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.IN MEMORIAM
POR QUE CONTINUAMENTE SEESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
Esteban Pinilla de las Heras
REESCRIBIENDO LA HISTORIA
En 1960, el filsofo polaco Adam Schaff public en la revista
internacionalDigenes (edicin francesa: Diogne, nm. 30, Pars,
Gallimard) un ensayo bajoel ttulo Pourquoi rcrit-on sans cesse
lHistoire?. Era un trabajo erudito enel cual se compactaban en
reducido nmero de pginas una cantidad de pro-blemas. Adam Schaff se
propona la refutacin de dos tesis que l juzgaba err-neas, a saber,
las codificables bajo los conceptos de presentismo y de
pers-pectivismo. Digo codificables, pues la simple lectura del
ensayo de Schaff y delos autores que l citaba muestra una
pluralidad de dimensiones (no solamentehistoriogrficas sino
asimismo filosficas y epistemolgicas) subyacentes a cadaconcepto. A
causa de esta pluralidad debo proceder aqu a una simplificacin.Si
sta no se hiciese nos perderamos en un bosque de problemas de
diversoorden, naturaleza y jerarqua, y no podramos atenernos a lo
que debe serclaro, distinto y fundamental.
La primera tesis est sobre todo vinculada al nombre de Croce y
dice, en losustantivo, lo siguiente: la Historia constituye una
proyeccin, sobre el pasado,de la poltica del presente1. Por esta
causa no existen verdades histricas objeti-
67/94 pp. 7-27
1 En lo sucesivo, Historia (mayscula) designa el resultado de un
trabajo normado por unadisciplina universitaria, e historia
(minscula) designa el flujo de eventos. Algn autor anglosa-jn ha
dicho que este ltimo es el input de aqul (que sera el output).
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vas: la produccin de Historia est subordinada a la poltica del
perodo en quese produce. Se reescribe sin cesar la Historia a causa
de que se transforman lascondiciones (a veces coactivas) sociales,
ideolgicas, corporativas y polticas,desde las que se hace
descripcin, interpretacin o anlisis histrico. El histo-riador
pertenece a una estructura social dada, est adherido por ascription
opor achievement a unos grupos, a los que se debe, y respecto a los
cuales reflejao asume los intereses polticos y sociales, tal como
stos actan en el presente.
La segunda tesis est vinculada sobre todo al primer historicismo
alemn2,y dice en lo sustantivo lo siguiente:
a) El objeto histrico carece de existencia intrnseca: es una
construccinintelectual del historiador. Esta construccin es
discrecional e incluso, a veces,arbitraria: l selecciona perodos,
datos, fechas, documentos, ideas, procesos, ylos nombra, clasifica
y adjetiva con categoras que forman su instrumental
pro-fesional.
b) Esas categoras que l emplea para la construccin del objeto no
sonpuros instrumentos lgicos o cientficos; ellas mismas son
histricas, y ademsde su funcin cognitiva conllevan ideas que
traducen o reflejan, directa o indi-rectamente, la cultura del
tiempo y del contexto, son una manifestacin de laconstante
creatividad humana, y con ella una novacin, total o parcial,
enhorizontes y en perspectiva.
Como es obvio, ambas tesis tienen ciertas dimensiones comunes
que serefuerzan recprocamente. Su resultado conjunto es la negacin
de las condi-ciones requeribles para producir proposiciones o tesis
que sean generalmenteaceptadas como verdaderas y de modo conclusivo
y cumulativo. Todo produc-to historiogrfico estara sesgado desde
sus orgenes, tanto los motivacionalesdel sujeto como los cognitivos
que delimitan el objeto.
Hasta aqu mi resumen de las tesis combatidas por Schaff. No
entrar en laexposicin de las soluciones que daba el filsofo polaco,
algunas brillantes yotras muy endebles (ingenuas). Ello exigira
varias docenas de pginas, y stasque ahora escribo tienen por meta
una justificacin de mi estudio y de la tc-nica empleada. El lector
desear adems, sin duda, que se le hable lo ms pron-to posible de
Barcelona (y por extensin de Catalua y de Espaa) durante unperodo
de algo ms de tres decenios; primero bajo la Guerra Civil, que yo
vivsiendo apenas un adolescente, y luego bajo el Rgimen que en
tiempos mscercanos qued archivado con el trmino de franquista.
Ahora bien, mi justi-ficacin exige que hablemos todava de estas
cosas que, en apariencia, son sola-mente querellas del mundo
acadmico.
ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS
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2 Los matices de diferenciacin interna en las corrientes de
pensamiento y de metodologadesignadas por el trmino de historicismo
alemn estn accesibles a profesores, estudiantes ypblico, gracias a
la edicin pstuma de lecciones de Raymond Aron en el Collge de
France.Vase Raymond ARON, Leons sur lHistoire: Cours du Collge de
France, Pars, Editions deFallois, 1989, pp. 13 y ss.
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Las tesis negadoras de la probabilidad de objetivacin de verdad
histricageneralmente aceptable de modo conclusivo y cumulativo son
repensables endos versiones, una que llamar dbil, embellecedora o
esttica, y que conciernesobre todo al perspectivismo; y la otra que
llamar fuerte, escptica o poltica, yque concierne al
presentismo.
Por el estmulo de sus necesidades y capacidades culturales, que
trascien-den el sustrato biolgico, el hombre ha devenido actor que
se redescubre y sereinterpreta discontinua y sucesivamente. Desde
cada lugar y tiempo piensa lasacciones de otros hombres (que fueron
protagonistas individuales y colectivos),y al hacerlo enriquece no
slo sus motivaciones (las de aqullos), sino tambinsus cogniciones:
cmo ellos perciban las otras gentes y las cosas, y sus
propiosproblemas, y valoraban sus medios en relacin a sus fines,
etc. Este enriqueci-miento a posteriori en motivacin y en cognicin
aade una realidad virtual ala realidad fragmentaria y mal conocida
de los actores desaparecidos. En qumedida esta realidad virtual es
(fue) verdadera, no podemos ni saberlo nidemostrarlo. Y, con todo,
tiene una parte cada vez ms importante en la rees-critura de la
Historia.
Si la vida cultural de una formacin social es sierva de
sucesivos dogmatis-mos polticos, no acta como valor vigente el amor
a la verdad, una especie delucidus ordo interiorizado. Lo que se
produce es la alternancia de vencidoshumillados y vencedores
arrogantes. En la radicalizacin de esta situacin loque hay no es ya
creatividad, reinterpretacin, enriquecimiento, etc., sino unaforma
burda y miserable del presentismo que puede incluir la fabricacin
tantode la Historia remota, ms abstracta, como de la Historiografa
ms reciente yconcreta.
En el ltimo decenio asistimos, en el contexto cultural en el que
escribo, auna gigantesca empresa de reescritura de la Historia.
Casi cada semana unopuede constatar, y ms particularmente or por
alguno de los medios locales decomunicacin de masas, a
historiadores (o a gentes que usurpan la dignidaddel historiador)
para decir cosas que le dejan a uno atnito, sea porque sehallan en
oposicin con hechos de los que uno ha sido coetneo pasivo,
seaporque uno los ha vivido comprometidamente.
Esta percepcin no es efecto de un solipsismo. En un libro de
notable valorliterario, biogrfico e histrico, el primer volumen de
las memorias del arqui-tecto Oriol Bohigas (que lleva el
significativo e inteligente, ttulo de Combatdincertesses), puede
leerse el siguiente prrafo:
Ja ho he dit moltes vegades: les falsedats imposades pels
historiadorsfranquistes han quedat desgraciadament compensades pels
favori-tismes documentals i per les memries voluntriament i
esporuguida-ment vindicadores dels que abans o ara han fet
militncia de lanti-fran-quisme3.
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
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3 Op. cit., p. 85, edicin de octubre 1989, Barcelona, Edicions
62.
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Estas frases de Oriol Bohigas no hacen sino confirmarnos que
todo el proble-ma sigue en pie, y que no era una constatacin
gremial, eventual y efmeraaquel famoso juicio de uno de los
fundadores de los Annales, Marc Bloch(autor no citado por Schaff en
su ensayo), juicio que dice que desde 1830 nose hace Historia, sino
que se hace poltica.
