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La anciana Tatiana Ivanovna ha dedicado toda su vida a servir a
sus seores, los
Karin, a quienes ha visto nacer y crecer en la mansin de
Sujarevo, en las inmediaciones de
Mosc. Cuando la familia se ve obligada a huir por la Revolucin
de Octubre, la fiel criada
termina por reunirse con ellos en Pars, donde, a pesar de que
los Karin han perdido su
posicin social y su fortuna, contina a su servicio en el modesto
apartamento en que
residen. Supervivientes de un mundo perdido, los Karin y su
sirvienta necesitarn olvidar
para salir adelante, pero la vieja Tatiana nunca deja de soar
con su tierra natal, ni de sufrir
para adaptarse a la vida en un lugar donde las primeras nieves
no llegan hasta pasado el
otoo.
Al igual que su admirado Chjov, Irne Nmirovsky tiene un talento
especial para
observar y captar los detalles ms reveladores de la intimidad de
sus personajes. El lector
llegar al final de este relato con la sensacin de haber
realizado un intenso viaje
emocional.
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Irne Nmirovsky
Nieve en otoo
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Ttulo original: Les Mouches dautomne
Irne Nmirovsky, 1931
Traduccin: Jos Antonio Soriano Marco
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1
Bueno, Yuroska, adis dijo asintiendo con la cabeza, como
antao.
Cudate mucho, hijo. Cmo pasaba el tiempo De nio, cuando se
marchaba al instituto
de Mosc, en otoo, suba a despedirse de ella en aquella misma
habitacin. De eso haca
diez, doce aos. Mir su uniforme de oficial con una mezcla de
asombro y triste orgullo.
Ay, mi pequeo Yuroska! Parece que fue ayer
Call e hizo un gesto con la mano. Llevaba cincuenta y un aos con
la familia Karin.
Haba sido el aya de Nikoli Alexndrovich, el padre de Yuri, y
criado a sus hermanos y
hermanas y tambin a los hijos de Nikoli An se acordaba de
Alexandr Kirilvich,
muerto en 1877, en la guerra contra Turqua, haca treinta y nueve
aos. Y ahora les haba
llegado el turno de marchar al frente a los pequeos, Kiril y
Yuri Suspir y le hizo la
seal de la cruz en la frente.
Ve, hijo, Dios te proteger.
Pues claro, querida aya.
Yuri sonri con expresin burlona y resignada. Tena una cara
redonda y sonrosada,
como un campesino. No se pareca a los dems Karin. Le cogi las
manos, pequeas,
speras como la corteza de un rbol y casi negras, e hizo ademn de
llevrselas a los labios.
Ests loco? exclam la anciana, sonrojndose y apartndolas de
golpe. Ni
que fuera una hermosa damisela! Anda, Yuroska, vete, baja An
estn bailando.
Adis, ninechka Tatiana Ivanovna se despidi Yuri con voz apagada,
teida
de irona y flema. Te traer un chal de seda de Berln, si es que
llegamos, lo que me
sorprendera. Mientras tanto, te mandar una pieza de tela de Mosc
para el nuevo ao.
Tatiana se esforz por sonrer, frunciendo an ms los labios, que
seguan siendo
finos, aunque ahora estaban apretados y hundidos, como
comprimidos por las viejas
mandbulas. Era una anciana de setenta aos, aspecto frgil, escasa
estatura y rostro
inteligente y risueo. En ocasiones, su mirada todava era
penetrante, aunque en otros
momentos se vea cansada y serena.
T prometes mucho, y tu hermano igual respondi negando con la
cabeza.
Pero all os olvidaris de nosotros. En fin, quiera Dios que al
menos esto termine pronto y
volvis los dos. Se acabar pronto esta maldicin?
Claro. Pronto y mal.
-
No bromees con eso lo amonest ella con viveza. Todo est en manos
de
Dios. Se apart y se agach delante de la maleta abierta. Puedes
decirles a Piotr y
Platoska que suban a recoger las cosas cuando quieran. Todo est
listo. Las mantas y las
pellizas estn abajo. Cundo os vais? Es medianoche.
Con que estemos en Mosc por la maana es suficiente. El tren sale
a las once.
Tatiana suspir y neg con la cabeza con el gesto de
costumbre.
Ay, Seor, qu navidades tan tristes!
Abajo, alguien tocaba al piano un rpido y alegre vals. Se oan
los pies de los
bailarines deslizndose por el viejo suelo de madera y el
tintineo de las espuelas.
Adis, ninechka, me voy abajo anunci Yuri haciendo un gesto con
la mano.
Ve, corazn.
La anciana se qued sola y empez a doblar la ropa.
Las botas murmuraba. Las prendas del viejo equipo an pueden
servir
en campaa. No me dejo nada? Las pellizas estn abajo Treinta y
nueve aos antes,
cuando se haba marchado Alexandr Kirilvich, tambin le haba
empaquetado los
uniformes. Lo recordaba perfectamente. Dios mo Agafia, la vieja
doncella, todava
estaba en este mundo. Entonces, tambin ella era joven. Cerr los
ojos, suspir hondo y se
levant pesadamente. Me gustara saber dnde se han metido esos
znganos de Petia y
Platoska gru. Que Dios me perdone. Hoy estn todos borrachos.
Recogi el mantn del suelo, se cubri la cabeza y la boca, y baj.
Las habitaciones
de los chicos estaban en la parte antigua de la casa, un hermoso
edificio de noble
arquitectura, con un gran frontn griego adornado de columnas. El
parque se extenda hasta
Sujarevo, el pueblo vecino. Tatiana Ivanovna no haba abandonado
la propiedad en
cincuenta y un aos. Slo ella conoca todos los armarios, los
stanos y las oscuras
habitaciones cerradas de la planta baja, antiguas salas
suntuosas por las que haban
desfilado generaciones.
Cruz el saln con bro.
Qu, Tatiana Ivanovna, se van tus nios? pregunt Kiril riendo al
verla.
La anciana frunci el cejo sonriendo al mismo tiempo.
T ve, que no te har dao vivir con algunas privaciones,
Kiriluska!
ste y su hermana Lul tenan la belleza, los ojos relucientes y el
aire cruel y
dichoso de los Karin de antao. Lul estaba bailando con su primo
pequeo, Chernichev,
-
un estudiante de instituto de quince aos. Ella, por su parte,
haba cumplido diecisis el da
anterior. Estaba radiante, con las mejillas rojas, encendidas
por el baile, y las gruesas
trenzas recogidas alrededor de la pequea cabeza, como una corona
negra.
El tiempo, el tiempo se dijo la anciana. Ay, Dios mo! No te das
cuenta de
cmo pasa, y un da ves que los nios son ms altos que t Ahora
Luliska ya es una
jovencita. Dios mo, si parece que fue ayer cuando yo le deca a
su padre: No llores,
Kolinka, todo pasa, corazn mo. Y ahora, mira, ya es un hombre
maduro.
Aquel hombre estaba frente a ella, con su esposa, Yelena
Vaslievna.
Ya, Taniushka? Estn listos los caballos? murmur al verla,
sobresaltado.
S, ya es hora, Nikoli Alexndrovich. Voy a ordenar que lleven las
maletas al
trineo.
l baj la cabeza y se mordi levemente los finos y plidos
labios.
Ya, Dios mo? Bueno, qu se le va a hacer. Ve, ve! Y, volvindose
hacia su
mujer, sonri dbilmente y con la cansada y serena voz de siempre
dijo: Children will
grow, and old people will fret Verdad, Nelly? Vamos, querida,
creo que la hora ha
llegado.
Se miraron sin decir nada. Ella volvi a subirse el chal negro de
encaje alrededor del
largo y grcil cuello, el nico atractivo de su juventud que
permaneca intacto, junto con
sus ojos verdes, relucientes como el agua.
Voy contigo, Tatiana.
Para qu? Slo coger fro dijo la anciana, encogindose de
hombros.
Da igual respondi Yelena Vaslievna con impaciencia.
La vieja niera la sigui en silencio. Cruzaron la pequea galera
desierta. Antao,
cuando Yelena an era la condesa Eletzkaia y en las noches de
verano acuda a reunirse con
Nikoli Karin en el pabelln, al fondo del parque, era por aquella
diminuta puerta por
donde entraban en la casa cuando todos los dems dorman. Y era
all donde, por la
maana, a veces encontraba a la vieja Tatiana. An crea estar
vindola retirarse a su paso,
santigundose. Pareca algo antiguo y lejano, como un sueo extrao.
Al morir Eletzki se
haba casado con Karin. Al principio, la hostilidad de Tatiana
Ivanovna la haba irritado y
apenado a menudo. Era joven. Ahora era diferente. A veces
espiaba las miradas de la
anciana, sus reacciones de rechazo y pudor, con una especie de
irnica y triste satisfaccin,
como si todava fuera la adltera, la pecadora que corra a las
citas bajo los viejos tilos. Al
menos le quedaba eso de su juventud.
No te olvidas de nada? le pregunt.
-
Claro que no, Yelena Vaslievna.
Nieva mucho. Pide que pongan ms mantas en el trineo.
Descuide.
Empujaron la puerta de la terraza, que se abri con dificultad
chirriando sobre el
manto nevado. Un olor a abetos helados y humo lejano colmaba el
glido aire nocturno.
Tatiana Ivanovna se anud el mantn al cuello y ech a correr hacia
el trineo. Todava
estaba fuerte y gil, como cuando Kiril y Yuri eran nios y los
buscaba por el parque al
atardecer. Yelena Vaslievna cerr los ojos y, por unos instantes,
volvi a ver a sus dos
hijos mayores, sus caras, sus juegos infantiles Kiril, su
preferido, era tan guapo, tan
feliz Tema por l ms que por Yuri. Los quera a los dos con
locura, pero Kiril Ah,
no estaba bien pensar as! Dios mo, protgelos, slvalos, concdenos
envejecer rodeados
de nuestros hijos. Escchame, Seor!. Como deca la anciana niera,
todo estaba en las
manos de Dios.
La vieja volvi a subir la escalera de la terraza sacudindose los
copos del mantn.
Regresaron al saln. El piano haba enmudecido. En el centro de la
estancia, los
jvenes hablaban a media voz.
Ha llegado el momento, hijos anunci Yelena Vaslievna.
Est bien, mam, enseguida respondi Kiril, hacindole un gesto con
la
mano. La ltima copa, caballeros
Brindaron por el zar, la familia imperial, los aliados y la
derrota de Alemania. Tras
cada brindis arrojaban las copas al suelo, y los criados recogan
los cristales en silencio.
Los dems sirvientes esperaban en la galera. Cuando los oficiales
pasaron ante ellos, todos
repitieron al unsono, como una montona cantinela aprendida de
memoria:
Bueno, pues adis, Kiril Nikolaivich Adis, Yuri Nikolaivich
El viejo cocinero Antipas, siempre borracho y siempre triste,
fue el nico que,
ladeando la gran cabeza gris y con voz vibrante y ronca, aadi
maquinalmente:
Que Dios los conserve con buena salud.
Los tiempos han cambiado murmur Tatiana Ivanovna. Antao, cuando
se
marchaban los barin[1]
Los tiempos han cambiado. Y los hombres tambin.
