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LIAHONA LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANIOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS Noviembre de 1977
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LIAHONA · ber; y es un mandamiento del Señor. El presidente Heber J. Grant dijo: ... Hoy, sus discípulos están bajo el mismo mandato y cierta ... El Señor ha indicado que cuando

Sep 20, 2018

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LIAHONA LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANIOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

Noviembre de 1977

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Numerólo Año23 Noviembre de 1977

PUBLICACIÓN DE LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

LA PRIMERA PRESIDENCIA Spencer W. Kimbal! N. Eldon Tanner Marión G. Romney

CONSEJO DE LOS DOCE APOSTÓLES Ezra Taft l3enson Mark E. Pelersen Delbert L. Slapley LeGrand Richards Howard W. Hunler Cordón 13. Hinckley Thomas 5. Monson Boyd K, Packer Marvin j . AshLon Bruce R. McConkie L. Tom Ptirry David B. Haigh!

COMITÉ ASESOR Gordon B. Hinckley Marvin J. Ashton L Tom Perry Marión D. Hanks lames A. Cull imore Robert D. Hales

EDITOR DE LAS REVISTAS DE LA IGLESIA Dean L. Larsen

REVISTAS INTERNACIONALES Larry Hiller, Editor Gerente Carol Larsen, Ayudante Roger Gyll ing, Diseñador

EDITORA RESPONSABLE DELIAHONA Raquel R.V. Tokarz

COMPAGINADOR Goff Dowding

Índice ARTÍCULOS DE INTERÉS GENERAL

1 "Me seréis testigos", presidente Spencer W. Kimball 4 Sugerencias para obtener éxito como miembro misionero, élder

Franklin D. Richards 7 Facilitemos la obra misional

14 Cómo testificar, Stephen R. Covey 16 Un testimonio que hizo nacer el mío, JutíaSlopek 17 Todos pueden hacer la obra misional 26 El espi'ritu misional, élder Jacob de Jager 28 La obra misional comienza en el hogar, Ernest Eberhard 30 "Algún día seguiréis a vuestro padre", Kathryn H. Ipson 31 Cuando llevamos amigos a la Iglesia, Spencer J. Condie 34 "Háblenos de su religión", George D. Durrant 38 La reverencia 40 Mi legado (poesía), José Luis Molnar 41 Un día más..., G. Enrique Rittscher SECCIÓN PARA LOS JÓVENES 25 Por medio de una persona..., Emilio O. Vergelli 33 Mis alumnos presidiarios, Janette Millar 36 Miembros misioneros, Laird Roberts SECCIÓN PARA LOS NIÑOS 17 Todos pueden hacer la obra misional 18 De amigo a amigo, élder William R. Bradford 20 ¡Quiero ser misionero! 23 Mi diario de misionero NOTICIAS DE LA IGLESIA 38 Cuatro nuevas estacas en Uruguay 41 Noticia especial a nuestros lectores

LIAHONA

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por el presidente Spencer W. Kiraball

Ninguna persona que se haya convertido al evangelio debe evadir su responsabilidad de enseñar la verdad a otras personas. Ese es nuestro privilegio, nuestro de­

ber; y es un mandamiento del Señor. El presidente Heber J. Grant dijo:

"El primer gran mandamiento es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, poder, mente y fuerza; y e! segundo es semejante: amar a nuestro prójimo como a noso­tros mismos. Y la mejor manera de demostrar nuestro amor por nuestro prójimo es ir por todas partes y proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo, del cual El nos ha dado cono­cimiento absoluto concerniente a su divinidad." (Conference Repon, april de 1927, pág. 176.)

Hace algunos años me preguntaron: "¿Debe lodo ¡oven miembro de la Iglesia salir a cumplir una misión?" Yo res­pondí con la respuesta que el Señor ha dado: "Sí, todo joven digno debe salir de misionero". El Señor así lo espera, y si no es digno de salir de misionero, entonces de inmediato debe comenzar a hacerse digno. El Señor nos ha instruido:

"Enviad los élderes de mi Iglesia a las naciones que se en­cuentran lejos; a las islas del mar; enviadlos a los países ex­tranjeros; llamad a todas las naciones, primeramente a los gentiles y después a los judíos." (D. y C. 133:8.)

De modo que los jóvenes de ia Iglesia que están en edad de ser ordenados élderes, deben estar preparados y ansiosos para salir al mundo como misioneros. En la actualidad, sólo una tercera parle de los jóvenes elegibles de la Iglesia han salido a una misión. ¡Una tercera parte no es "todo joven"!

Alguien quizás también pregunte: "¿Debe cada mujer jo­ven, cada padre y madre, cada miembro de la Iglesia, salir co-

mo misionero?. Nuevamente, el Señor ha provisto la respues­ta: Sí, cada varón, mujer, y niño; cada joven y cada pe-queñuelo debe ser misionero. Esto no significa que deban ir al extranjero ni ser apartados como misioneros regulares. Significa que cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de dar testimonio de las verdades del evangelio que se nos han dado. Todos tenemos parientes, vecinos, amigos y com­pañeros de trabajo, y es nuestra responsabilidad enseñarles las verdades del evangelio, tanto por precepto como por ejemplo. Las Escrituras indican claramente que todos los miembros de la Iglesia son responsables de realizar la obra misional:

"...y le conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójim.o.",(D ) C 88 81.)

Los profetas de esta dispensación también han enseñado claramente el concepto de que el servicio misional es respon­sabilidad de todos los miembros. El presidente David O. Mc-Kay enseñó ese principio con estas palabras de exhortación: "¡Cada miembro un misionero!" (Conference Repon, abril de 1959, pág. 122.)

¡Cuan emocionante es, queridos hermanos miembros del reino de Dios, recibir del Señor la responsabilidad de servir como mensajeros de su obra a otros hermanos que no son miembros de la Iglesia! Por un momento supongamos que no sois miembros de la Iglesia, y que las personas que actual­mente no son miembros de la Iglesia son Santos de los Últi­mos Días. ¿Desearíais que ellos compartieran el evangelio con vosotros? ¿Aumentaría vuestro amor y respeto por el pró­jimo que ha compartido, estas verdades con vosotros? ¿Disfru­taríais entonces de las nuevas verdades que habéis aprendido?

Liahona, noviembre de 1977 1

"Me seréis testigos"

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Por supuesto que la respuesta a todas esas preguntas sería: "Si"'.

Las Escrituras nos dicen definitivamente que el evangelio debe llevarse a todo el mundo. El Salvador recalcó esto cuan­do fue con sus Apóstoles a la cima del Monte de los Olivos antes de su ascensión y dijo:

"... y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, y en Samaría, y hasta lo último de la tierra." (Hechos 1:8.)

Hoy, sus discípulos están bajo el mismo mandato y cierta­mente sus palabras "hasta lo último de la tierra" incluyen a los habitantes de lodos los continentes y a los lugares más re­motos de la tierra,

"... y testificarás de mi nombre no sólo a los gentiles, sino a los judíos también; y mandarás mis palabras a los cabos de la tierra." (D. y C. 112:4.)

Ciertamente hay significado en las palabras del Señor: "to­das las naciones", "cada nación", "lo último de la tierra", "cada lengua", "los cabos de la tierra", Esto fue y es una necesidad universal, por lo que la aplicación debe ser universal. La hu­manidad es la familia universal de nuestro Padre Celestial, y hemos recibido el mandato universal de llevar el evangelio a los miembros de esta familia.

Si no hubiera conversos, la Iglesia se marchitaría y mo­riría. Pero quizás la razón más grande para realizar la obra misional es dar al mundo la. oportunidad de escuchar y acep­tar el evangelio. Las Escrituras están repletas de mandamien­tos, y promesas, y llamamientos, y recompensas por enseñar el evangelio. Deliberadamente utilizo la palabra mandamiento porque parece ser un mandato insistente del cual no podemos escapar individual ni colectivamente. Además, el manda­miento es claro: no sólo todos los miembros de su Iglesia de­ben prestar servicio misional, sino que debemos llevar el evangelio a todos los hijos de nuestro Padre Celestial en esta tierra.

El Señor ha indicado que cuando proclamamos su palabra debemos esperar que su poder esté con nosotros. El ha dicho: "Toda potestad me es dada en ei ciclo y en la tierra". Y luego en el siguiente versículo indica una manera en que este poder debe utilizarse:

"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones... en­señándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén." (Mateo 28:18-20.)

Si la obra misional es ciertamente la obra del Señor, y lo es, y si toda potestad nos es dada, entonces ¿por qué, como Santos de los Últimos Días, vacilamos en llevar el evangelio a otras personas?

.El Señor le dijo a su profeta Jeremías, "He aquí que yo soy .Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?" (Jer. 32:27). Yo creo que Dios puede hacerlo que desea, y ciertamente desea que su Evangelio se enseñe a toda per­sona en la tierra.

El Señor ha indicado que no sólo abrirá las puertas nece­sarias para la obra misional, sino que acompañará a los que participen en su servicio. Más adelante en esta dispensación,

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hizo la siguiente promesa al presidente del Consejo de los Doce, y los mismos principios se aplican a todos los que están en su servicio:

"De modo que, a donde os manden, id, y yo estaré con vo­sotros; y sea'cual fuere el lugar donde proclamareis mi nom­bre, sé os abrirá una puerta eficaz para que reciban mi pala­bra." (D. y C. 112:19.)

Por lo tanto, como misioneros no debemos preguntarnos si debemos servir o no, sino que debemos prepararnos y hacer­lo. No hay puertas impenetrables en el mundo en lo que res­pecta a la enseñanza del evangelio. No veo razón por la que el Señor tenga que abrir puertas que no estamos preparados para pasar. Y si no entramos, la responsabilidad caerá sobre nuestros hombros. Si no cumplimos nuestro deber con respec­to al servicio misional, estoy convencido de que Dios nos con­siderará responsables por las personas que se hubieran salva­do si hubiéramos cumplido con nuestro deber.

Nuestro papel como misioneros no consiste fundamental-:. mente en convencer a la gente de la veracidad del evangelio, Si el Señor estuviera primordialmente interesado en conven­cer a la gente de la divina naturaleza de su obra, quizás de­mostraría sus poderes en tal manera que un gran número de personas conocerían la verdad en un período de. tiempo rela­tivamente cortro; Podría hablar si quisiera, y todos los habi­tantes del mundo lo oirían en su propio idioma. O podría ha­cer aparecer sus palabras en el firmamento donde todos pu­dieran leerlas. Pero si las personas así convencidas realmente no mejoraran su vida, no se arrepintieran de sus pecados ni se volvieran a El en justicia, serían peores que antes y se harían más insensibles a la inspiración del Espíritu Santo.

No, el interés principal del Señor no es que sus hijos estén sólo convencidos de su obra sino que quiere que se conviertan al evangelio. Las personas realmente convertidas rechazan sus maneras pecadoras de vivir, cambiando a una nueva vida en Cristo; esa es realmente una "conversión", o cambio de vi­da. Como el apóstol Pablo mencionó en la antigüedad:

"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." (2 Cor. 5:17.)

En realidad, el misionero no convierte a nadie; el Espíritu Santo es el que lo hace. El poder de conversión está directa­mente asociado con el Espíritu Santo, porque ninguna per­sona puede ser realmente convertida y saber que Jesús es el Cristo si no es por el poder del Espíritu Santo. Sin embargo, los misioneros y los miembros son partes necesarias y vitales en el proceso de conversión. Debemos dar nuestro testimonio de que el evangelio es verdadero; y puede que éste sea la chispa que encienda e! proceso de conversión. En consecuen­cia, nuestra responsabilidad es doble: debemos dar testi­monio de las cosas que sabemos, sentimos y hemos sentido, y debemos vivir de tal forma que el Espíritu Santo pueda estar con nosotros y de ese modo transmitir nuestras palabras con poder al corazón del investigador.

El Señor ha prometido grandes bendiciones en proporción a nuestra preocupación por compartir el evangelio, y a medi-

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da que ocurran milagros espirituales recibiremos ayuda del otro lado del velo.

"Y quienquiera que os reciba, allí estaré yo también, por­qué iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestros corazones y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros." (D. y C. 84:88.)

El Señor nos ha dicho que nuestros pecados serán per­donados más fácilmente si traemos almas a Cristo y con de­terminación continuamos dando nuestro testimonio al mun­do. (Véase D. y C. 84:61.) En la sección 4 de Doctrinas y Con­venios, una de las Escrituras más importantes que se refieren a la obra misional, se nos dice que si servimos al Señor "con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza", entonces podre­mos aparecer "sin culpa ante Dios en el último día" (versículo 2). Además, el Señor dice:

"Y si fuere que trabajereis todos vuestros días proclaman­do el arrepentimiento a esle pueblo, y me trajereis, aun cuan­do fuere una sola alma, ¡cuan grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!

Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuan grande será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!" (D. y C. 18:15-16.)

Nuestra meta consiste en identificar lo antes posible cuáles de los hijos de nuestro Padre están espiritualmente prepara­dos para alcanzar el bautismo en el reino. Una de las mejores maneras consiste en presentar cuanto antes a vuestros amigos, parientes, vecinos, y conocidos a los misioneros regulares. No pretendáis que el proceso de hermanamiento dure mucho tiempo, ni aguardéis por el momento preciso y perfecto. Lo que debéis saber es si son los elegidos: "... porque mis elegi­dos escuchan mi voz y no endurecen sus corazones" (D. y C. 29:7). Si ellos escuchan y abren su corazón al evangelio, in­mediatamente se hará evidente. Si no quieren escuchar y el escepticismo y los comentarios negativos han endurecido su corazón, es porque no están preparados. En tal caso, seguid amándolos y hermanándolos y esperad hasta la próxima oportunidad para ver si están preparados; así no perderéis su amistad ni su respeto.

Por supuesto, surgen situaciones desmoralizadoras; pero al final nada se pierde. Nadie ha perdido un amigo porque éste desee que se ponga fin a las visitas de ios misioneros. El miembro puede continuar su asociación con esta familia sin temor a que su amistad o relación especial se quebrante. A veces a unos les toma más tiempo que a otros ir a la Iglesia, y en estos casos, el miembro debe continuar hermanando y tra­tar de lograr la conversión en una próxima oportunidad. No os desmoralicéis por una momentánea falta de progreso: hay miles de relatos referentes al valor de la perseverancia en la obra misional.

En ciertas regiones del mundo, los miembros están logran­do un éxito notable. Están suministrando tantas y tan buenas referencias de personas que están listas para que se les enseñe en casa de un miembro, o en su propia casa con el miembro presente, que los misioneros están ocupados de la mañana a

la noche sólo enseñando y preparando a las familias que van a bautizarse.

La verdadera meta del proselitismo eficaz es que ios miembros proporcionen investigadores y los misioneros regu­lares les enseñen. Esto ayuda a resolver muchos de los viejos problemas que afligían a los misioneros. Cuando los miem­bros son quienes consiguen los investigadores, sienten un inte­rés personal en el hermanamiento; se pierden menos investi­gadores antes del bautismo, y los que están bautizados, tien­den a permanecer activos. Otro resultado es que cuando el miembro participa en la conversión, aun en forma indirecta, ei investigador parece intuir más prontamente que los mor-mones tienen un código de salud (la Palabra de Sabiduría no les sorprenderá), que los mormones pasan el domingo en la Iglesia y no de pesca o en deportes (guardar el día de reposo no les sorprenderá), y que los mormones contribuyen gusto­samente a los programas de la Iglesia (entienden mejor el diezmo, las ofrendas de ayuno, el presupuesto, fondo de edificación, fondos misionales, etc.) Cuando la sorpresa es mínima o no existe, se puede vencer más fácilmente la resis­tencia al bautismo.