Las dimensiones del problema no respetan tampoco a los
historiadores quepretenden no estar atados por el principio de
solidaridad (o, en otras palabras,que aspiran a no ser etiquetados
en una faccin poltica). Pondr un ejemploque viene de la
circunstancia misma que alberga los materiales de mi objeto
deestudio. En 1945, recin terminada (en Europa, no en el Ocano
Pacfico) laSegunda Guerra Mundial, empez a publicarse en Barcelona
una revista cultu-ral titulada Leonardo: Revista de las Ideas y de
las Formas. Esta revista, inicial-mente muy ceida (como sugiere la
inspiracin dorsiana de su ttulo) a mate-rias de arte y de esttica,
fue introduciendo cada vez ms contenidos polticos,algo que era
coherente con la preocupacin de muchas gentes del pas que,
enaquellos momentos, se preguntaban cmo le sera posible al Rgimen
subsistirfrente a la presin internacional, en el aislamiento
poltico y con una situacininterna de degradacin econmica.
En el volumen X de Leonardo: Revista de las Ideas y de las
Formas, aparecidoen enero de 1946, hay un artculo del escritor
cataln Joan Estelrich, una delas figuras intelectuales ms conocidas
por su colaboracin en la Lliga Regio-nalista y por su amistad con
Camb. En este artculo, titulado Un dilogopoltico, Estelrich
planteaba con toda transparencia el problema del observa-dor, o del
poltico, que se mantiene fiel a s mismo en tiempos de
continuocambio de ortodoxias:
Cuando los tiempos se muestran tan rpidamente mudables, el
hombreque no cambia se pone en trance de resultar el ms
inconsecuente. [...]Imaginad un poltico idealista que, en Espaa,
entre 1920 y 1940, hayatenido por norte y gua de sus actos un
programa concreto de reformaseconmicas, sociales o culturales.
Durante dicho perodo Espaa hatenido monarqua constitucional,
dictadura militar, repblica democr-tica, guerra civil, rgimen
falangista. Cada cambio ha producido unaverdadera revolucin de
programas y de personal poltico; despus decada cambio las ideologas
y las fuerzas polticas ofrecan un panoramaabsolutamente nuevo. El
hombre que durante este perodo no hayahecho ningn cambio de posicin
o de tctica, se ha eliminado sin msni ms. Y para quienes han
cambiado de fines, incluso sin darse cuenta,llevados de los
acontecimientos cuando no de las pasiones, aquel que,por no cambiar
de objetivos, haya cambiado sus amistades, colaboracio-nes y
alianzas, aparecer como un inconsecuente4.
ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS
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4 Loc. cit., p. 19.
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En otros nmeros de la misma revista aparecen reiterativamente
reflexionessobre el problema de la Historia como ciencia (en su
mayora debidas al histo-riador, profesor en la Universidad de
Barcelona, Rafael Ballester Escalas). Enestas reflexiones se
hallan, sbita y aisladamente, relmpagos geniales que que-dan sin
desarrollar ni sistematizar, perdidos en medio de un mar de frases
cir-cunstanciales sobre Hegel, Nietzsche, Spengler, etc. El autor
no se preguntapor qu se reescribe continuamente la Historia, pero
dice cosas que contribu-yen a pensar otras respuestas que las
vulgares sobre la subordinacin de la His-toria a la poltica del
presente. Tengamos en cuenta que aquellos ensayos esta-ban escritos
cuando acababan de derrumbarse todas las utopas fascistas, desdela
del Reich de los Mil Aos hasta los fascismos caseros y folklricos
de otrospases menores (no solamente en el Sur de Europa). En uno de
aquellos ensa-yos, Rafael Ballester Escalas haca un lcido examen de
la relacin entre utopay ucrona. Y escribe que en Historia, como en
teora de la relatividad, tiempo yespacio son una misma cosa, y por
tanto que la utopa exige la ucrona:
A la utopa le estorba el tiempo, que no constituye para ella
nada esen-cial. La caracterstica de lo utpico es la perfeccin, y el
tiempo es algodemasiado delator. [...] En cambio, la tragedia sin
el tiempo no se conci-be, porque la tragedia es historia5.
Lo que el autor est sugiriendo (aunque no lo diga literalmente
con estas pala-bras, o ms bien lo diga nicamente con referencia a
Inglaterra) es que cadaespacio territorial (y social y poltico)
tiene su tiempo, un tiempo que le espropio y que est ligado a su
constitucin como entidad histrica. Al contrariode la ilusin
racionalista y positivista, no hay una historia lineal de la
humani-dad, en constante progreso:
El siglo positivista arrastraba una especie de mstica cultural,
y no sedaba cuenta de ello. Acostumbrado a considerar la Humanidad
comouna Idea platnica, como una entidad homognea destinada a
evolucio-nar siempre hacia adelante, sin que se estancase ninguna
de sus partes,haba acabado por sacrificar el factor espacio en aras
del factor tiempo6.
Esta reflexin es aplicable asimismo dentro de un Estado y dentro
de unanacin, e incluso dentro de una metrpoli. Y no solamente por
las distintaspertenencias, o adscripciones, de cada historiador a
una clase social o a unbando poltico, sino por algo ms esencial y
que solicita un anlisis ms pro-fundo: la pluralidad de espacios
sociales, sea en el interior de un Estado, sea enel mbito de una
misma gran ciudad, conlleva potencialmente (y a veces nece-
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
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5 R. BALLESTER ESCALAS, Utopa y tragedia: Ensayo sobre dos modos
de concebir la Histo-ria, en Leonardo: Revista de las Ideas y de
las Formas, Barcelona, vol. 5, agosto 1945, p. 152.
6 Loc. cit., p. 149 (cursiva en el original).
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sariamente) una pluralidad de tiempos. Cada actor universitario,
poltico,financiero, empresario, sindicalista, etc. y cada aspirante
a actor es portadoren alguna medida de un tiempo que es propio a su
colectivo. Y, con ste, esportador de una cierta manera de percibir
la duracin histrica, su permanen-cia y su decadencia.
Este criterio hermenutico podra trivializarse hasta el ridculo
de nuestrosempiristas universitarios si se dice, ex. gr., que la
temporalidad que vive el espe-culador en Bolsa (que debe pagar o
liquidar en la tercera semana del mes) es dealcance diferente a la
temporalidad del cultivador de viedos (que calcula nosolamente
cosechas sino tambin esperanza de vida de sus vias). Lo que
aquimporta es algo de otra naturaleza menos subjetiva y ms
transpersonal. Cuan-to menos homogneo, social y culturalmente, sea
un contexto, cuanto msdividido est por marcadas diferencias
econmicas, sociales, culturales, tnicaso lingsticas, tanta mayor
probabilidad hay de que cada sujeto se focalicesobre objetos que le
son estrictamente propios, portadores de su temporalidadparticular.
La pluralidad de objetos (cogniciones, motivaciones, acciones)queda
incrementada en los casos en que operan fracturas generacionales
inten-sas, lo cual es a su vez inevitable cuando no hay un sistema
educativo pblicobien institucionalizado, unificado, centralmente
orientado y dirigido, y trans-misor de valores generalmente
aceptados, de los que se hace cargo, transitiva-mente, una
generacin tras otra. Si este sistema existe (o existi), como
enFrancia, entonces resulta que desde el pequeo espacio-tiempo
local hasta elgran espacio-tiempo estatal, la comprensin de las
acciones humanas viene enltima instancia determinada por el
espacio-tiempo estatal; ste es determinantenada remoto de las
expectativas y carreras de los actores. En el bien
entendidosiguiente: lo es siempre y cuando exista y est actuante
una autntica clase diri-gente, portadora de un proyecto, duea de un
nivel de gestin pblica observa-ble y compartible. Si lo que hay es,
en vez de eso, una ficcin institucional,como aconteci bajo el
Rgimen del general Franco, o bien no hay en absolutoclase
dirigente, como acontece ahora, entonces no hay tampoco unificacin
delos microtiempos en la serie gobernada del macrotiempo, y aqullos
se imponencon su desorden, su caos, y sus mediocridades con figura
de protagonistas.
A veces, el historiador se ve conducido por las caractersticas
propias de suobjeto y recorre el camino en sentido inverso: de lo
estatal a lo local. Este es unrasgo en la carrera de Pierre Vilar.
