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ASESINATO EN PALACIO
LOU CARRIGAN
CAPTULO PRIMERO
Jean Duvalier se hallaba en el bar del hotel George V, de Pars,
conversando con tres hombres, todossentados alrededor de una
mesita, cuando vio aparecer al conserje mirando a todos lados. Las
miradas deambos se cruzaron, el conserje hizo una sea discretsima,
y Duvalier asinti con la cabeza, haciendo almismo tiempo una no
menos discretsima seal de espera.
Dedic de nuevo su atencin a los tres hombres, sonriente.
Bien, supongo que estn ustedes de acuerdo, caballeros.
Los tres asintieron, y uno coment:
Sigue parecindome todo increble, pero si es una broma al menos
tiene gracia.
No es ninguna broma, y ustedes podrn comprobarlo.
Cuando menos, ser divertido coment otro.
Siempre es agradable encontrar algo nuevo dijo el tercero. La
monotona de la vida es a vecesexasperante, no estn de acuerdo?
No creo que sus vidas hayan sido demasiado montonas ri
cortsmente Duvalier, pero s lesaseguro que lo sern menos a partir
de ahora. Ha quedado todo entendido? Tienen ustedes alguna
duda?
Todo est muy claro, monsieur Duvalier.
Magnfico. Nos veremos a la hora de la partida. Y ahora, si me
disculpan, ir a atender un recado.Supongo sonri que se trata de
otra persona que desea ser invitada a palacio.
Bueno dijo el de mas edad, cuantos mas seamos ms nos
divertiremos.
Hubo sonrisas, despedidas finales, y Duvalier se puso en pie y
se acerc al conserje, que esperaba cercade la puerta del bar.
Y bien? inquiri Duvalier.
Una dama pregunta por usted, monsieur.
Una dama?se sorprendi Duvalier.
As es, monsieur. Le est esperando en el vestbulo.
Muy bien, vamos all.
Salieron del bar. Jean Duvalier se senta desconcertado. Una
dama? Bien cierto era que l no esperaba lavisita de ninguna dama,
pero si el conserje lo deca no haba ms que hablar. El hombre haba
recibidoinstrucciones muy concretas para atender a las personas que
llegaran al hotel preguntando por monsieurDuvalier.
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Ya en el vestbulo, el conserje mir hacia un grupo de butacas, y
Duvalier, siguiendo la direccin de sumirada, vio a la mujer. Estaba
sentada en una de las butacas, fumando. Se hallaba casi de espaldas
a lapuerta del bar, de modo que Duvalier no pudo ver su rostro,
salvo apenas el perfil de la frente y la nariz.Su cabellera s poda
verla perfectamente, larga y negra, suavemente ondulada. Y tan slo
viendo lacabellera Duvalier se dijo, que la mujer deba ser muy
hermosa.
Adems, vea sus piernas, cruzadas con elegante gesto. Unas
piernas perfectas, mrbidas, bien torneadas,rematadas por pequeos
pies. Se fij en los zapatos, que, como el resto de la indumentaria,
era deprimersima calidad.
S, una dama, el conserje saba distinguir, por supuesto.
Duvalier le agradeci el servicio, y se dirigi hacia la mujer,
sin dejar de observarla. Se fij en la mano quesostena el
cigarrillo, manicurada de rosa perla, en un tono, muy suave. Una
mano perfecta, bella,elegante...
Cuando lleg ante la mujer, Duvalier ya se haba preparado para
contemplar una belleza comoseguramente haba visto pocas en su vida.
Y vaya si haba visto bellezas monsieur Duvalier! Aunque unams no
iba precisamente a molestarle...
Jean Duvalier se llev una sorpresa cuando se detuvo ante la
dama. Y no fue, desdichadamente, unasorpresa agradable. Le haba
ocurrido alguna que otra vez, y, como l deca, todo se reduca a
unatremenda decepcin. Una decepcin que l defina as: por detrs
tentacin, y por delantearrepentimiento.
Y ello porque, si bien vista por detrs la dama resultaba
exquisita y provocaba no pocas tentaciones, unose arrepenta de
ellas al verla por delante.
Era fea.
Simplemente, era fea.
Aunque, quiz, no tan simplemente. Sus ojos eran grandes y
oscuros, y su boca sonrosada quiz erabonita. Pero el conjunto no
slo resultaba feo, sino un tanto... desagradable. Tena las fosas
nasalesdemasiado anchas, las cejas demasiado espesas e hirsutas, y,
bajo el magnfico maquillaje se vislumbrabauna delgada cicatriz que
recorra el pmulo izquierdo. Era una lstima, una verdadera lstima
que lafachada de la dama no correspondiera a la parte
posterior.
Pero, en fin, Jean Duvalier era demasiado educado para expresar
su decepcin. Ni tan siquiera su sorpresapor haber sido requerido
por aquella desconocida. Su gesto fue de corts inters cuando
dijo:
Me busca usted, madame? Soy Jean Duvalier.
La mujer sonri, y Duvalier se llev otra sorpresa desagradable.
Era lo que vulgarmente se llama unadentona. Mientras sus labios
permanecan cerrados, bien, la boca casi pareca bonita. Pero ahora,
alsonrer, la dama mostr una dentadura bastante saliente y desigual.
Pobrecilla. Ella deba saber que sudentadura era fea, porque la
sonrisa fue apretada, como resistindose a la exhibicin, dental.
Perdone dijo, no entiendo muy bien el francs. Quiz habla usted
ingls, monsieur?
Por supuesto asinti Duvalier, utilizando el idioma ingls.
Disculpe mi torpeza, madame.
No hay cuidado. Estamos en Pars, y, es lgico que hablemos en
francs. Oh, bueno, lo hablo un poco,pero domino mucho mejor el
ingls, as qu si no le importa...
En absoluto. Es usted inglesa?
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Claro que no se sorprendi ella. Soy venezolana.
Ah, venezolana...
Sea tan amable de sentarse, monsieur.
Gracias Duvalier ocup una butaca frente a la dama, y sonri. Si,
quiz su aspecto general sealatino, pero como habla tan bien el
ingls pens que poda ser estadounidense, o britnica:
Pues ni una cosa ni otra. Aunque s he pasado largas temporadas
en Estados Unidos. Por cuestiones denegocios, casi siempre.
Petrleo.
S, claro sonri Duvalier. Estados Unidos, Venezuela...
Petrleo.
Ella le contemplaba con curiosidad, casi con expectacin.
Podramos decir murmur que soy una rica petrolera venezolana.
Lo celebro mucho por usted, madame. Est alojada en el hotel?
No, no. He venido aqu solamente a hablar con usted, tal como se
indica en el peridico. Estaba enLondres cuando le su anuncio, y
vine inmediatamente a Pars, donde volv a ver el mismo anuncio en
losperidicos franceses. Si no fuese porque lo haba ledo ya en ingls
creera que no lo haba entendido bien.El anuncio, quiero decir.
Aunque ms que anuncio podra decirse que es una... invitacin.
A qu anuncio se refiere usted, madame?
Ella pareci sorprendida.
Ha puesto usted muchos anuncios? pregunt.
Pues... no. Ciertamente, no. Slo uno.
Y sin duda es ste.
La mujer le tendi a Duvalier un peridico francs doblado, varias
veces longitudinalmente, de modo quequedaba visible slo el anuncio.
Duvalier lo mir, y asinti con la cabeza. Con aquello no haba
contado.
S murmur, es ste, en efecto, madame.
Bien dijo ella, complacida, en ese caso podemos hablar del
asunto. Francamente, me interesaramucho conocerlo, monsieur.
S, comprendo. Pero el caso es, madame, que... Bien, no habamos
pensado en mujeres al publicar estainvitacin.
El ceo de ella se frunci. Estuvo unos segundos mirando fijamente
a Duvalier, y luego baj la miradahacia el anuncio del peridico, que
deca:
VIVA CON UN REYSi es usted un potentado, viva con un rey y como
un rey en compaa de Su Majestad Luis XXV. Unfuturo de realeza para
usted. Pregunte por monsieur Duvalier en el hotel George V, de
Pars.
La dama alz la mirada del anuncio, posndola de nuevo, con quieta
fijeza, en los ojos de Duvalier.
No veo en este anuncio nada que excluya expresamente a las
mujeres, monsieur.
Bueno, no, pero...
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Slo se requiere, segn entiendo, ser un potentado. Yo lo soy. Soy
una mujer riqusima, monsieur, y siusted tiene alguna duda al
respecto todo lo que ha de hacer es interesarse por m en Venezuela
o enEstados Unidos. Pregunte por Amalia Lucientes.
No dudo en absoluto, madame. Pero el anuncio habla de vivir como
un rey, as que comprender...
Y por qu no como una reina?
Bueno...
Cul es la diferencia? Me parece bien que un hombre viva como un
rey, pero no veo por qu unamujer no ha de vivir como una reina. Le
parece que estoy diciendo una tontera?
En absoluto, madame! Es slo qu esto me pilla de sorpresa. Ver
usted, hace unos minutos estabaconcertando con unos caballeros la
visita a palacio, y todo ha ido perfectamente. Pero no
habamospensado en mujeres, sa es la verdad. Una gran torpeza, sin
duda.
Sin duda remach ella. Y no la comprendo. Donde hay reyes puede y
debe haber reinas. Puesbien, yo quiero vivir como una reina, y si
se trata de dinero nadie va a asustarme, se lo aseguro. Y laverdad,
monsieur, no comprendera que usted hiciera esta clase de
discriminacin.
A decir verdad sonri de pronto Duvalier, tiene usted razn. Sin
embargo, madame, como le hedicho, me ha pillado de sorpresa. Tendra
que consultarlo.
Muy bien, hgalo. Le espero aqu.
Quiere decir que va a alojarse en este hotel?
Quiero decir que le espero sentada en esta butaca mientras usted
telefonea. Espero que tengan telfonoen palacio.
Por supuesto!
Por supuesto sonri ella, mostrando sus feos dientes desiguales.
Una simple llamada telefnicapuede arreglar su... desconcierto,
monsieur. Pero antes me gustara que usted solucionara el mo.
Elperidico habla de Su Majestad Luis XXV. Cierto?
Cierto, madame.
Bien, tal vez yo sea una tosca venezolana cargada de dlares,
pero carente de cultura, pero lo cierto esque jams o hablar de Su
Majestad Luis XXV de Francia..., ni de ningn otro pas. Quiero decir
que norecuerdo haber estudiado nada sobre ese rey, ni saba que
exista. Y es ms: ninguna de las personas aquienes he preguntado han
odo mencionar jams a Luis XXV. Puede usted explicarme esto,
monsieur?
Me permite que antes telefonee, madame? sonri Duvalier.
Se lo permito. Espero que consiga usted autorizacin para
complacerme.
Har todo lo posible asegur Duvalier, ponindose en pie.
Efectu una inclinacin de cabeza, y se dirigi hacia la
conserjera. Una mujer. Ciertamente, era algoinesperado. Pero... por
qu no? Ella tena razn: si los hombres podan vivir como reyes, por
qu nohaban de vivir las mujeres como reinas? De modo especial si
tenan tantsimo dinero... Pero haba algoms en Amalia Lucientes: poda
ser todo lo fea que se quisiera, pero su personalidad era muy
interesante.Era una mujer muy segura de s misma, firme, enrgica. Si
quera una cosa iba a por ella directamente,dispuesta a conseguirla
como fuese. No admita el fracaso. Una reina... Por qu no una
reina?
