Top Banner

of 113

Luis Alberto de Herrera - La Revolución Francesa y Sudamerica

Oct 12, 2015

Download

Documents

"La Revolución Francesa y Sudamerica" obra de Luis Alberto de Herrera, una de las principales figuras del Partido Nacional (o Partido Blanco) del Uruguay durante su historia y uno de los lideres politicos de mayor relevancia y grabitacion en el ambiente politico uruguayo desde 1921 hasta su muerte en 1959.

En esta obra se analiza el impacto del ideal jacobino sobre los acciones inmediatas a la enmancipacion de Hispanoamerica, el autor califica de desafortunado el hecho de que las primeras Constituciones de los flamantes y nuevos Estados emergidos de la revolución enmancipatoria fueran fundadas bajo los influjos del liberalismo francés. Quienes promovieron este tipo de constituciones, quisieron de un dia al otro convertir; "en masa consciente de ciudadanos electores y elegibles, a las muchedumbres mestizas, ajenas a la profunda deliberación que su destino democrático provoca."

Analizando el gran abismo en el que se encontraban dichas cartas constitucinoales con la realidad rudimentaria de la mayoría de los hispanoamericanos, concluye Herrera que hubiera sido mejor que los nuevos Estados se hubieran conformado bajo una forma de gobierno Monarquica antes que Democratica, para generar sentimientos de institucionalidad, respeto a las jerarquías, educación universal y desarrollo de las ciencias de forma de preparar a los futuros ciudadanos.
Contraponé en este sentido a la Revolución Francesa con el proceso de la Revolución Norteamericana, más practica y menos "idealista", a su entender:

"También el ejemplo de los Estados Unidos estaba ahí para afirmarnos en la opinión sensata y convencernos de que el desarrollo de la libertad obedece a la ley paulatina de todos los crecimientos; de que para llegar a lo más se empieza por lo menos, de que así lo quiso y así lo cumplió, con éxito magnifico, la revolución de 1776, mientras la revolución de 1789, invirtiendo el orden de la lucha por el ideal e intentando llegar de golpe a lo más, con desden de lo menos, sólo supo cavar la tumba de aquella misma libertad."

La publicación de la primera edición del libro fue hecha en París, idioma francés en 1910 y luego traducida al castellano con varias edidiciones. Sus libro llamo la atención de Miguel de Unamuno quién escribio: "Me interesa grandemente el asunto y me interesa sobre todo el criterio con que usted lo desenvuelve, criterio que coincide no poco con el mío, Su libro es tan rico en sugestiones que ha de darme margen para más de una de mis correspondencias a La Nación de Buenos Aires y más de una vez tendré ocación de mencionar a usted".

Los diarios americanos y europeos comentaron la obra. "El Mercurio" de Valparaíso (15-9-1910), juzga que el libro es "una alerta lanzado al nuevo continente por un espíritu ferflexivo y conservador que, a la vista de las manifestaciones avanzadas que en todos los órdenes de la actividad ofrece Francia, quiere prevenir a los de su raza contra los peligros de la novedad a toda costa".

También llamo la atención de esta obra a Ramiro de Maeztu, quién escribiria breves consideraciones positivas en su obra "Defensa de la Hispanidad" sobre Herrera y esta obra en particular.

Al concluir que fue negativa la experiencia acontecida en los primeros años posteriores a la Independencia, el autor no solo contrapone a la Revolución Francesa y sus consecuencias con la Revolución Norteamericana y sus efectos ulteriores, sino que, defiende a la tradición hispanica y todas sus significaciones frente a aquellos que pretendian suprimirla por considerarla "atrasada" u "oscurantista".

El mismo Herrera escribiria sobre el impacto de la Revolución Francesa en Sudamerica: "Ella nos dijo, y lo creímos, con Rousseau, que era deber humanitario reconstituir a la sociedad suprimiendo jerarquías, convencionalismos y preconceptos y, sobre todo, ella nos empujó al desvarío democrático, con su interpretación descabellada de la soberanía del pueblo."

Esta obra marco un lineamiento ideologico de impronta hispanista
Welcome message from author
This document is posted to help you gain knowledge. Please leave a comment to let me know what you think about it! Share it to your friends and learn new things together.
Transcript

INTRODUCCIN

Esta obra, que la Cmara de Representantes a travs de su Comisin Especial ofrece al pblico de nuestro pas, muestra, en compacta sntesis, al Herrera historiador y al Herrera pensador en el rea de la Filosofa y la Ciencia Polticas.

Lo primero, en cuanto tiende a esclarecer la gnesis de los influjos sociales y culturales de lo nuestro, las races ideolgicas que incidieron en la formacin histrica de nuestra conciencia como cuerpo social.

Para Herrera, fundador del revisionismo histrico, "la historia no es crnica policial; lo que interesa es lo sustantivo de los sucesos". En efecto: con mirada escrutadora intenta por primera vez en nuestro mbito y lo logra plenamente, "captar en ellos, tomados en conjunto, el sentido de una poca: lo que dej su marca sobre la playa humana".

No es ocioso recordar que el IV Congreso de Historia de Amrica de Santiago de Chile lo proclam en 1950 "Padre del Revisionismo Americano".

Lo segundo, en tanto que, poniendo al descubierto las limitaciones de nuestros horizontes, derivados de la copia servil de ejemplos forneos, y al mostrarnos cmo, seducidos por fosforescencias inefables, imitamos posturas declamatorias de superficial encanto, las contrapone a las opciones polticas que debimos haber asumido y a los caminos polticos que debamos haber transitado.

De esa atribucin de responsabilidades polticas, emerge, de gran factura, su proyecto de vida cultural para la nacin.

* * *

Esta obra es, pues, el punto de encuentro entre el historigrafo y el idelogo de los procesos polticos nacionales.

"La Revolucin Francesa y Sudamrica" es, como bien lo seala Methol Ferr, un formidable alegato contra la alineacin de lo nacional en lo extranjero.

Idntica tica ideolgica inspirar su dilatada trayectoria en la poltica de nuestro pas.

Muy claramente la expres en el Senado de la Repblica en 1940, cuando el delirio extranjerizante alcanzaba su mxima intensidad:

"Me asilo y me refugio en mi raza. Yo no tengo inters en que vengan otros, aunque sean muy adelantados, a imponerse corporativamente con plan ulterior cuanto ms plutocrtico ms temible en el campo de nuestros sentimientos, de nuestros hondos afectos, que queremos sean inextinguibles, castizos, que no pierdan su profunda huella..."

Afirmaba Carlos Real de Aza que una de las paradojas ms singulares que se dio en Herrera, fue que entre sus 25 y sus 30 aos, haba afinado una lnea de pensamiento que corri extraablemente agregaba, recta y ascensional al costado de sus innumerables variaciones de coyuntura.

"La Revolucin Francesa y Sudamrica" es obra de su reflexin de los 37 aos. Se inserta por tanto en un cuadro ideolgico ya esbozado por Herrera en escritos anteriores, pero aqu alcanza su pensamiento una claridad, ajuste y hondura, nunca igualado en obras de este carcter.

* * *

Cul es la tesis central de esta obra?

Sealar los perjuicios que al desarrollo de nuestro proceso de maduracin poltica, ha ocasionado en el decurso de la historia del Uruguay independiente, la adopcin de los dogmas e instituciones de la Revolucin Francesa, "adquirido todo entero y de golpe, como se compra, de apuro, una indumentaria" (pg. 8), olvidando, adems, que "esas adaptaciones violentas nunca reemplazarn a las fuerzas fecundas de la naturaleza" (pg. 38).

La revolucin francesa de 1789, sostiene Herrera, extravi nuestro criterio, Uil como causa dao, en ciertas ocasiones, el mal consejo; lanzados as en la senda de las ideas abstractas, "hicimos leyes prescindiendo de los hechos, para precipitarnos de cabeza en el abismo de la anarqua" (pg. 55).

La limitacin de nuestros horizontes nos hizo desconocer el ejemplo de otros pases de ms sabia estructuracin poltico-institucional, all donde "la declamacin no usurpa terreno a la autoridad, ni el despotismo se confunde con la soberana, ni se erige al dogma filosfico en norma de organizacin pblica, ni se extirpa al adversario como a raz de veneno, ni se persigue al culto en nombre de la tolerancia, ni se confisca, ni se ahoga en sangre a los disidentes, ni se hace una mentira del derecho y una verdad del crimen y del latrocinio" (pg. 77).

He aqu condensados, en las propias palabras del maestro, el meollo doctrinario de la obra y la esencia de su mensaje a las generaciones.

Esc mensaje sigue siendo no slo actual sino poderosamente atractivo al espritu. Entronca con las ms urgentes preocupaciones que puedan suscitar los graves problemas de la convivencia humana: la lucha por las libertades; la bsqueda de instrumentaciones idneas para profundizar la democracia; la necesidad de impedir los excesos que hieren al Derecho: el exceso de fuerza, que lleva al despotismo; el exceso de lirismo declamatorio, que aleja de la realidad; el exceso de apasionamiento, que genera el radicalismo y la intolerancia; el exceso verbalista, que engendra la demagogia.

Herrera encuentra, y con razn, que la patologa del despotismo incide especialmente sobre el sector que ejerce el poder, y la patologa declamatoria es ms tpica de los sectores del llano (pg. 73).

* * *

Con una sintaxis personalsima, inconfundible, y con riqueza de vocabulario c imgenes que al lector sorprendern, Herrera despliega, en quince captulos fascinantes, un abanico conceptual de vuelo y jerarqua intelectual insuperables. Vcmoslos, en somera sntesis.

El artiguismo

Siguiendo una tradicin ideolgica muy claramente definida en sus mayores, se orienta en la lnea artiguista; esa bandera estuvo y estar siempre vinculada al destino nacional (pg. 281), y es por ello que los mismos que se confunden en el diagnstico de los males sudamericanos, se han empeado en ensaarse con aquella figura prcer (pg. 272).

Cmo desentraar el mensaje del pasado

Las repblicas sudamericanas se asemejan a un gran enfermo, que yace acostado sobre el continente entero (pg. 270).

Sus males profundos, agrega Herrera, an no han sido debidamente diagnosticados. Para emprender esa ardua tarea, seguir el ejemplo del eminente Taine, cuyo mtodo abri nuevos horizontes a la investigacin histrica.

"Otros haban hecho filosofa, retrica, versos, divagacin patritica, historia comparada, hasta charadas apocalpticas, como Carlylc: Taine hizo clnica" (pg. 60).

El prrafo que sigue precisa las tareas del historiador y constituye a la vez, la descripcin ms lcida del modo peculiar de trabajo del autor, pionero del revisionismo histrico:

"Hay que reconstruir ntegro el rbol genealgico, sin perder un solo dato concomitante, pues basta la ausencia de un eslabn para cortar la cadena. Recorrer archivos, extraer antecedentes, asesorarse en todos los centros de informacin seria, tcnica, precisa, y luego, pronto el gigantesco expediente, encararse con la realeza, hospitalizarla, volcarla desnuda sobre la mesa de ciruga y, bistur en mano, disertar con serenidad inmutable sobre la integridad de sus vsceras, la fuerza de sus nervios, el valer de sus msculos y las aberraciones de sus rganos, sealando, al fin, la irregularidad de funciones que fue causa de su derrumbamiento".

Su voz es opinin emancipada, proba, en abierta discrepancia con los sectarismos: se es el alto y noble concepto que da al trmino

"utilitario" (pg. 267). Contrasta abiertamente con apostura de quienes, en el desconcierto que producen los desgobiernos y las groseras simulaciones del derecho, atribuyen tales males alternativamente a la monarqua, a a metrpoli, al caudillismo (pgs. 114-115). De ah el espritu capcioso de ciertos libros de historia (pg. 198).

