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Parábolas

Mar 12, 2016

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para alumbrar el camino
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Introducción

Recuerdo, en mi niñez, cómo en las noches de invierno, tan largas, los vecinos del pueblo se juntaban, en ciertas casas, para trasnochar. Yo, con mi familia, íbamos a la casa grande de mi abuelo, que era además posada.

Lo malo era llegar hasta esas casas en las noches invernales, de calles irregulares, embarradas y con bombillas (flores amarillas prendidas en las solapas de las esquinas), que apenas bajaban su luz y había noches que sus «corolas» estaban apagadas por los vientos del invierno, que tiraban sobre los campos los postes y la «fuerza» no llegaba. Entonces se recurría a faroles y linternas para buscar las mejores pisadas.

«Parábolas para alumbrar el camino» intentan «dar luz», aunque sea escasa, para que nuestras vidas busquen nuevos argumentos, nuevas pisadas, en ese caminar en dirección a «la Casa Grande del Padre», para un día trasnochar, eternamente, con la familia de los santos.

El libro está distribuido, como si fuera unas salinas, en pequeños estanques, cada uno de los cuales sumerge los valores de una parábola, colmatados con las aguas del río de la vida tan rico en historias o con las llovidas de la imaginación. La intención es que una vez evaporadas, con el sol de su lectura o de su escucha, exhiban blancas y brillantes «la sal», cuajada en valores, que dé sabor a nuestras vidas.

Cada parábola se inicia y se termina con citas, pensamientos entresacados de la Sagrada Escritura, santos, papas, hombres y mujeres ilustres de todos los tiempos… o de mis modestas reflexio-nes. Son como boyas o balizas, que iluminan, marcan y delimitan

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cada relato, corroborando y reforzando lo narrado («citar es como aportar testigos en un juicio», Umberto Eco).

Estas historias, cortas y sencillas, tienen siempre algo de prodigioso, de ahí que se lean o escuchen con interés. Están distribuidas de forma arbitraria, para ir de sorpresa en sorpresa. Eso sí, aparecen agrupadas por temas al final del libro.

Dice un proverbio escocés: «Ninguna buena historia se gasta, por muchas veces que se cuente». Espero que las parábolas, cuentos, historias… que este libro contiene, se comenten, una y otra vez, y aporten «luz» y «sal» a muchas vidas. Mi experiencia, al narrarlas como docente, así me lo confirma.

El autor

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Portero del Sporting

«Como un mar alrededor de la soleada isla de la vida,la muerte canta noche y día su canción sin fin»

(Rabindranath Tagore)

Jesús Castro se encontraba en la playa de Pechón, en Cantabria, cuando vio que dos niños y un hombre estaban a punto de ahogarse. Jesús se lanzó al agua, salvando a los tres en peligro, pero él, por su cansancio, no pudo resistir la resaca de una ola y murió ahogado tras el esfuerzo realizado.

Jesús había sido portero del Sporting de Gijón, y su última jugada, su mejor jugada, fue salvar tres vidas, aunque le costó la suya.

Dar la vida por los demás es el mayor heroísmo y la mayor prueba de amor al prójimo.

* Si ayudas al necesitado, si actúas con desinterés, si eres sensible al problema ajeno… tu vida será un éxito, aunque hayas vivido poco, como Jesús Castro, porque tendrás una vida eternamente larga junto a Dios.

* «Vanidad es desear larga vida y no cuidar que sea buena» (Tomás de Kempis).

* «No juzgues cada día por lo que cosechas, sino por las semillas que siembres» (Robert Louis Stevenson). Y dar la vida por los demás es la más hermosa de las semillas, pues nos asemeja a Jesús.

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La última hoja

«El amor crece a través del amor»(Benedicto XVI)

Recuerdo, cuando era un niño, cómo aquel maestro venido de lejos, nos inculcó el amor por el ser humano y la naturaleza, entre otras, a través de la siguiente experiencia:

Todos los años en el otoño y, más en concreto, a finales de Noviembre, celebrábamos el rito de «la última hoja del Otoño».

