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El reencuentro
El lugar estaba lleno de luz; era amplio, tan amplio como un pas
vaco, desierto, sin vida pero agradable y dulce. Una llanura sin
horizonte ni frontera.- Viejo, hemos perdido?La pregunta le sali
disparada en un improviso, fue lo primero que pens y como tal la
solt. No saba dnde estaba. Mucho menos entenda por qu estaba
delante del Viejo ni cmo haban llegado hasta aquel lugar.- As
dicen, hijo, as dicen.Le respondi sin aspavientos; lo deca con
pausa, sin conviccin ni resignacin, slo como quien adelanta un
chisme que, de tanto ser contado y repetirse de boca en boca,
florece a destiempo, sus frutos se desploman antes de madurar y da
en tierra con su despropsito.Al recin llegado le brillaban dos ojos
oscuros, negros y pequeos, en el fondo de la cara; boquiabierto e
inquieto lanz una mirada a su alrededor tratando de comprender
algo, cualquier cosa. De pronto, un ligero temblor recorri su
cuerpo al darse cuenta que haca muchsimos aos que nada saba del
Viejo, que no lo haba visto; lo daba por muerto y sin embargo, sin
alerta ni aviso, lo tena delante de sus narices, a un palmo de
ella.- Qu hacemos ahora?- No tengo ni idea. respondi el Viejo.>
Ambos giraron en redondo tratando de encontrar alguna seal. Nada.En
contraste con la blancura del lugar, llamaba la atencin y resaltaba
la vestimenta de los lugareos; aunque vestimenta y lugareos era
mucho decir puesto que no se poda distinguir quines eran ni qu
llevaban encima, en el mejor de los casos parecan sombras, s, eso,
eran sombras.Sombras agrupadas por decenas, centenas o millares,
difcil saberlo; tan slo algunas caras conocidas estaban dentro de
aquella multitud. Conformaban grupos por aqu y por all, todos
conversando; a la distancia no se oa nada, pero por los gestos y
ajetreos se podra decir con conviccin que discutan, que
intercambiaban opiniones con gran fogosidad.- Hola cumpas, qu
tal?Al girar, se toparon con Felipe y una sonrisa de oreja a
oreja.- Venancio! Pero si ests hecho todo un hoombre, ya no eres el
nio de antes!- As? Pero t y el Viejo estn tan aejoss como siempre!
replic Venancio rascndose la nuca y ahogando una sonrisa en la
comisura de los labios.- Las apariencias, las apariencias engaan.
dijo el Viejo mirando de reojo y haciendo un gesto sombro como
quien empieza a comprender algo all, en el fin del mundo, al borde
del desierto. Una impresin. Casi como un suspiro.- Pero, qu est
pasando? Dnde estamos? Venancio se inquietaba cada vez ms.Felipe,
tan prctico como siempre, le puso las manos sobre los hombros, lo
mir fijamente y le pregunt si recordaba algo que hubiera pasado
antes de llegar a este lugar.- No, no lo s... Estaba con mi
mujer... Choolita, Cholita, corre...corre... Al nio convertido en
adulto le flaquearon las piernas, se le enturbiaron los ojos y
empez a sollozar.
Difcil sera contar o tratar de manifestar cmo, pero ante ellos
se abra ligeramente lo que de
-
suelo les serva y los tres con asombro lo vean.Cuatro cuerpos
yacan sobre dos mesas rodeadas de muchsimas velas encendidas y
gente ataviada con ponchos y polleras de oscuros colores; gente
buena, con el rostro curtido y quemado por el estriado fro; gente
piadosa, gimiendo, llorando, lamentando, maldiciendo, condenando.
Por dnde trajinas, tayta dios? A qu te dedicas? De qu lado ests y
qu te propones? Por qu nos has abandonado, desgraciado? Le
interpelaban como si existiera; se lo reclamaban por si l no saba
lo que haca.Dos de los cuerpos eran an pequeitos; amarillitos como
la flor de retama se estaban. Venancio con mucha atencin los observ
y sin prisa ni precipitacin los reconoci. No haba duda. S, eran sus
hijos. Macho y hembra los cre.Sobre la otra mesa reposaba el cuerpo
impoluto de su mujer; era menuda, fuerte y fogueada pero por una
sola vez no pudo correr.Venancio, hacia un costado sealaba y
desolado con la mirada afirmaba. Se reconoci amortajado.- Ese soy
yo! Ya me mataron, carajo! y enntonces todo lo record.
Estaba en su choza en la cima de la colina, y entre sueos le
llegaba el murmullo del arroyo que por detrs y hacia abajo corra.
Acostumbrado a or dormido y a distinguir los difanos sonidos de la
naturaleza de los por el hombre producido, el pisar de sigilosas
botas descubri. Se arranc la manta que lo abrigaba de un manotazo y
de un salto se levant, cogi al vuelo a sus hijos y grit a su mujer
para que despierte, que se levante y corra. Lo que aconteci fue
fulminante. Los soldados tenan rodeado el pequeo pueblo, y la
chocita que cobijaba a Venancio y su familia era pasto de las
llamas; su cholita fue derribada al octavo paso y los dos soldados
que la golpearon se le fueron encima. A Venancio le quitaron los
hijos. A la nia le abrieron el vientre de un solo tajo y con sus
dos aitos, ayer recin cumplidos, abandon este valle de lgrimas sin
tiempo para quejarse. Al varn recin nacido lo lanzaron al aire con
tanta violencia que ya no respiraba cuando cay entre las rocas.
Venancio ya tena varias costillas rotas a patadas cuando a rastras
lo llevaron cerca de su cholita para que vea cmo la violaban; uno
de tras de otro, como fieras desbocadas la golpeaban, impotentes
trataban de someterla profiriendo maldiciones contra todos los
terrucos de mierda que pueblan la sierra. Te vamos a reventar puta
maldita! Toma, conchatumadre, para que aprendas t y todos los muy
hijoeputa a no meterse con la autoridad! Trataban de penetrarla. Y
le daban con la culata del fusil. Una lucha desigual. Ellos tenan
los pantalones cados y la verga presta; ella se defenda con uas y
dientes, araando, mordiendo, escupiendo, pateando, maldiciendo y
gritando sin pedir clemencia, dispuesta a luchar hasta el ltimo
hlito de vida. Morira de pie aunque ya estaba tendida. Alguien
dispar. Venancio logr incorporarse a medias pero un rodillazo en la
cara lo derrib por ensima vez, qued tumbado de espaldas viendo el
cielo abierto; con lo ltimo que le quedaba de fuerza catapult el
pie hacia arriba y le dio de lleno en los cojones al soldado que
delante tena. Varios brutos se le fueron encima y a punta de
culatazos empezaron a partirlo. Ya no senta nada, el dolor y la
misericordia lo haba abandonado; trat de tomar la mano yerta de su
cholita cuando todo se torn oscuro, silencioso, apacible y descendi
a la ms profunda y oscura de las noche con un te quiero a flor de
labios.
-
Los tres suspiraron y guardaron un silencio largo.- Dnde
estamos? volvi a preguntar Venanccio- Este no puede ser el reino de
los cielos reservado para nosotros.Rieron.
Felipe se adelant a la pregunta que vea llegar y cont que su
columna se desplazaba de Ayacucho a Huanta, salieron de noche y
poco antes del amanecer deberan llegar al punto sealado para unirse
a la III Compaa y continuar con direccin a Huancavelica. A la hora
del oscuro mand detener al grupo porque haba algo que le quitaba el
sosiego y quera mandar un gua por delante para que viera si el
camino estaba despejado. Dar la vuelta a la loma y bajar era lo
poco que por andar les quedaba.Mientras daba las instrucciones
necesarias para preparar el descenso, les cay una lluvia de balas
que los tom desprevenidos. Haban cado en medio de una emboscada. Se
defendieron lo mejor que pudieron pero no tenan forma de ganar ni
escapar. En menos de media hora ya estaban vencidos. No tena
sentido seguir luchando, a la orden cesaron los disparos y
empezaron a gritar que se rendan. Dejaron las armas en el suelo y
se pararon con las manos en alto. Slo cinco lo pudieron hacer, sus
heridas eran leves. Los otros doce estaban muertos o mal heridos.
Los soldados los rodearon. Se acercaron a los tendidos, y a
bocajarro volvieron a matar a los muertos y asesinar a los heridos.
Nadie protest. Uno haba pedido clemencia y respeto en nombre de su
viejita, una rfaga le destroz la boca. Calla hijoeputa! ladraron.-
Nos llevaron a la altura que estaba por ahh, al frente de
nosotros... hizo con la mano izquierda una seal difusa hacia
adelante y despus de una breve pausa, que pareci eterna, movi la
cabeza como para sacudir errores y malos recuerdos, continu- y nos
hicieron poner en fila con las manos por detrs de la nuca.- No
tuvimos tiempo para mirarnos ni de reojjo, tampoco para cantar,
gritar o cualquier otra cosa parecida. carraspe y afligido continu-
Sent varias punzadas, como la picadura de una avispa en pata
calata, y di de espaldas contra la loma; me golpe la cabeza con una
piedra saliente, ca y qued sobre la grava mirando el firmamento,
estaba repleto de estrellas. Carajo, despus de una semanaza de
lluvias, por fin estaba despejado el cielo y el Sol amenazaba con
salir! Y yo all, tirado sin morir! Tena sed pero no poda hablar,
tena los ojos abiertos y los huesos me dolan, haca fro. No s cunto
tiempo pas as, pero en algn momento alguien me agarr por las manos
y empez a arrastrarme hacia un lugar donde ola a sangre, meados,
cal, crematorio, incienso y cagada; quien me jalaba me coloc al
lado de otros cuerpos fros, y cuando, por esas malas pasadas de la
vida, nuestros ojos se cruzaron, no s qu me habr mirado l, pero
vomit; lo que yo le vi fue una cara de imberbe recin inaugurada en
faena para hombres de uniforme, sin miedo, con valor y coraje para
defender su patria.Hizo un silencio, baj la cabeza y levant los
hombros, solt un bufido y sigui:- Luego, vinieron otros, nos
cargaron y tiraaron a un hueco profundo; estaba casi lleno cuando
me lleg el turno, al parecer tambin haban trado cadveres de otros
lugares. Ya no haba estrellas, el Sol brillaba en algn lugar que no
poda ver. Segua teniendo sed. Echaron tierra y nos escondieron bajo
algunas piedras. Quera gritar, avisar que an estaba vivo; pero no
pude, me fui asfixiando y muriendo de a poco. Vaya mierda!
-
- Y t, Viejo?- Yo? Muy bien, gracias.Una sonrisa y se sintieron
relajados. No les resultaba fcil abrir el alma y mostrar los
pesares.- Estuve en un caf discutiendo con algunos dirigentes
indecisos que no saban si persistir o no. Todos habamos ledo los
peridicos que publicaban la primera carta que solicitaba
conversaciones que conduzcan a un acuerdo de paz y cuya aplicacin
llevase a concluir la guerra. Tambin la segunda y el borrador de la
tercera. En poco tiempo esas cartas haban causado un despelote
tremendo al interior de nuestras filas; los capituladores tenan la
sartn por el mango en las prisiones, y la mayora, de los que
quedbamos afuera, se decantaba por soar con que es bodrio era una
patraa; no comprendan la urgente necesidad de desenmascarar al
renegado pues no crean, ilusos de ellos, que fuera capaz de tamaa
traicin, as que en nada qued la discusin. Estaban ciegos! Sordos y
ciegos! Lo ltimo que recuerdo, si la memoria no me falla, es que
conversbamos con pasin y buen humor cuando notamos que la duea de
la cafetera hablaba por telfono mientras nos miraba con suspicacia,
as que por precaucin decidimos retirarnos. Al parecer la decisin
fue tarda. Ya en la calle, sent que por atrs me golpe en la cabeza
algo muy caliente. Y de all para aqu, slo un quejido.
