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Icaria Editorial La crisis: ¿Un desafío para los economistas? Author(s): Michel Aglietta Source: Mientras Tanto, No. 13 (noviembre 1982), pp. 93-120 Published by: Icaria Editorial Stable URL: http://www.jstor.org/stable/27819354 . Accessed: 10/06/2014 00:24 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Icaria Editorial is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Mientras Tanto. http://www.jstor.org This content downloaded from 62.122.73.195 on Tue, 10 Jun 2014 00:24:19 AM All use subject to JSTOR Terms and Conditions
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Michel Aglietta - La Crisis-Un Desafio Para Los Economistas

Apr 11, 2016

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Icaria Editorial

La crisis: ¿Un desafío para los economistas?Author(s): Michel AgliettaSource: Mientras Tanto, No. 13 (noviembre 1982), pp. 93-120Published by: Icaria EditorialStable URL: http://www.jstor.org/stable/27819354 .

Accessed: 10/06/2014 00:24

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La crisis:

?Un desaf?o para los economistas?*

Michel Aglietta

Entrevista realizada por Elizabeth Azoulay

Desde la aparici?n de su libro Regulaci?n y crisis del capita lismo1 sus trabajos est?n ejerciendo una influencia indiscu tible en las investigaciones te?ricas en materia de econom?a

pol?tica, especialmente en lo que concierne al concepto de cri sis del capitalismo. ?C?mo valora usted los trabajos de an? lisis de la econom?a pol?tica, frente a la agravaci?n de la crisis que estamos viviendo?

Las teor?as econ?micas se definen, a un cierto nivel de gene ralizaci?n, con respecto a dos conjuntos de dificultades: 1) La

posici?n de la econom?a en el terreno de las relaciones socia les y 2) la intervenci?n del Estado, la pol?tica econ?mica.

Responder al primer conjunto de problemas supone la aplica ci?n de un n?mero determinado de paradigmas, es decir de

hip?tesis fundamentales sobre los conceptos que permiten definir la econom?a. Ello da lugar a la muy conocida oposi ci?n entre la teor?a neocl?sica o liberal y la teor?a marxista. La primera se basa en el paradigma de la independencia total de la econom?a y de sus procesos de adaptaci?n respecto al entorno social. ?ste, considerado externo a la econom?a, no

influye en ella m?s que a t?tulo de elemento ex?geno, en oca

* Art?culo aparecido en la revista Dialectiques, 6, 1981, y cedido amable mente por ?sta para su publicaci?n en mientras tanto.

1. R?gulation et crises du capitalisme: Vexemple des Etats-Unis, Paris, Cal.

mann-L?vy, 1976. (Traducci?n castellana en la Editorial Siglo XXI.)

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siones perturbador. El conjunto de los procesos y de las adap taciones econ?micas se percibe a trav?s de los fen?menos lla

mados de mercado. La concepci?n de estos fen?menos se or

ganiza alrededor de las nociones de existencia y de estabilidad de un equilibrio. La econom?a aparece as? como un espacio cerrado, limitado de la misma manera que el de las relacio nes f?sicas cuando se las interpreta desde el punto de vista de la mec?nica cl?sica. En cuanto a la teor?a marxista, de en trada enunci? que no hay tal autonom?a de la econom?a, que la econom?a est? enraizada en los procesos sociales que son conflictivos y tienen una dimensi?n hist?rica. De esta mane

ra, al rechazar la idea de autonom?a del terreno econ?mico, no puede definir leyes econ?micas, en el sentido propio del t?rmino. Su tarea es forjar el m?todo capaz de interpretar la transformaci?n social en sus m?ltiples dimensiones.

La interpretaci?n del papel del Estado en la econom?a plan tea un problema m?s pragm?tico. Desde la segunda guerra

mundial es el tema m?s fecundo dentro de la disciplina. La

presencia cada vez mayor del Estado ha provocado una pol? tica econ?mica que ha tenido necesidad de un discurso ra cionalizador. Es este discurso el que ha constituido lo que ahora se llama econom?a pol?tica o macroeconom?a. ?sta es

principalmente pragm?tica, es decir que est? constituida por modelos, por sistemas de relaciones formalizados que pue den nutrirse de cifras: son, pues, representaciones cifradas de los sistemas econ?micos nacionales. Como han sido auspi ciadas por el Estado, estas maquetas econ?micas est?n basa das en el desarrollo de la estad?stica y en su organizaci?n a partir de la contabilidad nacional.

El segundo conjunto de preocupaciones tan s?lo tiene algu nos elementos de relaci?n con el primero, es decir que el en

foque pragm?tico de la pol?tica econ?mica depende muy poco de los conceptos te?ricos fundamentales. Se ha construido una pluralidad de modelos concurrentes que son prueba de gran ambig?edad por lo que respecta a la comprensi?n del

papel del Estado en la econom?a.

Despu?s de la segunda guerra mundial se han desarrollado dos grandes corrientes te?ricas.

En el plano m?s fundamental de la teor?a econ?mica, se ha asistido a un refinamiento de los teoremas generales de la escuela liberal, que demostraban, con ayuda de un aparato matem?tico cada vez m?s sofisticado, que el equilibrio exis te, bajo hip?tesis muy generales, y que tiene ciertas caracte r?sticas de estabilidad local. Pero no se ha podido demostrar

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que ninguna econom?a concreta tienda a un estado de equili brio. Por otra parte, la dimensi?n estructuralista del desarro llo del marxismo en los a?os sesenta, bajo el impulso de

Althusser, ha llevado consigo un cierto dogmatismo frente a las considerables transformaciones que las econom?as occi dentales manifestaban desde la post-guerra. A partir de pri vilegiar la idea del corte epistemol?gico en la obra de Marx, esta escuela ha favorecido, en el terreno econ?mico, una in

terpretaci?n reductiva de la teor?a del valor-trabajo. Ello nos lleva al principio de los a?os setenta, en los que se observa

que determinado n?mero de principios de coherencia que ga rantizaban la regularidad del crecimiento se ponen en cues ti?n. Muchos indicios mostraban que algunas alteraciones de estos principios estaban ya en germen en los a?os se

senta, mucho antes de la crisis de la energ?a y de la recesi?n de 1973-1974.

Las diferentes concepciones de la econom?a han tenido que

responder a esta nueva interpelaci?n. Se cre?a que el creci miento estaba del todo instalado, libre de las grandes fluc tuaciones, de depresiones, etc. Y he aqu? que de nuevo sur

g?a la crisis: para algunos no era m?s que un fallo del creci

miento; para otros era mucho m?s que un fallo... Ah? se si tuaron los problemas de la teor?a econ?mica durante los

a?os setenta, y las diferentes teor?as han abierto nuevos cam

pos de preocupaci?n.

La teor?a liberal no ha puesto nuevamente en duda su prin

cipio esencial, la econom?a real ?es decir las relaciones que resultan de las opciones fundamentales de los individuos en

materia de consumo, de t?cnicas de producci?n, los procesos de adaptaci?n en el mercado...? sigue consider?ndose fun

damentalmente estable. En consecuencia los economistas li

berales ten?an que buscar las causas de las perturbaciones que observaban. Fue entonces cuando se aceler? el desarro

llo de la teor?a monetaria; todo se atribuy? a los fen?menos

monetarios, que eran evidentemente una manifestaci?n de la

crisis, pero se les convirti? en la causa esencial de los desarre

glos que afectaban a las econom?as occidentales.

Esto ten?a diversas ventajas:

? por una parte, mantener la coherencia de la teor?a, ya que en el plano doctrinal los fen?menos monetarios pod?an separarse de la econom?a real y aportar perturbaciones del exterior;

? por otra parte, en un plano m?s ideol?gico, la ventaja

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consist?a en imputar al Estado la responsabilidad de la crisis, dado que los fen?menos monetarios se someten a una disciplina estatal central.

Estamos ante el sentido de una filosof?a para la cual la eco nom?a privada es fundamentalmente estable, siempre y cuan do pueda ?arregl?rselas sola?.

Por lo que respecta a las concepciones marxistas, el caso es quiz? un poco m?s complejo. Ci??ndonos a la concepci?n dominante en Francia en los a?os sesenta, la teor?a del Capi talismo Monopolista de Estado (CME), se puede observar que, al igual que la teor?a liberal, acentuaba el papel del Estado. El CME define principalmente un cierto modo de relaciones entre el Estado y las empresas en el marco del proceso de concentraci?n-circulaci?n del capital. Interviene, pues, en lo

que los economistas consideran como un proceso esencial de

regulaci?n de los fen?menos econ?micos en una econom?a

capitalista.