Losmisipneros enseñan también a las personas individual­mente, pero se ¡es ha enviado especialmente para que traigan familias a la Iglesia. La familia se integrará a la Iglesia más fuertemente que una personas sola. Aún una persona fuerte dentro de la familia ayudará a todos sus miembros a per­manecer activos y a vencer cierto período de indiferencia que pueda afectar a alguno de ellos.

Esperamos tener la completa cooperación de los misione­ros de estaca y los regulares y la participación de los miem­bros de la Iglesia en general para abrir la puerta del evangelio a los otros hijos de nuestro Padre Celestial. Una de las princi­pales maneras en que esto se puede lograr es mediante el uso de las organizaciones y programas de proselitismo de la Igle­sia. Por lo tanto, lodos los oficiales, maestros, y miembros del Sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, deben man­tener sus organizaciones en orden, convirtiéndolas en verda­deros faros que, en la cima de un monte, puedan dar luz a to­do el mundo.

Recalcamos vigorosamente la necesidad de llevar a cabo la obra misional bajo el sistema de correlación del Sacerdocio, para que los investigadores sean hermanados dentro de los programas de la Iglesia de tal modo que muy pronto sean miembros fieles y activos. Esta es, entonces, otra manera en la que todos los miembros de la Iglesia se dediquen en forma activa y constante al servicio misional, hermanando, haciendo amistades, y alentando a los nuevos miembros de la Iglesia.

En resumidas cuentas, permitidme citaros las palabras del profeta José Smith: "La verdad de Dios avanzará intrépida­mente.... hasta que haya penetrado en todo continente... y re­sonado en todo oído, hasta que sean cumplidos los propósitos de Dios". Y entonces esta significativa revelación:

"Porque, en verdad, el pregón tiene que salir de este lugar a todo el mundo, y a los cabos más distantes de la tierra; tiene que predicarse el evangelio a toda criatura..." (D, y C. 58:64.)

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Sugerencias para

obtener éxito como

miembro misionero

Una conversación con el élder Franklin D. Richards, de la Presidencia del Primer Quorum de los Setenta.

E ider Richards: La obra misional es verdaderamente una maravillosa receta para ser feliz; en el proceso de

compartir el evangelio con los demás, traemos gozo a nues­tras propias vidas y establecemos nuestras prioridades. El Señor ha dicho que cada uno de nosotros tiene una tarea eterna que efectuar: ayudar a otros para que también puedan llegar a conocerlo.

Cuando les pregunto a algunos miembros cuál es nuestro objetivo, algunos dicen que es llevar el evangelio a todas las naciones; otros, que es distribuir copias del Libro de Mor-rnón; y otros afirman que es amonestar al mundo. Por lo general pasan seis respuestas antes de que alguien diga algo semejante a "bautismo de conversos", pero realmente ése es nuestro propósito. Todo lo demás es significativo sólo si con­duce a dicho objetivo.

P. ¿Cuáles son algunas maneras en que ios miembros pueden participar para conseguir que ios conversos se bauticen'}

Eider Richards: Creo que existen tres maneras fáciles de ser un miembro misionero. La primera es, parafraseando la escritura, hacer que nuestra luz brille para que otros puedan ver nuestras buenas obras. Anualmente, miles de personas se unen a la Iglesia porque observan la buena vida de los miem­bros, quienes viven y gozan los principios del evangelio...y quizás haya muchos miles que no se unen o no están intere­sadas porque también ven cosas que no son tan buenas. La segunda manera es hacer lo que llamamos las preguntas de

oro, algo como: "¿Sabe algo acerca de los mormones?"; y, de­pendiendo de la respuesta, "¿Le gustaría saber más?" La ter­cera es invitar a los amigos y vecinos a que nos acompañen a las reuniones de la Iglesia.

P. ¿Por qué piensa que algunos de nuestros miembros no es­tán dispuestos a invitar a alguien a aprender acerca del evange­lio^.

Eider Richards: Tienen miedo de ofender a la persona, o carecen de fe, ¡o ambas cosas! Y como usted sabrá, es una lás­tima, porque el Señor dijo: "mis elegidos escuchan mi voz y no endurecen sus corazones" (D. y C. 29:7). Nuestra tarea aparentemente no es atraer a todos a la Iglesia, sino sólo a los elegidos. ¿Y cómo se sabe quiénes son los elegidos? El dice que los elegidos escucharán su voz; escucharán y harán algo al respecto. A pesar de que una persona no sea "elegida" hoy, o incluso dentro de un año debido a las circunstancias de su vida, su actitud entera puede cambiar y hacer que se convier­ta en uno de los elegidos. Esa es la razón por la que continua­mente le damos a la gente muchas oportunidades de escuchar la voz del Señor. ¿Podemos hacer menos? ¿No nos ha dado el Señor a todos suficientes oportunidades en la vida? Si hemos progresado al grado de que estamos tratando de llegar a ser como El, entonces desearemos hacer lo mismo por otros. SÍ nos dedicamos a efectuar la tarea del Señor y confiamos en sus promesas, El abrirá el camino. Es así de sencillo asi'de bá­sico y así de cierto.

Hace un año, mientras viajaba a Iowa, me senté al lado de un joven que había estado asistiendo a la Universidad del Es­tado de Utah. Le pregunté si le gustaba y contestó: "Me en­canta". Le pregunté por qué y respondió que era por la gente. Obtuve su nombre y dirección y le dije si estaría bien que dos misioneros pasaran a visitarle. Seis meses después recibí una carta en la que los misioneros me informaban que esa semana bautizarían al joven, sus tres hermanos y sus padres.

Hace algunos meses me encontraba conversando con un caballero en un aeropuerto; después que hablamos de él, me preguntó acerca de mí y le dije:"Creo que la forma más exac­ta de describir lo que hago, es diciendo que soy un misionero mormón. ¿Le gustaría saber algo acerca de la Iglesia mor-. mona?" Me respondió que sí; obtuve su nombre y dirección y le pregunté si podrían visitarle dos miembros de la Iglesia. Aproximadamente tres o cuatro semanas más tarde recibí una carta donde me decía cuan maravillosa experiencia había tenido.

Creo que el Señor coloca a muchos de sus elegidos en nuestros senderos, cerca de nosotros; y de nosotros depende efectuar la conexión entre esa persona y la verdad.

Pero, debemos recordar que hay momentos apropiados e inapropiados para efectuar la obra misional; Es una tontería preguntarle a alguien si le gustaría saber más acerca del evan­gelio cuando está ocupado con varias personas; pero si la per­sona se encuentra sola, converse con ella; y si lo hace con una sonrisa y fe en su corazón, un buen número responderá afimativamente. Cualquiera podría conseguir por lo menos a

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una persona cada dos o tres meses para que los misioneros le prediquen.

P. Algunos miembros parecen estar llenos del espíritu pura compartir el evangelio, y otros parecen tener dificultad en ob­tenerlo. ¿Podría ofrecernos algunos consejos en cuanto a cómo obtener ese espíritu?

Élder Richards: ¡Sil ¡Y es algo que casi nunca falla! Leer el testimonio de José Smith cada semana o cuantas veces se necesite —se encuentra en la Perla de Gran Precio— y pro­meto que quien lo haga, se llenará con el espíritu de la restau­ración. Su testimonio es el centro de nuestro mensaje: que los cielos han sido abiertos, que Dios el Padre, y su Hijo se le aparecieron al profeta José Smith, quien fue el instrumento en las manos de Dios para restaurar el evangelio en su pleni­tud; que por su intermedio también se restauró el poder para actuar en el nombre del Señor y se restableció la Iglesia; y co­mo resultado de ío mencionado, actualmente tenemos un Profeta que nos dirige. Ese es nuestro mensaje. Cuando nos saturamos completamente con este mensaje, entonces esta­mos dispuestos a hablar acerca del mismo. Me gusta llevar conmigo estos folletos del testimonio de José Smith; los leo y los obsequio a la gente y esto por lo general ayuda a estable-

. cer una comunicación.

P. ¿Existen otras maneras en que los miembros podrían par­ticipar con éxito en nuestro llamamiento misional vitalicio?

Élder Richards: ¡Ciertamente! El encontrar y enseñar es* solamente una parte del procedimiento de obtener el bautis­mo de un converso. Otra parte muy importante es trabajar con los misioneros a medida que éstos le enseñan a la per­sona. Me gusta recalcar la palabra trabajar. Estoy convencido de que si dedicáramos más tiempo a trabajar con aquellos que expresan interés, tendríamos mucho más eficacia. Existen dos partes en cada conversión: la doctrinal (que generalmente imparten los misioneros) y la de hermanamiento, o sea, mos­trar amor por las personas que entran a la Iglesia.

En la vida de casi toda persona que se une a la Iglesia se debe efectuar una transición social. La gente necesita amigos, todos ios necesitamos, y cuando se abandona un modo de vi­da, asi' como algunas de las antiguas amistades, se requiere apoyo social y emocional a través de una amistad sincera, con la perspectiva de una agradable asociación en la vida. Ahí es donde entra a participar cada miembro. El líder de la misión de barrio debe trabajar inmediatamente con los misioneros, las organizaciones auxiliares y los miembros.

Por ejemplo, si una noche los misioneros le enseñan el evangelio a la familia Suárez, y éstos tienen hijos, deseamos que esos dos misioneros puedan llevar al día siguiente a dos hermanas de la Sociedad de Socorro, las cuales puedan estar pendientes de la esposa por un mes, llevándola a las reuniones de la Sociedad de Socorro. Al día siguiente, desea­mos que esos misioneros lleguen con alguien de la Primaria para invitar a los niños a las reuniones de esta organización y les expliquen lo que es. Al otro día, los misioneros deben vol­ver a invitar a los adolescentes a la Mutual.

Recuerdo que hace varios años me encontraba visitando una rama de la Iglesia en Savannah, Georgia (Estados Uni­dos). Asistí con mi esposa a una comida de la Sociedad de Socorro y comenté: "Parece que tienen una Sociedad de Socorro bastante grande. ¿Cuántos miembros tienen en la Rama de Savannah?" Me respondieron que approximada-mente cuarenta hermanas. Entonces les dije: "Pero, me pare­ce que hay más de cuarenta aquí esta mañana". "Si"', me res­pondieron, "tenemos ochenta y cuatro presentes." Indagué y descubrí que muchas eran investigadoras y amigas de miem­bros y todas ellas estaban siendo "hermanadas" en la comuni­dad de la Iglesia. El hermanamiento es particularmente eficaz con aquellas familias donde sólo algunos son miembros de la Iglesia.

Una estaca común tiene, digamos, 450 futuros élderes; aproximadamente 60 por ciento están casados con mujeres que no son miembros de la Iglesia, lo cual suma más o menos 300 esposas que no son miembros. También tenemos muchas mujeres miembros de la Iglesia casadas con hombres que no lo son, digamos 150 por estaca. De manera que tenemos cerca de 450 familias donde sólo una parte son miembros de la Iglesia. Agreguemos a los hijos y tenemos otros 100, lo cual nos deja un grupo de personas a quienes los misioneros regu­lares y de estaca pueden enseñar, uniendo a las familias y ayudándolas a prepararse para ir al templo. ,

Creo firmemente en el poder de enseñar en grupos, pero yo no lanzaría a ninguno de estos 450 investigadores y sus pa­rejas en un solo grupo sin meditar y orar al respecto y efec­tuar algunas divisiones, reuniendo en un grupo a las parejas jóvenes, a las de edad media juntos y a los mayores en otro. Haría aún más subdivisiones; simplemente porque una per­sona es joven o vieja no quiere decir que esté interesado en alguien que sea de su edad. ¿Y los intereses educativos, voca-cionales y personales? El formar estos grupos con la ayuda del Espíritu y enseñar a estas familias en grupos compatibles pue­de dar resultados maravillosos.

Este método puede tener más éxito, cuando uno de los in­tegrantes de la presidencia de la estaca o un miembro del sumo consejo llama y dice algo semejante: "Juan, sé que us­ted no es activó en la Iglesia, pero estoy llamando a un grupo de hombres y sus esposas, para que vengan a verme indivi­dualmente. Sólo quisiera hablar con ustedes. ¿Podrían venir a tal hora?" Muchos aceptan y relativamente pocos se ofenden; parecería que estuvieran espiritualmente muertos, según lo indican las apariencias externas. He oído que muchos de ellos responden: "Esta es la primera vez en diez años que alguien de la Igiesia me ha pedido que lo visitara y hablara con él".

Después de la visita, el hombre y su esposa podrán ser in­vitados a asociarse con uno de los grupos, y tal como en el ca­so de la familia donde sólo algunos son miembros, en la tran­sición social y en el hermanamiento es donde realmente se requiere la gran ayuda de los miembros. Mientras se están en­señando las discusiones, las siguientes actividades han proba­do ser muy eficaces: (a) haga algo diariamente para la familia

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investigadora; (b) invítelos a ias reuniones y actividades de la Iglesia, esta semana; (c) para las familias que no son miem­bros, coordine por intermedio de los misioneros, durante las primeras semanas visitas de las organizaciones auxiliares; y para ias familias donde parte de sus componentes son miem­bros de la Iglesia, coordine a través de los maestros orientado­res las mismas visitas, que harán los oficiales y maestros de las organizaciones auxiliares; (d) organice 'actividades apropia­das con los miembros del barrio; (e) invite a la familia a un servicio bautismal; (f) organice una noche de hogar, aún con la familia donde sólo algunos son miembros; (g) proporcióne­les un horario de las reuniones de la Iglesia, así como algunos folletos; pero no todos a la vez; (h) ayude a los que tengan problemas con la Palabra de Sabiduría; (i) ayune y ore con ellos; (]) para las familias donde parte de ellos son miembros, arregle visitas con ios obispos: éstos tienen poder de conver­sión.

P. ¿Qué consejo les ofrece a ios cónyuges de personas que no son miembros de la Iglesia, muchos de los cuales han derrama­do lágrimas y han esperado y orado para que sus compañeros se unan a la Iglesia?

Élder Richards: Mi consejo para tales personas es que, me­diante la manera en que viven, muestren a su cónyuge la ma­ravillosa influencia del evangelio en su vida. Deben ser mejo­res padres, más atentos, considerados y felices. Deben practi­car las enseñanzas del evangelio en su hogar y llevar su influencia a la vida de sus hijos. Siempre que sea posible, de­ben escoger sus amistades de entre aquellos que serán una buena influencia, y por medio de cuya asociación inspiren respeto y admiración hacia la Iglesia y sus enseñanzas. Se de­ben proporcionar oportunidades para enseñar el evangelio al esposo o a la esposa, pero sin forzarles. Frecuentemente eso es más eficaz cuando la pareja puede formar parte de un gru­po al que se le está enseñando; es a menudo de ayuda si en el mismo hay otras personas en la misma situación.

Nunca se le ha de hacer sentir al compañero que es un in­truso. El cónyuge que es miembro, así como la familia, deben ayudar al que no es miembro a sentir que la unidad familiar es importante, a fin de que permanezca firme en la creencia de que la familia debe ser "una" en todo respecto.

Por sobre todo, y después de haber hecho todo lo posible, recuerde que la ayuda más grande vendrá de su Padre Celes­tial. Ore siempre y sea paciente.