Y sigui a Kiril y Yuri hasta la terraza. Nevaba copiosamente.
Los criados alzaron
los faroles, que iluminaron las estatuas que haba al comienzo
del sendero, dos Belonas
cubiertas de nieve y reluciente hielo, y el viejo parque, blanco
e inmvil. La anciana hizo la
seal de la cruz sobre el trineo y el camino por ltima vez. Los
jvenes la llamaron y le
-
presentaron riendo las mejillas, que, azotadas por el viento
nocturno, les ardan.
Bueno, adis! Cudate, vieja Taniushka. Volveremos, no te
preocupes.
El cochero cogi las riendas, solt una especie de chillido, un
silbido agudo y
extrao, y los caballos se pusieron en marcha.
Uno de los criados dej el farol en el suelo y bostez.
Se queda aqu, abuela?
Ella no respondi. La dejaron sola. Tatiana Ivanovna vio apagarse
una tras otra las
luces de la terraza y del vestbulo.
En la casa, Nikoli Alexndrovich y sus invitados haban vuelto a
sentarse alrededor
de la mesa de la cena. El anfitrin cogi maquinalmente la botella
de champn que le
ofreca un criado.
No beben? murmur con esfuerzo. Hay que beber.
Y llen las copas que le tendan con precaucin. Las manos le
temblaban un poco.
Un hombre grueso con el bigote teido, el general Siedov, se
acerc a l y le susurr:
No se preocupe, amigo mo. He hablado con su alteza. Cuidar de
ellos, est
tranquilo.
Nikoli Alexndrovich se encogi ligeramente de hombros. l tambin
haba ido a
San Petersburgo. Haba obtenido cartas y audiencias, incluso haba
hablado con el Gran
Duque. Como si ste pudiera parar las balas, la disentera Cuando
los hijos crecen, slo
puedes cruzarte de brazos y dejar que la vida proceda. Pero a fe
que sigues preocupndote,
bregando, discurriendo Estoy hacindome viejo pens de pronto.
Viejo y cobarde.
La guerra? Acaso a los veinte aos habra soado con un destino ms
hermoso, Dios
mo?.
Gracias, Mijal Mijailvich dijo en voz alta. Qu se le va a hacer
Se las
arreglarn, como todos. Que Dios nos conceda la victoria.
Dios lo oiga! asinti con fervor el viejo general.
Los dems, los jvenes, que haban estado en el frente, guardaban
silencio. Uno de
ellos abri con gesto maquinal el piano y toc unas notas.
Bailad, hijos los anim el anfitrin. Luego se sent ante la mesa
de bridge y le
hizo una sea a su mujer. Deberas irte a descansar, Nelly. Mira
qu plida ests.
T tambin respondi ella a media voz.
-
Se apretaron las manos en silencio. Yelena Vaslievna abandon la
sala, mientras el
viejo Karin coga las cartas y empezaba a jugar, toqueteando con
aire ausente la arandela
del candelero de plata.
-
2
Durante unos instantes, Tatiana Ivanovna sigui escuchando el
tintineo de los
cascabeles, cada vez ms lejano. Van deprisa, se dijo. De pie en
medio del sendero, se
sujetaba el mantn alrededor de la cara con ambas manos. Fina y
leve, la nieve se le meta
en los ojos como polvo. Haba salido la luna, y las profundas
huellas del trineo en el manto
blanco destacaban con un brillo azulado. De pronto, el viento
cambi de direccin y, al
instante, empez a nevar con fuerza. El dbil cascabeleo haba
cesado; en el silencio, el
crujido de los abetos helados pareca el sordo gemido de un
esfuerzo humano.
La anciana regres a la casa a paso lento. Pensaba en Kiril y
Yuri con una especie de
dolorosa estupefaccin. La guerra Imaginaba vagamente un campo de
batalla, caballos al
galope, obuses que estallaban como vainas maduras. Como en una
imagen vista en
dnde? Sin duda, en un libro escolar que los nios haban
coloreado. Pero qu nios?
stos o Nikoli Alexndrovich y sus hermanos? A veces, cuando se
senta cansada, como
aquella noche, su memoria los confunda. Un largo sueo borroso No
despertara con el
llanto de Kolinka en la vieja habitacin, como antao?
Cincuenta y un aos En esa poca, tambin ella tena marido, y un
hijo. Pero
ambos haban muerto. Haca tanto tiempo que a veces le costaba
recordar sus caras. S, todo
pasaba, todo estaba en manos de Dios.
Subi al dormitorio del pequeo Andri, el hijo menor de los Karin,
que estaba a su
cuidado. An dorma con ella en la gran habitacin de la esquina,
que haba sido la de
Nikoli Alexndrovich y despus la de sus hermanos y hermanas.
Todos haban muerto o
estaban lejos. Resultaba demasiado grande y de techos muy altos
para los escasos muebles
que ahora contena, su cama y la camita de Andri, con cortinas
blancas y un pequeo
icono antiguo colgado entre los barrotes del cabecero. Un bal
lleno de juguetes, un
pequeo pupitre antiguo de madera blanca, que los cuarenta aos
transcurridos haban
recubierto de una ptina agrisada, como una laca Cuatro ventanas
desnudas, el viejo
entarimado rojizo. Durante el da, el aire y la luz lo inundaban
todo. Pero cuando llegaba la
noche, con su extrao silencio, Tatiana Ivanovna se deca: Ya es
hora de que vengan
otros.
Encendi una vela, que ilumin dbilmente el techo, pintado con
ngeles de cara
redonda y burlona, cubri la llama con un cono de cartn y se
acerc a Andri. Dorma
profundamente, con la dorada cabeza hundida en la almohada. Le
toc la frente y las
manitas, abiertas sobre la sbana, y se sent a su cabecera, en el
sitio de costumbre. Por la
noche se pasaba horas enteras as, medio dormida, amodorrada al
calor de la estufa,
tejiendo y pensando en el pasado y en el da en que Kiril y Yuri
se casaran y sus hijos
dormiran all. Andri no tardara en irse, pues a los seis aos los
nios se mudaban al piso
-
inferior, con los preceptores y las gobernantas. Pero la vieja
habitacin nunca haba
permanecido vaca mucho tiempo. Kiril? Yuri? O quiz Lul? Mir la
vela, que se
consuma en el silencio con un fuerte y montono chisporroteo, y
movi suavemente la
mano, como si meciera una cuna.
Si Dios quiere, an ver unos cuantos murmur. Llamaron a la
puerta. La
anciana se levant. Eres t, Nikoli Alexndrovich? pregunt en voz
baja.
S, ninechka.
Ve con cuidado, no despiertes al nio
El hombre entr. Ella cogi una silla y la acerc a la estufa con
cuidado.
Ests cansado? Quieres un poco de t? Enseguida caliento el
agua
No, deja. No quiero nada respondi l, detenindola con un
gesto.
La anciana recogi la labor, que se le haba cado al suelo, volvi
a sentarse y sigui
moviendo las brillantes agujas con rapidez.
Haca mucho tiempo que no venas a vernos
Por toda respuesta, el hombre acerc las manos a la ronroneante
estufa.
Tienes fro, Nikoli Alexndrovich?
l cruz los brazos sobre el pecho con un leve escalofro.
Ya has vuelto a enfriarte? exclam la anciana como cuando era
pequeo.
Claro que no, mi vieja ninechka. Tatiana neg con la cabeza
descontenta, pero
no dijo nada. El hombre mir la cama del nio. Duerme?
S. Quieres verlo?
Se levant, cogi la vela y se acerc a l. Nikoli Alexndrovich no
se movi. La
anciana se inclin y acto seguido le puso la mano en el
hombro.
Nikoli Kolinka
Djame murmur l.
Ella se apart en silencio.
Era mejor callar. Sin embargo, ante quin poda llorar libremente
si no era ante
-
ella? Porque la pobre Yelena Vaslievna Ms vala callar. Retrocedi
poco a poco hacia
la oscuridad y murmur:
Espera. Preparar t. Nos entonar a los dos.
Cuando volvi, Nikoli Alexndrovich pareca ms calmado. Con un
movimiento
mecnico accionaba la maneta de la estufa, de la que caa la
cascarilla con un leve ruido de
arena.
Mira, Tatiana Cuntas veces te he dicho que mandes tapar estos
agujeros?
Mira, mira dijo, sealando una cucaracha que corra por el
entarimado. Salen de ah.
Te parece higinico para la habitacin de los nios?
Sabes muy bien que es seal de prosperidad respondi ella,
encogindose de
hombros. A Dios gracias, aqu siempre las hubo, y aqu te has
criado t y otros antes de
ti. Le puso en las manos una taza y removi el t con la
cucharilla. Bbetelo mientras
est caliente. Tienes bastante azcar?
l no respondi. Con expresin cansada y ausente bebi un sorbo y,
de pronto, se
levant.
Bien Buenas noches. Que reparen la estufa, me oyes?
Como quieras.
Almbrame.
La anciana cogi la vela, lo acompa hasta la puerta y baj delante
de l los tres
peldaos del umbral, cuyos rojizos ladrillos bailaban medio
sueltos y vencidos hacia un
lado, como hundidos por un peso.
Ve con cuidado. Ya te vas a dormir?
Dormir? Estoy triste, Tatiana, tengo el alma triste
Dios cuidar de ellos, Nikoli Alexndrovich. Se muere en la cama.
Dios protege
al cristiano en medio de las balas.
Lo s, lo s
Hay que confiar en Dios.
Lo s repiti l. Pero no es slo eso
Entonces, qu, barin?
-
Todo va mal, Tatiana. T no puedes comprenderlo. La anciana
asinti con la
cabeza. Ayer tambin se llevaron a mi sobrino nieto, el hijo de
mi sobrina de Sujarevo, a
esta maldita guerra. Es el nico hombre de la familia, puesto que
al mayor lo mataron en
Pentecosts. Slo quedan una mujer y una nia pequea, de la edad de
nuestro Andri
Cmo van a cultivar los campos? Nadie se libra de la
desgracia.
S, son malos tiempos. Quiera Dios
Bien la interrumpi l. Buenas noches, Tatiana.
Buenas noches, Nikoli Alexndrovich.
La anciana esper inmvil a que cruzara el saln, atenta al crujido
del entarimado
bajo sus pies. Luego abri la pequea trampilla practicada en la
ventana. Una rfaga helada
le azot el rostro, agitndole el mantn y los revueltos mechones
de su cabello. Cerr los
ojos y sonri. Haba nacido en una lejana propiedad de los Karin,
al norte de Rusia, y para
ella nunca soplaba demasiado viento ni haba demasiado hielo.
En mi tierra, en primavera rompamos el hielo con los pies
desnudos, y an sera
capaz de hacerlo, sola decir.
Cerr la trampilla. Los silbidos del viento se acallaron. Ya no
se oa ms que el
tenue ruido del yeso al desprenderse de las viejas paredes con
un susurro de reloj de arena,
y el sordo y profundo crujido de la madera antigua, roda por las
ratas.
Tatiana Ivanovna volvi a su habitacin, rez largo rato y se
desvisti. Era tarde.