Este proceso, en vez de tener lugar por la mediaci?n exclusi va de los mecanismos llamados de mercado, seg?n los cuales los capitalistas que aplican y retiran los capitales de un ramo a otro comparan sus tasas de beneficios y provocan la nive laci?n de estas tasas, es orientado por el Estado que permite

mantener una declinaci?n permanente de las tasas de bene ficios. De tal modo favorece el proceso de concentraci?n, orient?ndolo hacia determinados sectores. Con ello, modifi ca evidentemente el reparto de la plusval?a entre los distin tos capitales.

Este razonamiento dejaba de lado una serie de procesos esen ciales que caracterizaban los comienzos de la crisis.

Para empezar, y es quiz? la cr?tica m?s fundamental que se

puede hacer a esta visi?n del marxismo, deja sin abordar casi totalmente los conflictos ligados a la relaci?n salarial. Se preocupa bastante poco de la institucionalizaci?n de la relaci?n salarial, la cual, sin embargo, comporta transforma ciones considerables. El Estado interviene de manera m?s ?n tima y contradictoria en la lucha de clases, codific?ndola y convirti?ndose en la instancia esencial de articulaci?n de los procesos de consumo y de producci?n en masa. Es un nivel de an?lisis mucho m?s prof undo que el que s?lo plantea la cuesti?n de la mobilidad de los capitales, de la concentraci?n de las empresas y de la nivelaci?n de las tasas de beneficio.

La segunda cr?tica que se le puede hacer a la teor?a del CME

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es su car?cter exclusivamente nacional. Si bien sugiere la dimensi?n internacional del capitalismo, no la aborda de ma nera te?rica.

Hay que comprender que el capitalismo es por esencia una

l?gica, un sistema mundial fraccionado en Estados naciona les heterog?neos que mantienen relaciones jer?rquicas. Con secuentemente hay ciertos procesos y presiones que se reve lan en el interior de un Estado nacional particular y que provienen de la l?gica mundial del capitalismo en la fase hist?rica en la que ?ste se encuentra. Hay que explicitar las modalidades de incidencia de esas presiones. A partir de estos dos problemas el pensamiento marxista se ver? llevado a re novar su reflexi?n.

?C?mo sit?a usted su trabajo respecto a las corrientes de an?lisis que acaba de citar?

En un principio yo adquir? una formaci?n de economista

pragm?tico ya que viv? una experiencia de pol?tica econ?mi ca enmarcada en la planificaci?n francesa de los planes V

y VI. Por lo tanto conozco con bastante precisi?n tanto el inter?s de los que m?s arriba he denominado modelos macro

ecqn?micos como sus l?mites. Efectivamente, estos modelo^ consideran est?tico el conjunto de las coordenadas sociales, de los principios de resoluci?n de los conflictos que se reve lan en las instituciones. Esta serie de presiones se considera dada y se expresa en los modelos macroecon?micos, por una

parte del principio al final del marco contable que les es

com?n, por otra parte del principio al final de las relaciones

que se consideran estad?sticamente estables. As?, esta estabi lidad no es m?s que el resultado de las interacciones sociales en su conjunto, y sin embargo ?stas se consideran inamovi bles y externas al campo de reflexi?n de estos modelos.

Estos instrumentos de an?lisis funcionan, efectivamente, cuan do estas relaciones son estables. Ello supone 'un per?odo duj rante el cual el r?gimen de crecimiento est? establ?cido y durante el cual las diferentes modalidades de arbitraje de los conflictos son repetitivas puesto que las instituciones en las que se expresan disfrutan de un cierto consenso social. Entonces el macroeconomista puede ver c?mo esa relativa estabilidad de las interacciones sociales se ve reflejada en

relaciones cuantitativas.

Los modelos dibujan un espacio reducido de las posibilidades

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de acci?n del Estado en un contexto de interacciones sociales constantes. Las relaciones fundamentales del sistema econ?

mico aparecen como elemento end?geno y los medios institu cionales de acci?n del Estado (el fisco, la actuaci?n sobre la

moneda, los tipos de intereses, los gastos presupuestarios...) como elemento ex?geno. Esta dicotom?a end?geno/ex?geno es un problema. Si bien el discurso de racionalizaci?n de la acci?n del Estado lleva necesariamente a concebirla como la in tervenci?n de un Deus ex machina sobre la sociedad, no deja de plantearse la cuesti?n de los grados de libertad de esta acci?n. As?, pues, en un per?odo de transici?n pol?tica, de transformaci?n de las estructuras sociales, ?se puede utilizar este tipo de instrumento de an?lisis? En caso afirmativo, ?de qu? forma habr?a que hacerlo?

En el transcurso de la preparaci?n del VI Plan, la crisis co

menzaba a dibujarse y era ciertamente patente la enorme

dificultad de contener la reflexi?n en el marco de estos ins trumentos de an?lisis. En lo que a m? respecta, intent? am

pliar la reflexi?n a partir de los l?mites de la macroeconom?a en su papel de recept?culo de las transformaciones sociales.

En esa ?poca me fui a los Estados Unidos, donde permanec? durante dos a?os por diversas razones. Razones de pura co

modidad, teniendo en cuenta la calidad de los trabajos de

investigaci?n que se pueden hacer en ese pa?s y las ventajas materiales que se puede encontrar en las Universidades ame

ricanas, en particular en el campo de la documentaci?n. Ra zones m?s fundamentales relacionadas con la posici?n que los USA ocupan en la jerarqu?a de Estados nacionales instau rada por el capitalismo internacional. Efectivamente, durante la segunda mitad del siglo xx los USA est?n en el centro de las transformaciones, es decir, que el grado m?s avanzado de las contradicciones que sufre el sistema es m?s f?cilmente

perceptible en este pa?s.

En el plano metodol?gico, ello ten?a la ventaja un poco mar

ginal de poder, en cierta medida, separar el aspecto interna cional ?la imbricaci?n de las presiones externas sobre la for

maci?n social? y la din?mica de esta misma formaci?n so

cial, ya que el pa?s hegem?nico es el que dicta las normas internacionales sobre el resto del mundo, aunque ?l no las recibe en el mismo grado. Ello determina el car?cter asim? trico a las relaciones internacionales.

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Con ocasi?n de este estudio sobre los Estados Unidos se ha llegado a un cierto m?todo de an?lisis del sistema capitalista y de sus transformaciones a lo largo del siglo XX. ?Qu? apor ta este m?todo en ?l plano te?rico? ?C?mo se pueden situar las teor?as de la regulaci?n en relaci?n con estas ?ltimas?

Se puede considerar que este tipo de an?lisis se sit?a en el interior del marxismo; ya es una primera informaci?n. Pero inmediatamente hay que a?adir que como tal se sit?a como

puerta falsa respecto a un marxismo que considera que hay leyes de desarrollo del capitalismo, generales e inmutables,

mientras dicho modo de producci?n exista. Se habla de ?baja tendenci?i de las tasas de beneficios?, y yo he hablado antes de la ?ley de nivelaci?n de la tasa de beneficio?. Se evoca una serie de leyes que se habr?a enunciado de ima vez por todas y que como tales ser?an v?lidas durante la totalidad de la ?poca hist?rica del capitalismo.

El punto de vista que yo he expuesto y que otros han ex

puesto a la vez que yo es que, efectivamente, hay invariantes en el sistema capitalista; si no, no se podr?a tomar como

categor?a para el an?lisis. Pero estas invariantes no pueden enunciarse en forma de leyes, porque no se pueden hallar si no es a partir de la historia de las formas sucesivas que el conflicto entre el capital y los asalariados ha podido ir to

mando. Frente a las contradicciones que la separaci?n entre los centros de decisi?n y la relaci?n salarial engendra en los sistemas capitalistas, la cohesi?n social se asegura, a poste riori, por la relaci?n comercial. Los principios de regulaci?n de conjunto del sistema pasan por una evoluci?n hist?rica, no son inmutables durante todo el curso de la existencia del modo de producci?n capitalista.

Sin embargo, no se debe tener tuia visi?n mec?nica basada en la sucesi?n de fases bien delimitadas que remplazar?a la idea de regulaci?n por leyes inmutables. M?s bien nos vemos

conducidos a ima concepci?n de la pluralidad y de la hetero geneidad de los modos de regulaci?n del sistema. No hay que hacer del marxismo una teor?a que conserve de la teor?a eco n?mica liberal la idea de un principio de homogeneidad, de una ley de desarrollo, de un principio de regulaci?n unifi cador.

