ORDO PAENITENTIAE 2 de diciembre de 1973 –Praenotanda– Introducción de la edición típica I. El misterio de la reconciliación en la historia de la salvación 1. El Padre manifestó su misericordia reconciliando consigo por Cristo todos los seres, los del cielo y de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz 1 . El Hijo de Dios, hecho hombre, convivió entre los hombres para liberarlos de la esclavitud del pecado 2 y llamarlos desde las tinieblas a su luz admirable. 3 Por ello inició su misión en la tierra predicando pe- nitencia y diciendo: «Vuelvan a Dios y cran en el Evangelio» (Mc 1 15). Esta llamada a la penitencia, que ya resonaba insistentemente en la predicación de los pro- fetas, fue la que preparó el corazón de los hombres al advenimiento del Reino de Dios por la palabra de Juan el Bautista que vino «llamando a todos a convertirse y a bautizarse para obtener el perdón de los pecados» (Mc 1 4). Jesús, por su parte, no sólo exhortó a los hombres a la penitencia, para que, abandonando la vida de pecado se convirtieran de todo corazón a Dios, 4 sino que acogió a los pecadores para reconciliarlos con el Padre. 5 Además, como signo de que tenía poder de perdonar los pecados, curó a los enfermos de sus dolencias. 6 Finalmente, él mismo «fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rm 4 25). Por eso, en la misma noche en que iba a ser entregado, al iniciar su pasión salvadora, 7 instituyó el sacrificio de la Nueva Alianza en su sangre derramada para el perdón de los pecados 8 y, después de su resurrección, envió el Espíritu Santo a los Apóstoles para que tuvieran la potestad de per- donar o retener los pecados 9 y recibieran la misión de predicar en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos. 10 Pedro, fiel al mandato del Señor que le había dicho: «Te daré las llaves del reino de los cie- los; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 16 19), proclamó el día de Pentecostés un bautismo para la remi- sión de los pecados: «Arrepiéntanse y que cada uno se haga bautizar en el nombre de Jesu- cristo, para Dios les perdone los pecados» (Hch 2 38). Desde entonces la Iglesia nunca ha dejado ni de exhortar a los hombres a la conversión, para que, abandonando el pecado, se conviertan a Dios, ni de significar, por medio de la celebración de la penitencia, la victoria de Cristo sobre el pecado. 1 Cf. 2Co 5 18s.; Col 1 20. 2 Cf. Jn 8 34-36. 3 Cf. 1P 2 9. 4 Cf. Lc 15. 5 Cf. Lc 5 20.27-32; 7 48. 6 Cf. Mt 9 2-8. 7 Cf. MISSALE ROMANUM, Plegaria eucarística III. 8 Cf. Mt 26 28. 9 Cf. Jn 20 19-23. 10 Cf. Lc 24 47.
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ORDO PAENITENTIAE 2 de diciembre de 1973
–Praenotanda–
Introducción de la edición típica
I. El misterio de la reconciliación
en la historia de la salvación
1. El Padre manifestó su misericordia reconciliando consigo por Cristo todos los seres, los
del cielo y de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz1
. El Hijo de Dios, hecho
hombre, convivió entre los hombres para liberarlos de la esclavitud del pecado2
y llamarlos
desde las tinieblas a su luz admirable.3
Por ello inició su misión en la tierra predicando pe-
nitencia y diciendo: «Vuelvan a Dios y cran en el Evangelio» (Mc 1 15).
Esta llamada a la penitencia, que ya resonaba insistentemente en la predicación de los pro-
fetas, fue la que preparó el corazón de los hombres al advenimiento del Reino de Dios por
la palabra de Juan el Bautista que vino «llamando a todos a convertirse y a bautizarse para
obtener el perdón de los pecados» (Mc 1 4).
