1 Universidad Nacional de Luján REPÚBLICA ARGENTINA Maestría en Ciencias Sociales con mención en Historia Social SEMINARIO: Fuerzas Armadas y Política en la Argentina del siglo XX Docente: Daniel Mazzei Maestrando: Miguel Eduardo Naistat Trabajo final del Seminario: RESEÑA NOVARO. Marcos & PALERMO, Vicente:
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Universidad Nacional de Luján
REPÚBLICA ARGENTINA
Maestría en Ciencias Sociales con mención en Historia Social
SEMINARIO:
Fuerzas Armadas y Política en la Argentina del siglo XX
Docente: Daniel Mazzei
Maestrando: Miguel Eduardo Naistat
Trabajo final del Seminario:
RESEÑA
NOVARO. Marcos & PALERMO, Vicente:
La dictadura militar (1976- 1983). Del golpe de estado a la restauración democrática,
Buenos Aires, Paidos, 2003
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2014
RESEÑA
NOVARO. Marcos & PALERMO, Vicente: La dictadura militar (1976- 1983). Del golpe de estado
a la restauración democrática, Buenos Aires, Paidos, 2003, 576 p.
(La versión utilizada para esta reseña pertenece a la 1°Ed., 3° reimpresión de 2011)
Pasado ya diez años de su publicación, el libro de los politólogos Marcos Novaro y Vicente
Palermo de 576 páginas, sigue siendo un indispensable material de consulta y fuente de posibles
debates sobre el Proceso de Reorganización Nacional y la Historia Reciente argentina. Este trabajo,
presentado por Tulio Halperin Donghi y de densa lectura, es un trabajo histórico en regla, en
especial por el uso de la documentación, que se despliega en sus páginas: publicaciones nacionales e
internacionales de la época, declaraciones a los medios de los protagonistas, cables de las
embajadas, entrevistas, etc. Todo este material citado en extensos pie de página, hacen que estas
fuentes sean necesarias en la lectura del relato central del libro. Analiza fundamentalmente los
factores que instauraron el llamado “Proceso”, las características que asumió a lo largo de sus siete
años de vida y los factores que condujeron a su aventura guerrera en las Malvinas y a la retirada de
los militares del poder, abriendo camino a la democracia. Como afirmamos más arriba abre la puerta a
la discusión no solo del pasado reciente argentino sino también de las dictaduras latinoamericanas
contemporáneas.
De la lectura del libro completo se desprenderían cuatro hilos a seguir: 1° hilo), el intento de
refundacional del país anida en el consenso obtenido en la crisis terminal del gobierno de Isabel en
1973. El intento refundacional abracaría las políticas económicas y el sistema político tenía un espejo
del pasado donde mirarse, según los autores: “Para romper ese círculo vicioso, los militares del 1976
profundizaron una orientación ya intentada diez años antes por la Revolución Argentina, pero no
habían logrado llevarla a la práctica y sostenido en el tiempo”(p.44). Para el diagnostico militar de
entonces su antecesora había fracasado por blanda y por no estar dispuesta a tomar las medidas que
había que tomar.
El 2°) Hilo ineludible es la “la guerra contra la subversión” el imperio de la muerte que
establece el plan represivo. El grado de consenso logrado internamente y la fuerzas que aglutinó
entorno a un plan sistemático antisubversivo, donde la definición del enemigo a medida que la
represión progreso iba extendiese a actores más amplios de la sociedad. Siendo toda una novedad
frente ante otro procesos de la región y la planificación de las acciones que impondrán la hipoteca
más impagable que dejará el proceso tras de sí.
El 3°) hilo a seguir nos parece tiene que ver con la complejidad de la trama institucional que el
Proceso se dio para dirigir el estado. Incluso la compresión de este eje no daría una explicación para
el fracaso del primero. La cohesión interna sufrió la imposibilidad de construir una nueva legitimidad
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y más que cohesión fue mutuo bloqueo. Ya que los mecanismos dispuestos para la tomas de
decisiones de los militares, que exigían la participación por igual de todas la Fuerzas Armadas, cosa
que estuvo lejos de lograr una colaboración. Y en el único lugar que se logro, “la guerra contra la
subversión”, aglutinar acuerdos, el tiempo lo fue decantando.
El 4°) y último hilo conductor tiene que ver con las consecuencias de las decisiones tomadas
en los tres anteriores, Y como esos fracasos condicionarán el retorno a la democracia. Novaro y
Palermo observan que se produce una transformación duradera de los actores sociales y políticos,
tanto en lo institucional como en legitimidad frente a la población, como las Fuerzas Armadas y
Partidos Políticos. Pero además de los actores tradicionales también los nuevos como las
Organizaciones de derechos humanos. La Guerra de Malvinas como último intento de legitimarse, los
lleva al colapso y sepulta los sueños militares y dando pie a una Nueva Democracia que parecerá
dejar atrás años de tutela militar e inestabilidad crónica y violencia política.
REFUNDACIÓN Y MUERTE
Desde el primer capítulo los autores analizan las condiciones que dan nacimiento al proceso,
dejando clara la caracterización de este: “Un régimen mesiánico que pretendió producir cambios
irreversibles en la economía, el sistema institucional, la educación, la cultura y la estructura social,
partidaria y gremial, actuando de cara a una sociedad que, a diferencia de episodios anteriores, se
presentó debilitada y desarticulada, cuando no dócil y cooperativa, frente al fervor castrense” (p. 19) .
