UNIVERSIDAD DE CHILE
UNIVERSIDAD DE CHILE
FACULTAD DE FILOSOFA Y HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE LITERATURA
Que no s de la muerte?: Lo tanatal en los Sonetos de la muerte
de Gabriela MistralNombre: Diego O. Prez Hernndez
Profesor: Sr. Federico Schopf
Curso: Revisin de la Poesa en Chile: 1910-2010 (del Modernismo a
la Vanguardia)
Programa: Magster en Literatura
La presente investigacin constituye un esfuerzo por comprender
lo tanatal en los Sonetos de la muerte de Gabriela Mistral,
entendiendo por ello la visin artstica que se expresa de la muerte
y del hombre ante ella. Surge la necesidad de aproximarse a una
respuesta total a la pregunta que busca averiguar qu es la muerte y
cmo se conduce el hombre ante ella en dicha serie de poemas porque,
en la actualidad, poqusimas investigaciones han considerado la
totalidad de obras que Mistral escribi bajo el ttulo de Sonetos de
la muerte: la mayora de los trabajos que abordan esta seccin de la
produccin potica mistraliana consideran exclusivamente los poemas
que conforman la triloga por la cual nuestra poeta fue galardonada
en los Juegos Florales de 1914, descuidando los otros diez poemas
que investigaciones actuales consideran tambin como pertenecientes
a dicha serie.
Para lograr lo que recin se propuso, se expondrn primero las
razones por las cuales es posible hablar de al menos treces Sonetos
de la muerte, para luego considerar lo que otros investigadores han
opinado sobre ellos, visiones que, segn se dijo, se agotan
principalmente en los ms conocidos. Finalmente, se proceder a
analizar cada uno de los poemas, destacando sus particularidades y
correspondencias con los otros pertenecientes a la misma serie. 1.
El nmero de Sonetos de la muerte.
Sin desmerecer los trabajos precedentes, probablemente, la obra
que ms seriamente ha abordado hasta ahora los Sonetos de la Muerte
de Gabriela mistral es la de Satoko Tamura. En ella, se afirma que,
de tales poemas, los ms conocidos son los de la triloga conocida:
en general, los Sonetos de la muerte hacen pensar en aquellos por
los cuales la poeta fue galardonada en los Juegos Florales de 1914.
Sin embargo, Mistral public uno con el nmero XI, lo cual, desde
luego, hizo pensar a varios investigadores en que estos seran por
lo menos once, cifra que Tamura, tras una exhaustiva investigacin,
aumenta a trece, sin agotar la posibilidad de que, en realidad,
sean ms.
Por supuesto, la investigacin recin nombrada no fue la primera
que abord el problema del nmero de los Sonetos de la muerte: ya en
1947, Augusto Iglesias, en su obra Gabriela Mistral y el modernismo
en Chile, aventur la hiptesis de que nuestra poeta, en un comienzo,
habra escrito dos sonetos (los que comienzan en Los muertos llaman
y Yo eleg), hiptesis que es desechada por Tamura porque su ideador
no habra fundamentado debidamente las bases que lo llevaron a
juzgar que esos dos poemas fueron escritos con antelacin a la
triloga premiada. Aos despus, en 1953, Antonio Undurraga escribe
Fueron doce los Sonetos de la muerte?, una monografa publicada en
la revista La nueva democracia. Segn Tamura, constituye el primer
trabajo que encara de manera frontal el nmero de obras escritas
bajo el ttulo de Sonetos de la muerte. Undurraga da a conocer su
hallazgo de un poema que aparece bajo el ttulo de Sonetos de la
muerte XI (escrito que comienza con los versos Oh, fuente de
turquesa plida!), el cual presenta como una obra indita. Dicho
texto, sin embargo, fue publicado en Desolacin y en Poesas
completas bajo el ttulo de La condena y, para Tamura, es
independiente de la triloga premiada. Undurraga llega a la
conclusin de que, por el nmero XI puesto por Mistral a esta obra,
es altamente probable que haya escrito doce o ms bajo el mismo
ttulo. Pero hubo que esperar hasta 1957 y la obra de Ral Silva
Castro titulada Estudios sobre Gabriela Mistral para que se
demostrara de manera documentada que el Soneto de la muerte XI haba
sido titulado La condena. En el ao siguiente, el acontecimiento ms
importante fue, segn la investigadora japonesa, el descubrimiento
de un texto de los citados sonetos: en El sptimo soneto de la
muerte, Aldo Torres afirma haber dado con dicho poema, que comienza
con los versos Malditos esos ojos..., publicado con el mismo ttulo
en la revista argentina Nosotros el ocho de agosto de 1918. Adems,
este autor hace la suposicin de que nuestra poeta quiz alberg el
deseo de escribir un libro titulado Sonetos de la muerte. En 1965,
Silva Castro escribe un artculo titulado Dos notas sobre los
Sonetos de la muerte, en cual toca el problema del nmero de esta
serie de poemas; sin embargo, Tamura le resta importancia a esta
investigacin porque omite la existencia del soneto VII que Torres
identific. En 1978, Roque Esteban Scarpa, en el captulo titulado
Los once, todos los Sonetos de la muerte? de su libro Una mujer
nada de tonta, esclarece mediante la interposicin abundantes datos
y documentos no pocos puntos oscuros que investigaciones previas
trataron de esclarecer infructuosamente. Al igual que Torres,
Scarpa plantea la posibilidad de que Mistral tuviera en mente
juntar sus sonetos en un libro: as, los poemas de la triloga
galardonada en 1914 habran formado parte de un grupo que alcanzara
al menos los trece textos.
Tal sera una presentacin sucinta de los estudios que anteceden
la obra de Tamura sobre el nmero de Sonetos de la Muerte. Dado que
es posible que se sigan descubriendo nuevos poemas que pasen a
sumarse a los ya existentes, el problema del nmero de textos que
Gabriela Mistral habra escrito bajo el mismo ttulo no se ha
resuelto ni es, por cierto, finalidad de esta investigacin
solucionarlo: lo que pretendemos aqu es, valindonos de los valiosos
descubrimientos que expone la autora japonesa en su obra, abordar
lo que hasta ahora puede considerarse la totalidad de Sonetos de la
Muerte, con el fin de alcanzar una visin ms acabada de la muerte en
la poesa mistraliana.
Antes de hacerlo, creemos pertinente recordar que la propia
Mistral, en una carta dirigida a Eugenio Labarca en 1915, seal su
intencin de escribir una obra que reuniera los Sonetos de la
muerte: a mediados del presente ao publicar un volumen de versos
escolares Despus de ese mi primer libro vendr otro con versos de
otra ndole, compaeros de los Sonetos de la muerte (1998: 72).
Gracias a los esfuerzos de Tamura y de los investigadores previos,
actualmente, sabemos que Mistral dej numerosas obras tituladas
Sonetos de la muerte, las cuales conviven con otras que, aunque no
lo lleven, bien pueden considerarse dentro de esta serie a juzgar
por su forma y contenido potico. La investigadora oriental los ha
agrupado en un conjunto de doce textos con sus correspondientes
variantes, ordenados conforme a una secuencia temporal y de
contenido. 2. La muerte mistraliana y su manifestacin en los
Sonetos de la muerte.
Es innecesario decir que la muerte y los muertos juegan un rol
fundamental en los Sonetos de la muerte. Ahora bien, es importante
recordar con Tamura que Mistral estuvo en contacto con ambos
elementos desde muy temprana edad y de manera cercana, tanto, que
eran algo natural, una realidad casi cotidiana que llegaba a
ejercer en ella una extraa fascinacin (1998: 121). La atraccin que
la muerte ejerca en Mistral puede seguirse hasta su primera obra
conocida, a saber, El perdn de una vctima, publicada el once de
agosto de 1904 en El Coquimbo, en la que la accin tiene lugar en un
cementerio. El veinticuatro de septiembre del mismo ao, tambin en
el peridico de la IV regin, nuestra autora publica Recuerdos,
especie de apologa de la muerte en la que dice que ella es la nica
verdad que el mundo guarda en s y arrebata los seres cuya
existencia es tan preciosa en la tierra: los lleva a habitar esas
rejiones desconocidas que cubre el denso velo del misterio (: 122).
Adems, Mistral publica Tierra Santa, escrito que, al igual que su
primera obra, tiene lugar en un cementerio y en la que usa
expresiones como carcajada, plido y otras que pueden identificarse
en los borradores de los sonetos posteriores. Estos datos son
importantes no solo porque permiten reconocer la presencia de la
muerte en la poesa de Mistral ya cuando ella tena quince aos, sino
tambin porque tornan posible la refutacin de aquellas
interpretaciones de los Sonetos en funcin del suicidio en 1909 de
Rogelio Ureta, un empleado de ferrocarriles muy querido por
Mistral. Segn Tamura, esta relacin se halla presente ya en La
divina Gabriela, de Virgilio Figueroa, primer trabajo independiente
sobre nuestra poeta, en el que su autor cree estar seguro de que la
fuente de inspiracin de los Sonetos fue el suicidio del trabajador
ferroviario. Una lectura similar hace Undurraga, quien afirma que
La condena (recordemos que l consider que esta corresponda a otra
obra) fue escrito pocos das despus del suicidio del empleado
ferroviario. Como seala Rojas, tal hecho habra sido el supuesto
soporte biogrfico de los Sonetos de la muerte, la piedra de toque
que habra orientado la vida de la poeta as como su produccin
posterior (1996: 27). Sin embargo, tal consideracin ha perdido
vigencia: el autor recin nombrado recuerda que, en 1950, Iglesias
abord de manera detallada este problema y torn dudosa la filiacin
entre el suicidio de Ureta y los Sonetos al citar evidencia externa
de coetneos muy cercanos a la poeta que declararon no haber estado
al tanto de una relacin amorosa entre ambos. En la actualidad,
seala Rojas, la mayora de los crticos opina que los Sonetos de la
muerte no guardan relacin absolutamente isomrfica con hechos de la
vida de Mistral que pudieran haberse prestado para inspirarla: como
dice Iglesias, el romance amoroso de la Mistral es solo un nuevo
caso de una ensoacin convertida en realidad poemtica (: 27-28).