Herrera defiende el pasado histrico firme e inequvocamente. Esa defensa fluye naturalmente lodo a lo largo de "La Revolucin Francesa y Sudamrica", pero en forma ms enftica se aprecia en su captulo IX.

"La historiaafirmaconstituye un recio tejido sin solucin de continuidad... Cmo, sin incurrir en locura, pueden los pueblos que nacen repudiar el lote de aprendizaje que les ofrecen las generaciones antecedentes?" (pg. 149).

Las dimensiones de la democracia

Hay, para Herrera, un concepto puramente terico de la democracia, y otro real (pg. 182). Concebirla segn la primera forma constituye uno de los dramticos males de la sociedad uruguaya, de la que participaba, en su tiempo, la sociedad sudamericana. Consiste en la pasin por las libertades meramente escritas o invocadas, los lirismos hiperblicos y las vagas abstracciones (pg. 31). Tanto en Francia que las prohij, como en Amrica que las adopt cual decoraciones porttiles (y en ello fue ms culpable el discpulo que el catedrtico, observa Herrera pg. 261), produjeron una desnaturalizacin de las dimensiones concretas de su aplicabilidad. As, la justicia, las libertades, la fraternidad, la soberana popular, la igualdad, han perdido su sentido (pgs. 171-172).

Las cartas constitucionales, por otra parte, no son capaces de . producir una repblica, si es que falta lo sustantivo de ella (pg. 131).

Por eso Herrera repite con Poincar, que "antes de revisar las constituciones, se podra ensayar aplicarlas" (pg. 203).

Aquellas deformaciones de retrica poltica que ignoran el substratum de lo real, han producido el efecto perverso de retrogradar a las sociedades, aunque, por irnica contrapartida, hayan proporcionado maravilloso consuelo a los polticos mediocres (pg. 110).

"Nada ms peligroso que una idea general en manos de cerebros estrechos y vacos", haba afirmado Taine.

Por otra parte, agrega Herrera, la copia servil de instituciones supone algo tan riesgoso como dar armas de fuego a los nios (pg. 115).

Los resortes ntimos de nuestra cultura

Cada nacin es un telar complejo, sntesis tejida por la accin de todos (pg. 106). Por su propia evolucin natural, bien pudimos habernos aproximado progresivamente a la madurez republicano-representativa (pg. 100). En cambio, optamos por la reproduccin textual de las falacias forneas; as, plagiando anhelos cvicos, en una suerte de "efecto lunar", cultivamos la impostura democrtica (pgs. 268 a 270).

Con "soberbia bachillera" pasamos por alto los influjos positivos que pases como Estados Unidos, Inglaterra, Holanda, Suiza, Alemania, ms avanzados en el culto a las instituciones libres, pudieron habernos brindado (pg. 237 y ss.). Lo mismo respecto de Italia y Blgica (pg. 210-211).

Los decretos universales y abstractos que, provenientes de la Revolucin Francesa, nos hicieron ignorar la sabidura de las leyes y fueros locales, tambin nos hicieron renegar de las matrices culturales hispnicas (pgs. 101-102).

Con muy atinado criterio historiogrfico, Herrera destaca el valor inapreciable que tiene, respecto de los fenmenos socioculturales, lo que l denomina jornadas sin estampidos, que son los avances cualitativos de las ciencias, de las ideas filosficas, de los inventos, de los descubrimientos, de los diversos rdenes de investigacin y creacin, y hasta de la difusin del pensamiento a travs de la prensa (pg. 93 ss.).

Sobre este ltimo aspecto, transcribimos:

"Tomemos a la hoja impresa como vehculo de pasin militante, del anhelo pblico, de polmica, de ilustracin rpida y fcil, informativa de los latidos del alma social, acusadora, procesal, redentora, demoledora de prejuicios, creadora de afanes fecundos. Es incalculable la intensidad revolucionaria de esta energa, que filtra sus rayos de luz a travs de todas las paredes y de todos los errores... La prensa decret la solidaridad del pensamiento universal, la desaparicin, en el campo de las ideas, de todos los puentes levadizos, de los hoscos cismas que separaban unas de otras, con murallas de prejuicios, a las multitudes..." (pg. 95).

La tendencia a jerarquizar las glorias militares como determinantes de los fenmenos histricos, tiene una derivacin penosa: hasta las carniceras espantosas y el asesinato feroz (que no deben confundirse con el sacrificio del campo de batalla, nos advierte Herrera), se revisten, a nuestros ojos extraviados, de fuerza pica (pgs. 101 y 168). El captulo X de la obra, que lleva como ttulo "Las carniceras de la Revolucin", es un ejemplo impresionante de los excesos a que condujo la revolucin francesa, matriz perturbadora de los destinos americanos.

La situacin de su tiempo

Herrera escribe esta obra en el ao 1910, en tiempos de innegable bienestar econmico, tal como l mismo lo admite (pg. 268); considera con ptica tal vez demasiado coyuntural ya cerrado el ciclo de los despotismos, pero capta con toda precisin que no se haba abierto an el captulo de la democracia efectiva (pg. 277). La "pequea legalidad" ahoga a la soberana: las minoras no han alcanzado la plenitud de sus derechos; la voz de la campaa no ha podido ser estimada ni cumplir su destino moderador (pgs. 278 ss.); el analfabetismo y la despoblacin cierran el camino a las soluciones civilizadoras (pg. 268); y todo ello se agrava con los extravos importados...

"Ms fretros que cunas", repite reproduciendo la alarma de un pensador alemn. Y agrega, para sealar las srdidas motivaciones de la aberracin dominante, que ataca a la familia, piedra angular del Estado:

"Mximum de placer, mnimun de dolor: ah est la divisa de la actualidad. Pero el placer entendido en su concepto frivolo, material, ajeno a las angustias de los sentimientos superiores y a las torturas de la abnegacin y del deber. Los hijos son considerados obstculo serio a su conquista porque la maternidad marchita el cuerpo y crea obligaciones de hierro: porque ellos sombrean el horizonte con ansiedades y quitan brillo a la vida de saln. Nadie quiere nios!" (pg. 192).

Completa el vistazo sociolgico certero c insuperable al paisaje poltico de su tiempo, haciendo referencia a males y vicios que an no se han erradicado: la monstruosidad del Estado (pg. 204-205); la demagogia en los conflictos obrero-patronales (pg. 205); el odio de clases (pg. 205 a 208); la "cortesana del nmero" que sustituye a la del prncipe; el ansia reeleccin isla (pg. 204).

La cosmovisin vitalista

Para Herrera la vida es una briosa milicia (pg. 228). El sentimiento, ios aspectos vitales de la existencia son decisivos para la configuracin de un ser humano no mutilado. La vida es pensamiento racional, pero tambin accin, que se inspira en motivaciones afectivas. Por eso es que "no pueden ganarse batallas desde la platea" (pg. 225); ni deben atacarse con bayonetas los ensueos (pg. 227); menos aun, anular los ideales en los nios (pg. 200). La prosa mata a la poesa, pero no por eso aquella es ms verdadera (pg. 228). Por ello los pueblos que tienen actitudes vengadoras, jams ren (pg. 174). La tristeza y el odio de clases van juntos (pg. 186). El orden universal, por otra parte, est repleto de enigmas, hostiles a soluciones definitivas (pg. 225); el ser pensante es araa sobre un teclado fragilsimo al que domina y que la domina (pg. 226). Si nocaben afirmaciones absolutas respecto de la naturaleza, menos aun en las cuestiones morales. El relativismo en ambos contextos de la vida humana lleva a la tolerancia en cuanto concierne a la poltica, a la religin, a la historia (pg. 233). Herrera define esa postura magistral-mente como "el ejercicio holgado de todas las convicciones" (pg. 235). La dicha colectiva es el pentagrama escrito por las diferencias de credo (pg. 234).

El Uruguay frente a la expansividad de la cultura

No desconoce Herrera que los fenmenos culturales ultrapasan los lmites fronterizos, y que los pases ms avanzadoso los que tienen ms podero generalmente imponen, por la propia gravitacin objetiva de su potencialidad expansiva, usos, creencias, costumbres, pautas de conducta, conocimientos y tcnicas, a los pases menos avanzados.

Herrera capta c identifica con claridad los legados europeos de nuestra cultural nacional:

"A Italia pide Amrica del Sur elevadas enseanzas de arte, la levadura de sus emigraciones, la consigna avanzada de su ciencia jurdica, el encanto de sus versos y los lirismos ardientes de sus poemas musicales; a Inglaterra pide la frmula, no comprendida, de sus instituciones libres, el concurso opulento de sus dineros, el milagro civilizador de sus iniciativas ferroviarias, ejemplos de cordura poltica y de sensatez nacional; a Francia pide enorme caudal de doctrina, sus ideas cvicas, filosficas, sociales, sus gustos, sus predilecciones literarias, sus modas y hasta sus fanatismos y sus idolatras; a Espaa, aunque menos confesada la colaboracin, con injusticia, le pide su hija transocenica el perfume de las hermosas memorias del hogar, el calor retrospectivo de tradiciones romancescas que son sus propias tradiciones; a Alemania pide el concurso de su pasmosa energa comercial, maquinarias, ciencia de vanguardia, ideas viriles y accin" (pg. 5).

Todo lo que nos aport Francia es perjudicial? La repuesta negativa surge del mismo prrafo precedente. Pero Herrera precisa ms su pensamiento: toda la crtica del libro apunta a los aspectos polticos de la influencia francesa; quedan aparte, de valor innegable, los aspectos intelectuales y artsticos. Herrera slo cuestiona los sofismas ideolgicos, engaadores como las aguas dormidas que ocultan un fondo alevoso (pg. 265).

No es entonces la influencia francesa en general, puesto que "ninguna opinin puede alzarse contra esa preciosa colaboracin humana" (pg. 10), sino la que deriva rectamente de la Revolucin de 1789.

Ni siquiera puede inculparse a los filsofos que inspiraron a la revolucin francesa: sta us mal la doctrina superior de aquellos pensadores, cual deficientes ejecutores testamentarios (pg. 65).

Pero adems, la revolucin francesa no puede ser responsable de nuestro propio extravo:

La culpa, toda la culpa es nuestra... seguimos con los ojos vendados en adoracin del viejo dolo..." (pg. 180).

A la luz de esta ltima reflexin, toda la obra se muestra como un instrumento de educacin cvico poltica.

# # #

El filsofo Santayana, deca con cierto humor, en un trabajo sobre la ambulacin humana, que "fantico" es aquel que multiplica los medios despus de haber olvidado los fines.

Esta obra del Dr. Luis Alberto de Herrera es la ms brillante incitacin a la postura moderada, de mesura y de equilibrio como actitud del hombre en tanto que "animal poltico" segn la expresin de Aristteles, que se haya escrito en lo que va del siglo, por la intelectualidad oriental.

Nunca podr una tarca humana exhibir ttulo ms noble que el ce ser o haber sido, de algn modo, educadora para las generaciones. Esto obra es intrnsecamente educadora.

Un pensador deca que el hombre est todo l, contenido en sus ms altos minutos, en el sentido de que, en los momentos culminantes de su vida, se vuelca la totalidad de su persona, involucrndose en sus actos.

En las pginas de este libro est, si bien se mira, todo Herrera.

# # #

La poltica, deca Estable, es ciencia del pro y el contra doctrinarios, y del pro y el contra vehementes.