Su primer trabajo importante fue hecho enBarcelona, en 1934, y
versaba sobre Le rail et la route: Leur rle dans leproblme gnral
des transports en Espagne (publicado en Annales dHistoireEconomique
et Sociale, Pars, Librairie Armand Colin, pp. 571-580). Aunqueen
aquel estudio Vilar analizaba la poltica general de transportes en
la dicta-dura de Primo de Rivera y la Segunda Repblica, es ya obvio
que su atencinqueda atrada por particularidades catalanas y, ms
estrictamente, barcelonesas.
El objeto histrico no es, pues, una construccin tan arbitraria
como supo-nen algunas de las tesis criticadas justamente por
Schaff. En el anlisis de laaccin colectiva pueden construirse
modelos portadores de una capacidad heu-
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rstica. Para que sta se produzca, no slo han de ser operativas y
verdaderas lasrelaciones entre conceptos y contextos; adems de
ello, los referentes de losconceptos han de estar ligados de un
modo necesario, con coherencia sincrni-ca y con consistencia serial
y diacrnica. La accin colectiva se inscribe en, yforma, sistemas.
Tal como he dicho y escrito otras veces, si queremos poner
elanlisis de la accin humana al nivel cientfico comparable a
anlisis en lasciencias duras, hay que satisfacer no solamente
normas lgicas, sino tambintres procesos indispensables:
conceptualizacin, contextualizacin, matemati-zacin.
Conceptualizacin: seleccin y uso de conceptos pertinentes para
elsujeto colectivo y para el objeto a explicar. Contextualizacin:
situacin socialdel sujeto y sus relaciones. Matematizacin: algo ms
que la mera cuantifica-cin: correlacionar las condiciones mayores
de cada estructura con la magnitudy orientaciones de la accin. Se
pierde todo rigor cientfico cuando resulta que,como deca Marx,
abstraigo el abstracto de su concreto: entonces no me quedanada ms
que el abstracto. (Ejemplo actual, la palabrera sobre la
contractua-lidad en la postmodernidad y otras preciosidades de
algunos soi disant soci-logos.)
Dicho en otros trminos: aunque el objeto es una construccin
discrecio-nal, sta es sui generis porque incluye una realidad que
presenta resistencia a ladeformacin. El investigador motivado por
la verdad sabe ponerlo de manifies-to y revelar la pertinencia de
la cognicin de Renan: ces choses complexes otout se tient, o les
quelits sortent des dfauts, et o lon ne peut rien changer sansfaire
crouler lensemble.
Por esto es tan esencial, si queremos comprender y explicar, que
el histo-riador permita hablar a los propios actores dentro del
contexto de problemasque eran decisivos para ellos y desde la
escena donde ellos se agitaban. Estagentileza cientfica del
historiador incrementa la parte de no manipulacin delobjeto
histrico. Y por esto es tambin tan esencial que, cuando el
historiadorha sido testigo contemporneo a los hechos, l mismo se
convierta en docu-mento: actor frustrado que aporta su testimonio
verdadero.
Claro es que esas acciones humanas, individuales y colectivas,
que requie-ren ser comprendidas y explicadas, se inscriben dentro
de procesos cuya consis-tencia y cuya duracin y direccin escapan a
la conciencia de la inmensamayora de los actores. Estos procesos de
longue dure son como el cauce de unro respecto a cada gota annima
del agua. Pero de esto no debemos deducir,ni como teora ni como
tcnica historiogrfica, que los hombres son comosonmbulos dando
golpes en la oscuridad, excepto unos pocos que descubrenuna
criatura mstica que se pasea por las calles, visible solamente para
ellos. Lacriatura mstica puede ser la raza, la nacin, la
nacionalidad, el Volksgeist, unadinasta real, el sujeto histrico
proletario, la vanguardia poltica del sujeto his-trico, la clase
social portadora de la Civilizacin y que es la clase final de
lahistoria, alguna confesin religiosa o las instancias supremas de
alguna ordenque domina una iglesia universal. El delirio en la
materia est bien nutrido.Y claro es que la bsqueda autoconfirmada
de la criatura mstica no es cientfi-
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camente admisible como sustitutivo, ni terico ni tcnico, de los
datos contex-tuales de la longue dure producto de acciones
colectivas. La comprensin yexplicacin de la accin humana requiere
la sntesis del microtiempo y delmacrotiempo.
Diez aos despus de que Schaff publicase su ensayo, apareci en
Pars unpequeo libro de un gran historiador francs, Maurice
Bouvier-Ajam. Era elresultado de la reelaboracin de ideas ofrecidas
a los estudiantes y profesores dePoznan, con ocasin de haberle sido
concedido a Maurice Bouvier-Ajam undoctorado honoris causa por la
Universidad Adam Mickiewicz de esa ciudadpolaca. El librito (Essai
de Mthodologie Historique, Pars, 1970, ed. Le Pavil-lon) lleva un
prefacio de Gaston Wiet, y tanto ste como el texto son,
reledosahora, una pequea maravilla de humildad, de concisin,
lucidez y amor a laciencia y a la razn racional.
La estrategia del autor del ensayo emerge en las ltimas cuarenta
pginas,de mucha mayor densidad de lo que deja traslucir un estilo
sencillo y en apa-riencia conductor de obviedades. Despus de haber
postulado, bien alta, lafuncin de la teora en el trabajo del
historiador (lo cual es algo distinto de lafabricacin de una teora
de la Historia), y despus de haber dicho que le the-ricien a donc
des droits, et mme des devoirs, Maurice Bouvier-Ajam escriba:
En Histoire, les faits nont jamais tort. [...] Celui qui part
dun postu-lat, celui qui veut plier les faits aux caprices de sa
pense, celui quientend prouver le bien-fond dune thse prconue,
celui qui ne cher-che qu faire triompher ses conceptions [...]
aucun deux nest historienet tous sont des doctrinaires.
Quest-ce donc que la doctrine, si souvent confondue par le
grandpublic avec la thorie?
El anlisis de las formas de doctrina lleva al autor a distinguir
seis tipos de doc-trina enlazados lgicamente en tres parejas:
doctrine-postulat/doctrine-conclu-sion,
doctrine-prcepte/doctrine-systme y
doctrine-prjug/doctrine-prvision.
Obviamente, no puedo entrar aqu en el detalle sustantivo ni en
los ejem-plos. Lo importante para lo que estoy diciendo es observar
que, despus de esteataque fundamental a los doctrinarios, Maurice
Bouvier-Ajam recupera la fun-cin necesaria del conocimiento de las
doctrinas como integrantes de la reali-dad histrica, e incluso como
funcin supletiva de la teora:
La doctrine est, parmi dautres, un tmoin de temps et de
mouve-ments de lHistoire; elle est, parmi dautres, une cause
dactions, de rac-tions, dimpulsions, de rticences, de sobresauts;
un autre titre, ellejoue, normalement dune faon temporaire, un rle
suppltif par rap-port la thorie; elle offre a la recherche
scientifique des moyensdinvestigation par les suppositions quelle
soumet aux ventuels contr-
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les ultrieurs. Encore faut-il que, considre sous ce dernier
aspect, ellereste aussi raliste que les donnes concrtes
paralllement acquises lepermettent. Ses expressions les plus
subjectives, ses utopies, ses normesmorales ne rentrent pas dans la
discipline historique, sauf, ventuelle-ment, en tant que sources de
tendances susceptibles dengendrer desphnomnes ou dinflchir des
orientations positivement exprimes. Lesdoctrines pures [...]
requirent videmment lattention, comme toutesles manifestations de
lintelligence humaine; si passionantes quellespuissent tre de ce
fait, elles ne sont pas des instruments de la
recherchescientifique7.
Pienso que, de una lectura meditada de estos prrafos, quedan
algunascosas claras:
a) Las doctrinas son constructs intelectuales posedos por los
actores.Corresponde al historiador examinar cundo esos objetos son
asumidos demodo acrtico y apriorstico por un actor, y cundo resulta
que son (al menosen parte) reelaboraciones de la experiencia del
actor. En este ltimo caso existealguna clase de relacin o
correspondencia positiva entre una vida, un contextoy una ideologa.