Las sociedades en las que vivimos son tan complejas que no

pueden en ning?n caso compararse con un sistema, en el sen tido en que lo entienden los matem?ticos, es decir, dotado de leyes definidas de organizaci?n, invariables y que consti

tuyen una coherencia l?gica rigurosa. El sistema capitalista

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aparece m?s bien como una nebulosa de instituciones cada una con sus caracter?sticas parciales de regulaci?n.

Puede comprenderse la din?mica del sistema capitalista en un doble sentido:

? el sentido del tiempo de la coyuntura, de las fluctuaciones a corto plazo y de las instituciones reguladoras de dichas fluctuaciones. En efecto, el capitalismo es un sistema so cial muy abierto y presenta una gran capacidad de absor ci?n de los conflictos. Funciona y se desarrolla absorbien do los disfuncionamientos permanentemente. Es una pri mera dimensi?n de la din?mica social de este modo de

producci?n;

? el sentido de las interacciones din?micas a largo plazo, que yo llamar?a tiempo irreversible, que inscriben este modo de producci?n en la historia. Son las ?pocas en las

que las interacciones din?micas que se refieren al con flicto social principal, el conflicto trabajo asalariado/capi tal, se modifican irreversiblemente. Es en el interior de dichas relaciones donde nacen las mayores crisis, las que Robert Boyer2 ha llamado las grandes crisis.

Los m?ltiples debates que tienen lugar sobre la causa de la crisis est?n condenados al fracaso, a causa del car?cter com

plejo del sistema, de la multiplicidad de las temporalidades discordantes. La perversi?n de la regularidad de conjunto del sistema no tiene una causa, sino muy probablemente m?lti

ples razones de ser. En un comienzo ?stas provocan tensio nes localizadas, y bajo el prisma macroecon?mico se observa

que el crecimiento contin?a con regularidad, si bien una plu ralidad de tensiones diseminadas empiezan a manifestarse en el interior del sistema. Es lo que ve?amos perfilarse en Francia hacia 1967 y en los Estados Unidos a partir de 1965.

Hay que comprender el proceso de crisis global que vivimos en toda su originalidad pues est? caracterizado por la ?poca hist?rica del fordismo y se manifiesta en la inflaci?n. Preci semos un poco.

Los an?lisis en t?rminos de regulaci?n han permitido poner en evidencia un r?gimen de acumulaci?n o un r?gimen de

crecimiento, el fordismo, caracterizado por la cohesi?n de con

junt? de las condiciones de la producci?n y de la formaci?n

2. R. Boyer, ?La crise actuelle: une mise au point en perspective historique?, en Critique de l'Economie Politique^ n.e 7/8.

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de la demanda social. Han mostrado la compatibilidad de una cierta exparjsi?n del modo de vida de los asalariados (funda da en la mecanizaci?n de la vida social y en el desarrollo de los bienes duraderos y de consumo en masa) y de una cierta

l?gica de la productividad (constituci?n de colectivos de tra

bajo en las grandes f?bricas con trabajo en cadena y trabajo en lugar fijo, transformaciones considerables que han esti

mulado la productividad).

En este contexto, los an?lisis de la regulaci?n deb?an prime ramente estudiar el conjunto de los procesos y de las insti tuciones que permiten a las contradicciones de la relaci?n salarial no s?lo llegar a ser compatibles, sirjo adem?s conver tirse en el motor de un proceso de avance.

Todo ello va bien en el sentido del mensaje de Marx. Si tuar de nuevo la lucha de clases en el coraz?n mismo de las transformaciones materiales de la vida social. Buscar en esas transformaciones?de hecho el aumento en n?mero de los asalariados? el motor del sistema. Hab?a que analizar sus formas concretas en una ?poca determinada, la que sigui? a la segunda guerra mundial.

Mejor a?n, y ?se es el segundo aspecto del an?lisis, hab?a

que entender cu?les eran las instituciones reguladoras en di

cha situaci?n. Estudiar el papel de lo que en aquel momento

yo hab?a llamado formas institucionales o formas estructura

les. Son los modos de organizaci?n que permiten reabsorber las tensiones sociales a ciertos niveles de la estructura del

capitalismo. Cada instituci?n reguladora (negociaci?n salarial, sistema bancario, grandes empresas...) obtiene ciertos resul tados seg?n la manera como funciona. Pero la cohesi?n de

conjunto del sistema es mucho m?s dif?cil de comprender ya que supone la compatibilidad de estas instituciones de regu

laci?n, que no sobrepasan su l?gica parqial. En consecuencia, no se debe entender que el sistema capitalista tiende al equi librio, sino m?s bien que es como una conjunci?n fr?gil de

regulaciones parciales. Lo que le da su apariencia de estabi lidad es la redundancia fie las instancias parciales de regula ci?n. Cuando alguna se ve perturbada por conflictos impor-. tantes, otras palian como pu?den su deficiencia. Por todo ello el capitalismo debe verse como ima nebulosa de sistemas mer taestable. Por su funcionamiento repetitivo y su elevado gra do de redundancia, el armaz?n institucional logra canalizar

las contradicciones sociales en un movimiento global, esta^

d?stico y de crecimiento. Pero s? se paralizan demasiadas ins-'

tituciones reguladpras, la metaestabilidad pue?le convertirse

en mutaciones cualitativas a trav?s de fluctuacipnes gigantes.

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Incluso se puede decir que durante las grandes crisis, las ins

tituciones reguladoras en el sentido coyuntural del t?rmino, es decir en el sentido cibern?tico, se convierten en propaga doras de las fluctuaciones y distorsiones sociales.

Tomemos el ejemplo de la regularidad del salario. Era un

aspecto esencial del r?gimen de crecimiento que se ha podi do definir a partir de los an?lisis de regulaci?n y al que se ha llamado fordismo. En ese r?gimen, efectivamente, la for maci?n del salario se ha convertido en algo m?s global, pro

gramado por las instituciones denominadas de negociaci?n colectiva, con la intervenci?n del Estado en algunos casos.

Ello ha permitido una r?pida progresi?n de la capacidad de consumo de los asalariados y ha creado una demanda social

para una producci?n masiva. A partir de ese momento las

empresas pod?an programar sus inversiones a largo plazo.

A partir del momento en que el proceso de crisis comenz? a avanzar las negociaciones colectivas se siguieron sucediendo

pero se convirtieron en formas de introducci?n de rigidez en

la evoluci?n de las ventas. Con el mismo papel se convierten en procesos que hacen m?s r?gido al sistema y que sustentan la inflaci?n.

De la misma manera, el cr?dito que hab?a permitido dar a una demanda (vivienda, autom?vil...), una solvencia que des de la segunda guerra mundial no pod?a tener a partir de las rentas corrientes, se convierte en un instrumento de especu laci?n y de mantenimiento del proceso inflacionista.

?En qu? medida permiten estas teor?as sobre la regulaci?n un an?lisis concreto de la crisis actual del capitalismo?

La crisis que vivimos se manifest? en un principio en los Estados Unidos, a comienzos de la segunda mitad de los a?os sesenta. Hay que interpretarla como una crisis del r?gimen de acumulaci?n en su conjunto y no como una crisis transi toria de disfuncionamiento. En el lenguaje que he empleado anteriormente, no es una crisis coyuntural, es una ?gran crisis?.

Para situarla correctamente y comprender que la teor?a de la regulaci?n no podr?a ser mec?nica, se la podr?a comparar a otra ?gran crisis?, la de los a?os treinta. Pero ni los pro cesos que dan lugar a las crisis, ni sus manifestaciones son

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estables en la historia. Mientras para lo que se ha llamado la gran depresi?n de los a?os treinta la crisis fue violenta y relativamente breve, para nosotros la crisis est? difuminada y es m?s larga.

En el marco de per?odos largos a que hemos aludido, la crisis de los a?os treinta se caracterizaba por ima desconexi?n entre la organizaci?n moderna del trabajo (ya en vigor des

pu?s de la primera guerra mundial y que permit?a un desarro llo r?pido de la productividad) y el modo de vida de los asalariados que continuaba siendo el del siglo xix. De ah?

que se la haya llamado, superficialmente, ?crisis de insufi ciencia de la demanda?. A un nivel m?s fundamental, se ve

que era el resultado de ima grave contradicci?n en la relaci?n

asalariados/capital. El modo de vida de los asalariados segu?a siendo esencialmente ajeno a lo que el capitalismo produc?a.

