de una comida frugal y sustanciosa son
placeres muy superiores. No vale la pena renunciar a vivir sintiéndonos livianos y bien
dispuestos, a cambio de gustos desmedidos o extravagantes. Aprender a comer sin excesos
habituales es la base de nuestra salud. Los abusos son el inicio de nuestros malestares y
enfermedades.
Si comemos mucho afectamos el pensamiento pues con el vientre lleno es difícil
pensar. Cuando quedamos “repletos” sentimos que disminuye la lucidez mental pues la sangre
se concentra en el intestino. Un mínimo necesario de comida para un máximo de vigor, es
la ley de la vitalidad, aunque se practique lo contrario: un máximo de comida para un
mínimo de bienestar. Esta es una costumbre muy extendida en las ciudades y en los países
ricos, donde muchos comen hasta no poder más. Es penoso mirar a personajes de la alta
sociedad, elegantes y refinados, supuestamente muy cultos, pero tan descontrolados en sus
comidas, con excesos y saciedad, obstruyendo su desarrollo personal. Resulta peor que líderes
médicos, humanistas, políticos y religiosos, cuya función es proteger y guiar a la sociedad,
hablen maravillas y hasta hagan “votos de pobreza” pero usurpen la comida de su vecino
cuando comen tres veces más de lo que necesitan. ¡La solidaridad empieza por no comerse la
comida del prójimo! Así también, por inconsciencia y sentimentalismo, cuántas madres
educan a sus hijos hacia la gula y a calmar con comida la ansiedad, la soledad o el
sufrimiento.
Cuando descubrimos en nosotros el hábito de la gula cotidiana, resulta imposible
eliminarlo de inmediato, como por decreto de la conciencia. Y nada sacamos con hostigarnos
mediante excesivas críticas. Saber alimentarse es un proceso que requiere experiencia,
convivencia e investigación dentro de un proceso integral. Es un aprendizaje que incluye
triunfos y fracasos.
¿Sabe usted distinguir la comida necesaria de los gustos superfluos?
Los alimentos que ingerimos deben ajustarse más a la necesidad orgánica que a los
gustos superfluos. Podemos romper esta regla a veces, en celebraciones o motivos especiales,
pero si comemos cosas nocivas a diario, por mero placer, destruiremos nuestro organismo.
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Por inconciencia e inmadurez, los niños no saben diferenciar entre necesidades y
gustos. Ellos requieren que un adulto cuide su alimentación, pues pueden causarse mucho
daño por comer golosinas cuando están solos; son capaces de comer helados estando con
pulmonía, no saben cuidarse. Cuando un adulto tampoco sabe cuidarse, demuestra que sigue
siendo infantil a pesar de su edad: su mentalidad de niño se revela porque no distingue ni
controla su apego a los deseos. Este seudo adulto necesitaría de alguien más maduro para que
lo cuide, como esto no es posible, vivirá provocándose malestares y enfermedades.
Hay padres insensibles que por falso cariño permiten en exceso y ofrecen a diario
golosinas a sus hijos; luego se desesperan por las dolencias que sus niños sufren, las que ellos
mismos provocaron. El niño tiene derecho a recibir una alimentación sana, el padre tiene
deber de seleccionarla; solo así podrá cuidar a sus hijos, con el ejemplo, de lo contrario
recurrirá solo a palabras vacías y al dinero. Hay también familias inconscientes que hacen de
cada comida un banquete con aperitivos y postres, cultivan enfermedades que luego sufren
todos, en familia. Las personas que abusan en cada comida cosechan poca alegría de vivir.
