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Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y
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Jaime Osorio
El megarrelato posmoderno
Frontera Norte, vol. 21, nm. 42, julio-diciembre, 2009, pp.
193-204,
El Colegio de la Frontera Norte, A.C.
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En tanto corriente filosfica, el pos-modernismo obtuvo rpida
legitimidad en el campo acadmico por su corro-siva crtica a los
fundamentos de la modernidad, que considera agotados, tales como la
confianza en la ciencia como medio para conocer y organizar la vida
social, la historia como proceso que tiende al progreso material y
social y al sujeto como encarnacin de metas trascendentales.
Su inf luencia se ha hecho sentir en amplios territorios de las
llamadas ciencias sociales y en las humanidades, en particular en
filosofa, antropologa, sociologa y en lo que se conoce como
estudios culturales, propiciando otra mirada a viejos y nuevos
temas de es-tudio, aportando trminos y categoras y, sobre todo,
nuevas posiciones no siempre explicitadas sobre el qu y el cmo
conocer en dichas disciplinas.
Al igual que como sucede con mu-chos cuerpos tericos admitiendo
la au-sencia de formacin filosfica y episte-molgica en los espacios
en donde se ensean las ciencias sociales y las hu-manidades se han
asumido plantea-mientos posmodernos no siempre por un conocimiento
y discusin de sus fundamentos, sino, en gran medida, por el peso de
las modas intelectuales y el afn de estar al da, no siempre
reflexivo, que reclaman diversos espa-cios acadmicos.
En lo que sigue expondr de ma-nera crtica algunas de las
posiciones de lo que constituyen los ncleos du-ros del
posmodernismo en materia de conocimiento. Esto implica privilegiar
su anlisis en tanto propuesta filosfi-co-epistmica. Considero que
si bien son cuestionables muchas de las posi-ciones que subyacen en
el positivismo-
El megarrelato posmoderno
Jaime Osorio*
NOTA CRTICA/ESSAy
*Profesor-investigador del Departamento de Relaciones Sociales
de la uam-xochimilco. Direccin electrnica:
[email protected]
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194 FRONTERA NORTE, VOL. 21, NM. 42, JULIO-DICIEMBRE DE 2009
empirista sobre el quehacer cientfico, principal heredero de la
modernidad cientfica y paradigma que termin eri-gindose como el
enfoque cientfico por antonomasia, no es el posmoder-nismo la nica
y mucho menos la me-jor base para sustentar tales
cuestiona-mientos.
De los tiempos: teora desde la derrota
Antes de entrar en materia es conve-niente hacer una breve
contextualiza-cin. No es un asunto irrelevante el hecho de que el
florecimiento y auge inicial del posmodernismo en Europa, que puede
ubicarse en los aos seten-ta del siglo xx, sea coincidente con los
tiempos de inicio del proyecto reestruc-turador de la economa y de
la poltica a nivel mundial, de la mano del gran capital
internacional, proceso conoci-do vulgarmente como globalizacin,
perodo que contempla el derrumbe del socialismo realmente
existente, la tercera ola de la democratizacin li-beral en la
propuesta de Huntington y las formulaciones del fin de la histo-ria
de Fukuyama. Hay algo ms que pura coincidencia y contingencia en la
simultaneidad de estos procesos.
Tras afirmaciones como que el gran relato ha perdido su
credibilidad, sea cual sea el modo de unificacin que se le haya
asignado: relato especulati-vo, relato de emancipacin (Lyotard,
1994:73), Jean-Franois Lyotard ubica al posmodernismo a lo menos en
una posicin escptica frente a los plantea-mientos que postulan el
cambio y la transformacin social. Por ello Daniel Bensaid seala que
el rechazo posmo-derno de los grandes relatos no impli-ca solamente
una crtica legtima a las ilusiones del progreso asociadas con el
despotismo de la razn instrumental. Significa tambin una
de-construccin de la historicidad y un culto a lo inmediato, lo
efmero, lo descartable, donde proyectos de mediano plazo no tienen
ms cabi-da (Bensaid, 2004:34).1
El desencanto de una amplia ge-neracin de intelectuales ubicados
en un amplio espectro de posiciones de izquierda (trotskistas,
maostas y liber-tarios en general) luego de la invasin sovitica que
puso fin a la Primavera de Praga, en Checoslovaquia, y de las
re-vueltas del mayo francs de 1968, tuvo consecuencias tericas y
polticas que acentuaron el desencanto de esa gene-racin con el
socialismo en la Unin Sovitica y Europa del Este, as como su
escepticismo frente a la idea de la
1Bensaid define el mediano plazo como el tiempo poltico por
excelencia. Por ello agrega que en la conjuncin de los tiempos
sociales desajustados, la temporalidad poltica es precisamente la
del mediano plazo, entre el instante fugitivo y la eternidad
inalcanzable (2004:34).