Tamura no es ajena a este problema y asume la postura de la mayora
de los estudiosos actuales: sin negar la importancia que tuvo el
suicidio en la produccin de los Sonetos, opina que el germen de
esta serie de sus obras hay que buscarlo en una poca muy anterior
al suceso, cosa que creemos que qued demostrada en el primer prrafo
de esta seccin. En todo caso, los motivos imperantes en los Sonetos
de la muerte, la muerte y los muertos, se confirman tambin en otras
producciones literarias de Mistral: en Sobre una tumba, obra
publicada el 22 de agosto de 1905 en El Coquimbo, escribe:
(he venido) a darte mi cariosa despedida, hasta el da no lejano,
en que venga a hacernos compaa, en esta existencia de abandono en
que viven los que fueron los que pasaron; maana quiz, otra cruz
blanca que seale mi morada se alzar al lado de la que muestra la
tuya. Juntas bamos por la senda florecida de nuestras vidas.; t,
rodaste en el comienzo de la ruta, al abismo inexorable, yo, voi
hacia l; Astros de tiniebla, en pos vamos de la estela de los que
ya se hundieron (1998: 122-123).
En Primero de noviembre, texto que apareci en El Coquimbo el dos
de noviembre de 1905, aparecen elementos que tambin remiten a los
sonetos: duerman los tristes en espera de los seres amados que
llegarn tarde o temprano a descansar sobre el mismo lecho,
reclinados en la misma yerta almohada. Del mismo modo, en Carta
ntima, prosa potica aparecida el 30 noviembre del mismo ao en La
voz del Elqui, encontramos elementos que remiten, en opinin de
Figueroa, a los Sonetos: segn este autor, mientras que en la
primera parte prevalece un sentimiento pesimista y melanclico que
evoca la muerte de la amiga y en la mitad descubre al ser querido
en un bello entorno que hace pensar que, en realidad, constituye un
canto a la naturaleza, al final, se descubre que el tema es la
muerte y la separacin, tal como se patentiza en el siguiente
fragmento: No hay nada ms extrao y triste que ese amor paradjico
que hay en el alma por todo lo muerto o ido. Y, en esa locura
sublime, guardo yo las cenizas de los pensamientos con que
adornbamos el pecho (: 124). Figueroa, sin embargo, opina que, pese
a los rasgos comunes con los Sonetos, en estos no se manifiestan
claramente los mismos motivos, por lo que habra que considerarla
una innovacin de Mistral.
Otros dos antecedentes significativos destacados por Tamura en
su obra son De mis cartas a Delia (tres de agosto de 1908, El
Coquimbo) y Rimas (seis de septiembre de 1908, La Tribuna). Del
primer texto, la autora destaca que, pese a tratarse de una
separacin temporal, nuestra poeta se expresa como si, en realidad,
consistiera en un distanciamiento definitivo. Adems, Mistral se
refiere a su amiga utilizando las mismas palabras que para un
novio, a la vez que se dejan ver en ellas los mismos motivos que
aparecen en los sonetos, cosa que se manifiesta en lo que sigue:
tambin la amistad, como el amor, puede hacer de la vida un infierno
(: 125). En las estrofas primera y decimosexta de Rima, se aprecian
los mismos sentimientos maternales para enjugar las lgrimas de la
amiga que expresa en los Sonetos III y IV. Tambin, en la misma
obra, aparece el cansancio de la vida que constituye uno de los
motivos de los Sonetos de la muerte IV y del primero cuarteto del
X.
Por todo lo anterior, podemos concluir con Tamura que los
Sonetos de la muerte fueron el resultado de haber conjugado esos
motivos ya formados con su talento y recursos literarios tras el
suicidio de Rogelio Ureta ocurrido el 25 de noviembre de 1909 (:
126). Es posible considerar como similares las consideraciones de
Von dem Bussche, quien opina que la creacin potica mistraliana,
desde sus orgenes, deja ver ciertos rasgos que se mantendrn
absolutos y constantes. Se tratara de una poesa tendiente siempre a
la totalidad y cuya chispa corresponde a ciertas experiencias
bsicas que la provocan, a saber, el sentimiento del amor, la
significacin del mundo y sus elementos y, lo que es ms importante
para esta investigacin, el sentimiento de la muerte.
Lo que ms arriba se hizo fue intentar demostrar que la obra
mistraliana est teida por la muerte y los muertos ya en sus
comienzos; sin embargo, es importante ahora trata de entender qu es
la muerte para nuestra poeta, empresa que emprenderemos en las
siguientes pginas, considerando antes lo que otros autores han
dicho al respecto.
Comenzaremos con las ideas de Pellegrini. Este autor sostiene
que, pese a la importancia que reviste la muerte en la obra de
nuestra autora, la crtica ha sido incapaz an de sopesarla
debidamente, considerndola en todas sus dimensiones. Para
Pellegrini, la muerte mistraliana es una de las ms intensas y
complejas en la literatura en lengua espaola. Agrega que, segn
Vladimir Jankelvitch, la muerte posee al menos dos caras: como
fenmeno (cultural, social, familiar, demogrfico e incluso econmico)
y como misterio sobre el cual no se puede decir nada. Ella sera, en
virtud de esta segunda dimensin, indecible e inefable, total mudez,
silencio sobre silencio, pilar de la absoluta apora (2007: 32).
Para Jankelvitch, explica Pellegrini, ante la presencia de la
muerte o incluso su mera inminencia, es imposible hablar, puesto
que le es inherente una carencia verbal. Estas ideas de Jankelvitch
sobre la inefabilidad de la muerte evocan las de Arregui y Choza,
para quienes la muerte no es un jeroglfico resoluble por la mente
humana, sino que se trata de un lmite del pensamiento, de aquello
que no puede pensarse ni comprenderse porque es lo que acaba con
nuestro pensamiento y nuestra comprensin. Ante la muerte, el
pensamiento se estrella contra un lmite opaco e impenetrable. Otro
autor, Snchez, por su parte, define la muerte como un absurdo que
no podemos pensar. Es evidente que, como sentencia Vermeule, la
falta de experiencia constituye un lmite natural para el que desea
explorar la muerte, pero eso no significa en ningn caso que ella no
pueda ser verbalizada ni pensada. Por el contrario, para nuestra
autora, explica Pellegrini, la muerte jams fue motivo de
callamiento: la muerte mistraliana es un problema del lenguaje y
del nombramiento que se inserta no en el mbito del silencio, sino
en el de la metfora, metfora que, segn Pellegrini, es la del viaje
y del desplazamiento: la muerte mistraliana es un viaje. Con ella,
se volvera decible el lugar de lo indecible, a la vez que, lejos de
indicarse el trmino o el fin de la vida, se constituye el origen
del lenguaje.
Otra autora que dedic algunas pginas a la comprensin de la
muerte mistraliana es Domingues, quien se detiene en la descripcin
realizada en el poema de Mistral titulado Los huesos de los muertos
del poder que los que han abandonado la vida ejercen sobre los
vivos. El lector se encuentra con que las osamentas extinguen con
su blancura el ardor de la llama de la vida junto con mantener a
los vivos como sumisos y cautivos, prendindose a ellos con fuerza.
La presencia de los muertos en la existencia de los vivos es
despersonalizada, en la medida en que se presentan apenas como
huesos, sin la figura humana que la palabra esqueleto, por ejemplo,
podra sugerir. Huesos es, en opinin de la autora considerada, una
palabra ms genrica que, ms all de exponer la materialidad de la
muerte con crudeza, despoja a los muertos de cualquier mencin a su
vida pasada como personas. La dimensin lxica del poema que analiza
conduce a la investigadora brasilea a sugerir que los muertos
sufren una cierta privacin de su condicin humana; no obstante, por
contradictorio que sea, la presencia de los muertos se da manera
bastante viva: los muertos, aunque ya reducidos a huesos,
interfieren en la vida de los vivos con una actuacin perfectamente
humana, como si lo que albergasen de su antigua condicin fuese no
la figura, sino los sentimientos, por ejemplo, los celos. Ellos,
adems, les roban a los vivos el ardor, como si persiguieran
infringirles el mismo fro y la misma blancura de la muerte,
operndose, as, una suerte de venganza suscitada por el despecho que
los muertos experimentan al ver que sus amados continan vivos.
Las ideas recin expuestas son valiosas para esta investigacin no
solo porque permiten alcanzar una idea ms acabada de la muerte
mistraliana, sino tambin porque la contradiccin descubierta por
Domingues reaparece en los Sonetos de la muerte premiados en 1914.
