CONTINUIDADES Y CAMBIOS EN TORNO A LA CULTURA MORTUORIA DE AYAVIRI A TRAVÉS DE LA CONSTRUCCIÓN DEL PANTEÓN EXTRAMUROS (1833-1847) 1 Lic. Carlos Zegarra Moretti (Instituto de Pastoral Andina, Cusco) Lic. Deyvi Saavedra Ordinola (Instituto de Pastoral Andina, Cusco) En la presente comunicación buscamos aproximarnos a las continuidades que sobrevivieron en Ayaviri (actual capital de la provincia de Melgar, al norte de Puno, al sur del Perú) tras la instauración de la República en torno a su cultura mortuoria, así como a los cambios que se experimentaron. Nuestra interrogante es si tras dos décadas de vida republicana se pueden detectar cambios en el comportamiento de las instituciones que operaban de manera activa en la que recibió el título de “leal villa, capital de la benemérita provincia de Ayaviri” y, de haberse producido, cómo se fueron desarrollando. FUENTES EMPLEADAS El Libro de Fábrica de la Iglesia de Ayaviri N° 02 (1832-1857) 2 (a partir de ahora: APA/AYA/LF2, resguardado en el Archivo Histórico de la Prelatura de Ayaviri) contiene referencias a los gastos consignados por concepto de la “obra del panteón”, que abarcan de 1833 a 1847 (fecha temprana en comparación con ciudades centrales como Cusco), es nuestra principal fuente. Estas cuentas, en su mayoría anuales, reflejan algunos aspectos de la sociedad ayavireña, donde hemos detectado continuidades y cambios en lo referido a lo social y la práctica mortuoria. Vale mencionar la diferencia conceptual entre los términos “cementerio” y “panteón”. Del primero tenemos referencias, relacionadas a refacciones y descripciones, desde 1744 (Zegarra, 2012: 124) hasta la primera mitad del siglo XIX 3 ; mientras que del panteón como infraestructura alejada del templo religioso tenemos desde los años 1833. 1 Ponencia presentada en el VI Congreso Internacional de Ciencias Sociales y Humanidades: “Imágenes de la muerte”. Salta, Universidad Nacional de Salta (Argentina). 13 al 16 de agosto de 2014. 2 Una transcripción paleográfica ha sido elaborada y pronto saldrá publicada por el Instituto de Pastoral Andina. 3 El primero se encuentra en el inventario realizado el 06 de diciembre de 1836, en donde se detalla que se encuentra “en una total ruina” debido a “los muchos postillos que se advierten en todas partes, de donde proviene la ninguna seguridad y que parece un establo por las bestias que continuamente se introducen allí”. Agrega además: “mas que todo el costado del lado derecho perteneciente a la Casa de D. Nicolas Macedo, está al caerse desde sus cimientos” (APA/AYA/LF2: F. 24r). Un par de años después se paga 7 pesos y medios por el tapiado de las ventanas del cementerio “por evitar la eccesiva inmundicia y profanacion del lugar de mayo”. En ese mismo, también se indica que se compró una chapa “para la puerta pequeña de la Sacristia q°. da al Sementerio” (APA/AYA/LF2: F. 28r, 30r). En el inventario realizado el 20 de abril de 1841 se señala: “El Sementerio esta tan reformado y nuebo de una pared doble y de mucha seguridad alrededor, tras del sagrario se advierte un Jardin de
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Permanencias y cambios en la cultura mortuoria de Ayaviri (Puno) a través de la construcción del panteón extramuros (1833-1844)
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CONTINUIDADES Y CAMBIOS EN TORNO A LA CULTURA MORTUORIA DE
AYAVIRI A TRAVÉS DE LA CONSTRUCCIÓN DEL PANTEÓN EXTRAMUROS
(1833-1847)1
Lic. Carlos Zegarra Moretti (Instituto de Pastoral Andina, Cusco)
Lic. Deyvi Saavedra Ordinola (Instituto de Pastoral Andina, Cusco)
En la presente comunicación buscamos aproximarnos a las continuidades que sobrevivieron
en Ayaviri (actual capital de la provincia de Melgar, al norte de Puno, al sur del Perú) tras la
instauración de la República en torno a su cultura mortuoria, así como a los cambios que se
experimentaron. Nuestra interrogante es si tras dos décadas de vida republicana se pueden
detectar cambios en el comportamiento de las instituciones que operaban de manera activa en
la que recibió el título de “leal villa, capital de la benemérita provincia de Ayaviri” y, de
haberse producido, cómo se fueron desarrollando.
FUENTES EMPLEADAS
El Libro de Fábrica de la Iglesia de Ayaviri N° 02 (1832-1857)2 (a partir de ahora:
APA/AYA/LF2, resguardado en el Archivo Histórico de la Prelatura de Ayaviri) contiene
referencias a los gastos consignados por concepto de la “obra del panteón”, que abarcan de
1833 a 1847 (fecha temprana en comparación con ciudades centrales como Cusco), es nuestra
principal fuente. Estas cuentas, en su mayoría anuales, reflejan algunos aspectos de la
sociedad ayavireña, donde hemos detectado continuidades y cambios en lo referido a lo social
y la práctica mortuoria.
Vale mencionar la diferencia conceptual entre los términos “cementerio” y “panteón”.
Del primero tenemos referencias, relacionadas a refacciones y descripciones, desde 1744
(Zegarra, 2012: 124) hasta la primera mitad del siglo XIX3; mientras que del panteón como
infraestructura alejada del templo religioso tenemos desde los años 1833.
1 Ponencia presentada en el VI Congreso Internacional de Ciencias Sociales y Humanidades: “Imágenes de la
muerte”. Salta, Universidad Nacional de Salta (Argentina). 13 al 16 de agosto de 2014. 2 Una transcripción paleográfica ha sido elaborada y pronto saldrá publicada por el Instituto de Pastoral Andina.
3 El primero se encuentra en el inventario realizado el 06 de diciembre de 1836, en donde se detalla que se
encuentra “en una total ruina” debido a “los muchos postillos que se advierten en todas partes, de donde proviene
la ninguna seguridad y que parece un establo por las bestias que continuamente se introducen allí”. Agrega
además: “mas que todo el costado del lado derecho perteneciente a la Casa de D. Nicolas Macedo, está al caerse
desde sus cimientos” (APA/AYA/LF2: F. 24r). Un par de años después se paga 7 pesos y medios por el tapiado
de las ventanas del cementerio “por evitar la eccesiva inmundicia y profanacion del lugar de mayo”. En ese
mismo, también se indica que se compró una chapa “para la puerta pequeña de la Sacristia q°. da al Sementerio”
(APA/AYA/LF2: F. 28r, 30r). En el inventario realizado el 20 de abril de 1841 se señala: “El Sementerio esta tan
reformado y nuebo de una pared doble y de mucha seguridad alrededor, tras del sagrario se advierte un Jardin de
Asimismo, hemos realizado un primer análisis del Libro de Entierros N° 04
(APA/AYA/LE04) de la mencionada Iglesia, donde se han encontrado evidencias escritas de
ritos funerarios y menciones sobre el panteón.
ESTRUCTURA Y SUSTENTO TEÓRICO
El presente texto se articula en tres secciones: consideraciones iniciales del contexto histórico
en estudio, una reconstrucción verbal del panteón y un análisis de la realidad que nos sirve
para detectar cambios y continuidades, haciendo hincapié en la actuación indígena y española.
