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Robin Hobb - Aprendiz de Asesino.doc

Oct 13, 2015

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Aprendiz de Asesino

Aprendiz de AsesinoRobin HobbTraduccin de Manuel de los ReyesTtulo original ingls: Assassin's apprentice Robin Hobb, 1995

Ilustracin de cubierta: Michael WhelanDiseo de la cubierta: David Saavedra y Scrates RincnDiseo de la coleccin: Dami MathewsPrimera edicin: Enero de 2006 de la traduccin: Manuel de los Reyes de esta edicin: La Factora de Ideas, S.L.Pico Mulhacn, 24-26Pol. Ind. El Alquitn28500 Arganda del Rey, [email protected]

HYPERLINK "http://wwwdafactoriadeideas.es"www.lafactoriadeideas.esImpreso por Litografa Roses S.A.Energa,ll-2708850 Gav (Barcelona)ISBN: 84-96525-97-X Depsito legal: B-50211-2005Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.DIGITALIZADO POR EBOOKZONEA Gilesyen recuerdo de Ralph NaranjayFreddie Puma, Prncipes de los AsesinosyFelinos sin Tacha1. La primera historiaLa historia de los Seis Ducados es por fuerza la historia de su familia regente, los Vatdico. El relato completo se remontara ms all de la fundacin del Primer Ducado y, si an se recordaran tales nombres, nos hablara de los Marginados que asolaban el mar y visitaban como piratas una orilla ms clida y rica que las glidas playas de las Islas del Margen. Pero desconocemos el nombre de estos primeros antepasados.Y del primer rey de verdad, perdura poco ms que su nombre y un puado de estrafalarias leyendas. Dueo se llamaba, bien simple, y quiz con ese nombre comenzara la tradicin de bautizar a los hijos e hijas de su linaje con nombres que habran de marcar su vida y su personalidad. La creencia popular afirma que estos nombres se vinculaban a los recin nacidos por medio de artes mgicas, y que esta prole real era incapaz de traicionar las virtudes cuyos nombres portaban. Templados al fuego, sumergidos en agua salada y ofrecidos al viento; as se vinculaban los nombres a estos chiquillos elegidos. Eso se dice. Es una bonita leyenda, y quiz en el pasado existiera un ritual parecido, pero la historia nos demuestra que no siempre bastaba con unir a un nio a la virtud que lo nombraba...La pluma tiembla, escapa de mis dedos atenazados y traza un sinuoso meandro de tinta que cruza la hoja de Crica. He estropeado otro papel de buena calidad, en lo que sospecho que es una tarea ftil. Me pregunto si podr escribir esta historia o si en cada pgina se filtrar insidiosa una muestra de la amargura que crea muerta hace tiempo. Me considero curado de todo rencor, pero cuando mi pluma toca el papel, el dolor de un infante rezuma y se mezcla con la tinta de origen marino, hasta que sospecho que cada una de las palabras, pulcramente caligrafiada, irrita cierta antigua herida escarlata.Crica y Paciencia se entusiasmaban tanto, siempre, que se comentaba un relato escrito de la historia de los Seis Ducados que me disuad a m mismo de que escribir, al respecto vala la pena. Me convenc de que el ejercicio apartara mis pensamientos del dolor y contribuira a que el tiempo pasara ms deprisa. Pero todos los hitos histricos que se me ocurren despiertan mis fantasmas personales de prdida y soledad. Me temo que tendr que renunciar por completo a esta obra, so pena de verme obligado a reconsiderar todo lo que ha propiciado que me convierta en lo que soy. De modo que empiezo de nuevo, una y otra vez, pero siempre descubro que estoy escribiendo acerca de mis comienzos y no de los de esta tierra. Ni siquiera s ante quin intento explicarme. Mi vida ha consistido en una madeja de secretos, secretos que ni aun ahora es seguro compartir. Habr de plasmarlos todos en delicados papeles, slo para luego reducirlos a fuego y cenizas? Tal vez.Mis recuerdos se remontan a la poca en que contaba seis aos de edad. Antes de eso no hay nada, nicamente un abismo en blanco que ningn esfuerzo mental ha consegu-do salvar. Antes de aquel da en Ojo de Luna, no hay nada. Pero ese da comienzan de repente los recuerdos, con una claridad y profusin de detalles que me abruma. En ocasiones el recuerdo parece demasiado completo y me pregunto si ser verdaderamente mo. Lo extraigo de mi memoria o de las decenas de referencias pronunciadas por las legiones de cocineras, los ejrcitos de escuderos y las huestes de caballerizos que se explicaban mutuamente mi presencia? Quiz haya escuchado la historia tantas veces, de tantas fuentes distintas, que ahora la rememoro como si en realidad el recuerdo me perteneciera. Obedece el grado de detalle a la capacidad que tiene un nio de seis aos para asimilar todo cuanto ocurre a su alrededor? O es acaso la minuciosidad del recuerdo fruto de la incrustacin de la Habilidad y de las drogas que toma luego para controlar su adiccin a ella, las drogas que conllevan dolor y adicciones propias? Esto ltimo es completamente posible. Quiz incluso probable. Espera uno que no sea se el caso.El recuerdo es casi fsico: el fro gris que sealaba el final del da, la lluvia implacable que me empapaba, los adoquines escarchados de las desconocidas calles de la ciudad, aun la encallecida bastedad de la enorme mano que asa la ma, diminuta. A veces pienso en aquella presa. La mano era dura y rugosa, atrapaba la ma en su interior. Y tambin era clida, y no estaba exenta de delicadeza. Aunque era firme. No permita que resbalara en las calles heladas, pero tampoco me dejaba escapar a mi suerte. Era tan implacable como la fra lluvia gris que glaseaba la nieve y el hielo pisoteados del sendero de grava que desembocaba en las inmensas puertas de madera del edificio fortificado que se ergua como una fortaleza dentro de la propia ciudad.Las puertas eran altas, no slo para alguien de seis aos, sino que podran transponerlas gigantes, seran capaces de empequeecer incluso al viejo alto y delgado que se cerna sobre m. Y me parecan extraas, aunque no logro imaginar qu tipo de puerta o edificio me hubiera parecido familiar. Slo s que aquellas puertas, talladas y sujetas con negros goznes de hierro, decoradas con la cabeza de un alce de bronce reluciente a modo de aldaba, eran ajenas a mi experiencia. Recuerdo que la aguanieve me haba calado la ropa, as que tena las piernas y los pies mojados y ateridos. Aun as, insisto, no consigo recordar haber caminado mucho en medio de las ltimas inclemencias del invierno, ni que me hubieran llevado. No, todo empieza all, justo a las puertas de la fortaleza, como mi pequea mano apresada en la del hombre alto.Se dira, casi, que es como el comienzo de un espectculo de tteres. S, as lo veo. Se abre el teln y all estamos, delante de la gran puerta. El viejo levanta la aldaba de bronce y aporrea una vez, dos, tres contra la placa, que retumb ante sus golpes. Y luego, de fuera del escenario, se escucha una voz. No del otro lado de las puertas, sino a nuestra espalda, en el camino que acabbamos de recorrer.Padre, por favor suplic la voz femenina.Me vuelvo para mirarla, pero ha comenzado a nevar de nuevo, un velo de encaje que se adhiere a las pestaas y a las mangas de los abrigos. No recuerdo haber visto a nadie. Una cosa es segura, y es que no pugn por liberarme de la presa del viejo, ni exclam: "Madre, madre". Me qued all plantado, un espectador, y o el ruido de las botas dentro de la torre y cmo se abra el cerrojo de la puerta.La mujer habl de nuevo. Todava puedo escuchar sus palabras perfectamente, la desesperacin de aquella voz que ahora sonara joven a mis odos.Padre, por favor, os lo ruego!Un estremecimiento recorri la mano que apresaba la ma, pero nunca sabr si era de rabia u obedeca a otra razn. Con la presteza de un cuervo que atrapa una miga de pan tirada en el suelo, el viejo se agach y cogi un puado de hielo sucio. Lo arroj sin pronunciar palabra, con fuerza y violencia, y me encog en el sitio. No recuerdo haber escuchado ningn grito, ni el sonido de la carne al ser golpeada. Lo que s recuerdo es cmo se abrieron las puertas hacia fuera, obligando al anciano a apartarse precipitadamente, arrastrndome consigo.Y luego esto. El hombre que haba abierto la puerta no era ningn lacayo, como podra imaginar si slo hubiera escuchado esta historia. No, la memoria me muestra un soldado, un guerrero algo encanecido y con una tripa compuesta de sebo duro ms que de msculo, pero no un criado afectado. Nos mir de arriba abajo al viejo y a m con la suspicacia propia de un soldado, y se qued all plantado en silencio, a la espera de que dijramos que nos traa por all.