En ellos, al igual que en Los huesos de los muertos, la paradoja
est determinada por el hecho de que la muerte, si bien es mostrada
en toda su materialidad, no significa el final de los sentimientos
humanos: los muertos pierden su figura humana, transformndose en
huesos, mas continan encarnando las emociones ms humanas.
Segn Domingues, por otra parte, la filiacin de los muertos a la
tierra, descompuestos, puede simbolizar un retorno a lo
inconsciente, lo que explicara la presencia de las pasiones humanas
en ellos, mientras que las imgenes de descomposicin, por su parte,
apuntan a un estadio intermedio entre la vida y la muerte, una vez
que, en ella, la vida (los gusanos), se alimenten de la muerte.
Pasemos ahora a considerar las ideas que la autora presenta en
su artculo sobre los Sonetos de la muerte. Es conveniente
reproducirlos aqu, cosa que haremos conforme sea necesario.
Empecemos por el Soneto tIII-2 en la clasificacin de Tamura,
considerado por Domingues como el primero de la triloga, segn lo
que se entiende comnmente:
Del nicho helado en que los hombres te pusieron
te bajar a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron
y que hemos de soar sobre la misma almohada
te acostar en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el nio dormido;
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna,
para tocar tu cuerpo de nio dolorido.
Luego ir espolvoreando tierra y polvo de rosas;
y en la azulada i leve polvareda de luna,
los despojos livianos irn quedando presos.
Me alejar cantando mis venganzas hermosas,
porque a ese hondor recndito la mano de ningunabajar a
disputarme tu puado de huesos
Domingues explica que, en este soneto, el yo lrico entierra al
ser que am y despus se va cantando sus venganzas hermosas, una vez
que su amado est a salvo de otras mujeres. Tamura tambin comenta
las estrofas de este poema y, de la primera, dice que Mistral, en
un comienzo, escribi donde en lugar de en que, producindose, as,
una aliteracin, recurso que sola emplear nuestra poeta en su
primera poca. Al optar por la segunda expresin, Mistral dara
muestra de su habilidad y delicada captacin (1998: 80). Agrega que
en los versos tercero y cuarto se establece la idea de que ambos
suean fuertemente unidos, compartiendo una misma culpa. En la
segunda estrofa, se detiene en dulcedumbre, que expresa
directamente la calidez materna, y en ha de hacerse, expresin con
nfasis en el matiz de deber u obligacin. En la tercera estrofa,
Tamura observa despojos, y afirma que esta expresin alude a lo que
ha quedado despus de haberle sido arrebatado su amado. En la cuarta
estrofa, cantando simbolizara un canto de venganza y sera una
expresin sacada probablemente de las Sagradas Escrituras. Adems,
dicha expresin permite suavizar el tono airado que evoca la palabra
venganza y sugiere la idea de una victoria final serena. Recndito,
prosigue Tamura en su comentario, va ms all de la idea de quietud y
acenta la intencin central del poema, a la vez que pone de relieve
un mundo secreto, privativo de los dos, ajeno a las imgenes annimas
que enuncian las palabras hombre, gente y nadie en otros lugares de
la obra.
Tamura concluye su anlisis del Soneto tIII sealando que est
conformado por expresiones simblicas, a la vez que identifica una
bsqueda por lograr un sutil dilogo en el ms all con el alma de
quien ha perdido su condicin fsica.
Recordemos ahora el soneto tIV (-2) en la clasificacin de
Tamura, que es el segundo de la triloga galardonada:
Este largo cansancio se har mayor un da
y el alma dir al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada va
por donde van los hombres contentos de vivir
Sentirs que a tu lado cavan briosamente
que otra dormida llega a la quieta ciudad;
esperar que me hayan cubierto totalmente
i despus hablaremos por una eternidad
Solo entonces sabrs el porque, no madura
para las hondas huesas tu carne todava
tuviste que bajar sin fatiga a dormir.
Se har luz en la zona de los sinos obscura.
Sabrs que en nuestra alianza signos de astros haba
y, roto el pacto enorme, tenas que morir.
A propsito de este poema, Domingues seala que la hablante lrica
baja tambin a la tierra, feliz de poder, finalmente, conversar con
su amado por toda la eternidad. Al final del soneto, comienza a
delinearse la razn de la muerte prematura del hombre amado. Tamura,
por su parte, se detiene bastante en la expresin masa. Reconoce en
ella el sentido de algo gravoso que no mantiene una relacin
equilibrada con la imagen luminosa que sugiere la expresin que le
sigue, rosada va. Ahora bien, pese a que no parece algo muy
refinado ni potico, refleja, segn Tamura, muy bien el lenguaje de
Gabriela Mistral, quien siempre am el Valle de Elqui, lugar donde,
como sabemos, naci y en el que adquiri de boca de su madre el habla
que es propia de la gente de campo y que es clasificado por los
lingistas como lenguaje directo. Dicha forma de expresarse aparece
en este poema de ritmo acentuado, con expresiones rsticas pero
vigorosas, desprovistas de todo velo de delicadeza (1998: 84). De
la segunda estrofa, llaman la atencin de la estudiosa oriental las
expresiones llegar y esperar; la primera, porque expresa claramente
la voluntad de la mujer de venir a reposar junto a los restos de su
amado; la segunda, ya que es portadora de un sentimiento positivo
de esperanza y logra dar mayor suavidad a la expresin, con una
proyeccin hacia el futuro. En la tercera estrofa, repara en tuviste
que bajar, pues sirve para significar que fuerzas externas se
conjugaron para que su amado se viera obligado a morir. Finalmente,
en la ltima estrofa, Tamura opina que el reiterado uso de ese (s)
responde a un intento de crear un clima de hermetismo.
Sigamos con el poema que la investigadora japonesa clasifica
como tV (-1) y que es, para Domingues, el tercero:
Malas manos tomaron tu vida desde el da
en que a una seal de astros dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo floreca
malas manos entraron trgicamente en l.
Y yo le dije al Seor: Por las sendas mortales
le llevan. Sombra amada que no saben guiar!
Arrncalo, Seor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueo que t sabes dar.
No le puedo gritar, no le puedo seguir!
su barca empuja un negro viento de tempestad
retrnalo a mis brazos, o lo ciegas en flor.
Se detuvo la barca rosa de su vivir
Que no s del amor que no tuve piedad?
T, que vas a juzgarme, lo comprendes, Seor!
En el ltimo poema, dice Domingues, son entregados los
antecedentes de la muerte: al saber que su amado la dejaba por
otra, la hablante lrica le pide a Dios que lo traiga de vuelta o
que lo lleve consigo. Es esto ltimo lo que acontece finalmente y el
lector puede, por tanto, comprender la satisfaccin expresada por la
hablante lrica en el primer soneto. Pasemos ahora a considerar los
comentarios de Tamura, quien, en la primera estrofa, se detiene en
dos expresiones que nos parecen relevantes. La primera de ellas es
seal, que sera usada por Mistral para aludir al destino indicado
por los astros. La segunda es Dejara su plantel nevado de azucenas:
aqu, Tamura interpreta que, como no se deja claro quin ha sido el
sujeto de la accin, se estara sugiriendo que el desenlace ha sido
obra del destino, liberndose de este modo el yo lrico de la
tragedia de la muerte del amado, vctima de un sino sealado por los
astros. A propsito de la estrofa que sigue, la estudiosa
considerada opina que es natural que Mistral emplee la palabra
Seor, puesto que, como cristiana, aluda a Jess. Finalmente, Tamura
considera que sabes dar, en donde ve el objeto de la piedad
divina.
Segn se dijo ms arriba, en estos sonetos estara presente la
ambigedad materialidad humanidad sentimental de la muerte: si bien
el amante ya ha fallecido, el yo lrico sigue relacionndose
afectivamente con l: primero, el ser amado es bajado a la tierra
soleada, como quien es puesto para dormir. Esta dulzura maternal
para con el cadver convive con otros sentimientos en el poema: la
satisfaccin de ver que all los despojos quedaron presos, que dimana
de la sensacin agradable de saberse vengada y la alegra de
constatar que, all, ninguna otra mujer podr alcanzar el puado de
huesos. Todos estos sentimientos conducen a Domingues a reafirmar
que, para Mistral, la muerte no significa el fin de las pasiones
humanas.
Otra observacin interesante de la autora de habla portuguesa
consiste en reconocer que la dualidad emocional dulzura maternal
venganza es comportada tambin por la tierra, que evidencia una cara
positiva y otra negativa: si ella se comporta como madre, el suelo
es cuna; pero si el yo lrico se comporta posesiva o negativamente,
la tierra es prisin. Estas reflexiones se complementan con las de
Tamura sobre el comportamiento maternal, para quien se trata de una
metfora para expresar la suavidad femenina que corre paralelamente
a la agobiante imagen de la muerte y que sugiere el sosiego de
haber hallado de cierta manera la salvacin. La dulzura maternal
constituye as un artificio para volcar concluyentemente en el ltimo
verso del soneto tIII la violenta pasin de sentimientos de amor y
de odio, ntimamente unidos. De ah que Tamura concluya que el poema
en cuestin es interpretable como un drama lrico simblico.
Domingues, por su parte, finaliza su anlisis diciendo que la muerte
no apaga el amor: el hombre amado contina, para todos los afectos,
vivo.