Por la fuerza interior que manifiesta, y por a vehemencia con que nos ensea los valores supremos de la convivencia, este libro es un ejemplo el ms maduro quizs que haya producido la inteligencia uruguaya de ciencia poltica.

WALTER R,. SANTORO Presidente de la Comisin Especial para realizar una seleccin de la obra del doctor Luis Alberto de Herrera.

Luis Alberto de Herrera

La Revolucin Francesa y sudamerica

I la fascinacin francesa

La cultura social y poltica de los pases sudamericanos es un simple reflejo de la cultura europea. Esa luz prestada por las viejas naciones, que llevan la personera moral del mundo, a las jvenes naciones del nuevo continente, llega hasta ellas de distintos rumbos y en proporcin muy desigual.

A Italia pide Amrica del Sur elevadas enseanzas de arte, la levadura de sus emigraciones, la consigna avanzada de su ciencia jurdica, el encanto de sus versos y los lirismos ardientes de sus poemas musicales; a Inglaterra pide la frmula, no comprendida, de sus instituciones libres, el concurso opulento de sus dineros, el milagro civilizador de sus iniciativas ferroviarias, ejemplos de cordura poltica y de sensatez nacional; a Francia pide enorme caudal de doctrina, sus ideas cvicas, filosficas, sociales, sus gustos, sus predilecciones literarias, sus modas y hasta sus fanatismos y sus idolatras; a Espaa, aunque menos confesada la colaboracin, con injusticia, le pide su hija transocenica el perfume de las hermosas memorias del hogar, el calor retrospectivo de tradiciones romancescas que son sus propias tradiciones; a Alemania pide el concurso de su pasmosa energa comercial, maquinarias, ciencia de vanguardia, ideas viriles y accin.

Alguna de esas influencias superiores no ha sido siempre tenaz, o ha desfallecido; la germnica es de origen muy moderno y, alguna otra, se acenta con contornos sentimentales. Ninguna de esas caractersticas gravita sobre el aporte al escenario sudamericano de las ideas francesas.

Desde hace un siglo su influjo viene creciendo al extremo de ser en la actualidad absoluto, casi exclyeme, su imperio.

Tal vez la misma nacin favorecida con tan amplio homenaje continental ignora la intensa fidelidad de esta adhesin espontnea, leal e irreflexiva como son los gestos de todas las adolescencias. Porque lo curioso del caso es que Francia muy poco ha puesto de su parte para alcanzar este xito de popularidad, ajeno a razones econmicas, que se extiende en todos los rdenes del pensamiento.

No son los rieles, ni las obras portuarias, ni el canje de productos, ni copiosas transfusiones de sangre los motivos de la sealada simpata. Amrica del Sur comercia por ms grueso rubro con otras naciones europeas; pero en cambio, compra sus libros, recoge juicios universales, bebe doctrinas, mide el dogma social con el patrn exacto de los veredictos franceses.

Este enamoramiento profundo y tan sentido que no espera la reciprocidad para manifestarse, Francia no lo encontrar ms dilatado en sus propias colonias. Sobre todo, en el concepto poltico y filosfico, puede afirmarse que Amrica del S ur es una copia, sin alteracin, de aquel ruidoso modelo. A qu causas se debe esta singular dominacin sembrada por el viento, sin mayor esfuerzo de la parte plagiada?

La fcil declamacin corriente contesta, sin dudar, que las naciones de este hemisferio prosternan sus corazones ante Francia, porque Francia es la ms alta antorcha de la civilizacin y porque sus entraas han parido el verbo de la democracia.

Hace muchos lustros que nuestras multitudes vienen repitiendo, sin mucho beneficio de inventario, esa pomposa afirmacin que ya va adquiriendo, para nosotros, perfil sacramental. Pero un comentario ms intenso dira que el apasionamiento de los sudamericanos por las ideas francesas arranca, en gran parte, del conocimiento imperfecto que se tiene de otros luminosos ncleos sociales, de otras ideas de gobierno y de otros ensayos, mucho ms felices, de libertad. Por otra parte, un idioma comprensible y acariciador para los odos latinos, una literatura poderosa y por aquella razn muy vulgarizada, la novelesca atraccin parisiense y, en primera lnea, el eco de los das tempestuosos de 1789 trasmitido, como por gigantesca bocina, a travs del Atlntico, tambin han concurrido a grabar en el alma americana los rasgos de esa generosa devocin.

La identidad de defectos afirma las amistades rumorosas y por cierto que la exaltacin de los partidos franceses, sus alternativas cesaristas y liberales y el fragor de sus luchas, con tan amplia reproduccin en el nuevo continente, han afianzado los vnculos de una instintiva solidaridad moral.

Todos los excesos y todos los pecados cvicos de nuestra raza han encontrado atenuacin piadosa ante el ejemplo de otro gran pueblo, honra y prez de la humanidad, que ha sido y sigue siendo, como nosotros, inconsecuente, demagogo, a ratos rebelde, y siempre pronto a la inquietud y a la embriaguez de las aventuras gloriosas.

Incapacitados para encamar en la prctica viril los anhelos democrticos, porque muchas fatalidades se han aliado para estorbarlo, hemos debido resignarnos a dar vida, sobre el papel, al ensueo de perfeccin soada, y de ah que nos abracemos, con ingenuo orgullo, al texto, a menudo esclarecido, de nuestras cartas constitucionales.

A los tcorizadores qued librada la tarca, casi potica, de vestir con los ms brillantes atributos el pensamiento poltico de los pueblos, que un da, por razn inesperada del azar, se despertaron libres de nombre, aunque atados de pies y manos al sistema colonial.

Se trataba de crear denominaciones republicanas, sin detenerse en la previa y lgica consulta a soberanas incipientes y ajenas, hasta en doctrina, al fuego de las instituciones modernas.

Ningn ejemplo ms insinuante, entonces, para nuestros padres legisladores, que las abstracciones de la Revolucin Francesa, pictricas de reforma radical y de sonoridad agradable para todos los temperamentos romnticos.

Al alcance de la mano estaba aquel caudal, entre sangriento y filosfico, de audaces innovaciones en todos los rdenes de organizacin pblica y, a buen seguro, que su coronamiento de lucha a muerte con la realeza le agregaba prestigio a ojos de los imitadores.

En el Nuevo Mundo se volcaron en toda su integridad, hace cerca de un siglo, los dogmas entregados a la opinin europea en las postrimeras de otra centuria. La retrica nativa y el inters de las fracciones en pugna, luego, se encargaron de decorar con profusin de eptetos el sistema de gobierno adquirido todo entero y de golpe, como se compra, de apuro, una indumentaria; y en la actualidad ese material de instituciones y de pensamientos prestados contina gimiendo ensayos de organizacin en el fondo de cada retorta criolla, es decir, de cada nacin sudamericana.

Por entendido que todas nuestras situaciones de fuerza han encontrado abundante apoyo declamatorio en los anales del jacobinismo, siendo justo agregar que, por su parte, tambin las reacciones inflexibles y el anhelo de las purezas ilusorias se abrazaron a la evocacin del martirio girondino.

Copia ms o menos fracasada de las enseanzas republicanas francesas, natural es que las naciones del oriente se hayan identificado, hasta extremos apasionados, al pas que, en buena o en mala hora, eligieran como gua de su conducta independiente.

La distancia entre los discpulos y la ctedra, en vez de perjudicar ese entusiasmo admirativo, le ha concedido el exagerado empuje que adquieren todas las impulsiones soadoras cuando no se ven de cerca las fisonomas, ni se tocan los obligados defectos de la realidad, siempre inferior a la perspectiva.

Ya hemos dicho que una soberbia labor literaria afianz las atracciones del hermoso modelo, todava certificadas con la fama de su ciencia eminente y, en otro sentido, por la leyenda de fabulosas conquistas.

Amrica del Sur vive, pues, con el odo atento a las inflexiones de la voz francesa que ha sustituido, en mucho, a la voz de la propia sangre. As vemos que, a dos mil leguas de distancia, se vibra con las mismas pasiones de Pars, recogiendo idnticos sus dolores, sus indignaciones y sus estallidos neurastnicos.

Ninguna otra experiencia se acepta; ningn otro testimonio de sabidura cvica o de desinters humano se coloca a esa altura excelsa.

Slo en un rumbo estn puestas las ardientes afecciones intelectuales y slo de ese rumbo se reciben los grandes consejos colectivos.

De ah que, con profunda sinceridad creyente, se repita en Amrica la frase, conocida, de que todo hombre libre tiene dos patrias: la propia y Francia.

Se presta verdad inconcusa a este concepto avanzado, falso como todas las afirmaciones incompletas, olvidando que el bien universal es obra de la comunidad de poderosos esfuerzos distintos y que las libertades pblicas que hoy gozamos no han alcanzado su mejor cultivo en el seno de la familia latina.

Es en otras tierras y en otros climas donde han tenido maravilloso desarrollo las instituciones redentoras y nadie ignora que, si bien en otros laboratorios sociales no se ha fatigado el frontispicio de los templos y de los palacios administrativos con la divisa pompossima de "Igualdad, Libertad, Fraternidad", no por eso ha sido menos brillante la sancin prctica de esa seductora triloga.

La exactitud estricta nos ordenara dar relieve al anterior aserto, diciendo que la libertad poltica y religiosa del mundo debe, ms que a Francia, a otras naciones de evolucin externa ms regular y menos reconocida por ser ella menos turbulenta.

Pero la opinin general en Amrica del Sur no lo piensa as y hasta parecera que cada da adquiere mayor arraigo en las conciencias la devocin espiritual de los aos primeros.

Casi con temor irreverente nos atrevemos a confesar nuestra discrepancia con esa tan cerrada idolatra, en la parte que refiere al beneficio sobresaliente prestado a nuestros pueblos por el ejemplo democrtico de Francia.

Pero no es nuestra la culpa si el espectculo de otras sociedades polticas de diversa cepa y el paralelo ansioso, luego realizado, han sido causa de que se rompiera el encanto exclusivo que tambin hemos compartido. Estas pginas modestas brotan bajo la inspiracin de ese criterio, casi cismtico entre nosotros.

Lejos de nuestra mente el propsito de someter a anlisis el significado de la influencia francesa en concepto general. Ninguna opinin puede alzarse contra esa preciosa colaboracin humana y, por cierto, que merecera caer abrumado bajo el peso de su propia insensatez quien se atreviera a renegarla. No; localizando comentarios, nos limitaremos a juzgar la parto tan activa que los sucesos han dado a la Revolucin Francesa en el desarrollo de nuestros ideales cvicos y filosficos.

Habr sido ese terremoto punto de arranque de inmensos bienes para la nacin que sinti quemadas las entraas por el fuego de sus lavas furiosas. Ah no estriba la cuestin que ahora nos interesa. Nosotros slo averiguaremos si es cierto que las democracias del nuevo continente han usufructuado esa cosecha de redenciones, tanto como el homenaje corriente lo repite en todos los tonos. Encararemos el drama de 1789 en sus conexiones con este hemisferio, para llegar a la conclusin, despus de una larga jornada, de que muchos de nuestros defectos de origen y de tendencia han sido exaltados por la interpretacin frentica de aquel otro frenes.

Demasiada crueldad se pone en el juicio, tambin generalizado, que atribuye a la madre patria la responsabilidad original de nuestras grandes cadas institucionales. Mucha parte de ese reproche, aunque l sea amargo, debemos volverla contra nosotros mismos que, ofuscados por la conquista de la independencia territorial, nos lanzamos en la infancia libre a las ms descabelladas especulaciones filosficas, persistiendo, todava, a pesar de los golpes sufridos, en los mismos excesos doctrinarios que han sido causa de nuestro desastre republicano.

