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Ratier La Antropologia Argentina

Apr 03, 2018

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    LA ANTROPOLOGA SOCIALARGENTINA: SU DESARROLLO1

    Prof. Hugo E. RatierUBA-UNICEN

    [email protected]

    Las lneas que siguen fueron escritas en 1986, cuando la reflexin sobre la

    historia de nuestra ciencia antropolgica era muy incipiente. Su objetivofue divulgar dicha historia entre un pblico general. Hoy en da, ya se hainvertido bastante esfuerzo en reflexiones de este tipo, aunque todava no sehan traducido en una obra de conjunto.

    Usamos, como soporte para el trabajo, las periodizaciones de dos autoresque intentaron trazar un panorama general de la disciplina: Ciro Ren Lafny Guillermo Madrazo. Sobre esa base, tratamos de elaborar una propia.

    COMIENZOS POSITIVISTAS: 1880-1930

    El ltimo tercio del siglo XIX encuentra a nuestro pas comprometido enuna tarea modernizante, impulsada por la llamada generacin del 80. ElRacionalismo, que naciera en el siglo anterior en el viejo mundo, se ha tras-trocado en Positivismo, movimiento cientfico-filosfico caracterizado por sufe en la Ciencia, como instrumento de resolucin de todos los problemas,incluyendo los sociales. Su demanda de orden se considera requisito indis-

    pensable para conseguir un irrestricto progreso.Derrocado Rosas, en vas de liquidacin las contiendas civiles, aprobada

    una constitucin y comenzando a funcionar los instrumentos formales de lademocracia representativa, la repblica agroexportadora se pone en marcha.El sistema capitalista mundial, al que se incorpora plenamente, requiere unconocimiento sistemtico de la realidad que se ir a explotar. ste solo puedebasarse en la ciencia. Recurdese que es la poca en que florecen, en todo el

    1 Este trabajo es un fragmento de Mirndonos desde adentro, fascculo de divulgacin indito

    de una fallida coleccin. Su primera parte, Nosotros y los otros, procuraba caracterizar ala antropologa como ciencia e historiar su desarrollo. Dicha parte fue publicada en edicinprecaria, para uso de docentes bonaerenses (Ratier 1991). La presente versin es la segundaparte, algo actualizada, de ese artculo (Buenos Aires, 1986-1995).Fecha de recepcin del artculo: Mayo 2009.Fecha de aprobacin del artculo: Noviembre 2009

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    mundo, las exploraciones geogrficas. A travs de ellas, se aspira a eliminarla categora terra incgnita, que todava campeaba en algunos mapas. Sebuscan las nacientes del Nilo, se navegan los ros asiticos, se toma contactocon pueblos, hasta entonces, desconocidos. Al mismo tiempo es claro, seocupan esas regiones. La llegada del sabio, figura paradigmtica que suelerepresentarse como el clsico explorador con casco de corcho, es casi simul-tnea con la de las tropas. La ciencia y las armas se apoyan mutuamente,y ambas limpian el terreno para que, en l, se instale el capitalista. Se co-mienza as a hacer producir esas reservas, hasta entonces, desperdiciadasy abandonadas a la desidia de las culturas nativas.

    Cuando se menciona a los precursores de nuestras ciencias antropol-

    gicas, sus misiones cientficas se hallan, inequvocamente, relacionadas conoperaciones militares. Su condicin de sabiospolivalentes los habilitaba paralevantar tiles planos topogrficos; evaluar las riquezas actuales y potencia-les de los territorios que atravesaban; soar, en suma, con un futuro librede indios. No obstante, o tal vez por eso mismo, estos ltimos eran estudia-dos con minuciosidad. Estanislao Zeballos horrorizaba a sus acompaantesindios y, an, cristianos, cuando, en pleno pas de los araucanos, violaba lastumbas de los antiguos o decapitaba los cadveres de los muertos en batalla.De tan terrible forma, daba inicio a los estudios de antropologa fsica. As

    responda a las inquietudes de un oficial del Ejrcito, alterado por aquellasviolaciones:

    Mi querido teniente (. . .) si la civilizacin ha exigido que ustedes ganenentorchados persiguiendo la raza y conquistando sus tierras, la cienciaexige que yo la sirva llevando los crneos de los indios a los museos ylaboratorios. La barbarie est maldita y no quedarn en el desierto nilos despojos de sus muertos (Zeballos 1960: 201).

    Ese concepto de barbarie, opuesto al de civilizacin, daba sustento atoda una poltica fundada en el terreno cientfico, en la teora evolucionis-ta, entonces en boga. sta haba contribuido a explicar, biolgicamente, lavariedad de formas vivientes que habitan o habitaron el planeta, a travsde ciertos mecanismos, como la adaptacin de los organismos al medio na-tural, y, su correlato, la supervivencia del ms fuerte. La extrapolacin deesos conceptos al mbito sociolgico ofreci una excelente justificacin a lasteoras racistas y a las desigualdades sociales, entonces evidentes. HerbertSpencer (1820-1903) fue uno de los conspicuos expositores de esta doctrina,

    que fue llamada darwinismo social y que goz de gran aceptacin entrelos intelectuales argentinos.

    Los salvajes o los brbaros eran deshumanizados e incorporados alreino de la naturaleza, negndoseles, de hecho, toda creatividad cultural.

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    Por eso, eran estudiados por naturalistas, como el citado Zeballos, y laetnologa era incorporada, junto con la geologa, la zoologa y la botnica,a los tratados de ciencias naturales. Por eso, tambin, la Revista del JardnZoolgico de Buenos Aires publicaba monografas sobre pueblos indgenas.Las reliquias de esos pueblos eran incorporadas a los museos, que, por en-tonces, comenzaban a crearse en el pas y en los cuales la antropologa darasus primeros pasos.

    Francisco P. Moreno (1852-1919) explor la Patagonia, antes de su con-quista, en 1873, y nos leg, junto con observaciones topogrficas, botnicas,geolgicas, datos sobre los tehuelches y sobre los araucanos que la habita-ban. Las figuras del sabio y del militar se alan, tambin a menudo, en

    esa poca, y ambos se prestan sealados servicios.Junto con la preocupacin por describir las especies de los territorios porconquistar (hombres incluidos), se agudiza la inquietud por conocer su pa-sado. De la geologa se pasa a la paleontologa y de sta, a la arqueologa.Guillermo Madrazo distingue entre los sabiosde abolengo criollo que adhe-riran, con mayor fervor, a esa ideologa liberal, positivista y alienada ylos que provenan de hogares de inmigrantes, que sostendran . . .una posi-cin menos comprometida frente al indgena (Madrazo 1985: 18-19). Cabesealar que la imagen del sabio europeo de barba cana no refleja a los nues-

    tros. Moreno tena 21 aos cuando realiz su viaje por la Patagonia, Zeballosera un mozo de 26 en el momento de recorrer el desconocido pas de losaraucanos, Florentino Ameghino tena la misma edad cuando public sunotable La antigedad del Hombre en el Plata, Juan Bautista Ambrosettise inici tambin veinteaero y falleci a los 52 aos. El fervor positivista, eldeseo de modernizar al pas, la fe irrestricta en la Ciencia se daban, enton-ces, en un grupo excepcionalmente joven y, en la medida de las posibilidadesde la poca, verdaderamente sabio.

    El afn modernizante produjo la reorganizacin de las universidades yla contratacin de profesores extranjeros. Al modo del viejo mundo, losinvestigadores se agrupan en instituciones, como la Sociedad Cientfica Ar-gentina y el Instituto Geogrfico Argentino (1879), cuyas creaciones fueranpropulsadas por Zeballos. Dichas instituciones propician publicaciones, pasoimportante para la acumulacin cientfica. Las colecciones de Francisco P.Moreno seran la base para la posterior creacin del Museo de La Plata,importante centro de investigacin antropolgica muy ligado, hasta hoy, ala concepcin naturalista de las ciencias del hombre.

    La figura descollante del perodo es, sin duda, Florentino Ameghino (1854-1911), bonaerense de Mercedes, hijo de inmigrantes genoveses, cuyo ttulomximo fue el de Preceptor de escuela primaria. Frente al diletantismo deotros pioneros, su personalidad descuella por la slida formacin obtenida

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    mediante un esfuerzo autodidctico, el rigor cientfico de sus indagacionesy su conocimiento actualizado de los mtodos y las tcnicas aplicados, porentonces, en Europa. Desde adolescente, recorre las barrancas del ro Lujn,procurando desentraar la constitucin geolgica de los terrenos pampeanosy extrayendo huesos fsiles de la fauna extinguida, junto con restos humanos.

    Schobinger recuerda que:

    . . .solo diez aos antes del comienzo de su labor sistemtica en Mercedes,y veinte antes de la publicacin de su Antigedad del Hombre en elPlatahaba nacido la ciencia prehistrica como tal, al ser definitivamenteaceptada la antigedad diluvial o pleistocena de las hachas talladas yotros instrumentos recogidos pacientemente por Boucher de Perthes (. . .)al mismo tiempo que se describan por primera vez los escasos restosseos hallados en Neandertal (Alemania) de un nuevo tipo de hombre,ms arcaico que el actual. (Schobinger 1969: 51)

    Esa prodigiosa actualizacin del joven investigador asombra al autor cita-do, en especial, teniendo en cuenta que, an hoy, nuestra ciencia, pese a larapidez de las comunicaciones, permanece, por lo general, atrasada respectoa la que se elabora en los grandes centros.

    Ameghino aprende francs, publica en Pars, viaja a dicha ciudad y allalterna con las mayores eminencias de la ciencia europea. Basado en unainterpretacin errnea de los estratos geolgicos, postula su famosa teoradel origen americano de la humanidad, que desatar enorme polmica. Esaequivocacin habr de asegurarle, paradjicamente, una mencin obligadaen todos los tratados de prehistoria, al menos, a ttulo de curiosidad.