Pero este cónyuge necesita ayuda. El hermanamiento jue­ga un papel vital en este aspecto. Me preocupa que algunos de nuestros líderes de estaca y barrio aun no hayan entendido plenamente cuan importante es el hermanamiento. Éste es un punto donde cada miembro puede hacer una gran contribu­ción. Uno no puede sentarse a esperar que alguien se nos acerque y nos pida que se le hermane. La vida no es así; uno tiene que involucrarse dondequiera que se encuentre, prestar ayuda y estar alerta. Bsa es una de las razones por las que el Señor nos dio el Espíritu Santo: para mantenernos alertas a nuestras oportunidades para bendecir a otros así como a no­sotros mismos.

Me encontraba en Vernal, Utah, cerca de la fronte: a con Colorado, y conocí a una hermana que acababa de a)udar a una familia, de cinco personas a unirse a la Iglesia Me contó que se encontraba en la tienda y notó a una mujet que tema dificultades en encontrar ciertos productos. "¿Puedo a\udar-le?", le preguntó. Después de ayudarla, le pregunto si no eian del lugar; la mujer le dijo que ella y su esposo iban de \ ¡aje a Colorado.en busca de trabajo, y nuestra hermana le pregun­tó: "¿Y por qué no buscan por aquí?" "Es que no sabnamos dónde buscar", le contestó la forastera. "Bueno", dijo nuestra buena hermana, "déjeme ayudarle. Termine de hacet sus compras y vayamos a mi casa; quizás yo le pueda a\udar a su esposo a conocer a algunas personas que le pueden conseguu un trabajo. La hermana hizo unas llamadas telefónicas ) en menos de dos horas el hombre estaba en camino paia ver al­gunos trabajos; aceptó uno de ellos para ayudar a dmgir una hacienda.

Bien, ¿creéis que esta buena hermana samaritana se detu­vo ahí? Por supuesto que no. La familia de cinco peisonas no tenía un lugar dónde quedarse, de manera que fueron invita­dos a permanecer en su casa esa noche, donde contemplaron una feliz vida familiar, la bendición de los alimentos, ora­ciones familiares por la noche y la mañana, y todo lo demás El hombre, su esposa y ios tres hijos les agradecieron profun­damente y su interesaron en esta hermana y su familia Esta les dijo que después que se establecieran, le gustaría haceilcs saber porqué vivían de esa manera. Una semana mas tarde, llevó a los misioneros a la casa de este hombre y su esposa, y pronto la familia fue bautizada en la Iglesia. Durante todo el tiempo, nuestra buena hermana y los demás miembros pro­porcionaron a esta familia una fácil transición a la comuni­dad.

Uno de los aspectos más difíciles de la conversión es el sentimiento que experimenta el investigador de que se en­cuentra solo y que está abandonando su acostumbrado modo de vivir y sus viejos amigos, por algo nuevo. Todos los miem­bros pueden participar activamente —y necesitan hacer todo lo que esté de su parte para participar— para ayudar a otros a encontrar ¡a Iglesia, encontrar nuevos amigos, invitando a personas que están investigando el evangelio a actividades sociales, reuniones, actividades atléticas, en fin, todo lo bueno y sano. De otra manera, los investigadores por lo general le temen a la incómoda situación de sentirse como recién llega­dos y extraños. Esta es la razón por la que me gusta reunir en grupos compatibles, a las familias en las cuales parte de sus componentes son miembros de la Iglesia. Enseñando a varios. de ellos juntos, hacemos posible que nazcan nuevas amista­des. Muchas cosas hermosas han ocurrido cuando un grupo de esta clase de familias sinceras se reúnen para aprender acerca de la religión de su cónyuge—y a medida que hablan, aprenden y comparten sentimientos, y a medida que el com­pañero expresa un testimonio adecuado, aun acerca de su vi­da, el Espíritu inunda sus corazones y se descubren verdades maravillosas. ¡Da resultado! Lo veo y me entero de ello a ca­da momento.

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obra misional

La Iglesia dispone de muchos emocionantes programas que

hacen más fácil que cada miembro sea un misionero

A lgo raro nos pasa a muchos de nosotros cuando oímos la frase "cada miembro un misionero" (con el énfasis en cada), y se nos recuerda que no sólo debe­

mos "alargar nuestro paso" en la obra misional, sino también apresurar ese paso agigantado.

Algunas veces formamos una imagen mental de nosotros mismos, parados sobre un cajón, frente a un mar de gritos y caras hostiles, tratando inútilmente de convocar una reunión en la calle; o quizás nos imaginemos debatiendo solos y sin ninguna ayuda los principios del evangelio contra un grupo de ministros seculares; o desairados violentamente, al ir de puerta en puerta con un puñado de folletos, y al acercarnos a extraños en las calles; tal vez imaginemos que hemos ofendi­do a nuestros vecionos a causa de alguna actividad que nos haga parecer un tanto raros, o no tan amigables ante ellos:

Indudablemente, las imágenes mentales como éstas han alejado a muchos de nosotros de la obra misional. No es que dudemos de que la obra sea verdadera, ni que pensemos que los presidentes de la Iglesia, nuestros profetas, nos han pedido que hagamos algo irrazonable o imposible; es simplemente que algunas veces somos tímidos y consideramos difícil que nosotros, individualmente, podamos llevarla a cabo. Y cuan­do nos sentimos incómodos al respecto, otras actividades au­mentan en importancia para ocupar nuestras horas y dejar que nuestros momentos de oportunidades misionales se des­vanezcan.

Pero no debe de ser así; y, lo mejor de todo, no tiene por­qué ser así.

Es cierto que todos necesitamos estar activamente ocupa­dos en la obra misional; pero existen tantas maneras diferen­tes de llevar a cabo dicha obra, como hay individuos, estilos personales, circunstancias e inspiración. El vivir el evangelio y ayudar a diseminarlo entre los demás, debe ser una actividad agradable; y cuando nos demos cuenta de lo qué ia Iglesia realmente espera—que no todos tenemos que ser proselitistas agresivos—el ser misioneros no parecerá una cosa tan terri­ble. Repentinamente podremos empezar a ver ia forma indi­vidual en que podemos participar activamente.

A continuación aparecen algunos de los programas que han nacido en forma natural de los esfuerzos misionales de la Iglesia; son cosas que cualquiera de nosotros puede hacer y facilitan la tarea de que cada miembro sea un misionero. Es­tudíelos; quizás así forme una imagen mental diferente de us­ted mismo como misionero, de acuerdo con su personalidad.

Ltahona, noviembre de 1977

Invite a una noche de hogar a personas que no sean miembros

de la Iglesia

Es una manera amigable de mostrar a los demás lo que en realidad es la vida mormona

P or lo genera!, si a una persona se le muestra la po­sibilidad de llegar a ser más feliz viviendo un modo de vida particular, es mucho más factible que escu­

che que si se le hacen exhortaciones insistentes. Y esa es exactamente la fortaleza de la noche de hogar,

cuando se utiliza como instrumento misional; en ella, sin nin­gún apresuramiento, usted da la oportunidad a sus buenos amigos y vecinos de que capten detenidamente una visión del efecto que eí evangelio tiene en su hogar, sin que se sientan obligados a nada. En esa forma, usted demuestra en lugar de predicar.

Pero la noche de hogar para los invitados que no son miembros, raras veces es eficaz cuando se efectúa sin la ade­cuada preparación, y donde es obvio que usted está tratando apresuradamente de desempeñar su deber como misionero. Para el éxito, se requiere un poco de sabia preparación. La idea de invitar para una noche familiar a una familia cuyos miembros no pertenecen a la Iglesia, debe surgir en forma na­tural del deseo de enseñar y de una amistad cercana. Presen­tamos un bosquejo como guía:

1. Decida a cuál familia (o familias) de entre sus conoci­dos le gustaría invitar.

2. Trate de conocerlos mejor mediante actividades con­juntas; paseos familiares, diversiones o talentos; cual­quier cosa que ambas familias tengan en común.

3. Cuando llegue el momento apropiado (y si usted es sensible a la situación, sabrá cuándo), invítelos a su ho-

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Facilitemos la

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gar una noche que no sea lunes, para una noche de ho­gar especial.

4. Pueden efectuar otras actividades después de ese día; y con el tiempo, la curiosidad de los invitados acerca de las cosas que hacen tan feliz a su familia, bien puede

- conducir a muchas otras oportunidades para presentar­les el evangelio.

Esta clase de plan no requiere nada más que una amistad sincera y un deseo de compartir aquello que es de más valor para usted. Esa actitud es importante, ya que si sus inten­ciones no son totalmente sinceras, no podrá lograr el éxito y sus esfuerzos tendrán la apariencia de ser tácticas engañosas. Las fachadas, las falsedades y "apariencias" casi siempre fra­casan en la obra misional familiar. Sea usted mismo, y disfru­te de cada minuto.

¿Qué clase de actividades son las mejores para las noches de hogar con personas que no son miembros? Eso depende estrictamente de sus propios intereses y de los de la familia que va a invitar; debe orar, debe emplear sensibilidad e ima­ginación, pero nunca hipocresi'a. Puede simplemente planear una actividad social con el fin de conocerse mejor; una película o cinta de diapositivas quizás sea lo más indicado al principio; más tarde, podría efectuar otra reunión un poco más orientada hacia el evangelio.

El basarse en cierta estructura es por lo general algo desea­ble, a fin de que sus invitados se den cuenta de que existe una diferencia entre una noche familiar organizada y una en la que simplemente descansan en la sala, enfrente de la televi­sión. La siguiente podría ser una manera de programar esa noche:

1. Primera oración. 2. Cantos. 3. Una breve presentación de la lección sobre un tema tal

como la honradez o servicio al prójimo; o quizás un programa de talentos o una discusión sobre cualquier tema de interés.

4. Juegos. 5. Ultima oración. 6. Refrigerio. Una cosa importante que se ha de recalcar es la unidad fa­

miliar que resulta de la noche de hogar; es una oportunidad de reunirse en una atmósfera alegre para discutir las rela­ciones familiares, las responsabilidades de la familia, los.pro-bleinas y proyectos familiares, etc.

Mediante esa noche de hogar especial sus invitados deben notar que el evangelio surte un efecto único en las familias, que su familia es feliz en una forma que no sería posible sin él. Quizás pueda obsequiarle a esa familia una copia del manual de la noche de hogar, a fin de que les proporcione al­gunas ideas de cómo podrían empezar a tenerlas ellos tam­bién.

¿A quién puede empezar a preparar para una invitación a una noche de hogar especial en su casa? Aquí es donde las oportunidades son ilimitadas; existen otras posibilidades, además de las personas que sean sus vecinos. Considere éstas:

Parientes que no sean miembros Conocidos profesionales, personas con las que trabaja Familias de los amigos de sus hijos Alguien que le haya preguntado acerca de la Iglesia Familias que'acaben de mudarse a su vecindad Alguien que haya visitado las reuniones en la capilla

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Viejos amigos Personas que frecuentemente visiten su casa Las posibilidades son ilimitadas; su familia puede hacerlo:

su familia entera puede "ir a una misión", empezando por hacer amistad con otros a fin de prepararlos para una noche de hogar especial donde puedan compartir su gozo y felici­dad, y la paz y la seguridad que se logran al vivir el evangelio.

Envíe el Libro de Mormón

a una misión

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La manera de hacerlo mediante el programa de familia a familia

H ace dos años, una'jovencita de Asia recibió una co­pia del Libro de Mormón a través de la Misión de

Hong Kong; dentro del mismo se encontraba una fotografía de una mujer de la ciudad de Lago Salado, junto con una no­ta que testificaba que el Libro de Mormón es verdadero. La jovencita quedó lo suficientemente impresionada como para leer el libro entero.

Poco después, la hermana de Lago Salado recibió una car­ta de aquella jovencita, la primera, que ésta escribía en inglés; explicaba que ella y otros nueve miembros de su familia había sido bautizados en la iglesia, y que los dos que aún eran menores de edad estaban ansiosamente preparándose para el bautismo.

Este es solamente un ejemplo entre miles, de familias que enteras han sido convertidas al evangelio mediante el progra­ma del Libro de Mormón de familia a familia, un programa que el Primer Quorum de los Setenta está ahora recomendan­do que pongan en práctica todos los quórumes de setentas de la Iglesia, En las sesiones departamentales de los setentas, en las reuniones regionales de 1977, seincluyó una discusión so­bre la manera de efectuarlo.

El programa del Libró de Mormón de familia a familia es­tá basado en un hecho sencillo y conocido: el Libro de Mor­món es un poderosp instrumento misional; las personas pue­den convertirse al evangelio si tan sólo lo leen.

Es por eso que una de las' maneras mejores y más fáciles de ser un misionero es obsequiarle a alguien un Libro de Mormón. Y en el caso del programa de familia a familia, de­be ser una copia "personalizada" del Libro de Mormón, que lleve una foto de usted y su familia, junto con un testimonio escrito, insertado entre la cubierta y la primera hoja.

¿Y por qué copias personalizadas? ..r„ A veces, cuandouna persona toma por casualidad una co­

pia del Libro de Mormón, le da un vistazo rápido y la deja a un lado; para ella^ es simplemente un libro más. Sin saber na­da de antemano respecto a su contenido, no se da cuenta de que podría ser el libro más importante que pueda leer en toda su vida. . Pero cuando esa.persona abre.el libro y encuentra una foto

de una familia, acompañada de un testimonio escrito de que el libro es verdadero y que cambiará su vida si tan sóko lo lee, repentinamente su contacto con el Libro de Mormón se per­sonaliza; es más factible que entonces lo examine más deteni­damente y lo lea, especialmente si la foto y el testimonio son de alguien que conoce. Pesde ese momento tiene contacto con un testimonio viviente, lo cual cambia su actitud hacia es­te libro sagrado.

Por lo tanto, el propósito del programa del Libro de Mor­món de familia a familia es:

(1) que las familias de la Iglesia envíen copias personali­zadas del Libro de Mormón á personas que conocen, o las proporcionen a los misioneros a fin de que las utilicen al bus­car futuros miembros;

(2) exhortar a los miembros a que establezcan correspon­dencia de familia a familia, como una actividad amistosa.

He aquí como se hace: primeramente obtenga una foto­grafía de su familia y pegúela en la parte superior de una tar-

Liahona, noviembre de 1977

jeta de 10.5 cm. por 17 cm. En la parte inferior escriba a mano o a máquina un testimonio que usted y su familia ha­yan compuesto juntos; luego, de su líder de la obra misional del barrio o del presidente de los setenta obtenga una hoja y una tarjeta para insertar en el libro, intituladas respectiva­mente: 23 preguntas contestadas por el Libro de Mormón (No. de almacén PFFS0104), y Acuse de recibo (No. de almacén PFFS0090).

Estas tres cosas se colocan, entre la cubierta y la primera hoja del Libro de Mormón que obsequiarán. Sin embargo, es muy importante que también incluya un sobre con su nombre y dirección y una hoja de papel; con esto, la persona que reci­ba el libro puede escribirle y de esta manera podrán entablar correspondencia mutua.

Una vez que los libros estén preparados, hay varias cosas que puede hacer: puede entregarlos directamente a sus amis­tades como parte: de sus esfuerzos de acercarse más a ellos, y más tarde presentarlos a los' misioneros cuando el momento sea propicio. O puede dárselos a su líder de la obra misional o al presidente de los setenta a fin de que sean utilizados por los misioneros regulares y de estaca dentro de su estaca o dis­trito. Serán entregados a amigos determinados que no sean miembros o, si usted no da nombres específicos, se entregarán a otros investigadores que muestren un interés especial en el mensaje del evangelio. En una misión, las estacas propor­cionaron al presidente de la misión, ¡26.000 copias personali­zadas del Libro de Mormón! Un medio especialmente bueno dé facilitar que las familias obtengan las fotografías ha sido pedirle a un miembro del barrio que tome dichas fotos para todas las familias interesadas.

