1
MELANCÓLICAS MÁQUINAS HISTORIOGRÁFICAS
José de Nordenflycht Concha
Exordio Melancólico
Desde que Hans Beltingi anunciara el fin de la Historia del Arte a
mediados de la década del ochenta del siglo pasado, nunca antes el debate de
la disciplina ha tenido mayor presencia en las condiciones de producción de
obra como lo que hemos visto en estos últimos 30 años.
De hecho las relaciones con los denominados estudios de la Cultura
Visualii no han hecho otra cosa que ayudar a revisar, e incluso reposicionar,
antecedentes que se creían de la más ortodoxa prosapia historiográfica como
el proyecto mnemosyne de Aby Warburg, o más atrás, el proyecto de una
historia de la cultura planteado por Jacob Burkchardt.
El llamado de Belting a una puesta en crisis disciplinar revolvió los
fundamentos de la Academia al punto de que una nuevo canon institucional ha
sido motivo de recientes balances.iii
En este contexto creemos muy pertinente la convocatoria del Tercer
Encuentro de Historiadores del Arte en Chile que, bajo este primer acápite
“Archivo, museo, colección: problemas de la memoria y de la historia”,
irrevocablemente nos hace comparecer a la memoria y su gestión, en base a
sus dos sentidos más evidentes: máquina en el sentido aristotélico de
mecanismo y motor inicial, pero también máquina en el sentido político
coloquial de conjura.
Ambos sentidos aluden a los principios causales que articulan la
necesidad de construcción de una historiografía artística, la que hacia fines del
siglo XIX converge como insumo para la construcción del estado nacional
moderno, por lo que no es casual que historiadores como Aloïs Riegl se
refieran a esto como “el culto moderno a los monumentos.”iv, donde la
historiografía artística debía ser la máquina que habilite la maquinación, toda
vez que las monumentos -obras- operan como activos simbólicos del poder
político.
2
Poder político que -parafraseando a Goya- “en su sueño de la razón
produce monstruos”, por lo que imaginemos despertar del sueño, sin
monumentos, sin obras, sin memoria.
Clínicamente el término anamnesis define el examen realizado a
personas que presentan pérdida de memoria o amnesia. Constituye la prueba
encargada de reunir todos los datos personales, hereditarios y familiares del
paciente, anteriores a la enfermedad. Busca, en el mejor de los casos, la
reminiscencia o transferencia de huellas mnémicas ubicadas en algún lugar de
tiempo.
Esto nunca es un proceso de restablecimiento sino de construcción, ya
que el paciente no sería capaz de identificar su pasado, sólo de asumirlo
como propio.
La memoria pierde, en este momento, su vigencia en el tiempo,
convirtiéndose en un objeto atemporal, con referencias únicas en su
reconstrucción imaginada. Los efectos colectivos a nivel social de esta
operación ya los ha señalado Hosbwamv, cuando demostraba hace algunos
años como en las sociedades postcoloniales existía una tendencia a inventar
tradiciones.
Se olvida para recordar, se recuerda por ausencia. Por lo que
necesariamente se termina fabricando un producto, una memoria nueva, sin
pasado.
El relato de esa memoria se construye a través de unos intérpretes que
componen los hechos y experiencias anteriores, otorgándole sentido temporal,
histórico.
Lo autentico no estaría entonces en una suerte de “verdad original”, sino
que más bien por la capacidad de construir un relato verosímil y legitimador.
Esa autenticidad legitimada es la que se expresa en nuestras
sociedades a partir de un ejercicio de domesticar la historia que finalmente
termina en una “democracia de la memoria”, expresión contemporánea de una
antigua pretensión de poder recordarlo todo, a través de todo tipo de
dispositivos, como por ejemplo el que evocaba Francis Yates a propósito del
Teatro Della Memoria, proyectado en el siglo XVI por Giulio Camillo, un edificio
3
imaginario donde a través del principio de la mnemotécnica el recuerdo se
activa con mayor facilidad cuando se referencia a un espacio físico
determinadovi, lo que intentaba hacer permanentemente retornable el olvido
que amenaza todo lo que vamos dejando a merced del tiempo.