Como pocas veces la ruptura del orden constitucional tuvo un amplio consenso social que provenía de
la bancarrota del gobierno desde 1974, La principal referencia fue la experiencia del 66, donde su
descalabro era una llamada de atención y un ejemplo a tener en cuenta, pero también la experiencia
brasilera donde el Onganiato de había inspirado, una gestión prolongada de las Fuerzas Armadas,
que completo metas programática y obtuvo unas bases propias de legitimidad social. La sociedad
debía ser desmovilizada, desactivada políticamente y reordenada de pies a cabeza. Según los
autores los militares pensaban que las fuerzas políticas y sociales debían desarticularse y
rearticularse en nuevas organizaciones más confiables, una manera de evitar el “salto al vacío” de
1973. Había que refundar el “ETHOS de la sociedad: restablecer un concepción economicista,
individualista y atomista de la ciudadanía y de la vida, la primacía de lo jerárquico y competitivo por
sobre los solidario, reemplazar con un Estado “subsidiario” a aquel concebido como garante de
derechos sociales, planificador y regulador del capitalismo”. Para los militares y sus socios civiles era
una ocasión que no se podía dejar pasar para extirpar de raíz las condiciones “estructurales” del
estado populista
La refundación económica tendrá componentes neoliberales, conservadores y desarrollistas,
de este último terreno va a provenir el ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz, cuyo
punto de convergencia básico sería el objetivo de redefinir el comportamiento de los actores a través
de una formula compuesta por el disciplinamiento de los mercados. Este fue elegido por los tres
comandantes, contó con el respaldo del presidente y sus allegados. La cuestión económica de
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discutirá durante todo el proceso: militares, empresarios, partidos y medios de comunicación. Estas
se vieron subordinadas a las ideas y orientaciones reaccionarias, nacionalistas conservadoras,
paternalistas, católicas, liberarles, etc; en el contexto de la cruzada contra la subversión y en la
refundación de la sociedad. El flamante ministro tuvo más libertad que cualquier antecesor pero sabía
que no disponía de mucho tiempo para lograr sus objetivos. Lo primeros tiempos se caracterizaron
por mediadas de shock y una tibia apertura de la economía. Los autores han basado gran parte de la
información y del análisis económico además de una profusa consulta bibliográfica y estadística en la
entrevista a mismo Martínez de Hoz.
La unanimidad y faccionalismo será la característica de la conducción militar. la primera era
palpable en torno al plan antisubversivo, en cuanto a los métodos, alcances y objetivos. Pero en
cuanto a lo institucional y en las metas económicas afloraran las facciones. El proceso comprometía
institucionalmente a las tres fuerzas, esto significaba una distribución tripartita de los cargos y de
común acuerdo la toma de decisiones, con la intención limitar al máximo las personalizaciones del
poder (seguramente pensando en Onganía), se acotaba el mandato presidencial. La junta debía estar
de acuerdo en los nombramientos. El presidente no podía ser miembro de la junta (sería un cuarto
hombre)y los comandantes serían los que designarían a los jefe superiores y sus sucesores. Se
estaba según nuestros autores ante un “gobierno directo” de las Fuerzas Armadas. Por otro lado,
desde el primer momento se hicieron notorias las disputas entre Armada y Ejército y sus jefes
Massera y Videla. Este último tenía el apoyo de la mayoría de los hombres del ejército, pero estaba
lejos de ser un líder político y militar, siempre se mantenía neutral en los conflictos internos de su
arma, tratando de no correr riesgos. Sus carencias parecían grandes virtudes, sin lazos en el mundo
político y propenso a la conciliación y renuente a utilizar la autoridad para dirimir los conflictos internos
en un ejército compuestos de facciones, Jorge Rafael Videla representaba al profesionalismo. En
cambio Massera era líder indiscutido de su fuerza y no ocultó nunca su aspiración de ocupar todos
los espacios de poder que dejaba libre Videla, incluso el sillón presidencial.
Para los autores en 1975 en Tucumán se puso a prueba el plan sistemático de represión,
lugar donde los uniformados vieron relajarse todos los controles legales. Estos presentan al Operativo
Independencia, como una estrategia dirigida a desactivar lo que se entendía eran las “fuentes de la
subversión”, la creación de los primeros Centros Clandestinos de Detención y la organización de
grupos operativos, conformados principalmente por militares y policías en actividad que, actuando de
forma encubierta, secuestraron, torturaron y asesinaron a centenares de militantes políticos,
sindicales y universitarios, la mayoría ajenos a la lucha armada (p. 70). Para Novaro y Palermo la
guerrilla jugó un papel trágico: ERP y Montoneros, erróneamente, esperaban detenciones masivas, la
práctica de la tortura en el periodo de “blanqueo” de los prisioneros y condiciones rigurosas de
detención, como había ocurrido durante Onganía. Durante 1975 ambas organizaciones intensificaron
la militarización de sus cuadros, militantes y de sus acciones. Mostrando una asombrosa incapacidad
para advertir la profundidad e irreversibilidad del repliegue del movimiento social fusionando lo político
a lo militar. Para ambas agrupaciones solo se trataba de un momento de confusión pasajero. Para
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estos, la crisis del gobierno de Isabel y la intervención de las FF.AA. aceleraría el proceso
revolucionario. Por otro lado en el análisis de los autores el terrorismo de derecha, protegido y
financiado por importantes sectores del gobierno peronista, resulto ser más efectivo que la guerrilla no
solo en el ejercicio de la violencia sino el terreno político y propagandístico. La impunidad y la eficacia
de las tres A, tienen una explicación sencilla: reunía oficiales policiales y militares retirados y en
actividad, junto a matones proveniente de los sindicatos y de la extrema derecha peronista y
nacionalista.
Con Onganía la doctrina francesa entró a las fuerzas armadas, según Novaro y Palermo. A
fines de los 60 y principios de los 70, el aprendizaje y el ejercito de técnicas de infiltración,
interrogatorio y torturas, de acopio y análisis de información se iría generalizando, el secuestro, tortura
y asesinato, los cuadros se formaban con una obsesiva atención a la seguridad interna, con un
marcado fanatismo ideológico, una alarmante disposición a transgredir las reglas y la disciplina de la
propias instituciones armadas. Importancia tuvo la definición de la “condición de subversivo” que
englobó a varios grupos además de los grupos guerrilleros y de ideología marxista e izquierdista. Si la
subversión era catalogada como un virus, también los católicos tercermundistas, los freudianos, los
ateos, los peronistas, los liberales y los judíos podían serlo. Bastaba con que una persona actuara a
favor del cambio social y en contra del orden, como activistas no violentos que realizaban actividades
políticas, sindicales, religiosas e intelectuales legales y legitimas bajo cualquier estado de derecho,
resultaban para los militares intolerables.