    La pretensin ameghiniana coloca al Plata en el centro de las preocupacio-nes de muchos sabiosextranjeros, y su desautorizacin llega en 1910, durantela celebracin en Buenos Aires del Congreso Internacional de Americanistas,

    por boca del norteamericano Alex Hrdlicka. ste rechaza la cohabitacin delhombre con la fauna fsil en Amrica, reduce su antigedad a tiempos pos-glaciales (6.000 a 7.000 AJC) e incluye a todos los indios en el tronco racialmongoloide. La resistencia de los ameghinianos contina, por algn tiem-po, pero la aparatosa desmentida provoca la retraccin de la investigacincientfica en el rea pampeana, que solo ser retomada, prcticamente, enla segunda mitad del siglo XX.

    Estaba Ameghino totalmente equivocado? El estado actual de la cienciaparece demostrar que no. Tal como l lo afirmara, el hombre convivi, en

    nuestras pampas, con la fauna extinguida, como ese gigantesco armadillollamado gliptodonte en cuyo caparazn crey ver el sabio mercedino unaprimitiva habitacin. Y si bien la presencia humana en las llanuras platinasno era tan antigua como l supona (al punto de llevarla al perodo terciario

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    y postularla como origen de todas las ramas de la especie), tampoco es tanmoderna como afirmaron sus crticos.

    Tal vez por el papeln que para sus contemporneos signific ese desin-flarse del edificio ameghiniano, los intereses de los investigadores comenzarona desplazarse hacia la compleja arqueologa del Noroeste, cuyas altas cul-turas se interpretaban como irradiaciones del imperio incaico. Pese a que,como afirma Lafn, . . .hacer historia de la antropologa (en la Argentina)es casi hacer historia de la arqueologa . . . (Lafn 1976: 317), no vamos aprofundizar, aqu, en ese terreno. Nos interesa ms resear lo hecho en otrasramas de la antropologa, tanto por cuestiones de inters como de competen-cia personal. Cabe preguntarse, s, el porqu de esa preferencia de nuestros

    investigadores por las culturas muertas.El indigenado y, an, la poblacin criolla no tenan un lugar previsto enel proyecto de la generacin del 80. Por el contrario, la idea era cambiar lapoblacin por otra de mejor calidad, que debera provenir del viejo mundo.El testimonio de Zeballos es muy explcito al respecto: el indio ha de servir,apenas, como objeto cientfico, es una especie en extincin de la cual . . .noquedarn en el desierto ni los despojos de sus muertos (op.cit.). Curiosidadbenvola, a veces, ciertos brotes de piedad, que llevan a postular la creacinde reservas para tratar de incorporar al indgena a la civilizacin (con la

    consiguiente renuncia a su propia identidad y cultura), resumen la actitudpositivista frente al otro cultural. Esta no poda ser otra, obviamente, yaque el relativismo cultural no estaba ni planteado en la poca.

    Sin embargo, algunas voces, an entre los conquistadores del desierto,valorizaban al hombre aborigen. lvaro Barros (1827-1892), por ejemplo,militar esclarecido, se planteaba utilizarlo en la colonizacin de los terri-torios que haba habitado hasta entonces. Lucio V. Mansilla (1831-1913),humanista, escritor y hombre de armas, tambin manifiesta simpata ha-cia esos brbaros. Todos, sin embargo, se proponen sustituir la culturaaborigen por la de su conquistador, convencidos de la evidente ventaja delcambio.

    Sin un papel en el proyecto de desarrollo capitalista, el indgena vivientese conceptualiza como enemigo del progreso y su estudio se torna marginalpara los cientficos. Naturalistas, primero, arquelogos, despus, harn, depaso, etnografa. sta se convertir, paradjicamente, en una arqueologadel viviente, una acumulacin de curiosidades para deleite de eruditos. Enel mejor de los casos, el dato etnogrfico se usa como apoyo de la indagacin

    arqueolgica.Testimonio de esa preocupacin marginal por lo indgena es la obra deJuan Bautista Ambrosetti (1865-1917), otro antroplogo naturalista de ori-gen inmigrante y, como Ameghino, autodidacta. A los 20 aos, recorre el

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    Chaco recin conquistado. A la vuelta, dona al museo de Paran su colec-cin de zoologa y etnografa, y, a poco, es designado Director de la seccinZoologa de esa institucin. Estuvo en Misiones, en 1890, provincia a la quevolvera reiteradas veces. Su admirable espritu cientfico todo lo registraba:la fauna actual, la fsil, las formaciones geolgicas, la etnografa y la lenguade los indgenas y las supersticiones y las leyendas de los pobladores criollos.

    Hacia la dcada del 90, es ganado por la arqueologa, en particular, ladel Noroeste, tema de la antropologa a la que dedica sustanciales aportes.Su discpulo, Salvador Debenedetti, lo considera, adems, el fundador delos estudios folclricos entre nosotros. Desde el Museo Etnogrfico de laFacultad de Filosofa y Letras de Buenos Aires, creado en 1904 y al que se

    incorpora al ao siguiente, emprender numerosas expediciones a nuestrasprovincias andinas. Previamente, ya haba recorrido la pampa central.Lafn denomina La consolidacin al perodo que va desde 1880 a 1910.

    Se multiplican las figuras, algunas de ellas extranjeras, como Eric Boman,Max Uhle, Roberto Lehman Nitsche, Ten Kate, quienes, junto a los argenti-nos Samuel Lafone Quevedo, Adn Quiroga, Luis Mara Torres, Flix Outes,Salvador Debenedetti y otros, van profesionalizando la indagacin antropo-lgica. Aunque no como carrera independiente, la antropologa accede a lactedra universitaria, constituyndose Buenos Aires y La Plata en centros

    de transmisin de la disciplina.En 1910, se iniciara el perodo que Lafn denomina la expansin y

    que durara hasta 1936. El Congreso de Americanistas, al comienzo, y lapublicacin de un tomo que contena una sntesis antropolgica de la His-toria de la Nacin Argentina, editado, al final de ese lapso, por la AcademiaNacional de la Historia, seran los acontecimientos que enmarcan la etapa.

    Madrazo prefiere trazar, entre 1880 y 1930, un solo gran perodo (losinicios positivistas), sealando, empero, que hacia 1910, luego de la desau-torizacin de Ameghino, se advierte una tendencia a perfeccionar el arsenalmetodolgico en busca de una mayor objetividad, en desmedro del discursoideologizante de esos das. Aparte de la situacin interna, se habran reci-bido, aqu, los nuevos vientos que recorran la antropologa europea, comola instauracin de la escuela histrico-cultural, corriente difusionista quealcanzara singular fortuna entre nosotros.

    Pero, el prejuicio positivista permanece. Transmitido desde el aparatoestatal, funciona como soporte ideolgico de concepciones populares queavalan nuestro disimulado racismo. Mucho ms grave: persiste en el seno

    de una ciencia que debera poder comprender y explicar las diferencias. Laactitud elitista hacia lo indgena y su consideracin, apenas, como fuentehistoriogrfica sigue vigente, an entre escuelas antropolgicas que abjurandel positivismo y dicen superarlo. A diferencia de los primeros antroplogos,

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    no se la hace explcita, y hay que leerla en las entrelneas de los trabajoso escucharla en confesiones de pasillo o de gabinete. Frente a la crecienteprofesionalizacin de la disciplina, buena parte de los antroplogos siguecontemplando a su objeto con la misma ptica del dominador, como en lostiempos victorianos.

    LA GIDA HISTRICO-CULTURAL: 1930-1959

    Para Madrazo, desde 1930 a 1955, se extiende un perodo que se caracteri-

    zara por la supremaca de la corriente histrico-cultural, de cuna austracay alemana, preocupada por trazar una historia total de la humanidad desdepresupuestos difusionistas. Lafn prefiere periodizar, ms pormenorizada-mente, distinguiendo, como ya dijimos, una expansin acaecida entre elCongreso de Americanistas de 1910 y la aparicin consagratoria de la an-tropologa en un tomo de la Historia de la Nacin Argentina, as como porla edicin de la obra Eptome de Culturologa de Jos Imbelloni-Madrazocalifica a este texto como verdadera biblia histrico-cultural en el mbitonacional (Madrazo 1985: 30) y por la fundacin de la Sociedad Argenti-

    na de Antropologa. Esta ltima institucin fue, durante muchos aos, msuna sociedad de amigos de la antropologa que un agrupamiento cientfico,dando cabida tanto a profesionales como a entusiastas aficionados.

    Lafn, testigo presencial del perodo, llama interregno a la etapa inicia-da en 1936 y concluida en 1948, luego de pintar, vvidamente, lo que llama elestancamiento activo, paradjica designacin que enfatiza la coexistenciade diletantes y profesionales, con la victoria final de estos ltimos.

    Madrazo, ms preocupado en ubicar los condicionantes estructurales enla historia de la disciplina, enfatiza el avance de la dependencia del pas,

    durante la dcada infame, traducida en la creciente subordinacin de laintelligentsia local a los nuevos vientos llegados de Europa. Seala la in-fluencia de dos corrientes: una representada por el etnlogo francs AlfredMetraux, desde la Universidad de Tucumn, a cuyo Instituto de Antropo-loga llegaran los aires . . .de la antropologa totalizante e histrica, frentea la corriente filosociolgica de inspiracin durkheimiana (op. cit.: 27), yotra, de mayor fortuna, la de la escuela histrico-cultural, que llega al pascon un antroplogo italiano: Jos Imbelloni.

