La muerte en Venecia[Novela corta: Texto completo.]Thomas
Mann
Von Aschenbach, nombre oficial de Gustavo Aschenbach a partir de
la celebracin de su cincuentenario, sali de su casa de la calle del
Prncipe Regente, en Munich, para dar un largo paseo solitario, una
tarde primaveral del ao 19... La primavera no se haba mostrado
agradable. Sobreexcitado por el difcil y esforzado trabajo de la
maana, que le exiga extrema preocupacin, penetracin y escrpulo de
su voluntad, el escritor no haba podido detener, despus de la
comida, la vibracin interna del impulso creador, de aquelmotus
animi continuusen que consiste, segn Cicern, la raz de la
elocuencia. Tampoco haba logrado conciliar el sueo reparador, que
le iba siendo cada da ms necesario, a medida que sus fuerzas se
gastaban. Por eso, despus del t, haba salido, con la esperanza de
que el aire y el movimiento lo restaurasen, dndole fuerzas para
trabajar luego con fruto.Principiaba mayo, y, tras unas semanas de
fro y humedad, haba llegado un verano prematuro. El Englischer
Garten tena la claridad de un da de agosto, a pesar de que los
rboles apenas estaban vestidos de hojas. Las cercanas de la ciudad
se inundaban de paseantes y carruajes. En Anmeister, adonde haba
llegado por senderos cada vez ms solitarios, se detuvo un instante
para contemplar la animacin popular de los merenderos, ante los
cuales haban parado algunos coches. Desde all, y cuando el sol
comenzaba ya a ponerse, sali del parque atravesando los campos.
Despus, sintindose cansado, como el cielo amenazase tormenta del
lado de Foehring, se qued junto al Cementerio del Norte esperando
el tranva, que le llevara de nuevo a la ciudad, en lnea recta.No
haba nadie, cosa extraa, ni en la parada del tranva ni en sus
alrededores. Ni por la calle de Ungerer, en la cual los rieles
solitarios se tendan hacia Schwalimg. Ni por la carretera de
Foehring se vea venir coche ninguno. Detrs de las verjas de los
marmolistas, ante las cuales las cruces, lpidas y monumentos
expuestos a la venta formaban un segundo cementerio, no se mova
nada. El bizantino prtico del cementerio, se ergua silencioso,
brillando al resplandor del da expirante. Adems de las cruces
griegas y de los signos hierticos pintados en colores claros,sevean
en el prtico inscripciones en letras doradas, ordenadas
simtricamente, que se referan a la otra vida, tales como Entris en
la morada de Dios o Que la luz eterna os ilumine. Aschenbach se
entretuvo durante algunos minutos leyendo las inscripciones y
dejando que su mirada ideal se perdiese en el misticismo de que
estaba penetrada, cuando de pronto, saliendo de su ensueo, advirti
en el prtico, entre las dos bestias apocalpticas que vigilaban la
escalera de piedra, a un hombre de aspecto nada vulgar que dio a
sus pensamientos una direccin totalmente distinta.Haba salido de
adentro por la puerta de bronce, o haba subido por fuera sin que
Aschenbach lo notase? Sin dilucidar profundamente la cuestin,
Aschenbach se inclinaba, sin embargo, a lo primero. De mediana
estatura, enjuto, lampio y de nariz muy aplastada, aquel hombre
perteneca al tipo pelirrojo, y su tez era lechosa y llena de pecas.
Indudablemente, no poda ser alemn, y el amplio sombrero de fieltro
de alas rectas que cubra su cabeza le daba un aspecto extico de
hombre de tierras remotas. Contribuan a darle ese aspecto la
mochila sujeta a los hombros por unas correas, un cinturn de cuero
amarillo, una capa de montaa, pendiente de su brazo izquierdo, y un
bastn con punta de hierro, sobre el cual apoyaba la cadera.Tena la
cabeza erguida, y en su flaco cuello, saliendo de la camisa
deportiva, abierta, se destacaba la nuez, fuerte y desnuda. Miraba
a lo lejos con ojos inexpresivos, bajo las cejas rojizas, entre las
cuales haba dos arrugas verticales, enrgicas, que contrastaban
singularmente con su nariz aplastada. As -quiz contribuyera a
producir esta impresin el verlo colocado en alto- su gesto tena
algo de dominador, atrevido y violento. Y sea que se tratase de una
deformacin fisonmica permanente, o que, deslumbrado por el sol
crepuscular, hiciese muecas nerviosas, sus labios parecan demasiado
cortos, y no llegaban a cerrarse sobre los dientes, que resaltaban
blancos y largos, descubiertos hasta las encas.Aschenbach pecaba de
indiscrecin al observar as al desconocido en forma un tanto
distrada y al mismo tiempo inquisitiva? En todo caso, de pronto not
que le devolva su mirada de un modo tan agresivo, cara a cara, tan
abiertamente resuelto a llevar la cosa al ltimo extremo, tan
desafiadoramente, que Aschenbach se apart con una impresin penosa,
comenzando a pasear a lo largo de las verjas, decidido a no volver
a fijar su atencin en aquel hombre. En efecto, minutos despus lo
haba olvidado. Pero, bien porque el aspecto errante del desconocido
hubiera impresionado su fantasa, o por obra de cualquier otra
influencia fsica o espiritual, lo cierto es que de pronto advirti
una sorprendente ilusin en su alma, una especie de inquietud
aventurera, un ansia juvenil hacia lo lejano, sentimientos tan
vivos, tan nuevos o, por lo menos, tan remotos, que se detuvo, con
las manos en la espalda y la vista clavada en el suelo, para
examinar su estado de nimo.Era sencillamente deseo de viajar; deseo
tan violento como un verdadero ataque, y tan intenso, que llegaba a
producirle visiones. Su imaginacin, que no se haba tranquilizado
desde las horas del trabajo, cristaliz en la evocacin de un ejemplo
de las maravillas y espantos de la tierra que quera abarcar en una
sola imagen. Vea claramente un paisaje: una comarca tropical
cenagosa, bajo un cielo ardiente; una tierra hmeda, vigorosa,
monstruosa, una especie de selva primitiva, con islas, pantanos y
aguas cenagosas; gigantescas palmeras se alzaban en medio de una
vegetacin lujuriante, rodeadas de plantas enormes, hinchadas, que
crecan en complicado ramaje; rboles extraamente deformados hundan
sus races hacia el suelo, entre aguas quietas de verdes reflejos y
cubiertas de flores flotantes, de una blancura de leche y grandes
como bandejas.Pjaros exticos, de largas zancas y picos deformes, se
erguan en estpida inmovilidad mirando de lado, y por entre los
troncos nudosos de la espesura de bamb brillaban los ojos de un
tigre al acecho... Su corazn comenz a latir aceleradamente, movido
de temor y de oscuras ansias. Al cabo de un rato, se pas la mano
por la frente y continu su paseo por delante de las marmoleras.Por
lo menos, desde que tuvo a su alcance medios para aprovechar a su
antojo las facilidades de comunicacin, no haba considerado el viaje
sino como una medida higinica, que en ocasiones tuvo que emplear
aun contra sus deseos e inclinaciones. Preocupado excesivamente por
los problemas que le ofreca su propio yo, su alma europea,
sobrecargada por el impulso creador y con escasa inclinacin a
dispersarse para sentir la atraccin del complejo mundo interior, se
haba conformado con la idea general que todos nos hacemos de la
superficie de la tierra sin apartarnos gran cosa de nuestro crculo,
y ni siquiera haba intentado nunca salir de Europa. Adems, desde
que su vida haba iniciado el descenso lento, desde que su temor de
artista de no acabar su obra, de que llegase su ltima hora antes de
que realizara lo suyo, sin haber producido cuanto en su interior
fermentaba, desde que su preocupacin creadora haba dejado de ser
preocupacin caprichosa de un instante, su vida exterior se haba
limitado casi exclusivamente a deslizarse dentro de la hermosa
ciudad en que fijara su residencia y a escapar de vez en cuando
hacia la recia casa de campo que hizo construir en la montaa, donde
pasaba los veranos lluviosos.En efecto, aquel impulso oscuro que
tan inesperada y tardamente le acometa, fue pronto dominado y
reducido a justas proporciones por la razn y por el dominio de s
mismo, adquirido a fuerza de ejercicios.Se haba propuesto llegar,
antes de irse al campo, hasta un punto determinado en la obra que
entonces le absorba. El pensamiento de un viaje por el mundo, que
por fuerza tendra que ocuparle demasiado tiempo, le pareca cosa
absurda contraria a sus planes e indigna de ser tomada en
consideracin. Sin embargo, comprenda perfectamente la razn de
aquellos sbitos deseos. Era un ansia indudable de huir, ansia de
cosas nuevas y lejanas, de liberacin, de descanso, de olvido. Era
el deseo de huir de su obra, del lugar cotidiano, de su labor
obstinada, dura y apasionada. Cierto que la amaba y que casi amaba
ya tambin la lucha renovada todos los das, entre su voluntad
orgullosa y terca, probada ya muchas veces, y aquel agotamiento
creciente que nadie deba sospechar, y del cual no poda quedar en su
obra huella alguna. Pero pareca razonable no aumentar demasiado la
tensin del arco ni ahogar por capricho un ansia tan vivamente
sentida. Pens en su labor, pens en aquel pasaje que en todo tiempo
haba tenido que abandonar, sin que le valiesen su paciente esfuerzo
ni sus atrevidos mpetus. La examin una vez ms, tratando de vencer o
desviar el obstculo, y, con un estremecimiento de impotencia, hubo
de confesarse vencido. Lo que le molestaba no era una dificultad
insuperable, sino cierta falta de complacencia en su obra, que se
le manifestaba como disconformidad. Cierto es que desde joven, la
disconformidad haba sido para l la ntima naturaleza, la esencia del
talento, y que por ello haba dominado y enfriado el sentimiento,
sabiendo que ste se inclina a satisfacerse con un poco ms o menos
optimista y con una semiperfeccin.No sera que el sentimiento as
dominado se vengaba abandonndole, negndose a animar su arte,
anulando de esa manera toda complacencia, todo encanto en la forma
y en la expresin? No es que produjese cosas malas; los aos le haban
trado la ventaja de encontrarse cada vez ms dueo y ms seguro de su
destreza. Pero, mientras la nacin renda acatamientoa esta maestra,
l no estaba satisfecho por ello. Y era como si a su obra le faltase
el fervor de esa alegra gil que, como ninguna otra cualidad,
produce el encanto del pblico. Le tema al veraneo en el campo,
solo, en la reducida casa, con la muchacha que le preparaba la
comida y el criado que serva la mesa; tena miedo de las siluetas,
conocidas hasta la saciedad, de las cimas y laderas de las montaas,
que, como todos los aos, seran testigos de su cansancio y su
desasosiego. Necesitaba un cambio, una vida imprevista, das
ociosos, aire lejano, sangre nueva. As, el verano sera fecundo y
productivo.Haba que emprender, pues, un viaje. No muy lejos, no
hasta los lugares de los tigres precisamente. Bastara con una noche
en cada cama, y un descanso de tres o cuatro semanas en una playa
cualquiera del Medioda deleitable...As pensaba, mientras el ruido
del tranva iba acercndose por la calle de Angerer. Ya subiendo al
vehculo, decidi consagrar la noche al estudio del mapa y de la gua
de ferrocarriles. Al encontrarse en la plataforma, se le ocurri
buscar al hombre extico que haba visto haca algunos instantes, y
que haba tenido ya cierta trascendencia para l. Pero no pudo verlo,
pues aqul no se encontraba ni junto al prtico ni en la parada ni
tampoco en el coche.IIEl autor de la fuerte y luminosa epopeya de
Federico II; el paciente artista que haba tejido, en obstinada
labor, el tapiz novelesco titulado Maa, tan rico en figuras y en el
cual se congregaban tantos destinos humanos a la sombra de una
idea; el creador de aquella fuerte narracin titulada Un miserable.,
que mostr a toda la juventud la posibilidad de una decisin moral ms
all del ms profundo conocimiento; el autor tambin del apasionado
ensayo Espritu y Arte (con esto quedan sucintamente enumeradas las
obras de su edad madura), cuya fuerza ordenadora y cuya elocuencia
hizo que ciertos crticos autorizados lo colocaran al nivel de la
obra de Schiller en el terreno de la poesa ingenua y sentimental,
Gustavo Aschenbach haba nacido en L., capital de distrito de la
provincia de Silesia. Hijo de un alto funcionario judicial, sus
ascendientes fueron funcionarios pblicos, hombres que haban vivido
una vida disciplinaria y sobria, al servicio del Estado y del rey.