El método sistemático y masivo que encadenó secuestros, detenciones clandestinas y
desapariciones no tuvieron comparación ni con lo ocurrido en otras épocas ni con los sistemas que
rigieron en los países vecinos. Para los autores las desapariciones en el caso argentino no solo
fueron intimidatorias: persiguió varios objetivos simultáneos en distintos planos, internos y externos,
políticos y militares. Permitía extender una mano de sospecha sobre un sector muy amplio de la
sociedad, forzándolo a la inacción por el terror y aislándolo del resto del cuerpo social, y sembraba
confusión e incertidumbre en las organizaciones guerrilleras y de izquierda. Esta empresa requería de
la coordinación de las distintas fuerzas represivas, de zonas liberadas allanadas por las comisarias y
regimientos del lugar. Se ponía en marcha el “grupo de tareas” o “patota” que sorprendía a la víctima,
por lo general, en su domicilio, durante la noche, sin medios para defenderse. EL “chupado” era
encapuchado y trasladado al centro clandestino de detención (chupadero) donde se lo sometía a
torturas inconcebibles, deshumanizándolo y por regla general después era “trasladado”, eufemismo
que significaba su asesinato y la desaparición del cuerpo. (P 112/113). Muchos familiares sufrieron
la maciza conmoción que sin cadáveres, sin un proceso o prisión era difícil la tarea de acusar a
alguien de algo. En otros casos: las desaprisiones produjeron exactamente el efecto contrario, la
metodología de “noche y niebla” (copiada de los nazis según los autores) suscitó una reacción
desesperada más allá de cualquier temor, de cualquier cálculo de riesgo de parte de muchos
familiares secuestrados y desaparecidos. Esto tendrá una trascendencia insospechada para el elenco
castrense.
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Los terrenos sindical, educacional y comunicacional fueron lugares donde la represión puso
mayor atención, según los autores. El poder de los sindicatos era uno de los obstáculos más fuertes
para que los gobiernos militares complementaran sus programas de reforma económica e
institucional, dada su radicalización política para la concepción subversiva y los grandes intereses
empresarios. La eliminación o despido de los activistas gremiales era parte de la necesidad de frenar
la “guerrilla industrial”. Así la persecución de delegados de base y comisiones internas contó con la
colaboración de los empresarios. (p. 115). En caso de ámbito educativo, La Universidad era
considerada una difusora del “virus subversivo” que penetraba en la mente de los estudiantes.
También debía ser eliminada a cualquier costo ya que si no volverían resurgir las formaciones
armadas. Despidos masivos y la instrumentación de directivas de control ideológico debía ser
instrumentado por los directores, autoridades y docentes sobre sus pares, sobre la bibliografía y
materiales utilizados. Señalan Novaro y Palermo, que la represión en la educación contó con un
significativo respaldo de actores civiles (P.117) la utilización del terror en todas sus escalas era un
instrumento fundamental para reorganizar a la sociedad desde arriba. El Régimen consideró a los
MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN uno de los instrumentos y terrenos predilectos para
desenvolver a pleno su cruzada organizadora, estos debían cumplir un papel regresivo, restaurador y
políticamente uniformizador. Los militares pusieron un énfasis casi de manual en los mecanismos de
cesura y la radio privadas como canales de televisión y radiodifusión en manos del estado (pautas
anti-intelectuales y anticulturales) dejaron de ser un espacio propiamente público, entendido como el
ámbito hipotéticamente al alcance de todos, de libre circulación de voces y discursos, y de libre
vinculación y contienda entre actores, relacionado pero diferenciable de la sociedad civil, la política y
el Estado. Con el Proceso dejará de existir.
La definición que los autores proponen de la filiación autoritaria del Proceso aparece confusa,
desde el vamos no aparece la utilización de termino “burocrático autoritario”, para los autores el
régimen del 76, tiene un poco de autoritario y poco de totalitario, y si bien articula la idea que los
totalitarismos son “revolucionarios”, ve en el proceso un régimen esencialmente conservador, que no
socavó la autoridad sino que pretendió restaurarla. A nuestro entender lo restaurador o conservador
no quita lo revolucionario, ya que el régimen se asigno carácter de refundacional. Ese carácter no era
contradictorio a la satisfacción de los sectores altos no se limitaba a la recuperación del control en el
seno de las familias: se extendía a la reversión de cambios registrados en las instituciones, más
directamente vinculadas a su reproducción, en especial las educativas y religiosas. Esa ofensiva
restauradora la de recuperar una posición durante demasiado tiempo contestada hizo que la dictadura
fuera percibida como la reimplantación del orden perdido (p.127). Para Novaro y Palermo, el núcleo
social procesista, fuera del gobierno pero ciertamente dentro del régimen, fue un conjunto de civiles y
militares, laicos y sacerdotes, hombres y mujeres de todas las condiciones y profesiones, que dio su
consentimiento a la vasta operación de represión ilegal En el análisis los autores destacan que la
jerarquía católica legitimo en su mayoría la lucha antisubversiva, en especial las capellanías
castrense. La Iglesia veía que había empezado un proceso de purificación encabezado por las FF.
AA. Frente a los reclamos directos de los familiares de las victimas la evasión será la opción. Pero
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tras asesinatos resonantes como el de los Palotinos, la Santa Sede irán poniéndose más crítica con el
Proceso.
