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Para Que Sirve Psicoanalisis

Nov 10, 2015

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  • Para qu sirve el psicoanlisis?

  • Luis Chiozza

    Para qu sirve el psicoanlisis?

    El qu-hacer con el paciente

    libros del

    Zorzal

  • Diseo de tapa: Silvana Chiozza

    Libros del Zorzal, 2013Buenos Aires, ArgentinaPrinted in ArgentinaHecho el depsito que previene la ley 11.723

    Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escrbanos a:

    Asimismo, puede consultar nuestra pgina web:

  • ndice

    Prlogo .......................................................................................15Captulo 1. Necesidad y posibilidad del psicoanlisis .................19

    De dnde surge la necesidad del tratamiento? ........................19El conflicto inconsciente .........................................................24Los valores, los afectos y los actos ............................................28Tres maneras de la vida ...........................................................31

    Captulo 2. El proceso psicoanaltico ..........................................37La transferencia de lo pasado en el presente .............................37La consciencia de la transferencia inconsciente ........................41Los rboles y el bosque ............................................................46

    Captulo 3. El encuadre ..............................................................51El campo en el que se realiza la tarea .......................................51El escenario y las reglas ...........................................................55La importancia de no jugar con el encuadre ............................59Los fciles desvos ...................................................................65

    Captulo 4. Qu, cundo y cmo se interpreta? .........................71Qu significa interpretar? .......................................................71El material que se interpreta .................................................75Psicopatologa de la vida cotidiana .......................................79El origen de la interpretacin que se pronuncia .......................82

    Captulo 5. Cmo decir lo que hace falta decir? ........................91El sentido fundamental de un enunciado ................................91Los cambios en la tcnica psicoanaltica ..................................95Cuando el paciente interpela .................................................101

    Captulo 6. Sobre la oportunidad del hablar y del callar ...........105Acerca del silenciar la transferencia ........................................105Aqu y ahora conmigo ...........................................................108Las distintas funciones del interlocutor en las transferencias recprocas ..............................................113La oportunidad del hablar y del callar ...................................116

  • Captulo 7. El psicoanlisis del carcter ....................................123La construccin de un baluarte .............................................123El psicoanlisis interminable y los puntos de urgencia ...........129El trabajo del paciente ...........................................................135

    Captulo 8. Cuando el cuerpo habla .........................................143La percepcin del cuerpo ......................................................143El lenguaje que un rgano habla ...........................................148El cuerpo en la sesin de psicoanlisis ...................................153

    Captulo 9. El psicoanlisis de las enfermedades del cuerpo .......................................................157

    El material somtico .............................................................157Las enfermedades y el carcter ...............................................162La construccin de una patobiografa ....................................166

    Captulo 10. La inquietud ........................................................173Un movimiento contranatural............................................173El espritu enfermo ...............................................................178La agitacin de la vida ...........................................................182La paz que la conciencia nos reclama ....................................186

  • A quienes, hora por hora y da por da, le otorgan a mi vida un sentido.

  • En un dibujo de Quino, el mdico le dice a su pacien-te: He ledo su historia clnica y le dira que en general no est mal narrada. Su estmago, por ejemplo, como protagonista, logra conmover cuando cuenta los trastor-nos que sufre por su amor a lo prohibido, pero luego cita usted tantas veces a la gastritis que nos la hace un perso-naje muy aburrido. Es cierto que el relato retoma inters y un creciente suspenso atrapante cuando su tensin ar-terial comienza a subir, a subir, y pareciera que final-mente algo importante va a suceder, pero no, ah entran en escena unas grageas de Losartn 50 mg que arruinan todo ese clima normalizando la situacin. O sea: aqu falta emocin, garra, pasin, nervio, no s, Usted ha ledo a Hemingway, por ejemplo?....

  • Prlogo

    Freud comenta que, en un dilogo publica-do en un semanario humorstico de Mnich, un hombre se quejaba del carcter de las mujeres, que las convierte en complicadas y difciles, y que su interlocutor le responde: S, pero es lo mejor que tenemos en ese tipo de cosas. Freud utiliza el co-mentario para afirmar, a continuacin, que, para formar psicoanalistas, lo mejor que tenemos son los mdicos.

    Quienes ejercimos la medicina y nos hemos encontrado tempranamente con el hecho de que algunos pacientes muy enfermos, o con heridas graves, inevitablemente se nos mueren, hemos aprendido que nuestra tarea no siempre logra res-tablecer la salud, y que bien vale la pena el esfuerzo de aliviarlos o, inclusive, que los ayudemos en el proceso de morir. A veces he pensado que, dado que tambin en el divn es frecuente que la enfer-medad arrecie, aquella experiencia nos ayuda para elaborar mejor, como psicoanalistas, la resignacin que necesitamos frente a la diferencia cotidiana entre lo que pensbamos posible y lo que en la realidad logramos.

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    Lo que el personaje del semanario deca de las mujeres podra tambin decirse de los hombres, y lo que Freud deca de los mdicos podra decir-se de muchas otras cosas. Por ejemplo, del trata-miento psicoanaltico, porque, si bien es cierto que es una empresa cuyas dificultades exigen un insospechado esfuerzo, y que trascurre perturba-da por inevitables momentos de malestar en el paciente y en su psicoanalista, puede decirse que es lo mejor que tenemos para lograr lo que con l intentamos.

    Cabe preguntarse, entonces, qu es lo que intentamos? De qu tipo de cosas se ocupa el psicoanlisis? O, tambin, para qu sirve el tratamiento psicoanaltico? Y cmo podemos disminuir los disgustos que el proceso ocasiona? Estas dos ltimas preguntas, que han merecido la atencin del psicoanlisis desde sus mismos albo-res y que, dada su ndole, han permanecido siem-pre abiertas hacia nuevas indagaciones, iniciaron el camino que condujo a escribir este libro.

    He procurado resumir en l lo esencial de lo que aprend en muchos aos, y escribirlo con pa-labras comprensibles para las personas que no do-minan el lenguaje conceptual, en cierto modo abstracto, que se suele usar entre colegas, lleno

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    de sobrentendidos que, para colmo, a veces son malentendidos. Lo escrib, pues, en un lenguaje que prefiero, porque es el lenguaje natural, con-creto y afectivo, que cotidianamente usamos en la vida. No se me escapa, sin embargo, que sern los colegas quienes reconocern mejor lo que al-gunas ideas traen consigo, ya que, dada su expe-riencia en el campo del psicoanlisis, dispondrn de los ejemplos que las amplifican y esclarecen. Por razones similares, he omitido citas bibliogr-ficas detalladas que interrumpen la lectura, pero el lector interesado podr encontrarlas en otros libros, anteriores, publicados en nuestra pgina web.

    Slo me resta agregar que no me anima la pre-tensin de convencer escpticos. Eso forma parte de la resignacin que todo mdico aprende. Hay quienes dicen que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, y a veces he pensado que lo mismo podra decirse de lo que sucede entre los abogados, los arquitectos, los mdicos o los psicoterapeutas, y las personas que requieren sus servicios. En todo caso, es poco lo que uno puede hacer al respecto; no mucho ms que ejercer autnticamente, y des-cribir de una manera fidedigna, expuesta a la crti-ca, lo que pudo aprender. Hay algo, sin embargo,

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    que me parece indudable, quienes ejercemos pro-cedimientos distintos deberamos procurar distin-guirlos con distintos nombres.

    Junio de 2013

  • Captulo 1

    Necesidad y posibilidad del psicoanlisis

    De dnde surge la necesidad del tratamiento?

    Algunas personas recurren al psicoanlisis por-que, anmicamente, se sienten mal, o porque en su vida se repiten cosas que les producen su-frimientos y que no logran superar. Otras concu-rren porque presentan sntomas que atribuyen a un trastorno en las funciones del cuerpo y alguien les ha dicho, o ellas mismas han pensado, que esos trastornos dependen de lo que les sucede en el alma. Quienes se psicoanalizan suelen decir que lo hacen porque tienen problemas que no pueden resolver sin ayuda; y cabe preguntarse, entonces: de qu depende el que no puedan arreglarse sin recurrir a que alguien les ofrezca una mano?

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    Encontramos una respuesta fundamental cuan-do comprendemos que sera ms exacto decir que esos supuestos problemas son, en realidad, dificul-tades. Las dificultades surgen cuando no encon-tramos la manera de obtener lo que deseamos, y arrecian cuando no logramos evitar que las cosas que ms nos importan nos hagan sufrir. Solemos llamar problemas a las dificultades porque asumi-mos que se trata de acciones difciles que se pueden alcanzar razonando; y aqu, en este punto, reside la cuestin esencial. Los procedimientos razonables permiten resolver las incgnitas cuando los datos disponibles son suficientes; y sucede que, precisa-mente, las dificultades que el psicoanlisis se pro-pone resolver provienen de premisas que operan de manera inconsciente, es decir, de asuntos que, por estar reprimidos, se ignoran.

    Nietzsche ha escrito: Muy trgicas han de ser las razones que hacen de un hombre un filsofo. Teniendo en cuenta esa frase, algunas veces hemos sostenido que las razones que conducen a un tra-tamiento psicoanaltico, aunque no suelen llegar a ser trgicas, son siempre serias. De ms est decir que su seriedad no permanece en la consciencia de manera constante, sino que sufre los avatares del apremio que experimentamos en la vida. De modo

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    que la cuestin no slo reside en que el psicoan-lisis puede ser necesario, sino tambin en que la primera condicin para que sea posible es la cons-ciencia de su necesidad.

    Cuando el apremio disminuye, todo parece ms fcil, y tendemos a olvidarnos de las circunstancias aciagas. Nada tiene de extrao que, como dice el proverbio, slo nos acordemos de Santa Brbara cuando llueve, porque nuestra consciencia es un rgano destinado a resolver dificultades; y la me-moria, o la noticia, de las cosas cuya urgencia pier-de actualidad tiende a guardarse en un lugar que permanece lejos de la atencin consciente.

    Cuando el apremio, en cambio, aumenta, el desasosiego tambin se incrementa, y la memoria, o la noticia, de las cosas que ya se han resuelto pierde actualidad, y no siempre alcanza para infun-dirnos la confianza necesaria para emprender un esfuerzo que, como es natural, lleva siempre impl-cita la postergacin de una satisfaccin inmediata.