Ocupmonos ahora de las reflexiones de Rojas acerca de los tres
sonetos ms arriba transcritos. Este autor desecha la lnea
interpretativa que parte del suicidio de Ureta y opta por el
enfoque de Rojo, quien establece la ancdota que se cuenta en los
Sonetos de la Muerte. Dicha ancdota se presenta con una cronologa
trastocada dentro del texto: la narracin, tal como sealan los
verbos de los poemas, van desde un futuro hacia el pasado y
finalizan en el presente de la narracin. En opinin de Rojo, el
pasado y el futuro funcionan ms bien como una especie de embudo,
con las instancias perfectas en la mitad del discurso y las
imperfectas en las orillas (1996: 28). Agrega Rojo que la principal
misin del exegeta de los sonetos consiste en explicar este ajuste
entre historia (hechos de la ancdota) y relato (desordenado contar
de la ancdota en el texto) (: 28), empresa que lleva a cabo
intentando leer los signos del texto mistraliano, poniendo el
acento en sus connotaciones sexuales. Rojo llega a la conclusin de
que la construccin de un final feliz en un tiempo futuro que tiene
lugar al principio del discurso constituye una apropiacin por parte
de la mujer del cdigo masculino (la invencin del futuro sera
patrimonio del hombre, no de la mujer en las sociedades
patriarcales). Ahora bien, dicha apropiacin significa solo que la
hablante se apropia del papel masculino, no que se transforme en el
hombre de la pareja. Segn Rojo, al yo lrico, en tanto que mujer en
territorio masculino, no le queda ms opcin que reorientar su energa
libidinal, emprendiendo un continuo montaje de simulacros de l,
englobando dentro de ese l no solo los hombres con que entr en
contacto la poeta, sino tambin a smbolos y divinidades (: 28).
Luego de exponer las consideraciones e interpretaciones de Rojo,
Rojas postula que los Sonetos de la muerte deben leerse como el
alegato del acusado que ha cometido un crimen de amor y que trata
de justificar tal accin. Este drama judicial tiene por personajes a
los que conforman un tringulo amoroso: l, ella y la otra, a los que
se suma el jurado del drama: la sociedad, los otros y Dios. De
acuerdo a ese enfoque, Rojas cree que el penltimo verso del poema
tV presenta la acusacin, mientras que el ltimo instala la corte
judicial y el juez mximo que la preside. Agrega que las acciones en
general de los sonetos sirven para que el yo lrico establezca su
defensa y se justifique. La hablante habra decidido, segn Rojas, no
presentar los hechos de modo cronolgico porque una disposicin as la
habra obligado a tener que hacer una confesin explcita del delito y
mostrarse desde el inicio como una criminal que debe lavar o
justificar su falta. As que, en lugar de organizar de esa manera su
discurso, la estrategia que utiliza consiste en que, sin hacer
alusin alguna al crimen, usa ms de la mitad de su defensa para dar
cuenta de acciones que ocurrirn en un futuro y que, al interior de
la estructura del alegato implcito, afirman y garantizan su inmenso
amor por el muerto, a la vez que aseguran que esta historia de amor
tiene un final feliz, con los amantes reunidos por toda la
eternidad.
Rojas agrega a lo anterior que la extensa introduccin le permite
al yo lrico que, al final de su discurso, pueda plantear las
posibles acusaciones como preguntas, junto con lo cual es capaz de
liberarse de la obligacin de responder a dichas interrogantes. Sin
los versos finales, el resto del discurso sera, en opinin del autor
considerado, el relato velado, indirecto, tortuoso y siempre
inmerso en un tiempo futuro (: 44) de acontecimientos pasados, de
los cuales se inferir que ella es la responsable de la muerte del
amado (la confesin del crimen nunca es directa, como afirma
Rojo).
Rojo identifica la presencia de otros elementos que abogan en
defensa de la inocencia de la hablante: ciertas fuerzas que habran
podido tener injerencia en la muerte del amado, a saber, una seal
de astros y las malas manos de la otra. Adems, supone al respecto
que lo que tiene de responsable la hablante no se habra producido
si las manos de la otra no hubiesen sido malas ni hubiesen
conducido al amado por sendas mortales. Esta interpretacin se
confirma en el ruego a Dios: si l ha atendido la splica de la
hablante, hay que colegir que la peticin era justa, bien fundada y
razonable. Rojas as lo cree: en el ltimo soneto, el yo lrico nos
dice de modo indirecto que lo que la movi a pedir la muerte del
amado fue, en ltima instancia, su infinita compasin por l, cuya
alma buscaba salvar incluso a costa de la muerte de l.
La interpretacin de Von dem Bussche viene a completar la lectura
de Rojas ah donde esta parece ms dbil: la culpa. Siguiendo a
Federico Ons, quien sostiene que el sentimiento cardinal de la
poesa de Mistral es, en el fondo, anhelo de religioso de eternidad
(1957: 103), Von dem Bussche opina que la necesidad de absoluto que
aguijonea a nuestra poeta la arroja a experimentar trgicamente el
amor. De esta experiencia, pasa a un sentimiento religioso del
mundo y el ser, alcanzando, finalmente, la liberacin por la muerte.
Mistral, que anhela eternidad, la descubre en individuos mortales,
razn por la cual har de la muerte el destino y, del morir, la
condicin de su efectiva realizacin. El amor, prosigue Von dem
Bussche, ser para nuestra autora su vida, su arma feroz ante la
muerte, con la cual lucha por hacer una experiencia que sea sagrada
(: 104). Sin embargo, cuando sufre la traicin del ser amado,
Mistral se atreve a asumir completamente la ms trgica experiencia
del amor sentido como religin: que la muerte le quite al ser amado.
En otras palabras, ella pedir que el traidor muera. Pero, cuando su
deseo se hace realidad, entiende terriblemente cul ha sido el
costo: perder el alma. Entonces, ante lo imposible que resulta
recuperar la presencia del ser amado, hace suyo ficticiamente el
cadver, accin que a Von dem Bussche le parece salvaje y casi
demencial. Aqu, contra lo que afirmaba Pellegrini, el autor ahora
considerado opina que la muerte aparece como el lmite ms
fuerte.
Von dem Bussche agrega que Mistral, cuando la muerte se ha
cumplido, se descubre a s misma condenada a vivir con el alma en la
tumba (: 106), en donde es vctima de la venganza del muerto. As, el
gran pecado de nuestra autora es haber perdido la razn en su afn de
trascendencia amenazada: ella, frentica en la avidez de una celosa
posesin, ha preferido la victoria de una rival distinta de todas:
la muerte, para evitar el sacrilegio de la traicin (: 106).
Aqu concluye la exposicin de lo que estudios previos sobre los
sonetos han considerado al respecto. Ha sido necesario omitir los
poemas que Tamura clasifica como I y II porque Domingues, Rojas,
Rojo y Von dem Bussche abordan solamente los de la triloga premiada
y que constituyen lo que comnmente se considera como Sonetos de la
muerte. Lo que haremos a continuacin es emprender el anlisis de
cada uno de los sonetos, empezando por el primero segn la
organizacin de la investigadora japonesa.El soneto tI dice as:Mis
manos campesinas araaron la pea
para cavar una cruz donde mi sueo cabe,
hecho amor a un suicida por cuya mano suave
sent rodar la sangre rota que se despea.
Sangre de mis delirios y de mi voz que suea
gritando por las noches como el vuelo de un ave
doliente a jaramago o a la remota nave
en donde van los seres que la muerte desdea.
Mis manos de labriega domearon el fro
por Monte Grande arriba, bebiendo vino fuerte,
por Peralillo alegre, cogiendo luna amarga.
Pero mi voz de mujer llor en el desafo
bestial e impenitente que le lanz la muerte
sobre la carne herida como una eterna carga.
Este poema comporta al menos una diferencia significativa en
relacin a los de la triloga galardonada. En primer lugar, est la
falta de dilogo con el muerto amado, el t de los sonetos
anteriormente vistos. Desde luego, este no se halla ausente en el
poema, sino que aparece convertido en suicida, lo cual no
necesariamente contradice los otros poemas ni lo que los autores
consultados sostienen: si la interpretacin de Rojas y Von dem
Bussche es acertada en tanto que el yo lrico es culpable en parte
de la muerte del ser amado al pedirle a Dios que intercediera,
dicha intervencin podra haber asumido la forma del suicidio.
Resulta difcil, adems, en este soneto, no recordar lo ocurrido con
Ureta, razn por la cual pareciera ser vlida la consideracin de
Tamura de no despojar por completo de importancia en la comprensin
de los sonetos el hecho de que el empleado ferroviario se haya
quitado la vida. Ahora bien, segn es posible interpretar, el
suicidio del cual se habla en el poema repercute en la hablante de
cuatro maneras: en primer lugar, este hecho, segn leemos, hace que
sus sueos amorosos mueran. En segundo lugar, el mismo hecho genera
la sangre que da vida, que alimenta los delirios y lamentos que la
hablante profiere producto de la muerte de su amado. En tercer
lugar, es posible interpretar, segn dice el ltimo verso de la
cuarta estrofa, que, tras la muerte del ser amado, la vida se
convierte en algo que la muerte desprecia. Esta ltima idea nos
parece sumamente significativa: en virtud de ella, la vida aparece
como lo que queda de la muerte, aquella como un subconjunto de
esta. Finalmente, podemos leer en las dos ltimas estrofas que la
muerte es capaz de doblegar el espritu curtido por las asperezas de
la vida campesina.