La espiritualidad de la familia haba cristalizado una vez en la
persona de un pastor. En la generacin precedente, la sangre alemana
de sus antepasados se mezcl con la sangre ms viva y sensual de la
madre del escritor, hija de un director de orquesta bohemio.De ella
provenan los rasgos extranjeros que podan notarse en el aspecto
exterior de Aschen-bach.La combinacin de ese espritu de rectitud
profesional con los mpetus apasionados y oscuros provenientes de su
ascendencia materna, haban producido un artista, el artista
singular que se llamaba Gustavo Aschenbach.Como su naturaleza iba
impulsada enteramente hacia la gloria, sin ser un escritor precoz
precisamente, pronto apareci ante el pblico, maduro y formado,
gracias a la decisiva y definida personalidad de su genio. Cuando
apenas haba dejado el gimnasio (1) posea ya un nombre. Diez aos ms
tarde haba aprendido a desempear una funcin desde la mesa de su
despacho: la de administrar su gloria manteniendo una
correspondencia, que deba ser limitada ( tantos son los que acuden
a los favorecidos de la fortuna! ) para ser sustanciosa y digna de
su nombre. A los cuarenta aos, cansado de los esfuerzos y
alternativas de su profesin de escritor, ocupaba ya un puesto entre
la intelectualidad mundial, que diariamente le manifestaba su
afecto y reconocimiento en todos los pases.Su genio, apartado por
igual de lo vulgar y de lo excntrico, era de la ndole ms apropiada
para conquistar, al mismo tiempo, la admiracin del gran pblico y el
inters animador de las minoras selectas. Acostumbrado desde
muchacho al esfuerzo, y al esfuerzo intenso, no haba disfrutado
nunca del ocio ni conoci la descuidada indolencia de la juventud. A
los treinta y cinco aos de edad cay enfermo en Viena. Un fino
observador deca por entonces, hablando de l en sociedad: Aschenbach
ha vivido siempre as -y cerraba fuertemente el puo de la mano
izquierda-. Nunca as -y dejaba colgar indolentemente la mano
abierta. Esto era exacto, y el valor moral probado por ello era
tanto mayor, cuanto que su naturaleza no era robusta ni mucho
menos, y no haba nacido para ejecutar esfuerzos de suprema
tensin.Su delicada complexin hizo que los mdicos le excluyesen
durante su niez de la asistencia a la escuela, por lo cual disfrut
una educacin casera. Haba crecido as, aislado, sin amigos, dndose
cuenta prematuramente de que perteneca a una generacin en la cual
escaseaba, si no el talento, s la base fisiolgica que el talento
requiere para desarrollarse; a una generacin que suele dar muy
pronto lo mejor que posee y que rara vez conserva sus facultades
actuantes hasta una edad avanzada. Pero su lema favorito fue
siempre resistir, y su epopeya de Federico no era sino la exaltacin
de esta palabra, que le pareca el compendio de toda virtud pasiva.
Y deseaba ardientemente llegar a viejo, pues siempre haba credo que
slo es verdaderamente grande y realmente digno de estima el artista
a quien el Destino ha concedido el privilegio de crear sus obras en
todas las etapas de la vida humana.Por eso, como la carga de su
talento tena que ir sobre unos hombros dbiles, y como quera llegar
lejos, necesitaba una extremada disciplina. Y la disciplina era,
por fortuna, una parte de su herencia paterna. A los cuarenta, a
los cincuenta aos, lo mismo que antes, a la edad en que otros
descuidan sus facultades, suean y aplazan tranquilamente la
ejecucin de grandes planes, l comenzaba temprano la jornada
cotidiana, dndose una ducha de agua fra, y luego, alumbrndose con
un par de velas altas en el candelabro de plata, a solas con su
manuscrito, brindaba al arte en dos o tres horas de intenso y
concentrado trabajo mental, las fuerzas que haba acumulado durante
el sueo. Atestigua realmente la victoria de su robustez moral el
hecho de que sus desconocidos lectores creyesen que el mundo de su
novela Maa, o las figuras picas entre las que desarrollaba la vida
heroica de Federico, procedan de una inspiracin sbita y haban sido
creados en momentos de extraordinaria fuerza de expresin. Pero, en
realidad, la grandeza de toda su obra estaba hecha de un minucioso
trabajo cotidiano; era la resultante de cientos de inspiraciones
breves, y deba la excelsa maestra de la concepcin total y de cada
uno de los detalles al hecho de que su creador, con tenacidad y
energa semejantes a las del hroe que conquistara su provincia
natal, supo perseverar aos y aos bajo la tensin de una misma obra,
consagrando a la labor de ejecucin, propiamente dicha, sus horas ms
preciosas e intensas.Para que cualquier creacin espiritual produzca
rpidamente una impresin extraa y profunda, es preciso que exista
secreto parentesco y hasta identidad entre el carcter personal del
autor y el carcter general de su generacin. Los hombres no saben
por qu les satisfacen las obras de arte. No son verdaderamente
entendidos, y creen descubrir innumerables excelencias en una obra,
para justificar su admiracin por ella, cuando el fundamento ntimo
de su aplauso es un sentimiento imponderable que se llama simpata.
Aschenbach haba escrito expresamente, en un pasaje poco conocido de
sus obras, que casi todas las cosas grandes que existen son grandes
porque se han creado contra algo, a pesar de algo: a pesar de
dolores y tribulaciones, de pobreza y abandono; a pesar de la
debilidad corporal, del vicio, de la pasin. Eso era algo ms que una
observacin: era el resultado de una experiencia ntimamente vivida
por l, la frmula de su vida y de su gloria, la clave de su obra.
Por qu haba de extraar, entonces, el hecho de que lo ms peculiar de
las figuras por l creadas tuviera su carcter moral?Ya desde sus
comienzos, un agudo crtico, al hablar del tipo de hroe preferido
por As-chenbach, y que dominaba toda su obra, haba escrito que poda
imaginarse como un tipo de intrepidez varonil, de inteligencia y
juventud, que, posedo de altivo rubor, se yergue, inmvil, apretando
los dientes, mientras su cuerpo sufre traspasado por lanzas y
espadas. Esta observacin resultaba muy bella, muy ingeniosa y muy
exacta, a pesar de la excesiva pasividad atribuida al hroe. Porque
la serenidad en medio de la desgracia, y la gracia en medio de la
tortura, no son slo resignacin; son tambin actividad y encierran un
triunfo positivo. La figura de san Sebastin es por eso la imagen ms
bella, si no de todo el arte, por lo menos del arte a que aqu se
hace referencia. As, penetrando en el mundo creado por las obras de
Aschenbach,sevea el elegante dominio del autor, el dominio de s
mismo, que esconde hasta el ltimo momento a los ojos del mundo
fisiolgico. La fealdad amarillenta, que logra convertir en puro
resplandor el rescoldo apagado que en su interior alienta y que
lega a las cumbres ms excelsas del reino de la belleza, es igual a
la plida impotencia, que del fondo ardiente del alma saca las
fuerzas suficientes para obligar a un pueblo descredo a arrojarse a
los pies de la cruz, a sus pies. Nada tienen que hacer con eso la
amable apostura al servicio vaco y severo de la forma, la vida
artificial y aventurera, el ansia y el arte enervadores del
falsificador nato. Considerando estos aspectos y otros semejantes,
uno llega a dudar de que haya otro herosmo que el herosmo de la
debilidad. Y, en todo caso, qu especie de herosmo podra ser ms de
nuestro tiempo que ste? Aschenbach era el poeta de todos aquellos
que trabajaban hasta los lmites del agotamiento, de los abrumados,
de los que se sienten cados aunque se mantienen erguidos todava, de
todos estos moralistas de la accin que, pobres de aliento y con
escasos medios, a fuerza de exigir a la voluntad y de administrarse
sabiamente, logran producir, al menos por un momento, la impresin
de lo grandioso. Estos hombres abundan en todas partes, son los
hroes de la poca. Y todos se encontraban reflejados en su obra; se
hallaban afirmados, ensalzados, cantados en ella: por eso difundan
agradecidos la gloria del autor. Haba sido joven y brutal, como la
poca, y mal aconsejado por ella, haba cometido pblicamente
inconveniencias, ponindose en ridculo, pecando contra el acto y el
buen gusto de palabra y de obra. Pero luego haba adquirido aquella
dignidad a la cual, segn sus propias palabras, tiende
espontneamente todo gran talento, con innato impulso. Poda
afirmarse por eso que todo el desarrollo de su personalidad haba
consistido en ascender hasta esa actitud digna, de manera
consciente y tenaz, contra todos los obstculos de la duda y todos
los filos de la irona.Las masas burguesas se regocijaban con las
figuras acabadas, sin vacilaciones espirituales; pero la juventud
apasionada e iconoclasta se siente atrada por lo problemtico. Y
Aschenbach era problemtico despus de haber sido todo lo irreverente
que puede ser un muchacho.Sin embargo, parece que un espritu noble
y vigoroso no se acoraza tanto contra nada como contra el encanto
amargo, punzante, del conocimiento. Y es lo cierto que la
escrupulosa profundidad del joven no tiene casi fuerza cuando se la
compara con la decisin inquebrantable del hombre maduro, elevado ya
a la categora de maestro, de negar el saber, de rechazarlo, de
dejarlo atrs con la cabeza erguida, siempre que se corra el riesgo
de que ello pueda paralizar, desanimar, desvanecer la voluntad, el
impulso de accin, el sentimiento y hasta la misma pasin. Su famosa
narracin titulada Un miserable slo poda interpretarse como expresin
de la repugnancia contra el indecoroso funcionamiento psquico de la
poca, simbolizado en la figura de aquel semipcaro estpido y morboso
que busca su tragedia arrojando a su mujer en brazos de un
adolescente, por impotencia, por vicio, por veleidad moral, y que
cree tener derecho a hacer cosas indignas so pretexto de
profundidad de pensamiento. El mpetu de la frase con que reprobaba
lo reprobable que poda haber en l, significaba la superacin de toda
incertidumbre moral, de toda simpata con el abismo, la condenacin
del principio de la compasin, segn el cual comprenderlo todo es
perdonarlo todo, y lo que aqu se preparaba, y en cierto modo se
realizaba ya acabadamente, era aquel Milagro de la inocencia
renovada, del que se hablaba un poco ms tarde de un modo declarado,
pero no sin cierto acento misterioso, en uno de los dilogos del
autor. Extraas asociaciones! Fue consecuencia de ese renacimiento,
de esa nueva dignidad y rigor, el hecho de que se observase, casi
por la misma poca, el extraordinario vigor de su sentido de la
belleza, y se apreciase en l la pureza, sencillez y equilibrio
aristocrtico de la forma, de esta forma que en adelante prestar a
todas sus creaciones un sello tan visible de maestra y clasicismo?