Desde esta perspectiva manifestamos que el establecimiento y desarrollo progresivo de
los rasgos político y sociocultural propios de la República Peruana suponen un impulsor de
cambios a nivel de relaciones, participación y modus vivendi entre grupos poblacionales e
instituciones. Sin embargo, estos cambios se realizarán de forma lenta pasadas algunas
décadas del nuevo régimen permaneciendo, aún, formas virreinales.
1. CONSIDERACIONES INICIALES
1.1. Breve revisión toponímica e histórica social
El pueblo de Ayaviri, al sur de la capital incaica en el altiplano, fue conquistado por el Inca
Lloque Yupanqui aproximadamente en 1260 d.C., siendo parte de los reinos aimaras
alrededor del Lago Titicaca hasta ese momento. Con la conquista incaica es probable que se
haya llevado a cabo un fuerte proceso de incorporación; de manera que, además de la
existencia de palacios, templos del sol y tambos descritos por algunos cronistas, los
pobladores de Ayaviri hayan adoptado la cultura incaica acompañados de la presencia –
numerosa quizá– de mitimaes y yanaconas.
Una particularidad del panorama ayavireño a inicios de la presencia hispana es
proporcionada por Cieza de León; quien en su Crónica del Perú apunta que durante su
recorrido halló una abundante cantidad de “grandes sepulturas” ocupando “más campo que la
población”, confirmándole sus informantes indígenas que eran anteriores a los hispanos
dos Departamentos” (APA/AYA/LF2: F. 69r). Uno de los gastos realizados entre 1843 y 1844 se refiere al
levantamiento del promontorio de tierra “que tapaba el emprendrado, en terminos de que por el pasto que crecia
no habia vestigio de dicho emprendado en el sementerio de esta Santa Yglesia”. Además, se trasladó la tierra “á
la casa ó cito de la casa cural” y se refaccionó el camino de piedra. Ello demandó el trabajo 18 jornaleros durante
tres semanas (compuesta por seis días de trabajo) consecutivas de diciembre de 1843 que recibieron cada uno el
pago de dos reales diarios, significando el costo total de 81 pesos (APA/AYA/LF2: F. 78r). Por este detalle de
mantenimiento conocemos un rasgo más del cementerio: poseía un camino de piedras que tras pocos años había
sido cubierto de tierra. En las cuentas de febrero de 1845 a febrero de 1846, se señala: “Para principiar con el
enladrillado de la Yglesia ecsigieron los Maestros Albañiles un terraplen proporcionado, el cual se consiguió con
dose Yndios q°. la primera Semana del mes de Octubre acarrearon tierra de dentro de la Yglesia fuera del
cementerio” (APA/AYA/LF2: F. 81r).
(Cieza de León, 1995: 270-271). Aunque no tenemos mayor información de estas
“sepulturas” (¿acaso chullpas?4) ni su ubicación actual, es posible que su orientación estuviera
vinculada con actividades de subsistencia y vida política. Al respecto, Gabriela Ramos,
citando a J. Buikstra (1995), menciona: “tanto los rituales funerarios como los cementerios
simbolizan los derechos que ciertos grupos sociales reclamaban sobre el control y uso de
recursos” (2010: 29).
Llegados a este punto, resulta valioso constatar que la toponimia de Ayaviri, en lengua
quechua, guarda relación con viento, sebo o envoltorio de los muertos (aunque en aimara sea
polisémico y signifique “hilanderos”, “cuartel general con muchos soldados”, “pueblo de
frontera colla”, entre otros) (Bustinza citado por Zegarra, 2012: 48; Lira, s/f: 25). Si tomamos
en cuenta el proceso de asimilación a la cultura incaica que mencionábamos anteriormente
junto con la descripción de Cieza, la toponimia quechua de Ayaviri debe tomarse en cuenta:
¿Tendría alguna repercusión simbólica en la cultura mortuoria local de los siglos virreinales?
Retomando el desarrollo histórico ayavireño, con la presencia española este poblado
no tendrá mayor presencia político social en el extremo sur andino, constatado en la escasa
población española; resaltando, por otro lado, sí en un punto importante en el tránsito hacia el
sur y la selva. Como dato poblacional de los primeros años republicanos tenemos un padrón
de 1827 donde el número de ayavireños que se “han confesado y comulgado” eran 1810 entre
varones y mujeres, mientras que 178 eran españoles. (Zegarra, 2012: 72-73).
El proceso emancipatorio aún es un período por estudiar a profundidad para el caso de
Ayaviri. Gracias a las fuentes sabemos que se le nomino como “Villa capital de la Benemérita
provincia de Ayaviri”, dándole además del título de Leal Villa, con lo que nos permite supone
una participación activa en las guerras de independencia en el Sur durante el convulso primer
cuarto del siglo XIX.
2. LA OBRA DEL PANTEÓN
2.1. La influencia de la Ilustración en la construcción del Panteón de Ayaviri.
Podemos remontarnos hasta la península Ibérica para encontrar una evidencia histórica que
incentive la construcción de cementerios extramuros como una labor en bien de la salubridad
pública. Así encontramos que los ministros ilustrados del monarca español Carlos III
promulgaron una normativa para tal fin en 1786. Sin embargo, el tránsito entre los entierros al
4 Refiere al respecto Ramos: “Algunas de estas estructuras [chullpas] sirvieron estrictamente como sepulturas,
como las que describió Cieza para el Collao (1984a [1553]: Primera parte, C, 275) en las inmediaciones del lago
Titicaca […]”, p. 36.
interior de los templos cristianos a los panteones fuera del centro de las urbes se realizó
lentamente, tanto por las resistencias de algunos sectores y provincias hispanoamericanas
como los recursos para llevarlo a cabo (Requena, 2013: 2).
Podemos suponer, asimismo, que el traslado a los virreinatos de ultramar fue aún más
lento. Aunque con otro sistema político, pero con la misma inspiración ilustrada, Simón
Bolívar emite disposiciones para “la construcción de cementerios fuera de poblados en
lugares sanos y reconocidos”. Para nuestro caso, pide al Prefecto de Puno que el Obispado
cusqueño “(…) arbitre recursos de las parroquias a favor de la construcción de Panteones”,
logrando eco en 1825 (Gutiérrez, 1986: 144).
Esta explicación monocausal (consecuencia del espíritu ilustrado) con la que por ahora
contamos es probable que se vea acompañada por diversas razones de tipo locales. Por
ejemplo, en San Salvador de Jujuy, al norte de la actual Argentina, se manifiesta claramente
como razón principal el hacinamiento del cementerio tradicional y la imposibilidad de
continuar los entierros allí, más allá de las disposiciones oficiales o políticas de vertiente
ilustrada, entremezclándose en el proceso las pautas e ideas barrocas con las de salubridad
dieciochesca (Osvaldo, 2010: 95-109). Por otro lado, el caso de Piura, al norte del Perú,
resulta interesante en la medida que el panteón nace en medio tanto de la necesidad del nuevo
espacio fúnebre como la pérdida familiar de un notable de la ciudad que se dedica a lograr su
definitiva construcción (Requena, 2013: 36-49).