    En el primer caso, con el apremio disminuido, un alivio transitorio suele conducir a la idea de que no necesitamos ayuda, y en el segundo, en que el apremio acosa, la impaciencia y el sufrimiento in-tenso a veces nos inclinan a negar que la ayuda es posible, y que el esfuerzo vale la pena. El psicoan-

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    lisis posible transcurre, pues, entre dos escollos, un apremio insuficiente para mantener en la cons-ciencia la necesidad del empeo, y otro, excesivo, que tambin puede conducir a rechazarlo.

    Es importante mencionar una circunstancia esencial que colabora para que la persona que po-dra beneficiarse con un tratamiento psicoanaltico procure evitarlo o sustituirlo con algn otro tipo de medicina. Cuando se piensa, simplificando la cuestin, que la enfermedad es un proceso nica-mente fsico que se curar con la ciruga o con el efecto de un frmaco, por ejemplo, le correspon-de al mdico luchar, con su tcnica teraputica, contra la enfermedad, mientras que el paciente, en cambio, slo se presta para esa tarea cuya res-ponsabilidad recae, casi exclusivamente, sobre el profesional que la emprende. Las fuerzas fsicas no tienen intenciones ni sentido, nada en el mundo fsico puede ser moral o inmoral. A las molculas no les importa estar bien o estar mal. De modo que el que sufre afectado por un proceso fsico frente al que asume que no lo domina y que no lo puede prever es, por definicin, irresponsable e inocente.

    Es cierto que el mdico, para poder curar, se ve obligado, una y otra vez, a recurrir a la colabora-

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    cin del enfermo, y necesita, entonces, ser capaz de una influencia psquica que no siempre es fcil, pero, dado que su formacin profesional no lo ha preparado para ese desempeo, suele ejercerla de un modo muy rudimentario. Sealemos, de paso, la frecuencia con que algunos pacientes, cuando se psicoanalizan, transfieren sobre la psicoterapia ese modelo mdico que les facilita substraer una gran parte de su responsabilidad en cuanto al logro de los resultados que esperan.

    Volvamos otra vez sobre el hecho de que otras tcnicas teraputicas no requieren que la cons-ciencia del paciente participe en cada uno de los ntimos pormenores de la accin que el mdico o la droga ejercen para curarlo. Durante el trata-miento psicoanaltico, en cambio, tal como su-cede con los procesos de aprendizaje que deben cambiar los hbitos adquiridos, el resultado de-pende, en lo fundamental, de una participacin consciente del psicoanalizado que le demanda un esfuerzo contranatural y sostenido. Se trata, sin duda, de un empeo que debe ser considerado. Sin embargo, debemos asumir que si elegimos siguiendo el ejemplo del gran Alejandro cortar quirrgicamente el nudo gordiano, hemos renun-ciado a desembrollar la madeja, y que de nada

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    vale, entonces, derramar lgrimas por la cantidad del hilo de nuestra vida que, enterrando recuer-dos, desechamos.

    El conflicto inconsciente

    Suele decirse que la contribucin ms valio-sa de Freud, que aun sus detractores aceptan, ha sido su reconocimiento de una vida psquica in-consciente. Pero en esto el psicoanlisis ha tenido numerosos precursores. Ya San Agustn deca, por ejemplo: Lo sabes pero ignoras que lo sabes. No cabe duda, en cambio, acerca de la trascendencia alcanzada por el haber insistido en el hecho de que una parte muy importante de nuestros motivos permanece inconsciente por obra de una fuerza que los mantiene reprimidos.

    El descubrimiento freudiano de esa fuerza re-presora florece rpidamente en una serie de con-ceptos fructferos que enriquecen el panorama de la vida psquica. La represin no procede porque s, acta para liberar a la consciencia de un con-flicto entre fuerzas en pugna. En un principio, el esquema del conflicto fue sencillo: lo que se repri-me es un deseo, y la razn que conduce a reprimir-lo es la moral.

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    Sucede, sin embargo, que la represin no siem-pre es exitosa, y lo reprimido suele retornar bajo una forma nueva. En ella, el deseo, oculto, se rea-liza perturbado y convertido en alguno de los tras-tornos que el joven Freud procuraba esclarecer. De all surge la primera y fundamental finalidad del psicoanlisis: se trata de conducir a la consciencia el litigio reprimido que retorna produciendo un trastorno, porque eso ayudar para conciliarlo y resolverlo de una mejor manera.

    Aos despus, Weizsaecker lo resumir en una frase escueta: S, pero no as. En la segunda parte de esa frase, as alude a la enfermedad, mientras que en el s de la primera parte se admite que la enfermedad esconde un motivo justificado y comprensible. Freud dice algo semejante cuando afirma que la enfermedad es un oponente digno, y tambin cuando sostiene que as como el molusco construye una perla sobre un grano de arena, todo delirio contiene en su interior el residuo de una verdad que forma parte de una historia.

    La prctica psicoanaltica condujo, ya desde sus mismos inicios, a descubrir que la represin se presenta siempre, en el tratamiento, bajo la forma de una resistencia que es necesario vencer. All radica, precisamente, una de las razones fun-

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    damentales que nos conducen a decir, acerca del psicoanlisis, que, a pesar de que no tenemos algo mejor en su gnero, lo acompaan esfuerzos, dificultades y penas. El desarrollo de un proce-dimiento efectivo para lidiar con esa resistencia pas por diversas etapas.

    En los comienzos de su tcnica psicoanaltica, Freud procuraba hipnotizar a sus pacientes para que recordaran los acontecimientos traumticos reprimidos. Ms tarde recurri a la llamada su-gestin en estado de vigilia, cuando, presionando con sus dos manos sobre la cabeza del enfermo, le aseguraba que al retirarlas le surgira una ocurren-cia que deba comunicar. Muy pronto, sin embar-go, la experiencia lo condujo a sustituir esos dos procedimientos por otro denominado asociacin libre, que consista en pedirle al paciente que co-municara, sin omisin alguna, todo lo que se le fuera ocurriendo, aunque le pareciera nimio o ab-surdo. Este ltimo procedimiento constituye una regla fundamental del tratamiento, y en nuestros das contina vigente.

    La fuerza principal de la resistencia con la que tropezamos deriva de que, en algn lugar escondi-do, se conserva el registro del dolor que el conflic-to original produjo y del alivio obtenido cuando

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    se logr alejar de la consciencia una de las par-tes que all sostenan el litigio. Dos circunstancias contribuyen, sin embargo, para que pueda em-prenderse la tarea de rescatar lo reprimido reno-vando un intento de conciliacin que antes fall. Una consiste en la conviccin intelectual y adqui-rida (que la confianza que puede depositarse en el psicoanalista refuerza) de que el conflicto original suele ser propio de una circunstancia antigua que hoy es anacrnica, es decir, incongruente con la situacin actual. La otra, ms importante, se da cuando existen experiencias anteriores en las cua-les el hacer consciente algo inconsciente reprimido condujo a incrementar el bienestar.

    Lo que en un principio la teora psicoanalti-ca concibi como un conflicto binario, entre los impulsos instintivos naturales y las normas que impone la cultura, permiti distinguir entre la neurosis, en donde los impulsos reprimidos ad-quieren una forma insalubre, y la perversin, en la cual la represin de la norma moral genera las conductas que se observan en la psicopata.

    Si observamos el recorrido que realiz Freud, desde sus primeros trabajos hasta los ltimos, vemos que las fuerzas en pugna fueron quedan-do ubicadas en representantes distintos: el ello,

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    el supery, la realidad exterior, o los hbitos que conforman el carcter del yo. Adems, en la medida en que descubrimos que las desarmonas entre la naturaleza y la cultura no son forzosa-mente naturales porque fuimos encontrando cada vez ms naturaleza en la cultura y ms cultu-ra en la naturaleza, nos fue quedando claro que las normas no slo nos llegan desde el supery o desde las costumbres que rigen en la sociedad en que vivimos. Tambin funcionan como normas, que debemos conciliar, los impulsos instintivos, las exigencias de la realidad, o inclusive nuestros propios rasgos de carcter, configurados como h-bitos, como procedimientos antiguos que en su momento consideramos efectivos, cuando ya no nos conforman y los queremos cambiar.

    Los valores, los afectos y los actos

    Las normas son valores; son procedimientos que funcionan como lemas a los cuales, con ma-yor o con menor fortuna, queriendo o sin que-rer, alguna vez nos adherimos. Weizsaecker, con intuicin, perspicacia y lucidez, lo ha dejado bien claro. Vivimos en un mundo ntico, en donde las cosas fsicamente son, y podemos imaginarlas carentes, en s mismas, de significancia, indiferen-

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    tes a lo que les sucede; pero en nuestra consciencia tambin habita un mundo ptico, en el doble sentido de pasin y padecer. Se trata de un mundo de afectos y procedimientos en el cual lo que nos hace bien se diferencia de lo que nos hace mal.

    En ese mundo en el cual las cosas adquieren de ese modo, mediante esa diferencia, una importan-cia, un significado y un valor, Weizsaecker identi-fica los cinco verbos alemanes que constituyen los parmetros que definen las vicisitudes de la exis-tencia ptica. Son verbos auxiliares, ya que se uti-lizan para referirse a las acciones que otros verbos designan. Los usamos en sus formas afirmativa, negativa o interrogativa; en sus tiempos pretrito, presente y futuro; y tambin en los distintos mo-dos (indicativo, subjuntivo, imperativo o condi-cional). Esto puede darnos una idea de la enorme cantidad de matices que pueden llegar a expresar a travs de sus combinaciones.

    En nuestra lengua carecemos de las palabras con que el idioma alemn diferencia entre deber como estar obligado (mssen) o como deuda moral (sollen) y poder como capacidad (knnen) o como tener permiso (drfen). De modo que las cinco categoras que configuran el pentagrama ptico de Weizsaecker, mssen, sollen, knnen, drfen, y wo-

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    llen (querer), quedan en nuestro idioma reducidas a tres: deber, poder y querer.

    Si tenemos en cuenta que tanto el estar obliga-do como la capacidad parecen aludir a la perento-riedad que asociamos a los aspectos materiales de la existencia, y la deuda moral o el tener permiso se inclinan, en cambio, hacia los componentes es-pirituales de la vida, no cabe duda de que tambin dentro del querer podramos establecer una anlo-ga diferencia entre necesitar y desear. Freud contri-buye a establecer esa diferencia cuando afirma que la necesidad no admite con la misma ductilidad que el deseo la sustitucin de los objetivos a travs de los cuales alcanza su satisfaccin.