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195NOTA CRITICA/ESSAY
revolucin, propiciando posiciones que afluirn en la gestacin del
plantea-miento de los llamados nuevos fil-sofos y del
posmodernismo.
En referencia a Francia en particu-lar, Alex Callinicos seala
que la odi-sea poltica de la generacin de 1968 es crucial para
entender la difundida aceptacin de la idea de una poca posmoderna
en los aos ochenta. Es sta la dcada en que los radicales de los aos
sesenta y setenta () haban perdido toda esperanza en el triunfo de
una revolucin socialista y a menudo haban dejado de creer incluso
que una revolucin semejante fuese deseable (Callinicos,
1998:316).
Procesos con iguales consecuen-cias tienden a producirse en
Amrica Latina. Luego de la gran ebullicin po-ltica y prolfica
produccin terica que sigui al triunfo de la revolucin cuba-na y que
se prolonga hasta el fin del gobierno de Salvador Allende en Chile
(1970-1973), las violentas polticas de contrainsurgencia que se
desatan en la regin, y en algunos pases desde antes del golpe
militar en Chile, dan inicio a un perodo de reflujo terico que slo
comenzar a revertirse hacia finales de los aos ochenta.
Desde esta perspectiva, tanto el posmodernismo, que se gesta en
Eu-ropa, particularmente en Francia, as como las formulaciones en
los aos se-tenta y ochenta en Amrica Latina en torno, por ejemplo,
a los movimientos
sociales y la sociedad civil, van a estar signadas como
reflexiones que emer-gen bajo el peso y el clima que propicia la
derrota.
Entre la represin inicial y el con-trol posterior, en la
academia latinoa-mericana tiende a hacerse sentido comn la idea de
que los cuerpos teri-cos que se abren al anlisis de las
revo-luciones sociales (y de la dominacin y explotacin, referencias
que conducen sin muchos problemas al marxismo) deben ser
abandonados o relegados. Ello va a tener una expresin no slo terica
sino tambin poltica: desde un contexto en el que predominaba la
idea de que el cambio societal y la re-volucin eran posibles, se
pasa a otro en que se reclama el realismo pol-tico, que no es ms
que la asuncin que no hay cambio de fondo factible y que slo queda
convivir con un orden social que alguna vez se crey poder superar.
Para finales de los ochenta, y en los noventa, el terreno se
encuentra apto para que al arribo del posmoder-nismo a Amrica
Latina, va la acade-mia europea y estadounidense, ste se expanda
con rapidez.
En este clima asistimos a un acele-rado cambio en los referentes
tericos, con la presencia de muchos ms inter-locutores tericos que
los aqu consi-derados, y con perspectivas polticas diversas. La
emergencia de nuevos temas, muchos de ellos de relevan-cia, no pudo
sustraerse al abandono
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196 FRONTERA NORTE, VOL. 21, NM. 42, JULIO-DICIEMBRE DE 2009
de viejas teoras que algunos crean rebasadas por los nuevos
tiempos, con lo cual las nuevas formulaciones apa-recan como el
resultado de una ver-dadera revolucin cientfica, un nuevo estadio
del conocimiento. As, del sis-tema mundial capitalista se pasar a
ha-blar de la globalizacin; de economas centrales e imperialistas,
a una nocin de imperio, sin centro, dislocado y
des-territorializado; de las clases sociales, a los movimientos
sociales, la sociedad civil y a nuevos y viejos actores; de los
debates sobre el poder y el Estado, a los anlisis de las
transiciones y a los estudios electorales; de la dominacin, a la
gobernabilidad; de la determina-cin a lo contingente, a lo efmero,
a un mundo social sin condensaciones y sin relaciones sociales, a
lo sumo con redes. Del estudio de una poca () a travs de sus
manifestaciones sus obras y poner al descubierto las ra-ces
sociales de esas formas simblicas (Altamirano, 2002:12),2 a un
pastiche cultural considerado interdisciplina-rio, porque toma un
poco de todo, en la epistemologa del shopping (como quien llena un
carrito de supermerca-do), con un nfasis por la gracia so-cial, el
ritmo y los pasos que moldean la danza de la vida (Garca Canclini,
2006).