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La conversacin telefnica de Jean Duvalier dur poco ms de seis
minutos. Cuando regres junto aAmalia Lucientes sta se fij en su
sonrisa, y sonri a su vez.
Puedo considerarme invitada?adivin.
As es, madame. La sorpresa ha cundido en palacio, pero era de
lgica que finalmente se impusiera larazn. Ya lo dijo usted: donde
haya reyes debe y puede haber reinas.
Magnfico. Cundo salimos para palacio?
Maana por la maana dio Duvalier, previa una pequea formalidad,
madame. Lamento tener quemencionarla, pero es imprescindible: deber
hacer usted un depsito de cincuenta mil dlares.
Cincuenta mil dlares! exclam Amalia.
Le parece demasiado? alz las cejas Duvalier.
Pues no es ninguna bagatela, francamente.
Madame, tenga en cuenta que va a vivir con un rey... y como una
reina.
S, pero con esa cantidad puedo comprarme una isla de los Mares
del Sur..., con rey incluido. Y notendra que compartirlo con
nadie.
Quedan reyes en los Mares de Sur? ri Duvalier.
Alguno quedar, digo yo. Se llamar Pekeolo, Kakaleo, Malokao, o
algo as, pero sin duda ser unautntico rey polinesio.
Jean Duvalier emiti otra risa corts.
Madame, he pedido a nuestros servicios de informacin que se
interesen por usted en Venezuela, yespero que comprenda eso. Pero,
en mi opinin, vamos a perder el tiempo, ya que sin duda es usted lo
quedice ser: slo las personas muy ricas se resisten a soltar su
dinero.
Si soltsemos nuestro dinero, fcilmente pronto dejaramos de ser
ricas, monsieur.
Cierto. De todos modos, le aseguro que ese depsito inicial de
cincuenta mil dlares vale la pena. Podrcomprobarlo.
He entendido bien? Ha dicho usted depsito... inicial? Quiere eso
decir que ms adelante deberhacer otro depsito?
Madame: las reinas no discuten por dinero. Sobre todo, cuando lo
tienen en abundancia.
Amalia Lucientes frunci el ceo, y qued pensativa unos segundos.
Por fin, encogi los hombros, asi elpequeo bolso que yaca en la
butaca junto a su cadera izquierda, y sac de l un talonario de
cheques.Extendi uno, y lo alarg a Duvalier, que lo mir. Cuenta
clave en un Banco suizo. Muy normal. Extrajosu billetera de fina
piel, y guard en ella el cheque. Saba que a las nueve y cuarto de
la maana estaraenterado de si el cheque era o no cobrable.
Perfecto, madame dijo. En qu hotel est usted alojada?
En el Gran Hotel.
Claro. Puedo rogarle que est preparada para el viaje a las once
de la maana? Un Mercedes pasar arecogerla.
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De acuerdo. Alguna instruccin especial?
Eso es todo, madame.
Amalia se puso en pie, y Jean Duvalier se apresur a hacer lo
mismo. Ella le mir entre intrigada ydivertida, finalmente sonri, y
tras un leve gesto de despedida se dirigi hacia la puerta. Jean
Duvalier sequed mirndola. Sus piernas eran perfectas, su porte
exquisito, su espalda recta y altiva. Era una lstima,porque, en
efecto, por detrs la tentacin, y por delante el
arrepentimiento.
Pero esto no era importante, a fin de cuentas. Lo que s era
importante y conveniente era la personalidadde Amalia Lucientes. No
tenan a nadie en Venezuela, y aquella mujer poda ocupar la plaza de
modo muysatisfactorio... As que por qu no una reina en
Venezuela?
Una reina fea, pero reina al fin.
Y realmente, no pareca probable que Amalia Lucientes provocase
complicaciones.
CAPTULO II
A las nueve y media de la maana Jean Duvalier no slo saba que el
cheque de Amalia Lucientes erabueno, sino que su banquero de Pars
le haba informado de que poda considerarlo cobrado, tras sucontacto
personal con la banca suiza. Naturalmente, no haba sido informado
de a quin perteneca lacuenta, pero s de que aquel cheque poda ser
considerado desde aquel mismo instante como dinero enefectivo.
Todo perfecto.
Sin embargo, monsieur Duvalier se desengaara pronto respecto a
su opinin de que la seorita Lucientesno iba a ocasionarle
complicaciones: un poco ms tarde de las diez de la maana ella le
llam por telfonodesde el Gran Hotel, y, nada ms or su voz, Duvalier
comprendi que la millonaria venezolana estabamuy nerviosa:
Le ocurre algo, madame? se interes inmediatamente Duvalier.
...?
Por supuesto. Ya le dije que a las once le enviar un
coche...
...!
Ahora? Yo? Madame, le aseguro que tengo muchos asuntos que
atender, de modo que...
...!
S, entiendo. Bien, voy a hacer lo posible para solventar mis
asuntos inmediatamente y visitarla ahantes de las once.
...
De nada, madame. Au revoir.
Duvalier colg, un poco preocupado. Amalia Lucientes no pareca de
esas mujeres que se ponen histricaspor cualquier cosa, as que algo
verdaderamente inquietante deba estar ocurriendo.
A las once menos veinte Duvalier llegaba en taxi al Gran Hotel.
Tres minutos ms tarde era recibido porAmalia en la suite que sta
ocupaba. La venezolana estaba ya vestida para viaje, y todo su
equipaje, no
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excesivo, se vea preparado cerca de la puerta.
Gracias a Dios que ha llegado usted, monsieur! exclam ella,
evidentemente nerviosa. Estoytan... turbada!
Turbada, madame? alz las cejas el elegante francs.
Y preocupada. Bueno, no s qu pensar! Es se hombre...
Qu hombre?
El que est en la calle! Venga, venga a verlo desde la ventana.
Estoy segura de que sigue ah plantado!
Amalia fue hacia la ventana, y Duvalier la sigui, un poco
mosqueado. Ella apart un poco el cortinaje, ytras mirar cautamente,
se apart con viveza, exclamando:
Sigue ah, desde luego! Valo usted, monsieur. Est delante mismo
del hotel, al otro lado de la calle. Esmuy alto, tiene los cabellos
rubio oscuro, y viste un traje color crema. De cuando en cuando
simula leer elperidico.
Duvalier mir, tambin cautamente, y enseguida vio al hombre en
cuestin. En efecto un sujeto de algoms de metro ochenta, atltico,
de cabellos cobrizos, vestido con un bien cortado traje de color
crema:Tena un peridico en una mano, pero en aquel momento,
precisamente, estaba mirando hacia lasventanas de la fachada del
hotel. Era un sujeto interesante, casi impresionante. Duvalier se
apart, y mira Amalia.
S, lo he visto. Lo conoce usted?
No, no. Es decir... Bueno, lo he visto otras veces cerca de m.
La primera vez que me di cuenta fue enNueva York, hace un par de
semanas. All lo vi dos veces. Luego, me fui a Londres, y al poco de
llegar lovi tambin cerca de mi hotel. Me pareci una gran
casualidad, claro, pero... ya empieza a parecermedemasiadas
casualidades.
l se ha dirigido a usted en alguna ocasin?
No, no, claro que no. Nos hemos cruzado un par de veces, una en
Londres y otra en Nueva York, peroentonces simulaba que no me vea.
Quiz le parezca un poco tonta o aprensiva, pero empiezo a
estarinquieta. Bueno, en cierto modo, claro.
Qu quiere decir?
Pues... Es un hombre tan atractivo!
S que lo es, en efecto admiti Duvalier. Pero qu tiene eso que
ver?
Bueno... No s. A veces ocurren cosas... sorprendentes. Quiero
decir que quiz l sepa que soy muyrica, y... Oh, bueno, no s!
Tal vez piensa usted que ese hombre est tramando su
secuestro?
Ojal fuese eso! ri Amalia, excitada, mostrando sus feos dientes.
No me importara demasiado!Aunque preferira lo otro.
Qu es lo otro?
Pues... Tal vez l me conozca, y est preparando... No s, hacerse
el encontradizo conmigo en unmomento oportuno, trabar amistad...
Creo que algunos hombres guapos saben sacar partido de
situaciones
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como la que podra plantearse entre nosotros. No s qu pensar!
Duvalier contemplaba incrdulamente a Amalia. Le pareca
imposible, pero all la tena: la fea solteronacon tendencia a la
histeria que tena fantasiosos sueos de amores con un playboy.
Bueno, madame dijo con seca amabilidad, yo no me preocupara
demasiado de ese sujeto,francamente. Si es un secuestrador lo va a
tener muy difcil, y si es otro tipo de hombre no creo que
debasentir usted temor alguno. Imagino que sabra manejar a un
sujeto de esa calaa.
S, claro... Oh, creo que s! Bueno, si usted no le da
importancia... Quiero decir que se me ha ocurridoque tambin me
seguir esta vez, vaya adonde vaya.
Le aseguro que jams podr conseguir eso. Tengo un avin particular
en Orly, que nos llevar en vueloprivado a nuestro destino. Cabe
suponer que ese sujeto no puede volar tras un avin particular.
Claro. Vaya, es una lstima que... Amalia enrojeci de pronto,
para mayor sorpresa y mosqueo deDuvalier. Bueno, en definitiva, me
gustara saber quin es y qu pretende siguindome. Se estgastando
mucho dinero y tomndose mucho trabajo, y total, para no dirigirme
la palabra. Da la impresinde que me est... vigilando. Me gustara
tanto saber qu es lo que pretende!
Jean Duvalier parpade. Luego, volvi a mirar por la ventana. El
sujeto atractivo segua all, impvido.Estaba muy bronceado. Todo un
atleta, desde luego, de pies a cabeza. De pronto, Duvalier descart
quefuese un playboy profesional, un buscador de mujeres ricas. De
ser as, ya se las habra arreglado paracontactar con Amalia
Lucientes buscando su amistad primero y la intimidad acto
seguido.
Pero no, no haca esto. La estaba siguiendo. Primero en Nueva
York, luego en Londres, ahora en Pars...Estaba detrs de Amalia
Lucientes desde Venezuela? Esto tena sentido. Lo que no tena
sentido era quelo estuviera haciendo por su cuenta. Claro que no.
Alguien lo haba enviado en pos de la millonariavenezolana.
Alguien... Quin?
Quien fuese, sin duda lo que quera era saber qu haca y adonde
iba Amalia Lucientes. Ahora bien, si lse desentenda de aquel
sujeto, y se limitaba a recoger a la venezolana con el Mercedes...,
qu pasara?Pues pasara "que lo primero que hara aquel sujeto sera
tomar nota de la matrcula del Mercedes, y porsupuesto se las
arreglara para seguirlo hasta el aeropuerto, donde, tras ver a
Amalia abordar el avinparticular, tambin se interesara por ste. Es
ms, seguramente aquel sujeto haba seguido a la venezolanala tarde
anterior al hotel George V, y ya puestos a buscar problemas no poda
desechar el que segua: elsujeto deba haber visto a Amalia Lucientes
conversando con l...
Es decir, que ni siquiera le quedaba el recurso de dejar
plantada a Amalia en Pars y marcharse llevndosesus cincuenta mil
dlares. Maldita sea...!
Se volvi a mirar a la millonada.
Pierda cuidado, madame susurr; yo me encargar de ese sujeto.
Qu quiere decir?abri ella mucho los ojos.
No la molestar ms.
Pero si no me est molestando...! ella enrojeci, de nuevo. Lo...
lo que quiero decir es que me...me gustara saber quin es y qu
quiere, pero no deseo que le ocurra nada malo. Oh, no!