Jesús, por su parte, no sólo exhortó a los hombres a la penitencia, para que, abandonando
la vida de pecado se convirtieran de todo corazón a Dios,4
sino que acogió a los pecadores
para reconciliarlos con el Padre.5
Además, como signo de que tenía poder de perdonar los
pecados, curó a los enfermos de sus dolencias.6
Finalmente, él mismo «fue entregado por
nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rm 4 25). Por eso, en la misma
noche en que iba a ser entregado, al iniciar su pasión salvadora,7
instituyó el sacrificio de la
Nueva Alianza en su sangre derramada para el perdón de los pecados8
y, después de su
resurrección, envió el Espíritu Santo a los Apóstoles para que tuvieran la potestad de per-
donar o retener los pecados9
y recibieran la misión de predicar en su nombre la conversión
y el perdón de los pecados a todos los pueblos.10
Pedro, fiel al mandato del Señor que le había dicho: «Te daré las llaves del reino de los cie-
los; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo» (Mt 16 19), proclamó el día de Pentecostés un bautismo para la remi-
sión de los pecados: «Arrepiéntanse y que cada uno se haga bautizar en el nombre de Jesu-
cristo, para Dios les perdone los pecados» (Hch 2 38). Desde entonces la Iglesia nunca ha
dejado ni de exhortar a los hombres a la conversión, para que, abandonando el pecado, se
conviertan a Dios, ni de significar, por medio de la celebración de la penitencia, la victoria
de Cristo sobre el pecado.
1
Cf. 2Co 5 18s.; Col 1 20.
2
Cf. Jn 8 34-36.
3
Cf. 1P 2 9.
4
Cf. Lc 15.
5
Cf. Lc 5 20.27-32; 7 48.
6
Cf. Mt 9 2-8.
7
Cf. MISSALE ROMANUM, Plegaria eucarística III.
8
Cf. Mt 26 28.
9
Cf. Jn 20 19-23.
10
Cf. Lc 24 47.
ORDO PAENITENTIAE Ritual de la Penitencia
2
2. Esta victoria sobre el pecado la manifiesta la Iglesia, en primer lugar, por medio del sa-
cramento del Bautismo; en él nuestra vieja condición es crucificada con Cristo, quedando
destruida nuestra personalidad de pecadores y quedando nosotros libres de la esclavitud
del pecado, resucitamos con Cristo para vivir para Dios.11
Por ello confiesa la Iglesia su fe al
proclamar en el Símbolo: «Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los peca-
dos».
En el sacrificio de la Misa se hace nuevamente presente la pasión de Cristo y la Iglesia ofre-
ce nuevamente a Dios, por la salvación de todo el mundo, el Cuerpo que fue entregado por
nosotros y la Sangre derramada para el perdón de los pecados. En la Eucaristía, en efecto,
Cristo está presente y se ofrece como «víctima por cuya inmolación Dios quiso devolvernos
su amistad»,12
para que por medio de este sacrificio «el Espíritu Santo nos congregue en la
unidad».13
Pero además nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el sacramento de la Peni-
tencia al dar a los Apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados; así los fie-
les que caen en el pecado después del bautismo, renovada la gracia, se reconcilien con
Dios.14
La Iglesia, en efecto, «posee el agua y las lágrimas, es decir, el agua del bautismo y
las lágrimas de la penitencia».15
II. La reconciliación de los penitentes
en la vida de la Iglesia
La Iglesia es santa y, al mismo tiempo, está siempre necesitada de purificación
3. Cristo «amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla» (Ef 5 25-26),
y la tomó como esposa;16
la enriquece con sus propios dones divinos, haciendo de ella su
propio cuerpo y su plenitud,17
y por medio de ella comunica a todos los hombres la verdad
y la gracia.
Pero los miembros de la Iglesia están sometidos a la tentación y con frecuencia caen mise-
rablemente en el pecado. Por eso, «mientras Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7
26), no conoció el pecado (2Co 5 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del
pueblo (Hb 2 7), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siem-
pre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación».18
La penitencia en la vida y en la liturgia de la Iglesia
4. Esta constante vida penitencial el pueblo de Dios la vive y la lleva a plenitud de múltiples
y variadas maneras. La Iglesia, cuando comparte los padecimientos de Cristo19
y se ejercita
11
Cf. Rm 6 4-10.
12
MISSALE ROMANUM, Plegaria eucarística III.
13
MISSALE ROMANUM, Plegaria eucarística II.