En el primer caso pueden darse correspondencias irracionaleso
ilgicas, asociaciones sorprendentes. Las cuales se traducen en
hechos errti-cos, inesperados o irresponsables.
b) El historiador no ha de intentar probar sus propias
doctrinas, en elsentido fuerte de probar, el que tiene en las
ciencias duras. La Historia no esuna ciencia dura (si bien existen,
ciertamente, tcnicas duras para demos-trar hiptesis y decidir sobre
ellas; por ejemplo, la autenticidad de un docu-mento, la existencia
de un problema poltico, jurdico, etc.).
c) A estas alturas de la historia, escribir racionalmente la
Historia es, msque nunca, una cuestin de civilizacin, esto es, de
matices.
d) Cuestin de civilizacin, en su sentido ms exigente: porque
laimprenta es demasiado fcil de manipular y reinventar.
LA REESCRITURA DE LA MICROHISTORIA Y EL DETERMINISMO
En el siglo XIX continental no parece haber inquietado mucho a
los historia-dores la reescritura de la microhistoria. Era tan
visible y manifiesto el procesode la macrohistoria, que unas
pinceladas errneas no podan alterar la amplitud,consistencia,
contenido y verdad del cuadro entero. La creencia en alguna clasede
determinismo histrico formaba parte de las ideologas de la poca y
se hallaen una pluralidad de autores continentales (en particular
franceses) tanto racio-nalistas modernizadores y
cuasi-revolucionarios, como Saint-Simon, o bien en
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
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7 Maurice BOUVIER-AJAM, op. cit., pp. 81-82.
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deterministas reaccionarios, como Gobineau. Supuestas, o
asumidas de modoapriorstico, ciertas causas o factores, stas deban
operar intrnseca y necesaria-mente en una direccin dada y con unas
consecuencias y no otras.
Vanse estos prrafos que cito a continuacin, como ejemplos
aduciblesentre otros de su estilo, prrafos que hoy nos dejan ms que
perplejos, asom-brados. Dice Saint-Simon:
La ley superior del progreso del espritu humano conduce y
dominatodo; para ella, los hombres no son sino instrumentos. Aunque
esta fuer-za deriva de nosotros, no est en nuestro poder
sustraernos a su influjo ocontrolar su accin, como tampoco podemos
cambiar a voluntad elimpulso primigenio que hace circular a nuestro
planeta alrededor delsol. Todo cuanto podemos es obedecer esta ley
dndonos cuenta delcamino que nos prescribe en vez de ser ciegamente
empujados por ella8.
El porvenir est compuesto de los ltimos trminos de una serie
cuyostrminos primeros constituyen el pasado. Cuando se estudia a
fondo losprimeros trminos de una serie, es fcil deducir los
siguientes; as, delpasado bien observado, es posible deducir
fcilmente el porvenir9.
Si esto deca el fundador del positivismo, decenios ms tarde el
ultranacionalis-ta Gobineau no era menos categrico:
Me considero ahora provisto de todo lo necesario para resolver
el pro-blema de la vida y la muerte de las naciones.
La Historia no es una ciencia constituida de distinto modo que
lasdems. [...] Se trata de hacer entrar a la Historia en la familia
de las cien-cias naturales, de darle [...] toda la precisin de esta
clase de conoci-mientos a fin de sustraerla a la jurisdiccin [...]
de facciones polticas.
La jerarqua de las lenguas (nacionales) corresponde
rigurosamente a lajerarqua de las razas10.
Poniendo en trminos generales el abordaje de la Historia como
ciencianatural (sic), puede decirse esto: aquella gente, fuesen de
derecha reacciona-ria o fuesen modernizadores revolucionarios,
estimaban que el proceso histricoest rigurosamente determinado; por
tanto, el conocimiento del objeto cientfi-co deba ser determinista;
esto requera a su vez que el proceso cientfico emplea-
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8 LOrganisateur, 1819, en Oeuvres, IV, p. 119.9 Mmoire sur la
science de lhomme, 1813, en Oeuvres, XI, p. 288.10 Conde DE
GOBINEAU, Essai sur lingalit...; traduccin espaola, Ensayo sobre la
desigual-
dad de las razas humanas, Barcelona, editorial Apolo, 1937,
respectivamente pp. 44, 623, 629 y149.
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se mtodos e ideas heursticas deterministas. Dadas tales
premisas, la cientifici-dad del producto era asimismo algo
asegurado, objetivamente necesario. Estetipo de fe lo abrazaron
acrticamente, en el siglo XX, muchos soi-disant marxis-tas, desde
Stalin hasta la seora Marta Harnecker.
Ahora el clima de ideas heursticas prevalecientes nos ha llevado
al extremoopuesto11. De modo coherente con la concepcin del mundo
empirista propiade una mayora de intelectuales y profesores
anglosajones, y en particular nor-teamericanos, se rehsa la idea
simple de causacin para enfatizar la ilimitadaplurifuncionalidad de
cada evento, y la aleatoriedad de las cadenas de
eventos.Generalizaciones a partir de verdades locales. As, en esa
obra el autor norte-americano considera, a veces con excesiva
humildad, que la faena cientfica delhistoriador debe limitarse a
proponer, razonar, y probar, paradigmas de inter-pretacin. Y que no
es una mera conveniencia que empiece su captulo citadocon un
enunciado de Ludwig Wittgenstein que dice Der Glaube an den
Kau-salnexus ist der Aberglaube (la creencia en el vnculo causal es
supersticin).
La idea de que la escritura de la Historia es un dilogo con el
pasado,influido por los intereses polticos del presente, es comn a
muchos autores,aunque no todos con el nfasis con que se halla, sea
en Benedetto Croce, seaen los marxistas. E. H. Carr, en What is
History?, expresa la misma idea.Y Collingwood est en idntico campo
cuando pretende que el historiadorreproduce, en su pensamiento, el
pensamiento de los actores histricos quecumplieron determinados
actos.
Cuando un espacio social se halla muy fragmentado por diferentes
subcul-turas puede acontecer lo siguiente: una pequea minora est
obsesionada porun problema, el cual es su problema; y cuando
alguien de esa minora sepone a escribir la Historia de la entidad
social, poltica o geogrfico-polticams englobante y general,
entonces escribe esa Historia imputando a toda lasociedad, o
generalizando a toda la poblacin, lo que era nada ms el problemade
la minora de su adscripcin o pertenencia. Tal procedimiento conduce
aanacronismos gigantescos, por decir lo menos grave. La cosa
deviene delirantecuando los actores histricos del pasado son
definidos, juzgados, etc., por suconciencia o su inconciencia del
problema de aquella minora, y no por losintereses y motivaciones
que les eran propios y que marcaban el cauce de losacontecimientos.
Este tipo de falacia lo omos ahora casi cada semana poralgunos
medios de comunicacin en Barcelona.
El oficio de historiador no ha podido liberarse todava del
estigma originalque lleva en s desde su nacimiento, cuando era
funcin reservada a un cronis-ta en el entorno cortesano de algn
autcrata. Se escribe Historia para servir alpoder constituido, se
escribe Historia como biografa apologtica, hagiografaejemplarizante
o como biografa condenatoria y estigmatizadora. Se escribe
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
17
.
11 Vase en el til libro de David HACKETT FISCHER, Historians
Fallacies: Towards a Logic ofHistorical Thought (Londres, Routledge
& Kegan Paul, 1971), el captulo titulado Fallacies ofCausation
(pp. 164-186).
-
Historia-ficcin, como ya denunciaba un antiguo dilogo platnico,
el Mene-xeno. Se escribe sobre todo Historia con el objetivo de
reforzar la cohesin deun grupo social, una etnia, una nacionalidad;
de crear, mantener o incremen-tar la conciencia poltica, para lo
cual se recurre a veces a la fabricacin demitos, en el sentido que
Georges Sorel dio al trmino mito, el sentido de ins-trumento
poltico. Y esto seguir probablemente siendo as porque, comodeca el
gran maestro Enrique Gmez Arboleya (1957), toda sociedad es
unaorganizacin discutible, que vive justificndose. En fin, se
escribe Historiapara que el historiador acceda con xito al mercado
por la originalidad o elescndalo, y se convierta episdicamente en
personaje pblico, con una cotiza-cin de su papel.