-Estamos en el limbo?Venancio segua preocupado por saber dnde se
encontraban.- Ni que fueras santo o patriarca. le respoondi Felipe
y el Viejo ri con ganas.- No estamos en ninguna parte, esto no
existte y nosotros tampoco. Suspir, carraspe y lentamente continu-
Al parecer hay quienes estn pensando en nosotros y nos mantienen
vivos en sus mentes y corazones. S, eso debe ser.El Viejo hizo un
silencio para saborear su descubrimiento.En ese momento notaron un
resquicio en lo que de suelo les serva; por ah les llegaba un
rumor, algo parecido a un ro que rueda canto con direccin a la
brava mar. Un arrullo grato que da seguridad e ilumina el alma. Se
acercaron, a gachas, los tres metieron simultneamente los dedos
entre la pequea abertura y jalaron hacia los lados. Miraron. Abajo,
el terreno se encorvaba levantndose majestuoso, de entre las
cordilleras, por la caada de la izquierda, se vea un hilo rojo que
discurra hacia delante. Pusieron los ojos en rendija y aguzaron la
vista. La imagen se hacia ms clara al acercarse hacia ellos; eran
banderas, rojas, tremolantes al viento sealaban el nuevo amanecer.
El susurro se hizo ms cercano y profundo; antes de ser
definitivamente claro, ya lo haban reconocido. Cmo qu no! Cuntas
veces lo haban cantado! Si lo llevan bien metido en la conciencia!-
Por los valles y los andes...!Se quedaron oteando un rato
largo.Venancio haba cambiado de aspecto, el rostro se le ilumin con
una sonrisa infantil; tal vez le vinieron a la memoria algunas
imgenes, algunos recuerdos de los primeros aos.Se incorporaron,
sonrean. Miraron a un lado y al otro para comprobar que no estaban
solos.- Cumplimos lo prometido! fue un pensamiennto al unsono.
Felipe not una mancha oscura, la nica que se levantaba sobre
alguien.- Miren, dijo- ese hombre, en su jaula, toddava se envuelve
en su propia sombra y se pregunta
-
por qu anda a oscuras.Sonrieron. Se alejaron de all fundidos en
un abrazo flotando sin prisa; un abrazo como aqul que se dieron
cuando se despidieron en la resaca de la vida. El Viejo los apret
contra su pecho y reiter lo que les haba dicho hace veintids aos:-
Seamos humildes y nos mantendremos eternoos!
Rafael Masada3 de diciembre de 2007
Con profundo reconocimientoa todos aquellos hombres ymujeres que
dieron la vidaen la heroica e inacabadalucha por la liberacinde
nuestra patria.
"Eppur si muove"(Galileo Galilei ante la Inquisicin)
RESACAPero qu calor senta en pleno invierno! Estbamos en Las
Piedrecitas, que con sus doscientos metros de ancho es la nica
playa de piedras en cincuenta kilmetros de costa. La visitaba a
menudo, sobre todo en invierno. Unas veces iba solo, otras
acompaado de mi mujer, en ocasiones me escoltaba alguno de mis
hijos, o bamos todos juntos. Aquel da, los seis, la pasbamos de lo
lindo. Siempre me atrajo el ruido que produce el movimiento de
retroceso de las olas tras romper en la orilla de piedras.
El sonido de la resaca es espectacular, meloda brava, valiente y
pendenciera. Toda la familia estaba junta, mi mujer, mis cuatro
hijos y yo. El Sol, inmenso, anaranjado, brillaba, en invierno,
cosa extraa, colgado de un cielo despejado, incendiando el
horizonte, listo a clavarse, cual pualada, en la mar serena.
Nosotros lanzbamos piedras contra las olas para medir nuestras
fuerzas; era mejor quien ms lejos las haca llegar y quien ms veces
las haca rebotar sobre el agua. Mi ltima piedra dio cinco
magistrales brincos. La ola se haba levantado arrogante y esper a
que reventara sobre las piedrecitas de la playa; a una milsima de
segundo, antes de que inicie su retirada en hermosa sinfona
quejosa, lanc la piedrecilla ms plana que pude encontrar en la
ltima media hora, vol a ras del agua un largo trecho, dio un
tremendo bote, y otro, y otro ms, hasta cinco; todos saltbamos de
alegra; aunque la competencia no haba terminado, me senta el
ganador. Fue de locura, bullicio, risas, risotadas, correteos... -
Tramposo...! -me gritaron cinco voces.... De pronto, sin explicacin
ni permiso, las olas se encresparon, el sonido de la resaca se torn
ensordecedor, ululante como el de un inmenso cordel que corta
furioso el aire; el mar empez a devolvernos, una detrs de otra, las
piedras que le habamos arrojado en los ltimos ocho aos, todas
juntas. Nos abrazamos, no podamos movernos. El Sol estall en
-
mil pedazos: una bola de fuego que quem el cielo, tiendo de
negro oscuro el atardecer ms alegre de mis das.
Despert sudando a mares y enredado con otros cuerpos; alguien
que tropez con su espalda, al tratar de huir, arrastr en su cada a
otras sombras espantadas. Una vez librado del amasijo de brazos y
piernas, buscaba, como los dems, a rastras. No podan ver, estaba
oscuro, muy oscuro. Fogueados en humo y polvareda se orientaban por
instinto. Pedazos de techo caan sobre sus cabezas, piedras de todos
los tamaos volaban en diferentes direcciones, gente que corra,
gritos en todos los tonos, rdenes de quienes no deban darlas,
tropezones, cadas, levantarse para volver a caer, maldiciones,
palabrotas, de todo un poco, menos serenidad, un completo caos. A
duras penas, tras unos segundos, encontr sus botas, su fusil, una
mochila y sali detrs de todos, el ltimo. Un instante despus, en
medio de las llamas, los treinticinco hombres y mujeres, que ese
amanecer dorman el cansancio de tres semanas, corran en distintas
direcciones. En medio de las explosiones todos alcanzaron a
escuchar la voz de Ral que sin terminar de despertarse haba
ordenado correr hacia la quebrada, y todos enrumbaron hacia el
norte.
Cruz el patio, salt la acequia y se fue de cara contra los
matorrales, se le cay el fusil; y las botas, que no tuvo tiempo de
calzarse, fueron a dar en medio de un charco. Margarita, Felipe y
Ramn disparaban desde la acequia cubriendo la retirada de los dems,
ellos fueron los primeros en reaccionar ante el ataque. Ral recogi
su fusil, se puso las botas rpidamente, acomod la mochila en su
espalda, orden a los tres que sigan a los dems y abri fuego hasta
que vaci la cacerina, se levant y ech a correr; pas cerca de lo que
quedaba de la cocina, que si algo quedaba era mucho decir, tan slo
unas cuantas piedras chamuscadas y el agradable olor a mondonguito,
inconfundible en medio del olor a plvora.
- Mondonguito...! Nos arruinaron el desayuno! El primero en tres
semanas..., mierda! Y qu ser de Rosita Luna y Ciro? -pensaba
mientras alcanzaba a los ltimos del pelotn, quiso decir algo pero
no pudo porque la onda expansiva de un cohete que explot bastante
cerca los ech de cara al suelo y les cay una lluvia de piedras.
Pregunt si estaban bien. - S! -dijeron y arrancaron. Faltaban cien
metros para alcanzar la quebrada; all los esperaba Venancio con una
sonrisa de oreja a oreja en medio de explosiones, una lluvia de
piedras y tierra, gritos y maldiciones, olor a plvora y a
meados.
- Y t, de qu te res? -le pregunt Ral.
- Todos completos, compaero, todos completos!
Y antes de salir a la carrera, grit:
- Tengo que alcanzar a los de la punta, a quinientos metros
despus de la entrada hay que tomar el corte de la derecha, los
otros dos son peligrosos, no quiero que se me pierdan los
compaeros! -y desapareci entre la polvareda.
Ese Venancio se pasa...! Empez a evocar cmo su abuelo lo entreg
hace un ao... alguito ms les hemos trado... No alcanz a recapitular
ms porque una pedrada disparada por una nueva y cercana explosin se
estrell contra la mochila que colgaba en su espalda.
-
- Hierba mala nunca muere, hijos de puta! -grit a los del
helicptero como si lo pudieran or, y se levant por milsima vez,
escupi la tierra que no trag y unas cuantas piedrecitas, que pens
eran sus dientes.
- Si estos cabrones no me matan, por lo menos me van a dejar
destrozadas las rodillas! Estos tipos quieren desaparecernos de la
faz de la Tierra porque dicen que crecemos como la hierba mala en
el campo; lo que todava no se dan cuenta es que somos la mejor
semilla, que cay en buen surco, que comienza a germinar y que
finalmente sern ellos los barridos del planeta! -le dijo a Felipe,
quien le alcanzaba el fusil que haba rodado por los suelos.
* * *
En el corte de la derecha me esperaba Venancio.
- Todos completos? -pregunt.
- Todos! -contest, y me sonri con sus ojos oscuros.
- Heridos? -deba escupir entre palabra y palabra, tena la
garganta totalmente seca, sin saliva, el pauelo mojado con orines
no me protega casi nada, mi nariz estaba taconeada de polvo
convertido en barro por el sudor.
- Todos!, pero nada grave -contest haciendo ademanes con las
manos-, rasguos, golpes, varios han perdido los zapatos y las
mochilas, pero no hemos perdido ningn arma. Rosita Luna y Ciro estn
bien, despus te cuento -me palme el hombro, y se alej.
- Ah...! A Ciro un balazo le sac un pedazo de oreja pero est
bien, slo dice que se ver ms feo de lo que es -gritaba sin mirar
hacia atrs.
Entre despertar, levantarse, salir a la carrera y alcanzar la
quebrada transcurrieron unos cinco minutos largos. Estbamos
cruzando el infierno: nos haba llovido plomo por todos lados; ese
maldito helicptero nos haba regalado una tonelada de piedras
reventadas por sus cohetes; no era fcil respirar por la polvareda
que se levantaba con cada explosin; el corazn lo tenamos a punto de
salirse del pecho de puro susto. Y en medio de todo eso, los
compaeros se daban tiempo para pensar en si se veran bonitos o
feos...! Cuando ni siquiera sabamos si saldramos de all con vida!
Fue una gran suerte para nosotros la mala puntera del artillero y
del piloto.
* * *
Se encontraban en una quebrada profunda, por donde no podan
caminar ms de dos personas codo a codo. Por primera vez en los
ltimos minutos, desde que Ciro haba dado la voz de alerta, estaban
todos juntos en fila india, no podan correr pero la marcha era
bastante rpida. A la orden de Ral, fueron dando sus nombres de
combate.
-Todos completos...! -pensaba mientras avanzaba a colocarse
hacia el frente de la columna.
Estaban casi a salvo de los helicpteros. Sobre sus cabezas se
oan los motores de hasta tres de esos pajarracos de fierro, como
los llamaba Mara. Seguan disparando sus cohetes, pero reventaban en
la parte alta de la garganta, y los balazos de sus fusiles pesados
no lograban entrar en las profundidades de la montaa; les caa de
vez en cuando piedras y tierra, pero comparado con lo que haban
vivido ese amanecer, no era ms que un juego de nios.
Las ltimas explosiones se oan ahogadas por la distancia, los
pilotos perdieron el blanco.
-
Con el alba, el cielo comenz a clarear. Los pajarracos de fierro
haban emprendido el retorno a su base despus de agotar su
municin... Lleg el silencio.
- Parece que hemos cruzado a salvo la primera puerta del
infierno! -dijo Domingo despus de acomodarse de espalda sobre el
suelo.
Ral haba ordenado cinco minutos de descanso y a todos les caa
bien. En los ltimos veinte minutos haban pasado por una pesadilla
que los haba envejecido y marcado con fuego en plena flor de
juventud.