Pero la decisin moral, ms all de todo saber, de todo conocimiento
disolvente y aptico, no significa al mismo tiempo una simplificacin
moral del mundo y del alma, y, por consiguiente, una propensin al
mal, a lo prohibido, a lo moral-mente prohibido? Y la forma, a su
vez, no presenta un doble aspecto? No es moral e inmoral a la vez:
moral como resultado y expresin del esfuerzo disciplinado, pero
amoral, e incluso inmoral, puesto que encierra por naturaleza una
indiferencia moral y porque, ms an, aspira esencialmente a humillar
lo moral bajo su ceo orgulloso y desptico?Pero, sea lo que fuere,
cada artista tiene su desarrollo peculiar. Cmo no ha de ser diverso
el de aquel que va acompaado del aplauso y la confianza de la
muchedumbre, junto al de quien pasa sin el brillo y el halago de la
gloria? Slo los bohemios incorregibles encuentran aburrido, y les
parece cosa de burla, el hecho de que un gran talento salga de la
larva del libertinaje, se acostumbre a respetar la dignidad del
espritu y adquiera los hbitos de un aislamiento lleno de dolores y
luchas no compartidas, de un aislamiento que le ha deparado el
poder y la consideracin de las gentes.Por lo dems, cunto hay de
juego y de placer en la formacin de un talento en la soledad!Con el
tiempo, las obras de Gustavo Aschenbach adquirieron cierto carcter
oficial, didctico; su estilo perdi las osadas creadoras, los
matices sutiles y nuevos; su estilo se hizo clsico, acabado,
limado, conservador, formal, casi formulista. Como Luis XIV,
suprimi adems toda palabra ordinaria en sus escritos. Por esa poca
se incluyeron escritos suyos en las Antologas de lectura para uso
de las escuelas. Esto estaba en armona con su evolucin. Por eso, al
cumplir los cincuenta aos, cuando un prncipe alemn que acababa de
subir al trono le concedi el ttulo de noble, por ser autor de
Federico, l no lo rechaz.Despus de largos aos de vida inquieta,
despus de haber intentado fijar aqu y all su residencia, se
estableci por fin en Munich, donde llevaba una vida de burgus,
considerado y respetado. El matrimonio que contrajo en su juventud
con una muchacha de familia de profesores no dur mucho tiempo, pues
la esposa muri poco despus, tras una breve dicha conyugal. Le haba
quedado una hija, que estaba ya casada. No haba tenido ningn hijo
varn.Gustavo von Aschenbach era de estatura poco menos que mediana,
ms bien moreno, e iba afeitado completamente. Su cabeza no estaba
proporcionada a su desmedrado cuerpo. El cabello, peinado hacia
atrs, algo escaso en el crneo y muy abundante y bastante gris en
las cejas, serva de marco a una frente amplia. Unos lentes de oro
con los cristales al aire opriman el puente de la nariz, recia,
noblemente curvada. La boca era carnosa, tan pronto floja como
estrecha y apretada. Las mejillas, flacas y hundidas, y la barba
partida, bien formada en suave ondulacin. Sobre la cabeza,
generalmente inclinada en una postura doliente, parecan haber
pasado grandes tormentas. Sin embargo, era slo el arte lo que haba
retocado su fisonoma, como slo suele hacerlo una vida llena de
emociones y aventuras. Debajo de aquella frente se haban forjado
las frases chispeantes de la conversacin entre Voltaire y Federico
acerca de la guerra. Aquellos ojos, que miraban cansados tras los
cristales de los lentes, haban visto el sangriento horror de los
lazaretos de la guerra de los Siete Aos. El arte significaba, para
quien lo vive, una vida enaltecida; sus dichas son ms hondas y
desgastan ms rpidamente; graba en el rostro de sus servidores las
seales de aventuras imaginarias, y el artista, aunque viva
exteriormente en un retiro claustral, se siente al fin y al cabo
posedo de un refinamiento, un cansancio, y una curiosidad de los
nervios, ms intensos de los que puede engendrar una vida llena de
pasiones y goces violentos.IIIDecidido ya el viaje, algunos asuntos
de carcter social y literario retuvieron a Gustavo en Munich
durante dos semanas despus de aquel paseo. Al fin, un da dio orden
de que se le tuviera dispuesta la casa de campo para dentro de
cuatro semanas, y una noche, entre mediados y fines de mayo, tom el
tren para Trieste. En dicha ciudad se detuvo slo veinticuatro
horas, embarcndose para Pola a la maana siguiente.Lo que buscaba
era un mundo extico, que no tuviera relacin alguna con el ambiente
habitual, pero que no estuviese muy alejado. Por eso fij su
residencia en una isla del Adritico, famosa desde haca aos y
situada no lejos de la costa de Istria. Habitaban la isla
campesinos vestidos con andrajos chillones y que hablaban un idioma
de sonidos extraos. Desde la orilla del mar veanse rocas hermosas.
Pero la lluvia y el aire pesado, el hotel lleno de veraneantes de
clase media austraca y la falta de aquella sosegada convivencia con
el mar, que slo una playa suave y arenosa proporciona, le hicieron
comprender que no haba encontrado el lugar que buscaba. Senta en su
interior algo que lo impulsaba hacia lo desconocido. Por eso
estudiaba mapas y guas, buscaba por todas partes, hasta que de
pronto vio con claridad y evidencia lo que deseaba. Para encontrar
rpidamente algo incomparable y de prestigio legendario, adonde tena
que ir? La respuesta era ya fcil. Se haba equivocado. Qu haca all?
Tena que ir a otra parte. Se apresur a abandonar su falsa
residencia. Semana y media despus de su llegada a la isla, en una
alborada llena de hmeda niebla, un bote a motor le volvi rpidamente
con su equipaje al puerto de guerra austraco; salt a tierra, y por
una tabla subi inmediatamente a la hmeda cubierta de un pequeo
vapor dispuesto para emprender el viaje a Venecia.Era el barco una
vieja cscara de nuez, sucia y sombra, de nacionalidad italiana. En
un camarote iluminado con luz artificial, al que Aschenbach se
dirigi tan pronto hubo pisado el barco, acompaado de un marinero
sucio y jorobado, que le abrumaba con sus cortesas rutinarias,
estaba sentado tras una mesa, con un sombrero inclinado y una
colilla de puro en la boca, un hombre de barba puntiaguda, con
aspecto de director de circo a la antigua moda, que con los modales
desenvueltos del profesional anot las circunstancias del viajero y
le extendi el billete. A Venecia?, dijo repitiendo la contestacin
de Aschenbach, y extendiendo el brazo para mojar la pluma en el
escaso contenido de un tintero ladeado: A Venecia, primera clase.
Muy bien, caballero. Y escribi con grandes caracteres, ech arenilla
azul de una caja sobre lo escrito, la verti en un cacharro, dobl el
papel con sus huesudos y amarillos dedos y se puso a escribir de
nuevo murmurando al mismo tiempo: Un viaje bien elegido. Oh,
Venecia! Magnfica ciudad! Ciudad de irresistible atraccin para las
personas ilustradas, tanto por el prestigio de su historia como por
sus actuales encantos. La rpidez de su gesticulacin y su montona
cantilena aturdan y molestaban; pareca que procuraba hacer vacilar
al viajero en su resolucin de viajar a Venecia. Tom apresuradamente
la moneda que Gustavo le dio para pagar, y, con destreza de
croupier, dej caer la vuelta sobre el pao mugriento que cubra la
mesa. Feliz viaje, caballero! -exclam haciendo una reverencia
teatral-. Ha sido para m un honor el servirle... Caballeros! , grit
luego alzando la mano con ademn majestuoso, como si el negocio
marchase a las mil maravillas, a pesar de que no se aguardaba ya a
nadie ms. Aschenbach volvi a la cubierta.Apoyndose con un brazo en
la barandilla del barco, se puso a contemplar a las ociosas gentes
congregadas en el muelle para mirar a los pasajeros de a bordo. Los
de segunda clase, hombres y mujeres, acampaban en cubierta,
utilizando como asientos cajas y bultos de ropa. Los de primera
clase eran muchachos alegres, miembros de una sociedad de
excursionistas, que se haban reunido para hacer un viaje a Italia y
que deban de ser dependientes de comercio de Pola. Se los vea
satisfechos de s mismos y de su empresa; charlaban, rean, gozaban
con sus propios gestos y ocurrencias, y, apoyados en la barandilla,
se burlaban a gritos de las gentes que, con la cartera bajo el
brazo, iban entrando en los establecimientos de la calle del
puerto, amenazando con sus bastoncitos a los ruidosos
excursionistas.Haba un muchacho con un traje de verano amarillo
claro, de corte anticuado, una corbata prpura y un panam con el ala
medianamente levantada, que sobresala de entre todos los dems por
su voz chillona. Pero apenas Aschenbach lo hubo mirado con cierto
detenimiento, se dio cuenta, no sin espanto, de que se trataba de
un joven falsificado: era un viejo, sin duda alguna. Sus ojos y su
boca aparecan circundados de profundas arrugas. El carmn mate de
sus mejillas era pintura; el cabello negro que asomaba por debajo
del sombrero de paja, aprisionado por una cinta de colores, una
peluca; el cuello apareca decado y ajado; el enhiesto bigote y la
perilla, teidos; la dentadura amarillenta, que mostraba al rerse,
postiza y barata, y sus manos, llenas de anillos, eran manos de
viejo. Aschenbach sinti cierto estremecimiento al contemplarlo en
comunidad con los amigos. No saban, no notaban que era viejo, que
no le corresponda llevar aquel traje tan claro; no vean que no era
uno de los suyos? Se habra dicho que, por la fuerza de la
costumbre, lo toleraban sin enterarse de su incompatibilidad, lo
trataban como a un igual y respondan sin repugnancia a las palmadas
afectuosas que les daba en el hombro. Cmo era posible? Aschenbach
se cubri la frente con las manos y cerr los ojos, irritados a causa
de haber dormido poco. Le pareca que todo aquello sala de lo
normal, que comenzaba una transmutacin ilusoria en torno suyo, que
el mundo adquira un carcter singular, que poda quiz volver a su
aspecto normal cerrando un momento los ojos. Pero en aquel instante
se sinti dominado por la sensacin del vaco, y alzando los ojos con
una especie de espanto irracional, advirti que el pesado y sombro
casco del barco estaba separndose de la orilla. Lentamente iba
ensanchndose la estela de agua sucia entre el barco y el muelle, a
medida que la mquina arrancaba trabajosamente. Ejecutando una
maniobra lentsima, el vapor puso proa a alta mar. Aschenbach fue al
lado del timn, donde el jorobado le haba abierto una silla de
playa; all lo salud el capitn, vestido de levita, pero de levita
grasienta.El cielo apareca gris, y el aire estaba hmedo. El puerto
y las islas haban ido quedando atrs, hasta que, de pronto, toda
huella de tierra desapareci del neblinoso horizonte. Sobre la
cubierta lavada, que no se acababa de secar, caa la carbonilla de
la mquina. Al cabo de una hora empez a llover. Extendieron una lona
por encima de la cubierta.Forrado en su abrigo, con un libro en el
regazo, el viejo descansaba, mientras las horas transcurran
inadvertidamente. Haba cesado de llover, se retir la lona de la
cubierta. El horizonte se haba despejado enteramente. Bajo la cpula
del cieloseextenda en torno al barco el disco inmenso del mar. En
el espacio, vaco, sin solucin de continuidad, faltaba tambin la
medida del tiempo y flotbase en lo infinito. A manera de extraas
visiones, el viejo repugnante, la barba afilada del taquillera,
desfilaban con gestos indecisos y palabras de ensueo ante el
espritu del viajero, hasta que, al cabo, se durmi.Hacia medioda,
tuvo que bajar al comedor, que tena la forma de un pasillo, con
puertas a los camarotes. Se sent a la cabecera de la larga mesa. En
la otra extremidad, los excursionistas, incluso el viejo, beban
alegremente con el capitn, desde las diez de la maana. La comida
result pobre y termin rpidamente. Luego Aschenbach subi a cubierta
para ver cmo estaba el cielo; quizs aclarara del lado de
Venecia.Haba hecho esa suposicin, pues la ciudad le reciba siempre
con tiempo esplndido. Pero el cielo y el mar seguan turbios y
grises. De cuando en cuando caa una lluvia neblinosa, y tuvo que
aceptar la idea de encontrarse, llegando por ruta marina, con otra
Venecia distinta de la que l haba conocido cuando la visit por
tierra. Estaba apoyado en un mstil, con la mirada fija en
lontananza, esperando ver tierra. Recordaba al poeta melanclico y
entusiasta ante quien emergieron en otro tiempo de aquellas aguas
las cpulas y las campanadas de su sueo, repeta algo de lo que
entonces haba cristalizado en cntico de admiracin, de dicha o de
tristeza, y conmovido sin esfuerzo por tales sentimientos ahondaba
en su corazn ya maduro, para ver si el Destino le reservaba an
nuevos entusiasmos y emociones, o quizs una tarda aventura
sentimental.As surgi a la derecha la costa plana; el mar comenz a
animarse con botes de pescadores. Apareci la isla de Bader; al
dejarla a la izquierda, el barco pas, acortando la marcha, por el
estrecho puerto que lleva el nombre de la isla y se par en la
laguna, frente a unas casuchas pobres y pintorescas, en espera de
la fala del servicio de Sanidad.Al fin, despus de una hora, apareci
la fala. Haban llegado, y no haban llegado; no tenan prisa. Sin
embargo, los dominaba la ms viva impaciencia. Los excursionistas de
Pola se sintieron patriotas, excitados sin duda por las cornetas
militares que sonaban por el lado del parque, y sobre cubierta,
entusiasmados con el arte, daban vivas a los bersaglieri que hacan
ejercicios. Pero era repugnante ver el estado en que su camaradera
con la gente joven haba puesto al lamentable anciano. Su viejo
cerebro no haba podido resistir, como en el caso de los jvenes, los
efectos del vino, y apareca vergonzosamente borracho. Con una
mirada estpida y un pitillo entre los dedos, temblorosos, vacilaba,
conservando difcilmente el equilibrio. Como habra cado al primer
paso, no se atreva a moverse del sitio; sin embargo, mostraba una
excitacin lamentable; asa de las solapas a todo el que se le
aproximaba, tartamudeaba, gesticulaba, lanzaba risotadas, alzaba
con ademn de necia burla su dedo ndice, lleno de anillos, y de un
modo equvoco, repugnante, se lama los labios. As-chenbach lo miraba
con sombro entrecejo, mientras volva a aduearse nuevamente de l la
sensacin de que el mundo mostraba una inclinacin tentadora a
deformarse en siluetas singulares y exticas. Pero no pudo seguir
examinando esa sensacin, pues la maquinaria volvi a funcionar
mientras el barco continuaba su interrumpido viaje por el canal de
San Marcos.Otra vez se presentaba a la vista la magnfica
perspectiva, la deslumbradora composicin de fantsticos edificios
que la repblica mostraba a los ojos asombrados de los navegantes
que llegaban a la ciudad; la graciosa magnificencia del palacio y
del Puente de los Suspiros, las columnas con santos y leones, la
fachada pomposa del fantstico templo, la puerta y el gran reloj, y
comprendi entonces que llegar por tierra a Venecia, bajando en la
estacin, era como entrar a un palacio por la escalera de servicio.