Muchos adultos, aún viéndose con diarrea siguen comiendo lo que les hace daño,
toman un antidiarréico y siguen con los vicios. Esta “solución inmediata” es un problema
posterior grave y duradero. Cuántos adultos y ancianos sufren y limitan su vida hipnotizados
por las golosinas. La gente come solo lo que le gusta, sin siquiera pensar en lo que
necesita para vivir bien. Café, leche, azúcar, pan blanco, queso, mermelada y huevos: ¡que
desastre de desayuno! Sopa de carnes, arroz blanco, más carnes con gaseosa y torta de
chocolate: ¡pésimo almuerzo! Pizza de embutidos o hamburguesa, jugos azucarados y
golosinas: ¡terrible cena! Toda esta costumbre corresponde solo al gusto destructivo, es
comida para sobrevivir, no para vivir. ¿Así la gente espera vivir sana y animada? La
humanidad ha perdido mucho la cordura.
“Querer”, “gustar”, “desear”, “apetecer”, “tener ganas”, son palabras que usamos
demasiado al decidir lo que vamos a comer, a consumir, a comprar. Son términos de
predominancia infantil que nos desvían de una dirección más vital y consciente. Es
indispensable que usemos más, y oportunamente, la palabra “necesitar”.
El cuidado personal debe ser permanente, y los descuidos solo ocasionales
Las personas cometen desórdenes diarios contra su cuerpo, pero debido a que no
sienten malestares enseguida, imaginan que no les pasará nada a futuro. Esto es ceguera y
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negligencia, pues no se dan cuenta que por comer cosas perjudiciales a diario, luego de meses
o años sufrirán enfermedades graves. El efecto de las comidas nocivas se acumula en nuestro
cuerpo sin que percibamos, hasta revelarse en un padecimiento agudo.
No tenemos que vivir llenos de restricciones alimenticias, pues si comemos golosinas
esporádicamente el perjuicio es casi insignificante. Por descuidos ocasionales solo sufrimos
molestias pequeñas y de fácil recuperación. El problema está en hacer de estos consumos un
vicio diario, lo cual garantiza la calamidad; es solo cuestión de tiempo.
Los placeres de una vida descontrolada y consumista, que pueden parecernos
abundantes e intensos, en verdad son mínimos comparados con los placeres derivados de la
mesura personal. Una vida de mayor salud, seguridad, felicidad, facilidad, paz, solo se
descubre y disfruta cuando salimos de las prisiones que los vicios nos imponen, prisiones en
las que vivimos muchas veces sin darnos cuenta. Cuando salimos de lo mundano y sentimos
una mejor calidad de vida, entonces reconocemos las penas y la poca dicha en que vivíamos
antes. Este gran descubrimiento se vuelve un viaje sin regreso y una aspiración permanente.
En el camino del desarrollo personal es necesario un poco de renuncia. Tenemos que
ceder una parte secundaria de nosotros para alcanzar algo mejor. Por no hacer pequeños
sacrificios o mínimos esfuerzos, por no privarnos un deseo, podemos sufrir grandes
lamentaciones y pérdidas. Cuando no sabemos decirnos “No” en breves momentos por ser
demasiado autocomplacientes, acabamos dominados por el descontrol y decaemos en todo
sentido: un poco de renuncia cotidiana es indispensable para poder vivir en paz.
Es imposible ganar algo sin invertir o ceder nada. El cultivo personal exige un mínimo
de sacrificios para un máximo de satisfacciones, un mínimo de dificultades y restricciones
para un máximo de facilidades y libertades. La vida mundana produce todo lo opuesto: graves
males para pocas satisfacciones banales y momentáneas. La vida en búsqueda de placerismos
y facilismos es la más incómoda y difícil de vivir.
La comida no debe gustar solo al paladar sino a todo nuestro cuerpo
Una comida adecuada debe ser capaz de agradar a nuestro hígado, corazón, riñones,
intestinos, cerebro, y también a la boca. Es decir, los alimentos deben ser bien recibidos por
todos los órganos, y más aún, por todo nuestro ser. Alimentarnos se convierte en un acto de
tiranía si agradamos solo a nuestra boca mientras causamos graves perjuicios al resto del
cuerpo. La comida modernista puede ser rica solo para el paladar pero es detestable para el
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resto de nosotros. Una vez que pasa de la boca, es detestada por la garganta, el esófago, el
estómago, intestinos, hígado, riñones, y así por delante.