Creo que impresion un poco al viejo, y lo estimul, no con miedo, sino con ira. Pues de repente me solt la mano, me asi por la espalda del abrigo y me empuj hacia delante, como quien ofrece un cachorro a su posible nuevo propietario.Os traigo al chico dijo con voz oxidada.Y cuando el guardia de la casa continu mirndolo, sin pronunciar palabra ni mostrar curiosidad siquiera, se explico:Le he dado de comer en mi mesa durante seis aos y jams he recibido noticias de su padre, ni una moneda, ni una visita, aunque mi hija me asegura que sabe que tuvo un bastardo con ella. No pienso seguir alimentndolo, no pienso seguir deslomndome para vestirlo. Que le d de comer el que lo engendr. Yo ya tengo bastante con lo mo, mi esposa anda entrada en aos y la madre de ste tambin requiere su sustento. Porque ahora no habr hombre que la quiera, ni uno solo, no con este cachorro correteando entre sus piernas. As que cogedlo, y llevdselo a su padre.Y me solt tan de repente que me ca de bruces sobre el umbral de piedra a los pies del guardia. Gate hasta sentarme, no recuerdo que me doliera, y alc la mirada para ver qu ocurrira a continuacin entre los dos hombres.El guardia me mir, con los labios ligeramente fruncidos, sin juzgarme, simplemente pensando cmo clasificarme.- De quin es ? pregunt, y su tono de voz no indicaba curiosidad. Era la voz de un hombre que solicita informacin ms concreta sobre una situacin determinada, a fin de informar debidamente a un superior.-De Hidalgo respondi el anciano, que ya me haba dado la espalda y encaminaba sus calculados pasos al sendero de grava. El prncipe Hidalgo dijo, sin girarse para aadir el ttulo. El Rey a la Espera. De se es. Por tanto, que l se las apae, y que se alegre de haber conseguido engendrar un hijo, en alguna parte.Por un momento el guardia vio cmo se alejaba el anciano. Luego se agach en silencio para agarrarme del cuello y apartarme del camino a fin de poder cerrar la puerta. Me solt durante el breve instante que tard en asegurar la puerta. Hecho eso, se qued mirndome fijamente. No evidenciaba genuina sorpresa, slo la estoica aceptacin de un soldado ante las extravagancias de su deber.En pie, chico, caminando dijo.Lo segu, por un pasillo tenuemente iluminado, frente a estancias de mobiliario espartano, con las ventanas an cerradas para impedir la entrada del fro invierno, hasta llegar a otro juego de puertas cerradas, stas de rica madera suave adornadas con tallas. All se detuvo y se alis rpidamente la ropa. Recuerdo claramente cmo puso una rodilla en el suelo para alisarme la camisa y desenmaraarme el pelo con un par de bruscas palmadas, aunque nunca sabr si lo hizo llevado por un impulso de afecto para que yo causara buena impresin, o simplemente preocupado porque su despacho luciera bien atendido. Se enderez de nuevo y llam una vez a la doble puerta. Tras picar, no esper respuesta o al menos yo no o ninguna. Empuj las puertas, me empuj delante de l y volvi a cerrarlas a su paso.Esta habitacin era tan clida como fro haba sido el pasillo, y tan viva como desiertas las otras cmaras. Recuerdo haber visto numerosos muebles en ella, alfombras y colgaduras, y estanteras de arcillas y pergaminos cubiertos con el desorden de objetos propios de cualquier estancia cmoda y frecuentada. Arda el fuego en una enorme chimenea, llenando la sala de calor y de una agradable fragancia resinosa. Haba una mesa imponente situada en ngulo frente al hogar y detrs de ella se sentaba un hombre fornido, con el ceo arrugado sobre un fajo de papeles. No levant la mirada de inmediato, de modo que pude estudiar un instante su espesa mata de cabello negro.Cuando alz la vista, fue como si nos abarcara al guardia y a m con una sola mirada de soslayo de sus ojos negros. S, Jason? pregunt, y aun a esa edad pude percibir su resignacin ante aquella inoportuna interrupcin. Qu me traes ?El guardia me propin un suave empujn en el hombro, que me acerc un paso o ms al hombre.Lo ha dejado un viejo labriego, prncipe Veraz, seor. Dice que es el bastardo del prncipe Hidalgo, seor.Por un momento el atribulado hombre detrs de la mesa sigui mirndome algo perplejo. Luego algo parecido a una sonrisa divertida ilumin sus rasgos, se levant y rode el escritorio para plantarse con los puos en las caderas, mirndome desde lo alto. No me sent amenazado por su escrutinio; era ms bien como si algo acerca de mi aspecto lo complaciera inusitadamente. Lo observ con curiosidad. Luca una barba negra y corta, tan poblada y desordenada como su cabello, y tena las mejillas curtidas sobre ella. Su torso era un tonel y sus hombros tensaban la tela de su camisa. Tena los puos cuadrados y surcados de cicatrices, con los dedos de la mano derecha sucios de tinta. Mientras me miraba se fue ensanchando su sonrisa, hasta que finalmente solt una risa ronca.Que me aspen dijo, al cabo. El cro se da un aire a Hidalgo, a que s? Frtil Eda. Quin iba a imaginrselo de mi ilustre y virtuoso hermano ?El guardia se abstuvo de responder, pues tampoco se esperaba que dijera nada. Continu firme y alerta, a la espera de la prxima orden. Soldado entre soldados.El otro hombre sigui mirndome con inters.Edad? pregunt al guardia.Seis, dice el labriego. El guardia levant una mano para rascarse la mejilla, antes de recordar de repente que estaba dando parte. La mano baj de golpe. Seor aadi.El otro no pareci reparar en la falta de disciplina del guardia. Aquellos ojos oscuros me recorrieron, y la diversin de su sonrisa se revel ms pronunciada.As que har siete aos o as, para que tuviera tiempo de que se le hinchara la barriga. Demonios. S. Fue aquel ao en que los chyurda intentaron cerrar el paso. Hidalgo llevaba por aqu tres o cuatro meses, intentando disuadirlos para que nos lo abrieran. Se ve que no fue lo nico que consigui abrir con su labia. Que me aspen. Quin se lo iba a imaginar? Una pausa, luego: Quin es la madre? inquiri de repente.El vigilante se agit incmodo.No lo s, seor. En el umbral slo haba un viejo labriego, y lo nico que dijo fue que ste era el bastardo del prncipe Hidalgo y que ya estaba harto de darle de comer y de vestirlo. Dijo que se ocupara de l quien lo hubiera engendrado.El hombre se encogi de hombros como si el asunto no tuviera mayor importancia.El chico parece bien atendido. Le doy una semana, dos como mucho, antes de que se acerque a la puerta de la cocina gimoteando porque echa de menos a su cachorro. Ya lo averiguar entonces si no antes. A ver, muchacho, cmo te llamas?Llevaba el chaleco abrochado con una intrincada hebilla con forma de cabeza de alce. Pareca de bronce, de oro, y tambin roja cuando jugaban con ella las llamas de la chimenea.Chico respond. No s si estaba limitndome a repetir lo que me haban llamado el guardia y el hombre o si en verdad no tena otro nombre aparte de aquella palabra. Por un momento el hombre se mostr sorprendido y una expresin semejante a la lstima le nubl el rostro. Pero desapareci igual de deprisa, dejando en su lugar un simple desconcierto o una leve contrariedad. Mir de soslayo el mapa que lo esperaba encima de la mesa.Bueno dijo al silencio. Habr que hacer algo con l, por lo menos hasta que vuelva Hidalgo. Jason, ocpate de que el muchacho cene y duerma en alguna parte, al menos por esta noche. Ya pensar maana en qu hacemos con l. No podemos dejar que los campos se nos llenen de bastardos reales.Seor dijo Jason sin asentir ni disentir, simplemente acatando la orden. Me apoy una mano pesada en el hombro y me gir hacia la puerta. Camin algo a regaadientes, pues la habitacin era agradable, haba luz y calor. Comenzaba a sentir un cosquilleo en los pes helados, y saba que conseguira entrar en calor si me quedaba un poco ms. Pero la mano del guardia era inexorable; me sac de la plcida estancia y me devolvi al fro y la tenuidad de los montonos pasillos.Parecan an ms lbregos tras el calor y la luz, e interminables mientras intentaba igualar el paso del guardia conforme ste deambulaba por ellos. Quiz sollozara, o puede que se cansara de mis pasos ms lentos, porque se gir de improviso, me levant en vilo y me sent sobre su hombro como si yo no pesara nada.Ests empapado, cachorrillo observ, sin rencor, antes de transportarme por pasadizos, recodos y escaleras hasta llegar finalmente a la luz y el espacio amarillos de una espaciosa cocina.All, media docena de guardias ocupaban unos bancos en los que coman y beban sentados a una gran mesa ajada, situada delante de un fuego dos veces mayor que el del estudio. La estancia ola a comida, a cerveza y a sudor varonil, a ropa de lana mojada, al humo de la madera y a la grasa que goteaba en las llamas. Haba toneles y barriles alineados contra la pared, y las patas ahumadas que colgaban de los largueros formaban oscuras siluetas. La mesa exhiba un desorden de platos y viandas. Un pedazo de carne espetada colgaba sobre las llamas y goteaba grasa en la piedra del hogar. El estmago me estremeci las costillas cuando percib el rico olor. Jason me pos con firmeza en la esquina de la mesa que estaba ms prxima al calor del fuego, rozando el codo de un hombre que tena el rostro enterrado en una jarra.Oye, Burrich dijo Jason, lacnico. A ver, este cachorro es para ti. Me dio la espalda. Observ con inters cmo arrancaba un pico tan grande como su puo de una hogaza atezada, y cmo luego desenfundaba el cuchillo que portaba al cinto para cortar un trozo de queso de una rueda. Me puso ambos pedazos en las manos, y luego se acerc al fuego para serrar una generosa porcin de carne de la pata. Me falt tiempo para llenarme la boca de pan y queso. A mi lado, el hombre llamado Burrich pos su jarra y mir torvamente a Jason. Qu es esto ? dijo, casi con el mismo tono de voz que el hombre de la cmara. Su cabello y su barba eran igual de negros y rebeldes, pero su cara era enjuta y angulosa. Su tez tena el color de alguien que pasa mucho tiempo al aire libre.Tena los ojos castaos en vez de negros y sus manos eran diestras y de largos dedos. Ola a caballo, a perro, a sangre y a cuero.Es para que lo vigiles, Burrich. Lo dice el prncipe Veraz.Por qu?Sirves a Hidalgo, no? Cuidas de su caballo, sus perros y sus halcones ?