Cabe esperar, madame dijo con fra irona Duvalier, que no se haya
enamorado usted de l..., oalgo parecido.
Bueno, no... no s... Yo...
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Duvalier contuvo una imprecacin. Seal el telfono.
Permtame hacer una llamada.
Ella asinti. Duvalier marc un nmero, y luego estuvo conversando
unos minutos en alemn, mientrasAmalia le contemplaba con los ojos
muy abiertos. Colg, y mir ya ms amablemente a la venezolana.
Arreglaremos eso. Ahora; madame, llame para que bajen su
equipaje: el Mercedes llegar dentro deunos minutos.
Y... y ese hombre?
Nosotros nos ocuparemos de l.
No quisiera... que le ocurriese nada malo, monsieur. Es ms,
me... me gustara hablar con l para saber...
Ya veremos. Hasta luego, madame.
Jean Duvalier abandon la suite, y Amalia mir de nuevo por la
ventana. All segua l, plantado como unroble, con todo descar...
* * *
Un poco despus de las once, ngel Toms vio salir del hotel a
Amalia Lucientes, en pos de los botonesque cargaron su equipaje en
un magnifico Mercedes. Ni un solo msculo se alter en el tostado y
virilrostro de ngel Toms, ni siquiera cuando dentro del coche
vislumbr al hombre que la tarde anterior sehaba entrevistado con
Amalia en el hotel George V, aquel sujeto alto, elegante, de
aspecto aristocrtico,mundano. El Mercedes parti, tras acoger en su
interior a Amalia Lucientes. Para entonces, ngel Tomshaba requerido
ya los servicios de un taxi, a cuyo conductor seal el Mercedes, sin
decir palabra. Eltaxista mir el Mercedes, mir a ngel, encogi los
hombros, y parti en pos del lujoso automvil.
Tardaron casi media hora en llegar al aeropuerto de Orly. ngel
pag al taxista, se ape, y camin en posde Amalia y Duvalier hacia el
edificio del aeropuerto. Los vio nada ms entrar en el vestbulo. Se
volvi, yvio al chfer del Mercedes alejarse con ste. Cuando volvi a
mirar a Amalia y al otro, ambos caminabanhacia las oficinas de la
Air France.
ngel Toms slo dio un paso en aquella direccin. Un sujeto alto,
ancho de hombros, de cejas espesas ymandbula enorme se plant ante
l, y dijo:
Amigo, est usted en un grave problema: dos amigos mos le estn
apuntando con sus armas. Mecomprende?
S murmur ngel, en francs. Le comprendo muy bien.
De acuerdo. Ahora, vamos a ir los dos a los servicios. Y tenga
mucho cuidado con lo que hace.
ngel asinti. El otro seal con su tremenda barbilla, y echaron a
andar. Al poco entraban en losservicios, ngel Toms delante del
otro. Cuando se volvi a mirarlo, otros dos hombres
entraban,mirndole fijamente, las manos derechas en sus bolsillos de
la chaqueta.
Va usted armado? pregunt el primero.
No.
Pngase de cara a ese lavabo, y apoye las manos en el espejo, los
pies un poco retrasados. Ustedcomprende, verdad?
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ngel sinti, y se coloc en la postura indicada. Desde atrs, el
hombre le cache rpidamente.
De acuerdo, no lleva nada. Vulvase.
ngel se volvi. Por el espejo haba estado mirando a los otros
dos, que no le perdan de vista ni uninstante. Mir directamente al
que diriga el terceto.
Cmo se llama usted? pregunt ste.
ngel Toms.
Muy bien, amigo Toms: qu es usted, qu pretende siguiendo a la
seorita Lucientes?
ngel apret los labios. El otro sonri divertido.
No sea tonto dijo. Podemos matarlo y dejarlo sentado en un
retrete hasta que huela tan mal quealguien comprenda que ah dentro
hay algo ms que excrementos. No estamos bromeando. Veamos: esusted
venezolano, como la seorita Lucientes?
S.
Tiene aqu su pasaporte?
S.
Bueno, djeme verlo.
ngel lo sac de un bolsillo interior de la chaqueta, y se lo
entreg al hombre, que lo abri en el acto.ngel Toms, nacido en
Caracas en mil novecientos tantos..., de profesin ingeniero.
Ingeniero, eh? lo mir el otro. Qu clase de ingeniero?
Trabajo en la industria petrolfera.
Ya, claro. Bueno, escuche, tenemos instrucciones de tratarlo a
usted con guante blanco, pero siempre ycuando se muestre razonable.
Quiz sea usted ingeniero, pero est siguiendo a la seorita
Lucientes. Laestuvo vigilando en Nueva York, luego en Londres y
luego en Pars. Ella le vio. Dganos qu pretendeusted y tengamos la
fiesta en paz. Dispone slo de cinco segundos para empezar a
hablar.
ngel mir a los otros dos sujetos. Solt un gruido:
Se me encarg que la vigilara.
De acuerdo. Quin?
El gobierno.
El Gob...? El gobierno de Venezuela?
S.
Por qu?
Estamos realizando una campaa especial para detectar a las
personas que sacan grandes cantidades dedivisas del pas. Sabemos
que muchos dlares son depositados en bancos brasileos,
norteamericanos ysuizos. Amalia Lucientes, segn nuestras
indagaciones, podra ser una de esas personas, y me fue asignadaa
m.
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Oiga, pues es usted un ingeniero muy raro, no?
Soy agente del Gobierno mascull ngel Toms.
Un agente cono esos del Fisco norteamericano?
Ms o menos, s.
Ya. Caray. Bueno, y qu ha descubierto sobre la seorita
Lucientes?
Hasta ahora, nada. Pero tal vez lo haga si ella va a Suiza.
Los tres hombres contemplaban entre incrdulos y divertidos a
ngel Toms, que no era de los queparecan inmutarse fcilmente. Es ms,
tena una desfachatez prodigiosa.
Conque a Suiza... Bueno, quedaros con l, yo vuelvo en seguida.
Esto va a matar de risa a Jean. Y a verqu decide.
El hombre sali de los servicios. En aquel momento entraban dos
individuos, conversando. Uno de ellos sepuso a orinar, y el otro a
lavarse las manos. El primero acudi tambin a lavarse las manos tras
su funcinfisiolgica. Ambos miraron un instante a ngel Toms, que
permaneca inmvil ante uno de los lavabos, yluego a los otros dos,
que parecan distrados. No concedieron ms atencin al asunto.
Terminaron delavarse las manos y abandonaron los servicios,
conversando de nuevo.
Si vuelve a entrar alguien dijo uno de los vigilantes no se
quede quieto, haga algo. Mee, o lveselas manos.
ngel asinti, se volvi, y comenz a caminar hacia los urinarios.
Slo dio dos pasos, porque de prontogir hacia su derecha, y lanz un
escalofriante patadn con la izquierda que acert al ms cercano de
lossujetos entre las ingles. El hombre lanz un bramido, y salt,
encogido, cayendo de cara al suelo, dondequed inmvil.
Pero ngel Toms no se haba quedado inmvil, sino que haba saltado
hacia el otro, que haba respingadofuertemente y comenzado a alzar
la mano dentro del bolsillo, para colocar horizontalmente la
pistola... Elpuetazo en la barbilla le alcanz como un relmpago que
llen de luces su cabeza. Luces que seapagaron en el acto, dejndolo
sumido en la oscuridad total. Choc de espaldas contra una pared, ya
sinsentido, y se derrumb como un saco.
En menos de quince segundos ngel Toms haba arrastrado a los dos
sujetos al interior de uno de loscompartimentos, donde los dej
sentados en el suelo, al fondo, uno a cada lado de la taza del
inodoro. Lesquit las pistolas, se subi al inodoro, y las tir dentro
de la cisterna. Luego, tranquilamente, sali delcompartimento.
Tres minutos ms tarde regres el director del tro, que entr
resueltamente en los servicios..., y queresping cuando, saliendo de
junto a la puerta, ngel Toms lo agarr por la ropa del cuello con
una manoy clav el ndice de la otra en su espalda.
Amigo dijo Angel, est usted en un grave problema. Le voy a meter
una bala en la columnavertebral si se pone tonto. Me comprende?
La mirada del hombre busc ansiosamente la presencia de sus dos
amigos, y tras el fracaso qued quieta.Asinti con la cabeza.
Bueno dijo ngel, ahora saque su arma, despacio, sujetndola con
los dedos, y psemela porencima de su hombro derecho. Del derecho,
no del izquierdo. Comprende?
El hombre obedeci. ngel Toms se hizo con la pistola utilizando
la mano que haba asido por la ropa al
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otro, y, sin ms, le golpe en lo alto de la cabeza. El sujeto vio
las estrellas, y, como sus compaeros, actoseguido se sumergi en la
oscuridad total. ngel lo agarr de nuevo por la ropa del cuello, lo
llev almismo compartimento donde estaban los otros dos, y lo tir
dentro de cualquier manera. Cerr, se guardla pistola, y sali de los
servicios.
No vio a Amalia en el vestbulo, pero s la vio, segundos despus,
de nuevo dentro del Mercedes, queesperaba ante el edificio. Sali
por una puerta alejada, se acerc al Mercedes por detrs, abri
laportezuela derecha, y se meti dentro, en el asiento trasero,
junto a Amalia Lucientes, que respingfuertemente al verlo. Al otro
lado de Amalia, Jean Duvalier se qued mirando a ngel Toms como si
stefuese un fantasma. ngel sac la pistola, la sostuvo sobre su
regazo, y sonri.
Hola, qu tal? salud amablemente. Soy ngel Toms, agente del
Gobierno venezolano. Usted esAmalia Lucientes.
S... S, yo... yo soy:... Amalia Lucientes, s...
Pues queda usted detenida en nombre de nuestro Gobierno. Y
ahora, salgamos de aqu, parapresentarnos a la polica francesa y que
sta colabore como corresponde en su repatriacin.
CAPTULO III
El chfer del Mercedes se haba vuelto, y contemplaba a ngel con
un gesto de estupefaccin slosuperado por el de Amalia, y quiz por
el de Jean Duvalier.
Pero... qu est usted diciendo! exclam por fin Amalia. No puede
detenerme!
Ah, no?
Claro que no! Yo no he hecho nada, ni estoy traficando con
divisas, ni nada de eso!
Tal vez no est sacando dinero de Venezuela gru ngel, pero s est
en complicidad con unossujetos que iban a matarme en unos
urinarios, de modo que...
Oiga usted, seor Toms dijo hoscamente Duvalier, est metiendo la
pata hasta el cogote, entresebien. Nadie iba a matarle a usted.
Todo lo que tenan que hacer mis amigos era darle un par de golpes
ydejarlo en los servicios, mientras nosotros nos bamos a Pars. Y
ello porque usted est molestandoinjustificadamente a la seorita
Lucientes.
Injustificadamente? exclam Toms. Bueno, esto s que...!
Usted no sabe lo que dice! asegur Amalia. Es cierto que tengo
algo de dinero fuera de Venezuela,pero slo para atender gastos
imprevistos cuando viajo. Y eso lo hace todo el mundo que puede!
Por lodems, claro que no iban a matarle, qu locura!
ngel Toms frunci el ceo.
Cunto, dinero..., qu poco dinero tiene usted fuera del pas?
Unos miles de dlares, nada que valga la pena. Dios mo, me ha
estado siguiendo por medio mundopara eso!
No la iba a seguir por su cara bonita gru ngel.
Amalia enrojeci intensamente. Duvalier seal la pistola que ngel
sostena en su regazo.