Se dijo recin que el suicidio del amado no entraba en
contradiccin necesaria con los sonetos expuestos pginas ms atrs;
sin embargo, es altamente posible que, en realidad, estemos ante
otro amado. Esto porque la intervencin de una tercera no parece
participar en su muerte, razn por la cual no encontramos en este
poema signos de satisfaccin por una venganza consumada ni tampoco
de esperanza: antes bien, lo que la muerte produce es locura,
gritos de dolor y abatimiento de un espritu que se crea fuerte. De
hecho, podra decirse que ni siquiera se trata de la misma muerte,
lo cual afirmamos no por el suicidio, algo obvio, sino porque ella
aparece en su cara de brutal golpe que interrumpe de manera abrupta
la vida. Dan cuenta de ello la sangre rota, el desafo bestial y la
carne herida que se asocian a la muerte del amado. Ante la muerte
que canta el poema, el yo lrico, a diferencia de lo que ocurre en
los otros sonetos vistos, lo nico que puede hacer es dolerse hasta
al llanto.Revisemos ahora el soneto tII-1 de acuerdo a la
clasificacin de Tamura:Yo eleg entre los otros, soberbios i
gloriosos,
este destino, aqueste oficio de ternura,
un poco temerario, acaso tenebroso,
de ser un jaramago sobre su sepultura.
Los hombres pasan, pasan, esprimiendo en la boca
Una cancin alegre i siempre renovada
que ahora es la lasciva, i maana la loca,
i ms tarde la mstica. Yo eleg esta invariada
Cancin con la que arrullo un muerto que fue ajeno
en toda realidad, i en todo ensueo mo,
que gust de otra boca, descans en otro seno,
pero que en esta hora definitiva i larga
solo es del labio humilde, del jaramago po
que le hace el dormir dulce sobre la tierra amarga.
Al igual que el soneto recin analizado, el poema que se aborda
ahora se diferencia de los de la triloga conocida por carecer del
dilogo con el amado muerto, el cual, segn se lee, en caso de que el
que aparece en el soneto tI sea efectivamente uno distinto al que
encontramos en los otros tres poemas, podra corresponder a
cualquiera de los dos. Si se da la primera situacin, el segundo
verso del poema tI se puede interpretar de la siguiente manera: la
razn por la cual la hablante debe enterrar su sueo amoroso es que
la muerte ha anulado para siempre cualquier relacin posible, puesto
que, tal como leemos en el soneto actual, ella jams fue su pareja
de manera real. En caso de ser acertada la segunda posibilidad, es
decir, que el muerto de este poema corresponda al de los sonetos de
la triloga conocida, aparece un dato interesante que, por no ser
necesario, haba pasado inadvertido: hay una amante y un amado; pero
no una amada y, si la hay, esta no es la hablante.
Pese a la diferencia que comparte este soneto con el analizado
en la pgina anterior frente a los de la triloga, si se quiere, se
relaciona ms con estos que con aquel: en primer lugar, hay tambin
manifestacin de dulzura maternal para con el muerto. En segundo
lugar, la desesperacin producida por la muerte del ser amado parece
haber pasado y parece haberse logrado dar con un consuelo, el cual
consiste en ser un jaramago sobre su sepultura. Esta metfora remite
a la tarea de embellecer la muerte del ser querido mediante el
canto que la hace menos terrible. En tercer lugar, relacionado de
manera ntima con la anterior correspondencia, tenemos que parece
anticiparse la compensacin posible en la muerte: aunque en vida goz
de otras mujeres y no de ella, una vez muerto, el hombre ahora es
suyo solamente, cosa que queda en evidencia en el segundo verso de
la cuarta estrofa. Finalmente, podemos interpretar que la segunda
estrofa se relaciona de manera directa con el cuarto verso de la
primera estrofa de tIV.Algo interesante de este poema consiste en
que la tarea que ella desempea en relacin al muerto ha sido
escogida libremente, con lo cual pierden algo de validez las
lecturas de Domingues y Von dem Bussche en lo relativo a la condena
u obligacin que los muertos les imponen a los vivos: si bien son
altamente esclarecedoras en relacin a los sonetos ms conocidos, lo
cierto es que esa interpretacin no da cuenta de manera cabal de la
muerte mistraliana. Ahora, comentaremos el soneto tVI-1:
Te hubiera defendido cual la loba al lobato
de la gran siniestra que te alarg la vida,
poniendo entre t y ella, con mstico arrebato
mi cuerpo temerario, gozoso de la herida.
Si le hubiera encontrado en mis brazos dormido
la mala hembra que vive de estrujar corazones
en sus lomos mis brazos ltigo hubieran sido;
se me forjaron unas vsceras de leones
Pero la ebria fue a hallarte aquel da, confiado
q la de brazos suaves i vscera aleve
Que le puso dormido en sus fauces ardidas,
i lejos de mis ojos todo fue consumado
de modo tan horrible, que no hai aguas de nieve
que enfren mis palabras zarpadas i encendidas!
Lo primero que llama la atencin es que en este poema vuelve a
acontecer el dilogo con el amado muerto. En dicha conversacin, la
hablante imagina la situacin hipottica de que hubiera estado
presente cuando ocurri la muerte de su interlocutor, si hubieran
sido sus brazos los que sostenan al hombre y no los de la otra. De
haber sido aquello real, el yo lrico se habra sacrificado para
mantener vivo a su amor, recibiendo en su lugar la herida proferida
por la muerte, la gran siniestra, la mala hembra que vive de
estrujar corazones, la ebria. Esto, desde luego, merece al menos
una observacin: hay una contradiccin evidente respecto a lo que se
poda interpretar en los sonetos de la triloga conocida, puesto que,
si en ellos la muerte del ser querido es algo deseado para
salvarlo, aqu, por el contrario, la muerte desempea una funcin
completamente negativa y de la que la mujer habra deseado salvar a
su hombre.
Por otra parte, aunque no tanto como para hablar de
contradiccin, se aprecia en este poema que los sentimientos
manifestados se alejan de los tres anteriores y vuelven a los
expresados en el soneto tI, en el que, segn vimos, se manifestaba
una profunda desesperacin y falta de consuelo. En este texto, como
se puede apreciar, el consuelo habra dimanado nicamente de la
salvacin del amado de la muerte, algo que no se haba dicho en los
sonetos anteriores. Como esto no ocurri, el yo lrico es incapaz de
aplacar su ira, segn se puede interpretar en las expresiones
zarpadas y encendidas. Pero es importante ahora preguntarse qu es
lo que ocasiona la rabia de la mujer: segn se lee, no es la muerte
misma del amado ni el hecho de que este haya gozado de otra mujer.
Pese a que est ntimamente relacionado con estos dos elementos, lo
que parece suscitar la indignacin de la hablante es que, cuando la
muerte ocurri era la otra, una mujer incapaz de salvar al hombre de
la muerte, y no ella, dispuesta a inmolarse por su amor, la que
yaca en los brazos de l.
Otra observacin digna de tomarse en cuenta es la relacin entre
la muerte y la otra: si en los sonetos de la triloga conocida hay
una relacin muy cercana en tanto que ella es en gran parte la causa
de la muerte del amado, aqu esa relacin no existe: el amado no
muere por culpa de la otra, sino porque, segn ya se dijo, ella fue
incapaz de hacer algo para salvarlo. Sin embargo, es posible
proponer una relacin de complicidad entre la otra y la muerte, segn
se lee en el ltimo verso de la tercera estrofa.Sobre este poema,
Tamura indica que, al igual que en el soneto VII, se nota la
influencia de La loba, obra que Alfonsina Storni escribi inspirada
en Las flores del mal. Agrega que, en este soneto, hay diferencias
fundamentales con los de la triloga y que se dara una concomitancia
con el ideal esttico del escritor francs, ejemplarizado en su
clebre frase de que, donde no existe la desgracia, es casi
imposible concebir la belleza. Tamura concluye su comentario
aventurando la posibilidad de que Mistral haya desistido de
publicar este soneto porque enfatiza nicamente la propia desgracia
de no haber sido capaz de salvar de la muerte al amado.Veamos ahora
el siguiente poema, el tVII-2 en la clasificacin de Tamura:
Malditos esos ojos cuya mirada oscurase te pint en la entraa,
como un tatuaje largo;malditos esos senos, de doble nfora dura
llenos de miel, cubriendo le el corazn amargo
malditos esos labios untados de impudicia,
Siniestramente finos, como aceros de oriente,que aprendieron un
modo de sangrar con delicia,
sabios en ciencia negra del cuervo y la serpiente
Malditas esas manos que todo desgajaron
Las que rompieron lirios y a su dueo vendieron:
ningn ro las lave de sus marcas sangrientas!;Malditas las
entraas sensuales, que temblaron
todas en la lujuria, y no se sacudieron
delante de las tuyas, esparcidas i cruentas
En este soneto, se repite el dilogo entre la hablante y el amado
muerto. Se manifiestan, como Tamura seala, los celos de la hablante
ante la sensualidad de su rival. Lo importante es que aqu se
entregan importantes antecedentes que permiten completar la imagen
esbozada en los sonetos anteriores, la cual aparece ahora como una
femme fatale, una mujer en la que convive lo siniestro junto con la
lascivia, una sensualidad mortal que terminar por perder al hombre
que la hablante ama. Esta condicin maligna de la otra permite
comprender mejor el ruego de la hablante en los sonetos de la
triloga conocida, a la vez que hacen ms comprensible que Dios haya
intercedido a su favor. La condicin siniestra de la otra mujer
explica por qu es objeto de las maldiciones de la hablante, las
cuales se fundamentan, tambin, en que aquella, aunque goz del
hombre, se mostr impertrrita ante su muerte. De hecho, en ella,
segn se puede leer en los versos segundo y tercero de la tercera
estrofa y se interpret en el poema anterior, la otra mujer aparece
como cmplice.Leamos ahora el soneto tVIII-2:
Es tarde, aunque ya apenas empieza el medioda
Es tarde. Tengo todo
el alma llena de fro i miedo
Aunque ya no espigaba tu amor sobre mis das
Viva por ti como por su Dios
4
viven los monjes santos
por el Dios de los cielos al que no vemos nunca
Pero ahora me gana la carne tremenda
Laxitud que te tiene mudo i desangrado
Bajo todas las albas bajo
8
I ante todos los crepsculos.