Claramente han sido el archivo y el museo los que han tenido un
protagonismo en este sentido, lo que ha venido a declinar en una lógica de la
patrimonialización de los activos culturales de todo tipo producidos por las
sociedades tardocapitalistas.
Es precisamente este fenómeno de la patrimonialización de la
producción artística chilena el que ya la hemos instalado recientemente en
nuestro texto “Más allá de los cuatro segundos: Documento, archivo e
historiografía en el arte contemporáneo chileno.”vii, por lo que aquí
esbozaremos algunos breves argumentos que permiten describir el origen
histórico de este proceso.
Melancolía Natural
“¿Cómo decir la influencia de la luz, de sus principios, que se dirían espirituales? Porque si algo quisiera dar en estas líneas es la idealidad de los instantes en que, al ver un aspecto de la
luz en el aire, las aguas o el cielo, me he sentido influir por su melancolía (…) ”
Miguel Luis Rocuant, c. 1922.
El escritor chileno Miguel Luis Rocuant (1877-1948) escribe estas líneas
al comienzo de su libro -editado en Madrid- Tierras y Cromos, subtitulado
simplemente como Pintura Chilena.
Su cita nos obliga a despejar en primer lugar ¿de qué melancolía nos
habla aquí Rocuant? y seguidamente ¿por qué es la melancolía una figura
habilitadora para iniciar la descripción de algunas pinturas de la colección del
Museo Nacional de Bellas Artes?
4
Claramente hay una interpelación a la melancolía natural –sita en la
naturaleza- asociada a su reproducción, denotativamente alegórica, en algunas
pinturas escogidas de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes,
convirtiéndose el libro de Rocuant en una de las pocas fuentes literarias que
tenemos para indagar en el estado de esa colección a una década de la
coyuntura del centenario.
La melancolía sobre las piezas de la colección del museo es convertida
luego, por la distancia y el recuerdo, en una melancolía artificialviii, toda vez que
la referida coyuntura se funda en la necesidad de construir un museo y su
colección a partir de una cantidad escueta de textos, todos ellos deslindando su
pretensión historiográfica, como el de Richon Brunet que va a resistir la
posibilidad histórica de un arte chileno, insistiendo en la denominación “Arte en
Chile”ix.
Las condiciones de constitución de la historiografía del arte en Chile la
podemos articular a partir de tres momentos cardinales que nos permiten
referirnos al fenómeno de como la maquinación –en tanto metáfora de la
construcción discursiva- es siempre melancólica cuando se intenta legitimar la
producción artística en base a sus preexistencias, donde el cálculo de la
memoria se remite a la especulación de su posibilidad como archivo y pieza de
museo.
En este contexto los tres momentos puestos en revisión siguen una
secuencia que comienza con Alberto Mackenna, ya que corresponde a la
voluntad de este actor del campo artístico chileno finisecular la construcción de
la idea de una musealidad en donde la acumulación de referentes validados en
la historia del arte occidental sean referentes de la transferencia en los
procesos de enseñanza académicos, cuestión que comienza en 1880 con la
creación del Museo Nacional de Bellas Artes, continúa con la coyuntura del
Centenario que hará de las artes visuales no sólo un dato ilustrativo, sino que
las convertirá en uno de sus índices más importantes -al punto de que la
inauguración del edificio del Museo Nacional de Bellas Artes sea uno de sus
puntos de mayor impacto simbólico- y termina el 29 de agosto de 1911 cuando
se inauguraba en el espacio convergente entre el Museo Nacional de Bellas
5
Artes y la Escuela de Bellas Artes el “Museo de Copias”x, largamente anhelado
por su promotor, el mismo Alberto Mackenna.xi
Máquinas Coligómanas
“ La coligomanía no es un lecho de Procusto. (…) Si hacemos abstracción de la pasión que lo
esclaviza, en lo moral el coleccionista se distingue sobre todo por cualidades negativas.
Hablando francamente, no tiene vicios ni virtudes: sólo propiedades, como las cosas.”