Haba que llegar, pues, en barco a la ms inverosmil de las
ciudades.Par la maquinaria, comenzaron a aproximarse las gndolas,
se descolg la escalerilla y subieron a bordo los empleados de la
Aduana a desempear su cometido; los pasajeros podan ir
desembarcando. Aschenbach dio a entender que deseaba una gndola
para trasladarse junto con su equipaje a la estacin de los
vaporcitos que circulan entre la ciudad y el Lido, pues pensaba
tomar habitacin a orillas del mar. Poco despus, su deseo fue
propagndose a gritos por la superficie de la laguna, donde los
gondoleros rean con otros en su dialecto. No poda descender todava
porque estaban bajando su bal con gran trabajo. Por eso se vio
durante unos minutos expuesto, sin escape posible, a la solicitud
del repugnante viejo, a quien la borrachera impulsaba a rendir al
extranjero los honores de la despedida. Le deseamos una agradable
temporada, tartamudeaba entre tumbos. Tendremos muy presente su
recuerdo. Au revour, excusez y bon-jour, Excelencia. La boca se le
llen de agua, gui los ojos y sac la lengua con gesto equvoco.
Nuestros respetos -continu -en la misma forma-, nuestros respetos
al pasajero simptico... De pronto se le fue la dentadura postiza.
Aschenbach logr al fin escabullirse... Al hombre simptico, oa decir
a sus espaldas, mientras descenda por la escalera, asido a la
cuerda.Quin no experimenta cierto estremecimiento, quin no tiene
que luchar contra una secreta opresin al entrar por primera vez, o
tras larga ausencia, en una gndola veneciana? La extraa embarcacin,
que ha llegado hasta nosotros invariable desde una poca de
romanticismo y de poema, negra, con una negrura que slo poseen los
atades, evoca aventuras silenciosas y arriesgadas, la noche sombra,
el atad y el ltimo viaje silencioso. Y se ha notado que el amplio
silln barnizado de negro es el ms blando, ms cmodo, ms agradable
del mundo? Aschenbach se dio cuenta de ello cuando se sent a los
pies del gondolero, junto a su equipaje reunido. Los remeros seguan
ri-endo rudamente en su dialecto incomprensible, y con gestos
amenazadores. Pero el silencio peculiar de la ciudad pareca
absorber blandamente sus voces, apacigundolas y deshacindolas en el
agua. En el puerto haca calor. Recibiendo el soplo tibio del
siroco, recostado sobre los blandos almohadones, el viajero cerr
los ojos para gozar de una languidez tan dulce como desacostumbrada
que empezaba a poseerlo. La travesa ser corta -pensaba-. Ojal
durase siempre! Lentamente, con suave balanceo, iba sustrayndose al
ruido, a la algaraba de las voces.El silencio se haca ms profundo a
medida que avanzaba. No se oa sino el chasquido de los remos en el
agua, el ruido sordo de las olas contra la embarcacin, que se
alzaba negra y alta como una nave guerrera, y el murmullo del
gondolero, que murmuraba trabajosamente, con sonidos acentuados por
el movimiento rtmico del cuerpo. Aschenbach alz la vista, y con
ligera extraeza advirti que la laguna se ampliaba y que la
embarcacin tomaba rumbo hacia alta mar. Al parecer, no poda
entregarse plenamente al descanso, sino que tena que velar por la
ejecucin de su voluntad.-Al embarcadero de vapores -dijo,
volvindose a medias.El murmullo del marinero ces; pero no hubo
contestacin alguna.-Digo que al embarcadero de vapores! -repiti,
volvindose del todo y llevando la vista al rostro del gondolero,
que, erguido detrs de l, destacaba su silueta sobre el fondo gris
del cielo.Era un hombre de fisonoma desagradable y hasta brutal,
con traje azul de marinero, faja amarilla a la cintura y sombrero
de paja deformada, cuyo tejido comenzaba a deshacerse,
graciosamente ladeado. Sus facciones, su bigote rubio, retorcido,
bajo la nariz corta y respingona, hacan que no pareciese italiano.
Aunque de tan escasa corpulencia que no se le hubiera credo apto
para su oficio, manejaba con gran vigor los remos, poniendo todo el
cuerpo en cada golpe. Por dos veces el esfuerzo hizo que se
contrajesen sus labios, descubriendo los blancos dientes. Con las
rojizas cejas fruncidas, mir por encima del pasajero, mientras le
replicaba en forma decidida y hasta brutal:-Pero usted va al
Lido!Aschenbach replic:-S. Pero slo he tomado la gndola para que me
llevase hasta San Marcos. Quiero utilizar el barquillo.-No puede
usted utilizar el barquillo, caballero.-Por qu no?-Porque no admite
equipaje.Eso era exacto. Lo recordaba ya Aschenbach, pero call un
momento. Las maneras rudas y groseras del hombre le parecieron
insoportables. Por eso replic:-sa es cuestin ma. Yo dejar mi
equipaje en custodia; regrese.Hubo un silencio. Segua el chasquido
de los remos y el ruido sordo del agua que azotaba la embarcacin.
El gondolero comenz a hablar consigo mismo.Qu hara? A solas en el
agua con aquel hombre tan poco tratable y tan rudamente decidido,
no encontraba medio alguno para imponer su voluntad. Adems, para qu
irritarse en vez de seguir indolentemente recostado en la blandura
de los almohadones? No haba deseado que la travesa durara largo
tiempo, que no acabara nunca? Lo ms importante, sobre todo, lo ms
agradablemente delicioso, era dejar que las cosas siguieran su
curso. De su asiento, de su silln, forrado de negro, pareca
desprenderse un vaho de indolencia irresistible, y era una delicia
inefable sentirse as suavemente arrullado por los remos del terco
gondolero que tena a sus espaldas. La idea de haber cado en manos
de un criminal cruz vagamente por la imaginacin de Aschenbach, sin
que sus pensamientos se inquietasen en gesto defensivo.Ms
desagradable le pareca la posibilidad de ser vctima de una estafa
vulgar, de que todo aquello slo se encaminase a sacarle ms dinero.
Una especie de sentimiento del deber, o de orgullo, un deseo de
prevenirse, lograron hacerle saltar.-Cunto cobra usted por el
viaje?El gondolero, mirando hacia lo alto, respondi:-Tendr usted
que pagar lo que cuesta.El deseo de estafarle era evidente.
Aschenbach dijo de un modo maquinal:-No pagar nada, absolutamente
nada, si no me lleva al sitio que le indiqu.-Usted quiere ir al
Lido.-Pero no con usted.-De nada tiene que quejarse.Es cierto -pens
Aschenbach, y se calm-. Me llevas bien. Aunque hayas pensado slo en
mi dinero y aunque me des con un remo en la cabeza, me habrs
llevado bien.Pero no aconteci nada de eso. Tuvieron incluso compaa:
un bote con msicos ambulantes, hombres y mujeres que cantaban
acompaados de guitarras y mandolinas y que iban al lado de la
gndola, rompiendo el silencio que reinaba en la superficie del agua
con canciones de una poesa para uso de turistas que les produca
buenas ganancias. Aschenbach arroj unas monedas en el sombrero que
le presentaban, hecho lo cual los cantores callaron y
desaparecieron. Volvi a orse el murmullo del gondolero, que
hablaba, con frases sordas y entrecortadas, consigo mismo.Llegaron,
al fin, en el instante en que sala un vapor con rumbo a la ciudad.
Dos guardias municipales paseaban por la orilla, con las manos a la
espalda y el rostro vuelto hacia la laguna. Aschenbach salt de la
gndola apoyndose en aquel viejo que se encuentra en todos los
embarcaderos de Venecia con su gancho. Luego, al ver que no tena
monedas pequeas, se fue por cambio a un hotel prximo a fin de
arreglar su cuenta con el gondolero. Le cambiaron en la caja,
volvi, encontr su equipaje en el muelle, sobre un carrito; pero
gndola y gondolero haban desaparecido.-Tuvo que marcharse -dijo el
viejo del gancho-. Es un mal hombre, un hombre sin licencia, seor.