    Al igual que en el perodo anterior, se siguen discutiendo los indios muer-tos: las grandes polmicas de la poca giran en torno a problemas arqueolgi-cos, que dejaremos de lado. Madrazo seala, para entonces, el enfrentamien-to entre los liberales y los representantes de una tendencia entroncada con

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    el nacionalismo oligrquico, encarnada, en antropologa, por los histrico-culturales.

    Dentro del grupo caracterizado como liberal, se registraban, tambin,algunos conflictos. Imbelloni as los sintetiza:

    Vase el ejemplo tan conocido entre nosotros de la revolucin cumplidacinco lustros atrs2, en las Universidades de Buenos Aires y de La Plata,donde un ncleo de profesores jvenes substituy a los que enseaban enesas aulas, despus de haber absorbido el neo-idealismo del ltimo mo-vimiento filosfico europeo, cuyos cnones lograron esgrimir contra el yaesclertico sistema de las ternas progresivas y del positivismo comteano.

    De esos ganglios intelectuales, el movimiento se extendi, con siempremenor resistencia, a todas las universidades del pas, para ejercer unanotable influencia, tambin, en las del exterior. . .(Imbelloni 1959: 37)

    Profetizando otro eventual golpe de estado en la universidad, se pre-gunta:

    . . .cul sera su sentido, si de reaccin o de intensificacin: por un ladose vislumbran claras simpatas hacia la reimplantacin positivista de losproblemas, aunque disimuladas bajo terminologas ambiguas, y por elotro las tendencias a corregir la reforma anterior en lo que result uncuento, por haberse cargado de todo el lastre sociolgico de Durkheim ycompaeros, que fueron los ms empecinados epgonos de Comte . . .(Op.cit.)

    El liberalismo, a nuestro entender, abarcaba tanto a viejos y a nuevospositivistas, como a muchos neo-idealistas. Tal es el caso, en el campo de lafilosofa, del influyente Alejandro Korn, neo-kantiano, cuya visin del mundono le impeda militar en el Partido Socialista. A ese liberalismo se oponanlos nacionalistas, muchos de los cuales adscriban, en poltica, a las ideologasirracionalistas, que negaban los preceptos de la clsica democracia burguesay se filiaban al fascismo, entonces triunfante en varios pases europeos.

    Es en ese contexto de lucha ideolgica donde penetra, con fuerza, la co-rriente histrico-cultural, segn Madrazo:

    . . .el nico aporte significativo de teora y mtodo que se produjo en elmedio local rioplatense, y un factor de discusin ideolgica por su fuertecontenido crtico antievolucionista y antirracionalista. Esto ltimo, sinembargo, no estuvo dirigido contra los trabajos anteriores de los pionerosni contra ningn antroplogo actuante en el pas, sino contra el evolu-

    2 Escriba en 1942, es decir, se refera al ao 1917.

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    cionismo cultural europeo, quizs por el origen de Imbelloni y otros yporque en la Argentina no hallaran entre sus contemporneos ningncontendiente con una adscripcin terica definida. (1985: 29-30)

    El ao 1946 marca un cambio fundamental en la Argentina, con la llega-da al poder del peronismo, la irrupcin de la clase obrera como sujeto depeso en el proceso poltico y el comienzo de la inacabada discusin de lacuestin nacional. sta llega, en parte, por la va de un nacionalismo oli-grquico que contesta los preceptos liberales de civilizacin y barbarie,pero enarbolando, en muchos casos, la adhesin al fascismo como sustitutode la anterior adscripcin al imperialismo anglosajn. De todos modos, lalabor historiogrfica coloca sobre el tapete una serie de temas tab y obli-ga a revisar presupuestos, hasta entonces considerados sagrados, forzandoa renovar los contenidos de un antimperialismo retrico que, en los hechos,legitimaba la dependencia de uno u otro polo del poder mundial.

    La elite universitaria, positivista o neoidealista, no importa, no podaacompaar ese proceso, como casi toda la clase media atrapada . . .entresu intuicin del pas traicionado y el pnico ante el fascismo prometido porel nacionalismo (Hernndez Arregui 1970: 280). Si, al decir de Madrazo,la antropologa no tuvo un Germani, tampoco tuvo un Scalabrini Ortiz, ni

    un Jaureche, ni un Hernndez Arregui. Con la defenestracin de Franciscode Aparicio de la direccin del Museo Etnogrfico, en 1946, y la de EnriquePalavecino, en el Instituto de Etnologa de Tucumn, la escuela histrico-cultural reafirm su dominio sobre la antropologa argentina.

    En cuanto al estudio de los indgenas vivientes, el cambio de direccinquit sustento a la corriente terica que lleg al pas con el francs AlfredMetraux y que tuvo en Enrique Palavecino a su continuador. Etngrafo in-fatigable, este ltimo releva las culturas de los indios del Chaco en notablesmonografas que merecen reconocimiento internacional. Abreva en fuentes

    tericas no frecuentes en el pas, como las del culturalismo norteamericano,el estructural-funcionalismo y la identificacin de reas y capas culturales,que trata de aplicar a nuestro territorio. Incursiona, tambin, en la etno-grafa de los mapuche del Neuqun, pero sus aportes resultan atpicos enun medio preocupado, sobre todo, por la investigacin arqueolgica. Entretodos sus contemporneos, tal vez Palavecino sea el nico que responde aaquello que dijimos caracterizaba al antroplogo en general: convive consus informantes, releva sistemticamente su cultura, trata de avanzar en sucomprensin desde adentro.

    Lafn llama la renovacin al perodo que va desde 1948 hasta 1959.Los hitos iniciales del perodo tienen que ver, casi todos, con aportes ar-queolgicos y con el esfuerzo etnohistrico de Palavecino para caracterizarla etnografa del pas en el siglo XVI. Acontecimiento decisivo para los ar-

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    quelogos es la llegada y la instalacin en el pas de Osvaldo F.A. Menghin,prehistoriador austraco notable, cuya actividad poltica, durante la Segun-da Guerra Mundial, lo oblig al exilio. Entre otras cosas, haba sido Ministrode Educacin durante el rgimen nazi que unific a su pas con Alemania(ver Fontn M. 2005).

    En 1946, lo haba precedido Marcelo Brmida, joven antroplogo fsicoitaliano, Oficial del ejrcito de Mussolini durante la contienda. Otro inmi-grante poltico de la posguerra, el yugoslavo Branimiro Males, es el nuevoDirector del Instituto de Etnologa de Tucumn. Menghin comienza a traba-

    jar en la Universidad de Buenos Aires. Brmida cursa la carrera de Historiay acompaa, luego, a Imbelloni en sus expediciones a la Patagonia.

    Madrazo rescata del enfoque imbelloniano el combate al etnocentrismo enantropologa, hasta entonces vigente, en nombre de lo que se dio en llamarhumanismo (1985:31). Claro que esa actitud de respeto retrico al otrocultural chocaba con el trasfondo ideolgico fascistizante de estos inves-tigadores, que trataban al indgena como mera fuente de datos histricos,sin la menor preocupacin por su realidad presente (El indio solo sirvecomo testimonio histrico o para justificar una sociedad de beneficencia,deca Marcelo Brmida en comunicacin personal de 1962). Es decir, enlos hechos, esto no difera mucho del enfoque etnocntrico y racista de los

    antiguos positivistas, solo que tal enfoque era menos explcito, ya que lostiempos no permitan reflotar principios que haban servido de doctrina alos movimientos derrotados en la guerra.

    Imbelloni y Brmida viajan a la Patagonia y hacen la etnografa de losindgenas que all viven. Tambin antropologa biolgica, rama que Imbe-lloni impulsa (la llama antropologa morfolgica) y en la que lo siguenfiguras como Dembo o el propio Marcelo Brmida. Un sesgo de mayor cien-tificidad, de profesionalismo, comienza a aparecer en nuestra antropologa.Autodidactas notables, como el mdico Federico Escalada, practican tam-bin la etnografa y son alentados desde la universidad. El Museo de LaPlata tambin incursiona, en 1949, por la Patagonia.

    Paradjicamente, la discusin terica de nuestros antroplogos recae so-bre temas que, en el viejo mundo y en los Estados Unidos, haban per-dido inters. En un pas tan ligado al imperialismo britnico, la escuelaantropolgica inglesa jams hizo pie. Tampoco, la escuela sociolgica fran-cesa, de cuya tradicin surgieran antroplogos brillantes, como Lvi-Strauss,quien, en la dcada del 30, por ejemplo, ayudaba a organizar la antropologa

    brasilea. El culturalismo y el funcionalismo norteamericanos, desde Boasa Redfield o Linton, apenas si se mencionaban. Aqu, el combate todavase daba en trminos de evolucionismo versus difusionismo y el influjohistrico-cultural atrapaba a investigadores de posiciones polticas dispares,

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    como Salvador Canals Frau, Fernando Mrquez Miranda y hasta el mis-mo Palavecino. Ni qu decir de que tampoco llegaban las preocupacionesindigenistas de la antropologa mexicana.

    Si Madrazo interrumpe su perodo de la reaccin histrico-cultural en1955, Lafn extiende el suyo, que llama de la renovacin, hasta 1959, conla creacin de las primeras carreras especficas. Es que la cada de Imbelloni,al producirse el golpe militar contra Pern, en verdad, no clausur el augede la escuela en Buenos Aires. Menghin y Brmida mantuvieron, por largosaos, las riendas del poder e influyeron en las generaciones sucesivas, enun proceso que an contina. La autodenominada revolucin libertadoraexpuls a los peronistas de la universidad, pero no, a los histrico-culturales

    del campo antropolgico.En esos aos, proliferaron los arquelogos, aparecieron algunos etngrafos(en el sentido de estudiosos sistemticos de grupos indgenas) y faltaron, porcompleto, los antroplogos sociales, capaces de ampliar el radio de la inda-gacin antropolgica ms all de los objetos tradicionales. El modelo delsabio polivalente mantuvo an su vigencia y, a menudo, diversos profesiona-les incursionaron, al mismo tiempo, en una u otra rama de la antropologa.Imbelloni, Palavecino, Brmida, Vignati, Canals Frau son algunos ejemplos:ora cultivaron la arqueologa, ora la etnologa, ora la antropologa fsica.

