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MI CAMINO Vicenç Granados Llanos
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Mi camino

Mar 30, 2016

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relato de las experiencias en el camino de Santiago
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MI CAMINO

Vicenç Granados Llanos

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MI CAMINOUna historia real

Vicenç Granados Llanos

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© 2012 Vicenç Granados Llanos Todos los derechos reservados.

Los beneficios de la venta de Mi Camino serán destinados al Centro de Día del pueblo de Pescueza (Cáceres).

Foto portada: Enric Tarragó.

I.S.B.N.: 978-84-15344-75-9

Edita:

Impreso en España

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni

de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en

modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.

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Mi dedicatoria

Este libro está dedicado a Rosa.

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Prólogo

Voy a comenzar por el final, o mejor dicho, por las sensaciones que tuve al acabarlo.

Ha sido relativamente fácil escribir este libro, intuyo que parte del secreto debe haber estado en que mi historia está expresada como la sentí, lo cual no quiere decir que escribir un libro sea tarea fácil. Estoy seguro que el entusiasmo, la dedicación y el esfuerzo que he puesto para transmitiros mis vivencias y sentimientos durante la semana en El Camino a Santiago suplirán mis posibles carencias como escritor novel.

Espero encarecidamente que el corrector ortográfico de mi ordenador haya funcionado. Tengo la esperanza de que este libro os contagie, que mi relato os intrigue y que no podáis parar de leer hasta llegar al final, lo cual habrá significado todo un éxito.

Esta historia real no pretende otra cosa que paséis un buen rato de lectura y que conozcáis los hechos de los días que dediqué a recorrer los 162,5 kilómetros a pie entre O Cebreiro y Santiago de Compostela. No esperéis encontrar una guía para el caminante ni grandes dosis de aspectos culturales o históricos, simplemente os recomiendo que lo leáis pensando que éste ha sido MI CAMINO.

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Hacía más de cuatro años que tenía la idea en la cabeza de hacer El Camino. Pensé, como el que piensa dejar de fumar el día uno de Enero, que mi cincuenta aniversario sería una buena fecha para llevarlo a cabo, pero siempre por una razón u otra encontraba una excusa o cualquier otro motivo que me impedía ponerme en marcha y mi cincuenta aniversario pasó.

Me costaba encontrar el momento, cuando en realidad simplemente se trataba de hacer un paréntesis de una semana. Siete días de mi vida de los que tenía la seguridad de que iban a dejar huella y recuerdos inolvidables. Tenía mis buenas razones para pensarlo; ponerme ante lo desconocido, superar dificultades, experimentar el misticismo y la meditación de la que tanto he oído hablar a los que han vivido esta experiencia, romper con la rutina cotidiana, salir de la ciudad, y además de todo eso porque nunca había tenido como objetivo caminar durante toda una semana seguida.

Tan intensamente lo he vivido, que por miedo a olvidar los detalles, anécdotas, vivencias y algunas reflexiones personales, he tenido la osadía de escribirlo y la valentía de hacerlo público.

Este año 2010 era Año Santo Compostelano o año Xacobeo, esto me alentó a no dejar pasar más tiempo. Me lo propuse y se cumplió.

Año Santo, o Xacobeo, es siempre que San Jaime coincide en domingo, y esto sucede con intervalos de 6, 5, 6 y 11 años, Mi Camino ocurre en el Xacobeo 2010 y el siguiente año que San Jaime coincidirá en domingo será en el 2021. Más adelante os contaré que significado tiene hacer El Camino en Año Santo para el que no lo sepa.

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Con intriga, sin miedo, pero con respeto a lo desconocido puse en marcha mi proyecto.

Comencé por documentarme.