Por eso, nadie puede decir con propiedad: “Me encanta la hamburguesa con gaseosa y
chocolates”, a menos que considere que su boca representa más que todo su ser. Debería
decir: “a mi paladar le encanta, pero para mí son repugnantes”, ya que estos comestibles le
gustan solo al 1% de la persona, su boca, mientras son detestados por el 99% restante, y muy
destructivos para su integridad física, sentimental y mental.
Al satisfacernos con una comida sustanciosa obtenemos un placer profundo y
duradero; si lo hacemos con “comida chatarra”, el placer es superficial, fugaz, y además
generamos una vida de malestares constantes. Mientras el gusto de una golosina o de la gula
lo disfrutamos solo en la boca por uno a quince minutos, el malestar o pesadez provocados
pueden persistir en todo el cuerpo durante horas, tal vez todo el día. Al contrario, levantarnos
de la mesa sin llenarnos significa estar bien animados todo el día. La estrategia es reducir
el placer inmediatista para aumentar el permanente.
Serenidad personal y paz en el ambiente:
ingredientes vitales de la alimentación
El sabor de la comida, nuestro grado de satisfacción, la asimilación de los nutrientes,
la relación con quienes compartimos nuestra mesa, sentirnos vitales y lúcidos después de
comer, estar tranquilos o ansiosos mientras comemos, la moderación o los excesos, todo esto
depende mucho de la condición sentimental en que estamos al momento de comer. Este
sentimiento personal es el ingrediente más sutil y vital de la alimentación. Se forma por
nuestro estado interior y el del ambiente al sentarnos a comer: cómo lo hacemos, con quién,
dónde, en qué momento, es decir, por todo aquello que nos afecta emocionalmente.
De poco sirve escoger los alimentos sin dar atención a comer tranquilos, con hambre,
masticando lo suficiente, saboreando, respirando con profundidad, presentes en cuerpo y
mente, en un ambiente sereno y agradable. Estos aspectos constituyen el alma de la
alimentación, su más precioso ingrediente.
Muchos comen entre gritos y peleas, apurados, en almuerzos de trabajo, con temas
pesados de conversación, viendo violencia en la TV, en sitios ruidosos y tensionantes,
mientras conducen automóviles; otros no pueden comer solos sino leyendo el periódico y
hasta libros. La gente come en la calle mientras camina o trabaja. Qué cuadro patético es ver a
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deportistas comiendo mientras compiten, o a estudiantes mientras estudian. Qué situación
destructiva cuando las amas de casa pellizcan bocadillos toda la mañana mientras cocinan y
arreglan el hogar. Oficinistas hacen lo mismo con golosinas que guardan en su escritorio.
¡Qué pésimas costumbres! La agitación moderna y la desatención personal generan resultados
terribles. Quienes tienen estos hábitos tal vez por insensibilidad no sienten malestares pero
acumulan desórdenes hasta que explotan.
Observar la situación opuesta es muy esperanzador, el caso de personas más
tradicionales o sensibles, que rechazan ingerir cualquier comida, hasta el mejor de los
manjares, si no se encuentran con cierta calma, sintiendo hambre y en un lugar apropiado.
Simplemente dicen que no pueden comer sin estas condiciones, que así la comida no tiene
sabor y hasta les causa molestias. ¡Maravillosa sensibilidad!
Para comer es necesario suspender las ocupaciones y conflictos; de no ser posible, es
mejor postergar la comida hasta encontrar el lugar y el tiempo propicios. Al sentarnos a la
mesa debemos hacer una meditación corta, con respiración profunda, para estar serenos y
conscientes de lo que vamos a iniciar: una comunión con la vida y con nuestros semejantes.