    Si en otros pases lo campesino origin estudios empricos y discusio-nes tericas, entre nosotros ese sector estuvo en manos de los folclorlogos.Ya el sesgo nacionalista del peronismo haba sentado las bases del Insti-tuto Nacional de la Tradicin, desde donde Juan Alfonso Carrizo realizsu monumental recopilacin de los cancioneros provinciales. Bruno Jacove-lla, Berta Vidal de Battini y otros investigadores persistieron en la tareade relevar el patrimonio de las poblaciones consideradas tradicionales, enparticular, dedicndose a especies musicales (rea en la que sobresale el mu-siclogo histrico-cultural Carlos Vega) y literarias (narrativa tradicional,formas poticas, etc.). La cultura de nuestras poblaciones rurales no eraconsiderada en su totalidad sino temticamente. Hay trabajos sobre fies-tas populares; cocina tradicional; medicina folclrica; tcnicas de tejido, dealfarera o platera: tpicos que pasan a ser preocupacin principal de losinvestigadores, sin que nos sea dable descubrir en sus escritos, salvo hon-rosas excepciones, cmo vivan los productores de esos bienes culturales,de qu forma se integraban a la vida regional y nacional, cules eran loscondicionantes estructurales de su forma de existencia.

    En el terreno terico, Lafn seala dos corrientes principales en el Folclore:la histrico-cultural, encarnada por Imbelloni, y la del mtodo integral,cuyo liderazgo ejerciera Augusto Ral Cortazar. Este ltimo investigador de-

    j una marca perdurable en la disciplina. Traductor de Malinowski, intent

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    introducir los conceptos funcionalistas en el Folclore, incitando a relevar latotalidad de la cultura en sus mltiples interrelaciones, lo que constituy unavance notable para la poca. Incentiv el trabajo de campo sobre el terrenoy sistematiz el andamiaje metodolgico y tcnico. Lamentablemente, limitel campo de la indagacin legtima del folclorlogo a lo tradicional, annimo,oral, colectivo, etc., descuidando toda vinculacin con lo actual, moderno ydesarrollado. De tal forma, el terreno del Folclore deba limitarse a remotascomunidades aisladas y autosuficientes, de las que quedaban pocas en elpas. Contradiciendo la proclamada vocacin totalizante del funcionalismo(todo es importante para todo), quedaban fuera de la preocupacin folclo-rolgica vastas regiones del pas, procesos importantes como las migraciones

    internas, la actividad laboral ejercida fuera del reducido pago tradicional,las articulaciones con la sociedad global. En suma, y en esto s hay cohe-rencia con el funcionalismo, la insercin de las comunidades estudiadas enel proceso histrico concreto.

    La influencia de Cortazar se hara ms evidente despus de la cada delperonismo, pero ya antes, desde su Seminario de Folclore, instalado en1954, en la Facultad de Filosofa y Letras de la U.B.A., inici su prdicadirigida a un pblico amplio, que cuajara, en 1955, con la instauracin deuna Licenciatura en Folclore, carrera menor de nivel universitario. El auge

    de la ciencia folclrica coincidira con el de la msica y con el de la danzanativas, proceso que se vincula a los cambios demogrficos operados en laciudad de Buenos Aires con la industrializacin y al decidido apoyo polticoque le brind el peronismo a estas expresiones.

    La preocupacin cortazariana por difundir su concepto cientfico del fol-clore tuvo amplio eco entre los cultores de lo nativo y populariz trminoscomo proyeccin folclrica (expresiones cultas basadas en lo nativo) ofolclorlogo (trmino acuado para diferenciar al cientfico de los msicospopulares, que haban usurpado el ttulo de folclorista).

    De la vertiente histrico-cultural, surgi otro investigador, Armando Vi-vante, que esgrima un concepto diferente del hecho folclrico, cuya existen-cia admita an en medios urbanos. Se preocup, entre otros temas, por lamedicina tradicional y cultiv la etnologa, con una temtica proclive al sen-sacionalismo exotista: negros prehispnicos, pigmeos precolombinos, mapasindgenas, etc. Su influencia se ejerci y se ejerce an, por largos aos, enla universidad de La Plata.

    Otra brecha, en la unanimidad histrico-cultural que campeaba en la an-

    tropologa de la poca, provino del campo arqueolgico. Alberto Rex Gon-zlez obtuvo en los Estados Unidos su Posgrado en Arqueologa e introdujo,en el pas, las tcnicas rigurosas que all se practicaban, incluyendo el fecha-do por el Carbono 14, procedimiento surgido desde la reciente fsica nuclear.

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    Con l, se acenta la profesionalizacin de la arqueologa pero trae, tambin,aportes tericos que influiran sobre la antropologa en general. Su adscrip-cin al campo del neoevolucionismo arqueolgico lo enfrent al difusionismoimperante. Reinterpret las culturas indgenas no solo en trminos de redefi-niciones cronolgicas o de nuevo planteo de secuencias, sino en tanto rescatede su aporte a la cultura nacional y universal, oponindose al hispanismoetnocntrico o a la consideracin pintoresquista de lo nativo para solaz dela elite intelectual. Reclam la instauracin de una antropologa diferente,que impulsara luego, a travs de sus discpulos, en las universidades de LaPlata, de Crdoba y de Rosario.

    A modo de resumen, durante este perodo, crece la profesionalizacin

    del quehacer antropolgico, el nmero de ctedras universitarias refugia-das en carreras de Historia o de Ciencias Naturales, el de publicaciones einstitutos. El sesgo etnocntrico parece ceder. El pas se mantiene, sin em-bargo, al margen de las discusiones tericas que sacuden a la disciplina enotras latitudes y da cabida a una escuela cuyo periplo pareca agotado: elhistrico-culturalismo. En cuanto a campos de investigacin, se practica mu-cha arqueologa, poqusima etnografa y algo de folclore. Aparecen sntomasde un inters diferente por las poblaciones estudiadas, que se inserta en elreavivamiento de las discusiones de la cuestin nacional, que el peronismo

    provoca. Sntomas, apenas; el grueso de los investigadores sigue haciendoantropologa para satisfacer curiosidades personales, para rescatar, romn-ticamente, bellos ejemplares del patrimonio tradicional, para discutir, enlos cenculos, sobre episodios remotos. El debate ideolgico se desenvuel-ve en marcos acotados y entre pares. Nadie se plantea la posibilidad deaplicar el conocimiento acumulado a la realidad concreta. El otro cultu-ral sigue siendo absolutamente otro, testimonio, objeto, materia prima deuna manipulacin a la que permanece ajeno, al margen de americanismos ohumanismos retricos.

    LA PROFESIONALIZACIN: 1959-1966

    Madrazo coloca, en 1955, el hito inicial de lo que llama la apertura teri-ca. Lafn hace arrancar, de 1959, su nueva antropologa, signada por lacreacin de carreras especficas. Pensamos que este ltimo acontecimientoconstituye el marco ms significativo de un cambio que lleva a la sociedadargentina a encarar la produccin sistemtica de un nuevo tipo de profesio-nal.

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    El golpe de 1955 propicia una suerte de restauracin liberal, vinculada ala ola modernizante que se corporizara, luego, en el desarrollismo, la reivin-dicacin de una democracia entendida como gobierno de los democrticos,la proscripcin de las mayoras y un afianzamiento de las relaciones de de-pendencia que ataran al pas, esta vez, a la rbita del imperialismo norte-americano. El frente que apoy y gener el golpe no tardara en presentarfisuras.

    En la esfera universitaria, que se organiza segn los cnones reformistas,se democratizan, formalmente, las estructuras y se procura modernizar laenseanza y sus contenidos. Hay sectores que pugnan por abrir los claustrossin exclusiones, que se preocupan por poner al servicio del pueblo, en gene-

    ral, la accin cultural y tcnica que, en ellos, se genera (Departamento deExtensin Universitaria, creacin de EUDEBA) y por garantizar el deba-te pluralista. Sin embargo, chocan con otros, que se conjugan mejor con elproscriptivismo imperante y que pretenden, a toda costa, borrar toda huellade los aos anteriores.

    El proyecto modernizante, con apoyo de la tendencia liberal-desarrollista,impuls la creacin de carreras nuevas en el rea de Humanidades. Desde1957 a 1959, surgen, en la Universidad de Buenos Aires, las de Psicologa, So-ciologa, Ciencias de la Educacin y Ciencias Antropolgicas. El modelo es,

    claramente, instrumental: se trataba de formar cientficos capaces de relevar,sistemticamente, la realidad y aportar conocimientos para resolver proble-mas sociales. Los marcos tericos abrevaban en las ltimas concepcionesforjadas por la ciencia anglosajona y europea, y planteaban la investigacinemprica como una necesidad apremiante.

    Cronolgicamente, la primera Licenciatura en Antropologa nace en 1958,en La Plata, con una orientacin muy ligada a la tradicin naturalista, for-

    jada desde Ameghino y Moreno en el museo de esa ciudad. Luego vieneBuenos Aires, en 1959, donde la carrera se construye a partir de la de His-toria. Otro tanto sucede en Rosario, lugar donde, primero, se implanta unaorientacin dentro del Profesorado en Historia, y, en 1966, se la convierteen Licenciatura.