Mire, ser mejor que guarde eso, no sea que alguien la vea y nos
compliquemos todos la vida. Y en
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cuanto a lo de entregarnos a la polica, all usted si quiere
hacer el ridculo y poner en la misma situacina su Gobierno. Aqu
nadie trafica con nada, ni tiene nada que ocultar: era usted quien
estaba molestando ala seorita Lucientes, quiere entenderlo?
Ustedes estn tramando algo insisti Toms.
Quiere saber lo que estamos tramando? sonri Duvalier. Pues se va
a enterar en seguida. Pierre,psale el peridico con la pgina abierta
por el anuncio.
Me gustara saber gru el chfer qu ha pasado con Andr, Luther y
Van Berg.
Sus amigos? dijo ngel. Les di su merecido y los met en un
compartimento de los servicios.
Su merecido dijo Pierre, volvindose con el peridico. Usted
slito?
Si quiere empiezo con usted dijo ngel.
Lo que ha de hacer es leer ese anuncio dijo nerviossima Amalia.
Dios mo, qu situacin tanestpida!
ngel le dirigi una hosca mirada, tom el peridico con la mano
izquierda, y lo coloc cubriendo lapistola, que en ningn momento
haba dejado de empuar. Ley rpidamente el anuncio, parpade, yvolvi a
leerlo, ms despacio. Luego, atnito, mir a Amalia.
Y esto qu significa? exclam.
Significa que he sido invitada a pasar unos das en el palacio de
Su Majestad Luis XXV, para vivir comouna reina.
Pretende tomarme el pelo? No existe tal Luis XXV! Adems, de dnde
es rey ese Luis?
Precisamente eso quera preguntarle yo a monsieur Duvalier esta
maana parpade confusaAmalia, ya que anoche, finalmente, me
olvid.
Bueno, pues pregnteselo. Vamos, pregunte.
Amalia volvi la cabeza hacia Duvalier, que farfull:
Jams he conocido a nadie tan impertinente como este hombre,
seorita Lucientes, pero supongo quetengo que contestar por
deferencia a usted: Luis XXV es el monarca de Royaume D'Azur.
Reino de Azur?.exclam ngel. Jams o mencionar ese reino! Lo nico
que me suena con esenombre es la Costa Azul, o como dicen los
franceses, la Ctte d'Azur. Tiene algo que ver una cosa conotra?
El Reino d'Azur est en la Costa Azul replic Duvalier.
ngel frunci el ceo, y mir a Duvalier con evidente irritacin.
Que yo sepa desliz hoscamente, en la Costa Azul slo est el
Principado de Mnaco. Y oiga esto,monsieur Duvalier: no soy ningn
patn, de modo que si se hubiera producido algn acontecimiento
comola creacin de un nuevo reino estara al corriente. En mi opinin,
usted le est tomando el pelo a esta tontade capirote.
Oiga usted...! se sofoc de nuevo Amalia.
No es usted tonta? cort ngel. Pues dgame qu es! O quiz el tonto
sea yo, por no haber odo
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mencionar nunca hasta ahora el Reino d'Azur. Bien: cul de los
dos es el tonto?
Escuche, seor Toms, esta conversacin se est complicando de un
modo absurdo dijo Duvalier.Usted puede creer lo que quiera, pero la
seorita Lucientes est invitada al Reino d'Azur, y nadie
tienederecho a impedirle que lo visite. De nuevo le digo que est
usted molestando, as que haga el favor desalir de este coche y
dejarnos en paz. Tenemos que tomar el avin.
Para ir al Reino d'Azur?
Evidentemente.
Bueno, pues yo tambin voy. Me gustara visitar, ese... ese
reino!
El chfer, que estaba vuelto hacia el asiento de atrs, lanz una
exclamacin de rabia.
Jean, deje que me encargue de este...!
No! suplic Amalia. No quiero que le ocurra nada malo!
Oiga, Miss Universo la mir torvamente ngel, no necesito que
nadie me proteja. Ya s cuidarmeslito. Y adems, quien tiene la
pistola soy yo, no ese mastodonte con gorra.
Puede que yo sea un mastodonte gru Pierre, pero usted es nada
menos que un idiota integral. Yaahora, salga de este coche o...
Espera, Pierre dijo Duvalier. Estoy pensando que el seor Toms es
un hombre tan terco quepodra complicarnos mucho la vida a todos, a
menos que quede complacido. Creo que la mejor solucin atodo esto
ser que nos acompae a Royaume d'Azur...
Oh, s! exclam Amalia. S, que nos acompae!
En calidad de qu? pregunt, sarcstico, Pierre. Porque no creo que
l tenga cincuenta mildlares para gastarse lindamente.
Bueno, podra..., podra venir como acompaante mo.
Es una buena idea sonri Duvalier. El seor Toms podra venir a
Royaume d'Azur como paje demadame. Esto le dara categora a ella...,
que por otra parte parece desear la compaa de su compatriota.Me
equivoco, madame?
No murmur Amalia, bajando la mirada. No se equivoca,
monsieur.
No tengo la menor intencin de ser paje de nadie buf ngel.
Bueno, monsieur dijo amablemente Duvalier, o acepta usted
nuestras condiciones o mucho metemo que aceptaremos cuantas
complicaciones quiera usted buscarnos aqu, tras las cuales, no
tenga lamenor duda de que se quedar sin visitar Royaume d'Azur.
ngel Toms frunci de nuevo el ceo, y qued pensativo. Pierre, que
miraba hacia atrs, divis en aquelmomento a los tres amigos de ngel,
que salan dando trompicones y con cara de mala uva del edificio,y
se lanzaban en tromba hacia el Mercedes. Con un gesto, advirti a
Duvalier, que vio a sus tres hombresy se apresur a salir del coche
y acercarse a ellos, cortndoles el paso.
Quietos ah, cretinos mascull. Ya habis hecho las cosas
suficientemente mal.
Ese cochino nos enga cuando...! empez Van Berg.
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Ese cretino no debi tener la menor oportunidad de engaaros.cort
secamente Duvalier. Pero yahablaremos de esto. Ahora id a recoger a
los otros tres invitados y llevadlos al avin.
Pero ese sujeto...!
Ese sujeto acaba de ser invitado a Royaume d'Azur cort de nuevo
Duvalier. Lo vamos a llevar apalacio con nosotros.
Quiere decir que nos interesa como rey? se pasm Andr.
Nos interesa qu no se qued por aqu buscndonos complicaciones. De
modo que lo mejor esllevrnoslo. Y una vez all ya nos ocupremos
debidamente del seor Toms.
Los tres hombres comprendieron por fin, y sonrieron.
Jean pidi; Luther, dejar que nosotros nos encarguemos de darle
su merecido? Nos gustarmucho hacerlo. Pero antes nos vamos a
divertir con l como un gato con un ratn!
Tres gatos con un ratn-ri Van Berg.
Hasta ahora desliz suavemente Duvalier, la cosa ha sido al revs,
esto es, que l ha sido el gatojugando con tres ratoncitos. Pero est
bien, ya hemos perdido demasiado tiempo en tonteras. Id a buscara
los otros. Partiremos inmediatamente hacia palacio.
Regres al Mercedes, donde se encontr con Amalia y ngel
discutiendo acaloradamente en espaol, bajola atnita mirada de
Pierre, que no entenda nada de nada. ngel dej de discutir en cuanto
Duvalier entren el coche, y lo mir torvamente.
Bueno, y qu tendra que hacer si fuese paje de esta belleza?
refunfu.
Es muy sencillo sonri Duvalier: estar a su servicio y tratarle
como a una reina.
Qu quiere decir estar a su servicio?
Eso lo decidir ella casi ri Duvalier. Mire, seor Toms, tome
usted su propia decisin de una vez.Viene o no viene?
Est bien gru ngel: voy.
En marcha, Pierre orden Duvalier.
Poco despus, el Mercedes se detena cerca de un avin privado,
pintado de azul y blanco, capaz para nomenos de treinta pasajeros,
y que ngel se qued mirando con cierta expectacin. Un poco ms cerca
queellos haba tres hombres que abordaban el aparato utilizando la
escalerilla plegable de ste. Detrs de ellossuban Van Berg, Andr y
Luther. El coche que haba llevado all a los otros tres se alej.
Duvalier se ape por un lado, y ngel por el otro. Estuvo unos
segundos mirando con insistencia hacia elavin, y luego mir hacia el
interior del coche. Se sorprendi al ver que Amalia estaba todava
dentro... ytendiendo la mano hacia el exterior. Mascullando algo,
ngel tom la mano femenina, y ayud a Amalia asalir del coche.
Oiga, es muy fcil salir de un coche, sabe? Si para eso me
necesita estamos listos.
Bueno, usted es mi paje, no? sonri luminosamente Amalia.
ngel se qued mirando un instante los bonitos labios sonrosados,
pero era inevitable ver los dientes, asque desvi la mirada hacia
los oscuros ojos de la venezolana, que para su asombro, eran un
espectculo
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mucho ms soportable. Hizo un gesto como diciendo que era una
lstima que aquellos ojos estuvieran enaquel rostro, y ech a andar
hacia el avin.
ngel llam ella.
Se volvi.
Qu hay? gru. Qu pasa ahora?
Su brazo, ngel.
ngel Toms pareci a punto de explotar. Luego, simplemente, tendi
su brazo a la venezolana, que setom de l para caminar hacia el
avin. El Mercedes se alej, con Pierre al volante. Duvalier subi
laescalerilla en pos de Amalia y ngel, los alcanz en la plataforma
de recibo, y seal hacia proa.
Venga madame pidi; le presentar a los dems invitados que van a
viajar con nosotros.
Una linda azafata, que pareci dejar turulato a ngel, estaba
junto a la puerta de acceso a la seccin depasajeros de proa. Su
uniforme; era azul y blanco, y en una de las solapas llevaba el
anagrama RdAbordado en oro, con una corona encima. Alta, esbelta,
rubia, de ojos deliciosamente azules... ngeltropez al pasar junto a
ella mirndola, y la muchacha sonri, mostrando una dentadura
perfecta,blanqusima.
Tenga cuidado, monsieur dijo amablemente.
Tendr cuidado asegur ngel. Cmo se llama usted?
Brigitte, monsieur. A su servicio.
Oh, s? Bueno, pues...
Angel! llam Amalia.
Hasta luego le gui un ojo ngel a la azafata, acudiendo
rpidamente en pos de Amalia. Qupasa ahora?
Haga l favor de comportarse correctamente! No me gusta que se
dedique a tontear!
ngel Toms entorn los prpados, y no dijo nada. Duvalier tom
cortsmente del brazo a Amalia,llevndola hacia donde los tres
pasajeros esperaban de pie. Amalia lanz una ltima mirada de
reproche angel, y se encar con los tres sujetos, que eran los que
la noche anterior haban concretado su viaje aReino d'Azur con
Duvalier.
Los seores Raymond Favre, Vallance Cornell y Franz Rundstein,
invitados de Royaume d'Azur, comousted. Caballeros, les presento a
la seorita Amalia Lucientes, una invitada de excepcin en
Royaumed'Azur.
Haba hablado en ingls, lo que no represent problema para nadie.
Los tres hombres saludaronamablemente a Amalia, mirndola entre
curiosos y evidentemente decepcionados por su carencia
debelleza.
Favre coment:
No saba que tambin se admitieran mujeres, monsieur Duvalier.
Por qu no? sonri Duvalier. De momento, como ya he dicho, la
seorita Lucientes es unainvitada de excepcin, pero realmente no
tiene por qu ser as. Como ella bien dijo, donde haya reyes
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debe y puede haber reinas.