Este pensar desde la derrota pro-piciar la extraa convivencia
posterior de posmodernos con planteamientos tericos y polticos
inmovilistas, junto a otros que se reclaman de izquierda o
progresistas, casi todos abrevando en lo fundamental de Nietszche,
Heide-gger, Foucault o Derrida, con lo cual se produce una
interesante disputa in-terpretativa sobre estos autores, que se
constituyen en los referentes centrales en el discurso
posmoderno.
Un metarrelato que destaca el fin de los grandes relatos
Fue desde un escrito de Lyotard que el posmodernismo proclam
alguna de sus certezas, sintetizadas en la idea del fin de los
grandes relatos y de toda for-mulacin terica que buscara una
ex-plicacin totalizante de la historia, de la modernidad (y del
capitalismo) (Lyo-tard, 1994).3 El sealamiento de Lyotard en contra
de la razn instrumental de las ciencias y su idea de progreso,
en-contraba razones en hechos conocidos y de alta sensibilidad, sea
en la irracio-nalidad de la experiencia nazi o en las prcticas del
capital en su entorno am-biental. Su posicin supona dar vuelta a la
pgina en cmo reflexionar, y en los hechos una propuesta de
reiniciar
2La cita indicara la visin de Mannheim sobre los estudios
culturales.3Obra publicada en francs en 1979.
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197NOTA CRITICA/ESSAY
el camino. Ms all de esta pretensin fundante, son sus propuestas
para ha-cer frente a los males sealados, los considerados
problemticos.
La crtica a los grandes relatos significaba en los hechos
reclamar la centralidad de un nuevo metarrelato,4 aquel que declara
(al) pequeo relato [] como la forma por excelencia que toma la
invencin imaginativa, y, desde luego, la ciencia (Lyotard,
1994:109). Lo que se pona en cuestin no era slo la idea de un
progreso en el de-venir de la historia, sealada tambin desde otras
vertientes. En el fondo fue la razn en tanto capacidad de buscar
explicaciones del mundo (social) la que se puso en entredicho. Con
ello una nueva versin del irracionalismo episte-molgico tomaba
forma.5
El reclamo al abandono de pre-tensiones tericas generales, de
toda perspectiva holstica, dej a las cien-cias como el receptculo
de reflexio-nes fragmentarias y contingentes. Lo
singular y lo diverso pasaron a cons-tituir el criterio de
demarcacin de los objetos de investigacin. Con ello se propici una
suerte de reificacin de la pedacera societal.
El manifiesto posmoderno en-contr seguidores en un campo mu-cho
ms amplio que aquellos que se reconocen filosficamente con este
enfoque. De manera gradual, temas relevados por el posmodernismo y
ol-vidados o relegados con anterioridad, como el de las
identidades, el multicul-turalismo, la pluralidad de movimien-tos
sociales, etctera, as como diver-sas nuevas categoras (entre las ms
socorridas, deconstruccin, textuali-dad, juegos de lenguaje,
significantes, significados, etctera), se fueron con-virtiendo en
vocabulario comn en la academia. En una franja ms restrin-gida, sus
planteamientos filosficos y los del deconstructivismo derridania-no
pasaron a fundamentar posiciones consistentes.6
4El propio Lyotard lo seala: Los grandes relatos se han tornado
poco viables. Estamos tentados de creer, pues, que hay un gran
relato de la declinacin de los grandes relatos [el subrayado es mo]
(1994:40).5Entre las posturas irracionalistas radicales podramos
citar a los sofistas. Entre ellos se generalizan y extienden, como
actitudes intelectuales, tanto el relativismo (no hay verdad
absoluta) como el escepticismo (si hay verdad absoluta, es
imposible conocerla) [] (Muoz y Velarde, 2000:365). All se
establece la distincin entre el irracionalismo epistemolgico, que
postula que la razn no puede conocer lo real (o slo en parte), por
lo que a lo real se accede por va de otros conocimientos,
diferentes a los de la razn, como la intuicin o el corazn, posicin
en donde se ubicara el posmodernismo, del irracionalismo metafsico,
que seala el carcter absurdo e insensato de la realidad (Muoz y
Velarde, 2000:365-367).6Es frecuente que se ubique a Jacques
Derrida entre los autores que han insistido en la necesidad de
salir de la tradicin filosfica moderna, por lo que sus posiciones
resultan afines a la sensibilidad posmoderna (Abbagnano,
2004:839).