Los autores recurren a concepciones tomadas Hannah Arendt, y Stanley Milgran para
entender como la sociedad sufría un anesteciamiento de las conciencias morales. Muchos querían
que se terminase la violencia, que se restableciera su monopolio público, y estaban dispuestos a
aceptar un grado importante de violencia ilegal, el poder por encima de la ley. La capacidad moral de
distinguir “lo cierto de lo errado” (Arendt) había sufrido en la sociedad argentina varios sacudones, al
menos desde los años cincuenta, sacudones que ya cuando se inició el Proceso la habían
desorganizado profundamente, volviéndola proclive a un cierto fascismo difuso (p. 128). La cuestión
era asimilar el conflicto moral que se supone aceptar lo inaceptable. Dos cosas podían ser
inaceptables: Los métodos ilegales y que reprimiera a quienes no fueran merecedores del castigo:
sobre lo primero muchos estimaban que había qua aniquilar a la guerrilla y por la buenas no se podía
hacer y en lo segundo, culpabilizar a las víctimas “por algo será” coartada moral identificada por
Stanley Milgram. Solo el anesteciamiento moral no alcanzaba, era necesario el secreto un elemento
siniestramente racional: la preferencia de no saber, “ignorar” era lo más seguro: más fácil era creer
que solo se perseguía a los auténticos guerrilleros….
En la visión de los autores la relación entre política y deportes es esencialmente cultural:
cuando y como podrá manipularse políticamente del deporte depende de cómo y cuándo de deporte
exista en las raíces de la cultura de masas. El futbol en Argentina tiene importancia social y la
dimensión identitaria es futbolística. Cuanto más central es un deporte, dentro de un universo cultural,
tanto más probable es que en una competencia internacional sus efectos de identidad sean
capturados por las oposiciones colectivas ideológicas del nacionalismo. En este caso el Mundial de
fútbol mostró que el comportamiento del público no solamente no manifestó de modo alguno un
repudio al gobierno sino que presentó la imagen de un país unido, una comunidad en armonía y en
paz. Para Novaro y Palermo en el Mundial 78 se fundieron seguridad y temor, fue un test decisivo
tanto en lo interno como en lo externo, y pudo transformarse en un desastre o darle nuevos motivos
para seguir adelante a los jefes procesista. La dudas se despejaron desde la ceremonia ignaugural: el
público jugo de argentinos
REFUNDACIÓN FRACASADA Y LUCHAS INTERNAS
Los militares enarbolando las siguiente idea: “Eliminados los subversivos, hechos a un lado los
políticos y gremialistas corruptos, quedaba una comunidad disponible para ser organizada sobre
nuevas bases: el mercado, la eficiencia, disciplina social” (p.174). Este según los autores fue un
autoengaño que se potenciaba con le plan de concluida la “fase de ordenamiento” pasarían a una
transición prolongada y controlada. La prolongación tenía que ver con llegar hasta mediados de los
años 80 con el régimen y controlada ya que suponían que los actores políticos del futuro régimen
constitucional aceptarían las pautas de los militares para la nueva republica. Para Novaro y Palermo
en plano interno caracterizaron que la “campaña antiargentina” había sido sepultada por el éxito
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mundialista, pero los logros potenciaron las disidencias internas que venían incubando desde el inicio
del golpe. Los grupos en pugna demostraron su capacidad de bloquear los intentos de sus
adversarios, pero también la incapacidad de sacar provecho de sus propios proyectos. Es una etapa
donde se recarga la puja Videla / Massera. El afán fundacional de 1978 a 1980, estará signado por
la más amplia y ambiciosas miras del Proceso y estériles conflictos intestinos. La frustración de
organizar el consenso político y social donde para los autores, lo procesistas confunden la “salud
prometedora del proceso” con la “erosión de las bases de sustentación” En fin: las luchas internas y la
incapacidad y falta de decisión hicieron naufragar las condiciones necesarias para esa refundación en
términos políticos, la de conformar una representación política “legitimas”, suponiendo que estaban
ante una crisis terminal de las tradicionales. La condición económica se basó en la reedición de
“etapismo” del onganiato, el nuevo tiempo económico tendrían los primeros 5 años duros y después
una pronunciada recuperación, la condición económica potenciaría la legitimidad política. Pero ya en
1978 comenzaron a perder el recurso político en sucesivas convocatorias políticas que fueron
contestadas cada vez menos por el campo civil.
Para los autores se diluyo la oportunidad en la disputa abierta entre “duros” y “blandos”: “las
opiniones se dividían entre quienes pretendían darle al régimen una duración prolongada, planeando
una transición paulatina y controlada recién avanzada la década del ochenta, para arribar a una
democracia limitada y vigilada con componentes corporativos e elitistas, y los que suponían una breve
y contundente periodo de ordenamiento, seguido por una progresiva pero más o menos rápida
transferencia del poder sobre la base de acuerdos programáticos con los civiles que no requerían
mayores cambios institucionales” (p.178). Para Novaro y Palermo también la diferencias respondían
a diferencias ideológicas, a una rivalidad histórica: los duros provenían en general del arma de
caballería, hegemonizada por los azules, pero que había quedado debilitada por el fracaso lanussista
y los de infantería habían mejorado su posicionamiento en el gobierno peronista y era
predominantemente colorados y blandos. Aquí Videla coincidía con la estrategia dura de ganar
tiempo ya que esto era lo que necesitaba para que prosperara el plan de Martínez de Hoz. Pero a la
vez ponía en marcha otra de tipo dialoguista dirigida a los dirigentes partidarios y sectoriales,
cultivando un apoliticismo austero y republicano. En ese contexto también fe visible la lucha entre
este y Jefe de la Armada: una guerra sorda por el control de la “salida” institucional. Massera echará
manos a los mismos recursos de la lucha contra la subversión (infiltración del enemigo, sabotaje,
secuestros y asesinatos), aprovechará la disputa entre duros y blandos. No pocos políticos, nos dice
el análisis, mostraron la disposición de colaborar con Videla y mirar para otro lado sobre el tema de la
represión. Los partidos minoritarios de derecha nacionales y provinciales respaldaban a los militares
duros, molestos con los blandos que tenían tratos con radicales y peronistas. Acá también las disputa
de duros y blandos son centrales: los blandos aceptaban la continuidad de algunos de los partidos
existentes para contar con la colaboración de figuras en especial del radicalismo, en cambio para el
otro bando incluir a los partidos de la vieja política era inaceptable.. La opción en el surgimiento de
Movimiento de Opinión Nacional (M.O.N.). Curiosamente según los autores también era inaceptable
esta alternativa para los partidos.
