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Una noche con los marcianos Excursión con los ufólogos. Sus historias y personajes. La pelea con los astrónomos. Humor gordo Desopilante libro de un obeso que intentó de todo. Luis Luque Del galancito que se parecía a Levrino al galán, actor y director. + Bayly Cucurto Tecno Vinos Restó Moda actualidad a diario Año 2. Nro. 75. C .actualidad a diario, se entrega gratuitamente con el diario Crítica de la Argentina del 2 de agosto de 2009. Prohibida su venta por separado. 01-TAPA-020809.indd 1 29/07/2009 20:56:57
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Jun 12, 2015

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Luis Burgos

Revista de la edicion dominical del diario Critica, Buenos Aires, Argentina, 9 de Agosto de 2009
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Una noche con los marcianosExcursión con los ufólogos. Sus historias y personajes.La pelea con los astrónomos.

Humor gordoDesopilante libro de un obeso que intentó de todo.

Luis LuqueDel galancito que se parecía a Levrino al galán, actor y director.

+BaylyCucurtoTecnoVinosRestóModa actualidad a diario

Año 2

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E l encuentro Arte para Chicos celebra su segunda edición en la Villa Ocampo de San

Isidro y es un buen plan para el próximo Día del Niño o para el fin de semana largo de agosto. Los días 8, 9, 15, 16 y 17 se realizarán –en la casona en la que vivió Victoria Ocampo– talleres de dis-

tintas actividades para chicos de 5 a 12 años, desde la 1 hasta las 6 de la tarde. Además de lo lúdico y educativo que puede resultar para los chicos, es un buen paseo para los grandes: Villa Ocampo es una imponente mansión construida en 1891, con variadas influencias arquitectónicas. Tiene tres plantas

de unos 450 metros cuadrados cada una, más un sótano y una importante galería, y está rodeada por un imponente jardín. 2

Arte para Chicos en Villa Ocampo. Elortondo 1837, San Isidro (altura Av. Libertador 17.400). Entrada $20.

buscador

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U n piano, una guitarra y su voz. Un formato intimista y directo, un destilado de las canciones

que le han acompañado más de cerca. Esa es la manera que eligió Maribel Quiñones Gutiérrez, Martirio, para celebrar sus 25 años sobre los escenarios. El aniversario es excusa para un disco que salió hace un par de meses en España y ya puede conseguirse por aquí –donde Martirio puede llenar dos noches seguidas el Coliseo–. Se llama, sin vueltas, 25 años en directo, con 16 temas que muestran lo mejor de su carrera. Este personaje, uno de los emblemas musicales de España en los ‘80 –reconocible en alguna película de Almodovar–, suerte de coplera punk oculta tras unas gafas oscuras, con el pelo siempre recogido y coronado por estrambóticas peinetas, grabó este trabajo en Barcelona, en un

recital de octubre del año pasado. Se trata de un recorrido musical por coplas andaluzas, algo de flamenco, boleros, tango –pasó la prueba con el género aquí en Buenos Aires, cantando “Volver”– y guarachas. No es la primera vez que esta artista reune su grandes éxitos. Martirio 1986-1989 Recopilatorio, fue el pri-mero y fue record de ventas. Los veinte años los celebró también con un grandes éxitos. Su debut discográfico —antes había participado en varios grupos espa-ñoles — se produjo con Estoy mala, en1986. Muchos recuerdan discos posteriores, como Cristalitos macha-caos (1989) o La bola de la vida del amor (1992). Luego, Coplas de madrugá (1997), Flor de piel (1999), Mucho corazón (2001), Fundamental (2003) y Primavera en Nueva York (2006).

La mujer descubrió, con su persona-je, una manera de revolucionar la cul-tura machista de los españoles. 2

25 años de Martirio

Arte y juegos en Villa Ocampo

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Juan Martini hace Cine

d espués de Rosario Express (2007), Juan

Martini vuelve a publi-car. Su nueva novela, Cine, cuenta la historia de un director de cine en proceso de creación de un guión para una película sobra la vida de Evita. Quienes no conocen a este rosari-no, elogiado por Cortazar y ganador de la beca Fundación Guggenheim (Estados Unidos, 1986), el Primer Premio Municipal de Literatura (Buenos Aires, 1989) y el Premio Boris Vian (Buenos Aires, 1991), pueden aprovechar ahora y leerlo de atrás para adelante, empezando por Cine y terminando en El cerco (1977). Otros títulos: La vida entera (1981), El fantasma imper-fecto (1986), La máquina de escribir (1996), los relatos de Barrio Chino (1999), El autor intelectual (2000) y Colonia (2004). Cine, Eterna Cadencia, $44. 2

Cultura árabe

A quién no le gusta ir a un casamiento y que lo sor-prenda una bella odalisca detrás de la catarata de jamón crudo. Quién no miró de reojo, mientras

levanta pesas en el gimnasio del barrio, la clase donde las mujeres quiebran caderas. Son banalidades, es cier-to, pero hablan del entusiasmo que genera en estas pam-pas la danza árabe.El fin de semana se podrá ver algo del folklore árabe en los espectáculos gratuitos programados para la Jornadas Sauditas. Por ejemplo, el sábado 8, a las 15, en el Rosedal, y el domingo 9, también a las tres de la tarde, en la Avenida de Mayo, y a las cinco en las escalinatas de la Facultad de Derecho. En estas jornadas también se podrán apreciar artesanías y platos típicos. 2

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E s una obra para todo público, “ya que todos somos hijos”, dicen. Y algunos inconscientes

aun se atreven a ser padres. Pequeño papá ilustrado, de y con Los Macocos en su nueva forma-ción de tres –Daniel Casablanca, Martín Salazar y Gabriel Wolf– explora el vínculo del padre con sus hijos. Con la madre, dicen también, no se atreverían. Las lecciones, por llamarlas de alguna manera –aun-que el espíritu del espectáculo no es exclusivamente pedagógico–, van desde las vacaciones hasta la visi-ta al pediatra, los retos y las penitencias. Un recorrido por los tópicos que un padre ejemplar debe conocer y uno cualquiera –como somos todos– puede recono-cer. Definido por los protagonistas como una “revista educativa”, Pequeño papá ilustrado intenta definir cosas como “la genitalidad de la paciencia”. Pequeño papá ilustrado. ND Ateneo, sábados a las 21 y domingos a las 19.30. Entradas desde $40. 2

Ser padres hoy Un museo portátil

Se llama Primer Museo Postal Móvil.

Su precio es de $ 250. Es una edi-ción numerada. Los ejemplares se pueden comprar en los locales Diesel de Alto Palermo y Patio Bullrich. O por Internet.Es una caja, con forma de radio antigua, de la cual se van extrayendo postales con obras de artistas naciona-les e internacionales, en una suerte de recorrido virtual por los pasillos de un museo. Se trata de una nueva edi-ción de Terrorismo Gráfico Revista Postal (de la que se publicaron diez números hasta 2006). El museo en caja cuenta con 60 postales en un packaging de lujo. 2

Más información en www.terrorismografico.com.ar

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“Siempre fui muy denso conmigo, pero ahora estoy más luminoso”

De joven, su notable parecido con Claudio Levrino loconvirtió en galán de telenovela. Pero zafó rápido deese rótulo: Luis Luque –figura de 31 películas, otrastantas series y unitarios de TV–, actuó y dirigió una decena de obras de teatro, ganó un Martín Fierro y, por si fuera poco, armó una banda de música. Hace poco más de un mes que sale de su casa para desnudarse cinco veces por semana frente al público en Frankie & Johnny.

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“Siempre fui muy denso conmigo, pero ahora estoy más luminoso”

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Por Josefina Licitrafotos Leandro sánchez

Hay que llegar al fondo. Hay que cruzar un portón de maderas altas, derrotadas y sucias. Hay que atra-vesar un amplio living–comedor

con piano en el que durante años se ha comido y se ha vivido sin miedo. Hay que pasar por una cocina de paredes naranjas y recorrer un pasillo, y surcar un aire vagamente ácido: el aire de las casas con gato. Y recién ahí, en el fondo de todo, como un descomunal molusco parpadeando en su valva, estará Luis Luque sentado –los brazos sobre un escritorio, la luz ambarina en el rostro– preguntando: "¿Estuve desagradable?"

Hace poco más de un mes que Luque sale de su casa para desnudarse cinco veces por sema-na frente al público. Lo hace en Frankie & Johnny en el Claro de Luna, la multipremiada obra de teatro escrita por el dramaturgo Terrence Mc Nally, dirigida acá por Leonor Manso y protagonizada por Luque y Florencia Peña, en la que ambos actores ríen, bailan, llo-ran, cocinan, se enamoran y se pasean sin ropas sobre el escenario.

–A mí me daba vergüenza al principio. Flor es una chica repreciosa y yo puedo ser un actor bár-baro, pero cuando supe que me iba a poner en bolas… qué se yo. Lo hice. Pero lo primero que le pregunto a la gente que me ve, es eso: ¿Estoy

desagradable? Es una pregunta dura, pero ahí tenés la posta. Porque si sucede, si alguien me llega a decir que me veo desagradable, tendré que recurrir a la famosa sotana. Lo que no puedo hacer es quedarme en la mitad.

–¿Vos te ves desagradable?–Yo me veo bello. El cuerpo es una dificultad

siempre para todos, es la forma en la que estamos metidos. Pero yo creo que si estoy bien estoy bello. Si soy capaz de hacer algo verdadero y dejarme contener por una idea de espectáculo, una direc-

tora, una situación y una compañera que trabajan desde la verdad, es muy difícil que no sea bello. Yo me veo más lindo ahora que antes.

Los ojos de Luque son celestes: esas transpa-rencias que parecen siempre a punto de partirse. La barba es rubia. El cabello es el lugar donde ahora, y cada tanto, Luque entierra sus dedos. Hizo 31 películas (entre ellas Soy tu aventura –devenida pieza de culto–, Tiempo de Valientes –de Damián Szifrón– y el estreno Anita, de Marcos Carnevale); actuó y dirigió una decena de obras de teatro (como Cesárea, Kamikaze y Tres versiones de la vida); participó en más de treinta series, unitarios y telenovelas (de 099 Central a Mujeres asesinas, de Antonella a La condena de Gabriel Doyle); ganó un Martín Fierro en 2007 como mejor protagonista en la telenovela Mujeres de nadie; y el actor Diego Peretti –con quien tra-bajó en Tiempo de valientes– le hizo un elogio de los grandes. "Esto lo voy a decir muy en serio –dijo Peretti durante una entrevista con la edi-ción argentina de la revista Rolling Stone–. Dale a Luis buenos papeles y buenos directores, y en unos años tenés a Gérard Depardieu".

Sin embargo, no hay lisonja ni historial que mueva a Luque de ese lugar frágil, tormentoso, que es su propia cabeza.

–Soy muy denso conmigo. Pocas veces disfruto, siempre me veo peor de lo que podría verme. Yo busco la belleza en mí, y si no sucede siento que no tiene mucho sentido hacer nada. Es mucha exigencia, ¿no?

–Parece un padecimiento.–Sí. Igual ahora disfruto más las cosas. Desde

hace cinco o seis años estoy más luminoso, estoy empezando a aflojar un poco y conectar con el tránsito que implica lo que me rodea. Está bueno. Con Silvia ahora estoy en esta etapa de ver el jardín. Yo viví acá mucho tiempo sin saber que tenía jardín. No lo veía. Trabajaba. Estaba encerrado acá.

Sobre su cabeza hay una lámpara baja que le da al estudio –Luque está en su estudio– el halo crepuscular de un lugar imperfecto y sagrado. Acá hay libros, afiches (del historietista Robin Wood, de la película Tiempo de valientes), un muñeco inflable del Hombre Araña y un techo bajo, una escalera, un entrepiso. Arriba, sigilosa y callada, está Silvia Kutica: su mujer desde hace dieciocho años; un personaje que practica bien el arte de guardarse.

De ella se sabe más bien poco. Que es una actriz buena y sutil, que su rostro es de esos que purifican el aire. Conoció a Luis Luque en 1984, mientras trabajaban juntos en la novela Lucía Bonelli. Pero terminó armando pareja con él siete años después, cuando Luque buscaba estre-pitosamente dejar de ser lo que había sido: un galán de telenovelas flaco, rubio y lindo; una belleza condenada.

“Si te la tomás en serio, la tele es un entrenamiento actoral de alta gama”.

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Cara y cruzHijo de una maestra y un ingeniero del que sabe poco (murió cuando Luque tenía cuatro años), supo que quería ser actor cuando vio los raros peinados nuevos del rock. Jethro Tull y Aphrodite's Child lo acercaron a los escenarios. Armó varias bandas y de ahí pasó al teatro off. Hasta que el punto de inflexión llegó en 1980, cuando atravesó un meticuloso casting de mil doscientos actores y quedó seleccionado para la telenovela Barracas al sur, con María Valenzuela. Esa tira funcionaría como antecedente de Aprender a vivir, el progra-ma que lo instalaría como joven promesa.

–Quedaste porque sos igualito a Levrino –le dijeron una vez que terminó la prueba.

Claudio Levrino fue uno de los mayores galanes de la década del '70. Si no llegó más lejos fue por-que en 1980 –pocos días después de que un astró-logo dijera en Radiolandia que ese era "el año de Levrino" y que le auguraba "una larga vida"–, murió confusamente de un balazo, a los treinta y cinco años, en la ciudad de Mar del Plata. De Levrino quedó un mito de corto alcance. Tan corto que ni siquiera Luis Luque, en 1980, estaba al tanto.

–Lo de Levrino al principio me hinchó las bolas, porque yo no sabía ni quién era él. Yo estaba fil-mando una película sobre Van Gogh para Noruega, tenía los pelos por acá abajo, imaginate de dónde

me cazaron a mí. Mi entrada a la televisión fue desde un lugar rarísimo. Por eso, cuando después de diez días de pasar pruebas y hacer casting quedé, y la primera cosa que me dicen es "vos estás acá porque sos igual a Levrino", yo dije "y vos sos un hijo de mil puta. No hubiera hecho la prueba entonces". Pero por suerte lo de Levrino duró poco. Después disfruté como una bestia, la pasé bárbaro, viajé, me divertí, no me privé de nada.

–Sin embargo, cuando en las notas te referís a aquella época parece que hablaras de un período oprobioso.

–No. Más que oprobio, pasada la sorpresa de la tele y el runrún que se arma y la figura del langa y todo eso, yo empecé a sentir un profundo aburri-miento.

–¿Qué era lo aburrido?–Para poder entender, es muy importante ubi-

carte históricamente. Ser galán ahora no es igual que haberlo sido cuando yo era pendejo. Ahora lo tenés a Joaquín Furriel, que hace una telenovela y de golpe lo tenés protagonizando Shakespeare en el teatro San Martín. Pero en la época en que yo era langa, un actor de televisión pasaba por el San Martín y le tiraban un piedrazo. En el teatro esta-ban los elencos estables y en la televisión estaban los "malos actores". Y si vos eras bueno, era casi imposible que alguien lo supiera. El único que zafaba, que empezó a zafar, era Ricardo Darín,

“El cuerpo es una dificultad, siempre, para todos. Lo primero que le pregunto a la gente que me ve, es eso: ¿Estoy desagradable? Es una pregunta dura, pero ahí tenés la posta”.

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que largó con Nosotros y los miedos. Pero era un caso entre cientos. Había unas capas sociales muy claras y muy duras. Yo me empecé a alejar del lugar del galán porque no había posibilidades puntuales de hacer nada.

Pero antes de alejarse, Luque llegó a ser un galán latino. Esa inverosímil etapa de su vida empezó en algún momento de los '80, cuando el canal portorriqueño Wapa TV vio en Luque carne de culebrón y lo contrató. Durante unos días tra-bajó en Puerto Rico. Pero luego, por un tema de costos, se hizo el resto de la producción en Buenos Aires. Estar en la ciudad bajo las normas de un contrato hecho con estadounidenses (los verdade-ros dueños del canal) era especial: Luque debía vivir en un hotel, viajar en limousine y dejarse escoltar por un guardaespaldas llamado Henio.

–Los yanquis son alucinantes. Yo tenía un guar-daespaldas que era un dios, no me dejaba mover y yo… yo era muy inquieto, viste. Entonces tenían que perseguirme todo el tiempo porque nunca sabían dónde estaba. O sea: yo cumplía. Yo sabía cuándo tenía que hacer una nota, pero después de la nota, ¡paf! Desaparecía. Los volví locos. Era insoportable, yo. Lo que pasa es que había muchas formalidades. Capaz que tenía que hacer la publi-cidad de algo y yo no quería hacer la publicidad y la hacía mal.

–¿Publicidad de qué?–Ponele una publicidad de la liga contra la

enfermedad de nomeacuerdo y yo no sabía ni qué era la enfermedad, ¿entendés? Entonces estoy hablando de la lucha contra no sé qué y cuando termino de decir todo miro a cámaras y digo "esto es un fraude". O sea: una locura. Pero igual no pongas nada de todo esto.

–¿Por qué?–¿Sabés qué pasa? Estamos en un mundo que…

si yo me pongo a contar anécdotas no hablo de lo que quiero hablar, ¿la cazás? En realidad, poné lo que quieras, pero a veces tengo miedo de que la gente se quede más con estas anécdotas que con lo trascendente.

–¿Qué es lo trascendente para vos, ahora?–La sensación de que con esta obra de teatro

que estoy haciendo me volví a sentir de veinte años. Eso es. Retomé un montón de cosas que hacen que yo sea actor. Yo dejé de ser actor hace rato. Soy músico, dirijo… Pero ahora me volví a encontrar con la sensación íntima de mi trabajo. Hay un ritual que es especial y que no siempre sucede: el actor va efímeramente a hacer algo trascendente y después desaparece. Y que te pase eso es muy difícil. Yo lo aprendí con Alfredo Alcón y con Ulises Dumont, pero recién lo recuperé ahora con Leonor Manso y con Flor. Esta obra es lo más profundo de este momento en mi vida.

–Hace algunos días, el empresario teatral Carlos Rottemberg justificó el cierre temporario de las salas de teatro argumentando no tanto un tema de

salud pública, sino un cuidado a la salud mental de los actores. Dijo que les costaba sobreponerse a la imagen del público con barbijos. ¿Te pasó?

–Sí. Yo llegué a olvidarme la letra. En un momento de la función giré y quedé de cara al público y vi en la platea gente con barbijo y me quedé mudo. Flor me ayudó a remar, pero la situación fue fortísima. Primero pensé que era un homenaje a Michael, y después digo… no, no, esto es una película de terror.

–¿Estuviste de acuerdo con el cierre de salas?–Absolutamente. Está claro lo que pasó: en el

gobierno se hicieron los boludos para pasar las elecciones, fue una cosa maquiavélica, y seguir haciendo teatro de algún modo es ser partícipe de ese plan. Yo hasta me habría tomado una semana más. ¿Qué desesperación hay por vol-

ver? ¡Se está muriendo gente, loco! Por otro lado es mi laburo, y yo necesito laburar. Pero en esas condiciones, ¿me servía laburar?

–Económicamente, sí.–Es que eso es tan relativo. Yo manejo mis

números y, con que me alcance, para mí está bien. Salvo al principio, cuando era un pendejo salido de una familia muy humilde, que la mosca era "uhh, la mosca", salvo ahí, después el dinero me interesó poco. Con Silvia tenemos una socie-dad extraordinaria. Hubo dos años, por ejemplo, en los que yo no quise actuar y me dediqué a tocar con mi banda, La Dama, y ganaba cien pesos por función, y ahí la que laburaba más duro era Silvia. Y si de golpe Silvia quiere ir a la facultad a hacer algún curso, laburo más yo. Nos compensamos.

“Su punto de inflexión fue un casting de televisión, en 1980, para actuar con María Valenzuela: ‘Quedaste porque sos igual a Levrino’, le dijeron. ‘Y vos sos un hijo de puta. No hubiera hecho la prueba entonces’, respondió.

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–¿Las telenovelas que hiciste cumplen ese fin? ¿Las hacés para juntar un dinero que te permita sostener otros proyectos?

–No, para nada. A mí la televisión me encanta. Es extraordinaria. Un actor inteligente, inquie-to, que no se instala en ningún lado, va a ver que la televisión es el mejor entrenamiento que hay. Yo entreno en tele. Tenés doce millones de esce-nas por día, para hacer todos los días. Si te lo tomás en serio, eso puede ser un entrenamiento actoral de alta gama.

–O sea que para vos la televisión es más un medio que un fin.

–No, no. Nada es un fin. El único fin es la inmortalidad, que no se puede conseguir. Hago lo que hago para trascender de alguna manera. Pero después, todo es nada: todo es medio. El fin

último es la trascendencia.–Volvés a mencionar lo de la trascendencia.

¿Pasás mucho tiempo pensando en eso? – Mucho. Le tengo mucho miedo a la finitud.

Creo que la finitud es lo único que sabemos y es tremendo que lo único que sepamos sea justo eso.

El detective salvajeLuque toma un trozo de carbón de su escritorio, lo mira fijo y lo prende fuego. Luego, por suerte, sopla. El carbón suelta un humo dulce y de for-mas sedosas; una suerte de cabello ingrávido que en pocos segundos se disuelve en el aire. Luque mira esa coreografía como si allí hubiera otra cosa. Un mensaje cifrado. Detenido en sus propios temores, Luque buscó pistas sin filtro,

en todas partes, de todas las formas posibles. Quiso ser seminarista, estuvo con los padres salesianos. Luego pasó por la filosofía del hindú Maharishi Mahesh Yogui, intentó con los Hare Krishnas, se sumó a grupos de buscadores de ovnis.

–Fueron etapas. Necesitaba pasarlas para acercarme a la idea que tengo hoy.

–¿Cuál es esa idea?–La otra vez Silvia estaba leyendo un libro de

José Pablo Feinmann que decía algo así como: "Si Dios existe, ¿para qué necesito que me hable? Con que exista ya está, ¿para qué va a hablar?" Ahora estoy más en ésa.

–Alguna vez te referiste a los excesos como una forma de búsqueda. ¿Seguís sosteniendo eso?

–No lo sostengo ahora. Pero sí sostengo que hay

una etapa de los excesos que me generó mucha sabiduría. En momentos se abren zonas y obser-vaciones que son muy interesantes. El problema es que es un mambo muy tramposo, porque capaz que pasa el tiempo y vos seguís descubriendo siempre la misma puerta, y ahí ya te diría que vayas a un lugar donde te traten de adicto.