-Y?Y que ahora cuidas tambin de su bastardo, por lomenos hasta que Hidalgo regrese y decida lo contrario.Jason me ofreci el pedazo de carne goteante. Mir el pany el queso que sostena, renuente a soltar ni uno ni otro,pero anhelando la carne caliente al mismo tiempo. Elguardia se encogi de hombros al comprender mi dilema y,con el pragmatismo de un combatiente, solt la carneencima de la mesa junto a mi cadera. Engull todo el pan queme fue posible y cambi de postura para alcanzar la carne. El bastardo de Hidalgo ?Jason se encogi de hombros, ocupado como estaba en procurarse tambin algo de pan, queso y carne.Eso dijo el labriego que lo ha trado. Cort la carne y el queso en lonchas sobre una rebanada de pan, le propin un bocado inmenso y luego habl mientras masticaba: Dijo que Hidalgo poda estar contento de haber engendrado un chiquillo, donde fuera, y que ahora tendra que ocuparse l de su manutencin.Un silencio desacostumbrado se apoder sbitamente de la cocina. Los hombres dejaron de comer, con los trozos de pan, jarras de cerveza o espetones en las manos, y volvieron la mirada hacia el hombre llamado Burrich. ste haba posado su jarra con cuidado lejos del borde de la mesa. Su voz son queda y serena, sus palabras precisas.Si mi seor no tiene heredero, es por voluntad de Eda y no por culpa de su virilidad. La doncella Paciencia siempre ha sido delicada y...En efecto, as es se apresur a convenir Jason. Y ah sentada est la prueba fehaciente de que es tan hombre como cualquiera; a eso me refera, eso es todo. Se enjug bruscamente los labios con la. manga. Es igualito al prncipe Hidalgo, incluso su hermano lo ha dicho hace un momento. El heredero de la corona no tiene la culpa de que su dama Paciencia no pueda albergar su simiente...Pero Burrich se haba puesto de pie de repente. Jason retrocedi un par de pasos antes de comprender que el objetivo de Burrich era yo, no l. Burrich me asi por los hombros y me volvi hacia el fuego. Cuando me agarr firmemente el mentn con una mano y alz mi cara hacia la suya, me sobresalt tanto que solt el queso y el pan. Pero esto no le import mientras me volva la cara hacia el fuego y la estudiaba como si de un mapa se tratase. Clav sus ojos en los mos y vi una especie de salvajismo en ellos, como si lo que perciba l en mi rostro fuera una afrenta contra l. Quise apartarme de esa mirada, pero no afloj su presa. De modo que le devolv la mirada con todo el desafo que pude reunir y vi su contrariedad nublada de repente por una especie de renuente aprobacin. Por fin cerr los ojos un segundo, protegindolos de algn dolor.He aqu algo que pondr a prueba la voluntad de su seora hasta el lmite de su mismo nombre dijo Burrich, en voz baja.Me solt la mandbula y se agach torpemente para recoger el pan y el queso que yo haba soltado. Los sacudi y me los devolvi. Mir fijamente el abultado vendaje que le rodeaba el muslo derecho y la pierna por encima de la rodilla, lo que haba impedido que doblara la rodilla. Volvi a sentarse y rellen su jarra con una escancia que haba en la mesa. Bebi de nuevo, estudindome por encima del borde de su jarra. Con quin lo tendra Hidalgo ? pregunt incautamente un hombre sentado al otro lado de la mesa.Burrich pos su mirada sobre l cuando pos la jarra. Por un momento guard silencio y sent cmo se cerna otra vez aquel mutismo.Quin sea la madre es algo que incumbe al prncipe Hidalgo, no a nosotros respondi suavemente Burrich.En efecto, en efecto se avino raudo el guardia, y Jason asinti a su vez moviendo la cabeza igual que un pjaro en celo. An joven como era, no pude evitar preguntarme qu clase de hombre sera aquel que, con una pierna vendada, era capaz de acallar toda una habitacin llena de hombres rudos con una sola mirada o una palabra.El cro no tiene nombre coment Jason para romper el silencio. Atiende a "chico", sin ms.Este aserto pareci dejar sin palabras a todo el mundo, incluso a Burrich. El silencio perdur hasta que hube dado cuenta del pan, el queso y la carne, que trasegu con un par de sorbos de cerveza que me ofreci Burrich. Los dems hombres fueron saliendo de la estancia gradualmente, de dos en dos y de tres en tres, pero l segua all sentado, bebiendo y mirndome.Bueno dijo, transcurrido un buen rato. Conociendo a tu padre, dar la cara y har lo que tenga que hacer. Aunque slo Eda sabe cul pensar que es su deber. Lo que resulte ms doloroso, probablemente. Me observ en silencio un momento ms. Ya has comido bastante ? pregunt, al cabo.Asent y l se incorpor con dificultad, para apearme de la mesa y dejarme en el suelo.Pues entonces, arrea, Traspi dijo. Sali de la cocina y se adentr en un pasillo distinto. La pierna tiesa restaba garbo a sus andares y quiz la cerveza tuviera tambin parte de culpa. Lo cierto es que no me cost nada seguir su paso. Llegamos finalmente a una puerta pesada y a un guardia que nos salud con la cabeza mientras me devoraba con los ojos.Fuera, soplaba un viento helado. Todo el hielo y la nieve que se haban reblandecido durante el da haban vuelto a solidificarse al caer la noche. El sendero cruja bajo mis pies y el viento pareca colarse por todos los resquicios de mi atuendo. Me haba calentado los pies y las mallas junto al fuego de la cocina, pero no se me haban secado del todo, de modo que el fro se adue de mis piernas. Recuerdo la oscuridad y el repentino agotamiento que se abati sobre m, una somnolencia espantosa y lastimera que me aplastaba mientras segua al desconocido de la pierna vendada a travs del patio fro y oscuro. Haba altas paredes a nuestro alrededor y guardias que las recorran intermitentemente, siluetas visibles slo cuando ocultaban ocasionalmente alguna estrella del firmamento. El fro me mortificaba, y trastabill y tropec en el sendero helado. Pero haba algo en la figura de Burrich que me impeda gimotear o pedirle cuartel. Lo segu sumiso. Llegamos a un edificio y abri un recio portaln.Escaparon por la abertura el calor y el olor de los animales, y una tenue luz amarilla. Un adormilado mozo de cuadra se sent en su nido de paja, parpadeando como un pollo desastrado. A una palabra de Burrich volvi a tumbarse, se acurruc en el heno y cerr los ojos. Pasamos a su lado, con Burrich cerrando la puerta a nuestra espalda. Cogi la lmpara que arda dbilmente junto al umbral y sigui guindome.En ese momento entr en un mundo distinto, un mundo nocturno en el que los animales se agitaban y respiraban en sus cajones, en el que los perros levantaban la cabeza de sus patas delanteras para observarme con relucientes ojos verdes o amarillos al fulgor de la lmpara. Los caballos resollaron cuando pasamos junto a sus compartimientos.Los halcones estn al final dijo Burrich mientras dejbamos atrs un compartimiento tras otro. Supuse que aquello era algo que l pensaba que yo deba saber. Ah. Esto bastar. De momento, al menos. Que me aspen si s qu otra cosa hacer contigo. Si no fuera por la doncella Paciencia, pensara que alguien quiere gastarle una broma al seor. Hale, Morrn, aparta y hazle un hueco en la paja a este chico. Eso es, acurrcate al lado de Fosca, muy bien. Ella cuidar de ti y le propinar un buen bocado al que se le ocurra molestarte.Me encontr plantado delante de un espacioso compartimiento, habitado por tres perros de caza. Se haban desperezado y estaban tumbados, bataneando la paja con los rabos tiesos al escuchar la voz de Burrich. Me acerqu a ellos dubitativo y al final me tend al lado de una perra vieja que tena el hocico blanco y una oreja desgarrada. El macho mayor me vigilaba con cierta suspicacia, pero el tercero era un cachorro crecido, y Morrn me dio la bienvenida lamindome las orejas, frotando su nariz con la ma y ponindome las patas encima. Lo rode con un brazo para tranquilizarlo y luego me acurruqu entre ellos como me haba aconsejado Burrich. Este me tap con una gruesa manta que ola poderosamente a caballo. Un enorme caballo gris se agit de improviso en el compartimiento adyacente, propin una fuerte coz a la pared y luego asom la cabeza por arriba para ver a qu se deba tanto alboroto nocturno. Burrich lo apacigu con una caricia distrada.Vers que en esta avanzadilla no andamos sobrados de espacio. Seguro que encuentras Torre del Alce ms acogedora. Pero esta noche te quedars aqu, abrigado y a salvo. Se demor un instante ms, observndonos. Caballos, perros y halcones, Hidalgo. Te los he cuidado durante muchos aos, y bien que me he ocupado de ellos. Pero este desliz... en fin, esto no tiene nada que ver conmigo.Saba que no hablaba conmigo. Lo espi por encima del borde de la manta mientras coga la lmpara de su gancho y se alejaba, musitando para s. Me acuerdo perfectamente de aquella noche, del calor de los perros, del hormigueo que me produca la paja e incluso del sueo que me asalt finalmente cuando el cachorro se hizo una bola a mi lado. Me introduje en su mente y compart con l sueos de persecuciones sin fin, en pos de una presa invisible cuyo olor me impulsaba hacia adelante en medio de zarzas, ortigas y espinos.Y con el sueo del perro, la precisin del recuerdo se diluye como los brillantes colores y los marcados lmites de una alucinacin narcotizada. Lo cierto es que los das que siguieron a aquella primera noche carecen de tal nitidez.Recuerdo los hmedos das de finales del invierno en que aprend la ruta que comunicaba mi establo con la cocina. Era libre de entrar y salir de all a mi antojo. A veces haba un cocinero al cuidado, colgando carne en los garfios de la chimenea, amasando pan o abriendo algn tonel. A menudo no haba nadie, y yo me procuraba cuanto quedara en la mesa y comparta las sobras generosamente con el cachorro, que rpidamente se convirti en mi compaero inseparable. Los hombres iban y venan, coman y beban, y me observaban con una curiosidad y especulacin que aprend a aceptar como algo normal. Todos guardaban cierto parecido, con sus toscas capas y mallas de lana, sus cuerpos musculosos y su fluidez de movimientos, y la insignia del alce en pleno salto que portaba cada uno sobre el corazn. Mi presencia incomodaba a algunos. Me acostumbr al murmullo de voces que se desencadenaba siempre que sala de la cocina.Burrich fue una constante en aquellos das. Me prodigaba la misma atencin que a las dems bestias de Hidalgo: me daba de comer, me baaba y me adiestraba, adiestramiento que consista habitualmente en correr en torno a sus pies mientras l realizaba otras tareas. Pero esos recuerdos son borrosos y los detalles, como los referentes al aseo o al cambio de ropa, probablemente se han desvanecido con la serena asuncin de un nio de seis aos que estima corrientes esas cosas. Del que s me acuerdo es del cachorro: Morrn. Su pelaje era rojo, corto y lustroso, y erizado de tal modo que me traspasaba la ropa cuando compartamos la manta de caballo por las noches. Tena los ojos verdes como el mineral de cobre, su nariz tena el color del hgado asado y el interior de su boca y su lengua estaban j aspeados de rosa y negro. Si no estbamos comiendo en la cocina, jugbamos a pelearnos en el patio o en el heno de nuestro compartimiento. se fue mi mundo mientras permanec en aquel lugar. No mucho tiempo, creo, porque no recuerdo que cambiara el tiempo. Todos mis recuerdos de aquella etapa se enmarcan en das inclementes de fuertes rfagas de viento, de nieve y hielo que se derretan parcialmente cada da para recuperarse con las heladas nocturnas.Conservo otro recuerdo de aquel entonces, aunque no es muy preciso. Es ms bien clido y de tonos suaves, como se ve un viejo y rico tapiz en una sala mal iluminada. Recuerdo haberme despertado con los meneos del cachorro y la luz amarilla de una lmpara sostenida en vilo sobre m. Haba dos hombres, pero Burrich se mantena firme detrs de ellos y no sent miedo.Mira, has conseguido que se despierte advirti uno, y se era el prncipe Veraz, el hombre de la cmara bien iluminada de mi primera noche.Y qu? Ya se dormir otra vez cuando nos vayamos. Maldita sea, si hasta tiene los ojos de su padre. Lo juro, habra reconocido su linaje nada ms verlo. Nadie que lo vea podr negarlo. Pero, es que entre Burrich y t no tenis ms sentido comn que una chinche ? Por bastardo que sea, no se deja un chiquillo con las bestias. No podais haberlo metido en otra parte?El hombre que hablaba se pareca a Veraz en el contorno de la mandbula y los ojos, pero ah terminaba la semejanza. Este hombre era mucho ms joven. Tena las mejillas despejadas, y su cabello perfumado y alisado era castao y ms fino. Sus mejillas y su frente se vean enrojecidas por el fro de la noche, pero era algo reciente, no el bronceado curtido de Veraz. Adems, Veraz vesta igual que sus hombres, con prcticas lanas de slida confeccin y colores apagados. nicamente la insignia de su pecho despuntaba con los colores del hilo de plata y oro. Pero el joven que estaba a su lado reluca de escarlata y amarillo claro, y su capa colgaba con el doble de la longitud necesaria para que se cubriera un hombre. El jubn que asomaba debajo era de un rico color crema, y estaba cuajado de cordones. Se sujetaba la bufanda en torno al cuello con un venado saltarn de oro cuyo nico ojo era una rutilante gema verde. Y su cuidada diccin era como una enrevesada cadena de oro en