Captulo III SUJETO, IDEOLOGA E IMAGEN DEL MUNDO
Mara del Pilar Daz Castan. Ideologa y revolucin: Cuba,
1959-1962. Editorial de Ciencias Sociales, 2001.
Captulo III
SUJETO, IDEOLOGA E IMAGEN DEL MUNDO
No culture supports any myth entirely naked of religious,
political, social or ethical point; no folk tale does not hide
some, even the tiniest, primitive secret. There will always be a
hero sleeping under the hill, ready to surge out to save the world.
Imaginative reconstruction of the past -what might have happened-
need not always conflict with fact -what did happen.
Graeme Fife.
As esbozada, la cuestin parece remitir a la fra (o no)
manipulacin del actual o futuro protagonista de la subversin por
parte de los dirigentes del hecho revolucionario. Si as fuera, el
asunto no trascendera las buenas o malas intenciones, y se limitara
el investigador a constatar cun lamentables son los resultados de
la enrgica actividad de los hombres de las revoluciones. Hannah
Arendt llega a esta conclusin por analizar el asunto slo desde la
ptica poltica, atribuyendo a la preocupacin por el bien pblico el
olvido de las libertades civiles, rasgo a su juicio tpico de todas
las revoluciones.Ciertamente, el intelectual orgnico est obligado a
dirigir y conocer muy bien al protagonista cuya actividad gua. Pero
su principal misin es justamente esa: convertirlo en actor, i.e.,
en sujeto de su actividad revolucionaria. Si la sntesis ideolgica
es resultado del complejo proceso de apropiacin de lo real y como
tal se difumina en la totalidad en tanto medio y mediacin, el
estudio de las mediaciones por separado no puede ir ms all de los
paradjicos resultados ofrecidos por la historia de las
mentalidades: demostrar cun participativo es el sujeto sin llegar a
establecer las razones de su participacin.
Pero aprehender las mediaciones como totalidad trasciende con
mucho la cuestin de su identificacin. No basta el imperativo de
conocer las expectativas, tradiciones y valores del futuro
protagonista de la subversin para transformarlas; hay que saber cmo
estas determinaciones interactan, y cul es el precario equilibrio
en el que armonizan (o no) con la concepcin poltica que tericamente
expresa sus intereses.
El llamado de Gramsci al examen del sentido comn remite a la
inexplorada esfera de la vida cotidiana del hacedor de la
subversin. La reforma de las conciencias, que presupone un sujeto
consciente de las formas ideolgicas que lo transforman - paradoja
sin salida- sera posible de realizarse el estudio de las
determinaciones cotidianas que tanto marcan la actividad del
sujeto, hasta el punto de reproducirlas inadvertidamente en su
quehacer.
Sin embargo, el abordaje usual de la cuestin se resume sea en la
descripcin sociolgica de las condiciones de vida de las masas
populares o en su traduccin abstracta: hambre, miseria y
explotacin. Pero como deca Marx, no es lo mismo comer con tenedor
que con las manos, y el hambre se hace entonces relativa. No basta
con detallar las actividades de la vida cotidiana; se hace
necesario establecer la lgica de la repeticin de las prcticas que
subyacen en el complejo entramado de hbitos, tradiciones y
costumbres. Pues de lo contrario su transformacin ser espontnea o
inducida, creando ya el conflicto entre las nuevas formas de
cotidianidad que la realidad revolucionaria impone, ya la
asimilacin artificial de las nuevas rutinas, insertadas sobre las
anteriores sin que realmente se afecte la conducta del sujeto en
este mbito.
Igualmente, suelen asumirse como representativos de un proceso
sucesos cuya funcin simblica llega a identificarlos, sin que ni el
contemporneo ni su heredero los examine. As, Cuba celebra su Da de
la Cultura Nacional el 20 de octubre, cuando por vez primera se
cant en la plaza de Bayamo el Himno Nacional. A todo cubano le es
familiar la imagen de Perucho Figueredo, quien en la euforia de la
victoria escribi en la plaza la letra del Himno, montado a caballo
y apoyado sobre su montura. Y desde luego, nadie reflexiona sobre
la imposibilidad de realizar tal hazaa cuando an no se haban
inventado los bolgrafos: amn de tintero, pluma y papel, Figueredo
necesit un equilibrio magistral para escribir ms de una lnea.
Para el estudio de un proceso subversivo, el sujeto real, que
segn Marx haba de ser premisa de todo anlisis, no puede ser
aprehendido slo desde el ngulo que una concepcin terica ofrece. Ni
tampoco, claro est, concebido al margen de la teora. A la visin
lgica que ella propone habra que aadir la explicacin de una
cotidianidad que los estudios del sujeto poltico descartan, o dan
slo como consecuencia de un cambio meramente poltico. Igualmente,
sera necesario incluir la asuncin mtica de la realidad
revolucionaria, que permite el trnsito de su hacedor por etapas
bien diferentes que marca adems con su protagonismo.
Pues como sobriamente apuntaba Carnot, un revolucionario no
nace: se hace en el devenir de la propia revolucin. El imperativo
de estudiar los procesos subversivos a posteriori encubre el hecho
simple de que lo son: i.e., en tanto subversivos, si realmente son
tales, han de alterar todas las esferas de la actividad humana, y
crear as a su protagonista. En sus momentos iniciales, la definicin
y destino del proceso resulta para l velada por la vorgine de su
propia actividad; por ello resulta frecuente que el contemporneo no
se reconozca en las airosas descripciones que los investigadores
formulan una vez transcurrido su quehacer.
De ah que en este estudio se proponga la exploracin simultnea
tanto del sujeto real como de la imagen del mundo que en el proceso
de subversin social produce, considerando que en la peculiar
apropiacin de lo real cuyo resultado es el complejo entramado de
formas ideolgicas, la absolutizacin de una de ellas como clave para
la reflexin produce la ilusin consustancial a esta forma de
espiritualidad humana.
En cambio, el concepto imagen del mundo reclama el examen de los
tipos de pensamiento que transfiguran para el sujeto la totalidad
resultante del proceso de apropiacin, explorando la diversidad de
mbitos sobre los que acta a la vez que valorativamente se
conforman. Ello posibilita investigar al hacedor de la subversin no
slo desde el prisma de su actividad pasada, sino tambin desde la
traduccin lgica del inslito universo que crea. Demiurgo y criatura,
es su movilidad quien permite explicar la rpida y a veces curiosa
asimilacin de la nueva realidad.
Imago mundi llam Pierre dAilly a las representaciones
cartogrficas que incluan un borroso diseo del mundo nuevo. En
procesos tan convulsos como las revoluciones sociales, el
contemporneo nunca percibe cabalmente la irrupcin del nuevo mundo,
por ms que racionalmente se argumente. De hecho, si la subversin es
real, trastorna estratos no previstos, cuya necesidad surge al
calor de la lucha. Es en el perodo inicial de la subversin que la
imagen del mundo revolucionario se conforma, y es la turbulencia
engendrada por el cambio que lucha por definirse quien le concede
el rango de imagen, i.e., expresin vaga y rpidamente cambiante de
la eclosin revolucionaria.
De ah la necesidad de reflexionar no sobre la visin que a
posteriori el proceso ofrece de s mismo, sino respecto a la
producida por la joven revolucin, i.e., el lapso durante el cual
los objetivos del proyecto de subversin cambian constantemente,
siendo sus propsitos con frecuencia indefinidos para sus propios
actores. A la vez que el proyecto se redefine lo hace su
protagonista, y es en este decursar que deviene sujeto,
conformndose su mudable imagen del mundo. Es justamente la
existencia de esta imagen quien garantiza la reproduccin del
estereotipo revolucionario, ms all de sus orgenes y propsitos
iniciales, en el trnsito cambiante de coyunturas histricas
diversas.