–Hay dos corrientes bastante remanidas pero claras al respecto: están los que creen que algu-nos grandes artistas llegaron lejos gracias a las drogas, y los que creen que llegaron lejos a pesar de ellas. ¿Suscribís a alguna de estas posturas?

–No estoy definidamente detrás de ninguna. Fijate en las figuras como David Bowie: esos sí que incursionaban en drogas, nosotros en com-paración éramos unos pescados. Y en un especial que salió por televisión hablaban de todos los

“Armó pareja con Silvia Kutica cuando buscaba estrepitosametne dejar de ser lo que habia sido: un galán de culebrón, flaco, rubio y lindo; una belleza condenada”.

“Cuando actuó para el mercado latino, por contrato debía vivir en hotel, viajar en limusina y dejarse escoltar por un guardaespaldas llamado Henio”.

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álbumes y las imágenes que le surgieron a Bowie durante una época de tránsito con sustancias. Fue un momento genial para él. Pero después pasó a otra cosa. El problema es que hay muchos que no pasan y se mueren ahí. Siempre está el riesgo de empezar a creer que se te están revelan-do cosas "nuevas", cuando son exactamente igua-les a las de ayer. Eso es lo peligroso.

–¿Vos aprendiste algo?–Sí. Por ejemplo, que no hay que hacerlo

más. –Lo hiciste para saber que no hay que hacerlo.–¿Te parece poco? A mí me parece que está

bueno. Fue buenísimo. El tema es que si te pasás de mambo el afuera empieza a desaparecer. Por mi manera de ser, que soy tan obsesivo y tan "intenso", como me dice Flor, imaginate que incentivado con algunas cosas yo estaba ence-rrado en esta pieza. Me parece que no hay que ocultar esas cosas, es una realidad que vive mucha gente y por eso hay que hablarlo. Lo tremendo se convierte en tremendo cuando no lo hablás.

–¿Hablás de drogas con tu hijo?–Sí, obvio. Tuve sala de ensayo acá en mi casa,

o sea que un porro no es una extrañeza. A mi hijo, que tiene 21 años y es un monstruo divino, siempre le digo que la mejor sustancia es su cerebro. Y obviamente haberse criado en este hogar, conmigo, con Silvia y con estas paredes.

La casaEn Anita, la arriesgada película de Marcos Carnevale (lo de "arriesgada" es porque el director puso de protagonista a Alejandra Manzo, una actriz con síndrome de Down), Luque hace el papel de un hombre desbordado, vidrioso, alco-holizado, incapaz de resolver su propia vida y de ayudar a alguien. Desde ese vacío, desde esa reverberación de oscuridades que es su existencia, se encuentra con Anita: una chica que queda lite-ralmente desorientada luego de que el estallido de la bomba en la AMIA –a un puñado de cuadras de su casa– hiciera polvo, entre tantas otras cosas que hizo polvo, su mundo. Durante su derrotero, Anita va encontrándose con gente. Uno de ellos es el personaje de Luque: un fotógrafo que sobrevive entre sus propios restos interiores, y que cumple con la incorrección política, sórdida, humana, de querer sacarse a Anita de encima.

Cuando en entrevistas anteriores se le preguntó a Luque por qué no había tenido hijos biológicos (Santiago, estrictamente, es hijo de Silvia Kutica, aunque viven todos en familia desde que él tiene cuatro años) él llegó a dar argumentos jamás tan duros como los de Anita, pero sí remotamente emparentados: él tampoco, en esa época, tenía –ni quería tener– un lugar donde caerse muerto. Menos podía tener un hijo.

En su momento de esplendor televisivo (a fines de los '80 y principios de los '90) Luque llegó a

“¿Aprendiste algo probando drogas?-Sí, por ejemplo que no hay que hacerlo mas”.

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vivir adentro de un Volkswagen 1500. No le encontraba el sentido a las cosas. Ni a las casas.

–No tenía casa porque siempre andaba de acá para allá, y era más cómodo tener toda la pilcha en el baúl. Entonces iba a los camarines, me bañaba, las chicas me planchaban la ropa y des-pués seguía viaje.

–¿Pero dónde dormías? –En el auto o en los decorados. En los de

Sonotex dormí mucho tiempo. Tocaba con la banda hasta las cinco de la mañana y tenía que arrancar la novela a las ocho, entonces arreglaba para que el pibe del bar me despertara a las siete y media con el desayuno. Yo me paseaba en bata por Sonotex, desayunaba, laburaba y me iba.

–Práctico.–Más que práctico, boicotero. No disfrutaba de

que me fuera muy bien. Siempre tenía que tener una sensación de riesgo o de peligro para ir lle-vándola.

–¿Todas tus cosas cabían en un auto? –Sí. No soy muy de "tener". Fijate que en esa

casa no hay un solo ambiente que no se use. No soporto los ambientes que no se usan. Esas casas con esos comedores donde se come solamente cuando hay invitados no las entiendo.

Luque sale al jardín, recorre parte de su hogar y cuenta que quiere hacer cambios: construir algún

ambiente nuevo, armar un restaurante en el living, hacer lío. Nada que no haya sucedido antes. Años atrás, cuando Silvia y Luis compraron el lugar –un caserón entonces ruinoso, pero lleno de promesas– hicieron un baño, montaron una carpa en el living y vivieron allí durante dos años, mien-tras el resto de la casa se iba haciendo.

–A vos a esta altura te imagino en carpa. Pero a Silvia no.

–Eso es lo que todos piensan, pero Silvia es un avión. Hay una lectura general del afuera de que yo soy un loco y ella es tan buena. Y yo quisiera que la conozcas.

–¿Ella te rescató del auto? –No, no me rescató de ningún lado. Más bien

nos encontramos y… Luque se queda callado. Toma asiento en el

patio, bajo un techo de parras y de espaldas a un jardín de verdes melancólicos. Atrás hay una hie-dra, un árbol con nísperos, una pileta alfombrada de hojas y algunos de los cultivos que hizo Silvia.

–En realidad, sí. Ella me ayudó mucho. Yo le debo tanto.

En cada una de las partes que componen esta escena –hojas, colores, frutos, dos ojos de cristal partido–, hay un silencio palpitante. Una respira-ción lejana y callada.

–Te diría la vida.

“Quiso ser seminarista, estuvo con los padres salesianos, luego pasó por la filosofía del hindú Maharishi Mahesh Yogui, intentó con los Hare Krishna, se sumó a grupos de buscadores de ovnis. “Fueron etapas. Necesitaba pasarlas”, dice.

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el canalla sentimental

impostadas y dedicarse a lo que en verdad le interesaba, estudiar medicina. Quería ser un doctor, un doctor alemán, y, aunque apenas tenía veinti-dós años, decía estar harto de la vida itinerante del modelo que no puede engor-dar y tiene que exhibir un catálogo de no menos de ocho sonrisas, todas falsas por supuesto.

Nunca había hecho lo que me permití aquella noche: conocer a un extraño, llevarlo a su casa, entrar en su casa invitado por él, beber unos tragos y terminar en su cama. Siempre había pensado que confiar en un extraño, por simpático que pudiera pare-cer, era correr un riesgo exce-sivo, pero esa noche no me lo pareció o Harry me gustó tanto que neutralizó mi senti-do de la prudencia.

Pasó lo que tenía que pasar, y como lo que pasó no fue tan placentero como había pensado que sería (no por culpa de Harry, sino por incompetencia o impericia mía), me quedó un mal sabor, una sensación de desasosie-go, confusión y vértigo sobre

Hace diez años, una noche de junio, me invitaron a una fiesta

gay en la mansión Vizcaya de Coconut Grove. Al tiempo que los anfitriones me deja-ban saber que se trataba de una fiesta muy exclusiva a la que asistirían gays millona-rios como Calvin Klein y David Geffen, me informaron minuciosa y enfáticamente que debía ir vestido de blan-co por completo, de los zapatos al sombrero o la gorra si se me ocurría llevar la cabeza cubierta, dado que dicha fiesta llevaba el nombre de White Party.

No por rebelde, sino por-que no tenía pantalones ni zapatos blancos y carecía de vitalidad o espíritu glamo-roso para salir a comprarlos, me vestí de negro y pensé que no me dejarían entrar por violar el estricto código de etiqueta nívea. Tal vez porque me reconocieron de la televisión o porque pensa-ron que me había vestido de negro para hacerles un des-plante nihilista, o porque cre-yeron que mi reticencia a disfrazarme de blanco tenía que ver con que no me sen-tía del todo gay sino sólo en parte, los suaves y fornidos señores que permitían la entrada de unos y echaban a otros sin miramientos me saludaron con simpatía dandome la bienvenida a la mansión.

De pronto me encontré en medio de un enjambre jubi-loso de querubines afemina-dos, travestis emplumados con las bocas ahítas de car-mín, señores distinguidos que bebían champagne

delicadamente y recios varo-nes de brazos marineros, todos en perfecta comunión o reverencia al dios que adoraban esa noche, el color blanco inmaculado y purísimo, un blanco que refulgía, un blanco tan blan-co como el de la nieve recién caída antes de ser pisada, un blanco que pare-cía, por lo mucho que res-plandecía con una textura fosforescente, un color que ellos se habían inventado y yo no había visto antes.

Comprensiblemente, me sentí incómodo y fuera de lugar, me sentí una mancha humana, me sentí un intruso que contaminaba tanta felici-dad traslúcida, risueña y apretujada, alguien que afeaba la fiesta con sus vaqueros gastados, sus zapatos negros y su barriga insoslayable. Sentí además un número no menor de miradas reprobatorias que desdeñaban con un mohín torcido menos mi ropa desa-fiante que mi panza bochor-nosa.

Poco duré en la fiesta. Ya me iba cuando advertí que estaban expulsando de la mansión a un joven fornido, de corta estatura, vestido de negro. Apuré mis pasos y lo saludé y elogié su buen gusto. Nos hicimos amigos. Era alemán, hablaba inglés perfectamente, trabajaba como modelo a pesar de no ser alto, se llamaba Harry (o así dijo que se llamaba y yo no le creí porque aquella noche había en el ambiente un cierto aire falso a felici-dad simulada, esforzada, posada).

Hacía ya unos años que me había divorciado y vivía solo en Miami y esperaba con creciente impaciencia la oportunidad de irme a la cama con un hombre atracti-vo, sin pagarle ni jugarme la vida. Harry pareció esa oportunidad que había esperado dos o tres años: era joven, guapo, divertido, tenía un lindo cuerpo y cara de chico bueno, y por suerte no sabía quién era yo, no me había visto nunca en televi-sión ni había leído las ficcio-nes más o menos chapuce-ras que había publicado. Tanto mejor.

Me ofrecí por eso a llevar-lo a su apartamento en Hollywood, al norte de Miami. En aquella época conducía una camioneta verde que entonces encon-traba elegante y ahora me parece espantosa. Harry me contó que vivía entre Berlín y Miami, que venía a Miami cuando le salían trabajos como modelo, que estaba ahorrando para retirarse en unos años del agobiante mundo de las fotos y las pasarelas y las sonrisas

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mi destino incierto. Lo cierto es que, tras despedirnos, conduciendo aprisa por la autopista de regreso a casa, sentí que había esperado dos o tres años ese encuen-tro con aquel muchacho encantador, y las escaramu-zas o refriegas eróticas a las que nos habíamos entrega-do me habían dejado ines-peradamente decepcionado y triste, como si hubiese idealizado una forma de pla-cer que, en realidad, no era tal cosa, no era el goce o el deleite o la fruición que mi imaginación había prometi-do, era algo bastante más mediocre y predecible, unos movimientos o posturas que incluso me habían resultado en cierto modo indecorosos, como si no hubiese sido capaz de dejar de observar con espíritu crítico lo que estaba haciendo con ese joven modelo.

Por supuesto, no era la primera vez que me iba a la cama con un hombre, pero esta era sin la duda la peor de las decepciones que había vivido en ese territorio peligroso, el del amor entre varones. Mi memoria regis-traba unas pocas noches de intoxicación feliz: una noche con un músico en un aparta-mento sin muebles, una o varias noches con un actor en el mismo apartamento ya con muebles, una noche fallida con un camarero fran-cés, ninguna noche más a pesar de mi fama de pro-miscuo y libertino (ya se sabe que a menudo se escribe de lo que no se pudo vivir, de lo que se hubiera querido vivir).

Al llegar a casa llamé a mi ex esposa y le conté lo que me había ocurrido y creo que rompí a llorar y ella me consoló y me dijo que siem-pre había estado segura de que lo mío con los hombres era sólo una confusión, un trauma o una herida provo-cada por la mala relación con mi padre. Humillado por mis dudas y mi confusión, le pedí a mi ex esposa que vol-viera conmigo, que me diese una nueva oportunidad, que esta vez las cosas serían distintas. Me dijo que no convenía atropellarse, que ella estaba saliendo con un estudiante de medicina, hijo de un ministro, y que no quería interrumpir esa rela-ción, y dijo además que no quería sacar a nuestras hijas del colegio en Lima y me aconsejó que fuese al psi-quiatra y que me tomase un tiempo para saber bien quién era y qué quería.

Llamé entonces a mi madre y le pedí que viajase a Miami a acompañarme unos días. Mi madre, siem-pre tan generosa, no dudó en subirse al primer avión. Pasó un par de semanas conmigo. Como era previsi-ble, se alegró cuando le conté que no había encon-trado el placer que estaba buscando aquella noche con Harry. Me dijo que yo era un varón, un varón hete-rosexual, un recto varón heterosexual, un pío y recto varón heterosexual, y que todas mis dudas al respecto se despejarían rezando, confesándome y asistiendo a misa con ella todos los días.

Por una vez, para variar, le hice caso a mi madre. Fui a misa con ella todos los días, le pedí a Dios que borrase de mi mente las apetencias prohibidas y me encaminase en el amor a mi ex esposa y me confesé con un sacerdote de la parroquia católica de la isla, que me pareció tan afeminado que sospeché haberlo visto en la mansión Vizcaya, vestido de blanco, y que por supuesto me con-minó a contarle en detalle mis escarceos eróticos con varones, unos juegos que ahora me parecían viciosos, extraviados, y de los que me arrepentía muy de veras.

Mi madre me recomendó que visitase a una psiquia-tra amiga suya. De paso por Lima, la visité. La seño-ra siquiatra me dijo con mucho aplomo que la homosexualidad no existía, que yo estaba confundido y aturdido, que debía tomar unas pastillas antidepresi-vas, hacer mucho deporte y olvidarme de las dudas puramente ficticias sobre mi identidad sexual. Tú eres un hombre, no puedes con-vencerte de que eres una mujer porque no lo eres, tie-nes que aceptar que eres un hombre y que por lo tanto te gustan las mujeres, dijo la psiquiatra.

Calculo que mi fervorosa cruzada por borrar todo vestigio o residuo gay que hubiese en mí y convertirme en un recto varón hetero-sexual duró como mucho un par de meses. No exagero si digo que hice mi mejor

esfuerzo. Oré, me ejercité, ingerí hormonas, lloré ante un cura afeminado, le rogué a Dios que me enseñase el camino. Entretanto, mi ex esposa y mi madre me aren-gaban a no desmayar en la lucha por rescatar mi virili-dad perdida y la psiquiatra me recetaba cápsulas hor-monales para aniquilar al chico suave y confundido que habitaba en mí desde que tenía uso de razón (y uso de esas partes que no gobierna la razón).

Fue entonces cuando Harry me llamó una tarde, me dijo que estaba de paso por la isla, vino a mi casa, me regaló unas galletas de chocolate que había hor-neado él mismo y me sugirió meternos a la piscina. Esa tarde luminosa, viendo a Harry deslizarse en el agua azulada con olor a cloro, perdiéndome en su sonrisa, comiendo una galleta más, confirmé sin la menor duda que no tenía que besar ni tocar a un hombre para saber que la proximidad de un chico como él era algo que me hacía curiosamente feliz. Y no había Dios ni madre ni ex esposa que jus-tificase renunciar a esa feli-cidad esquiva y en cierto modo ficticia, pero tan pare-cida por otra parte a la felici-dad que sentía cuando me encerraba a escribir ficcio-nes. Quizá, después de todo, uno no era esto o lo otro, uno podía convertirse en la suma de ficciones que era capaz de urdir para escapar de la mediocridad católica y avinagrada de la vida misma.

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JoHana, 22 años, coLombiana.Saco vintage de $250 comprado en una tienda de San Telmo. Jean, botas y cartera, todo de Colombia.

Baj

o ce

ro

Buenos Aires mostró por estos días a

sus habitantes emponchados. Para ver más

abrigo, hay que ir a la nieve.

Fotos: patricio pidaLproducciÓn:

marÍa Fernanda maineLLi

moda real

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Lucrecia, 26 años, y su perrita uma, una micro maLtesa. Lucrecia: saco, chalina y polainas, todo tejido por su mamá; calza (arriba de $380) Trosman; botitas Adidas y cartera compradas en Miami; gafas (unos u$s 250) Gucci. Uma: moño y correa comprados en Estados Unidos.

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esteban, 35 años.El pantalón y los zapatos los compró en un local vintage de Nueva York; el saco lo trajo hace diez años de Brasil; el pulóver Zara es "muy viejo" y la cartera es Gap.

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ira, 23 años, es danesa. Parka azul de una marca de su país (Pierna), en un modelo que –dice– es muy popular allá y cuesta unos 100 euros. Calzas sin marca, zapatillas Nike y cartera (unos u$s 170) American Appareal.

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tamara, 27 años.Campera polar sin marca.Vestido de lana y pantalón de Bershka, todo comprado en Barcelona. La chalina la hizo ella. La cartera también la compró afuera.

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romina, 34 años.Campera de cuero ($400) Zara, bufanda de la misma tienda; jean tiro alto ($230) Levi's; botas Natachay bolso Rip Curl.

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La mujer de la bolsa

POR MIGUEL OLIVERA

Adivinos, brujos, oráculos, cabalis-tas, astrólogos, hechiceros, magos, astrólogos, alquimistas, profetas, videntes: la demanda por aquellos

que (supuestamente) ven el futuro es tan anti-gua como el hombre… y la mujer. Los econo-mistas y los analistas financieros puestos a pronosticar son, muchas veces, variantes modernas de esa demanda profunda por redu-cir la incertidumbre. En estos casos, sin embar-go, no se trata de conocer los destinos de la salud o el amor sino la búsqueda del dinero, otra pulsión de larga data. Los cambios bruscos - la volatilidad, en jerga de mercado - son tiem-pos ideales para que nazcan las estrellas que

(supuestamente) alumbran el futuro. Esta es la historia de la nueva gurú de las finanzas: Meredith Whitney.El 31 de octubre de 2007, en ese entonces ana-lista de bancos de CIBC con buena reputación pero sin fama, emitió un reporte advirtiendo que el Citi tenía capital insuficiente. Requería algún coraje, porque el Citi era el banco más grande de los Estados Unidos y uno de los más grandes del mundo, pero era parte de su traba-jo hacerlo. Para reponer capital, advertía la Whitney, el Citi iba a tener que vender activos valiosos y recortar dividendos, malas noticias para los inversores en acciones del banco.En pocos días, la acción del Citi se desplomó casi 10%. Con los meses, y la crisis, el Citi caería hasta desde arriba de 40 dólares por acción

En medio de la crisis mundial y la debacle de credibilidad de Wall Street, una mujer ganó poder. Se llama Meredith Whitney y es

la nueva gurú financiera. Dos años atrás, predijo que el Citibank -nada menos- iba a tambalear. Retrato de ella y del complejo

universo profesional que habita. Su marido luchador de catch.

ChICAs sUPERPOdEROsAs. Cumbre mediática de mujeres influyentes. En el extremo derecho, Meredith Withney.

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(desde aquel Halloween del reporte) a menos de 2 dólares. Y el gran banco norteamericano sólo sobreviviría gracias al salvataje con plata del con-tribuyente norteamericano, José el plomero. El call (llamada, así se llama en Wall Street a una recomendación o advertencia de un analista) se volvió mítico y la Whitney entró en la categoría de gurú con una breve incursión en la sección policiales de los diarios: alegó haber recibido amenazas de muerte luego de publicar su reporte sobre el Citi. Sin embargo, no se sintió amedren-tada porque, argumentó, estaba casada con un ex campeón de lucha (sic, ver recuadro), frase incluida por la revista Fortune entre los 101 epi-sodios más tontos del mundo de negocios.La Whitney dejó Oppenheimer y armó su propia empresa de asesoramiento financiero. Para no dejar dudas sobre quién manda, la llamó "MEREDITH WHITNEY ADVISORY GROUP". Casi media página de Internet está ocupada por una foto de una Meredith elegantísima y con la sonrisa condescendiente más propia de un asesor espiritual que te recibe comprendiendo tus aflic-ciones que de un analista financiero. Un ataque de coquetería al que no se atrevió ni siquiera otro gurú usualmente enfundado en Armani, Nouriel Roubini.

El analista como estrella guíaHay muchos tipos de analistas financieros. Hay algunos que evalúan el riesgo crediticio y se pre-guntan "¿paga o no paga el préstamo?". Hay otros que le ponen precio a una compañía y se preguntan "¿cuánto vale?". Ponerle un precio justo o deseable es más difícil que estimar capa-cidad de repago, y es por eso que los "valuado-res" ganan más que los "analistas de crédito". La Whitney es una "valuadora" y por lo tanto reco-mienda comprar o vender las acciones de una compañía de acuerdo al análisis que realice.Los requisitos del trabajo no son glamorosos. Hay que conocer a fondo algún sector de la eco-nomía: bancos, telecomunicaciones, computa-doras, petróleo, consumo masivo; cualquier especialidad es buena siempre que cotice en bolsa. La materia prima son los estados conta-bles de las empresas que cubre. ¿Hay algo con menos charme que dedicarse a leer balances? con perdón de mis amigos contadores. Hay que saber finanzas para pronosticar el futuro de las empresas en una planilla de Excel y calcular las ganancias y la caja a futuro porque ahí (supues-tamente) se origina el valor.Poco habría de personalidad y marketing en una tarea así. Sin embargo, varias revoluciones ocu-rrieron en las últimas décadas. Entre ellas, los yanquis ahorran parte de su jubilación en accio-nes y viven pendientes de su valor. La penetra-ción de internet y la compra-venta de acciones en línea hicieron de la inversión en acciones un

pasatiempo nacional. Y, por supuesto, la explo-sión del mercado de capitales en Estados Unidos. Es por eso que hoy, el analista típico pasa más tiempo vendiendo que investigando. La Whitney sabe de ambas cosas, evidentemente.