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198 FRONTERA NORTE, VOL. 21, NM. 42, JULIO-DICIEMBRE DE 2009
El malestar con la totalidad
Una de las derivaciones del reclamo posmoderno al fin de los
grandes re-latos remite al rechazo de la nocin de totalidad,
generalmente asociada con todo lo que existe, con lo cual se
aproxima ms bien a la de comple-tud formulada por Morin (1998). En
sus versiones ms extremas, enfatizar la necesidad de la totalidad
es sinni-mo de totalitarismo, visin en lo que el posmodernismo
comparte posiciones con el positivismo. Pero qu significa
aprehender la realidad como totalidad? Dicho de manera breve, dar
cuenta de lo que articula y estructura la vida social, de aquello
que la organiza y jerarquiza y que termina otorgndole sentido en
alguna temporalidad especfica. No ms, pero tampoco menos. En
nuestro tiempo, ello se sintetiza en la lgica del capital y su afn
de valoracin, proceso que marca de manera indeleble las rela-ciones
humanas y el mundo institucio-nal que las acompaa.
Esa lgica es prioritariamente un campo de relaciones sociales
que atra-viesan la produccin y la reproduccin social, conformando
un entramado que impone su signo sobre toda la vida en sociedad. El
afn de valoracin
del capital organiza la vida material y le otorga su impronta a
la vida espiri-tual, en tanto iluminacin general en la que se baan
todos los colores, con lo que es posible una mayor
inteligibi-lidad. El conocimiento de fragmentos y parcelas y de sus
singularidades ser superior entonces si se les ubica en el terreno
de las relaciones en que ellos se integran y articulan: un mundo
social regido por la lgica del capital.7
La mistificacin posmodernista de los fragmentos, expresada en la
forma como aborda la diversidad cultural, la segmentacin y
dislocacin del poder, o las identidades fragmentadas, nos deja en
el terreno de la fetichizacin, de la ausencia de relaciones en un
mundo capitalista que opera, por el contrario, como totalidad,
fuertemente articula-da, sea en materia de poder poltico, econmico
e ideolgico. No es razo-nable desconocer el sinfn de cadenas
productivas, segmentadas y repartidas por el mundo por el capital
industrial; la desterritorializacin propiciada por el capital
financiero, por mencionar algunos asuntos relevantes. Pero esta
reflexin peca de unilateralidad, por-que queda atrapada en la
contingencia desarticuladora, incapaz de ver su con-tracara y el
ncleo que la propicia: la frrea centralizacin del poder poltico
7Ello porque en todas las formas de sociedad existe una
determinada produccin que asigna a todas las otras su
correspondiente rango (e) influencia y cuyas relaciones por lo
tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia (Marx,
1971:27-28).
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199NOTA CRITICA/ESSAY
y econmico en tiempos de mundia-lizacin (Osorio, 2004). Por
ello, un asunto clave en la etapa actual es ex-plicar por qu un
sistema tan centralizado reclama hoy de tanta descentralizacin en
su despliegue y funcionamiento.
Como nunca, en nuestros das el capital es capaz de procesar y
asimilar a su reproduccin la nocin de diversi-dad. El fin del
fordismo, por ejemplo, ha implicado una organizacin produc-tiva que
responde de manera expedita y eficiente a demandas de segmentos del
mercado especficos, con lo cual se ha puesto fin a la produccin en
serie. Ello va acompaado a su vez de pro-ducciones en cadenas
altamente seg-mentadas repartidas por todo el globo terrqueo. Todo
ello cumple un papel importante en alimentar la idea de un mundo
descentralizado. Pero en esos encadenamientos los ncleos
produc-tores de conocimiento, de programas y de direccin se ubican
en economas del mundo llamado central, quedan-do en la periferia
aquellos eslabones con menores cargas de innovacin, y es la lgica
de la valoracin la que se encuentra en esta nueva divisin
inter-nacional del trabajo.