comparacin con los simples eslabones del discurso de Veraz.Regio, no se me haba ocurrido. Qu s yo de crios? Se lo di a Burrich. Trabaja para Hidalgo, as que se ha ocupado...Sin pretender ofender a nadie, seor intervino Burrich, francamente confuso. Soy empleado de Hidalgo, y he cuidado del pequeo como he juzgado oportuno. Podra haberle procurado unas tablas en la sala de guardias, pero parece pequeo para estar en compaa de hombres as, que entran y salen a todas horas, siempre pelendose, bebiendo y alborotando. El tono de sus palabras evidenciaba el desagrado que le producan sus compaeros. Aqu echado, estaba tranquilo, y el cachorro se ha encariado con l. Adems, Fosca lo cuida de noche, as que nadie podra hacerle ningn dao sin llevarse un buen mordisco. Seores, s poco de nios, y pens...Est bien, Burrich, est biendijo Veraz suavemente, interrumpindolo. Si se hubiera tenido que pensar algo, la tarea habra recado sobre m. Lo dej en tus manos, y estoy complacido con tu trabajo. Es mucho ms de lo que tienen muchos crios en esta aldea, Eda lo sabe. Aqu, por ahora, estar bien.Tendrn que cambiar las cosas cuando llegue a Torre del Alce. Regio no pareca complacido.De modo que nuestro padre desea que vuelva con nosotros a Torre del Alce ? Fue Veraz el que formul la pregunta.Nuestro padre s. Mi madre no.Oh.El tono de Veraz indicaba que no le interesaba abundar en ese debate. Pero Regio frunci el ceo y continu.A mi madre, la reina, no le hace ni pizca de gracia todo esto. Ha intentado aconsejar al rey al respecto, sin xito. Madre y yo estbamos a favor de dejar al chico... al margen. Es de sentido comn. La lnea sucesoria ya est de sobra enrevesada.Pues yo ahora no la veo nada enrevesada, Regio dijo Veraz, sereno. Hidalgo, yo y luego t. Luego nuestro primo Augusto. Este bastardo sera el quinto.Ya s que me precedes; no hace falta que me lo restriegues por la cara a la menor ocasin contest framente Regio. Me fulmin con la mirada. Sigo pensando que lo mejor sera no tenerlo rondando por ah. Y si Hidalgo no consigue tener un heredero legal con Paciencia ? Y si decide reconocer a este... nio ? Sembrara la discordia entre los nobles. Para qu tentar a la suerte ? Eso opinamos mi madre y yo. Pero nuestro padre el rey no es dado a irreflexiones, como bien sabemos. Ms vale maa que fuerza, que reza el adagio. Ha prohibido que nadie tome cartas en el asunto. "Regio", me dijo, con esa voz que pone. "No hagas nada que no puedas deshacer, hasta haber pensado qu no podrs hacer cuando lo hayas hecho". Luego se ri. El propio Regio solt una risita amarga. Qu harto estoy de sus gracias.Oh repiti Veraz. Yo segua tumbado, preguntndome si intentaba dilucidar el significado de las palabras del rey o si simplemente se resista a replicar a las quejas de su hermano.Evidentemente, comprenders cul es su verdadero motivo le inform Regio. Que es ?Sigue prefiriendo a Hidalgo. Regio pareca disgustado. A pesar de todo. A pesar de su estpido matrimonio y su excntrica esposa. A pesar de este contratiempo. Y ahora cree que esto influir en la gente, que lo aceptarn. Demostrar que Hidalgo es un hombre, que puede tener descendencia. O eso o que es humano y puede cometer errores como todo el mundo. El tono de Regio denotaba que no comulgaba con sus palabras. Y esto har que la gente lo quiera ms, que apoye ms su futuro reinado? Haber engendrado un mocoso con alguna salvaje antes de casarse con su reina? Veraz pareca desconcertado por la lgica.Percib el rencor en la voz de Regio.Eso piensa el rey, al parecer. Es que le importa un bledo el deshonor? Aunque sospecho que Hidalgo no opinar lo mismo sobre utilizar a su bastardo de ese modo. Sobre todo en lo que se refiere a la adorable Paciencia. Pero el rey ha ordenado que el bastardo marche a Torre del Alce cuando volvis. Regio me mir como si se sintiera insatisfecho.Veraz se mostr atnito brevemente, pero asinti. Sobre los rasgos de Burrich pesaba una sombra que la luz amarilla de la lmpara no consegua levantar.Mi seor no tiene voz en este asunto? aventur Burrich. Yo dira que si quiere entregar un estipendio a la familia de la madre del muchacho, y dejarlo al margen; bueno, por no herir la sensibilidad de mi seora Paciencia, se le debera permitir esa discrecin...El prncipe Regio lo interrumpi con un bufido desdeoso.Tena que haberse acordado de la discrecin antes de revolcarse con esa fulana. La doncella Paciencia no es la primera mujer que tiene que hacer frente a un bastardo de su marido. Aqu todos saben de su existencia; la torpeza de Veraz se ha ocupado de eso. No tiene sentido intentar ocultarlo. Y en cuanto a lo que concierne a un bastardo real, ninguno de nosotros puede permitirse el lujo de pensar en sensibilidades, Burrich. Dejar a este cro en este lugar equivaldra a dejar un arma apoyada en la garganta del rey. Seguro que hasta un criador de perros se da cuenta de eso. Y si t no te das cuenta, tu amo s.Una glida dureza se haba asomado a la voz de Regio, y vi que Burrich se encoga ante sus palabras como no lo haba visto encogerse ante nada. Eso me atemoriz; me cubr la cabeza con la manta y me hund ms en la paja. A mi lado, Fosca gru suavemente en el fondo de la garganta. Creo que eso hizo que Regio retrocediera, pero no estoy seguro. Los hombres se fueron poco despus y, si siguieron hablando de m despus de aquello, no guardo ningn recuerdo.Pas el tiempo, y creo que fue dos o quiz tres semanas ms tarde que me encontr aferrado al cinturn de Burrich, intentando rodear con mis cortas piernas el lomo de un caballo detrs de l mientras salamos de la fra aldea y comenzbamos lo que yo crea un viaje interminable a tierras ms clidas. Supongo que en algn momento Hidalgo debi de ir a visitar al bastardo que haba engendrado y deba de haber llegado a alguna conclusin al verme, aunque no conservo ningn recuerdo de tal encuentro con mi padre. La nica imagen que guardo de l en mi mente es la de su retrato en la pared de Torre del Alce. Aos despus supe que su diplomacia haba surtido el efecto deseado y haba asegurado una tregua y una paz que duraron hasta bien entrada mi adolescencia, ganndose el respeto e incluso el aprecio de los chyurda.A decir verdad, yo fui su nico fracaso aquel ao, aunque monumental. Se adelant a nosotros en su regreso a Torre del Alce, donde renunci a su derecho al trono. Para cuando llegamos, la doncella Paciencia y l haban abandonado la corte para vivir como seor y seora de Bosque Blanco. He estado en Bosque Blanco. Su nombre no guarda relacin alguna con su aspecto. Es un valle clido, distribuido en torno a un ro de aguas cantarinas que surca una amplia planicie asentada entre lomas y colinas. Un lugar en el que cultivar uvas, cereales y nios robustos. Son tierras amables, alejadas de las fronteras, de la poltica de la corte, de todo lo que haba sido la vida de Hidalgo hasta entonces. Era un pastizal, un exilio afable y amable para un hombre que hubiera podido reinar. Un descanso de terciopelo para un guerrero y el silencio de un extraordinario y hbil diplomtico.As fue como llegu a Torre del Alce, hijo nico y bastardo de un hombre al que no conoca. El prncipe Veraz se convirti en Rey a la Espera y el prncipe Regio ascendi un peldao en la lnea de sucesin. Si lo nico que hubiera hecho fuese nacer y ser descubierto, habra dejado una marca indeleble en la tierra. Crec sin padre ni madre en una corte donde todos me tenan por un catalizador. Y en un catalizador me convert.2. NuevoCirculan numerosas leyendas acerca de Dueo, el primer marginado que reclam Torre del Alce como Primer Ducado y el fundador del linaje real. Una de ellas cuenta que la partida de saqueo en que estaba embarcado fue su primera y ltima incursin lejos de la rida y fra isla ignota que lo engendr. Dicen que al ver las empalizadas de Torre del Alce, anunci: "Si tienen fuego y comida, no saldr de ah". Y tenan, y no sali.Pero los rumores familiares hablan de un mal marinero, enfermo a causa de las aguas embravecidas y las raciones de pescado azul que constituan el sustento de los dems marginados. Cuentan que su tripulacin y l llevaban das a la deriva y que, si no hubiera conseguido apoderarse de Torre del Alce, sus propios hombres lo hubieran tirado al mar. Sin embargo, el viejo tapiz del Gran Saln lo muestra como un osado capitn sonriendo ferozmente en la proa de su velero mientras sus remeros lo impulsan hacia una antigua Torre del Alce de troncos y piedras mal alineadas.Torre del Alce haba nacido para ser un puesto defendible en un ro navegable en la boca de una baha de fcil acceso.Algn terrateniente sin importancia, cuyo nombre se ha perdido en las brumas de la historia, vio el potencial para controlar el comercio en el ro y construy la primera fortaleza del lugar. En apariencia, la haba levantado para defender el ro y la baha de las incursiones de marginados que llegaban todos los veranos para saquear las poblaciones ribereas. Pero no contaba con los saqueadores que se infiltraran en sus fortificaciones mediante ardides. Las torres y las murallas se convirtieron en su punto de apoyo. Avanzaron sus ocupaciones y dominios ro arriba, y al reformar su fuerte de madera en torres y murallas de resistente roca, convirtieron finalmente Torre del Alce en el corazn del Primer Ducado, y a la larga en la capital del reino de los Seis Ducados.La casa regente de los Seis Ducados, los Vatdico, descenda de aquellos marginados. Durante varias generaciones haban mantenido lazos con los marginados, realizando viajes de cortesa y volviendo a casa con orondas esposas atezadas de su pueblo. De ese modo la sangre de los marginados se conservaba fuerte en los linajes reales y las casas nobles, produciendo vstagos de pelo y ojos negros y extremidades robustas y musculosas. Acompaaba a estos atributos cierta predileccin por la Habilidad, y por todos los peligros y debilidades inherentes a dicha sangre. Tambin yo tena mi porcin de esa herencia.Pero mi primera experiencia con Torre del Alce no tuvo nada que ver con la historia ni la herencia. La conoc simplemente como la ltima parada de un viaje, un panorama de ruido y personas, carros, perros, edificios y calles sinuosas que desembocaban en una inmensa fortaleza de piedra erigida en lo alto de los acantilados que dominaban la ciudad cobijada a sus pies. El caballo de Burrich estaba cansado, y sus pezuas patinaban en los resbaladizos adoquines de las calles de la ciudad. Yo me agarraba tenazmente al cinturn de Burrich, demasiado agotado y dolorido para quejarme. Levant la cabeza una vez para mirar las altas torres y paredes grises de la fortaleza que seoreaba sobre nosotros. Pese a la desacostumbrada calidez de la brisa marina, pareca fra y ominosa. Apoy la frente en la espalda de Burrich y me sent mareado por culpa del penetrante olor a yodo del inmenso mar. As fue como llegu a Torre del Alce.Burrich tena su alojamiento encima de los establos, no muy lejos de las antiguas caballerizas. All me llev, junto a los perros y el halcn de Hidalgo. Se ocup primero del halcn, pues el viaje lo haba dejado lamentablemente maltrecho. Los perros estaban encantados de haber regresado a su hogar y hacan gala de una vitalidad inagotable que resultaba enervante para cualquiera que estuviera tan cansado como yo. Morrn me revolc por el suelo media-decena de veces antes de que lograra meterle en su terca cabezota perruna que estaba cansado, mareado y sin ganas de jugar. Respondi como habra hecho cualquier cachorro: buscando a sus antiguos compaeros de carnada y enzarzndose de inmediato en una pelea medio en serio con uno de ellos, pelea que Burrich zanj con un grito. Quiz fuera sirviente de Hidalgo, pero cuando estaba en Torre del