    Las categoras pticas fluctan, se mezclan, se combinan o se sustituyen entre s. Bastan unos pocos ejemplos para descubrir, con sorpresa, que las cinco categoras pticas impregnan de manera ubicua nuestro mundo cotidiano y se hallan pre-sentes en todas y cada una de las sesiones de un proceso psicoanaltico. Introducen el alma en la realidad fsica en la cual vivimos, y en la lgica de una relacin causal, con los principios intencio-nales que caracterizan a los personajes que habitan nuestro mundo psquico. Si quisiera, podra o, tambin, aunque quiera, no podr. Quiero ha-

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    cer lo que hago?. Si me da culpa querer, podr creer que me obligan. Puedo lo que quiero?. Si me avergenza mi impotencia, podr creer que no me dejan, que no me dan permiso. Puedo ha-cer lo que debo?. Si creo que no puedo, podr pretender que no debo. Si no quiero hacer lo que debo, tambin podr creer que no me dan permi-so. Si siento que no debo querer hacer lo que no puedo, y siento que no puedo dejar de quererlo, puedo creer que no me dan permiso o, tambin, que no quiero pero me obligan a hacer lo que no puedo.

    Tres maneras de la vida

    Dedicamos un libro, Corazn, hgado y cerebro. Tres maneras de la vida, a explorar cmo esos tres rganos que derivan respectivamente del meso-dermo, el endodermo y el ectodermo embriona-rios simbolizan los distintos tipos de acciones que caracterizan al comportamiento de un orga-nismo en su entorno. Como expresin de esas tres maneras de la vida, algunas de tales acciones, ve-getativas, configuran sentimientos; otras, que per-tenecen a lo que denominamos vida de relacin, se vinculan estrechamente con la voluntad o con el pensamiento.

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    No cabe duda de que el querer (cardaco) es fundamentalmente un sentimiento, el poder (he-ptico) traza los lmites de la voluntad, y el deber (cerebral) se configura como un procedimiento normativo que constituye la meta de todo pensa-miento. Puede decirse tambin que, en un cier-to sentido, el querer, cardaco, coincide, desde un punto de vista, con la instancia que Freud deno-minaba ello; el poder, heptico, con el yo; y el deber, cerebral, con el supery. Se completa de ese modo el esbozo de un esquema que nos per-mite comprender en el lenguaje de la vida coti-diana (metahistrico) los conflictos entre instan-cias (metapsicolgicas) con los que se enfrenta la consciencia.

    Antes de proseguir por ese camino esquem-tico, conviene aclarar que, si bien las categoras pticas y las tres maneras de la vida existen dado que los verbos auxiliares que aluden a sus fun-ciones o los usos del lenguaje certifican su exis-tencia, tambin es cierto que, ms all de los esquemas que podamos trazar, nunca funcionan aisladas y se interpenetran en mltiples combi-naciones, influyndose y transformndose rec-procamente. Ortega, en El hombre a la defensiva, escribe: Todo concepto es por su naturaleza una

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    exageracin, y en ese sentido una falsificacin. [] Este carcter de ficcin que tiene el concep-to, sta su consciente falsedad, es su virtud mayor. [] La exageracin es el momento de creacin que tiene el pensamiento. [] La verdad resulta cuando al trasluz de ese mundo ficticio miramos la realidad.

    Dado que deseamos aclarar de qu tipo de cosa se ocupa un tratamiento psicoanaltico, y cmo puede lograr lo que intenta, nos importa subrayar ahora que en el fondo de lo que un pa-ciente aduce cuando recurre al psicoanlisis, siem-pre encontraremos un conflicto entre fuerzas en pugna que se inscriben en las categoras del deber, el poder y el querer. Un conflicto que ha conduci-do hacia un desequilibrio entre las magnitudes de esos tres parmetros que encuadran la existencia ptica. Es un desequilibrio que a veces afecta al carcter de una persona, cuando una de las tres maneras sea cardaca, heptica o cerebral fun-ciona con un exagerado predominio o menoscabo frente a las otras dos.

    Cuando la conducta (heptica), que ejercita el poder, predomina, porque se descuidan los influ-jos del deber y del querer, se vive atrapado en un crculo vicioso que se derrumba inexorablemente

  • 34 Luis Chiozza

    conduciendo al inevitable sentimiento de que el poder no alcanza. Podemos verlo en los tiranos que oprimen a los pueblos que gobiernan, pero tambin algunas veces en los hombres de negocios cuando proceden en la forma que suele describirse con la expresin hgado fro.

    Cuando se obedecen los influjos del querer (car-daco) sin reparar en los lmites del poder y en los que establece el deber, se ingresa igualmente en un crculo de retroalimentacin positiva (que Bateson denomin esquismogentico) que conduce a la frustracin y el fracaso. Podemos verlo en las per-sonalidades infantiles que se rigen por caprichos, pero tambin en las personas que se entregan a los dictados del corazn sin usar la cabeza.

    De manera anloga, cuando el deber como norma (cerebral) desestima y anula los reque-rimientos del poder y del querer, aumentan los sentimientos de culpa que se intenta echar afue-ra y que ocultan la impotencia. El malestar que se genera de ese modo crece de manera continua. Podemos verlo en los moralistas inflexibles que, entregados a una justicia ciega y desmesurada que ignora los matices de la condicin humana, con-cluye (como el inspector Javert en Los miserables, de Victor Hugo) en un dilema de conciencia que

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    puede llegar a un extremo en el que se destruye la vida. Pero tambin en las personas que se lle-nan la cabeza con proyectos inalcanzables y viven continuamente torturadas porque jams logran lo que les hace falta.

  • Captulo 2

    El proceso psicoanaltico

    La transferencia de lo pasado en el presente

    Hemos visto que lo que el tratamiento psicoa-naltico se propone es la conciliacin del conflicto que condujo a la represin y al retorno de lo repri-mido que, perturbado, se manifiesta en los snto-mas que nos arruinan la vida. En cuanto a cmo lo logra, ya hemos adelantado una primera parte cuando sealamos que procura reactualizar el liti-gio escondido llevando nuevamente a la conscien-cia las fuerzas contradictorias en pugna.

    La observacin de lo que sucede en el tratamien-to condujo a un descubrimiento muy importante que ha tenido una profunda influencia en el de-sarrollo de la tcnica psicoanaltica. Suele decirse que los pueblos que no recuerdan su historia estn condenados a repetirla, y el psicoanlisis descubre, poco a poco, ya durante los primeros intentos te-

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    raputicos, precisamente eso, que el paciente re-pite en lugar de recordar.

    Los acontecimientos que no se recuerdan en-tre los que cabe destacar los que fueron reprimidos junto con los sentimientos penosos que en su mo-mento provocaron no pierden completamente su fuerza por el hecho de permanecer inconscientes. Tienden, por el contrario, a reactualizarse y se en-lazan dice Freud en sus primeros trabajos sobre el tema de la transferencia a la persona del mdi-co, por el solo hecho, debemos agregar enseguida, de que l est all, fsicamente presente.

    En esos primeros trabajos, Freud usaba la expre-sin falso enlace para referirse al hecho de que los vnculos que se establecen estn impregnados con afectos e importancias que no corresponden a la realidad presente, sino que provienen de la transferencia de las figuras paternas sobre los susti-tutos actuales. Hoy, aunque sabemos que es impo-sible considerar que un enlace sea definitivamente verdadero, podemos continuar diciendo que, en un cierto sentido, un enlace es falso cuando pode-mos concebir otro que nos parece ms adecuado a la situacin actual.

    Junto a esa transferencia inconsciente e inme-diata, que forma parte de la vida cotidiana, y que

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    es la misma que nos lleva a pegar un portazo cuando estamos enojados con alguien, el psicoa-nlisis descubre otra, que se denomin neurosis de transferencia. La neurosis de transferencia se constituye gracias a que la transferencia evolucio-na en la relacin con el mdico durante las di-ferentes vicisitudes del proceso. Esa transferencia inconsciente que en un cierto sentido es neur-tica puede observarse en cualquier tratamiento mdico (o en una relacin semejante, como la que se establece, por ejemplo, entre un discpulo y su maestro). Pero la que se constituye en un trata-miento psicoanaltico evoluciona con caracters-ticas propias, debido al hecho de que el psicoa-nalista trabaja con ella, procurando acercarla a la consciencia.

    Es frecuente or y no slo entre los legos, sino tambin, a veces, entre algunos psicoanalistas que se juzgue a un determinado colega segn el grado de consideracin que muestra frente a la realidad en la cual vive el paciente. Muchas ve-ces se aduce que, en los casos en que las personas sufren por carencias muy penosas que suelen lla-marse reales, como la pobreza que deriva de la falta de un buen empleo, o el dolor que ocasiona la muerte de un hijo, necesitan, ms que las inter-

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    pretaciones de un psicoanalista, la ayuda solidaria y concreta de otro ser humano que les tienda una mano.

    Es cierto, sin duda, que los caminos de nues-tro entorno pueden ser llanos y fciles o, por el contrario, irregulares y plagados de circunstancias difciles. Pero tampoco cabe duda de que transita-remos por ellos de muy distinta manera si los reco-rremos guiados por un mapa trazado con premisas equivocadas. Freud deca que el psicoanlisis nada puede hacer con los sufrimientos que son norma-les en la vida, pero que puede, en cambio, libe-rarnos de aquellos neurticos, que son innecesa-rios e intiles. El psicoanlisis opera precisamente all, sobre el mapa que nos gua, y contribuye a corregirlo cada vez que conduce a la conscien-cia una parte de la transferencia injustificada de lo pasado en el presente. La realidad que estudia el microbilogo es la que coloca en la platina del instrumento que utiliza. La realidad que descubre el psicoanalista en su campo de trabajo reside, ms que en las vicisitudes reales que el paciente rela-ta, en los pormenores de las transferencias que surgen cuando nos relacionamos con l.

    Sealemos por fin que al comenzar el trata-miento es frecuente una primera transferencia que

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    deriva de experiencias de amparo y proteccin que provienen de la temprana infancia (y que investi-gaciones ulteriores remiten a la vida intrauterina). Esa transferencia, que atribuye al tratamiento la posibilidad ideal de otorgar un beneficio rpido sin mayores esfuerzos, pronto queda sustituida por una desilusin sobre la cual se transfieren experien-cias frustrantes anteriores. Freud afirmaba que el tratamiento slo poda continuar si en ese mismo lapso de tiempo se desarrollaba una transferencia positiva que, facilitada por actitudes e interpreta-ciones atinadas del psicoterapeuta, contribuyera a sostenerlo pasando por encima de la desilusin.