Como visin mvil y cambiante de la joven revolucin, surgida como
resultado de su devenir y variable en un mundo que se renueva, la
imagen del mundo ofrece la paradoja de una asombrosa estabilidad,
dando tanto al protagonista como al proceso la versin que en cada
momento finito parece definitiva. Pero tambin guarda la capacidad
de asimilar una evolucin inesperada, sin reclamar la conservacin de
momentos ya superados.
Sujeto e ImagoEllo es posible por acoger no slo al pensamiento
terico, con su demostrativa estructura lgica, sino tambin al
pensamiento cotidiano y al elusivo pensamiento mtico. Es su
interaccin quien permite comprender la rpida asimilacin de los
verstiles cambios de la realidad revolucionaria, as como el modo en
que ella es refractada por el sujeto real, que en los momentos
iniciales no guarda an la exclusin clsica a todas las revoluciones
del revolucionario y el contra.
Pese a su estructura lgica eminentemente racional y explicativa
el pensamiento terico es componente vital de la imagen del mundo.
Amn de su clsica funcin reflexiva en la apropiacin de lo real, acta
como elemento rectificador de la imago mundi, legitimando
tericamente la compulsin revolucionaria. Su influencia no puede
reducirse al profesional de la reflexin: de modo inevitable, todo
sujeto participa del pensamiento terico de una poca, sea a travs de
la labor que desempea o merced a la informacin socializada que de
los ms diversos campos transmiten los medios masivos de
comunicacin.
Sin embargo, la emocionalidad cuya comprensin urgiera Antonio
Gramsci resulta inexplicable desde la lgica del pensamiento terico.
La contradictoriedad de su estructura en el despliegue sucesivo de
eslabones mediadores indica procesos y tendencias de
comportamiento, no finitudes. Para el contrapunteo con los dems
elementos de la imago mundi, valga destacar que en el clsico
ascenso de lo abstracto a lo concreto, la relacin espacio-temporal
se presupone, mientras la causalidad y la comprensin de la
totalidad se asumen como contradiccin dialctica clsica. El
reconocimiento orgnico de la totalidad veta la comprensin aditiva
de la relacin todo-parte y hace posible la apropiacin sinttica de
lo real lgicamente rectificado.
Al ofrecer al sujeto un mundo claro y distinto donde la
demostracin es soberana, excluye naturalmente actitudes y
relaciones ms simples y finitas, cuya generalizacin es con
frecuencia imposible. No obstante, su ausencia limita el anlisis a
explicar tericamente la actividad de un sujeto tambin terico, cuyos
avatares cotidianos - y sus consecuencias- resultan a veces bien
ajenos a las elevadas abstracciones de la teora.El trnsito del
devenir demostrativo tpico del pensamiento terico es, en cambio,
totalmente ajeno al pensamiento cotidiano. Pues en este mbito,
dominio del antes y el despus, la identidad concreta no tiene
sentido. Y es que el pensamiento cotidiano se rige por la ley de la
identidad formal. As, las relaciones que refleja slo pueden ser de
sucesin temporal o contigidad espacial. Al dominar la contigidad,
la sucesin, la analoga, la temporalidad finita y la exclusin, el
objeto permanece firmemente idntico a s mismo, excluyendo toda
posibilidad de cambio. Comprendido como todo abstracto, slo permite
la adicin que la sucesin espacial o temporal simple conllevan. La
causalidad no expresa ms que antecedentes y consecuentes, y por
ello mismo la reiteracin cobra fuerza de ley, que se transmite a la
experiencia cotidiana a travs de refranes y proverbios.
Se trata de un dominio eminentemente normativo, pero de una
normatividad inconsciente para su portador, pues se expresa a travs
de tradiciones, hbitos y costumbres que el sujeto rutinariamente
sigue, pero que nunca examina. Y no puede hacerlo, pues en el reino
de la identidad formal la relacin verdad-error slo opera como
antinomia.
El lenguaje conserva y recrea las determinaciones del
pensamiento cotidiano, manteniendo vivo el signo pero con un
significado que el tiempo aleja o hace completamente distinto del
original. Al ser la repeticin lo que da sentido a costumbres y
hbitos, su traduccin lingstica contribuye a la transmisin de tales
rutinas, confiriendo al grupo una identidad especfica prestigiada
por la historia anterior que porta.
Pero el reino de lo cotidiano no existe puro, aislado del
conjunto de relaciones reales. Todo lo contrario: es a partir de l
que se refractan las determinaciones de la cultura en que se
inscribe, y en l se fijan con fuerza de axioma las formas
ideo-valorativas dominantes. Pues su mbito natural es la sociedad
civil.
La sociedad civil es el refugio de las tradiciones, hbitos,
costumbres y valores que el grupo dominante proyecta como
estereotipo a imitar, y que no parecen guardar relacin alguna con
el Estado o los mecanismos de reproduccin y consecucin de poder. La
aparente uniformidad que ofrece esconde la ruptura que significa la
existencia de diferentes grupos, clases y estratos sociales, cada
uno de los cuales genera una refraccin valorativa propia de acuerdo
a sus condiciones reales de vida. La herencia histrica comn que
como totalidad porta refuerza su apariencia uniforme, cuya
incorporacin, sea a travs de vas cognoscitivas o valorativas
(escuela, organizaciones o tradicin) promueve el surgimiento de
estereotipos de lenguaje, conducta y mentalidad comn.
Es desde la sociedad civil, caracterizada por Hegel como soporte
del Estado, que ocurre la socializacin y resocializacin de nuevos
espacios participativos, y es tambin desde ella que se transforman
en determinaciones culturales comunes lo que inicialmente fueron
manifestaciones puntuales.
As, la aparicin de nuevos espacios pblicos y la aparentemente
simple insercin en ellos esconde que es desde esta dimensin que se
puede legitimar una posicin o participacin poltica dada, y tambin
inducirla.
Pero en la sociedad civil tambin circulan formas de legitimacin
inexplicables desde la frrea lgica del pensamiento cotidiano, y
aparentemente inasibles para el pensamiento terico. La imagen de
Figueredo escribiendo el Himno Nacional resulta indestructible para
cualquier cubano, aunque racionalmente sepa que solamente lo estren
en la plaza de Bayamo. Del mismo modo, la digna actitud de Maceo
durante la protesta de Baragu impide asimilar que luego de ella, el
Titn de Bronce slo pudo permanecer diez das en la manigua.
Y es que el pensamiento mtico y la racionalidad demostrativa son
antitticos. Refugio soberano de la leyenda y la fantasa, su
estructura lgica es bien diferente a las ya mencionadas.
Indiferente a la contradiccin, sea formal o dialctica, ignora los
eslabones mediadores de una relacin, estableciendo una identidad
inmediata de objetos no vinculados entre s. De hecho, se abstrae de
ellos incluso cuando entre los objetos en cuestin el nexo inmediato
no es posible. As, une los extremos de cualquier relacin de modo
inmediato, permitiendo el trnsito de cualquier cosa en otra, o de
ella misma en otra. Como relacin indiferenciada en la unidad,
admite la causalidad slo como nexo en espacial o temporal que no se
precisa. La relacin todo-parte es tambin indiferenciada, siendo
cada parte una totalidad. Como toda relacin es posible, puede y de
hecho admite identidades que para el pensamiento terico o para el
pensamiento cotidiano seran inadmisibles.
La emocionalidad, fantasa e imaginacin hallan aqu buen terreno
para su despliegue, precisamente porque la relacin verdad - error
no rige. O ms exactamente, carece de importancia; es la vieja
relacin que subsiste en las antiguas leyendas y relatos infantiles,
donde A es a la vez no-A, mantenindose la identidad de ambos.
Atenea sale ya formada - y armada, qu detalle- de la cabeza de
Zeus; el lobo se traga a la abuelita de la Caperucita Roja pero la
buena seora emerge de su vientre viva y coleando; Jons - y Geppeto-
pueden cmodamente subsistir en el vientre de una ballena, y claro,
cualquier princesa puede ser convertida en dragn. Ningn nio se
asombra ante un relato que comience diciendo Haba una vez, ni se le
ocurre preguntar cundo y dnde ocurri. Como ningn adulto tampoco lo
hace.