Apag la vela, suspir y, rompiendo el silencio, dijo varias
veces:
Dios mo, Dios mo
Y se durmi.
-
3
Tras cerrar las puertas de la casa vaca, Tatiana Ivanovna subi
al pequeo mirador
construido en el tejado. Era una tranquila noche de mayo, suave
y ya clida. Sujarevo arda:
las llamas se vean con nitidez y se oan gritos lejanos, trados
por el viento.
Los Karin haban huido en enero de 1918, cinco meses antes, y
desde entonces la
anciana haba divisado todos los das en el horizonte pueblos
incendiados, que se apagaban
y volvan a arder, a medida que pasaban del dominio de los rojos
al de los blancos, y de
nuevo al de los rojos. Pero el incendio nunca haba estado tan
cerca como aquella noche: el
resplandor iluminaba el parque abandonado de tal modo que podan
verse hasta las lilas del
sendero principal, que haban florecido el da anterior. Engaados
por la claridad, los
pjaros volaban como en pleno da. Los perros aullaban. Luego, el
viento cambi de
direccin y se llev el fragor del fuego y su olor. El viejo
parque volvi a quedar a oscuras
y en silencio, y el aroma de las lilas inund el aire.
La anciana esper unos instantes y, con un suspiro, baj de nuevo.
Se haban
retirado las alfombras y cortinas de las habitaciones. Las
ventanas estaban condenadas con
tablas y aseguradas con barras de hierro. Haba guardado la plata
en los stanos, en el fondo
de los bales, y enterrado la valiosa porcelana en la parte
antigua del huerto, que se hallaba
abandonado. Algunos campesinos, convencidos de que toda aquella
riqueza acabara en sus
manos, la haban ayudado. La gente ya no se preocupaba del prjimo
ms que para
apoderarse de sus bienes. As que no diran nada a los comisarios
de Mosc. Ms tarde, ya
se vera Adems, sin ellos no habra podido hacerlo. Estaba sola;
los criados se haban
ido haca tiempo. El cocinero Antipas, el ltimo en dejarla, se
haba quedado con ella hasta
marzo, cuando haba muerto. El hombre tena la llave de la bodega,
y no necesitaba ms.
Deberas beber, Tatiana le deca. El vino quita todas las penas.
Mira, estamos
solos, abandonados como perros, pero no me importa. Mientras
tenga vino, todo me da
igual.
Pero a ella nunca le haba gustado beber. Una noche, durante una
de las ltimas
tormentas de marzo, mientras estaban sentados en la cocina,
Antipas haba empezado a
divagar, a recordar la poca en que fue soldado.
Los jvenes no son tan tontos, con su revolucin Ahora es la suya
Bastante
nos han chupado la sangre esos malditos cerdos, esos sucios
barin.
Ella no replic. Para qu? El cocinero amenaz con prender fuego a
la casa, vender
las joyas y los iconos escondidos. Luego sigui disparatando un
rato y de repente solt una
especie de aullido quejumbroso:
-
Alexandr Kirilvich! Por qu nos dejaste, barin?
De su boca brot una ola de vmitos, sangre negra y alcohol. Tras
una larga agona,
haba fallecido al amanecer.
Tatiana Ivanovna asegur las puertas del saln con las cadenas de
hierro y sali a la
terraza por la portezuela disimulada de la galera. Las estatuas
seguan encerradas en sus
cajas de tablas. Las haban metido en ellas en septiembre de 1916
y all se haban quedado.
La anciana mir la casa. La nieve derretida haba ennegrecido el
delicado amarillo de la
piedra; bajo las hojas de acanto, el estuco se desconchaba y
dejaba al descubierto manchas
blancuzcas, como marcas de bala. El viento haba roto algunos
cristales del invernadero de
los naranjos.
Si Nikoli Alexndrovich viera esto
Ech a andar por el sendero, pero a los pocos pasos se detuvo,
llevndose una mano
al corazn. Ante ella haba una figura humana. Por unos instantes,
mir aquel rostro plido
y extenuado bajo la gorra militar sin reconocerlo.
Eres t? pregunt al fin. Eres t, Yuroska
Claro respondi l con una expresin extraamente indecisa y fra.
Podras
esconderme esta noche?
No te apures dijo ella, como antao.
Entraron en la casa y se dirigieron a la cocina desierta. La
anciana encendi una vela
y le ilumin el rostro.
Cmo has cambiado, Dios mo! Ests enfermo?
Tuve el tifus respondi Yuri con voz apagada, ronca y carrasposa.
Estuve
moribundo, y bien cerca de aqu, en Temnaya Pero no me atreva a
hacrtelo saber. Me
hallo bajo amenaza de arresto y pena de muerte concluy en el
mismo tono montono y
fro. Tengo sed
La anciana le sirvi agua y se arrodill para desatar los trapos
sucios y
ensangrentados que le envolvan los pies.
He andado mucho murmur l.
Por qu has venido? le pregunt ella, alzando la cabeza. Aqu
los
campesinos estn locos.
Bah! Es igual en todas partes Cuando sal de la crcel, mis padres
se haban
marchado a Odesa. Adnde poda ir? La gente va y viene, unos hacia
el norte, otros hacia
-
el sur Se encogi de hombros. Es igual en todas partes repiti con
indiferencia.
Estuviste en la crcel? murmur la anciana juntando las manos, en
un gesto de
asombro y dolor.
Seis meses.
Por qu?
Slo el diablo lo sabe. Se interrumpi y se qued inmvil. Sal de
Mosc
prosigui con esfuerzo. Un da, sub a un tren ambulancia, y los
enfermeros me
escondieron. An tena dinero Viaj con ellos diez das. Luego
camin. Pero haba
cogido el tifus. Me desplom en un campo, cerca de Temnaya. Me
recogieron unos
campesinos. Me qued con ellos un tiempo, pero al final, como se
acercaban los rojos, les
entr miedo y tuve que marcharme.
Dnde est Kiril?
Lo encarcelaron conmigo. Pero consigui escapar y reunirse con
nuestros padres
en Odesa. Cuando todava estaba en la crcel, lograron hacerme
llegar una carta. Al salir,
haca tres semanas que se haban ido. Nunca he tenido suerte, mi
querida ninechka
aadi sonriendo con irnica resignacin. Ni siquiera en la crcel:
Kiril estaba en la
celda con una preciosidad, una actriz francesa, y yo con un
viejo judo. Se ech a rer,
pero call como sorprendido de su propia risa, sorda y rota.
Entonces apoy la cara en la
mano y murmur: Me alegro mucho de estar en casa, ninechka
Y se qued dormido.
Durmi varias horas mientras la anciana, sentada frente a l, lo
miraba sin moverse,
dejando que las lgrimas resbalaran silenciosamente por su vieja
y plida cara. Luego lo
despert, lo hizo subir a la habitacin de los nios y lo ayud a
acostarse. Deliraba un poco
y tocaba ahora el espacio entre los barrotes de la camita de
Andri, donde haba estado el
pequeo icono, ahora el calendario que colgaba de la pared,
adornado con un retrato en
color del zar, como en su infancia.
No lo entiendo, no lo entiendo repeta, sealando con el ndice la
hoja, con
fecha del 18 de mayo de 1918.
Al cabo de un rato, mir sonriendo la persiana, que se balanceaba
con suavidad, el
parque, los rboles iluminados por la luna, y el sitio junto a la
ventana en que el viejo
entarimado formaba una pequea depresin. La tenue claridad se
rebalsaba en ella y se
mova, oscilaba como una mancha de leche. Cuntas veces, mientras
su hermano dorma, se
haba levantado para quedarse all, sentado en el suelo,
escuchando el acorden del
cochero, las risas ahogadas de las sirvientas El perfume de la
lilas era muy intenso, como
esa noche. Yuri inclin la cabeza y de forma instintiva trat de
percibir en el silencio el
quejumbroso sonido del acorden. Pero slo se oa un dbil y suave
rugido, por momentos.
-
Se incorpor en la cama y le toc el hombro a la anciana, sentada
junto a l en la penumbra.
Qu es eso?
No lo s. Se oye desde ayer. Truenos, una tormenta de mayo,
quiz.
Eso? rezong Yuri, y de pronto se ech a rer mirndola fijamente
con los ojos
dilatados, que la fiebre aclaraba y haca arder con una especie
de dura luz. Son caones,
querida ninechka! Ya deca yo Era demasiado bonito Murmur unas
frases
confusas, entrecortadas por carcajadas, y luego aadi con voz ms
clara: Morir
tranquilo en esta cama, estoy cansado
Por la maana, la fiebre le haba bajado. Quiso levantarse, salir
al parque, respirar el
aire tibio y puro de la primavera, como antao Eso era lo nico
que no haba cambiado.
El jardn abandonado, lleno de malas hierbas, tena un aspecto
lamentable y triste. Entr en
el pequeo pabelln, se tumb boca arriba en el suelo y empez a
jugar distradamente con
los pedazos de cristal pintado, mirando la casa a travs de
ellos. En la crcel, mientras
esperaba a que lo ejecutaran en cualquier momento, una noche
haba visto la casa en
sueos, como la vea ahora, desde las ventanas del pabelln, pero
abierta y con las terrazas
llenas de flores. En su sueo, oa incluso a las torcaces que se
paseaban por el tejado. Se
haba despertado con un sobresalto y haba pensado: Maana me
matan, seguro. Slo se
puede recordar as justo antes de morir.
La muerte No lo asustaba. Pero abandonar el mundo en medio del
caos de aquella
revolucin, olvidado por todos, abandonado Qu absurdo, todo
Bueno, todava no
estaba muerto. Quin saba Puede que se salvara. La casa Crea que
no volvera a
verla, y all estaba. Y tambin aquellos cristales pintados, que
el viento siempre rompa y
con los que jugaba de nio, imaginndose las colinas de Italia,
seguramente porque eran del
rojo violceo de la sangre y el vino tinto. Tatiana Ivanovna
entraba y le anunciaba: Tu
madre te llama, corazn.
Tatiana Ivanovna entr con un plato de patatas y pan.
Cmo te las arreglas para comer? le pregunt Yuri.
A mi edad, una no necesita mucho. Siempre he tenido patatas, y a
veces en el
pueblo hay pan. No me ha faltado de nada. Se arrodill junto a l
y le dio de comer y
beber como si estuviera demasiado dbil para llevarse los
alimentos a la boca. Yuri y
si te fueras ahora? l frunci el cejo y la mir sin responder.
Podras ir andando hasta
la casa de mi sobrino. l no te har dao. Si tienes dinero, te
ayudar a conseguir caballos y
podrs llegar a Odesa. Est lejos?
Tres, cuatro das en tren, en poca normal. Ahora slo Dios lo
sabe.
Qu otra cosa puedes hacer? Dios te ayudara. Podras reunirte con
tus padres y
darles esto. No he querido confirselo a nadie confes la anciana,
ensendole el
-
dobladillo de la falda. Son los diamantes del collar grande de
tu madre; antes de irse me
dijo que los escondiera. No pudieron llevarse nada; se marcharon
la noche en que los rojos
tomaron Temnaya, pues teman que los detuvieran. Cmo viven
ahora?