* * *
Luego de descansar un poco y conversar con Venancio, empec a
saludar a cada uno de los combatientes: les daba la mano, los
abrazaba, llorbamos de alegra. Todos completos...! - Como si esos
cobardes nos pudieran partir, matar s, pero partir, jams, compaero,
jams...! -ese Venancio tiene unas frases silvestres pero
contundentes. En verdad, nuestra moral siempre fue alta, el enemigo
jams lograra quebrantarnos, jams lograra partirnos.
Al escapar del bombardeo, muchos no pudieron ponerse los
zapatos, ni siquiera se preocuparon de buscarlos, slo hubo tiempo
para tomar el arma y salir a la carrera. Los que durmieron con los
zapatos puestos y los que tuvimos la suerte de encontrar nuestras
botas tenamos menos heridas que los dems. Pero los otros, los
otros, hermanito, tenan los pies hechos una desgracia; varios haban
perdido una o ms uas y hasta dos compaeros tenan la planta de los
pies casi en carne viva, y a pesar de eso no se quejaban; con lo
que les quedaba de orines se los lavaron, se los envolvieron con
las mangas arrancadas de sus camisas y despus de un corto descanso
se echaron a andar.
Todos estbamos hechos una porquera: nuestras ropas rasgadas por
las piedras o por los arbustos y matorrales; marrones casi negros
por el polvo, la plvora y la sangre; chamuscados por las bombas y
las llamas; con los pantalones meados...
- Qu quiere, maestro, si ni tiempo hubo para detenerse en
cojudeces, y si tenas alguno, entre cada y cada y vuelta a correr,
era para disparar, aunque las ms de las veces no sabas hacia dnde,
entonces pues, qu quiere, al final ni te acuerdas dnde te measte,
si todo era explosiones y gritos, que ni se sabe si fueron de furor
o de miedo... Total...? Todos apestamos igual, unos ms, otros
menos; pero todos vivitos y coleando, listos para reventar a esos
hijoeputas cuando los pesquemos...!
Cuando le dije: - Qu tal bocaza, compaero!-, Julin dej de
sonrer, dirigi una mirada perdida al cielo, luego la baj lentamente
hacia el suelo, me mir de reojo y volvi a sonrer, escupi, aclar su
ronca voz de criollo curtido y, como si fuera a cantar, resumiendo
lentamente sus pensamientos y arrastrando algunas palabras con
verdadero afecto, dijo:
- Mire, com-pa-e-ro res-pon-sa-ble mi-li-tar, con
toiiii-ti-tiiiiii-to mi ress-pe-to, no vamos a esperar el triunfo
de la revolucin para jaranearnos con todas las cojudeces que nos
pasan...! As que no moje que no hay quien planche!
Y mientras todos soltbamos una risotada, despus de un largo
tiempo, que debe haber retumbado hasta en la Capital, se nos
tranquilizaron los nervios y los msculos se nos relajaron.
-
Nos abrazamos efusivamente y, al palmearnos mutuamente las
espaldas, se levant una polvareda de los mil demonios que hizo que
todos nos volviramos a carcajear estrepitosamente.
A Ciro lo encontr abrazado por Rosita Luna, que muy cariosa le
haba puesto un pauelo en la oreja y se lo aseguraba con otro
alrededor de la cabeza; un hilito de sangre an le corra por el
costado del cuello para ir a perderse debajo de la chompa. Los
abrac a los dos juntos y les di las gracias.
La noche anterior les haba encargado a ellos el turno de la
cocina y deban preparar el mondonguito para el desayuno de ese
fatdico amanecer.
Fjate, hermano, que todo ese jaleo empez un mes antes. Habamos
tomado Alejadito, la ltima hacienda del valle, repartido las
tierras, y las habamos preparado para la siembra. Por ser una de
las ltimas, entrbamos un poco tarde a la siembra y adems el perodo
de lluvias se adelantaba en un par de semanas; pero a pesar de
ello, no nos preocupamos mucho ya que sabamos que saldran adelante
con el apoyo de los dems Comits Populares.
En los seis meses que dur la primera campaa de batir el campo,
habamos limpiado las alturas; no qued en pie un solo puesto
policial; los gamonales haban huido a la Capital; un viejo
hacendado entreg sus tierras de buen grado y prest toda la
colaboracin del caso, recibiendo a cambio el derecho a participar
en el trabajo colectivo y el uso en comn de los productos.
Estbamos concluyendo con la segunda campaa de batir consolidando
nuestras posiciones; fueron cuatro meses de arduo trabajo casi sin
tomar descanso. El territorio era bastante amplio pero lo dejbamos
bien organizado, con gente ideolgicamente firme, y capaz para
dirigir el Comit Popular. Fuimos el grupo ms activo en toda la
regin, actuamos en conjunto tres compaas: doce pelotones, 380
combatientes.
El ingreso del ejrcito enemigo haba sido previsto por la
Direccin del Partido desde el inicio de la lucha armada, haca tres
aos; lo que no se saba, era la fecha. En los ltimos meses se
rumoreaba mucho al respecto, creo que esa fue la razn por la cual
los mandos de los otros once pelotones decidieran dar por acabada
la campaa un mes y medio antes de lo fijado...
Si bien es cierto que la mayora de los objetivos trazados ya se
haban cumplido, es decir: se haba dado un tremendo impulso al
desarrollo de la guerra de guerrillas abriendo amplias zonas
guerrilleras; se haban conquistado armas y medios para combatir; se
remova el campo con acciones guerrilleras y se batallaba para
conquistar ms Bases de Apoyo, an nos faltaba el remate en el valle;
eso significaba barrer con el ltimo puesto donde el enemigo haba
replegado el resto de sus fuerzas menores, y la toma de tres
haciendas al pie de las montaas. Nuestro pelotn cumpli exitosamente
esas tareas finales. Hasta all lo hicimos todo bastante bien. Lo
que los mandos no calculamos a tiempo fue la entrada en combate de
las fuerzas armadas de la reaccin...
Cuando celebrbamos el final exitoso de la segunda campaa de
batir el campo, que coincidi con el trmino de la preparacin de la
tierra para la siembra en Alejadito, vieja y prspera hacienda en el
valle de Rincones, nos lleg por radio la noticia del inicio de la
contracampaa; y que algunos de los pelotones, que se haban retirado
hace mes y medio, haban sido diezmados. Sin pensarlo dos veces,
orden la retirada inmediata hacia las alturas. Habamos golpeado
fuerte y parejo; estbamos en lo alto de la cresta, les camos encima
con todas nuestras fuerzas y los
-
hicimos pedazos. Recuperamos lo que nos pertenece desde hace
cientos de aos: nuestras queridas tierras y la toma de decisiones
en nuestras propias manos. Habamos cumplido y era hora de la
resaca, hora de emprender la retirada, una retirada ordenada hacia
nuestra Base de Apoyo; las fuerzas locales y las milicias se haran
cargo del resto.
Debamos subir ms de dos mil metros para volver a bajar mil. Y
eso que nos encontrbamos ya a dos mil quinientos metros sobre el
nivel del mar! La primera semana nos dio el tiempo necesario para
planificar la retirada mientras avanzbamos describiendo un
semicrculo para cruzar la cordillera y empezar el descenso. El
trabajo de Venancio en el reconocimiento del terreno fue altamente
valioso.
Pero a la segunda semana el enemigo nos cay por detrs
ocasionndonos numerosas bajas. Las semanas siguientes fueron
bastante feas; incluso tenamos que planificar ataques para poder
recuperar armas y municiones, porque casi no nos quedaba con qu
defendernos. En la ltima semana, en medio de combates, llegamos a
caminar ms de trescientos kilmetros. En los dos das anteriores a
nuestra llegada a El Rosario, no tuvimos enfrentamiento alguno;
casi habamos alcanzado la cumbre, una vez all emprenderamos la
bajada. Tres das ms y entraramos victoriosos a nuestra Base; all
estaramos a salvo. As concluimos todos en la asamblea general. El
balance era: Salimos 50 de Alejadito y llegamos 35 a El Rosario; el
enemigo se haba desviado de nuestra huella, al menos por el
momento, y estbamos al lmite de nuestras fuerzas. Venancio conoca
el terreno mejor que la palma de su mano, me haba explicado la ruta
a seguir al da siguiente y nos podramos desplazar de da sin
problemas.
Esa noche comet dos errores. El primero, suspender la guardia;
era un poco ms de medianoche y en algunas horas estaramos tomando
desayuno antes de partir hacia el norte, alcanzar la cumbre y
empezar a descender hacia nuestra salvacin, adems todos estbamos
medio muertos de cansancio y hambre; en las tres ltimas semanas
nadie durmi ms de dos horas una detrs de otra, ni ms de cuatro
horas por da. El segundo error fue permitir, y con ello permitirme,
que aquellos que lo crean necesario se saquen las botas, pues casi
todos, y yo el que ms, tenamos los pies hinchados; mejor suerte
tuvieron los que, acostumbrados a la orden de dormir con los
zapatos puestos, estaban listos para actuar rpido en caso de
emergencia.
Rosita Luna y Ciro fueron a dormir a la cocina para encargarse
de nuestro bendito mondonguito. Nuestro primer desayuno en tres
semanas...! Adems, deban despertarnos al amanecer. Y fue eso
precisamente lo que nos salv. Ciro, que siempre tuvo un odo de
primera calidad, se despert cuando oy los helicpteros a lo lejos,
fueron unos segundos de ventaja lo que le permiti despertar a
Rosita Luna, salir corriendo y dar la voz de alerta; Margarita,
Felipe y Ramn reaccionaron de inmediato. Los primeros cohetes
fueron a reventar en la cocina, que estaba iluminada por las llamas
del fogn; la explosin dej un reguero de piedras chamuscadas y
desparram el olor de nuestro mondonguito por los aires.
Los siguientes bombazos me sacaron de mi sueo, de la playa, de
mi familia... mi familia... verdad... Qu ser de mi familia...?
Gracias a Ciro estbamos all an con vida, marrones casi negros,
molidos pero contentos.
* * *
-
No bien Ral orden el descanso, se le acerc Venancio; le palme el
hombro, como era su costumbre, como si fueran viejsimos amigos que
se encontraban despus de largo tiempo; le sonri con esos ojazos
oscuros que se le saltaban de su pequea cara redonda, triguea y
quemada por el fro de la puna.
- Toma...! -le susurr mientras sacuda el polvo de una
mochila.
- Y eso...? -pregunt descolgndose la que llevaba en la
espalda.
- Tu mochila, la reconoc en la espalda de Lupe y ella encontr la
suya en la espalda de Ramn. Y t, a quin le has transportado la
carga? -pregunt tosiendo de risa.
- No tengo la menor idea -y se sent sintindose muy cansado.
- Trae -dijo con su voz de nio-, yo me encargo.
Intercambiaron mochilas al mismo tiempo que Venancio le
informaba el asunto de Ciro y Rosita Luna; y mientras le alcanzaba
una de las dos papas sancochadas que traa en uno de sus bolsillos,
se meti la otra entera a la boca y empez a masticar con verdadero
placer.
- Mi mam me deca que la cscara de la papa es buena para tirar
las piedras de los riones, as que no la pele, compaero, adems ya
est lavada.
- Y cmo la has lavado? -pregunt mirando la papa tan asombrado de
tener una entre las manos despus de tanto jaleo, como si se tratara
de haber encontrado un oasis en el ms condenado de los
desiertos.
- Come noms, ya despus te cuento. Tengo que encontrar a quin le
pertenece este bultazo -y se par gimiendo como si le pesaran los
aos de todo el grupo junto.
- Eh...! Venancio...! Cuntos aos tienes? -pregunt Felipe, que
haba estado todo el tiempo cerca de Ral sin que l lo notase.