Es el nico gondolero que no tiene licencia. Los otros telefonearon
aqu. l vio que le estaban aguardando, y ha tenido que
irse.Aschenbach se encogi de hombros.-El seor ha hecho el viaje
gratis -dijo el viejo tendindole el sombrero.Aschenbach le ech unas
monedas, luego dio orden de que condujera su equipaje al Hotel
Bader, y sigui al carrito a lo largo de la brillante avenida de
cafs, bazares, flores, hoteles, que atraviesa la isla en diagonal
hasta la playa.Entr en el espacioso hotel por la parte de atrs,
atravesando la terraza del jardn, llegando a las oficinas por el
pasadizo del vestbulo. Como haba anunciado su llegada, le
recibieron con gran amabilidad. Un maitre d'htel, hombre pequeito
que se deslizaba silenciosamente con finura servil, de bigote negro
y levita de corte francs, le acompa en el ascensor hasta el segundo
piso y le mostr su cuarto: una habitacin agradable, con el
mobiliario de madera de cerezo, con un ramo de flores olorosas
sobre una mesilla, y desde cuyas altas ventanas se poda disfrutar
de la visin del mar abierto. Cuando se retir el empleado,
Aschenbach se asom a una de las ventanas, y mientras le llevaban el
equipaje y lo acomodaban en la habitacin, se puso a contemplar la
playa, que a aquella hora estaba casi desierta, y el mar sin sol.
Haba pleamar. Las olas, bajas y lentas, moran en la orilla con
acompasado movimiento.Los sentimientos y observaciones del hombre
solitario son al mismo tiempo ms confusos y ms intensos que los de
las gentes sociables; sus pensamientos son ms graves, ms extraos y
siempre tienen un matiz de tristeza. Imgenes y sensaciones que se
esfumaran fcilmente con una mirada, con una risa, un cambio de
opiniones, se aferran fuertemente en el nimo del solitario, se
ahondan en el silencio y se convierten en acontecimientos,
aventuras, sentimientos importantes. La soledad engendra lo
original, lo atrevido, y lo extraordinariamente bello; la poesa.
Pero engendra tambin lo desagradable, lo inoportuno, absurdo e
inadecuado.De esta manera, el nimo del viajero sentase todava
inquieto con las impresiones de la travesa, el repulsivo viejo
verde con sus gestos equvocos, el gondolero brutal que se haba
quedado sin su dinero. Todos estos hechos, sin ofrecer dificultades
al entendimiento ni construir materia de cavilacin, le parecan de
naturaleza extraa. Las contradicciones que tales hechos envolvan,
le intranquilizaron. Sin embargo, salud al mar con los ojos, y su
corazn se llen de alegra al contemplarse tan cerca de Venecia.
Finalmente se apart de la ventana, se ase, le dio a la doncella
algunas rdenes relacionadas con su instalacin, y se fue al
ascensor, donde un suizo, de uniforme verde, le llev al piso
inferior.Tom el t en la terraza, junto al mar; baj luego, siguiendo
a lo largo del muelle un buen trecho en direccin al Hotel
Excelsior. Al retornar, crey que era ya hora de cambiarse de traje
para comer. Lo hizo con parsimonia, con esmero, como siempre, pues
estaba habituado a trabajar mientras se arreglaba. Despus se
encontr un poco antes de la hora, en el hall, donde estaban
reunidos algunos huspedes, desconocidos entre s, pero en espera
comn de la comida. Tom un peridico de la mesa,searrellan en un
silln de cuero y se puso a pensar en aquellas personas, que se
diferenciaban con ventaja de las de su residencia anterior.Haba all
un ambiente mucho ms abierto y de mayor amplitud y tolerancia. En
los coloquios a media voz se notaban los acentos de los grandes
idiomas. El traje de etiqueta, uniforme de la cortesa, reuna en
armoniosa unidad aparente todas las variedades de gentes all
congregadas.Se vean los secos y largos semblantes de los
americanos, numerosas familias rusas, seoras inglesas, nios
alemanes con institutrices francesas. La raza eslava pareca
dominar. Cerca de l hablaban en polaco.Se trataba de un grupo de
muchachos reunidos alrededor de una mesilla de paja, bajo la
vigilancia de una maestra o seorita de compaa. Tres chicas de
quince a diecisiete aos, quizs, un muchacho de cabellos largos que
pareca tener unos catorce. Aschenbach advirti con asombro que el
muchacho tena una cabeza perfecta. Su rostro, plido y preciosamente
austero, encuadrado de cabello color de miel; su nariz, recta; su
boca, fina, y una expresin de deliciosa serenidad divina, le
recordaron los bustos griegos de la poca ms noble. Y siendo su
forma de clsica perfeccin, haba en l un encanto personal tan
extraordinario, que el observador poda aceptar la imposibilidad de
hallar nada ms acabado. Lo que inmediatamente saltaba a la vista
era el contraste entre el aspecto educacional a que obedeca el
vestido y el trato que se daba a sus hermanas. El atavo de las tres
hermanas, la mayor de las cuales era ya una mujercita formada, no
poda ser ms sencillo y casto, hasta el extremo de que casi las
afeaba. Un traje claustral, uniforme de color gris, bastante largo,
mal cortado a propsito, con un cuello blanco planchado como nica
nota clara, haca que no fuera posible encontrar nada agradable en
sus cuerpos. El cabello, liso y pegado a la cabeza, daba a los
rostros una expresin monjil e insustancial.Aquel atavo era sin duda
la obra de una madre que no aplicaba al chico la severidad
pedaggica que crea aplicable a las muchachas. Se vea que la
existencia del muchacho era presidida por la blandura y el trato
delicado. Nadie se haba atrevido a poner las tijeras en sus
hermosos cabellos, que caan en rizos abundantes sobre la frente,
sobre las orejas y sobre la espalda. El traje de marinero ingls,
cuyas mangas abombadas se ajustaban hacia abajo oprimiendo las
finas muecas de sus manos infantiles, prestaba, con sus cordones,
botones y bordados, algo de rico y mimado a su delicada figura.
Aschenbach lo vea de medio perfil, sentado, con las piernas
extendidas y uno de los pies, con su zapato de charol, sobre el
otro; tena un codo apoyado en el brazo de su asiento de mimbre, la
mejilla cada sobre la mano cerrada, en una actitud de elegante
indolencia, sin asomo alguno de la rigidez a que parecan habituadas
sus hermanas. Estara enfermo? La piel de su cara era blanca como el
marfil sobre el dorado oscuro de los rizos que le servan de marco.
O era simplemente un hijo nico, mimado, en quien un cario excesivo
y caprichoso haba producido aquel enervamiento? Aschenbach se
inclinaba a creer en lo ltimo. Casi todas las naturalezas artsticas
tienen esa innata tendencia malvola que aprueba las injusticias
engendradoras de belleza y que rinde homenaje y acatamiento a esas
preferencias aristocrticas.Entretanto, un camarero recorra los
pasadizos anunciando en ingls que la comida estaba servida. La
concurrencia fue dirigindose poco a poco, por la puerta de
cristales, al comedor. Pasaban huspedes retrasados que entraban del
vestbulo o salan del ascensor. Haban comenzado ya a servir la
comida, pero los polacos continuaban en su mesita de mimbre.
Aschenbach, cmodamente hundido en un silln y con el hermoso mancebo
ante sus ojos, esperaba tambin.La institutriz, una seora pequea y
corpulenta, de cabello rojizo, dio por fin la seal de levantarse.
Apart a un lado la silla y se inclin cuando una seora alta, vestida
de gris claro y adornada con ricas perlas, entraba en el vestbulo.
El aire de aquella mujer era fro y contenido, y el peinado de su
cabello, que iba ligeramente espolvoreado, as como la forma de su
vestido, atestiguaban aquella sencillez que determina el buen gusto
all donde la religiosidad pasa como parte integrante de la
elegancia. Bien poda haber sido ella la esposa de un alto
funcionario alemn. Lo nico exageradamente lujoso que exhiba eran
sus alhajas, de inestimable valor, sus pendientes y su triple
collar largusimo, hecho de perlas grandes como cerezas y de suaves
irisaciones.Los muchachos, que se haban levantado rpidamente, se
inclinaron luego para besarle la mano. Ella, la madre, con una
sonrisa contenida de su cuidado rostro, pero con cierta expresin de
cansancio, miraba por encima de sus cabezas y diriga a la
institutriz algunas palabras en francs. Luego se dirigi al comedor.
La siguieron las muchachas, por orden de edades; a continuacin, la
institutriz y, por ltimo, el muchacho. Por no s qu razn, este ltimo
se volvi antes de penetrar por la puerta de cristales y, como no
quedaba en la estancia nadie ms, sus singulares ojos soadores se
encontraron con los de Aschenbach que, sumido en la contemplacin,
con su peridico en las rodillas, segua al grupo con la mirada.La
escena que acababa de presenciar no tena nada de particular en los
detalles. No haban ido a comer antes de la llegada de la madre; la
haban aguardado, para saludarla respetuosamente y para entrar en la
sala siguiendo sus hbitos tradicionales. Pero todo esto se haba
hecho con tanta expresin, con tal acento de disciplina, de
sentimiento del deber, de mutuo respeto, que Aschenbach se sinti
singularmente conmovido. Aguard un instante, luego entr, a su vez,
en el comedor y pidi una mesa. Con cierto sentimiento de disgusto,
comprob luego que su sitio resultaba muy alejado de la familia
polaca.Durante toda la interminable comida, cansado y, sin embargo,
presa de una gran agitacin espiritual, Aschenbach cavil sobre cosas
serias y hasta trascendentales, reflexion sobre la misteriosa
proporcin en que lo normal tena que conformarse con lo individual
para engendrar la belleza humana; pas despus a pensar en problemas
generales del arte y de la forma, y acab comprendiendo que sus
pensamientos y conclusiones se parecan a ciertas ficciones del
sueo, felices aparentemente y que luego, a la luz de un nimo
sereno, resultan vacas e intiles. Despus de cenar se entretuvo
paseando y fumando por el parque, fuertemente aromatizado; luego se
acost temprano y pas la noche en un sueo continuo y profundo, pero
animado por diversas visiones.El tiempo no mejor al da siguiente.
Soplaba viento de tierra. Bajo el cielo turbio se vea el mar en
soolienta calma, con el horizonte tan alejado de la playa que
dejaba libre varias filas de largos bancos de arena. Cuando
Aschenbach abri la ventana, crey sentir el olor pestilente de la
laguna.De pronto, se encontr dominado por gran desasosiego. E
instantes despus, pensaba en marcharse. Estando en Venecia, haca
algunos aos, tras unas alegres semanas primaverales, haba tenido
que soportar un tiempo tan malo como aqul. Le hizo tanto dao, que
se vio obligado a marcharse apresuradamente. No volva a sentir,
igual que entonces, la febril inquietud, la opresin de las sienes,
el peso de los prpados? Cambiar otra vez de residencia sera
molesto. Pero, si no cambiaba el viento, no poda permanecer all.