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Otro polo de conflicto fue además del contacto con los políticos fue poner por escrito los
objetivos políticos e institucionales del Proceso. Los autores analizan los proyectos poco exitosos de
los generales Saint – Jean, Diaz Bessone y Olivera Róvere, encontrarán la propuesta de un control
estricto sobre el movimiento cívico que herede el Proceso, también aparecen conceptos sociológico
del más rancio y organicismo tomista y aquel que pedirá un Proceso de más de 12 años para la
formación de nuevos dirigentes. Todos coinciden con las tres etapas: ordenamiento, dialogo y
participación y transferencia, y que esta sea escalonada. Lo que se puede observar y que los autores
resaltan es las diferencias doctrinarias de unos y otros, en especial sobre el papel de los partidos
políticos y la relación entre República y Democracia. Para los duros la “partidocracia” debía perder el
monopolio de la representación en sociedad y en la conducción del estado. Los blandos pensaban
en una democracia pluralista, representativa y federal, teniendo en cuenta las aspiraciones de la
civilidad y la Fuerzas Armadas y la inclusión progresiva de civiles, incluso la idea de un referéndum.
Para Novaro y Palermo es central en el análisis entender que las diferencias entre Duros y
Blando contribuyeron a la debacle del Proceso en lo Institucional, en el terreno sindical por ejemplo
donde coincidían en liquidar al sindicalismo combativo o “antiburocrático” en especial las comisiones
internas, y después sobre la reestructuración desde el estado y eliminar las condiciones que daban
origen a la indisciplina laboral. Las diferencias eran, que para la línea blanda debía darse un
combinación de mercado y poder de policía: le asignaban a los sindicatos, la tarea de disciplinar al
movimiento obrero y para eso debería tener funciones representativas autónomas; para los otros,
había que aplicar una política de tierra arrasada: reestructuración permanente del sindicalismo y del
mundo del trabajo y lograr el hipercorporativismo con total dependencia del estado donde su papel no
incluya ni representatividad ni autonomía. A su vez, en la visión de los autores, el sindicalismo tenía
dos lecturas del Proceso: unos que veían la reedición de anteriores experiencias militares, donde se
podía golpear y negociar, y posteriormente habría una pronta salida política. El otro agrupamiento era
proclive a la colaboración, daba más crédito a los planes de refundación y largo aliento del régimen y
creían que había que participar de la interna militar
Para los autores el fallo sobre el Beagle llegó en el peor momento de Argentina y Chile que
estaban bajos dictaduras: “Chile confiaba en contar con los títulos necesarios para hacer valer el fallo
favorable en cualquier foro internacional y, del lado argentino, la disposición de los duros de poner fin
al expansionismo chileno ‘usando la fuerza de las armas’ despojaba de todo margen de negociación”
(p. 252). Este conflicto, como otros, evidenció los graves problemas de la estructura funcional de las
tomas de decisiones. El frente belicista encabezado por los duros tenía el camino abierto para guerra,
pero la falta de coherencia y unidad ayudo paradójicamente para evitar la guerra, según Novaro y
Palermo así como el involucramiento de la Iglesia.
En el terreno económico los autores frecuentemente consultan a Jorge Schvarzer y aseguran
que en 1978 que Martínez de Hoz encara la Reforma Financiera acompañada con una fuerte
contracción monetaria donde se buscaba modificar de manera perdurable el balance entre actores
sociales y económicos locales, desplazando al empresariado industrial y fortaleciendo al financiero,
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articulando la economía domestica con la internacional, en el terreno económico los autores toman:
“La Reforma relegaba a un plano secundario la lucha antiinfacionaria. (…), en los hechos, no
favorecía la formación de un mercado de capitales de largo plazo articulado con el sector productivo,
sino la uno volátil y especulativo y de corto plazo”, (p. 222). Otra cosa que los autores resaltan es que
tampoco ignoraba Martinez de Hoz que tarde o temprano el acelerado endeudamiento privado se
haría público. Las FF. AA. aprobaban el diagnostico de dejar atrás el modelo populista – desarrollista
pero rechazaban las consecuencias. Los militares que querían disciplina en un mundo de la
producción y el trabajo sabían que debían existir fábricas para ello. Obligaron a Martínez de Hoz
poner fin a la contracción monetaria y olvidar el plan de privatizaciones. El ministro lejos de aflojar el
paso tomo dos medidas cruciales: el tipo de cambio pautado a futuro (la tablita) y la profundización de
la apertura comercial.
Martínez de Hoz sabía que su posición dependía de las contingencias facciosas y en ese
contexto debe entenderse el aceleramiento de su política de apertura comercial y enfoque monetario
en la balanza de pagos: centralmente favorecer la competencia externa mediante esa apertura y la
revaluación gradual de la moneda argentina obligaría a las empresas a reducir costos. Apuntaba a
resolver el problema de la inflación y reestructurar en ese sentido las reglas del juego económico.
Entre las aéreas conflictivas, la cuestión de los salarios trajo pujas entre las carteras de Economía y
Trabajo. Mientras Liendo estuvo frente a la segunda, se propuso volver a los convenios, cosa que
iba en contra de la posición de Economía sobre los salarios deprimidos, ya que jugaban un papel
inflacionario. También hubo críticas del establishment económico, en boca de Roberto Aleman, se
expuso el escepticismo sobre el enfoque monetario en la balanza de pagos y se requería un regreso a
formas tradicionales de ajuste, considerando que solo la recesión podía domeñar a los salarios y los
precios, incluso el Consejo Empresario Económico , llamó a poner fin de una buena vez a la
hipertrofia del estado, al sistema de bienestar social que recarga con impuestos a la economía,
ahogando la actividad privada (p. 269).