Esa idea de totalidad, de un mundo social que mantiene en lo
fundamental un eje que articula y organiza, es lo que se pierde a
su vez cuando se califica
nuestra poca como posindutrial, de la infomacin, del
conocimiento, del riesgo, etctera, relegando lo primor-dial, la
iluminacin general en donde todos estos elementos adquieren
signi-ficacin.
Realidad y verdad como no-problemas epistmicos
Tras su emergencia con un perfil crti-co, el descontruccionismo,
que nace en Francia, arriba a la academia de Esta-dos Unidos en los
aos ochenta y sien-ta sus reales en los departamentos de letras,
dando vuelo a los cultural studies, alejados de la propuesta
anglosajona sobre los estudios culturales recorrida por Raymond
Williams, E. P. Thomp-son, Terry Eagleton, y proseguida por Fredric
Jameson y Slavoj Zizek,8 en donde la cultura no es ajena a un
tiem-po histrico y a la reproduccin y con-tradicciones de la vida
social. Importa destacar que ese paso marcar un giro en la forma
como es asumida la pro-puesta terica de Derrida, convirtin-dose []
de una corriente filosfica en, bsicamente, un mtodo de anlisis
textual (Palti, 2005:63).
Rpidamente el deconstructivismo se extendi a diversos
territorios de las ciencias sociales. Los vulgarizadores,
8Y que de diversas maneras se hace cargo de lo realizado por
Gramsci, Lukcs, Benjamin, Adorno, Sartre y Marcuse, entre
otros.
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200 FRONTERA NORTE, VOL. 21, NM. 42, JULIO-DICIEMBRE DE 2009
con todas sus letras, hicieron suya la afirmacin derridaniana
que no hay (nada) fuera de(l) texto (Derrida, 1986), dando vida a
lo que se ha cali-ficado como imperialismo textual o
pantextualismo: los discursos cien-tficos pueden ser asumidos como
un discurso ms, sin referencia a nada ajeno a ellos mismos,
ignorando aquello que desborda al discurso [] aquello que no puede
ser reducido al texto, aunque dependa de l para hacerse aparente
(Grner, 1998:49). En definitiva, des-conocer una teora que
reconozca al-guna diferencia entre lo real y el discur-so (Grner,
1998:48).
En la base de esta postulacin se encuentra un planteamiento
particular respecto de la relacin entre discurso y realidad, que
devala filosficamente la significacin de la realidad. El camino
podra describirse as: el posmodernis-mo establece una distincin
entre in-dependencia causal, por ejemplo, que las montaas existen
con independencia de que la gente tuviera en la mente la idea de
montaa o en su lenguaje la palabra montaa, al fin que una de las
verdades obvias acerca de las mon-taas es que estaban all antes de
que empezramos a hablar de ellas (Ror-
ty, 2000:100), y causacin representacional, en donde no tiene
objeto preguntar si existen realmente montaas o si es slo que nos
resulta conveniente hablar de montaas, ya que carece de objeto
pregun-tar si la realidad es independiente de nuestro modo de
hablar de ella[cursivas mas], o de nuestras representaciones. Y
care-ce de objeto porque no tenemos otra forma de referirnos a la
realidad ms que con lenguajes y algn sistema de representacin. Y
como entre las pala-bras o representaciones y las cosas no hay
ningn pegamento metafsico, nada nos asegura que existe algo ms all
de las palabras y las representaciones.9
Lo anterior, al decir de Eagleton, constituye un retorno
regresivo al Wittgenstein del Tractatus Logico-Philo-sophicus,
donde sostiene que puesto que nuestro lenguaje nos da el mundo, no
puede simultneamente comentar su relacin con l(Eagleton,
1997:67).10
Pero si no hay realidad ajena al lenguaje posible de conocer, la
propia idea de verdad queda como un asunto no epistmico, o bien un
no-proble-ma. Por ello Rorty seala que si reco-jo lo que algunos
filsofos han dicho sobre la verdad, es con la esperanza de
desalentar a que se siga prestando
9En esta lgica, siguiendo a Wittgenstein, Rorty se pregunta: has
encontrado algn modo de meterte entre el lenguaje y su objeto?