Por precaucin, no deshizo todo el equipaje. A las nueve se desayun
en la salita que se encontraba entre el vestbulo y el comedor.En el
edificio entero reinaba ese solemne silencio que constituye el
orgullo de los grandes hoteles.Los camareros caminaban
silenciosamente. Todo lo que se oa era el tintineo de los servicios
de t y algunas palabras a media voz. En un rincn, al lado opuesto
de la puerta y dos mesillas ms all de la suya, Aschenbach advirti a
las muchachas polacas con su institutriz. Muy tiesas, con el
cabello rubio pegado y los ojos enrojecidos, con vestidos azules de
cuellos y puos planchados, muy estrechos, se las vea sentadas,
alargndose unas a otras un tarro de conservas. Ya casi haban
acabado el desayuno. Faltaba el muchacho.Aschenbach sonrea: Mi
joven amigo! -pens-. Parece que gozas del privilegio de dormir
hasta cuando quieras. Y sintindose de pronto muy contento, record
silenciosamente el verso:Atavo variado, baos calientes y reposoSe
desayun tranquilamente, recibi el correo de manos del portero, que
entr con la galoneada gorra en la mano y fumando un pitillo.Ley un
par de cartas. De esa manera fue como pudo presenciar todava la
entrada del dormiln, a quien sus hermanas aguardaban.Entr por la
puerta de cristales y atraves en silencio, diagonalmente, la
estancia, hasta la mesa de sus hermanas. Su andar era gracioso,
tanto en la actitud del busto como en el movimiento de las rodillas
y en la manera de pisar; andaba ligeramente, con altanera y
suavidad al propio tiempo, y su encanto aumentaba en virtud del
pudor infantil, que por dos veces le oblig a bajar los ojos cuando
mir en torno suyo. Sonriente, y hablando a media voz en su lenguaje
sonoro y blando, salud y se sent. Esta vez estaba frente a
Aschenbach, quien volvi a ver, con asombro y hasta con miedo, la
divina belleza del nio. Llevaba una blusa ligera, de tela con
listas azules y blancas, atada con una cinta de seda roja por
encima del pecho y cerrada arriba por medio de un sencillo cuello
blanco planchado. Sobre el cuello, que ni siquiera combinaba muy
elegantemente con el traje, descansaba de manera incomparablemente
encantadora la cabeza bella, la cabeza de Eros, de color de mrmol
de Paros, con sus cejas finas, sus sienes y sus orejas suavemente
sombreadas por el marco de sus cabellos.Muy bien!, se dijo
Aschenbach con esa fina destreza profesional con que a veces los
artistas disfrazan el encanto, el entusiasmo que les produce una
obra de arte. Luego pens: Aunque no tuviera yo el mar y la playa,
permanecera aqu mientras t no te fueras.A continuacin se levant y
atravesando el vestbulo entre las atenciones del personal, baj a la
gran terraza y se dirigi rectamente a la parte de playa destinada a
los huspedes del hotel. Hizo que un viejo baero, descalzo, con
pantalones de lienzo, blusa de marinero y sombrero de paja, le
sealase la caseta; le orden que sacara al aire libre la mesa y
asiento, y se arrellan en la silla de tijera, que arrastr hasta el
borde del agua por la arena amarillenta.El cuadro que a sus ojos
ofreca la playa, la visin de aquellas gentes civilizadas, que
gozaban sensualmente en medio de los elementos, le satisfizo y
entretuvo como nunca. El mar, gris y sereno, estaba ya animado por
nios que corran descalzos por el agua, de nadadores de abigarradas
figuras, que, con los brazos detrs de la cabeza, estaban tendidos
sobre la arena. Otros remaban en pequeos botes sin quilla y
pintados de encarnado y azul, y rean con alborozo.Junto a la tensa
cuerda del balneario, en cuyas plataformas uno se senta como sobre
una terraza, haba movimiento alborozado e indolente reposo, saludos
y charlas, elegancia matinal, todo mezclado con las desnudeces, que
se aprovechan osadamente de las libertades del lugar. Por la orilla
paseaban algunas personas envueltas en blancas capas de bao. Hacia
la derecha haba una montaa de arena con mltiples derivaciones,
construida por los chiquillos y adornada con banderitas de todos
los pases. Los vendedores de mariscos, pasteles y frutas extendan
sus mercancas arrodillados en el suelo. Hacia la izquierda, ante
una de las casetas un tanto apartadas de la mayora, y en las que
por aquel lado terminaba la playa, haba acampado una familia rusa.
Caballeros con luengas barbas y grandes dientes, mujeres
indolentes, una seorita del Bltico que, sentada ante un caballete,
pintaba el mar, gesticulando de vez en cuando desesperadamente; dos
nios feos y apacibles; una criada, con una cofia y serviles
actitudes de esclava. All estaban gozando, agradecidos, del mar y
del reposo; llamaban sin cesar, a gritos, a los chiquillos, que
jugaban sin hacerles caso; bromeaban, empleando algunas palabras
italianas, con el viejo humorista, a quien compraban golosinas; se
besaban unos a otros en las mejillas, sin que les preocuparan en lo
ms mnimo los observadores alrededor.Me quedar, pensaba Aschenbach.
Dnde podra estar mejor? Y con las manos dobladas sobre sus
rodillas, dejaba que sus ojos se perdiesen en la montona inmensidad
del mar. Amaba el mar por razones profundas: por el ansia de reposo
del artista que trabaja rudamente, que desea descansar de la
variedad de figuras que se le presentan en el seno de lo simple e
inmenso; por una tendencia perversa, opuesta enteramente a las
exigencias de su misin en el mundo, y ms tentadora, por eso, a lo
inarticulado, desmedido y eterno; a la nada. Quien se esfuerza por
alcanzar lo excelso, nota el ansia de reposar en lo perfecto. Y la
nada no es acaso una forma de perfeccin? Mas, mientras cavilaba
perdido as en lo infinito, la horizontal del mar se vio de pronto
cortada por una figura humana, y recogindose en lo concreto de su
mirada sumida en lo indefinido, vio al muchacho, que, viniendo de
la izquierda, pasaba ante l. Marchaba descalzo, dispuesto a
corretear por el agua; las esbeltas piernas aparecan desnudas,
hasta al rodilla, y caminaba lentamente, pero con ligereza y
aplomo, como si estuviese habituado a andar sin zapatos; su mirada
buscaba las casetas del lado izquierdo, pero apenas hubo advertido
a la familia rusa, que gozaba tranquilamente de las delicias del
da, apareci sobre su rostro una tormenta de colrico desprecio. Su
frente se oscureci, se contrajeron sus labios en una expresin de
rabia y frunci de tal modo las cejas, que sus ojos,Centelleantes de
algo oscuro y maligno, aparecieron hundidos. Baj luego la vista y
volvi a mirar amenazadoramente. Poco despus se encogi de hombros
con un ademn de violento desprecio y volvi la espalda al enemigo.Un
sentimiento delicado, en el que haba un poco de respeto y un poco
de vergenza, movi a Aschenbach a volverse fingiendo no haber visto
nada; pues a su temperamento circunspecto repugnaba explotar, ni
aun consigo mismo, esa clase de explosiones pasionales como la que
casualmente haba descubierto. Se haba regocijado y atemorizado al
mismo tiempo, y se senta dichosamente conmovido. Al fanatismo
infantil, dirigido contra el cuadro ms apacible de vida, mostraba
el poco valor de lo divino en las relaciones humanas; haca que una
visin de vida, reposada y feliz, despertase pasiones revueltas,
prestando a la bella figura del adolescente una exaltacin que haca
tomarle ms en serio de lo que sus aos representaban.Con la cabeza
vuelta an del otro lado, Aschenbach escuchaba la voz del muchacho,
una voz clara, un poco dbil, con la cual saludaba desde lejos, a
gritos, a los compaeros que jugaban en la montaa de arena. Al or la
voz respondieron gritndole varias veces su nombre, o un diminutivo
de su nombre. Aschenbach atenda con cierta curiosidad, sin poder
atrapar ms que dos slabas meldicas, que sonaban como Adgio, y con
ms frecuencia Ad-gin, terminando en una n prolongada. El sonido era
agradable, le hall adecuado por su eufona al objeto que designaba,
lo repiti para s y, satisfecho, volvi a sus cartas y papeles.Con su
cartera de viaje sobre las rodillas, empez a contestar su
correspondencia, con estilogrfica. Pero despus de un cuarto de
hora, encontr que era lastimoso abandonar en espritu la expectacin
ms agradable que conoca y echarla a perder con una actividad
indiferente. Dej a un lado sus tiles de escribir, y volvi a mirar
al mar. Poco tiempo despus, atrado por la algaraba de los chicos
que jugaban con montones de arena, volvi la cabeza hacia la
derecha, apoyndola cmodamente en el respaldo de su silla, para
contemplar lo que haca Adgio.Pudo verlo al lanzar la primera
mirada. La cinta roja de su pecho flotaba sin escaparse. Ocupado
con otros nios en colocar una tabla vieja como puente sobre el foso
hmedo de la montaa de arena, daba rdenes con gritos y movimientos
de cabeza. Seran unos diez compaeros, chicos y chicas, algunos de
su misma edad y otros, ms pequeos, que hablaban en francs, en
polaco y tambin en idiomas balcnicos. Pero el nombre ms repetido
era el de Adgio. Sin duda lo queran, lo admiraban todos.
Especialmente uno de ellos, polaco tambin, robusto y fuerte,
llamado algo as como Saschu, con el cabello negro, engomado, pareca
ser su ms ntimo amigo y vasallo sumiso. Cuando el trabajo de la
montaa de arena estuvo terminado, se fueron todos abrazados, playa
adelante, y el llamado Saschu bes al hermoso Adgio.Aschenbach se
sinti tentado de amenazarle con el dedo. Mas a ti, Cristbulo, te
aconsejo -pens sonriendo-, que te vayas un ao a viajar. Pues eso
necesitas, por lo menos, si quieres curar. Y luego se comi con
delicia unos fresones maduros que compr a uno de los vendedores
ambulantes. Haca calor, a pesar de que el sol no lograba atravesar
las nubes que cubran el cielo. El espritu se senta invadido por una
gran indolencia, y los sentidos penetrados por el encanto infinito
y adormecedor del mar. A un hombre de la seriedad de Aschenbach le
pareci en aquel momento una ocupacin apropiada y suficiente
adivinar, investigar qu nombre poda ser el que sonaba algo as como
Adgio. Con ayuda de algunos recuerdos, pens que deba de ser Tadrio,
diminutivo de Tadeum y que se pronunciaba Tadrn.Tadrio haba ido a
baarse. Aschenbach, que lo haba perdido de vista, descubri al fin
su cabeza y su brazo extendido, all lejos, en el mar, pues el mar
pareca ser llano hasta muy afuera. Pero, sin duda, se cuidaban ya
de l.De pronto empezaron a orse en la playa voces de mujeres que le
llamaban, que gritaban su nombre, un nombre que dominaba la playa
casi como una solucin, y que con sus sonidos suaves y la n
prolongada del final tena al mismo tiempo algo de dulce y de
estridente.-Tadrn! Tadrn!l se volvi entonces hacia la playa,
corriendo, haciendo saltar el agua en espuma al levantar las
piernas, con la cabeza echada hacia atrs. La visin de aquella
figura viviente, tan delicada y tan varonil al mismo tiempo, con
sus rizos hmedos y hermosos como los de un dios mancebo que,
saliendo de lo profundo del cielo y del mar, escapaba al poder de
la corriente, le produca evocaciones msticas, era como una estrofa
de un poema primitivo que hablara de los tiempos originarios, del
comienzo de la forma y del nacimiento de los dioses. Aschenbach
escuchaba con los ojos cerrados aquel canto que renovaba en su
interior, y pens, una vez ms, que all se encontraba bien y que se
quedara.Ms tarde, Tadrio estaba tumbado en la arena descansando del
bao, envuelto en su sbana, abierta por su hombro derecho, y con la
cabeza descansando en el brazo desnudo. Aunque Aschenbach no lo
miraba, sino que lea unas pginas en su libro, no se olvidaba de que
estaba all y saba que slo necesitaba tornar ligeramente la cabeza
hacia la derecha para contemplar lo ms admirable del mundo. Casi
estuvo convencido de que su misin era velar por el muchacho, en
lugar de ocuparse en sus propios asuntos. Y un sentimiento
paternal, el sentimiento del que se sacrifica en espritu al culto
de lo bello, por aquello que posee belleza, llenaba y conmova su
corazn.Ya hacia el medioda abandon la playa, regres al hotel y subi
en ascensor a la habitacin. All permaneci largo tiempo ante el
espejo, contemplando su agrisado cabello, su cansado rostro, de
facciones afiladas. En aquel momento pens en la gloria y en que por
la calle le conocan muchos y lo contemplaban con respeto y
admiracin, todo a causa de su voluntad certera y coronada de
gracia; evoc todos los xitos anteriores de su talento que se le
ocurrieron, y hasta pens en su ttulo de nobleza. Luego baj al
comedor y comi en su mesita. Cuando, al terminar la comida, tom el
ascensor, entr en l mucha gente joven que vena igualmente del
comedor, y entre ellos, Tadrio. Estaba muy cerca de Aschenbach, por
primera vez; tan cerca, que poda verlo, no a distancia, como en los
cuadros, sino observndolo de cerca en sus menores detalles humanos.