La aplicación del enfoque monetario de la balanza con propósitos estabilizadores no dependía
solo de cuestiones domesticas sino que se mantuviera la excepcional bonanza financiera de la
década del 70. La suba de las tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos desató la
tormenta. Pero Martínez de Hoz lejos de de cubrirse: radicalizó sus propuestas. La consecuencia
fue que la revaluación combinada con la reducción de los aranceles desprotegió a los bienes
industriales. Aumentó la tasa de desempleo entre 1979 y 1980 con un sector productivo atrapado en
una espiral de endeudamiento y asfixiado por las altas tasas de interés y desprotección. Muchas
habían adquirido bienes de capital para modernizarse. Con la caída de reservas como fondo, cuando
Martinez de Hoz deje Economía, el sistema productivo estará irremediablemente quebrado.
La visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), puso al día las
disputas de los duros y los blando. Un cable del departamento de Estado advertía en 1978 sobre los
“costos morales y políticos a largo plazo” de la represión en Argentina. La autorización de la visita fue
una medida para evitar el aislamiento internacional, pero también para que se le aprobaran créditos
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externos. Los autores afirma: “la aberración de las desapariciones y el impresionante volumen de
información reunida por la embajada norteamericana y los organismos de DD.HH. habían tenido
impacto en EE.UU. y Europa; incluso en otros países latinoamericanos”(p. 295) En septiembre de
1979 llegó la comisión que “visitó prisiones y cementerios, entrevistó a numerosos detenidos a
disposición del PEN que relataron el trato inhumano que recibían y registró cientos de tumbas de
personas no registradas” (p296), Pero lo más significativo fueron los miles testimonios de familiares
de desaparecidos, donde según los autores hacía ruido el bajo número de detenidos y de muertes
reconocidas en relación con las cifras de secuestros y detenciones.
Los resultados que no fueron favorables, tuvieron pronta repercusión en el frente interno.
Resultó más pernicioso para la estrategia de los blandos, ya que los duros reforzaron su fanatismo en
defensa del ser nacional mancilladlo por la calumnias del organismos extranjeros, continuadores de la
subversión. Incluyó hasta un fallido levantamiento del General Menéndez, pero quizás la
consecuencia menos querida fue el debate público sobre la “guerra sucia”, que ya no era algo que se
pudiera ignorar. El Proceso, para Novaro y Palermo, comenzaba a perder la batalla por el control de
las conciencias en lo interno como ya lo había hecho en el exterior. El otorgamiento del premio Nobel
de la Paz a Pérez Esquivel, el endurecimiento del Vaticano y la comparación en un informe de la
ONU con el holocausto de la situación argentina, hicieron la situación insostenible. En el frente
interno era evidente el desgaste de Videla y el poco consenso que reunía Viola sumado esto a la
críticas de la Iglesia local por “la angustiante situación económica”. Detrás de ellos se encolumnarán
los Partidos Políticos firmando la primera declaración multipartidaria.
La transición entre Videla y Viola se daría en una dura crisis financiera, para el presidente de
facto saliente, según los autores, la responsabilidad era de los empresarios: “la incomprensión y el
aprovechamiento desleal que algunos argentinos habían hecho de los bien intencionados y
desinteresados esfuerzos del Proceso para salvar la Nación” (p. 345) Así el gobierno de Viola intentó
obtener apoyos del mundo social y político, la primera señal fue la designación de Liendo, punto de
convergencia entre militares y civiles. Estos últimos demostrarán pocas expectativas. Viola se
debatía entre la opción de una apertura sin restricciones pero alentando a posicionarse a las fuerzas
herederas del Proceso (lo autores los llaman crías del Proceso)y la otra opción, una salida con
candidato de consenso. Pero en las “Pautas de Acción del Gobierno para 1981-1984” los mandos
militares en abril del 81 le terminaron de cortar la alas a Viola. Además cuando nombró a Sigaut en
economía, este dejó claro, que no era posible poner en marcha la promesa presidencial de repartición
de “frutos” sino que la prioridad era la deuda externa. Los librecambistas criticaron las características
populistas de nuevo gabinete y esto los acercó a los duros. Nada calmaba al mercado financiero, a
pesar de la famosa frase de Sigaut “el que apuesta al poder pierde”, tres devaluaciones seguidas lo
desmintieron rápidamente. El remplazo por Roberto Aleman no se hizo esperar.
Ahora la sociedad desconfiaba de cualquier manifestación oficial de buenas intenciones, el
proyecto de Viola nació muerto: “Cualquier esfuerzo dirigido a enmendar el Proceso sería
considerado la confirmación de su índole perversa” (p.369) Para los autores le miedo cambia de
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depositarios, ahora es la sociedad la que se pregunta a que le temen los militares. Es un gobierno sin
política, su intento de enmienda es un intento de convertir según Novaro y Palermo a la Dictadura en
una dictablanda. La creación de la Multipartidaria fue la respuesta a las vacilaciones del gobierno, no
se concebían como una alianza opositora sino como un espacio para negociar, alentar y encuadrar la
política. A pesar de lo moderado, en incluso de no exigir la revisión del pasado y solapadamente
ofrecer silencio a cambio de apertura, para los militares era un claro indicio de que había perdido el
control del Proceso Político. Ya que la creación de la Multipartidaria afectó a las fuerzas de centro
derecha: “La multipartidaria gestó una fuerza de atracción que produjo desprendimientos en sus filas,
acentuó tradicionales conflictos entre grupos conservadores y aceleró su dispersión. Estaban
irremisiblemente lejanos los tiempos en que Videla hablaba de ‘Dialogo sobre la base de las pautas
del Proceso’” (p. 379)
Producto de la inoperancia política y las reacciones del frente militar la Multipartidaria fue
evolucionando hacia el lugar de una neta oposición política. La desocupación crecía y caían los
salarios, la inflación y el déficit fiscal también; cayeron las reservas y aumentó la deuda externa. Con
este panorama antes de sacarlo de su puesto, los duros ya habían vaciado por completo la política de
Viola. Al asumir Galtieri en la sociedad no había todavía síntomas de movilización, pero para los
autores era claro que el régimen había perdido el ímpetu acumulado en la entrañas dé la corporación
militar, carecía de la fuerza que había contado para el terror. A pesar de eso reflotaron los propósitos
mesiánicos y refundacionales y que no tenía sentido esperar que la economía rindiera frutos que
legitimaran socialmente el Proceso. El nuevo gobierno empezó a incorporar a muchos civiles a la
función pública incluso en gobernaciones e intendencias. Galtieri quería acelerar los tiempos:
Malvinas sería en los planes militares la piedra angular de la salida triunfal del Proceso y cuya
aventura no estarán solo. Mientras tanto la situación se deterioraba con Actos de la Multipalrtidadria,
movilizaciones de agrupaciones de los Derechos Humanos y de la C.G.T.