No todo es lo que pareceLas pretensiones de anticipar el futuro fueron calificadas a lo largo de este artículo: El trabajo de los gurúes financieros es (supuestamente) contarnos lo que va a ocurrir. Sin embargo, la palabra de los analistas tiene que ser tamizada por los incentivos del trabajo y por un problema más difícil de resolver, los límites del conoci-miento.Los analistas trabajan para los bancos que ganan dinero asistiendo a las compañías a emitir accio-nes, para lo cual tienen que venderlas. Es el negocio de la banca de inversión, y es diferente de tomar depósitos y dar préstamos. ¿Qué ana-lista es más valioso para un banco? ¿Quién brin-da una recomendación independiente según su mejor saber? ¿O quién vende más y punto?Se trata de un equilibrio de incentivos que los analistas no siempre pueden jugar con indepen-dencia. No es muy diferente de lo que en tantos otros órdenes de la vida (incluyendo el periodis-mo). La expresión "morder la mano que te da de comer" no se acuñó pensando en los valuadores de Wall Street sino mucho antes.El equilibrio se rompe a menudo: de acuerdo a diferentes estudios, la cantidad de recomenda-ciones de "comprar" acciones emitida por los analistas de los bancos por lo menos duplica la cantidad de recomendaciones de "vender" accio-nes. En realidad, deberían ser parejas. Los expertos saben (pero no el inversor individual) que cuando un analista reduce la recomenda-ción de "comprar" a "mantener" usualmente significa que ya es tarde para vender sin grandes pérdidas.A los incentivos se agrega la complejidad. ¿Puede realmente predecirse lo improbable? No quiero embarrarme en pantanos epistemológicos. Tal vez alcance con mostrar que, en realidad, la Whitney sólo vio nubarrones al frente. No por su incapacidad para ver más allá, sino porque "pre-decir es difícil… especialmente el futuro", como decía el físico danés Niels Bohr.

Guerra de vedettesCuando se relee el informe mítico de la Whitney con el beneficio de la perspectiva es evidente que fue un buen análisis técnico, pero sin pre-tensiones de sacudir el mercado y mucho menos anticipar la crisis financiera más importante desde 1930.Otra estrella de Wall Street, de brillo menor pero tal vez de mayor duración, Janet Tavakoli, hizo este trabajo. La Tavakoli se dedica a una parte

Y En EL OtRO RInCón...Janet Tavakoli, su gran rival

“Los requisitos del trabajo no son glamorosos. La materia prima son los estados contables de las empresas que cubre. ¿Hay algo con menos charme que dedicarse a leer balances?

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aun más compleja del análisis financiero, que tiene mucho que ver con la caída en desgracia del Citi y tantos otros bancos, los derivados y las estructuras financieras.Tavakoli argumenta que durante todo el 2007 y hasta el 31 de octubre de 2008, la Whitney no emitió ninguna advertencia sustancial sobre el sector bancario. Recién cuando la acción del Citi bajó de golpe desde valores de 55 dólares a 42, es decir, que publicó su reporte como reac-cion ante un movimiento de mercado. Tanto así que allí sostenía que el Citi podía cotizar tan bajo como 30 dólares, pero de ninguna manera sugirió los menos de 2 dólares por acción. Tampoco sugirió que fuera a necesitar la asis-tencia masiva de la Reserva Federal.Más allá de la lucha en el barro de analistas no es lo mismo avizorar nubarrones que anticipar la tormenta, su fuerza, su duracióny y su impacto. La mayoría de los gurúes son profe-sionales en el arte del pronóstico que, cuando van contra el consenso y aciertan, tienen un golpe de suerte que buscan capitalizar con ayuda de los medios.Cuando consiguen capitalizarlo, la atención de los medios y la viralidad de la web generan un

proceso del tipo "el ganador se lleva todo"; todo, en este caso, es la atención y el crédito de prede-cir la crisis aunque la Whitney no haya dicho una palabra acerca de lo que venía.Se trata de un resultado paradojal pero persis-tente: la disposición del teclado en la computa-dora, la distribución del ingreso, el sistema operativo que usamos, los 10 mejores deportis-tas, el Top-Forty de las 4 de la tarde, nuestra preferencia por Johnny Depp o Julia Roberts, comparten dinámicas parecidas donde, sin ser mucho mejor (y a veces siendo peor), el ganador prácticamente excluye a sus competidores en lugar de convivir con ellos. Y de allí se obtienen ganancias extraordinarias, mientras dura.Sin embargo, la atención y la confianza son activos mucho más lábiles que un teclado de computadora o el Windows XP, que son más más costosos de cambiar. El click o el zapping exigen atención permanente. Sólo si la Whitney es capaz de una cadena de aciertos podrá ganarse un lugar en el Olimpo de los gurúes. En cambio, si lo suyo fue sólo un golpe de suerte, no pasará mucho tiempo antes de que su fe deje de mover mercados y su teta de cristal se haga pedazos.

Detrás de toda gran mujer hay un luchador

A la Whitney no le gustan los hombres chicos. Se casó con John Layfield, luchador profesio-nal de casi 2 metros y aire a Schwarzenegger

(ver foto), inversor profesional y panelista ocasional del programa El Costo de la Libertad, que se emite por Fox News. El casamiento fue lo suficientemente importante para que el New York Times lo reportara. El suegro de Meredith, ministro de la Iglesia de Cristo pero también ex banquero, ofició la ceremonia.¿Cómo la conquistó Layfield? Quién sabe. Tal vez la afi-nidad por las finanzas.Tal vez lo que enamoró a la Whitney fue el espíritu emprendedor de Layfield. Su personaje en la lucha, conocido como JBL, caracterizaba al petrolero millona-rio JR de la serie Dallas. El año pasado Layfield se dedi-có a promover una poción con gusto a moras que (supuestamente) aumentaba la "resistencia sexual". Layfield no se andaba con chiquitas: promovía a la poción con el nombre de Mamajuana Energy mediante el creativo slogan "come to mama". Y lo definía como un "viagra líquido". Claro, la Whitney fue una de las inver-sores del emprendimiento.O tal vez lo que enamoró a la Whitney fue la maniobra preferida de Layfield en el ring: rebotar contra las cuerdas tomando impulso y correr hacia su oponente con los brazos hacia adelante hasta impactarlos en el cuello o en el pecho.

“Informarlas dificultades del Citi requeria, en 2007, cierto coraje. Ella dice que, incluso, fue amenazada de muerte.”

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H ace décadas, pulula-ban por los patios delanteros y jardines

de millones de hogares porteños. Hacían las veces de guardianes, de adornos y algunos hasta los consi-deraban parte de la familia. Pero con el tiempo los ena-nos de jardín pasaron a ser considerados objetos kitsch y fueron desprecia-dos y tildados de “grasas” por generaciones que los asociaron a esas tías y abuelas de dudoso gusto para la decoración. Pero ahora, la modernidad palermitana determinó que esos pequeños seres de cerámica son lo más cool del mundo y el último grito de la moda en decoración. En Calma Chica (Honduras 4909) –un espacio poliru-bro que vende productos textiles, juegos, vajilla y objetos de decoración vin-tage, pionero en Palermo–, acaba de poner a la venta enanos de jardín de sesen-ta centímetros de alto, hechos en cerámica y pin-tados con esmalte sintético de varios colores: amarillo, azul, rojo. Los duendes de esta casa de decoración caen más simpáticos que sus antepasados y se parecen más a los enanos de Blancanieves de Walt Disney. Eso sí, hay que desembolsar $290 para hacerse de un enanito ver-sión Palermo Soho.

Pero el auge de los ena-nos de jardín data de un tiempo y no es exclusivo de la Argentina. Desde

fines de los años 90 estos seres lograron protagonis-mo en ciudades de Europa, en donde apare-cieron frentes de liberación de enanos de jardín que cada tanto y de forma sor-presiva llevan a cabo ope-rativos de rescate con el único objetivo de devolver a esos pequeñitos inanima-dos de yeso o cerámica a su “ámbito natural”: el bos-que, lugar del que, dicen, “jamás tendrían que haber salido”. Estos grupos de choque no armados, que tienen como único fin res-catar a los enanos utiliza-dos como meros adornos, surgieron en Francia pero se extendieron por Berlín, Barcelona y Roma.

La Sección Hispánica del Frente de Liberación de eNanos de Jardín (SH-FLNJ), por ejemplo, relata minuciosamente en su sitio oficial su primera operación de salvataje: “De noche, con alevosía y embriaguez, nuestro comando perpetró la acción, tras escuchar los gritos del enano Emilio, que no aguantaba su vida privada de libertad y nos solicitaba ayuda. La valla que nos separaba no fue problema: nuestros intrépi-dos miembros reptaron por debajo de la misma tras levantarla, y al rato nuestro amigo dejó de cargar su carretilla. Emilio no supo decirnos si allí había más enanos; entonces decidi-mos caminar hacia la liber-tad. Nuestro amigo, a

pesar de ser enano, llega-ba al metro de estatura y tuvimos que cargar con él porque tenía atrofiada una de sus piernas. Lo primero que hicimos fue ir a cele-brar la liberación y, cuando tomábamos unas copas, sucedió lo imprevisto: nuestro comando fue inter-ceptado, el enano retenido (aun así pudo tomarse una cubata) y la policía actuó con contundencia sobre nuestros miembros, a los que causaron alguna que otra lesión”.

Lejos de estos hechos recientes, la historia de los enanos de jardín tiene su origen en la Edad Media, en Turquía, donde los hom-bres enanos eran explota-dos en las minas porque podían entrar con mayor facilidad. Por eso los ena-nitos de mentira suelen cargar pico y pala, llevar bonetes rellenos de hier-bas para protegerse de los derrumbes, y ropa colorida para ser vistos en la oscuri-dad. Estos seres fueron estigmatizados rápidamen-te, se les asignó poderes ocultos, y para contrarres-tar sus supuestos malefi-cios los dueños de las minas mandaron a moldear reproducciones en miniatu-ra que se convirtieron en piezas de decoración y se popularizaron en países como Alemania, considera-da la cuna de la cultura kitsch.

También llegaron a la Argentina, donde tuvieron su auge en las décadas

del ‘40 o del ’50, y cuando se creía que habían des-aparecido volvieron para decirle al mundo que están más vivos que nunca. Así lo comprobó hace tiem-po el periodista Chiche Gelblung, que les atribuye a estos enanos de mentira poderes sobrenaturales. Gelblung aseguró en su programa radial de Mitre que intentó deshacerse varias veces de un enano que tenía en su jardín y éste, misteriosamente, vol-vía a aparecer en su casa. Hasta que un día lo aban-donó lo más lejos que pudo y al tiempo el enanito reapareció en la casa de su vecino. Quien tuvo la pésima idea de colocarlo frente a la pared contiua a la casa del conductor, que mágicamente se llenó de humedad: un hecho extra-ño que le costó la vida al pobre enano.

Buenos o malos, hom-bres abnegados o vagos que no hacen nada, dulces como los siete enanos de Blancanieves o amargos como los de la tía Tita, indefensos o vengativos, anticuados o en su versión palermitana: los enanos volvieron para quedarse. 2

el dato snob

Enanos son los de ahoraYa los cultores del kitsch venían reivindicando a los enanos de jardín. Pero si aparecen en alguna tienda de Palermo, es que la resurrección es un hecho.

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tecno

últimas noticias de la evoluciónNetbook para niñas, una impresora que promete no tildarse cuando uno más la necesita y un celular-walkman: un aparato para cada necesidad.

SONY ERICSSON WALKMAN W395

Como sucede hace tiempo en el mundo laboral, los celulares progresivamente se ultraespecializan. Dejaron de ser artefac-tos generales para adaptarse a las parti-culares necesidades y gustos de sus usuarios. Por ejemplo, el Sony Ericsson Walkman W395 que, debido a sus fun-ciones, no se sabe bien si es un teléfo-no-walkman o un walkman-teléfono. Visualmente muy atractivo (viene en negro y titanio), su fuerte está en la reproducción de archivos multimedia en gran variedad de formatos, especialmen-te la música. Cuenta con una tarjeta de memoria de 1GB, sintonizador de radio FM, un par de potentes altavoces, más la aplicación TrackID, que ayuda a identi-ficar canciones, y auriculares estéreo.

EPSON STYLUS TX 410

Siguiendo el destino de toda tecnología, las impresoras evolucionaron. Y mucho: ya no patalean ni se encaprichan justo cuando uno debe entregar un trabajo. Ahora vienen con un diseño estilizado, son veloces y hasta cumplen varias funciones. Los modelos de la línea Stylus de Epson (Stylus TX 115, TX 210 y TX 410), por ejemplo, están pensados tanto para el hogar como para uso profesional. La TX 115 imprime a una velocidad de 30 páginas por minuto en negro (y 15 a color), mientras que la TX410 cuenta con la tecnología Pictbrigde, que permite enviar fotografías directamente desde una cámara digital (o dispositivos similares) sin utilizar una computadora como intermediaria.

NETBOOK BARBIE

Las computadoras de juguete de antaño dejaron lugar a las de verdad. Con la última netbook para chicas tecnológicas diseñada con una estética totalmente rosa Barbie -precisamente una computadora Lexibook-, se puede navegar por Internet (se conecta vía WiFi), realizar cálculos, organizar y almacenar fotos, traducir textos a seis idiomas, realizar tareas escolares, chatear con amigos, entretenerse con juegos, o cantar y bailar si se usa el Windows Media Player, entre muchas otras opciones. Cuesta unos 1.500 pesos y viene con bolso en el mismo estilo para transportarla.

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La ToTa. Usa ropa de una casa de “talles especiales”, en el barrio de Flores.

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Sin dudas, la moda no está pensada para obesos. Si un flaco se viste a la moda, es esnob, dandy, galán, gana-dor. Palabras no faltan para definir al hombre que se viste como en las revistas, que se preocupa por su esté-

tica. Si hasta se inventó la tendencia metrosexual pensando en los flacos que viven para mostrar lo lindos que son. En cambio, los gordos deben peregrinar por negocios de ropa para encon-trar diseños a su medida. "En una época venía especialmente desde México para comprar ropa con talles especiales a Buenos Aires. Porque aquí están a la vanguardia, en otros lugares te obligan a estar uniformado como un gordo", informa Edgar Vivar, el legendario Señor Barriga, que en su últi-mas estadía porteña se llevó un bolso con prendas para su DF de residencia.En ese enjambre humano que es la ave-nida Avellaneda a la altura de Flores, hay un espacio exclusivo para gordos hombres. Miles de hormigas con bolsones de ropa trajinan las mul-tiétnicas veredas, en las que se inte-gran coreanos en coches fantásti-cos, bolivianos que se ofrecen para coser ropa y judíos ortodoxos que no trabajan los sábados con cientos de otras gentes. Todos interactúan mer-ced al comercio, en una Babel moderna y mayorista.Llama la atención la cantidad de oferta de ropa de "talles especiales" (eufemismo para nom-brar la ropa para gordos y gordas) pero solo en su versión femenina. Ellas pueden elegir cómo vestir, qué onda usar, si acompañar las modas imperantes o, por el contrario, vestirse como sus abuelas lo hacían. En cambio, los varones ni siquiera tienen esa opción. Es que los negocios de ropa para varón gordo están limitados. "Lo que pasa es que las mujeres son comprado-ras compulsivas, ellas gastan mucha plata en ropa", explica no sin cierta lógica Pablo, vendedor de Fats Fashion, en la calle Argerich casi en la esquina de Avellaneda. Su vecino de local y competencia es Jaime. Su negocio se llama Scarcha y queda local de por medio con el anterior. Hace 27 años que se especia-

liza en el rubro de talles especiales y, con la autoridad de los años, explica: "Los hombres aguantan más con la ropa que tie-nen. No se desesperan por verse bien. Les da lo mismo". A simple vista, hay una diferencia entre ambos contrincantes. Fats Fashion es moderno, con ropa canchera y diseños como para flacos, pero maximizados en su tamaño. Scarcha, en cam-bio, parece más tradicional en su oferta de ropa. "El gordo pide modernidad. Antes solo se ponía ropa oscura, con colores pre-dominantes como el gris topo, el negro o el azul. Parecían uni-formados", sostiene Pablo, mientras abre su mano para invitar

a mirar la vidriera, en la que unos maniquíes extra large son modelos de moda. El estilo tira a ser reggeatonero.

Remeras rojas, verdes, rayadas, camperas, pantalones cargo, jeans. Nada que un flaco

no pueda conseguir en la Bond Street. Desde un afiche de publicidad, la Tota

Santillán guiña un ojo y sonríe como podría hacerlo Christian Sancho en la publicidad de calzoncillos. "Nosotros vestimos a Daniel, y él a cambio nos hace publicidad", infor-ma el vendedor, quien no llama por el apodo al ex bailantero devenido

primera figura de la pantalla televisi-va. "Viene, elige ropa y no se le cobra,

entonces es modelo de nuestra marca", explica. En el local vecino, Jaime utiliza

como imagen publicitaria un dibujo que podría ser el genio de la lámpara maravillosa, pero

sin músculos marcados. Digamos, con la misma contextura enorme pero más tirando a redondo que a marcado por el gim-nasio. No llega a ser gordo, es lo que se podría indicar como morrudo. La experiencia le otorga al dueño del local una sabi-duría como para arriesgar todo tipo de teorías. "Ahora los pibes crecieron y se quieren vestir como sus amigos, y además ya no importa tanto la mirada ajena. Ahora los gordos se quieren vestir igual que la gente normal". Le dejé pasar el comentario mascullando por lo bajo y, fundamentalmente, para no arruinar mi recién comenzada entrevista. ¿Gente normal?Una característica que resaltan ambos profesionales de la moda

Vida de gordo

Sin el regodeo ni la

autoflagelación de los best sellers de chicas con trastornos

alimentarios, el periodista Mauro Fulco escribió una especie de

autobiografía de un “gordito”, contando sus intentos por asumir y controlar el

sobrepeso. Aquí, un fragmento de Gordos (Sudamericana), libro que combina

el humor con entrevistas a especialistas y gordos famosos,

como la Tota Santillán o el actor que hizo a Ñoño en

El Chavo.

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gorda es que sus clientes saben bien qué ropa quie-ren. El trabajo de venta es mínimo para ellos. Es como con los heladeros. Uno compra hela-do y ya sabe de antemano el gusto que va a pedir y hasta dónde lo va a comprar. El gordo requiere lo que sabe que le queda bien y punto. "Es un cliente muy fiel", dice Pablo. "Al gordo no se le enchufa nada", certifica Jaime, pero aclara que ya no hacen ropa a pedido. Lo que hay es lo que es. Recuerda aquella vez en que se acer-có un cliente que era marinero y deseaba confeccionar su ropa con motivos marítimos en la gama del blan-co y el azul. Pero Jaime asegura que no le conviene. Ni por costo ni por trabajo, que –claro– es mayor que para la confección de una prenda tradicional. "Esta ropa es más cara porque hay mayor desperdicio de tela y una mano de obra mucho mayor", explica el dueño de Fats Fashion mientras despliega un panta-lón talle 90, que podrá ser usado por una cintura con un con-torno de un metro ochenta. Abierto, parece una carpa, y no es chiste. Dos personas cabrían cómodas dentro del jean. En seguida recordé mi estadía en Diquecito y aquella charla didác-tica con el doctor Rubén Salcedo, en la que me informó que la cintura de un varón promedio no debe medir más de 102 cen-tímetros de circunferencia. Los negocios publicitan shorts de baño, pullovers, cinturones, boxer y slip, pantalón jogging, polar, pantalones náuticos o pijamas. Todo para el gordo. O casi, porque una duda me asalta mientras me muestran un pantalón talle 80, para una cintura de 1.60 metros de diámetro. ¿Y los zapatos? ¿Dónde se consiguen? Porque los pies crecen al ritmo del resto del cuerpo. "No tengo idea de dónde se compran esos zapatos. Para mí que los traen de afuera, porque imaginate que los pies también son enormes", conjetura Jaime, que tam-bién tiene su cliente famoso. Así como la "Tota" en el local vecino, en Scarcha atendían a uno de los participantes de Cuestión de Peso, pero dicen que ahora ni se detiene a mirar la vidriera. Desde que es flaco se olvidó de los talles especiales. "Un día lo frené por la calle, le pregunté si era él y lo felicité", comenta Jaime. Ni él ni su colega son gordos.En mi caso, la ropa fue un tema, aunque a menor escala. Hubo un momento de mi vida en el que no me ponía un jean ni aunque me pagaran. Vestía pantalones cargo o náuticos, color crudo o negro, que me quedaban espantosa-mente mal. Parecía un señor de cin-cuenta años. Pero el peor momento en relación a la vestimenta fue el día de mi casamiento. Elegante, alquilé un smoking para semejante momento trascendental. Mi amigo Pablo me llevó al mismo lugar donde él había alquilado su propio traje de casamiento, como un ritual íntimo. Dos meses antes de la boda, fuimos juntos a un local que quedaba por San Isidro. Me probé la camisa, el saco, el pantalón y hasta el moño. Una pintura.

Pablo me sacó fotos con el celular. "Tengo que apro-vechar que estás vestido como una persona",

bromeó. Los vendedores me dieron fecha para retirar el smoking tres días antes de

la fiesta. Para precisar, la ceremonia fue el sábado y el miércoles tenía que pasar a buscarlo. Fui a buscar el smoking el día indicado. Feliz, car-gué todo y volví a casa de mis padres. Me lo puse y vino lo previsi-ble. El mismo pantalón que dos meses antes me quedaba pintado,

esta vez (72 horas antes de casarme) ni siquiera me subía de las rodillas.