    La expectativa instrumental del gobierno y la del alumnado que se inscribeen la carrera portea tropiezan con la materia prima empleada para su cons-truccin: la escuela histrico-cultural no ha perdido sus fueros y continavigente. La orientacin de la enseanza sigue privilegiando la investigacinantropolgica como reconstruccin histrica hipottica. De indgenas o crio-

    llos, lo que interesa se ensea es aquello que conservan del pasado, no surealidad presente. Debe indagarse cmo era la vida de esos pueblos antes,no cmo es ahora. Hay que buscar el origen, lo ms remoto posible, de los

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    elementos culturales; buscar su parentesco con los de otras culturas; trazarel camino de los prstamos de dichos elementos entre diversas etnas.

    Son tiempos de politizacin intensa y de perplejidades. La antinomia pero-nismo-antiperonismo se resquebraja al calor del autoritarismo antiperonista,cuya faz represiva se revela mucho ms rgida y despiadada que la que pudomostrar la tirana derrocada. El proyecto desarrollista tambin enfrentaoposicin desde la clase obrera, que desenvuelve una serie de luchas, clan-destinas o pblicas, en el proceso que se llam la resistencia peronista. Enel aspecto poltico, la obstinada proscripcin de las mayoras no permite laestabilizacin de un rgimen civil, y los planteos castrenses se suceden.

    En la universidad, se vive el perodo que alguien llam de la isla de-

    mocrtica: mientras la sociedad se convulsiona ante la creciente represin,los claustros de profesores, estudiantes y graduados eligen representantes acuerpos colegiados que gobiernan las casas de estudio. El concurso pasa aser una va frecuente de acceso a la docencia. La liberalidad imperante po-sibilita la supervivencia del ncleo histrico-cultural en Antropologa, cuyosintegrantes se oponen a la prctica de la Antropologa Social, pese a que esaespecialidad se encuentra, formalmente reconocida, en el plan de estudiosporteo.

    El conocimiento de nuevas vertientes tericas llega, para los estudiantes

    interesados en la renovacin, desde las ctedras de las carreras de Sociologay Psicologa, que pueden cursar como optativas. La orientacin all vehi-culada es el estructural-funcionalismo, pero, tambin, se inicia el estudiode autores vinculados a vertientes marxistas. Comienzan a aparecer, en elpas, institutos de investigacin relacionados con fundaciones multinaciona-les, como el Instituto Di Tella, cuyo papel crecera en el perodo subsiguiente.Frente a ellos, se alzara la vigilancia crtica de estudiantes y de recientesegresados, cuya conciencia antimperialista los pona en guardia frente a laimposicin fornea en la materia.

    A partir de 1962, aparece en escena la generacin de los nuevos gra-duados. A nivel estudiantil, se renen en congreso, en 1961, estudiantes deantropologa de todo el pas: alumnos algunos de carreras especficas, otrosde orientaciones en cursos afines. Discuten, en Rosario, sobre el futuro quequieren para la disciplina, prevaleciendo, en el encuentro, el deseo de ruptu-ra con las concepciones elitistas y de compromiso con la realidad nacionaly con las capas sumergidas de la sociedad. A los inconformistas porteos,enfrentados al histrico-culturalismo, se unen cordobeses, platenses y ro-

    sarinos, entre los cuales haba calado hondo la influencia de Alberto RexGonzlez.Es un momento de clivaje, en que se van separando los aprendices de

    antroplogos que adhieren a la propuesta reconstructiva histrico-cultural

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    y los que se adscriben, algo intuitivamente, a lo que gustan denominar an-tropologa social. Entre nosotros, el trmino adquiere connotaciones pecu-liares que poco tienen que ver con lo que, por tal, se entiende en la teoraantropolgica general: una orientacin nacida en Gran Bretaa enfrentadaal culturalismo norteamericano, que privilegiaba el estudio de las estructu-ras sociales de los llamados pueblos primitivos. Aqu, se la asume comooposicin a la corriente historicista, que la negaba apasionadamente, y sela entiende como una antropologa total, superadora del estudio limitado alos objetos clsicos (primitivos, es decir, indios entre nosotros, y pue-blo folk o campesinos tradicionales) y con marcada preocupacin porel relevamiento de toda la realidad y por la aplicacin prctica del cono-

    cimiento adquirido. Fuera de su predileccin temtica por lo actual, no sela puede adscribir a una orientacin terica definida, y sus cultores tantoabrevan en el estructural-funcionalismo como en corrientes estructuralistaso neo-marxistas.

    Con los primeros egresados de las nuevas carreras, que se forman a partirde 1962, un antroplogo diferente entra al mercado e inicia la lucha porimponer sus puntos de vista. Es lo que Madrazo llama la apertura terica yLafn designa como nueva antropologa. Hay mucho autodidactismo en losnuevos profesionales egresados de Buenos Aires que carecen de maestros. Se

    forman grupos de estudio, se aprovecha la llegada desde Europa de cientficossociales all formados, como Eliseo Vern quien introduce a muchos en elestructuralismo y, en general, se recurre a la carrera de Sociologa en labsqueda de aperturas tericas e instrumentacin profesional. En el mbitoacadmico, este enfoque distinto aparece, primero, en la docencia auxiliar eintenta, luego, el acceso a la ctedra.

    La intencin modernizante del desarrollismo esperaba, como dijimos, untipo de antroplogo diferente del que queran formar los profesores de Bue-nos Aires, que coincida bastante con la autoexpectativa de quienes cursaronla carrera. Muy tenuemente, se insinuaba un mercado de trabajo posible enel que los noveles profesionales se abran paso. Algunos dictaban ctedraspara otras carreras; otros se comprometan en tareas relacionadas con eldesarrollo de comunidad, por entonces muy en boga; otros trabajaban enagencias de promocin agrcola, como INTA. En esa insercin laboral, losayudaban profesionales de otras disciplinas, como mdicos, ingenieros agr-nomos y arquitectos que esperan de la antropologa aportes para enfrentardiversos problemas.

    Por otra parte, la llamada revolucin libertadora haba creado dos insti-tuciones, el Consejo Nacional de Investigaciones Cientficas y Tcnicas (lue-go, CONICET) y el Fondo Nacional de las Artes, que significan fuentes definanciacin para algunos investigadores. En el segundo, Augusto Ral Cor-

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    tazar impulsa los estudios folclricos. El primero otorga a Esther Hermitteuna beca que le permitir recibir una slida formacin en los Estados Unidos,ya decididamente en una orientacin antropolgico-social. Regresa en 1965y accede a la ctedra universitaria al ao siguiente, pero la reinstauracindel poder militar frustra su experiencia docente.

    La etnografa indgena contina siendo una disciplina poco frecuentada.El mismo Brmida la abandona, largo tiempo, para dedicarse a la investiga-cin arqueolgica. Sobresale, en la poca, Rodolfo Casamiquela, investigadorllegado desde la paleontologa, formado en La Plata, profundo conocedor delas culturas aborgenes de la Patagonia y, en particular, de las lenguas ind-genas. Sus inquietudes transitan por diversas ramas de la antropologa y de

    las ciencias naturales.En 1965, La Plata inaugura su ctedra de Antropologa Social (ocupa-da por Jos Cruz, primero, y Mario Margulis, despus), indicador de cmola especialidad va adquiriendo mayor consenso. En Buenos Aires, la cte-dra homnima permanece fuera de la carrera especfica, albergada en la deSociologa, donde la dicta, por primera vez, el antroplogo norteamericanoRalph Beals.

    Dentro del conjunto de las ciencias antropolgicas, algunos arquelogosdieron apoyo a los jvenes egresados y alumnos que se resistan al mode-

    lo elitista de investigador que se pretenda formar desde las ctedras. Yahablamos de la influencia, en tal sentido, de Alberto Rex Gonzlez. En Bue-nos Aires, desempe un importante papel Ciro Ren Lafn, de filiacinhistrico-cultural pero sensible a los nuevos tiempos y preocupado por lacuestin nacional. No hesit en recorrer un periplo poco frecuente y en en-cabezar equipos de alumnos que, en la quebrada de Humahuaca, iniciaronuna indagacin diferente de la realidad local.

    Resulta difcil hacer nombres en esta generacin de antroplogos, muchosde los cuales fueron condiscpulos del autor de estas lneas y que, en elperodo que nos ocupa, tuvieron pocas posibilidades de dar salida a susinquietudes. La mencin va a ser, forzosamente, incompleta, tal vez injusta,y en funcin no tanto de su actuacin en la poca como de sus proyeccionesposteriores.

    Por sus tempranos aportes a la teora antropolgica y por la influenciaque ejerci entre un grupo de colegas, no podemos dejar de citar, sin embar-go, a Eduardo Luis Menndez. Blas Manuel Alberti tambin se destaca enel conjunto por sus intentos de replantear la antropologa, as como Santia-

    go Alberto Bilbao, cuyos esfuerzos se vincularon, desde el comienzo, con laaplicacin del conocimiento a tareas concretas. Primero, desde el InstitutoNacional de Antropologa; ms tarde, en el Instituto Nacional de TecnologaAgropecuaria (INTA). Margulis y Cruz, en La Plata, sealan rumbos indi-

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    tos, as como Edgardo Garbulsky y Jos Najenson, en Rosario. En Crdoba,comienza a estructurarse un grupo, el de Pasado y Presente, de ponderablegravitacin, no solo en antropologa sino en ciencias sociales en general. Enesa provincia, en el mbito antropolgico-social, se destaca Beatriz Alasiade Heredia.

    Muchos graduados optan por aceptar los lineamientos tericos histrico-culturales, cuyos voceros siguen negando toda posibilidad de investigacinaplicada, aunque, a veces, la planteen oportunsticamente. Se destacan, enese ncleo, Mario Califano y Alfredo Tomasini, quienes practican la etno-grafa indgena. Hacen trabajo de campo, obtienen subsidios y publican. Elinters por el estudio de aspectos descontextualizados de la realidad, como

    las mitologas indgenas, basado en presupuestos irracionalistas y en unaparticular versin de la fenomenologa, comienza a sustituir al histrico-culturalismo original. Marcelo Brmida maniobra para conservar el poder,frente a una presin creciente que exige modificaciones, ya durante el con-turbado perodo de Frondizi-Guido, ya en el intento democrtico formal deArturo Ilia.