Acentuando nuestras deficiencias orgnicas, han sido las ideas absolutas de la Revolucin Francesa, sus fanatismos demoledores, sus quimeras y sus propsitos abstractos de fraternidad universal y de derechos ilimitados, los factores morales indirectos de nuestra anarqua endmica, que ahora empieza a batirse en retirada.

As, crudo y contradictorio con arraigados preconceptos, se yergue el comentario cuando, sustrayndose a los convencionalismos escritos, se aproxima el pensamiento al fondo mismo de las cosas y se tiene la lealtad preliminar de reconocer que los pueblos de Amrica del Sur, ajenos a la verdad del sufragio y al ejercicio elemental de la soberana, poseen de la libertad, ms las vibraciones engaadoras de tan dulce palabra, que la verdad positiva de sus beneficios.

La interpretacin sofstica de la Revolucin Francesa y de sus consecuencias externas, as como un exagerado afn imitativo, sin consultar circunstancias ni las conveniencias propias, han sido causa de que permaneciera disimulada en nuestro continente esa derrota de las ms generosas aspiraciones comunes.

Pero lo extraordinario es que se cierre los ojos a esa evidencia cuando hubiera sido obra de milagro el xito social de los ideales delirantes de 1789 en el seno de cuerpos polticos extraos a las virtudes de las instituciones libres.

Todo estaba por hacerse en Amrica cuando la emancipacin se cruz en su camino. La definicin del coloniaje la da el letargo. Los siglos de estancamiento slo sirvieron para afirmar el cimiento grantico de las costumbres heredadas. Sin comercio, o haciendo de su ejercicio delito de contrabandistas; sin libros y concibiendo a la letra de molde como vehculo de disolucin moral; sin mejoras en el orden establecido, porque atreverse a corregir las deficiencias iniciales importaba delito de lesa fidelidad a la monarqua tutora, pero, en cambio, con esclavos, con ensayos inquisitoriales, aunque tmidos, con inmigraciones africanas y con ajustada red de alentados y de despojos. Arriba, el fanatismo de la autoridad indiscutida; abajo, el fanatismo de la sumisin. Falta agregar el contingente de una creencia religiosa ultra, tan exclusiva como sincera, que slo comprenda como legtimo el imperio de las intolerancias.

A justo ttulo se ha alabado el matiz popular de los Cabildos; pero, cunta diferencia media entre esos raros sntomas de representacin vecinal, enfrascada en la tiesura de ceremoniales anticuados y extraos, en el hecho, a las tibiezas de la intervencin popular, y el funcionamiento, en otros escenarios, de las comunas que son algo as como clulas preciosas donde se elabora la salud de los pueblos y la miel de sus ms hermosos derechos!

Ni siquiera exista materia prima propicia a los afanes superiores del artfice. Ni el indio, corajudo y resignado, pero inepto, por lo mismo, para las agitaciones ansiosas del civismo; ni el negro, importado como ser inferior, a pretexto de sustituirlo al aborigen en el envilecimiento del yugo; ni el aventurero ibrico, temerario, desordenado y de escasos escrpulos, tan pocos como exige la ambicin arrebatada, ofrecan elementos felices para fundir, de golpe, bronce de ciudadanos.

Como los individuos, las razas obedecen al determinismo de su origen. Sus cualidades y sus virtudes las transmite el pasado: las corrientes de la sangre, al igual del agua de los ros, ofrecen el sabor caracterstico de los terrenos que ellas han atravesado. Cumpliendo esa ley, el producto sudamericano de las horas independientes pronto revel, en la accin, el timbre de sus imperfecciones tnicas.

La montaa de arbitrariedades y de rancios prejuicios, que ocupaba la espalda, slo poda dar vertiente a las pasiones y al clamor de los excesos y de la fuerza.

Por eso bulle en el alma hervor de protesta cuando la demagogia intelectual, repudiando, arbitraria, todas las atenuaciones de fondo admitidas por la filosofa de la historia, en sus considerndoos, pide castigo de hoguera para los protagonistas en el drama, todava abierto, de las guerras civiles sudamericanas y de la organizacin nacional.

Slo la tradicin bblica concibe sin madre, sin gesto de atrs, al primer hombre creado, pero, por virtud milagrosa, dicen sus libros; y slo refirindose a ese Adn pudo Miguel ngel suprimir, en su estatuaria, todo rastro umbilical.

Pero las sociedades del Nuevo Mundo, hijas legtimas de su medio ambiente y del cruce de enmaraados antecesores, llevan en su conducta el sello inextinguible de su filiacin. De ah que no hayamos podido ser mejores de lo que venimos siendo.

Por desventura las circunstancias, en vez de oponer freno a ese fatalismo irregular, le abrieron dilatada cancha. Antes de tiempo, todava en perodo intrauterino, fuimos llamados a cumplir delicados deberes de autonoma.

Eramos el desierto inmenso, oscuro, sin vas de contacto, apenas ribeteado de civilizacin en los litorales, y una maana inopinada ese desierto y esas poblaciones supieron que el destino los llamaba a una figuracin enrgica. Por singular eslabonamiento de las cosas el despotismo napolenico engendr la emancipacin de un continente.

Llamados a la dura brega sin conocer a ciencia cierta los derechos que defendan; mentores de un dogma de soberana slo prestigiado por el eco de exticas leyendas, los americanos fueron, sin embargo, tan bravos en su sacrificio inmortal que merecieron ser libres y ellos mismos se creyeron capaces de serlo.

Con hilo de hazaas cosieron los colores de sus banderas y, si la justicia tuviera la aptitud mgica de cegar lagunas y de pulir defectos, desde sus primeros ensayos habra obtenido nuestra raza ancho lote de libertad.

Pero las ineptitudes para el gobierno propio eran de orden fundamental. Quisimos leer antes de saber deletrear. Laurearnos de acadmicos sin cursar bachillerato de democracia. Instigados por ese empeo, la plyade de hombres ilustres que formaban al frente de la milicia indgena liberada, anhelaron para los suyos las ms preciadas vendimias de la ajena sabidura. Entonces se lanzan, con gesto iluminado, a la pesquisa de los sistemas ms infalibles de felicidad doctrinaria y, en ese propsito, se agitan, sin descansar, audaces y generosos, porque, cuando la idea alta lo trabaja, el espritu entra en celo, afiebrado como la tierra que germina.

Por esa poca la propaganda gloriosa de la filosofa ya haba conmovido los cimientos feudales de Europa. Estaban en auge los dogmas revolucionarios de Rousseau. Qu inversin tan colosal en el curso de las ideas universales! Con tradiciones, reyecas, privilegios, experiencias y aristocracias se hizo un gigantesco hacinamiento de combustibles. El principio revelado de la soberana del pueblo dio la seal del incendio. La moda intelectual ordenaba tener por mal construida a la sociedad existente, que levantaba sus paredes maestras sobre cimientos de opresin. Las agrupaciones humanas no deban reconocer otro origen que el mutuo consentimiento entre sus componentes: las maravillas espontneas del Contrato Social! Tan cientficos consideraron los contemporneos estos asertos, que corriendo el tiempo seran esgrimidos por la guillotina en funcin, que hasta la nobleza, entonces clase privilegiada, se rindi a la atraccin equitativa, casi piadosa, de los nuevos postulados. Todava el ariete no hera la carne viva y se ignoraban los arcanos del porvenir. Con nimo sonriente se concedi la razn terica al reformador ginebrino, al extremo de desearse la regresin al estado de naturaleza, que devolvera a la humanidad dolorida toda la ventura despilfarrada en erradas organizaciones.

Muy lejos de la religiosidad de los libros sagrados, partiendo de sus antpodas, se llegaba a otorgar veracidad filosfica al ensueo de las dichas paradisacas, interrumpidas por la cada del pecado original.

Los rumbos de la educacin sufrieron un vuelco y las pginas extraordinarias del Emilio indicaron las rutas prcticas del flamante credo, contradictorio con todo lo existente.

En 1789 hicieron crisis esos colosales sofismas. Fue aquello un cuadro de Rembrandt: iluminada la profundidad oscura de la tela por magistral pincelada de luz.

En el despeadero de la hecatombe ondea el principio de la soberana del pueblo, arrancado palpitante, por Juan Jacobo, del mrmol de las edades; importando poco a la humanidad heredera que fuese equivocada la procedencia atribuida.

Ahora bien, las repblicas sudamericanas empezaron a vivir a raz de ese cataclismo mundial, cuando estaba llena la atmsfera de sus acres olores. Nada ms explicable que el entregamiento ingenuo, rendido, total, a la declamacin jacobina, protegida en sus desvaros por los nombres augustos de Montesquieu, de Rousseau, de Voltaire, de Diderot, y tambin de Malcshcrbcs y Condorect, que nadie tena apuro en recordar obligados a la inmolacin miserable por sus propios discpulos.

No caba momento ms oportuno para intentar la realizacin de los apotegmas redentores soados por el Vicario Saboyardo. Magnfico liinpo de experimentacin el ofrecido por un continente entero a las teoras en boga! Poda pedirse mejor arcilla para el ensayo idealista que una masa de hombres extraos a la costra secular de la monarqua europea, sin tendencias polticas definidas, sin cristalizacin volcnica, ms bien unidos que separados por sus fronteras, dibujadas por la inmensidad de las selvas, y hurfanos hasta de la instruccin elemental, alimenta prejuicios y rencores localistas?

El autor de la tesis anrquica nunca pudo soar tan esplndido homenaje. Las pginas de libros clebres sudaron frmulas de gobierno para Amrica, que se prest muda al sacrificio, tal vez con la resignacin de la inconsciencia. Se pens que basta a los afanes su nobleza para que ellos echen rama.

La historia da fe del resultado de tan pasmosa tentativa terica.

II

antecedentes coloniales

Para acentuar el concepto sensato, evoquemos la transicin libre de las colonias norteamericanas. Ellas ofrecen el reverso de la medalla.

Espaa haba querido convertir a medio hemisferio en un Escorial, lapidar sus energas vitales, tapiarlo, levantar empalizadas en la lnea de su horizonte, cerrarlo, a cal y cantona la vacuna de todos los intercambios.

Inglaterra toler el desenvolvimiento natural de la parte del mundo elegida por sus vasallos para edificar su dicha. Esa condescendencia no tuvo siempre el mrito de la espontaneidad y, ms de una vez, la celosa metrpoli quiso detenerla evolucin autonmica de su prole ultramarina. Pero algunas reacciones autoritarias de ese gnero desaparecen, perdidas, en el torrente triunfal de aquella emancipacin en marcha.

Es comn en los historiadores colocar en oposicin el tipo de esas dos colonizaciones y, lanzados en el declive de la prueba antagnica, cargar las tintas en el elogio de una y en el proceso de la otra. As, frente al conquistador ibrico, atributado, en exceso, con cualidades rapaces y sanguinarias -que no fueron ciertas en muchos casos- se bosqueja siempre la silueta del proscrito puritano que, abrazado al evangelio y a su derecho, lleg nufrago, pero ms altivo que su monarca, a las remotas playas del norte. As, la sed del oro, que alent la ambicin de casi todos los exploradores del sur, ha sido marcada con reprobaciones a fuego, con

injusto olvido del atraso de los tiempos. As, se flagela, sin piedad, en nombre de la moderna tolerancia, a a intolerancia religiosa de la conquista. As, se extrema el reproche merecido por la legalizacin de la trata de negros y por el exterminio tenaz de los indgenas, reproche cxtcnsiblc al funesto rgimen econmico de la metrpoli.