- Trein-ta-i-uno -dijo arrastrando los pies y, simulando ser un
viejito que camina con ayuda de un bastn, avanz as unos metros, se
enderez, ech a correr y, sin voltear a ver a los que se rean de su
imitacin, grit: - Pero ayer tena trece...! -y desapareci en medio
de cabriolas, zapateos y risotadas.
- El abuelo de este muchacho debe sentirse orgulloso de tremendo
nieto -dijo Ral mientras se incorporaba para ir a saludar a los
dems.
- Y su mam tambin -dijo Felipe, que luego de una pausa para
escupir con rabia, aadi: - si esos perros con uniforme no la
hubiesen matado...
* * *
Nunca estuve muy seguro del por qu, pero siempre tena como cola
a Venancio y como sombra a Felipe. Uno no haba cumplido an los
trece y el otro, con sus cuarenticuatro aos, era el nico mayor que
yo; sin embargo era a m a quien llamaban el abuelo...
Recuerdo que cuando llegu a la zona, hace dos aos, el que me
salud con ms afecto fue Felipe. Vena a hacerme cargo del pelotn
reemplazando al anterior mando militar del Regional, que fue bajado
a bases por cometer serios errores; el ms grave fue que le aplic la
ley de fuga a un uniformado despus de la toma del retn de Lcuma,
que era un puesto de control en plena
-
carretera central y que abre o cierra el ingreso al valle
central. Esa accin fue muy importante, pues luego nos permiti el
progresivo control de las zonas bajas; demoramos dos aos pero lo
logramos. Luego del anlisis de la accin y del posterior descontento
de los dems combatientes, que prcticamente repudiaban a su mando
militar, se decidi que yo emprenda viaje y asuma la responsabilidad
del pelotn principal.
Llegu con tres das de atraso, por problemas de transporte y
seguridad que finalmente fueron resueltos con audacia por Lupe,
mando poltico del Regional. Yo haba vivido parte de mi niez y de mi
juventud en la capital del departamento, primer lugar donde debamos
tomar contacto con los enlaces, y era bastante conocido por la
poblacin. A pesar de todos los cuidados que se tomaron, como el de
dar un rodeo por los extramuros de la ciudad para ir a parar cerca
del aeropuerto; esperar en casa de un profesor; esperar el
anochecer para luego emprender el viaje hacia las alturas, a pesar
de todo ello, un viejo amigo de colegio, y que trabajaba como
taxista, me reconoci, se baj de su taxi, me llam por mi nombre
aumentndole el diminutivo carioso de ito, me ofreci llevarme gratis
adonde quisiera, y se fue triste despus de mostrarme dolorosamente
fro ante su ofrecimiento. Una semana despus toda la ciudad saba que
yo andaba por las alturas.
Como te deca, hermano, cuando entr a la Base se me acerc Felipe,
yo no lo conoca, me dio la mano, me abraz, tom mi mochila en sus
manos y me present a los dems; eran nueve muchachitos que en su
mayora an no haban cumplido los diecisiete aos. Una hora despus
Lupe llam a reunin del pelotn, explic el motivo de mi presencia y
los nuevos planes y campaas a efectuar. Entre otras cosas, Lupe
explic el trato para con los prisioneros.
- A pesar de que algunos de nuestros familiares -grit con la voz
quebrada- hayan sido asesinados por la polica, y en esta guerra
todos hemos perdido a alguien, no es motivo para venganzas, no
podemos rebajarnos al nivel de ellos, nosotros combatimos para
liberar nuestra patria y no para actuar como esos criminales. Tras
un juicio justo, un castigo justo, esa es la nica manera correcta
de actuar. Otra cosa es en medio del combate, all no se puede estar
pidiendo permiso al enemigo para dispararle; si no acabas con l, l
acaba contigo y punto.
- Por otro lado -dijo ya calmada-, a partir de ahora ningn mando
tendr privilegio alguno; deber hacer guardia igual que todos, le
tocar turno en la cocina, y ser el primero en ensear con el ejemplo
a los dems...
Yo saba que era una indirecta que me aluda; totalmente
innecesaria, puesto que yo recin haba llegado... En lo referente a
ella, lo not con el tiempo, las cosas no cambiaron en nada; cuando
haba que escoger entre colchn y pellejo, el colchn era para ella;
cuando haba que escoger entre pellejo y suelo, el pellejo era para
ella; cuando haba que escoger entre suelo y suelo, el mejor pedazo
de suelo era para ella. En el pelotn casi el cincuenta por ciento
eran mujeres, pero ella siempre tena lo mejor, incluyendo el mejor
pedazo de carne en la sopa, el choclo ms grande, la papa ms grande
y, a veces, la soledad ms grande le tocaba a ella. Pero a pesar de
esas pequeeces era buena persona, casi siempre alegre y muy
responsable, cuando se lo propona.
Un mes despus tomamos una hacienda, la accin fue a la hora del
oscuro; as le llamaban. Un segundo antes del amanecer, la noche se
torna terriblemente negra de toda negrura, pero luego
-
empieza un lento camino en el que se disipan las sombras de la
noche y ceden el paso al nuevo da; precisamente en ese mismo lugar
del tiempo nos sorprendieron los helicpteros...
Pero te contaba, hermano, que un mes despus de mi incorporacin
al pelotn tomamos la hacienda de los Contreras; haca tiempo que los
campesinos de la hacienda y de los alrededores se quejaban y
buscaban a los compaeros para que pongan las cosas en el correcto
lugar y establezcan el nuevo Poder.
Matilde Contreras era una mujer de ochenta aos que haba recibido
las tierras de manos de sus padres y stos, de los suyos. Era una
mujer, segn contaban, que manejaba la hacienda desde haca ms de
cincuenta aos; tena un carcter fuerte, endiablado; una mano rpida y
hbil para el ltigo; y una lengua tan salvaje y rudimentaria como su
cerebro. El marido se le haba muerto unos quince aos atrs, cuando,
borracho como siempre, se desbarranc con su mulo despus de una
ronda de violaciones, tambin como siempre; era viejo pero no manco,
decan algunos. La vieja tena tres hijos, dos radicaban en la
Capital, y uno viva en la capital de la provincia; este ltimo vena
de vez en cuando a la hacienda para pasar unos das. Cuando nos
hicimos con la hacienda, los pescamos durmiendo, no se dispar un
solo tiro. Los tres hermanos y cuatro de sus hijos dorman la
borrachera de la noche anterior; el capataz y su mujer, al igual
que sus dos peones de confianza, tambin apestaban a trago barato.
Ninguno dijo nada de nada, despus de una hora recin se dieron
cuenta que estaban prisioneros en uno de los tantos cuartos de la
casa hacienda. Cuando entramos a la habitacin, todos se pusieron de
pie como impulsados por un resorte; el ms viejo, que era taxista en
la Capital, se me acerc, se arrodill, me tom de la mano, me la bes
y luego se la llev hacia la frente. - Perdn, mi comandante! -dijo
con lgrimas en los ojos desorbitados y babeando de miedo-. Perdn!
-eructaba las palabras en medio de escupitajos-. No crea en nada de
lo que le digan estos indios, que slo son un atado de ignorantes!
Perdn, mi comandante, perdn...! Y se fue lloriqueando hacia un
rincn. Te juro, hermanito, que sent un tremendo asco por ese tipo.
Hasta ayer, seor todopoderoso que poda decidir sobre la vida de sus
siervos y hoy, un miserable sin honor ni orgullo, que se revuelca
en su propia mierda implorando perdn, sin saber que hasta ese
momento, nadie, absolutamente nadie, lo haba mencionado para nada.
Fue su propia conciencia que lo traicionaba.
El segundo de los hermanos, el que vive en la capital de la
provincia y tiene un pequeo negocio en el mercado, nos cont, una
vez que se tranquiliz su hermano mayor, que la seora Matilde haba
fallecido de muerte natural tres das antes; que el resto de la
familia haba llevado el cuerpo a la ciudad la noche anterior; que
ellos se haban quedado para repartir la herencia; que su hermano
mayor y el menor haban llegado, despus de diez aos de ausencia, con
sus hijos, cuando se enteraron de que su mam estaba enferma y
morira en cualquier momento; nos refiri que l nunca haba hecho nada
malo y esperaba justicia. Uno de los nietos de la vieja se me
acerc, con sus costumbres de costeo y su acento capitalino,
pidindome un cigarrillo. - Aqu slo fumamos Inca -le dije-, no
tenemos cigarrillos con filtro. - No tiene importancia, mi
comandante, yo tambin soy tan serrano como todos aqu -replic con
una sonrisa temblorosa. Eso del yo tambin no lo entend sino hasta
el juicio, horas ms tarde. Le dej una cajetilla de Inca para que la
comparta con los dems y sal.
Mientras tombamos el desayuno observ que Felipe dejaba su
metralleta recostada a una pared, y que iba y vena por aqu y por
all admirndose de las cosas que haba en la casa: cuadros,
-
adornos, muebles, vajilla, ropa... En uno de los bales encontr
toda la ropa del cura que vena a dar misa cuatro veces al ao, y los
ojos casi se le caen de la cara cuando descubri una hermosa
custodia de oro de ms de sesenta centmetros de alto y con algunas
piedras preciosas incrustadas. - Estos hijos de puta se han robado
todo lo de la iglesia! -gritaba mientras me llamaba. Efectivamente,
a medida que se sacaban las cosas del bal, iban apareciendo objetos
de oro y plata que al parecer haban sido robados, en los ltimos
doscientos aos, de las diferentes iglesias que existan en la zona,
o que haban sido comprados con los pagos que hacan los campesinos
por recibir misa, bautismo, casamiento, entierro y otras muchas
trafas de curas y patrones.
Despus de seleccionar y ordenar todo lo encontrado, y de
distribuir las tareas para reunir a los campesinos de la zona para
el reparto de las propiedades, de las herramientas, y formar el
Comit Popular que se encargue de dirigir los destinos del nuevo
Poder establecido en El Milagro, me acerqu a Felipe y en la forma
ms amable que pude le dije que estaba cometiendo un grave error,
que ese error le poda costar la vida si las circunstancias fueran
otras; peg un salto hacia atrs y frotndose las manos de nerviosismo
me pregunt cul era ese grave error que estaba cometiendo. Le
expliqu que haca diez minutos l haba dejado su arma abandonada y
que si se produca un ataque enemigo tendra dificultades para
defenderse. Fue en busca de la metralleta y regres con la cara
colorada de vergenza. Me pregunt si mereca algn castigo por ello.
Despus de pensarlo, mirndole a los ojos, le dije: - Por supuesto
que s!-. Levant la cabeza y dijo con aplomo: - Estoy dispuesto a
hacer lo que sea para corregir mi error! - Bien -respond-, quedas
condenado a no separarte nunca ms de tu chica!-. Todos los que nos
rodeaban se rieron y Felipe pudo calmarse, le gui un ojo y nos
fuimos a reunir a los campesinos para el reparto.
Supongo que ese incidente peg a Felipe a mis espaldas; siempre
est al tanto de dnde pongo mi fusil y no pierde la oportunidad de
alcanzrmelo, aunque yo no lo haya dejado olvidado. Sonre, me mira
como a un hijo, pero no me reprocha nada. Su expresin favorita es:
- Uno siempre aprende algo nuevo!