Literalmente, no subía, se trababa en las ancas. No hubo forma. Y, para peor, al

día siguiente era el civil, y luego del civil, la noche de bodas; recién regresaría a mi casa el

viernes por la noche, cuando el local ya estaba cerrado. ¿Cómo hacía para ir hasta la casa de alquiler a cambiar el talle? Imposible, no me daban los tiempos. Mi amigo Pablo, indigna-do, fue en mi lugar, planteó la problemática y pidió un pantalón más grande. "Fueron a buscar y no había –recuerda cuando se quiere burlar de mí–. Estuve a punto de comprarte un jogging negro para que te pongas. Te lo merecías".

La venganza En los ochenta, una película encandiló a todos los púberes y pre del planeta. Subidos a la moda de Porki’s o Despedida de soltero, en Estados Unidos se estrenó La venganza de los tragas, que pasó a la historia como "de los nerds". Sucede que esa palabra aún no había llegado a nuestro léxico.En ella, un grupo de impresentables absolutos pertenecientes a una fraternidad de universidad norteamericana son desprecia-dos por los galanes y, sobre todo, por las mujeres. Dentro del grupo estaban todos los clichés: feos, anteojudos, raquíticos, gordos y sucios convivían en la misma casa y eran víctimas de burlas y maldades. Pero, lógico, este conjunto de perdedores contaba con una herramienta fundamental para dar vuelta la historia. Algunos eran muy inteligentes, otros carismáticos. Como es de esperar en esta clase de films, los "nerds" se quedan con las mujeres más lindas y el respeto de aquellos que ayer los

victimizaban. Esa película fue una esperanza para todo niño que transitó los ‘80 lejos del parámetro esti-

pulado, en ese entonces asociado a los ojos de Leo Sbaraglia y su personaje de Diego en

Clave de sol, o al cancherismo militante de Pablo Rago en la misma tira, donde

interpretaba al winner Lucho. En los noventa, ya hecho un adolescente, los galanes a seguir debían tener la facha de Gastón Pauls, el pelo de Diego Torres o la boca de Pablo Echarri. El resto, a remar en dulce de leche.

En mi caso, se proyectó una similari-dad con La venganza… en el plano

amoroso. Es que tuve un verano en el cual pegué un estirón y adelgacé unos

cuantos kilos. Tenía 15 años. Ese momento de

“Mi relación con las

mujeres fue problemática. Puedo afirmar que nunca se me acercó una mina ni siendo disc

jockey”, se sincera Gabriel Schultz (arr.)

El actor mexicano Edgar Vivar (der.) compra ropa de su talle en la Argentina. Su personaje en El Chavo, Ñoño, es el

arquetipo del niño con sobrepeso con el que se crió la generación de Fulco,

el autor de Gordo.

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mi vida lo llamo "flaco en tránsito", porque a pesar de ser casi delgado, iba a volver a ser gordo más temprano que tarde. Son intermitencias que presenta el derrotero de los genes obesos.Bueno, antes de comenzar cuarto año me había puesto fino en lo visual. Aproveché para comprarme unos jeans blancos que se usaban y una remera negra sin mangas bien pegada al cuerpo. Claro, el hecho de verme relativamente flaco me hacía sentir como Jean-Claude Van Damme. Nada más lejos de ese biotipo, aunque sentirme incluido aunque sea un ratito dentro de la moda me reconfortó, y también me hizo acreedor de algunas conquistas menores que, al compararse con la nulidad existente hasta el momento, me convertían en una especie de Rodolfo Valentino. Por suerte, mi etapa de pantalón blanco duró poco. Por desgracia, mi etapa de casi flaco también.Durante la charla con Gastón Recondo me sentí identificado más que con otras. Porque lo que acarrea la obesidad es que todos somos celosos guardianes de una historia más o menos parecida. Si fuiste un chico pasado de kilos, no hay forma de que seas el Luciano Castro del grupo. Si tuviste kilos demás, nadie te iba a comparar nunca con Mariano Martínez. Sin dudas, las chicas no iban a morir por vos. Algunos más, otros menos, el club de los gordos comparte en menor o mayor medi-da un pasado de labia y remo a todo vapor. "Pegué el estirón y me rapé a los 16 años en Cipoletti –recuerda el periodista deportivo–. Me fui de acá gordito y con pelo largo, cuan-do volví mis amigos no me reconocían. Sorprendí a todo el mundo; hasta ese momento cero minas. Ahora que recuerdo, en segundo año me dio bola una chica, pero fue un beso: ésa fue toda la bola. Mi escudo, aunque no era consciente, fue que era muy amiguero. Al año siguiente bajo de peso y me doy cuenta de que tengo cierta facilidad". Momento, he aquí una de las estra-tegias más usadas y menos efectivas del mundo. El adolescente gordo cree con una convicción ciega que hacerse amigo de la mujer lo acercará para conquistarla. Ella –nunca pude entender si a propósito o de inocente– le confiará al obeso sus secretos más recónditos. Quién le gusta, a quién besó, a quién quiere besar. Si es cariñosa, lo usará como osito de peluche humano. Pero nunca será el obeso el depositario de nada más que palabras y demostraciones afectuosas pero no afectivas. Claro, los kilos lo relegan a la mera categoría de "amigo". Si el hombre en cues-tión intentara traspasar ese umbral levantado (por él mismo, vale aclarar), chocará de frente contra una pared de concreto. Aun así, el gordo suele ser un buen confidente, un experto depositario de secretos de alcoba, el actor de reparto de una novela que siempre protagonizan otros. Pero hay casos de redención también. "De la nada a que se te acerquen dos muje-res pasás a ser como millonario –prosigue Recondo–. Cuando me dejé el pelo más larguito me entraron a dar bola más de una. "Me gustan todas", me dije. Pero nada de toco y me voy. Fui muy noviero, de ir a la casa y presentarme a los padres. Arrancaba con cada chica pensando que iba a ser para siempre. En quinto año estuve de novio con 7 chicas distintas. Claramente descubrí el sexo opuesto cuando adelgacé".

De la confesión esperada a la anécdota vengativa hay un paso. El recuerdo dibuja una sonrisa en la cara de Recondo. "En segundo año había una chica que me gustaba mucho, pero mucho. Me dio bola mitad de lástima mitad de cansancio, hasta que se dio cuenta y me abandonó. Duré un beso. Después la mina siempre me echó flit. Y le arrojé la maldi-ción: "va a llegar el día en que vos quieras estar conmigo y yo no voy a querer". En el viaje de egresados en Bariloche me enamoré de una chica perdidamente. De repente voy al baño y me encontré con esta chica que siempre me echó flit, y, sor-presa, me entró a tirar onda descaradamente. Hice tiempo hasta que mi otra chica volviera del baño, y la histeriqueé horrendamente. Cuando volvió la otra, las presenté. No bus-qué la revancha, se presentó sola". En su boca, el dulce sabor de la revancha.Aseverar que el Puma Gabriel Goity es un hombre gordo sería, cuanto menos, exagerar. Apenas un luchador contra algunos kilos, al momento de hacer esta entrevista se cuidaba en las comidas y entrenaba su cuerpo con dedicación diaria. Y se notaba. Estaba bien flaco. Actor de raza, le ha tocado meterse en la piel de pervertidos sexuales y galanes, de yup-pies y travestis. Pero Goity es el protagonista del éxito teatral Gorda, en el que un oficinista se enamora de una mujer con un sobrepeso evidente y sufre las burlas de sus compañeros,

el despecho de su ex novia y una mirada social conde-natoria. "En la vida real los galanes de mi barrio

no eran rubios de ojos claros, era el sodero petiso y gordito que se volteaba a todas

las viudas. La tele inventó un arqueti-po que hoy no existe más. La seduc-

ción no pasa por el físico. Ayuda en una instancia, pero los que devas-taban las cuadras eran el enanito, el gordito, el kiosquero". El Puma es un canto a la esperanza de los abonados a las dietas.Gabriel Schultz se sincera: "Mi rela-

ción con las mujeres fue problemáti-ca. No tuve la llegada que hubiera

querido con ellas. Además fui disc jockey durante diez años y tenía todos los sábados

ocupados, pero puedo afirmar que nunca se me acercó una mina, ni siendo disc jockey. La ver-

dad es que lo sufrí". En este párrafo se resume el sentir de una gran parte de hombres gordos. La seriedad de la afirmación y la contundencia de las palabras generan en mí unas ganas de cambiar de tema asombrosas. En cambio, con "Berta" Muñiz se dio lo contrario. A pesar de haber sufrido lo mismo que muchos, el conductor de radio estuvo de novio durante siete años con la misma mujer en su etapa de sobrepeso. "Antes de estar con ella, a las mujeres las vi pasar", reconoce, pero cuando se peleó con su ex, fue el momento en que se decidió a adelga-zar, a hacer algo por su cuerpo. Y vaya si lo hizo. Sometido al mismo régimen hipocalórico y de grupos que luego emprendí yo, Berta Muñiz logró adelgazar 50 kilos en cuatro años de batalla. De hecho, tiene tatuado en su cuello el número de su peso máximo y un tipejo sosteniendo una pesa: 149.500, indica el tatoo. "El gordo es el paradigma de la sociedad de consumo, en una sociedad que lo desprecia, y ese desprecio lo lleva a la autodestrucción". 2

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autos

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E l XJ es uno de esos autos que quedaría bien en una versión

futura de 007. Conocido es el gusto de James Bond por autos como el Aston Martin DBS, el BMW Z8 o el Jaguar XF. Bond prefiere los autos caros, velocistas y lujosos. Esta novedad de Jaguar es para millonarios, dandies y mujeriegos.

La nueva figura de la ber-lina de lujo de Jaguar se presentó en una fiesta en Chelsea, Londres. Saldrá al mercado a principios del 2010 y la marca ya acepta reservas con un precio, según el mercado, que arranca en los 70.800 euros.

Su antecesora tenía el mismo nombre, pero era de look más sobrio, con tendencias más clásicas, cuatro puertas y buen lugar. Más estilo sedán o Limousine. Aquella última versión había llegado al mercado en 2003.

Hoy, bajo el comando del grupo indio Tata, esta felina firma de coches de lujo le dio un vuelco radical a la silueta del XJ.

Mantiene algunas de sus características; el aluminio como material predominan-te, por ejemplo, que lo hacía liviano para un auto de esa envergadura. Hay partes en las cuales tam-bién se usó magnesio, para reducir aun más peso: 150 kilogramos menos que un auto común del mismo tamaño. Es una pluma y, al mismo tiempo, una bala. Trae corazones de fiera de 3.0 litros diesel, y nafteros con el reconocido el V8 de

5.0 litros, con 385 caballos de potencia; el V8 sobreali-mentado de 5.0 litros y 470 caballos y, el de 510 caba-llos de fuerza. La caja es de seis velocidades, con trans-misión automática, electró-nica.

Tiene un gran baúl –de 520 litros – , puede alojar buen equipaje o el tubo de GNC, para aquellos que prefieren aparentar y lucir un super auto pero no pue-

den llenarle el tanque y hasta tienen que dormir en él. Pero uno puede hacer muchas locuras cuando se enamora de una silueta como esta.

El XJ lo tiene todo. Deportividad sofisticada, fue la consigna de los dise-ñadores de Jaguar. Por fuera, una fiera; por dentro, pura fineza. El espectacular panel de instrumentos vir-tual de alta definición se integra con una pantalla táctil dual 8’’ en la que el acompañante puede mirar una película de DVD o un programa de chismes, mientras el conductor ve las funciones del vehículo o el sistema de navegación vía satélite. Hay también un gran equipo de sonido, sillones de cuero calefac-cionados... No vale la pena seguir. Todo es perfecto.

El nuEvo XJ

El salto del jaguar

S oplar cien velas no es tarea fácil. Audi pudo. La marca alemana

celebró un siglo de exis-tencia en su tierra, pero en todo el globo también se brindo con cerveza fría y

espumosa. En la noche de gala, 1.800 invitados parti-ciparon en los festejos. En el año 1909 August Horch fundó la compañía en la tranquilidad de la ciudad de Zwickau. Hoy

Cien años de Audi

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Carlos, 79 años, vende accesorios

A qué accesorios se dedica?—De todo: ópticas, paragolpes, faros, trabavolantes.

Venís con el auto que se te ocurra y yo te consigo lo que necesites. Algo vamos a encontrar. Capaz, no el original, pero siempre hay algo que va perfecto. Si querés te podes lle-var un portaequipajes, fundas, alerones, spoliers, cubretrom-pas. Accesorios, pibe, accesorios del auto vendo yo. ¿Se entiende? Sé vender, sé lo que buscan los clientes.

—¿Le puedo pedir cualquier cosa, que usted la tiene?— Bueno, casi todo. No son cosas de tunning, no vendemos

el neón para la parte de baja del auto. A lo sumo te enchapa-mos la pedalera con metal o algún detalle cromado. De diseño, nada. Faros de 206, pongalé: lo arreglamos, lo conseguimos. No el faro original de Peugeot, pero hay unos taiwaneses, de la misma estructura geométrica, que van bárbaro. Es lo mismo, pero no es el original del auto. Es el estructural, así le digo yo.

—¿Qué tiene que lo hace diferente?—La parte visual, el color es distinto. No imitación, sino algo

que se hizo para que vaya ahí, pero que no sea igual. El 99% son taiwaneses. También puedo conseguir la línea original de los autos. A gusto del cliente.

—¿Qué es lo que más se rompe?—Lo que más se rompe está condicionado por el tránsito.

Como es una locura, algo infernal, siempre se rompe algo. Sobre todo faros traseros, paragolpes, espejos retrovisores. Los especialistas en arrancarlos son las motos y los colectivos. Son cosas que pasan a diario. Quién no rompió una óptica, o lo rozaron, o no frenó a tiempo o le hicieron el sanguchito. Todo eso te hace venir a comprar algo acá.

—¿Que día tiene más laburo?—El sábado es cuando viene más gente. Todos, o al menos

la mayoría, dejan este tipo de trámite para el fin de semana.

En la calle

se asienta en Ingolstadt. El pueblo es como Módena para Ferrari. Por eso, recibió visitas como la de la canciller teutona, Angela Merkel, y de orquestas sinfónicas que hacían sonar música de Bach y Wagner. De las 50 marcas de auto-motrices alemanas que existían entonces, a prin-cipios del siglo XX, Audi es una de las tres que siguen en el mercado. Desde el primer motor que se puso en marcha hasta el modernísimo R8, tiene una historia llena de fusiones, de innovacio-nes tecnológicas y de productos de alta gama. La marca de los cuatro

anillos, tiró la casa por la ventana. Y debe de tener una ven-tana muy grande, porque se programaron más de 50 eventos este año: desde exhibiciones espectaculares en el museo móvil de Audi hasta homenajes al rally –rubro en el cual fue pro-tagonista durante muchos años– y exhibi-ción de autos antiguos e históricos, pasando por fiestas, lunches para miles y espectáculos al aire libre.

En Argentina esta firma inició su actividad comer-cial en 1997, para ser líder en la venta de autos Premium desde 2002.

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YO SOBREV IVí

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YO SOBREV IVíSalir de una tragedia en la que había pocas chances de sobrevivir divide la

vida en un antes y un después. Aquí, sobrevivientes del accidente del avión de

Lapa, del atentado a la Amia, de la avalancha de la Puerta 12 en River y del

sangriento motín de Sierra Chica cuentan su experiencia y su vida después.

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Por Pablo Willy Galfréfotos Patricio Pidal

En la película El Protegido –”El irrom-pible” es la traducción literal del nombre original, Unbreakable–, Samuel Lee Jackson es un villano que

provoca grandes accidentes en todos los Estados Unidos, con el objetivo de encontrar a un ser humano que sea el irrompible del título. Así, después de atentar contra trenes, aviones y edi-ficios, nota con que el personaje de Bruce Willis fue el único sobreviviente del descarrilamiento de un tren. Irrompible, protegido –por algo, por alguien– o elegido por el azar, todo aquel que sobrevive a una tragedia de las que es casi impo-sible salir con vida empieza a ser otro. Aunque siga su vida normal, aunque nunca se pregunte "por qué yo".

No fue esa noche del 31 de agosto de 1999 cuando Marisa Beiró se hizo la pregunta, sino un tiempo después. Esa noche, Marisa y sus siete amigas subieron últimas al vuelo LAPA 3142 de las 20:36. Todas ellas, hermosas mujeres de no más de treinta años, que venían de un seminario de moda y maquillaje, se sentaron en las filas 3 y 4. Marisa, la única habituada alos aviones, con-vidó con chicles a sus compañeras y se sorpren-dió de que en el respaldo de adelante no estuvie-ra el típico folleto que informa sobre las salidas de emergencia y demás medidas preventivas. Alzó la vista y comprobó que la puerta de la cabina estaba abierta . Se veían cientos de boto-nes y palanquitas. De pronto recordó la imagen de esa azafata que cuatro años atrás había salido despedida por la puerta de un avión en pleno vuelo. Quiso recordar también el nombre de esa chica, pero no pudo.

Cuando el comandante anunció que había llegado la hora del despegue, Marisa advirtió que ninguna de las azafatas había cumplido la rutina de explicar por dónde salir en caso de accidente. Miró a su amiga de toda la vida, Jaqueline Rico, se persignó varias veces y obser-vó por la ventanilla: otros aviones, hangares, autos, río, restaurantes y la Avenida Costanera se fundieron en una sola imagen. El avión inten-tó elevarse durante algunos segundos, pero poco después fue de trompa contra el piso y comenzó a rebotar y a zarandearse violentamen-te. Marisa sintió cómo su cuerpo vibraba y se apretujaba entre el respaldo y el asiento de ade-lante. Optó por colocar su cabeza entre las rodi-llas, rezar en voz baja y esperar. Un silencio eterno y un calor abrumador se habían apodera-do del avión. "¿Por qué nadie grita? –se pregun-tó–. ¿Por qué me escucho sólo a mí misma gri-tar?" El cinturón era una brasa ardiente, una trampa imposible de arrancar. La falta de aire y el ardor en el cuerpo le indicaron que la muerte

se aproximaba. Empezó a preocuparse por quién iba cuidar a sus tres hijos pequeños. De repente, sintió que algo suave (así lo recuerda, nunca supo qué era) se deslizaba entre sus caderas y el cinturón se desprendía de la hebilla. Marisa estaba libre. Frente a sus ojos, unos puntos blan-cos e imprecisos le marcaban cuál era el camino para escabullirse del avión.

Marcelo Morano, un empleado de la Asociación Argentina de Golf que segundos antes estaba ordenando papeles en una oficina, atónito presenciaba cómo en el green 4 algo que apenas parecía un avión se deshacía entre lla-mas voraces. Entre la chatarra calcinada, los gritos y las explosiones se deslizó una mujer hermosa. Tenía ojos negros y delineados, panta-lón ceñido al cuerpo y botas altas. Gritaba lla-mando a sus hijos.

Los puntos blancos de los que Marisa seguía el rastro difuso eran pelotitas de golf. Marcelo la vio sobre una de las lomas del campo de juego. Le tendió la mano y la ayudó a bajar. Su ropa se hacía jirones y ella gritaba que no la tocaran. Su cuerpo hervía. Marcelo y otros voluntarios la llevaron hasta un banco y la taparon con una sábana. Marisa alzó la cabeza y vio el avión en llamas. Mientras tanto, otros voluntarios saca-ban, inconsciente, de adentro del avión a Benjamín Buteler. Él y Marisa fueron los dos únicos pasajeros de las filas 1 a 15 que sobrevivie-ron al accidente aéreo.

Marisa, sentada en el banco, con el 65% de su cuerpo quemado, aún no se preguntaba por qué había sobrevivido, por qué ella, teniendo las mismas chances de vivir o morir que el resto de los pasajeros de la parte delantera del avión.

Un enfermero la subió a una ambulancia. Le preguntó, al oído, si sabía rezar y ella contestó que sí, que era muy creyente. "Entonces rezá, por favor, hasta que lleguemos al hospital", le rogó, dejándole un rosario entre las sábanas.

Lo extraño de esta historia es que Marisa no se sentía del todo mal. Sí le ardía el cuerpo y lo percibía más bien paralizado. Cuando por sobre su cabeza vio que varios médicos la examinaban con cara de espanto se preocupó y les preguntó si se iba a salvar. Vamos a hacer todo lo posible, fue la respuesta. Recién entonces comprendió la realidad que estaba viviendo, que se decidía entre la vida y la muerte. La anestesia la durmió y entró al quirófano por primera vez.

Después por 45 operaciones más, 30 días sin levantarse de la cama, semanas en terapia intensiva, injertos de piel, la amputación de dos dedos de los pies, la muerte de su padre, que no resistió tanta tristeza, y un largo proceso de rehabilitación.

Recién a los 88 días de internación Marisa pudo ver a uno de sus hijos. Era el mayor, Maximiliano, de entonces nueve años, quien la

“Yo no me acuerdo de nada ni sufrí mucho... es que fui el muerto de esta historia”. Juan Carlos Alomo estaba inconsciente entre los cadáveres, en la cancha de River, pero lo dieron por “fallecido”.

PUerta 12. La salida cerrada, en la cancha de River, fue la tumba para 71 personas que estaban en la popular visitante.

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esperaba en una habitación que las enfermeras habían preparado para la ocasión.

Marisa lo abrazó, y luego le preguntó si la veía rara a mamá, si le parecía una momia con tanto vendaje. Maxi le apoyó en la falda un muñequito del Hombre Araña y le dijo que sí, que algo rara estaba, pero que igual sabía que seguía siendo su mami. Marisa no lloró: decidió que todo lo que había vivido hasta entonces era insignificante a cambio de poder seguir disfrutando del amor de sus tres hijos.

Esa misma noche tuvo un sueño que sintió revelador: ella estaba en medio de un círculo fosforescente que se cerraba sobre ella. Tenía un plazo para salir de ahí antes que todo se incen-diara. Si bien se despertó sobresaltada y con mucho miedo, se sintió un poco aliviada cuando pudo descifrar ese sueño: ella había sobrevivido –interpretó– para ser la voz de los que no esta-ban. Por eso viaja –en avión– a Buenos Aires todas las semanas, para presenciar el juicio que se le sigue a las autoridades de LAPA y de la Fuerza Aérea, o para ser entrevistada por cuanto medio se lo pida.

Cuando le dieron el alta después de la última operación, en abril de 2000, Marisa Beiró seguía tan linda como siempre, a pesar de algu-nas cicatrices. Mientras se sometía a un proceso de rehabilitación en el que tuvo que aprender a conocer su nuevo cuerpo –antes no podía estar parada más de cinco minutos, ahora se cansa

recién después de dos horas–, se enamoró, se volvió a casar y tuvo dos hijos más.