Todo eso es exacto; pero no es del lodo exacto suponer a las colonias inglesas ajenas a idnticas imperfecciones.

Segn la ley de Massachusetts, "quien, gozando de buena salud y sin razn suficiente, omita, durante tres meses, rendir a Dios un culto pblico, ser condenado a diez chelines de mulla". Media diferencia entre esc castigo a la incredulidad y los excesos que han visto otros ambientes; pero el mismo error vibra ah.

Dice Tocqucville: "Virginia recibi a la primera colonia inglesa. Los inmigrantes llegaron en 1607. En esa poca Europa estaba todava singularmente dominada por la creencia de que las minas de oro y de plata fundan la riqueza de los pueblos, idea funesta que ms ha empobrecido a las naciones europeas que las aceptaron y destruido ms hombres en Amrica que la guerra y todas las malas leyes juntas. Fueron, pues, buscadores de oro los que se enviaron a Virginia; gente sin recurso y sin conducta, cuyo espritu inquieto y turbulento mortific la infancia de la colonia e hizo inciertos sus progresos. Enseguida llegaron los industriales y cultivadores, raza ms moral y ms tranquila, pero que no exceda, por ningn motivo, al nivel de las clases inferiores de Inglaterra. Ningn noble pensamiento, ninguna combinacin inmaterial presidi a la fundacin de los nuevos establecimientos. Apenas creada la colonia se introdujo en ella la esclavitud. Este fue el hecho capital que deba ejercer una inmensa Influencia sobre el carcter, las leyes y el porvenir todo entero del Sur",

En cuanto al concepto restringido del comercio, inspirado por un engao semejante al que haca mgico el metal precioso y desdeables las riquezas de la tierra, no era patrimonial de nuestra metrpoli, Tambin Inglaterra le dio curs legal y, aun despus de las sonadas revelaciones econmicas de Adam Smith, que rectificaron rumbos, se continu exigiendo el monopolio de la produccin transatlntica.

Pero resta decir, para no extraviar las opiniones, que si el gobierno ingls, dueo de los mares y de una poderosa marina mercante, poda permitirse el lujo deesas aberraciones -pues de todos modos el desahogo productor de las colonias estaba en sus playas-, el gobierno espaol, sin buques y con su bandera perseguida por todos los corsarios, moroso hasta para jxmer en el istmo los galeones semestrales, abastecedores de todo un mundo, no estaba en condiciones de incurrir, sin enorme perjuicio, en esos extravos de la poca.

Por otra parte, la crueldad de los invasores la conocieron todos los aborgenes de este hemisferio. Esta certidumbre la abonan las crnicas viejas.

A ese respecto leemos lo siguiente: "Los indios recorran, desde siglos, las soledades. Ellos podan considerarse como los propietarios del suelo. Los blancos se haban credo con el derecho de desposeerlos por la violencia. Los espaoles no conocieron otra prctica. Los puritanos ingleses la haban adoptado y, viviendo en una guerra continua con los indgenas, comprometieron a su religin en ms de un acto de prfida barbarie".

No procedieron as, dgase en su honor, aquellos cuqueros admirables, que slo aspiraban a obtener la libertad interior y a respetar en los dems ese sagrado.

Responden estas observaciones, que formulamos de paso, al deseo de no aparecer en solidaridad con juicios radicales y de muy cmodo simplismo que presentan opuestas a las civilizaciones iniciales de las dos Amricas: luminosa,

impecable, all; desptica, vergonzante, como flor de ignominia, aqu. Cada cuerpo dibuja su sombra; pero nunca con esa intensidad.

Acaba de decir en la Sorbona un reputado escritor americano: "Jams la intolerancia religiosa y las diferencias sociales han sido ms exageradas que en la Nueva Inglaterra y en Virginia. En as colonias del centro, como Nueva York, Pensilvania y Delaware, donde la proporcin de colonos de Holanda, de Francia y de Alemania era mucho mayor, prevaleca un espritu mucho ms tolerante y ms liberal. Pero, con todo, es necesario reconocer que, al principio, en ninguna parte de Amrica el espritu de confianza en s mismo fue realmente unido a ese complemento necesario: el espritu de equidad".

La homogeneidad de la colonizacin en el norte, destruida por perniciosos mestizajes en el sur, fue, desde luego, una slida garanta de xito social, fortificada por el individualismo sajn, fundador de la fuerza de las unidades, primero, de la familia, ms tarde, y de los gobiernos, despus. Puritano o descredo, capitalista o desamparado, de clase elevada o de baja extraccin, todos los hijos de la vieja Inglaterra y de la ejemplar Holanda, trasplantados al pas virgen, traan en el alma un tesoro inagotable: la voluntad frrea de bastarse a s mismos.

Para nada intervinieron en su odisea las administraciones centrales, a no ser en el otorgamiento de cartas de dominio regional.

Esos subditos emigraron para no volver y tan as lo cumplieron que hubo poca en que hasta de ellos se perdi memoria.

Por eso no sorprende, es derivacin lgica, el pacto sobre libertad de comercio y derecho de votar los impuestos propios, sellado, casi de potencia a potencia, entro la colonia y Cromwell.

En este sentido s que se ahonda la diferencia de orgenes polticos entre unas y otras sociedades del continente!

Conociendo el tan divergente punto de arranque no se concibo a los vecinos de Boston atados al capricho inapelable del soberano y buscando la frmula de su prosperidad en la orilla del Tmesis, como tampoco Alcanza el pensamiento, a los pobladores de nuestro escenario, bosque- la vida propia con prescindencia de la corte de Madrid. Procedentes 11 absurdos, los mismos ttulos, las mismas ordenanzas rigieron en la gran casa matriz y en la sucursal inmensa. Todas las ideas de la monarqua seora y del vasallo, sometido de rodillas, estaban en el mismo meridiano.

Purgaron con su vida la rebelin contra esta regla de monasterio poltico los heroicos comuneros del Paraguay y Tupac-Amar.

Esas dos conductas metropolitanas corresponden a la idiosincrasia lpica de Espaa y de Inglaterra. El britano nace sabiendo que no hay poder sobre la tierra superior a la autonoma de su conciencia; que la realeza merece su respeto mientras ella no intente atacar el fuero privado de sus gobernados; que la inviolabilidad de, su domicilio, aunque ese domicilio sea una choza, vale por la de cualquier palacio ducal.

Para el hispano todas estas afirmaciones, que consolidan la libertad de los pueblos desde el momento que la tutelan en sus individuos, valdran tanto como una sublevacin; y, aun en el caso de que la letra escrita de los cdigos lo autorizara, es tal el hbito del sometimiento que, por costumbre, nadie se escudara en ellas para resistir al avance atentatorio de la autoridad.

Mal puede parecer excesivo este criterio a los sudamericanos cuando, corridos siglos, todava los comisarios dispensan derechos a los habitantes de las campaas, en las ciudades se reputa desafo desobedecer a una citacin ilegal de la polica y los presidentes reciben, sin pedirlo y por lo comn sin merecerlo en algo, el homenaje de las abdicaciones cortesanas.

Sin embargo, en abono elocuente de lo poco que aprovechan los sacrificios sinceros, cuando mal dirigidos, conviene notar que, a pesar de haber sido ingentes los caudales de energa noble aportados por Espaa B la elaboracin honrada de nuestros destinos, Inglaterra, que hizo mucho menos por su descendencia nmada, recogi muy superior, esplndida cosecha de satisfacciones morales.

Pocas veces se hace acto de justicia estricta reconociendo que la metrpoli, a la vez de darnos todos sus defectos bien cultivados por nosotros nos entreg tambin la esencia de sus ms elevados propsitos.

Absurdo fue su programa econmico; absurdos sus afanes celosos de cerramos al contacto exterior, no bastndole la cinta de castidad remachada por las nativas soledades; absurdo el empeo pueril de conservar, por siempre, una dominacin negatoria de todas las fuerzas naturales. Pero ese extravo de orientacin slo quita brillo fecundo a la obra mal emplazada, sin reducir la abnegacin valerosa, estril, si se quiere, de la maternidad que se sec los pechos creyendo alimentar al fruto de su vientre.

Tal vez sea ste el aspecto ms doloroso de la conquista espaola. Ninguna tristeza ms lacerante que la de acusar el volumen extraordinario del esfuerzo puesto en una empresa nula. Qu despilfarro intil de audacias, de dineros, de hombres, de leyes y de autoritarismos!

Por si hubiramos olvidado la visin de ese drama antiguo, donde sbditos y seores salen derrotados de la justa, vencidos por el mismo error el despotismo y la libertad, el mar de Mxico nos ofrece el espectculo de una isla que ha sido teatro del ltimo episodio de la porfiada equivocacin. Y el progreso, que no entiende de sentimentalismos, ha castigado la tenacidad, ya insensata, en la falta del poseedor empotrado en prejuicios de piedra, por manos de aquellos otros colonos desdeables de los siglos oscuros.

Todava ms. Si no creyramos expresivo tan duro y aleccionador testimonio, volvamos la cara al reciente pasado, a la misma actualidad sudamericana, y en las acciones y reacciones de nuestro ser social, en el exceso de mando ilegtimo y en las violencias irregulares del ideal en marcha, que no atina a cristalizar en la paz, porque aqu la paz no se cimenta en la libertad verdadera, en esas acciones y reacciones encontraremos el linaje de los viejos errores de la madre patria.

Espaa hizo a Amrica del Sur a su imagen, es decir, unitaria en todos sus servicios pblicos y tambin en sus ideas. El rey, por intermedio del Consejo de Indias y de la Casa de Contratacin de Sevilla, ejerca dominio paternal sobre inmensos dominios, mal conocidos, resolviendo por expediente lodos los asuntos, aun los secundarios, surgidos en lejansimas tierras. El resorte comunal, la entidad ciudadano, no ocupaba sitio eficiente en esa organizacin hermtica y del ms perfeccionado centralismo.

Inglaterra tambin fundi a Amrica del Norte dentro del molde nacional dndole, por tanto, la naturalidad y la soltura de sus hbitos polticos. Su monarca no aspir jams a monopolizar, como seor absoluto, la vida interior de sus nuevos Estados y a imponer en ellos su veredicto inapelable, por la sencilla razn de no caber esta tentacin en un cerebro ingls. Tan caprichosa injerencia hubiera sido inconcebible en ceno de la sociedad humana que mejor ha honrado las instituciones Ubres y que rinde culto de emblema a la autonoma municipal.

Entraas de esa diversidad deban, por fuerza lgica, producir frutos Opuestos. Mientras el retoo sajn crecera fiel a su tradicin, en la practica saludable del derecho, sin dudar que en su persona y no en el pas de origen resida la suerte de la propia voluntad, soberana, el retoo latino solo comprendi ese mismo derecho como una concesin bondadosa del jefe semi-divino de la gran mquina colonial y nunca pudo, ni supo, poner en actividad ese criterio -su sufragio-privado de la ocasin de ejercitarlo.

Por entendido que el primer tipo de la apuntada cultura llevara, por suave derivacin, al rgimen republicano, existente mucho antes de pasar por el sacramento de su bautismo.

Tampoco sorprende que el segundo ensayo haya sido escuela de despotismo, necesitndose dar arriesgado salto en las tinieblas para obtener de la democracia slo su denominacin.

Enamorada de su engendro contra natura, Espaa se agot en el afn imposible de detener la evolucin de un mundo, afn tan insensato como el de prohibir al rbol su desarrollo aprisionando con hierros su corteza.