Se trataba de lo que algunos han llamado una crisis de sobre acumulaci?n y otros una crisis de insuficiencia de la deman da. Sus caracter?sticas eran la acumulaci?n de las tensiones en forma de exceso de producci?n con respecto a la demanda solvente y se manifest? en violentos procesos de liquidaci?n de los excedentes.

Si hoy nosotros no nos encontramos con lo mismo, es preci samente debido a que el fordismo ha engendrado las formas sociales que han neutralizado esta modalidad de la crisis. La

que nosotros conocemos se manifiesta de m?ltiples formas. Se pudo observar, de entrada, que en los Estados Unidos la

progresi?n de la productividad del trabajo disminu?a. Era un indicio de agotamiento de la l?gica de explotaci?n de los asa lariados. Era grave, puesto que se manifestaba en el propio seno de la producci?n. El conjunto de los empresarios no

consegu?an mantener sus tasas de beneficios debido a que las condiciones de producci?n se volv?an desfavorables. Comenz? a manifestarse una cierta forma de inflaci?n provocada por los costos, lo que se calific? de inflaci?n galopante. Se pudo, pues, observar que las tasas de beneficios medios de la indus tria descend?an, aunque no de forma regular, en varios pa? ses, al tiempo que el paro comenzaba a incrementarse de forma lenta pero estructural; se empez? a hablar de paro estructural.

En efecto, la mayor lentitud del aumento de la productividad incitaba a las empresas a eliminar trabajadores, lo que deter

minaba ima tendencia a aumentar el paro a largo plazo. Fue necesario ?absorber? por otros lados estos trabajadores, para mantener la demanda social en progresi?n. Ello ha provocado

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un aumento importante de l?s presupuestos de los Estados

para el empleo p?blico y para las transferencias sociales.

Adem?s, ha tenido lugar un considerable aumento de los cos tes de realizaci?n de la producci?n capitalista. A medida que se ha desarrollado el modo de consumo caracter?stico del for dismo ha habido que vender productos para la renovaci?n y no para la primera compra, lo que ha provocado una hin chaz?n del aparato comercial. Asimismo, con el desarrollo de los intercambios internacionales, se ha asistido a un consi derable auge de la ?intermediaci?n? finahciera y de todo el

aparato del cr?dito.

Puede considerarse, pues, que las instituciones reguladoras del sistema pasan a ser cada vez m?s complejas y numerosas. Ello corresponde a un desarrollo del sector terciario enorme en comporaci?n con el del sector industrial. Ahora bien, esas instituciones no viven del aire; absorben trabajo y detraen del producto social las rentas que cubren sus costes de fun cionamiento. Han pasado a requerir, pues, costes muy impor tantes para los servicios que prestan, al no ser esos servicios f?cilmente v?lorables, debido a que no tienen una producti vidad medible.

Se desarrolla as? en el sistema capitalista un conjunto de actividades que son exteriores a la producci?n de mercanc?as

pero constituyen condiciones de funcionamiento de dicha pro ducci?n. Ello provoca en las estad?stic?s referentes al empleo una sensible distorsi?n entre los empleos industriales y los

dem?s, pese a que estamos en una l?gica de consumo de mer canc?as producidas industrialmente.

De ello ha derivado una enorme presi?n sobre la industria, cogida entre la baja de la productividad y el alza de los cos tes que ha de pagar al Estado por el aumento de la presi?n fiscal, y al comercio por el aumento del precio de sus presta ciones, al sector financiero por el aumento d? los tipos de

inter?s, en proporci?n a un endeudamiento cada vez m?s

gravoso. En diversos pa?ses los costes de la realizaci?n de la

producci?n industrial van a aumentar m?s r?pidamente que las posibilidades de obtener excedentes de la industria.

El coraz?n del sistema ha quedado en cierto modo asfixiado

por sus propios procesos de regulaci?n.

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En ese estadio de su argumentaci?n parecen imponerse con toda l?gica las soluciones neoliberales de ?desengrase? de las instituciones de regulaci?n.

?As? es, absolutamente, dentro de toda concepci?n que re

duzca la crisis a sus s?ntomas coyunturales! A partir de ah?

puede comprenderse el significado del resurgir de la ideolo

g?a liberal y las pol?ticas actuales. Si se hace referencia al marco de an?lisis de temporalidades diferenciadas que se su

perponen, ese resurgir se inscribe en la perspectiva del tiem

po breve, de las fluctuaciones, en la perspectiva de los pro cesos cibern?ticos de regulaci?n. La idea que se impone enton ces es la de desconectar esos procesos cibern?ticos. Para la

ideolog?a liberal est? totalmente claro, puesto que hay una modalidad unificadora y pertinente de la l?gica social, que es el mercado. Para ella esas instituciones reguladoras son excre cencias del sistema; no ve en ellas m?s que el coste de su funcionamiento. En ning?n caso ve el papel crucial que han

desempe?ado y contin?an desempe?ando en el propio con texto de la crisis. M?s fundamentalmente, ese alegato en favor de la austeridad no ve la imbricaci?n entre el desarreglo de los organismos encargados de la gesti?n a corto plazo de las econom?as capitalistas y las interacciones din?micas a largo plazo que hacen madurar las condiciones para un nuevo r?

gimen de crecimiento. Al ser una nebulosa de sistemas, el

capitalismo no produce ima consciencia clara de su movi miento que pueda tomar una dimensi?n pol?tica. No hay m?s

que representaciones unilaterales sostenidas por los grupos sociales implicados en el seno de la relaci?n salarial en lu chas de influencia, en las cuales lo que entra en juego son difusos poderes diseminados entre los controles de las redes de informaci?n y el dominio de las instituciones reguladoras. No obstante, cada grupo social, para aglutinar la m?s amplia adhesi?n en torno a su estrategia, ha de producir un discur so ideal que se presente como universal y exprese su visi?n

parcial del movimiento social. Las ideas m?s generales en

cubren con frecuencia los intereses m?s particulares. En con

creto, el discurso del retorno a un liberalismo sin ambages ni cortapisas, mediante la reducci?n de los gastos p?blicos y el endurecimiento de la presi?n monetaria, re?ne intereses financieros que temen que se ponga obst?culos a la interna cionalizaci?n del capital.

Adem?s, la propia posici?n de las instituciones en las que puede recogerse informaci?n sobre la din?mica social favo rece el desconocimiento de esta ?ltima. Es muy importante advertir, efectivamente, que los m?ltiples sistemas de inter

mediaci?n introducen una distancia, una difuminaci?n entre

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las condiciones estructurales de la crisis (es decir, la dificul tad de mantener la misma l?gica industrial de explotaci?n de los asalariados) y las manifestaciones de la crisis, princi palmente en el orden de los procesos monetarios.

En tanto que la crisis d?los a?os treinta se manifest? direc tamente con la deflaci?n (es decir, que hab?a al mismo tiem po baja de precios y disminuci?n de la producci?n), actual mente conocemos ese ambiguo fen?meno de la entanflaci?n, que re?ne un nivel de actividad que no se reduce masiva mente y una hinchaz?n de todo aquello que es flujo moneta rio (inflaci?n nominal del cr?dito, inflaci?n de los precios y de las rentas nominales).

Como esas instituciones desempe?an el papel de difundir las contradicciones, puede decirse que tienden a ?monetari zar? las tensiones sociales. La monetarizaci?n da lugar a una suerte de anonimato del que todo grupo social puede sacar

partido en el momento del reparto del producto social. La inflaci?n tiende a hacer estallar los conflictos, pero los aleja de sus causas profundas. La sociedad tiende a resultar cada vez m?s opaca. Todo parece quedar absorbido en la hincha z?n de los flujos monetarios, en el alza nominal de los pre cios. Sobre la base de ese proceso inflacionista se desarro llan circuitos especulativos que amplifican la crisis.

A partir del momento en el que la variaci?n nominal de los

precios se convierte en un problema muy agudo ligado a la confusi?n de todo un conjunto de causas, el precio de las mercanc?as no mantiene ya una relaci?n estrecha con los costes de producci?n que cualquier capitalista puede iden tificar.