Puerta 12, muerto número 19El 23 de junio de 1968 Juan Carlos Alomo esta-cionó su Citroën 2 CV frente al chalet de los padres de su flamante esposa, María Cecilia López, en Avenida del Libertador e Iberá. La besó en la panza –estaba embarazada de dos meses– y dijo que después del partido volvía a tomar unos mates. Lo esperarían con masitas secas.

Juan Carlos caminó las tres cuadras que lo separaban del estadio de River Plate, subió sal-teando escalones hasta las gradas de la popular y, boina en mano, empezó a alentar al cuadro de sus amores, Boca Juniors.

El clásico fue un aburrido cero a cero. Además, el clima ya era irrespirable en las tribunas: falta-ba el aire y había muchas avalanchas. Cuando sonó el pitazo final Juan Carlos se fue rauda-mente hacia la salida.

Ya en las escaleras, gracias a su metro ochenta de estatura pudo espiar el panorama por sobre las cabezas de los hinchas que tenía delante. Escuchó algunos gritos, insultos y quejas, pero no entendió qué pasaba. Sintió un empujón muy fuerte a sus espaldas, pidió a la gente que se tranquilizara –“más vale tarde pero bien que rápido pero mal”–; después nada más. Perdió el conocimiento y se transformó en el protagonista inerte de esta historia.

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Nunca se supo la verdad de lo que pasó aquel día en la Puerta 12 de la cancha de River. Algunos testigos y sobrevivientes – también la dirigencia de River y la AFA– dicen que las puertas estaban abiertas, los molinetes retirados y que la avalancha y las muertes se debían sim-plemente a que los hinchas de Boca salieron todos juntos y a los apurones. Otros sostienen lo contrario: que las puertas estaban cerradas, los molinetes colocados, que la policía reprimió y que esa alquimia provocó la menesunda, con 71 muertos y 58 heridos.

Juan Carlos estaba inconsciente y no escuchó lo que describen otros sobrevivientes, los gritos de los que pedían auxilio en ese túnel oscuro. Nueve de cada diez muertos fueron jóvenes de entre 14 y 21 años. Los cuerpos rebotaban contra los escalones. Las caras, estrujadas contra el piso, como si en cámara lenta un boxeador les estuviese dando el golpe de gracia.

La policía y los hinchas empezaron a recoger los cuerpos –vivos o muertos– y a apilarlos sobre la avenida Figueroa Alcorta. En un improvisado operativo, un médico se agachaba y les tomaba el pulso. Si estaban vivos decía "está vivo" y otros

médicos se ocupaban de atenderlos. Si en cam-bio estaban muertos, decía "fallecido" y enton-ces un cabo desnudaba el cadáver y pintaba un número. A Juan Carlos le pintaron el 19.

Cuando María Cecilia llegó al estadio, su marido ya no estaba. Los cuerpos habían sido apilados en camiones ordinarios y depositados en la Comisaría 33, en la Morgue Judicial o en el Hospital Pirovano. Entre cuatro o cinco amigos organizaron la búsqueda del desaparecido. Juan Carlos no recuerda si el líder de la pandilla fue el ruso Pomeraniec o el vasco Oros. En uno de esos peregrinajes por los hospitales porteños, uno de sus compadres no se dio cuenta de que estuvo frente a su amigo inconsciente. Se inclinó sobre él, lo miró y le dijo a la enfermera del Pirovano que ese de ahí no era su amigo. Es que estaba irreconocible: sus oídos habían explotado, su cuerpo estaba amoratado y los ojos –hinchados y fuera de las órbitas– eran de color morcilla.

Cuando el amigo abandonó la fila de falleci-dos una monja pequeña y decidida se quedó mirando el cuerpo. Algo le llamaba la atención. Era distinto al resto. Se agachó, le puso la mano en el pecho, le tomó el pulso y saltó. Le gritó al médico más próximo: "¡Ese muerto está vivo!" Sin perder tiempo, el hombre le hizo una tra-queotomía de emergencia sin anestesia y el muerto número 19 –el pescado, según la quinie-la– volvió a nadar en las aguas de los vivos.

A las cuatro de la madrugada José María Muñoz informaba por La Oral Deportiva que en el Hospital Pirovano aún había un NN. La pandilla de amigos se dio una última chance. Esta vez el policía de guardia no los dejó pasar. El ruso Pomeraniec –o el vasco Oros– tramaron un plan para sortear a la autoridad: disfrazarse de médicos y entrar. El que logró ubicarlo, llamó por teléfono a su señora y le dijo: "Lo encontra-mos. Está mal, pero vivo".

Cuando su mujer lo vio tendido en la camilla del hospital apenas reconoció a su marido. Sus cachetes estaban tan hinchados que parecía Louis Armstrong tocando la trompeta, su caja torácica estaba tan hundida que la camiseta se traslucía en las costillas y esternón. Un médico le dijo que el hombre se había salvado de mila-gro, que seguramente había soportado tonela-das de cuerpos humanos sobre él.

Tres días después, Juan Carlos se despertó en el Hospital Pirovano y apoyó la mejilla en la panza de embarazada de su mujer. La barra de amigos rodeó el lecho del sobreviviente con ban-deras y cartas de truco.

Al mes siguiente le dieron el alta –antes, la AFA, River y Boca le hicieron firmar un escrito que los eximía de culpa y cargo a cambio de 100 dólares– y volvió a subir a su Ford Falcon blanco marfil para recorrer la provincia como viajante de comercio. Enfiló hacia el sur. Cuando paró en

Motín. Ocho días duró el levantamiento en Sierra Chica. El Indio (ab.) fue uno de los rehenes.

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el primer pueblo de su destino, y entró al negocio de un cliente regular, el dueño, detrás del mos-trador, se acomodó los anteojos para ver bien y preguntó: "¿Pero usted no había muerto?".

Esta es la historia que Juan Carlos Alomo le contó primero a sus tres hijos y después a sus nietos, una historia que –como él dice– es muy dura pero más que para él, para sus familiares y amigos. "Yo no me acuerdo nada ni sufrí mucho, si fui el muerto de esta historia", razona y agrega que tampoco se preguntó mucho por qué sobre-vivió ese día de tanta muerte. "Habrá sido que tengo una caja torácica muy resistente: siempre hice mucho deporte", concluye este hombre que a pesar de lo que vivió, hasta hace pocos años no dejó de ir todos los domingos a ver a Boca. Eso sí, sentadito plácidamente en la platea local.

Bajo los escombrosA las 7:15 del 18 de julio de 1994 Martín Cano entró al edificio de la AMIA y marcó tarjeta. Se puso el traje de mozo, ajustándose un incómo-do moño en el cuello; en realidad, trabajaba en maestranza, pero ese día tenía que reemplazar a un compañero en el bar. Pasadas las ocho saludó a Jacobo Cachito Chemauel, y recorrió todos los pisos arrastrando el carrito con un kit de desa-yuno para cada oficina. A las 9:50 volvió al subsuelo, dejó el carrito junto a la pileta de la cocina y empezó a llenarla de trastos sucios.

A las 9:53 sintió una explosión. Primero su cuerpo se elevó en el aire, sus brazos y sus pier-nas se extendieron hacia adelante, e inmediata y violentamente fue despedido hacia atrás. Y otra vez hacia adelante. Sus pies pegaron –y se que-braron– contra la pared de la cocina. Todo –las paredes, los azulejos, el techo, la mesada, el cale-fón, los estantes, la vajilla sucia, los cubiertos, las servilletas– se desmoronó encima de Martín.

Parte de su cuerpo quedó bajo miles de rocas. De la panza hacia arriba estaba libre, salvo su brazo izquierdo. El resto del cuerpo estaba com-pletamente cubierto por los escombros. En sus oídos, un chirrido agudo y punzante. En su boca, gritos de dolor, pedidos de auxilio. Unos metros más allá, también tapado de escombros, Cachito conjeturaba que habría volado el cale-fón y le recomendaba que pensara en su familia, para calmarse.

Pero pasaban las horas y Martín seguía envuel-to en la oscuridad y el silencio. Ni una señal que indicara que lo estuviesen yendo a rescatar. Súbitamente sintió un ruido. Agudizó sus oídos para comprender qué era. Ese sonido cristalino que descendía hacia él no podían ser los resca-tistas. Cuando recibió una oleada húmeda y helada Martín se dio cuenta de que era agua. Apenas tuvo tiempo para alarmarse. En sólo tres minutos el agua ya había cubierto todo su cuerpo. Gritó hasta que el agua tapó su boca y

sus fosas nasales y decidió despedirse de este mundo. Mientras escupía por boca y nariz –mientras se ahogaba–, el agua, así como llegó, también se fue. "Si nos salvamos de esta es que no nos morimos nunca más", gritó Martín. Cachito no respondió.

Varias horas después escuchó un toc toc al que respondió con todas sus fuerzas: "¡Aquí! ¡Estamos aquí!" "¿Cuantos hay?", pregunta-ron los bomberos. "¡Tres, somos tres!", respon-dió Martín incluyendo a Bubi, otro compañero que sabía que estaba con ellos cuando fue la explosión. Le dijeron que agarrara una piedra y golpeara contra la pared para indicar dónde estaban.

Dos horas después se abría una rendija a tra-vés de la cual se filtraba un halo de luz y la cara sonriente y mugrienta de un bombero, que le alcanzó una pastilla –que lo adormeció– y una linterna. Los bomberos se fueron, prometiendo que en un rato volverían. Había una pared que podía desplomarse y matarlos a todos.

Martín estaba agotado, su cuerpo era un amasijo de dolor. Pero más le preocupaba lo que no sentía: sus pies. Un tiempo después los bom-beros habían vuelto. Dos horas necesitaron para ensanchar la grieta. El panorama era complicado. Martín los veía murmurar. Los bomberos estaban planificando amputarle una de las piernas, que veían imposible de sacar. Pero al final decidieron empezar un trabajo de hormiga. Sacaban piedra por piedra con suma precisión, rezaban para no desatar un efecto dominó, que al mover una de las piezas no se fuera todo al carajo .

Los rescatistas no podían comprender cómo una viga milagrosa sostenía la mesada de grani-to y toneladas de escombros que deberían haber matado a Martín. Los creyentes dicen que Dios está en todas partes, que puede ser una flor, un

sUbsUelo. Martín Cano estuvo horas sepultado bajo los escombros de la AMIA, junto a dos compañeros de trabajo.

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perro o un suspiro. Ese día Dios era una viga.Otras dos horas necesitaron los bomberos

para extraer a Martín de la montaña de escom-bros. Le pusieron un respirador artificial, un cuello ortopédico, lo pincharon con un calmante y lo cargaron sobre una camilla. Martín no lo recuerda porque ya estaba dormido, pero supo después que todos los que estaban ahí, sobre las ruinas de la AMIA, a las diez de esa noche triste apuntaron sus cascos al cielo y gritaron: "¡Vamos Martín! ¡Fuerza, carajo!"

Cachito fue rescatado 24 horas después pero falleció en el hospital. Junto a Bubi, integran la lista de los 85 muertos que causó el atentado.

Después de estar durante una semana en tera-pia intensiva, Martín recibió la visita de su mujer y su hijo de dos meses, Danielito. Al sentir el cuerpo del bebé sobre su pecho desnudo, lloró desconsoladamente y se sintió un poco mejor.

Durante el mes que vivió sobre la cama del Hospital de Clínicas una pesadilla lo sobresaltó todas las noches: un ruido ensordecedor y oscu-ro lo envolvía y lo aturdía, él gritaba con todas sus fuerzas para que salvaran a sus amigos pero nadie lo escuchaba. "Siempre digo que me ten-dría que haber muerto por el atentado o la inun-dación. Supongo que no era mi día, quizás fue el destino, o sobreviví Dios mediante, digo yo. Aparentemente no era mi hora", recapacita él sobre una pregunta que no tiene respuestas, sentado en una sala de estar de la AMIA, donde nunca dudó en volver a trabajar.

Luego de un año y medio de rehabilitación volvió a usar sus piernas. Pese a algunas limita-ciones –no puede correr o jugar al fútbol– y dolores ocasionales, funcionan a la perfección para entretenerse con Danielito y los otros cua-tro hijos que tuvo en estos 15 años.

La venganza en Sierra Chica30 de marzo de 1996. Sábado de Semana Santa. Horas antes, en el penal de máxima seguridad de Sierra Chica, Olavarría, provincia de Buenos Aires, varios presos habían fracasado en un intento de fuga y habían comenzado un motín. Diez guardiacárceles y tres voluntarios, Testigos de Jehová, fueron tomados como rehenes. Los rebeldes, que ya habían sido bautizados por la prensa como Los 12 Apóstoles de la Muerte, tenían además un revólver, muchas ganas de largarse de ahí y nada que perder.

Jorge Palacio, director de la cárcel, y Juan Orlando El Indio Martínez Gómez, jefe de Seguridad Interna, estaban negociando la ren-dición con dos de los cabecillas, Jorge El Karateka Pedraza y el paraguayo Miguá. Una reja era el límite entre la ley y los amotinados. Con ellos también estaba Popó Brandán, quien a diferencia de sus cómplices estaba completa-mente dopado con psicofármacos. Martínez

Gómez vio cómo sin previo aviso, frente a sus ojos pasaba la mano de Brandan empuñando una pistola que se posaba sobre la sien de su jefe. Sonó un disparo. Pero Palacio se había aga-chado y, oculto detrás de una pared, eludió ese fogonazo y dos más. El Indio estaba entre otra pared y Brandán, un callejón sin salida. "Ponele la pistola en la cabeza que a este lo metemos para adentro", ordenó Pedraza. El Indio rogaba que a Brandán no se le escapara un tiro. El temi-do y respetado jefe de Seguridad Interna de Sierra Chica ahora era un rehén. Con un cintu-rón, le ataron las manos a la espalda y lo tiraron en Sanidad con los otros rehenes. Todos estaban pálidos y cabizbajos. Al día siguiente Pedraza decidió encerrarlo solo en la sala de Enfermería. Quería destruirlo moralmente, y con él a su tropa. Lo encapucharon con un gorro de lana calzado hasta el cuello y lo tiraron sobre las frías lozas blancas de la habitación. Sintiendo el roce de una faca oxidada en el cuello y un silencio sepulcral e incómodo, el Indio Martínez Gómez pensó que para él todo había terminado. La oscuridad de la capucha se transformó una pan-talla de cine deslavada: su infancia en el desierto de San Juan, la llegada a la gran ciudad y el alistamiento en la fuerza, la boda con el amor de su vida y el nacimiento de sus tres hijas. Por último, el cumpleaños de la mayor y esa porción de torta que no había terminado de comer cuan-do lo llamaron para anunciarle que había un motín en el penal. La puta madre, pensaba, qué ganas de comer esa porción de chocotorta. Un portazo lo hizo comprender que por ahora seguiría viviendo.

Durante las 36 horas que “el Jefe" estuvo ais-lado Los Apóstoles habían tomado también como rehenes a la jueza en lo Criminal de Azul, María Malere, a su secretario y al doctor Suart, médico del penal. Cuando fueron a darle una ración de comida, el Indio dijo basta, que volvía con los suyos. La respuesta fue la mano de Popó Brandan empuñando el arma gatillada sobre su cabeza. "Hacé lo que quieras, pero yo a la enfer-mería no entro más", dijo, y finalmente lo deja-ron pasar.

El lunes sucedió la masacre por la que el motín de Sierra Chica pasó a la historia. Los 12 Apóstoles y el 95% de los presos se la tenían jurada a un reo conocido como Agapo Lencinas, que junto a sus cómplices eran "buchones" del Servicio Penitenciario y arruinaguachos: viola-ban y usaban de sirvientas a los recién llegados, a los débiles y a los indefensos. El panorama era ideal para la venganza. A Lencinas y sus compa-ñeros los torturaron, los mataron a balazos y facazos; después los cremaron en el horno de hacer panes y pizzas y, según la leyenda, a dos de ellos los hicieron empanadas.

Fueron ocho los días que el Indio y los suyos

sin exPlicaciones. Alomo, Martínez Gómez y Cano no buscan un porqué.

“Marisa tuvo un sueño revelador. Se sintió aliviada cuando pudo descifrarlo: había sobrevivido –interpretó– para ser la voz de los que no estaban. Por eso viaja todas las semanas para presenciar el juicio.

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permanecieron de rehenes del motín. Uno de los momentos más críticos fue cuando, tras la ejecución de Lencinas y el caos generalizado, las autoridades pensaron que había un nuevo inten-to de fuga y decidieron recuperar el penal. Como respuesta los Apóstoles decidieron subir a todos los rehenes a la terraza del presidio y exponerlos ante las autoridades y la prensa. "¡Si entran los tiramos al vacío!", gritaban mientras amenaza-ban con las facas. Finalmente los oficiales del Servicio Penitenciario dieron marcha atrás y los rehenes fueron devueltos a Sanidad. Pero toda-vía faltaba la noche más larga.

Corría el rumor de que un grupo de elite entraría a sangre y fuego para liberarlos. Un reo, conocido como El Zurdo Sánchez, entró y ató a todos de pies y manos. A Martínez Gómez le susurró al oído: "Si entran, ustedes se mueren". El Indio presumía que le había llegado la hora, sabía que era el primer candidato a ser degolla-do. A lo sumo, le tocaría después de la jueza Malere. La noche pasó en una vigilia insoporta-ble, pero nada sucedió.

Al atardecer del día siguiente Martínez Gómez intuía que algo no andaba bien. Gracias a un preso fiel logró informarse de la situación: los cabecillas estaban desesperados porque ningún plan de escape estaba funcionando. "Jefe, se rumorea que esta noche van a matar a un rehén para demostrar que están hablando en serio. Y

que seguirán matándolos hasta que se les per-mita fugarse”, filtró el confidente mientras les daba facas a él y a otro oficial. Esa noche de viernes Martínez Gómez la recuerda como la más tensa de todas. Parapetado en Sanidad, escuchaba a presos que pedían entrar y matarlos a todos por venganza. Al día siguiente en Sierra Chica el clima ya era irrespirable. El resto de los presos se estaba por amotinar contra Los 12 Apóstoles. Pero el Karateca Pedraza dio por terminado el motín.

Luego de una revisación médica en el casino de suboficiales, Martínez Gómez caminó las dos cuadras que lo separaban de su casa. Estaba preocupado por la salud psíquica de sus subordinados. La mayoría pediría la baja psiquiátrica.

Abrió la puerta y se dio un fuerte abrazo con sus tres hijas y su esposa. En la ducha, empezó a tomar conciencia de lo cerca que había estado de morir. Comió el pedazo de torta que lo había estado esperando.

"Aunque ya esté retirado del servicio, y quizá no vea nunca más un preso en toda mi vida, sí los veo todas las noches en mis pesadillas, donde ellos me corren o camino por las paredes", dice este hombre que, si bien pidió la baja, sigue ligado al Servicio Penitenciario dando clases a los cadetes. "Son traumas que no se curan jamás y te persiguen durante toda la vida". 2

laPa. De todas las personas sentadas entre las filas 1 y 15 del avión, Marisa fue una de las dos que sobrevivieron.

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POR ALEJANDRO WALL

El espacio, en Rosengard, no sobraba. Pero Zlatan y sus amigos se las arregla-ban bastante bien. A falta de canchas, organizaban concursos: quién hacía

más jueguitos, quién hilvanaba más gambetas, quién tiraba más caños. El barrio, ubicado en la ciudad de Malmo, nunca se pareció a Suecia. Todavía conserva los monoblocks desvencijados que lo asemejan más a Villa Lugano. Rosengard es, en realidad, un gueto: allí fueron a parar los miles de inmigrantes que llegaron al país desde África, Asia, Latinoamérica, Europa del Este, y los Balcanes. Como Sefik Ibrahimovic y Jurka Gravic, que habían escapado de la ex Yugoslavia. Él, bos-nio y musulmán. Ella, croata y católica. Zlatan, hijo de ambos, creció en las placitas de cemento que encierran los edificios, apostándole diez coro-nas suecas al que se atreviera a quitarle la pelota. Siempre ganaba. Era un niño: todavía ni se ima-ginaba que ese don maravilloso de llevarla atada, casi veinte años después, valdría muchísimos millones más."Yo me he ido de Rosengard, pero Rosengard no se ha ido de mí", dijo hace poco. Puede ser cierto. Zlatan Ibrahimovic, nueva perla del Barcelona, siguió regocijándose con los mismos firuletes que encandilaban a sus amigos. Lo hizo en el Malmo FC, en el Ajax, en la Juventus, en el Inter, o en la selección sueca. Lo hará con la camiseta azulgra-na. Su habilidad, su técnica, su forma de moverse, es más meritoria en él, que debe llevar a cuestas su 1,92 metros, unas piernas largas, y unos pies talla 44. Quienes quieran disfrutarlo, escriban "Ibracadabra" en el buscador de YouTube. Se impresionarán. Verán una sucesión de goles, tacos, rabonas, pisadas, que desconciertan hasta a sus propios compañeros. Sefik y Jurka dejaron la antigua Yugoslavia cada uno por su lado. Se conocieron en Suecia, donde el 3 de octubre de 1981 nació Zlatan, que en ser-bocroata significa "hecho de oro". Toda una pre-monición. Al poco tiempo se separaron. El niño y una hermana se quedaron con Sefik. Cada tanto recibían la visita del tío Sabahudim, un boxeador bastante conocido en su país. El padre de Zlatan también supo calzarse los guantes durante un tiempo. Pero le duró poco. Tampoco le fue bien con las canciones bosnias que le cantaba a su pequeño, intentándole transmitir algo de su sen-timiento nacionalista. Las grabó en un disco, Sarajevo, sin demasiado éxito. Zlatan estaba en otra: iba de aquí para allá con su pelota. Sólo la dejaba para practicar taekwondo: llegó a vestir el cinturón negro. Era arrogante y fanfarrón. De no haber sido futbolista, dicen

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Mientras el Real Madrid conmueve al mundo del fútbol y de las finanzas con supermillonarias compras de jugadores, el Barcelona apostó sus fichas a

un nuevo socio para Leonel Messi. Es el loco y genial Zlatan Ibrahimovic, sueco, hijo de un bosnio musulmán y una croata católica

Contra los galácticos...