Muy acertado asinti el alemn Rundstein. Indudablemente, muy
acertado.
En efecto parpade Favre.
Y el caballero? pregunt el britnico Cornell.
Es mi paje dijo Amalia, sonriendo.
Los tres se quedaron mirndola estupefactos. ngel solt un bufido.
Duvalier ri quedamente,volvindose hacia la puerta por la que haban
entrado, desde la cual la rubia azafata Brigitte le hacaseas.
El avin ha sido cerrado dijo Duvalier. Con su permiso ir a dar
la orden para despegar.
Se dirigi hacia la cabina de mandos, seguido por Brigitte, que
mir con divertida sonrisa a ngel al pasarpor su lado. Amalia mir
torvamente a la muchacha, tir de una mano a ngel, lo hizo sentarse
en unasiento junto a una ventanilla, y ella ocup el asiento que
daba al pasillo. Duvalier y la azafatadesaparecieron en la cabina.
Salieron apenas dos minutos ms tarde, y la rubia Brigitte pidi a
los seorespasajeros que se colocaran los cinturones.
Un minuto ms tarde estaban en el aire. Primero, volaron hacia el
Nordoeste, pero en seguida el avin fuedescribiendo un gran arco que
finalmente enderez, tomando decididamente el rumbo Sur.
Llegaremos a Niza en un par de horas dijo Duvalier. Espero que
el viaje les resulte sumamenteagradable a todos ustedes. Cualquier
cosa que deseen, por favor, solictenlas a Brigitte o a
mdirectamente. Muchas gracias.
Son las doce dijo ngel. No vamos a almorzar?
En breve, monsieur asegur Brigitte. Tenemos preparado un men
exquisito, pero pueden pedircualquier otra cosa de la carta de
vuelo.
Por m est bien el men, sea el que sea encogi los hombros ngel.
No soy demasiado exigentecuando vuelo. El caso es comer. Dnde estn
los lavabos?
Si me acomp...
Haga el favor de quedarse quieto aqu! exclam Amalia, irritada. Y
djese de tonteras con laazafata!
Tonteras? Tengo que ir al lavabo!
Ya estuvo en el del aeropuerto!
Oiga la mir aviesamente ngel: tambin va a decirme cundo puedo
orinar y otras cosas por elestilo?
Qudese quieto aqu! Yo le dir cundo iremos a los lavabos... los
dos juntos!
Esta s que es buena sonri ngel de pronto; nunca he visto a una
mujer en esas funciones. Serinteresante.
No sea grosero! Y qudese quieto aqu!
Escuche, encanto, puede que sea su paje, pero no soy su
perrito.
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Ya veremos eso!
ngel Toms solt una palabrota en espaol que al parecer slo Amalia
entendi, y que la hizo enrojecerintensamente una vez ms. Brigitte
se haba apresurado a retirarse de escena, huyendo de la posibilidad
deconvertirse en motivo de discordia. ngel Toms qued sombro y
furioso. En los asientos del otro ladodel avin, el francs Favre
coment, inclinndose hacia el alemn Rundstein:
No quisiera estar en el pellejo de ese hombre.
Por qu?
Sacre! Est bien claro, no? Ella lo quiere acaparar
completamente, y, amigo mo, cuando una mujeracapara as a un hombre,
es cosa de temer. Lo meter en su cama esta misma noche, ya ver.
Pobrecillo.
Raymond Favre qued pensativo unos segundos antes de mover la
cabeza con gesto dubitativo.
Bueno, todo es cuestin de apagar la luz susurr. Cierto que la
dama es fea, salvo quiz los ojos,pero por lo dems... Se ha fijado
usted qu cuerpo tiene?
No me han quedado ganas, despus de verle la cara.
Pues fjese, amigo mo, fjese. Cosa fina, se lo digo yo! Es una
lstima la cara, s... En fin, nadie lo tienetodo en la vida, segn
dicen. Pero si slo nos fijsemos en el cuerpo de la seorita
Lucientes...
Cosa fina, no? sonri el alemn.
Finsima! Bueno, espero que el apuesto paje tenga el buen sentido
de apagar la luz esta noche, yentonces seguro que lo pasar
divinamente.
A menos que adems de fea, la dama sea frgida.
Raymond Favre volvi sus ojos hacia los de Amalia, que miraba
hoscamente al frente. Movi de nuevo lacabeza.
De frgida nada... Ni pensar en eso, amigo mo! Yo ms bien dira
que es todo lo contrario, mecomprende usted? Un volcn.
Pues ese pobre hombre se va a quemar esta noche, segn usted.
Le digo la verdad, amigo mo? Con las luces apagadas hasta yo
quisiera quemarme en ese volcn!
Hacia las doce y media Brigitte apareci para comenzar a servir
el almuerzo, dirigiendo miradas desoslayo a ngel cuando le toc su
turno: De soslayo y rapidsimas, pues Amalia no la perda de vista, y
suactitud no poda ser ms hostil, lo que nadie dej de notar. Se
tranquiliz visiblemente cuando despus delalmuerzo ngel Toms se
acomod en el asiento, cerr los ojos, y pareci quedarse dormido.
Y as estuvo hasta que, un poco ms tarde de las dos, Amalia le
tom una mano y la sacudi suavemente.
Angel... ngel!
l abri los ojos, la mir, se enderez en el asiento, y mir
alrededor, adormilado.
Qu pasa?
Estamos llegando. Vamos a aterrizar.
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ngel asinti, y mir por la ventanilla. Vio el mar, azul,
refulgente al sol de la tarde. Luego, a lo lejos, vioNiza. El avin
estaba maniobrando para enfilar las pistas del aeropuerto de Niza.
Todos se habancolocado los cinturones, y ngel lo hizo entonces.
Menos mal que pronto vamos a perder de vista a esa horrible
azafata dijo Amalia.
ngel la mir, alz las cejas, esgrimi por un instante una
sonrisita sardnica, y eso fue todo.
Cinco minutos ms tarde el avin se hallaba detenido en la pista
que se le haba asignado desde la torre decontrol. Los motores
dejaron de zumbar. Jean Duvalier se quit el cinturn, y se puso en
pie.
Desembarcaremos inmediatamente dijo. Espero que todos hayan
tenido buen viaje hasta aqu.
Cul es la capital de Reino d'Azur? pregunt ngel.
Qu? se desconcert totalmente Duvalier.
La capital. Todo pas tiene una capital, no? Cul es la del Reino
de Azul?
Interesante pregunta apoy el britnico Cornell. Cules?
Mmm... Palais dijo rpidamente Duvalier. S, Palais.
O sea, Palacio dijo ngel. En verdad chocante.
Duvalier le mir inexpresivamente. Luego, se fue hacia la cabina
de mandos. Sali al poco, acompaadode Brigitte, que fue a abrir la
compuerta y colocar la escalerilla automtica. Detrs de Duvalier
salierondos hombres, con uniforme de vuelo, azul y blanco. La gorra
era azul, y en ella destacaba tambin elanagrama RdA, en oro.
No es emocionante? susurr Amalia, inclinndose hacia ngel.
Emocionantsimo. Y usted est chiflada... O prefiere que la defina
simplemente como una extica?
Prefiero lo de extica ri ella, mostrando sus dientes.
ngel desvi la mirada, y solt un gruido.
Un minuto ms tarde desembarcaban todos. Fueron recogidos por
cuatro automviles, queinmediatamente se dirigieron hacia la salida
del aeropuerto. En uno de los automviles viajaban solosAmalia y
ngel, contemplados de cuando en cuando por el chfer por medio del
retrovisor.
Adonde, vamos ahora? pregunt de pronto ngel.
A palacio, monsieur.
Ya.
No iban por la autopista hacia Niza, sino que salieron de ella
inmediatamente y viajaron hacia el Norte. Alos pocos minutos
abandonaron esta pista, desvindose hacia el Este por una carretera
secundaria quepronto se vio conduca tambin hacia el Norte, paralela
a la autopista dejada antes. Llegaron a unapequea localidad cuyo
nombre divis ngel en el indicador: Gattires. Siguieron luego un par
dekilmetros ms hacia el Norte, por la carretera secundaria. Luego,
abandonaron sta para enfilar otra detierra, ahora hacia el
Oeste...
Deban ser las tres y cuarto de la tarde cuando llegaron a
Royaume d'Azur.
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CAPTULO IV
La revelacin fue repentina, cuando aparecieron las altas verjas
que parecan cerrar un espeso bosque depinos. En un hueco entre los
pinos estaba la gran doble puerta de rejas rematadas por puntas de
lanzasdoradas. Tras las rejas, ngel divis dos garitas, y un soldado
uniformado de azul y blanco ante ellas, fusilcon bayoneta en mano,
inmviles como estatuas. Desde all, un amplio sendero parta hacia el
interior delbosque.
Los coches se detuvieron ante las puertas, y Duvalier se ape y
camin hacia stas. Un joven oficialacudi corriendo del cuerpo de
guardia, y las abri, saludando acto seguido a Duvalier, que le dio
unasbreves explicaciones y se volvi haciendo seas a los conductores
de los cuatro automviles, que entraronen el recinto. Los dos
centinelas seguan inmviles, pero aparecieron hasta veinte soldados
ms, todosellos armados con fusiles y bayoneta calada.
ngel estaba todava atnito. En uno de los pilones de rojo
ladrillo que sostenan las puertas haba visto elletrero de latn,
mostrando en lo alto el anagrama RdA, y bajo ste las palabras
Royaume d'Azur.
La guardia haba formado, y el joven oficial saludaba ahora a
Jean Duvalier con el sable sobre el hombroderecho. Un hombre de
paisano se :acercaba lentamente procedente del cuerpo de guardia.
ngel Tomsle prest especial atencin en cuanto estuvo lo bastante
cerca para poderle ver bien los ojos... unos ojos deun azul claro
transparente, fros y quietos. El hombre era alto, musculoso, de
hombros recios, y vesta muybien. Bajo su axila izquierda se perciba
apenas el bulto de la pistola. Era un traje cortado teniendo
encuenta esta eventualidad, pero ngel no tuvo dificultad en
distinguir el leve bulto del arma.
Me gustara saber en qu casa de locos nos estamos metiendo
susurr.
Amalia Lucientes pareci no orlo.
Jean Duvalier estaba pidiendo a todos que salieran de los
automviles, y en cuestin de segundos todosestuvieron junto a l. El
hombre de paisano lleg ante el grupo, y salud con seca deferencia a
Duvalier:
Bien regresado, seor ministro.
Gracias, Dieter. Creo que todo est en orden.
Por supuesto, seor ministro, pero ya sabe que debo examinar
todos los pasaportes.
No hay inconveniente. Madame, messieurs, les presento a Dieter
Strauss, el jefe de la polica secreta deRoyaume d'Azur. Voy a
rogarles que le permitan cumplir la formalidad de la revisin de
pasaportes.
Amalia tambin miraba con suma atencin a Dieter strauss, rubio,
inmutable, con aquellos ojos tan fros...Llevaba los cabellos
peinados de modo que e adheran a su redonda cabeza como si formasen
un cascode metal dorado.
Slo le falta el monculo desliz quedamente ngel Toms.
Dieter Strauss, que estaba recogiendo los pasaportes de los
otros tres invitados, alz la cabeza, mirfijamente ngel durante unos
segundos, y continu con su cometido, examinando y
devolviendopasaportes. Amalia mir con cierta inquietud a ngel, que
lo ignor. Strauss se acerc a ellos, y Amalia leentreg su pasaporte,
qu fue examinado en silencio. Por ltimo, le toc el turno a ngel
Toms, a cuyopasaporte dedic Dieter Strauss muy especial atencin,
para, finalmente, parecer defraudado. Lodevolvi.