(2000:124).10Eagleton seala que el Wittgenstein de los ltimos
tiempos acaba por renunciar a esa perspectiva monstica, y dej de
pensar el lenguaje como una totalidad considerando actos
discursivos [] que se relacionan con el mundo, proveyendo ste la
razn para aqullos (1997:67).
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201NOTA CRITICA/ESSAY
atencin a este tema ms bien estril (2000:23).
Las ciencias sociales y la filosofa como discursos
literarios
Una consecuencia de este proceso ha sido la literaturizacin del
discurso en ciencias sociales, que al hacerse auto-rreferencial,
sin las constricciones de un algo ms all al texto, ha propi-ciado
el desdibujamiento de las fron-teras entre literatura y ciencias, y
entre literatura y filosofa.11 Derrida fue claro en su distancia
frente a este tipo de po-siciones. Tras excusarse por tener que
hablar un poco brutalmente, seal: jams trat de confundir literatura
y filosofa o de reducir la filosofa a la literatura, en respuesta a
posturas en tal sentido en la academia estadouni-dense y de Rorty
en particular.12
No desconocemos que la filosofa puede hacer uso de recursos
literarios y que la literatura de recursos filos-ficos. All est la
produccin de Jorge Luis Borges para ponerlo de manifies-to. Pero
esto no supone desconocer las
particularidades de cada quehacer. En este sentido queda claro
que, en strictu sensu, Borges no es filsofo.13
En este contexto, desde la lgica del posmodernismo
deconstructivista, la teora pierde significacin. Importa ms la
esttica del discurso que la rigu-rosidad epistmica y conceptual,
asun-tos estos ltimos que son asumidos como barreras a la libertad
creativa. El discurso cientfico no es ms que un juego de
lenguaje.
La devaluacin de la filosofa
El quehacer acadmico se realiza en el contexto de viejos
problemas que atraviesan a las ciencias sociales, reno-vados y
reciclados por el auge posmo-derno-deconstructivista. Tal es lo que
acontece respecto de la antigua y con-flictiva relacin entre
ciencias sociales y filosofa.
Desde el posmodernismo, esta re-lacin tiende a perder
significacin ya que desconoce la especificidad del dis-curso de las
ciencias frente a cualquier otro discurso,14 lo que termina por
11Una defensa de esta postura puede verse en Rorty
(1993:125-182).12Vase la postura de ambos en Mouffe (1998).13No
desconozco los planteamientos que sealan que en general todos los
hombres (como especie) somos filsofos. Pero esta afirmacin, tras su
aparente generosidad y benevolencia, termina por diluir la
especificidad de la filosofa. De igual modo podra afirmarse que
todos somos poetas, fsicos o msicos.14Para Rorty, la ruptura de la
distincin entre filosofa y literatura es esencial para la
desconstruccin, ya que su filosofa lleva en la direccin de una
textualidad general indiferenciada (1993:125) (subrayado en el
original).
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202 FRONTERA NORTE, VOL. 21, NM. 42, JULIO-DICIEMBRE DE 2009
anular ficticiamente aquel conflicto, al eliminar a uno de los
elementos en ten-sin. Por estas vas el posmodernismo ha desvirtuado
el sentido de la filoso-fa, en tanto una prctica de la razn
orientada al saber.15 El propio queha-cer filosfico, desde una
postura filo-sfica, termina siendo devaluado.
Todo lo anterior no implica que el posmodernismo no establezca
una plataforma filosfica. Apoyndose en Wittgenstein, niega la
posibilidad de un metadiscurso omnicomprensivo; su ruptura con la
razn totalizante se presenta como un adis a las grandes narraciones
les grands rcits (emanci-pacin de la humanidad, por ejemplo), por
una parte, y al fundamentalismo por otra; el grand rcit de la
filosofa, la ciencia... ha dejado de ocupar el papel prioritario y
ha dejado de ser el prin-cipio legitimador (Muoz y Velarde,
2000:369).