SuperZlatan

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ahora sus vecinos, hubiera terminado en delin-cuente. "Algún día -bravuconeaba- todo el mundo sabrá quién es Zlatan". Acaso por eso sus compañeritos no lo querían demasiado. Era, además, un obsesivo con aires individua-listas. Una tarde, cuando tenía trece años, después de errar varios goles, le dijo a su entre-nador de las inferiores del Malmo que dejaba todo, que ya no quería jugar, que temía no ser el mejor. "Tranquilo, esto es un juego de equi-po", lo convenció el técnico Johnny Gyllensjo. Pero Sefik sabía que el muchacho era bueno. Se lo contó a Sabahudim. Y, una vez que Zlatan había cumplido los dieciocho años, envió una carta a la Federación de Fútbol de Bosnia-Herzegovina para ofrecerle los servicios de su hijo, el futuro crack. El secretario general del organismo, Munib Usanovic, nunca contestó. Pero llamó al entrenador de Ibrahimovic para saber un poco más sobre él. Después de cruzar algunas palabras, dio por cerrado el tema.-Aquí hay mejores talentos, no voy a pagarle el pasaje de avión a un desconocido que quiere pasar sus vacaciones en Bosnia- dijo Usanovic, en un inmejorable aporte a la historia del fút-bol de su país.El dirigente no sabía que Zlatan ya había esta-do por esas tierras, antes de la guerra. "Después no volví más, no sé cómo es ese país". Los bos-nios, sin embargo, intentaron enmendar el error dos años después. En 2001, la federación invitó a Ibrahimovic a ser parte de la Sub-21 que iba a disputar un torneo en India. El juga-dor les devolvió el gesto: era la mayor o nada. "No soy un megalómano, pero sabía cuánto valía", recordaría Zlatan, que finalmente deci-dió jugar con la camiseta de Suecia. Ese mismo año dejó Malmo para pasar al Ajax de Holanda, que se lo disputó billete a billete con el Arsenal de Inglaterra. Y aquí otra vez: vuelvan a YouTube, intenten ver el gol que le hace al NAC Breda el 22 de agosto de 2004. El tipo baila con la pelota. Engancha, frena, pisa,

El señor de los tatuajes

Ibrahimovic tiene once tatuajes, la mayoría de ellos dedicado a su familia.- Un dragón chino de color rojo, símbolo de su personalidad.- Dos ases de poker, uno de corazones y otro de tréboles escondido debajo, que simbolizan el éxito y son amuletos de buena suerte- La leyenda: Only God can judge me ('Sólo Dios puede juzgarme').- El nombre de sus padres, Jurka y Sefik. - Su apellido, “Ibrahimovic”, en letras árabes. - La fecha de nacimiento de sus hijos Maximilian y Vincent. También sus nombres. - Debajo del ombligo, en letras blancas, se hizo escribir “Zlatan”.

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la esconde, sale por allí, pero va para allá. "Eso, eso es la danza", diría el protagonista de “Viejo con árbol”, el cuento de Roberto Fontanarrosa. Es la danza de Ibrahimovic. Sus rivales -uno, dos, tres, cuatro, todos jun-tos- no pueden con él. Se enredan, se caen, y quedan tirados torpemente en el piso. "Quebré a la izquierda y me siguió, quebré a la derecha y volvió a seguirme, quebré de nuevo a la izquierda y lo mandé a comprar un perrito caliente". La maravilla, una obra de arte, fue elegida como gol del año. "Es el heredero de Marco van Basten", dijo el técnico Fabio Capello cuando recibió a Ibrahimovic en la Juventus, que lo había atra-pado a cambio de 20 millones de euros. La comparación con uno de los mejores delante-ros de la historia no tenía nada de original. Los holandeses se habían cansado de decir lo mismo. En Italia, no arrancó nada mal, pero las cosas se terminaron por complicar. Las dos ligas que ganó con la Juve no figuran en su palmarés. El escándalo por partidos arre-glados las puso bajo tierra. El equipo de Turín tuvo que irse al descenso. Pero Zlatan se negó: decidió pasarse al Inter. "Ibrahimovic, maldi-to gitano", le dedicaban las banderas de su antiguo equipo.Sobre el césped del San Siro desplegó una belleza que fue un bálsamo para la mediocri-dad del Calcio. Y mientras lo hacía se peleaba con la prensa, con los hinchas, con los técni-cos, con los jugadores. Así se hizo fama de chico malo, díscolo, irreverente, e individua-lista. "Mitad bailarín, mitad gángster", lo describió la prensa. Igual que sus vecinos de Rosengard. Ibrahimovic no parece un sueco. Ni cuando juega ni cuando habla. ¿Será por su origen bosnio? Para nada: "Es el estilo Zlatan". Pero le perdonan todo cuando sale a la cancha. También los suecos, a pesar haber boicoteado durante seis meses a la selección por una pelea con el entrenador Lars

Se dice de él“Es un jugador excepcional”. (Johan Cruyff)

“Es el heredero de Marco van Basten”(Fabio Capello, su técnico en la Juventus) “Es un jugador fantástico. Hace muchas cosas de calidad, es muypotente” (Pep Guardiola, técnico del Barcelona)

“Es mejor que Kaká, Cristiano Ronaldo y Benzemá” (Mino Raiola, su representante)

“Ibrahimovic construye y acaba las jugadas”. (Paolo Rossi, ex delantero italiano)

“Cristiano Ronaldo y Benzema han venido al Real Madrid y estamos orgullosos, pero no hay que ser ilógicos y negar que Ibrahimovic es de los mejores del mundo”. (Gonzalo Higuaín, jugador del Real Madrid) “Es el mejor delantero del mundo, de gran corazón y emocionalmente agresivo” (José Mourinho, su técnico en el Inter)

mEDiA NARANJA. Helena Svensson. Esposa, madre de sus dos hijos, ex modelo, máster en Economía y ejecutiva de relojes suizos

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Lagerback, que hizo todo hasta convencerlo de que volviera. Y lo logró.Ahora, dice, se siente más tranquilo. Fue el máximo goleador de la Serie A en la última temporada y, hasta la llegada al Barcelona, ganaba 12 millones de euros anuales. Su for-tuna, sin embargo, no lo convirtió en un bon vivant de la noche. Prefiere la pesca, una pasión que le transmitieron sus amigos bos-nios en Malmo. Pero ni para ese pasatiempo deja olvidado su costado altanero, como si fuera parte de su naturaleza: "Me interesan sólo los peces grandes, y los pequeños nada de nada". Está casado con la modelo sueca Helena Seger Svensson, máster en Economía, madre de sus hijos Vincent y Maximilian. Helena, además de ser once años mayor que él, es una alta ejecutiva de la relojería Swatch y de la agencia de viajes Fly Me.Ni Diego Maradona, ni Thierry Henry, ni Ronaldinho, ni ningún otro, generaron tanta locura en el Camp Nou como Ibrahimovic, el jugador mayor blindado del planeta: 250

millones de euros. En su presentación estu-vieron más de 50.000 hinchas. El Barcelona le pagó al Inter 45 millones de euros más el pase de Samuel Eto'o, para contrarrestar la avanzada del Real Madrid, que a fuerza de créditos bancarios se gastó una palada de plata para contratar a Cristiano Ronaldo, Kaká y Benzema. En tierra catalana, Zlatan, el chico que siempre quiere ser el mejor, ten-drá que compartir cartel con Lionel Messi. Su divismo, si es que aún no se lo sacó de encima, puede resultar un problema.En Rosengard estarán siguiéndolo. "Puedo ver lo que significo para estos jóvenes, lo grande que soy aquí, en el sitio de donde vengo. Es importante que se fijen en alguien como yo para que descubran todas las posibi-lidades, que también se puede seguir este camino", dijo en su última visita al barrio. Había terminado de inaugurar una cancha, ahí en donde no había, o había pocas, pero ahora hay una que lleva un nombre: "Zlatan Arena".

En la guerra de las marcas

No sólo es el fútbol, también es el marke-ting. Zlatan

Ibrahimovic, al igual que Cristiano Ronaldo (foto), es un ícono de Nike. El Barcelona lo sabía a la hora de contratarlo: los catalanes se visten con la multi-nacional estadounidense. La guerra de marcas mueve millo-nes, y siempre puede sacarse algún rédito. De hecho, ocurrirá algo curioso. El Real Madrid, que es un equipo ligado a Adidas, tendrá en su delantera a Kaká, con las tres tiras, y a Cristiano, con la pipa. Lo mismo ocurrirá con el Barca, un club de Nike, que tendrá a Ibrahimovic, con la misma marca, y a Messi, con Adidas. Esto, que parece una tontería, no lo es para los clubes europeos, que piensan el fútbol como una vidriera.Ibrahimovic, de hecho, aceptó bajarse el salario para pasar del Inter a su nuevo club. No lo hizo por altruista, porque no perderá dinero. El representante del juga-dor y los dirigentes catalanes negociaron un contrato paralelo por los derechos de imagen que le podría dar un ingreso extra para alcanzar los 12 millones de euros que cobraba en Italia. Nike, mientras tanto, se relame. Tiene abrochados a Cristiano y Zlatan, que ya protagonizaron algunas publicidades. Una de ellas fue en 2006, en la campaña Jogo Bonito, en la que se enfren-taban para determinar quién era más habilidoso. El árbitro era el genial Eric Cantona, que nunca resolvió el pleito: "¿Quién gana? No lo sé".

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L legué a Buenos Aires, desde Berlín, el lunes 21 de julio a las 8:40

de la mañana. Llovía con ganas. Los brutos gallegos de Iberia habían extraviado mi mochila gigantesca llena de libros y chocolatines para mis hijos. Por suerte, todavía tenía algunos en mi mochila de mano, de la cual no me despego nunca, por nada del mundo, y en ella siempre cargo lo mismo, un cd de Rodrigo en el Luna; cuatro libros pirateados de Roberto Fontanarrosa; un par de biromes bic (para rascarme las orejas) y un cuaderno cartonero para garabatear absolutamente todo lo que veo.

Pese a todo, estaba feliz de regresar a Buenos Aires, de poner mis pies para siempre en suelo porteño. El tachero me preguntó de dónde venía y le conté que de Alemania. "Faaa, viejo, te equivocaste al volver a este charco de frío, barro, pobreza y gripe A". Tuve ganas de responderle que este era mi país y prefería su gripe y todos sus problemas al orden capitalista europeo. Que ser inmigrante es una verdadera mierda y Alemania es Alemania porque hicieron dos guerras mundiales y nosotros nos cagamos de hambre. Nuestro país, mas allá de todos sus quilombos, es lejos lo mejor que me pasó en la vida. Madrid, Atenas, Berlín, Frankfurt, París, no tienen ni para empezar con la

siempre sorprendente y paquidérmica Reina del Plata, mi Buenos Aires querida.

"La que nos espera más adelante, en la autopista...", me dijo el tachero, enojado, empapado por la tremenda mañana de lluvia y frío intenso (al otro día nevaría en Bahía Blanca).” Cada vez que llueve se inundan las calles y el tránsito se hace insostenible". No me importaban las quejas del tachero. Yo estaba para arriba, felicísimo de estar en Buenos Aires, de haber dejado para siempre a la

buen humor me duró poco. Al rato, el taxi se llenó de agua y capotó en medio de la autopista. Tuve que bajar con todos mis bártulos cartoneros, con mis ediciones pirateadas del Negro Fontanarrosa; con los chocolatines para el Baltu y More; con las cien mil malditas bandas elásticas con las cuales el Chicho López quiere hacer una edición de lujo de un poeta desconocido.

¡Ah, choborras de Alexanderplatz, cuánto me gustaría que estuvieran acá, en el barro, debajo de la

tras cartón

horrenda y cervecera población alemana. ¡Adiós, borrachos de Alexanderplatz! ¡Adiós, gordos, tétricos y asexuados choborras de Kreutzberg! ¡Adiós Puerta de Bradenburgo, adiós río String! ¡Adiós alemanuchas latinófilas; ninfómanas del sexo bolita y peruca! ¡Adiós, locas saca-semen!

Los argentinos somos muy protestones y me juré no protestar por nada, ni por la lluvia, la gripe A kirchnerista o la mala onda del tachero. ¡Si estaba en Buenos Aires y nada me afectaba! Pero el

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¡Embarazadas, población de riesgo!

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lluvia helada, pa’que sepan lo que es la vida!

Me caminé 200 metros con mis bártulos mojados y me subí a la parada del 86 (cerca de la Iglesia de los Mormones. Y en ese cachivache inclasificable transportapobres me fui hasta Once. Cuatro horas y medias de viaje. Todos estornudaban, flaquitos, despeinados, los habitantes diarios del 86 camino al laburo. Bufandas mojadas, guantes desvencijados por los piratas del Caribe de la realidad nacional. Zapatillitas de tela hechas

un trapo mojado, medias de toallas de las cuales se ríe el invierno. ¡Niñas: cómo no se van a enfermar usando esas zapatillitas con este frío!

Es una pena que el bondi nunca haya llegado a Once, pues en medio de la humedad de las camperas y los jeans mojados, de los estornudos, las toses negras y las escupidas de pollos verdes al sopi, pasó algo increíble: un reportaje.

En la radio del bondi Magdalena le hacía un reportaje a Macri que, canchero, le decía que, con la gripe A, no pasa nada. Textuales palabras: "Con la gripe A, no pasa nada, Magdalena", le dijo el cancherito más grande de nuestra política nacional. Magdalena le insistía "porque señor, en Santa Fe piensan extender la veda, dicen que todavía falta mucho para que la pandemia pase". Y el cancherito le decía: "Magdalena, la gripe ya fue". Textuales palabras.

Pero aquí viene el quid de estos quías y de la cuestión: Terminó de decir esas palabras y como si fuese una reacción de protesta, una embarazadita, casi una niña que bien podría ser su hija, querido lector, o mi hija, con mucho gusto –¡o la hija de Macri!–, comenzó a tener dolores en el vientre, fiebre, vómitos, todo a la vez. El colectivo, con el pasaje entero, se fue para el Hospital de Clínicas, que era el más cercano. Una señora que parecía una

profesional, gritó: "¡Esta chica está volando de fiebre!" Temimos lo peor. La gente solidaria, comenzó a sacarse las camperas, las bufandas y las exprimían como un trapo de piso y se lo ponían en la frente. Yo le ofrecí mis chocolates alemanes, que de casi nada sirvieron. La Embarazadita Nacional se nos iba al cielo, si no hacíamos algo ya mismo.

Cuando llegamos al Clínicas una enfermera nos trató feo.

"¡Qué hacen acá! ¡Qué carajo hacen acá! ¡¿No saben que no pueden entrar a un hospital, que hay gripe A y se van a contagiar todos?! ¡Ya no nos queda ni una sola Bayaspirina, ni alcohol, ni sábanas, no tenemos nada! ¡Se van a morir en las calles como perros!”

La embarazadita se recuperó y a duras penas se pudo sentar en una camilla que estaba llena de otras embarazaditas en situación similar. La enfermera corrió con el último barbijo de la triste noche sanitaria nacional. Se lo sacó ella y se lo puso a la embarazadita del 86. Antes la retó: ¿Qué hacés acá? ¡Vos sos población de riesgo! ¡Sos población de riesgo!

Y se fue gritando por los pasillos a buscar a la médica. La embarazadita en la camilla del Hospital de Clínicas, se sentía peor que un trapo de piso mojado.

La médica vino protestando. "No tenemos

gasa, no tenemos ni una gota de puto alcohol; se acabaron los barbijos. ¡Nos vamos a contagiar todos! A mis compañeras les dieron licencia a todas y me quedé sola atendiendo a todo el hospital, me voy a morir contagiada".

Quiero agradecer a la doctora Ramírez y a la enfermera Sipalki, que hicieron lo que debían. Solas contra el mundo. Solas, contra los gordos de la CGT.

¿De cuántas semanas estás, querida? ¿Tomaste el ácido fólico? El ácido fólico se toma tres meses antes de quedar embarazada. ¡Los embarazos se planifican! La doctora habrá creído que estábamos en Alemania. ¿Te hiciste los análisis? ¿Te hiciste un papanicolao? No, no, no. ¡Tenés flor de panza y es la primera vez que venís al médico!, le gritó la doctora. ¿Te hiciste una colpocopia? A la nenita era como si le hablaran en chino. ¿Fecha de nacimiento...? De 1996. ¡1996! Gritó la enfermera loca. Fue entonces que la nena, sentadita en la camilla, con toda la oscuridad que sólo el hospital de Clínicas puede tener, se quedó sola con su hijo en el vientre. La doctora, la enfermera, la embarazadita, tres mujeres solas. Sus ojitos brillaban en la noche de gran tristeza nacional; noche de duelo, lluvia apocalíptica.

Me dieron ganas de regalarle mis chocolates alemanes.

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¡Embarazadas, población de riesgo! Washington CuCurto

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Ratas sagradas

No solo a las vacas se les rinde culto en la India. El hinduismo tiene una relación particular con los animales, tanto que en Bikaner, una ciudad al margen del circuito turístico, existe un templo donde las ratas son

veneradas por cientos de visitantes diarios.

Por Santiago LóPez*

Viajar por India es un desafío constan-te. Los que jamás pisaron este país tienden a creer que la pobreza es el aspecto más impactante. Sin embar-

go, esa no es la única respuesta a las preguntas que uno se hace sobre la India. Este territorio sorprende en su totalidad. La diversidad de pai-sajes, personajes, culturas y religiones ya hace de este país una joya que visitan millones de perso-nas que vienen desde todas partes del mundo. Postales típicas como la del Taj Mahal en Agra, el río sagrado Ganges en Varanasi o el mercado de Nueva Delhi son imágenes que se repiten una y otra vez en suplementos turísticos, canales de televisión o sitios web. Pero, pese a todo lo ya escrito y a la idea de que no queda nada sin contar sobre la India, todavía se puede encontrar alguna escala distinta a todas. Ir a una ciudad que no está en los recorridos típicos y que sólo tiene una atracción para aquellos valientes que se animan a visitarla. En este caso, Bikaner y, allí, el único templo del mundo donde se venera a las ratas.Bikaner está en el noroeste de la India, muy cerca de la frontera con Pakistán. Y en esta época, en la región el calor es agobiante. Para llegar hay que viajar doce horas en micro desde la capital, Nueva Delhi. Un viaje insoportable, durante el cual el calor pasa a un segundo plano en comparación con el mal estado de las rutas, sumado al ruido molesto de las bocinas que suenan sin cesar a toda hora. El ómnibus no deja de sacudirse.Al llegar a Bikaner, la temperatura se arrimaba a los 45 grados. Sin turistas a la vista, los únicos con

cara y pinta de extranjeros son rodeados de luga-reños intentan vender todo lo que tienen a su alcance. Hay pocos hoteles recomendables, pero algo se encuentra. Sólo falta recorrer treinta kiló-metros que separan el templo de las ratas de esta ciudad. El horario elegido para visitarlo es bien temprano por la mañana, ya que los hindúes acu-den masivamente dos veces al día para rezar: a primera hora, entre las 7 y las 9, y a última hora de la tarde, entre las 17 y las 19.Un micro urbano se detiene en las afueras del templo. Un joven sentado en un kiosco, suelta una advertencia intimidante: "¿Están seguros de que quieren entrar? ¡Es una locura, es un asco!", dispara en improvisado castellano Roberto Giovanni, un italiano de 27 años. Es de los pocos turistas que llegan Bikaner. Está viajando por India desde hace tres meses y decidió hacerse una escapada hasta esta parte del país para visitar el templo. "Estoy impactado por la relación que tienen los hindúes con los animales. Visité tem-plos con elefantes, monos y vacas. Cuando me enteré de que existía uno con ratas no dude ni un segundo en venir como fuera. Pensé que era algo mucho más simbólico y no tan real. Tengan cui-dado, hay miles de ratas caminando por todos lados. Es realmente impresionante, yo llegué hasta la puerta de entrada y tuve que pegar la vuelta", señala Roberto. Y promete quedarse allí hasta que estos viajeros salgan del templo y le cuenten su experiencia. A simple vista, la construcción tiene un aspecto similar al de una iglesia antigua. El nombre origi-nario de este templo hindú construido hace más de 600 años es Karni Mata. Según la leyenda,

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Karni Mata era una mística del siglo XIV, encar-nación de Durga, diosa del poder y la victoria. Un hecho trascendental en la vida de Karni Mata marcó el futuro de sus seguidores. La muerte del hijo de un miembro de su clan provocó que ella intentase revivir al niño. Así fue como llegó a un acuerdo con Yama, el dios de la muerte, y decidie-ron que a partir de ese momento todas los segui-dores de Karni Mata se convertirían en ratas al momento de su muerte: esa sería la tan esperada reencarnación. Con esa información mínima, se encara el rito previo a la entrada. Hay que dirigirse al puesto de los calzados y sacarse lo que uno tenga en los pies para entrar al templo, en señal de respeto y pure-za. Está permitido el ingreso con medias, por una cuestión de higiene, ya que en el templo no sólo abundan las ratas sino que abundan el excremen-

to y la orina que ellas generan. Claro que nadie tiene medias, con el calor que hace en esta época en esta región. Lo mejor es entrar de una vez por todas, cámara en mano y dientes apretados, y tratar de no pensar en nada. Hay miles de advertencias para los turistas que quieren visitar este templo. Páginas de Internet y guías de viajeros recomiendan sumo cuidado, ya que las pestes que pueden contagiar las ratas son muchas. Pero el encargado de cuidar los calzados tiene otra versión: no hay de qué preocuparse, dice, si las ratas son inofensivas y no muerden ni lastiman a nadie.Una vez que se atraviesa la enorme puerta de plata del templo, el espectáculo no se parece a nada que uno haya imaginado posible ver. Ratas por todos lados y gente que les reza de rodillas. Fuentes de leche, agua y cereales, rodeadas por ratas de todos los colores y tamaños. La caminata por el patio principal es caótica, muy tensa si uno intenta esquivar los animalitos que caminan como dueños del lugar. Aquí al extranjero se lo reconoce porque camina en puntas de pie y quiere evitar a toda costa cual-quier tipo de contacto, de roce, con los roedores, mientras los devotos de Karni Mata se mueren de risa. Los locales, en cambio, o al menos los devo-tos de esta deidad, recorren el templo a la espera de que las ratas los toquen, porque consideran que eso trae buena suerte. Niños, hombres, mujeres y ancianos se reúnen con la única misión de venerar a las ratas. Dejarles dinero, leche y alimentos para que vivan como reinas. Seguramente, alguna de las veinte mil

“Ustedes tienen que entender que para nosotros no es extraño convivir con las ratas. Cuando yo me muera, voy a reencarnar en una”, dice el guía.