El hacer que la familia entera'participe en escribir el testi­monio y lo arreglen en las tarjetas con las fotografías familia­res, puede ser una interesante actividad para la noche de ho­gar, Es una de las mejores maneras de hacer que se realice la meta "cada miembro un misionero'". Y más tarde, cuando empiecen a recibir la correspondencia de esas nuevas fami­lias, se podría dedicar una noche de hogar a contestar cartas, nuevamente haciendo que todos participen, especialmente los adolescentes que muy pronto serán misioneros regulares, y los niños que están creciendo y que llegarán a ser misioneros. Tales contactos con otras familias pueden surtir un profundo impacto en su propia familia.

Una maestra de la Primaria pidió a los niños de su clase que cada uno llevara una fotografía suya a la clase y les ayu­dó a escribir su testimonio; esos libros fueron a parar a diver­sas partes del mundo. Una copia llegó a Holanda, donde la recibió una niña de diez años de edad, que más tarde escribió, diciendo: "Querido hermano Mike, ya soy miembro de la Iglesia". Ella y toda su familia se habían bautizado.

El hermano que está a cargo del programa del Libro de Mormón de familia a familia que funciona en el Centro de Visitantes de la Manzana del Templo, relata acerca de una copia personalizada del Libro de Mormón que recibió de un niño de siete años:

"Incluía una foto suya en colores; era pelirrojo y pecoso. Había comenzado a escribir su testimonio en una esquina y terminado en la otra. Decía: 'A quien corresponda: Te regalo este Libro de Mormón. Sé que es verdadero porque mis pa­dres me lo han leído y me han dicho qué es verdadero. Y si tienes alguna otra pregunta acerca dé esta Iglesia, escríbeme y yo las contestaré'.

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A un hombre que estuvo allí, cuando le di ese libro y leyó lo que el niño había escrito, se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: 'Sería capaz de dar cualquier cosa por tener este li­bro'."

El Espíritu del Señor actúa en la gente cuando comparti­mos el Libro de Mormón.

En otra ocasión un científico empezó a escribirse con otro renombrado científico Santo de los Últimos Días, como resul­tado de un contacto mediante el Libro de Mormón. Ese hom­bre y toda su familia se unieron más tarde a la Iglesia.

Una clase de seminario en Utah, emprendió un proyecto y. contribuyó con 3.600 copias del Libro de Mormón preparado de esta forma.

Un grupo de viudas que se reunían semanalmente para efectuar la noche de hogar empezó a enviar copias del Libro de Mormón en esa manera; muy pronto comenzaron a llegar numerosas cartas, que el grupo contestaba y actualmente mantienen esta correspondencia en forma regular.

Y los ejemplos de los que han tenido éxito son intermina­bles.

¿Es ésta la actividad misional adecuada para usted y su fa­milia? Si es así, su líder de la obra misional en el barrio o el presidente de los setenta, puede ayudarle a comenzar. Visítelo pronto.

LIAHONA un instrumento misional

Algunas veces tenemos la creencia de que la obra mi­sional efectuada por los miembros, únicamente pue­de llevarla a cabo una persona intrépida, dinámica, enérgica y comunicativa que se sienta perfectamente

cómoda deteniendo a personas extrañas en la calle, dando di­sertaciones a los taximetristas y predicando en los pasillos de los aviones. Pero, ¿qué sucede con aquellas almas tímidas, po­co comunicativas, que nunca levantan la mano durante la cla­se y que les provoca alergia el sólo hecho de pensar en dar un discurso de dos minutos y medio? Estas personas saben que la obra misional es una obligación muy seria; sin embargo, no disponen de la autoconfianza necesaria para utilizar un méto­do dinámico. ¿No existe algún medio misional discreto con el que pudieran empezar mientras desarrollan el valor para ha­blar?

¡La respuesta es sil Existe un método que prácticamente tiene garantía de no ofender a la gente. De hecho, uno de sus propósitos principales es el de convertir a los buenos amigos en amigos aún mejores, y requiere el uso de la revista Lia-hona en cualquiera de estas dos formas: (1) compartir oca­sionalmente los números de la revista y (2) regalar suscrip­

ciones. (Actualmente se encuentra a disposición del público una suscripción especial de seis meses, a fin de facilitar la oportunidad de compartir la revista con las amistades.)

Ambos métodos de utilizar la revista tienen ciertas venta­jas en común. Primeramente, Liahona proporciona al futuro miembro una perspectiva exacta y atractiva de lo que podría ser la vida para él en la Iglesia, y de cómo ésta está orientada para ayudarle a resolver los problemas cotidianos. Sin embar­go, igualmente importante es el hecho de que esa persona puede examinar la Iglesia en la intimidad de sus propios pen­samientos, a la hora que disponga, sin que nadie la esté mi­rando por sobre el hombro, diciéndoíe: "¿Qué te parece?, ¿ya estás listo para aceptar a los misioneros?"

Todos pueden tener un buen sentimiento respecto a este método misional, ya que es una manera natural de compartir información y creencias sin ninguna agresividad ni audacia excessiva; nadie se siente amenazado, lo cual es una razón importante por la que las revistas son siempre bien recibidas por los que no son miembros de la Iglesia.

Probablemente una de las maneras más comunes de com­partir un ejemplar de una de las revistas de lá Iglesia, sea lla­mar la atención de la persona sobre un artículo que trate un tópico que haya surgido en una conversación común. La gran variedad de artículos y temas que aparecen en las revistas permiten que se enfoque la atención en los intereses de las personas con quienes uno se relaciona. Los números especia­les son una ayuda adecuada en este respecto.

Un día, hace varios meses, un miembro de la Iglesia se en­contraba hablando acerca de religión con un compañero de trabajo que no era miembro, y el cual le dijo:

—¿Quieres decir que en realidad creen que actualmente existe la profecía y un Profeta viviente?

—Sí. —Bien, ¿y qué ha profetizado últimamente?—le preguntó

este hombre. Esto no es fácil de responder, ya que recibimos -tantos consejos de nuestros líderes que se hace difícil pensar en cosas específicas en un preciso momento.

Pero el miembro contestó. —Puedo darte a leer algunas de las cosas que nos ha dicho

recientemente. Y al día siguiente le llevó un ejemplar de una revista, don- .

de aparecían los discursos de la conferencia, junto con otro número que tenía un mensaje de la Primera Presidencia. Cuando el hombre leyó las palabras del Presidente de la Igle­sia se quedó sumamente impresionado.

Compartamos el evangelio mes tras mes El obsequiar suscripciones es tan sencillo como obsequiar .

un ejemplar individual, y tiene una ventaja adicional: con el tiempo, ayuda a que la gente se familiarice con las enseñan­zas de la Iglesia, mientras le provee al miembro la importante oportunidad de continuar escribiéndoles o conversar con ellos, y de esta forma detectar cualquier indicio de sincero in­terés.

Por lo general, se pueden dar suscripciones de regalo a miembros de la familia que se encuentran lejos del hogar; cumpleaños, bodas y otras ocasiones, son oportunidades exce­lentes para obsequiar una subscripción a las amistades.

Hacer una'suscripción de regalo casi siempre resulta natu­ral cuando se está comenzando a desarrollar una amistad. Una mujer tenía un amigo que contestaba todas sus preguntas

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acerca de la Iglesia con aire de firme testimonio. Al persistir en sus preguntas, él empezó a llevarle libros para leer, espe­cialmente cuando ella le hacia alguna que él no podía respon­der. A menudo, un artículo de ia revista tenía precisamente la respuesta que ella necesitaba, y él le prestaba un ejemplar de la misma. Ella dice:

—Naturalmente terminaba leyendo la revista entera antes de devolvérsela; parecía que casi todos los artículos se aplica­ban a mi situación; fueron pocos los que no me impresiona­ron.

Después de varias buenas experiencias con las revistas, consideró un gran cumplido cuando él le regaló una suscrip­ción.

Liahona, noviembre de 1977

Los ejemplares de las revistas de la Iglesia pueden surtir un gran efecto en los hogares de los que no son miembros de la Iglesia o en los que parte de elíos lo son, cuando surgen ne­cesidades particulares. Por ejemplo, un misionero de estaca informa:

"Recibimos una invitación para enseñar el evangelio a una familia donde sólo algunos eran miembros de la Iglesia. La esposa, que no era miembro, había leído un ejemplar especial de Ensign (la revista de la Iglesia en inglés para adultos) y ha­bía quedado sumamente impresionada con lo que había leído. Actualmente se encuentra recibiendo las discusiones misionales y se bautizará."

Cómo pedir una suscripción de regalo Como les sucede a la mayoría de las personas, tenemos va­

rios amigos que podrían interesarse más en nuestra religión si recibieran una revista de la Iglesia en sus hogares. Ahora se puede obsequiar, ya sea la suscripción de un año a precio re­gular, o una suscripción especial de seis meses, a mitad del costo. Este es un obsequio que se puede hacer no sólo durante la campaña de renovación del barrio o rama, sino en cual­quier época del año. Pero como se acerca la Navidad, quizás ahora sería el tiempo para recordar a aquellos a quienes de­seamos obsequiar algo semejante. El formulario especial que aparece en este número explica la manera de hacer el pedido.

El primer número de la suscripción de regalo, contendrá una tarjeta especial que indicará a quien la reciba, quién es la persona de la que proviene el obsequio.

Las suscripciones de regalo pueden tener un impacto dura­dero aun cuando el receptor no se interese inmediatamente en unirse a la Iglesia. Sabemos de un nuevo miembro que no se bautizó sino hasta siete años después que los misioneros le predicaron por primera vez. Durante ese largo período, las re­vistas eran su único contacto con la Iglesia; muchas veces, cuando se encontraba desanimado, encontraba en ellas una fuente de fortaleza y guia.

—Nunca quería tener nada que ver con la Iglesia—comen­tó después— pero siempre leía las revistas y sacaba mucho provecho de ellas; y han sido una gran influencia para que al fin me decidiera a unirme a la verdadera Iglesia.

Llévelos a una clase de la Escuela Dominical

O a la reunión sacramental, la Sociedad de Socorro, la Mutual, a una fiesta o . . . ¡a cualquier reunión

de la Iglesia!

L a clase "Una introducción al Evangelio" está espe­cialmente diseñada para ser una introducción ami­gable a las discusiones del evangelio.

En su asociación con personas que no son miembros pero

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que muestran interés en la Iglesia, llega un momento en que lo más natural y lógico es invitarlos a ir a la Iglesia con usted.

Cuando eso sucede probablemente la primera reunión a la que usted los invite en esa primera oportunidad, sea la Escue­la Dominical, puesto que en ella hay un curso especialmente diseñado para aquellos que están empezando a aprender acerca del evangelio: la clase que más arriba mencionamos.

Esta clase es el complemento que ofrece la Escuela Do­minical al esfuerzo misional organizado, donde se ayuda a empezar la parte de "enseñanza" tan pronto como concluye la parte de la "búsqueda".

Un nuevo miembro de la Iglesia comenta cuan eficaz pue­de ser el curso "Una introducción al Evangelio" como parte del esfuerzo misional:

"Solía hablar de religión con un miembro de la Iglesia que trabajaba en el escritorio vecino al mi'o, y llegó el punto en

que cada vez que teníamos un descanso le estaba haciendo preguntas. El era muy paciente, y si no sabia la respuesta, me traía un libro o una revista donde pudiera encontrarla.

Aprendí' muchas cosas sobre muchos temas, pero no sabía' cómo ordenar las ideas. El estaba dispuesto a hablar conmigo a cualquier hora, pero después de un tiempo era como si ya no tuviera más cosas que preguntarle a la vez que surgían muchas otras dudas, ¡era frustrante!

Entonces un día me dijo: '¿Por qué no me acompañas a la Iglesia el próximo domingo? Hay una clase en la Escuela Do­minical que te dará una idea exacta de lo que creemos, mejor de lo que yo te lo podría explicar. ¿Por qué no vas varias ve­ces? Si te es posible coordinar todas esas ideas, excelente; si no es así, al menos tendrás la satisfacción de saber que lo in­tentaste. ¿Qué te parece?'

Fui, y me pareció una experiencia bastante educativa. Me

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imagino que durante las dos primeras clases he de haber pa­recido un bobo porque constantemente repetía cosas como éstas: '¡Ahh! ¿Ya veo! Así es, ¡seguro!' Empecé a descubrir un plan en todo eso; era hermoso. Creo que les llevaba algo de ventaja a los misioneros citando empezaron a enseñarme las lecciones."

Además de servir como un curso de introducción para los nuevos miembros de la Iglesia y un curso de repaso para los miembros recién activados, esta clase es un curso para investi­gadores; para los que estén recibiendo las lecciones de los mi­sioneros, o que simplemente estén interesados en aprender acerca de la Iglesia.

Es una clase de la Escuela Dominical; sin embargo, está coordinada con los setentas en el barrio o rama, lo cual le da un vínculo adicional con la obra misional y siempre que sea posible se debe tratar de que la enseñe un setenta. • Probablemente la mejor manera de hablarle a sus amigos

de la clase ''Una introducción al Evangelio", es explicarles siemplemente qué tipo de clase es en comparación con las otras de la Escuela Dominical para adultos. Explíqueles que dentro del curso de estudios para adultos en la Iglesia, éste cubre todas las Escrituras en un ciclo de ocho años: Por ejem­plo, este año terminaremos la segunda mitad del Libro de Mormón; entonces pasaremos dos años con Doctrinas y Convenios y la Historia de la Iglesia; luego La perla de Gran Precio y el Antiguo Testamento; seguidamente el Nuevo Tes­tamento; y nuevamente el Libro de Mormón. Es un ciclo con­tinuo de aprender mediante las Escrituras.

No obstante, dicha clase difiere de las demás en que es una reseña básica del evangelio presentada en doce lecciones. Es­tá diseñada para permitir que la persona adquiera conoci­miento básico antes de entrar a un estudio más profundo de la doctrina. Las lecciones están preparadas de tal manera que no importa en qué punto comience el investigador en la clase; por ejemplo, puede tomar las lecciones de la siete a la doce y continuar después desde la,uno a la., seis; puede hacer lo que le sea más conveniente, sin sentirse perdido.

Entrelazada a las lecciones hay una presentación del plan de salvación. El investigador aprenderá acerca de la restaura­ción del evengelio mediante el profeta José Smith; algo sobre los templos y las ordenanzas del Sacerdocio; y mucho acerca de la naturaleza eterna de la familia y de las bendiciones que se reciben por medio de la obediencia. Asimismo, aprenderá respecto al testimonio y a la manera en que la Iglesia está or­ganizada para velar por las necesidades de sus miembros.

El investigador aprenderá muchas cosas que pueden evi­tarle gran confusión y posibles situaciones embarazosas, y le será importantes para facilitar su transición a la forma de vi­vir de los Santos de los Últimos Días. Por ejemplo, aprenderá muchos términos que para el que ha sido miembro por mu­cho tiempo son palabras comunes, pero que pueden fácil­mente crear confusión al recién bautizado, términos tales co­mo "obispo" y "sumo consejo" y frases como "administrar a los enfermos" y "ofrendas de ayuno".

Aprenderá la importancia que tiene la familia dentro de la organización de la Iglesia y cuan fundamental es como uni­dad; estudiará también algunas cosas con respecto a la estruc­tura del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares.