La resignificacin del pequeo rela-to y de la fragmentacin,
despreciando toda bsqueda de explicaciones gene-rales y de la nocin
filosfica de tota-lidad; el rechazo a las condensaciones
estructurales y a la idea de continuidad (y con ello de proceso) en
la historia, lleva a destacar slo las contingencias, las
discontinuidades, lo incierto. Uno
de los problemas del posmodernismo es la unilateralidad de su
propuesta. No termina de comprender qu con-tingencia,
discontinuidad, parte, etc-tera, constituyen expresiones de una
realidad que necesariamente contiene la otra dimensin, que con esos
tr-minos se pretende negar, como son necesidad, continuidad,
totalidad, et-ctera.
En qu sentido asumir en la vida social las trasnochadas ideas de
que vivimos en la incertidumbre o en la contingencia? Cul es su
significa-cin? Porque para millones de sujetos este mundo se mueve,
en cuestiones centrales, con una gran certidumbre: saben que si no
salen da a da a vender su capacidad de trabajo se mueren de hambre.
Y que si no encuentran traba-jo o encuentran un trabajo con
salarios pauprrimos, como de manera crecien-te tiende a ocurrir,
tendrn que realizar alguna otra actividad, como vender algo en la
va pblica, ofrecer algn servicio en algn crucero (como lim-piar
cristales de autos), pedir limosna, robar o salir de sus fronteras
aunque sea sin documentos. Las actividades a realizar pueden ser
inciertas y contin-gentes, pero todas derivan de una gran
certeza.
15As, de acuerdo con la definicin que aparece en el Eutidemo
platnico: la filosofa es el uso del saber para ventaja del hombre
(Abbagnano, 2004:485).
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203NOTA CRITICA/ESSAY
Temas como los hasta aqu expues-tos ponen de manifiesto los
equvocos de quienes suponen una tajante sepa-racin entre ciencia y
filosofa, como en el caso de los positivistas,16 pero tambin de
quienes, como los posmo-dernos, terminan por diluir todo en simples
juegos de lenguaje, haciendo perder la especificidad de la filosofa
y de las ciencias.
Desde esta perspectiva, no es un problema menor la ausencia de
cursos de filosofa y en particular de episte-mologa en los
programas de estudios de las carreras de ciencias sociales, tanto a
nivel de licenciatura como de posgrado.17 Conocer los fundamentos
filosficos de las teoras permite po-ner al descubierto los
supuestos sobre las cuales stas se construyen, y nos otorgan
mejores bases para compren-der el horizonte de visibilidad que nos
ofrecen, tanto en lo que privilegian e
iluminan como problemas centrales, as como sobre los puntos
ciegos que tienden a presentar.
A manera de conclusin
Poner de manifiesto asuntos como los aqu abordados no significa
un rechazo de todo lo que determinada escuela o corriente filosfica
produce y propone. Tampoco significa desconocer su leg-timo papel y
lugar en el mundo de las ideas en el campo acadmico. Este tipo de
ejercicios debiera hacerse con todas las corriente tericas y
filosficas. Nin-guna debiera estar excluida del juicio de la razn.
Pero asistimos a un clima de poca acadmico en donde prevale-ce el
todo se vale, que bajo un manto de aparente respeto y tolerancia a
lo di-verso, constituye en realidad un fuerte signo de intolerancia
(y de rechazo), por la va de la indiferencia.
16Para stos, an con mayor razn, hay que distanciarse de la
metafsica para hacer ciencia. Pero mientras le cierran la puerta,
sta entra por la ventana de sus propuestas: as, la economa
neoclsica o la teora poltica del racional choice suponen en su
construccin naturalezas humanas egostas, racionalistas,
calculadoras, etctera. Que yo sepa, no aparece an ningn gen en el
que se deposite alguna de esas cualidades. Estamos as en la
metafsica.17Asuntos que no se resuelven con los tradicionales
cursos de metodologa cuantitativa y cualitativa. Ms bien, esos
mismos cursos responden a determinadas posturas filosficas sobre el
conocer, la realidad, etctera, lo que reclamara justamente la
discusin de sus premisas nunca dichas.
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204 FRONTERA NORTE, VOL. 21, NM. 42, JULIO-DICIEMBRE DE 2009
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