Desde el punto de vista lgico, este resbaladizo terreno parece
inasible, pues generalmente se intenta su explicacin a partir de la
lgica del pensamiento terico. O al margen de l, pero tomndolo como
principio. No otra es la idea que fundamenta la exploracin
antropolgica del mito, considerndolo supervivencia cultural que, no
obstante, se descodifica inevitablemente desde las premisas tericas
que la contemporaneidad emplea para reconstruir cognoscitivamente
una cultura pasada. Curiosamente, ya Lvy-Bruhl alertaba contra
semejante tentacin, aun cuando su estudio del mito, basado en la
existencia de una mentalidad primitiva, excluye toda lgica
posible.
Trtese de la reconstruccin de influencia jungiana de la
mentalidad primitiva o de la exploracin de la plsmasis mtica en el
lenguaje que con tanto xito difundieran los mitemas y fonemas del
otro Lvy, el problema subsiste. Pues si tanto la antropologa como
la etnologa han tenido xito notable en la descodificacin de mbitos
culturales que hoy perduran en estadios inferiores de desarrollo,
su aplicacin resulta ms que difcil para explicar, por ejemplo, cun
primitiva era la mentalidad de los antiguos cretenses, reyes de la
ciencia y la tecnologa y por tanto de los mares cuando Atenas era
slo una aldea. Del mismo modo, queda inexplorada la supervivencia
del mito en el hombre actual, que tanta importancia tiene en el
mundo de la poltica.
La historia es el modo en que una sociedad se rinde cuentas de
su pasado, deca J. Huizinga. Podra aadirse de un cierto pasado,
pues siempre se eligen, conscientemente o no, los momentos
heroicos, i.e., legitimadores del presente para restaurar el
pasado. Ello sera imposible de no existir el pensamiento mtico, en
cuyos lmites la racionalidad cartesiana carece de sentido. Dicho de
otra manera, es posible saber lo que realmente ocurri; pero resulta
harto difcil borrar la versin mticamente fijada como vlida.
Figueredo seguir eternamente escribiendo el Himno Nacional apoyado
en la montura de su caballo, por mucho que racionalmente se
expliquen las dificultades de tal proeza, y el General Antonio
combatiendo durante meses a los espaoles tras Baragu.
Pues el dato existe y es conocido, pero no asimilado como tal. Y
desde luego, ningn terreno ms propicio al mito que las
revoluciones. Ellas son mbito natural de la leyenda y la fantasa
heroica, incluso en sus etapas iniciales. Resulta comn que al lder
triunfante, encarnacin de las expectativas nacionales
insatisfechas, se le identifique - sin que ninguno pierda sus
lmites como totalidad especfica- con el hroe nacional tradicional.
As, la portada de la primera Bohemia de enero de 1959, que alcanz
una tirada de un milln de ejemplares, presenta en primer plano una
foto de Fidel Castro, rodeado de una aureola que emana de un busto
de Jos Mart, en segundo plano. Desde luego, ello no responde a las
intenciones explcitas o no del entonces director de la revista. La
identificacin Mart-Fidel se desplegar progresivamente, pero ya est
fijada desde la lucha insurreccional, y se hace evidente en todos
los medios de comunicacin de la poca desde el triunfo mismo.
El estudio del mito en las revoluciones ha sido ms que amplio,
si bien concentrndose mayormente en su descripcin, o en la funcin
simblica que desempea en la constitucin del imaginario social. Uno
de los procesos de subversin ms estudiados, la Revolucin Francesa,
ha dado lugar tanto a prolijos relatos del simbolismo
revolucionario (la patria, la bandera, el clebre lema de Libertad,
Igualdad, Fraternidad) como a numerosos intentos de conciliar la
asuncin mtica de la realidad con la legitimacin que todo poder
ejerce y requiere.
Las conclusiones no dejan de ser curiosas. As, un reciente
estudio afirma: la dimensin mtica supla a lo inconcebible en
trminos conceptuales, a la certeza de poder comunicar directamente
con el otro, al sentimiento de realidad de lazos afectivos con el
grupo, al amor a la Repblica. Ello regresa a una vieja tendencia:
atribuir al mito la emocionalidad que la racionalidad no puede
expresar, para incluir de algn modo el inevitable componente
imaginativo y anticipador tpico de los grandes cambios sociales.La
anttesis razn vs. emocin y la identificacin del ltimo mbito -a
falta de algo mejor- con el mito, no es nueva en la historia de la
filosofa. Ya Jenfanes reclamaba la muerte del mito, legitimador de
la impotencia humana. De ah la reiterada identidad mito - error,
que slo a fines del siglo XIX comienza a desvanecerse ante los
resultados del psicoanlisis, la antropologa comparada y la
etnologa.
Sin embargo, el estudio del mito desde los lmites que estas
esferas imponen lo cie necesariamente ya al marco de la experiencia
individual, ya a la generalizacin de la experiencia social de
comunidades cuyo nivel de desarrollo impide la generalizacin
instrumental de los resultados.
Cualquier reflexin filosfica al respecto remite ineludiblemente
a la obra del pensador Ernest Cassirer. Si en la monumental
Filosofa de las formas simblicas dedica todo un volumen a probar la
existencia del pensamiento mtico, considerado como forma de
apropiacin simblico - cultural de la realidad, es en El Mito del
Estado donde expone sus reflexiones en torno a la funcin y utilidad
del mito en el mundo de la poltica.
Considerando al mito imagen de la emocionalidad humana, sostiene
asimismo que se trata de una objetivacin de la experiencia social
del hombre, no de su experiencia individual. Por ello, el anlisis
psicologista del mito trastorna su propia esencia, y a su juicio
incluso los trabajos de Freud, que consideran a la vida emotiva del
hombre clave del mundo mtico, reducen sin proponrselo el mito a una
psicologa de las emociones.
Como refugio de la imaginacin y emocionalidad, uno de los rasgos
esenciales del mito es su asimilacin como real, i.e., sin que su
carcter simblico sea percibido, puesto que las emociones son
convertidas en imgenes. El Mito del Estado guarda la huella de las
razones que motivaron su escritura: la necesidad de comprender la
exitosa manipulacin fascista de Alemania. As, el Cassirer que tan
brillantemente haba criticado tanto la concepcin del mito como
error (resultado del uso errneo de las leyes de asociacin, mala
interpretacin) como su reduccin psicologista a la experiencia
individual, y haba mostrado su importancia en la apropiacin
simblica de la realidad, retrocede a sus propias premisas al
caracterizar al mito poltico, que no puede surgir espontneamente,,a
partir de la relacin homo magus - homo faber, representada por el
poltico profesional, que a la vez encarna el deseo colectivo
personificado.Del mismo modo, los elementos que incluye en el mito
(hroe, nacin, raza, lenguaje) derivan de la existencia misma del
lder, expresin de un deseo colectivo que ha alcanzado una fuerza
abrumadora (puesto que), se ha desvanecido toda esperanza de
cumplir ese deseo por la va ordinaria y normal. Al considerar al
hroe encarnacin inevitable de las expectativas nacionales, retoma
el clsico anlisis de Carlyle, para argumentar la manipulacin
social, sin preguntarse por qu ella es posible o qu cmo poda Adolfo
Hitler devenir una figura heroica. Dicho de otra manera, la
pregunta que Cassirer deja sin respuesta es la misma que motiva su
estudio: cmo es posible que un pas tan culto como Alemania haya
sucumbido a la demagogia nacional-socialista. Pues si bien la
explotacin del sentimiento revanchista y chovinista alemn poda
facilitar el terreno, su establecimiento y reproduccin no poda
reducirse a semejantes premisas.