Con lo mencionado hasta aquí, los registros de mortandad a inicios de la República se
presentan como importantes indicios a considerar. De esta manera, presentamos aquí un
cuadro aproximado de partidas de entierro inscritas en dicho pueblo entre 1836 y 1850 para
que luego de la descripción del proceso constructivo del Panteón:5
Año6 Cantidad de partidas Año Cantidad de partidas
1835 86 1843 137 (02 españoles)
1836 109 1844 141 (01 español)
5 Además de este registro contamos también con el de 1673. Para ese año, del cual no conocemos algún hecho de
epidemia o enfermedad grave masiva, fallecieron 69 personas, de las cuales 62 eran indígenas y 04 españoles.
Los ayllus con mayor cuota en el registro fueron Umasuyo, Capahanco y Chiamarca. En la medida que Potosí
era un mina que requería de gran cantidad de mano de obra, es probable que muchos indígenas ayavireños
insertos en su sistema de mita minera no hayan sobrevivido al trabajo y fallecido en ella y sus alrededores,
aunque no sabemos hasta qué punto los cuerpos eran devueltos a su zona de origen. Al respecto, el párroco Juan
de la Borda informaba que dicha mina “total disminución deste reino” (Zegarra, 2012: 101). 6 Como detalla el cura propio Juan Manuel Deza en el libro (F. 64r), muchos enterramientos que se hicieron sin
pagar derecho; es decir gratis, no han sido registrados, siendo estas omisiones entre 1832 y 1837. Por tanto, el
registro de partidas del libro que se contabiliza en el cuadro es aproximado.
1837 69 1845 120 (09 españoles)
1838 88 1846 95 (04 españoles)
1839 83 1847 166
1840 91 (04 españoles) 1848 165
1841 98 (02 españoles) 1849 129
1842 93 (03 españoles) 1850 153
Con la salvedad de una serie de omisiones de registro entre 1832 y 1837, el cuadro nos
muestra a grosso modo la cantidad de entierros en Ayaviri durante pleno proceso de
construcción del panteón.
2.2. Proceso de construcción y detalles arquitectónicos del panteón de Ayaviri
El proyecto de construcción del panteón fue una empresa emprendida por la Municipalidad de
Ayaviri, pero que necesitó del apoyo (¿solamente económico?) de la Iglesia local. La
evidencia documental más temprana de la participación de esta se encuentra en los descargos
de las rentas eclesiales del año 1833. Es así que se entrega, siendo cura inter Dámaso Deza y
después de repetidas órdenes emitidas por la Intendencia de Puno, la cantidad de doscientos
pesos al presidente de la municipalidad de Ayaviri “pa. ayuda de la Obra del Panteon”. El
dinero fue recibido por Mariano Quispe, alcalde encargado de la mencionada obra
(APA/AYA/LF2: F. 5r). Luego de ese momento inicial, la Iglesia se encargará de la
construcción de la capilla del panteón.
2.2.1. Capilla del panteón
El panteón contó con una capilla con bóveda, sacristía y adornada con dos torres de piedra. En
1835, la Iglesia de Ayaviri afirmó haber realizado el siguiente gasto por el monto de 45 pesos:
“Un simiento7 abierto, y puesto p
a. la capilla del panteon, con sacristia y estribos firmes”
(APA/AYA/LF2: F. 10v).
Posteriormente, otro de los “desgastos” realizados entre junio de 1837 y junio de 1838
fue el trabajo realizado en dicha capilla: el adelanto de 60 pesos al cantero “por las dos Torres
de la Capilla del Panteon”, faltando 20 pesos que se pagarán al concluir el trabajo, efectuado
en la segunda mitad de 1839. Desde el 21 de agosto hasta el 26 de octubre, cuatro jornaleros u
7 En este momento queremos hacer una advertencia terminológica. El término “cimiento”, a pesar del significado
actual (la DRAE señala al respecto: “Parte del edificio que está debajo de tierra sobre la que estriba toda la
fábrica”), en las descripciones, elaboradas por un sacerdote, se usa, a nuestro parecer, no sólo para la bases
subterráneas, también para las sobre el suelo e, incluso, para el levantamiento de las paredes). En las referencias
que proporcionaremos a esta razón se evidenciará lo previamente expuesto.
operarios (a 2 reales diarios) y un cantero (a cuatro reales diarios) realizaron los trabajos de la
torre, desde los cimientos de la reforma hasta la cornisa con un costo total de 64 pesos y 4
reales (APA/AYA/LF2: F. 29v, 31v).
Se descubrió que la cimentación previamente referida no era lo suficientemente
resistente debido a la poca profundidad (siete varias de ancho y quince de largo), lo que no le
iba a permitir soportar el peso de la bóveda. Por todo ello se tuvo que realizar nuevos
cimientos tanto para la capilla como la sacristía en otro emplazamiento. Ello significó un
gasto de 17 pesos y 4 reales por el trabajo de doce indios (a dos reales diarios) y la dirección
de un cantero (a cuatro reales diarios) por una jornada total de cinco días:
Desde el 27. hasta el 31. [de octubre de 1839] comensaron a abrir los
simientos de la Capilla del Panteon y su Sacristia nuevamente y en
lugar distinto por motivo de q°. los Simientos que hizo trabajar mi
antecesor, el Cura inter D.D. Damaso Deza no servian por ser los
referidos Simientos muy afuera y con ninga. profundidad q°. no podia
resistir la bobeda, á mas de que el Simiento de siete vs. de ancho y
quince de largo de ninguna manera correspondia al q°. nuevamente se
ha construido, por estas justas concideraciones se ha tenido por
conveniente emprender nuevo trabajo, importan en los doce Yndios á
2 rs. diarios y la direccion del cantero cuatro r
s. diarios. „.„17. 4.
8
(APA/AYA/LF2: F. 32r).
Sólo un año después, el panteón ya se incluía como uno de los bienes de la Iglesia. En
el inventario realizado el 12 de febrero de 1840 se detalla un gran avance de la construcción:
Un Panteon en simientos con su Portada de calipiedra, y quatro
mausoleos, con sus quatro9 tres secutapicos [dub] cada una de ellos,
que dos de los mausoleos corresponden a D. Eustaquio Bejar. La
puerta de la Capilla de Calipiedra con sus dos torres concluydas, y la
pared de dicha capilla, y Sachristia en estado de ponerse ya las
cornisas que todo há hecho trabajar el Cura D. Juan Manl. Deza. Sin
ningun cerco, todo al ayre10
(APA/AYA/LF2: F. 50r-50v).
Según esta descripción, el panteón cuenta de una portada de calipiedra aunque no
cerco. Desde los mismos inicios, las fronteras invisibles ya resguardan, además de la capilla
con sacristía, cuatro mausoleos, dos de los cuales pertenecían a Eustaquio Béjar, hacendado y
8 El gasto por día fue de 28 reales (es decir, 3 pesos con 4 reales, si consideramos ocho reales por un peso). Ello
significarían 5 días de trabajo, lo que coincide con los días señalados de trabajo: del 27 al 31 de agosto de 1839. 9 La palabra “quatro” se encuentra tachada.
10 Esta última oración evidencia haber sido añadida posteriormente, ya que no sigue la estructura del párrafo y
posee color de tinta diferente.
funcionario público11
. Ya que no se ha referido gastos en la construcción de mausoleos por
parte de la Iglesia, se podría señalar que fueron realizados por particulares o, poco posible,
por otra encargada a otra institución.