No es suficiente, por tanto, la existencia de un instrumental
tcnico histo-riogrfico y de un repertorio de conceptos con estatus
cientfico. Hacen faltaunas condiciones organizativas e
institucionales que creo pueden enunciarseas:
a) Que exista una comunidad cientfica de la que formen parte los
histo-riadores.
b) Que los miembros de la comunidad cientfica que se dedican a
la pro-duccin de Historia estn motivados por normas de tica
profesional y deautocrtica.
c) Que el esclarecimiento del pasado sea valorado pblicamente,
bien porla belleza de su reconstruccin (criterio esttico), bien por
la comprensinde cmo eran, cmo trabajaban, pensaban y vivan otros
hombres (criteriohumanstico comparativo), bien por la trascendencia
que el conocimiento delos problemas del pasado puede tener para la
gestin del presente (criteriopragmtico).
d) Que haya otros profesionales de la ciencia social interesados
en apren-der de los errores del pasado, y por tanto interesados en
los servicios des-intere-sados de los historiadores (criterio
interdisciplinario).
VIOLENCIA PUBLICA Y VIOLENCIA PRIVADA
El problema que se insina en el presente texto es de una extrema
comple-jidad y admite diferentes tratamientos. Hay que responder a
preguntas delorden de las siguientes:
Por qu causas en los primeros meses de la Guerra Civil se
formaronespontneamente, tanto en el lado nacionalista como en el
republica-no, bandas compuestas por tres o cuatro individuos,
aleatorias, nosujetas a organizacin jerrquica alguna, las cuales se
dedicaron a asesi-nar oponentes polticos o religiosos?
Se trataba de individuos ya predispuestos a aquel
comportamiento?
ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS
18
.
-
Hubo una especie de droga-adiccin en el asesinato de modo que
cadabanda se profesionaliz, por as decir, en las ejecuciones?
Eran siempre, verdaderamente, individuos jvenes, grosso modo
entre18 y 25 aos?
De qu clases o grupos sociales procedan? Tenan alguna nocin del
mal, o algn criterio moral? Cmo haba sido su socializacin, para que
sta se transformase en ese
comportamiento individual? Qu factores contextuales podran
explicar, o contribuir a explicar, la
adopcin de la violencia asesina en aquella magnitud?
Es fcil ver que estas preguntas remiten a anlisis
pluridisciplinarios, noexhaustivos: histrico-sociales, econmicos,
antropolgicos, psicolgicos, etc.Es difcil transmitir ahora al
lector el sentimiento de estupor, primero, y dehorror,
seguidamente, que invadi a no pocos ciudadanos de Barcelona (ydesde
luego a mi padre, a mi gobernanta, la viuda Herbst, y a m
mismo)cuando los anarquistas y las llamadas Patrullas de Control, o
individuos sueltossin fe ni ley emergiendo de esos colectivos, se
pusieron a asesinar a docenas dereligiosos y religiosas, mdicos,
abogados, arquitectos, burgueses, empresarios,etctera, cuyos
cadveres aparecan de madrugada en las estribaciones de
Vall-vidriera o de la carretera de la Rabassada (grafa de
entonces). Algunas de estasbandas, errticas e impredictibles en sus
territorios y en sus modos de accin,incursionaron en zonas rurales,
bien porque alguno de los componentes de labanda era inmigrado
suburbial de origen rural y tena cuentas antiguas queliquidar, bien
porque eran llamados por algn revolucionario marginal en
lalocalidad, o en otros casos porque el comit anarco que ocupaba el
poder localtena alguna relacin, no jerrquica ni organizada, con una
banda de la granurbe. El lenguaje popular design durante meses a
estas bandas como losincontrolados. Y si, como bien deca Leibniz,
conocemos diferenciando, aquellaapelacin seala precisamente el
rasgo diferencial entre un conjunto de rasgoscomunes con otros
tipos de terrorismo. Lo caracterstico de aquel fenmeno esque se
trataba de individuos aleatoriamente coaligados, portadores de
unavoluntad de matar, sin recepcin de rdenes superiores, sin jefes
aparentes, sinuna organizacin comn a todas, o la mayora, de las
bandas y sin conocimien-to pblico de su existencia ni por las
autoridades estatales republicanas ni porlas autonmicas, los
partidos polticos ni los sindicatos. Por tanto, fue algo dis-tinto
de los componentes de las Strafexpeditionen nazis, de las razzias
del parti-do fascista italiano, de los escuadrones de la muerte
centro y sudamericanoso, en fin, de la Triple A argentina, formas
de terrorismo privado a veces paga-das con dinero pblico o con
dinero de terratenientes, y organizadas por algnindividuo
dirigente, ms o menos conocido, con graduacin militar.
Al fin, el silencio se rompi en Catalua porque un valiente
sindicalista dela CNT dijo que aquella forma de terrorismo
individual ensuciaba el movi-miento obrero (opinin que le cost la
vida), y el Presidente Companys dijo, a
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
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-
finales de octubre de 1936, que si aquello continuaba, l no
podra seguirdonde estaba; i.e., como jefe nominal del gobierno
autonmico. Mstarde, ya en 1938, el gobierno de la Repblica (el
estatal) hizo constituir tribu-nales ad hoc y fusil media docena de
terroristas que pudieron ser localizados oque fueron denunciados
por la poblacin. Pero, entre tanto, rein la mslamentable
cobarda.
En la inmediata posguerra, los vencedores en la Guerra Civil
hicieron usoinstrumental del terrorismo precedente, como una de las
justificaciones delalzamiento militar. Ahora bien, en la entonces
llamada Zona Nacional huboasimismo un fenmeno de terrorismo
individual e incontrolado. Y que estehecho era moralmente shocking
para mentalidades distintas de las aqu predo-minantes, tiene su
prueba en que el gobierno italiano encarg, a principios de1937, a
su primer embajador cerca de la Junta Militar en Salamanca,
RobertoCantalupo, que hiciese ante el general Franco las gestiones
necesarias para queel poder que se estaba institucionalizando
(i.e., militar) terminase con ejecu-ciones sumarias en Andaluca, en
las que no estaba claro qu parte proceda deterrorismo individual y
cul era por sentencias de tribunales militares.
El problema del mal, y ms exactamente de la voluntad humana
deliberadapara el mal, empez a preocuparme cuando todava estbamos,
en 1935, enSoria, y mi padre fue objeto de amenazas por parte de un
familiar y vecinonuestro. Despus de la Guerra Civil quise saber qu
clase de explicaciones,racionalizaciones o argumentos afines a
estas ltimas se tenan por ms perti-nentes en el juicio de lo
acontecido en el pas. No obtuve otra idea ms bri-llante que la
siguiente: que hay pocas en que Dios abandona el mundo y loshombres
quedan entregados a la accin del demonio. Es superfluo aadir que
setrataba de respuestas de sacerdotes. Y no parecan ser conscientes
de que esaclase de palabras lo que haca era plantear inmediatamente
una serie de pre-guntas ms difciles y apremiantes: Por qu Dios
abandona el mundo? Cmolo podemos saber los hombres? Qu signos nos
lo indican? Qu hay quehacer para resistir al imperio del demonio?
El lector actual se sonreir ante elcarcter medieval de estas
preguntas, pero as eran las cosas hacia 1939, 1943,en los aos de
gran crisis moral y espiritual. Finalmente, la conversacin que-daba
cortada en seco de modo autoritario: Doctores tiene la Iglesia. Y
uno saladel trance aureolado peyorativamente con la imagen de
muchacho impertinen-te, preguntn, dado a pensar demasiado (lo que
siempre fue, segn Cervantesy su eximio exgeta don Amrico Castro,
una inclinacin muy peligrosa eneste pas)12.
Muchos aos despus constat que el Terror plebeyo en la
Revolucinfrancesa haba despertado, como reaccin, una cantidad de
reflexiones y anli-
ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS
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12 Por lo dems, qu poda exigirse de los cerebros eclesisticos en
una poca en que los obis-pos, e incluso el Cardenal Primado con
sede en Toledo, Monseor Enrique Pla y Deniel, multi-plicaban los
textos sobre la urgencia de alargar hasta el tobillo las faldas de
todos los ejemplares,de cualquier edad, del sexo femenino, y la
necesidad imperiosa de prohibir el baile agarrado?
-
sis sobre libertad y necesidad en el ser humano, conciencia e
inconciencia delmal, determinismo y voluntad, la diferencia entre
la accin humana no racio-nal y la accin en el animal. En estas
reflexiones, mezcladas con argumentosreligiosos, hubo considerables
tonteras, y lo genuina, realmente importante, esmuy minoritario.