    La consciencia de la transferencia inconsciente

    En una primera poca del psicoanlisis, su crea-dor no crey necesario ocuparse, durante el tra-tamiento, de llevar hacia la consciencia lo que el paciente transfera sobre la persona del mdico, excepto cuando esa transferencia contribua para aumentar la resistencia. De modo que, mientras la persona psicoanalizada colaborara con el trata-miento concurriendo a las sesiones y comunican-do sus asociaciones, el psicoanalista, en esa prime-

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    ra poca, deba centrar su labor en comprender, a travs de las actitudes, los gestos y las palabras del paciente, cules eran los afectos reprimidos que generaban los sntomas que alteraban su vida.

    Freud descubrir muy pronto que esa actitud es errnea, y que se debe prestar atencin a la trans-ferencia desde el primer momento. Su experiencia lo conduce a sostener que as como nadie puede ser matado en ausencia o en efigie, la nica po-sibilidad de que un conflicto se elabore hasta el punto en que se logra conciliar el litigio original es que se batalle en la relacin con el mdico en la transferencia con una suficiente participacin afectiva. Ms tarde descubriremos que, para que ese proceso se cumpla, esa participacin afectiva debe ser tolerable, es decir que tampoco puede ser excesiva.

    A pesar de la rotunda afirmacin freudiana y de los valiosos aportes posteriores de dos insignes psicoanalistas, Melanie Klein y Enrique Racker, la prctica psicoanaltica predominante incurri en un cierto descuido de los principios tericos que condujo a continuar postergando cuanto fue-ra posible, durante los tratamientos, el batallar los conflictos en la transferencia. Un grupo ms pequeo de psicoanalistas, dirigiendo su atencin

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    a lo que constituye la esencia del proceso psicoa-naltico, se ocup de interpretar la transferencia ya desde la iniciacin del tratamiento. Una gran ma-yora, en cambio, continu centrando su labor en aplicar el psicoanlisis para esclarecer los afectos inconscientes que se manifiestan en la relacin del paciente con las personas de su entorno.

    Investigaciones ulteriores, motivadas por la ne-cesidad de dosificar los afectos que surgen en el tratamiento, nos condujeron a proponer que el psicoanalista, mientras mantiene en su conscien-cia lo que el paciente siente en su relacin con l, recurra al procedimiento de comunicrselo indi-rectamente, utilizando, por ejemplo, a las perso-nas que forman parte de su relato. Debemos apre-surarnos en aclarar que el uso de esta modalidad interpretativa no nos debe llevar a descuidar la primera parte (mantener en la consciencia lo que el paciente siente en la relacin con el mdico), porque ese descuido nos retornara al ejercicio de un psicoanlisis aplicado que no presta suficien-te atencin a la transferencia.

    No necesitamos ahora recorrer todos los jalo-nes del itinerario que, a travs de los aos, aport una creciente riqueza al concepto de transferen-cia. Bastar con referirnos a dos de esos jalones.

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    El primero radica en el descubrimiento freudiano de que el mdico contratransfiere, lo cual sig-nifica que la transferencia es recproca. El segun-do lo encontramos en los trabajos de Racker, que convierten la contratransferencia (ya sea que se manifieste como una repentina ocurrencia en el psicoanalista o como la posicin que l adopta frente a su paciente) en un instrumento tcnico.

    Tambin en ese territorio como ocurri con la transferencia los conceptos fueron evolucionan-do desde una actitud inicial, en la cual el anlisis de la contratransferencia se utilizaba nicamente cuando surga como una perturbacin de la tarea, hasta llegar a comprender que constituye el nico recurso que nos permite interpretar lo que el pa-ciente siente y qu es lo que transfiere.

    Muchos aos despus, el descubrimiento de neuronas espejo permiti encontrar una repre-sentacin fsica al fenmeno de las transferencias recprocas. Hoy podemos decir que entre los seres que consideramos dotados de una vida anmica, y no slo en un tratamiento psicoanaltico, cada uno de los protagonistas de una relacin contribuye con sus propios afectos al clima que se establece en el vnculo, transfiriendo sobre el presente los productos de una experiencia anterior.

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    Ms an, hemos descubierto que el nico acce-so a la interpretacin de las transferencias recpro-cas que funcionan en una sesin de psicoanlisis se da en un punto de encuentro el nico posible constituido por la confluencia de dos urgencias, la que opera en ese momento de la vida del pa-ciente y la que, anlogamente, opera como reso-nancia inevitable, pero tambin imprescindible, en el psicoanalista. Podemos entonces afirmar que el trabajo psicoanaltico no slo cambia lo que am-bos, el paciente y el mdico, se transfieren recpro-camente, sino tambin lo que cada uno de ellos transfiere sobre los seres significativos que pueblan su entorno.

    Llegamos a comprender, por ese camino, que (dado que la transferencias recprocas se influyen mutuamente, y que lo que el psicoanalista inter-preta ms all de si lo habla o lo calla modifica su contratransferencia) el agente teraputico por excelencia reside en el hecho de que, aunque el pa-ciente tiende a repetir una historia en su relacin con el mdico, el psicoanalista funciona dentro de ella como un personaje inesperado que altera su sentido.

    Los dos descubrimientos el que se expresa di-ciendo que el conflicto debe ser elaborado en la

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    transferencia, y el de que la transferencia es rec-proca fueron trascendentes. A partir de all, pudo distinguirse con mejor fundamento entre aplicar el psicoanlisis para comprender con una escasa consciencia, en el mdico, de su participacin afec-tiva lo que le ocurre al paciente en su mundo, y el verdadero proceso psicoanaltico, que ocurre empticamente en la relacin entre ambos, y que es el que le otorga la fuerza necesaria a la palanca de cambio.

    Los rboles y el bosque

    Las cosas que nos suceden en la vida suelen pa-recernos particulares y distintas, y sin embargo, si las juntamos en racimos, descubrimos que remiten a unas pocas que siempre son las mismas, que se repiten una y otra vez en contextos diferentes. Al fin y al cabo, somos semejantes, y si no fuera por eso, viviramos aislados en un mundo inaborda-ble. Lo que acabamos de afirmar no evita que los detalles de algn particular disgusto que irrumpe desequilibrando nuestra existencia cotidiana y nos arruina un da, una semana o, a veces, se perpeta en aos puedan sorprendernos como una calami-dad inesperada que, de acuerdo con lo que pensa-

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    mos con frecuencia, tiene muy poco que ver con lo que somos.

    Sabemos que los rboles pueden impedirnos contemplar el bosque, pero en nuestra tarea como psicoterapeutas a veces nos sucede que, en nuestro afn por mejorar el desarrollo de una rama, nos olvidamos del tronco que la nutre y perdemos de vista la salud del rbol. Por intenso que sea el su-frimiento con el cual un paciente recorre el drama urgente de un suceso puntual que lo atormenta, conviene evitar que nuestro deseo de ayudarlo nos distraiga de los asuntos que estn en la raz.

    Dijimos antes que uno tiende naturalmente a repetir en lugar de recordar, y que, en la medida en que lo que se repite perjudica, la tarea del trata-miento debe consistir en procurar que el paciente recuerde en lugar de repetir. De ms est decir que en aquello, reprimido, que no se recuerda, y que cuando se repite perjudica, encontramos la raz de donde surgen los dramas que aquejan al paciente.

    Vale la pena reproducir aqu unas palabras de Gandhi, porque iluminan de manera sencilla cmo llega a constituirse ese ncleo perjudicial inconsciente: Cuida tus pensamientos, porque se transformarn en actos; cuida tus actos, por-que se transformarn en hbitos; cuida tus h-

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    bitos, porque determinarn tu carcter; cuida tu carcter, porque determinar tu destino; y tu des-tino es tu vida.

    Ya nos hemos referido al hecho de que el pa-ciente, sin tener plena consciencia de lo que le su-cede, transfiere sobre la relacin que establece con su psicoanalista configurada con los pormenores que forman parte del proceso psicoteraputico los detalles de un drama pretrito que tambin suele transcurrir en el presente con alguna de las personas de su entorno. Suele pensarse entonces, a partir de ese hecho indiscutible, que nuestra tarea principal consiste en llevar a la consciencia del pa-ciente que l transfiere sus sentimientos desde una relacin, en la cual han surgido, a otra, actual, con el mdico, que juzga semejante, aunque no siem-pre lo sea. Sealemos, de paso, que no conviene insistir demasiado en este ltimo punto, porque a veces la relacin es semejante, y lo importante re-side, en cambio, en que los afectos que el paciente pone en juego no son adecuados.

    Debemos reparar en el hecho de que, aunque el paciente puede enriquecer su consciencia acer-ca de s mismo descubriendo que transfiere, lo esencial en lo que ahora decimos no reside en ese punto. Entre los sentimientos que en la sesin

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    se transfieren sobre el psicoanalista, algunos son conscientes, aunque, mientras tanto, puede per-manecer inconsciente el hecho de que son trans-feridos. Esos sentimientos transferidos que actual-mente son conscientes tambin lo fueron en los conflictos con su entorno que durante la sesin nos relata. Por eso es necesario subrayar que lo esencial de lo que ahora sealamos no reside en que los afectos conscientes son transferidos, sino, por el contrario, en que suelen ser inadecuados en la medida en que se los utiliza para encubrir otros que permanecen ocultos.

    All debemos entonces apuntar a ese otro estra-to inconsciente y latente, resistido, que, tal como lo ha sealado Racker, tambin es el producto de una transferencia que se esconde detrs de la que opera como resistencia. Porque es el lugar en donde moran las disposiciones afectivas que el pa-ciente reprime, inhibe y substituye con sntomas, con conductas errneas, o con otros afectos que la situacin no justifica.

    Nos queda por aclarar en este punto una ltima cuestin. A pesar de que llevar hacia la consciencia del paciente un afecto o un significado reprimido puede enriquecer su comprensin de lo que le su-cede, es importante reparar en que eso no es sufi-

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    ciente para obtener el cambio duradero de actitud que puede conducirlo a superar alguna de las difi-cultades por las que recurre al tratamiento.

    Los complejos es decir, el conjunto de li-gmenes entre sentimientos e ideas, preformados como hbitos de pensamiento o de conducta que funcionan como malentendidos se comportan como malformaciones sostenidas por mltiples races que se manifiestan en distintas circunstan-cias. De modo que el esclarecimiento (el insight) que una interpretacin produce sobre un deter-minado asunto debe repetirse una y otra vez (ela-borarse) en cada uno de los puntos en los que el tumor se arraiga (o se manifiesta), para lograr, por fin, que se disuelva. Agreguemos, adems, que lo que una interpretacin acertada logra llevar a la consciencia tiende a volver rpidamente a lo in-consciente. Por eso es necesario insistir en que el trabajo en las sesiones es un trabajo de hormiga que debe repetirse, de una manera continuada y minuciosa, para alcanzar el da en que se obtiene un cambio irreversible.