Aunque no menciona en la descripción previa, sabemos, por la precisión de una
partida de entierro, que se contaba de un parvulario, donde los menores de edad –sobre todo
infantes– eran sepultados siendo también la gran mayoría indígenas procedentes de las
parcialidades alrededor del pueblo ayavireño.
La descripción de 1840 comparada con la situación de unos años después parecería ser
un poco exagerada. En abril de 1843, el cura de Ayaviri, Calixto José de Miranda, fue
requerido por el Prefecto puneño, José Mariano Escobedo, “á continuar la obra del Panteon
con las rentas de esta Yglecia”, el mismo que gestionó una “especial licencia” –otorgada el
mismo mes– para tomar “el dinero necesario para continuar dicha obra del panteon de las
referidas rentas, segun todo consta de los documentos oficiales de mi referencia”.
Otorgado el permiso se darán inicio a una serie de gastos relacionados a la
construcción de la obra del panteón, las cuales se detallaron en la cuenta que abarca de febrero
de 1843 a febrero de 1844, la cual es firmada en 12 de setiembre de 1848 por Calixto
Miranda.
Así, para emprender los nuevos gastos y ya realizadas las coordinaciones con el
Gobernador D. Hilario Miranda, se necesitaron según se detalla piedras para levantar los
cimientos de la capilla, hecho que no encaja con el inventario de 1840 en el que se declara
que ya habían sido levantadas. ¿Por qué esta divergencia? Por ahora no contamos con
evidencias de derrumbes, desastres naturales o hechos puntuales que justifiquen este nuevo
levantamiento.
Es de resaltar, además, que no fue exactamente en la compra de piedras en lo que se
gastó. Para conseguirlas y alzarlas se incidió en la utilización de fuerza indígena. La forma de
devolver su mano de obra fue solamente proporcionarles la alimentación por lo que se gastó
un total de 50 pesos. La dieta consistió en coca (tres arrobas a siete pesos), chalonas12
11
Eustaquio Béjar tuvo, desde 1820 hasta ca. 1835, a cargo la hacienda Antavilque, cuya capellanía pertenecía a
los curas de Ayaviri y redituaba 200 pesos anuales. Asimismo, era, para 1838, subprefecto de la provincia
(Zegarra, 2012: 119, 122-123, 163). 12
Carne deshidrata de cordero.
(veinte), ovejas madres (quince a cuatro reales), maíz y chuño (una fanega de maíz y dos
costalillos de chuños por once pesos y medio).
La labor de los indígenas debía ser dirigida. En dicha ocasión “se acordó tambien
pagar un Mayordomo que fue D. Felis Castro con cuatro ps. para que dirija en el trabajo á
dichos indios”.
La provisión alimenticia sólo cubrió el trabajo correspondiente a la consecución de
piedras, “con el trabajo de muchos dias”. Para realizar los cimientos, el cura de Ayaviri
procede a otorgar 35 pesos al ya mencionado Gobernador Miranda para “compras de coca,
carne y comida”. Esta labor duró seis días, la cual fue supervisada por dos “albañiles ó
Maestros”, cada uno de los cuales recibió tres reales y medio diario (total de 5 pesos y 2 reales
por ambos) (APA/AYA/LF2: F. 75v).
A continuación, la obra constructiva comprueba que la provisión de piedra fue
insuficiente. Los descargos de la cuenta que abarca de febrero de 1843 a febrero de 1844
relatan lo siguiente:
Yt. Haviendose establecido los Simientos quedaron los dos costados
superiores de la Capilla sin una piedra, de modo que fué presiso
ocurrir nuebamente por piedras pa„ lo cual di á poder del enunciado
Governador quince ps. para gastos de coca, comida y carne. „15
Yt. En seguida para continuar el trabajo de los Simientos con las
piedras que proporcionaron, di dose pesos al mismo S. Governador
para compras de comestibles, y en los dos días de trabajo se
concluieron dichos Simientos y son: „12„13
2.2.2. La construcción de la acequia
No sólo los cálculos imprecisos de la cantidad de piedras necesarias para la capilla generaron
contratiempos sino, también, el acceso al agua. En las inmediaciones existió una “pequeña
fuentesita” que “se secó enteramente”, por lo que fue imperante tener acceso a este recurso
acuífero.
13
El resaltado en negrita es nuestro para poner confrontar dos expresiones que parecen ser conflictivas:
“Haviendose establecido los Simientos” y “para continuar el trabajo de los Simientos”. En la primera parecería
referirse que el trabajo se ha culminado pero, luego, sigue que se continuarán, es decir, que no fue realmente
concluido. Proponemos una redacción más precisa y clara a continuación: “Haviendose establecido los
Simientos con las piedras disponibles” o “Haviendose utilizado las piedras disponibles para los Simientos”.
Para tal fin, se cavó una acequia que cubría una extensión de quince cuadras.14
Para
este nuevo trabajo se recurrió nuevamente a indios pero, esta vez, a indios jornaleros. Una
docena de ellos durante seis días, con interrupción de dos, “concluieron y lograron hacer
llegar la agua á aquel lugar”. Por su labor, cada uno recibió dos reales diarios; siendo el gasto
total 18 pesos (APA/AYA/LF2: F. 76v).
2.2.3. La elaboración y colocación de adobes
Superado el problema de abastecimiento, se procede a una nueva etapa constructiva
“consequente al plan acordado con el Sr. Governador”. Este se caracterizaba al uso de adobes,
los cuales iban a ser preparados por indígenas de las parcialidades.15
Nuevamente, la
estrategia era intercambiar la alimentación (“costeandoles coca y comida”) durante los días de
trabajo por el material requerido.
Seguimos en los gastos realizados de febrero de 1833 a febrero de 1834, donde se
incluye la doble entrega del cura de Ayaviri al Gobernador de treinta pesos por vez. El
funcionario público debió comprar lo que sigue: 4 arrobas de coca, 35 corderos, 2 fanegas de
maíz, 2 costalillos pequeños de chuño. Los indígenas fueron traídos por mozos y alguaciles;
ellos recibieron cuatro pesos. Por esta estrategia se obtuvieron buenos resultados: “se
consiguió en breve tiempo un numero considerable de adoves”.
Ya elaborados y secados los adobes, estos se tuvieron que colocar o pircar (sustantivo
verbalizado de origen quechua, que significa pared o muro). Se siguió la misma estrategia
para la confección: indios de parcialidades (pero de las parcialidades “que no habían
concurrido á la construccion de adoves”). Se procedió, como en el caso anterior, a la entrega
de dinero al Gobernador quien en esta ocasión será Manuel Castro. Él recibe 40 pesos “pa. que
se provea de coca, carne y granos”. Esta actividad duró 18 días de trabajo y contó con “pocos
indios” y cuatro albañiles, quienes utilizaron todos los adobes. Por su servicio, cada albañil
recibió 3 reales y medio de jornal diario (total: 31 reales y medio). También se le pagó 4 pesos
y medio “por un moso que de sobre estante de los trabajadores se pagó po. conducto del
mismo Señor Governador á dos reales diarios”.