GUERRA Y EL COLAPSO
Para Novaro y Palermo la visión de Galtieri y Anaya este fue un proyecto vital: “la ocupación
de las Islas apareció como una alternativa tentadora pues satisfacía objetivos ‘nacionales’ de largo
plazo y era, a la vez, muy prometedora en el corto plazo, ya que proporcionaba un capital político:
concretaría la unidad nacional y la del propio régimen. Restableciendo un posición dominante con
poco esfuerzo” (p. 412). En el área diplomática Nicanor Costa Méndez (ex ministro de Onganía),
confirmaba las conjeturas de la Junta Militar y las traduce en argumentos, según este los ingleses
jamás se avendrían de buena voluntad a negociar, argentina debía alterar la circunstancias.
Para los autores lo mejor opción hubiera sido facilitarles las cosas a los sectores de la
diplomacia británica favorables a la negociación, ya que el contexto del ascenso de Margaret
Thatcher incluía para cumplir objetivos fiscales el virtual abandono de naval del Atlántico Sur. Por
otro lado debía cambiar la actitud argentina hacia los isleños, que era el principal freno para negociar.
Era un camino de largo plazo, pero la diplomacia argentina no lo veía así, para esta, los isleños eran
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un molesto detalle. Otro dato que resaltan los autores es que la lectura de Galtieri de la situación
internacional era de absoluta ignorancia tamizada por una “mentalidad de cuartel”: en relación a EE.
UU. diagnosticó que primaría la relación especial, dada por la estrecha colaboración en
Centroamérica. Para el presidente y el Almirante Anaya las capacidades británicas estaban en
declinación, y solo esperaban represalias limitadas en el campo diplomático y comercial. Se eligió el
diagnostico que más se acomodaba a las necesidades domesticas.
En la visión de los autores, el plan de los tres comandantes y Costa Méndez, no solo era un
golpe de mano sobre los ingleses sino sobre los propios mandos, una manera de sortear la
complicada institucionalidad. (p. 426). De haber incluido a otros mandos en el plan, seguramente
hubieran tenido dificultades para reunir los apoyos. Era absurda la idea de tomar las Islas y negociar.
Ya que cuando se produjo el desembarco Thatcher actuó sin ninguna vacilación. Era una frenta al
honor y orgullo nacionales. La primer ministro se jugo parte de su permanencia en el conflicto, su
capacidad de liderazgo. Incluso si Malvinas tenía recursos o importancia geopolítica era secundario.
Estados Unidos no podía ignorar que el agredido no solo era uno de sus mas antiguos aliados sino un
miembro de la OTAN.
Para Novaro y Palermo la magnitud de la adhesión popular fue inesperada pero estaba en los
planes. Y afirman, que esto no fue el motivo para no cambiar de estrategia cuando no salieron se
esperaban. Si retiraban las tropas tendrían que pagar los costos en el frente interno: ridículo y caída
(en ese orden). La junta tomo la decisión de atar al régimen a su propia cadena. Sobre el apoyo los
autores discuten sobre concepto de Benedict Anderson de nacionalismo, una construcción
hegemónica del sentido común, más que una ideología. Para los autores este nacionalismo cultural
no es fuerte en Argentina. Las grandes expresiones políticas argentinas tomaron al nacionalismo
como expresión identitaria de grandes grupos nacionales. La matriz de ese nacionalismo hace
énfasis en lo territorial: “la fuerza del territorialismo en los nacionalismos argentinos se puede
entender, en un Estado y un país que se estructuraron vertiginosamente en virtud de su poder de
interpretación ante grupos sociales que no tenían entre sí mucho más en común que el suelo” (p.437).
La idea de la usurpación le confiere al territorio de Malvinas una eficacia movilizadora excepcional.
Nose puede pensar solo, según los autores, que se trató solamente de una improvisación para eludir
los problemas internos. Igualmente aclaran que es también son muy fuertes los componentes de la
presencia de objetivos que atendían a los intereses domésticos de Proceso. La FF. AA. No
tropezaron con ningún obstáculo para efectuar el reclutamiento de conscriptos; incluso presos
políticos se ofrecieron voluntariamente. De los 10.000 efectivos en las islas más del 50% era
conscriptos. Las muertes y las heridas de estos tendrán una consecuencia política de largo plazo.
“Muchos de ellos, casi todos, murieron por una sola razón, simplemente por la maquinaria del poder
estatal y el consenso social que los había puesto ahí” (p. 451). La capacidad autodestructiva de la
estructura institucional del régimen en tiempos de paz se tornó destructiva en tiempos de guerra. No
existió un mando unificado: autonomía y fragmentación fueron nefastos sobre la acción militar.
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Los autores concluyen sobre la guerra, parafraseando a Talleyrand, que abril del ’82 fue un
crimen y un error. Un Crimen por la toma y los sucesos ulteriores, indefendibles en la ética de la
relación con los estados, en medio de negociaciones. Un Error por las mismas razones y el resultado
autodestructivo: el Estado argentino llevó a la muerte a jóvenes conscriptos y a soldados
profesionales, mientras se vivía un clima festivo del mundial de futbol de 1978. Novaro y Palermo
afirman que la derrota en Malvinas colocó la conciencia de amplio sectores sociales en disponibilidad
para se interpeladas por muy variados proyectos políticos. En definitiva fueron la acción y los
discursos políticos que en se estado de disponibilidad y dramática carencia de explicaciones
razonables sobre lo sucedido, comenzaron a reandar el camino a un proyecto democrático.