  • Captulo 3

    El encuadre

    El campo en el que se realiza la tarea

    Podemos vivir apuntando hacia la verdad, la realidad, la autenticidad y la actualidad, o hacia la mentira, la ilusin, la falsedad, y tambin ha-cia la historia de un ayer que ya no es. Podemos vivir en lo que somos, o cuando damos por cumplido el deseo de ser lo que ahora no somos podemos vivir imaginando ser algo distinto que, quizs, una vez fuimos. Verdad y mentira, reali-dad y delirio o ilusin, autenticidad y falsedad son oposiciones que encierran un campo inter-medio entre la actualidad y la historia, que fun-ciona impregnado por la transferencia del pasado en el presente.

    Se constituye de ese modo, en un continuo viaje de ida y vuelta entre la percepcin de lo que somos y la imagen de lo que deseamos, o tememos ser, la experiencia de un como si lo furamos.

  • 52 Luis Chiozza

    Ese campo intermedio configura una tercera ma-nera de vivir que podemos observar en el teatro, o en el juego, y que forma una parte esencial de una sesin de psicoanlisis. Tal como sucede cuando vamos al teatro o jugamos un partido de tenis, en donde un conjunto de ilusiones que no suelen ser conscientes nos lleva a sentirnos de un modo diferente cada vez que ganamos o perdemos, all vivimos una suerte de ficcin, a medias creda. As habitamos ese campo que transita entre la vida que llamamos real y el enlace ficticio con una historia que en esa realidad fingida se repite. Es muy importante agregar aqu algo que Freud nos ha permitido comprender: en el tratamiento psi-coanaltico la transferencia conduce a una repeti-cin, pero tambin, como ocurre con el teatro y con el juego, y como producto de una especie de reedicin modificada de lo que ya se ha vivido, el proceso puede traducirse en un cambio de lo que en lo sucesivo se transfiere.

    Una parte de la sesin de psicoanlisis constitu-ye una suerte de teatro en el cual por obra de las transferencias recprocas el paciente y el psicoa-nalista funcionan como una persona que se pre-senta representando a otra. Ese teatro en donde todo ocurre como si algo que no es fuera real

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    se ubica, en cada situacin particular aisladamente considerada, a una distancia variable entre ambos extremos: la realidad y la ficcin. De modo que, a pesar del proverbio que afirma que del dicho al hecho hay mucho trecho, en un momento dado el enlace que la transferencia recorre conduce, cuando el trecho se acorta, hacia experimentar lo que se vive como un hecho real, y en otro, cuan-do se alarga, a experimentarlo como una forma de decir, como una historia que se cuenta sintiendo que es ficticia.

    Podemos afirmar que el tratamiento psicoana-ltico se realiza a la manera del tejido de una ur-dimbre, y que el paciente y el psicoanalista, mien-tras recorren un curso progresivo, oscilan, juntos o separados, entre ambas oposiciones, abandonando a veces la historia para ingresar en la vida real, y otras veces la vida real para ingresar en la historia. En el trabajo psicoanaltico con las transferencias recprocas, la dificultad fundamental surge cuando el paciente o el psicoanalista o, peor an, ambos, permanecen unilateralmente atrapados, o fija-dos, en uno de esos dos extremos que, como ocu-rre frecuentemente con los extremos, se tocan en el punto en el cual la resistencia triunfa.

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    La resistencia a permitir que lo reprimido pe-netre en la consciencia puede manifestarse como hostilidad y antipata (transferencia negativa) o como un deseo de amor (transferencia ertica) que pretende sustituir el propsito original que motiv la relacin que se establece con el psicoa-nalista. Lo que deba funcionar como un teatro queda confundido, entonces, con una realidad de la vida que transcurre impregnada por una turbu-lencia emocional (producto de lo que suele deno-minarse una transferencia masiva). Encontramos un ejemplo de ese ltimo aspecto de la transfe-rencia en lo que ocurre cuando dos adolescentes que han comenzado a jugar a que pelean ingresan paulatinamente en una contienda cada vez ms real, que transcurre con dolor, con miedo y con hostilidad crecientes. Un juego deja de ser juego cuando se quebrantan sus reglas, y lo mismo ocu-rre con el proceso psicoanaltico cuando se pertur-ba su encuadre.

    Cuando, en cambio, los afectos ocultos per-manecen inconscientes e inhibidos junto con el drama que el teatro no ha logrado convocar por el temor a que se despierten emociones incontro-lables, el tratamiento psicoanaltico se agota en el relato de historias que evocan afectos escasos o

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    emociones que sustituyen a las reprimidas. All se toca el otro extremo, y el proceso psicoanaltico se convierte en un procedimiento exageradamente intelectual que esteriliza el tratamiento.

    El escenario y las reglas

    Durante los procesos de aprendizaje no slo se adquiere la capacidad que se persigue, que se rein-troducir luego, de manera espontnea, en la vida del que aprende, en donde se constituye como un nuevo hbito automtico inconsciente. Tambin se aprende algo en general (que Bateson deno-min deuteroaprendizaje) acerca de la manera de aprender. No cabe duda de que el fundamento principal del proceso psicoanaltico reside en que la vida real de ambos protagonistas se enriquece cuando, en vez de vivirla plenamente en la sesin, se procura contemplarla en el campo de las trans-ferencias recprocas, reintroducindola, de mane-ra mesurada, en un acto de consciencia. Lo que aqu significa de una manera mesurada se com-prende mejor si recordamos que el compromiso afectivo, que acompaa al proceso que conduce a la consciencia algo de aquello que se guardaba reprimido, debe cumplir con el doble requisito de ser suficiente y, al mismo tiempo, tolerable.

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    El tratamiento psicoanaltico, en cuanto confi-gura un verdadero encuentro entre el paciente y su psicoanalista, forma una parte importante de sus vidas reales, en las cuales influye. De modo que lo que ocurre en la relacin entre los dos no slo debe ser contemplado desde el campo teatral o ldico de la situacin analtica. Por el con-trario, tal como sucede en el teatro o en el juego, deben trazarse y mantenerse en la conciencia las coordenadas (temporales y espaciales) de un en-cuadre que constituye el escenario del teatro y las reglas del juego. As como un cientfico establece un encuadre cuando, para realizar una estadsti-ca, homologa las variables, o el cirujano respeta las reglas que aseguran la asepsia, el psicoanalista debe fijar un encuadre para limpiar el campo de observacin dentro de cual trabaja.

    El encuadre, con su escenario y sus reglas, for-ma parte de la vida real, de modo que cabe subra-yar ahora que no solamente con las reglas no se juega, sino que constituyen un campo adicional del proceso analtico. En ese campo adicional se vive una experiencia que les ocurre al paciente y al psicoanalista en realidad y de una vez para siem-pre. Es un territorio que puede y debe ser con-tinuamente registrado mientras se contempla el

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    campo teatral de la sesin de psicoanlisis. Por eso decamos antes que el teatro de la situacin psicoanaltica slo constituye una parte del cam-po en el cual se realiza la tarea. No slo es nece-sario descubrir la influencia de la transferencia en los acontecimientos de la vida real, sino tambin de qu manera los acontecimientos de la vida real influyen en la evolucin de la transferencia, dado que, al fin y al cabo, son dos vertientes de un mis-mo proceso.

    Un juego deja de ser juego cuando se quebrantan sus reglas, y lo mismo ocurre con el proceso psicoa-naltico cuando se perturba su encuadre. Sin em-bargo, tanto el quehacer teatral como la teora de los juegos nos brindan la posibilidad de comprender un espacio creativo que proviene de la importancia (mesurada!) puesta en juego y que se ejercita en la distincin entre la trampa burda y la introduccin de una variante que renueva su inters.

    En el mundo animal (tal como lo ha sealado Bateson), los cachorros que juegan comunican que no muerden en serio porque simultnea-mente mueven la cola mostrando un estado de nimo que no refleja hostilidad. Slo la capacidad especfica del autor teatral le permite saber cundo puede ingresar un personaje al escenario desde la

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    platea, aumentando el afecto comprometido sin destruir el campo de ficcin imprescindible para el ejercicio del teatro.

    Dijimos antes que el tener en cuenta la magni-tud del compromiso emocional nos proporciona un parmetro para encontrar la mesura que busca-mos. Debemos subrayar ahora, desde otro ngulo, que encontrarla no slo depende de la capacidad de movilizar una pequea magnitud de afecto que permite que los procesos de simbolizacin puedan ser utilizados para ejercer el pensamiento, sino tambin de la posibilidad de movilizar una cantidad suficiente para brindar aquello que pro-porciona (de acuerdo con lo que sostiene Susan Langer) un cierto grado de plenitud a la funcin simblica.

    Freud sostuvo que los procesos psquicos fun-cionan de dos modos. Uno, primario, que con-densa y desplaza, con magnitudes plenas, la im-portancia que atribuye a los sucesos. Es un proceso que, sin un cuidado suficiente de su justificacin, se traduce en una equiparacin de los smbolos con lo que simbolizan. Hanna Segal denomin ecuacin simblica a esa confusin (cuyo pa-radigma es la psicosis) que conduce, por ejemplo, a relacionarse con la palabra pan como si fuera el alimento que designa. Otro, secundario, que fun-

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    ciona con magnitudes pequeas y caracteriza a los procesos del pensamiento racional que establecen diferencias (razones) y proceden con smbolos sa-ludablemente constituidos.

    Debemos reconocer, sin embargo, que ambos procesos se combinan para generar ese campo intermedio del cual nos estamos ocupando, y que constituye el territorio en el cual se desarrolla la tarea que se propone acercar a la consciencia las transferencias recprocas. Ese modo terciario que funciona como un trnsito fugaz entre los procesos que el psicoanlisis denomina primario y secundario (difcilmente perceptible, como ocu-rre con los cambios catastrficos), ha sido descrip-to con diferentes nombres por distintos autores. Es el lugar en donde ocurre la gestacin de los smbolos y, de acuerdo con lo que escribe Charles Peirce, gracias a su operacin pueden ocurrir la metfora, el sueo, la parbola, la alegora, todo el arte, toda la ciencia, toda la religin, y toda la poesa.