Viento
Es tarde, aunque la vida no d toda su esencia
Todava; yo siento que con tus desgranados
Huesos, se est me disgrega, frente a la indiferencia
11
me disuelve como un caduco fruto
de estos que nada saben, de esto se
deshace
todo que se desgrana en polvo bajos los al yunque de mis
gritos
todo el amor del mundo que cantaba en mi pecho.
14
Quiz sea este el soneto ms difcil de abordar de los trece que
hasta ahora se conocen, puesto que las condiciones en que se
conserva dificultan su lectura. Como explica Tamura, la tachadura
que se aprecia en el segundo terceto indica que no se trata de una
versin pasada a limpio y, si la hubo, an no ha sido hallada. La
investigadora japonesa agrega que, en l, la hablante manifiesta su
arrepentimiento de haberse quedado sola y de no encontrar la manera
de escapar de esta situacin.
Pese a las dificultades, es posible reconocer en este soneto la
confirmacin de las ideas de Von dem Bussche relativas al carcter
religioso del amor mistraliano: en efecto, vemos cmo la hablante
viva consagrada a su amor como los monjes adoran a Dios. Sin
embargo, la muerte del amado deja al descubierto que adoraba un ser
perecedero, con un cuerpo frgil y vulnerado por la muerte. Se
confirman, tambin, las consideraciones de Domingues relativas al
influjo que los muertos, representados como huesos, ejercen en los
vivos: pese a que el yo lrico es consciente de que an no ha
alcanzado la plenitud de su vida, los huesos dispersos hacen de
ella algo caducado antes de tiempo. Al final del poema, con ciertos
problemas, puede reconocerse la imagen potente de que el amor que
senta se pulveriza en el yunque de los gritos bajo el impacto de la
muerte, lo cual, no obstante, como bien seala la autora de habla
portuguesa, no significa que ella sea el final de los afectos.
Se proseguir con el anlisis considerando el soneto tIX-2:Si ya
no queda de l sino un copo liviano
de ceniza blancuzca; si es impo pensar
en contra de la vida, q. sustenta en la mano
un buen tirso de ms delicado llamear.
Si la huesa de piedras apretadas le cierra
por que no enturbie el gozo del vivo su misin;
si ninguno se acuerda q. floreci en la tierra
i tuvo en carne humana, inquieto un corazn! Dicen: Y yo: Por
eso; porque es un montocollo
de tierra volandera, blancuzco tumorcillo
que el soplo de mi boca pudiera dispersar
porque tras de negarlo ya lo olvidaron esos
i solo mi ternura le custodia sus huesos
lo nico que le queda no se lo he de robar!
Este soneto parece estar estrechamente vinculado con tII. El
lector recordar que, en l, la hablante expresaba que libremente
haba escogido la tarea de hacer ms llevadera la muerte de su amado
mediante su canto. En este soneto, parecen darse los motivos que la
han llevado a asumir esa labor: por una parte, la ternura que le
inspira la insignificancia que presentan los restos de su amado
muerto; por otra, ella desea salvar a su amor del olvido en que los
muertos son depositados por los hombres.
Por otra parte, el final del soneto es interesante: recordemos
que, en tIII, la hablante describe su deseo futuro de sacar el
cadver de su amado de la tumba y esparcir los restos en una suerte
de ritual. Pues bien, en este soneto, parece arrepentirse de querer
hacer aquello con los despojos de su hombre, puesto que eso es lo
nico que le queda. Lo que en tIII era un acto de amor, segn
interpreta seguramente de manera acertada Rojas, aqu, por el
contrario, es un robo, un dao. Esa consideracin para con el muerto
es altamente significativa si consideramos que este poema carece
del dilogo en el ms all, el cual supone la trascendencia de algo
que permite pensar que, con la muerte, no es el cadver lo nico que
queda. Dicho de otro modo: debe existir correspondencia entre que,
por una parte, crea que los restos que el tiempo ha dejado del
cadver son lo nico que sobrevive y que, por otra, la conversacin
con el muerto, la aparicin del amado ocurra no como objeto sino
como t.
Consideremos ahora el soneto tX-2:
A dnde fuiste, a dnde que ni la albada ni faro
Te trajo i en la espera ya nievan mis cabellos
I por respuesta invtame para morir la tarde
Sin saber que otro mundo sin ti no ha de ser bello;
En qu zarzas de monte tu pecho se haya herido
Que viene una fragancia de sangre sobre el viento
I desde la colina oteo tu jemido
I en las aguas te creo con rostro de tormento?
Pregunt a los caminos i hasta su polvo i prosa
Cava lenta la azada en la paz de la hora
I yo no s si cubre su semblante i su aliento. sus
En dnde estn tus ojos i que mana en sus sienes?
Y cmo una respuesta a mi alarido viene
Tan solo una fragancia de sangre sobre el viento
En este poema, la hablante interroga a su amado muerto sobre su
paradero, evidenciando un sentimiento de abandono y desesperacin
por una ausencia que se le hace eterna. Ella se dedica a buscarlo y
preguntar por l en distintos lugares y lo interesante de este poema
consiste en que, contra la seguridad que tiene la hablante del
fallecimiento del ser amado en los poemas anteriores, aqu, por el
contrario, de ella no posee ms que la sospecha fatal de que l ha
muerto, sustentada en los hallazgos que descubre en su bsqueda. El
yo lrico no alcanza a tener la certeza de que su amado ha
fallecido, puesto que, como es posible leer en los dos ltimos
versos de la primera estrofa, la muerte no lograr calmarla si no se
encontrar con l en el ms all.
Lo anterior hace posible afirmar que estamos ante una nueva
relacin con el hombre: si la muerte, como deca Domingues, no
significa el fin de las pasiones y los muertos pueden seguir
actuando en la vida de los vivos, elementos los dos que constatamos
en este soneto, la hablante bien podra estar evidenciando la duda
sobre la muerte de su amor, por quien sigue sintiendo afectos como
si estuviera vivo.
Veamos ahora el siguiente poema, tXI-4:Oh, fuente de turquesa
plida!
Oh, rosal de violenta flor!
cmo tronchar tu llama clida
i hundir el labio en tu frescor!
Profunda fuente del amar,
rosal ardiente de los besos,
el muerto manda caminar
hacia su tlamo de huesos
Llama la voz clara e implacable,
en la honda noche i en el da,
desde su caja miserable.
Oh, fuente! El fresco labio cierra,
que, si bebiera, se alzara
aquel que est cado en tierra
Consideraremos este poema como parte de la serie de los Sonetos
de la muerte, a pesar de que, como Tamura seala, en 1922, en
Desolacin, Gabriela Mistral lo titula La condena y lo separa de los
dems sonetos, haciendo de l una obra independiente. Este poema se
relaciona con una carta que la poeta escribiera a Magallanes, en la
que dice que hay das en que el llamado de las tumbas es demasiado
vigoroso para no orlo (1998: 106). Tamura cree que Mistral, desde
que comenz a escribir este soneto hasta que compuso el Soneto de la
muerte XII, habra estado dominada por esa fuerte obsesin y,
finalmente, opina que la clave del soneto consiste en que el
destino de la hablante es obedecer la orden del muerto; toda
resistencia era imposible.
Los comentarios de Tamura son valiosos; pero creemos que no
agotan el poema y descuidan una dimensin importante, a saber, que
la hablante parece sentir amor por otro ser que no es el muerto,
pero es incapaz de dejarse llevar por tales emociones porque aqu la
interpretacin de Tamura es acertada est condenada a corresponder al
muerto, so pena de que este se levante de su tumba. Desde luego, se
confirman en este poema las opiniones de Domingues, quien, como el
lector recordar, sealaba que los muertos obligaban a sus deudos
amantes fidelidad.