En cambio Inglaterra, sin incurrir en sacrificios mayores, que nadie le exiga, asisti a la ascensin victoriosa de sus colonias enriquecindose con su independencia. Una metrpoli quiso remontar la corriente irresistible y todo lo perdi en la demanda quimrica. La otra acat las leyes de la vida y fue honrada por sus hijos. Esta emancipacin se seala como un simple suceso complementario.

En efecto, las colonias norteamericanas posean todos los atributos libres cuando pensaron en declararse automticas; y el mismo pretexto ocasional de esa revolucin -una contienda tributaria- acredita el perfeccionamiento democrtico del medio social.

"Nuestra revolucin, hablando filosficamente y con exactitud, no fue lo que se llama una revolucin. Fue una resistencia. No se trataba de conquistar derechos nuevos; pero s de defender los antiguos. Las reivindicaciones de Washington, Adams, Franklin, Jefferson, Jay, Schuyler, Witherspoon y sus colaboradores, se referan a ciertas libertades dentro de cuyo concepto los reyes de Inglaterra haban establecido las colonias y que el parlamento se esforzaba en arrebatar. Esas libertades, opinaban los americanos, les pertenecan, no solamente por derecho natural, sino tambin por derecho de tradicin".

Para M. Ribot, "la Amrica goza la suerte de no haber tenido revolucin, porque la revolucin de 1776, hecha en nombre de la independencia d las colonias, no ha sido una ruptura con el pasado".

En opinin de Tocqucville, "resulta de todos estos documentos que los principios de gobierno representativo y las formas exteriores de la libertad poltica fueron introducidos en todas las colonias desde su nacimiento. Esos principios haban recibido ms grande desarrollo al norte que al sur, pero existan en todas partes".

Cmo temer, por otra parte, de la aptitud republicana de una sociedad que ostentaba, orgullosa, entre sus costumbres capitalizadas, la libertad de reunin, de asociacin, de cultos, de prensa, el jurado, la inviolabilidad del domicilio y el sagrado de la propiedad?

Ni aun al presente goza Amrica del Sur de ese lote ntegro y efectivo de bienes pblicos y cuntas veces no se ve en su seno esgrimir el sofisma atroz para torturar a la hoja suelta, hostilizar el ejercicio religioso, coartar las asambleas ciudadanas antipticas al sumo Poder Ejecutivo, desconocer el escudo domicilial y herir el solar del adversario con leyes de confiscacin, negativas de todo principio honorable!

Es curioso comprobar que ya en 1623 los vecinos de Virginia, colonia muy posterior en origen a las similares de nuestro continente, le declaraban al rey, en un memorial, que preferan ser ahorcados antes de tolerar a gobernadores arbitrarios.

Pero mayor precocidad consciente seala el derecho reclamado del rey y obtenido, por ese ncleo inicial de mil individuos, de elegir su asamblea legislativa.

De la manera siguiente calific Franklin ese admirable temperamento individualista, cvico: "Tengo alguna fortuna en Amrica; yo gastara con gusto diecinueve chelines de cada libra para defender el derecho de dar o rehusar el olio cheln, y, despus de lodo, si yo no puedo defender ese derecho, s puedo retirarme alegremente con mi familia a los libres bosques de Amrica, que ofrecen libertad y subsistencia a todo hombre capaz de encebar un anzuelo o de disparar un fusil".

En 1621 los holandeses de Nueva msterdam fundan la primera escuela; en 1636 Boston los imita con la tan celebre universidad de Harvard y con el primer diario, en 1704; en 1731 ese Franklin, sin paralelo, llena de luces, con sus iniciativas, a la docta Filadelfia.

Sobre semejante yunque se forja el alma de las naciones elegidas y nada debe sorprender que ciudadanos salidos de esa fragua fueran celosos de sus derechos hasta el punto de rebelarse los miembros de algunas comunas de Long-Island contra un pequeo impuesto, creado con el fin de pagar la construccin de los fuertes de Nueva York, a ttulo de que tal gravamen no tena sancin popular. As definieron ellos la divisa de su ideal democrtico: "Sin diputados no hay impuestos".

Aos ms tarde se manifestaba, en un petitorio al duque de York, que era "un intolerable abuso" la demora en otorgar la constitucin de asambleas delegadas del pueblo.

En 1693, casi un siglo antes de la independencia, el gobernador de Nueva York escriba a su jefe metropolitano: "Las leyes de Inglaterra no tienen ningn efecto en esta colonia; ella pretende ser un estado libre.

Las colonias acuaban monedas, sancionaban leyes y constituciones, levantaban milicias, construan caminos, fundaban escuelas y universidades, decretaban impuestos, desarrollaban el comercio y, esto ltimo, no sin violar o eludir, en ancho concepto, las leyes martimas de Inglaterra".

No vacilamos en decorar nuestros prrafos con opiniones corroborantes en virtud de que no tenemos la pretensin absurda de sustituir nuestros asertos a los muy autorizados asertos de los maestros. Cabe tambin decir que estos comentarios no nos separan del fondo del asunto porque, realzando el timbre republicano de las colonias inglesas, que practicaban la libertad verdadera, sin pagarse de pragmticas y de huecos formulismos, y colocando, luego, a su frente a las naciones de Amrica del Sur, lanzadas todava ms al desastre institucional por las declamaciones de la Revolucin Francesa, improcedentes en este hemisferio, nos ser dado poner en mayor transparencia el error de copia en que hemos incurrido y seguimos incurriendo, nosotros, republicanos sin repblica.

Edificado el nuevo organismo social sobre el bosquejado cimiento de derecho, su acceso a la mayora de edad no deba provocar temibles desgarros. Era una juventud en perfecta maduracin que, con paso corriente y firme, iba ensayndose en el uso de sus facultades viriles.

Por cierto que a Inglaterra, como a todas las madres, le pareci temprana la fecha en que su descendencia quiso formar hogar propio y presidir nuevas evoluciones fecundas. Pero qu fuerza de raciocinio detiene al grano que, entibiado por el sol, comienza a vivir?

Apenas emancipadas sus antiguas colonias, empez Inglaterra a ser honrada por la alta sabidura poltica de su prole.

Como que siempre haba conocido las bendiciones de la libertad, no tuvo necesidad la nueva organizacin de demoler su pasado adolescente para construir su presente autonmico; al revs de lo que ocurrira a las nacionalidades de cepa espaola, precipitadas a la renunciacin ruda y hasta exagerada de su tradicin poltica a fin de iniciar otra era con otro Estado Civil.

Nada hubo que cambiar; todo estaba hecho.

"La declaracin de la Independencia no cre y ni siquiera quiso crearun nuevo estado de cosas. Ella reconoci simplemente un estado de cosas ya existente. Ella declar que las colonias unidas son, y tienen el derecho de serlo, Estados libres e independientes".

Confirma Boutmy: "Esas colonias tenan de la corona franquicias tan extendidas que ellas renunciaron a elaborar un nuevo texto y decidieron seguir viviendo bajo sus antiguas Cartas". Pero el espritu liberal de las leyes iniciales no era suficiente para llenar las exigencias, ms complejas, del nuevo sistema poltico, comportando la coordinacin federal, por s sola, un escabroso problema. Tambin necesitaban los listados Unidos darse un dogma constitucional, en armona con esos llamantes apremios, y dibujar sus alientos de futuro.

Las impaciencias idealistas de nuestro temperamento latino, colocadas en aquellas circunstancias, se habran precipitado a la proclamacin ruidosa de las ms avanzadas doctrinas de gobierno, con descuido de las conveniencias prcticas que siempre, por fatalidad, nos parecen secundarias.

No incurrieron en este grave error los legisladores norteamericanos, a pesar de la resonancia mundial de su evolucin libre haba despertado la admiracin del mundo civilizado.

Por el contrario, ellos pusieron su mayor empeo en producir una obra legal, capaz de consultar las demandas del bien pblico sin descender a los teoricismos del ensueo; aunque poco pueden temerse semejantes excesos en el hermoso medio poltico que jams ha conocido las fiebres malsanas de la demagogia.

Ajenos a todo viento de abstraccin, sin embriaguez de ideas, preocupados de cumplir a conciencia el mandato de sus comitentes, los legisladores de la Unin slo se preocuparon de hacer una constitucin para los Estados Unidos, limitando su campo doctrinario en las propias fronteras. Cabe advertir, de paso, en abono de la fragilidad de los engendros efmeros, que los decretos universales, con intencin de redimir a la humanidad entera, emanados de la Revolucin Francesa, no han tenido las benficas proyecciones positivas del admirable cuerpo de leyes locales, pero de sabidura perdurable, consagrado, con gesto maduro, por los representantes de una soberana que no se manch con crmenes ni despotismos.

El resultado de aquella labor legislativa fue slido y de eficaz aplicacin nacional. En las peripecias de su campaa armada para llegar a la definitiva liberacin, los norteamericanos haban podido ver de cerca, en la tela de los hechos, los inconvenientes secundarios de su organizacin poltica y las fricciones provocadas por el juego de las diversas instituciones pblicas. De ah que su mayor empeo fuera ponerse en guardia contra las llamadas enfermedades del gobierno representativo. Cortar las alas a ciertos mpetus anrquicos en germen; tutelar la libertad, amenazada por el unitarismo doctrinario; poner a cubierto de absorciones futuras la autonoma de los Estados y de los municipios, que la justa cavilosidad federal crea amagada por la fuerza del poder central.

Al conjuro de esa atinada prudencia naci la Constitucin de los Estados Unidos, sobria, clarsima, restringida y remachada con creaciones originales, tales como la Corte Suprema, habilitada para dirimir diferencias entre los ncleos confederados en los puntos de su texto que ofrecieran sombra de eventuales conflictos internos.

En ese cordn sanitario opuesto al abuso de la libertad estriba el mrito excepcional de la mencionada carta.

"A juzgar por una primera impresin, la Constitucin federal podra ser definida como la organizacin la menos democrtica posible de una democracia. Recurdese que su texto haba sido redactado en medio de desrdenes y de violencias que pusieron en peligro los resultados de la guerra de la Independencia. El pesimismo haba dominado a ms de un antiguo apologista del rgimen popular. Se dira que los constituyentes americanos tomaron lo menos que pudieron de ese rgimen; ellos toleraron aquello que les impona el estado de una nacin en la cual lidiaban los elementos histricos, econmicos y sociales que forman la Sustancia de la aristocracia y de la monarqua. La democracia fue all, ms o menos, lo peor que pudo suceder. Se la encuentra en la base de la Constitucin, porque en ese nivel no haba otro suelo consistente donde poder asentar el edificio. Pero toda la superestructura, si as puedo hablar, lleva el sello de la tendencia la ms extraamente antidemocrtica que jams haya inspirado a una asamblea constituyente".

En opinin de Sumner Maine, esta vigilante actitud represiva descubre el secreto del xito libre de los Estados Unidos, debido, insiste, a "la hbil aplicacin de freno a los Impulsos populares".

Nada ms distante, pues, del concepto latino sobre la democracia que el carcter de las instituciones de esc gnero en la Unin. El inters comn llev a la confederacin, pero con la firmsima y no desmentida voluntad de las partes de sufrir el menor cercenamiento posible en sus fueros locales.

"Considrese la estructura poltica de la nacin. Ella es muy original. Cada Estado de la Unin tiene su existencia distinta, su personalidad, su autonoma, que guarda con celoso cuidado. Massachuselts, New York, Virginia. Ilinois, Texas, California, todos, hasta los ms pequeos, como Rhode Island y Maryland, son entidades polticas tan reales, tan conscientes de su propia existencia como la misma Unin de que forman parte. Ellos tienensus leyes, sus tribunales, sus impuestos regionales, su bandera, su milicia, sus escuelas y universidades".