Si usted le presenta al investigador la clase "Un introduc­ción al Evangelio", como una exploración a los principios del mismo que le facilitará un estudio más profundo, probable-

Liahona, noviembre de 1977

mente quiera asistir a ella; allí encontrará buena enseñanza, sencillez, testimonio y amistad.

Cuando tenga la oportunidad de invitar a la Escuela Do­minical a sus amigos que no son miembros de la Iglesia, asegúrese primeramente de que dicha clase se esté llevando a cabo. La mayoría de los barrios y ramas la efectúan en forma continuada, pero a veces tienen un descanso de una o dos semanas entre los ciclos de doce lecciones. Sería conveniente que acompañara a sus amigos a la primera clase que asistan, a fin de presentarlos al maestro y demás miembros de la clase. El que usted continúe asistiendo dependerá totalmente de las circunstancias; pero tendrá que ser sumamente cauto. Oca­sionalmente su presencia podría inhibir al investigador e im­pedirle hacer preguntas libremente; en ese caso, asista usted a otra, y déjelo examinar la Iglesia tranquilamente, sin ninguna clase de presión. Sin embargo, existe la posibilidad de que él se sienta más confiado en su compañía; si es así, debe tratar de asistir a todas las clases con él.

Un hombre comentó una interesante coincidencia que le ocurrió la primera vez que asistió con un vecino a la clase mencionada.

—Al principio me sentía confuso—confesó—Tenía un le­ve interés en saber lo que los mormones creían, pero tenía miedo de que alguien hiciera algún comentario porque yo olía a tabaco. Ya sabía, que los mormones no fuman; pero cuando llegué allí, encontré nada menos que a mi otro ve­cino, quien yo sabía que había fumado por años; él también estaba algo cohibido, pero cuando me divisó desplegó una amplia sonrisa. No sentamos juntos durante todas las clases y nos llevamos muy bien con todos los demás.

Y una mujer comentó esto acerca de su experiencia en la clase:

—Creo que fui una verdadera frustración para mi vecina, aunque ella nunca me lo dijo. Durante ocho lecciones asistí a la clase sin pensar siquiera en hacer ningún compromiso, aunque continuaba yendo. Un domingo, cuando regresé a ca­sa, me senté a reflexionar por unos momentos; de pronto lle­gué a la conclusión de que había aprendido mucho más de lo que. pensaba; me sorprendí al darme cuenta de que mi pers­pectiva de la vida había cambiado poco a poco; y ¡cuan pro­metedor parecía el futuro! Mi vecina quedó realmente so-prendida cuando la llamé y le pregunté: "Y ahora, ¿qué ha­go?"

Su amiga la presentó a los misioneros y fue bautizada po­cas semanas después.

Cuando asista a la Iglesia con sus amigos que no son miembros, quizás se le pida participar y expresar su testi­monio; pero es de mucha importancia que no domine las charlas ni dirija la conversación a temas que no se intentan discutir en la lección. Demasiada palabrería hace que sea difícil para sus invitados aprender cualquiera de las cosas más sencillas. Como el élder Boyd K. Packer dijo en una ocasión, es como "tratar de conectar dos mangueras cuando por una de ellas el agua sale a toda presión".

Cuando se presenten oportunidades para invitar a sus ami­gos a la Iglesia, el lugar ideal para llevarlos es, por lo general, la clase de la cual hemos hablado, que está diseñada para proporcionar ese eslabón especial entre la curiosidad sobre el evangelio y el comienzo de un claro entendimiento de lo que la Iglesia ofrece a sus miembros. Es uno de los puentes que el futuro miembro puede cruzar en su jornada hacia un conoci­miento más completo del Evangelio de Jesucristo.

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Cómo testificar

por Stephen R. Covey

¿Qué es un testimonio?

A lgunas veces quedo asombrado por el poder de un testimonio. Después de todo, es más o' menos la misma cantidad de palabras que por lo general le decimos a cualquier persona en una conversación

corriente. Pero, ¡cuan grande es el poder de esas palabras! Por ejemplo, me encontraba hablando ante los misioneros

en la Misión de Capacitación de Idiomas, cuando repentina­mente me sentí impulsado a testificar respecto al valor in­trínseco de cada persona presente, de que no había necesidad de compararnos con nadie más, que el Señor ños conoce y nos ama individualmente y en esa forma nos proporciona ayuda y poder especiales para seguir adelante. Al concluir, varios me pidieron que expresara nuevamente mi testimonio y que lo explicara más detalladamente, como mostrándose ansiosos por creerlo. Uno de ellos sucumbió a la emoción por el sentimiento de alivio y gozo que mis palabras le produje­ron.

Recuerdo que en muchas ocasiones después de enseñar el evangelio a investigadores en el campo de la misión, a miem­bros en las reuniones de la Iglesia, a consejeros en mi oficina o a extraños durante viajes, me sentí' motivado a testificar de la realidad y poder del Salvador, y cuando lo hice, tuve la sensación de ser como un conducto de luz, amor y poder. A pesar de que parecía tan común y normal en el momento, muchas veces me sentí' asombrado por el efecto casi milagro­so de que una persona expresara testimonio a otra mediante el Espíritu. Los testimonios de los demás surten un efecto similar en mí.

¿Por qué tiene tanta influencia y es tan necesaria la expre­sión del testimonio? Se me ocurren por lo menos tres razones: Primero, testificar es la forma más pura de comunicación hu­mana. El significado más hondo, la convicción más profunda del alma de una persona se está entregando a otra mediante el Espíritu Santo.

"De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden entre sí, y ambos son edificados, y se regocijan juntamente." (D. y C. 50:22.)

El Señor desea que sus hijos escuchen y reciban verdades divinas a fin de que vivan mediante ellas y puedan recibir más.

Segundo, expresar el testimonio nos ayuda a sentirnos más confiados. Indudablemente, antes de venir aquí sabíamos mu­chas verdades eternas, y el "testimonio puro" hace el velo lo suficientemente tenue como para recordarnos el conocimien­to premortal. Has.ta cierto grado nos sentimos como "en ca­sa".

El presidente Joseph F¡ Smíth enseñó: "Toda verdad so­bresaliente que llega con toda fuerza al corazón y la mente del hombre, es tan sólo el despertar de un recuerdo que per­manece latente en el espíritu". Luego preguntó: '"¿Podríamos saber aquí cualquier cosa que no supiéramos antes de venir?"

Tercero, la gente añora algo fijo y evidente en el universo, algo en lo que pueda creer profundamente y de lo cual pueda depender. Quizás esto.sea así ahora más que nunca, ya que casi todo está cambiando en el mundo, incluyendo la rapidez de los mismos cambios; esa velocidad está aumentando cons­tantemente. Se necesita algo inmutable que sea verdadero. De otro modo, tenemos la tendencia a recurrir a defensas ta­les como el prejuicio y el cinismo, que nos ayuden a ser invul­nerables a todas las fuerzas inconstantes que acosan nuestra vida. ,

Un testimonio sincero provee su propia armadura, hacien­do tales defensas innecesarias (véase D. y C. 27:15-18), y cuando se expresa, puede ofrecer la esperanza de algo eterno en nuestra vida.

¿Cómo debemos expresar el testimonio? Probablemente existan tantas respuestas como personas,

pero hay algunas ideas fundamentales que pueden encerrar un valor general. Considérense entonces estas diez guías:

1. Exprese el-testimonio por medio del Espíritu. El momen­to es, por lo general, de suma importancia. Mediante el culti­vo del don del Espíritu llamado discernimiento, si rogamos específicamente por el espíritu de un testimonio, y somos re-

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ceptivos, -llegaremos a saber cuándo y cómo hemos de expre­sar nuestro testimonio. Es inapropiado y hasta destructivo, expresarlo cuando el Espíritu no está presente, cuando no se siente amor, cuando lo que hemos enseñado ha sido vagó y confuso, o cuando nuestra vida personal no es claramente compatible con nuestras palabras.

"Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no reci­biereis el Espíritu, no enseñaréis." (D. y C. 42:14.)

Mientras que un testimonio ciertamente contiene emo­ciones, tiene más valor que éstas, por ello debemos cuidarnos del emocionalismo inadecuado y excesivo, que puede ser egoísta e hipócrita. Ün testimonio confirma y da valor a nues­tras enseñanzas; no las sustituye. Tampoco debemos exagerar un testimonio formal repitiendo "Yo sé, "Yo sé", a cada minuto, ya que eso también perdería gradualmente su impac­to.

Expresamos nuestro testimonio informalmente por el tono de natural convicción que tenga nuestra, voz cuando explica­mos los principios del evangelio, y por. el respeto que mostre­mos a los demás. (Considérese Juan 13:34-35.)

2. Testifique cuando se sienta lleno de amor. De hecho, mostrar amor cuando se enseñan las verdades del evangelio es en sí una forma de testificar. Frecuentemente las personas no pueden recibir más luz y verdad, excepto cuando se en­cuentran en situaciones donde se les demuestra amor en va­rias maneras, incluso cuando se les enseña y se les da testi­monio, se ora con ellas y por ellas, se les alienta y apoya, se les da seguridad, se íes comprende y se sacrifica uno por ellas. Muchos padres, maestros y miembros misioneneros que ha­cen las tres primeras cosas y no las dos últimas, se sorpren­derían ante el poder de las cinco juntas.

El uso justo de autoridad proviene del carácter, no del puesto, un testimonio de una persona con autoridad, que uti­liza persuasión, longanimidad, benignidad, amor sincero, etc., es muchas veces más poderoso e influyente que un testimonio que proviene de quien, careciendo de fortaleza interior, quie­re obtenerla de su cargo.

En mi opinión, el presidente Kimball puede ser osado y directo en sus expresiones y su testimonio, principalmente porque su amor, humildad y dedicación son tan obvios para todos los que lo escuchen.

3. Testifique, no condene. El propósito es alentar a la gen­te, no condenaría. Aun en aquellos ejemplos que aparecen en las Escrituras, cuando el testimonio puro que se expresaba es­taba en contención con el alma de las personas, el motivo principal era llamar al arrepentimiento y bendecir, no con­denar.

4. Ocasionalmente, a medida que sea movido por el Espíritu, testifique respecto a la identidad y el valor de la otra persona, y de la habilidad de ésta para aceptar y obedecer, con la ayuda de Dios, la verdad mostrada, como así también sobre el poder o libertad que todos tenemos de optar por la obediencia al Señor. Cuando era presidente de misión, le escribí una carta a cada nuevo converso en la que le pedía que me contestara y bosquejara el proceso de su conversión, incluyendo los pro­blemas y obstáculos con que se .había enfrentado. Aproxima­damente la mitad de los que respondieron indicaron que des­de el principio, nunca habían dudado de la veracidad del mensaje; dudaban de sí mismos; dudaban de su valor o habi­lidad para vivir la verdad.

. Pero cuando las personas descubren su propia identidad eterna, su potencial divino y su libertad o poder para elegir su

Liahona, noviembre de 1977

respuesta a cualquier situación, queda al descubierto una sus­tancia vital que las fortalece. Cuando testificamos de la verda­dera identidad y el valor de otra persona, le infundimos espe­ranza y fortaleza.

5. Cuando se sienta inspirado, testifique sobre la forma de obtener un testimonio. El testimonio proviene del Espíritu Santo; le llega a aquel que es sincero y está buscando, a aquel que está tratando de ser fie! a la verdad que ya posee. De otro modo, muchas personas tienen el concepto cultural de que el camino a la verdad es intelectual, lo cual en parte es así, pero ciertamente no es lo más importante. La gente llegará a cono­cer la verdad en el mismo grado que sean fieles a la verdad que ya poseen; para encontrarla, debemos comenzar por ser honestos. Recuerdo a muchas personas que afirmaban dudar de la historia de José Smith, pero que en realidad, sabíamos que tenían dificultades con el hábito de fumar o tomar té (o cualquiera fuera el problema que el Espíritu nos indicara); les enseñamos que si vivían la Palabra de Sabiduría recibirían un tesoro escondido de conocimiento, incluyendo un testi­monio del llamamiento profético de José Smith. "Porque no recibís el testimonio sino hasta después que vuestra fe ha sido puesta a prueba" (Éter 12:6). Muchos de ellos inmediatamen­te reconocieron el verdadero problema, y más tarde vencie­ron el hábito y experimentaron el cumplimiento de la prome­sa.

6. Ocasionalmente, manifieste a otros cuando sienta el Espíritu y haga que ellos lo sientan también. De otro modo, muchos imaginan erróneamente lo que tendría que pasar, y continúan buscando algo más dramático y místico, mientras "traspasan lo señalado" (Jacob 4:14), y desechan la dulzura, la armonía y la paz serena y tranquilizante de la apacible ins­piración del Espíritu Santo.

"Mi amigo, el espíritu dulce y pacífico que ambos senti­mos ahora, es el mismo espíritu que sentirás cuando medites devotamente sobre el Libro de Mormón."

7. Cuando testifique, aprenda a hacer pausas, a fin de darle tiempo al otro para pensar y sentir. Recuerdo haber observa­do al élder Boyd K. Packer mientras entrenaba a sus nuevos misioneros a que hicieran sus presentaciones más despacio, y particularmente a que después que testificaban esperaran, a fin de permitir que el Espíritu llevara a cabo su inigualable milagro de conversión. "Estén tranquilos, crean, mírenles a los ojos, luego testifiquen".

"Estad quietos y sabed que soy Dios." (D y C. 101:16.) 8. Utilice palabras y expresiones que puedan ser entendidas

por los que lo escuchan. Muchos obstáculos de comunicación son innecesariamente creados por el vocabulario que es co­mún en la Iglesia, pero que los que no son miembros no po­drán entender. (Por ejemplo, "testimonio", "sacramento", "sacerdocio", "noche de hogar" y "barrio", son todas pala­bras que dan cabida a malos entendimientos; y hay muchas más.) Tal como no vacilaríamos en aprender otro idioma, no debemos vacilar en trabajar con un vocabulario que los de­más entiendan, a fin de comunicar el significado de lo que queremos decir.

El Señor mismo es el modelo perfecto de esto; también lo son sus profetas. Nefi dijo:

"Porque mi alma se deleita en la claridad; porque así es como el Señor Dios obra entre los hijos de los hombres. Por­que el Señor Dios ilumina el entendimiento; pues él habla a los hombres de acuerdo con su idioma, para que entiendan'." (2 Nefi 31:3.)

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9. Prepárese para testificar. Ore específicamente por el espíritu de testimonio; ruegue, a fin de recibir valor para ex­presarlo; humíllese en ayuno y arrepentimiento. Es interesan­te notar que la reunión mensual de testimonios es precedida por el ayuno y la renovación de convenios. Asimismo, expre­sar el testimonio en dicha reunión, pese a lo bello y apropia­do que sea dar gracias, es más que expresar agradecimiento, requiere la declaración de nuestras creencias con convicción, la expresión de la más profunda certeza del alma, nacida del Espíritu, dé que Jesucristo es el Hijo de Dios, que José Smith y sus sucesores fueron llamados para ser profetas, y que el Señor está a la cabeza de la Iglesia.