Alce era el seor de los perros, los caballos y los halcones.Una vez atendidas sus bestias, recorri los establos, supervisando las obras realizadas, o incompletas, en su ausencia. Los mozos de cuadra, caballerizos y cetreros aparecieron como por arte de magia para defender sus responsabilidades de cualquier crtica. Yo trot pegado a sus talones mientras pude aguantar el ritmo. Slo cuando me di por vencido finalmente y me hund exhausto en un montn de heno pareci reparar en m. Le cruz el semblante un gesto de irritacin, y luego otro de enorme cansancio.Eh, t, Mazurco. Llvate al pequeo Traspi a las cocinas y ocpate de que le den de comer. Luego llvalo de vuelta a mis aposentos.Mazurco era un perrero bajo y moreno, de unos diez aos de edad, que acababa de ser halagado por la buena salud de una carnada parida en ausencia de Burrich. Momentos antes participaba de la aprobacin de Burrich. Ahora perdi la sonrisa y me observ con suspicacia. Nos miramos fijamente mientras Burrich segua su paseo entre los compartimientos con su squito de nerviosos cuidadores. El muchacho se encogi de hombros y medio se agazap para mirarme a la cara.As que tienes hambre, eh, Traspi ? Vamos a buscar un bocado? pregunt, de modo incitante, exactamente con el mismo tono que haba empleado para conseguir que sus cachorros salieran donde Burrich pudiera verlos. Asent, aliviado porque no esperara de m nada ms que lo esperable de un cachorro, y lo segu.Volvi la vista atrs frecuentemente para ver si yo mantena el paso. En cuanto salimos de los establos, Morrn vino a m dando saltos de alegra. El evidente afecto que me profesaba el perro aument la estima que pudiera sentir Mazurco hacia m, y sigui dirigindose a nosotros con breves frases de aliento, dicindonos que bamos a buscar comida, venga, no, deja en paz a ese gato, corre, vers qu gente ms buena.Los establos eran un hervidero, con los hombres de Veraz descargando sus caballos y su equipo y Burrich encontrando faltas en todo lo que no se haba hecho siguiendo sus indicaciones en su ausencia. Pero conforme nos acercbamos a la torre interior, el trfico pedestre aumentaba. La gente pasaba junto a nosotros ocupada en todo tipo de recados: un muchacho que cargaba con un inmenso trozo de bacn sobre el hombro, un risueo grupo de chicas abrazadas a manojos de juncos y brezo, un anciano malhumorado con una cesta de pescado vivo, y tres damas con trajes de colores y cascabeles, de voces tan cantarinas como sus campanillas.Mi olfato me inform de que nos acercbamos a las cocinas, pero el trnsito aumentaba proporcionalmente, hasta que llegamos a una puerta por la que entraba y sala un verdadero torrente de personas. Mazurco se detuvo, y Morrn y yo nos paramos a su espalda, olisqueando complacidos. Vio la multitud que se agolpaba en la puerta y frunci el ceo.Esto est a rebosar. Todo el mundo se prepara para el banquete de bienvenida de esta noche, en honor de Veraz y Regio. Todo el que es alguien ha venido a Torre del Alce para asistir al evento; se ha corrido la voz de que Hidalgo renuncia al trono. Todos los duques se han personado o han enviado algn consejero. He odo que incluso los chyurda envan a alguien, para asegurarse de que Hidalgo hace honor a su palabra y que ya no piensa...Se call, azorado de repente, bien por estar hablando de mi padre con el motivo de su abdicacin, o bien por estar dirigindose a un cachorro y a un cro de seis aos como si fueran inteligentes, no estoy seguro. Mir alrededor, valorando la situacin.Esperad aqu nos dijo, al cabo. Ya entro yo y te saco algo. Corro menos peligro de que me pisen... o me agarren. Quietos. Subray su orden con un gesto firme. Retroced hasta una pared y me qued all en cuclillas, lejos del trfico, con Morrn sentado obediente a mi lado. Vi con admiracin cmo se acercaba Mazurco a la puerta y se colaba entre las gentes apiadas, adentrndose en las cocinas como una anguila.Con Mazurco lejos, me llam la atencin el gento. En general las personas que pasaban junto a nosotros eran lacayos y cocineros, entre los que se mezclaban varios juglares, mercaderes y repartidores. Los vi ir y venir con una mezcla de curiosidad y hasto. Ese da ya haba visto demasiadas cosas como para encontrarlos de gran inters. Ms que comida, lo que deseaba era un lugar tranquilo lejos de toda aquella actividad. Me sent de golpe en el suelo, con la espalda apoyada en la pared de la torre, caliente por el sol, y puse la frente en las rodillas. Morrn se recost contra m.El rabo de Morrn golpeando en el suelo me desperez. Alc la cara de las rodillas para encontrarme con un par de botas altas marrones. Mis ojos ascendieron por los pantalones de cuero basto y una tosca camisa de lana hasta reparar en un rostro hirsuto coronado por una mata de pelo gris pimienta. El hombre que me observaba balanceaba un barrilete sobre un hombro.Oye, t eres el bastardo?Ya haba escuchado aquella palabra lo suficiente para saber que se refera a m, sin comprender la totalidad de su significado. Asent despacio. El inters ilumin la cara del hombre.Oye dijo en voz alta, sin dirigirse a m sino a la gente que iba de un lado para otro. Este es el bastardo. El desliz del cachondo de Hidalgo. Se le parece un poco, no os parece? Quin es tu madre, chico?Dicho sea en su honor, la mayora de los transentes siguieron yendo y viniendo, sin dedicar ms que una mirada de curiosidad al mocoso que estaba sentado contra la pared. Pero la pregunta del hombre del barrilete deba de ser ciertamente interesante, pues no fueron pocas las cabezas que se volvieron, y varios comerciantes que acababan de salir de la cocina se acercaron para escuchar la respuesta.Pero no contest. Madre siempre haba sido madre, y lo que hubiera sabido de ella era ya un recuerdo lejano. De modo que no respond, sino que me limit a mirarlo fijamente.Oye. Bueno, pues cmo te llamas, chico? Volvindose hacia su pblico, confi: He odo por ah que no tiene nombre. Nada de rimbombantes nombres reales que le den forma, ni siquiera un nombre de campo con el que reirlo. Es eso cierto, chico? Tienes nombre?El grupo de curiosos creca. Unos pocos parecan compadecerse de m con sus miradas, pero nadie interfiri. Parte de mi estado de nimo se contagi a Morrn, que se tumb de lado y ofreci la barriga en actitud suplicante mientras bata la cola con ese antiguo gesto canino que siempre dice: "Soy slo un cachorro. No puedo defenderme. Apiadaos". De haber sido perros, me habra olisqueado y se habran marchado. Pero los humanos carecen de ese tipo de cortesa innata. De modo que, cuando segu sin contestar, el hombre se acerc un paso y repiti:Tienes nombre, chico?Me puse de pie muy despacio, y la pared que antes haba sentido caliente en la espalda me pareci entonces una fra barrera contra mi retirada. A mis pies, Morrn se contorsionaba en el polvo de espaldas y emita plaideros gemidos.No dije en voz baja, y cuando el hombre hizo ademn de acercarse ms para orme, NO! grit, y lo repel, al tiempo que avanzaba de lado paralelamente a la pared. Lo vi trastabillar de espaldas, perdiendo asidero en su barrilete, que cay contra los adoquines y se rompi. Ninguno de los presentes comprenda qu haba ocurrido. Yo el que menos. La gran mayora se ri al ver a un adulto acobardado delante de un chiquillo. En ese momento se forj mi reputacin de arisco y valiente, pues antes del anochecer la historia del bastardo que haba hecho frente a su torturador se escuchaba por toda la ciudad. Morrn corri a mis pies y huy conmigo. Vi de pasada el rostro de Mazurco, tirante por la confusin mientras sala de la cocina, con las manos cargadas de pasteles, y vea cmo escapbamos Morrn y yo. De haberse tratado de Burrich, probablemente me habra parado y le habra confiado mi seguridad. Pero no lo era, as que corr, dejando que Morrn tomara la delantera.Huimos en medio de las tropas de sirvientes, slo otro cro y su perro correteando por el patio, y Morrn me condujo hasta lo que sin duda consideraba el lugar ms seguro del mundo. Lejos de la cocina y la torre interior haba una oquedad excavada por Fosca bajo una esquina de un edificio desvencijado donde se guardaban sacos de guisantes y judas. All haba nacido Morrn, desafiando la voluntad de Burrich, y aqu Fosca haba logrado ocultar a sus cachorros durante casi tres das completos. El propio Burrich fue quien dio con su escondrijo. Su olor fue el primer olor humano que poda recordar Morrn. Haba que arrastrarse para colarse debajo del edificio, pero una vez dentro, la madriguera era clida, estaba seca y en penumbra. Morrn se acurruc contra m y lo rode con un brazo. All escondidos, nuestros corazones pronto dejaron de galopar desbocados y la tranquilidad dio paso a un profundo sueo sin sueos reservado para los cachorros y las clidas tardes de primavera.Me despert tiritando, horas despus. Era noche cerrada y la tenue calidez de aquel da de principios de primavera se haba evaporado. Morrn se despert al mismo tiempo que yo, y juntos gateamos y reptamos fuera del cubil.Un elevado firmamento nocturno se extenda sobre Torre del Alce, cuajado de estrellas fras y brillantes. El olor de la baha era ms pronunciado, como si los olores diurnos de los hombres, los caballos y los guisos fueran cosas efmeras que de noche se rindieran al poder del ocano. Recorrimos senderos desiertos, cruzando patios de entrenamiento, graneros y viedos. Todo estaba en calma y silencio. Cuando nos acercamos a la torre interior vi antorchas todava encendidas y o voces elevadas an en conversacin. Pero todo pareca cansado de alguna forma, los ltimos vestigios de algaraba que pierden su fuerza antes de que el alba ilumine los cielos. Aun as, dimos un amplio rodeo para eludir la torre interior, hartos de la gente.Me descubr siguiendo a Morrn de vuelta a los establos. Mientras nos aproximbamos a las pesadas puertas me pregunt cmo bamos a entrar. Pero Morrn empez a menearse vigorosamente cuando nos acercamos, e incluso mi pobre olfato capt el olor de Burrich en la oscuridad. Se levant de la caja de madera en la que haba estado sentado junto a la puerta.Ah ests dijo, conciliador. Adentro. Venga. Se irgui, abri las pesadas puertas para nosotros y nos franque el paso.Lo seguimos en medio de la oscuridad, entre hileras de compartimientos, mozos y cuidadores acostados en los establos, y pasamos junto a nuestros caballos y perros y el mozo de cuadra que dorma entre ellos, y finalmente hasta una escalerilla que suba por la pared que separaba los establos de las caballerizas. Seguimos a Burrich arriba pisando los desvencijados escalones de madera, y luego abri otra puerta. Me ceg temporalmente la tenue luz amarilla de una vela que agonizaba encima de una mesa. Lo seguimos al interior de una cmara con el techo inclinado que ola a Burrich y al cuero, los aceites, las salvias y las hierbas propias de su profesin. Cerr firmemente la puerta a nuestro paso, y cuando nos adelant para encender una vela nueva con la que aun arda en la mesa, percib en l el olor dulzn del vino.La luz se extendi, y Burrich se sent en una silla de madera junto a la mesa. Pareca distinto, vestido con finas ropas pardas y amarillas, con el jubn atravesado por una cadenita de plata. Extendi la mano, con la palma hacia arriba, sobre la rodilla, y Morrn acudi a l de inmediato. Le rasc las orejas colgantes y le palme las costillas afectuosamente, torciendo el gesto ante el polvo que se desprendi de su pelaje.Vaya pareja que hacis, los dos dijo, dirigindose ms al perro que a m. Mrate. Cubierto de polvo como un pordiosero. Hoy he mentido a mi rey por tu culpa. La primera vez que hago algo as en toda mi vida. Parece que la cada en desgracia de Hidalgo significar tambin la