    Todava, las investigaciones ms actualizadas son pocas y tropiezan conevidentes dificultades para conseguir financiacin o publicar sus resultados,pero se percibe el cambio. La antropologa pugna por salir de los cencu-

    los e integrarse, interdisciplinariamente, a otros enfoques. Desde una u otratendencia, los antroplogos salen a relevar la realidad de nuestra poblacinviviente, aunque los indios muertos sigan acaparando la mayora de los re-cursos. La cantidad de nuevos graduados genera calidad y la consideracindel otro cultural empieza a encarrilarse dentro de los cnones ms moder-nos de la disciplina. Hasta que, de nuevo, llegan los tanques.

    LA CENSURA: 1966-73

    Lafn y Madrazo coinciden en que 1966 representa un hito: el fin de lanueva antropologa, para el primero, o el de la apertura terica, parael segundo. La llamada revolucin argentina, que derroc al presidenteIlia, se caracteriz por sus ribetes mesinicos: no se trataba de un movi-miento provisorio ni se planteaba la salida institucional. Debera estar enel poder hasta plasmar un rgimen definitivo, sin partidos polticos y conuna orientacin impuesta desde arriba. Su arbitrariedad golpe duro a losuniversitarios, literalmente y con largos bastones.

    Indignados ante el atropello, decenas de miles de docentes presentaron susrenuncias, con la esperanza de producir un hecho poltico resonante. Otros

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    prefirieron permanecer, para luchar desde adentro. Nada de eso conmovial rgimen soberbio y, al poco tiempo, todos deben conformarse con luchardesde afuera. Sera la primera oleada del exilio, externo e interno, que golpeatambin a la antropologa. Casi toda la nueva generacin orientada hacia laantropologa social debe abandonar los mbitos oficiales, anegada, al parecerdefinitivamente, la isla democrtica por las olas del autoritarismo.

    En Mar del Plata, se reuni, a poco de instaurada la dictadura, el Congre-so Internacional de Americanistas, que haba sido preparado por el derroca-do gobierno civil como adhesin a nuestros 150 aos de vida independiente.Durante el mismo, graduados y estudiantes denunciaron, en volantes, elracismo del nuevo rgimen, cuyo presidente, el general Ongana, haba cali-

    ficado como de inferior calidad a la inmigracin latinoamericana que el pasreciba, por su origen indgena.Los golpes ms duros recayeron sobre Buenos Aires, donde Marcelo Br-

    mida adquiere hegemona absoluta, dominando resortes vitales, como el CO-NICET. En La Plata, Alberto Rex Gonzlez permanece, manteniendo vivoel anhelo de actualizacin que haba signado el perodo anterior. Rosarioconsigue instalar su Licenciatura, sobre la cual se ejercera, de inmediato,severa presin. Varios antroplogos rosarinos y porteos emprenden el exilioa Chile.

    Los universitarios expulsados de todas las especialidades comienzan areunirse en centros de estudio privados, donde muchos estudiantes universi-tarios van a buscar una formacin mejor que la que les brindan las casas dealtos estudios censuradas. En Ciencias Sociales, adquiere relieve el InstitutoDi Tella, que alberga a Esther Hermitte, en el rea de antropologa social,y donde trabajan, temporariamente, diversos antroplogos jvenes.

    En el interior, subsisten algunas islas. Guillermo Madrazo crea un Insti-tuto de Investigaciones Antropolgicas a partir del Museo Etnogrfico Mu-nicipal de Olavarra, el espacio de cuyas publicaciones pone a disposicinde sus colegas antroplogos sociales, si bien la produccin del Instituto es,predominantemente, arqueolgica. La Universidad de La Plata instaura laorientacin terminal en Antropologa Social en su Licenciatura. En 1969,Eduardo Menndez consigue que se implemente la carrera de Antropolo-ga en la Universidad Provincial de Mar del Plata, con dos orientaciones:Arqueologa y Antropologa Social. Ser rea de refugio para profesores via-

    jeros, no solo antroplogos sino socilogos e historiadores.Entre los que haban elegido caminos no acadmicos, Santiago Bilbao

    hace carrera en INTA. Primero, en Presidencia Roque Saenz Pea, Chaco,donde lo acompaar el recin egresado Leopoldo Bartolom. Luego, enTucumn, provincia golpeada por el autoritarismo. All, desenvolvera unamemorable tarea junto a obreros caeros desplazados de su trabajo a los

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    que se pretenda reconvertir, forzadamente, dentro de otras ramas agrcolas.Con esos pobladores, organiza instituciones cooperativas y fomenta formasdemocrticas de decisin.

    Es poca de redefiniciones. La proscripcin, que antes alcanzaba solo alperonismo, afecta a todo el espectro poltico. Aparece en escena lo que se dioen llamar la izquierda peronista, que, entre sus idelogos, cuenta con figu-ras como John William Cook o Juan Jos Hernndez Arregui. El peronismocomienza a ser revalorado. Con l, el significado de la cuestin nacional.Hay impresionantes insurrecciones populares, como el rosariazo o el cor-dobazo, que, en 1969, cierran la etapa mesinica del movimiento military fuerzan la bsqueda de una salida institucional. Se inaugura, tambin, la

    lucha armada en sus varias vertientes.En ciencias sociales en general y en antropologa en particular, hay unareaccin frente a cierta ofensiva de las fundaciones extranjeras que pretendencaptar para s a la intelligentsia nufraga de las universidades. El intento dereproducir aqu el criticado Plan Camelot que haba pretendido, en Chile,medir el potencial revolucionario del pueblo suscita, hacia 1967, jornadasclandestinas de sociologa y antropologa, que tienen lugar en templos ca-tlicos. Porque, en la Iglesia, tambin los vientos de Medelln haban dadonacimiento al movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que recla-

    maba un compromiso con el pueblo sojuzgado. En las jornadas, se fustiga aquienes ceden ante la tentacin externa.

    La aparicin de un nacionalismo diferente, que se proclamaba popularpara diferenciarse del que caracterizaba a la oligarqua, y cuyos anlisis sebasaban en la teora de la dependencia, tiene concreciones universitarias.Son las llamadas ctedras nacionales, de creciente influencia, a las cualesse vinculan algunos antroplogos. Guillermo Gutirrez edita su Antropolo-ga del Tercer Mundo, revista de gran repercusin entre las capas mediasuniversitarias, cuyo contenido exceda la problemtica antropolgica tradi-cional para incursionar en el anlisis histrico-poltico3.

    La arqueologa contina siendo la rama privilegiada de la antropologaoficial. En Buenos Aires, la investigacin etnolgica es impulsada entre et-nas indgenas locales y de los pases vecinos, en una indagacin que centraen la llamada conciencia mtica su preocupacin excluyente. El irracio-nalismo y la fenomenologa, entendida como ausencia de teora y captacincasi mgica de esencias culturales, son los marcos tericos esgrimidos, queresultan, particularmente, agradables al rgimen.

    3 Recientemente, apareci una edicin completa de esa publicacin, con CD y reproduccinfascimilar de artculos: Antropologa 3er Mundo, dirigida por Guillermo Gutirrez con prlogode Guillermo Gutirrez (2009), 1a ed. Buenos Aires. Editorial de la Facultad de Filosofa yLetras, UBA.

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    Algunas novedades se producen en el estudio de los habitantes del cam-po, monopolio, hasta entonces, del folclore. Esther Hermitte y Carlos Herrnconducen estudios en Catamarca con prolongada permanencia en el campo.De Inglaterra llega Hebe Vessuri, que desenvolvi su carrera en el exterior ytrabaja en Tucumn y en Santiago del Estero, vinculada a la universidad lo-cal. Eduardo Archetti arriba de Noruega y releva la situacin de los colonosdel norte de Santa F, con sustanciales aportes a la teora del campesina-do. Santiago Bilbao deja tambin, en medio de su intensa labor aplicada,pginas fundamentales sobre migrantes rurales del noroeste. Leopoldo Bar-tolom, que hace su posgraduacin en los Estados Unidos, estudia los colonoseuropeos de su Misiones natal. Luis Gatti, posgraduado en Brasil, estudia

    caeros salteos. Pareceran abrirse perspectivas importantes, en un reacasi indita de la investigacin antropolgica entre nosotros.La dictadura crey haber limpiado los claustros universitarios, con ma-

    yor o menor profundidad. Sin quererlo, y al calor de acontecimientos his-tricos impresionantes generados por la resistencia popular a sus planes,favoreci, en aulas y en ctedras, un debate nuevo, donde posiciones queparecan irremediablemente enfrentadas alcanzaron acuerdos inditos. Losque optaron por el exilio forzados o no robustecen su formacin en el exte-rior. En el pas, hay ncleos de resistencia, algunos de los cuales an ocupan

    espacios en universidades del interior. Otros se refugian en centros de es-tudios donde, apartados compulsivamente de la lucha ideolgica interna enla universidad, encuentran interlocutores vlidos intra e interdisciplinarios.Autodidcticamente, van afianzando su proyecto de construir una antropo-loga distinta. El retroceso del rgimen en su ltima fase y la realizacinde elecciones libres, por primera vez en 18 aos, parecan augurar cosasmejores.