De manera que el anhelo legislativo en vista fue, sobre todo, defender la libertad de los Estados como cuerpos, como ncleos de individuos de fisonoma colectiva determinada, con preferencia al individuo en s mismo, ya garantido en el uso de su libertad por rganos fundamentales aceptados desde los orgenes. .

"La Unin jams ha cesado de ser concebida, por la inmensa mayora de la Convencin, como un pueblo de Estados ms que como un pueblo de individuos. El individuo estaba, por as decirlo, fuera de la cuestin. Los derechos del hombre y del ciudadano, fundamento del rgimen democrtico, no entraban en la ecuacin que la Convencin se propona resolver. Las dos nicas incgnitas que ella buscaba resolver eran la parte referente a las autoridades municipales de los Estados y la parte referente a la autoridad federal".

La composicin del Senado, sus facultades y el mtodo de su eleccin a dos grados, responde a la misma defensiva temerosa, as como tambin el nmero de senadores, igual para todos los Estados, grandes o pequeos, sin consultar la poblacin, ni la importancia de cada uno.

Idntico caso conservador se da en la eleccin de presidente, no venciendo quien obtiene la mayora de la opinin nacional lo que sera ms fidedigno pero s quien alcanza la mayora de los sufragios de los Estados, pesando por igual los delegados de New York, con su capital millonaria, como los del ms desploblado Estado del Far West.

Pero se acenta ms el significado a antidemocrtico de la Constitucin de los Estados Unidos apreciando, un instante, el propsito restrictivo, autoritario, inapelable, a que respondi la adjudicacin de poderes polticos dirimentes a la cabeza del Poder Judicial.

Es la apuntada una creacin propia do los norteamericanos y su valer debe medirse, descendiendo de las nubes, por sus felices resultados nacionales. Singular excepcin a la regla electiva! La Corte Suprema, extraa en su composicin a las veleidades del sufragio, integrada por funcionarios vitalicios, resuelve todas las dudas constitucionales, todos los conflictos entre los Estados; en una palabra, todas las cuestiones que afectan en lo ms hondo a la soberana americana.

El veredicto de nueve personas corta, como un sablazo, todas las diferencias, sin recibir la tortura de las abstracciones y remitindose al campo concreto de las cosas.

Veintiuna vez la Corte Suprema, que no tiene origen popular, ha anulado actos del Congreso, que representa al pueblo, y ms de doscientas ha observado la legislacin extralimitada de los Estados.

Pues la Corte Suprema, opuesta como valla a todas las anarquas, no consulta, por cierto, el teoricismo latino; pero, en cambio, y lo que vale mucho ms, responde a las exigencias organizadas de una maravillosa sociedad poltica que se ofrece como modelo, indiscutido, a la imitacin universal.

No es, a buen seguro, la Revolucin Francesa, ahogada por a espuma de sus lirismos hiperblicos, la llamada a dar semejantes soluciones de ventura pblica.

Pena grande que las naciones de Amrica del Sur persistan en abrazarse a las ideas generales que, a fuerza de mucho definir, nada definen, en vez de optar por el temperamento de las preciosas contradicciones polticas que nos ensean los maestros en el cultivo de las instituciones libres!

No conozco autonoma poltica ms llamativa que esa supremaca de una autoridad no elegida en el seno de una democracia reputada del tipo ms extremo; de una autoridad que slo se renueva de generacin en generacin en ese medio inestable, que cambia de ao en ao; de una autoridad, en fin, que podra, en rigor, Invocando un mandato moralmente caducado, perpetuar tos prejuicios de una poca cerrada y lanzar un desafo, aun en la esfera poltica, al espritu transformado de la nacin. Es sabido que el cuarto presidente de la Corle Suprema, John Marshall, estuvo treinta y cinco aos en ejercicio".

Para cerrar el cuadro de estas breves observaciones, recordaremos que el sufragio en los Estados Unidos est sujeto a severas limitaciones impuestas, a su arbitrio, por el gobierno de cada fraccin territorial.

Al respecto la constitucin slo estipula que el voto no puede ser menoscabado por razones de raza. Despus de la guerra separatista se extendi esa prerrogativa a todos los libertos que formaban en las filas polticas de sus liberadores. Pero, as que se sutur el desgarro fratricida, desapareciendo todo peligro de disolucin nacional, nada se dijo a los Estados del Sur cuando ellos impusieron barreras indirectas al gobierno de los negros, anulndolo en el hecho. "Tal es, como yo la siento, la esencia de la democracia en Amrica. Ella no consiste en una teora abstracta de sufragio universal o de infalibilidad de la mayora; porque en realidad, el sufragio universal no ha existido jams, ni existe, en los Estados Unidos. Cada Estado tiene el derecho de determinar sus propias condiciones de sufragio. Pueden exigir ttulos: un derecho basado sobre la propiedad o un derecho basado sobre la educacin. Al presente ciertos Estados los exigen. Pueden excluir a los chinos: California, Nevada y Oregn los excluyen. Pueden slo admitir a los indgenas y a los extranjeros naturalizados, como lo hacen la mayora de los Estados. Pueden tambin admitir a los extranjeros que simplemente han declarado su intencin de naturalizarse: once Estados proceden as. Pueden dar el voto slo a los hombres o acordarlo a cada ciudadano, hombre o mujer, como lo hacen Idaho, Wyoming, Colorado y Utah".

Por este ndice de legislaciones puede medirse toda la intensidad del sentido prctico que deja a cada regin resolver sus problemas internos, sin atarla al juego de una doctrina uniforme. As los Estados del Oeste encaran a su modo la cuestin china, ellos, que sienten el peso de aquella inmigracin; y guiado por idntico cono, .miento, se desenvuelve cada uno dentro de su ambiente social particularsimo.

Ninguna novedad poseen los anteriores comentarios. Con ellos slo hemos querido avivar las propias memorias del lector, para estar en latitud de reconocer, luego, en su compaa, que el pueblo de los Estados Unidos, forjado en el ejercicio verdadero de la libertad y legislador desde nii cuna, no quiso auxilio de doctrinas simples para afirmar sus destinos.

A pesar de ser el hbito democrtico una segunda naturaleza en el ciudadano norteamericano, se crey necesario defender el patrimonio comn contra posibles excesos y anarquas; y entonces, al bronce Invalorable de la educacin se le puso cimiento de granito en forma de leyes celosas y tutelares de su estabilidad.

Admirable ejemplo, nico en la historia del mundo, el presentado por la nacin que, superior a su victoria, no sufre el marco orgulloso de la vanidad y se defiende, ella misma, contra sus eventuales delirios demaggicos!

Ha corrido casi siglo y medio desde esa primavera independiente y ah contina decretando xitos y felicidad pblica la carta fundamental de la lejana juventud.

La constitucin hija va en camino de ampliar el elogio tributado por Mme. de Stal a la constitucin madre, la inglesa, definida por la gran escritora como "el ms hermoso monumento de grandeza moral de Europa".

III

un plagio pernicioso

Comprese aquella prudencia preventiva con la temeridad sudamericana idntico caso.

Mientras la colonia britnica, familiarizada con las instituciones libres, se afana en restringir el radio democrtico, al extremo de que algn autor se pregunta a qu captulo de su legislacin lo confina, la colonia espaola, ajena en absoluto al aprendizaje de la independencia, slo acierta a vestirse con las ms avanzadas teoras, sin detenerse a meditar sobre la oportunidad de esa improcedente indumentaria.

En proporcin a la arrogancia del mpetu ha sido la cada!

Pero tan purgado desvaro tiene la triste explicacin que prestan a todas las catstrofes sus mismos antecedentes. Amrica del Sur no estaba preparada para el desposorio republicano nadie lo ignora cuando el destino lo quiso as. El imperio de sucesos exteriores precipit el desprendimiento de Espaa. En la primera jornada de lucha, a brazo partido, heroica, se disimularon, con abundante contingente de sacrificios, las imperfecciones polticas del medio social. Pero el da en que fue sellada la independencia, en la segunda jornada, adquirieron aquellas imperfecciones, que eran fundamentales, su natural transparencia.

Despus de combatir haba que organizar, que dirigir, que pensar. Concebible coronar la luminosa tarea sin levadura de pueblo? Porque el pueblo efectivo, hbil, capaz de derechos y de deberes republicanos, era una metfora en nuestro continente.

Suprema injusticia fuera procesar por sus derrotas a nuestras muchedumbres turbulentas!

Lo extraordinario hubiera sido que de su seno, oscuro y amorfo, brotara en seguida la luz.

Todava bajo el ardor de la dura brega, rencorosos para el pasado ibrico que, negativo de la vida, no haba labrado hondos amores, nuestros padres se entregaron ciegos, seducidos, deslumbrados, a los dogmas delirantes de la Revolucin Francesa.

"Tener siempre en el pensamiento las santas escrituras de los apstoles franceses fue en las primeras dcadas de nuestra revolucin, la preocupacin de los raros tcnicos y especialistas de derecho que las conocan por lecturas de ocasin. Aspiraban entonces a legislar sin violar los principios del Pacto Social, para erigir con l barreras insalvables al analfabetismo nacional, a la incapacidad del indgena y del mestizo para el gobierno representativo y a la barbarie de Quiroga o de !barra y a la gauchocracia de Bustos y Lpez. Qu pensar de la eficacia de estos finos instrumentos y delicadas mallas soados por Montesquieu o Rousseau, meditando en el silencio del bosque sagrado, para trasladarlos a Sudamrica y domear con ellos la bestia anrquica?

En el ingenuo entusiasmo de la hora ellos olvidaban que no basta decirse libres para serlo, como no basta, para adquirir derechos, flamear una bandera.

Algunos patriotas eminentes propiciaron la conveniencia de una transicin suave, utilizando el intermedio de la forma monrquica; pero estos sabios consejos se perdieron en el tumulto clamoroso.

Vale la pena mencionar que, a pesar de la renegacin de la herencia espaola, ese repudio no pudo sancionarse en la prctica del gobierno, pues las costumbres, las ideas generales, las tradiciones, la creencia religiosa, los prejuicios de raza, el analfabetismo, las pasiones desordenadas quedaron en po, ms poderosos en su arraigo tnico que la soberbia de le nublo de airados decretos. Se asisti, entonces, al injerto de frmulas exticas en el rbol secular, con la agravante de abrigar los ensayistas la conviccin, muy sincera, de cumplir un cometido redentor.

De dos elementos sociales mutilados se hizo un todo, llamado al mas irremisible desastre. Porque el gobierno de los pueblos no es una ciencia exacta; su xito no se abona, como en geometra, con una democracia dibujada sobre la pizarra; por el contrario, sus formulas, despus de demostradas, exigen la sancin efectiva de la practica.

Esa prctica confirmatoria no pudo existir en Sudamrica porque su revolucin no modifico en esencia a la unidad hombre; atac la forma y no el fondo de las cosas. Libres, continuamos siendo colonos, pues no es tan fcil como se quisiera defenderse del medio y de sus influencias complejas. Suele verse a los autores de nuestra raza, despus de procesar las incurables aberraciones de la dominacin espaola y de exhibir a las poblaciones de Amrica vegetando en el desconocimiento de las ms elementales regalas pblicas, aceptar un cambio radical de decoraciones a partir de la independencia, concediendo ellos gestos de soberana avanzada a las masas informes, en su mayor parte compuestas de mestizos, que iniciaron, atnitas, sin saber cmo, un nuevo capitulo de su historia.