Cuando el pensador haba sido un entusiasta de la Revolu-cin
francesa (como lo fueron casi todos los Ilustrados en Occidente y
los par-ticipantes en el movimiento de la Aufklrung en el mundo
germnico) y frentea la realidad del Terror, se encontr obligado a
subrayar sus distancias pblicasy su ms cauta visin del hombre y de
la historia, entonces se produjeron algu-nos escritos de calidad y
que conservan su fuerza. Obviamente, esta creatividadtena que ser
mayor, o ms madura, all donde exista viva una cultura filosfi-ca y
tica, hbitos de examen racional de conciencia, autonoma sistemtica
enfilosofa, i.e., las ciudades y universidades de tradicin
protestante. La tradi-cin filosfica idealista alemana estaba
llegando a su mxima madurez. Suscantos a la libertad del espritu no
tenan otro lmite que el cuidado del filso-fo para que alguna
autoridad no le declarase pblicamente ateo. (Y de aqu,quiz, ciertas
espectaculares denuncias de difamacin y reivindicaciones de
no-atesmo.) Y, dado que en esta parte occidental del Rhin haba
materialistasaudaces y convincentes que pretendan ser cientficos, y
filntropos ciegos parala realidad del mal, aquellos idealistas
alemanes se esforzaron al mismo tiempoen ser, y aparecer, como
realistas, y esto en dos dimensiones: no slo en susfundamentos
epistemolgicos, sino tambin en sus escritos que hoy clasifica-mos
como antropolgicos.
Fue el caso del joven Schelling. Cuando estaba en la Academia de
Munichtermin un ensayo titulado Investigaciones filosficas sobre la
esencia de la liber-tad humana (Philosophische Untersuchungen ber
das Wesen der menschlichenFreiheit, para una edicin de sus
Philosophische Schriften, Landhust, 1809).Soberbiamente escrito,
este trabajo ms bien breve contiene destellos de granpenetracin
sobre libertad y necesidad, libre albedro y determinismo,conciencia
e inconciencia del mal, abordajes que estn en las antpodas de
loslugares comunes que siguen oyndose ahora sobre esos problemas.
(Digo abor-dajes, no soluciones; criba del trigo; distanciamiento
crtico de los lenguajes delos filsofos y de los eclesisticos, lo
que no es poco.) El lector puede prescin-dir de las ltimas veinte
pginas, irritante anticipo de lo que sera el idealismoteosfico,
romntico, mstico, y delirante, del Schelling ulterior, y en
algunasfrases de penosa reescritura de la misma sopa, en el
Schelling anterior (lo quele haba valido, ms tarde, algn sarcasmo
del joven Marx en un apndice a sudisertacin doctoral). Despus de lo
que all quedaba dicho sobre el ser huma-no y su lugar en la
creacin, los vnculos primigenios entre necesidad y libertad,
elhombre como accin y voluntad en devenir, y la actualizacin de la
posibilidad delmal en el individuo, uno comprende que hubiese
filsofos ateos, educadoresfichteanos y neokantianos. Lo que uno no
comprende es que se siguierandiciendo ingenuidades sobre el mal
como una especie de eclipse de la razn, ocomo el mal que le llega
al individuo heternomamente, desde la sociedad.
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
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Este error trgico, tarda lectura populista de lo que en Rousseau
era un a prio-ri metdico, estuvo muy extendido en la Espaa de los
krausistas y sus epgo-nos, los neokantianos y los educadores de la
Segunda Repblica. Elite con pre-tensin de supercivilizada, y
vctimas de s mismos y de la poblacin que tenandebajo.
Ahora bien, todos mamamos de jvenes en ese equvoco. En 1969, la
Uni-versidad Autnoma de Madrid me invit a participar en un
seminario sobre eltema general de las ideologas en la Espaa de hoy.
Envi desde Pars, y luegodefend en Madrid, una ponencia sobre la
relacin entre violencia pblica eideologas en la sociedad espaola
inmediatamente anterior a la Guerra Civil.No hay en aquel texto ni
una leve insinuacin sobre causas intrnsecas a losindividuos; todos
los factores eran contextuales. Tampoco se explicaba en qumodo los
individuos interiorizaban la violencia pblica para aplicarla a
causasprivadas y transformarla en violencia privada. Esta
autocrtica no implica quelos factores contextuales estuvieran mal
seleccionados o mal definidos. Al con-trario; los sigo pensando
como realmente actuantes. Lo que creo ahora es queesa seleccin era
radicalmente insuficiente. Es ms: creo algo grave, ya razona-do por
m en En Menos de la Libertad (pp. 222-234: La racionalizacin de
laviolencia y el des-aprendizaje colectivo), a saber:
tendencialmente esta poblacinse halla en situacin de inconciencia
ante el mal, y por tanto es vulnerable, inde-fensa, ante el
terrorismo. Pas de mucha moral tribal, pero de poca tica
personal.
Para una explicacin rigurosa, siguiendo cnones de razonamiento
(ya quela prueba de las hiptesis es imposible), el problema no
consiste en ir acumu-lando variables contextuales. El mtodo admite
todo cuanto sea plausible yvalidado por la experiencia, biogrfica o
documental, o ambas. La cuestin esten explicar con universalidad y
coherencia un grupo de relaciones entre propie-dades del entorno y
atributos de los individuos. Y como fruto del examen, pre-sentar
esquemas de explicacin que sean vlidos para otros hechos
semejantesde violencia que es a la vez privada y colectiva.
El caso es un buen ejemplo de la dificultad del mtodo cientfico
en cien-cias sociales. No resuelve la dificultad explicar que, por
disolucin del ordenlegal y de los vnculos sociales, todo individuo
estaba entonces en situacin deanomia, y adems que (como dijo un ex
capitn mdico del Ejrcito republica-no) los asesinos eran, en su
mayora, bien excarcelados, bien psicpatas fuga-dos del hospital, y
el resto vagos y maleantes (expresin jurdico-penal de lapoca) a
quienes alguien haba distribuido armas, sin determinar su
accinposterior. Estas explicaciones son descriptivas, ad hoc, y
valen en el nivel con-versacional. La amplitud y duracin de los
hechos requieren otros plantea-mientos. El concepto mismo de anomia
exige una especificacin. En qumedida reenva a la disolucin del
orden institucional en el sentido msextenso de este ltimo trmino,
i.e., incluyendo instituciones sociales y cultu-rales que pautan
los comportamientos de la vida cotidiana y en qu medidareenva al
naufragio de toda clase de valores y de normas en el propio
indivi-duo? Un concepto aislado no constituye una explicacin.
ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS
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En el escrito que antes cit, ya en la primera pgina del ensayo y
todavacon profundo acento kantiano, dice Schelling que ningn
concepto puededeterminarse aisladamente: es la demostracin de su
relacin con el todo loque le da su perfeccin cientfica. Asercin
verdadera en s misma, apodctica-mente, y trascendente a la prctica
cientfica. Lo que nos est diciendo es quelas relaciones entre el
todo y la parte son recprocas, no slo en el mbito concep-tual sino
tambin en su sustrato emprico. En trminos ms prximos al pro-blema:
el entorno (determinadas propiedades suyas) acta sobre el
individuo(portador de determinados atributos) y, a su vez, el
individuo tiende con suaccin a reforzar aquella parte del entorno
que conviene para su propia accin,su comportamiento, su
justificacin. Por tanto, el individuo no es un nihilistaindiferente
a valores y que permanece aislado, solitario como tal
individuo,disponible para coaligarse temporal y aleatoriamente con
otros individuossemejantes a l. El asesino potencial se transforma
en actual en cuanto sienteque satisface una necesidad. Ha asumido
el Mal en la definicin misma deSchelling: una voluntad individual
que impone su particularismo. La voluntadde este particularismo se
estima a s misma como libertad y como necesaria. Y conella suprime
un universalismo. La actualizacin del Mal empieza con la volun-tad
de un particularismo. Obviamente, el universalismo implica tambin
unatrabazn entre necesidad y libertad. Pero aqu el concepto y sus
referentesempricos se sitan en otro nivel, que es
supraindividual.