Desde luego, lo anterior no justifica que se retome a este autor
para erigirlo en adalid de la razn prctica contra el mito poltico
contemporneo, o se le haga inventor de recetas para remediar el mal
que sufre la humanidad contempornea, sosteniendo que Cassirer
restablece la pretensin fundacional de un pensamiento mtico aliado
a la tcnica dominante, versin muy particular del traductor francs
de El Mito del Estado.
Cierto es que en la obra de Cassirer la emocin recupera sus
fueros como esfera independiente. Pese a ello, sus ideas ameritan
reflexin, y no es ocioso aclarar que la proposicin que aqu se
expone mucho le debe. La consideracin del mito como experiencia
social objetivada condujo al examen de la clsica propuesta de R.
Graves , as como a enfocar el problema desde el ngulo que la
caracterizacin del pensamiento ofrece.
Ella permite examinar la alta movilidad de la imagen que se
forma en el devenir revolucionario, en la que los aspectos
emocional-racional coexisten sin estorbarse en lo ms mnimo. Pero en
modo alguno podra considerarse el dominio de la emocionalidad sobre
los dems factores. Pues la imagen del mundo tambin posee una
estabilidad envidiable, que permite al sujeto la apropiacin de
determinaciones que realmente no examina.
Al respecto es ilustrativo recordar que ante las demandas
populares, la joven revolucin se proclama humanista en mayo de
1959. La urgencia de dar un significado claro y sobre todo distinto
al trmino se expresa claramente en la definicin que ngel Augier
ofreciera:
(...) El humanismo cubano es como la solucin de un angustioso
problema. Es permisible apelar a un mtodo dialctico para significar
que si la tesis es el capitalismo y la anttesis el comunismo, la
sntesis es el humanismo, que incluye la justicia social del
socialismo pero sin las restricciones civiles de un rgimen
autoritario; y la democracia liberal del capitalismo, pero sin las
extralimitaciones abusivas de un rgimen explotador (...)"
Evidentemente, para el sujeto real tales alquimias verbales no
tuvieron mucho sentido, pero el apelativo adquira significado ante
los cambios tanto en la vida cotidiana (rebaja del precio de las
medicinas, alquileres, etc.), como en la recurrente legitimacin
histrica de los ideales de justicia social. Y esta fue la definicin
unnimemente reivindicada y compartida hasta abril de 1961.
Y es que debido a sus componentes, la imago mundi goza de una
estabilidad notable, que en nada veta su movilidad. Pues mientras
el pensamiento terico permite la refraccin de la disciplina en
cuestin o de la versin que de ella sugieren los medios masivos de
comunicacin, el pensamiento cotidiano evita la mutacin de aspectos
no reflexivos de lo real, que constituyen sin embargo rasgos
medulares de la conducta humana - hbitos, tradiciones, costumbres-
mientras el pensamiento mtico hace posible la asuncin de
determinaciones que en s son totalmente incompatibles.
Es el cambio constante del equilibro de la imago mundi quien
permite caracterizar al sujeto real no como expresin de una
determinacin poltica, o de la sntesis que desde el Estado ella
promueve como ideologa dominante / dominada. Pues la imago mundi se
reajusta y cambia incesantemente, expresin cabal del objeto ms mvil
posible. Consecuentemente se transforma el partcipe de la
subversin, que al inicio se limitar a incluir los miembros del
grupo que ha liderado el proyecto. Del amplio rango de espectadores
benvolos que aplauden la realizacin de expectativas particulares se
transita al sujeto participativo real, que ya, desde luego,
presupone la diferenciacin pro y contra que su propia actividad
genera.
Por ello, la interaccin de estos los tres tipos de pensamiento
en la imago mundi exige estudio casustico: no puede considerarse su
relacin inmutable, ni afirmar el dominio obstinado de uno sobre
otro. Ello impone la consideracin de un sujeto distinto, portador y
expresin no slo de la pura racionalidad, sino tambin de las
tradiciones, valores, hbitos y costumbres de su tiempo. Si todo
buen proceso de subversin social cambia las nociones de tiempo,
espacio, orden e historia para su protagonista, ello ocurre al
inicio imperceptiblemente, salvo en proyectos que explcitamente
imponen una nocin temporal.
Al obrar como prisma refractante de la espiritualidad social que
los AIE ofrecen, la imago mundi acta como una totalidad a la que
continuamente se aaden nuevas determinaciones. Desde luego, segn el
mbito de la actividad social en que el sujeto se desempee, acudir
con mayor o menor asiduidad a un tipo de pensamiento dado, sin que
ello impida su participacin en el todo discordante y movedizo de la
imago.
De hecho, es la propia movilidad de la imago mundi quien impide
que la memoria histrica del sujeto sea confiable, y ello no es
atribuible slo al lgico cambio de sus expectativas. La constante
adicin - o supresin- de determinaciones que el pensamiento mtico
propicia hace que el sujeto pierda la nocin histrica pura, que de
hecho se va rectificando segn la coyuntura dada. Se conforma as la
leyenda de la historia, que poco o nada puede tener que ver con el
hecho realmente acaecido. Si ya Marc Bloch adverta que el pasado
siempre se reconstruye desde los prejuicios del presente, para el
sujeto real perdurar la aprehensin mtica que de la historia ha
hecho, borrando lo que resulta incompatible con los constantes
reajustes que la imagen del mundo sufre en un proceso de
subversin.
Claro que tales rasgos obstaculizan su estudio. Por ello,
establecer su formacin y reproduccin supone el uso de indicadores
que permitan caracterizar su establecimiento y transformacin
sucesiva.
En primer lugar, se impone el estudio de la asimilacin mtica de
la realidad revolucionaria: es ella quien permite la superacin
constante de objetivos cuya consecucin pareca animar el proyecto
subversivo. Ello se realizar indagando no el modo en que el
pensamiento mtico conforma cualquiera de sus determinaciones, sino
cmo los elementos constitutivos del mito poltico (expectativas,
nacin, hroe, leyenda histrica) asimilan y expresan el cambio
social. Adems, se impone escudriar las transformaciones que ocurren
en el mundo valorativo del sujeto y su expresin en vida cotidiana,
as como el modo en que el lenguaje se transforma y marca con su
signo cada fase del quehacer subversivo. Al ser los AIE quienes
refractan para el sujeto la realidad social, urge constatar cmo se
diferencian y conforman, empleando para ello fuentes peridicas
diarias que reflejan el cambiante mundo de la joven revolucin. Y,
desde luego, imprescindible resulta el uso legitimador de la
historia que caracteriza un proceso subversivo.
De lo expuesto resulta que no podra siquiera esbozarse la imago
mundi si no se explorara la peculiar asuncin de la historia que
durante el proceso de subversin ocurre. Pues toda revolucin se
presenta como resultado inevitable de la anterior, legitimando con
ella su advenimiento. Al hacerlo, se inscribe en la versin mtica de
la historia ya existente, declarando a la vez su propsito de
satisfacer las expectativas de la nacin.
Y es que la credibilidad del proyecto depende en gran medida de
que sepa erigirse en campen de la expectativas. Ello plantea un
problema dual, de cuya acertada solucin depender el curso del
proceso. Las expectativas de cada grupo social son distintas, y
todos pretendern tornar a su favor el triunfo subversivo. De ah que
sea necesario equilibrar las aspiraciones urgentes que expresan
consenso inmediato con los propsitos ms mediatos que se persiguen.
La redefinicin constante de la joven revolucin supone para el
sujeto el trnsito tambin constante de expectativas, catalizadas
desde luego por el temor a que su ejecucin no sea posible.
El papel del miedo en las revoluciones no puede ser desdeado.