    La importancia de no jugar con el encuadre

    No cabe duda, entonces, de que el primer requi-sito esencial de toda tcnica psicoanaltica consiste

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    en establecer el encuadre dentro del cual se reali-zar la tarea. Una disposicin importante de ese encuadre radica en que el paciente se recline en el divn y el analista se siente detrs. Freud sealaba que facilitaba su tarea el poder trabajar sin que lo incomodara el hecho de que la persona que deba psicoanalizar pudiera mirarlo intentando percibir sus impresiones. Podemos, sin embargo, sostener que la razn fundamental reside en que un pacien-te que, acostado y distendido, no dirige su aten-cin hacia el entorno, puede contemplar mejor los pensamientos que espontneamente se le ocurren y que derivan de sus impulsos reprimidos.

    Contribuye a mantener esa situacin (enviar en direccin retrgrada los procesos de excitacin) el hecho de que durante la relacin y el dilogo que se establece con el terapeuta se tienda a evitar (re-gla de la abstinencia) que los impulsos se deriven en acciones. Por los mismos motivos, conviene que la respuesta a las palabras que el paciente pronun-cia, o a las solicitudes que realice, se reduzca, hasta donde se pueda, a un mnimo imprescindible.

    Tambin forma parte del encuadre el modo en que el psicoanalista cobra el dinero que recibe como retribucin de su labor. Freud recomendaba cobrar los honorarios de una manera franca, direc-

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    ta y exenta de ambigedades. Se ocup, adems, de la cuestin, insistiendo en la importancia de asu-mir dos actitudes. Cuando esas dos actitudes no son bien comprendidas, suele pensarse que reflejan una rigidez innecesaria que no tiene en cuenta las dificultades que pueden presentarse en la vida del paciente.

    Aconsejaba cobrar los honorarios a intervalos regulares y, en definitiva, ese consejo se concreta, en la mayora de los casos, en que se pague lo que se adeuda cada mes. El fundamento esencial de esa actitud ms all de si se respeta lo convenido en forma rigurosa o con cierta flexibilidad consiste en que, peridicamente, se cancele la deuda en su totalidad, sin dejar cabos sueltos que modifiquen en la prctica los acuerdos que fueron convenidos sobre principios claros. Tambin recomendaba de-jar establecido que el paciente mantiene reservado un tiempo de su psicoanalista, y que debe pagar las sesiones que contrata aunque se justifiquen los motivos que le impiden concurrir a una cita convenida.

    Cuando no se perciben adecuadamente los principios que fundamentan la importancia de esos dos consejos, suele pensarse, como ya dijimos, que reflejan una rigidez innecesaria. Si agregamos

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    ahora que, adems, en el fondo, muchas veces se la considera injusta, se comprende mejor que de ese modo se incurra con frecuencia en algunos de los fciles desvos que esterilizan la tarea psicoana-ltica. Subrayaremos enseguida los principios que motivan lo que Freud recomienda, pero antes de-bemos sealar que las actitudes que Freud aconse-jaba slo parecen injustas cuando se las contempla de un modo superficial. Algunas de las crticas que suelen orse ilustran la cuestin.

    A veces se sostiene que si el paciente se ve obli-gado a programar sus vacaciones en una fecha que no coincide con las de su psicoanalista es in-justo que no goce de los mismos derechos. Pero reparemos en que es innegable que una cosa es elegir el momento en que se tomarn las vacacio-nes, y otra distinta es pagar las sesiones que no se utilizan. Cuando se alquila una vivienda, por ejemplo, el locatario no pretende dejar de pagar el alquiler durante el lapso de tiempo en que se va de vacaciones. Conviene reparar en el hecho de que un psicoanalista que respeta los parme-tros de un encuadre adecuado a las necesidades del proceso compromete una parte considerable de su agenda y, por consiguiente, cuando un pa-ciente interrumpe el tratamiento sin cancelarlo,

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    le deja vacante una parte importante del tiempo que destina a su trabajo sin otorgarle la libertad de ocuparlo con otra persona.

    Otras veces se aduce un argumento similar al de las vacaciones cuando un acontecimiento que no depende de la voluntad del paciente le impide concurrir a su sesin de psicoanlisis. Se piensa de manera diferente, sin embargo, cuando una perso-na compra un objeto en un bazar y, luego de salir del negocio, alguien se lo roba. Nadie pretende en ese caso que el vendedor se lo reponga sin volver a pagarlo.

    Debemos volver ahora sobre los motivos que sostienen las dos actitudes que (en lo que atae al pago de los honorarios) deben formar parte de las reglas del juego que constituye nuestro campo de trabajo. Esos motivos surgieron de la necesi-dad de disminuir las ocasiones que se producen cuando un paciente, mientras realiza acciones que son un importante producto de la transferen-cia, da por sentado que no pertenecen al territo-rio en donde lo que ocurre se debe, o se puede, psicoanalizar.

    La importancia que aqu subrayamos radica en que cada uno de los detalles de la relacin entre un paciente y su psicoanalista termina siendo, muchas

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    veces, el lugar en donde los afectos transferidos se traducen en acciones que la realidad aparen-temente justifica, y se substraen, de ese modo, de la posibilidad de analizar qu significan. Si una ley estableciera deca Freud que en una determina-da plaza de la ciudad no se permite que la polica aprese a los ladrones, no debera extraarnos que en un tiempo breve todos ellos se refugien all.

    La actitud que asumimos cuando la persona que psicoanalizamos expresa su transferencia, de manera inconsciente, mediante alteraciones del encuadre (pagando, por ejemplo, los honorarios con retraso), es muy importante. En esas circuns-tancias podemos interpretar en silencio los signi-ficados inconscientes de una transgresin, pero si incluimos esos fundamentos en el enunciado de nuestras interpretaciones, aceptamos, implcita-mente, el uso de la transgresin como una forma legtima de lenguaje. Por ese motivo, si queremos evitar que el paciente contine jugando con las reglas del juego, no nos queda otro recurso que elegir entre dos opciones. Aceptar el cambio, si se juzga tolerable, sin pretender comunicarle al pa-ciente lo que significa como expresin de la trans-ferencia o, por el contrario, establecer firmemente que se trata de una transgresin inaceptable.

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    Los fciles desvos

    Debemos ocuparnos, por fin, entre las distintas disposiciones del encuadre, de la que constituye el lugar en donde la resistencia encuentra un refugio con mayor frecuencia. Freud, en La iniciacin del tratamiento, recomienda comenzar con seis sesio-nes por semana y aclara que luego de que el anlisis adquiere un buen ritmo se pueden reducir a tres. Es cierto que en la primera poca, anterior al des-cubrimiento de que era necesario psicoanalizar el carcter, y no slo los sntomas, los tratamientos se sustanciaban en unos pocos meses. Pero, tal como lo afirma el creador del psicoanlisis, mientras un tratamiento largo y frecuente sea mejor que otro breve y ms fcil, habr que optar por el primero.

    En un comienzo trabajaba en reuniones de dos horas, pero luego prefiri reducir el tiempo a la mitad. El deseo de establecer un pequeo inter-valo entre las sesiones condujo muy pronto a la costumbre, que hoy comparte la mayora de los psicoanalistas, de que duraran cincuenta minu-tos. Un insigne psicoanalista francs, que gener muchos discpulos, Jacques Lacan, acostumbraba trabajar en reuniones ms cortas, que sola fina-lizar cuando lograba una interpretacin satisfac-toria. La experiencia ensea, sin embargo, que es

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    necesario disponerse a compartir con el paciente los momentos en que nada sucede que muchas veces aburren y abruman a los dos integrantes del encuentro porque suelen preceder a la emergen-cia de pensamientos, o de interpretaciones, prote-gidos por una intensa resistencia.

    Es fcil darse cuenta de que la frecuencia sema-nal es un requisito compartido por otros procedi-mientos que, como sucede con el entrenamiento o con el aprendizaje, ponen en juego procesos que tienen algo en comn. Sin embargo, en la inmensa mayora de las psicoterapias actuales se acepta, con la excusa, absurda, de que es mejor algo que nada, que el paciente elija la frecuencia que ms le com-place. Para colmo, cuando se lo formula en ingls, once a week, por ejemplo, el asunto adquiere visos de seriedad cientfica. Nada tiene de malo que un paciente y su mdico limiten su propsito al ejer-cicio de un procedimiento distinto y se conformen con los resultados que obtienen. Lo malo reside en que suele aducirse que esas otras formas de la psi-coterapia son psicoanalticas, conduciendo a que se desvalorice, o se ignore, el alcance teraputico del psicoanlisis.

    De qu depende, entonces, que se piense dife-rente cuando se trata de la dosis de un frmaco, de

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    la continuidad y frecuencia de un entrenamiento deportivo, de un proceso de aprendizaje, o de una rehabilitacin neuromuscular? No admitimos, acaso, que es absurdo que un enfermo interrumpa prematuramente la ingestin de un antibitico y en lugar de aniquilar a los microbios los vacune?

    No caben demasiadas dudas de que, del lado del paciente, influyen las resistencias que despierta el hacer consciente lo inconsciente. Resistencias en cierto modo similares suelen presentarse en proce-dimientos que como las dietas, los entrenamien-tos o los aprendizajes deben muchas veces luchar contra los hbitos que, en algunas ocasiones, fun-cionan como verdaderas adicciones. Del lado del mdico, es imposible desconocer el hecho de que por desgracia son muchos los que, atrapados por resistencias semejantes, prefieren adaptarse a lo que ms abunda en el mercado y eligen cobrarle ms por menos tiempo a un paciente que, cuando se desilusione, ser ms fcil reemplazar.

    El motivo que ms se utiliza para eludir la fre-cuencia semanal de sesiones que el psicoanlisis re-quiere es que no se dispone de suficiente dinero para enfrentar lo que cuestan; y cuando la situacin econmica holgada no permite utilizar ese argu-mento, el paciente suele recurrir a la idea de que no

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    puede sustraer ese tiempo a las ocupaciones irre-nunciables que rellenan su vida. De vez en cuan-do, sin embargo, aparece un motivo que nos acerca a una reflexin ms profunda. Algunas personas aducen que si realizaran sesiones con la frecuencia que el psicoanalista les propone, se les acabaran los temas, y no sabran, entonces, de qu podran ha-blar. Pero, precisamente, cuando se aduce ese mo-tivo, es porque se sabe algo que se ignora saber! Podramos decir, extremando el asunto, que cuan-do los temas se acaban, el verdadero psicoanlisis comienza, porque surgen entonces los pensamien-tos resistidos e inslitos que lo inconsciente arroja desde la urgencia de una insatisfaccin reprimida.