Ignoro si Durkheim, durante su poca de estudio en Alemania, tuvo
oca-sin de leer el breve trabajo de Schelling u otros anlogos de
pensadores alema-nes de los primeros decenios del siglo XIX,
indirectamente provocados por lareaccin antirrevolucionaria o por
la consternacin ante el Terror plebeyodurante la Revolucin
francesa. Probablemente, Durkheim no ley nada deaquello, porque en
1886 Schelling haba sido ya archivado entre los clsicosdel
romanticismo y haba otros filsofos que atraan la atencin del
pblico(Hartmann, Wundt, Schffle, Nietzsche, etc.). En aquel
decenio, Durkheimno haba elaborado todava su teora moral de bases
sociolgicas. Ahora bien,la distincin durkheimiana entre
individualidad y personalidad, aunque seapuramente analtica, es aqu
de suma pertinencia heurstica. Tanto el individuocomo la persona,
emergente sobre aqul, interiorizan materiales (representacio-nes
colectivas, hbitos, comportamientos, etc.) que son sociales. Pero
la cons-truccin de la persona implica una jerarqua. La persona es
portadora de otronivel de conciencia. La conciencia del individuo
expresa el cuerpo y sus esta-dos. La conciencia de la persona
reelabora e interioriza valores y vnculos socia-les. En su nivel ms
cualitativo percibe que en la sociedad, y en otras personas,hay
algo que es sagrado. A principios de siglo, Unamuno enunci
(simplemen-te enunci, no elabor) una distincin anloga a la de
Durkheim entre indivi-dualidad y personalidad. Y el entonces joven
Unamuno deca que la educacincatlica tradicional que se daba a los
adolescentes en Espaa (o en su Vizcayanatal) creaba seres con mxima
individualidad y mnima personalidad.
Con lo que queda dicho hasta aqu, basta para advertir que
argumentos
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
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como el que recurre al concepto de anomia y explicaciones que
reenvan al vacode poder, la debilidad del Estado, la incompetencia
de los gobernantes (ms biencobarda), son insuficientes para
comprender (en el sentido weberiano) la accinde una cantidad de
individuos que necesitaban matar, repetitivamente. En unanlisis con
rigor cientfico sera incluso pertinente reducir la extensin de
lanocin de contexto (cuyos referentes son institucionales) y
sustituirla por la deentorno del individuo (construida con
referentes ms prximos, culturales, educa-tivos, sociales,
territoriales: el barrio, el suburbio, o en el caso de los asesinos
de laZona nacionalista, jvenes carlistas, miembros de las
Juventudes de la CEDA,etctera, determinados colegios religiosos, o
poblachones de terratenientes a ladefensiva rodeados de un
proletariado que ya no reconoca jerarquas sociales,etctera). Ahora
se ha puesto de moda el trmino clusters, que es ciertamente msapto
para cubrir la interaccin recproca entre el individuo y su entorno.
El con-texto resulta demasiado extenso para los individuos sin
poder alguno.
Puestas las cosas en estos trminos, es factible establecer
rdenes de perti-nencia, desde los ms externos (la crisis econmica,
la violencia mundial gene-ralizada, las guerras en Asia, en Africa,
en Amrica del Sur, contemporneascon la formacin de una cultura de
la violencia en Europa, y concretamente enCatalua) hasta otros que
implican necesariamente la interaccin del indivi-duo con, o contra,
su entorno. Pensemos que la crisis fue precedida por unperodo de
plenitud, lujo, expectativas al alza, maravillas tcnicas
sbitamenteintroducidas en la vida cotidiana aportando horizontes
inimaginables para elhabitante rural, como la radio y el cine,
espejismos permanentes, urbanos, quehacan explotar los cerebros de
los adolescentes. Barcelona pasa en siete aosde 730.000 a un milln
de habitantes. Como todo desarrollo econmicocapitalista, ste fue
fuertemente desigual, en la dimensin territorial horizontaly en la
vertical o social.
Era un tiempo de ubicua, generalizada, difusin de utopas, pero
sin for-macin de una cultura poltica. O, en otras palabras (aspecto
central en micomunicacin al seminario de la Universidad Autnoma de
Madrid en 1969),las ideologas eran dbiles relativamente a unas
utopas que eran muy fuertes. Laideologa desempea en determinados
contextos y coyunturas una funcinpositiva en la medida en que
codifica aspectos de la realidad. La utopa imagi-na un futuro ideal
o trata de restaurar un pasado mtico. Estas particularesespecies de
representaciones colectivas se insertaron en una situacin de
frus-tracin, tanto para las clases altas como para la baja clase
media y los lumpen(no slo los proletarios, fuesen campesinos o
industriales). Las clases econmi-camente dominantes haban dejado de
ser polticamente dominantes, en muchasprovincias y en el vrtice del
Estado ya no eran tampoco polticamente diri-gentes. No haba
polticos al timn ni empresarios dispuestos a reformar
paraconservar. El concepto mismo de sociedad espaola era en 1936
problemti-co: haba un mosaico de sociedades disjuntas (y en rigor,
en el concepto y enlos hechos, la sociedad en el sentido
durkheimiano haba desaparecido; nadaera ya sagrado; ni el
hombre).
ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS
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En fin, las clases altas haban fracasado en una capacidad que es
fundamen-tal en las formaciones sociales: la violencia latente ha
de mantenerse oculta,enmascarada, disimulada detrs de un bosque de
legalidades y legitimidadesparciales. Que las formaciones sociales
(fuese en el campo andaluz o en lafbrica en Catalua) descansan en
ltima instancia sobre la fuerza y que en esenivel el Derecho es el
lenguaje del Poder, son conocimientos que deben reservarsea unos
pocos, precisamente porque el recurso a ellos no puede (ni debe)
serpermanente. La paz civil implica que las clases subordinadas
siguen, sin resis-tencia visible, la lgica de las clases
dominantes. Esta no era la situacin.
Los jvenes hijos de terratenientes o de fabricantes burgueses
iban armadoscon una pequea pistola en el bolsillo. La cultura de la
pistola determinincluso la fabricacin de autnticas maravillas de
artesana, como la Astra conincrustaciones de ncar. Y si un joven
burgus tena un incidente en, digamos,las Ramblas, en una noche de
farra, al da siguiente los lenguajes populares olos semanarios
satricos haban construido su particular adaptacin de algnviejo
Quatrain plbien de las revoluciones transpirenaicas del siglo XIX,
genera-lizando para toda una burguesa barcelonesa lo que era, a lo
sumo, descripcinde la cadena generacional en una familia13:
Abuelo negrero,Padre banquero,Hijo caballero,Nieto
pistolero.
El odio a las clases altas era ms impactante en la clase media,
y en particu-lar la media-baja, que en las clases trabajadoras
industriales urbanas. Entre lostrabajadores de la tierra en Catalua
debi existir una situacin de clusters,unos ms pacficos, con
vigencia residual de la vieja jerarqua social, y otrosrebosantes de
violencia latente. No s si correspondan a una realidad extensa ono,
pero aos despus de la guerra me contaron, en pueblos donde los
trabaja-dores alternaban trabajo agrcola con trabajo en fbricas
textiles, casos incre-bles del acoso sexual a las muchachas de la
fbrica textil por parte de contra-maestres, encargados, jefes de
personal de la empresa, etc.
Esta situacin de clusters, unos estallando de violencia latente,
otros mspacficos, siempre en esperanza del milenio final y feliz,
se daba asimismo enAndaluca. Extraigo del olvido histrico el texto
siguiente, que describe amaravilla lo que era la situacin en
ciertas reas del campo andaluz:
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
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13 Esta estrofa, no s si de 1935 o ya ms antigua y reelaborada,
perdi en tierras del Caribey del Ro de La Plata su carcter poltico
y se convirti en una mera descripcin del fracaso defamilias de
Cantabria o Galicia, emigradas: Abuelo negrero, Padre caballero,
Nieto pordiosero. EnBarcelona, o en la costa catalana, Hijo
caballero significaba, probablemente, ennoblecido por elrey Alfonso
XIII.