Como mostrara G. Lefebvre en su clsico estudio ya aludido, surge
sin causas aparentes, obedeciendo en realidad al temor de que las
en ocasiones an imprecisas expectativas no se cumplan. La
transposicin expectativas - miedo radicaliza el primer trmino de la
relacin, propiciando una participacin cada vez mayor en el
proyecto. El estudio de su progresin resulta imprescindible para la
comprensin del proceso revolucionario, pues el protagonista
incorpora mticamente las expectativas, sin reclamar las que
propiciaron su participacin inicial.
Y stas son, generalmente, las que se identifican con la nacin.
Trmino por dems elusivo, resultado del devenir histrico, presupone
un proceso de diferenciacin explcita, que hace su significado
evidente para sus habitantes aunque en realidad nunca se precise.
La consolidacin de la diferencia, sea externa o interna (los
contra), reafirma progresivamente la identidad. As, Cuba ha sido
tanto La Habana, y la nacin como anti-espaola y anti-norteamericana
en distintas pocas, cuya coyuntura especial haca visibles los anti.
Si como sealara Spinoza reflexionar sobre la identidad de un pueblo
no implica solamente caracterizarlo, sino especialmente establecer
las razones de su identidad, los anti contribuirn a desempear esta
funcin, reforzando simblicamente la apropiacin mtica que de la
nacin se hace.
Desde luego, a ella contribuye la positividad que denota el hroe
revolucionario. Portador de todas las virtudes y en lucha perenne
contra las desventuras nacionales, su papel y alcance cambiar en la
medida en que la joven revolucin lo haga. Justamente por serlo, los
procesos subversivos estimulan la conducta heroica de sus
protagonistas, quienes asumen actitudes insospechadas ante la
importancia y significado del objetivo propuesto. Paradigma
revolucionario cuya imitacin se promueve, aunque el sujeto real
comprenda la imposibilidad de alcanzar su estatura, establece el
modelo del revolucionario ideal, y se inscribe con todo derecho en
la leyenda histrica.
Con su habitual poder descontextualizador, la universalidad que
la leyenda porta se recrea paradjicamente en cada coyuntura
precisa. Su trascendencia no altera los valores que la identifican,
si bien su fundamento se diluye, quedando relegado al reino
indemostrable del pensamiento mtico.
As, en el caso cubano los hroes legendarios por excelencia, Mart
y Maceo, simbolizan respectivamente la entereza del pensamiento
independentista y la valenta del brazo liberador; los valores que
representan son perennes, y pueden ser retomados en cualquier
momento histrico. Y desde luego, puede mostrarse la valenta de Jos
Mart y la solidez terica de Antonio Maceo, sin que el estereotipo
se altere, ni sea su imitacin ms que una proposicin modlica. Del
mismo modo, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, figuras reales
bien conocidas de la joven revolucin, confirman su lugar en la
leyenda cubana con la analoga de la invasin efectuada en el siglo
anterior por Gmez y Maceo, para devenir por derecho propio hroes
legendarios tras su muerte: Camilo, encarnacin del pueblo, es el
dicharachero Seor de la Vanguardia, mientras la guerrilla deviene
sustancial atributo del Guevara smbolo.
Ms all de las personalidades heroicas, el transcurrir nacional
genera su propia leyenda, que usualmente exalta la positividad y
novedad de la totalidad, estableciendo as un marcado contraste con
el exterior. En el caso cubano, sin embargo, la diferencia se hace
extrema. Pues uno de los ms curiosos rasgos del proceso de formacin
de la nacionalidad es la leyenda negra del cubano.
A la imagen intransigente y digna del insular capaz de luchar
contra los ingleses o permanecer 10 aos en la manigua, se une la
del cubano pcaro, haragn, jactancioso, bullanguero y escptico,
carente de constancia alguna, rasgos a los que durante la Repblica
se aade la apata y dependencia que su incapacidad parece
garantizar. De ah que sea bien diferente la visin que el hacedor de
la subversin tiene de s mismo que la proposicin heroica que la
joven revolucin hace: por ms que intente ajustar su conducta al
estereotipo heroico, desconfa en su fuero interno de su capacidad
para lograrlo, asumindolo como aspiracin vlida y realizable por el
grupo, pero no por participantes comunes y corrientes de la gesta
revolucionaria. La lucha contra la leyenda negra fue constante en
1959, y su discurrir revela la identificacin sujeto - proceso: si
al inicio el contemporneo se asombraba de la visin positiva y
legendaria que de su propia obra llega desde el exterior, ms tarde
la considera consustancial y necesaria para la vigencia del
proyecto mismo.
Como se aprecia, los elementos del mito poltico se presuponen
entre s, conformando una refraccin cambiante de la realidad que
puede aadir determinaciones sin que su esencia se altere. Pero
desde luego, su interaccin no agota el nuevo mundo que la joven
revolucin conforma.
Pues un proceso revolucionario trastorna necesariamente el mundo
valorativo del sujeto, propiciando su cambio progresivo y
conformando un nuevo estereotipo que comenzar a erigirse en
regulador de la normatividad espiritual de una poca. Y desde luego,
sobreviven viejos valores que resisten al cambio.
Expresin del modo en que cada grupo constituye y despliega sus
normas para la refraccin de lo real, el cuerpo valorativo social
formado histricamente no indica ms que el estereotipo resultante de
la proyeccin que la totalidad se ofrece como nica vlida. Gestados y
consolidados en coyunturas especificas, el sujeto no reconoce su
papel ms que por la fuerza de cohesin social que adquieren. Al
ofrecer una pauta a imitar, permiten establecer el vnculo entre
grupos bien diversos, que sin embargo se reconocen - o aceptan- en
la visin valorativa socialmente aceptada.
Resultado del contradictorio proceso de diferenciacin que la
propia realidad genera, su refraccin tambin lo es, produciendo
normas bien diferentes para cada grupo que, no obstante, podr
reproducir mimticamente el esquema valorativo imperante para lograr
su aceptacin social. Sin embargo, nada ms estable que el mundo
valorativo de la cotidianidad, donde la rutina es duea y seora. La
existencia de hbitos, costumbres y tradiciones identifica a cada
grupo social, siendo su cambio una de las ms difciles tareas del
proceso subversivo.
Reglas de las que cada grupo se cree hacedor, que ocultan sin
embargo la imposicin social, los hbitos indican la diferenciacin
interna extrema entre las capas sociales, y su precisin puede
reducirse incluso al mbito familiar. Su repeticin inconsciente se
inscribe en la lgica frrea del pensamiento cotidiano, cuya
transposicin en el refrn el hbito hace al monje oculta el proceso
que ha hecho del monje tal precisamente por llevar hbito e
insertarse en una comunidad monstica.
La tradicin surge de la universalizacin de hbitos, sea por la
importancia que se les confiere o por la funcin que desempean en la
formacin de la identidad. En Cuba es tradicional que la cena de fin
de ao incluya puerco asado y frijoles negros, tpica comida
campesina que sin embargo devino simblica para todas las capas
sociales, sobreviviendo hasta hoy. Brinda una relacin de
pertenencia a una realidad (nacional o local) con la que el sujeto
se identifica, y precisamente por ello su alteracin es harto
difcil.
Con frecuencia, cuando una tradicin desaparece deviene
costumbre, i.e., refraccin grupal de normas sociales. La coherencia
interna que su reiteracin brinda ofrece un sentido de pertenencia
entre un estilo de vestir, hablar, comer e interactuar socialmente
que es propio de ese y no de ningn otro estrato social
(intelectuales, campesinos, oficinistas, etc.). Su relacin con la
totalidad no es conflictiva, salvo cuando desaparece la actividad
econmica que sustentaba al grupo como tal. Las artes de hacer de
que hablara Michel de Certeau indican el modo en que la interaccin
con lo real produce distintos modos de consumo resultantes de
prcticas diferenciadas que, no obstante, pueden mantenerse cuando
desaparece la actividad que les dio origen.
Como se aprecia, para que una revolucin provoque un cambio
radical en la vida cotidiana ha de subvertir hbitos, tradiciones y
costumbres, transformacin que influir incluso - y especialmente- en
quien se pretende ajeno o contrario al proceso de subversin
social.