Dejé caer mis intenciones y todo fueron consejos de amigos y conocidos que ya habían pasado por esta experiencia, o bien que habían oído hablar, o que les habían dicho tal o cual cosa. Indagué a través de Internet y leí de gentes que se explicaban a través de foros, hablaban sobre qué y cómo hacer. Estudié la ruta a seguir, los kilómetros a recorrer y cómo dividir el recorrido en etapas. Planeé sitios donde dormir. Vi fotografías de los lugares y parajes por donde transcurre El Camino. Pero no tardé mucho en no querer saber más. Comenzaba a estar intrigado, a sentir inquietud y ansiedad por vivirlo y experimentarlo por mí mismo.

Puse una fecha para mi partida lo cual fue una sabia decisión, estaba seguro que una vez que la hiciese pública iba a ser inaplazable, me conozco bien y cuando digo una cosa va a misa, o algo muy grave debe pasar para que cambie de parecer.

Tuve claro a través de mis indagaciones y de los consejos que me habían dado que lo que debía cuidar con más celo eran mis pies. Si te cansas paras y descansas, pero con rozaduras y ampollas la andadura podía convertirse en un verdadero calvario.

Una tarde salí de mi trabajo muy decidido y sin vacilar lo más mínimo me dirigí a una tienda en el barrio de Gracia de Barcelona especializada en artículos de montaña, alta

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montaña, escalada y enseres como para irse muy lejos y en condiciones muy duras. Aunque nunca pensé que éste iba a ser mi caso me había tomado muy en serio llegar a mi destino, quería asegurarme que mis pies caminaran en las mejores condiciones posibles. Botas y calcetines eran las piezas más importantes para conseguir llegar sano y salvo.

Esperé mi turno dentro de la tienda observando mosquetones, piolets, cuerdas de escalada, mochilas y sobretodo calzado para caminar. Una joven vendedora, experimentada y experta en la materia escuchó mi solicitud y comenzó a venderme a través de sus consejos. Me dejé llevar por sus recomendaciones y salí de la tienda con calzado y calcetines de primera clase. Repasé lo que me había gastado y pensé…

¡Ahora, esto, no tiene vuelta atrás!

Había quedado para comer con mi amigo Eduardo en uno de esos lugares al culto gastronómico de la ciudad de Barcelona. La pizzería “El Comendatore” sita en la calle Urgell muy cerca de la plaza de Fancesc Macià. Como buenos degustadores de pizzas Edu y yo procuramos ir a comer al menos una vez al mes, mi amigo pide la “torpedone” y a mi me gusta la napolitana sin alcaparras. Tenemos la complicidad de Enric, el responsable del negocio, con el que comparto afinidades comunes; la fotografía, el mismo modelo de coche, la música… entre otras, con él la conversación se hace fluida y afable. Con Juan, uno de los encargados de que todo esté en su sitio, tras los pertinentes saludos no podemos evitar discrepar sobre fútbol como buenos seguidores de equipos rivales que somos. Es un

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lugar emblemático para degustar las mejores pizzas de la ciudad y donde todos los que allí trabajan nos hacen sentir bien.

Durante la comida comencé una breve exposición de mi proyecto a Eduardo. Tuve la impresión de que estaba esperando del cielo una aventura como ésta. No hizo falta convencerlo. Se sumó.

Durante el relato ya os daréis cuenta de las razones de porqué nombro tantas veces a Eduardo. Además de ser la persona con la que compartí casi todas las horas de la semana, Eduardo es amigo desde que teníamos trece años. Nos conocimos en nuestra etapa de colegio y quizás por la confianza que nos tenemos me he permitido abusar de sus apariciones y escribir su nombre en tantas líneas de este libro, mi experiencia sin él hubiese sido… diferente.

Faltando un mes para la fecha prevista del que ya era un viaje de dos, Eduardo sufrió un accidente de moto dentro de la ciudad. Tenía una herida abierta en un pie a la altura del tobillo que no cicatrizaba, un esguince que le hacía andar cojo y varias rascadas en los brazos. Una semana antes de salir dudábamos si iba a poder andar tantos kilómetros.