Además de mano de obra y acceso a agua se demandaron herramientas para la obra del
panteón. Se compraron, en ese sentido, tres lampas y tres azadones con cabos traídos de
14
No conocemos con precisión la dimensión de esta unidad a las que se refiere el escrito. 15
En el padrón de los que “se han confesado y comulgado” del año 1827, se detallan las siguientes procedencias:
Capahanco, pueblo de Umasuyo, ayllus de Umasuyo, Chiarmarca, Lupaca, estancias de Quesca, Pacuchuma,
Tacañahui, Chiarmarca (Zegarra, 2012: 72-73).
Arequipa. El costo total ascendió a 6 pesos y 6 reales (cada una de las seis piezas costó 9
reales).
El resultado final se describe así: “[…] concluyeron con todos los adoves, y quedó la
pared establecida en toda su circunferencia, con mas medios Torreones en las esquinas e
intermedios de paredes”. Sin embargo, para “que se concluyan las paredes y Torreones” se
necesitó de más adobes, exactamente cuatro mil. Para ello, ya no se usaron a los indios de
parcialidades proporcionándoles solamente su alimentación, sino que se mandaron a fabricar,
pagando, por medio de contrata “á estilo del pais” seis reales por ciento; es decir, 30 pesos en
total. La colocación de estos adobes en “los cuatro costados de las paredes, y los Torreones”
estuvo a cargo de cuatro albañiles y veinte peones, quienes recibieron por jornal diarios: tres
reales y medio, y dos reales, respectivamente (gasto total: 40 pesos y medio)
(APA/AYA/LF2: F. 76v, 77r).
2.2.4. Sistema de trabajo
Con las referencias anteriores se confirma el proceso de trabajo con dos etapas muy fijas:
recolección o elaboración del material (piedras, adobes) y su colocación. El primero parece
ser más largo y, por tanto, más costoso que el segundo. Sin embargo, no suelen extenderse por
más de una o dos semanas.
La retribución puede ser por contrata “al estilo del país”, jornal diario o en forma de
alimentación (constituida por coca, comida y carne). Los indígenas pueden provenir de
parcialidades. Aunque no de forma indispensable, el trabajo de los indígenas es recomendado
que sea supervisado por un personaje que recibe pago por sus servicios.
Sin embargo, si estas son las etapas y formas laborales de la construcción del panteón
en un momento inicial; luego, notamos un cambio: ya no se paga por alimentación, sino por el
producto (los adobes) que demanda una contrata “á estilo del pais” y el servicio (la
colocación). Esto, que puede suponer una nueva forma en la dinámica laboral y económica
local, nos plantea además cuestiones muy puntuales sobre el proceso constructivo ¿Se trató de
un cambio basado en las nuevas formas de requerir servicios por parte de la institución
gubernativa o eclesial? ¿Acaso está relacionado con las “varias” construcciones de los
cimientos en las que los indios jornaleros tuvieron que servir a cambio de bienes? ¿Los
precios de los alimentos que eran básicamente el trueque por su trabajo estarían al alza o en
escasez?
Estas son dudas que nos quedan por ir aclarando conforme profundicemos en el
desarrollo económico e institucional político puneño del período en estudio. Es válido
reflexionar en la situación que debieron afrontar los indígenas de las parcialidades
participantes en los trabajos del panteón. Pues debían o permanecer en el pueblo o hacer el
viaje diario desde su poblado de origen a Ayaviri y dejar de ocuparse “brevemente” de sus
propias actividades cotidianas para subsistir.
2.2.5. Puerta, paja y cerrojo
Un siguiente paso fue la manufactura de la puerta. Para ello se compró un cuartón a 18 reales
vendido por Gregoria Segarra. Para la elaboración de “una puerta grande que mandé hacer
solida” se necesitaron más cuartones, tablas, clavos y los servicios de un carpintero. El costo
total fue de 31 pesos y 2 reales y medio. Ya obtenida, dos albañiles y cuatro peones la
colocaron en un día; por tal servicio, y según jornal de estilo16
, se canceló 1 peso y 7 reales.
Otro gasto detallado en las cuentas de 1833 y 1834 es el pago de cuarenta cargas de
paja arrancada, las cuales, “por conducto del mismo Sr. Governador” fueron compradas por el
cura de Ayaviri, pagando un peso por cada diez cargas. Se desembolsó 4 pesos. El cura anota:
“[…] en atención á que las pocas porciones que uno y otro indio que traian no alcansaba”. A
continuación se señala que se pagó a doce jornaleros quienes durante dos días “pucieron la
Curalina”, recibiendo cada uno dos reales por día; es decir, 6 pesos en total (APA/AYA/LF2:
F. 77r). Sin embargo, no tenemos total certeza si estos últimos dos gastos –la paja y la
colocación de curalina corresponden– a la obra del panteón o si se trata del templo, pues
además no se menciona cómo fue colocada la paja y para qué se empleó finalmente la
curalina.
Por último, se adquirió, como se describe en la cuenta de 1843 a 1844, por 4 pesos y 5
reales de un cerrojo y chapa “del país” que se consiguieron de Arequipa, destinados para la
puerta del panteón (APA/AYA/LF2: F. 77v).
2.2.6. Decoración de la portada del panteón
En las cuentas de dicho período (1843-1844) se describe detalladamente “la pintura, blanqueo
y aliño” de la portada del panteón, el cual transcribimos a continuación:
16
Tres reales y medio diario por maestro o albañil y dos reales diario por indio o peón.
Para preparar dicha pintura dos Albaniles y cuatro peones en dos
diferentes dias formaron y blanquearon dicha portada, pagados á
jornal de estilo. Yd. con dos indios jornaleros se mandó traer el barro
de distancia. Y concluido del modo dicho el blanqueo, contraté por
seis pesos con el Pintor la pintura del diceño análogo que le presente
de dos esqueletos con su Guadaña, asadon, Epigrafe, Pilastras, &a. que
entregó muy conforme al citado diceño. Reunidos estos gastos suman
dies pesos dos reales.
De la cita anterior podemos mencionar aspectos técnicos del pintado: la mano de obra
necesaria para la elaboración de la pintura y la necesidad de barro traído de distancia para el
blanqueo. Sobre esta base se realizó un dibujo a partir del diseño que proporcionó por el cura
propio, el cual consistía de dos esqueletos con guadaña, azada, epígrafe y pilastras, entre otros
elementos compositivos. El artista pintor, actualmente anónimo17
, realizó una obra “muy
conforme al citado diceño” cobrando seis pesos.
Otro elemento decorativo de esta portada fueron “dos hermosas piedras” para el
batiente. Su labranza y conducción significó el costo de trece reales por cada una, es decir, 3
pesos y 2 reales (APA/AYA/LF2: F. 77v).
Hasta aquí mencionábamos que muchos de los aspectos de construcción del panteón
tuvieron la intervención del Gobernador; no obstante, en el caso de la ornamentación no se le
refiere en los registros. Por ello, sostenemos que el gasto decorativo pudo haber sido iniciativa
del cura, y no respondería efectivamente a una obligación impuesta por el gobierno.