La manera en que vivimos es nuestro testimonio más cla­ro, particularmente cuando nos encontramos bajo presiones o amenazas, y aún así vivimos rectamente; con el tiempo, en es­ta forma de vivir se reflejará lo que realmente creemos. Si nuestras acciones están en.armonía con lo que decimos que creemos, seremos instrumentos en las manos del Señor y por nuestro intermedio testificará de alguna manera a toda per-

Un testimonio que hizo nacer el mío

por Jutta Slopek

He aquí la historia de mi conversión. No se me apare­cieron ángeles, ni tampoco tuve un sueño maravillo­so; pero un magnífico testimonio que escuché, ex­

presado por el poder del Espíritu Santo, transformó mi vida. Axel, mi esposo, era el único miembro de su familia que

no se había unido a la Iglesia. Habíamos asistido a la Escuela Dominical y a una reunión de testimonios en la rama local, lo cual me había dejado favorablemente impresionada; sin em­bargo, no me sentía inclinada a tratar de saber nada más so­bre la Iglesia.

Al principio, mi esposo tampoco sentía ninguna inclina­ción religiosa, De hecho, trataba activamente de contradecir a su padre; pero después de numerosas discusiones, y después de un estudio concienzudo de libros, tanto seculares como sa­grados, llegó a la conclusión de que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días posee la verdad y la autoridad de Dios. Luego trató de convencerme de la importancia de ese conocimiento.

Quizás fuera su entusiasmo repentino —el cual me tenía perpleja— el temor de que la tranquilidad de mi vida se viera amenazada, fuera lo que fuere, rehusé escuchar;' nuestra ente­ra relación fue perturbada y en ocasiones discutíamos amar­gamente.

Así se encontraba nuestra situación cuando un día mi sue­gro y -mi cuñada nos hicieron una visita inesperada. Yo tenía

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sona que encontremos. 10. Testifique. Testifique a menudo; mensual, semanal o

diariamente; tanto formal como casualmente. A semejanza de un músculo, nuestra habilidad para testificar aumentará mediante el uso constante.

Relativamente, son pocos los hijos de nuestro Padre Celes­tial que poseen un testimonio de esas verdades y poderes pre­ciosos, los cuales pueden curar individuos, familias e incluso naciones. Si ía influencia latente de estos pocos se debilita a causa de la impureza o temor de los hombres, ¿cómo efectua­rá el Señor su importante obra?

"Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvane­ciere, ¿con qué será salada?" (Véase Mateo 5:13.)

"Mas con algunos no estoy complacido, porque no quieren abrir sus bocas, sino que esconden el talento que les he dado, a causa del temor de los hombres. ¡ Ay de los tales! porque mi enojo está encendido en contra de ellos.

Y acontecerá que si no me son más fieles, les será quitado aun lo que tienen." (D. y C. 60:2-3.)

unas tareas cotidianas que no podía posponer, de manera que mientras mi marido se sentaba en la sala a hablar del evange­lio con su padre y-su hermana, me dediqué a mis quehaceres en la cocina. Mientras estaba ahí, entró mi cuñada y se detuvo a observarme por unos minutos; luego, con un tono casual, me preguntó:

—¿Qué piensas sobre la posibilidad de que Axel sea bauti­zado?

—Pues, ¿qué puedo yo decir?—le respondí—creo que ten­dré que estudiar seriamente estas cosas para que por lo menos pueda saber de qué se trata.

Aunque aquellas eran mis propias palabras, creo que no me di cuenta del compromiso en que me había metido.

Luego mi cuñada me dijo: —Yo sé que estas cosas son verdaderas. Y expreso su testimonio de la veracidad del evangelio y la

Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días con tal convicción y amor, que me hizo estremecer.

Fue aquel testimonio, expresado en el momento preciso y con las palabras exactas, lo que me predispuso a e.scuchar a los misioneros unas semanas más tarde; Al principio no me sentía muy entusiasta, pero para mi sorpresa, efectué todas mis asignaciones de buena gana. Leía el Libro de Mormón, aprendí a orar en voz alta, logré comprender el plan de la vi­da. Una y otra vez me maravillaba la sencillez del evangelio; recuerdo vividamente cuan lógicas me parecían las enseñan­zas de los misioneros.

De modo que recibí un testimonio de la veracidad de la Iglesia; como dije antes, no se me aparecieron ángeles, ni tu­ve sueños maravillosos; pero claramente comprendí el men­saje que José Smith nos había dejado en estos últimos días.

Mi esposo y yo fuimos bautizados el 21 de enero de 1-967. Ahora me doy cuenta de que cuando mi cuñada me expresó su testimonio, me dio el incentivo necesario que me condujo al conocimiento del evangelio. Desde entonces he aprendido que se puede lograr mucho mediante un testimonio inspira­do. Hoy puedo testificar junto con un sinnúmero de santos que el Señor vive, y que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es Su Iglesia.

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Durante su vida Wade Holmstead había tenido serios problemas de salud, pero parecía haber sido dotado

con una percepción y conocimiento que muy pocos niños de once años poseen. Cuando llegó el momento de entrevistarlo para su graduación de la Primaria, se encontraba ansioso y bien preparado, listo para ser diácono y Boy Scout. Al con­cluir nuestra entrevista, hablamos acerca de la obra misional y de sus planes futuros. Entonces me acordé"de algunos de sus vecinos que eran inactivos; los niños no asistían a l a Iglesia, y la presidenta anterior de la Primaria me había dicho que habían tratado diversos métodos para activarlos, pero sin nin­gún resultado. Le pregunté a Wade si estaría dispuesto a ser un misionero y hacer que aquellos niños asistieran a la Prima­ria, a lo cual accedió.

A la semana siguiente la Primaria estaba a punto de empe­zar, cuando los niños de los que habíamos hablado con Wade entraron al salón. Me quedé atónita. ¡Qué milagro! Más tarde encontré a Wade en el pasillo y le pregunté:

—¿Qué hiciste para que los niños vinieran a la Primaria? Me siento muy feliz.

Me miró con un poco de asombro y respondió: —No fue nada difícil, hermana Haynie; únicamente les

recordé que tenían que venir, Todo lo que necesitaban era que alguien se lo recordara.

Karla Haynie, presidenta de Primaria

continuación, hay una lista de nueve pasos que pue­des dar para ser mejor misionero:

1. Escoge a un amigo de tu escuela o vecindario, que no sea miembro de Iglesia.

2. Invítalo a tu hogar para conocerse mejor. 3. Preséntalo a tus padres.

Liahona, noviembre de 1977

4. Invítalo a la Primaria, a la Escuela Dominical o a, la reunión sacramental.

5. Pídele a tu mamá que invite a la maniá de tu amigo a la Sociedad de Socorro

6. Obsequíale un libro de la Iglesia o una suscripción a la revista de los niños.

7. Pide a los miembros de tu familia que expresen su testi­monio a tu amigo (y a su familia, si es que asisten), du­rante una noche de hogar a la cual hayan sido invita­dos, •

8. Pregúntales si están interesados en aprender más acerca de la Iglesia.

9. Si lo están, obsequíales un ejemplar del Libro de Mor-món y algunos folletos; luego informa al líder de tu ba­rrio o rama acerca de su interés.

Natalie Neal, 11 años

Todos pueden hacer la obra misional. Quisiera contar una experiencia que tuve. Un día, poco antes de em­

pezar mi lección de piano, mi maestra me vio conversando con los misioneros Santos de los Últimos Días. Al concluir la lección, me ofreció un vaso de limonada y luego me preguntó cómo conocía a los élders; entonces le dije que yo era mor-món.

Al principio me preocupaba pensar que estaba tomando demasiado tiempo en hablarle de la Iglesia, pero ella parecía realmente interesada y hacía muchas preguntas. Desde enton­ces hemos continuado hablando de la Iglesia en casi todas mis lecciones de piano, La vez pasada le hablé de la Palabra de Sabiduría, y me dijo que piensa que es una regla muy buena porque mantiene nuestros cuerpos sanos.

Me hace sentir bien hablarle del evangelio a mi maestra de piano; ella es una persona muy buena y espero que algún día llegue a ser miembro de la Iglesia.

Billy Brim

{Continua en lapág.22,

Todos pueden hacer la obra misional

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Las manos limpias

por William R. Bradford del Primer Quorum de los Setenta

0 hace mucho tiempo, al dirigir una mirada por la ventana de la cocina de la casa de la misión en San­

tiago, Chile, alcancé a ver un gran montón de tierra al pie del inmenso nogal que hay detrás de la casa, y en medio de esa tierra divisé a dos niñi-tos que jugaban. Como había llovi­do hacía poco, los dos muchachitos estaban tan embarrados que me fue difícil reconocerlos, cuando ellos me

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vieron una.radiante sonrisa iluminó sus cantas y en ese momento pude reconocer a mi hijo Chris y su ami~ güito David. El rostro de Chris esta­ba tan cubierto de barro, que sólo se le veían los dientes que parecían seis pequeños confites blancos sobre un pastel de chocolate.

Más tarde, cuando fue hora de entrar y David se fue a su casa, en­vié á Chris a darse un baño. Bro­meamos diciendo que necesitaría

cambiar tres veces el agua del baño hasta que pudiera quedar limpio. La primera vez habría que sacarla con una pala, porque sería pura tie­rra; la segunda, con un balde por­que seguramente sería agua con ba­rro, y quizás la tercera pudiéramos hacerla correr por el desagüe.

Después que mi hijo había estado por algunos minutos en el agua fui para ayudarle a lavarse bien, y en­tonces tuvimos una conversación

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que espero no olvide jamás. Trabajamos juntos tratando de

conseguir que una de las manos es­tuviera bien limpia, y luego la com­paramos con la otra. "Realmente papá", dijo él, "es una gran cosa tener las manos limpias". Le expli­qué cuan cierta era era su expresión, y le dije: "Quiero que sepas que no sólo el polvo de la tierra ensucia las manos de los hombres. Si un niño roba, si es malo con sus amigos y los

Ltahona, noviembre de 1977

golpea a propósito, si les dice a sus padres que hará alguna cosa y des­pués no la hace, o si en otras mane­ras es picaro o desobediente, éstas pueden ser causa de que las manos se 'ensucien' realmente, con una cla­se de suciedad que no se puede la­var con agua y jabón, que tienes que llevar contigo continuamente y que aunque otros no siempre puedan verla, tú sabes que dentro de ti no estás limpio."

Quiero que todos sepáis, mis que­ridos jóvenes amigos, que hay dife­rentes clases de suciedad; una que llega a las manos a causa del trabajo o cuando se juega; ésta se puede la­var. La otra clase de "suciedad" se obtiene haciendo cosas malas que a veces se llaman pecado. Esta parece que ensucia el corazón, pero se pue­de "laVar" cuando nos arrepenti­mos.

Primeramente debéis hacer todo lo qué podáis para reparar lo malo que hayáis hecho; luego debéis pe­dir perdón al Padre que está en los cieibs, y a quien corresponda, para que manos y corazón puedan ser "lavados" hasta quedar limpios de las cosas malas que los ensuciaron.

El Salvador dijo; ". . . no os enredéis en eí pecado,

sino queden limpias vuestras manos, hasta que el Señor venga." (D. y C. 88:86.)

También dijo a aquellos que se arrepienten y viven con pureza:

"He aquí, vuestros pecados os son perdonados; os halláis limpios delante de mí; por tanto, alzad la cabeza y regocijaos." (D. y C. 110:5.)

Espero que tengáis a menudo las manos sucias por el trabajo duro y

. eí juego, pero que a través de vues­tra vida, ésta sea la única suciedad de la que tengáis que liberaros, y no las manchas que ensucian el cora­zón por medio del pecado o la de­sobediencia.

Yo quiero que Chris y todos los niños recuerden que, aunque pue­den resbalar y caer en el pecado, también pueden ser lavados y que­dar limpios por medio del verdade­ro arrepentimiento.

¡Qué felicidad es tener las manos limpias y un corazón puro!

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¡Quiero ser MISIONERO!

Pusiste dinero en tus ahorros para la misión

Mueve 3 hacia adelante

Olvidaste ir a la Primaria

Mueve 3 hacia atrás

Memorizaste una escritura

Mueve 2 hacia adelante

Leíste las Escrituras con tu familia

Mueve 2 hacia adelante

Sabes quién era Mormón

Mueve 1 hacia adelante

Mueve 1 hacia adelante

PARTIDA

Invitaste un amigo a la Primaria

No invitaste a la Iglesia a un amigo que no es miembro

Mueve 1 hacia atrás

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Instrucciones: Se necesitan varios botones, si es posible de diferentes colores; cada jugador elige uno. También se elige otro botón, de distinto tamaño o color, para tirar dentro del círculo. Se recorta el círculo que tiene los números y se coloca en un plato. (Si

se quiere, se puede pegar sobre cartón o cartulina, y luego recortarlo.)

Parajugar, los participantes se turnan tirando el botón dentro del círculo y moviendo su propio botón tantos espacios como íoindique el número del

círculo sobre el cual haya caído el botón. El ganador es el primero que llegue al círculo con las palabras: "¡YA ERES MISIONERO!"

¡YA ERES MISIONERO! Olvidaste orar

por los misioneros

Mueve 2 hacia atrás

liciste una buena acción

Mueve 2 hacia adelante

discursito misioneros Escuela Dominical

hacia adelante

Olvidaste invitar a un amigo a la Primaria

Mueve 3 hacia atrás Mueve 1 hacia adelante

Fuiste reverente en la reunión sacramental

Le escribiste a un misionero

Mueve 3 hacia adelante

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(Viene de la pág. 17)

Hace aproximadamente cuatro años, una nueva familia se mudó enfrente de nuestra casa. En poco tiempo lle­

gué a conocerlos a todos muy bien, especialmente a su hija Debbie, que se convirtió en mi mejor amiga.

Un día, hace unos dos años, llevé a Debbie conmigo a la Primaria; luego empezó a asistir casi todas las semanas. Al poco tiempo, cuando yo iba a jugar con Debbie su madre co­menzó a hacerme preguntas acerca de la Iglesia. Algunas ve­ces la familia entera nos acompañaba a la Escuela Dominical.

• Hace más a menos dos meses estábamos sentadas en nues­tra clase en la Prinlaria cuando de pronto Debbie dijo:

•—Papá dijo que nos íbamos a bautizar este mes. Casi me desmayé de la sorpresa; ¡me sentía tan feliz! La

familia fue bautizada y ahora todos son miembros de la Igle­sia.

Lori Lish

N acíy me crié en Inglaterra.Cuando tenía diez años, mi amiga Kathy me pidió que la acompañara a la Prima­

ria; fui sólo por curiosidad y porque no tenía otra cosa que hacer. Esa primera vez fue un gran comienzo para mí; desde entonces, todos los jueves hacía planes para asistir a la Prima­ria, a aprender todas las hermosas historias acerca de Jesús y cantar las alegres canciones.

Con el tiempo comencé a comprender los primeros princi­pios del evangelio, y mí propia iglesia y sus enseñanzas fue­ron perdiendo importancia para mí. Muy pronto llegó la épo­ca en que debía empezar a tomar clases de confirmación en la Iglesia de Inglaterra, pero éstas me confundían; me sentía es-

pecialmente insegura acerca de la enseñanza de que los niños nacen en pecado. Teniendo un hermanito recién nacido, no me podía imaginar que él ya tuviese pecado.

Le conté a mi madre cómo me sentía y afortunadamente comprendió y me dejó asistir con Kathy a la Escuela Domini­cal; luego los élderes empezaron a visitar nuestra casa, y mi madre y yo comenzamos a recibir las lecciones. Aunque mi madre no pudo aceptar el evangelio, consintió en que yo fue­se bautizada.

Fui bautizada una semana después de cumplir los trece años. ¡Qué hermoso regalo de cumpleaños el haber sido bau­tizada y recibir el don del Espíritu Santo! Siempre estaré agradecida a mi maravillosa amiga Kathy y a la Primaria, donde primeramente aprendí las enseñanzas de la Iglesia.