Cuando ya quedaban pocas hojas de los árboles, que con sus ramas arañaban, casi, los ventanales de la clase, salíamos todos al patio y esperábamos a que el viento desprendiera alguna de las pocas y solitarias hojas de oro que se columpiaban sobre las ramas.

Por fin, después de esperar, alguna caía. Chicos y chicas corría-mos con nuestras manos abiertas, para que no tocase el suelo, recibiéndola con amor. Emilio, un niño con síndrome de Down, era el encargado de llevarla hasta la clase, entre aplausos. Lo primero que hacíamos era buscarle un nombre. Aquel año le pusimos «Otoñina». Después la colocábamos sobre una cartulina y la colgábamos en el corcho de la clase. Allí permanecía con nosotros todo el invierno. Os aseguro que con su presencia nos fomentaba un mayor amor por la Naturaleza.

Cuando iba a llegar la primavera, salíamos todos al patio en procesión, con Otoñina, hasta el pie del árbol de donde se había desprendido. Emilio la deshacía con mimo para que lo abonara y volviera a sus ramas, en un vuelo interior, en forma de una nueva hoja en la naciente primavera.

Desde entonces, no hay otoño que no me acuerde de esta historia, que me habla del amor hacia mis hermanos más débiles y mi respeto por la naturaleza.

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* «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres» (Pitágoras de Samos).

* «Lo que se les dé a los niños, los niños lo darán a la sociedad» (Kart A. Menniger).

* «Los niños con deficiencias mentales, son los más pequeños y vulnerables de los hijos de Dios» (Madre Teresa de Calcuta).

Por ello, para cualquiera de nosotros, deben ser los primeros.

* Hagamos que el niño que fuimos se sienta orgulloso de lo que somos en la actualidad.

La Pepi

«Aguas inmensas no pueden apagar el amor, ni los ríos ahogarlo»(Cant 8,7)

«Es la primera que vi ahorcada en Yeserías. Cuando llegué esa mañana a la cárcel, las presas estaba dando patadas a las puertas, porque sabían que se había ahorcado. Aquella chiquilla pesaría 30 kilos, comida por el sida, por la droga, desdentada, ladrona, prostituta para poder drogarse… Todos los pecados del mundo, veniales y mortales, los tenía la pobrecilla. Yo la quería con toda el alma. Nada más enterarme de eso celebré una misa. Vino toda la cárcel a la Eucaristía, y recuerdo perfectamente que sentí una moción interior de Dios:

«Es verdad, está conmigo, díselo a la gente, que está conmigo; nadie la quería, me la he traído yo conmigo».

Es el testimonio desgarrador sobre una reclusa del padre Garralda, que lleva más de tres décadas acompañando y ayudando a los privados de libertad.

Este texto nos muestra dos cosas muy importantes:

* a) Que por encima de la justicia divina está el amor divino. Así, la definición más lúcida dada sobre Dios es la proclamada por san Juan: «Dios es amor».

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Esa inspiración que recibió el padre Garralda, nos confirma que la justicia de Dios se funde en su amor. Corroborando lo anterior, tenemos en las Escrituras las parábolas de «El hijo pródigo» y «Los trabajadores de la viña».

Juliana de Norwich nos dice que «el juicio de Dios procede de su amor infinito».

* b) Que el amor tiene que ser extensible a cualquier persona, aunque nos repugnen sus actos. Para amar a Dios hay que amar al hermano. «El que no ama al hermano, no está en el amor de Dios» (San Agustín).

Y entre las formas de amor hacia el hermano está: «Acordaos de los presos como si estuvierais con ellos encarcelados» (Heb 13,3); «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36); salí de la cárcel y me ayudasteis.

Sé cepa, no rama

«El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad»(Ludwig van Beethoven)

La abuela charlaba con su nieto junto a la lumbre baja, allá en el pueblo.

–«Hijo, sé cepa, no rama», le dijo.Para que lo comprendiera, echó sobre la lumbre unas

ramas de olivo que desprendieron una luz brillante y un calor momentáneo.