Louis Judicis,1875xii
La melancolía da paso al activismo del coleccionista, patología cultural
que como vemos algunos han denominado coligomanía.
Uno de los más decisivos coligómanos fue Luis Álvarez Urquieta (1874-
1945), abogado, pintor aficionado y restaurador ocasionalxiii, verdadero “pintor
de domingo”, toda vez que el horario semanal lo retenía en su trabajo en un
banco, dejando para sus ocupaciones el resto del tiempo, donde el
coleccionista logra la incorporación de la Historia del Arte como disciplina
definida temáticamente por la especificad de su objeto de estudio, al
incorporarse como miembro fundador de la Academia Chilena de la Historia en
1933, precedido de su proyecto historiográfico asociado a la construcción de un
catálogo legitimador de su colección particular, autoeditado en 1928 bajo el
título “La Pintura en Chile, colección Luis Álvarez Urquieta”xiv, el cual tiene una
importante visibilidad en las Exposiciones de Barcelona y Sevilla de 1929, a
través de la revista editada por la Sociedad de Arquitectosxv, dando cuenta de
una imagen del arte chileno en el exterior.
Misma colección que pasa a formar la vertebración del guión curatorial
del Museo Nacional de Bellas Artes a partir de su adquisición en 1939.
No es un misterio que una de sus motivaciones fuera legitimar su
colecciónxvi, sin embargo la novedad respecto de las escrituras anteriores
6
estaría en el estatuto metodológico de las obras, estas serían los hechos
históricos que han encontrado su texto.xvii
Sobre su recepción, baste la cita del artículo que publica don Nathanael
Yánez Silva en el diario La Nación bajo el simple título de “Luis Álvarez
Urquieta”:
“Este libro del señor Álvarez Urquieta, es al mismo tiempo un
catálogo ilustrado de los cuadros de su colección, en la que el
aficionado ha dado preferencia a los cuadros de firmas chilenas,
puestos en las murallas de esta pequeña pinacoteca, por el orden
cronológico de sus autores. Se creería que esta publicación, que ha
sido hecha a todo costo y que cuesta algunos miles de pesos, sin
esperanza alguna de lucro, ya que éste género de obras está
destinado a un número reducido de lectores, se creería, repito, que es
como una ocasión para satisfacer la vanidad del coleccionista, pero
muy lejos de eso, porque la parte más nutrida de la publicación a que
nos referimos, está dedicada a dar noticias muy detalladas del camino
que ha seguido la pintura chilena y de su primeras fuente, de sus
primeros impulsadores, de aquellos maestros, ya sean extranjeros o
nacionales, que echaron las bases en que se basa nuestro arte
nacional.”xviii
Metalepsis Historiográfica
“Metalepsis es (…) cuando un autor es representado o se representa como alguien que
produce por si mismo aquello que, en el fondo, sólo relata o describe.”
Pierre Fontanier, 1827xix
Sabemos que desde Vasari la confusión entre sujeto y objeto ha sido
uno de los problemas metodológicos de la historiografía artística, de hecho el
relato vasariano se justificaba en buena medida en la posición autonómica del
7
artista a fines del Renacimiento que intentaba desplazar el medieval modelo del
gremio.
El tropo de la metalepsis de autor creemos que define muy bien la
operación discursiva subyacente.
Fungido de este atributo, nuestro metalépsico pintor Pedro Lira se las
arreglará para que -desde su modelo declaradamente vasarianoxx- el sistema
de arte académico ponga atención en como inscribir a sus colegas y por
extensión a él mismo en la Historia del Arte Universal.
Una revisión sumaria de su libro publicado en 1902 bajo el título
Diccionario Biográfico de Pintores, nos arroja la menguada representación de
apenas 16 pintores “muertos” de los cuales sólo 11 habían nacido
efectivamente en territorio nacional, hacen que necesariamente se vea en la
obligación de agregar un apéndice denominado “Pintores Nacionales Vivos en
1901.”, engrosando la lista con 76 nombres más, es decir la Historia del Arte
Chileno empezaba en su generación.xxi
Mientras los artistas muertos entraban en la historia con el patrocinio de
los vivos, los historiadores procurarán que los artistas vivos se legitimen en los
muertos.