ma. Le dije que estabas rendido y dormido como un tronco, agotado despus del viaje. No le hizo gracia tener que esperar para verte, pero por suerte para nosotros tena asuntos ms acuciantes que atender. La abdicacin de Hidalgo ha puesto nerviosos a muchos seores. Algunos la ven como una ocasin para conseguir ventaja y a otros les duele verse privados de un rey al que admiraban. Artimaas intenta apaciguarlos a todos. Est propagando el rumor de que esta vez fue Veraz el que parlament con los chyurda. Deberan prohibir andar solo al que se crea eso. Pero acudir, acudieron; para ver al nuevo Veraz, para preguntarse cundo y si habr de convertirse en su nuevo rey y qu clase de rey ser. La renuncia de Hidalgo y su estampida a Bosque Blanco ha enervado a los Ducados como si hubiera atizado un avispero con un palo.Burrich apart los ojos de la anhelante cara de Morrn.Bueno, Traspi. Me parece que hoy ya te has formado una primera impresin. Menudo susto le diste al pobre Mazurco, huyendo de esa manera. A ver, te han hecho dao ? Te ha pegado alguien ? Tendra que haberme imaginado que habra quien te echase la culpa de todo. Acrcate, vamos. Venga.Cuando vacil, se dirigi a un catre de mantas ordenadas junto al fuego y las palp de modo incitante.Mira. Ya tienes tu sitio, todo listo. Y en la mesa hay pan y carne para los dos.Sus palabras me hicieron reparar en la bandeja tapada que haba encima de la mesa. Carne, confirmaron los sentidos de Morrn, y su olor me alcanz de pleno. Burrich se ri cuando nos abalanzamos sobre la mesa y aprob en silencio cmo comparta una porcin con Morrn antes de llenarme la boca. Comimos hasta hartarnos, porque Burrich no haba subestimado el apetito que podran tener un nio y un cachorro tras todo un da de correras. Y luego, pese a la larga siesta que habamos hecho antes, las mantas arrimadas al fuego se me antojaron irresistiblemente acogedoras. Con el estmago lleno, nos enroscamos respaldados por las llamas y nos quedamos dormidos.Cuando despert a la maana siguiente, el sol estaba muy alto y Burrich ya se haba ido. Morrn y yo dimos cuenta de los restos del pan de la noche previa y romos los huesos sobrantes hasta dejarlos pelados antes de bajar a los aposentos de Burrich. Nadie nos detuvo ni pareci interesarse por nosotros.Fuera, haba comenzado otro da de caos y alharaca. La torre estaba, si es que era posible, an ms abarrotada de gente. Su deambular levantaba polvo y su amalgama de voces se superpona al susurro del viento y el murmullo lejano de las olas. Morrn se embebi de todo aquello: cada olor, cada imagen, cada sonido. El redoblado impacto sensorial me aturdi. Mientras caminaba deduje a partir de retazos de conversacin que nuestra llegada haba coincidido con cierto rito primaveral de convivencia y hermandad. La abdicacin de Hidalgo segua acaparando casi todos los temas, pero eso no impeda que los espectculos de tteres y los malabaristas convirtieran cada esquina en un escenario para sus actuaciones. Al menos un teatro de marionetas incorporaba ya la cada de Hidalgo en su histrinica comedia, y asist desde el anonimato del gento a un dilogo relativo a la siembra en campos ajenos, el cual provoc la hilaridad del pblico.Pero enseguida el tumulto y el ruido se volvieron opresivos para ambos, de modo que indiqu a Morrn mi deseo de alejarme de todo aquello. Salimos de la torre, cruzando la puerta de gruesas murallas junto a unos guardias concentrados en coquetear con las parranderas que iban y venan. Un muchacho ms con su perro, saliendo tras los pasos de una familia de pescaderos, no era algo que llamara la atencin. Sin ms distraccin a la vista, nos dedicamos a seguir a la familia en su recorrido por las tortuosas calles que se alejaban de la torre en direccin a la ciudad de Torre del Alce. Nos fuimos rezagando cada vez ms conforme nuevos olores exigan a Morrn investigar y orinar en cada esquina, hasta que al final nos quedamos l y yo solos deambulando por la ciudad.Torre del Alce era un lugar desguarecido y azotado por el viento. Las calles eran empinadas y sinuosas, pavimentadas con rocas que se movan y desprendan bajo el peso de los carromatos. El viento me inund las fosas nasales de olor a algas y tripas de pescado, mientras los chillidos de las gaviotas y otras aves marinas componan una luctuosa meloda sobre el rtmico murmullo de las olas. La ciudad se aferra a los negros acantilados del mismo modo que los percebes y las lapas se adhieren a los pilotes y embarcaderos que se aventuran en la baha. Las casas eran de piedra y madera con los edificios de madera ms elaborados construidos a ms altura y tallados a mayor profundidad en la ladera rocosa.La ciudad de Torre del Alce era relativamente apacible comparada con la algaraba y el tumulto de la torre. Ninguno de nosotros tena la experiencia ni el sentido comn necesarios para saber que los muelles de la ciudad no eran el lugar ms adecuado para que se perdieran un nio de seis aos y su cachorro. Morrn y yo exploramos con entusiasmo, dejando que nuestro olfato nos guiara por la Calle del Pan y a travs de un mercado casi desierto, y luego junto a los almacenes y naves que componan el nivel inferior de la ciudad. Aqu el agua estaba prxima, y caminamos sobre pilotes de madera tanto como sobre la arena y las piedras. Los negocios seguan llevndose a cabo con pocas concesiones al ambiente carnavalesco de la torre. Los barcos deban amarrar y descargar mientras lo permitieran la subida y la bajada de las mareas, y quienes viven de la pesca tienen que atenerse al horario impuesto por las criaturas con escamas, no por los hombres.Pronto encontramos ms nios, algunos ocupados con los quehaceres ms sencillos de la profesin de sus progenitores y otros ociosos igual que nosotros. Encaj fcilmente entre ellos, sin necesidad de presentaciones ni otras galanteras propias de los adultos. Casi todos eran mayores que yo, pero haba varios que tenan mi misma edad o incluso menos. A ninguno pareci extraarle que yo anduviera por ah solo. As conoc todas las vistas importantes de la ciudad, entre ellas el cadver abotargado de una vaca que haba varado en la orilla con la ltima marea. Visitamos un nuevo barco pesquero en construccin en un muelle atestado de virutas y pestilentes salpicaduras de brea. Un larguero cargado de pescado puesto a ahumar y dejado sin vigilancia sirvi de almuerzo a media docena de nosotros. Si los nios con los que estaba iban peor vestidos o eran ms escandalosos que los que se ocupaban de sus tareas, no me di cuenta. Y si alguien me hubiera dicho que estaba pasando el da con una panda de mocosos pordioseros que tenan prohibida la entrada en la torre debido a sus manos largas, me habra sorprendido enormemente. En aquellos momentos slo saba que se era un da trepidante y agradable, lleno de lugares que visitar y cosas por hacer.Haba algunos jvenes, mayores y ms pendencieros, que habran aprovechado la ocasin para vapulear al chico nuevo si Morrn no hubiera estado conmigo y hubiera enseado los dientes al primer empujn agresivo. Pero, como no di muestras de querer retar su liderazgo, me permitieron seguirlos. Me sent debidamente impresionado por todos sus secretos y me atrevera a decir que hacia el final de aquella larga tarde conoca los arrabales de la ciudad mejor que muchos de los que se haban criado sobre ella.No me preguntaron cmo me llamaba, sino que se limitaron a llamarme el Nuevo. Los dems tenan nombres tan simples como Hoz o Retinto, o tan descriptivos como Robarredes o Martllete. Esta ltima podra haber sido una criatura adorable en las circunstancias adecuadas. Tena uno o dos aos ms que yo, pero era muy extrovertida e ingeniosa. Se meti en una pelea con un chaval de doce aos, pero no se dej amedrentar por sus puos, y sus afilados comentarios pronto consiguieron que todos se rieran del grandulln. Se tom su victoria con calma y me dej impresionado con sus agallas. Pero los moratones que presentaba en la cara y los delgados brazos mostraban capas prpuras, azules y amarillas, y se haba formado una costra de sangre debajo de una de sus orejas. A pesar de todo, Martllete era una nia vivaz, su voz era ms estridente que la de las gaviotas que planeaban sobre nosotros. Entrada la tarde, Retinto, Martllete y yo pasebamos por una orilla pedregosa al otro lado del puesto donde los pescadores zurcan sus redes, con Martllete ensendome a registrar las rocas en busca de tenaces moluscos. Levantaba las grandes piedras con maestra, haciendo palanca con una vara afilada. Me estaba demostrando cmo se utilizaba un clavo para sacar la carne gomosa de su concha cuando otra chica reclam nuestra atencin a voces.La elegante capa azul que ondeaba a su alrededor y los zapatos de cuero que le protegan los pies la distinguan de mis compaeros. Tampoco acuda a sumarse a nuestra recolecta, sino que se acerc simplemente para anunciar:Molly, Molly, est buscndote por todas partes. Se despert casi sobrio hace una hora y empez a llamarte de todo cuando vio que te habas ido y se haba apagado el fuego.Una expresin teida de temor y desafo surc el rostro de Martllete.Vete corriendo, Kittne, y muchas gracias. Me acordar de ti la prxima vez que baje la marea y queden al descubierto los escondrijos de los cmbaros.Kittne inclin la cabeza a modo de breve asentimiento y se apresur a dar media vuelta y correr de vuelta sobre sus pasos. Te has metido en algn lo ? pregunt a Martllete al ver que no segua levantando piedras en busca de moluscos.Algn lo? Solt un bufido de desdn. Depende. Si mi padre consigue mantenerse sobrio lo suficiente para encontrarme, a lo mejor me meto en una buena. Lo ms probable es que esta noche tenga tal curda que no me acierte con nada de lo que me tire. Lo ms probable! repiti firmemente cuando Retinto abri la boca para objetar algo.Dicho aquello, volvi a concentrarse en las piedras de la playa y nuestra bsqueda de moluscos.Estbamos agazapados frente a una criatura gris con muchas patas que encontramos varada en un charco cuando el crujido de una bota pesada sobre las rocas erizadas de percebes nos hizo levantar la cabeza. Retinto grit y sali disparado playa abajo, sin volver la vista atrs. Morrn y yo retrocedimos de un salto, con Morrn pegndose a m, enseando los dientes como un valiente mientras su rabo le golpeaba la acobardada barriga. Molly Martllete no fue tan rpida a la hora de reaccionar o resignarse a lo que se avecinaba. Un hombre demacrado le propin un coscorrn en la cabeza. Era un hombre flaco, de nariz huesuda y colorada, de modo que su puo era como un nudo al final de su brazo esqueltico, pero el golpe consigui despatarrar a Molly en el suelo. Los percebes le produjeron cortes en las rodillas curtidas por el viento y, cuando gate para esquivar la torpe patada dirigida contra ella, hice una mueca al ver la arena salada que se le haba metido en los nuevos cortes. Perra descreda! No te dije que te quedaras y cuidaras del lavado ?! Y te encuentro aqu revolendote en la playa, mientras el sebo se endurece en la olla. Esta noche querrn ms velas en la torre, y qu voy a venderles?Las tres docenas que prepar esta maana. No me dejaste mecha para ms, viejo borracho! Molly se puso de pie y se irgui valientemente pese a tener los ojos cuajados de lgrimas. Qu queras que hiciera? Que consumiera todo el combustible para ablandar el sebo y que cuando por fin me dieras ms mecha ya no hubiera manera de calentar la olla?El viento sopl con fuerza y el hombre se balance con el empujn. Nos lleg una vaharada de su olor. Sudor y cerveza, me inform acertadamente Morrn. Por un momento el hombre pareci compungido, pero luego lo endureci el dolor que senta en el vientre agriado y la cabeza