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ratas que viven en el templo fue un familiar o conocido de los visitantes y hoy reencarnó en uno de estos roedores que para ellos son sus dioses. "En los muros hay incrustados tubos que comu-nican las diversas habitaciones del templo para que las ratas puedan pasar de un lugar a otro", cuenta Dinkar Jaidev, un hindú de 26 años que es guía del lugar y encargado del museo de Karni Mata, que se encuentra a unos cincuenta metros del templo. Dinkar se une a la recorrida por el templo y, como el cuidador de los zapatos, trata de tran-quilizar con respecto a los riesgos. No hay ningu-no, dice. Dos nenes hindúes juegan con las ratas, las tocan e incluso muestran cómo ellos toman de la misma leche con que se alimentan los roedores. "Ustedes tienen que entender que para nosotros no es extraño convivir con las ratas. Cuando yo me muera voy a reencarnar en una –dice Dinkar–, y ellas cuando mueran reencarnarán en alguno de nuestros hijos. Es un círculo per-fecto y nos cuidamos mutuamente". Luego de varios minutos dentro del templo, el olor nauseabundo que se respira pasa a segundo plano. Uno se acostumbra. Decenas de visitantes forman la larga fila de fieles que intentan acer-carse al cuarto donde está ubicada la estatua sagrada de Karni Mata, rodeada por ratas y llena de ofrendas que dejan sus seguidores. De allí sale constantemente el sonido de una campana, una evocación a los dioses, junto a la humareda provocada por los cientos de sahumerios que se encienden como símbolo de omnipresencia. El ingreso a este lugar está restringido para las personas que no son hinduistas, por lo que ama-blemente al turista que llegó hasta acá se le pide amablemente que salga de la fila. Solo queda por visitar el pasillo que rodea la habitación más importante del templo. Un pasa-dizo en forma de U, que tiene una extensión de veinte metros y un metro de ancho. Allí, los fieles pasan en procesión, rezando sus plegarias. Al ser el lugar más oscuro del templo, se hace difícil ver por dónde se camina. Dinkar invita a recorrerlo. Hay que estar aten-tos, dice, a ver si pasa una rata blanca. "Hay solo cinco en el templo, y cuando se las ve es un acontecimiento especial, porque significa buen augurio", anuncia. El olor se hace más intenso y las ratas parecen ser millones. El corazón se acelera y los veinte metros parecen convertirse en kilómetros. Vemos la luz de la salida, señal que da por finalizada la visita.Roberto, el turista italiano, sigue allí. "No puedo creer que hayan tardado 25 minutos en recorrer el templo", exclama entre el asombro y la ironía. El viaje de regreso a Bikaner es catár-tico; todas son risas y bromas en el micro. Allí

espera el tren que devuelve a los viajeros a la ruta tradicional del norte de India, después de una experiencia única. En Bikaner, para algu-nos hay "un templo con algunas ratas" y para otros, "un templo con millones de ratas". Según la impresión que cause visitar el templo de Karma Mata. Las ratas también pueden ser sagradas, en la India.

* Junto a Martin Weisz y Diego Salamone, integrante de www.proyectokiwi.com.ar

“Hay solo cinco ratas blancas en el templo. Cuando se ve una, es un acontecimiento especial, porque significa un buen augurio”.

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Por Silvina Pini

n o tiende a la síntesis criminal de encorse-tar en un bol de

arroz más de quince paí-ses con decenas de etnias e historias distintas y defi-nir todo el paquete como "cocina oriental". ¿Cuánto nos indignaríamos los argentinos si viéramos en Sri Lanka un “restaurante sudamericano” que sirvie-ra ceviche peruano con el vatapá bahiano y el chori-pán nuestro, todo acom-pañado por una masa de porotos? Para hilar fino en medio de las generaliza-ciones es que Oscar Gold Adler, un devoto de la cul-tura vietnamita, abrió Casa de Vietnam. Y no se trata sólo de la gastronomía. El restaurante, abierto en pleno Palermo, está detrás de un local de ropa y objetos. Y esto mismo puede confundir, porque parece que es un típico negocio cool palermitano, donde al fondo preparan una cosita al wok. Pero no.

Se trata de un salón al fondo, con mesas bajas y sencillas, tapices borda-dos con hilos de seda en las paredes y no mucho más. Pero las que cocinan son auténticas manos viet-namitas, de esposas de diplomáticos a las que no les falta ni uno solo de los ingredientes que les lle-gan por valija que no pasa

por aduana. La cocina viet es verde, fragante, visto-sa. La salsa de pescado o Nuoc Cham es un ingre-diente que está presente en casi todos los platos, sopas, salteados o en marinadas previas.

El plato nacional es el Pho ($33), que se prepara en las casas y se vende en la calle, una sopa con fideos de arroz, carne de cerdo, verduras aromáti-cas y especias. Un plato que puede ser entrada o principal (esta gastrono-mía no distingue entre unos y otros). Muy ricos y lúdicos son los Nem Ram ($22, tres unidades), rolls de finísimo papel de arroz que contienen carne de cerdo, hebras de porotos verdes, zanahorias y especias típicas, acompa-ñados por Nom Bap Cai, una ensaladita de repollo y zanahoria. Otros rolls muy tradicionales son los Nem Cuon ($31, tres uni-

dades), también de papel de arroz, traslúcidos, con carne de cerdo, camaro-nes, vegetales viet y espe-cias. Todo llega con la salsa de pescado y otra picante.

Como platos de fondo hay unos exquisitos Mien Xao, fideos de porotos ver-des, con hongos, zanahoria y especias. Se los puede combinar con más verdu-ras ($20), pollo ($24) o camarones ($33). Otra opción es el Ga Xao Xa Ot ($30), a base de arroz y pollo salteado con pimien-tos, lemon grass, maní y especias. Pocas calorías suma la Nom Thap Cam ($25), una ensalada de Bok Choy, hojas verdes, tofu marinado, mango, papaya, hongos, maracuyá, varie-dad de brotes y pétalos de flores orgánicas.

platos

Como estar en Nam

GU

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CaSa de vietnam

Público: amantes de los viajes exóticos, sibaritas con el dato posta que buscan comer bien antes que un buen ambiente.ropa y objetos: antes o después de comer, pierda -o gane- tiempo mirando los sacos, túnicas y otras prendas y objetos.Jardín: si el frío lo permite, coma en el jardín oriental. Es chiquito, pero encantador.Bandeja de degustación: es un menú completo con varios platos y postres ($80). Cultura: Oscar Gold Adler, arqui-tecto y museólogo, conoce la his-toria y la cultura de Vietnam y se siente cómodo siendo su vocero.estado de ánimo al pagar: de satisfacción, se quedó en los dos dígitos y comió mucho y rico. Y, por el mismo precio, si habló con Gold Adler, se irá preguntándose por qué Vietnam tiene poca y mala prensa.

Aunque la gastronomía vietnamita original está demasiado lejos como para comparar sin margen de duda, todo indica que comer en Casa de Vietnam es como hacerlo en Hanoi.

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Como estar en Nam

Los postres son sorpren-dentemente ricos, como las bananas grilladas, con coco y helado ($18) y la torta de manzana, con jen-gibre y crocante ($8).

Para beber hay aguas saborizadas de lemon grass y de jengibre, jugo de mango y lima, té rojo helado, sake aromatizado, cervezas y algún vino orgánico.

En síntesis, no espere glamour palermitano , sino una cocina auténtica pre-parada por amas de casa de Vietnam. 2

datosGurruchaga 1776, Palermo. Tel. 4833-2311. Abierto de martes a domingo a la noche, y de jueves a domingo también al mediodía. Precio promedio por persona, $90; menú degustación, $80.

Leticia Girardi, 28 años, tres en Panadería Argentina

–¿Cuántos kilos de pan vendés por día?–Siete kilos, más o menos.–¿Sabés de memoria cuántos panes entran en un kilo?–Sí, treinta y dos flautitas; si son miñones o figacitas, un poco más.–¿La gente compra de a kilo, de medio o de cuarto? –De todo; está la señora mayor que se lleva tres pancitos y el que se lleva dos kilos y freeza lo que no come en el día.–¿Compran distinto los hombres y las mujeres? –Sí, los hombres son más salados, llevan sandwi-ches de miga, panes saborizados; y las mujeres todo lo dulce, masitas, facturas, porciones de torta.–¿Los chicos llevan cosas diferentes que la gente mayor?–Sí, los adolescentes mueren por las facturas y la gente grande se cuida más, lleva panes sin sal, galletas marineras.–¿Hay facturas que pasaron de moda?–Algunas de grasa como las bolas de fraile, pero las tortitas negras siguen firmes y la que gana es la medialuna de manteca.–¿Qué famoso atendiste?–Emilia Attias, Mario Pergolini, Ileana Calabró,

Carmen Barbieri… que se sepa: todos comen sandwichitos de miga y facturas.Panadería Argentina, Crámer esquina Sucre, Belgrano.

Tegui, el restaurante poco secretoPor esos divismos de algunos cocineros, Germán Martitegui no quiere por nada del mundo que la prensa hable de Tegui, el último y más personal de los restaurantes que abrió después de Olsen, Agraz y Casa Cruz. Se trata de un espacio pequeño y despojado, apenas iluminado con luces bajas y velas, con la cocina abierta, un patio y un salón privado para diez personas. El sello de Martitegui aquí se enfatiza: sofisticación y combina-ciones osadas. Tan secreto es que nadie, aunque esté festejando su cumpleaños, puede tomar una foto. Quien saque una cámara, tendrá un mozo parado al lado como si fuera de seguridad, que lo invitará amablemente a guardarla. Como si se tratara de pescarlo al Kun Agüero en Sunset… Cámaras no, pero sí $200 por persona. Costa Rica 5852, Palermo. Tel: 5291-3333

Pan recontrafrancésEl pan que comemos en la Argentina se llama genéricamente "francés" porque miñones, felipes, y las milonguitas y baguettes que vinieron despúes, son recetas de la boulangerie francesa. Para afrancesarlo del todo, se pueden probar auténticas recetas galas. Una posibilidad está en La Boutique de Jean Paul Bondoux, que pre-para pan de nuez ($18), con pasas de uva ($14), de campo blanco ($9), baguette ($4) y espiga (una baguette trenzada, $4,5). Bruno Gillot y Olivier Hanocq, dos panaderos que llegaron hace poco de Francia, abrieron L'épi, donde cocinan en horno de barro zeppelines de pasas y nueces ($16 el medio kilo), de parmesano ($2,20), de aceitunas verdes o negras ($2), pan de campo ($7 el medio kilo) y baguettes ($2,75), entre otras. Todos los panes se pueden freezar y quedan como recién hechos. Con un buen queso y tinto, hacen un trío perfecto. La Boutique de Jean Paul, Ayacucho 2023, Recoleta.

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Por ElisabEth ChECa

En 2003 fui jurado en Vinitaly. Una tarea engorrosa: durante

cuatro días, hubo que pro-bar alrededor de cincuenta vinos por jornada. Siempre a ciegas y según las cate-gorías. Me asombré en una cata de vinos dulces espe-ciales, con un blanco muy, muy dulce, pero con una acidez importante, Al finali-zar el concurso, ese vino ganó una gran medalla de oro. Era una rareza nacida en Ontario, Canadá.

En otra oportunidad, asis-tí en Madrid a una cata de vino del hielo de Canadá. Eran unos siete vinos entre los que no pude percibir las diferencias. Los espa-ñoles, en épocas de esno-bismo opulento, morían por estos hijos del frío, sobre todo en un bochornoso verano madrileño. Todos provenían de uvas blancas y estaban elaborados con el mismo método: vinifica-dos con uvas congeladas.

En Niágara se encuentra la bodega de mayor fama de todo Canadá, Inniskillin, que refundaron en 1975 el austriaco Karl Kaiser y Donald Ziraldo (la bodega original data de 1929 y posee la primera licencia para producir vinos que se otorgó en Ontario). Inniskillin dio el campanazo mundial con sus vinos en 1992, antes del premio de Vinitaly, cuando uno de sus

icewines se destacó nada menos que en Vinexpo. Su especialidad son los vinos de hielo elaborados con Riesling, Vidal –la variedad híbrida más difundida en Canadá, única autorizada por el VQA (el consejo regulador de D.O. local)– y, como novedad, Cabernet Franc. El Inniskillin Vidal Icewine 2003 es uno de los 1001 vinos que hay que probar antes de morir, según la guía de Neil Beckett y el español Juan Manuel Bellver, recién edi-tada por Grijalbo.

Inniskillien hasta se ha animado a hacer un espu-mante, el Vidal Sparkling Icewine, único en el mundo. ¿Gustará a las muñecas bravas? Seguro. Los viajeros de papilas curiosas valorarán otras excentricidades, como la sidra de hielo, elaborada con manzanas congeladas.

Volviendo a este sur, donde pasa de todo, pero las uvas no se hielan: Viña Las Perdices, una prolija y vanguardista bodega de Agrelo, Mendoza, emplea

Malbec para elaborar su Ice Wine, único en su tipo realizado en el país. Su complejo método de pro-ducción es lento y artesa-nal. Las uvas alcanzan su sobremadurez y luego se debe esperar a que sean congeladas. Van más allá de una cosecha tardía. El proceso no lo hace la natu-raleza, sino la técnica. En estas condiciones tan par-ticulares, los rendimientos resultan bajísimos.

En Mendoza, los amane-ceres congelan no solo las uvas sino también el alma. Hay que bancarse 10 gra-dos bajo cero, pero aun así no se alcanzan las condi-ciones de temperatura para congelarlas en forma constante, porque ese frío matutino da paso a un soleado mediodía. Por eso, en junio, tres meses des-pués de una cosecha nor-mal, las uvas son congela-das artificialmente. El pro-

ceso permite concentrar aun más el jugo, no solo en contenido de azúcar, sino también en sabor y aro-mas, obteniendo así un producto complejo, de equilibrada acidez.

Hay que beber este icewine local a una tempe-ratura entre los 6 y 8 gra-dos para equilibrar la dul-zura. De la copa emanan los familiares aromas del Malbec de toda la vida, a ciruelas negras maduras, aromas cálidos. Tiene un color con más onda que aquellos pálidos canadien-ses probados en Madrid, un rojo cereza brillante. Es untuoso y complejo en boca, con notas a ciruela seca y membrillo, con muy buena estructura. La buena relación azúcar-acidez hace zafar del empalago. Acabo de probarlo. Solo, imposible. Intenté con un helado cítrico y va muy bien; pero el mejor acuerdo resultó ser con queso azul o con dulce de membrillo casero, ese palidón que hacen tan bien en San Juan, tan emparentado con el Malbec. El icewine de Las Perdices, tiene, como este tipo de vinos, 11,50% de alcohol. Es casi imposi-ble mamarse, ya que se presta para beber una mínima cantidad.

Hijos del hielo

copas

Doña PaulaEstate shiraz-Malbec 2007 ($ 54) Un blend curioso, algo sofisticado y muy Nuevo Mundo. Con 14 grados de alcohol, es expresivo y sabroso. Entrevero glorioso de frutas secas, especias y frutas frescas que consiguen no imponerse unas a las otras, tiene una marcada sensualidad. Genial con platos de la cocina asiática, que por sus sabores intensos y variados suelen opacar a otros vinos menos perso-

nales. O con algunas especialidades carnales de la cocina peruana, como un seco de cordero.

Apareció el primer icewine argentino, elaborado con Malbec. Se hace con uvas congeladas. El más famoso de este tipo es canadiense, y todos se inspiran en los Eis Wein alemanes y austríacos.

la botella

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Me pareció ver un lindo marcianito

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Me pareció ver un lindo marcianitoUn cronista de C participó en una excursión con avistadores de OVNI. La estadística de los ufólogos señala que Argentina está en lo más alto del podio latinoamericano, con 550 casos reportados en 2008. Personajes e historias. Los que creen y los que no. La rivalidad histórica con los astrónomos.

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Por CiCCofotos EDUArDo CArrErA

Una vez, Quique Ortiz vio a Luis Alberto Spinetta a bordo de un coche en Palermo. Otra vez, a Charly García comiendo en una

pizzería de avenida Córdoba. Pero algunas de las cosas más importantes que vio Quique no sucedieron con estrellas ubicables en la Filcar de la ciudad. Sucedieron en el cielo, con otra clase de estrellas. A los ocho años, caminando con un amigo por el parque Lezama, vio una bola de fuego dos veces más grande que el sol que atravesaba el firmamento como si, en un partido, a Dios se le hubiese escapado la pelota. Tiempo más tarde, vio algo con forma de nave espacial, sumergido en las profundidades de un lago en los bosques de Arrayanes. En 1998, en el Cerro Uritorco, contempló una flotilla de naves y, debajo, encendida, luminosa, Erks, la ciudad escondida alienígena de cuarta dimen-sión, inserta en medio de la montaña. Una urbe de dimensiones desconocidas que sólo se ve en situaciones astronómicas, climáticas y horarias particulares que coinciden con algo efímero y especial: se muestra cuando se le canta. Quique es consciente de que, aquello que vio puede hacerlo parecer un loco de los ovnis. Por eso, dice, cuenta la historia escasamente, sólo a los íntimos, excepto ahora. "Parecía como esas ciudades cuando bajás del avión de noche. Se escuchaban ruidos adentro de la montaña. El avistaje de la flotilla duró horas. Yo no estaba solo. Había otras personas conmigo que no conocía. Y todos vimos lo mismo. Empezó a la noche y la última nave que salió fue al amane-cer del día siguiente". El espectáculo lo abru-mó. "Me pareció demasiado fuerte. Por un tiempo, no quise saber más nada con el tema ovnis". Con los años, Quique conoció otras his-

torias igual de abrumadoras: la de Claudio, el banquero, a quien durante un viaje en auto por Venezuela, se le subió un extraterrestre y le narró con lujo de detalles toda su vida. Claudio decidió abandonar su trabajo y no se supo más de él. O la historia de Alejandra, la mujer que se topó con un hombre con gafas de sol que anun-ció ser humanoide y bajo los anteojos de sol ocultaba dos focos poderosísimos de luz. Quique escuchó todas estas historias y sintió, por primera vez, que no estaba solo."Todo aquel que se acerca a nuestro grupo es porque algo vio, algo le pasó". Habla Luis Burgos, quien acaba de cumplir 40 años como ufólogo, el mismo día del aniversario de la llega-da del hombre a la Luna. En nuestro país, no hay nadie tan antiguo en la materia como él. Para muchos, Burgos es la contracara de Fabio Zerpa: mientras Zerpa es mediático, tiene empresa propia, merchandising, habla por los codos de sus anécdotas con famosos, y acaba de lanzar en libro sus memorias, Burgos mantiene el perfil bajo, no cobra un centavo por lo que hace, vuelve años más tarde a conversar con los protagonistas de sus casos para ver si cambian sus versiones y habla estrictamente de su espe-cialidad, las huellas de platillos voladores. "Zerpa ya tiene ochenta años y está lleno de plata, hasta un muñequito tiene", dice un ufólo-go que pide anonimato. "Burgos, en cambio, nunca lucró con esto. No tiene un mango. En la presentación del libro de Zerpa, se habló de tango, de su pasado como actor, de sus amista-des en la farándula y Zerpa ni una sola vez dijo algo sobre los ovnis". En el ambiente –unos 250 ufólogos en el país, activos en 20 agrupaciones–,

“ Se conocen distintos tipos de seres: los bajos, los normales, las rarezas, es decir, seres con un ojo, o con pelo en el cuerpo.En nuestro país, en la casuística se dan más los casos de la tipología número uno. Seres bajitos, hasta un metro veinte. Son macrocéfalos o del tipo hombre de la Atlántida”.

EsCéPtiCo. Agostinelli no cree, pero rescata el romanticismo de los ufólogos.

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Burgos está considerado un pionero en la mate-ria. Tiene en su casa 30 muestras de incierto origen estelar metidas en probetas esterilizadas, pero aún no puede certificar su carácter extrate-rrestre. Le falta plata. Burgos se encoge de hom-bros: "Qué querés: el tema ovnis siempre me dio pérdida". Dirige el grupo FAO –Fundación Argentina de Ovnilogía–, con 120 integrantes del país, entre ellos médicos, aviadores, ingenie-ros y policías de Bahía Blanca y Coronel Dorrego, que lo asisten como corresponsales. "A uno de ellos, se le apareció una luz muy cerca. Él le tomó fotos con el celular, y se reflejaban en el capot del patrullero. Acá, cada miembro se inte-resa por cosas distintas. Algunos se especializan en fotos de ovnis, otros en contactos, otros en humanoides. Acá no hacemos diferencias". Laura Babyaczuk, por ejemplo, es técnica en preservación del patrimonio arqueológico, y tiene experiencia directa como contactada. Desde hace 20 años, una voz proveniente de la constelación Antares le enseña cosas sobre la vida y la historia de la humanidad de los tiem-pos de la Atlántida hasta nuestros días, que ella transcribe en un cuaderno. Laura lleva registra-das mil páginas con sus mensajes. "Es como un pensamiento paralelo al tuyo. Tu mente no llega a formular la pregunta, y ya te llega la respuesta. No te olvides que el científico que descubrió la vacuna contra la polio dijo que recibía la infor-mación del cosmos. Los seres me hablan en un español antiguo. Me describieron su ubicación en el cosmos. No son mensajes apocalípticos. Todo lo contrario, son esperanzados. Muchas de las luces que ustedes llaman estrellas, me dije-ron, son naves más grandes que Buenos Aires".

Una vez, las entidades le anunciaron un artículo meses antes de que saliera publicado. Y en otra oportunidad la citaron a la medianoche en la Costanera para ver su nave. "Cuando llegué", recuerda Laura, "había más gente, todos había-mos recibido el mensaje". Desde hace 18 años, Laura ayuda a levantar la propia antena mental y recibir información de las estrellas. No cobra. Dice que, en la mayoría de los casos, los canales se abrieron con éxito. Una vez, una mujer salió corriendo. Dijo: "No voy a permitir que alguien que no conozco controle mi vida".