Sandy Tandy

INSTRUCCIONES PARA ARMAR EL DIARIO DE MISIONERO. Quita la página de la revista. Córtala por la mitad en forma horizontal y coloca la parte del título sobre la otra. Dóblalas verticalmente y colócales una grapa en el doblez. Ya tienes listo tu diario de misionero.

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"Cada miembro un misionero..."

"¡Cuan hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!"

Romanos 10:15

Voy a pensar en cada uno de mis amigos, luego escogeré a uno para compartir con él el evangelio. Oraré y le preguntaré a mi Padre Celestial si he hecho la elección correcta; si tengo un sentimiento positivo, continuaré trabajando con ese amigo; si ese sentimiento es lo contrario, seleccionaré a otro.

Si mi amigo muestra interés, haré lo siguiente: 1. Oraré. 2. Lo invitaré a mi casa para compartir actividades divertidas. 3. Lo llevaré a las reuniones de la iglesia. 4. Le diré cómo me siento respecto a la Iglesia. 5. Sugeriré a mi padre o al maestro orientador que la familia de mi amigo quizás esté interesada en recibir a los misioneros.

Otras cosas que puedo hacer:

Lo que puedo hacer para fortalecer nuestra amistad

1. Invitarlo a comer para que experimente el gozo de la oración familiar alrededor de la mesa.

2. Invitarlo a las fiestas y programas especiales del barrio.

3. Compartir una noche familiar con él. 4. Llevarlo a paseos con mi familia. 5. Invitarlo a la Primaria y la Escuela

Dominical.

Otras cosas que puedo hacer:

El amigo que elijo es

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Resultados de los "frutos de mis labores":

Nombre

Informe de lo que estoy haciendo:

Algunos de los amigos con quienes deseo compartir el evangelio:

Mi diario de misionero

Ilustrado por Phyllis Luch

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Por medio de una persona, una nación entera

por el élder Emilio O. Vergelli

Hace unos cuarenta años, en un pueblo cercano a Cór­doba, Argentina, dos jóvenes misioneros enseñaron el evangelio a una mujer y sus cinco hijos. La situa­

ción económica de la familia no era buena, pero el Señor ayudó a la madre para que fuera capaz de mantener a sus hijos. El menor de éstos escuchaba atentamente las pala­bras de los misioneros, que se grabaron para siempre en su corazón; al crecer, su testimonio creció con él. Años más tar­de estableció su hogar con una virtuosa joven, tuvieron hijos, y él sirvió en distintos cargos en la Iglesia. Uno de sus deseos más grandes era ver que sus hijos fueran misioneros y enseña­ran las verdades del evangelio a aquellos que quisieran reci­birlas.

. Muchos de sus deseos le fueron concedidos. El hombre a quien me refiero es mi padre y yo, uno de sus hijos, me en­cuentro cumpliendo una misión para la Iglesia. Me gustaría ahora explicar el motivo por el ciial he escrito esto.

Hace unos dos meses, mi compañero y yo estábamos pre­dicando en la ciudad de Tandil, República Argentina. Estába­mos a punto dé regresar a casa, después de haber trabajado todo el di'a, cuando nos sentimos inspirados a volver a al­gunas de las casas donde unas horas antes no habíamos en­contrado a nadie. Al llamar en una de ellas, una señora nos abrió la puerta y al yernos, sin darnos siquiera tiempo a pre­sentarnos, nos dijo: "Ustedes son mormones, ¿verdad? ¡Al fin han venido! Los he estado esperando desde hace casi un año".

Para nuestra sorpresy, agregó que hacía mucho tiempo-había escrito a cierta direción (que según vimos, estaba equi­vocada), pidiendo que le enviaran misioneros, pero sin recibir contestación alguna. Esa noche estaba de visita en aquella ca­sa, que no era la suya; pero estaba sumamente interesada en saber más sobre la Iglesia y nos pidió que la. visitáramos. Así que allí mismo fijamos día y hora, y luego nos despedimos.

Era una fría mañana de otoño cuando nos dirigimos en bi­cicleta a la dirección que la mujer rioshabía dado. Cuando llegamos, ella y sus tres hijos ya estaban esperándonos; des­pués de saludarlos, entramos en la casa para empezar a en­señarles la primera lección del evangelio. El cuarto era gran­de y estaba helado, pero aquella madre con sus tres niños nos escucharon ansiosamente. Quizás nuestra explicación no fue­ra muy brillante, pero el Señor ciertamente nos bendijo con su Espíritu. Cuando mi compañero y yo nos dirigimos de re­greso a nuestra casa; después de la lección, sentíamos que aquella familia estaba lista para recibir el evangelio.

Al volver a visitarlos, la semana siguiente, la hermana García nos dijo que Alberto, él rriayor de sus hijos, que tenía diez años, le había dicho que él también quería ser misionero cuando creciera. Al mirar al pequeño, los dos sentimos que el Señor había puesto esta gente escogida en nuestras manos,

para que compartiéramos con ellos el tesoro eterno que po­seíamos.

Durante la tercera lección, y bajo la influencia del Espíritu del Señor, mi compañero les extendió la invitación para que entraran en las aguas bautismales. Con los ojos llenos de lá­grimas, la hermana García la aceptó, apretando en las suyas la mano de su hijo mayor, y diciendo que ella sabía que lo que le'enseñábamos procedía de Dios y era lo que ella y sus hijos Habían estado esperando por largo tiempo.

Terminamos las lecciones, y por fin llegó el dí¡a en que esta hermana y su hijo, Alberto, fueron bautizados; yo tuve el pri­vilegio de oficiar en la ceremonia. Jamás había sentido un go­zo tan grande, ni tanta gratitud al Señor por la oportunidad que me daba de trabajar en su obra. Al tomar al pequeño y sumergirlo en las aguas del bautismo, lo imaginé como un jo­ven enseñando a otros las verdades que ahora recibía.

Aquel mismo día, unas horas más tarde, ya en la soledad de mi habitación, agradecí al Padre por la bendición de mi abuela, quien, al igual que la hermana García, había acepta­do el mensaje del evangelio; le agradecí por mi padre que ha­bía permanecido fiel a sus principios y me había, dado el pri­vilegio de nacer y criarme con ía guía de la Iglesia, Y, más que nada, le agradecí por permitirme ser un mensajero de Su palabra.

No sé a cuántas personas más me permitirá el Señor en­señar; pero cuando pienso en todas las almas que están espe­rando nuestra visita para aceptar el mensaje que íes llevamos, siento un regocijo que es imposible de describir con palabras.

También pienso un aquellos a quienes el pequeño Alberto podrá llegar cuando él sea misionero, y que se convertirán por el poder de sú testimonio y sus enseñanzas; ellos, a su vez, llevarán el mensaje a otros; y sus hijos, una vez convertidos, quizás también sean misioneros. Entonces no puedo menos qué preguntarme si es posible saber a cuántas personas se convierte al bautizar solamente una.

Recuerdo que alguien dijo que podemos contar las semi­llas que hay en una manzana, pero que nunca podríamos con­tar las manzanas que pueden provenir de una semilla. Ahora comprendo el significado de esas sabias palabras.

Sé que la responsabilidad que descansa sobre los hombros de un misionero, es muy grande. Pero también sé que no hay mayor bendición en ía vida de un joven Santo de los Últimos Días, que dedicar dos años de su vida a la obra de Dios, y a observar con sus propios ojos cómo la influencia del Señor prepara el camino. ¡Qué maravilloso privilegio es poder lla­mar a las personas al arrepentimiento!

Por medio de una persona, puede convertirse una nación entera. Y al predicar a unos pocos, nunca sabemos cuántos podrán oír, por medio de ellos, las palabras salvadoras del evangelio.

Liahona, noviembre de 1977 25

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Recuerdo que en una ocasión, durante una conferencia de distrito en Holanda, en la que explicamos la responsabilidad

de ser "cada miembro un misionero", vino a verme una hermana y con los ojos llenos de lágrimas, se lamentó: "Yo no sé cómo enseñar a los investigado­res". Nosotros no habíamos explicado claramente y ella no había entendido que todo lo que tenia que hacer era ser­vir de enlace entre los investigadores y los misioneros, o sea concertar un en­cuentro. No era extraño que estuviera atemorizada.

Creo que muchos miembros sienten el mismo temor. El Señor no quiere que estemos atemorizados, sino que seamos felices y compartamos nuestra felicidad con otros. El espíritu misional está ins­pirado por el Espíritu del Señor.

He conversado con muchos miem­bros sinceros a quienes les gustaría ha­cer la obra misional, pero no saben có­mo. ¿Cómo podemos obtener ese espíri­tu? Creo que para lograrlo tenemos cua­tro pasos:

1. Convertirnos al evangelio. No po­demos "fortalecer" a nuestros hermanos a menos que cumplamos con el manda­miento del Señor de convertirnos pri­mero nosotros mismos. (Véase Lucas 22:32.) Para ello debemos adoptar el mismo sistema que tienen que seguir los investigadores: estudiar, orar, e ir a la Iglesia para compartir el espíritu que

reina allí. 2. Cuando logramos un testimonio,

el próximo paso es obedecer las leyes de la Iglesia; el Señor no puede dar el espíritu misional a alguien que es de­sobediente. Esto no significa que debe­mos ser perfectos, sino que debemos ser lo suficientemente dignos como para obtener una recomendación para el templo. A veces me han dicho algunas personas que al retirarse de una reunión en la que se les ha alentado a hacer la obra misional, han experimentado un sentimiento que les hizo pensar: "No puedo ser un misionero y dar mi testi­monio a otros, porque fumo y no sería honesto conmigo mismo"; o puede suceder que el problema sea causado por no pagar el diezmo o por ser áspero con los miembros de la familia.

3. Debemos orar cada día para ob­tener el espíritu de la obra misional. Es necesario recalcar mucho este punto puesto que es imposible ganar un testi­monio de la obra misional sin antes orar para lograrlo; también es imposible ha­cer la obra misional sin la ayuda del Espíritu.

4. Luego, a medida que desarrolla­mos nuestras actividades diarias, debe­mos estar atentos al espíritu de discerni­miento que nos indicará a quién debe­mos dirigirnos, qué clase de persona es y cómo debemos abordarla. A causa de que tengo que viajar bastante por nego­cios y ahora por la Iglesia, he adoptado

la filosofía de "enseñar en el momento propicio". Se puede presentar la oca­sión mientras estamos en la oficina de correos, esperando para comprar estam­pillas, mientras esperamos el ómnibus o en cualquier otro negocio. El programa para hermanar familias nos permite otras formas de acercamiento debido a que tenemos más tiempo para desarro­llar una amistad más profunda con los demás; pero "enseñar en el momento propicio" es una forma de ser misionero para los desconocidos.

Sabemos que "donde hay muchas personas, hay muchas maneras de pen­sar", y que para alcanzar eficazmente a cada una de ellas, debemos conocer la forma de pensar de cada individuo. Os doy mi testimonio de que la mejor manera de saber cómo abordar a cada persona es orando para recibir ayuda y escuchando cuidadosamente porque el Espíritu Santo ya conoce todas estas co­sas. A continuación cito algunas formas de hablar acerca del evangelio, que he­mos aprendido por experiencia.

1. La persona amable. Le complace saber que su interlocutor es mormón, hace muchos años que escucha la trans­misión del Coro del Tabernáculo Mor­món, y siente gran admiración "por aquel maravilloso narrador, Richard Evans". Y luego de unos minutos sonríe cordialmente, se disculpa y se va. ¿Có­mo proceder con una persona así? Una de las cosas que debemos tratar de ha-

por el élder Jacob de Jager

del Primer Quorum de los Setenta r

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El espíritu

misional

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cer, es dar testimonio de la singular cir­cunstancia ,que nos permitió encontrar­nos, testificando que el Señor tiene un importante mensaje acerca de la Iglesia para hacerle conocer, y obtener su nom-

' bre y dirección para entregarlos a los misioneros. No tenemos la responsabili­dad de enseñarle, sólo de servir de conexión con los misioneros.

2. La persona animada, conversado­ra. Está tan deseosa de conversar que tratará cualquier asunto de la familia, pasatiempos, negocios, etc., y es muy difícil mantener la conversación con ella sobre un mismo tema por mucho tiempo. ¿Cómo debemos proceder? El Espíritu del Señor os hará notar el mo­mento, en que esta persona diga algo que os conduzca a una discusión sobre el evangelio, especialmente si es algo sobre lo que se siente muy segura. Re­cuerdo a un hombre que me habló de la importancia de compartir el tiempo con los hijos cuando éstos son pequeños. Entonces le dije: "¡Es sorprendente! Es­to es exactamente lo que enseñamos en nuestra Iglesia", y le hablé acerca del programa de la noche de hogar.

3. La persona impaciente. Interrum­pe una y otra vez, dice que está intere­sada, y luego que no. Hace preguntas sobre temas de controversia y desea saber qué actitud tenemos los mor-mones al respecto. Muchos miembros se asustan porque no están preparados pa­ra contestar estas preguntas, pero no es necesario contestarlas sino contraatacar, diciendo que si los misioneros lo pue­den visitar le explicarán nuestras creen­cias acerca del propósito de la vida, y eso contestará sus preguntas.

4. Otro tipo que encontramos a menudo es la persona insegura que vaci­la entre sentirse complacida por nuestro acercamiento amistoso, y temerosa de comprometerse a recibir más conoci­miento. Hemos descubierto que si le ofrecemos varias alternativas para que elija, se asustará, Un sistema de acerca­miento que hemos tratado con éxito, es testificar con mucha firmeza que la obra misional es parte del pían de nuestro Padre Celestial para la salvación de to­dos Sus hijos, asegurando a la persona que no es necesario que tome la deci­sión inmediata de aceptar el mensaje, e invitándole a aprender más por medio de los misioneros.

5. Frecuentemente conocemos un quinto tipo de persona, aquella que piensa con cautela, y que antes de dar su propia opinión quiere más explica-

Liahona, noviembre de 1977

ciones. A menudo quiere saber por qué le decimos estas cosas y qué ganamos' con ello. Hemos llegado a la conclusión de que yendo directamente a las Escri­turas, citándole nuestros versículos fa­voritos e invitándola a pensar seriamen­te en su significado, lograremos acapa­rar toda su atención. La idea de reunirse con los misioneros también le resultará atractiva.

6. La persona reticente y silenciosa es un poco diferente, Allí está, sentada con los brazos cruzados, sin expresión en el rostro, sólo escuchando. Nos hemos da­do cuenta de que éstas personas a menudo están más interesadas de lo que aparentan y que lo mejor que podemos hacer es combinar el respeto hacia ellas y la disciplina con nosotros mismos. A veces estamos tan ansiosos de hablar acerca del evangelio que hablamos más de lo que debemos. Mi esposa y yo he­mos aprendido a orar mentalmente, ha­cer una pregunta que haga meditar acerca del principio del evangelio que estamos discutiendo, y esperar una res­puesta. Si esperamos que estas personas compartan sus ideas con nosotros, hay más posibilidades de que nos tengan confianza.

7. La persona amigable, pero inacce­sible. Así era yo. Recuerdo haberles di­cho a los misioneros: "Me siento impre­sionado por lo que estáis haciendo; creo que es maravilloso, pero no deseo cam­biar. Tengo un buen trabajo, un auto­móvil, un hogar, una esposa amorosa e hijos excelentes. Soy perfectamente fe­liz". Entonces ellos me pidieron que pensara en el día de mi muerte, cuando perdería todas estas cosas. Todos sabe­mos que este es un tema que siempre nos impresiona. No había pensado mu­cho en esto y la mayoría de lá gente no lo hace. Tuve que aceptar que había otras cosas importantes sobre las cuales no había meditado.