    En el adulto, mucho ms que en el nio, los intervalos de dos o tres das entre las sesiones per-miten rellenarlas con la hojarasca constituida por los detalles de sucesos aparentemente importantes, que repiten, una y otra vez, el intento de postergar lo esencial para un momento ulterior. Tal vez fue por este motivo (que difiere del que en su momen-to se adujo) que un conjunto de psicoanalistas que se agruparon en torno a Melanie Klein propug-naban realizar las sesiones en forma cotidiana de modo que quedaran separadas por un solo inter-valo semanal.

  • Para qu sirve eL PsiCoanLisis? 69

    Entre los fciles desvos de la trayectoria fruc-tfera quiz pueda decirse que es ese el principal, pero no debemos omitir dos importantes. Uno, que en realidad ya hemos mencionado, es el psi-coanlisis aplicado a interpretar, desde afuera, y desde una posicin intelectual que no compro-mete suficiente afecto, lo que ocurre en la vida de un paciente que proyecta sobre su psicoanalista la imagen de un gur que se las sabe todas y al cual es imprescindible consultar cada vez que se nece-site decidir. El otro funciona como una especie de pacto que mantiene de manera indefinida una situacin invariante dentro de la cual el paciente, sin el menor esfuerzo, resulta ilusoriamente con-fortado y protegido mientras cumpla con los re-quisitos formales que se han convenido.

  • Captulo 4

    Qu, cundo y cmo se interpreta?

    Qu significa interpretar?

    La etimologa de la palabra interpretacin nos aclara que, en su origen, el intrprete era el merca-der, el mediador o el intermediario, que explicaba lo que el vendedor o el comprador no queran o no podan poner en palabras. El diccionario consigna que el trmino interpretar se usa para designar distintas acciones: determinar el sentido; traducir o explicar en un idioma lo que se ha dicho en otro; atribuir un acto a un determinado fin o causa; comprender y expresar, bien o mal, el asunto de que se trata, y tambin, por extensin, represen-tar una obra de teatro o ejecutar una composicin musical.

    Podemos pensar que, entre todas esas acepcio-nes del verbo interpretar, la que tal vez puede representar mejor a todas las dems es la que lo

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    define como determinar el sentido. Sentido es un trmino polismico. Por un lado, denota un significado, por otro, lo que se siente y, por fin, la direccin hacia la cual una accin se encamina.

    Es necesario reparar en el hecho de que el sig-nificado nace siempre de lo que llamamos impor-tancia. Existe en castellano una palabra, insignifi-cancia, para denominar aquello cuyo significado se comprende y, al mismo tiempo, se comprende que no tiene suficiente importancia. La existencia de esa palabra compuesta nos seala de manera inequvoca que se ha originado en otro trmino significancia que, a pesar de que en nuestro idioma ha cado en desuso, alude precisamente a un significado dotado de importancia.

    La operacin que convierte una significancia en un significado es el recurso que permite ensayar, mediante el pensamiento, distintos cursos de la accin, sin comprometer una magnitud de afec-to que convertira el proceso que denominamos pensar en un ejercicio intolerable. Por ese mo-tivo el pensamiento puede conducir a una verdad racional, pero para que esa verdad se constituya en un valor (sea positivo o negativo) en el cual efecti-vamente se cree, es imprescindible haberla sentido con una magnitud de afecto suficiente.

  • Para qu sirve eL PsiCoanLisis? 73

    Ese afecto puede ser, en las mejores condiciones de autenticidad, el mismo que origin el valor que hoy puede acompaar a una cosa, a una conduc-ta, o a una relacin. Pero tambin es cierto que hay valores que adoptamos como consecuencia de nuestros vnculos afectivos con las personas que los sustentan.

    Es necesario, adems, tener en cuenta que la esencia misma de la comunicacin reside en el he-cho de que se habla siempre en un sentido indirec-to. Cuando dos personas hablan, se comprenden gracias a que son sensibles a ese tipo de enuncia-cin parcial. Si, por ejemplo, quisiera ahora que alguien cierre la ventana, podra limitarme a decir tengo fro.

    No es posible, pero tampoco es necesario, ver-balizar un pensamiento completo. Las palabras son smbolos, y la etimologa de la palabra smbolo muestra que se refiere a dos partes que marchan al unsono. El smbolo funciona como una con-trasea, como la mitad de un enunciado que slo puede completar quien conoce la otra parte. La ex-periencia muestra que cuando no podemos comu-nicarnos con pocas palabras, cuando no podemos encontrarnos recorriendo cada uno la mitad del

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    camino, corremos el riesgo, aunque usemos mu-chas, de ingresar en un malentendido.

    Nos hace falta definir, ahora, la interpretacin psicoanaltica. No alcanza con decir que consiste, frente a las cosas que poseen un doble sentido, en encontrar el segundo sentido, porque ese tipo de perspicacia tambin suele lograrse sin necesidad de recurrir al psicoanlisis. Podemos, en una pri-mera aproximacin, decir que una interpretacin psicoanaltica es la que sustituye un significado consciente que se admite, por otro, oculto, cuya admisin despierta resistencia. La resistencia sur-ge porque el significado inconsciente rechazado, a pesar de haber sido reprimido en otro tiempo, mantiene su represin de manera actual.

    Aunque los trminos actual y presente sue-len ser usados como sinnimos, podemos, a par-tir de la etimologa, establecer una diferencia que nos resulta til. Desde ese punto de vista, presente (aqu) es aquello que se percibe (materialmente) en el mundo, y actual es lo que acta (ahora) como una sensacin, que se registra (se siente) predomi-nantemente en el propio cuerpo. Un alfiler presen-te puede producir entonces un dolor actual. Dado que los afectos son actuales, es necesario tener en cuenta que, en ltima instancia, psicoanalizar lleva

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    implcito prestar ms atencin a la actualidad que a la presencia.

    Subrayemos por ltimo que, en un sentido ms restringido, usamos la expresin interpretacin psicoanaltica para referirnos a la actividad inter-pretativa de un psicoanalista en una sesin de psi-coanlisis. En ese mbito, el segundo sentido que, resistido, constituye la meta de toda interpretacin psicoanaltica es siempre una significancia actual que se transfiere sobre el psicoanalista, porque es la nica persona que, materialmente, est presente all.

    El material que se interpreta

    Para comprender dnde estamos y lo que so-mos, para actuar en la vida o, sencillamente, para percibir, siempre interpretamos. Tal como lo ex-presa Ortega y Gasset, ninguno ha visto jams una naranja completa, ya que vemos slo una parte por vez y construimos, gracias a que disponemos del concepto y de los recuerdos pertinentes, la per-cepcin de la naranja entera. Vivimos inmersos en una actividad interpretativa, porque percibir es siempre interpretar.

    Nada tiene de extrao, entonces, que la inter-pretacin psicoanaltica se realice sobre una pri-

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    mera interpretacin, generalmente inconsciente y automtica, que constituye el material percibido. Cuando omos hablar, por ejemplo, interpretamos que no se trata de un ruido sino de un conjun-to de sonidos; que esos sonidos son palabras; que ese conjunto de palabras es hablar en tal idioma; y que proviene de esta persona y no de aquella. Por fin, si sabemos hablar en ese idioma, com-prendemos lo que dice y, en ese punto, si se trata de un paciente durante una sesin psicoanaltica, pensamos que es ese un material que tenemos la ocasin de interpretar. No valdra la pena detener-se en todo ese proceso previo si no fuera porque el discurso verbal del paciente no es lo nico que psi-coanalizamos durante una sesin de psicoanlisis.

    Es importante sealar que la interpretacin de lo que dicen las palabras no slo depende del sig-nificado semntico de los smbolos verbales. Es obvio que cuando una persona habla tambin in-terpretamos, aunque no siempre de manera cons-ciente, el tono de su voz, su mmica, sus gestos y muchas cosas ms. Si una persona nos dice, por ejemplo, tengo que adelgazar porque esta situa-cin me resulta insoportable, el significado de sus palabras es distinto si la vemos obesa o, en cambio, muy delgada. Interpretamos las palabras, y otras veces los gestos, las actitudes, la palidez del rostro

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    o, inclusive, y gracias a lo que hemos aprendido, trastornos que se manifiestan como alteraciones en la forma o en las funciones del cuerpo.

    Podemos preguntarnos, entonces: de qu de-pende la eleccin del material que psicoanaliza-mos? No cabe duda de que elegimos de manera in-consciente y automtica movidos por la resonancia que la transferencia del paciente produce en nues-tra propia transferencia, y que en esa resonancia tambin influyen nuestras anteriores experiencias.

    Conviene agregar, en este punto, que la obje-tividad de la eleccin no debe preocuparnos en primera instancia, porque lo importante radica en comprender. Es evidente que cuanto ms se-pamos, ms capacidad tendremos para percibir el material, pero, dado que el material siempre so-breabunda, y que se expresa simultneamente en distintos registros, no es necesario que un analista sepa todo para poder interpretar.

    La sesin se desarrolla, siempre, entre dos mo-tivaciones del paciente que son contradictorias: la de ser comprendido y la de mantener la represin. Como consecuencia de ese interjuego de tenden-cias suele suceder que los pacientes regulan, in-conscientemente, la claridad, o la oscuridad, de lo que expresan adaptndose a la capacidad interpre-tativa de su psicoanalista.

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    Debemos mencionar, ahora, algo que slo po-dremos enunciar aqu, porque profundizar en ese asunto, como lo hicimos en trabajos anteriores, de-dicados a colegas, excedera el propsito que anima este libro. Se justifica, sin embargo, introducir el tema, porque abre un campo en el cual puede res-ponderse adecuadamente a la cuestin, que algunas veces se oye, de si los procedimientos que utiliza el psicoanlisis pueden adquirir el valor que le adju-dicamos a la ciencia y a la tcnica.

    Detengmonos entonces un momento sobre lo que en la jerga que usamos los psicoanalistas suele llamarse el material. Es necesario notar que desde ningn punto de vista es obvia la razn por la cual denominamos as a todo lo que en una sesin podemos psicoanalizar. Material es lo que pertenece a una categora (materia) que rene lo que nuestros rganos sensoriales pueden registrar (como presente) y constituye un cuerpo fsico que ocupa un lugar en el espacio. El significado (con su grado de significancia), en cambio, es quizs el nico referente irreductible al material, dado que su sentido no pertenece a la fsica.