Y por supuesto, el indicador ms revelador de la efectividad de
la subversin es el lenguaje. Nombrar la nueva realidad es un
problema: con frecuencia surgen trminos de duracin tan efmera como
la realidad que los produjo, mientras otros llegan a caracterizar
el proceso mismo. Por otra parte, la peculiar estructura del
lenguaje posibilita la subsistencia de viejos signos, pero ya con
un significado completamente distinto del original. La paulatina
coherencia que adquiere el lenguaje revolucionario servir para
identificar al protagonista del proceso, y tambin para aislar y
reconocer a quien de l se excluye.
Del mismo modo, la subversin ideolgica que se realiza desde los
AIE indica el cambio que para el sujeto ocurre en esferas
aparentemente distantes de la expresin revolucionaria
consciente.
Valga aclarar que el concepto de AIE se emplea aqu con una
acepcin y finalidad bien distinta de la propuesta por su creador.
En tanto aparatos ideolgicos del Estado, se caracterizan por
reproducir las relaciones dominantes sin guardar relacin evidente
alguna con el poder o la dominacin. As, desde esferas al parecer
neutrales - que incluyen la familia, los medios masivos de
comunicacin, la escuela, la religin (no institucional) las
organizaciones sociales y polticas masivas- brindan al sujeto un
espacio donde puede mostrar su independencia, si bien de hecho se
apropia y reproduce, en un rango ms amplio, las tesis que se
pretenden imponer a nivel social. Los AIE desempean un importante
papel en los perodos de joven revolucin, donde la conflictualidad
de alternativas es elevada.
Al traducir para el sujeto en un amplio abanico valorativo lo
que de otro modo sera simplemente aceptado o no a tenor de una
filiacin poltica dada, su estudio posibilita constatar el modo en
que la refraccin ideolgica ya se ha consolidado, hasta el punto de
permitir la transformacin radical en reas al parecer independientes
de los cambiantes propsitos del proyecto. Y es que desde la ptica
del sujeto la reproduccin en todos los mbitos del estereotipo
revolucionario parece depender de su compromiso con l. De hecho, la
apropiacin ideolgica de lo real - y por tanto, la realidad misma-
cambia sustancialmente. para todo aquel capturado por el torbellino
revolucionario
La exploracin del lenguaje, los valores, los AIE o el mito
poltico, por s mismos y de manera aislada, no permiten ms que
caracterizar lo que ya existe, o existi, en un proceso de subversin
dado. Pero el anlisis de la imagen del mundo debe hacerse,
empleando los ndices esbozados, a partir de una fuente dada.
Ello plantea, desde luego, el problema de cules elegir. La
tentacin ms usual respecto a los procesos de subversin social es su
reconstruccin a posteriori, sea a partir de las memorias dejadas
por el contemporneo, sea desde la valoracin de la tendencia
ideo-poltica que explcitamente lo sustent. En el ltimo caso, como
se ha visto, se explora al sujeto poltico, ciertamente; pero no al
sujeto real. En el primero, se olvida que la memoria histrica
borra, y que por tanto incluso el simple espectador rectifica
inevitablemente lo ocurrido.
Una exploracin sociolgica del asunto recomendara, entre otras
variantes posibles, la de entrevistar a los participantes que an
viven, puesto que el objeto que se explora apenas tiene 40 aos. Sin
embargo, la utilizacin de este instrumento en las etapas iniciales
de esta investigacin mostr su esterilidad, as como la necesidad de
elegir otras fuentes que las orales.
Sobre todo, se impona reconstruir el universo de la cambiante
subversin desde el prisma en que se le presenta al contemporneo.
Para ello, nada mejor que las fuentes peridicas diarias, desde las
cuales se refracta la imagen que se difunde a nivel social.
No otra fue la idea que sustent esta investigacin en sus
inicios, cuyo primer resultado fuera el trabajo de diploma Ideologa
y Revolucin: Cuba 1959-1960, al que siguieron entre otros-
Legalidad versus subversin: las paradojas de la legalidad
revolucionaria y Las dos caras de la subversin: la formacin del re
y el contra. En ellos, sus autores exploran desde las premisas que
aqu se han expuesto, pero desde objetivos y fuentes diversas, la
refraccin que ellas ofrecen de la formacin de la imagen del mundo
de la joven revolucin.
Amn de validar la seleccin de fuentes peridicas diarias para el
estudio de la joven revolucin, los resultados obtenidos muestran la
vala del instrumental terico empleado para lograr tal propsito, y
en mucho han contribuido a su precisin. Se impone aqu agradecer la
generosidad de los autores, quienes en aras de los aos de trabajo
compartido han permitido la utilizacin de sus fuentes en esta
bsqueda. Gentileza tan inusual en los medios intelectuales es la
que ha permitido la reconstruccin progresiva de la imago mundi del
sujeto real, develando as la a priori curiosa actitud de quienes,
al hallarse envueltos en un proceso subversivo, no solo hacen
historia, sino de modo peregrino insisten en continuar
hacindola.
Arthur, the King. BBC Books, London, 1990, p.24.
Captulo III
Notas y referencias
Arendt, H. Sobre la revolucin . Alianza Editorial, Madrid, 1978,
p. 134
Gramsci, A. El materialismo histrico y la filosofa de Benedetto
Croce. Ed. Revolucionaria, La Habana, 1966, p.48.
Fundamentos, I, 31. El hambre es el hambre; pero si es
satisfecha con carne preparada y cocida y se come con la ayuda de
un tenedor y un cuchillo, es diferente del hambre que es satisfecha
devorando carne cruda, desgarrada con las manos, las uas y los
dientes. No se trata solamente del objeto del consumo, sino tambin
del modo de consumo que la produccin crea tanto en forma objetiva
como subjetiva. Por ende la produccin da lugar al consumidor.
Consecuencia del igualitarismo revolucionario, la introduccin de
la Libreta de Control de Abastecimientos, establecida en marzo de
1962 (Resolucin no.2, 30 de marzo de 1962) ha producido un cambio
total en los hbitos y costumbres de la poblacin cubana, perceptible
tanto en el modo en que se distribuye la jornada como en la
establecida mentalidad de me toca y lleg, sin preguntarse de dnde
ni cmo, y por supuesto con total independencia de la contribucin
social de cada consumidor.
Los problemas ocultos tras la rutina de la vida cotidiana han
sido analizados desde mltiples ngulos, como la cultura popular o la
marginalidad (de Certau, M. La prise de parole, Paris, Descle de
Brouwer, 1968; de Certau, M., Labsent de lhistoire, Paris, Mame,
1973), el poder (Foucault, M. Surveiller et punir, Paris,
Gallimard,1975 ) la sociologa (Bordieu, P. Esquisse dune thorie de
la pratique, Genve, Droz, 1972, donde comienza la interrogacin de
este autor sobre el modo de generacin de las prcticas a partir del
lugar donde ocurren, que luego dara lugar a su conocida teora del
campo social) e incluso la utopa cotidiana (Mafesoli, M. La conqute
du prsent. Pour une sociologie de la vie quotidienne, Paris, Descle
de Brouwer, 1998). Los trabajos de Michel de Certau siguen siendo
de extrema utilidad, especialmente Linvention du quotidien, (Paris,
Gallimard, 1990), donde propone el anlisis de las artes de hacer
cotidianas a partir del estudio de los modos de consumo y sus
prcticas resultantes, que desarrollan una razn popular.
A cualquier argentino le es familiar la frase que indica el
heroico paso de la cordillera durante las guerras de independencia:
San Martn atraves a pie Los Andes al frente de los granaderos a
caballo. Nadie se pregunta si desmontaron o es que ninguno tuvo la
cortesa de ofrecer un caballo al general.