2.3. Mantenimiento y primeros entierros
Entre las primeras actividades de mantenimiento de la que disponemos de evidencia tuvo
lugar durante la cuarta semana de noviembre y la primera de diciembre de 1844. En esta
ocasión fue para “revocar dos veces todo el Panteon por de dentro y fuera, siendo la segunda
vez con barro amarillo q° sirve para el Pecheo [sic], mandando traer de distancia”. Dos
albañiles y diez peones fueron requeridos, quienes recibieron el jornal de estilo (3 reales y
medio diario por cada uno de los albañiles y 2 reales y medio por peón) durante las dos
semanas (doce días) de trabajo (monto total: 40 pesos y 4 reales) (APA/AYA/LF2: F. 79r).
17
En los gastos realizados entre febrero de 1844 a febrero de 1845 se menciona que las puertas de la iglesia
fueron pintadas al óleo y al “mejor gusto” por Pablo Cáceres.
Un gasto, presente en la relación de los gastos realizados de febrero de 1844 a febrero
de 1845, es basado en un motivo que nos causa una gran desconcierto. A la letra dice:
Yt Siendo necesario proporcionar el maderaje necesario para la
construccion de la Capilla del Panteon q°. se halla en cimientos,
contraté por Escritura publica ante el Sr. Juez de Paz D. Manuel
Castro con D. Mariano Belarde, vecino de Umate, cien palos á seis
reales q°. deberá poner en esta Villa á las dos semanas despues de la
Pascua de Resurreccion del año procsime entrante. A cuenta de esta
Contrata di adelantados sesenta pesos con las seguridades q° constan
de dha Escritura y son. „60„
En las cuentas del año de 28 de febrero de 1846 al 28 de febrero de 1847, se consigna
el gasto por seis pesos de la compra de una llave “que mandé hacer para el Panteon”, ya que
la anterior, en poder del semanero Juan Luque, se extravió (APA/AYA/LF2: F. 83r).
Posteriormente, el Libro de Fábrica no mencionará tema constructivo o descriptivo del
panteón lo que, a pesar de la confusión que nos provoca estas re elaboraciones de cimientos o
detalles, nos da pie a pensar en que el panteón estaría prácticamente culminado y para uso.
No obstante, gracias al libro de entierros que abarca las partidas entre 1832 y 1851,
hemos encontrado algunos registros en los que el panteón fue empleado encontrándose en
pleno proceso de acondicionamiento. Así, la primera mención de un difunto enterrado en este
lugar data de agosto de 1836 y corresponde a Faustino Suca –no señala su origen en alguna
parcialidad–, por el apreciable derecho de 14 pesos, y luego de misa rezada (APA/AYA/LE4:
F. 31v). La segunda mención se dará en julio de 1839 y esta vez corresponderá a José
Cáceres, maestro de capilla de la Iglesia ayavireña y residente del pueblo. Se le enterró “con
toda solemnidad, con misa vigiliada posar mas [¿?] de treinta desde su casa al panteon, doblar
y todo lo nesesario hasta las seras, todo de gratis pr consideracion de su servicio de tantos
años a la Yglesia […]” (APA/AYA/LE4: F. 62v).
No será hasta abril de 1841 cuando el libro de entierros empiece con las partidas
consecutivas que dejan constancia del uso del panteón. Y la gran mayoría de ellas es de
indígenas que procedían de las diversas parcialidades cercanas a Ayaviri: Surimarca,
Guanamarca, Umasuyo, Guanamari, Chiamarca, Capacmarca, Pacobamba, entre otras. El
porcentaje de entierros de personas propiamente del pueblo de Ayaviri es mínimo en
comparación a estos y lo mismo ocurre con los de españoles que continuaron viviendo allí,
como se pudo apreciar en el cuadro de mortandad mostrado líneas arriba.
Ante las dos primeras partidas que mencionan el enterramiento en el panteón se nos
plantean diversas interrogantes y ciertas hipótesis. Efectivamente y aunque se estaba
construyendo la capilla, el cerco, la puerta y otras estructuras del complejo funerario, es
probable que haya existido a partir de 1836 o poco antes la disponibilidad y disposición para
hacer entierros, con lo cual el párroco decidiría conforme a la “status social de la época” y el
derecho a pagar si es que su cuerpo podía descansar finalmente allí o en el cementerio de la
Iglesia. En ese sentido, mientras que el derecho funerario oscilaba normalmente entre 4 y 8
pesos, en el caso de Faustino Suca llegaba a 14 pesos, mientras que en el caso de José Caceres
su sepultura en el nuevo lugar era especial por maestro de capilla del templo.
¿Tuvo flexibilidad el párroco frente a la autoridad gubernamental para realizar estos
entierros o es qué la actuación del municipio y la prefectura fue sólo en la construcción en sí
del panteón mas no en la administración posterior? ¿Cómo se llevó a cabo la división del
espacio de enterramientos? Tenemos noticia de la construcción de mausoleos, pero no del
planeamiento arquitectónico con las disposiciones espaciales. Ello, en la medida que las
fuentes documentales no lo transmiten, será labor a dilucidar por parte de la arqueología.
3. CAMBIOS Y CONTINUIDADES EN TORNO A LA CULTURA MORTUORIA
A continuación presentamos algunas manifestaciones contemporáneas a la construcción del
panteón y que permiten compararlas con el tiempo virreinal. Ya que no podemos profundizar
en todas por falta de espacio, sólo hemos elegido las siguientes: empleo de mano indígena,
espacios para la muerte, actitudes frente a la muerte.
3.1. Artífices de la construcción del panteón
Como hemos podido observar en la construcción, se pueden detectar tres niveles de
participación: la realización del trabajo, la supervisión de la obra y los responsables. En el
primer grupo incluimos a los indígenas y artistas. Los maestros o albañiles entran en el
segundo rubro. El cura de Ayaviri y el Gobernador conforman el tercero.
Un cambio y diversificación interesante ha sido apreciada en el primer grupo. Los
indígenas fueron jornaleros o de parcialidades. Los primeros recibieron el jornal diario de 2
reales. Los otros sólo su alimentación18
. Se empezó a utilizar documentos llamadas contratas a
18
Entre 1846-1847, los pobladores de Umasuyo elaboraron 30 quintales de cal para la Iglesia. En esta ocasión, la
institución eclesial pagó cuatro reales por cada quintal (APA/AYA/LF2: F. 82v).
estilo del país. Es entre febrero de 1843 a febrero del año siguiente donde se ha observado
esta diversidad.
Recordemos que la mita fue abolida en Cusco por Simón Bolívar el 4 de julio de 1825,
siendo Agustín Gamarra el gobernador de dicha ciudad. Ello nos motiva a interrogarnos que
tanto del componente de mita supervivió en esta zona para disponer de la mano de obra de
este grupo humano en construcciones públicas como el panteón, o qué tan dispuestos estaban
a “colaborar” en ello considerando su religiosidad.
Es indudable que una institución como la mita no iba a borrarse de la mentalidad y
configuración social de los pueblos pasadas dos décadas de consolidada la independencia del
país, por lo que ello debe tomarse en cuenta. En ese sentido, es oportuno preguntarse si la
decisión correspondió únicamente al cura o al gobernador o aceptada por ambos.
La obra del panteón no fue la única relación económica entre ambas instituciones. En
1833, la Iglesia de Ayaviri entregó 44 pesos al Gobierno por motivo del 4% de predios
rústicos; lo mismo se realizó el año de 1834 (por los predios de Tacañahui). A partir de 1841,
el pago anual al Estado se rebajará a 35 pesos y medio (precisa que la renta del Estado fue de
877 pesos), monto que se mantiene para 1847 (APA/AYA/LF2: F. 6v, 7v, 10r, 70v, 73r, 79r,
80v, 87r). Con ello, la Iglesia mantenía una relación a nivel de impuestos con la gobernación
local.