Mal, sin duda respondi Yuri, y se encogi de hombros con
cansancio.
Bueno, maana veremos. Pero no te ilusiones; es igual en todas
partes. Y aqu al menos los
campesinos me conocen. Nunca les he hecho nada
Quin puede saber lo que tienen en el alma esos desgraciados? gru
la
anciana.
Maana, maana repiti Yuri cerrando los ojos. Maana veremos. Aqu
se
est tan bien, Dios mo
As transcurri el da. Al anochecer, Yuri volvi a la casa. El
crepsculo fue tan
puro y tranquilo como el da anterior. Dio un rodeo y pas junto
al estanque. Los arbustos
que lo circundaban se haban deshojado en otoo, y an estaba
cubierto de una espesa capa
de hojas secas atrapadas bajo el hielo. Las lilas caan en forma
de llovizna; en algunos
puntos, se vea apenas el agua negra, que reluca dbilmente.
Entr y volvi a subir a la habitacin infantil. Tatiana Ivanovna
haba puesto la mesa
delante de la ventana abierta. Yuri reconoci uno de los
mantelitos de tela fina que se
empleaban cuando los nios coman en su habitacin, durante las
breves enfermedades, y el
viejo tenedor, el cuchillo de plata sobredorada, el deslustrado
cubilete
Come y bebe, corazn. Te he subido una botella de la bodega. Y
antes te
encantaban las patatas asadas en las ascuas
Desde entonces, he perdido el gusto respondi Yuri riendo. Pero
gracias de
todas formas, mi vieja ninechka.
Caa la noche. Yuri encendi una vela y la coloc en un extremo de
la mesa. La
llama, recta y transparente, arda en la serena oscuridad.
Ninechka murmur al cabo de unos instantes. Por qu no te fuiste
con
mis padres?
Alguien tena que quedarse para cuidar la casa.
T crees? dijo l con una especie de irnica melancola. Y para
quin,
Dios mo? Un silencio. No te gustara reunirte con ellos? le
pregunt al fin.
Ir si me llaman. Encontrara el camino. Jams he sido torpe ni
tonta, gracias a
Dios. Pero qu sera de esta casa? La anciana se interrumpi y,
bajando la voz, dijo:
Escucha! Abajo estaban llamando. Ambos se levantaron de un
brinco. Escndete,
Yuri! Escndete, por amor de Dios!
-
l se acerc a la ventana y mir fuera con precaucin. Haba salido
la luna.
Reconoci al hombre, inmvil en mitad del sendero.
Yuri Nikolaivich! Soy yo, Ignat! grit el otro, tras retroceder
unos pasos.
Se trataba de un joven cochero que se haba criado en el hogar de
los Karin. De
pequeo, Yuri y l jugaban juntos. l era quien cantaba en el
parque las noches de verano
acompandose del acorden. Qu diablos, si ste quiere hacerme algo
se dijo Yuri,
al cuerno con todo, y yo el primero.
Sube, muchacho! grit, asomndose a la ventana.
No puedo, la puerta est atrancada.
Baja a abrirle, Taniushka. Est solo.
Pero qu has hecho, desgraciado? le susurr la anciana.
Lo que tenga que ser, ser contest Yuri, haciendo un gesto de
hasto con la
mano. Adems, me haba visto. Anda, baja a abrirle.
Muda y temblorosa, la anciana permaneca inmvil. Yuri avanz hacia
la puerta,
pero entonces ella lo detuvo; de repente la sangre le haba
vuelto a las mejillas.
Qu haces? No eres t quien ha de bajar a abrirle al cochero.
Espera aqu.
l se encogi de hombros y volvi a sentarse. Cuando la anciana
reapareci seguida
por Ignat, se levant y se acerc a ellos.
Buenas noches. Me alegro de volver a verte.
Lo mismo digo, Yuri Nikolaivich respondi sonriendo el joven, que
tena un
rostro agradable, redondo y sonrosado.
T no has pasado hambre, eh?
Dios me ha ayudado, barin.
An tocas el acorden?
A veces.
Espero volver a orte. Me quedar algn tiempo Ignat no respondi;
segua
sonriente, enseando los dientes, grandes y brillantes. Quieres
beber algo? Srvele vino,
Tatiana.
-
La anciana obedeci refunfuando. El joven bebi.
A su salud, Yuri Nikolaivich!
Se quedaron callados. Tatiana Ivanovna avanz unos pasos.
Bueno, ahora vete. El joven barin est cansado.
Aun as, tiene que acompaarme al pueblo, Yuri Nikolaivich
Vaya! Por qu? murmur Yuri bajando instintivamente la voz. Por
qu,
muchacho?
Debe hacerlo.
De pronto, la anciana hizo amago de abalanzarse sobre l, y Yuri
advirti en su
rostro habitualmente plido y tranquilo una fugaz expresin tan
extraa y salvaje que se
estremeci.
No te metas dijo casi con desesperacin. Calla, te lo suplico. No
pasa nada
Ah, maldito hijo de perra! gritaba la vieja aya con las nudosas
manos como
garras, sin escucharlo. Crees que no leo en tu mirada lo que
piensas? Y quin eres t
para darle rdenes a tu seor?
El joven se volvi hacia ella con expresin demudada y la observ
con ojos
centelleantes. Luego pareci calmarse.
Cllate, abuela respondi en tono glacial. En el pueblo hay gente
que desea
ver a Yuri Nikolaivich, eso es todo.
Sabes al menos qu quieren de m? pregunt Yuri, que de pronto se
senta
cansado, con un nico y profundo deseo en el alma: tumbarse y
dormir mucho tiempo.
Hablar sobre el reparto del vino. Hemos recibido rdenes de
Mosc.
Vaya! As que se trata de eso Te ha gustado mi vino De todas
formas,
habras podido esperar hasta maana, no te parece?
Avanz hacia la puerta, seguido por Ignat. Se detuvo en el
umbral. El cochero
pareci dudar un instante, pero de repente, con el mismo gesto
con que en otros tiempos
coga el ltigo, se llev la mano al cinturn, sac la pistola y
dispar dos veces. El primer
tiro alcanz entre los omplatos a Yuri, que solt una especie de
grito de asombro
acompaado de un gemido. La segunda bala le penetr en la nuca y
lo mat en el acto.
-
4
Transcurrido un mes desde la muerte de Yuri, un primo de los
Karin, un anciano
medio muerto de hambre y cansancio que iba de Odesa a Mosc en
busca de su mujer,
desaparecida durante los bombardeos de abril, pernoct en la casa
y le dio noticias y la
direccin de Nikoli Alexndrovich y los suyos a Tatiana Ivanovna.
Estaban bien de salud,
pero vivan miserablemente.
Si pudieras encontrar a un hombre de confianza coment el
anciano,
titubeante para llevarles lo que dejaron aqu
Tatiana parti hacia Odesa con las joyas ocultas en el dobladillo
de la falda. Durante
tres meses camin sin descanso, como en su juventud, cuando iba
en peregrinacin a Kiev,
aunque a veces suba a alguno de los trenes llenos de gente
famlica que empezaban a
dirigirse al sur. Un da de septiembre, lleg a casa de sus
seores. Los Karin jams
olvidaran el instante en que abrieron la puerta y la vieron,
apurada pero serena, con el
hatillo al hombro y los diamantes golpendole las cansadas
piernas; tampoco olvidaran su
plido rostro, que pareca haberse quedado exange, ni su voz al
anunciarles la muerte de
Yuri.
Vivan en el barrio del puerto, en una habitacin oscura, con
sacos de patatas
colgados de las ventanas para amortiguar el impacto de las
balas. Yelena Vaslievna estaba
acostada en un jergn extendido en el suelo y Lul y Andri jugaban
a las cartas a la luz del
infiernillo, donde se consuman tres trozos de carbn. Haba
empezado el fro, y el viento
penetraba por los cristales rotos. Kiril dorma en un rincn y
Nikoli Alexndrovich haba
iniciado la que iba a ser la principal ocupacin de su vida:
pasear de una pared a otra con
las manos enlazadas a la espalda, pensando en lo que nunca
volvera.
Por qu lo mataron? pregunt Lul mientras las lgrimas le
resbalaban por la
cara, cambiada, envejecida. Por qu, Dios mo, por qu?
Teman que hubiera vuelto para reclamar las tierras. Pero decan
que Yuri siempre
haba sido un buen barin y que haba que ahorrarle el sufrimiento
de un juicio y una
ejecucin, que era mejor matarlo as
Cobardes! Cerdos! grit Kiril de pronto. Dispararle por la
espalda!
Malditos campesinos! No os azotamos lo bastante en su da! aadi,
blandiendo el
puo ante la anciana casi con odio. Lo oyes? Lo oyes?
Lo oigo respondi Tatiana Ivanovna. Pero de qu sirve lamentar que
haya
muerto as o de otra manera? Dios lo acogi en su seno, aun sin
los sacramentos; lo vi en la
-
paz de su rostro. Que l nos conceda a todos una muerte tan
serena. No se dio cuenta de
nada, no sufri.
Bah, no lo entiendes!
Es mejor as insisti la anciana.
Fue la ltima vez que pronunci el nombre de Yuri. Sus viejos
labios parecan
haberse cerrado para l de manera definitiva. Cuando los dems lo
mencionaban, no
responda; muda y hiertica, miraba el vaco con una especie de
glacial desesperacin.
El invierno fue extremadamente duro. Apenas tenan comida y ropa.
Lo nico que
de vez en cuando les permita conseguir algo de dinero eran las
joyas llevadas por Tatiana
Ivanovna. Odesa arda; la nieve caa lentamente e iba cubriendo
las calcinadas vigas de las
casas destruidas, los cadveres de la gente y los caballos
despedazados. En otros momentos,
la ciudad cambiaba; llegaban partidas de carne, fruta, caviar
slo Dios saba cmo.
Cesaban los caonazos y la vida, precaria y embriagadora,
recuperaba el pulso.
Embriagadora eso nicamente lo sentan Kiril y Lul. El recuerdo de
ciertas noches, de
paseos en barca con amigos de su edad, el sabor de los besos, el
olor de la brisa que al
amanecer alborotaba las olas del Mar Negro, jams se borraran de
su memoria.
Pas el largo invierno, y el verano, y el siguiente invierno,
durante el que la
hambruna fue tal que enterraban a los recin nacidos a montones,
en sacos viejos. Los
Karin sobrevivieron. En mayo consiguieron sacar pasaje en el
ltimo barco francs que
abandonaba Odesa, llegar a Constantinopla y luego a
Marsella.
El 28 de mayo de 1920 pusieron pie en el puerto marsells. En
Constantinopla
haban vendido las ltimas joyas, y todava les quedaba algo de
dinero, que por una vieja
costumbre llevaban cosido a los cinturones. Iban vestidos con
andrajos y tenan un aspecto
extrao, msero, hosco, atemorizador. Con todo, los nios parecan
alegres; rean con una
especie de sombra ligereza que haca que los adultos acusaran an
ms su propio
cansancio.
