9 8 Esquila Misional • diciembre 2017 diciembre 2017 • Esquila Misional a decir era: “Dios mío, aquí está tu Juan”». Santa Rosa Frente a la casa de «Fray Escoba» se encuentra el si- tio donde nació y vivió Isa- bel Flores de Oliva, la futura santa Rosa de Lima. El lugar es actualmente un hermoso complejo religioso en el que destacan el santuario, un monasterio, el jardín y la pe- queña celda donde la santa se retiraba a orar. Una obra que llama la atención a pe- regrinos, turistas y visitantes es el pozo en el que la gente va a depositar sus cartas di- rigidas a Rosita para pedir su intercesión por alguna nece- sidad. En el día de su fiesta se forman filas interminables de personas convencidas de que no puede negarles un fa- vor. También esta ocasión me toca ver este ritual. Sólo que en un día normal como éste todo puede hacerse con cal- ma, sin la prisa de dejar es- pacio a otros devotos como sucede el día de su fiesta. Salgo de ahí para entrar en el santuario. A pesar de que es un día nublado, una luz y una atmósfera místicas llenan el espacio sagrado e invitan al recogimiento y a la oración. Actividad en la que santa Rosa era experta como cuentan sus biógrafos y apa- rece en muchos de sus es- critos como el que aquí cito: «Oh dulce martirio, que con harpón de fuego me ha heri- do. Corazón herido, con dar- do de amor divino, da voces por quién lo hirió, Purifica mi corazón. Recibe centella de amor, para amar a su Crea- 9 8 Lima de los Santuarios Crónicas de viaje color.com Esta vez regresé después de cuatro años. En noviembre de 2013 me detuve ahí unos días mientras iba a participar en el Congreso America- no Misionero, en Maracaibo, Venezuela. Entonces fue algo veloz y circunstancial. Esta ocasión fue algo programado. El motivo era participar en un simposio organizado por la provincia Perú-Chile con ocasión del 150 aniversario de la fundación de los Misioneros Combonianos. Fueron cuatro tardes intensas que concluyeron con una proce- sión y la celebración eucarística presidida por el padre Luis Alberto Barrera, obispo comboniano de la diócesis de Tarma, Perú. En tierra de santos Sin descuidar el objetivo principal del viaje, al que me referí antes, «peregriné» por varios lugares «T odos vuelven» es el título de uno de los valses peruanos más conocidos. Y estas pala- bras las repite la gente cuan- do alguno de quienes hemos vivido o trabajado allá regresa de visita o para quedarse. Desde que concluyó mi servicio misionero en ese país maravilloso, hospitalario y fraterno en 2001, he regresado en varias ocasiones y por diversos motivos. En días pasados estuve allá de nuevo. Los nueve días de mi permanencia pasaron volando, pero los aproveché al máximo. Así que, aparte de cumplir con la tarea que se me había asignado, visité familias y lugares, sobre todo centros de devoción amados por la gente sencilla de Perú y de turistas. de culto para beber en las fuen- tes de espiritualidad y piedad popular que forman parte de nuestra herencia cristiana. Llegué a Lima la noche del 18 de octubre y al día siguiente empezó mi recorrido por algu- nos de los centros religiosos más conocidos y amados de la ciudad. El primero de ellos, la casa natalicia de san Martín de Porres en la que actualmen- te se realizan varias obras de asistencia social para gente necesitada. En la capillita de- dicada al santo mulato destaca una estatua que lo representa con los elementos de la ico- nografía tradicional: la escoba y tres animales considerados enemigos irreconciliables: el gato, el ratón y el perro en pa- cífica convivencia. Me acerco. De rodillas fren- te al altar está un jovencito acompañado por su madre. Se nota en él una ligera dis- capacidad intelectual. Su voz suave y devota me recuerda la experiencia bíblica de Ana, la madre de Samuel (1Sm 1,9- 16), «san Martincito –repite en una larga letanía– te pido por mi tío Pedro, por mi mamá, por mi papá, por…». No especifica nada. No da una «indicación» al santo. En su inocencia – imagino– él entiende que san Martín sabe cuáles son sus necesidades más urgentes. Pide, confía y basta. Eso me hace pensar en una enseñan- za que la abuela paterna nos repetía para decirnos que Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. «Había un hombre simple –nos conta- ba– que no sabía cómo rezar y cuando se ponía en presencia de Dios lo único que atinaba Texto y fotos: Jorge GARCÍA, mccj