En este ritual sencillo incluimos un agradecimiento a la naturaleza, a las personas y a la
divinidad. Mientras comemos es bueno parar en ocasiones a respirar un par de veces, así
mantenemos nuestra calma y obtenemos la mejor sustancia de los alimentos. El momento de
comer no es para discutir o criticarnos, sino para estar tranquilos en silencio y conversando
sobre temas sencillos y agradables. Entonces podemos llenarnos de satisfacción y asimilar los
nutrientes que producirán plena energía.
Masticación suficiente para un mayor placer y beneficio de la alimentación
Los alimentos nos ofrecen toda su energía y su más profundo sabor solo cuando los
disolvemos y ensalivamos apropiadamente. Si es tan rico comer y necesitamos nutrirnos, ¿por
qué hacerlo al apuro? Masticar poco la comida es desaprovechar una inmensa posibilidad de
vitalidad y placer.
Una adecuada masticación ratifica la presencia del instinto natural humano, revela
serenidad interior y buen gusto, constituye el inicio del proceso consciente de alimentación.
Los diferentes grados de fortaleza o debilidad que vivimos tienen relación estrecha con
la masticación. Podemos elegir y preparar bien nuestra comida, pero si no la masticamos
adecuadamente tendremos la prueba irrefutable de no saber alimentarnos y, con seguridad,
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obtendremos insignificantes o pésimos resultados. La calidad de este acto tan sencillo y
natural define el destino de la alimentación: vitalidad o enfermedad.
Por citar un ejemplo, la gran mayoría de los problemas de gastritis, que son una
epidemia moderna, se resuelve por completo con mejorar la masticación. Solo los casos
graves requieren cambios en las comidas. Es increíble que en los más prestigiosos libros de
patología médica no se diga una palabra sobre esta curación simple, eficaz y gratuita. Las
propuestas cientificistas van desde la absurda dependencia de antiácidos y sedantes, hasta las
violentas cirugías, pasando por la vana aniquilación del helycobácter: toda una serie de
soluciones ineficaces que generan mayor enfermedad. Después, frente al supuesto callejón sin
salida del cáncer, amputaciones y quimioterapia son la atrocidad a donde llega la
inconsciencia sobre adecuados hábitos de vida.
Calmar el hambre tranquilos depende mucho de cuánto y cómo mastiquemos. Sin
masticar, lo más probable es que acabemos llenos pero aún con ganas de seguir comiendo. En
la naturaleza los animales mastican instintivamente. Las gentes del campo también mastican
de manera espontánea, por eso no vemos en ellas la ansiedad, obesidad y tantos males
digestivos que abundan en las ciudades. ¡Cuán alejados estaremos de nuestra naturaleza, para
tener que recordarnos algo tan normal como es masticar la comida!
La medicina tradicional advierte que la salud proviene de una buena digestión. Pero la
digestión no comienza en el estómago sino en la boca, y es aquí donde la iniciamos bien para
que nuestro cuerpo la continúe. En la alimentación, lo último que depende de nosotros es
masticar la comida, después de la boca no podemos corregir lo que sucede en el tracto
digestivo, habremos ya desencadenado procesos hacia la voluntad o la pereza, la salud o la
enfermedad. Si no masticamos, de poco sirven nuestras buenas costumbres en cualquier
ámbito de la salud, pues aquí está uno de los pilares del vigor físico, y notable influencia hacia
nuestro bienestar emocional y psicológico.
Cualidades de la comida para nutrir el cuerpo, el alma y el espíritu: los
alimentos deben transmitir salud, amor y conciencia
a) Salud, fortaleza. El deber primordial de la alimentación es ser fuente de energía para
la vida. Si la comida que ingerimos no sirve para promover nuestra salud, pierde su función
más importante. En la naturaleza, los animales se alimentan para obtener vigor, y los
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alimentos que consumen les brindan organismos de una potencia impresionante. Nosotros
también debemos escoger los alimentos con este propósito tan natural.