3.2. Mausoleos, capillas y donativos: la preocupación por el entierro y por el espacio para la
muerte
En la descripción del panteón en el inventario del 1840, como ya se mencionó, el panteón ya
contaba con cuatro mausoleos, dos de ellos pertenecientes a Eustaquio Béjar
(APA/AYA/LF2: F. 50r). Aquel interés en destinar un espacio específico y privado se detectó
en Ayaviri dos centurias atrás. En el testamento19
redactado en agosto de 1660, Marcos de
Molina y Berueta, recaudador de diezmos, expresa su deseo de que su cuerpo sea sepultado
“en la iglesia parroquial deste digno pueblo de Ayaviri en la capilla mayor donde le paresiese
al cura y que se pague la limosna acostumbrada” y con las exequias lideradas por una cruz
alta y el párroco (Zegarra, 2012: 129).
Ello nos habla de la cultura mortuoria en pleno virreinato practicada por un personaje
que pertenece a una clase social privilegiada. Existían, a nuestro entender, tres espacios de
19
Sobre este tipo de documento, Ramos afirma: “El testamento, documento que armonizaba los dos aspectos
fundamentales de la vida, espiritual y material, fue un requisito para abandonar este mundo con la seguridad de
que el alma estaría bien encaminada y la relación con Dios y los semejantes quedaba bien dispuesta. Por esta
razón la escritura del testamento tuvo un carácter religioso, prácticamente sacramental” (2010: 155).
entierros: intramuros en capilla para personajes con reconocimiento social, a lo que le
podemos sumar, probalemente, el cementerio al costado del templo para gente del común y el
panteón alejado para indios de parcialidades, como veremos más adelante; además de ritos:
cruz alta.
Sobre el primero podemos mencionar que la tradición de entierros en capillas contiene
componentes de diferenciación social y auxilio en el mantenimiento de los templos, además –
y desde luego– de la mejor forma “para vivir en los cielos”. Nuñez-Carvallo sostiene la
prontitud en que fue acogida esta búsqueda de la mejor ubicación bajo las capillas y altares
eclesiásticos (2010: 187-213).
Volviendo al siglo XIX, en las últimas décadas del régimen virreinal un obsequio
deslumbrante será recibido por el clero de Ayaviri con el fin de asegurar los rituales más
salvíficos para el alma del donante así como para la mejor realización de sus exequias. En
1810, Gregorio Roldán Deza dona una viril sin sol de gran tamaño a la Iglesia de Ayaviri. La
aceptación de este obsequio supone dos condiciones, una de ellas referida a los funerales tanto
de él como de su esposa e hijos, los cuales deberían sean dignos de su origen hispano y su
condición de vecinos principales. Recibía, además, un precio especial por la misa vigilada
(doce pesos). Precisa, a continuación, que para el novenario y aniversario sólo se debía cobrar
el arancel cuando su situación económica lo permitiese cubrir; de lo contrario, pide que se
entienda su situación. Este tratamiento extraordinario era aplicable a los parientes de Deza y
de su esposa, a excepción que ellos opten por cancelar los respectivos derechos (Zegarra,
2012: 107).
Existía, por tanto, una preocupación para asegurar que las exequias sean formalizadas
lo mejor posible. La joya sirve como una garantía para la realización de la práctica funeraria
que se extiende a su familia y asegurarles protección económica. Sobre este último aspecto,
otra condición, además de los rituales funerarios, era que su familia mantenga el
arrendamiento de la estancia de Orcuyo.
Con la evidencia de los mausoleos, consideramos que parte de la tradición virreinal se
mantiene en el nuevo espacio funerario ayavireño como algo tangible de la mentalidad
mortuoria de la época, que no variaría abruptamente con el cambio de sistema político, no al
menos en los primeros quinquenios republicanos. Además, la ritualidad del entierro tampoco
parece variar de forma sustantiva al menos en este período, siendo significativo para ello citar
las exequias del ex gobernador, José María Simbort, cuya última morada fue el panteón:
En esta S. Yglesia del Serafico S. Francisco de Assis de la Villa de
Ayaviri á los veinte un dias del mes de Junio de mil ochocientos
cuarenta y tres años. Yo el cura pp°. de esta Doctrina hice los oficios
funebres segun prescribe el Ritual Romano conduje el cadaver del ex
Governador D. José Maria Simbort viudo q. fue de D. Bernarda Bejar
con dobles de Campanas, responso cantado en la puerta mortuoria
muchas posas y dos responso en la entrada de la Yglesia, y allí cante
en compañía de mi Ayudante las visperas de los Difuntos, y en el
siguiente reunidos los dolientes y las autoridades y prales [principales]
del Pueblo despues del Oficio y Misa cantada acompañé hasta el
Panteon donde le di sepultura Ecca° habiendo muerto confesado y
oleado al parecer de cincuenta y sinco años […] (APA/AYA/LE4: F.
103v).
3.3. El enterramiento para los indios
Hemos evidenciado, por una parte, la alta participación de los indígenas en la construcción del
panteón y, por otra, la importancia de la correcta práctica mortuoria para un grupo de la
sociedad ayavireña: aquellos con mayor poder económico y con cargos protagónicos en la
sociedad. ¿Cuál era la ritualidad ante la muerte por los indígenas? ¿Cómo asumieron ellos el
panteón que ellos mismos levantaron en un lugar, cuyo significado quechua se asocia a la
muerte?
En el inventario de 1840 se señala que se hallaron, al descubrir un almacén que
conduce a la torre, un promedio de cuarenta cuerpos correspondientes a adultos como a
menores en la torre contigua al baptisterio. Este almacenamiento producía “una fetides que
infestaba la salubridad publica mucho mas a los que concurrían a la Yglecia”. Se propone que
los cuerpos pertenecen a los campaneros “que por el menor descuydo resbalaban”. Además,
este espacio es considerado como cueva de ladrones (APA/AYA/LF2: F. 49r). No se señala
cuál fue el tratamiento realizado con esas osamentas, si fueron retiradas y sepultadas o
permanecen aún ahí. La fetidez del momento y el gran número nos hacen pensar que no había
pasado mucho tiempo tras la muerte y que no todos eran campaneros. ¿Tuvo alguna relación
simbólica entre la forma vertical del campanario con las posibles chullpas descritas por
Cieza?
Tampoco nos atrevemos a proponer que hayan sido depositados a modo de cementerio
clandestino, ya que la muerte era, aunque con otra configuración, igual de importante para los
indígenas. Podemos mencionar, para ello, una acusación que tuvo lugar a mediados del siglo
XVIII contra el cura de Ayaviri, Diego de Molina.
En 1751, los caciques de Ayaviri, Sebastián Mollo Apasa, Simón Chicata y Pedro
Mamani califican a cura Molina de “mui tirano” en lo referido a las obvenciones:
“[…] cuando no le dava todo lo que pedia, tenia los cuerpos siete y
ocho días sin darle sepulturas aunque fuesen pobres de solemnidad:
assi mismo cuando yva a confesion lo primero que hasia era desirles
que si no dejavan todos sus bienes para el yntierro se condenavan
[…]”.