As, la masiva incorporacin de la mujer a esferas de la realidad
antes excluyentes suele analizarse como consecuencia directa de la
poltica de la joven revolucin y su llamado a la participacin masiva
(Escuelas Ana Betancourt, Instructoras de Arte, FMC) y slo como
resultado de ello se explican los cambios en estructura,
tradiciones y hbitos en la familia cubana. De hecho, el proceso es
simultneo: al cambiar los hbitos y tradiciones en virtud de la
nueva imagen del mundo que se est forjando, se produce la
incorporacin, que a su vez contribuye, desde luego, a fijar el
cambio en este mbito. El gran cambio valorativo de 1961 es
precisamente la incorporacin masiva de la mujer, cuando la joven
revolucin ya tiene 2 aos. Cf. Coelli, J.I Congreso de la FMC, en
Bohemia, 24 de agosto de 1962, no. 34, Ao 54,p.34.
On ne nat pas rvolutionnaire; on le devient. Citado por:
Gengembre, G. vos plumes, citoyens! crivains, journalistes,
orateurs et potes, de la Bastille Waterloo. Dcouvertes, Gallimard,
1988, p.56.
Antonio Gramsci se refera a este aspecto, alertando que la
duracin de un proceso subversivo no era garanta de su estabilidad,
si no se transformaban realmente las esferas vitales del hacedor de
la subversin. En particular alertaba contra las decisiones polticas
sin respaldo ni posible arraigo popular.
Aspecto sin embargo valorado por el Che al comentar el problema
de la unidad: Las revoluciones, transformaciones sociales radicales
aceleradas hechas de las circunstancias, no siempre o casi nunca, o
quiz nunca maduradas o previstas cientficamente en sus detalles,
hechas de las pasiones, de la improvisacin del hombre en su lucha
por las reivindicaciones sociales, no son nunca perfectas. La
nuestra tampoco lo fue. Ernesto Che Guevara. En: Un pecado de la
Revolucin, Bohemia, 12 de febrero de 1961, no.7, p.59.
La rpida variacin de la realidad revolucionaria marc el devenir
de la Revolucin Francesa, y es especialmente aplicable a la
Revolucin Cubana, en cuyo momento inicial la indefinicin -que
condujo a definiciones tan simpticas como la de revolucin con
pachanga- culmin en precisiones tan vagas como la de revolucin
humanista (mayo de 1959), que sin embargo satisfizo a los mismos
protagonistas que la haban exigido.
En el caso cubano, el estereotipo contra se forma con ms
lentitud que la generalizacin revolucionario, de contenido
ciertamente cambiante, pero que se impone desde los inicios mismos
del proceso. Del mismo modo, la sntesis revolucionario se establece
paulatinamente. La diferencia todava apreciable en mayo del 59,
ante las distintas acogidas que tiene la Ley de Reforma Agraria se
hace mucho menor en mayo de 1960 ante el atentado a La Coubre, y
menor an en julio cuando las nacionalizaciones son casi unnimemente
aprobadas como respuesta a la amenaza de cerco econmico. Ya en
abril del 61 el contra est bien definido, tanto en el mbito interno
como externo; pero en octubre de 1962, el llamado que se realiza
para la defensa de la soberana de la nacin se dirige a todos sus
habitantes, asumiendo que todos ellos son revolucionarios.
Se suele considerar la influencia del pensamiento terico en el
sujeto slo desde el punto de vista de su participacin directa en l,
olvidando que a travs de los AIE se socializan determinaciones que
no requieren estudio alguno. Hoy, casi todo el mundo sabe que
E=mc2, pero slo los profesionales de la fsica pueden explicarlo a
cabalidad.
Por ejemplo, mucho han discutido los historiadores sobre la
extraa pasividad de Robespierre, quien tras pronunciar de pie un
discurso de 5 horas, permaneci el 9 Termidor curiosamente inactivo,
pasando de silla en silla, mientras sus enemigos tomaban la
palabra, lo que permiti su cada y dio fin a la era jacobina. Tena
vrices. (Cf. Vermorel, C. Vive le son du canon! ditions Robert
Laffont, Paris, 1989. Postface. "Les petites choses de lhistoire et
les grandes", pp.435)
Su relacin con el pensamiento mtico y su influencia respecto al
sujeto en la sociedad civil se analizan con ms detalle en Daz
Castan, Ma. del Pilar: En busca del sujeto perdido, ponencia
presentada al II Congreso Cubano-Hispano de Filosofa , Universidad
de La Habana, 24-27 de junio de 1996, referido en la
bibliografa.
Una vez que en la Revolucin Francesa se lanza en el ao II el
llamado de La Patria est en peligro, el significado de la consigna
qued grabado en ella, bastando su repeticin para motivar la accin,
por muy diversa que fuera la coyuntura histrica. El lema Patria o
Muerte es signo distintivo de la Revolucin Cubana, y quiz slo los
contemporneos recuerden su origen: la respuesta popular ante el
sabotaje al vapor francs La Coubre (mayo 1960). Desde luego, este
anlisis se centra en los procesos de subversin social, pero en otro
mbito podra recordarse que la manida frase se arm la de San Quintn
no recuerda ya la clebre batalla entre Carlos V y Francisco I, sino
simplemente un enfrentamiento lgido.
Hasta hoy, los vecinos de Remedios se dividen en dos bandos que
reproducen el antagonismo de los viejos barrios de la villa, para
confeccionar objetos artesanales (trabajos de plaza), vestuario
alusivo y carrozas para el carnaval, momento en el que un jurado
escoge el ganador. Si antao tal decisin entraaba serios problemas,
hoy es un elemento ms de la sociabilidad e identidad propia del
lugar.
La bibliografa respecto a la interaccin sociedad civil -
sociedad poltica es ms que extensa, caracterizndose la mayora de
los autores contemporneos por la indefinicin del primer trmino, que
generalmente asumen como dado o en contrapunto con la sociedad
poltica. El exhaustivo anlisis realizado por A Arato y P. Cohen
(Civil Society and Political Theory. (Cambridge University Press,
1994) sigue siendo vlido para indicar una de las principales
aristas del problema: la metamorfosis del trmino sociedad civil y
la tendencia a extrapolar su dimensin.
En el caso de la Revolucin Francesa, la versin elegante del
desafo lanzado por un sargento de la vieja Guardia en Waterloo se
repite en todos los libros de texto, aunque la expresin de
Cambronne sea por todos conocida.
Au lieu de nous substituer en imagination aux primitifs que nous
tudions, et de les faire penser comme nous penserions si nous tions
leur place, ce qui ne peut conduire qu des hypothses tout ou plus
vraisemblables et presque toujours fausses, efforons-nous, au
contraire, de nous mettre en garde contre nos propres habitudes
mentales et tchons de dcouvrir celles de primitifs par lanalyse de
leurs reprsentations collectives et des liaisons entre ces
reprsentations. Lvy-Bruhl, L. La Mentalit primitive. 1922, rd.
Paris, Retz, 1976, p.41. [En lugar de sustituir nuestra imaginacin
a la de los primitivos que estudiamos, y hacerlos pensar como
pensaramos si estuviramos en su lugar, lo que slo puede conducir a
hiptesis ms o menos verosmiles y casi siempre falsas, esforcmonos,
por el contrario, de ponernos en guardia contra nuestros propios
hbitos mentales, e intentemos descubrir los de los primitivos a
travs del anlisis de sus representaciones colectivas y de los
vnculos entre esas representaciones.]
Hasta el punto de calificarla de a-lgica o pre-lgica (Cf.
Lvy-Bruhl, L. Lme primitive. 1928, rd. Paris, Retz, 1976, y tambin
Les Fonctions mentales dans les socits infrieures.1910, rd Paris,
Retz , 1975, Introduccin,) cuando simplemente se trata de una lgica
distinta.