El c?lculo econ?mico sufre interferencias. En efecto, con la inflaci?n no se sabe, en definitiva, respecto a muchas empre sas si tienen beneficios o p?rdidas. Tiene una elevaci?n del nivel de incertidumbre, que engendra una reducci?n del ho rizonte econ?mico. Eso es particularmente grave por lo que hace a la toma de decisiones estrat?gicas, como son precisa mente las decisiones de acumulaci?n. Por un lado, no se sabe ya muy bien qu? coste se calcula y, por otro, produce miop?a mirar hacia el futuro. Eso desalienta la aplicaci?n productiva del capital a la producci?n, y el freno de la inversi?n acent?a la baja de la productividad.

El proceso inflacionista repercute as? sobre el fen?meno que lo hab?a originado y lo amplifica.

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Todo eso favorecer? entre los capitalistas estrategias de pro tecci?n de sus activos, y no estrategias de transformaci?n de la producci?n en profundidad. Se desarrollar?n circuitos es

peculativos que permitir?n valorizar activos no productivos (especulaci?n inmobiliaria, especulaci?n sobre las materias

primas). En ese proceso podr? entrar todo aquello que sea escaso.

Como hac?a notar Marx, a partir del momento en que todo

puede monetarizarse, todo tiene un precio, incluso lo que ca rece de valor.

Las valoraciones de ciertos activos pasar?n a ser m?s eleva das que las de las inversiones industriales y dar?n al capital m?rgenes de rentabilidad muy amplios. Eso se corresponde con la acentuad?sima alza de los tipos de inter?s. Al ser muy elevados los m?rgenes de rentabilidad, s?lo siguen siendo ren

tables ciertas actividades productivas, en particular las de

muy r?pida regeneraci?n del capital, en las que ?ste no se

compromete m?s que a corto plazo.

As?, la inflaci?n, cuando se a?ade a un proceso aut?nomo de

especulaci?n, puede resultar mortal para nuestras socieda des. La reestructuraci?n de los procesos productivos y el des cubrimiento de nuevas condiciones de acumulaci?n para un

largo per?odo dejan de ser para el capital est?mulos ade cuados.

Ese aspecto de la crisis corresponde a la fase de aceleraci?n de la inflaci?n, en particular de 1973 a 1979-1980.

En la fase siguiente los ?ndices indicativos se hacen cada vez m?s sistem?ticos. Se abrevia el tiempo durante el cual se gana a costa de los dem?s a base de anticiparse a las alzas. Nadie gana ya con el proceso inflacionista y todos aca ban por advertir que ya no ganan.

Todo se hace m?s r?gido y las evoluciones nominales tienden a

cobrar autonom?a. Se llega a una suerte de inversi?n parad?ji ca, pero en definitiva muy l?gica, de los procesos monetarios.

Emerge entonces una voluntad pol?tica de romper esa espi ral infernal. Entre las personas que tienen poder econ?mico

y un cierto poder sobre el Estado el momento en el que se

manifiesta esa voluntad corresponde al punto en el que los

riesgos de la inflaci?n cobran importancia frente a los bene ficios que permite obtener.

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Creo que ese giro puede situarse en el umbral de los a?os

Ochenta; es uri modo de interpretar la llegada de las pol?ticas de austeridad.

Seg?n su an?lisis, la crisis afecta a todos los pa?ses capita listas. ?Podr?a precisarnos c?mo se manifiesta su dimensi?n internacional?

Si hasta aqu? me he situado al nivel de los espacios naciona les es porque entre unos pa?ses y otros hay diferencias en la evoluci?n de los flujos macroecon?micos (desempleo, precios, masa monetaria...). La unidad de la pol?tica del Estado y los modos de regulaci?n que ?sta emplea confieren a la crisis una relativa autonom?a nacional: las instituciones de regulaci?n no son independientes, en sentido estricto, de determinacio nes internacionales, pero est?n inscritas en el definido marco de un territorio nacional.

As? las cosas, ?c?mo se establece el v?nculo entre ese marco territorial y el capitalismo internacional? Hay una coherencia

global del r?gimen de crecimiento en el conjunto de pa?ses dependientes del sistema capitalista, en el seno de la cual los

pa?ses desarrollados y los pa?ses del Tercer Mundo constitu

yen subconjuntos espec?ficos. El r?gimen de crecimiento del Tercer Mundo plantea problemas particulares que rebasan el marco de nuestra discusi?n. Pero es posible ce?irse al sub

conjunto de los pa?ses desarrollados.

El espacio mundial es un sistema jerarquizado de Estados

nacionales, cada uno de los cuales desempe?a su papel en la

jerarqu?a seg?n las condiciones en las que puede valorizar su trabajo al venderlo al extranjero.

Si un pa?s puede vender caro el producto de su trabajo eso da lugar a una transferencia de valor del resto del mundo hacia ese pa?s; los economistas dicen entonces que los t?r minos del intercambio le son favorables. Por una hora de tra

bajo social nacional ese pa?s, por medio del comercio exte

rior, puede obtener el contravalor de m?s de una hora de

trabajo social de otro pa?s. Extrae, pues, una parte de la plus val?a producida en ese otro pa?s. El volumen del beneficio

depende de las ganancias en los t?rminos del intercambio, y su reparto en el espacio nacional depende del modo como el sistema econ?mico interior est? conectado con las relaciones exteriores.

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Para ilustrar esa jerarqu?a existente entre los Estados en el sistema internacional puede tomarse dos ejemplos contras

tantes, el de la Alemania Federal y el de Francia,

A partir de finales de los a?os sesenta Alemania pudo ven der su trabajo muy caro, pues se benefici? de una especiali saci?n favorable adquirida anteriormente en la divisi?n in ternacional del trabajo, en los sectores de bienes de equipo y de productos de la industria mec?nica, ligados a un modo de crecimiento intensivo del que quer?an participar todos los pa?ses. Alemania vend?a, pues, unos bienes respecto a los cuales ten?a el dominio de la formaci?n de los precios inter nacionales.

La ventaja de los t?rminos de intercambio se expresa de una manera social y sint?tica a trav?s de la revaluaci?n de la tasa de cambio, o, m?s precisamente, a trav?s de una revaluaci?n de ?ste superior a la diferencia de ritmos de inflaci?n entre los pa?ses extranjeros y el pa?s que reval?a. Ese margen se denomina revaluaci?n real de la moneda* ?l es el que global

mente da la medida del ?xito de la valorizaci?n internacional del trabajo nacional y el que, en el caso de Alemania, permi ti? el aumento de su parte de la renta mundial. En la me dida en que la tasa de cambio de una moneda se valoriza m?s que la diferencia entre los precios del pa?s correspon* diente y los de los pa?ses extranjeros puede decirse, pues, que hay una ganancia real de cambio. Es un ?ndice del enri

quecimiento de ese pa?s, en t?rminos reales, con respecto al resto del mundo.

Eso conlleva entonces, como en el caso de Alemania, una baja de los precios de los productos importados, una progresi?n menos r?pida de la inflaci?n y, por consiguiente, una mejor posici?n en la crisis internacional.

Pero la revaluaci?n encarece las producciones interiores con

respecto a las importaciones, lo que vuelve a poner en juego la competitividad de la industria nacional. Si ?sta dispone de una capacidad t?cnica suficiente y si su organizaci?n le per mite reaccionar para obtener ganancias de productividad a?n m?s elevadas, entonces la presi?n de la tasa de cambio es

positiva y refuerza la ventaja adquirida.

Pero las cosas no son siempre as?, pues en el contexto de la crisis la especulaci?n encuentra en ima moneda fuerte un activo financiero que se presta admirablemente a sus mane

jos. En efecto, una moneda que no sirve o que apenas sirve como medio de pago internacional, cuando est? en manos de

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un no residente, no es para ?l tin medio de pago sino un activo financiero, que tiene la propiedad particular de no estar sometido a las regulaciones nacionales de los otros pa? ses, que pueden ser desfavorables a los intereses financieros

privados. La especulaci?n se aplica a las monedas de los pa? ses que mejor resisten a la crisis, y amplifica de ese modo las fluctuaciones de las tasas de cambio. ?stas terminan por quedar desconectadas de las condiciones objetivas de la re

valuaci?n, lo que tiene como consecuencia la degradaci?n de la situaci?n positiva que est? en el origen de la especulaci?n.

As?, la revaluaci?n del Deutschmark fue marcadamente exce

siva, y a partir de 1975 la econom?a alemana empez? a de bilitarse.