Todo en orden? pregunt sonriente ngel.
La transparente mirada de Strauss pareci clavarse en los oscuros
ojos del venezolano.
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Por el momento, s, monsieur. Sean todos bien venidos a Royaume
d'Azur. Gracias por su amabilidad.
No le ha gustado lo del monculo, verdad? Pero no se enfade: era
una broma.
Dieter Strauss; sonri como si su rostro fuese mecnico.
Monsieur dijo suavemente: yo jams me enfado. Hago lo que tengo
que hacer, pero nunca meenfado. Con permiso.
Se alej, reunindose un poco alejado con Duvalier, con el que
estuvo conversando un par de minutos.ngel Toms vea de espaldas a
Duvalier, y frente a l a Strauss, cuyos labios miraba muy
atentamentemientras se movan en breves respuestas y preguntas.
Amalia tambin miraba a Strauss, y cuando stefinalmente dio la
vuelta y se alej, mir a ngel, que contemplaba ahora el hermoso
cielo azul por encimade los pinos.
Bien regres Duvalier, vamos a seguir hacia palacio...
Oiga, de qu es usted ministro? pregunt ngel.
De Relaciones Exteriores le mir sonriente Duvalier. Eso era muy
fcil de comprender, monsieurToms.
Tonto de m! exclam ngel.
Estamos de enhorabuena dijo muy satisfecho Duvalier, mirando a
los invitados: hemos llegadojustamente un da en que Su Majestad da
una fiesta. Por favor, volvamos a los coches.
De nuevo a los coches, que se deslizaron silenciosamente por el
amplio sendero. ngel Toms iba mirandoa todos lados, y, ciertamente,
divis algunas patrullas de soldados por entre los pinos. Al poco,
se asompor la ventanilla, al or un rumor, y mir el cielo: dos
helicpteros pintados de azul y blanco pasaban porencima de ellos.
ngel volvi a meter la cabeza dentro del coche, y mir a Amalia.
Todo un verdadero reino dijo: ejrcito, polica secreta, y fuerzas
areas. Me pregunto si tambintienen carros de combate, caones y,
hasta quiz, armamento atmico. Ah, y un ministro de
RelacionesExteriores.
Y un rey dijo Amalia.
S. Los franceses, evidentemente, son muy refinados. Pero me
pregunto a qu llaman ellos un palacio.
Bueno, un palacio es un palacio, no?
Ya veremos.
Lo vieron unos tres minutos ms tarde, rodeado de soldados
efectuando la guardia.
Y el asombro los dej mudos.
Un palacio es un palacio, cierto.
Grande, blanco, con una amplsima escalinata en el frente, con
torres, y con una cpula dorada en elcentro. Un palacio. Pero sa era
la primera impresin visual. Luego, si uno se fijaba bien, se daba
cuentade que las torres y la cpula eran postizas, aditamentos
colocados a una villa que, eso s, era espaciosa ybellsima. Tambin
la escalinata, de mrmol blanco, deba haber sido colocada
posteriormente a laconstruccin de la villa de recreo...
ngel Toms pareci a punto de decir algo, pero desisti al darse
cuenta de que, utilizando el espejo
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retrovisor, el chfer le miraba con suma atencin. Tal vez no
entenda el espaol, pero le miraba muyatentamente. Y adems, s deba
hablar espaol. Claro que s. Sin duda, desde el avin haban llamado
porradio a palacio antes de aterrizar, y all ya saban quines
llegaban. As que haban dispuesto para l yAmalia Lucientes un coche
cuyo chfer deba hablar perfectamente el espaol. Incluso era posible
que lode la revisin de pasaportes se hubiera organizado
exclusivamente para examinar detenidamente el suyo,por medio de un
experto como deba ser Dieter Strauss, sin llamar la atencin.
Tras todas estas reflexiones, ngel coment:
Caramba, qu hermoso palacio! Verdad, seorita Lucientes?
Llmeme Majestad replic ella.
Y no te dara lo mismo que te llamase Bocazas? gru l, mirando de
reojo hacia el retrovisor.
Y en ste vio el rostro del chfer conteniendo una risa. Bueno, si
se las queran dar de listos con l...
A todo esto, la bofetada de Amalia restallaba secamente en su
rostro, hacindole respingar y mirndolasobresaltado. Ella estaba
roja de nuevo.
No seas insolente! se encoleriz Amalia. A partir de ahora me
llamars Majestad, y yo te llamara ti simplemente ngel! Y no me
hagas enfadar ms, o le dir a monsieur Duvalier que te castigue!
ngel Toms haba fruncido una vez ms el ceo. Estuvo mirando
fijamente a Amalia, y eso fue todo. Elcoche se detuvo ante la
escalinata, en la que haba ya numerosos pajes vestidos con calzones
y mediasatendiendo a los primeros invitados y esperando al coche de
Amalia y ngel. Este sali del automvil, lorode, abri la portezuela
de Amalia, y le tendi la mano.
As me gusta dijo ella, saliendo orgullosamente.
Duvalier acuda hacia ellos, mirando al chfer, al que ngel vio
encogiendo los hombros con unaexpresin divertida en su rostro..., y
que indicaba que no tena nada especialmente interesante
queinformar, por supuesto.
Madame dijo Duvalier, tenemos dispuesta para usted una cmara con
una habitacin anexa parasu paje. Por favor, sea tan amable de
seguir a los pajes. Dentro de unos minutos pasar para comprobarque
todos ustedes se hallan adecuadamente instalados.
A qu hora es la fiesta? pregunt ngel.
Sern avisados con tiempo. Voy a ocuparme de conseguir un traje
para usted, monsieur.
Ya tengo un traje se seal las ropas ngel.
Pero no de paje sonri Duvalier. Y a propsito de eso, si nos dice
en qu hotel de Pars estabausted llamar por telfono a mis amigos de
all para que recojan sus cosas y nos las enven.
Salvo una mquina de afeitar dijo ngel, no necesito ms de lo que
llevo puesto. Yo mismorecoger mis cosas cuando regrese a Pars.
Como guste. Hasta ahora, madame.
Los pajes haban sacado ya el equipaje de Amalia del maletero, y
suban las escalinatas. Amalia y ngelfueron en pos de ellos. El
vestbulo era muy amplio, y del techo penda una hermosa lmpara de
cristal.Por los grandes ventanales entraba |a luz del sol. Al
frente haba una escalinata de mrmol que conduca alos aposentos de
los dos pisos superiores, y a su pie dos pajes inmviles y armados
con lanzas de hacha.Cornell, Favre y Rundstein les precedan por la
escalinata, conversando animadamente.
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El aposento de Amalia estaba en el tercer y ltimo piso. Los
pajes se dedicaron a distribuir rpidamentelas cosas en el gran
armario de la cmara, mientras ngel iba a echar un vistazo a su
habitacin anexa, enefecto... Tanto su habitacin como la cmara de
Amalia daban a la parte de atrs del palacio, y desde laventana ngel
vio la hermosa piscina de aguas azules, y un poco ms all seis
pistas de tenis. Todava msall, el hermoso verdor de un campo de
golf se extenda hacia la linde del bosque. Un bosque que
parecarodear densamente el palacio de Su Majestad Luis XXV, y por
el cual vio patrullando ms parejas desoldados. Y no precisamente de
pocas pasadas, sino muy modernos, armados con metralletas.
Cuando ngel pas a la cmara de Amalia los pajes ya se haban
marchado, y Amalia estaba mirandohacia donde poco antes haba mirado
ngel. Se volvi al orlo.
Est bien tu habitacin? se interes.
No necesito nada ms. Pero ah debera haber una doncella, no un
paje. Por las habladuras, Majestad.
A las reinas no les importan las habladuras.
ngel Toms movi la cabeza.
Estamos rodeados por un cinturn de bosque que tiene no menos de
trescientos metros de ancho. Yest lleno de soldados.
Y eso qu nos importa?
A m, s, porque si quisiera huir de Su Majestad lo iba a tener
muy difcil.
No es emocionante? sonri Amalia. Estamos en un palacio con un
rey!
Si Su Majestad me lo permite voy a darme una vuelta por ah.
No te lo permito. Ve a prepararme el bao y vuelve aqu
inmediatamente para ayudarme a desvestirme.Y te lo advierto
seriamente, ngel: como te vuelva a ver tonteando con esa Brigitte
te las vas a verconmigo.
Preparar el bario.
El cuarto de bao era muy espacioso, de mrmol rosa. Fastuoso.
ngel abri el grifo del agua caliente,prob su temperatura, y abri un
poco el de la fra. Cuando sali del cuarto de bao vio a
Duvalierconversando con Amalia, que aseguraba estar encantada de
todo hasta el momento. Duvalier parecaencantado de que ella
estuviera encantada. Llevaba un paquete, que tendi a ngel.
Sus ropas de palacio, monsieur Toms.
ngel las tom, se qued mirando a Duvalier, y abri el paquete. Al
ver los calzones, el blusn de colorazul y blanco y las largas
medias, as como las zapatillas, mir a Amalia.
Hay una cosa segura, Majestad de Majestades dijo suavemente:
antes morir que ponerme estedisfraz.
Si lo que desea es morir dijo Duvalier, riendo, tenemos una
hermosa guillotina instalada en un clarodel bosque, ideal para
ejecuciones. La cuchilla suele estar muy afilada.
Estupendo-dijo ngel: me servir para afeitarme, ya que observo
que no me ha procurado usted nadacon esa finalidad.
Le enviar una maquinilla ri Duvalier de nuevo. Bien, tengo que
atender diversos asuntos, as queles dejo. La cena-fiesta ser a las
ocho en punto.
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Duvalier abandon la cmara, y ngel hizo lo propio, entrando en su
aposento. Tir las ropas de paje a unrincn, y se tumb en la cama. Al
poco apareci Amalia en la puerta, mirndole muy enojada.
Cmo est el bao? pregunt.
Lo haba olvidado! salt de la cama ngel, y echando a correr.
Lleg al cuarto de bao justo a tiempo para cerrar los grifos
cuando ya el agua estaba a punto de rebosarla baera. Regres a la
cmara de Amalia, que le contemplaba con el ceo fruncido, como
imitndole.
Aydame a desvestirme orden. Y no me gusta repetir las cosas!
ngel se acerc a ella, y comenz a desvestirla, impvido, mientras
Amalia permaneca inmvil.Finalmente, la venezolana qued desnuda
sobre sus zapatos de alto tacn. Su cuerpo era
asombrosamenteesplndido, pero ni un solo msculo se haba alterado en
el rostro de ngel Toms, que pareca ignorar lafija mirada de
ella.
Quin te has credo que eres? susurr de pronto Amalia.
ngel Toms Salazar. El bao est preparado, Majestad.
Acompame; vas a enjabonarme la espalda.
He visto un cepillo adecuado para eso, as que,..
Acompame!
A las rdenes de su Majestad.
Ella ech a andar hacia el cuarto de bao. Vista por detrs pareca
una magnfica estatua, resultaba casitan bella de cuerpo como vista
por delante. Apenas entrar en el cuarto de bao, Amalia orden:
Busca algo para recogerme el cabello.
ngel busc en vano. Por fin, se quit el cordn de un zapato, y lo
utiliz para atar un gracioso mooabundantsimo en lo alto de la
cabeza de Amalia, que se contempl en el espejo.