    LA POLITIZACIN Y LOS ENFRENTAMIENTOS: 1973-74

    El triunfo popular en las elecciones inaugur tiempos, verdaderamente, ver-tiginosos. El gobierno electo pretendi impulsar un proyecto de liberacinnacional, basado en una movilizacin constante de las bases, que tropez,de inmediato, con las discrepancias internas, hasta entonces acalladas. Elpoder militar se retir de la escena, expectante, y con l, sus personeros. Enantropologa, le toc, esta vez, a Marcelo Brmida buscar un rea de refugio,si bien el nuevo gobierno no lo despoj de sus vnculos con la universidad.Su condicin de investigador del CONICET le permiti proseguir sus in-vestigaciones etnolgicas, y l y sus discpulos crearon, prudentemente, un

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    Centro de Estudios con financiacin estatal (Centro Argentino de EtnologaAmericana: CAEA) desde donde continuaron y continan produciendo.

    Gente joven y entusiasta asumi la conduccin de la carrera portea ya ella reingresaron muchos de los antroplogos que haban sido margina-dos por la dictadura. La mayora de los profesores que haba permanecidoen la universidad prest su apoyo al esfuerzo, que se propona revertir elsentido elitista de la disciplina y volcar, decididamente, a la antropologahacia una labor transformadora. Con el trabajo voluntario de graduados yestudiantes, se rehabilit el viejo Museo Etnogrfico, que sac su acervo ala calle. Temas inditos fueron desarrollados desde las ctedras, como Elgaucho y el indio en la historieta argentina o Anlisis de contenido de los

    libros de lectura en la escuela primaria, este ltimo llevado adelante poruna conocida folclorloga, Susana Chertudi, especialista en narrativa folcl-rica. Se dictaron seminarios de vivienda popular, de medicina, de educaciny, hecho absolutamente inslito, los otros culturales penetraron en el am-biente universitario a dialogar y a discutir con los investigadores. Indgenasy villeros se volvieron una presencia frecuente en los claustros, ya no comoobjetos de estudio sino como interlocutores.

    Pasada la primera efervescencia, se traz, por consenso, un nuevo plan deestudios que pretenda formar profesionales especializados en arqueologa,

    en poltica indgena, en salud, en educacin y en vivienda, reas conside-radas prioritarias, en funcin de necesidades populares. Tan brusco virajeprovoc el desagrado tanto del viejo mundo acadmico como de sectoresderechistas del propio gobierno. La crtica liberal suele denostar la prdidade especificidad de la disciplina, que habra acaecido, en el perodo, al ca-lor de la politizacin; la izquierda reprocha la incorporacin de contenidospopulistas a las bibliografas; la de derecha, la infiltracin marxista enun nacionalismo que juzga espurio y sin la suficiente alcurnia. Lo cierto esque los tiempos no permitieron decantar la efervescencia inicial (aunque seintent) ni encauzar los entusiasmos por carriles normales. Poltica y cien-cia estaban demasiado entrelazadas y confundidas, y el eco de las posicionesiconoclastas, pronto, habra de desencadenar, de nuevo, la represin lisa yllana.

    Mientras tanto, la Universidad de Salta inauguraba, en 1973, su carre-ra especfica y, poco despus, se desarrollaban, en la ciudad nortea, unasactivas jornadas de la disciplina. En Misiones, a inspiracin de LeopoldoBartolom y de Luis Gatti, naca, al ao siguiente, la primera Licenciatura

    exclusivamente dedicada a formar antroplogos sociales. En Horco Molle,Tucumn, especialistas del mbito agrcola (la mayora antroplogos, comoel propio Bartolom y como Hebe Vessuri) se reunieron, en 1974, a debatirsobre temticas vinculadas a la reforma agraria.

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    REPRESIN Y PARALIZACIN TERICA: 1974-1983

    Ya en las postrimeras del gobierno peronista, la represin se desata desdesectores del Estado y desde organismos parapoliciales sobre la universidady, en particular, sobre las sospechosas ciencias sociales, la antropologaentre ellas. Muerto Menghin, Brmida reasume la conduccin, colaborandoen el proyecto de destruccin de la antropologa argentina, no obstante ha-ber sido uno de los impulsores de la creacin de la carrera, 17 aos atrs.La idea era retrotraer la Facultad de Filosofa y Letras a las inofensivashumanidades, para lo cual se separan de ella los cursos de Sociologa y dePsicologa, reducindose el primero a una suerte de posgrado que funcionar

    en la Facultad de Derecho.La limpieza comienza ya con la llamada misin Ivanisevich. En mu-chos casos, las nuevas autoridades ni se molestan en promulgar cesantas:dejan de pagar sueldos y prohiben la entrada a la facultad a quienes conside-ran indeseables. El golpe militar continuar en esta lnea, aunque ampliandoel espectro persecutorio.

    En Tucumn, el lopezreguismo ataca, con saa, el excelente trabajo coope-rativo de Santiago Bilbao. Detenido y maltratado, esta notable figura de laantropologa aplicada consigue la opcin para salir del pas, prevista por el

    estado de sitio vigente, y migra a Venezuela.En 1975, Marcelo Brmida y Benigno Martnez Soler consiguen que la

    universidad portea, por resolucin, convierta la Licenciatura en CienciasAntropolgicas en una orientacin de la carrera de Historia. La reaccin, en-tre otros, del Colegio de Graduados en Antropologa, que haba sido creadoen 1972, detiene la medida. El Interventor militar del Proceso, bien ase-sorado, intenta, en 1976, vaciar el curso de toda posibilidad de aplicacin.Se elimina la Antropologa Social y se admite, como especializaciones, solola Etnologa, la Arqueologa y el Folclore. Para propiciar un vuelco haciala docencia, se otorga el ttulo de Profesor de enseanza secundaria en laespecialidad (que no se dictaba en escuelas secundarias). En 1981, se cierrala inscripcin de nuevos estudiantes para convertir al curso en un posgrado,pero el Colegio de Graduados consigue detener ese intento en 1982. Acosada,vaca de contenido, la carrera portea se mantiene (Madrazo 1985).

    El fallecimiento de Brmida, en 1978, promueve a primera fila a sus dis-cpulos y seguidores, que se ocupan de fortalecer, con subsidios oficiales,el centro de investigacin privada, que crearan en 1973. Desde ese y otros

    ncleos de poder, continan la obra del maestro, editan lujosas publicacio-nes y viajan, frecuentemente, al exterior. De hecho, monopolizan la laborantropolgica, tanto en la esfera acadmica como en investigacin, con elbeneplcito del gobierno autoritario.

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    La reduccin a posgrado tambin se ensaya en La Plata, en 1976, peroel intento se frustra, en 1978. En Rosario, tienen ms suerte y consiguenretornar al posgrado en Historia, con el mismo plan de 1959. En 1975, larepresin desplaza al equipo de Menndez de Mar del Plata y, poco despus,se cierra la inscripcin, dictndose las ltimas materias en 1978. En 1976,tambin se cierra la inscripcin en Salta, donde la carrera tambalea peropermanece en estado latente, hasta ser rehabilitada junto con la democracia.

    Misiones sobrevive milagrosamente. Volcada hacia la antropologa social,docentes y estudiantes consiguen vincular el curso a estudios concretos dela realidad local, convirtindose en asesores del Ente Binacional Yaciret ydemostrando su eficiencia. Algunos profesionales de valor encuentran all re-

    fugio. En setiembre de 1983, ya en la agona del Proceso militar, convocan,en Posadas, al Primer Congreso Argentino de Antropologa Social.El exilio aumenta en el perodo. Quien no parte por cuestiones polticas

    lo hace por razones econmicas. Se cierran las fuentes de trabajo y todala antropologa parece destinada a desaparecer del escenario argentino. Ladispora se distribuye por todo el mundo: Venezuela, Espaa, Suecia, Fran-cia, Brasil, Mxico, Argelia, Italia, Ecuador, Costa Rica ven llegar a losantroplogos argentinos en fuga. Por lo general, su actuacin es brillante.En espacios acadmicos propicios, desenvuelven todas sus potencialidades y

    se destacan por sus aportes tericos y por sus trabajos empricos. Muchosechan races hondas y su recuperacin, para el pas, se torna difcil.

    Dentro, se resiste. Se abren espacios en el Instituto de Desarrollo Eco-nmico y Social (IDES) y hasta una Maestra en Antropologa Social enla Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), impulsadaspor Esther Hermitte. Edgardo Garbulsky y sus colegas rosarinos se nucleanen una asociacin que lucha por la reapertura de la carrera. Blas Albertiorganiza un Centro de Estudios de Antropologa, donde lleva adelante ex-periencias interdisciplinarias. El psimo nivel de los cursos oficiales originacierta demanda en la docencia, pero investigar se vuelve difcil. Las penu-rias de la antropologa solo acabaran al reingresar el pas en la perspectivademocrtica.

    REENCUENTRO Y NUEVAS BASES: 1984 EN ADELANTE

    El resto lo estamos viviendo. Con el gobierno electo por el pueblo, se pro-duce el retorno de muchos antroplogos exiliados. Se modifican planes deestudio, se proveen ctedras por concurso, se inicia la rehabilitacin de losrganos de gobierno participativos en la universidad. Rosario pone de pie su

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    Licenciatura, Salta la reorganiza, Jujuy la crea. Los personeros del Proce-so militar son cuestionados, y los jvenes estudiantes conocen, por primeravez, a los representantes de una generacin prohibida. Las experiencias se

    juntan y el dilogo se reanuda.De nuevo, la Antropologa Social accede a las ctedras y se convierte

    en orientacin. Para quienes la vimos tan perseguida, resulta notable laaceptacin, hoy en da, de la antropologa social como sinnimo de todala antropologa no arqueolgica, o antropologa del viviente, al decir deBrmida. La arqueologa, tambin diezmada, ve reconstruirse sus equipos,y modernizarse sus tcnicas y sus marcos tericos. Otro tanto ocurre con elfolclore.