Después mirando a la cepa de olivo que estaba en el fuego, añadió: «Mira, se quema lentamente, da un calor profundo, continuo, permanente y luce sin deslumbrar.

Pues bien, hay personas que pasan por la vida fugazmente, superficialmente, brillan un instante, aparentan, relucen su barniz exterior momentáneamente… son como las ramas en el fuego.

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Otros, en cambio, como las cepas, son profundos, dan calor, dejan rescoldo que dura mucho tiempo, ¡viven! Permanecen en el corazón de mucha gente, aún después de muertos, por su bondad, por su entrega a los demás, por sus buenas obras, por ser luz… De éstos son de los que quiero que tú formes parte».

* A veces soy rama que brilla momentáneamente, buscando los oropeles y la alabanza, sin comprometerme, y esto me preocupa…

* Seamos «luz permanente», como de sagrario, rescoldo del Dios que llevamos dentro. Siempre dispuestos a alumbrar con nuestras obras y palabras con quien nos relacionemos.

* Que el «calor» de mi presencia sea para transmitir más vida a los demás.

En la casa de mi Padre…

«La muerte es el principio de la inmortalidad»(Maximilien Robespierre)

Paseando por el otoño dorado, en este día luminoso, he llegado hasta la alameda, contemplando cómo el viento de esta mañana, Señor, desprende sin cesar las hojas de los árboles. Y ahí están, en el suelo…

Mi edad, octogenaria, me hace temer que algún día, no muy lejano, me descolgaré del árbol de la vida como una de estas hojas.

La ermita cercana toca a misa. A juzgar por sus campanadas es de difunto. Paso y escucho la homilía. El sacerdote comienza con la cita evangélica de san Juan (14,2): «En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Voy a preparar un lugar para vosotros». El cura a continuación relata un pequeño cuento:

«Era un hombre de edad avanzada que tenía pánico a la muerte. Al quedarse viudo, su hijo quiso que se marchara con él a otra

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ciudad, donde vivía, a una casa grande con vistas al mar. Cuando estaba el camión de la mudanza recogiendo los últimos paquetes para el traslado, aquel viejecito comenzó a recordar todas las buenas horas que había pasado en aquella casa, donde sus hijos habían nacido, muerto su esposa… Un buen amigo y vecino, que observaba la escena, viéndole tan triste le quiso animar y acercándose le dijo:

- Ya verá, su nuevo hogar seguro que es mucho mejor que éste. Además allí encontrará gente muy buena.

Aquella frase de aquel queridísimo vecino, le animó para em-prender con cierta ilusión el camino.

Ya en la carretera, meditando aquellas palabras, tuvo una inspiración del Espíritu Santo que le hizo no temer más al «último viaje», el de la muerte, iluminándole con este pensamiento: “Mi hogar celestial, sin duda, será superior a la mejor de las casas terrenas, porque me lo ha preparado Jesús, y además veré a mi esposa y mis vecinos serán todos santos, ¿por qué temer?”».

Hasta aquí el relato del sacerdote.Cuando salgo de la ermita me siento reconfortado con aquel

cuento. En la alameda, las hojas siguen su lluvia dorada. Y ahí están, en el suelo… Y cuando el faquir del viento silba, las hace bailar y suena la hojarasca sus crótalos por toda la alameda, haciéndome meditar con renovada y alegre esperanza:

«Todos abandonaremos, un día, el árbol de la vida y nos presentaremos ante ti, Señor, volando nuestra alma, como una hoja, a los campos del cielo, ¡donde siempre habrá una eterna primavera!».

* Para llegar a esa morada definitiva, de la que nos habla Jesús, sigue este consejo de Tomás de Kempis: «Condúcete siempre como si mañana hubieras de morir, y algún día tendrás razón».

* Navegando por el mar de la vida, la muerte nos acecha. Plu-tarco nos lo recuerda muy gráficamente: «La muerte de los jóvenes constituye un naufragio; la de los viejos, es atracar en el puerto».