De todos modos, las fechas estaban destinadas y el viaje no se aplazaba, lo llevaríamos a cabo de una manera o de otra. Habíamos previsto viajar hasta O Cebreiro, la primera aldea por donde el denominado Camino Francés entra en la Comunidad de Galicia, y desde allí caminar hasta Santiago de Compostela. En el caso de que Eduardo no pudiese caminar debido a sus lesiones, haría turismo en coche.

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Domingo.

De Barcelona a O Cebreiro.

Ilusionado y con ese ánimo comedido que te da la madurez de haber cumplido ya los cincuenta, salí de casa para iniciar el viaje que durante tanto tiempo había soñado. Puntualmente, a las seis de la mañana Eduardo aparcaba su coche delante de mi casa, él vive a 5 minutos de donde vivo yo, a pocos metros de la plaza Lesseps en Barcelona.

Era de noche.

Abandonábamos Barcelona por la diagonal a ochenta kilómetros por hora, máxima velocidad permitida durante la periferia de la ciudad, eran unos veinte kilómetros donde había que tener paciencia para no hacer saltar ninguna cámara fotográfica de los radares que hay en este trayecto, una imagen que nos podía encarecer el precio del viaje.

Repasábamos mentalmente las cosas que llevábamos y las que nos podíamos haber dejado. Planificábamos el día.

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Nuestra velocidad de crucero era buena y los kilómetros pasaban sin apenas darnos cuenta.

Tan sólo habíamos recorrido 150 km. por la autopista en dirección Zaragoza, cuando un fuerte golpe en los bajos del coche nos sobresaltó. Conducía Edu y al parecer había atropellado algo extraño que producía un intenso ruido en la parte derecha trasera.

Todavía no había salido el sol, no era del todo oscuro pero si lo suficiente claro para poder ver qué estaba pasando, no podíamos continuar así. Algo no iba bien y podía ir a peor. Aunque disponíamos de toda una semana por delante, en algunos momentos pensamos que llegaríamos tarde a nuestro punto de partida.

Nos detuvimos en un área de servicio para detectar donde estaba la posible avería.

La imagen era de mecánicos profesionales. Estirados en el suelo con la barriga al aire y la cabeza debajo del coche, indagando de dónde provenía el problema. Tardamos poco en averiguarlo, era una pieza de plástico que protege el eje o palier de la rueda, se había desprendido con el impacto y rozaba en el suelo, lo cual generaba la algarabía que había hecho que nos detuviéramos. Conseguimos quitar la pieza dañada con algo de trabajo.

Algo más tranquilos y con la sensación de haber hecho un buen trabajo sin pasar por el taller, aprovechamos para tomar un café.

El viaje casi no había comenzado y aunque el suceso quedó en pura anécdota, los posibles incidentes yo los

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esperaba más tarde, pero la semana de aventura por lo visto ya había comenzado y no puede evitar el comentario de…

–Edu. ¡Empezamos bien!

Volvimos a reemprender la marcha.

Tan sólo había pasado una media hora del incidente anterior. Comenzaba a amanecer y posiblemente influido por las primeras luces del día, Eduardo dio síntomas de sueño, más concretamente y sin rodeos, dio una cabezada mientras conducía. Inmediatamente paramos y cambiamos de conductor, pensando en cómo te puede cambiar la vida en pocos segundos.

Tras unas horas de viaje entrábamos en la ciudad de León para comer y hacer una visita rápida a los lugares más representativos.

Aparcamos en un parking subterráneo en el mismo centro de la ciudad. Era algo más del mediodía del domingo y tras salir a la superficie lo primero que notamos era que se respiraba un ambiente festivo muy diferente al que estamos acostumbrados en Barcelona. Actividades en la plaza, gente por las calles “vestida de domingo”, tascas con mucho ambiente... otro estilo de vida.