Los testigos consultados añaden, además, que no sepultaba los cuerpos en el cementerio,
sino los dejaba enterrar en el campo con el riesgo de ser devorados por los perros, como
ocurrió con el cuerpo del forastero Pedro Arise (Zegarra, 2012: 147-148). Podemos seguir
extendiéndonos en este punto, pero se ha demostrado la acusación por el incumplimiento por
parte del cura en la celebración del rito funerario y la existencia ya de un cementerio para
1751.
4. CONCLUSIONES
Las fuentes documentales que hemos empleado para conocer el desarrollo inicial del panteón
de Ayaviri, especialmente de la capilla, como la cultura mortuoria del momento son ricas en
múltiples aspectos; aunque aquí hemos esbozado un análisis inicial. En el caso del Libro de
Fábrica de la Iglesia de Ayaviri, nos ha permitido conocer detalles de los aspectos
constructivos de la obra (actores, etapas, economía, materiales, entre otros), así como de la
sociedad, el tratamiento de la fuerza indígena, ritos e imágenes de la muerte (iconografía).
Así, hemos podido definir materiales (piedra, adobe, además de agua y lampas y
azadones), etapas de construcción (elaboración de material y posterior utilización),
diversificación de mano indígena (alimentación, indígenas de parcialidades, “indios
jornaleros”, contrata), precio de jornales diarios (3 reales y medio a maestros o albañiles y 2
reales a indígenas) y duración de la semana de trabajo (seis días). Además de otros servicios
adicionales como cantero y pintor.
Según los registros de este Libro hemos calculado una inversión total de 894 pesos y 4
reales y medio durante el periodo de 1833 a 1847 que abarcan los gastos con motivo del
panteón que hemos encontrado, aunque fueron de forma interrumpida. En algunos lapsos no
se detalla gastos. Fue, por otro lado, entre 1843-1844 cuando se realizó un gran gasto, que
ascendió a 376 pesos 40 reales y medio. (Ver Anexo).
La fuente también nos presenta una iniciativa constante por parte del gobierno local en
torno a la construcción del complejo funerario y el seguimiento que hace durante el proceso
para que la Iglesia realice contribuciones o continúe con los trabajos. Esto nos lleva a pensar
además en el poco interés que tendría la Iglesia ayavireña para en el caso concreto de la
edificación de la capilla, tanto por los problemas y errores en cuanto a materiales y cimientos,
como los retrocesos que se suscitaron (la descripción de la situación de la capilla en 1844-
1845).
La relación institucional entre gobierno político y fuero eclesiástico es un ámbito que
cambia en cierto modo con el sistema republicano, aunque perviven los protocolos virreinales
y cierto espíritu regalista que querían lograr los primeros gobiernos nacionales para el Estado.
Merece la atención en lo hasta aquí mencionado el hecho de que Ayaviri constituya un
localidad periférica y de fuerte presencia indígena que no pertenecía a la elite local y regional,
como puede ser el contraste con la ciudad de Cusco.
A ello añadimos en el plano de la cultura mortuoria que permanece la privatización de
lugares para la “buena” muerte; primero con Marcos de Molina en la segunda mitad del XVII,
y luego con Eustaquio Béjar en la primera mitad del XIX: el primero en el interior del templo
y el segundo en el panteón.
Aunque no contamos con la disposición y detalles arquitectónicos del nuevo complejo
funerario, la cercanía probable de mausoleos y secciones a la capilla podría resultar un interés
para quienes a partir de la mentalidad virreinal de “estar más cerca del cielo” puedan haber
procurado tener su última morada cerca de ella. Por otro lado, los rituales religiosos para el
enterramiento continúan conforme se habían realizado por lo menos en los últimos 150 años,
hecho que se muestra tanto como la exigencia doctrinal como el seguimiento de la tradición
enriquecida de la expresividad barroca de formas y maneras. El caso de los actos fúnebres del
ex gobernador ayavireño que describimos líneas arriba resulta ilustrador al respecto.
La continuidad dentro de la mentalidad de la época, a pesar del proceso
independentista, lo notamos también con el tratamiento a los indios tanto en cuanto mano de
obra como protagonista de las partidas de enterramiento. Así, mientras que es sugerente el
intercambio de su labor por bienes y alimentos inicial –y que podemos vincularlo al extinto
sistema de mita– a continuación se ve un cambio en la prestación de esa mano de obra a razón
un pago dinerario. En el caso de las partidas, la distinción de tipo étnico continua y el uso de
términos propiamente virreinales se mantiene sin mayor intención de corrección: ayllu,
indígena, natural….
Y si miramos de forma cuantitativa la mortandad ayavireña, la población indígena es
la de mayor porcentaje en el libro de enterramiento, pues constituye entre un 95% y 98% del
total de partidas, siendo casi similar el porcentaje cuando hablamos de la procedencia de
estos: las parcialidades alrededor del pueblo de Ayaviri, y el reducido; pero interesante,
número de españoles existentes en la Leal Villa.
Merece la atención además el hecho que hay un buen número de enterramientos gratis
que dispone el cura y que en su mayoría es de difuntos indígena muchos constatados como
pobres, aunque hay casos de españoles pobres enterrados a gratuidad y de algunos vecinos del
pueblo (¿mestizos?, ¿criollos?) (Ver anexo). Esto nos plantea cierta flexibilidad en la
administración del panteón por parte de la Iglesia y de su párroco en particular, de manera que
el gobierno no habría tomado mucha o mayor injerencia en el desarrollo del Panteón en estos
ámbitos ni posteriormente de edificado por completo.
Hasta aquí las aproximaciones que en un primer análisis de fuentes documentales
ayavireñas junto con la bibliografía de apoyo empleada para este estudio nos abre más
interrogantes y planteamientos en torno al panteón y la cultura mortuoria del momento. Sin
duda, será necesaria la intervención arqueológica y la profundización en los archivos
regionales del sur peruano para ir dando respuestas ante un hecho que es por demás muy
significativo: un panteón periférico hecho antes incluso que los grandes espacios funerarios
extramuros de ciudades centrales de su contexto geográfico; una relación por momentos tensa
y por otros muy similar al sistema virreinal de parte de la gobernación y el clero locales; y la
permanencia a través de las formas laborales, económicas y socioculturales de la mentalidad
colonial en medio de un nuevo sistema sociopolítico.
5. BIBLIOGRAFÍA
Cieza de León Pedro (1995): Crónica del Perú, Lima, Pontificia Universidad Católica
del Perú.
Osvaldo Geres René (2010): “Con el muerto a otra parte… Consideraciones sobre la
piedad mortuoria y sus espacios en la ciudad de Jujuy entre fines de la colonia y los
primeros años independientes” en Revista Andes, n° 21, Argentina, pp. 95-109.
Gutiérrez Ramón (1986): Arquitectura del altiplano peruano, Buenos Aires, Libros de
Hispanoamérica.
Herrera Salinas Rosa (1945): El cementerio y los entierros en el pueblo de Lucre,
Cusco, Archivo de la Universidad San Antonio Abad del Cusco, Monografía del
Curso de Geografía Humana.
Kaulicke Peter (1997): “La muerte en el antiguo Perú” en Boletín de Arqueología, vol.