En la ra?z de ese proceso est?, como se ve, la posici?n que ocupaba cada pa?s en la divisi?n internacional del trabajo antes de la crisis; la calidad de la especializaci?n adquirida ha sido un elemento determinante de la resistencia a la cri

sis, que ha permitido a ciertos pa?ses amortiguar sus efectos, en tanto que en otros tales efectos se amplificaban.

Eso me lleva a hablar de Francia, empezando por recordar lo que ocurri? entre 1958 y 1973. El crecimiento franc?s era entonces m?s r?pido y m?s regular que en ning?n otro pa?s capitalista, y ello por diversas razones:

1) Las contradicciones sociales toman en Francia, cuando

pasan al nivel pol?tico, un car?cter violento. Para mantener el consenso social y dejar a cubierto al mismo tiempo las for t?simas desigualdades que Francia hab?a heredado hab?a que

mantener un crecimiento elevado, con una especie de fuga hacia adelante que hab?a empezado con la Liberaci?n y pro sigui? hasta 1968; hasta esa fecha, efectivamente, la institu tucionalizaci?n de la relaci?n salarial hab?a avanzado en Fran cia mucho menos que en muchos otros pa?ses capitalistas. Aqu? no hab?a, como en la RFA, Holanda o Suecia, negocia ciones salariales globalizadas que permitan una programa ci?n contractual que tuviera valor de referencia para todas las partes sociales.

2) A finales de los a?os cincuenta Francia se caracterizaba

por un relativo retraso industrial en la divisi?n internacional del trabajo. A excepci?n del sector del autom?vil, produc?a sobre todo bienes con escaso valor a?adido. As?, el crecimien to era tambi?n una necesidad cualitativa.

El forti simo crecimiento de 1958 a 1973 permiti? de ese modo un poderoso movimiento de reestructuraci?n industrial, por

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que toda transformaci?n de una estructura pesada se hace

mejor con crecimiento que en per?odo de crisis. Pi?nsese en las dificultades con que nos encontramos hoy para llevar ade lante la reestructuraci?n de la siderurgia, de la industria

qu?mica o del sector textil.

El crecimiento mismo, sin embargo, fue posible gracias a su cesivas devaluaciones del franco; en un pa?s en el que la industria es relativamente d?bil la presi?n exterior es m?s fuerte si el crecimiento es superior al del extranjero. El he cho de no vender muy caro el propio trabajo acarrea un d? ficit exterior que Francia pudo reabsorber mediante incre

mentos de competitividad obtenidos gracias a las devalua ciones.

El crecimiento no era posible, pues, m?s que al precio de una

degradaci?n de los t?rminos de intercambio. Eso no ten?a

sentido, evidentemente, m?s que en un sistema monetario in ternacional que dispon?a de un punto fijo en relaci?n con el cual se pod?a devaluar. Pero en un sistema como el de hoy, en el que los signos monetarios flotan unos respecto a otros, no se sabe nunca qu? reacci?n en cadena puede provocar una devaluaci?n, que comporta un proceso de pujas sucesi vas, suscitadas por los desplazamientos de capitales en el mercado monetario internacional.

El crecimiento franc?s se basaba, pues, en una l?gica de re

cuperaci?n de retrasos respecto al sistema internacional, y se?aladamente respecto a los EE.UU., que son los que lo do

minan. La crisis internacional del sistema no pod?a implicar para Francia m?s que ulteriores presiones.

?Cu?les eran entonces, en el marco de esas presiones, los m?r

genes de libertad de decisi?n y las posibilidades de adapta ci?n de la econom?a francesa?

La pol?tica de Raymond Barre respondi? a esa pregunta a

partir del diagn?stico siguiente:

1) a medio t?rmino, que es el horizonte de una pol?tica eco

n?mica, el aumento de los precios internacionales de los pro ductos necesarios para el desarrollo industrial (energ?a, ma terias primas) es irreversible. La degradaci?n de los t?rminos de intercambio no es ya, pues, un instrumento que permita incrementos de competitividad, sino una presi?n a la que se est? sometido, puesto que el volumen de esas importaciones

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es irreductible. Todo aumento de las importaciones se tradu ce en una detracci?n del trabajo nacional, y consiguiente

mente de la capacidad de inversi?n. Hay, pues, un proceso de agotamiento: cuanto m?s quiere acelerarse el crecimiento m?s hay que invertir e importar. Ahora bien, hay que dedi car una parte del excedente a la importaci?n, lo que merma en igual medida la inversi?n: a partir del momento en el que la detracci?n para las importaciones crece hipertr?ficamen te la inversi?n queda bloqueada;

2) la posibilidad de obtenci?n de incrementos de competiti vidad para forzar la exportaci?n es limitada; la estrategia de devaluaci?n est? bloqueada por las perturbaciones del sis tema monetario internacional. El juego de las tasas de cam bio est? enmara?ado por la especulaci?n. Una devaluaci?n

comportar?a el riesgo de provocar un c?rculo vicioso: la baja de la tasa de cambio encarece las importaciones, y el alza de los salarios que tal encarecimiento implica irremediablemen te, debido a la indicizaci?n de ?stos, anula los incrementos de competitividad obtenidos mediante la devaluaci?n, lo que conlleva una nueva baja del cambio.

La respuesta de Raymond Barre consist?a entonces en jugar un juego de moneda fuerte, lo que obligaba a presionar sobre los costes, y se?aladamente sobre los salarios; ?se es el sen tido de la pol?tica de austeridad. En lugar de someterse a la

presi?n exterior se trata, pues, de repercutirla para hacer pre si?n hacia dentro y orientar la transformaci?n de las estruc turas sociales. Se desinvierte, pues, en los sectores dominados

por la competencia internacional (lo que particularmente pro duce el efecto de las quiebras de empresas), partiendo del pos tulado de que los capitales desinvertidos son reinvertidos en los sectores competitivos.

Ah? es donde aprieta el zapato, pues esa reinversi?n no se

produce autom?ticamente, por razones que se puede calificar de keynesianas, es decir, debidas a la insuficiencia de pers pectivas en cuanto al dinamismo de los mercados, por la in suficiente progresi?n de las rentas.

El aumento del desempleo puede tener, en efecto, dos con secuencias:

1) puede conllevar una contracci?n de la demanda solvente

y una reducci?n de las inversiones vinculadas a ella, y en^ tonces se cae completamente en una espiral de depresi?n;

2) si, por el contrario, se mantiene la demanda solvente se

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aumenta los costes sociales del sistema, lo que puede provo car una verdadera asfixia de la industria. Es lo que ha ocurri do, por ejemplo, en B?lgica.

La reinversi?n puede bloquearse adem?s por otra raz?n: el

juego de moneda fuerte puede inducir a los capitalistas a la

exportaci?n del capital, para especular con los activos extran

jeros. Es lo que se ha producido en Francia desde 1978, con el espectacular aumento de las adquisiciones de las empresas francesas en el extranjero.

La estrategia neoliberal seguida con tenacidad por el gobierno Barre no pod?a tener, pues, m?s perspectiva que la estricta

integraci?n de los grupos financieros e industriales franceses

que hab?an alcanzado ya un tama?o internacional en una concentraci?n acentuada de los mercados en beneficio de las

empresas transnacionales. En cuanto al resto, se requer?a a la industria francesa a que multiplicase los v?nculos de sub contrata internacional bajo la direcci?n de las empresas trans nacionales dominantes, o que desapareciese. Un autoritaris mo creciente hab?a de sofocar el aumento de los antagonis mos sociales provocados por esa estrategia, y contener al mismo tiempo el coste econ?mico de las protecciones necesa rias. Es sabido c?mo la puesta en pr?ctica de esa pol?tica termin? por saltar en pedazos, por la acumulaci?n de contra dicciones que provoc?.

?Qu? alternativa a esa estrategia puede proponerse hoy a la

izquierda, habida cuenta de que Francia sigue siendo un es lab?n del sistema capitalista internacional?

Toda estrategia de reestructuraci?n industrial ha de tener en cuenta el entorno internacional, pero ha de buscar tambi?n los medios para modificarlo.

As?, el aumento progresivo de las importaciones que se de riva del aumento progresivo de las inversiones necesarias ir? acompa?ado inevitablemente por un d?ficit de la balanza comercial de Francia. Ser?a preciso cubrir la mayor parte posible de ese d?ficit con empr?stitos contractuales a largo plazo no convertibles en el mercado de cambios, suscritos

por organismos financieros oficiales del extranjero, con obje to de dar de lado a toda presi?n especulativa.