La historia del arte se desplegaba como la sátira que es.
Recordemos a Hayden White quien, desde un formalismo analítico
insistiera en que la historiografía es un relato con estatuto literario, tilda el
trabajo discursivo de Jacob Burkchardt como ironía ficcional en tanto una
forma arquetípica del relato “satírico”, lo que nos hace concluir que la historia
del arte – a la cual por cierto nuestro autor suizo hizo su contribución
fundacional- no sería otra cosa que una sátira.xxii
Esta sátira se había comenzado a construir desde que en 1931 se dicta
por primera vez en nuestro país un curso universitario que lleva por título
“Historia del Arte Americano y Chileno” bajo la responsabilidad de Eugenio
Pereira Salasxxiii , dos años después el flamante Decano, de la recién creada
Facultad de Artes de la Universidad de Chile, Domingo Santa Cruz le solicita al
mismo Pereira Salas que dicte un curso de igual nombre en su institución.
8
Este hecho es bastante indicativo de cómo se había logrado instalar
institucionalmente la noción de Historia del Arte Chileno, aún cuando muchos
por ese entonces lo creyeran un objeto de estudio inconcluso.xxiv
La década que media entre 1931 y 1941 será decisiva en esto.
En 1941 Eugenio Pereira Salas participa en la gestación de la primera
exposición colectiva de “Chilean Contemporary Art” (sic)xxv, contexto en el cual
este autor logra legitimar una interpretación canónica sobre la historia del arte
chileno incorporando la variable documental, haciendo del testimonio
coordinado del archivo un insumo clave de su proyecto historiográfico.
Sin embargo no bastaba con un curso, ni tampoco con un discurso, para
legitimar las prácticas pictóricas o escultóricas que se producen en Chile, y en
el caso de Pereira Salas veremos con los años como curso y discurso son dos
caras de una misma moneda.
Acaso sea éste uno de los primeros trabajos curatoriales que merezcan
tal nombre.
La melancolía comenzaría a ser consumida por el funcionamiento de la
historiografía, la máquina ya estaba andando.
i BELTING, Hans Art History after Modernism, The University of Chicago Press, Chicago, 2003. ii Crf. CHERRY, Deborah “Art History visual culture” en Art History, Vol. 27, n° 4, September 2004 y BREA, José Luis (ed) Estudios Visuales. La epistemología de la visualidad en la era de la globalización, Ediciones Akal, Madrid, 2005. iii PHELAN, Peggy et al. “Art History Survey: A Round-Table Discussion” en Art Journal, Vol. 64, n° 2, Summer 2005. iv RIEGL, Alois El culto moderno a los monumentos, Visor, Madrid, 1987. v HOSBWAM, Eric y Terence RANGER La invención de la tradición, Editorial Crítica, Barcelona, 2002. vi YATES Frances A. El Arte de la Memoria, Ediciones Siruela, Madrid, 2005. vii NORDENFLYCHT, José de “Más allá de los cuatro segundos”, en Gabinete de Lectura, Museo Nacional de Bellas Artes, 2005. viii Por cierto nos referimos a lo que Panofsky y compañía ha instalado para la historiografía artística desde su clásico trabajo, ver KLIBANSKY, Raymond et al. Saturno y la melancolía, Alianza Forma, Madrid, 1998. Cuestión que ha sido puesta en circulación recientemente con la exposición La mélancolie. Génie et folie en Occident, Galeries Nationales du Grand Palais, Paris, 13 octobre 2005 - 16 janvier 2006. ix RICHON BRUNET, Ricardo “El Arte en Chile.” en AA.VV. Catálogo Oficial Ilustrado Exposición Internacional de Bellas Artes, Imprenta Barcelona, Santiago de Chile, 1910.
x BONTA, Marco Antonio “Medio siglo de vida artística chilena.”, en Atenea, Universidad de Concepción, nº 402, octubre-diciembre 1963.