Un olor a flores y pimienta colmaba el lmpido aire de mayo. La
gente caminaba sin
prisas, se paraba en los escaparates, rea y alzaba la voz; las
luces, la msica de los cafs,
todo se les antojaba un extrao sueo.
Mientras Nikoli Alexndrovich reservaba las habitaciones en el
hotel, los nios y
Tatiana Ivanovna se quedaron unos instantes en la calle. Con el
plido rostro levantado y
los ojos cerrados, Lul aspiraba el aire perfumado del atardecer.
Las grandes farolas
elctricas conferan a la calle una luz difusa y azulada. Las
mimosas agitaban sus delgadas
ramas. Pasaron unos marineros, que miraron riendo a la joven
inmvil. Uno de ellos le
lanz una ramita florecida.
Qu pas tan bonito, tan encantador murmur ella, echndose a rer.
Es un
sueo, ninechka Mira
-
Pero la anciana, sentada en un banco, con la blanca cabeza
envuelta en su mantn y
las manos cruzadas sobre las rodillas, pareca dormitar. Sin
embargo, la joven repar en que
tena los ojos abiertos y miraba fijamente al frente.
Qu te pasa, ninechka? le dijo tocndole el hombro.
Sobresaltada, Tatiana se levant. En ese momento, Nikoli
Alexndrovich les hizo
seas desde la puerta del hotel.
Entraron y cruzaron lentamente el vestbulo, notando que las
miradas se clavaban en
sus espaldas con curiosidad. Las gruesas alfombras, a las que ya
no estaban acostumbrados,
parecan pegrseles a la suela de los zapatos como engrudo. En el
restaurante tocaba una
orquesta. Se detuvieron unos instantes para escuchar aquella
msica de jazz, que oan por
primera vez, con una mezcla de vago temor y absurdo embeleso.
Era otro mundo.
Una vez en las habitaciones, permanecieron un buen rato asomados
a las ventanas,
viendo pasar los coches.
Salgamos, salgamos! repetan los nios. Vayamos a un caf, al
teatro
Se baaron, se cepillaron la ropa y corrieron hacia la puerta.
Nikoli Alexndrovich
y su mujer los seguan despacio, penosamente, pero con la misma
ansia de libertad y aire.
Al llegar al umbral, Nikoli Alexndrovich se volvi. Lul haba
apagado la luz. Se
haban olvidado de Tatiana Ivanovna, sentada junto a la ventana.
Su cabeza agachada se
recortaba contra la luz de la farola que se alzaba frente al
pequeo balcn. Estaba inmvil y
pareca como a la espera.
Vienes con nosotros, ninechka? le pregunt. La anciana no
respondi. No
tienes hambre?
Tatiana neg con la cabeza y se levant de pronto, retorciendo
nerviosamente los
flecos del mantn.
Debo deshacer las maletas de los nios? Cundo nos vamos?
Pero si acabamos de llegar dijo Nikoli Alexndrovich. Por qu
quieres
marcharte?
No s respondi la vieja aya con expresin ausente y cansada.
Crea
Respir hondo, abri los brazos y murmur: Est bien.
Quieres acompaarnos?
No, Yelena Vaslievna, gracias contest con esfuerzo. No, de
verdad.
-
Se oa a los nios corriendo por el pasillo. Sus padres se miraron
en silencio y
suspiraron. A continuacin, Yelena hizo un ademn de cansancio y
sali. Nikoli la sigui
y cerr la puerta con suavidad.
-
5
Los Karin llegaron a Pars a comienzos del verano y alquilaron un
pisito amueblado
en la rue Arc-de-Triomphe. En esa poca, la capital francesa
estaba invadida por la primera
oleada de emigrados rusos, que se haban instalado en Passy y los
alrededores de la place
de ltoile, atrados de manera instintiva por el cercano Bois de
Boulogne. Ese ao, el calor
resultaba sofocante.
El piso era pequeo, oscuro, asfixiante; ola a humedad y ropa
vieja. Los techos
bajos parecan pesar sobre las cabezas. Las ventanas daban al
alto y estrecho patio, cuyas
encaladas paredes reflejaban el sol de julio implacablemente.
Por las maanas, los Karin
cerraban ventanas y contraventanas y se pasaban el da
enclaustrados en aquellas cuatro
pequeas y sombras habitaciones, atemorizados por los ruidos de
Pars, respirando con
repugnancia el tufo de los fregaderos y las cocinas que suba del
patio. Iban y venan de una
pared a otra en silencio, como las moscas de otoo, que, cuando
el calor y la luz estivales
han tocado a su fin, revolotean con torpeza contra los
cristales, cansadas e irritadas,
arrastrando sus muertas alas.
Sentada todo el da en el pequeo lavadero, en un extremo de la
vivienda, Tatiana
remendaba. De vez en cuando, la chica para todo, una muchacha
normanda, fresca,
sonrosada y robusta como un perchern, abra la puerta y,
convencida de que la extranjera
la entendera mejor si le hablaba vocalizando bien alto, como a
una sorda, alzaba su
estentrea voz hasta hacer temblar la tulipa de porcelana de la
lmpara.
No se aburre? le preguntaba.
Tatiana Ivanovna negaba levemente con la cabeza, y la normanda
segua
provocando estrpito con los cacharros.
A Andri lo haban enviado a estudiar interno a Bretaa, a la
orilla del mar. Kiril se
march poco despus. Se haba reencontrado con su compaera de
crcel, la actriz francesa
que en 1918 comparti celda con l en San Petersburgo, y que ahora
viva mantenida a todo
tren. Era una chica bonita y generosa, una rubia de bellas y
exuberantes formas, y estaba
loca por l. Eso simplificaba la vida del muchacho. Pero cuando
volva a casa, a veces al
amanecer, le daba por asomarse a la ventana y mirar el patio con
el deseo de yacer inerte
sobre aquellos adoquines rosceos y haber acabado para siempre
con el amor, el dinero y
sus complicaciones.
Luego se le pasaba. Se compraba ropa buena. Beba. A finales de
julio, Kiril se fue a
Deauville con su amante.
-
En Pars, al atardecer, cuando el calor aflojaba, los Karin salan
e iban al Bois, al
pabelln Dauphine. Los padres se quedaban all, escuchando con
aire melanclico la
msica de las orquestas, recordando las islas y los jardines de
Mosc, mientras Lul
paseaba con otros chicos y chicas por los oscuros senderos
recitando versos y jugando al
juego del amor.
Tena veinte aos. Era menos bonita que antes; delgada, se mova
con la brusquedad
de un chico y tena la piel morena, spera, quemada por el viento
de la larga travesa, y una
expresin extraa, hastiada y cruel. Le haba gustado aquella vida
agitada, precaria y
azarosa, y ahora le encantaban aquellos paseos durante los
atardeceres parisinos y las
largas, silenciosas veladas en las tabernas, los cafetines
abarrotados, con su olor a humedad
y alcohol y el ruido de los billares en la sala del fondo. Hacia
la medianoche, se iban a casa
del uno o del otro, donde seguan bebiendo y acaricindose en la
penumbra. Los padres
dorman; oan vagamente la msica del gramfono hasta el amanecer,
pero no vean, o no
queran ver nada.
Una noche, Tatiana Ivanovna sali de su habitacin para recoger la
ropa, que se
secaba en el cuarto de aseo. La vspera la haba dejado olvidada
en el calentador de bao, y
tena que zurcirle unas medias a Lul. A veces trabajaba por la
noche, pues no necesitaba
dormir mucho, y a las cuatro o las cinco ya estaba en pie,
vagando en silencio por las
habitaciones. Nunca entraba en el saln.
Esa noche, oy pasos y voces en el vestbulo. Los chicos deban de
haberse ido
haca rato Vio luz bajo la puerta del saln. Otra vez se les ha
olvidado apagarla, pens.
Abri y, en ese momento, oy el gramfono, amortiguado por una
muralla de cojines: la
msica, baja, ahogada, pareca pasar a travs de una espesa capa de
agua. La habitacin
estaba casi a oscuras. Una sola lmpara, cubierta con una tela
roja, iluminaba el divn,
donde Lul, tumbada y con el vestido desabrochado sobre el pecho,
pareca dormir
abrazada a un chico de plido y delicado rostro. La anciana se
acerc. En efecto, estaban
dormidos, con los labios todava juntos y las caras pegadas. La
habitacin ola a humo y
alcohol y el suelo se hallaba cubierto de copas, botellas vacas,
ceniceros llenos, discos y
almohadones que an conservaban impresa la forma de los
cuerpos.
Lul se despert, mir a la anciana y sonri. Sus dilatados ojos,
enturbiados por el
vino y la fiebre, expresaban una burlona indiferencia y un
enorme cansancio.
Qu quieres? pregunt en voz baja. Su larga melena desparramada
rozaba la
alfombra. Al tratar de incorporarse, profiri un quejido, pues la
mano del chico le aferraba
los revueltos cabellos. Se solt con brusquedad y se sent. Qu
pasa? inquiri
irritada.
Tatiana Ivanovna miraba al muchacho, a quien conoca. De nio lo
haba visto a
menudo en casa de los Karin. Era el prncipe Yuri Andronikoff; se
acordaba de sus largos
bucles rubios y sus cuellos de encaje.
Scalo de aqu ahora mismo, me oyes? mascull, con el viejo rostro
plido y
-
crispado.
Vale, pero calla acept Lul encogindose de hombros. Enseguida se
va
Luliska murmur la anciana.
S, s Pero que no te oigan, por amor de Dios. La chica par el
gramfono,
encendi un cigarrillo, lo tir casi al instante y pidi
lacnicamente: Aydame.
En silencio, ambas mujeres recogieron las colillas y las copas
vacas y pusieron
orden en el saln. Lul abri las ventanas y respir con avidez el
aire fresco que ascenda
del patio.
Qu calor, eh? coment.
Por toda respuesta, la vieja aya desvi la mirada con una especie
de hosco pudor.
Lul se sent en el alfizar y empez a balancearse con suavidad y a
canturrear. Se haba
despejado, pero pareca enferma. Sus demacradas mejillas asomaban
en forma de plidos
rodales bajo el maquillaje, borrado por los besos. Los grandes
ojos de oscuras ojeras
miraban al frente, profundos y vacos.
Puede saberse qu te pasa? Todas las noches la misma cantinela
dijo al fin con
la voz enronquecida por el vino y el tabaco, pero tranquila. Y
en Odesa, Dios mo? Y
en el barco? No te diste cuenta de nada?
Qu vergenza murmur la anciana entre asqueada y dolida. Qu
vergenza! Tus padres, que duermen ah al lado
Y qu? Acaso te has vuelto loca? No hacemos dao a nadie. Bebemos
un poco
y nos besamos, qu tiene de malo? Crees que mis padres no hacan
lo mismo cuando eran
jvenes?
No, hija.
Ah, eso piensas?