Por otra parte, en este poema, la libertad con la que la
hablante se haba entregado al embellecimiento de la muerte de su
amado mediante el canto se ha perdido: el yo lrico est condenado a
servir al muerto y su arrullo maternal, entonces, no busca tanto
hacerle ms llevadera la muerte como mantenerlo dormido para que no
la atormente. De este modo, la imagen del amado muerto ha cambiado:
no es ya el puado de polvo que inspira ternura, sino una potencia
terrible, un ravenant capaz de atormentar a los vivos. Tambin, hay
un cambio en el motivo por el cual la hablante se encamina hacia la
muerte: no se trata ya del cansancio de la vida ni del deseo de
yacer junto al cadver que encontrramos en poemas anteriores, sino
del llamado que el propio muerto obliga a obedecer.
Un influjo similar ejercen los muertos en el poema tXII-4:Los
muertos llaman: los que all pusimos
con los brazos en cruz y labio fro,
suelen desperezarse; los quisimos,
nos ven vivir; y les parece Impo!
Llaman, y a la siniestra algaraba
de nuestro carnaval de sangre y risa,llega a entenebrecernos la
alegra
ese loco gritar de la ceniza.
l tambin clama: pide que en la sendael paso apure, y que mi
cuerpo extienda
pronto en su huesa, angosta como herida.
Cierro el odo para no escucharlo;
quiero con carcajadas ahogarlo
y el clamor crece hasta llenar la vida!
En efecto, en este soneto aparece tambin la idea de que los
vivos quisieran poder liberarse del peso de los muertos; pero
estos, a veces, se despiertan y enturbian su alegra por celos o
envidia. El yo lrico no es ajena a esta suerte de maldicin: ella
tambin quisiera gozar de la alegra de la vida, ahogando con risas
el llamado de su amado muerto (y, como vimos en el soneto anterior,
entregndose a un nuevo amor), pero lo nico que consigue es que el
grito tenebroso de la muerte colme su vida.Finalmente, analizaremos
el poema titulado Yo no s cules manos:Yo no s cules manos aquel da
menguado
recogieron sin miedo, con dulzura tambin,
las esparcidas lminas de tu crneo trizado
los iris de los ojos, la astilla de la sien;Que lavaron la masa
de cabellos, caliente
i mojada de grumos, i con gozo de servir,
la untaron de perfumes e hicironte en la frente
la seal de la cruz como a un nio al dormir.
Pero esta tarde, cuando rez la boca ma
por su pena, i la tuya que no puede parlar,ped por esas manos al
que las vio aquel da,
por que antes q. me muera, me las deje besar.
Se ha dejado este poema para el final porque Tamura, en un
comienzo, lo haba considerado como un texto que, aunque podra
considerarse como un Soneto de la muerte, no lo hizo por carecer de
pruebas suficientes; pero, en 1997, le fue permitido examinar
personalmente todos los documentos relacionados con Gabriela
Mistral que se conservan en el Archivo de los Escritores de la
Biblioteca Nacional de Chile y descubri que este soneto lleva como
subttulo De los Sonetos de la muerte. Sin embargo, no lo incluy
como uno perteneciente a la serie por razones de tiempo ni
especific a qu soneto corresponde exactamente de acuerdo a su
temtica y cronologa. Por otra parte, segn se observa, este poema
carece de la estructura propia del soneto, pese a lo cual lo
consideramos igualmente aqu por el subttulo que la propia Mistral
le dio y la indicacin de Tamura.
Segn se observa en el poema, el yo lrico dialoga con el amado
muerto y se pregunta quin fue la persona que prepar el cadver tanto
fsica como espiritualmente. Aunque no sabe quin es esta persona
piadosa, que habra sentido tristeza por la muerte del hombre, segn
podemos interpretar en el segundo verso de la tercera estrofa, la
hablante desea poder besar sus manos antes de que muera. Este
anhelo puede interpretarse de dos maneras: por una parte, como un
gesto de gratitud por haberse ocupado del cadver, cosa que parece
altamente probable; pero, junto con ello, quiz desea besarlas
tambin porque estuvieron en contacto con el cuerpo de su amado,
cosa que, si recordamos el soneto tII, ella nunca pudo hacer.
En relacin a los poemas anteriores, podemos apreciar que aqu el
muerto ha dejado de ser esa alma terrible que atormenta a los vivos
para convertirse en un ser desvalido comparable con un nio al que
se hace dormir. Adems, aparece como un ser triste de haber muerto,
caracterstica que explica sentimientos de ternura que han aparecido
en algunos poemas para con l.3. Lo tanatal en los Sonetos de la
muerte.
Intentaremos ahora organizar las distintas manifestaciones que
la muerte y los muertos alcanzan en los Sonetos de la muerte para,
as, determinar en qu consiste lo tanatal en dichos poemas.
En primer lugar, tenemos, en el soneto tI, que el amado se ha
suicidado y que no ocurre un dilogo con l ni interviene una otra;
la muerte del amado causa, a su vez, la muerte de los sueos
amorosos de la hablante, lo cual, adems, alimenta sus lamentos.
Adems, la prdida del amado hace que la vida sea concebida en virtud
de la muerte, como si se tratara de un subconjunto suyo.
Finalmente, vimos que la muerte tena la fuerza suficiente como para
doblegar un espritu endurecido por la vida agreste, lo cual permite
concluir que ante ella no hay consuelo: constituye un golpe bestial
que interrumpe de manera abrupta la vida.
En segundo lugar, vimos que, en el soneto tII, tampoco
encontrbamos un dilogo entre el yo lrico y el amado muerto. Adems,
ella reconoca que su amor jams fue correspondido, sino que solo fue
suyo en ensueos. Apareca en este poema una manifestacin de la
dulzura maternal y la hablante lograba dar con un consuelo, el cual
dimana de saber que en la muerte solo puede ser suyo. Tambin la
consuela embellecer la muerte del amado mediante el canto, labor
que ella escogi realizar libremente.
En lo relativo a los sonetos de la triloga conocida, expusimos
las ideas de Rojas, autor que sostiene que la hablante intenta
defenderse de las acusaciones por haberle pedido a Dios que matase
a su amado cuando se iba con otra si no era posible que le fuera
devuelto, usando en su defensa distintas acciones que ponen de
manifiesto su amor y aduciendo la intervencin de un destino fatal y
de una mujer malvada. Von dem Bussche, por su parte, explica que la
culpa que la hablante experimenta dimana de haber pedido para el
hombre la muerte si es que se iba con otra, puesto que esto
atentaba contra su afn de trascendencia. Domingues repara en su
anlisis en dos aspectos de los poemas: por una parte, en que la
muerte no significa el fin de los afectos humanos y, por otra, en
que coexisten en los sonetos dos sentimientos: la dulzura maternal
y la satisfaccin de saberse vengada y de que ya nadie podr
arrebatarle a su amor, los cuales se proyectan en la tierra, que es
cuna y prisin, respectivamente.
En el poema tVI, encontramos, tambin, el dilogo con el difunto,
a travs del cual sabemos que, en caso de haberle sido posible, ella
habra estado dispuesta a sacrificar su vida con tal de impedir el
golpe mortal de la muerte. Esta, por tanto, no aparece como algo a
travs de lo cual el amado se salva por haberse ido con la otra.
Esta no est ausente en el poema: no aparece como causa del
fallecimiento del amado, aunque s como cmplice de la muerte. Por
ltimo, el yo lrico siente indignacin; pero no por la muerte misma
del ser amado, sino por haber sido la otra mujer la que estaba
presente cuando ocurri y no ella.
En el soneto tVII, se da una caracterizacin detallada de la
otra: se tratara e una femme fatale cuyo carcter siniestro y
lascivo terminan por perder al hombre. Ella, adems, aparece como
cmplice de la muerte e indiferente ante la muerte del hombre.
En el poema tVIII, vimos que ocurra un dilogo con el amado
fallecido y que las ideas de Domingues y Von dem Bussche se
confirmaban, puesto que, por una parte, se constata el influjo que
los huesos de los muertos ejercen en los vivos y, por otra, el yo
lrico expresa haberse consagrado a su hombre como los monjes adoran
a Dios; pero que, con la muerte, queda al descubierto que el objeto
de su amor era un ser frgil y perecedero.
En el soneto tIX, dijimos que no hay un dilogo con el difunto y
que se entregaban las posibles causas por las cuales ella escogi
dedicarse a embellecer la muerte del amado: la insignificancia que
sus despojos representan y evitar que caiga en el olvido. Sealamos,
tambin, que la hablante parece arrepentirse de su deseo de tomar
los restos materiales que quedan de l.
En el texto tX, se observ que el dilogo con el ser amado est
presente, que los sentimientos que expresa la hablante son de
abandono y desesperacin por la ausencia en la que se le va la vida.
Contra la certeza de la muerte del amado manifestada en otros
poemas, en este aparece ms bien una intuicin fatal de ella, lo cual
podra deberse a que duda de que efectivamente est muerto, puesto
que sigue sintiendo su presencia.
En los sonetos tXI y tXII, dijimos que se confirmaban las ideas
de Domingues sobre el encadenamiento al que los muertos someten a
los vivos. La hablante experimenta la condena del muerto que le
impide amar y la obliga a mantenerlo dormido. Por ello, se puede
decir que el ser amado fallecido aparece como una potencia
terrible, como un ravenant capaz de atormentar y que, con su
clamor, obliga al yo lrico a encaminarse hacia la muerte. En el
caso del ltimo poema, adems, haba una generalizacin de esta
situacin, puesto que son los vivos en general los que intentan
vivir alegremente, pero la envidia y los celos de los que ya han
sido se lo impide.