Tras pasar por la oficina de información turística y solicitar el plano de la ciudad, nos dirigimos al Monasterio de Benedictinas Carbajalas cerca de la Plaza Mayor en busca de la pieza básica e indispensable para comenzar El Camino. La Credencial.

La Credencial es el documento que te permite el alojamiento en los albergues públicos a la vez que das fe que

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es cierto el camino recorrido. A medida que avanzas en El Camino le vas estampando sellos y fechas de los lugares por donde pasas: albergues, iglesias, oficinas de turismo, sucursales de correos, o bien bares y restaurantes. De esta forma el documento se convierte en la acreditación para obtener el certificado final en Santiago, llamado La Compostela.

Tras rellenar un cuestionario con nuestros datos personales y marcar con una “x” la casilla de “a pie”, nos dieron el salvoconducto. Para que tu Credencial tenga sentido debes declarar cómo vas a recorrer la distancia. A pie hay que andar un mínimo de 100 km. Si lo haces en bicicleta o bien a caballo, tienes que acreditar que has pasado por los diferentes establecimientos a una distancia superior a 200 kilómetros de la ciudad de Santiago.

Era domingo y día de carreras de coches de Formula1. Se celebraba el gran premio de Singapur y con esta excusa entramos en la primera tasca que encontramos a tomar el primer vino. Se trataba de ver en qué posición iba Fernando Alonso, piloto asturiano que se jugaba el campeonato del mundo si no puntuaba. Era su primer año en la escudería Ferrari y el campeonato tenía una cierta emoción. La carrera era larga y no era plan de quedarnos demasiado tiempo en el mismo local, teníamos mucho que ver todavía y con la misma excusa podríamos entrar en otros lugares a testear otros vinos.

Habíamos entrado por la calle Ancha y enseguida divisamos la Catedral. Puede verse a lo lejos desde cualquier lugar, como en casi todas las ciudades. Entramos a visitarla

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justo unos minutos antes de que cerraran. Vistazo. Gótico puro. Sonó un timbre y… a la calle.

Estos días por televisión he seguido una serie titulada Los pilares de la tierra, yo no he leído el libro pero todo el que lo ha leído comenta que está muy bien. La serie está ambientada en la Edad Media, siglo XII. Entre otras cosas que pasan, construyen una catedral en Inglaterra y con gran realismo describen las penas y dificultades de la época para construir semejante obra. Observando desde la calle aquellos inmensos muros de piedra de la catedral de León, me venían aquellas imágenes a la cabeza.

La última vez que visite la majestuosa catedral de Burgos, quedé impresionado tras saber que una vez construida, la bóveda principal se derrumbó, y pensé, si se ha caído una vez podría volverse a caer en cualquier momento. La Iglesia (dicen) que no tenía más dinero para reconstruirla y decidieron hacer una recolecta entre los vecinos de la ciudad para terminarla.

Pasamos un par de horas en la ciudad, además de su catedral visitamos varias tascas y comíamos al mismo tiempo que bebíamos. En estos lugares del norte de España, cuando pides un vino te ponen una tapa y como éstas son generosas así comimos y bebimos más de una vez.

Regresamos a la carretera algo impacientes por llegar al punto de partida de nuestra andadura. Todavía tardaríamos un par de horas en coche para llegar a O Cebreiro.

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Buscábamos el albergue para peregrinos.

Todo, o casi todo, parecía estar orientado al negocio de acogida y aposento de caminantes; hostales, bares, alquiler de habitaciones privadas. La pequeña aldea se enclava en lo más alto de la montaña, de una de las montañas más altas de las que desde allí se divisan. Casas de muros de piedra, calles estrechas sinuosas y empinadas. Estaba a rebosar, no había alojamiento disponible, ni público ni privado. Eran las seis de la tarde y demasiado tarde.

Ver a tanta gente era tranquilizador. Por un lado intuía que con aquel ambiente no te encontrarías solo en El Camino, por otro intranquilizaba pensar si se trataba de hacer carreras para llegar temprano a los sitios y poder así encontrar alojamiento, iba a ser estresante.