Yo tambin fui joven, Luliska. Hace mucho de eso, pero an
recuerdo la sangre
joven ardiendo en mis venas. Crees que se olvida? Y me acuerdo
de tus tas cuando tenan
veinte aos, como t ahora. Era en Karinovka, en primavera Ah, qu
tiempo hizo aquel
ao! Cada da, paseos por el bosque y el estanque. Y de noche,
bailes en casa, o en las
mansiones vecinas. Todas tenan un pretendiente y muchas veces se
marchaban todos
juntos a la luz de la luna, en troika. Tu difunta abuela deca:
En nuestra poca. Pero y
qu? Ellas saban muy bien que haba cosas permitidas y otras
prohibidas. A veces, venan
por la maana a mi habitacin a contarme lo que haba dicho ste o
aqul. Y un da se
prometieron, y luego se casaron y vivieron con honestidad, con
sus momentos de dolor y
felicidad, hasta que Dios las llam a su seno. Murieron jvenes,
ya lo sabes; una de parto y
-
la otra de unas malas fiebres, cinco aos despus. Y s, me
acuerdo. Tenamos los mejores
caballos de la regin, y a veces tu padre, que entonces era un
muchacho, y sus amigos se
iban de cabalgada al bosque con tus tas y otras chicas jvenes,
acompaados por criados,
que los precedan con las antorchas
Ya dijo Lul con amargura, abarcando con un gesto el triste y
oscuro saloncito
y el vodka barato en el fondo de la copa, que agitaba de forma
automtica entre los
dedos. Es evidente que el escenario ha cambiado
No es eso lo nico que ha cambiado gru la anciana, y mir a Lul
con
tristeza. Hija, perdname No tiene por qu darte vergenza
decrmelo, si te he visto
nacer Dime, al menos, no habrs cometido pecado? An eres
doncella?
Pues claro, tonta! respondi Lul, y se acord de la noche de
bombardeo en
Odesa, que haba pasado en casa del barn Rosenkranz, antiguo
gobernador de la ciudad.
El barn se hallaba en la crcel y su hijo viva solo en el
domicilio familiar. Los
caonazos haban empezado tan de repente que no le haba dado
tiempo a volver a casa y se
haba quedado toda la noche en el palacio desierto con Sergui
Rosenkranz. Qu habra
sido de l? Seguramente habra muerto. El tifus, el hambre, una
bala perdida, la crcel
haba dnde elegir. Qu noche Los muelles ardan. Desde la cama,
mientras se
acariciaban, vean las manchas de petrleo deslizndose en llamas
por el puerto. Recordaba
la casa de enfrente, con la fachada en ruinas y las cortinas de
tul ondeando en el vaco. Esa
noche, la muerte haba estado muy cerca.
Pues claro, ninechka repiti con gesto mecnico.
Pero Tatiana Ivanovna la conoca. Neg con la cabeza en silencio,
con los viejos
labios apretados.
Yuri Andronikoff gru, se volvi pesadamente en el divn y se
despert a medias.
Estoy muy borracho farfull.
Fue tambalendose hasta el silln, hundi la cabeza entre los
cojines y se qued
inmvil.
Ahora trabaja todo el da en un garaje y se muere de hambre. Si
no fuera por el
vino y lo dems, para qu bamos a vivir?
Ofendes a Dios, Lul.
De pronto, la joven ocult la cara entre las manos y empez a
sollozar con
desesperacin.
Oh, ninechka quiero estar en casa! En nuestra casa! gimi
retorcindose
-
las manos con un gesto nervioso y extrao que la anciana no le
conoca. Por qu nos
han castigado de este modo? No hemos hecho nada malo!
Tatiana le acarici suavemente el cabello revuelto, impregnado
del pertinaz olor a
tabaco y vino.
Es la voluntad de Dios.
Oh, me sacas de quicio! No sabes decir otra cosa Lul se enjug
las
lgrimas, apartando la cabeza con brusquedad. Vamos, djame! Vete.
Estoy nerviosa y
cansada. No les digas nada a mis padres. Para qu? Les haras
sufrir intilmente y no
impediras nada, creme. Nada. Eres demasiado vieja; no puedes
entenderlo.
-
6
Un domingo de agosto, cuando volvi Kiril, los Karin asistieron a
una misa en
memoria de Yuri. Fueron todos juntos paseando hasta la calle
Daru. Haca un da
esplndido, el cielo era de un azul deslumbrante. En la avenida
des Ternes haba una feria
al aire libre, msica ruidosa, polvo Los transentes miraban con
curiosidad a Tatiana
Ivanovna, con aquel mantn alrededor de la cabeza y la larga
falda.
La misa se celebraba en la cripta de la iglesia de la calle
Daru. Las velas crepitaban
con suavidad y, en los intervalos de los rezos, se oa gotear la
cera candente sobre las losas.
Por el descanso del alma del siervo de Dios, Yuri
El sacerdote, un anciano de manos largas y temblorosas, hablaba
bajo, con voz
suave y ahogada.
Los Karin rezaban en silencio. No pensaban en Yuri. l ya estaba
en paz; en cambio,
a ellos les quedaba tanto camino por delante, un camino tan
largo e incierto Dios mo,
protgeme imploraban. Dios mo, perdname. Arrodillada ante el
icono que
brillaba dbilmente en la penumbra, Tatiana Ivanovna era la nica
que inclinaba la frente
hasta rozar la fra losa pensando slo en Yuri, rezando por l y
nadie ms, por su salvacin
y su eterno descanso.
Acabada la misa, de regreso a casa, compraron rosas frescas a
una chica despeinada
y risuea con la que se toparon. Empezaba a gustarles aquella
ciudad y sus habitantes. En
las calles, en cuanto el sol asomaba, se olvidaba uno de todas
las penas y el alma se
aligeraba, sin saber por qu.
El domingo era el da libre de la criada. La comida fra estaba
servida en la mesa.
Apenas probaron bocado y luego Lul puso las flores delante de un
viejo retrato de Yuri de
cuando era nio.
Qu mirada tan extraa tena coment. Nunca me haba fijado. Una
especie
de indiferencia, de cansancio. Mirad
Siempre he notado esa mirada en los retratos de la gente que
deba morir joven o
de forma trgica murmur Kiril, incmodo. Como si lo supieran de
antemano y les
diera igual. Pobre Yuri Era el mejor de todos nosotros.
Contemplaron en silencio la pequea y desvada imagen.
-
Est tranquilo, es libre para siempre.
Lul arregl las flores con esmero, encendi dos velas, que puso a
ambos lados del
marco, y se quedaron todos de pie, inmviles, tratando de pensar
en Yuri. Pero no sentan
ms que una especie de tristeza glacial, como si desde su muerte
hubieran transcurrido
muchos aos, aunque slo haban pasado dos.
Yelena Vaslievna retir con cuidado el polvo del cristal con
gesto maquinal, como
quien enjuga unas lgrimas. De todos sus hijos, era a Yuri a
quien menos haba
comprendido, a quien menos haba querido. Est con Dios se dijo.
Es el ms feliz.
Les llegaba la algaraba de la feria que se celebraba en la
calle.
Qu calor hace aqu se quej Lul.
Bueno, hijos, pues salid propuso Yelena, volvindose. Qu queris
que
haga yo? Id a tomar el aire y a ver la fiesta. Cuando tena
vuestra edad, prefera las ferias de
Ramos en Mosc a las fiestas de la Corte.
A m tambin me gustan las ferias dijo Lul.
Anda, ve repiti la madre con voz cansada.
Lul se march con Kiril. De pie ante la ventana, Nikoli
Alexndrovich miraba sin
verlas las blancas paredes del patio. Su mujer suspir. Cmo haba
cambiado Iba sin
afeitar y con una chaqueta vieja llena de lamparones. Con lo
guapo y encantador que haba
sido. Y ella? Se mir con disimulo en un espejo y vio su rostro
macilento, el feo
abotargamiento de la carne y la vieja bata de franela,
desabrochada. Una vieja, Dios mo,
era una vieja!
Ninechka dijo de pronto.
Nunca la haba llamado as. La anciana, que se afanaba en silencio
de mueble en
mueble, colocando bien esto y aquello, le dirigi una mirada
ausente, extraa.
Barina?
Cmo hemos envejecido, eh, mi pobre Tatiana? Pero t no cambias.
Es un
consuelo verte. No, realmente ests igual que siempre.
A mi edad, ya no se cambia ms que en el atad respondi la anciana
con una
dbil sonrisa.
An te acuerdas de nuestra casa? le pregunt en voz baja su ama
tras un
instante de vacilacin.
-
La anciana enrojeci de repente mientras alzaba las temblorosas
manos al aire.
Que si me acuerdo, Yelena Vaslievna? Dios mo Podra decir dnde
estaba
cada cosa! Podra entrar y recorrerla con los ojos cerrados.
Recuerdo cada vestido que se
pona, y los trajes de los nios, y los muebles, el parque Dios
mo!
El saln de los espejos, mi saloncito rosa
El canap donde estaba sentada cuando yo le bajaba los nios, las
tardes de
invierno
Y antes de eso? Nuestra boda?
Todava me parecer estar viendo el traje que vesta, los diamantes
que adornaban
su cabello. Era un vestido de moar, con los encajes antiguos de
la difunta princesa. Ay,
Dios mo! Luliska no los tendr as
Ambas guardaron silencio. Nikoli Alexndrovich miraba fijamente
el sombro
patio. En sus recuerdos, vea de nuevo a su esposa como apareci
ante l la primera vez, en
aquel baile, cuando an era la condesa Eletzkaia, con su
maravilloso vestido de satn
blanco y su cabello dorado. Cunto la haba amado Pero iban a
acabar juntos su vida, y
eso era bonito. Si al menos aquellas dos pudieran estar en
silencio, si no existieran esos
recuerdos en el fondo del corazn, la vida sera soportable.
Para qu? Para qu? mascull con visible esfuerzo, sin girar la
cabeza. Se
acab. Eso no volver. Que esperen otros, si quieren. Y con tono
iracundo, repiti: Se
acab, se acab.
Yelena Vaslievna le cogi la mano y se llev a los labios los
plidos dedos, como
antao.
A veces, todo vuelve a surgir del fondo del alma Pero no hay
nada que hacer.
Es la voluntad de Dios. Kolia, mi amor, mi amigo Estamos juntos;
lo dems Hizo
un vago ademn. Se miraron en silencio buscando en el fondo del
pasado otras facciones y
sonrisas en sus arrugadas caras. El saln estaba oscuro; haca
calor. Cojamos un taxi,
vayamos a algn sitio esta noche, quieres? propuso ella. Hace
tiempo, haba un
pequeo restaurante cerca de Ville-dAvray, a la orilla del lago.
Estuvimos all en mil
novecientos ocho, te acuerdas?
S.
Puede que an exista.
Puede admiti l encogindose de hombros. Siempre creemos que todo
se
hunde con nosotros, verdad? Vayamos a ver.
-
Se levantaron y encendieron la luz. Tatiana Ivanovna estaba en
el centro del saln,
murmurando palabras incomprensibles.
Te quedas aqu, ninechka? le pregunt maquinalmente Nikoli
Alexndrovich.
La anciana pareci despertar. Sus temblorosos labios se movieron
largo rato, como
si les costara formar las palabras.
Y adnde voy a ir? inquiri al fin.
Cuando la dejaron sola, fue a sentarse ante el retrato de Yuri.