No; no hay benevolencia de criterio capaz de convencer de esa maravillosa transicin del frreo pupilaje a la libertad consciente. La vida de los organismos se desenvuelve como un efecto lgico, sin ngulos rectos, coordinndose los sucesos unos a otros, para engendrar nuevos sucesos, todos solidarios, ligados entre s, al igual de los puntos de una trayectoria.

Estril empeo, pues, gastar dialctica en la probanza de fulminantes capacidades cvicas que no eran posibles. Las cosechas se encargan de hacer el elogio de la semilla y ah estn de pie en el recuerdo continental los desastres del rgimen democrtico entre nosotros, ratificados todos los das por nuevas tristezas.

Claro est que a tan doloroso testimonio se contesta con socorro imaginativo y casi bendiciendo tales naufragios, por aquello de que el huracn destruye para fecundar.

Vctimas de las declamaciones de 1789, todava continuamos atados a su espritu de sofisma y rebeldes a las ms claras evidencias.

Ya, entre las luces de la aurora, Bolvar y San Martn, los dos grandes libertadores, afianzados por las ms eminentes cabezas de la poca, desesperaron de la aptitud libre de las sociedades por ellos redimidas. Acaso habran "arado en el mar'"!

No es cierto que las generaciones siguientes hayan levantado la lpida de ese descreimiento. Las instituciones republicanas no son en Sudamrica lo que se jura que sean. En los orgenes surge ms desnuda la ficcin.

Para contener el desorden popular que se bosquejaba, los organizadores de 1810 pensaron en el freno regulador de un poder fuerte y constitucional, siendo asunto secundario que ese poder llevara el nombre de monarqua; pero el calor de la reyerta y la ideologa, ya en auge, inutilizaron esa frmula de salvacin comn levantando, ante el alma ingenua de los pueblos, el fantasma del absolutismo de Fernando VII, cuando slo se quera el ensayo de un sistema de moderacin liberal.

Desautorizado por la calumnia este recurso prudente, preliminar de una repblica verdadera, qued el campo por las irreflexiones lricas. Entonces, como lo hemos dicho, se quiso y se consum el traslado ntegro, a nuestros territorios desolados, de los dogmas resplandecientes de la Revolucin Francesa, olvidando que esas adaptaciones violentas nunca reemplazarn a las fuerzas fecundas de la naturaleza, sabia y coronada trabajadora dentro de cada clima moral.

Fue ese el peor ejemplo que pudieron elegir las colonias espaolas.

Para abonarlo as dejamos correr la pluma; porque todos nuestros defectos orgnicos, en vez de encontrar correctivo, recibieron estmulo y mi ampliacin de los mismos defectos imperantes en Francia y empeorados, | intensidad, por su prestigio europeo.

Pero es del caso observar que, a no ser un mando inconmovible y de hierro, ninguna teora constitucional era capaz de apartar a los sudamericanos del abismo, cautivos ellos de su ineptitud democrtica.

Ni la sabidura concreta de las leyes sajonas habra conjurado el peligro. Bien lo abona as el quebranto poltico de Colombia, Venezuela, Mxico y Argentina, organizados bajo la forma federal.

"Los habitantes de Mxico, queriendo restablecer el sistema federativo , tomaron por modelo y copiaron, casi enteramente, la Constitucin federal de los angloamericanos, sus vecinos. Pero, al transportar la letra de la ley, ellos no pudieron transportar, al mismo tiempo, el espritu que la vivificaba. Se les vio, pues, tropezar repetidamente en los rodajes de su doble gobierno. La soberana de los Estados y la de la Unin, saliendo del i aculo que la Constitucin les haba trazado, chocaron de continuo la una con la otra. Actualmente todava Mxico es llevado, sin cesar, de la anarqua al despotismo militar y del despotismo militar a la anarqua".

Muy poderoso este comentario, porque es ingenuo crear leyes sin contar con hombres capaces de comprenderlas y cumplirlas.

"No dividimos, desde los primeros estatutos, nuestros gobiernos, en las tres ramas clsicas? Y acaso por eso alteramos el uti possidetis del poder personal y srdido del mandatario colonial, que en su integridad se trasfiere al caudillo? No nos decretamos el sistema representativo y el sufragio universal? Y acaso por eso se improvisaron capacidades que el pas no pudo crear, entre otras causas, porque ellas no encontraban elementos en su constitucin hereditaria? No dictamos leyes para asegurar la responsabilidad de los funcionarios conculcadores? Y acaso por eso se reforzaron los frenos que jams sirvieron para contener los abusos extorsiones de los gobernadores de Indias? Existe, por ventura, alguna ley que sea capaz de salvarnos de nosotros mismos?"

Por eso sera exagerado optimismo suponer que la imitacin apasionada de las instituciones norteamericanas pudo salvarnos de todas las cadas sufridas, resultando exagerado pesimismo la opinin contraria, segn la cual, a no mediar el plagio de las ideas francesas, navegaramos ya en mar manso, de derecho.

Ninguna de esas elecciones posea el secreto de la enfermedad mortal o de su curacin. En la propia carne estaba la decisin del problema. Pero, de cualquier modo, no puede dudarse que el entregamiento a los dogmas demaggicos de 1789 aument nuestros males orgnicos; siendo tambin cierto que la aproximacin al precioso concepto republicano de Estados Unidos habra atemperado el fuego de nuestros errores.

Caracterizan a nuestra raza, la arrogancia en el extravo; la preconizacin permanente de la libertad, desmentida por los hechos; el sofisma esgrimido con habilidad en todas las encrucijadas del deber, para rehuirlo; la poesa del desinters decorando a la prosa interesada; arrestos de equidad, sin perjuicio de medirla siempre con metro de vencedor; protestas de respeto a la ley, pero sin disciplina para acatarla cuando ella decide en contra; una fiebre declamatoria que descompone las mejores iniciativas, invasora, adems, del terreno privado; la malaria politiquera, en pleno desarrollo, adueada de todos los nimos y haciendo costumbre de las murmuraciones de barrio; el hbito heredado de la desobediencia en lo trivial y en lo solemne; el encarnizamiento en las pasiones; la ignorancia de las virtudes tolerantes, aunque vivamos en su incienso; el espritu leguleyo, que tranquiliza al despotismo siempre que encuentre y la encuentra! nueva frmula literaria de justificacin; y, culminando esas flaquezas, la peor de todas, o sea lo que consiste en cerrar los ojos a ese ndice adverso y creerse, por ende, en el soberano ejercicio de las calidades que le faltan.

A la Revolucin Francesa debemos el afianzamiento de esas deficiencias sociales y a Francia contempornea la continuacin de tan perniciosos extravos.

Todos nuestros tiranuelos y todas nuestras calamidades polticas organizadas, han encontrado en aquella fuente de inagotable declamacin sobre el derecho, la libertad, la soberana, la realeza, el pueblo reivindicados, la salud social, el sufragio universal, etc., formidable escudo defensivo para sus atentados.

Los jacobinos de allende el ocano, la nfima minora del pas, se apoderaron, como de bien propio, de la cosa pblica; ellos se dijeron redentores y mataron para redimir. Cada comuna de Francia tuvo su guillotina, su delegado sangriento, con facultades extraordinarias; su dueo de vidas y haciendas. Exterminar al adversario, decan, era obra santa, pues l encarnaba el error y, acaso el error no debe extirparse? Su credo fue el terrorismo, el crimen poltico justificado, qu decimos? glorificado, que tan nutridos discpulos recogera en el mundo nuevo.

Nuestros jacobinos de la primera poca no les van en zaga a sus maestros, los del extranjero. Tambin ellos se juzgaron siempre instrumentos de una misin providencial, llamados a ser salvadores de pueblos. Evocando esc lema, proclamndose rehabilitadores del derecho, ellos hicieron vilipendio de las naciones y las gobernaron como grandes estancias, "parando rodeo" a los vecindarios despavoridos. Nunca falt a su lado una hoja peridica que repitiera, con cargada fraseologa, el estribillo clsico del jacobinismo francs. Como ste, tambin tuvieron ellos sus "'sociedades restauradoras", su "guerra a muerte a los emigrados" , sus apelaciones al pueblo para "salvar a la patria en peligro", sus Dantones para contestar, con la cabeza de un rey, al reto de Europa.

Tambin Amrica del Sur ha derramado torrentes de sangre en homenaje al Contrato Social que, si en manos de los espritus sensatos fue palanca ocasional de reparacin humana, explotado por la plebe dictadora, en el seno de una nacin, sirvi de pretexto a los ms feroces atentados que registra la historia moderna.

Vase cmo aprecia Taine a los demagogos de esa adulterada doctrina de la soberana del pueblo tan mal practicada por los latinos:

"Que un especulativo, en su gabinete, haya fabricado esa teora, se comprende: el papel todo lo tolera y los hombres abstractos, los simulacros vacos, las marionetas filosficas que aqul inventa se prestan a toda combinacin. Que un manitico, en su cueva, adopte y predique esta teora, tambin se explica: l tiene la obsesin de los fantasmas, l vive fuera del mundo rea- y, por tanto, en esta democracia incesantemente sublevada l es el eterno denunciador, el provocador de toda revuelta, el instigador de todo crimen, que, bajo el nombre de 'amigo del pueblo', se convierte en arbitro de toda vida y en verdadero soberano. Que un pueblo, abrumado de impuestos, miserable, hambriento, endoctrinado por declamadores y sofistas, haya aclamado y practicado esta teora, esto todava se comprende: en el extremo sufrimiento se hace arma de todo y, para el oprimido, una doctrina es verdadera cuando ella le ayuda a sacudir a opresin. Pero que polticos, legisladores, hombres de Estado, ministros y jefes de gobierno, se hayan solidarizado con esta teora, que ellos la hayan abrazado ms estrechamente a medida que ella se haca ms destructiva, que todos los das, durante tres aos, ellos hayan visto desplomarse al orden social bajo sus golpes, pieza a pieza, y no hayan jams reconocido en ella al instrumento de tantas ruinas; que bajo las claridades de la ms desastrosa experiencia, en vez de confesar sus perjuicios, ellos hayan glorificado sus beneficios; que muchos de entre ellos, todo un partido, una asamblea casi entera, la hayan venerado como un dogma y la hayan aplicado hasta el fin con el entusiasmo y la pasin de la fe; que, empujados por ella a un corredor estrecho, cada vez ms estrecho, ellos hayan marchado siempre hacia adelante, aplastndose los unos a los otros; que llegados al fin, al templo imaginario de libertad pretendida, ellos se hayan encontrado en un matadero; que en el recinto de esta carnicera nacional ellos hayan sido, por turnos, verdugos y vctimas; que, bajo sus mximas de libertad universal y perfecta, ellos hayan instalado un despotismo digno del Dahomcy, un tribunal semejante al de la Inquisicin, hecatombes humanas parecidas a las del antiguo Mxico; que, en medio de sus prisiones y sus cadalsos, ellos no hayan jams cesado de creer en su buen derecho, en su humanidad, en su virtud, y que, en su cada, ellos se hayan considerado como mrtires; esto, ciertamente, es extrao: tal aberracin de espritu y tal exceso de orgullo no se encuentran y, para producirlo, se ha necesitado un conjunto de circunstancias que slo una vez se han reunido".

Esta soberbia y autorizada referencia condensa, de manera admirable, el juicio que comparten los pensamientos elevados.

Difundir en Amrica esa pgina de proceso vale hacer obra bu