A m?s largo plazo, habr?a que hacer frente a un relanza miento de la pol?tica europea, industrial y monetaria.

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En el plano industrial hay que multiplicar los acuerdos del tipo del Aerob?s, cuyo ?xito es bien conocido. Pero eso supone la convergencia de las voluntades pol?ticas de nuestros socios.

?Cu?les ser?n las repercusiones pol?ticas del aumento del de

sempleo, especialmente en Alemania y en Gran Breta?a?

?Conducir?n al abandono de las pol?ticas ultraliberales? No se sabr? hasta dentro de dos a?os... En cualquier caso, nu

merosas soluciones se definen a escala europea; en ese plano es posible dar m?s fuerza a los cambios industriales, al crear se un espacio tal que la divisi?n del trabajo en su seno puede estabilizar la posici?n de los diferentes pa?ses en la jerarqu?a internacional.

Las iniciativas monetarias posibles suponen igualmente una voluntad pol?tica com?n. El Sistema Monetario Europeo es

portador de virtualidades todav?a inexplotadas; hasta ahora no se ha hecho uso m?s que de disposiciones de estabiliza ci?n de los cambios a corto plazo. La creaci?n del Fondo

Monetario Europeo hubiera debido tener lugar en 1981, pero ha sido retrasada hasta 1983, lo cual ilustra las dificultades de la creaci?n de tales instituciones.

Para financiar los desequilibrios intraeuropeos de las balan zas de pagos habr?a que crear una moneda europea que sir viera como medio de pago entre bancos centrales. Las rela ciones intraeuropeas no pasar?an ya, pues, por el mercado de cambios, sino por una especie de banco central de los bancos centrales, lo cual permitir?a excluir al d?lar de esa zona de intercambio. Los problemas t?cnicos no son insupe rables, pero esa orientaci?n supone una armonizaci?n pol? tica de la que a?n se est? lejos. En lugar de no servir m?s

que como fantasmal unidad de cuenta, la Ecu se convertir?a en una verdadera moneda europea que pudiera hacer pantalla frente al d?lar; ser?a la ?nica moneda europea convertible en el exterior de la Comunidad.

El espacio monetario que se crear?a ser?a lo suficientemente extenso como para que pudiera ponerse en pr?ctica una pol? tica de cr?dito aut?noma cuyos tipos de inter?s pudieran quedar relativamente desconectados de los del eurod?lar, en tanto que el curso de la Ecu en d?lares determinar?a el reajus te sin perturbaci?n directa de todas las monedas europeas. En efecto, ?stas no ser?an ya activos financieros sometidos a la especulaci?n, sino que sus paridades podr?an ser defini das de modo pol?tico en funci?n de las capacidades de creci miento respectivas de los diferentes pa?ses.

Eso supone una inventiva monetaria in?dita. Pero es que en el

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?mbito monetario no s?lo hay acciones progresivas, y la crea ci?n de una nueva instituci?n supranacional constituye un cambio radical. M?s ac? de esa voluntad de inventiva, al nivel

franc?s, el problema de la desconexi?n de la pol?tica moneta ria con respecto a las perturbaciones internacionales no pue de ser objeto m?s que de soluciones parciales y precarias.

Volvamos, para acabar, al marco del territorio nacional, pues to que a ?l se aplicar?, en primer lugar, la nueva pol?tica eco n?mica. ?Cu?les son los objetivos que le parecen m?s impor tantes? ?De qu? recursos dispone Francia para hacer frente a la crisis?

El cambio pol?tico est? vinculado en Francia a la desapari ci?n del consenso social y de su base, que fue un crecimiento elevado. Todo el mundo est? de acuerdo en decir que, en un futuro previsible, no se sobrepasar? tasas de crecimiento glo bal del orden del 3 ?/o. La necesidad de transformaciones pro fundas de las estructuras sociales se manifestar?, pues, per

manentemente.

En primer lugar hay que acusar recibo del fracaso de las pol?ticas de austeridad: en una ?gran crisis? una pol?tica que no maneja m?s que los instrumentos macroecon?micos es insuficiente; hay que actuar sobre las estructuras.

No obstante, la sustituci?n del capitalismo, ex nihilo, por otro modo de producci?n no est? a la orden del d?a. Hay que favorecer cierto n?mero de virtualidades presentes en la crisis. El terreno industrial sigue siendo el lugar de contacto decisivo entre una econom?a y el resto del mundo. Hay que concebir, pues, una acci?n m?s selectiva y eficaz del Estado

sobre la industria.

En el marco del r?gimen de crecimiento de los a?os 1950 y 1960 el Estado ?keynesiano? serv?a, es cierto, para sociali zar las p?rdidas y privatizar las ganancias, pero m?s funda mentalmente ten?a por objeto regular el modo de vida de los asalariados. El Estado ha de intervenir hoy de modo mucho

m?s ?ntimo en las condiciones de producci?n, para promover una transformaci?n de la industria que debe responder a dos

objetivos: 1) hacerla m?s potente en la divisi?n internacional del trabajo; 2) incidir en la evoluci?n de los modos de vida y hacer aparecer otros tipos de demanda y otras maneras de

producir.

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Parecen perfilarse dos ejes complementarios: las nacionali

zaciones, que permiten hacer pasar los grupos m?s potentes de una estrategia financiera a corto plazo a una estrategia industrial a largo plazo, y la b?squeda de nuevas fuentes de incrementos de productividad a trav?s de modificaciones de las condiciones de trabajo.

En la medida en que no se trata de crear en todas partes empresas nacionales, puesto que la descentralizaci?n forma

parte de las propias condiciones de producci?n, es precisa una audaz pol?tica de encuadramiento industrial.

Hay que tender a establecer un ligamen muy estrecho entre los diversos centros de investigaci?n (universidades, centros

privados de ingenier?a, etc.) y el tejido formado por las pe que?as y medianas empresas, ligamen que existe ya en cier tos pa?ses, se?aladamente Alemania Federal y los Estados

Unidos. Es indispensable incitar al conjunto de esas empre sas para que asuman los riesgos de innovar para reconquis tar el mercado interior en ?mbitos que en buena medida he

mos abandonado. Se impone la b?squeda de un entorno que permita a la industria modificar su comportamiento, devol vi?ndole un horizonte estrat?gico.

A ese respecto desempe?a un papel muy importante la nacio nalizaci?n del cr?dito. Los criterios actuales de asignaci?n del cr?dito por parte de los bancos son muy conservadores; habr?a que modificarlos, para favorecer la regeneraci?n in dustrial.

Por lo dem?s, la creaci?n de un banco nacional de inversi?n o la reagrupaci?n de los antiguos bancos de negocios de acuer do con esa funci?n permitir?a inyectar capital con elevado

riesgo en sectores en los que hay cruel carencia de ?l.

El problema de la reestructuraci?n industrial es a un tiempo el problema de hacer emerger nuevas necesidades sociales y el de encontrar las instancias de decisi?n en las que esas ?e csidades pudieran convertirse en creadoras de nuevas activi dades. El par descentralizaci?n-planificaci?n pudiera ser una soluci?n original para Francia. El centralismo constituye, efec

tivamente, un aspecto importante de la par?lisis de las em

presas de peque?a envergadura que no tienen interlocutores a nivel local o regional para debatir sus condiciones de acti vidad. Puede esperarse que una autonom?a a la vez program? tica y financiera de las instituciones locales y regionales en cuesti?n permita crear un espacio contractual de empresas, para las necesidades que se expresen a esos niveles (necesida

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des sociales cuyos orquestadores podr?an ser los municipios, en tanto que ciertos agentes capitalistas podr?an hacerse car

go de ellas dentro de una visi?n econ?mica regional).

Se trata, pues, de inventar una planificaci?n diferente de lo conocido hasta ahora en Francia. La dificultad reside en la imbricaci?n de los niveles de decisi?n, que implica un arbi traje entre los grados horizontales de las decisiones econ?

micas, que son los de lo local, del municipio y del grupo de municipios, de la regi?n y del Estado.

Las redes de contractualizaci?n que existen actualmente son

extremadamente inestables, pues someten a toda una nebu losa de peque?as empresas a las cambiantes decisiones de

empresas transnacionales que, en ciertos casos, prefieren in vertir en el extranjero. Si esas redes de contractualizaci?n estuvieran ligadas a inversiones planificadas podr?an tender a la estabilidad.