xi GUROVICH Alberto “Evocando a Don Alberto Mackenna Subercaseaux.” en DE ARQUITECTURA, FAU-Uch, n° 4, diciembre 1993. Pág. 33 xii JUDICIS, Louis “La coligomanía”, en Museos de México y del Mundo, CONACULTA-INAH-INBA, n° 2, invierno 2004, pág. 161. xiii CAMPOS LARENAS, Ramón "Vistazo al arte de la conservación y restauración de pinturas", en Atenea, Universidad de Concepción, n° 428, 1973. xiv ALVAREZ URQUIETA, Luis La Pintura en Chile. Colección Luis Alvarez Urquieta, Santiago de Chile, Imprenta La Ilustración, Julio de 1928.
9
xv ÁLVAREZ URQUIETA, Luis “Resumen sobre la pintura en Chile” en Arquitectura y Decoración, números 6 y 7, 1929. xvi La mejor semblanza sobre este autor la escribe otro connotado historiador del arte chileno como fue Alfredo Benavides Rodríguez, el que al leer su discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Historia se refiere, como es costumbre, a quien le ha dejado la vacante por deceso. BENAVIDES, Alfredo “Las Pinturas Coloniales del Convento de San Francisco de Santiago.” , edición de la Academia Chilena de la Historia, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1954.
xvii NORDENFLYCHT, José de “Territorio, filiación y texto: de la historia del arte en chile a la historia del arte chileno.” En AA.VV. Iconografía, identidad nacional y cambio de siglo (XIX-XX), RIL Editores, Santiago, 2003. xviii YAÑEZ SILVA, Nathanael “Luis Álvarez Urquieta” La Nación, 1929. xix FONTANIER, Pierre Les Figurs du discours París, Flammarion, 1968, pp. 127-128 citado por GENETTE, Gérard Metalepis. De la figura a la acción, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004, pág. 10. xx LIRA, Pedro Diccionario Biográfico de Pintores, Imprenta, Encuadernación y Litografía Esmeralda, Santiago de Chile, 1902.
xxi “ Escrita y publicada en Chile esta obra, el autor ha creído deber consagrar un capítulo especial á los pintores chilenos. Al lado del pensamiento que ha inspirado la composición de este diccionario general, existen consideraciones de un orden particular y local que me determinan á agregarle este último apéndice en obsequio a nuestra nacionalidad. Las hojas de servicio de los artistas se publican, es verdad, año tras año, en los catálogos de nuestras exposiciones; pero también es muy cierto que nadie trata de guardar esos catálogos y que, fuera de ellos, no hay donde ilustrarse en la materia. Publicados en un libro, esos datos los encontrará con mayor facilidad quien desee encontrarlos, mucho más si el que por ello se interese vive fuera y lejos de nuestro suelo.” LIRA op.cit. xxii WHITE, Hayden Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1992. xxiii Eugenio Pereira Salas (1904-1979), formado en la más convencional de la tradiciones metodológicas de la historiografía su confianza en los documentos para la reconstrucción narrativa del pasado fue un documentalista que tuvo la particular visión de integrar aspectos que hasta ese momento no eran considerados por sus colegas en Chile, dentro de una tradición de puesta en valor de la historia de cultura con filiaciones que nos retrotraen a Jacob Burkchardt, así casi todas las manifestaciones artísticas desde la danza y el teatro hasta la fotografía y la arquitectura fueron de su interés, además del folklore, los juegos populares y la gastronomía. Vid. GUERRERO YOACHAM Cristián “Eugenio Pereira Salas y su obra. A veinte años de su muerte.” en Anales de la Universidad de Chile, Sexta Serie, Nº 9, agosto de 1999. xxiv LAGO, Tomás “Precursores de la Pintura Chilena.” En AAVV “El Museo de Bellas Artes 1880-1930”, Universidad de Chile, Departamento de Extensión Cultural y Artística, Santiago, 1930. xxv PEREIRA SALAS, Eugenio “El desarrollo histórico del arte en Chile” en catálogo Chilean Contemporary Art, The Toledo Museum of Art, Toledo (Ohio), 1941.