Alguien le haba hablado, y l le responda con una sonrisa de
indescriptible simpata; pero ya sala, bajando los ojos, en el
primer piso: La belleza nos hace vergonzosos, se dijo Aschenbach,
ponindose a pensar en el motivo de ello. Sin embargo, haba notado
que los dientes de Tadrio dejaban que desear; eran algo plidos, sin
ese esmalte brillante propio de la salud, y de una transparencia
inquietante, como ocurre a veces por causa de la anemia.Es muy
frgil, es enfermizo. No llegar a viejo, pens Aschenbach, y renunci
a analizar un sentimiento de satisfaccin o intranquilidad que
acompaaba a tal idea.Pas dos horas en su habitacin, y luego se
embarc en el pequeo vapor para tornar hacia Venecia a travs del
olor ptrido de la laguna. Se ape en San Marcos, tom t en la plaza,
y luego, cumpliendo su programa, fue a dar un paseo por las calles.
El paseo hubo de trastornar completamente la situacin de su nimo,
alterando sus planes.Un calor bochornoso caa sobre las callejas; el
aire era denso, y los olores que salan de las casas, tiendas y
cocinas, olor de aceite, nubes de perfume y otras emanaciones,
yacan apelotonados, sin dispersarse. El humo del tabaco se quedaba
como cuajado, y slo poco a poco se iba deshaciendo. La multitud de
gente que se atropellaba en la estrechez de las calles, molestaba
al paseante en vez de entretenerle. A medida que transcurra el
tiempo, se adueaba de l, progresivamente, el estado lamentable que
el siroco, combinado con el aire del mar, puede producir, y que es
excitacin y desfallecimiento al mismo tiempo. Transpiraba
copiosamente, los ojos queran cerrrsele, senta el pecho oprimido,
tena fiebre, la sangre palpitaba sensiblemente en sus sienes.
Cruzando algunas calles, huy de los barrios comerciales, donde el
gento se apretujaba, hacia los barrios pobres. All viose asaltado
por una nube de mendigos, mientras los olores ptridos de los
canales le cortaban la respiracin. En un lugar tranquilo, en uno de
esos sitios olvidados, y graciosamente pintorescos que se
encuentran en el exterior de Venecia, al borde de un brocal, se
sent para descansar, se sec la frente y comprendi que deba
marcharse.Por segunda vez, y ya definitivamente, comprob que
Venecia le sentaba muy mal con aquel tiempo. Le pareci absurdo
obstinarse tercamente en permanecer all cuando las probabilidades
de que el viento cambiase eran muy inseguras. Era preciso decidirse
al vuelo. Volver a casa no era posible. No tena dispuestas ni sus
habitaciones de verano ni de invierno para ir all. Pero Venecia no
era el nico sitio donde haba mar y playa; poda encontrarlos en
otros sitios, sin el lamentable complemento de la laguna y de las
emanaciones, que le producan fiebre. Record una playa pequea cerca
de Trieste, que le haban ponderado mucho. Por qu no irse all? Caso
de hacerlo, tena que ser sin retraso, para que valiera la pena
cambiar otra vez de residencia. Se decidi, y se puso en pie.En el
primer embarcadero que pudo encontrar, tom una gndola y dio la
orden de que le llevasen a San Marcos. La embarcacin fue
deslizndose en el turbio laberinto de los canales, por entre
delicados balcones de mrmol exornados con leones, doblando esquinas
rezumantes, pasando luego al pie de otras fachadas suntuosas. Le
cost trabajo llegar a su destino, pues el gondolero que trabajaba
en combinacin con fbricas de encajes y vidrios, trataba de
desembarcarle a cada paso para que entrase a ver las tiendas y
comprara. Si era, pues, verdad que la fantstica travesa por las
lagunas de Venecia comenzaba a ejercer su encanto sobre l, aquel
espritu de mendicidad de reina cada, bastaba para romperlo.De nuevo
en el hotel, advirti que circunstancias imprevistas le obligaban a
marcharse a la maana siguiente, temprano.Le expresaron su pesar y
le dieron la cuenta. Cen y pas la tibia velada leyendo peridicos en
una mecedora de la terraza trasera. Antes de acostarse dispuso
debidamente su equipaje.No pudo dormir gran cosa, pues la
proximidad del viaje le inquietaba. Cuando, de madrugada, abri la
ventana, el cielo segua nublado, pero el aire pareca ms fresco.
Entonces comenz a arrepentirse de sus propsitos. No habra sido su
decisin demasiado apresurada y errnea, obra de un estado febril? Si
no hubiera avisado en el hotel, si con menos prisa hubiera esperado
un cambio del tiempo, en vez de una maana de quehaceres y
preocupaciones, le aguardara el goce tranquilo del da anterior en
la playa. Pero era demasiado tarde, y se vea forzado a seguir
queriendo lo que la vspera haba querido. Se visti, y a las ocho baj
en el ascensor para tomar el desayuno.Cuando entr, el pequeo
comedor estaba solitario. Mientras esperaba sentado que le
sirviesen lo que haba pedido, empezaron a entrar algunos huspedes.
Con la taza de t pegada a los labios, vio llegar a las muchachas
polacas con su institutriz. Rgidas y frescas, con los ojos
enrojecidos, se sentaron a su mesa de la esquina de la ventana. Un
instante despus se acerc a Aschenbach el portero, con la gorra en
la mano, a comunicarle que haba llegado el momento de partir. El
automvil esperaba para llevarle a l y a otros huspedes al Hotel
Ex-celsior, punto desde donde la canoa-automvil llevara a los
seores a la estacin por el canal privado de la Compaa. El tiempo
apremiaba.Aschenbach respondi que no era del mismo parecer. Faltaba
ms de una hora para la salida del tren. Protest contra la costumbre
de los hoteles de echar a los viajeros antes de tiempo, y dijo al
portero que deseaba tomar tranquilamente su desayuno. El empleado
se retir de mala gana, para reaparecer despus de cinco minutos. Era
imposible que el automvil esperase ms tiempo. Pues que se vaya con
mi bal, replic Aschenbach, irritado. l tomara, a su hora, el
vaporcito pblico, y rogaba que le dejasen tranquilo. El empleado se
inclin. Aschenbach, satisfecho ya, termin, sin apresurarse, el
desayuno, y hasta pidi un peridico al camarero. Cuando se levant
finalmente, slo le quedaba el tiempo justo. Y ocurri que al mismo
tiempo entraba Tadrio por la puerta de cristales.Al cruzar,
buscando a los suyos, tropez con Aschenbach, que sala; baj
modestamente los ojos ante el hombre de cabellos grises y amplia
frente para volver a levantarlos luego, con su manera dulce y
amable, sin detener su marcha. Adis, Tadrio! -pens Aschenbach-.
Poco tiempo ha durado nuestro conocimiento. Y murmurando, contra su
costumbre, dijo a media voz:- Dios te bendiga!Poco despus hizo los
ltimos preparativos, reparti propinas, fue atendido por el suave
matre d'htel, con su levita francesa, y abandon el hotel a pie,
como haba llegado. Le segua el mozo del hotel, que llevaba su
equipaje de mano, atravesando la avenida Florida, que cruzaba de
sesgo la isla para dirigirse al embarcadero. Lleg, tom asiento y...
lo que vino despus fue un calvario por todas las profundidades del
arrepentimiento.La travesa conocida iba por la laguna, pasando por
delante de San Marcos y subiendo luego por el Gran Canal.
Aschenbach estaba sentado cerca de proa, en el banco circular, con
un brazo extendido en la barandilla, y hacindose sombra sobre los
ojos con la otra mano. Quedaron atrs los jardines pblicos, y la
Piaz-zeta se abri una vez ms ante sus ojos en su magnificencia
principesca. Al llegar a la gran serie de palacios, aparecieron
tras un recodo del canal los arcos majestuosos de mrmol de Rialto.
El viajero contemplaba toda la belleza que desfilaba ante sus ojos,
y se le oprima el corazn. Respiraba, en aspiraciones profundas y
espiraciones dolorosas, la atmsfera de la ciudad, aquel olor
ligeramente putrefacto, de mar y de pantano, que el da anterior
haba querido abandonar con tanta urgencia. Era posible que no
hubiera sabido, que no hubiera considerado hasta qu punto su corazn
estaba ligado a todo aquello? Lo que por la maana era un
sentimiento vago, una leve duda, tornose ya en angustia, en dolor
efectivo y punzante, en tribulacin tan grande para su alma, que
varias veces asomaron lgrimas a sus ojos, en forma completamente
extraa.Aquello que ms doloroso le resultaba, aquello que a veces le
pareca absolutamente insoportable, era sin duda el pensamiento de
que ya no volvera a Venecia, de que se despeda de ella para
siempre. Porque despus de haber comprobado por segunda vez que la
ciudad era nociva para su salud, despus, de haberse visto obligado
por segunda vez a abandonarla de repente, tendra que considerarla
como una residencia prohibida, insoportable. Insensato sera probar
fortuna una vez ms.Saba ya que, de irse en aquel instante, la
vergenza y el amor propio le impediran volver a la amada ciudad,
ante la cual haba fracasado por dos veces su resistencia fsica. La
lucha entre la apetencia espiritual y la incapacidad fsica le
pareci de pronto grave e importantsima a aquel hombre que empezaba
a envejecer. Y su derrota corporal le result tan lamentable, y tan
vergonzoso haber cedido sin dificultad alguna, que no quiso
comprender la razn por la cual haba podido entregarse y someterse
el da anterior sin lucha seria.Mientras tanto, el vapor se
aproximaba a la estacin, y su dolor y su desconcierto aumentaban
hasta darle vrtigos. La partida pareca imposible, y no menos
imposible el regreso. Entr en la estacin completamente deshecho.
Era muy tarde; no poda perder un momento si deseaba tomar el tren.
Quera y no quera. Sin embargo, el tiempo apremiaba y lo empujaba
hacia delante. Se apresur a comprar su pasaje, y busc entre el
tumulto al empleado del hotel. Finalmente el hombre apareci y
anunci que el bal ya estaba facturado.-Ya facturado?-S, para
Como.-Para Como?Y despus de una sucesin apresurada de preguntas
colricas y de perplejas respuestas, result que el bal haba sido
enviado, junto con el equipaje de otros pasajeros, desde el Hotel
Excelsior, hacia una direccin totalmente equivocada.Aschenbach no
poda conservar la nica actitud que tales circunstancias requeran.