-
Yo he vivido largos aos en Andaluca, he administrado all
justicia, heestado en contacto con las necesidades del campo en
aquellos pueblos.Voy a relatar a la Cmara [el Congreso de
Diputados, Segunda Repbli-ca] un caso impresionante que ha quedado
en mi memoria y que quieroque todos conozcis. Se trata de un
cortijo en un pueblo del partidojudicial de Carmona y propiedad de
un gran seor. [...] Este gran seorvive en Madrid, y aqu venan de
Sevilla, como las moscas a la miel,aspirantes al arriendo del
cortijo. Por amistad o por influencia con eladministrador se
consegua el arriendo, por ejemplo en 50.000 ptas., y elarrendatario
que obtena en Madrid el arrendamiento en 50.000 ptas.marchaba a
Sevilla y all lo subarrendaba a otro caballero de Carmonaque daba
por l 80.000 ptas., y ya el sevillano constitua una renta obase de
capital de 30 mil anuales que le permitan pasar las tardes detrsde
las vidrieras del Crculo de Labradores. El de Carmona
subarrendabaaquello por lo cual pagaba 80, a 100 a otro individuo
de El Viso, quiense constitua otro buen pasar con la diferencia; y
el de El Viso parcelabalas tierras y las entregaba directamente a
los cultivadores para obtener130. De manera que aquello que a los
cultivadores les costaba 130.000de sudores y esfuerzos, cuando
llegaba al dueo haba quedado reducidoa 50 y la diferencia se haba
distribuido entre los seoritos de Sevilla,Carmona y El Viso, para
gastarlo en chatos de manzanilla14.
Es obvio que la peste parsita era la burguesa intermediaria. El
gran seorera un ocioso incompetente y absentista. Esta red de
relaciones sociales formanuna genuina variable contextual. Los
individuos tienen comportamien-tos sociales que estn determinados
de modo heternomo por la estructura declases sociales. Y acciones
que se les aparecen, a ellos mismos, como autno-mas, reproducen
propiedades de la identidad de cada clase. Eventualmentepractican
una reaccin, sea directa, o bien indirecta, o bien parasitaria,
frente aotra (u otras) clases presentes en la singularidad de cada
contexto econmico-social, dentro de una dimensin de dominacin a
subordinacin. Puede asexplicarse, en parte, que aos ms tarde las
vctimas del terrorismo anarco fue-sen proporcionalmente ms en la
burguesa media que en la clase alta o aristo-cracia (o sus
equivalentes territoriales). Cabe aadir que aquella burguesaparsita
e intermediaria contribua a una coyuntura de inestabilidad
econmi-ca y laboral, inseguridad en la cadena de situaciones
personales e impotenciade los proletarios, eslabn final. Y, en fin,
reactivamente, la utopa de los deabajo se focalizaba de modo
patticamente absoluto en la abolicin de cual-quier rasgo de
jerarqua social: naide es ms que naide, todos hemos nacidoiguales,
etc.
ESTEBAN PINILLA DE LAS HERAS
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14 La Reforma Agraria: debate sobre la totalidad, en Arturo
MORI, Crnica de las CortesConstituyentes de la Segunda Repblica
Espaola, Madrid, editorial Aguilar, 1932, tomo VII,p. 475. Del
discurso del diputado, por Madrid-provincia, Luis Fernndez
Clrigo.
-
Sobre los nexos entre inseguridad y agresividad se hicieron una
cantidad deestudios en la Alemania de Weimar, motivados por la gran
crisis mundial delos aos treinta y el ascenso poltico de los
nacionalsocialistas, en un clima deviolencia pblica que, con todo,
no se transform en violencia privada, y a lavez colectiva, de la
forma que asumi en Espaa. Con lo dicho queda claro (oeso espero)
por qu es preciso distinguir esta violencia, tipificndola como
denaturaleza diferente a otras violencias, las de Estado, las
paraestatales, las demilicias de partidos polticos con fracciones
militarizadas, la violencia disconti-nua de policas locales, la de
milicias privadas, etc. Es de otra cosa de lo que hevenido
hablando: una interaccin recproca entre determinadas propiedades
deun contexto y los atributos de determinados individuos sin fe ni
ley. Es ascomo de una violencia pblica nace una violencia privada,
la cual luego devienecolectiva no por organizacin sino por
acumulacin15.
POR QUE CONTINUAMENTE SE ESTA REESCRIBIENDO LA HISTORIA?
27
.
15 Mi comunicacin al seminario antes citado en la Universidad
Autnoma de Madrid,diciembre 1969, se halla en el volumen colectivo
(con J. Sol Tura, J. Prados Arrarte, CarlosMoya, Antoni Jutglar, J.
Jimnez Blanco, etc.) Las ideologas en la Espaa de hoy, Madrid,Ed.
Seminarios y Ediciones, 1972. Hay algunas erratas de cierta
importancia. El final de lacomunicacin est alterado por la
censura.
-
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Julio-Septiembre 1990.REIS N 52. Octubre-Diciembre 1990.REIS N 53.
Enero-Marzo 1991. Monogrfico sobre avances en sociologa de la
salud.REIS N 54. Abril-Junio 1991REIS N 55. Julio-Septiembre
1991REIS N 56. Octubre-Diciembre 1991.REIS N 57. Enero-Marzo 1992.
Monogrfico sobre el cambio social y trasformacin de la
comunicacin.REIS N 58. Abril-Junio 1992.REIS N 59. Julio-Septiembre
1992.REIS N 60. Octubre-Diciembre 1992.REIS N 61. Enero-Marzo
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perspectivas en sociologa del cuerpo.REIS N 69. Enero-Marzo
1995.REIS N 70. Abril-Junio 1995. Monogrfico sobre la familia.REIS
N 71-72. Julio-Diciembre 1995.REIS N 73. Enero-Marzo 1996.
Monogrfico sociologa de la vejezREIS N 74. Abril-Junio 1996.REIS N
75. Julio-Septiembre 1996. Monogrfico sobre desigualdad y clases
sociales.REIS N 76. Octubre-Diciembre 1996.REIS N 77-78.
Enero-Junio 1997. Monogrfico sobre la formacin y las
organizaciones.REIS N 79. Julio-Septiembre 1997.REIS N 80.
Octubre-Diciembre 1997.REIS N 81. Enero-Marzo 1998. Monogrfico:
cien aos de la publicacin de un clsico, "El suicidio", de Emile
Durkheim.REIS N 82. Abril-Junio 1998.REIS N 83. Julio-Septiembre
1998.REIS N 84. Octubre-Diciembre 1994. Monogrfico sobre sociologa
del arte.REIS N 85. Enero-Marzo 1999.REIS N 86. Abril-Junio
1999.REIS N 87. Julio-Septiembre 1999.REIS N 88. Octubre-Diciembre
1999.REIS N 89. Enero-Marzo 2000. Monogrfico: Georg Simmel en el
centenario de filosofa del dinero.REIS N 90. Abril-Junio 2000.REIS
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Julio-Septiembre 2002.REIS N 100. Octubre-Diciembre 2002.
REIS N 67. Julio-Septiembre 1994.SUMARIOMiguel, Jess M. De:
Esteban Pinilla de las HerasPinilla de las Heras, Esteban: Por qu
continuamente se est reescribiendo la historia?
ESTUDIOSLpez Novo, Joaqun Pedro: El particularismo
reconsiderado. Orientacin de la accin y contexto
nstitucionalCastillo Castillo, Jos: Funciones sociales del consumo:
un caso extremoGobernado Arribas, Rafael: Modernidad y
estratificacin social: anlisis comparativo de las estructuras
sociales de Catalua y AndalucaFernndez Sobrado, Jos Manuel: La
bsqueda del objeto: La eterna cuestin de la SociologaUribe
Oyarbide, Jos Mara: Tiempo y espacio en atencin primaria de
saludGarca Garca, Juan: Nacin, identidad y paradoja: una
perspectiva relacional para el estudio del nacionalismo
NOTAS DE INVESTIGACINFunes Rivas, Mara Jess: Procesos de
socializacin y participacin comunitaria: estudio de un casoLamela
Vieira, Mara del Carmen: La ciudad de provincias: lugar de cambios
y de identidadesRuidaz Garca, Carmen: Los espaoles ante la Justicia
penal: actitudes y expectativas
TEXTO CLSICOAtienza, J. y Blanco, R. y Iranzo, Juan Manuel:
Ludwik Fleck y los olvidos de la SociologaFleck, Ludwik: Sobre la
crisis de la "Realidad"
CRTICA DE LIBROSCOLABORAN EN ESTE NMEROCRDITOS