Oh, Dios mo-susurr, odio mi cara!
A m me pasara lo mismo dijo ngel.
Ella lo mir por medio del espejo. Luego, se meti en la baera, y
comenz a enjabonarse el techo y loshombros. ngel permaneca
inmutable junto a la baera, mirndola. Ella murmur:
La espalda.
El venezolano se hizo cargo del gel, ech un chorro en la espalda
de Amalia y comenz a frotar,produciendo abundante espuma. Ella cerr
los ojos. Slo se oa el leve chapoteo del agua. ngel terminsu
cometido, y se irgui. Amalia dej marchar una buena cantidad de
agua, y procedi a enjabonarse elresto del cuerpo. ngel miraba a
todos lados, especialmente hacia los ngulos del techo. Amalia
terminde enjabonarse, llen de nuevo la baera con agua caliente, y
se relaj. Estuvo as no menos de cincominutos, cerrados los ojos.
Cuando los abri, ngel segua en el mismo sitio, inmvil, mirndola.
Ella dejmarchar toda el agua, se puso en pie, y abri la ducha. El
agua, ahora fra, limpi su cuerpo de todo rastrode espuma. Al verla
cerrar la ducha ngel tom una gran toalla, que por supuesto llevaba
el anagramaRdA, y se acerc a la baera. Amalia no se movi, slo lo
mir, y l, tambin en silencio, procedi asecarla. Cuando termin fue a
dejar colgada la toalla.
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Llvame al lecho dijo ella.
ngel Toms la tom en brazos, y la llev al amplio lecho del
dormitorio, lleno de resplandor solar. Amaliale orden que corriese
un poco las cortinas, y todo qued en una penumbra dorada.
Cierra la puerta con llave orden Amalia.
El paje obedeci. Regres junto a la reina, y se qued mirndola a
la espera de nuevas rdenes, que notardaron en llegar.
Ahora-susurr, desndate y hazme el amor.
Ni hablar-rechaz ngel.
Ella se sent de un salto en la cama, y seal a ngel con un
dedo.
Escchame bien, ngel Toms Salazar: la primera vez que me fij en
ti, cuando me espiabas en NuevaYork, casi me mataste de la
impresin. No poda creer que hubiera un hombre que nada ms verlo
megustase tantsimo. Pero all estabas, y lament perderte de vista.
Luego, te volv a ver, en Londres, ycuando se me vino a la mente la
idea de que quiz eras un gigol en busca de clientas, estuve a
puntode llamarte a gritos. Y luego, otra vez te veo en Pars! Para
entonces, ya no poda olvidarte, y te deseabatanto que me las arregl
con Duvalier para que l creyera tener la buena idea de retenerte a
mi lado. Yaqu ests. No me importa que seas un gigol, o un espa, o
un repugnante agente fiscal... Estoy loca porti, y voy a tenerte!
De modo que hazme el amor o voy a organizar tal escndalo en palacio
por tu culpaque Duvalier considerar en serio la posibilidad de
guillotinarte. Est claro?
Eres una puerca dijo ngel.
Quiz. Pero siempre tengo lo que quiero... Siempre. Y ahora, te
quiero a ti Qu decides?
Lo que decidi ngel Toms fue muy fcil de comprender, cuando, sin
ms comentarios, comenz adesnudarse...
* * *
En un gran compartimento especial de los stanos de la villa
disfrazada de palacio, Duvalier y DieterStrauss miraban fijamente
la imagen de ngel Toms en la pantalla de televisin de la gran
consola en laque haba otras treinta y nueve pantallas, cuyos mandos
atendan dos hombres sentados ante varias hilerasde mandos.
En aquel momento estaban encendidas las pantallas de las
habitaciones de Vallance Cornell, RaymondFavre y Franz Rundstein,
adems de la de Amalia Lucientes. En esta pantalla estaba centrada
la atencinde todos los all presentes, de entre los cuales destacaba
el hombre alto y atltico, de facciones viriles yhermosas, y cuya
cabeza era completamente calva. Deba medir cerca de metro noventa,
y resultabaimpresionante. Su indumentaria consista en un negro batn
de seda nicamente, en el cual, sobre elbolsillo del pecho, se vea
la corona bordada en oro. Los ojos del impresionante sujeto estaban
fijos en lapantalla donde ngel Toms terminaba de desnudarse... Unos
ojos oscuros, grandes, de profundaexpresin.
Vaya sujeto el tal ngel Toms murmur de pronto Duvalier. Vestido
no parece que tenga esamusculatura. Incluso parece ms fuerte que t,
Dieter.
Strauss sonri despectivamente.
Puedo partirlo en dos con una sola mano. Y eso es lo que
har.
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En su momento, tal vez dijo el impresionante calvo.
Naturalmente, estis seguros de que nadiepudo seguir nuestro
avin.
Claro que no dijo Duvalier, sin dejar de mirar la pantalla. Y
menos todava pudieron seguirnos encoche desde el aeropuerto.
En ese caso, dejaremos que Dieter se desfogue con el britnico el
calvo seal la pantalla en la quese vea a Vallance Cornell en su
aposento. No me gusta que un agente ingls se haya metido en esto.Qu
hay de los otros dos nuevos?
Raymond Favre me parece un pobre hombre inform Duvalier. Tiene
mucho dinero, es cierto,pero no creo que nos interese: carece de
personalidad para ser rey. El que quiz resulte aprovechable esFranz
Rundstein..., aunque la Repblica Federal no es precisamente un
bocado fcil.
Estudiaremos a fondo a Rundstein asinti el calvo; volvi a mirar
la pantalla de Amalia. Ya laseorita Lucientes, que si es lo que
dice ser. No es cierto, Dieter?
As es, Luis. Cuando anoche me llam Duvalier desde Pars me puse a
trabajar en seguida, y supe queAmalia Lucientes, la rica petrolera
venezolana, haca algunas semanas que haba salido de su pas
haciaEstados Unidos, y que pensaba proseguir su viaje por Europa y
Asia.
Bien... Bien.
Se quedaron en silencio los tres, fija la mirada en la pantalla.
El atltico ngel Toms estaba ya tendido enel lecho junto a Amalia
Lucientes, que se abrazaba a l y le besaba. Ella misma se puso un
brazo de lalrededor de su cintura, y se apret ms contra el cuerpo
masculino. Su voz son queda en el stano devigilancia
electrnica:
Acariciante... ngel, acaricame... Y bsame en la boca!
Jean Dutreval movi compasivamente la cabeza, mientras Dieter
sonrea sardnicamente. Luis XXVsimplemente miraba. Presenciaron el
abrazo, el beso de ngel Toms a Amalia Lucientes, las caricias desus
manos en todo el cuerpo... Ella apart la boca, y suspir:
Hzmelo...
Instantes ms tarde resonaba en el stano el gemido de inicial
placer de Amalia Lucientes.
Vaya una hembra dijo Duvalier.
Me interesa dijo el calvo. Es fea, pero tiene un cuerpo hermoso.
Y sobre todo, cuando quiere unacosa no repara en medios para
conseguirla. Esa es la clase de gente que necesitamos.
Oportunamentehablar con ella para proponerle que sea reina en
Venezuela. Bien, apagad esa pantalla.
Ahora? exclam Dieter. Pero ella est a punto de...!
Apagad.
Por supuesto, Luis.
Y dejadla tranquila. Que disfrute cuanto quiera, que se tire a
ese sujeto las veces que quiera... Quieroque est muy satisfecha de
su estancia aqu, que empiece a valorar, las conveniencias no slo de
ser rica,lo que no le habra facilitado forzosamente un hombre como
se, sino de ser reina, que s le conferirpoder para tener a ese
hombre y a todos los que pueda desear. Estar en mis aposentos.
Sali de la estancia al pasillo, por el que camin apenas media
docena de pasos, hasta el hueco de lapequea cabina-ascensor que
conduca directamente a sus aposentos, La cabina ascendi
silenciosamente,
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y se detuvo en el saln. Luis XXV sali, fue a sentarse en un
suntuoso silln, y encendi un cigarrillo,quedando pensativo.
Pero no caba dudarlo: las personas que a l le interesaban tenan
que ser como Amalia Lucientes.
CAPTULO V
El chambeln apareci en la amplia puerta del gran saln, golpe el
suelo con la vara, y anunciosolemnemente:
Su Majestad Luis XXV!
Haba cesado todo rumor en el saln, y todas las miradas estaban
fijas en el lugar de la real aparicin.Amalia Lucientes, que haba
estado conversando con sus tres compaeros de viaje a Reino d'Azur,
mirabamuy atentamente al regio personaje, cuya fastuosidad estaba
fuera de toda duda. Llevaba medias blancas,calzones azules, y
casaca blanca. Tambin la gran peluca de amplios y numerosos rizos
era blanca. En lamano derecha, Luis XXV sostena unos impertinentes,
que se coloc elegantemente ante los ojos paralanzar un vistazo
circular por el saln.
Cielos murmur Amalia, qu hombre tan interesante!
Vallance Cornell sonri irnicamente. Luis XXV caminaba ahora
despaciosamente por entre las filas quese haban formado en el
centro del saln, saludando a los personajes que le reciban con
torpesinclinaciones de cabeza. Haba mujeres, por supuesto, que
hacan una absurda reverencia. Mujeresesplndidas, jvenes,
bellsimas.
Desde haca quince minutos Amalia y los dems invitados de Su
Majestad esperaban en el saln, y en esetiempo la venezolana crea
haber captado ya de qu iba la diversin: hombres muy ricos que
pagabancincuenta mil dlares como anticipo, y ms adelante sin duda
otra buena cantidad, para estar en aquellugar divirtindose de modo
diferente a como lo haban estado haciendo entonces en sus aburridas
vidas,embobndose con un ambiente palaciego de pelcula made in
Hollywood. Haba criados con librea ypeluca, una orquestina que haba
estado tocando minuetos, y joyas de pega que las damas lucan en
susamplios escotes.
Era todo tan decididamente absurdo que sobrepasaba lo ridculo
para alcanzar la categora dedesconcertante. Y decepcionante, porque
Amalia no poda alcanzar a imaginar qu cosa extraa podaestar
sucediendo en aquel palacio de un reino que no exista...
Jean Duvalier, que caminaba detrs y a la derecha de Luis XXV, se
adelant un poco cuando Su Majestadestuvo cerca de Amalia, Cornell,
Favre y Rundstein. Sus gestos eran ampulosos, increbles.
Majestad, permtame presentarle a nuestros nuevos invitados: el
seor Vallance Cornell, el seorRaymond Favre, el seor Franz
Rundstein, y la seorita Amalia Lucientes.
Luis XXV haba ido moviendo apenas la cabeza a cada presentacin,
y cumplidas stas, miramablemente a Cornell y pregunt:
Cmo est Elizabeth, seor Cornell? Tal vez la ha visto usted
ltimamente?
A quin? se desconcert el britnico.
A Elizabeth, naturalmente.
Su Majestad se apresur a aclarar Duvalier se est refiriendo,
naturalmente, a la Reina deInglaterra.
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Ah se pasm Cornell. Pues no. Lo siento, pero... Bueno, a decir
verdad nunca he estado cerca deSu Majestad. Pero creo que por
fortuna se encuentra perfectamente.
Lo celebro casi sonri Luis XXV, y desvi su mirada hacia Favre.
Monsieur, fue una desgracia loque ocurri en Francia, pero tal vez
en breve podamos ponerle remedio. Se puede admitir que una nacinest
regentada con ms o menos poderes por un presidente, pero es
intolerable que no exista un rey, noest de acuerdo?