Camino a los campos de cultivo, Felipe me cont que l fue
propietario; que la Ley Agraria, del gobierno militar y de facto
del general Juan Velazco Alvarado, lo haba jodido; que nunca tuvo
mucho dinero; que trabajaba la tierra en forma familiar; que
siempre haba trabajo para otros campesinos; que pagaba en dinero;
que daba de comer a todo aquel que se lo peda, cuando tena; que en
aquellos tiempos no era campesino pobre, pero tampoco rico; que se
haba unido a la guerrilla, dejando su chacra, porque nuestros
planteamientos eran los suyos desde muchos aos atrs, antes de que
ustedes los formulen, deca orgulloso; me explicaba que se haba dado
cuenta que no era posible hacer nada si el pueblo no se levantaba
en armas y formaba su ejrcito, un ejrcito del pueblo, un Ejrcito
Guerrillero Popular bajo la direccin del Partido, tal como el que
hoy tenemos, para tomar el Poder y hacer respetar los derechos de
las mayoras. - Porque este pas es nuestro desde hace miles de aos,
carajo -dijo levantando la voz-, pero siempre est en manos de unos
cuantos ladrones, aunque los que trabajan como burros somos
nosotros. Por eso estoy aqu, y s que vamos a triunfar...! -mientras
hablaba agitaba su puo al aire y sus ojos se iluminaban de alegra
como si estuviera viendo el futuro hecho realidad bajo sus
pies.
-
Esa fue la nica vez que habl largo y tendido, despus no dice ms
que lo preciso y necesario, sonre todo el tiempo y tiene cara de
andar pensando en algo serio, pero a la hora de actuar es el
primero en todo, absolutamente nadie osa dudar de l.
Con el tiempo, desarrollamos un slido compaerismo. Desde que
llegu, l se haba autoproclamado algo as como mi protector. Estaba
pendiente, en los primeros tiempos, de si poda caminar o no; en
cada cuesta se pona a mi lado y quera cargar, primero mi fusil,
despus mi mochila; claro que yo pona cara de pocos amigos y me
finga ofendido, me negaba hasta no poder ms, pero l slo esperaba;
al final, la prdida de la buena costumbre de darse una caminata,
las subidas y el cansancio me vencan; l saba que no me quedaba otra
cosa que entregarle todo lo que me peda, y no slo entregaba arma y
mochila, sino que me dejaba arrastrar de la mano hasta la cumbre.
Al igual que a muchos compaeros, que haban solicitado ser
trasladados de la ciudad al campo, largos aos de trabajo poltico, a
otro ritmo, en la Capital, a nivel del mar, me haban deshabituado a
las alturas, pero un mes despus caminaba y trepaba cerros a la
misma velocidad de los dems; mi cuerpo se haba acostumbrado
prcticamente a todo, pero Felipe se mantuvo siempre a mi lado.
* * *
Hacia la mitad de la maana se haba logrado reunir a casi la
totalidad de campesinos de la hacienda y de las comunidades
cercanas, el jbilo era grande. El patio principal de la casa
hacienda se miraba festivo con los ponchos y polleras multicolores,
los rostros curtidos y quemados por el fro lanzaban al aire una
sonrisa de felicidad, haba llegado la hora de la libertad, la hora
de la justicia, la hora de los tiempos nuevos; los concurrentes se
sentaban, se paraban, se frotaban las manos con ansiedad, algunos
tenan lgrimas en los ojos, pero no de pena sino de felicidad, una
felicidad reprimida a fuerza de costumbre; no vaya a ser que el
patrn se enoje y les eche ltigo, como era su costumbre, como
siempre lo padecieron ellos, sus padres, los padres de sus padres y
hasta el Inca Atahualpa, al que ahorcaron los parientes del patrn.
Sus voces pasaban lentamente de un ligero murmullo a gritos de
libertad, por fin podan gritar sin que les peguen, sin que los
azoten, sin que las violen, sin que les quemen las ruinas que usan
por casas, sin que los traten como a burros, sin que los pateen ni
les llamen ignorantes. La incansable lucha de siglos cristalizaba
por fin. Desde la poca de los conquistadores espaoles las masas
campesinas ofrecen resistencia y luchan por la tierra; esa tierra
que han desposado y que con sus manos y su aliento labran y
fecundan. Las grandes revueltas campesinas hicieron estremecer todo
tipo de gobierno pero fracasaron por falta de una direccin justa y
correcta; esta vez no se quedaban en la lucha reivindicativa sino,
dando un paso gigante hacia adelante junto a sus hermanos de clase,
se lanzaban a la lucha por el Poder con las armas en las manos.
Cuando los prisioneros fueron sacados al patio con los ojos
vendados y las manos atadas a la espalda, ms de cuatrocientas almas
se levantaron con los puos en alto y los ponchos se lanzaron al
aire tiendo de colores el cielo azul despejado en pleno noviembre;
el Sol baaba con sus rayos inclinados a esa masa jubilosa
proyectando sobre el descampado largas sombras, convirtindola en un
gigante presto a devorar el mundo entero.
Los once estaban en fila frente a la masa de campesinos de todas
las edades, los combatientes se acomodaron en los alrededores y
Ral, desarmado, se puso al frente, esper en silencio a que la
rugiente masa tomara su tiempo y se calmara, se acerc a los
prisioneros y fue quitndoles las
-
vendas uno a uno; lentamente fue llegando el silencio. Algunas
mujeres viejas con el rostro martirizado por las arrugas cayeron de
rodillas y con las palmas de las manos juntas delante del rostro
clavaban la mirada en algn punto del infinito cielo y daban las
gracias: - Gracias, taita Dios, por acordarte de nosotros y
mandarnos a los compaeros...! Gracias, taitita, porque ahora
descansar en paz el alma de mi Juana, de mi Ernesto, de mi Cirilo,
de mi Marmita, de mi Coti, de mi...! -y cada quien tena alguien a
quien mencionar rezando por la salvacin de su alma. Los hombres
viejos, apoyados en sus bastones de molle quemado miraban al cielo
y lloraban sin lgrimas, pues se les haban agotado. Los nios se
limpiaban los mocos con los trapos que traan por camisa, sentados
en el suelo esperaban algo que no saban lo que era, preguntaban al
que ms cerca tenan y reciban un espera! por respuesta. Los bebs
eran amamantados por los pechos secos de sus madres, y para que no
llorasen les decan: - Mira, mira, los compaeros estn aqu...,
trajeron el sol esta maana...! -y sealaban hacia el inmenso cielo
que empezaba a cubrirse de copos de nubes blancas de toda
blancura.
Cuando cay la venda del rostro del viejo, el silencio ya era
total, se poda or el cantar de lejanos pajarillos y el rumor del ro
que corra detrs de la casa, all abajo en la quebrada. El sol hiri
los ojos del viejo, que demor unos segundos en ver lo que tena al
frente, palideci, empez a sudar fro, un temblor recorra su cuerpo
pestilente.
El juicio se inici con el capataz, su mujer y los dos peones de
confianza. Los campesinos empezaron ordenadamente a pedir la
palabra, a expresar sus opiniones y relatar sus experiencias: El
capataz no era ni buena ni mala gente, a pesar de que cuando se
emborrachaba les gritaba, nunca les pona la mano encima y a las
mujeres las dejaba en paz.
- Que pida perdn por tratarnos mal de palabra -sentenciaron- y
que diga si quiere quedarse con nosotros, l sabe hacer su trabajo,
pero si se queda es uno igual que nosotros!-. El hombre pidi perdn
de rodillas, solicit que le permitan quedarse con ellos pues no
tena adnde ir, y prometi que se portara bien. A su mujer no le fue
muy bien que digamos. Era una vieja avara que tena una pequea
tienda y les daba productos al fiado a los campesinos, pero a la
hora de cobrarles siempre lo haca en demasa y como no podan pagarle
le deban entregar gallinas, papas, o cualquier otra cosa siempre de
mayor valor que lo que haban recibido. - Que le corten el pelo para
su vergenza, y si su marido se responsabiliza por ella se puede
quedar, si no los dos se van!-. Y la sentencia se cumpli, el marido
cort las largas trenzas de la mujer y se comprometi a educarla en
el servicio a la comunidad. Los dos peones de confianza de la vieja
Matilde eran tan basuras como la misma vieja. Fueron azotados y
expulsados; prohibidos de establecerse en cualquiera de las
comunidades que se encontraban en un radio de cien kilmetros a la
redonda; si los volvan a ver, y no deban olvidar que el Partido
tiene mil ojos y mil odos, seran capturados y fusilados sin nuevo
juicio. Y se fueron con la cabeza gacha despus de jurar no levantar
la mano en contra de las masas populares y enmendarse en algn lugar
lejano.
El juicio a los parientes de la hacendada fue ms lento y cargado
de tensin, todos esperaban el turno del viejo, pero Ral lo haba
dejado para el final, presenta que en este caso tendra mucho que
aprender y siendo comisionado de la justicia popular no poda
cometer errores. Deba reflexionar lentamente pero seguro, un paso
en falso y perderan lo ganado en mucho aos de trabajo, porque la
verdad era que toda esa zona haba sido trabajada polticamente por
el Partido desde haca ms de quince aos, y por varias generaciones
comprometidas en lograr una nacin
-
libre y soberana, muchos dejaron en el empeo sus mejores
tiempos, juventud, familia, trabajo, prcticamente todo para
contribuir a forjar esa fuerza que hoy crece y se desarrolla como
un huracn que barrer con todo lo caduco... Se encontraba sumergido
en esas reflexiones al mismo tiempo que escuchaba la expresin de
agravios de los campesinos.
A tres de los nietos de la vieja no los conocan, si alguna vez
pasaron por la hacienda nadie los recordaba, -por lo tanto no han
hecho nada malo -dijeron-, que se vayan en paz-. Fueron desatados y
se les permiti quedarse hasta el final, esperaban ver qu pasaba con
el viejo.
Al de los cigarrillos, al que recibi la cajetilla de Inca de
manos de Ral, lo reconocieron todos. Era buena gente. Cuando era un
chiquillo jugaba ftbol con ellos, y siempre que regresaba de la
Capital les traa una pelota de cuero para que jueguen. Algunos
recordaban los carritos de metal y las chapas de cocacola, con
muecos dibujados dentro, que les traa de regalo. Tambin recordaban
los chocolates que les traa del convento de las monjas; y las
revistas ilustradas que, aunque no saban leer, las miraban miles de
veces, y no falt quien fue corriendo a su choza para traer una de
esas revistas: Una sobre la flora y fauna de la selva, que tena
guardada desde haca diez aos, hasta cuando sus hijos aprendan a
leer y le lean lo que en ella estaba escrito. Otro record la paliza
que les meti la vieja cuando los sorprendi juntos, trepados al rbol
de nsperos. Muerto de risa, el campesino empez a contar cmo la
vieja le peg duro a su nieto, diciendo: - Toma por burro, por andar
mezclndote con estos cholos de mierda...!, y paf...! le meta un
correazo por el lomo, y paf...! le meta un correazo por el culo, y
el borrico ste saltaba gritando: Vieja bruja, le voy a contar a mi
pap...! y despus la vieja le meta un manazo al pap, y el pap le
volva a pegar a este burro... y este burrazo me iba a buscar al
otro da cagndose de risa a mi casa, y el pap nos pescaba a los dos
y nos volva a reventar las carnes a patada limpia, pero este
zopenco no senta nada y siempre estaba con nosotros-. Mientras esto
contaba, el campesino iba contorsionndose y dando patadas al suelo,
agitaba los brazos como si tuviera una correa en las manos y pegaba
chicotazos al aire, o haca el ademn de cubrirse la cabeza con ambos
brazos y se acurrucaba para terminar tumbado en el suelo y luego
pataleaba gritando: - Mam, mam...!-. El grupo de campesinos haba
hecho un semicrculo y seguan sus movimientos rindose, bromeando,
aplaudiendo, imitndolo. El desbarajuste hubiera seguido de no ser
por una viejita que se le acerc y le encaj un bastonazo entre las
costillas y le increp: - Para qu me llamas por gusto, pedazo de
borrico, si ya sabes que cuando te pega el patrn yo tambin te tengo
que pegar...!-. Todos rieron y el orden volvi a establecerse. Pero
no dur mucho porque todos empezaron a gritar: - Djenlo libre...! l
no ha hecho nada malo!