Para generar salud los alimentos deben corresponder al cuerpo de cada animal. Es así
que los animales silvestres solo comen lo apropiado a su especie. No veremos a carnívoros
comiendo frutas ni a herbívoros o frutívoros comiendo carnes. Así como cada especie tiene
una comida específica, al ser humano, por su constitución anatómica le corresponde una
alimentación compuesta de cereales, leguminosas y hortalizas. Las razones y sustentos
históricos para esta afirmación los comprenderemos en el transcurso del libro. Lo anterior no
significa una prohibición de comer otros productos, pues como algo ocasional, y dependiendo
de nuestra condición de salud, sensibilidad y autocontrol, podemos ingerir infinidad de otras
comidas.
Cualquier persona que desarrolle un cierto grado de sensibilidad y sabiduría,
descubrirá que la mejor comida para su cuerpo es aquella que produce la tierra. Por cómo nos
sentimos es muy claro reconocer esta realidad, pero la insensibilidad, el cientificismo y las
propagandas nos confunden fácilmente. Esta no es una cuestión de teorías, reglas religiosas o
estudios sobre nutrientes, ya que nuestra constitución en dentadura, estómago, jugos gástricos,
sangre, intestino, piel y demás órganos, no pertenece al reino de los carnívoros, tampoco al de
los herbívoros, ni frutívoros. Grandes personajes y maestros de la humanidad, como Sócrates,
Platón, Pitágoras, Newton, San Francisco de Asís, Plutarco, Leonardo da Vinci, Richard
Wagner, Tagore, Gandhi, Einstein, Benjamín Franklin, Rousseau, Darwin, Dalai Lama y
muchos otros, han defendido la alimentación vegetariana como la más auténtica para el ser
humano. También lo han hecho los líderes espirituales y cumplen prácticamente todas las
corrientes antiguas y actuales de desarrollo interior.
Ahora abundan las dietas respaldadas por intelectualismos, que empujan a las personas
a no obedecer a su constitución y sensibilidad sino solo a su cabeza. Por eso, muchos comen
solo analizando el contenido nutricional o calórico de los alimentos, pero sin verificar los
efectos en su cuerpo. Otros comen según mandatos religiosos equivocados y antinaturales.
Hace pocas décadas, por su alto contenido de proteínas y minerales, no se cuestionaba la dieta
basada en carnes, lácteos y huevos. Ahora, y luego de constatar resultados nefastos, los
mismos doctores y nutricionistas que la defendían alertan sobre el gran daño que provocan
estas comidas. ¡Sin una revisión basada en la sensibilidad el intelecto comete barbaridades!
Fuera de lo que cada uno quiera creer, imaginar u obedecer, nuestra constitución anatómica es
la ley natural a la que estamos sometidos.
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Una mala alimentación está atrás de todos los problemas físicos que ahora
atribuimos a causas externas. Las personas se han olvidado de que los alimentos sirven para
generar salud, no comen sintiendo hambre y pensando en nutrirse. Comer ha pasado a ser la
más repetitiva fuente de placer desmedido y muchas veces mórbido. La mayoría de los
comestibles del sistema comercial son venenos de acción lenta, no tienen ninguna relación
con la salud. A los fabricantes no les interesa la salud de la gente sino solo sus ventas. ¿Quién
puede afirmar que las gaseosas y golosinas tengan algo que ver con la salud humana? Son
productos 100% insalubres pero el consumo diario es increíble; la propaganda de gaseosas
ametralla a diario nuestro subconsciente para lograr vender la porquería que producen.
Además de seleccionar los alimentos, equilibrar la dieta es también imprescindible
para obtener vitalidad. En general, los animales dependen de un tipo de comida, solo comen
carne, pasto, cereales o frutas. Otros, en cambio, deben combinar su alimentación para suplir
sus requisitos. Esta es nuestra situación, pues no es suficiente que comamos productos
saludables si no están equilibrados. Las verduras, por ejemplo, son vitales para nosotros, pero
si no las combinamos con otros productos provocamos carencias que con el tiempo se vuelven
enfermedades. Esto sucede con personas vegetarianas que llegan a padecer problemas aunque
los alimentos que ingieren son saludables: sus platos no están equilibrados.