Su mirada estaba fija
en l, pero por su memoria tambin pasaban otras imgenes, ms
antiguas y olvidadas por
todos. Rostros de muertos, vestidos con medio siglo de
antigedad, habitaciones
abandonadas Se acordaba del primer vagido de Yuri, agudo y
dolorido Como si
supiera lo que le esperaba se dijo. Los otros no lloraron
as.
Luego se sent ante la ventana y empez a zurcir medias.
-
7
Los primeros meses de los Karin en Pars transcurrieron con
tranquilidad. Pero en
otoo, cuando el pequeo Andri volvi de Bretaa y hubo que pensar
en establecerse,
empez a faltar el dinero. Las ltimas joyas haban volado haca
tiempo. Quedaba un
pequeo capital que poda durar dos, tres aos. Y despus? Algunos
rusos haban abierto
restaurantes, locales nocturnos, pequeos comercios Como tantos
otros, con sus ltimos
ahorros, los Karin compraron y amueblaron una tienda en el
interior de un patio y pusieron
a la venta los escasos cubiertos antiguos, encajes e iconos que
haban podido llevar consigo.
Al principio, nadie les compraba. En octubre, hubo que pagar el
alquiler del piso. Luego,
tuvieron que enviar a Andri a Niza, pues el aire parisino le
provocaba ataques de asma.
Pensaron en mudarse. Cerca de la Puerta de Versalles, les
ofrecan un piso ms barato y
luminoso, pero slo dispona de tres habitaciones y una cocina tan
estrecha como un
armario. Dnde meteran a la vieja Tatiana? No podan hacerla subir
al sexto piso, con sus
cansadas piernas. Mientras se decidan, cada fin de mes se les
haca ms cuesta arriba. Las
criadas se les iban una tras otra, incapaces de acostumbrarse a
aquellos extranjeros que
dorman de da y de noche coman, beban y dejaban los platos sucios
sobre los muebles del
saln hasta la maana siguiente.
Tatiana Ivanovna intent realizar algunos trabajos humildes, de
limpieza, pero haba
perdido fuerza y sus viejas manos ya no podan levantar los
pesados colchones franceses ni
la ropa blanca mojada.
Los chicos, ahora permanentemente cansados e irritados, la
trataban de malos
modos, la apartaban:
Deja. Vete. Lo confundes todo. Lo rompes todo.
Y ella se alejaba sin replicar.
Por otra parte, no pareca orlos. Se pasaba horas inmvil, en
silencio, con la mirada
perdida y las manos cruzadas sobre las rodillas. Estaba
encorvada, casi doblada totalmente
por la cintura, y tena la tez blancuzca, mortecina, con venillas
azuladas e hinchadas en las
comisuras de los ojos. A menudo, cuando la llamaban, en lugar de
responder apretaba an
ms la pequea y marcada boca. Pero no estaba sorda. Cada vez que
alguien pronunciaba
un apellido ruso, aunque fuera en voz baja o apenas lo
susurrara, la anciana se estremeca y
de pronto en tono dbil y sereno deca: S El da de Pascua, cuando
ardi el campanario
de Temnaya, o: El pabelln? Ya, al poco de iros, el viento rompi
los cristales. Qu
habr sido de todo ello?.
Y volva a callar y mirar por la ventana, los blancos muros y el
cielo sobre los
-
tejados.
Cundo llegar el invierno de una vez? preguntaba. Ah, Dios mo,
cunto
hace que no hemos tenido ni fro ni hielo! Qu largo es el otoo en
este pas. Seguro que en
Karinovka ya est todo blanco y el ro, helado. Te acuerdas,
Nikoli Alexndrovich, de
cuando tenas tres o cuatro aos (entonces, yo era joven) y tu
difunta madre deca:
Tatiana, cmo se nota que eres del norte, hija. Con las primeras
nieves, enloqueces? Te
acuerdas?
No murmuraba l con desgana.
Yo s lo recuerdo rezongaba la vieja nodriza. Y pronto no habr
nadie ms
que yo para recordarlo.
Los Karin no respondan. Todos tenan bastante con sus propios
recuerdos, temores
y tristezas.
Los inviernos de aqu no se parecen a los nuestros coment un da
Nikoli
Alexndrovich.
Qu quieres decir? pregunt Tatiana Ivanovna estremecindose.
Ya lo vers respondi l. La anciana lo mir fijamente y se qued
callada. Y,
por primera vez, Nikoli Alexndrovich advirti la expresin extraa,
desconfiada y
perdida de sus ojos. Qu ocurre, mi vieja niera?
Ella no respondi. Para qu?
Todos los das miraba el calendario, que anunciaba el comienzo de
octubre, y
observaba con atencin los aleros de los tejados. Pero segua sin
nevar. No vea ms que la
lluvia, los negros canalones y las secas y temblorosas hojas
otoales.
Ahora se pasaba el da sola. Nikoli Alexndrovich recorra la
ciudad en busca de
joyas y objetos antiguos para su tiendecita; lograban vender
unas pocas antiguallas y
comprar otras.
En otros tiempos, posea colecciones de valiosas porcelanas y
platos cincelados.
Ahora, cuando regresaba al anochecer por los Campos Elseos con
un paquete bajo el
brazo, a veces llegaba a olvidar que no era para su casa, que no
haba estado trabajando
para s mismo. Caminaba deprisa, aspirando los olores de Pars,
mirando las luces que
brillaban en el crepsculo, casi feliz y con el corazn henchido
de una paz triste.
Lul haba conseguido un trabajo como maniqu en una tienda de
modas. Poco a
poco, la vida retomaba su cauce. Llegaban tarde, agotados,
trayendo de la calle y el trabajo
una especie de excitacin que, durante un rato, segua
manifestndose en forma de risas y
palabras; pero la lbrega vivienda y la muda anciana acababan
descorazonndolos.
-
Entonces cenaban a toda prisa, se acostaban y dorman sin soar,
rendidos tras la dura
jornada.
-
8
Pas octubre y empezaron las lluvias de noviembre. De la maana a
la noche, se oa
el aguacero azotar ruidosamente los adoquines del patio. En las
viviendas, el aire era denso
y pesado. Por la noche, cuando se apagaban los radiadores, la
humedad del exterior
penetraba por las juntas del entarimado. Un desagradable viento
soplaba tras las pantallas
de hierro de las chimeneas apagadas.
Sentada ante la ventana, en el piso vaco, Tatiana Ivanovna se
pasaba las horas
muertas viendo caer la lluvia, que resbalaba por los cristales
como una cascada de lgrimas.
Por encima de las pequeas fresqueras y las cuerdas tendidas
entre dos clavos donde se
secaban los trapos, las criadas intercambiaban bromas y quejas
de cocina a cocina en
aquella lengua atropellada que la anciana no entenda. Hacia las
cuatro, los nios volvan de
la escuela. Se oa el sonido de los pianos, que tocaban todos a
la vez, y en cada mesa de
comedor se encenda una lmpara similar. Luego, la gente corra las
cortinas, y ya no se oa
ms que el repiqueteo de la lluvia y el sordo rumor de las
calles.
Cmo podan vivir encerrados en aquellas casas oscuras? Cundo
llegara la
nieve?
Pas noviembre y luego las primeras semanas de diciembre, apenas
ms fras, con
las nieblas, los humos, las ltimas hojas secas, pisoteadas,
arrastradas por el agua de los
arroyos Despus llegaron las navidades. El 24 de diciembre, tras
una cena ligera tomada
a toda prisa en un extremo de la mesa, los Karin fueron a
celebrar la Nochebuena a casa de
unos amigos. Tatiana Ivanovna los ayud a vestirse. Cuando se
despidieron de ella, al
verlos arreglados como en otros tiempos se puso muy contenta.
Nikoli Alexndrovich
llevaba traje. La anciana mir sonriendo a Lul, con su vestido
blanco y las largas trenzas
recogidas en la nuca.
Venga, Luliska, que esta noche, si Dios quiere, encuentras
novio!
La joven se encogi de hombros y se dej besar sin decir nada. Se
fueron. Andri
pasaba las vacaciones de Navidad en Pars. Llevaba la guerrera,
el pantaln corto azul y la
gorra del instituto de Niza donde estudiaba. Pareca ms alto y
fuerte, y hablaba de un
modo rpido y vivo, con el acento, los gestos y el argot de un
chico nacido y criado en
Francia. Era la primera vez que sala de noche con sus padres.
Rea y canturreaba. La vieja
aya se asom a la ventana y lo sigui con la mirada: iba saltando
charcos. La puerta cochera
se cerr con un golpe seco. Volva a estar sola. Suspir. El
viento, suave pese a la poca del
ao y saturado de una fina llovizna, le acariciaba el rostro.
Levant la cabeza y mir de
forma instintiva el cielo. Entre los tejados, apenas se vea una
franja oscura, de un extrao
tono rojizo, como si la iluminara un fuego interior. En el
edificio, los gramfonos emitan
-
msicas discordantes en distintos pisos.
En nuestra casa murmur, y se interrumpi.
Para qu recordar? Eso haba acabado haca mucho tiempo. Todo haba
terminado,
muerto
Cerr la ventana y volvi dentro. Alzaba la cabeza para inspirar
el aire con una
especie de esfuerzo y expresin inquieta e irritada. Aquellos
techos bajos la asfixiaban.
Karinovka La gran mansin, con sus enormes ventanales, por los
que el aire y la luz
penetraban a raudales, sus terrazas, sus salones, sus galeras,
donde las noches de fiesta se
acomodaban holgadamente cincuenta msicos Record la Nochebuena en
que Kiril y
Yuri se haban ido. An crea estar oyendo el vals que haban tocado
esa velada. Haban
pasado cuatro aos. Le pareca estar viendo las columnas,
relucientes de hielo bajo la luna.
Si no fuera tan vieja pens, me pondra en camino de buena gana.
Pero no sera lo
mismo.
No, no sera lo mismo murmur. La nieve Cuando viera nevar, todo
habra
acabado. Se olvidara de todo. Se tumbara y cerrara los ojos para
siempre. Vivir hasta
entonces? musit.
Recogi con aire mecnico la ropa esparcida por las sillas y empez
a doblarla.
Desde haca algn tiempo, por todas partes crea ver un polvillo
fino, uniforme, que caa del
techo y recubra los objetos. Le ocurra desde el otoo, cuando,
pese a que anocheca antes,
posponan la hora de encender las lmparas para no gastar
demasiada electricidad. Frotaba
y sacuda las prendas una y otra vez; el polvo desapareca, pero
para volver a posarse
enseguida un poco ms all, como una fina ceniza.
Qu es esto? Pero qu es? mascull con estupor y angustia mientras
segua
sacudiendo y recogiendo.
De pronto, se detuvo y mir alrededor. Haba momentos en que ya no
entenda qu
haca all, deambulando por aquellas angostas habitaciones. Se
llev las manos al pecho y
suspir. Haca calor y el ambiente estaba cargado; los radiadores,
encendidos todava
excepcionalmente con motivo de la fiesta, difundan un olor a
pintura fresca. Trat de
cerrarlos, aunque nunca haba conseguido entender cmo
funcionaban. Durante unos
instantes, accion la llave en vano, para acabar renunciando.