Ral se le acerc y mientras le desataba las manos, escuch que le
deca: - Ya ve, mi comandante, yo soy un serrano igual que todos
aqu!-. Lentamente se frot las muecas, se le haban adormecido.
Aspirando profundo y pausadamente, dijo: - Vali la pena haber
pasado por este juicio...! No tena idea de la capacidad de memoria
de los campesinos, tampoco de la capacidad de querer o de odiar que
tienen...! Carajo, a pesar de haber vivido entre ellos muchos aos,
la Capital se haba encargado de borrarme tan gratos recuerdos...!-.
Sac de su casaca la cajetilla de Inca y le ofreci uno a Ral, pero l
no acept, guard la cajetilla otra vez en su casaca y se dirigi
hacia los campesinos mientras deca mirando de reojo a su to: - Saba
que fumar no era mi ltimo deseo, guardar esta cajetilla como un
buen recuerdo...!-. Los campesinos lo acogieron y se sent al lado
de ellos.
-
A dos de los hijos de doa Matilde no les fue mal. Al que vena de
la Capital lo liberaron casi de inmediato, nadie le recordaba una
culpa. El que tena un puesto en el mercado de la capital de la
provincia fue puesto en libertad ni bien declararon que obraba en
forma justa con ellos; que cuando vena de la ciudad les traa hojas
de coca, caazo y se los venda barato, no tenan nada que reclamarle.
El hombre haba esperado justicia, como se lo hizo saber a Ral, y
recibi justicia. Una vez liberado de sus amarras se apoy contra la
pared que tena a sus espaldas, y clav la mirada en el suelo
pedregoso y polvoriento del patio de la hacienda, esperando el
final del proceso con un presentimiento que le apretaba el corazn;
saba que su hermano mayor tena demasiadas culpas que pagar.
Fueron unos minutos de tenso silencio, nadie se atreva a hablar.
El Sol refulga suspendido en el centro del cielo y sobre el
descampado ya no se dibujaba sombra alguna, corra un ligero viento
helado que bajaba de la cordillera de enfrente. Todo empez
lentamente, tom la palabra el ms anciano de los ancianos. Sus
palabras eran pausadas, llevaban una carga pesada dentro y las iba
dejando salir poco a poco, era una necesidad imperiosa que de no
satisfacerse terminara por aplastarlo, por devorarlo, por
consumirlo en las brasas del infierno.
- El seor don Gastn, nuestro patrn, hijo de nuestra patrona doa
Matilde, que en el infierno se pudra y pague sus deudas hasta que
el Sol deje de brillar, que los mares se sequen y los desiertos se
inunden, es el ms malo de los patrones que he tenido; los he tenido
fieros, borrachos, rencorosos, alegres, malos con las mujeres,
malos con los nios, malos con los viejos, de todo tipo he conocido.
Pero como mi patrn don Gastn nunca lo he sufrido, ni me lo han
contado mis padres, ni mis abuelos. l es muy bruto, para ser malo
hay que estudiar, porque hay que saber ser malo para que tu siervo
te quiera aunque le pegues, porque sabes que aunque te muela el
lomo a palos no te faltar qu comer, ni qu beber, y aunque te abuse
tu mujer no puedes hacer nada porque el Cristo, nuestro seor, as lo
orden por la culpa de la Mara de la Magdalena. El seor cura as nos
ilustraba, y despus deca: Yo puedo arreglar el mal de tu mujer!
Porque el seor cura era el mensajero de nuestro Seor Jesuscristo.
Pero don Gastn no quera que el seor cura se quede; cuando llegaba,
daba la misa y se tena que regresar por donde haba venido.
El hombre ms viejo de la comunidad se sumergi en un profundo
silencio, como queriendo reprocharle al hacendado el que su mujer
se haya ido de entre los vivos sin que el seor cura le haya
purificado el cuerpo. La masa acongojada de campesinos escuchaba el
relato con la cabeza gacha, perdonando al anciano por tener una
ingenuidad ms grande que la de ellos. Al mismo tiempo, muchos se
imaginaban prendiendo la fogata donde ardera el cuerpo de aquel
cura que les rob el alma para convertirlos en borregos obedientes
del ltigo del patrn.
- Cuando llova -continu entre llantos- nos obligaba a recogerle
lea, y cuando se la llevbamos nos botaba a patadas gritando: Quiero
lea seca, para qu quiero lea mojada! Y cuando le decamos que estaba
lloviendo, l nos responda que eso no le interesaba y que nosotros
no tenamos que pensar porque ramos unos indios de mierda y debamos
obedecer callados noms. As que le traamos lea seca de nuestras
casas y ni las gracias nos daba, tampoco nos invitaba un traguito
para el fro, ni coca para el cansancio, y todava nos deca: Calienta
tu cama que ya voy a visitar a tu mujer! Y despus se rea.
El anciano no pudo hablar ms porque se le doblaba el alma por el
peso de los recuerdos; en ese mismo instante todos empezaron a
exigir a gritos que fusilen a don Gastn..., basta de juicios!
-
Ral pidi silencio a la masa y pregunt si alguien tena algo ms
que decir. Todos protestaron diciendo que no haba ms que decir y
que ya haban escuchado suficiente, el alboroto se torn grande hasta
que una viejita empez a gritar que se callaran porque quera
hablar.
El respeto por los ancianos en las comunidades es algo
admirable. El silencio se hizo.
- Mi hija pastaba las ovejas de la hacienda y este maldito iba a
caballo y la persegua por el campo hasta que ella no poda correr
ms; as se diverta primero y despus se diverta encima de ella y la
obligaba a un montn de cosas que slo poda pasar en las casas con
foco rojo de la ciudad, donde el pap del seor Gastn viva borracho
toda una semana. Y cuando a mi hija se le hinchaba la barriga iba
este diablo y a patadas noms le sacaba el hijo de adentro. Pero
cuando mi hija estaba bien, otra vez la correteaba; y as pas cinco
veces desde que tena doce aitos noms. Hasta que un da su pap de mi
hija se cans y quiso defender a su hija, pero este mal hombre lo
mat con un machete y cuando vino la polica, stos se fueron
borrachos escribiendo en un papel que se trataba de un accidente.
Por eso mi hija se escap, pero a la semana me la trajeron los
guardias diciendo que se haba cado a un barranco, pero su cadver
hablaba de que la haban matado con patadas y con piedras. As debe
morir este hijo del diablo para que el alma de mi hija descanse en
paz. He dicho mi verdad! -termin la anciana sin dejar de mirar a
don Gastn, quien temblaba cada vez ms convulsivamente como si le
fuera a dar un ataque de epilepsia.
Fueron dos horas, dos largas horas en las que uno tras otro se
escuchaban los relatos de los campesinos que haban padecido en
carne propia o en la de alguno de sus familiares todas las
desgracias del mundo a manos de este miserable individuo, que tras
diez aos de ausencia haba regresado para recoger una parte de la
herencia que dejara su madre. Evidentemente recogera no slo la
herencia dejada por su malvada madre, sino la dejada por todos sus
antepasados.
Don Gastn fue condenado al fusilamiento. Se lo llevaron casi a
rastras al cuarto que usaban como calabozo, le desamarraron las
manos y le dieron una silla, Ral lo miraba preguntndose cmo un solo
hombre podra ser capaz de tantas maldades juntas, le dio la espalda
y orden que echaran candado al cuarto; que pusieran dos guardias,
uno en la puerta y otro en la ventana que da al patio trasero, y si
quera escapar, o si alguien quera sacarlo de all, que dispararan a
matar. Dio media vuelta y ech a andar hacia el descampado, all
esperaban los campesinos, deban organizar el reparto.
* * *
En la maana de la toma de la hacienda El Milagro, antes del
desayuno, hice un recorrido por la casa hacienda y los alrededores.
En el patio trasero encontr una tabla con cuatro patas, una mesa
bastante rstica, ploma y mohosa, seguramente haba soportado
muchsimas lluvias y muchos maltratos, tena cortes en toda su
superficie; en uno de sus cantos estaba clavada una, tambin
antigua, mquina de moler carne o maz, se la vea muy antigua y algo
oxidada, pero se notaba, y as lo comprob, que an funcionaba, tal
vez con algunos ajustes y un poco de aceite estara en perfectas
condiciones para volver a moler cualquier cosa molible. Mientras
daba vueltas a la manivela pensaba en los acontecimientos de la
maana, y trataba de precisar las tareas del da; de improviso sent
una mano sobre mi hombro, gir bruscamente llevando la mano a la
cacha del revlver, cuando estuve a punto de desenfundarlo choqu con
el rostro milenario de un viejo
-
campesino, muy viejo, demasiado viejo para estar en pie y sin
embargo lo estaba; ligeramente encorvado, caminaba con relativa
agilidad y se lo vea ms fuerte que un roble. Pasado el susto de
ambos, nos miramos y nos sonremos; le ped que no vuelva a hacer
eso, pues podra ser peligroso en estos tiempos de guerra en que
todos, a pesar de la costumbre, andamos un poco nerviosos; a l le
tena eso sin cuidado, deca que ya haba vivido bastante y que si
segua sobre la tierra era de yapa. Lo que s le interesaba y mucho,
era la moledora. Encarecidamente me peda que se la entregue, casi
suplicante, con las manos juntas pegadas al rostro. Un rostro
cruzado por todos los surcos y las penas de la tierra, un rostro
que llevaba hundidos unos ojos claros medio transparentes, nublados
y llorosos permanentes, capaces de ver dentro del alma de las
personas porque no le quedaba nada por ver sobre la faz de la
Tierra; todo lo haba vivido, todo lo haba visto, todo lo haba
sufrido y padecido. Y ante ese rostro milenario estaban unas
gruesas manos invadidas por callos y cicatrices de siglos de
trabajo rudo, miserable e impago. Unas manos que haban arado todas
las tierras del mundo, que haban cambiado de lugar montaas de
piedra y tierra, que haban amasado barro y paja para hacer casuchas
donde ir murindose de a pocos en los ltimos siglos. Esas manos que
todo lo haban tocado, esos ojos que todo lo haban visto, no podan
dejar de tocar ni de ver esa moledora, una moledora que haba estado
ante sus ojos y al alcance de sus manos durante dcadas, pero que
nunca pudo tocar, porque la ltima vez que lo intent, hace veinte
aos, un latigazo le parti la espalda y lo dej marcado para siempre.
Hoy era el da, hoy podra disfrutar del sueo que haba acariciado
tantas dcadas. -Por favor, niucha -dijo con la voz quebrada y
suplicante-, entrgame esa maquinita para moler el maicito para mi
viejita que est muy enfermita. Por favor, niucha; despus morir en
paz-. Qu haba dentro de ese hombre? Qu ilusin? Qu recuerdo? Nunca
lo supe, pregunt a muchos, pero nadie supo darme una respuesta.
Le expliqu que no poda entregrsela porque todo se deba resolver
en asamblea, no le interes. - Pero si t mandas, niucha...! Para qu
quieres preguntar...? -me grit como quien regaa a su hijo menor por
no querer tomar la sopa o algo por el estilo. Cuando se calm le di
una explicacin de media hora sobre principios, normas, reglas,
necesidades, polticas, prioridades, y en especial de que los
tiempos son otros; que los patrones ya estn dejando de existir y
que por lo tanto las decisiones se toman en conjunto, por la
comunidad, en asambleas, etc., etc. Mi rollo no le interes para
nada, me escuchaba como quien oye caer la lluvia, a cada momento
deca: - Ya, ya...! Claro, hijo...! Tienes razn...! S pues, as es,
niucha, como si yo no supiera...! Ya, ya...!-. Slo le faltaba
decir: - Ya compadre, acbala y dame la moledora!-. No, hermanito,
de verdad que el viejito estaba obsesionado por la moledora, pero
yo no se la poda entregar as noms. As que le dije que espere a la
asamblea. Y as lo hizo, durante ms de diez horas estuvo pegado a
mis zapatos; paso que yo daba, paso que daba l. Te juro, hermano,
que algn da escribir sobre l.