Gracias a que escogen la comida según su constitución anatómica, los animales
silvestres mantienen la salud desde el nacimiento hasta la muerte. Mediante su maravilloso
instinto, los carnívoros, herbívoros, frutívoros, insectívoros, solo comen lo que pertenece a su
especie. El ser humano también puede gozar de esta realidad en la naturaleza, si aprende a
alimentarse con la comida que le corresponde.
b) Amor, protección, calma. En los momentos actuales, de tanta carencia afectiva,
necesitamos reconocer que la comida contiene una inmensa riqueza emocional y sentimientos
de quien la prepara. La comida está relacionada con dar y recibir amor, cariño, protección,
abrigo; es anfitriona de la sensualidad; representa atención familiar, calor humano, amistad,
cordialidad, diplomacia; constituye, en síntesis, un núcleo en el que se desarrollan profundas
relaciones afectivas.
En todas las etapas de la vida humana, los alimentos siempre tuvieron la misión de
satisfacer al corazón, de animar el alma de la gente. La comida afectiva es capaz de armonizar
los sentimientos familiares, de calmar la ansiedad, el vacío, la tristeza, de apaciguar e
impulsar al guerrero. La mujer del hogar, esposa o madre, fue siempre privilegiada para
cumplir tan sublime labor, no porque antiguamente las mujeres no hayan tenido trabajos que
hacer, ni por injusticias sociales, sino porque tenían conciencia de que mediante esta labor
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maravillosa construían mucho de la solidez y felicidad de la familia. Nadie más facultado que
la mujer para establecer la armonía del hogar en torno a la hoguera del arte culinario. La
alimentación está tan unida a la vida sentimental, que los desajustes afectivos casi siempre
traen trastornos en la ingestión de comidas y bebidas. Por eso, quienes sufren intensas
angustias emocionales suelen caer en vicios o extremos del consumo: bulimia o anorexia.
La culinaria de las culturas tradicionales destaca el inmenso contenido emocional que
transmiten los alimentos, contenido que proviene de la persona quien los prepara y ofrece, y
del ambiente. La comida no contiene solo materia física sino sutiles y profundos elementos
afectivos y psicológicos que penetran en quien la consume. La alimentación ejerce mucha
influencia hacia la paz o la alteración interior. En el modernismo actual, ni siquiera la mujer
siente el valor del arte culinario, menos aún el hombre; lamentablemente muchas mujeres
consideran una pérdida de tiempo o una labor desagradable el corto tiempo que se requiere
para alimentar a sus seres queridos. Prefieren la comida rápida, comprada o hecha de forma
mecánica por empleados, no se dan cuenta que este facilismo provoca enormes carencias y
sufrimientos en su hogar. En general las madres de hoy no saben que pueden proteger e
impulsar afectivamente a su familia mediante su comida.
En los monasterios de la India, China, Japón, Tíbet, los encargados de la culinaria
siempre fueron personas de espiritualidad y paz interior superiores. No podía entrar en la
cocina una persona alterada porque al preparar los alimentos perturbaría el alma de quienes
alimentara. La comida del sistema moderno es producida por máquinas, por personas sin
sentimientos adecuados, o por extraños sin ningún vínculo afectivo; esta carencia sentimental
es una de las razones básicas por las que la ansiedad está fuera de control en la sociedad.