Una alegra de aventura, un goce increble sacuda casi
convulsivamente su pecho. El empleado se precipit a rescatar el
bal, pero luego volvi sin haber conseguido nada. Aschenbach declar
entonces que sin su equipaje no estaba dispuesto a marcharse, y que
prefera volver para esperar en el hotel el retorno del bal. Pregunt
si la canoa-automvil de la Compaa estaba lista. Y se fue a la
ventanilla, donde le devolvieron el precio del billete. Asegur que
telegrafiara, que hara todo lo posible para recuperar el bal
rpidamente. De esa manera s.u-cedi el extrao acontecimiento de que
el viajero, a los cinco minutos de su llegada a la estacin, volvi a
encontrarse en el Gran Canal, en viaje de regreso al Lido.Aventura
increble, vergonzosa y cmica, como cosa de pesadilla! Los lugares
de los cuales acababa de despedirse para siempre, con el corazn
oprimido, estaban ante su vista otra vez por obra del Destino
caprichoso, que acababa de brindarle una de sus jugarretas! El
pequeo y rpido barco se deslizaba alegrementehaciendo espuma y
esquivaba, al pasar, gndolas y vapores, mientras su nico pasajero
disimulaba bajo la mscara de resignacin, la excitacin gozosa y
sorprendida de un muchacho de vacaciones. En su pecho pugnaba por
estallar, de tiempo en tiempo, la risa que su desgraciado accidente
le produca; un accidente que no hubiera podido suceder ms
oportunamente a un escolar desaplicado. Habra que dar
explicaciones; iba pensando que se encontrara con caras asombradas,
y luego, todo arreglado. Se haba evitado una desgracia, se haba
rectificado un grave error, y todo lo que haba credo dejar a sus.
espaldas definitivamente volva a aparecer ante sus ojos. Era suyo
por todo el tiempo que deseara. Por lo dems, le engaaba la rapidez
del barco, o vena realmente del lado del mar aquel viento
brusco?Las olas azotaban el estrecho canal abierto en la isla hasta
llegar al Hotel Excelsior. Un mnibus que esperaba all condujo a
Aschenbach, por la orilla del mar rizado, directamente hasta el
Hotel Bader. El pequeo maitre baj la escalera para saludarle.Con
ligero mimo lament el accidente calificndolo de extraordinariamente
sensible para l y para el establecimiento. Luego aprob, lleno de
conviccin, el designio de Aschenbach de aguardar all su bal. Su
habitacin estaba ya ocupada; pero tena a su disposicin otra que no
era peor que aqulla.-Pas de chance, Monsieur -dijo sonriente el
suizo del ascensor mientras suban.As fue cmo el fugitivo volvi a
instalarse en una habitacin que, en cuanto a situacin y
comodidades, era casi enteramente igual a la anterior.Fatigado,
atolondrado por la agitacin de aquella maana singular, tan pronto
como hubo distribuido en la habitacin el contenido de su maleta, se
sent en una butaca, dejando la ventana abierta. El mar haba tomado
un tono verde plido; el aire pareca ms fino y ms limpio, y la
playa, con sus casetas y sus botes, tena ms color, a pesar de que
el cielo continuaba gris. Aschenbach, con las manos cruzadas sobre
sus rodillas, miraba hacia el exterior, satisfecho de volver a
verse all, moviendo tristemente la cabeza y pensando en su
indecisin, en su desconocimiento de sus propios deseos. As estuvo
sentado, descansando y pensando sin objeto fijo, durante una
hora.Hacia medioda divis a Tadrio, el cual, con su traje listado,
volva desde el mar al hotel. Aschenbach lo reconoci en seguida
desde su altura, antes de verlo propiamente con sus ojos, e iba a
decir algo as como un saludo cordial, un Tadrio, aqu ests t tambin
otra vez! , pero al mismo tiempo sinti que el saludo ligero se
velaba callando ante la verdad; sinti el entusiasmo que encenda su
sangre, la alegra, el dolor de su alma, y se dio cuenta de que la
despedida le haba resultado tan dolorosa slo a causa de
Tadrio.Sentado e invisible en su sitio, se consideraba altsimo a s
mismo en silencio. Sus rasgos se haban reanimado: se enarcaban sus
cejas y su boca se dilataba en una sonrisa atenta que expresaba
goce espiritual. Despus levant la cabeza, y sus dos brazos, que
colgaban indolentemente de los brazos de la butaca, hicieron un
movimiento giratorio y de ascenso, lentamente, con las palmas de
las manos vueltas hacia delante, como si insinuaran un abrazo. Fue
un ademn de bienvenida; un gesto alegre y lnguido, lleno de
indeciso placer.IVUn da y otro da, el dios de ardientes mejillas
recorra con su cuadriga generadora del clido esto los espacios, del
cielo, y su dorada cabellera flotaba en el viento huracanado que
vena del Este. Por los confines del mar indolente flotaba una
blanquecina, sedosa niebla. La arena arda. Bajo el azul encendido
de ter se extendan, frente a las casetas, unas amplias zonas, y en
la mancha de sombra secretamente dibujada que ofrecan, parbanse las
horas, de la maana. Las noches eran deliciosas; las plantas del
parque esparcan su perfume penetrante, mientras en la altura seguan
su carrera los astros, y el murmullo del mar, envuelto en
tinieblas, hablaba ntimamente al alma. Aquellas noches traan la
alegre promesa de un nuevo da de sol, con ocio ordenado, enjoyado
de las infinitas posibilidades que podra ofrecer.El husped, a quien
un oportuno fracaso haba detenido all, al recobrar su equipaje no
pens, ni mucho menos, en una nueva partida.Durante dos das haba
tenido que privarse de algunas cosas, vindose obligado a comer en
el gran comedor en traje de viaje. Pero cuando el equipaje
extraviado apareci en su cuarto, lo deshizo inmediatamente y llen
armarios y cajones con sus cosas, enteramente decidido a quedarse
por un tiempo indefinido, satisfecho de poder caminar por la playa
con su traje de seda y de presentarse de etiqueta en el comedor.La
agradable monotona de aquella existencia lo hechizaba en su
encanto; la dulzura suave y luminosa de aquella existencia se haba
adueado rpidamente de l. Y, en efecto, qu delicia mejor que aquella
vida que una los encantos de una playa meridional confortable a la
cercana de la estupenda y maravillosa ciudad? Aschenbach no gustaba
del placer. Siempre que haba vivido sus vacaciones, marchando en
busca de reposo y das sonrientes, especialmente siendo ms joven,
haba sentido en seguida la nostalgia inquieta del trabajo, del
sagrado esfuerzo de su disciplinada labor cotidiana. Slo aquel
lugar ejerca sobre l una influencia sosegadora, distenda su
voluntad y le tornaba dichoso. Muchas veces, por la maana,
descansando a la sombra de la lona extendida ante su caseta, sola
abandonarse a un delicioso ensueo, mientras contemplaba el azul del
cielo del mar meridional, o tambin, durante las noches tibias,
arrellanado en los almohadones de la gndola que le conduca, bajo la
amplia bveda del cielo, desde la plaza de San Marcos, donde pasaba
largos ratos, hasta el Lido. Y mientras iban alejndose las
abigarradas luces de la ciudad y los melanclicos acordes de las
serenatas, pensaba en su casa de montaa, el hogar de su esfuerzo
estival; evocaba las nubes que cruzaban bajas, las tormentas
espantables que por la noche apagan las luces de las casas y los
cuervos que huan a las copas de los pinos. Entonces le pareca estar
transportado al Elseo, a un lugar dichoso, all en los confines de
la tierra, donde el hombre disfruta de la vida ms leve, donde no
hay nieve ni invierno, ni tormentas ni lluvias en virtud de un
soplo refrescante que viene perennemente del ocano, y los das
transcurren en un ocio divino, sin esfuerzo ni lucha, en entrega
total al Sol y a sus fiestas.Aschenbach vea frecuentemente a
Tadrio. La limitacin del espacio y la regularidad del gnero de vida
que todos estaban obligados a llevar, hacan que el hermoso muchacho
permaneciese prximo a l casi todo el da, con ligeras
interrupciones. Lo encontraba en todas partes: en el comedor del
hotel, en las travesas martimas a la ciudad, y hasta en la misma
confusin de la playa, y luego, por obra del acaso, en las calles,
en los paseos. Pero cuando tena ocasin de consagrar a la bella
figura devocin y estudio, ampliamente y con comodidad, era
principalmente por la maana, en la playa. Y esta complacencia de la
fortuna, este favor de las circunstancias, que con uniformidad
peren ne se le ofreca diariamente, era todo lo que le llenaba
verdaderamente de satisfaccin y goce, lo que le haca tan agradable
su vida y lo que determinaba que los das soleados desfilaran
sonrientes ante l, sin interrupcin.Se levantaba a una hora
temprana, como lo haca cuando se vea azuzado por un trabajo
apremiante, y llegaba a la playa uno de los primeros, cuando el sol
no quemaba an y el mar, de una blancura deslumbrante, permaneca
entregado a los sueos de la maana. Saludaba respetuosamente al
guardia de la verja y al anciano de barba blanca que le arreglaba
su sitio, que extenda la lona y sacaba a la plataforma los muebles
de la caseta. Luego transcurran unas tres o cuatro horas hasta que
Tadrio apareciese; durante ese tiempo iba ascendiendo el sol y
alcanzando un terrible vigor. El mar se haca entonces de un azul
cada vez ms denso.Tadrio sola llegar por la izquierda, siguiendo el
borde del mar; Aschenbach lo vea aparecer de espaldas, saliendo de
entre las casetas. A veces se daba cuenta sbitamente de que haba
pasado la hora de su llegada, y vealo entonces, ya con su traje de
bao azul y blanco, que no volva a quitarse, y experimentaba un
estremecimiento de placer. El muchacho comenzaba en seguida su
actividad habitual bajo el sol y sobre la arena. Aquella vida,
graciosamente frvola, ociosamente inquieta, era juego y reposo, y
se compona de carreras por la playa, de chapuzones en el agua; su
actividad consista en jugar con la arena, en tomar golosinas,
tenderse, nadar, vigilado y llamado por las mujeres desde la
terraza. Su nombre resonaba constantemente en voces chillonas
Tadrn! Tadrn! Y l corra hacia ellas con gesticulacin vehemente a
referir lo que le haba ocurrido, a ensear lo que haba encontrado:
ostras, estrellas y cangrejos que andaban de lado. Aschenbach no
entenda una palabra de lo que el pequeo deca, pero en su odo sonaba
con deliciosa eufona aunque fueran las cosas ms corrientes. As, el
exotismo converta en msica la conversacin del chico. Un sol potente
regaba a manos llenas su resplandor en honor suyo, y el magnfico
horizonte del mar serva de fondo y exaltacin a su figura.En cierta
ocasin llamaron al muchacho para que saludase a un desconocido que
estaba con las damas; l corri hacia all, mojado an del agua,
despejndose los rizos. Al tender la mano, apoyndose sobre una
pierna, mientras el otro pie posaba sobre las puntas de los dedos,
su cuerpo tena un encanto de movimiento indecible; inclinado
graciosamente hacia delante, un poco encogido de vergenza, trataba
de agradar por deber aristocrtico. Otras veces permaneca en la
arena, con los miembros extendidos; la sbana envolva su delicado
cuerpo; el brazo, suavemente modelado, descansaba en el arenal, con
la barbilla apoyada en la palma de la mano. El muchacho llamado
Sas-chu, sentado junto a l, le contemplaba sumiso, y nada ms
seductor cabe imaginar que la sonrisa de labios y ojos, con que l
miraba enaltecido al otro, al admirador, al servidor. Otras veces
se le vea al borde del mar, solo, apartado de los suyos, muy cerca
de Aschenbach. Entonces apareca erguido, con las manos cruzadas por
detrs de la nuca, balancendose suavemente y mirando, soador, al
lejano azul, mientras las suaves olas de la orilla baaban sus pies.
Su cabello, rubio, de miel, se adhera en rizos hmedos a sus sienes
y su cuello; el sol haca brillar el vello de la parte superior de
la espina dorsal; destacbanse claramente bajo la delgada envoltura
el fino dibujo de las costillas, la uniformidad del pecho. Sus
omplatos eran lisos como los de una estatua; sus rtulas brillaban,
y sus venas azulinas hacan que su cuerpo pareciese forjado de un
fino material translcido. Qu disciplina, qu exactitud de
pensamiento expresaba aquel cuerpo tenso y de juvenil perfeccin!
Pero la voluntad severa y pura, que en un esfuerzo misterioso haba
logrado modelar aquella imagen divina, no era la que l, artista,
conoca a la perfeccin? No era la que alentaba en l, cuando lleno de
contenida pasin libertaba de la masa de mrmol del lenguaje la forma
esbelta que su espritu haba intuido, y que representaba al hombre
como imagen y espejo de belleza espiritual?Imagen y espejo! Su
mirada abarc la noble figura que se ergua al borde del mar
intensamente azul, y en un xtasis de encanto crey comprender,
gracias a esa visin, la belleza misma, la forma hecha pensamiento
de los dios