14
Cf. CONCILIO TRIDENTINO, SESIÓN XIV. De sacramento Paenitentiae, cap. I: DS 1668 y 1670; can 1: DS 1701.
15
S. AMBROSIO, Epístola 41, 12: PL 16, 1116.
16
Cf. Ap 19 7.
17
Cf. Ef 1 22-23; cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 7.
18
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 8.
19
Cf. 1P 4 13.
ORDO PAENITENTIAE Ritual de la Penitencia
3
en las obras de misericordia y caridad,20
va convirtiéndose cada día más al Evangelio de
Jesucristo y se hace así, en el mundo, signo de conversión a Dios. Esto la Iglesia lo realiza
en su vida y lo celebra en su liturgia, siempre que los fieles se confiesan pecadores e implo-
ran el perdón de Dios y de sus hermanos, como acontece en las celebraciones penitenciales,
en la proclamación de la palabra de Dios, en la oración y en los aspectos penitenciales de la
celebración eucarística.21
Pero en el sacramento de la penitencia los fieles «obtienen de la misericordia de Dios el
perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia,
a la que ofendieron con sus pecados. Ella los mueve a conversión con su amor, su ejemplo y
sus oraciones».22
Reconciliación con Dios y con la Iglesia
5. Porque el pecado es una ofensa hecha a Dios, que rompe nuestra amistad con él, «la fina-
lidad última de la penitencia consiste en lograr que amemos intensamente a Dios y nos con-
sagremos a Él».23
El pecador, por tanto, movido por la gracia del Dios misericordioso, se
pone en camino de conversión, retorna al Padre, que «nos amó primero» (1Jn 4 19) y a
Cristo, que se entregó por nosotros,24
y al Espíritu Santo, que ha sido derramado copiosa-
mente en nosotros.25
Más aún: «en virtud de un arcano y benigno misterio de la voluntad de Dios reina entre los
hombres una tal solidaridad sobrenatural que el pecado de uno daña también a los otros y
la santidad de uno beneficia también a los otros»,26
por ello la penitencia lleva consigo
siempre una reconciliación con los hermanos, de la misma forma que la santidad de uno
beneficia a quienes el propio pecado perjudica.
Además, hay que tener presente que los hombres, con frecuencia, cometen la injusticia con-
juntamente. Del mismo modo, se ayudan mutuamente cuando hacen penitencia, para que,
liberados del pecado por la gracia de Cristo, unidos a todos los hombres de buena voluntad,
trabajen en el mundo por el progreso de la justicia y de la paz.
El sacramento de la Penitencia y sus partes
6. El discípulo de Cristo que, después del pecado, movido por el Espíritu Santo acude al
sacramento de la penitencia, ante todo debe convertirse de todo corazón a Dios. Esta íntima
conversión del corazón, que incluye la contrición del pecado y el propósito de una vida
nueva, se expresa por la confesión hecha a la Iglesia, por la adecuada satisfacción y por el
cambio de vida. Dios concede la remisión de los pecados por medio de la Iglesia, a través
del ministerio de los sacerdotes.27
20
Cf. 1P 4 8.
21
Cf. CONCILIO TRIDENTINO, SESIÓN XIV, De sacramento Paenitentiae: DS 1638, 1740 y 1743; SAGRADA CONGREGACIÓN DE
RITOS, Instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de mayo de 1967, núm. 35: AAS 59 (1967), pp. 560- 56l; Ordena-
ción general del Misal Romano, núms. 51, 52, 81, 82, y 84.
22
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 11.
23
PABLO VI, Constitución apostólica Paenitemini, de 17 de febrero de 1966: AAS 58 (1966), p 179; cf. CONCILIO VATI-
CANO II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. 11.
24
Cf. Ga 2 20; Ef 5 25.
25
Cf. Tt 3 6.
26
PABLO VI, Constitución apostólica Indulgentiarum doctrina, de 1 de enero de 1967, núm.4: AAS 59 (1967), p. 9; cf.
PÍO XII, Encíclica Mystici Corporis, de 29 de junio de 1943: AAS 35 (1943), p 213.