embotada. Se agach de repente y cogi una rama blanquecina que haba dejado la marea en la playa.No te atrevas a hablarme de ese modo, mocosa salvaje! Aqu con los pordioseros, haciendo sabe El qu! Robando otra vez el pescado puesto a ahumar, seguro, abochornndome ms todava! Atrvete a salir corriendo y recibirs el doble cuando te coja.Molly debi de creer sus palabras, porque se limit a acoquinarse cuando avanz l, levantando los brazos delgados para protegerse hasta que pareci pensrselo mejor y slo se cubri el rostro con las manos. Yo estaba transfigurado por el horror mientras Morrn gaa al intuir mi terror y se orinaba a mis pies. O el silbido que produjo el garrote al descender. El corazn me dio un vuelco y empuj al hombre, con una fuerza que brot inesperadamente de mi estmago.Se cay, igual que el tonelero del da anterior. Pero este hombre cay agarrndose el pecho, con su improvisada arma volando inofensivamente por los aires. Se cay a la arena, sufri un espasmo que le estremeci el cuerpo entero y se qued inmvil.Molly abra los ojos un instante despus, encogida ante el golpe que esperaba todava. Vio a su padre desplomado sobre las piedras de la playa y el asombro le demud el rostro. Salt sobre l, gritando:Pap, pap, ests bien? Por favor, no te mueras, lo siento, s que soy una nia mala! No te mueras, ser buena, te prometo que ser buena. Sin hacer caso de sus rodillas ensangrentadas, se arrodill a su lado, le volvi la cara para que no inhalara arena e intent incorporarlo, en vano.Iba a matarte dije, intentando encontrar sentido a lo ocurrido.No. Me pega, un poco, cuando me porto mal, pero nunca me matara. Y, cuando est sobrio y no enfermo, llora y me suplica que no vuelva a ser mala y le haga enfadar. Debera tener ms cuidado para no enfadarlo. Oh, Nuevo, me parece que est muerto.Tampoco yo estaba seguro, pero transcurrido un momento emiti un horrendo gemido y abri un poco los ojos. Pareca que ya haba pasado lo que fuera que haba ocurrido. Acept aturdido los reproches de Molly contra s misma y su ansiosa ayuda, e incluso mi renuente auxilio. Se apoy en los dos mientras cruzbamos la playa de piedras con pie tambaleante. Morrn nos segua, ladrando y corriendo en crculos a nuestro alrededor.Las pocas personas que nos vieron pasar no nos prestaron atencin. Supuse que ver a Molly ayudando a su padre a volver a casa no les resultaba novedoso. Los ayud hasta llegar al umbral de una pequea velera, con Molly disculpndose entre sollozos a cada paso durante todo el camino. All los dej, y Morrn y yo encontramos el camino de vuelta al torren subiendo por las calles sinuosas y la empinada carretera, sin dejar de pensar en las peculiaridades de la gente.Tras haber encontrado la ciudad y a los nios mendigos, me atrajeron como un imn todos los das despus del primero. Burrich ocupaba las maanas con sus distintos quehaceres, y las tardes bebiendo y divirtindose en el Festival de Primavera. Prestaba poca atencin a mis idas y venidas, siempre que me encontrara por la noche acostado en mi catre junto a su chimenea. A decir verdad, creo que no saba muy bien qu hacer conmigo, aparte de procurar que estuviera lo bastante bien alimentado para crecer bien y que durmiera sano y salvo todas las noches. No deba de pasar por su mejor momento. Antes haba sido empleado de Hidalgo y, ahora que Hidalgo haba renunciado a sus servicios, qu sera de l ? Eso deba de darle mucho que pensar. Y luego estaba el asunto de su pierna. Pese a sus conocimientos relativos a los vendajes y las pomadas, pareca incapaz de prodigarse los cuidados que ofreca rutinariamente a sus bestias. En un par de ocasiones vi la herida al descubierto e hice una mueca ante el feo desgarramiento que se negaba a cicatrizar y segua hinchado y supurante. Burrich lo maldeca sonoramente al principio y apretaba los dientes con fuerza todas las noches mientras lo limpiaba y vendaba de nuevo, pero conforme fueron transcurriendo los das lo observaba con ms desesperacin abatida que otra cosa. Con el tiempo consigui que se cerrara, pero la nudosa cicatriz le deform la pierna y trastoc sus andares. No era de extraar que tuviera poco tiempo para pensar en un mocoso bastardo abandonado a su cuidado.De modo que campaba a mis anchas como slo pueden hacerlo los nios pequeos: sin llamar la atencin por lo general. Para cuando hubo terminado el Festival de Primavera, los guardias de la puerta de la torre se haban acostumbrado a verme ir y venir a diario. Probablemente me tomaban por un chico de los recados, ya que en la torre abundaban, si bien algo mayores que yo. Aprend a colarme temprano en la cocina de la torre para que Morrn y yo pudiramos desayunar a placer. Afanar comida corteza requemada en las panaderas, moluscos y algas en la playa, pescado ahumado en los puestos sin vigilancia formaba parte habitual de mis actividades diarias. Molly Martllete era mi compaa ms asidua. Rara vez volv a ver que la pegara su padre despus de aquel da; por lo general estaba demasiado borracho para encontrarla o para cumplir sus amenazas cuando daba con ella. Respecto a lo que hice aquel da, no pens mucho en ello, exceptuando dar gracias porque Molly no se hubiera dado cuenta de que haba sido yo el responsable.La ciudad se convirti en mi mundo y la torre, en el lugar al que iba para dormir. Era verano, una estacin maravillosa para cualquier ciudad portuaria. Daba igual dnde fuera, Torre del Alce era un hervidero de actividad. Llegaban mercancas por el ro Alce, procedentes de los Ducados del Interior, en anchas gabarras fluviales dirigidas por sudorosos barqueros. Su carga se reparta entre las tiendas y los almacenes de la ciudad, y luego regresaba a los muelles y las bodegas de los barcos marinos. stos eran tripulados por marineros malhablados que se burlaban de los ribereos y sus costumbres del interior. Hablaban de oleadas, de tormentas y de noches en que ni siquiera las estrellas asomaban el rostro para guiarlos. Tambin los pescadores recalaban en los muelles de Torre del Alce, y componan el grupo ms genial. Al menos cuando la pesca haba sido abundante.Retinto me ense los muelles y las tabernas, y cmo un chico que supiera correr poda ganarse tres o hasta cinco peniques diarios llevando mensajes por las empinadas calles de la ciudad. Nos las dbamos de osados y astutos, para robar la clientela a los muchachos mayores que pedan hasta dos peniques o ms por hacer un simple recado. Creo que no he vuelto a ser tan valiente como entonces. Si cierro los ojos, puedo oler aquellos das de glora. Estopa, brea y virutas recientes de los diques secos donde los carpinteros de navo blandan sus mazos y cinceles. El dulce olor del pescado fresco y el pestilente hedor de una remesa dejada al sol demasiado tiempo. Las balas de lana puestas al sol aportaban su nota fragante al perfume de las barricas de roble llenas de brandy aejo procedente de Arenas del Borde. Las gavillas de cortafiebre a la espera de refrescar el ambiente de un pique de proa mezclaban su fragancia con la de las cajas de verdes melones. Y todos estos olores eran transportados por una brisa procedente de la baha, condimentada con sal y yodo. Morrn me llamaba la atencin sobre todo cuanto perciba, puesto que sus agudizados sentidos superaban con creces los mos, menos desarrollados.Retinto y yo nos encargbamos de buscar a un navegante que haba ido a despedirse de su mujer o de llevar una muestra de especias a la tienda de un posible comprador. El capitn de puerto poda enviarnos corriendo a avisar a una tripulacin de que algn inepto haba amarrado mal los cabos y la marea estaba a punto de llevarse su barco. Pero mis preferidos eran los encargos que nos llevaban a las tabernas. All era donde desempeaban su oficio los cuentistas y los chismosos. Los primeros referan las historias clsicas, hablaban de expediciones y de tripulaciones que se enfrentaban a temibles tormentas, y de capitanes temerarios que arrastraban sus naves al fondo del mar con todos a bordo. Me aprend de memoria muchos cuentos tradicionales, pero los que ms me gustaban no procedan de los trovadores profesionales sino de los propios marineros. stas no eran historias contadas al calor de la lumbre para que todos las oyeran, sino advertencias y consejos compartidos entre tripulantes mientras los hombres daban cuenta de una botella de brandy o una hogaza de amarillo pan de polen.Hablaban de sus capturas, de redes llenas hasta el punto de ladear la nave o de peces y bestias legendarias atisbadas slo en el reflejo de la luna al cortar la estela del barco. Haba historias de aldeas saqueadas por los marginados, ya fuera en la costa o en las islas de la periferia de nuestro Ducado, y relatos de piratas y batallas martimas y de naves tomadas a traicin desde dentro. Las historias ms absorbentes eran las de los Corsarios de la Vela Roja, marginados que saqueaban y pirateaban, y que asaltaban no slo nuestras naves y ciudades sino tambin otros barcos marginados. Haba quienes se burlaban de la existencia de barcos de quilla colorada y de los que hablaban de las pilleras de unos piratas marginados sobre otros piratas como ellos.Pero Retinto, Morrn y yo nos sentbamos debajo de las mesas con la espalda apoyada en las patas, mordisqueando bollos de pan dulce, y escuchbamos absortos las andanzas de aquellos barcos rojos con decenas de cuerpos colgando de sus vergas, no muertos, no, sino maniatados: hombres que se debatan y chillaban cuando las gaviotas se abalanzaban sobre ellos. Escuchbamos aquellos relatos deliciosamente aterradores hasta que incluso las sofocantes tabernas parecan enfriarse, momento en que nos apresurbamos a correr de nuevo hasta los muelles para ganarnos otro penique.Una vez Retinto, Molly y yo construimos una balsa de troncos arrastrados por la deriva y la trasladamos hasta los muelles. La dejamos all atada y, cuando subi la marea, desprendi una seccin entera del embarcadero y da dos esquifes. Pasamos das con el miedo de que alguien descubriera que habamos sido nosotros los culpables. Y en cierta ocasin un tabernero peg un fuerte tirn de orejas a Retinto y nos acus a los dos de ser unos ladrones. Nuestra venganza fue el hediondo arenque que escondimos debajo de una de sus mesas. Se pudri, apest y atrajo a las moscas durante das antes de que lo encontrara.Aprend multitud de oficios en mis viajes: comprar pescado, reparar redes, construir barcas y holgazanear. Aprend an ms de la naturaleza humana. Me convert en juez perspicaz de quin iba a pagarme realmente el penique prometido por entregar un mensaje y quin se limitara a rerse en mi cara cuando fuera a cobrar. Saba a qu panadero le poda mendigar y en qu tiendas resultaba ms fcil robar. Y durante todo el proceso, Morrn estuvo a mi lado, tan unido a m que rara vez separaba mi mente de la suya por completo. Me vala de su olfato, su vista y sus dientes tan libremente como de los mos, sin que jams me extraara lo ms mnimo.As transcurri la mayor parte del verano. Pero un buen da, con el sol prendido en un cielo ms azul que el mar, se me acab la suerte. Molly, Retinto y yo habamos birlado una generosa ristra de salchichas de un establecimiento y corramos por la calle con su legtimo dueo pisndonos los talones. Nos acompaaba Morrn, como de costumbre. Los dems nios haban aprendido a aceptarlo como parte de m. Creo que nunca se les ocurri preguntarse por nuestra sincrona de pensamiento. ramos el Nuevo y Morrn, y probablemente pensaban que era un truco ensayado el que el perro supiera dnde atrapar nuestro botn antes de que yo lo lanzara. De modo que en realidad ramos un grupo de cuatro, volando por las calles atestadas, pasando las salchichas de manos mugrientas