Los sentimientos profundos requieren de procesos, no se puede desarrollar ningún
sentimiento hondo de forma inmediata. Por eso, la comida debe provenir de procesos vitales,
afectivos e inteligentes, no del rápido y mínimo esfuerzo en agradar al paladar y llenar el
estómago, o para tener más tiempo para trabajar o ver TV. La comida instantánea, solo de
cantidad y apariencias, no satisface al corazón. Tradicionalmente, la comida se preparaba
mediante procesos sensibles, delicados, esmerados, con criterio, para sembrar sentimientos de
armonía, tolerancia, amor. Los mejores anhelos se depositaban en cada plato como una
oportunidad de comulgar con los seres queridos y con la divinidad. En ocasiones especiales
las recetas demoraban todo el día en prepararse, o incluso varios días, que de ninguna manera
estaban desperdiciados pues esta comida era uno de los ingredientes esenciales, tal vez el más
aclamado, de maravillosos momentos de reunión familiar llenos de sentimientos que no
podrían disolverse por el resto de la vida: la madre se fundía con los suyos, les transmitía
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alegría, energía, serenidad, seguridad, y vivía eternamente en el corazón de todos. ¡La comida
rápida, comprada, de extraños, es comida muerta!, le falta afectividad o contiene pésima
calidad de ella; puede gustar al paladar pero no satisface al alma. Esta falta de calidad a
menudo nos mueve a llenarnos con cantidad -así acabamos repletos pero aún insatisfechos-.
Parte de la virtud afectiva de la alimentación es su sabor: la comida debe ser deliciosa.
Esta cualidad depende de la integración entre quien cocina y quien recibe, pues lo rico para
unos puede no serlo para otros. Un plato sabroso de cereales para un indígena puede ser
desatractivo para muchos, así también, un campesino puede rechazar platos de un hotel
lujoso. Logramos el mejor sabor si sentimos las necesidades y gustos de quien vamos a
alimentar. Ninguna comida es rica por sí misma, su encanto depende de quien la consume. La
comida chatarra o gourmet sirve para complacer solo la boca de una sociedad insensible y
llena de carencias afectivas; incrementa sus carencias. Por eso las propagandas de esos
artículos nos pintan imágenes de felicidad junto a sus productos tóxicos.
Otro aspecto inseparable de la culinaria afectiva es que transforma una labor tan
cotidiana en la más trascendental expresión de arte que jamás haya desarrollado la
humanidad. El arte culinario no tiene comparación entre las expresiones artísticas, en él se
integran profundamente todos los sentidos, la sensibilidad afectiva, la intuición y la razón,
como en ningún otro. Entre las artes, sean la pintura, la música, la danza, el teatro u otras, el
arte culinario tiene la mayor incidencia en la cantidad y calidad de vida del autor y, de manera
única, su obra se funde con el espectador. La persona que aprecia no se mantiene separada de
la obra de arte sino que ésta se convierte en el componente más esencial de sus células.
En el arte culinario las obras son un ingrediente substancial del autor y del espectador,
forman sus estructuras, sus caracteres, y mucho de sus emociones y personalidades. Por
medio del arte culinario se moldea a las personas y se define una parte significativa de su
destino. Como en una obra de escultura y pintura, los alimentos deben ser fascinantes para la
vista, con formas y colores que lamentemos tener que desmontar. La comida superior conjuga
la sustancia vital con la apariencia atractiva, lo cual no ocurre ahora. Es triste que la comida
de chefs y gourmets solo tenga apariencia y sabores extravagantes: no promueve la salud de
quien la consume, le provoca enfermedad y hasta degeneración.
c) Conciencia, economía, solidaridad. Una forma correcta de alimentarse siempre ha
estado unida a los más altos grados de conciencia. Refleja mucho del valor que damos a la
vida cuyas raíces emergen de la comida. En gran parte somos lo que comemos, la forma y con
quien lo hacemos. Por eso no basta con que cultivemos nuestra personalidad solo desde
afuera, por la convivencia respetuosa, la etiqueta, la profesión, el conocimiento. Es preciso
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que construyamos nuestra personalidad desde adentro, cuidando la materia prima de nuestras
neuronas y demás células, de las que surgen nuestras expresiones. Mediante la alimentación
determinamos aspectos capitales de nuestros sentimientos y pensamientos, y casi por