Una de las consecuencias internas era el cuadro de rebelión latente y de cuestionamiento a la
jerarquía que se instaló en las filas militares. Los mandos no supieron bien qué hacer con los miles
de excombatientes que empezaron a volver al continente, el resentimiento que estas tropas
acarreaban era caldo de cultivo una revuelta interna contra las cúpulas. Los actos de indisciplina y
conflicto rápidamente afloraron. Por largos años las cúpulas militares lidiarían con ello. En la visión de
Novaro y Palermo se consumaba el largo y sostenido proceso de destrucción institucional de las
Fuerzas Armadas
Otra apreciación importante de los autores es el periodo 82 – 83 no fue una transición
arrancada por luchas y movilizaciones populares contra la dictadura. Se trataba del resultado de la
crisis interna del régimen, crisis generada más por omisión que por acción de los grupos sociales y
políticos frente al autoritarismo y por la derrota militar. Esto hizo que la Multipartidaria ejerciera una
estrategia de presión moderada sobre un régimen en retirada. Siguiendo a Guillermo O’Donnell, los
autores afirman que la transición tenía su origen en el colapso del régimen. Al comparar el caso
argentino con el griego resaltan la falta en el nuestro de activos grupos oposición, incluso afirman que
estas grupos no habían sido tan opositores en el pasado. Solo Alfonsín se animo a plantear durante
el conflicto una salida al estilo griego, pero por otro lado todos entendían que presionar demasiado
podría debilitar a la frágil unión del frente civil, y además se corría el riesgo de agudizar el
enfrentamiento con los militares. Era claro que se estaba ante un colapso abrupto y simultaneo en
casi todos los frentes: sin garantías de orden, grave crisis económica y finanzas públicas y aislamiento
internacional. Los sectores civiles se miraban en el espejo de la Hora del Pueblo. Por otro lado una
se preguntaban como influenciaría a la transición el colapso del régimen con el auge de lo derechos
humanos. Dos posturas afloraron la primera encabezada por los partidos mayoritarios y los dirigentes
tradicionales que el cuadro no se modificaría con el colapso militar, los militares debían resolver la
cuestión antes de entregar el mando. La postura minoritaria, pero en esencial asumida por Alfonsín
planteaba que el colapso modificaba de manera profunda e irreversible las condiciones en que se
relacionaban el poder militar y el civil: ahora la cuestión de los derechos humanos seria central a
resolver en la transición. La asunción de Bignone para la autores, donde el Ejercito gobernará en
soledad, mostraba que el faccionalismo estaba en su fase superior de descomposición de la unidad y
la autoridad estatal. Por otro lado, el informe Rattenbach fue lapidario para la responsabilidades en la
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guerra y mientras que la situación económica llevo a que se le encomendara a Domingo Cavallo la
solución de los servicios de la deuda pública y las empresas.
Novaro y Palermo arremeten contra el “mito de la inocencia” y la “teoría de los dos
demonios”. Todos los sectores sociales coincidían ahora en afirmar que la represión ilegal era
injustificada y merecía la más dura de las condenas, este discurso fue una novedad en la transición y
operó a través del reemplazo de términos, donde por ejemplo en vez de “guerra interna” ahora se
decía “represión” o “terrorismo de estado” donde antes se leía “subversivo” ahora era joven “joven
idealista”, “victimas” o más precisamente “víctimas inocentes”. Esta postura venía en especial de
grupos intelectuales encabezados por Ernesto Sábato. Los autores dicen que “esto era
rigurosamente falso: los desaparecidos habían sido en su inmensa mayoría miembros de
organizaciones de izquierda revolucionaria, armadas o desarmadas, peronistas o no. Es más: salvo
entre los secuestrados de origen sindical, la proporción de victimas ligadas efectivamente a los grupos
guerrilleros era muy alta. Más allá de las diferencias que pudieran existir a este respecto según el
medio social de las víctimas, unas y otras eran militantes encuadrados, y no jóvenes que casualmente
aparecían en una agenda” (p.488). Esa inversión parecía liberar a la sociedad de las
responsabilidades morales y políticas por lo sucedido. La teoría de los dos demonios era la base para
el mito de la inocencia, según los autores, y el punto de partida fundamental para el sostenimiento del
proyecto político de las fuerzas democráticas. Y si bien fue el discurso alfonsinista el que lo llevó con
claridad, no estuvo ausente en el discurso de las otras fuerzas. Alfonsín canalizo el momento y la
fundación de un estado de derecho fueron el leit motiv de todas esas fuerzas y del radicalismo en
particular, un discurso que no solo movimientista sino también antioligárquico y populista amalgamado
con temas constitucionales. (p.518). A diferencia de los radicales, los peronistas concibieron la
transición como una nueva edición de la apertura, que cíclicamente seguía al fracaso de las
experiencias de facto. Así resaltan Novaro y Palermo, que para la segunda mitad de 1982 los
partidos se habían ya convertido en mediadores entre las demandas y expectativas y el sistema
político.
La democracia heredará un país con pesadas hipotecas económicas y fiscales, repleto de
victimas de las más diversas condiciones, y un aparato estatal, que lejos del rol subsidiario
proclamado, intervenía activamente sobre todo en la asignación de los costos de la crisis. El proceso
había sido un régimen eminentemente estatal: careciendo de bases sociales organizadas y de un
partido o fuerza política propia había consistido, ante todo, en un poder encaramado en el estado y
que utilizó el estado para una variedad amplísima de fines. Así bajo el signo de la moderación y la
normalidad con inédito crédito político, Alfonsín se prestó a conducir al país hacia una definitiva
organización democrática. La pesadilla terminaba y el regreso de la democracia alentaba algo más