Finalmente, en el poema titulado Yo no s cules manos, vimos que
aparece una persona que prepara fsica y espiritualmente al muerto.
La hablante manifiesta su deseo de besarle las manos, quiz porque
estuvieron en contacto con el muerto, con el cual dialoga y que
aparece como un ser desvalido, comparable con un nio al que se hace
dormir. Adems, este experimenta pena, probablemente, por haber
muerto.
En este punto, conviene recordar la pregunta que se formulara al
comienzo de esta investigacin: en qu consiste lo tanatal, es decir,
el conjunto de elementos relacionados de manera directa con la
muerte en los Sonetos de la muerte de Gabriela Mistral?, qu
sentimientos experimenta el ser humano ante la muerte?, de qu
manera enfrenta la muerte?, cmo se relaciona con ella?, qu es la
muerte misma en estos poemas? Como ya ha quedado demostrado, es
imposible dar una respuesta satisfactoria a cada pregunta en cada
uno de los poemas; pese a lo cual, s es posible reconocer ciertas
constantes.Aunque sea una perogrullada decirlo, el primer elemento
constante es la muerte misma, la cual, no obstante, no se mantiene
constante: aparece como una fuerza salvaje que interrumpe de manera
terrible la vida y que doblega los espritus ms fuertes; pero,
tambin, puede ser la forma que adquiere la salvacin del hombre
cuando su vida se encamina hacia la perdicin moral. Adems,
fundndose en la esperanza de inmortalidad, aparece como una manera
de gozar de manera definitiva y privativa del ser amado, quien, con
ella, pasa a pertenecer de manera exclusiva al deudo. Pero en ningn
caso significa el final de las pasiones: la hablante sigue amando a
su hombre, el cual, en ocasiones, sigue influyendo en la vida de la
mujer. Esto puede conducir a poner en duda lo definitivo que hay en
la muerte, a dudar de si efectivamente el amado ha fallecido,
puesto que pareciera ser que, como dice Antonio Machado, no todo se
lo ha tragado la tierra (2001: 212).Esta falta de univocidad en los
sonetos explica la diversidad de facetas bajo las cuales aparece
otro elemento importante del poema, a saber, los sentimientos
experimentados por la hablante, que van desde un dolor que la hiere
hasta el llanto hasta el consuelo que brinda esperar compartir
juntos el lecho en el ms all, pasando por el consuelo tambin de
poder hacer algo en vida por el amado, el afecto maternal, la
satisfaccin de saberse vengada, la indignacin, la sofocante opresin
que ejerce en ella el peso de su amor fallecido y la imposibilidad
de amar y disfrutar la vida por la envidia y los celos del
amado.
Como se puede observar, el tratamiento que reciben la muerte y
los elementos a ella vinculados en los Sonetos de la muerte dista
mucho de ser unvoco y coherente: en ellos, la muerte es tanto
salvacin del amado como algo fatal de lo cual hay que rescatarlo y,
si se logra dar con una solucin al problema que ella significa en
algunos casos, en otros no es otra cosa sino el inicio de la
problemtica que aguijonea a la hablante. Esto en ningn caso debe
tomarse como una incapacidad de Mistral por alcanzar soluciones:
como seala Llano, el problema de la muerte se entiende mejor en la
medida en que se entiende que es un verdadero problema (1991: 482).
Con ello, la consideracin de Pellegrini adquiere plena validez,
puesto que la muerte de ninguna manera consigue callar a nuestra
poeta.Es ms, si consideramos sus primeras producciones literarias,
parece ser que la muerte es lo que la hace hablar. En los Sonetos
de la muerte esto queda bastante claro: ya en el primer poema se
dice que la sangre del amado muerto es la que alimenta sus gritos
de dolor, gritos que se transfiguran hasta constituir los poemas
mismos que ella escribi por la prdida de su amor. La cancin que
entona por su amor, arrullo de cuna para un nio dormido a veces,
canto temeroso para aplacar a un espritu que amenaza con levantarse
de su tumba para atormentarla otras; tiene, cualquiera sea el caso,
su origen en la muerte, la misma que, como dice Edwards, fue la
musa de Schopenhauer, sin la cual nunca hubiera comenzado a
filosofar, y la misma tambin que hizo que San Agustn se viera a s
mismo como el gran problema.
Sin embargo, la propia muerte de la hablante no es
problematizada en los sonetos: tras el fallecimiento del amado, su
propia vida se convierte en algo que la muerte desprecia o, bien,
en algo de lo que la muerte vendr a liberarla cuando el cansancio
que va sintiendo su cuerpo en el andar por la vida se haga mayor.
Tambin, su muerte aparece como una forma para reunirse con el
amado, una invitacin hecha por la tarde que de nada servir si es
que no se reunir con l en el otro mundo. Como podemos concluir, el
yo lrico concibe su vida en virtud del amor ido: se consagra a l
igual que cuando estaba vivo, hacindole la muerte ms dulce. Habra
estado dispuesta a sacrificarse por su amor y, cuando osa pensar en
disfrutar su propia existencia, el muerto aparece bajo figura
terrible de un ravenant para atormentarla. Esto tampoco debe
tomarse como una limitacin de los sonetos, ya que, como Sloterdijk
seala:
La muerte no se convierte en problema para el individuo como
sugera la filosofa tarda griega y cristiana por la perspectiva del
propio fin, al cual se precipitan los mortales (); [sino ms bien]
el aguijn de la muerte es experimentado primero por la necesidad de
tener que sobrevivir al otro ms ntimo, al hermano gemelo, al
complementador imprescindible (2008: 156).
Los Sonetos de la muerte son la transfiguracin potica de un
duelo, del proceso a travs del cual el yo lrico expresa su condicin
tras la muerte del ser amado, representando la turbulencia
emocional y la pluralidad de imgenes bajo las cuales la muerte
puede aparecer. Ellos aparecen, frente a la cancin siempre renovada
que los hombres exprimen en sus bocas de espaldas a la muerte
gracias a lo cual son felices, como un canto invariable cuyas
notas, la muerte, el amado muerto, el cadver, la otra, se repiten
con variaciones. Se trata del mismo canto que los antiguos griegos
entonaran para salvar a sus mximos hroes del olvido al que conlleva
el abandono de este mundo y, al igual que en los poemas homricos,
acontece el dilogo de los vivos con los muertos en el Hades, el
cual se ha convertido aqu en poesa, limes entre la vida y la
muerte. En ellos, se puede observar lo infructuoso de los intentos
que buscan suturar la herida que deja en el alma la partida del ser
querido, y en ello creemos que radica la grandeza de estos poemas a
la luz de la muerte: en la capacidad excepcional de construir
estticamente el espacio del duelo, del hombre ante la muerte. Sin
duda, Gabriela Mistral saba mucho sobre la
muerte.Bibliografa.ARREGUI Y CHOZA, 1991, Filosofa del hombre: una
antropologa de la intimidad, Rialp Editores, Espaa.DOMINGUES de
Oliveira, Ana Mara, 1992, A temtica da morte em Ceclia Meireles e
Gabriela Mistral,, en Revista de letras, Vol. 21, pp. Universidade
Estadual Paulista Julio de Mesquita Filho, Brasil.EDWARDS,
Catherine, 2007, Death in ancient Rome, Yale University Press, New
Haven.MACHADO, Antonio, 2001, Poesas completas, Austral,
Espaa.PELLEGRINI, Marcelo, 2007, Gabriela Mistral entre el quicio y
el umbral, en Acta literaria N 35, II Sem. pp. 29-43
ROJAS, Nelson, 1996, Eje temporal y estrategia discursiva en Los
Sonetos de la muerte, en Montes,
Hugo (dir.), Revista Chilena de Literatura, pp. 27 - 46.SNCHEZ,
Antonio 1998, Tiempo y sentido, Biblioteca Nueva, Madrid.
TAMURA, Satoko, 1998, Los sonetos de la muerte de Gabriela
Mistral, Gredos, Madrid.
VSQUEZ Roca, Adolfo, 2008, Peter Sloterdijk: espacio
tanatolgico, duelo esfrico y disposicin melanclica, en Universidad
Complutense (eds.), Nmadas: Revista Crtica de Ciencias Sociales y
Jurdicas, N 17, pp. 151-158.
VERMEULE, 1984, La muerte en la poesa y el arte de Grecia, Fondo
de Cultura Econmica, Mxico.VON DEM BUSSCHE, Gastn, 1957, Visin de
una poesa, Ediciones Anales de la Universidad
Chile, Chile.
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de Cultura Econmica, Mxico
DOMINGUES de Oliveira, Ana Mara, 1992, A temtica da morte em
Ceclia Meireles e Gabriela Mistral,, en Revista
de letras, Vol. 21, pp. [...], Universidade Estadual Paulista
Julio de Mesquita Filho, Brasil.
En variantes posteriores de este soneto, Mistral optar por
signo, que, en opinin de Tamura, encarna un sentido ms
fuerte de hado o destino.
MACHADO, Antonio, 2001, Poesas completas, Austral, Espaa.
EDWARDS, Catherine, 2007, Death in ancient Rome, Yale University
Press, New Haven.
En VSQUEZ Roca, Adolfo, 2008, Peter Sloterdijk: espacio
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Complutense (eds.), Nmadas: Revista Crtica de Ciencias Sociales y
Jurdicas, N 17, pp. 151-158.
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