a fauces ensalivadas y vuelta a las manos mientras a nuestra espalda el propietario aullaba y nos persegua en vano.En ese momento sali Burrich de una tienda.Yo corra hacia l. Nos reconocimos en el mismo instante de mutuo desmayo. Lo sombro de la expresin que se apoder de su rostro no me dej lugar a dudas sobre mi conducta. Huye, decid en un suspiro, y esquiv sus manos, slo para descubrir perplejo que de alguna manera me haba abalanzado sobre l.Prefiero no abundar en lo que sucedi a continuacin. Recib una buena somanta de palos, no slo de parte de Burrich sino tambin del encolerizado dueo de las salchichas. El resto de mis cmplices, salvo Morrn, se perdieron en el laberinto de calles. Morrn se arrim a Burrich panza arriba, para recibir su regaina y su azotaina. Vi torturado cmo Burrich sacaba unas monedas de su bolsa para pagar al carnicero. Me sujetaba la espalda de la camisa con una fuerza que casi me tena de puntillas. Cuando el carnicero se hubo marchado y se dispers la pequea multitud congregada para presenciar mi turbacin, Burrich me solt finalmente. Me desconcert la mirada de asco que me lanz. Con otro papirotazo en la cabeza, orden:A casa. Corriendo.As lo hicimos, corrimos como nunca habamos corrido. Encontramos nuestro catre delante del hogar y esperamos atenazados por los nervios. Esperamos y esperamos toda la tarde y hasta bien entrada la noche. Los dos tenamos hambre, pero no se nos ocurri salir. En el rostro de Burrich haba visto algo ms aterrador incluso que la ira del padre de Molly.Cuando lleg Burrich era noche cerrada. Omos sus pasos en las escaleras, y no me hizo falta recurrir a los agudos sentidos de Morrn para saber que haba estado bebiendo. Nos encogimos cuando apareci en la habitacin en penumbra. Respiraban pesadamente, y tard ms de lo habitual en encender varias velas con la que yo haba dejado encendida. Hecho aquello, se dej caer en un banco y nos mir. Morrn gimi y se tendi de costado en perruno acto de contricin. Yo anhelaba imitarlo, pero me conform con mirarlo atemorizado. Habl al cabo de un momento.Traspi. Qu va a ser de ti ? Qu va a ser de nosotros ? Corriendo por las calles con ladrones pordioseros, mientras la sangre de los reyes corre por tus venas, juntndote en manada como un animal.Guard silencio.Y la culpa es tanto ma como tuya, supongo. Acrcate. Acrcate, chico.Me atrev a dar un par de pasos en su direccin. Prefera no acercarme demasiado.Burrich frunci el ceo al reparar en mi desconfianza.Te has hecho dao, chico?Negu con la cabeza.Pues acrcate.Vacil, y Morrn ga torturado por la indecisin.Burrich lo mir de soslayo, desconcertado. Me daba cuenta de que su mente maquinaba embotada por el vino. Sus ojos saltaban del cachorro a m y de nuevo al cachorro, y una expresin de repugnancia se adue de su rostro. Mene la cabeza. Se puso de pie despacio y se alej de la mesa y el cachorro, favoreciendo su pierna lastimada. En la esquina de la cmara haba una pequea balda que contena diversas herramientas y otros objetos cubiertos de polvo. Burrich extendi el brazo con premeditacin y cogi algo. Era un til de madera y cuero, tieso por la falta de uso. Lo blandi y la corta tralla de cuero restall contra su fuerza. Sabes qu es esto, chico ? pregunt apaciblemente, con voz afable.Mene la cabeza, sin habla.Una fusta para perros.Lo mir con expresin vaca. Ni mi experiencia ni la de Morrn me servan para reaccionar ante aquello. Debi de percatarse de mi confusin. Sonri ampliamente y su voz permaneci amigablemente, pero present que haba algo oculto en su conducta, algo a la espera.Es una herramienta, Traspi. Sirve para ensear. Cuando tienes un cachorro desobediente... cuando le dices: "Ven" y el cachorro no viene... en fin, un par de latigazos con esto y aprende a escuchar y a obedecer a la primera. No hacen falta ms que unos cuantos cortes para que un cachorro aprenda a obedecer.Hablaba con indiferencia mientras bajaba la fusta y dejaba que la tralla danzara ligeramente en el suelo. Ni Morrn ni yo podamos quitarle los ojos de encima, y cuando lanz el objeto contra Morrn, el cachorro profiri un gemido de terror y se apart de un salto. Busc refugio a mi lado.Burrich se agach despacio, tapndose los ojos mientras se sentaba en un banco junto a la chimenea.Oh, Eda exhal, a medio camino entre una maldicin y una plegaria. Supuse, sospech, cuando os vea corriendo juntos de esa manera, pero malditos sean los ojos de El, no quera estar en lo cierto. No quera estar en lo cierto. Nunca en mi vida he golpeado a un cachorro con ese maldito chisme. Morrn no tena motivo para temerlo. No a menos que estuvieras compartiendo tu mente con l.Cualquiera que hubiese sido el peligro, intu que ya haba pasado. Me sent al lado de Morrn, que trep a mi regazo y me frot ansiosamente la cara con el hocico. Lo tranquilic, sugirindole que esperara a ver qu ocurra a continuacin. Nio y cachorro, sentados, observando la inmovilidad de Burrich. Cuando alz el rostro por fin, me sorprendi ver que pareca que hubiera estado llorando. Igual que mi madre, recuerdo haber pensado, pero es extrao que no consiga conjurar una imagen de ella llorando. Slo del rostro atormentado de Burrich.Traspi. Chico. Ven aqudijo en voz baja, y esta vez hubo algo en su voz que induca a obedecer. Me levant y me acerqu a l, con Morrn pegado a los talones. No dijo al cachorro, y seal el suelo junto a su bota, pero a m me subi al banco a su lado. Traspi comenz, y se detuvo. Inhal hondo y empez de nuevo: Traspi, esto est mal. Est mal, muy mal, lo que haces con este cachorro. Es antinatural. Es peor que robar o mentir. Hace que un hombre sea menos que un hombre. Lo comprendes?Lo mir con expresin vaca. Suspir y lo intent de nuevo.Muchacho, tienes sangre real. Bastardo o no, eres hijo de Hidalgo, del antiguo linaje. Y esto que haces est mal. No es digno de ti. Entiendes?Negu sin pronunciar palabra.Mira, vers. Ahora has dejado de hablar. Hblame. Quin te ha enseado a hacer esto ?Prob.A hacer qu? Mi voz sonaba spera y oxidada.Los ojos de Burrich se agrandaron. Sent cmo se esforzaba por contenerse.Ya sabes a qu me refiero. Quin te ha enseado a estar con el perro, dentro de su cabeza, a ver lo que ve l, a dejar que vea a travs de ti, a comunicaros?Medit sus palabras un momento. S, eso era lo que suceda.Nadie respond. Pas as. Siempre estbamos juntos aad, creyendo que eso lo explicara todo.Burrich me observ seriamente.No hablas igual que un chiquillo seal de repente. Pero tengo entendido que eso es normal, para los que tenan la antigua Maa. Que nunca fueron nios de verdad, ni siquiera al principio. Siempre saban demasiado, y al hacerse mayores saban todava ms. Por eso nunca se consider un crimen, en el pasado, cazarlos y quemarlos. Comprendes lo que te digo, Traspi?Negu con la cabeza, y cuando frunci el ceo ante mi silencio, me obligu a aadir:Pero lo intento. Qu es la vieja Maa?Burrich dio muestras de incredulidad y luego de recelo. Muchacho! me amenaz, pero yo me limit a mirarlo. Transcurrido un instante se convenci de mi ignorancia. La vieja Maa comenz, despacio. Su semblante se ensombreci, y se mir las manos como si recordara un antiguo pecado. Es el poder de la sangre de las bestias, del mismo modo que la Habilidad procede del linaje de los reyes. Empieza siendo una bendicin, te permite hablar con los animales, pero luego se apodera de ti y te ahoga, te convierte en un animal ms. Al final no queda traza de humanidad en uno, y te limitas a correr, a babear y a beber sangre, como si la manada fuese lo nico que hubieras conocido nunca. Hasta que ningn hombre podra mirarte. y creer que antes fuiste una persona.Haba ido bajando el tono de su voz mientras hablaba, sin mirarme, con el rostro vuelto hacia la chimenea y los ojos clavados en las llamas menguantes.Me encog sentado a su lado.No lo s dije, con un hilo de voz.Se volvi hacia m, furioso.No lo sabes? gru. Te estoy contando en qu acabar todo y t dices que no lo sabes?Se me haba secado la lengua en la boca y Morrn tembl a mis pies.Pero es que no lo s protest. Cmo puedo saber qu har, hasta que lo haya hecho? Cmo puedo saberlo?Bien, si t no lo sabes, yo s! rugi, y comprend entonces de golpe hasta qu punto haba estado controlando su genio, y tambin cunto haba bebido esa noche. El cachorro se va y t te quedas. Te quedars aqu, a mi cuidado, donde pueda tenerte vigilado. Ya que Hidalgo no quiere llevarme con l, es lo menos que puedo hacer por l. Ver que su hijo crezca y se haga un hombre, no un lobo. Lo har aunque muramos los dos en el intento!Se agach sin levantarse del banco para agarrar a Morrn del pescuezo. Al menos, sa era su intencin. Pero el cachorro y yo nos alejamos de l de un salto. Corrimos juntos hacia la puerta, pero el cerrojo estaba echado, y antes de que pudiera correrlo, Burrich se abalanz sobre nosotros. Empuj a Morrn a un lado con la bota; a m me cogi por un hombro y me apart de la puerta.Ven aqu, cachorro orden, pero Morrn se refugi junto a m. Burrich jadeaba y resollaba frente a la puerta, y capt la tumultuosa corriente sumergida de sus pensamientos, la furia que lo impela a aplastarnos a los dos y acabar de una vez por todas. Lograba controlarse, pero aquel breve vistazo bast para aterrorizarme. Cuando salt de repente sobre nosotros, lo repel con toda la fuerza de mi miedo.Se desplom tan sbitamente como un pjaro alcanzado por una piedra en pleno vuelo y se qued sentado un instante en el suelo. Me inclin y me abrac a Morrn. Burrich zangolote despacio la cabeza, como si estuviera sacudindose gotas de lluvia del pelo. Se irgui, encumbrndose sobre nosotros.Lo lleva en la sangre o que musitaba para s. Es la sangre de su condenada madre, no s de qu me sorprendo. Pero el cro tiene que aprender. Entonces, mirndome directamente a los ojos, me advirti: Traspi. No vuelvas a hacerme eso. Jams. Ahora, trae ac ese cachorro.Volvi a avanzar hacia nosotros y, cuando sent la bofetada de su ira soterrada, fui incapaz de contenerme. Lo volv a repeler. Pero esta vez mi defensa se top con una pared que me la devolvi, hasta el punto de hacerme perder el equilibrio y tirarme al suelo, casi inconsciente, con la mente atrapada en un limbo de negrura. Burrich se inclin sobre m.Te lo advert dijo despacio, y su voz fue como el gruido de un lobo. Entonces, por ltima vez, sent que sus dedos asan el pescuezo de Morrn. Levant en vilo al cachorro y se lo llev, sin brusquedad, hacia la puerta. El cerrojo que se me haba resistido cedi sin dificultad ante l, y un instante despus o el pesado golpeteo de sus botas bajando la escalera.Me recuper y me incorpor enseguida, y corr hacia la puerta. Pero Burrich la haba trancado de algn modo y manipul la manilla sin xito. Mi percepcin de Morrn se desvaneca conforme lo alejaban de m, dejando en su lugar una soledad desesperada. Solloc, aull, ara la puerta y busqu mi contacto con l. Sent un repentino destello de dolor escarlata, y Morrn desapareci. Cuando sus sentidos caninos me hubieron abandonado por completo grit y llor como habra hecho cualquier nio de seis aos, y aporre en vano las gruesas planchas de madera.Me pareci que haban transcurrido horas cuando regres Burrich. O sus pasos y levant la cabeza del suelo, donde me haba quedado tumbado y jadeando frente al umbral. Abri la puerta y me agarr diestramente por la espalda de la camisa cuando intent colarme entre sus piernas. Me devolvi a la estancia de un tirn, cerr la puerta de golpe y volvi a correr el cerrojo. Me abalanc sin decir nada sobre la puerta, con un sollozo germinndose en mi garganta. Burrich se sent con aspecto fatigado.Ni se te ocurra, chico me advirti, como si pudiera or cules eran mis descabellados planes para la prxima vez q