S, s asinti Favre. Por supuesto, Majestad.
En cuanto a usted, herr Rundstein lo mir Luis XXV, podra decir
lo mismo, pero creo que por elmomento Alemania vera con mejores
ojos los esfuerzos dedicados a su reunificacin que a reinstauraruna
vieja monarqua.
Sin la menor duda, Majestad asinti muy seriamente Rundstein. No
obstante, soy de la opinin deque los tiempos de esplendor slo se
consiguen cuando una nacin dispone de realeza.
Interesante... e inteligente observacin, herr Rundstein. En un
momento ms adecuado me gustarasostener una conversacin privada con
usted. Mi buen Duvalier se encargar de concertar la cita.
Me siento muy honrado, Majestad.
Luis XXV se detuvo ahora frente a Amalia, cuya inexpresividad
era total mientras miraba los oscuros ojosdel monarca. A su vez,
ste mir con detenida atencin los tambin oscuros ojos de la
venezolana.
Seorita Lucientes, tengo informes altamente satisfactorios sobre
usted. Al parecer no la asustara austed ser reina.
Debera asustarme, Majestad? inquiri dulcemente Amalia.
Puedo asegurarle que no es fcil ser reina.
Estoy convencida de ello. Sin embargo, observo que hay en
palacio muchas damas, y yo crea que serala nica. Supongo que entend
mal a monsieur Duvalier cuando dijo que no estaba previsto la
presencia demujeres en palacio.
Mi buen Duvalier se refera, claro est, a mujeres dignas de ser
consideradas como reinas. Las queusted ve son... cmo lo dira
yo?...
Damas de compaa, Majestad? sugiri Amalia.
Su Majestad Luis XXV se permiti una sonrisa, mientras por sus
ojos pasaba un destello de renovadointers.
Podramos decirlo as, en efecto. Como usted comprender, un lugar
sin damas no puede resultar deltodo agradable para unos caballeros
que desean ser tratados como reyes. Pero, volviendo al principio
deesta agradable conversacin, tengo informes de que su personalidad
no es... vulgar. Esto aparte, yconsiderando su generosa aportacin
inicial, la encaminan a usted firmemente hacia un... efmero,
perodelicioso reinado. Me encantar observarla tras la
coronacin.
Voy a ser coronada reina?
Naturalmente. Y me complacera sobremanera que una vez ensalzada
a la categora de reina ocupaseun asiento a mi lado.
Acepto emocionada tan gran amor, Majestad.
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Dentro de poco sonri de nuevo Luis XXV podr usted llamarme
simplemente. Luis., Est todopreparado, mi buen Jean?
Por supuesto, Majestad.
Bien. Procedamos, entonces.
Luis XXV salud con real gesto y se dirigi hacia el fondo del
saln, donde estaba su trono. Se sent enste, mir a Duvalier, y ste
hizo una sea que fue interpretada por los heraldos de palacio,
colocadosjunto a las paredes. Todos a una alzaron sus largas
trompetas, y emitieron un tono prolongado ycambiante. Cerca de
Duvalier aparecieron cuatro pajes portando sendos almohadones
blancos sobre loscuales descansaban otras tantas coronas.
Amalia Lucientes vea y no crea. A su alrededor todo eran
sonrisas y comentarios, algunos realmentejocosos, que casi
arrancaron risas en Vallance Cornell.
Duvalier se adelant un poco.
Majestades invitadas, encantadoras damas, vamos a proceder a la
coronacin de protocolo de cuatronuevos invitados de Su Majestad
Luis XXV. Por favor, demos al acto la solemnidad que merece.
Como por arte de magia, sobre las cabezas de los invitados
comenzaron a aparecer coronas cmo las queportaban los pajes que
esperaban cerca de Duvalier. En un instante; todo se llen de reyes
de pega.Raymond Favre se inclin hacia Amalia, y susurr:
Es la idiotez ms grande de que tengo noticia, pero lo seguro es
que nos vamos a divertir; y que pocaspersonas podrn contar
experiencias como esta nuestra. Yo nunca he sido rey. Y usted?
Amalia lo mir, frunci el ceo, y; sin contestar, dedic de nuevo
su atencin a la ceremonia. Justamenteen ese momento Duvalier
llamaba a Raymond Favre, que se acerc al trono de Luis XXV, y, a
una sea deDuvalier, se postr ante el monarca, hincando una rodilla
en tierra. Un paje se coloc junto a Luis XXV,qu tom delicadamente
la corona, y la alz sobre la cabeza de Favre.
Yo, Luis, XXV, rey de Azul, soberano resplandeciente en un mundo
que est en desconsoladoradecadencia, tengo a bien coronar a
monsieur Raymond Favre como Majestad indiscutible del Reino que
lmismo elija; Qu lugar desea para reinar, monsieur Favre?
Yo? se pasm ste. Bueno, pues... Pars. Rey de Pars.
Rey de Pars, yo te corono.
Luis XXV coloc la corona sobre la cabeza de Favre, que a una sea
de Duvalier se irgui y se puso enpie. Una salva de aplausos acogi
su coronacin...
* * *
Los aplausos llegaron, muy amortiguados, hasta el pasillo del
fondo de la planta baja, por donde caminabalentamente, como
aburrido, ngel Toms, con las manos en los bolsillos. Volvi la
cabeza; titube, y luegoprosigui su deambular por el palacio. Haba
recorrido ya los tres pisos de ste, haba visto lashabitaciones de
los criados, precisamente cerca de donde estaba ahora, en la planta
baja, y se encaminabahacia donde, si su olfato no le engaaba,
estaba la cocina.
Bien, distribuidos por el palacio haba soldados con lanzas que
le haban mirado inexpresivamente, tantoque pareca que ni siquiera
le vean. Lo mismo suceda en la puerta que haba al fondo, y que vio
cuandose detuvo ante la de la cocina, dentro de la Cual se oa el
rumor propio del lugar. All, en aquella puertadel fondo, dos
soldados de calzones y lanza permanecan como estatuas... Para que
nadie del exterior
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entrase..., o para que nadie del interior saliese?
Decidi comprobarlo. Camin hacia aquella puerta, y cuando se
dispona a alargar el brazo para asir elpicaporte, las dos lanzas se
cruzaron ante l, cortndole el paso. ngel mir a uno y otro
payaso.
Slo quera tomar un poco el fresco dijo. No puedo salir?
Las dos lanzas permanecieron cruzadas ante l. ngel retir el
brazo, y asinti con un gesto.
Comprendo dijo. Que pasen feliz noche.
Regres hacia la cocina, en la cual entr. Era enorme, y haba
trabajando all no menos de quincepersonas, que no le hicieron el
menor caso. Un sujeto altsimo y gordsimo, con grandes bigotes de
guasrizadas orgullosamente hacia arriba, y que portaba un blanco
gorro de chimenea, daba rdenescontinuamente, yendo de un lado a
otro sin parar. ngel comprendi que era el jefe de la cocina, y
seacerc a l, pasando junto a las mesas donde ya comenzaban a
prepararse excelentes manjares, purasfiligranas culinarias que
maravillaron verdaderamente a ngel Toms. Ni siquiera en Lyon haba
visto talderroch de calidad y fantasa. De todo aquello, lo nico que
le pareci asequible fue la bandeja decanaps de caviar con huevo
duro y cebolla teida de rojo.
Tom un canap y se lo meti entero en la boca. La mirada del
cocinero jefe cay sobre l como uncaonazo.
Eh, t! bram. Aprtate de ah ahora mismo! Y sal de mi cocina
corriendo!
Tengo hambre dijo ngel, alargando la mano hacia otro canap. No
he cenado.
El enorme cocinero cargaba hacia l como un viejo carro de
combate, agarrando de pasada una sartn dela que saltaron diversas
frituras. La sartn, chorreando aceite, se blandi sobre la cabeza de
ngel,mientras los ojos del cocinero despedan puro fuego.
Largo de aqu, canalla! bram.
Y un bocadillo? sugiri Toms.
Se reparti la cena a los sirvientes a su hora!
Es que yo estaba descansando, y no me enter.
FUERA DE AQUI!
ngel baj la cabeza, muy manso. De pronto, alarg las dos manos a
la vez, agarrando sendos canaps. Lasartn descendi en diagonal hacia
su cabeza, sin alcanzarla, puesto que ngel retrocedi gilmente.
Fueun desastre: la sartn alcanz de lleno la bandeja de canaps,
hacindolos saltar destrozados en todasdirecciones. El cocinero se
qued un instante contemplando con aterrada estupefaccin el
estropicio,luego solt la sartn, se llev las manos a la cabeza,
haciendo caer el gorro, y comenz a gemir. ngel semeti otro canap en
la boca, movi la cabeza, y dijo:
Lo ves? Ahora nadie se comer el caviar!
Cuando al desolado Gastn quiso reaccionar su inoportuno
visitante ya sala de la cocina, metindose enla boca el ltimo canap.
Casi se dio de narices con Dieter Strauss, que se qued mirndolo
fijamente.ngel se qued mirndolo como si acabase de aparecrsele un
fantasma, y enseguida sonri.
Ah, hola, seor jefe de la polica salud. Qu tal?
Qu est usted haciendo? murmur Strauss.
ASESINATO EN PALACIO-LOU CARRIGAN file:///E:/Libros Biblioteca
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Cenando un poco. Me qued dormido en una siesta largusima. Oiga,
el cocinero ese tiene mala uva,verdad?
Seor Toms, no debe usted vagar por el palacio.
Slo quera ver cmo es.
Pues si ya lo ha visto vuelva a su habitacin.
No he cenado a mi gusto.
Me encargar, de que le suban una cena satisfactoria.
Ah, eso es otra cosa. Oiga, qu est pasando ahora en el saln?
Estn efectuando las nuevas coronaciones.
Las qu?
Las nuevas coronaciones sonri secamente Strauss. Permtame
acompaarle a su habitacin; seorToms.
Preferira ver eso de las coronaciones.
No puede ser.
Paciencia. Espero que mi reina me lo cuente todo despus...
* * *
..Reina de Toda Amrica, yo te corono dijo Luis XXV, complaciendo
los deseos de los territorios dereinado de Amalia Lucientes.
La salva de aplausos fue mucho ms nutrida que las tres
anteriores. Amalia se irgui, sonriente, con lacorona sobre su
cabeza. No estaba segura de si era de madera o de plstico, pero lo
cierto era que no erade oro. Pesaba muy poco. Cerca de ella, los
recin coronados Rundstein, Favre y Cornell aplaudansonoramente. El
regocijo era general.
Los aplausos cesaron a una peticin de Duvalier, que dijo:
Majestades y damas, sigan a Su Majestad Luis XXV hacia el saln
comedor, por favor.
Luis XXV se haba puesto en pie, y acercndose a la Reina Amalia
de Toda Amrica, le tendi el brazo.Sonaron ms aplausos cuando la
venezolana se agarr al brazo del monarca, cuya corona,
ciertamente,pareca ms consistente; que las de sus invitados.
Concdame el honor, Majestad dijo Luis XXV.
Llmeme Amalia dijo sta, mostrando sus saltones dientes. Puedo
llamarlo Luis ahora?
Por supuesto, querida.
Esplndido. Dgame, Luis: qu seguir ahora?
Ah, tenemos una cena exquisita, preparada por Gastn, el mejor
cocinero de Francia, es decir, delmundo. Posteriormente, en el saln
de nuevo, tomaremos caf y licores, escucharemos msica, y, quieneslo
deseen, podrn bailar alguna q