    Parece indudable que, si llamamos material a lo que interpretamos en la sesin, lo hacemos mo-tivados por el deseo, equvoco, de otorgar al traba-

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    jo psicoanaltico una presunta objetividad que, en ltima instancia, concebida de ese modo es iluso-ria. Sin embargo, los significados no necesitan ese tipo de objetividad para constituir conocimientos valiosos. A veces, durante alguna discusin entre colegas, por ejemplo, se aduce: Veamos qu dice el material!..., como si el material fuera un dato que puede hablar por s mismo, una especie de r-bitro definitivo al cual no le afecta la teora con la cual lo contemplamos. Pero, aunque es cierto que la realidad sensorial constituye el nico lugar en el cual podemos comprobar objetivamente si lo que pensamos funciona en lo que necesitamos hacer con esa realidad, los datos no hablan; los que hablan son, siempre, los intrpretes.

    Psicopatologa de la vida cotidiana

    El psicoanlisis naci cuando finalizaba el siglo XIX y comenzaba el XX. Puede decirse tambin que Freud descubri la magnitud de la empresa que haba comenzado cuando, conmovido frente a la muerte de su padre, acometi la dificultosa ta-rea de psicoanalizar sus sueos. Escribi, entonces, uno de sus libros ms monumentales, La interpre-tacin de los sueos, seguido, en muy poco tiempo, por Psicopatologa de la vida cotidiana y El chiste y

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    su relacin con lo inconsciente. La tarea que describe en el primero de esos libros lo llev a sostener que los sueos constituan la va regia del psicoanlisis, y los tres, en conjunto, lo conducen a una con-clusin. Los sueos, los actos fallidos y los chistes demostraban que lo inconsciente reprimido, que produca los sntomas histricos, tambin funcio-naba manifestando sus efectos en la vida cotidia-na del hombre normal.

    Hoy nadie duda de que los sueos sean aluci-naciones onricas en las que vemos realizados deseos que durante la vigilia no asumimos. Es all, durante el dormir que suspende nuestras acciones sobre el mundo, donde nos atrevemos a vivirlos. El lenguaje habitual lo testimonia cuando deci-mos, por ejemplo, esto no se me habra ocurrido ni en sueos.

    Sin embargo, mientras dormimos, una cierta censura funciona todava, y la realizacin de los deseos transcurre enmascarada bajo una forma simblica, mediante un trabajo que, cuando fra-casa, convierte el sueo en una pesadilla que in-terrumpe la alucinacin y nos despierta. Una pe-sadilla que, a veces, ni siquiera recordamos, pero que suele constituir un motivo, oculto, de algunas formas de insomnio.

    La afirmacin de que los sueos constituyen la va regia no significa, necesariamente, que cons-

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    tituyan, siempre, el material que debe ser privile-giado durante una sesin de psicoanlisis. Tiene el valor, en cambio, de subrayar el hecho de que la arquitectura de los sueos transparenta, de la mejor manera, la forma y los caminos que los pro-cesos inconscientes adoptan en su trayecto hacia la consciencia.

    Freud, a pesar de la importancia que asignaba a la interpretacin de los sueos, se ocup de se-alar la frecuencia con que sucumban a la repre-sin, hasta el punto que consideraba innecesario pedir a sus pacientes que los anotaran, ya que el motivo por el que no podan recordarlos influira, de todos modos, para que no pudieran llevarle al psicoanalista sus anotaciones.

    Tambin es frecuente que algunas personas uti-licen, como expresin de su resistencia a comu-nicar asociaciones libres, una gran parte de su sesin de psicoanlisis contando un sueo largo y con una gran cantidad de detalles, que provie-nen de una elaboracin secundaria, consciente. El intento de psicoanalizar esos sueos (que suelen denominarse resistenciales) conduce a una tarea que, adems de ser difcil, suele culminar en inter-pretaciones que, carentes de suficiente afecto, son muy poco fructferas.

    Freud aconsejaba elegir algunos elementos del sueo que el paciente narraba y preguntarle, a

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    continuacin, qu asociaba con ellos. Vale la pena destacar (porque constituye el nico prrafo en donde anticipa el uso de la contratransferencia como instrumento tcnico) que, en Introduccin al psicoanlisis, escribe: En lugar del sujeto es el analizador el que a ellos asocia bien definidas ocu-rrencias. Lo cierto es que hoy muy pocas veces pedimos, a nuestros pacientes, cuando nos cuen-tan un sueo, sus asociaciones con algunos de sus elementos. Lo que habitualmente hacemos es uti-lizar las nuestras. La pretendida objetividad del asunto no nos preocupa, ya que, de todos modos, cuando un psicoanalista le solicita a su paciente sus asociaciones, es l quien elige la parte del sueo sobre la que le preguntar qu asocia.

    El origen de la interpretacin que se pronuncia

    Llegamos ahora a la posibilidad de preguntar-nos: cmo nace y cmo se formula la interpreta-cin que el psicoanalista pronuncia? Imaginemos que una persona cuente, en una sesin de psicoa-nlisis, que el chocolate que ha comido la noche anterior, mientras miraba las fotografas que su cuado haba obtenido durante sus vacaciones en

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    Estambul, le ha hecho mal al hgado, y que a su psicoanalista se le ocurra que esos trastornos provienen de haber reprimido una envidia que no pudo sentir. Podemos pensar, entonces, que en el inconsciente del psicoanalista se ha reactivado su propia predisposicin a la envidia, contagiada simpticamente por el amago de ese afecto que, reprimido, opera en el inconsciente del paciente derivando su magnitud hacia la descompostura digestiva.

    Si esto sucede en una sesin, es posible que en la consciencia del psicoanalista, gracias a la per-meabilidad que le ha otorgado psicoanalizarse durante su formacin profesional, aparezca, con magnitudes pequeas, una muestra del afecto envidia que adquiere la forma de lo que llamamos una ocurrencia, y de ser as, podramos decir que eso le ha permitido comprender el significado de los trastornos que el paciente cuenta (identificn-dose con l).

    Sabemos que la interpretacin psicoanaltica nace siempre como producto de una atribucin de sentido que surge de lo que el psicoanalista trans-fiere de manera inconsciente (su contratransferen-cia). Aunque el ncleo esencial de la interpretacin est constituido por una ocurrencia que podemos

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    denominar oniroide, dado que se inicia como una especie de ensoacin diurna, esa forma que adquiere en su origen muy pocas veces llega a la consciencia.

    En cuanto a la cuestin de cmo se recorre el camino que lleva desde la primitiva ocurrencia hacia el enunciado de la interpretacin que se le dice al paciente, resumiremos, en pocas palabras, lo que sostuvimos en dos trabajos que publicamos en 1969 (Estudio y desarrollo de algunos conceptos de Freud acerca del interpretar, y El uso del pensamiento lgico durante la interpretacin puesto al servicio de la contrarresistencia). El logro de la interpretacin que un psicoanalista dice podr ser un resultado de numerosas reflexiones y elaboraciones tericas que se realizan sin la presencia del paciente, pero el procedimiento slo puede funcionar adecuada-mente, en el transcurso de una sesin de psicoan-lisis, cuando la interpretacin que se enuncia surge como un producto espontneo en un profesional cuya formacin lo ha conducido a desarrollar esa capacidad.

    Las consideraciones tericas pueden realizarse durante un seminario, una supervisin o una dis-cusin entre colegas, pero no durante la tarea de psicoanalizar al paciente. En otras palabras: cuan-

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    do el camino que va de la contratransferencia a la interpretacin no lo recorre de manera espontnea un psicoanalista que, gracias a su formacin, ha adquirido una capacidad que puede continuar acrecentando mediante el estudio y la discusin entre colegas, la reflexin consciente, durante la sesin, no suele mejorar el rendimiento. En una situacin como sa es preferible esperar procuran-do, mientras tanto, conservar en la consciencia las ocurrencias surgidas.

    Es necesario reparar en qu consiste la forma-cin psicoanaltica. Es, sobre todo, psicoanalizn-dose donde se aprende a psicoanalizar. La mayor parte, y sin duda alguna lo esencial, de lo que sabe un psicoanalista lo aprende durante su propio psicoanlisis, ya que el tipo de saber que necesita adquirir es el que surge de una maduracin afec-tiva que se parece mucho a lo que ocurre duran-te la infancia con la formacin del carcter y que no puede ser sustituida por un saber nicamente intelectual.

    La formacin se contina y se perfecciona en las supervisiones con colegas de mayor experiencia y, a pesar de que se las denomina de ese modo, no funcionan, como es obvio, como un certificado que avala la calidad de un producto. Aunque el

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    supervisor puede contribuir de manera indirecta para mejorar lo que se obtiene, quien psicoanaliza al paciente es el supervisado, y forma parte de un buen entrenamiento psicoanaltico comprender, cuanto antes, que no se puede delegar la responsa-bilidad de la tarea.

    Las supervisiones, aunque no se lo suele aceptar de manera consciente, funcionan como un segun-do psicoanlisis, porque el supervisor opera ms sobre el supervisado que sobre el paciente que se supervisa. No son acaso los propios escotomas los que le impiden al alumno interpretar mejor? Ocu-rre muy frecuentemente, por ejemplo, que cuando el supervisado comprende algo que mantena re-primido, suele encontrarlo tambin en los pacien-tes que no supervisa, y que, por decirlo de algn modo, estaban esperando que su psicoterapeuta fuera capaz de interpretarlo.

    Conviene subrayar cuatro circunstancias que nos ayudan a comprender mejor la ndole y la magnitud de la tarea que debe realizarse duran-te las supervisiones: 1) el trabajo psicoanaltico se ejerce psicoanalizando el vnculo que se desarrolla durante las sesiones; 2) la transferencia y la contra-transferencia, influyndose mutuamente, cristali-zan en un producto integrado como transferen-

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    cias recprocas; 3) las transferencias recprocas se constituyen confluyendo en un punto en el cual el paciente y su psicoanalista comparten sus propias urgencias; 4) durante las supervisiones se reflejan, en el vnculo que se establece entre el supervisa-do y el supervisor, las transferencias recprocas que operan entre el supervisado y su paciente.

    Slo a partir de una buena formacin psicoana-ltica se podr reflexionar sobre la teora, sobre el diagnstico, sobre mtodos mejores para interpre-tar, o sobre cmo formular las interpretaciones, de una manera fructfera. Sin embargo, el aprendizaje deliberado que suele llamarse entrenamiento debe reservarse para los intervalos entre una y otra se-sin del tratamiento. Reflexionar acerca de lo que estamos haciendo mientras lo estamos haciendo es tan perturbador para la tarea de psicoanalizar como lo sera para jugar un partido de tenis o eje-cutar un concierto de piano. Nuestra tarea siempre empieza, de ms est decirlo, en el ahora de lo que el paciente est diciendo, y cada vez que se nos escapa su significado inconsciente deberemos recuperar la disposicin