* * *
Una vez terminado el juicio a los ex dueos de la hacienda se
convoc a una asamblea general. All se nombr a las nuevas
autoridades que regiran los destinos de la comunidad y se
encargaran del trabajo colectivo, as como del reparto equitativo de
lo producido, viendo en especial el mantenimiento de los ancianos y
de los nios, as como de las mujeres y los jvenes. Tambin se cre la
milicia de defensa y se la arm lo mejor que se pudo. Los objetos de
la iglesia
-
pasaron a ser propiedad de la comunidad para que le den el uso
que consideraran ms conveniente, incluyendo el de restablecer el
templo y la misa si lo creyeran necesario; pero eso s, ningn cura
podra llevrselos y tampoco estar en contra del nuevo orden
establecido, tenan las puertas abiertas pero no para robar. Los
nuevos dirigentes deban saber diferenciar, cuando ello sea
necesario, a las personas de las instituciones. Se les record que
como personas, existen eximios sacerdotes y monjas; que incluso
algunos de ellos han abandonado los hbitos para empuar las armas al
lado del pueblo; y que otros, estando an bajo rdenes eclesisticas,
prestan ayuda a los combatientes enfermos, heridos, prisioneros o
perseguidos. Pero no deban olvidar las experiencias pasadas en los
ltimos quinientos aos, no deban olvidar la muerte de Atahualpa a
manos de los espaoles, de la Iglesia como institucin y de los
traidores que se pusieron bajo sus rdenes.
Los aperos y todas las herramientas pasaron a ser propiedad
comunitaria, ms todo lo que haba dentro de la casa, desde la
vajilla hasta los cuadros, podan pasar a propiedad individual, as
que se hizo una suerte de subasta: Quin quiere esto? Se levantaba
el objeto y alguien lo peda; si eran varios los solicitantes, se
someta a una corta discusin y pasaba a manos de quien ms lo
necesitaba y aunque cada quien tena los mejores, y a veces los ms
graciosos, argumentos, siempre se llegaba a un acuerdo
satisfactorio para las partes en disputa.
Mientras todo esto suceda, Ral sinti nuevamente una mano
apoyarse sobre su hombro; esta vez no se sobresalt pues por el peso
reconoci la mano del viejito de ojos claros transparentes,
nublados, llorosos y cansados de tanto ver la desgracia. Ral gir y
le dijo: - No me he olvidado, taita, ahora la traigo...!-. Y se fue
a desclavarla. El abuelo estaba a su espalda, de un salto se puso
delante de l y le tendi las manos para recibir la moledora, pero no
se la entreg. - Espera, abuelo -le dijo con cario, con un cario que
crea olvidado pero que le brotaba de lo ms profundo del alma-. Te
pareces a mi abuelo, eres ms terco que una mula...-. Rode los
anchos y macizos hombros del anciano con un brazo, mientras que con
el otro sostena la moledora contra su pecho, y se echaron a andar.
En el camino, Ral le cont que su abuelo haba sido boxeador, judoka,
esgrimista, perseguidor de abigeos, nieto de un hroe provincial que
aparece en los libros de historia, coleccionador de estampillas y
un montn de cosas ms. El campesino lo miraba pero no entenda el
significado de muchas palabras. Cuando Ral silenci sus
pensamientos, y mientras buscaba con la mirada clavada al suelo
algn otro recuerdo perdido, el viejito le pregunt: Dime, hijo, tu
abuelo tena una moledora? - S! -respondi Ral sorprendido por tal
preguunta- Y yo? -Volvi a preguntar el anciano arrugando an ms su
cansado rostro. La risa de ambos deambula hasta hoy en medio de ese
alboroto de quebradas y montaas, con sus cuevas profundas, con sus
milenarios caminos de herradura trajinados por seres hasta ayer
ignorados por la historia y el destino, caminos recorridos por la
felicidad y el sufrimiento tomados de la mano, una risa que espera
ser rescatada del olvido.
El viejo sonri jovialmente por primera vez en todo el da, rode
con su curtido brazo el cuello de Ral, lo atrajo hacia su pecho y
lo retuvo apretado por unos segundos. As llegaron al centro de la
casa, abrazados como abuelo y nieto, como padre e hijo, como
hermanos, como amigos, como compaeros, como camaradas.
Casi al final de la asamblea de reparto, Ral, despus de
conversar con los dirigentes, pidi la palabra. -Pedimos -dijo con
un nudo en la garganta- la moledora...-. La asamblea en pleno
-
enmudeci. Trag saliva y todos escucharon el ruido. El anciano le
tir con fuerza de la manga de su casaca, como queriendo hacerle
recordar que l la haba visto primero hace treinta aos! Ral no le
hizo caso y prosigui: - La necesitamos para hacer un regalo a
nombre del Comit Popular. Esta mquina de moler tiene un significado
especial para don Toribio...-. No pudo decir ms porque todos
empezaron a aplaudir y gritar que se la entregue. En verdad esa
alharaca lo salv pues no poda decir nada ms; una sensacin extraa lo
embargaba. Sentimientos personales se mezclaban con lo colectivo y
lo turbaban. Haca mucho que haba dejado de pensar en lo suyo y sin
embargo haba momentos en los que recordaba a su familia. De su
corazn brotaba una tarda muestra de cario hacia su abuelo,
representado en aquel anciano, y un pedirle perdn por no haberlo
acompaado en sus ltimos das. Y al mismo tiempo, ver en aquel
sufrido campesino a toda una clase agraviada, pisoteada, sometida a
la ms grande de las ignominias, y que hoy por fin sonrea sin temor
a ser latigueado o pateado, y lanzaba al aire el ms grande de los
desafos, pues nada es imposible para quien se atreve a escalar la
montaa ms alta, y los pobres ya se haban echado a andar... Sali de
sus cavilaciones cuando sinti otro tirn de la manga de su casaca.
Entreg al anciano la moledora, ste la tom en sus manos, la bes y se
la llev a la frente, la envolvi en su poncho, mir a Ral con sus
ojos nublados, dio media vuelta, cruz el patio, cruz el descampado,
empez a subir la cuesta, gir en un recodo de la montaa y se perdi
en silencio. Ral lo segua con la mirada desde el descampado; a sus
espaldas, en la casa, empezaban a sacar todo lo que poda ser til,
puertas y sus marcos, ventanas y sus marcos y todo aquello que se
pudiera arrancar de paredes, pisos y techos. De la casa qued slo el
cascarn. Ral cerr su mente al pasado, dio media vuelta y se uni a
sus hombres.
Antes de abandonar la zona decidieron prender fuego a lo que
quedaba de la casa hacienda, no vaya ser que el enemigo la tome, al
quedar abandonada, como cuartel de operaciones. En pocos segundos
el fuego invadi el techo y largas lenguas de fuego se levantaban
hacia el firmamento. En medio de la algaraba general, Ral se
sobresalt al recordar que el viejo taxista venido de la Capital a
recoger su herencia estaba dentro de uno de los cuartos, el nico
que se salv de perder puerta y ventana porque estaba custodiado por
Felipe y Domingo, que no dejaban que nadie se acerque a menos de
dos metros, cumpliendo las ordenes de Ral. Cuando empez el
incendio, Felipe dej su puesto y se olvid del por qu estaba delante
de esa puerta y fue a festejar junto con los dems las llamas
devoradoras de lo antiguo y purificadoras del futuro. Felipe sinti
el mismo sobresalto, ambos se miraron y sin decir palabra alguna
arrancaron hacia la casa. A medio camino los sobrecogi una serie de
explosiones. Era la dinamita y las municiones que los hacendados
haban escondido entre los techos de las habitaciones y reventaban
por el calor del fuego. Repuestos del susto y a rastras por
precaucin, llegaron al cuarto que haca las veces de prisin para don
Gastn. Rompieron la puerta de una patada, no tenan llave. En el
interior el espectculo era muy extrao. El cuarto estaba lleno de
humo, don Gastn se haba envuelto en una frazada y permaneca
acurrucado, clavado de pnico, sobre la silla. Lo sacaron casi a
rastras, sus piernas se negaban a obedecerle. En medio del patio,
casi repuesto por el aire fresco, pero an tosiendo y tembloroso, se
le acerc a Ral. -Mi comandante -dijo tartamudeando-, no me ir a
hacer dao no? Lo que estos indios le han dicho es pura mentira, la
verdad es que mi pap era as como ellos dicen, pero yo no. Fjese, mi
general -Ral haba logrado un ascenso vertiginoso por obra de la
sobonera de un casi cadver-, tengo mucho dinero en la capital de la
provincia -le dijo quedo al odo como para que los dems no escuchen-
y adems tengo varias
-
armas que las puedo entregar si me deja ir...-. Hizo una pausa,
respir profundo y volvi a la carga. - No tiene un cigarrito, mi
mariscal?-. Quera aparentar como si nada pasase, como si todo fuera
una broma, qu va, ni siquiera una pesadilla, sino una pendejada de
unos cuantos mocosos insolentes que no se daban cuenta que l era el
patrn, y que pronto pasara el mal rato.
Ral, haciendo un gran esfuerzo para contener el enfado, sac su
cajetilla de Inca sin filtro y le ofreci un cigarrillo. Le acerc el
fuego de una cerilla y tomndose su tiempo le explic:
- Mire, seor, yo no soy comandante, aqu no tenemos grados de
ningn tipo...
- Pero se nota que usted es el que manda aqu -grit el ex patrn
enrojecido de impotencia, con los ojos brillosos, saltones y
amenazantes-. Y se le nota inteligente...! -tiraba su ltimo as de
oros el astuto viejo zorro vestido con piel de cordero-. Usted
puede dar una orden y se acab el asunto...!
- Aqu quien da las rdenes es el pueblo! -replic pausado pero
enrgico- y usted ya fue sentenciado por todas las maldades que ha
hecho, a fin de cuentas usted mismo ha cavado su propia tumba.
Se hizo el silencio.
Los combatientes haban terminado de arreglar sus cosas. La
poblacin de varias comunidades y de la ex hacienda El Milagro
llenaban las faldas de los cerros cercanos, no queran marcharse sin
antes ver que se cumpla la voluntad popular.
Felipe se acerc y comunic que todos estaban listos para partir.
Ral encendi su ltimo cigarrillo y dio la orden para que se lleven
al reo. Don Gastn qued petrificado, convertido en estatua de sal,
luego de verse obligado a mirar hacia atrs, a revivir el recuerdo
de sus fechoras, y no se movi para nada. Mara se le puso delante,
le coloc lentamente el can de su metralleta a la altura del corazn
y apret el gatillo. A don Gastn se le escuch un quedo y corto
quejido, cay de espalda, y qued inmvil. Ral se acerc al cuerpo
inerte del ex gamonal que haba venido por una herencia pero a
cambio cosech lo que con sus maldades haba sembrado en varias
dcadas; le palp el costado del cuello... la sentencia se haba
cumplido. Un rumor de alivio recorri las faldas de los cerros. Las
primeras estrellas hacan su aparicin en un cielo nublado a medias,
desde el sur galopaban oscuros nubarrones que presagiaban noche de
lluvia.
Ral, sumergido en reflexiones sobre las malas pasadas que a uno
le puede jugar el destino, suspendi sus pensamientos cuando a su
espalda oy la voz de Felipe que con un timbre de emocin en la voz
le deca: Compaero, hemos cumplido bien nuestra jornada!
La columna emprendi la marcha entre cnticos de guerra, los
campesinos la despedan agitando las manos y lanzando vivas al
viento, los ponchos de oscuros colores iban confundindose con el
atardecer. La columna de combatientes, con Ral a la cabeza, se
mimetiz entre la quebrada y el estruendo del ro arrastrando piedras
hacia la costa.