Las caractersticas mismas del Antiguo Rgimen impedan la
identificacin de los lderes revolucionarios con el pasado
aristcrata; de ah la recurrencia a la antigedad greco-romana y sus
ejemplos patriticos, que propiciaron la comparacin con Brutus,
Sila, o cualquiera de los paradigmas de la virtud republicana.
Cf. Bohemia, no.1, ao 51, enero de 1959.
Denominacin que indica una de las tautologas ms comunes en el
estudio de la totalidad social, pues ms all de las disputas entre
escuelas, indica simplemente el modo que una sociedad se imagina a
s misma. El problema es por qu lo hace.
Ansart-Dourlen, M. Laction politique des personnalits et
lidologie jacobine. Rationalisme et passions rvolutionnaires.
LHarmattan, 1998. p.127. La dimension mythique supplait ce qui
ntait pas concevable en termes conceptuels, la certitude de pouvoir
communiquer directement avec autrui, au sentiment de la ralit des
liens affectifs avec le groupe, lamour la Rpublique.
La autora citada trabaja con la definicin de mito de J.
Monnerot, (Sociologie du communisme. Gallimard, 1949) segn la cual
se trata de una respuesta vital a una situacin afectiva (p.293, est
une rponse vitale une situation affective) con lo cual se inscribe
en la tendencia analizada - y desahuciada- por Ernest Cassirer
tanto en Filosofa de las formas simblicas (1929) como en El Mito
del Estado. (1946)
Por ello Ansart-Dourlen sostiene que el mito introduce el juego
de la imaginacin de una anticipacin del futuro, la creencia en
ideas - gua que colman la necesidad de adherirse a valores y
combatir el desencanto del mundo. Es eficaz cuando contiene una
fuerte carga simblica, condensando numerosos efectos y
significaciones. (Il introduit le jeu de limagination, dune
anticipation de lavenir, la croyance en des ides-forces qui
comblent le besoin dadhrer des valeurs, de combattre le
dsenchantement du monde. Il est efficace quand il contient une
forte charge symbolique, condensant plusieurs effets et plusieurs
significations). Op.cit., p.127
El mito no surge solamente de procesos intelectuales; brota de
profundas emociones humanas. Pero, de otra parte, todos aquellas
teoras que se apoyan exclusivamente en el elemento emocional dejan
inadvertido un punto esencial. No puede describirse al mito como
una simple emocin, porque constituye la expresin de una emocin. La
expresin de un sentimiento no e el sentimiento mismo -es una emocin
convertida en imagen. Cassirer, E. El mito del Estado FCE, Mxico,
1972, p.55.
Cassirer, E. El mito del Estado, ed.cit., p.68.
Por dems altamente valorados por Cassirer. A su juicio, la teora
freudiana barri con (...) la consideracin general del mito como uso
errneo de las leyes generales de asociacin, o una mala
interpretacin de trminos y nombres propios. (Cassirer, E. El mito
del Estado, ed.cit., p.40.
Ibid. , p.60.
Ibid., p.61.
Siempre se ha descrito al mito como resultado de una actividad
inconsciente y como un producto libre de la imaginacin. Pero aqu
nos encontramos con un mito elaborado de acuerdo con un plan. Los
nuevos mitos polticos no surgen libremente, no son frutos
silvestres de una imaginacin exuberante. Son cosas artificiales,
fabricadas por artfices muy expertos y habilidosos. Cassirer, E. El
mito del Estado. Ed.cit., p.335.
Ibid., pp.331-334.
Ibid., pp.331.
Cuando la gente siente un deseo colectivo con toda su fuerza e
intensidad, puede ser persuadida fcilmente de que slo necesita un
hombre indicado para satisfacerlo. Ibid., p.332.
Cf. Gaubert, J. La science politique dErnst Cassirer: pour une
refondation symbolique de la raison pratique contre le mythe
politique contemporain (Paris, Kim, 1996)
Vergeley, B. Avant-propos, en: Cassirer, E. Le mythe de ltat.
Paris, Gallimard, 1993, p.3.
El verdadero mito puede ser definido como la reduccin a
taquigrafa narrativa del ritual mmico, ejecutado en los festivales
pblicos y en muchos casos registrado pictricamente en paredes de
templos, vasos, sillas, platos espejos, tapiceras y cosas
semejantes. Graves, R. The Greek Myths, 2 vol. Penguin Books,
Hardmonsworth, U.K, 1955, p.10. El autor sostiene que es la prdida
de los cdigos sociales que sustentaban la codificacin mtica quien
conduce a errores tan simpticos como afirmar que los griegos crean
realmente en la existencia de sirenas, centauros o quimeras.
"El humanismo cubano". ngel Augier. En: El Mundo, 12 de mayo de
1959, p. 4-A.
Desde luego, esto ocurre slo para el participante que se define
como sujeto con la subversin y permanece fiel a ella. El contra
reclamar siempre su momento de participacin como nico vlido, y
clamar siempre contra la revolucin traicionada
El estudio de la obra de F. Ortiz, Historia de una pelea cubana
contra los demonios revela que la reaccin de los habitantes del
lugar expresa ya el proceso de diferenciacin respecto a la metrpoli
espaola, mostrando al menos 3 rasgos -escepticismo, terquedad,
choteo- que comienzan a disear una personalidad que ya se reconoce
diferente, aunque se sigan denominando espaoles americanos. Este
problema se analiza en artculo Remedios, XVII: Una pelea cubana
contra los demonios?, referido en la bibliografa.
Encarnacin de todas las virtudes, el hroe revolucionario
propugna un modelo cuya perfeccin hace imposible su reproduccin,
salvo cuando se asume al grupo como portador de la heroicidad. As,
cuando Fidel Castro seala en el pueblo hay muchos Camilos est
sentando la pauta para la apropiacin del estereotipo colectivo, no
individual.
As, la Columna de La Libertad que el 26 de julio de 1959
desfilara por la entonces Plaza Cvica estaba integrada por
campesinos de toda la isla, vestidos con guayabera, sombrero de
yarey, polainas y machete al cinto, i.e., la visin estereotipada
del campesino en la que l mismo se reconoce y proyecta.
Tanto la historia como la literatura han trabajado
fructferamente en la descodificacin textual del protagonista
annimo. Baste sealar los trabajos de Mijal Bajtn sobre la cultura
circular y las muy interesantes obras del historiador italiano
Carlo Ginzburg, dedicadas a la reconstruccin de universos
culturales medievales. De especial inters resulta I fromaggio e i
vermi: il cosmo di un mugnaio del 500 (Einaudi:1976; Johns
Hopkins:1980), donde el autor hace or la voz de un molinero del
siglo XVI. Ms recientemente, los textos de Roger Chartier,
especialmente Au bord de la falaise Lhistoire entre certitudes et
inquitudes (Albin Michel, Histoire, 1998) esclarecen notablemente
la cuestin desde el ngulo que la historia cultural ofrece.
Acosta, Elaine; Brismat, Nivia; Rodrguez, Liliana; Rodrguez,
Katia; Nerey, Boris. Tesis para la obtencin del grado de
Licenciatura en Sociologa, Fac. de Filosofa e Historia, Universidad
de La Habana, Julio 1995, dirigida por Mara del Pilar Daz Castan.
En este trabajo se analiza con acuciosidad la formacin de la imago
mundi a travs de la refraccin brindada por cinco peridicos de la
poca: el Diario de La Marina, El Mundo, Combate, Hoy y
Revolucin.
Gonzlez Mosquera, Sarahy. Tesis para la obtencin del grado de
Licenciatura en Filosofa marxista-leninista. Fac. de Filosofa e
Historia, Universidad de La Habana, Julio de 1998. Dirigida por
Mara del Pilar Daz Castan.
Usalln Mndez, L. Tesis para la obtencin del grado de
Licenciatura en Filosofa Marxista-Leninista. Fac. de Filosofa e
Historia, Universidad de La Habana, Julio de 2001. Dirigida por
Mara del Pilar Daz Castan.
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