    En 1985, Olavarra convoca al 1er. Congreso Argentino y Latinoameri-cano de Antropologa Rural, donde se descubre que los estudios sobre temascampesinos no estaban muertos en el pas. Acuden especialistas de Brasil yChile, estudiantes de toda la Repblica, de Uruguay y de Per. En 1986, seefecta en Buenos Aires el II Congreso Argentino de Antropologa Social,cuya concurrencia extranjera, tanto estudiantil como profesional, es ms am-plia an (entre otros, asistieron representantes de Mxico, Venezuela, Per,Uruguay, Francia, Italia, Estados Unidos y muchos de ellos, argentinos allresidentes). Se reabren contactos a nivel internacional y la antropologa ar-

    gentina se hace presente en foros donde, por muchos aos, brill por suausencia.

    No es una poca de oro, como no lo es para el pas. Los fondos paradocencia e investigacin son escasos; los medios, precarios; el conocimientoentre los profesionales, insuficiente. Pero, se percibe cierta madurez y ciertoprofesionalismo en las propuestas y un gran potencial de crecimiento. Esosanhelos, un tanto informes, de descifrar la realidad de los sesenta persisten,pero, ahora, en un conjunto de profesionales maduro. La voluntad trans-formadora del 73 transita carriles ms pausados pero ms lgicos, dondeel enfrentamiento apasionado se transforma en debate respetuoso. En los

    jvenes estudiantes, se advierte avidez por instrumentarse y una diversidadde preferencias temticas notable.

    Los frenos que la reaccin pretendi aplicar a la antropologa se van des-trabando, y su resultado no es la catstrofe que sus idelogos auguraban.Los antroplogos pretenden, apenas, conocer su pas y ayudar a entenderlo.Claro que, tambin, a modificarlo, pero, en eso, no estn solos.

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    APNDICE: DESPUS DE 1986

    Casi diez aos transcurrieron desde que escrib esas lneas. Hasta la actua-lidad, se agregaron otros tres congresos de antropologa social y naci unanueva carrera de Antropologa en Olavarra, en la rbita de la UniversidadNacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. En Tucumn y Cata-marca, se crearon carreras de Arqueologa. Hace unos meses, en setiembre de1995, junto con Roberto Ringuelet, hube de reflexionar, nuevamente, en uncongreso internacional, sobre nuestra antropologa (Ratier, H. y Ringuelet,R. 1995). Transcribo algunos prrafos, a modo de actualizacin:

    En general, hay poca reflexin escrita o balances sobre esta ltima etapade la antropologa argentina (Herrn 1993). Los trabajos que intentanuna visin de conjunto suelen concluir con la mencin de la aperturademocrtica, incluyendo algn prrafo esperanzado hacia el futuro. Sinembargo, hace ms de diez aos que la antropologa argentina ha reasu-mido su puesto en el debate mundial de la disciplina, ha investigadotemas y ha dicho cosas. La presencia de profesionales en foros interna-cionales es constante, y ya se podran avizorar tendencias.Por nuestra parte, nos animaramos, por ahora, a apuntar algunas ca-

    ractersticas del perodo.a. Retorno y aportes. La dispora ha vuelto. Retornan antroplogos

    con experiencias diversas, hechas en la academia y en el campo me-xicanos, brasileos, ecuatorianos o europeos. Esto fertiliza a la an-tropologa argentina y crea puentes internacionales, fruto de lo quepodramos llamar sndrome del exilio: el conflicto de lealtades, enlos ex-exiliados, entre el pas que fue anfitrin y la devastada antro-pologa nacional. Bibliografa indita aparece en ctedras y en grupos

    de investigacin. En algunos casos, se concretan convenios que llevana jvenes argentinos a completar su formacin en el exterior.No todos han vuelto. No obstante, an aquellos que resolvieron per-manecer en el extranjero hacen peridicas entradas y aportes a laantropologa nacional. Estos profesores visitantes tambin tratande componer, de esta forma, el conflicto que les genera su no retorno.Constituyen una magnfica va de renovacin para la ciencia local.

    b. Vueltas atrs. El impulso a la investigacin, durante el primer go-bierno democrtico, se tradujo en la renovacin del rgano rector del

    fomento cientfico, el CONICET, cuyas comisiones asesoras abrieronlos, no muy abundantes, recursos a las nuevas orientaciones. Del mis-mo modo, desde la Secretara de Cultura se cre la Direccin Nacional

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    de Antropologa y Folclore que conduca, entre otras cosas, el viejoInstituto Nacional de Antropologa.

    En ambas instancias, hubo novedades. Tales, las becas y el ingreso a lacarrera de Investigador de nuevas promociones, sin que, bueno es repe-tirlo, se viera afectada la trayectoria de quienes estaban en ella duranteel perodo anterior. En la Direccin Nacional y en el Instituto fueron me-morables los encuentros nacionales y regionales de antroplogos, dondese debatieron todo tipo de problemas profesionales.Esto se revirti, a partir de 1989. Sorpresivamente, el nuevo gobiernoreinstal en el CONICET una Comisin Asesora, integrada por repre-sentantes de quienes fueron conduccin durante los perodos autoritarios.Se intenta excluir, nuevamente, a quienes practican la antropologa so-cial, acusndolos de sociologistas. Se reivindica como etnografa soloel estudio de los indgenas y se dejan retroceder, alarmantemente, losrecursos destinados a investigacin antropolgica.Los encuentros de antroplogos se cortan; se disuelve la Direccin Na-cional de Antropologa y Folclore y, en el Instituto Nacional de Antro-pologa (ahora con el agregado de y Pensamiento Latinoamericano),se reinstala la anterior conduccin.

    POLTICA Y ACADEMIA

    Esta resea puede parecer, a ratos, excesivamente poltica. No se ha pro-fundizado en muchas tendencias tericas debatidas en antropologa antesy ahora, por ejemplo. Y es que nuestra visin no puede apartarse de loscondicionantes poltico-administrativos de la disciplina.

    Fueron demasiado importantes. Condicionaron nuestro desarrollo acad-mico, nos mantuvieron en una posicin marginal, afectaron profundamentenuestras vidas profesionales y privadas. Marcar la aparicin de tendenciasregresivas debera preocuparnos. Lo mismo, la ofensiva privatista que aspiraa eliminar la conduccin estatal de la investigacin cientfica.

    Lo que mantiene la esperanza, sin embargo, es la persistencia de la es-tructura democrtica. Ya no va a ser tan fcil suprimir carreras, restringirrecursos, sin dar razn, o imponer, sin ms, resoluciones arbitrarias. Ascomo los personeros de las dictaduras utilizaron para subsistir los resortes

    democrticos, no pueden obrar ahora como antes. Los ms lcidos, de entreellos, ya recurren a la negociacin. Algo de las buenas iniciativas persis-te a regaadientes de quienes deben soportarlas. La antropologa argentinaest conectada con el mundo, puede recurrir a foros internacionales. Eso

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    nos hace retomar la lucha con nuevos bros, encararla con otro espritu. Endemocracia, toda rectificacin es posible.

    A MODO DE POSDATA4

    Ledo este viejo texto, su obsolescencia salta a la vista. Aparece muy pegadoa la coyuntura y relata episodios superados. No obstante, reivindicaramos lareflexin sobre el irse formando de la carrera de Antropologa entre nosotrosy su vinculacin con la poltica autoritaria, que tantas veces la tuvo en ja-

    que. Hay un tono muy ligado a lo autobiogrfico. Para quienes retornbamosdel exilio, 1983 era un punto de llegada auspicioso, el final de la obligadaausencia. Se nos planteaban tareas urgentes de reconstruccin, volvamosa los claustros universitarios procurando recuperar el tiempo perdido. Enmi caso personal y conozco colegas en igual situacin, en marzo de 1987,cumpl, por primera vez, tres aos de permanencia continua como docenteen la UBA.5 Me recib en 1964. Al volver, entre las tareas urgentes y casi co-mo una obligacin, se nos planteaba contar nuestra experiencia profesional,desconocida para las nuevas generaciones.

    Pasaron 26 aos desde ese 1983 que vivamos, al mismo tiempo, comofinal de un perodo y comienzo de otro. La antropologa creci institucional-mente, hubo nuevas carreras y especialidades, cursos de grado y posgrado.Los congresos se multiplicaron, aumentaron las publicaciones. Se ampli,enormemente, la temtica; creci la discusin cientfica. Para muchos denuestros alumnos y colegas, la etapa autoritaria es, en el mejor de los casos,un recuerdo de infancia.

    Son buenos tiempos para correr ms hacia el presente las tentativas histo-riogrficas. Es necesario comenzar a pensar las diferentes corrientes tericas

    vigentes en la Argentina; los grupos de investigacin actuantes en el pas,en distintas provincias e instituciones; los resultados de su tarea; la tra-yectoria de publicaciones con dcadas de existencia. Es lo que se proponeMariza Corra para Brasil: mapear el territorio de la disciplina (1987).En ese sentido, convocaramos a las nuevas generaciones a asumir esa tarea.Parafraseando a la colega brasilea, propondramos, como objetivo de eserelevamiento, responder a la pregunta de si, adems de una antropologahecha en la Argentina, existe una antropologa argentina. Sin desdear laconsulta al pasado, deberamos ver, crticamente, todo lo realizado en es-tos tiempos de democracia. Particularmente, es imperativo regionalizar las

    4 BUENOS AIRES, 2009.5 En el ao 2001, acced a mi jubilacin, lo que marca una continuidad satisfactoria en lalabor docente y en la de investigacin. Super, con creces, el sndrome de los tres aos.

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    vertientes historiogrficas, reseando lo hecho en cada una de las sedes decarreras de la especialidad. Evitar cierto porteocentrismo que, en mi caso,advierto y lamento. El desafo est planteado y es, con satisfaccin, que pasola posta a quienes lo acepten.

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