* * *
Venancio se incorpor a nosotros de una forma que no te puedes
imaginar, hermanito. Un da soleado, el viga dio la voz de alerta.
Un grupo como de veinte personas vena subiendo por la falda oeste
de la montaa. Nos encontrbamos descansando, creo que tenamos tres o
cuatro das metidos en una choza en la parte alta de una cumbre,
desde donde tenamos una visin
-
esplendorosa del paisaje y podamos divisar a cualquiera que
pasara a dos das de distancia. Eran ms que nosotros, pero ya
habamos recuperado nuestras fuerzas; y con los ataques a varios
puestos de retn que habamos realizado en el ltimo mes, conseguimos
un par de buenos fusiles de largo alcance con los que podramos
mantenerlos a raya en caso de necesidad antes de emprender la
retirada.
Cuando me avisaron de la presencia del grupo, estaba leyendo 7
Ensayos, tirado boca abajo disfrutando de la lectura y del calor
del Sol, tan escaso por esos das. Llegu al puesto de viga con el
largavista colgando del cuello, ote entre rboles, arbustos y peas.
Efectivamente, suban a darnos el encuentro campesinos, hombres y
mujeres, casi todos de edad avanzada. Se vean pacficos y no traan
armas. Por seguridad, ms que por desconfianza, orden a Felipe que
escogiera dos hombres, que se adelantara unos cien metros de la
posicin de vigilancia y que se ubicara a un costado del sendero que
conduca hasta nosotros; entre los dems distribu los lugares y las
tareas para la defensa, en el supuesto de que sean policas
disfrazados de campesinos y pretendan sorprendernos. Nuestras
mochilas estaban siempre listas para ser tomadas al vuelo y
emprender la carrera en caso de un ataque sorpresivo. No me senta
preocupado, al contrario, tom mi puesto avanzado junto al viga de
turno, revis las cacerinas de mi fusil por puro capricho, pues saba
que las tres estaban cargadas al tope; esa misma maana, antes del
desayuno, haba limpiado y engrasado el fusil y renovado los sesenta
tiros de los cargadores, tambin de pura costumbre. Demoraran una
media hora hasta llegar al lugar donde se encontraba Felipe. Abr el
libro en la pgina marcada y me puse a leer.
"El rgimen de trabajo -haba escrito Jos Carlos Maritegui- est
determinado principalmente, en la agricultura, por el rgimen de
propiedad. No es posible, por tanto, sorprenderse de que en la
misma medida en que sobrevive en el Per el latifundio feudal,
sobreviva tambin, bajo diversas formas y con distintos nombres, la
servidumbre... Se explica adems por la mentalidad colonial de esta
casta de propietarios, acostumbrados a considerar el trabajo con el
criterio de esclavistas y negreros..." Dej de leer cuando Felipe me
avis que una comisin de la comunidad quera conversar con
nosotros.
* * *
Ral se acerc al grupo y estall un tronar de voces que reclamaban
de todo, hablaban todos al mismo tiempo, levantaban o bajaban el
tono de la voz segn sus demandas y la urgencia para resolverlas;
pero igual no entenda nada de nada hasta que el ms viejo los mand
callar con un par de palabrotas y pidi disculpas por el
alboroto.
- No importa -dijo Ral mientras echaba el fusil a su espalda-.
En qu podemos servirles? -pregunt acercndose ms al anciano.
- Fjate, taitita -habl despus de guardar silencio un par de
segundos-, a nuestra comunidad ha regresado, como licenciado, uno
de nuestros hijos que hace muchos aos se fue para la Capital, para
hacer el servicio militar. Comete ahora fechoras, se emborracha,
abusa de las mujeres, roba el ganado y lo vende a otras
comunidades, no trabaja y se hace servir donde mejor se le antoja,
y si no le sirves te patea o pisa tus cultivos; no podemos hacer
nada porque tiene una pistola que lleva siempre bajo el poncho, y
adems otros dos vagos se le han juntado desde hace unas dos
semanas.
-
- Los ancianos -continu ya con ms confianza- se han reunido y
nos han encargado buscarlos a ustedes para pedirles que limpien
nuestra comunidad. Los ancianos piensan, y nosotros tambin, que los
de la tropa han mandado a este licenciado, que ya no lo
consideramos como de nuestra comunidad, para que nos desjunte y
acusemos a los compaeros, pero no lograrn eso porque los de la
tropa nos han robado varias veces y matado. He dicho mi verdad!
Al tiempo que terminaba extenda su mano derecha alcanzndole a
Ral una cachipa, queso serrano muy agradable, y orden a las
ancianas que entreguen su carga. Traan choclos calientitos, papas
sancochadas, huevos duros, cuy chactado, y otras cosas deliciosas
que no saboreaban haca mucho tiempo.
Dio las gracias, y haciendo una reverencia se comprometi a
estudiar el caso y darle solucin rpida.
- Alguito ms les hemos trado, taitita -dijo el anciano con el
rostro compungido. Y detrs de su poncho sali un muchachito de ojos
oscuros, que brillaban desafiantes en el fondo de una cara pequea,
redonda y quemada por el fro de la puna.
- Y esto? -pregunt Ral sonriendo desconcertado.
- Les va a ser muy til, taitita, conoce cada piedra del camino
de aqu a mil leguas en redondo, camina bien rapidito, no se cansa,
no come mucho, sabe bien el castellano pero no quiere hablar mucho
desde que los de la tropa mataron a su mam... que era mujer de un
compaero diciendo.
Ral lo mir largo y record que tambin tena hijos...
- Y cuntos aos tienes? -pregunt sin or ms que el silencio por
respuesta.
- T quieres venir con nosotros?
Unos ojazos se movan de arriba para abajo y de abajo para arriba
cada vez a mayor velocidad.
- Bien, vienes con nosotros si me dices cuntos aos tienes -dijo
Ral escondido tras una falsa voz de padrastro enojado.
- Quince...! -y estall una estruendosa carcajada.
- Yo me llamo Ral, y t, cmo te llamas? -volvi a preguntar en
medio de la generalizada hilaridad.
- Venancio! -grit el chiquillo mientras arrancaba hacia la choza
sin despedirse de su abuelo, ni de los de su comunidad, ni
preguntando nada a nadie, antes de que Ral se desanime, pens al
vuelo.
Diez das despus la comunidad fue limpiada, los cuerpos sin vida
del licenciado y sus secuaces fueron arrojados a la quebrada, cerca
del puente de madera que es paso obligatorio para quienes se
comunican entre la capital de la provincia y las comunidades de las
alturas. Un letrero adverta con tinta roja lo que les podra pasar a
todos aquellos que se atrevan a levantar la mano contra sus
hermanos de clase.
* * *
Ese Venancio es genial, hermano! Camina igual de noche como de
da, realmente conoce cada piedra, cada camino, cada cueva, cada
escondite, no se le pasa nada por alto, y si hay algo que no
-
conoce, da la impresin de que con slo desparramar una mirada por
el horizonte puede descubrir nuevos caminos, nuevos escondites,
nuevos atajos y cualquier otra cosa que nos favorezca.
Desde que lleg a nosotros, pudimos duplicar nuestro rendimiento
en el desplazamiento; acortando distancias entre un punto y otro,
alejndonos, en las persecuciones, del enemigo con gran rapidez para
caerles encima por la espalda sin que lo esperasen, y adems con
gran eficacia, hacindonos humo cuando las cosas se ponan feas y
tenamos todas las de perder. Te puedo jurar, hermanito, que gracias
a l podamos atacar dos veces, en puntos distintos, en un solo da y
estar a veinte kilmetros de distancia para la noche aunque nosotros
habamos caminado slo diez, porque Venancio nos conduca por trochas,
atajos entre cerros, cruzbamos ros por el nico lugar que se poda
vadear en quince kilmetros de largo y que nadie conoca; slo as
podamos sacar una ventaja increble y desbocar la imaginacin del
enemigo que supona, con esos ataques y rpidos desplazamientos, que
ramos varios cientos y no los casi cuatro gatos que ramos al
principio. Ese Venancio es medio silvestre, habla ciertamente poco,
pero cuando lo hace, es lapidario y contundente, nada se le escapa.
Me cost mucho trabajo hacerle comprender que el ritmo del
desplazamiento tena que darlo yo de acuerdo a los planes a corto,
mediano y largo plazo. Si por l fuera, nos pasaramos caminando toda
la noche y combatiendo todo el da; as que fcilmente te puedes
imaginar que en el primer mes, desde que l lleg a nosotros, todos
andbamos con la lengua afuera de tanto subir y bajar; medio muertos
de tanto cruzar ros helados a medianoche, para seguir caminando
hasta el amanecer... Ah...! Y dicho sea de paso una cosa increble:
En plena puna, a varios miles de metros sobre el nivel del mar, con
un espantoso fro que te corroe los huesos, de tanto caminar, el
cuerpo se te calienta y casi se te seca la ropa; tan cierto es, que
uno se pone las medias mojadas en el pecho y al da siguiente estn
secas. Cosa de locos, pero as es y eso lo aprend de ese chiquillo,
que contribuye como un verdadero gigante.
As fue cmo conoc a Felipe y a Venancio.
* * *
Ral termin de saludar a los combatientes, se haba detenido un
poco en cada uno para preguntarle por su salud, por su estado de
nimo, qu pensaba de las cosas que estaban pasando y cmo vea la
salida de este enredo. Los cinco minutos de descanso se haban
convertido en ms de media hora. Los mandos se reunieron con los
responsables que se haran cargo de los grupos del pelotn y con
Venancio. Reorganizaron el contingente de los grupos de ataque,
apoyo y contencin; los que tenan peores heridas iban al grupo de
contencin y los ms sanos, al de ataque. Venancio explic la ruta a
seguir y calcul el tiempo que les llevara llegar a la Base de
Apoyo: un da y medio, mximo dos. Llegaron a la conclusin de que
eran varios los helicpteros que haban participado en el ataque,
aunque uno de ellos llev la parte principal del mismo, lo que
significaba, al entender de Ral, que los otros helicpteros haban
desembarcado personal y que a estas alturas se encontraban
posiblemente dentro de un cerco que haba que romper a toda costa,
de lo contrario sera el fin para todos. Se distribuyeron las tareas
y cada quien fue a reunir su grupo y explicar el plan a seguir.
Cuando despertaron a Domingo, ste sali disparado y fue a
estrellarse contra una pared del cerro, rebot y cay otra vez de
espalda contra el suelo.
-
- Domingo, don Sata te cerr la segunda puerta del infierno o qu?
-pregunt Julin a la vez que todos rompan a rer
estrepitosamente.
- Carajo! -grit Domingo todava medio dormido-. Estaba soando que
me caa un helicptero encima! No pueden despertarlo a uno con un
beso en lugar de zarandearlo?
- Ni que fueras la bella durmiente -le replic Julin-. Aunque feo
no eres, de repente te da un besito la Mara, pero con la boca de su
metraca para afeitarte esos cuatro pelos que tienes por barba.
Y nuevas risotadas se lanzaron al aire fro de la maana, que
empezaba a vestirse de plomo oscuro.
Ral se le acerc a Domingo y le extendi una mano para ayudarle a
pararse.
- Gracias, compaero -sonri entre avergonzado y alegre llevndose
la mano libre a la frente, que empezaba a tersele de rojo
sangre.
La marcha se reanud cuando todos tenan claro que les esperaba
una jornada bastante agitada; en ese momento nadie senta miedo, al
contrario, todos queran cobrarse la prdida del mondonguito.
El ascenso por la vertiente izquierda de la garganta result
bastante penoso, en especial para aquellos que caminaban sin
zapatos; a pesar de tener los pie