Es una idea fundamentalmente keynesiana: en la medida en

que el sistema capitalista alcanza un grado de complejidad tal que una parte importante de las inversiones rebasa el li

mitado marco de la iniciativa privada se hace necesario socia

lizar la inversi?n, dentro de ciertos l?mites.

Hay que encontrar modalidades originales de socializaci?n

contractual a diversos niveles, evitando dos escollos: el de una socializaci?n por disposici?n unilateral de arriba abajo,

generadora de burocracia estatal, y el de la miop?a que deriva

de los mercados financieros privados. En efecto, la adhesi?n

de la colectividad a objetivos prioritarios se comprueba en la solidez de los v?nculos financieros que aqu?llos suscitan

y que los hacen llegar a buen fin.

Pudiera imaginarse que las instituciones nacionales y regio nales con capacidad para proceder a inversiones planificadas emitieran t?tulos a largo plazo indicizados, que pudieran cap tar el ahorro y proporcionar a los ahorradores un rendimien

to estable. La dependencia de la financiaci?n de las inversio

nes con respecto al sistema bancario, actualmente demasiado

estrecha, se relajar?a y podr?a abordarse una cierta desco

nexi?n entre la planificaci?n y la pol?tica monetaria. Resuelto

el problema de las inversiones estrat?gicas, podr?an mantener

se tipos de inter?s elevados a corto plazo y llevar adelante

una pol?tica monetaria rigurosa, para evitar quedar someti

dos en exceso a las presiones internacionales.

Finalmente, quisiera decir unas palabras sobre la reducci?n

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de la duraci?n del trabajo, que no es solamente un problema de justicia social sino, m?s fundamentalmente, un problema de l?gica econ?mica. El capitalismo ha intentado siempre re ducir el tiempo de trabajo; la lucha de clases induce a eco nomizar sistem?ticamente tiempo de trabajo, a base de mejo rar la productividad. Pretender que la soluci?n del problema del empleo pasa por la minimizaci?n de la productividad, que habr?a de dar lugar a una contrataci?n suplementaria de tra

bajo, es rid?culo. Equivale a querer hacer funcionar en el marco del capitalismo una l?gica opuesta a la del capital. En ese caso los capitalistas reaccionar?an creando depresi?n; al bajar la productividad lo que ocurrir?a es que se hundir?a el nivel de producci?n y habr?a a?n m?s paro.

Tampoco creo en la idea de una din?mica aut?noma del ter ciario; si se estudia m?s detenidamente ese sector se advierte

que los servicios no engendran una nueva l?gica social, sino

que se ven llevados a adoptar la l?gica industrial.

En las condiciones actuales no es cosa ya de reducir el desem

pleo refiri?ndose todav?a a la cadena ?crecimiento pronun ciado ?rentas elevadas? mucho trabajo?. Hay que continuar economizando trabajo, no solamente porque es lo que el ca

pitalismo ha hecho siempre, sino sobre todo porque es lo que hace soportable el capitalismo. Una disminuci?n efectiva de la duraci?n del trabajo implica hoy una reorganizaci?n del proceso de trabajo que permite ofrecer m?s empleos. Es una

aspiraci?n profunda de la que el capitalismo ha sabido ya ha cerse cargo (trabajo en equipo, tiempo parcial, trabajo inte rino). La nueva pol?tica debe dar a esas tendencias un con tenido positivo. La remodelaci?n del tiempo ha de permitir romper la rigidez fordiana de la relaci?n producci?n-consumo. A nueva demanda social, nuevo tipo de productividad. La re ducci?n del tiempo de trabajo no ha de exacerbar los con flictos en t?rminos de poder adquisitivo: hay que desco nectar al m?ximo las rentas de la actividad individual.

El fordismo invent? las transferencias sociales para garanti zar la demanda solvente, a base del mantenimiento de las rentas en las interrupciones transitorias del trabajo (enfer medad, desempleo, jubilaci?n). Hay que ir m?s lejos e impo ner la noci?n de renta garantizada. Los progresos de la pro ductividad resultan de un desarrollo colectivo de las fuerzas productivas, ya no hay ley de proporcionalidad entre el es fuerzo individual y la remuneraci?n.

Para llegar hasta el final en esa l?gica hay que eliminar la in seguridad de la renta y las desigualdades sociales m?s estri

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dent?s. Eso supone en especial revisar el encasillado de los

salarios, que en Francia, a diferencia de otros pa?ses indus

triales, desfavorece a los obreros, y, en general, a los emplea dos de la industria.

Por lo dem?s, hay que suprimir en el embrollo de transferen cias todo aquello que es antirredistributivo. Si se quiere evi tar que esa pol?tica de izquierda se vaya de las manos, como ha ocurrido en las experiencias anteriores, con la inflaci?n

por exacerbaci?n de los conflictos salariales, la estrategia de reducci?n de las desigualdades ha de ser transparente, para desconectar las luchas por las rentas de los procesos de rees tructuraci?n industrial. As?, por ejemplo, por lo que respecta al impuesto sobre la renta, debe irse hacia la supresi?n o, al

menos, la estricta limitaci?n del cociente familiar. De manera

general, hay que financiar las transferencias a base de fisca lizar m?s y de reducir la presi?n de las cotizaciones sociales sobre las empresas de mano de obra.

Habr?a que eliminar tambi?n los privilegios de los no-asala riados. En su an?lisis de la inflaci?n francesa Boyer y Mis tral 3 han mostrado que esos privilegios y, m?s en general, la

grand?sima heterogeneidad de la estructura social est?n en el origen del exceso de la inflaci?n francesa con respecto a las de otros pa?ses capitalistas. La simplificaci?n fiscal ser?a un gran paso en ese sentido, pero requiere una gran audacia

pol?tica, pues el embrollo fiscal es imagen de las rivalidades de los grupos sociales y de sus respectivas influencias sobre el Estado. Los principios m?s simples son, pues, los m?s dif? ciles de hacer admitir; dan la medida, en efecto, de la cali dad de la solidaridad social: la renta es la base m?s justa para el impuesto, a condici?n de que dos rentas de igual suma paguen el mismo impuesto sea cual sea su fuente (soli daridad horizontal) y de que sea aceptada una progresividad suficiente del impuesto con respecto a la distribuci?n de las rentas (solidaridad vertical).

Todo ello va a contracorriente del auge del corporativismo al

que hoy se asiste, y no se podr? contentar a todo el mundo a la vez. Una pol?tica semejante supone una aguda conscien cia del conjunto de problemas econ?micos por parte de las diferentes categor?as sociales, as? como una audacia firme por parte del gobierno, pues tal suerte de pol?tica no sirve inme diatamente a los intereses de las clientelas que lo han llevado al poder. La protecci?n de derechos adquiridos es un peligro mortal. A ese respecto deber?an modificarse muchas actitudes.

3. R. Boyer y J. Mistral, Accumulation, inflation, crises, Par?s, P.U.F., 1978.

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Hay que disociar el riesgo econ?mico asumido por las empre sas y las ramas, por una parte, y el riesgo al que est?n some

tidos los trabajadores, por la otra, frente a la costumbre esta blecida del chantaje del desempleo para congelar estructuras

y condiciones de producci?n superadas. Hay que admitir que la movilidad profesional de los trabajadores es una contra

partida de la ampliaci?n de sus derechos colectivos. La ga rant?a de la renta, de programas de formaci?n de gran enver

gadura, de ayudas financieras a la movilidad geogr?fica que no resulten irrisorias, son medios para mejorar la flexibili dad social. Hay que disociar la reducci?n individual de la duraci?n del trabajo, que debiera ser mucho m?s ambiciosa

que lo que se plantea actualmente, y el uso de los medios de

trabajo. Pero ello supone transformaciones de la organizaci?n del trabajo que no tienen posibilidad de realizarse m?s que si los trabajadores son parte interesada de un modo activo y responsable, lo cual no es factible sin una sensible redistribu ci?n de poderes en el seno de las empresas.

Para obtener tales cambios la concertaci?n, si ?sta se vincula a los estrechos l?mites de los grupos de intereses legados por la estructura social pasada, no es suficiente. Si el impulso ini cial es gubernamental, ?ste ha de poder ser relevado muy

r?pidamente por organizaciones portadoras de una visi?n es

trat?gica lo suficientemente amplia como para trascender esos l?mites y ejercer una fuerza de arrastre sobre la colectividad.

M?dase los riesgos que hace correr la divisi?n sindical y un

acuerdo entre los partidos de izquierda ambiguo y no libre de reservas.

Traducci?n: Carmela P?rez y Alejandro P?rez

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