Había mucha gente en El Camino y sin duda era debido a que era año Xacobeo o año Santo Compostelano, lo cual tiene una relevancia mayor a otro que no lo es.

Quien hace El Camino en año Santo, consigue “la indulgencia plenaria”. Según las autoridades eclesiásticas significa: “que no se te perdonarán los pecados, sino que te exime de las penas de carácter temporal que de otro modo los fieles deberían purgar, sea durante su vida terrenal, sea luego de la muerte en el purgatorio”. Por cierto, el nombre de Jaime es una variante de Jacobo, Yago y Santiago, derivado del arameo y significa “Aquel que es seguidor de Cristo”

Preguntando en el albergue público sobre otro destino para pasar la noche, nos enviaron a Hospital, una pequeña aldea unos kilómetros más adelante. De todos los sitios

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donde preguntamos, sólo en uno de ellos disponían de una cama y como éramos dos… decidimos no separarnos la primera noche.

Buscando albergue llegamos al Alto do Poio, este lugar, ni tan sólo era una aldea, es un bar-restaurante a la orilla derecha de la carretera donde nos acogieron pagando cinco euros la noche.

Una chica joven nos mostró el dormitorio. Se trataba de una sala grande con literas y dos lavabos. Tras observar la taza del váter lo primero que pensé fue: “aquí no te sentarás”. Este tipo de aposentos suelen ser lugares austeros, donde se comparte el espacio con distintas personas de ambos sexos, diversas nacionalidades, cualquier edad diferentes culturas, con todo aquel que está haciendo El Camino.

Descargamos la mochila sobre una litera y estuvimos dudando dónde aparcar el coche mientras estuviéramos caminando. Tras plantearle nuestra duda al dueño del albergue, éste nos ofreció aparcarlo en el mismo recinto de su propiedad, quedaría más seguro, más controlado y nos evitaría una preocupación. Dicen que al Camino no debes llevarte preocupaciones sino espacio para la reflexión.

Entramos al bar-restaurante. Se trataba de un pequeño comedor, acogedor, con mesas de madera, donde una docena de peregrinos ya cenaban. Nos esperamos porque las mesas estaban ocupadas. No era verdad, las mesas estaban ocupadas pero había sitios libres para compartirlas. Era nuestra primera noche y no nos habíamos habituado ni al lugar ni a las condiciones. Por unos momentos sentí que

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estábamos cohibidos, tímidos, fuera de lugar y el uno por el otro no nos habíamos atrevido a aceptar la invitación de compartir la mesa con los demás.

No vamos bien, pensé.

Cuando nos tocó el turno, la carne con patatas de segundo plato se había terminado. Es uno de esos momentos en que te arrepientes de tus indecisiones, de algún que otro complejo, de la tontería, de la timidez. Pero para subsanar ese tipo de carencias está la grandeza de los demás. La señora que cocinaba debía ser la propietaria o más bien la madre del propietario, de unos 70 años de edad, al darse cuenta que nos quedábamos sin carne con patatas, en un alarde de hospitalidad y de buena persona, se empeñó en tratarnos bien. Tras un caldo gallego de primero, nos cocinó un par de chuletones de ternera gallega con patatas fritas, según Eduardo, en cualquier restaurante de Barcelona nos habría costado más de 30 euros (a cada uno).

La cena había consistido en caldo gallego, chuletón con patatas, tarta de Santiago, pan, vino... y 8 euros.

Existen unas reglas o normas de comportamiento cuando recorres El Camino, que posiblemente estén escritas, que yo no he leído, pero he oído que dicen:

“Tendrá preferencia quien camina en solitario”.

“En los albergues públicos no puedes reservar, hay que llegar.

Quizás la máxima sea esta:

“No exijas nada y agradece cuanto te den”.