Abri de nuevo la ventana. La
vivienda del otro lado del patio se hallaba iluminada y
proyectaba un intenso rectngulo de
luz en la habitacin.
En casa pens. En casa, ahora.
El bosque estaba helado. Cerr los ojos y vio con extraordinaria
claridad el espeso
manto nevado, las luces del pueblo titilando a lo lejos y el ro,
en el lindero del parque,
reluciente y duro como el hierro.
-
Permaneci inmvil, apoyada en el marco de la ventana, estirndose
el mantn sobre
los revueltos mechones de cabello en un gesto muy suyo. Caa una
tibia llovizna;
empujadas por las bruscas rfagas de viento, las brillantes
gotitas le mojaban la cara. Con
un escalofro, se arrebuj an ms en el viejo pauelo negro. Le
zumbaban los odos, que
por momentos parecan resonar con violencia, como una campana
golpeada por su badajo.
Le dola la cabeza, el cuerpo entero.
Abandon el saln y fue a su pequeo cuarto, al fondo del pasillo,
para acostarse.
Antes de meterse en la cama, se arrodill en el suelo y rez sus
oraciones. Se
santiguaba y luego rozaba el entarimado con la frente, como
todas las noches. Pero ese da
las palabras se le embrollaban en los labios; entonces se
interrumpa y miraba con una
especie de estupor la llamita que brillaba al pie del icono.
Se ech y cerr los ojos. No poda dormir; a su pesar, oa el
crujido de los muebles,
el tictac del reloj de pndulo del comedor, como un suspiro
humano que preceda al sonido
de las horas al resonar en el silencio, y, encima y debajo de
ella, los gramfonos,
funcionando todos a la vez en la noche festiva. La gente bajaba
y suba la escalera, cruzaba
el patio, sala El cordn, por favor!, se oa gritar sin cesar, y a
continuacin el eco
sordo de la puerta cochera, que se abra y volva a cerrarse,
seguido por el ruido de pasos al
alejarse por la calle desierta. Los taxis pasaban velozmente. En
el patio, una voz ronca
llamaba al portero.
Tatiana Ivanovna suspir y volvi la pesada cabeza sobre la
almohada. Oy dar las
once, las doce Se qued dormida y se volvi a despertar varias
veces. En cuanto coga el
sueo, vea la casa de Karinovka, pero la imagen se borraba, de
modo que volva a cerrar
los ojos aprisa para recuperarla. Siempre cambiaba algn detalle.
En unas ocasiones, el
delicado amarillo de la piedra se haba transformado en un rojo
de sangre seca; en otras, la
casa estaba ciega, tapiada, sin ventanas. Sin embargo, oa
dbilmente el delicado y
cristalino sonido de las ramas heladas de los abetos agitadas
por el viento.
De repente, el sueo cambi. Se vio inmvil ante la casa
deshabitada, abierta. Era un
da de otoo, a la hora en que las criadas empezaban a encender
las estufas. Ella estaba
abajo, de pie y sola. En el sueo, vea la casa desierta, las
estancias vacas, como las haba
dejado, con las alfombras enrolladas y arrimadas a las paredes.
Cuando suba, empujadas
por la corriente de aire, todas las puertas se abran con un
ruido quejumbroso y extrao.
Ella segua avanzando, se apresuraba, como si temiera llegar
tarde. Vea la hilera de
inmensas habitaciones, todas abiertas y vacas, con el suelo
cubierto de trozos de papel de
embalar y viejas hojas de peridico que el viento agitaba.
Por fin llegaba a la habitacin de los nios. Estaba vaca, como
todas las dems; la
camita de Andri tambin haba desaparecido, y Tatiana
experimentaba una especie de
estupor, pues recordaba haberla dejado arrimada a un rincn, con
el colchn enrollado.
Ante la ventana, sentado en el suelo, Yuri, plido y flaco,
vestido de soldado como el
ltimo da, jugaba a las tabas con unos huesecillos viejos, como
cuando era nio. Ella saba
que estaba muerto, pero, aun as, al verlo sinti tal alegra que
su viejo corazn empez a
-
latir con una violencia casi dolorosa. Los fuertes y sordos
golpes le aporreaban el pecho.
Todava le daba tiempo a verse corriendo hacia l, cruzando el
polvoriento entarimado, que
cruja bajo sus pies como antao. Y en el instante en que iba a
tocarlo, despert.
Era tarde. Estaba amaneciendo.
-
9
Se despert gimiendo y se qued inmvil, tumbada boca arriba,
mirando con estupor
la claridad de las ventanas. Una niebla blanca y opaca inundaba
el patio, pero a sus
cansados ojos les pareca nieve, como la que haba cado por
primera vez en otoo, densa y
deslumbrante, difundiendo una especie de luz mortecina de duro
resplandor nveo.
La primera nieve murmur juntando las manos alborozada.
La mir largo rato con embeleso infantil y al mismo tiempo
sobrecogedor,
demencial. El piso estaba en silencio. Seguramente an no haba
vuelto nadie. Se levant y
se visti. No apartaba los ojos de la ventana; se imaginaba que
nevaba, que los copos
surcaban el aire con fugaz rapidez, como plumas de pjaro. Por un
instante, le pareci or
que se cerraba una puerta. Tal vez los Karin haban regresado y
estaban durmiendo. Pero
ella no pensaba en ellos. Crea sentir los copos posarse en su
cara, de hielo y fuego al tacto.
Cogi el abrigo, se ech el mantn por la cabeza, se la sujet bajo
la barbilla con un alfiler
y, extendiendo la mano, busc de manera mecnica sobre la mesa,
como una ciega, el
manojo de llaves que coga siempre en Karinovka antes de salir.
No encontr nada, pero
sigui tanteando, sin recordar lo que buscaba, mientras apartaba
irritada la funda de las
gafas, la labor empezada, el retrato de Yuri nio
Crea que la esperaban. Una extraa impaciencia le haca hervir la
sangre.
Abri un armario y dej la puerta oscilando y un cajn sin cerrar.
Un perchero cay
al suelo. La anciana dud un instante, pero luego se encogi de
hombros, como si no
pudiera perder un segundo, y sali a toda prisa. Cruz el piso y
baj la escalera con su
pasito rpido y silencioso.
Al llegar al patio, se detuvo. La glida niebla formaba una densa
y blanca nube que
se alzaba lentamente del suelo, como una humareda. Finas gotitas
le aguijoneaban la cara,
como las agujas de nieve cuando cae medio fundida y mezclada an
con la lluvia de
septiembre.
Dos hombres con traje salieron detrs de ella y la miraron con
curiosidad. La
anciana los sigui y se desliz por el hueco de la puerta cochera,
que volvi a cerrarse a sus
espaldas con un sordo gemido.
Se hallaba en la calle, una calle oscura y desierta. A travs de
la lluvia se vea brillar
una farola. La niebla estaba disipndose, dando paso a una fra
llovizna. Los adoquines y
las paredes resplandecan dbilmente. Pas un hombre arrastrando
los pies, con los zapatos
empapados. Un perro cruz la calzada como con prisa, se acerc a
la anciana, la olfate,
-
solt un dbil gruido quejumbroso e inquieto y empez a seguirla.
Tras acompaarla un
rato, desapareci.
Tatiana Ivanovna continu avanzando, vio una plaza, otras calles
Un taxi le pas
tan cerca que el barro le salpic la cara, pero ella no pareca
ver nada. Caminaba en lnea
recta resbalando sobre los adoquines mojados. Por momentos, se
senta tan cansada que
crea que las piernas iban a doblrsele bajo el peso del cuerpo y
hundirse en el suelo.
Alzaba la cabeza y miraba la claridad del sol, que asomaba al
otro lado del Sena: un
fragmento de cielo blanco al final de la calle. A sus ojos, era
una llanura nevada, como la
de Sujarevo. Aviv el paso, deslumbrada por una especie de lluvia
de fuego que le
salpicaba los prpados. En sus odos resonaban campanas.
Por un instante, recobr una pizca de juicio. Vio con toda
nitidez la niebla y el
humo, que iban disipndose. Pero fue slo un momento. Inquieta y
cansada, sigui
avanzando encorvada hasta llegar por fin a los muelles.
El Sena, desbordado, cubra las orillas. El sol se alzaba y el
blanco horizonte
resplandeca puro y luminoso. La anciana se acerc al pretil y mir
con fijeza la
resplandeciente franja celeste. A sus pies haba una pequea
escalera practicada en la
piedra. Pos la helada y temblorosa mano en la baranda, se agarr
con fuerza y empez a
bajar. El agua corra sobre los ltimos peldaos, pero Tatiana
Ivanovna no la vea. El ro
est helado se deca. En esta poca del ao, tiene que estarlo.
Crea que bastaba con cruzarlo, que Karinovka se encontraba en la
otra orilla. Vea
brillar las luces de las terrazas a travs de la nieve.
Sin embargo, cuando lleg abajo, el olor del agua la sorprendi al
fin. Estupefacta y
colrica, dio un respingo, se detuvo un instante, y a continuacin
sigui bajando a pesar de
que el agua le inundaba los zapatos y empezaba a empaparle la
falda. nicamente recobr
por completo la razn cuando le lleg hasta la cintura. Congelada,
quiso gritar. Mas slo le
dio tiempo a santiguarse. A continuacin, dej caer el brazo:
estaba muerta.
Antes de desaparecer, el menudo cadver flot unos instantes como
un rebujo de
trapos absorbido por el negro Sena.
* * *
-
IRNE NMIROVSKY (Kiev, Ucrania, 1903 - Auschwitz, Polonia, 1942).
Hija
nica de un prspero banquero judo, recibi una educacin esmerada
(aprendi francs,
ruso, polaco, ingls, vasco, fins y yiddish), aunque tuvo una
infancia infeliz y solitaria.
Tras huir de la revolucin bolchevique, su familia se estableci
en Pars en 1919, donde
Irne obtuvo la licenciatura de Letras en la Sorbona.
Luego de publicar El malentendido (1926) y Un nio prodigio
(1927), la aparicin
de su novela David Golder (1929) le abri las puertas de la
celebridad. Le siguieron, entre
otras, El baile (1930), Las moscas del otoo traducida tambin
como Nieve en otoo
(1931), El vino de la soledad (1935), Jezabel (1936) y Los
perros y los lobos (1940).
Pero la Segunda Guerra Mundial marcara trgicamente su destino.
Deportada y
asesinada en el campo de concentracin de Auschwitz, igual que su
esposo, Michel Epstein,
dej a sus dos hijas una maleta que stas conservaron durante
decenios. En ella se
encontraba el manuscrito de Suite francesa, cuya publicacin en
2004 desencaden un
fenmeno sin precedentes: obtuvo el Premio Renaudot otorgado por
primera vez a un
autor fallecido, fue aclamada por la crtica y se convirti en un
clamoroso xito de
ventas, relanzando el inters por una autora que bien puede
situarse entre los grandes
escritores franceses del siglo XX.
Otras obras pstumas, disponibles en espaol, son Fogatas, La vida
de Chjov, El
ardor de la sangre, El maestro de almas y El caso Kurlov.
-
Notas
[1] Miembros de la clase superior. (N. del E. digital)