Encuentros demasiado cercanos. Los censos de la FAO indican que se suceden unos 120 avistajes de platillos voladores al año en la Argentina. Y que durante 2008 hubo una oleada: 550 reportados. "Estamos en el podio de Latinoamérica", dice Burgos. Los colegas le deben a él un récord del Guiness: 150 huellas de platillos halladas en un campo en Atalaya, sobre la ruta 11, allá en 1985. "Nunca nadie encontró algo así. Es récord mundial. Cuando lo vimos parecía un loteo.", Burgos se embala. "Acá no hay nada que envidiarle al exterior. Tenemos las mejores historias. En otros lugares no existen las huellas que hay acá. En España vos ves las huellas y son pequeños surcos. Cuando mostra-mos las nuestras, los gallegos no lo pueden creer". A Burgos se lo conoce también por el episodio de 1971 en Tacuarembó, Uruguay, donde descubrió en las profundidades de un cráter inexplicable, aleaciones metálicas que, en pleno gobierno militar, debió llevar escondidas en la ropa hasta la Argentina: cinco kilos en total. Burgos dice que eligió especializarse en

“Acá no hay nada que envidiarle al exterior. Tenemos las mejores historias.En España vos ves las huellas y son pequeños surcos. Cuando les mostramos las nuestras, los gallegos no lo pueden creer."

CEnso. Nelson Polanco lleva estadísticas de los avistamientos.

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huellas porque es la prueba más firme, sólida y terrena de la visita de seres fuera de este mundo. "Podés inventar una foto, un video, un caso, pero nunca una huella. Es muy evidente si es falsa". En 1974, Burgos vio la primera huella, en Tolosa, entrando a La Plata, cerca de un ténder de ropa. "Había polvillo platinado en las cerca-nías, y un gorrión calcinado. Y ahí se veía la huella de tres metros de diámetro. La marca puede ser circular, oval o en forma de herradura. Hemos encontrado hasta huellas en plena cate-dral de La Plata. Pero hay que ser cuidadosos. Existe un hongo que produce el mismo efecto que los ovnis. Se llama Calvatia Lilacina. Cada año este hongo subterráneo va ganando la superficie. En cambio, si se trata del aterrizaje de un plato se mantiene igual".Vamos, junto a él y media docena de miembros del grupo, a Punta Piedra, a 150 kilómetros de

la capital, lugar donde suceden extraños episo-dios, entre ellos la muerte de un miembro de su grupo. Lo llaman nido ovni. "Una vez vimos una bola verde flúo que se movía como una maripo-sa. Fuimos corriendo a verla y el gordo Alcides, un compañero que estaba dormido, llegó antes que nosotros. Nadie se explica cómo. Al año siguiente, Alcides murió ahogado cerca de acá". Llegamos a Punta Piedra y, es verdad, la zona está plagada de manchas circulares, concéntri-cas y con forma de platillo volador. Pero basta con pisarlas para darse cuenta de la diferencia. Las playas de Punta Piedra no están regadas de huellas de ovnis. Están regadas de bosta. Recorremos la zona –algo que en la FAO llaman trabajo de campo–, visitamos el lugar donde, hace tiempo, registraron un rastro ovni –nada queda de él, excepto la historia– y pasamos por la casa de unos lugareños que, juraron, justo cuando uno de ellos había salido a pishar, en un parpadeo, la noche se hizo día. Golpeamos: Un cerco vencido, sillas abandonadas de cara a la costa batida por el viento, pero nadie en casa. Ni huellas de los lugareños.Punta Piedra está sobre la playa, es julio y, como podrá deducir, el río está revuelto, oscuro y voraz, y hace un frío de cagarse. Por suerte, en la FAO dividen las tareas: algunos traen leña, uno, Eduardo, llegado de Chascomús, se ocupa de encender el fuego y disponer los chorizos, y otros, como este cronista, se abocan al trabajo de campo y a juntar ramitas en el camino. A las anécdotas sobre ovnis, Burgos no las llama historias. Las llama historietas, que es lo mismo que una historia pero con elementos de certifi-cación compleja. "Vas a ver qué historietas de ovnis vas a escuchar cuando empiece a circular el vino Uvita", se ríe Burgos. Nelson Polanco es uno de los miembros más experimentados del grupo. Trabaja como técni-co en reparación de radio y tevé, pero se especia-liza desde hace 25 años en encuentros cercanos del tercer tipo. Dice que en la historia hubo 300 casos de encuentros en nuestro país. Él tuvo su primer encuentro a los 15 años con un huma-noide melenudo. Insiste en que, para hacer un estudio serio del tema, hay que investigar la casuística. Es decir, los casos. Ir a los pelpas. "Se conocen distintos tipos de seres: los bajos, los normales, las rarezas, es decir, seres con un ojo, o con pelo en el cuerpo", Nelson moquea por el frío. "En nuestro país, en la ca-suística se dan más los casos de la tipología número uno. Seres bajitos, hasta un metro veinte. Son macrocéfa-los o del tipo hombre de la Atlántida".Polanco dice que no todo es como la gente cree. Por ejemplo, el tamaño de los platillos voladores –él vivió en persona ocho avistajes–. Usted los imagina grandes, pero hay historias –parte de la casuística, claro– que dan cuenta de platillos del

“ ¡Es Lucy, está de vuelta!”, grita uno en la costa ventosa de Punta Piedra. El cronista no sabe de qué corno hablan. Le explican: Lucy es una luz que parpadea como una luciérnaga en ángulos increíbles desde el cielo.

BAjo PErfil. Luis Burgos, 40 años de ufólogo, en las antípodas de Fabio Zerpa.

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tamaño de una goma de borrar. En Lobos una mujer contó que un ovni de 50 centímetros le entró por la ventana. Y en Salto, Uruguay, los paisanos anunciaron el avistaje de 30 objetos luminosos de cinco centímetros de diámetro. "En el encuentro cercano siempre hay una indi-ferencia del humanoide", dice Polanco. "Él hace lo que tiene que hacer. Pero el hombre nunca puede interferir. El humanoide controla el entorno y puede llegar a influir sobre el testigo. La casuística señala que un paisano, en General Pintos, vio a tres criaturas sobre el agua, pero extrañamente le entró sueño y se despertó cuan-do los seres estaban del otro lado de la laguna. El humanoide es muy soberbio. No le gusta que lo miren". A veces, el comportamiento del alien es especialmente curioso. En un camping, en Santiago del Estero, un humanoide del tipo curioso se acercó a un asado, lo contempló con sus helados ojos extraterrestres y partió sin emi-tir comentarios al respecto. Uno de los capítulos más curiosos de la casuística alienígena local.

Los rebatidotes La pica entre ufólogos y astrónomos, que los desacreditan, es histórica y conocida. Una vez, Burgos por poco se agarra a piñas con el direc-tor del observatorio astronómico de La Plata. El episodio iba al aire en Cambalache con Fernando Bravo. "Para los astrónomos, somos todos men-tirosos. Mercantilistas. Ahora bien, puede haber un ovni arriba del observatorio y ellos ni se dan cuenta. Son más abiertos los militares que los astrónomos", dice Burgos con gorrita de lana y chupando una pastilla de dulce de leche. Alejandro Agostinelli, periodista de extraños fenómenos, autor reciente del entusiasta Invasores, un recuento de episodios de cruzas alienígenas en la Argentina, investigó durante años el fenómeno ovni y sacó una conclusión contundente: no cree un pito. "Mirá: si, como cantaba Calamaro, Fabio Zerpa tuviera razón yo no hubiese escrito un libro de historias rea-les de extraterrestres en la Argentina sino sobre los extraterrestres reales que descubrió Zerpa", dice Agostinelli. "Pero no es el caso. Invasores no es un libro sobre extraterrestres sino sobre seres humanos. Yo no sé si las histo-rias de presuntos extraterrestres que cuenta Zerpa son tan emocionantes como estas otras, protagonizadas por terrícolas, con todo lo excepcional y lo banal que nos caracteriza a los terrícolas". En el palo de la investigación ovni, Agostinelli, un respetado periodista científico y de fenómenos paranormales, es visto como un ex ufólogo que se pasó a la otra vereda, la de los escépticos. "Era como nosotros y estaba con-vencido de nuestras investigaciones", dice un colega. "Pero ahora rebate todo. No deja ni un caso en pie. Para él, todo es verso".

"Para mi libro", dice Agostinelli, "me tropecé con entrevistados que a lo mejor, técnicamente, mentían. Pero incluso cuando creí haberlos detectado consideré que no me correspondía a mí juzgarlas. Sin embargo, publico los datos que me indujeron a sospechar de la buena fe de estas personas para que el lector decida". A pesar de sus diferencias, el periodista rescata el espíritu aventurero de todo cazador de aliens. "La mayoría son personas románticas y desinte-resadas. En general, pierden más de lo que ganan, son buscadores honestos y sus intencio-nes parecen buenas. Están ávidos de conocer o

descubrir algo nuevo. Evidentemente, esto no los hace más fidedignos. Cargan, como todos los mortales, con su propia subjetividad, que a veces los lleva a encontrar lo que buscan y a cumplir con deseos más bien imaginarios. Casi todos están seguros de llevar una misión, un asunto trascendente sobre el cual deben ocu-parse porque otras personas –quizá más compe-tentes– se desentienden del tema. Y casi todos creen poseer evidencias irrebatibles sobre encuentros con extraterrestres. Evidencias que los científicos ignoran o desprecian".Como decíamos, entre los investigadores de aliens Agostinelli se convirtió en otra cosa. O, lo que es peor, se puso codo a codo con los astró-

“Existen aliens desde hace milenios viviendo en nuestro planeta. Hay muchas razas. Alrededor de ochenta".

ContACtADA DEsDE hACE 20 Años. Laura Babyaczuk recibe mensajes desde la Constelación Antares.

“En el encuentro cercano hay indiferencia. El humanoide es muy soberbio, no le gusta que lo miren”.

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nomos, enemigos número uno de los ufólogos. Alejandro Blain, cabeza de la Asociación Amigos de la Astronomía, es un cruzado ante el avance de los cazadores de aliens. Dice que si los ufólo-gos prosperan es porque son más carismáticos. "Muchos de ellos son profesionales de los medios", dice, "Fabio Zerpa es actor profesional. Podés verlo en varias películas argentinas de los ‘50 y ‘60. Además, se da el hecho de que la gente prefiere escuchar que los ovnis existen y no que venga un científico loco a decirles lo que es ver-dad y lo que es falso. Pero, vamos a decir la rea-lidad: no es necesario refutar a los ufólogos. Ellos nunca hicieron una investigación. Nunca se presentó resultado alguno que implique que fuera necesario buscar una refutación".Si habla con un ufólogo, le dirá que ellos hacen minuciosamente su trabajo igual que un cientí-fico. Y no se tragan cualquier sapo. Escuche esto: Patricio Barrancos integra el grupo de Burgos y su especialidad en los tiempos libres –es odontólogo desde hace treinta años– es detectar qué hay de auténtico en filmaciones de ovnis, y qué hay de juguetes colgantes, aviones, satélites, globos aeróstaticos o simplemente aves. "Primero examinamos el formato enviado y analizamos las pautas de cómo, cuando y

donde se filmó", dice Barrancos, tapado de tra-bajo. "El video debe coincidir con una media que conocemos en cuanto a filmaciones hogare-ñas provenientes de cámaras comunes o de celulares. Se juzga si se ha convertido el material a otra norma, si pudo haber sido editado o modificado con picardía. Nosotros preferimos solo el video original". Si la filmación supera la primera prueba, Barrancos la analiza cuadro por cuadro. "Se le coloca un contador de cua-dros y de tiempo con una sensibilidad en milise-gundos". A pesar de que no filmó ningún platillo volador, Barrancos es un convencido de la exis-tencia alienígena. "Existen aliens desde hace milenios viviendo en nuestro planeta. Hay muchas razas", dice, "alrededor de ochenta".Si lo que se ha captado es en material fotográfi-co, lo envían a Cipoletti, en Río Negro, a la computadora de Jorge Figueiras, un represen-tante de ventas veterinarias de todo el Alto Valle. Analiza cientos de fotos al año, y su fama como experto en versos digitales trascendió las fronteras. Le llegan para analizar tomas prove-nientes de Venezuela, España, Chile, México, Estados Unidos, Italia, Francia. Figueiras dice que la foto contiene una valiosa evidencia en su interior que la gente desconoce. "Las imágenes digitales no son color, brillo y contraste, como sucede con las cámaras de rollo, sino que son códigos binarios como cualquier archivo digital, y estos códigos generan todo lo necesario para ver una imagen en el monitor, pero también, como todo archivo digital, oculta toda una arti-

“No te olvides de que el científico que descubrió la vacuna contra la polio dijo que recibía la información del cosmos. Muchas de las luces que ustedes llaman estrellas, me dijeron, son naves más grandes que Buenos Aires."

lA DUEñA DEl CAmPinG. Silvana asegura que lo que se ve “no son estrellas”.

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llería de información: marca de la cámara, fecha y hora, resolución, apertura, distancia focal, velocidad. También ese archivo contiene copias en miniatura de la imagen original, y la información de uso de programas de edición, como Photshop". Del caudal de fotos estudia-das, dice que apenas un 1% son de lo que podría llamarse ovnis y no de globos o gaviotas. "No me interesa inventar. Si quisiera sensacionalismo, tengo las herramientas y el conocimiento nece-sario para hacerlo, en mi vida he hecho muchos montajes y muy buenos por cierto, pero siem-pre ha sido a pedido de otros o para hacer algu-na broma, pero en esto, es distinto, busco expli-caciones".

Cara a cara con LucyVolvamos a la costa ventosa de Punta Piedra. Es de noche. Frío, ya lo hemos dicho, de cagarse. El cielo es una bolsa de luces titilantes preparadas para mostrar sus maravillas. "Todas las noches se ven cosas acá que no son estrellas", dice Silvana, dueña del camping donde nos instala-mos: cien hectáreas regadas de historias de extraños descensos. El sol ya se ha ido hace tiempo. El grupo de la FAO, encabezado por Burgos, está preparado para avanzar sobre los choripanes cuando un miembro del equipo irrumpe con una señal de alarma. "¡Es Lucy, muchachos! ¡Lucy está de vuelta! Vengan ya para acá". Diez ufólogos salen a las corridas abandonando los chorizos a su suerte. Este cro-nista no sabe qué coño es Lucy así que se lo

explican a la carrera: llaman al fenómeno Lucy porque, dicen, es como una luciérnaga que se enciende y apaga en ángulos increíbles en el cielo. Burgos la viene investigando desde hace tiempo. Dice que ningún satélite ni avión puede trazar ese vuelo. Burgos tiene una vista de lince. Capta ovnis al vuelo. "Allá está Lucy, mirá cómo parpadea". El grupo trae un puñado de largavis-tas, el único elemento para detectar a Lucy en el cielo con diamantes. Burgos se entusiasma como un chico. "Qué hija de puta, mirá dónde aparece." Este cronista certifica la aparición de Lucy destellando aquí y allá, inexplicablemente. Puede ser cualquier cosa. Pero los ufólogos dicen, sin embargo, que cualquier cosa no puede ser. "Emite luz propia, así que ni siquiera es un satélite. Andá a preguntarle a un astróno-mo sobre Lucy. No tienen palabras para expli-carlo". Burgos está contento. Quizás por fin ha encontrado el misterio, la prueba rutilante de que hay algo allá lejos que no es de este mundo. "Mi sueño –confiesa más tarde, cuando Lucy apaga sus luces y el vino Uvita empieza a correr–, mi sueño es que, antes de morirme, se acerque un humanoide y me diga: 'Todo lo que investigaste, Luis, es verdad. Fuimos nosotros'. Ahí sí puedo morirme tranquilo". Burgos sonríe y abre la boca. Recortado en el cielo estrellado, lustroso y enigmático, un objeto inusual con extrañas puntas sobresalen por los costados. Algo que puede un alienígena podría considerar un auténtico platillo volador. Acá, en criollo, lo llamamos simplemente choripán. 2

“"Existe un hongo que produce el mismo efecto que los ovnis. Se llama Calvatia Lilacina. Cada año este hongo subterráneo va ampliando la superficie. En cambio, si se trata del aterrizaje de un plato, se mantiene igual".

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m i v i d a y y opor carolina balducci

Entre las muchas maneras de dividir, clasi-ficar a la humanidad, está esa de la gente que escucha y asiente y la gente que escu-

cha y niega. Vicky suele ser de las que niega, al menos cuando está escuchando algo que viene de mí. Después, con el resto de la gente es bas-tante complaciente; me parece estar viéndola con mi ex jefe, cuando él le pedía que, por ejem-plo, le abanicara el culo cuando se tiraba un pedo: "Sí, sí, doctor, enseguida". Ahora, en cam-bio, todo lo que hace es negar mientras yo le cuento cómo es que sigo molesta por la guarangada de Diego del finde pasado, eso de dejarme tirada en el boliche –aunque según él nunca salió, siempre estuvo en el baño con un terrible malestar de panza.

–No, no, no, Carito –niega, la taza de capuccino entre sus manos–, hay que ser tolerante, el matrimonio implica sacrifi-cio, escuchame bien: sa-cri-fi-cio.

Yo le digo que lo mío no es un matrimonio, que recién esta-mos viviendo juntos y no me agrada el hecho de verme sola a la madrugada en una parada de colectivo llorando porque mi novio se fue al carajo.

–¿Pero no te explicó que no se fue, que estaba en el baño con diarrea…? Por cierto, elimino ya mismo ese restorán de mi lista, qué porquería, pobre Dieguito…

Ahora le dice Dieguito. Si supiera que "Dieguito" le dice a ella "esa perra trepadora". Yo me sonrío.

Aquella madrugada, cuando llegué a casa, Diego no estaba. Llegó al cabo de una hora con aliento a cerveza y olor a cigarri-llo. Me dijo que mientras me esperaba en el bar se tomó una cerveza y que después salió a buscarme a la vereda y aprovechó para fumarse un pucho, que si acaso eso era un gran pecado, y que si yo era la Inquisición.

–Hijo de puta –fue todo lo que le dije esa noche. Me di media vuelta y cerré los ojos. Pero, obvio, no dormí.

Al día siguiente Diego se levantó temprano, limpió la casa, hizo el desayuno y me lo trajo a la cama. Cuando le conté eso a Vicky dijo: "¡Qué amoroso!" Si se lo hubiera contado a Mariana, con quien no me hablo mucho últimamente, me habría dicho: "¡Qué truchazo!" Y sí. Lamento aceptar que hoy estoy más cerca de pensar como Mariana, aunque todo lo que me dice la panza se parece más a lo que dice Vicky.

Me comí el desayuno, me comí la pasta que preparó al mediodía, pero no le hablé hasta esa noche, cuando, después de que lavó los platos, me sacó el control remoto de la mano y apagó la tele. Se sentó a mi lado y dijo: "Basta, Carolina, no somos pendejos" Y pidió disculpas por la escena que hizo delante de mis amigos y dijo que igual yo no tenía que irme; y yo le dije vos te fuiste primero, el patovica me dijo; y él me dijo nunca me fui y el patovica es un puto resentido… Y así, hasta que nos cansamos de repetir muchas veces lo mismo. Al final

le dije está bien, basta, me harté de hablar; y él dijo sí, yo también me harté. Nunca supe ni sabré si me había abandonado en el boliche o si, de verdad, todo fue un malentendido.

Vicky dice que "no, no, no. Dieguito no te abandonó". Y yo le pregunto vos como sabés, que si acaso lo vio esperándome en la barra, y ella alza los hombros, niega: contesta que esa noche ella no veía nada de nada. Quisiera creerle, pero da la casualidad de que me he comido tantas mentiras de otros tipos en el pasado, que desarrollé un ojo

especial para detectarlas. Y la historia de Diego, sumada a su comportamiento culposo del día siguiente, tiene todas las características de ser una mentira gigantesca.

Vicky resopla. Mira su taza de capuccino y luego toma un sorbo. Después me mira a mí.

–Tenés que aprender a confiar en él, Carito. Si no, nunca vas a tener paz.

Yo le sostengo la mirada y me pregunto si tendrá razón. Si todo esto se trata de mí, de mi historial de fracasos, de mi resentimiento: otra vez mi corazoncito podrido jugando en mi contra. Vicky baja la cara con expresión sombría. Es una madre molesta por el mal comportamiento de su hija.

–Vicky, escuchame lo que te voy a decir: yo quiero, tanto como vos, que esta relación funcione. Yo adoro a Diego, me enamoré mal de ese chico y aprecio mucho que vos quieras verme feliz, pero... –ella trata de interrumpirme, no la dejo– Esperá, escuchame: no me voy a separar de Diego, no por esto; pero sería idiota de mi parte engañarme desde el prin-cipio. El chabón me dejó tirada en un boliche, sin plata, por su puto orgullo, y después me vino con el cuento de que no lo hizo. El chabón me mintió y eso no es lindo, ¿me entendés? No quiero terminar como esas minas que le perdonan todas las mentiras a los maridos, que se hacen las boludas y miran para otro lado…

Vicky parece irritada.–¡Todos mentimos, Carolina! –dice. Alza la mano y llama al

mozo, le paga con un billete de cincuenta. –Ese no es el punto… –empiezo a decir. Pero ahora sí me

interrumpe: –Claro que no es el punto, el punto es que vos no te das

cuenta de que no existe el hombre perfecto, y de que hoy en día tener un hombre en la casa que te lleve el desayuno y te pida disculpas es un lujo. Y si no ves esta oportunidad, si seguís siendo una pendejita acomplejada que cree que el mundo le ha negado la felicidad, la felicidad te va a pasar de largo frente a tu cara.

Vicky se levanta y se va sin esperar el vuelto: eso sí que es una novedad… No así mi sensación de desamparo, de no saber qué hacer, a quién preguntar, a quién creerle. Tomo mi café, niego con la cabeza y suspiro. Nunca pensé que fuera tan difícil.

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A quién creerle

c. actualidad a diario, es una publicación propiedad de Papel 2.0 s.a. Maipú 271, ciudad de Buenos aires.registro de la propiedad intelectual 722.212. impresión: Kollorpress s.a. uruguay 126 - avellaneda. distribuidora sanabria s.a.

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