A pesar de todo, no quería apartar­me de mis amigos ni renunciar a lo que yo creía eran las cosas buenas de la vi­da. Afortunadamente, el Señor me ha bendecido con una compañera que me ha ayudado en los momentos más im­portantes de la vida; ella tuvo un testi­monio desde el principio, pero no esta­ba dispuesta a bautizarse sin mí. Esto me hizo realmente comparar aquello que era importante'para mí y lo que era importante para ambos como unidad. Tan pronto como pude deshacerme del objetivo del sueldo y la seguridad económica, supe lo que quería.

8. Un tipo diferente es la persona con prejuicios que dice: "¡Oh! ¿usted es mormón? Conozco todo acerca de uste­des. Practican la poligamia; obligan a los miembros a pagar a la Iglesia el diez por ciento de sus ganancias; envían aquí norteamericanos para predicarnos, en vez de quedarse en su.propio país, donde tienen tantos problemas". Lo que nos conviene hacer es preguntarle en una forma amigable de qué fuente proviene su información, diciendo algo así: "Como mormón, me interesan al­gunas de estas opiniones; pero basándo­me en su información, me doy cuenta de cómo las ha formado. ¿Podrían los misioneros reunirse con usted para ex­plicarle mejor las enseñanzas de la Igle­sia? De ese modo podrá interpretarlas en una forma más completa".

9. La persona ansiosa de saber. Ha orado para conocer la verdad, y noso­tros necesitamos tan sólo testificar que la tenemos. Seguramente estará más que deseosa de recibir a los misioneros. Por supuesto que es más raro encontrar esta clase de personas que las que he­mos mencionado anteriormente.

Naturalmente, muchas veces sólo somos los que plantamos la semilla. Quizás nunca sabremos en esta vida si ha germinado y dado fruto. Por ejem­plo, cuando volvía de una reciente con­ferencia de militares en las Filipinas nos vimos demorados en el aeropuerto. Dos damas francesas que no hablaban inglés estaban desorientadas, de manera que me acerqué a ellas y les pregunté en francés: "¿Puedo ayudarles en algo? ¿Adonde viajan?" Iban al mismo lugar que yo —Manila— así que nos pusimos a conversar mientras esperábamos abor­dar el avión". Ellas naturalmente quisie­ron saber porqué viajaba yo por esa zona y les expliqué acerca de la Iglesia; no les hablé del reino celestial ni del án­gel Moroni, sino de cómo el evangelio nos enseña a ser pacientes en circuns­tancias adversas y porqué su conoci­miento me hace tan feliz. Les dejé mi tarjeta y una invitación para que se pu­sieran en contacto con los misioneros; pero no tengo forma de saber qué suce­derá con esa semilla que planté.

Por otra parte, no es importante que lo sepa, ni necesito saberlo; me basta para sentirme feliz el hecho de haberles hablado def evangelio y haber sentido que el Espíritu del Señor me ayudaba. Y esa felicidad es algo que puedo sentir cada día de mi vida, con tan sólo pedir­la al Señor.

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La obra misional comienza

en el hogar por Ernest Eberhard, Jr.

Cómo ayudar a personas que no son miembros de la Iglesia dentro de vuestra propia familia.

Parecería que los miembros de la Iglesia que están ca­sados con personas que no son miembros, siempre

vuelven a la misma pregunta básica: "¿Qué debo hacer para lograr que mi esposo (o esposa) se interese en la Iglesia?" Y piensan que si sólo pudieran tener la respuesta —la respuesta "justa"— ésta cambiaría su vida.

Pero antes es necesario hacerse algunas preguntas. Una pregunta clave para comenzar es: "¿Por qué mi cón­

yuge no se interesa en el evangelio?" Esta pregunta es importante, ya que el éxito del tratamien­

to depende de la exactitud del diagnóstico; éste debe hacerse paciente, lenta y completamente, y con ayuda de la oración. El tiempo es inestimable cuando se trata de obtener perspec­tiva y un conocimiento más profundo de las cosas. Si tenéis un amigo o un oficial de la Iglesia en quien podáis confiar, discutid con él vuestra intención de determinar las necesida­des espirituales de vuestro cónyuge. De todos modos, después de haber pensado detenidamente y luego que el Espíritu San­to os haya confirmado la exactitud de vuestra evaluación, es­taréis listos para ayudar a vuestro cónyuge a descubrir lo que puede significar el evangelio en su vida.

. Aquí hay algunas otras preguntas que podéis considerar: ¿Interferiría la Iglesia en su vida recreativa o pasatiempos? ¿Teme perder sus amistades? ¿Tiene hábitos que según pien­sa, no puede dejar? ¿Ha tenido malas experiencias con al­gunos miembros de la Iglesia? ¿Sabe tan poco acerca de la doctrina de la Iglesia o de sus servicios religiosos, que en una reunión se siente aburrido o incómodo? Hay muchas pregun­tas más que se pueden hacer, pero éstas sirven para comenzar. Quiero recalcar- nuevamente que sois vosotros quienes debéis determinar qué es lo que falta, 0 qué se puede hacer para ori­ginar en vuestro cónyuge, una necesidad espiritual, un deseo de vivir el evangelio.

Guando hayáis determinado finalmente cuáles son sus ne­cesidades, escribidlas para que después, por medio de la lec­tura, la meditación, la oración y solicitando consejo, podáis diseñar el plan que seguiréis. Se ha dicho que una meta que

no se establece por escrito, generalmente no pasa de ser sola­mente un deseo. Debéis hacer vuestra parte.

"Pero, he aquí, te digo que tienes que estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fue­re, causaré que arda tu pecho dentro de ti; por ló tanto, senti­rás que está bien." (D. y C. 9:8.)

Con respecto a vuestro plan, tened en cuenta que para lle­var adelante cualquier programa es necesario tener paciencia; todo lo que hagáis hacedlo gradualmente, paso a paso. Debéis tratar de evitar cualquier tipo de presión. Los seres humanos somos tan persistentes en nuestro carácter y personalidad, que necesitáis ser pacientes y utilizar un acercamiento gradual. Puedo aseguraros que si se tratara de cambiar rápidamente cualquier sistema de vida o pensamiento, esto establecería tal sacudida emocional, que provocaría más tensión y desorgani­zación de lo que podéis imaginar.

Los vínculos emocionales que unen a una pareja en matri­monio son muy fuertes; estos vínculos de amor crecen en una atmósfera de respeto y aceptación mutuos cuando las per­sonas son dignas. Si un cónyuge le pide al otro que cambie su personalidad y carácter de acuerdo con lo que se espera de un miembro de la Iglesia, puede crear malos sentimientos. Uno de los mayores obstáculos que puede haber para convertir al cónyuge al evangelio, es temer ofenderlo o herirlo cuando se lé pida que haga esos cambios. Veamos un ejemplo de lo que he dicho:' ¡

Gustavo Sánchez se ha casado con una joven cuya familia se enorgullece de ser leal y servir en la Iglesia. Cada vez que Gustavo se encuentra con sus padres políticos, tiene la impre­sión de que ellos piensan que su hija los ha disminuido casán­dose con una persona que no es mormón. A medida que pasa el tiempo, él se pone cada vez más a la defensiva y comienza a evitar las tradicionales reuniones familiares; poco a poco empieza a notar fefectos y faltas en los miembros de la fami­lia de su esposa, y hasta a dirigirle a ella palabras de resenti­miento.

Como ella es una joven muy sensible y perspicaz pronto se da cuenta de lo que ha sucedido. El siempre ha sido un com-

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pañero fiel y devoto; y ella la ama y presiente que algún día llegará a ser un buen miembro de la Iglesia.

Durante una fiesta de la familia, y mientras Gustavo se en­contraba fuera de la ciudad, la joven puso manos a la obra. Planteó a la familia ía situación que se había presentado a fin de discutirla, y les rogó a los suyos que aceptara a su esposo como un hombre honorable, un hijo de Dios que todavía no había tenido la oportunidad de aprender y participar en el plan del evangelio; también les sugirió que trataran de dar mérito a los puntos fuertes de la personalidad y el carácter de su esposo. Sus familiares acordaron mostrar cordialidad, aceptación y estima.

La respuesta de Gustavo fue de lo más satisfactoria. Des­pués de aceptar las.muestras de afecto, comenzó a sentirse a gusto con su familia política y a integrarse a su vida poco a poco. Finalmente, justificando la confianza de su esposa, se convirtió en un activo miembro de la Iglesia.

Los principios del evangelio se aceptan con más facilidad cuando los presentáis en una atmósfera de amor e interés. La caridad —el amor puro de Cristo— es el solvente universal de las actitudes y creencias más obstinadas. El amor verdadero estimula el interés y respeto por los demás, en las actividades y relaciones diarias que tenemos con ellos. Los cónyuges de­ben hacer toda clase de esfuerzo por irradiar alegría y fe cuando uno de ellos alcanza logros dentro del matrimonio; deben hacer todo lo posible por ayudarse a cumplir con el papel que el Señor les otorgó. Aunque parecen cosas sin im­portancia, los cumplidos, las palabras de aliento y los recono­cimientos de progreso, son influencias poderosas que ayudan

.a los esposos a acercarse en sus puntos de vista religiosos. Es especialmente importante ayudar al padre para que sea el líder en los consejos de familia, la noche de hogar, las activi­dades de vacaciones y recreativas. Todos estos esfuerzos y

. ajustes estimulan el amor, la receptividad y el deseo de for­mar una unidad familiar eterna.

La verdad es que las actitudes y creencias se basan en lo que una persona piense de la vida. Si podemos hacer que la gente perciba que somos sensibles a ellos, que nos preocupa su bienestar, que apoyamos sus esfuerzos por ser personas dignas, se sentirán mucho más inclinados a abrir su corazón a nuestros esfuerzos por ayudarles a ver de qué forma el evan­gelio puede hacer su vida más feliz.

Mientras fui presidente de una misión tuve la oportunidad de preguntar a cientos de conversos por qué se habían unido a la Iglesia. Muchas veces la respuesta fue: "Porque tenía allí un amigo". Por lo general, las personas aceptan el evangelio porque a su vez fueron aceptados por aquellos que ya eran miembros de la Iglesia; frecuentemente la gente se convierte a la gente antes de convertirse a los principios. Como se men­cionó anteriormente, la primera conversión debe ser al propio cónyuge; luego viene la necesidad de tener un nuevo núcleo de amigos entre los miembros de la Iglesia. En nuestros es­fuerzos, nos enfrentaremos a serios problemas hasta que lle­guemos a reconocer esta verdad clave de la naturaleza hu­mana: la gente encuentra que es muy difícil vivir sin amigos.

Nuestra ayuda para crear un nuevo círculo de amistades debe ser gradual, tratando de que al menos al principio, sea sobre una base individual. Muchas personas se sienten incó­

modas en medio de grupos grandes y tratan de evitarlos. Pue­de que este caso sea o no el de vuestro cónyuge; esto es algo que debéis evaluar vosotros. A menudo aquellos que se apar­tan para no participar en los servicios de la Iglesia, lo hacen más por timidez que por irreligiosos; por lo tanto, se les debe introducir en forma gradual a las huevas personas y a las acti­vidades. Para comenzar, lo mejor serían pequeñas reuniones en la casa, en el jardín o en paseos recreativos. Más adelante una persona que no es miembro puede sentirse a gusto en una actividad con un grupo más grande de personas, ayudando en un proyecto de construcción o bienestar, o en una fiesta de la Sociedad de Socorro o del Sacerdocio. Se deben sugerir acti­vidades recreativas o deportivas en las que el cónyuge posea habilidades o intereses definidos.

Es probable que en muchos casos los niños tengan sobre los padres una influencia más profunda que ninguna otra per­sona. Años atrás participé en un programa experimental de un seminario en el Sur de Idaho; los alumnos que participa­ban aprendieron una o dos discusiones misionales y las pre­sentaron a sus padres en el hogar. Algunos de los padres de estos niños no eran miembros o eran inactivos, y estos hijos deseaban que ellos se activaran y se sellaran en el templo. La intensidad de ese deseo fue tan grande que mientras presenta­ban las discusiones, el corazón de algunos de esos padres se enterneció a tal punto, que se despertó por completo en ellos el deseo de participar en los servicios y actividades de la Igle­sia. El presidente de la estaca en la cual se llevó a cabo el pro­grama experimental, informó personalmente que éste había sido más eficaz que cualquiera de los programas utilizados anteriormente para activar a los miembros y crear en los pa­dres el deseo de recibir el sacerdocio o ser adelantados dentro de él..v Véase Isaías 11:6.) En verdad un niño les puede guiar y debe dársele la oportunidad de participar en el empeño de traer a la Iglesia a familias que no son miembros.

Una importante compañía de negocios tiene a la vista en todas sus oficinas, un cartel con la siguiente inscripción: "Para venderle a Pérez lo que Pérez compra, debéis ver las cosas a través de los ojos de Pérez." Esto sintetiza lo que he tratado de sugerir como el método más eficaz de ayudar a las per­sonas que no son miembros a interesarse en el evangelio. Este acercamiento evita el conflicto tan común de nuestra persona­lidad, que a menudo condena nuestros esfuerzos al fracaso; de manera que cuando las personas se aman y necesitan mu­tuamente, es naturalmente fácil aceptar el evangelio y conver­tirse en una unidad familiar eterna. Este amor crea en nuestra vida la necesidad y el deseo de vivir el evangelio, y contesta ampliamente la pregunta: "¿Cómo puedo lograr que mi espo­so, esposa o hijo, tengan interés en ser miembros de la Igle­sia?"

Una relación familiar leal, amorosa y ejemplar es la mejor brújula espiritual que nos llevará de vuelta a nuestro hogar celestial. Pero a través de todo el proceso, recordad que de­béis amar y recocijaros por las cosas buenas de vuestro hogar y vuestro cónyuge, sin perder nunca de vista todas las buenas cualidades que él o ella tiene. El se ganó vuestro amor en el comienzo de vuestra relación, y el gozo y cuidado mutuos os proveerán una vida más feliz para cualquier clase de progreso futuro.

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"Algún día seguiréis a vuestro padre"

por Kathyn H. Ipson

Todo lo que deseaba Sita Mataele Lomu era poder criar a sus quince hijos en Tonga, de tal modo que llegaran a ser fieles Santos de los Últimos Días. La­

mentablemente, su esposo, Samiu, no era miembro de la Igle­sia y muchas veces le decía: "Vas a demasiadas reuniones; tienes que quedarle más en casa". Lo que él no comprendía era la ayuda que ella recibía en esas reuniones, y la fortaleza que obtenía allí de los demás.

Sita tenía un pequeño huerto, y a menudo vendía algunos de sus productos para ayudar al mantenimiento de la familia; de lo que sacaba de ello, siempre pagaba su diezmo. También les enseñaba a .sus hijos el valor del trabajo, la importancia de pagar un diezmo honesto, y la necesidad de asistir a las reuniones de la Iglesia. Seguidme a mi ahora,\es decía. Algún día seguiréis a vuestro padre. Pero era muy difícil tratar de mantener la armonía y la paz en el hogar, puesto que Samiu no pensaba como ella con respecto a la Iglesia. Según dice Sita: Muchas veces lloraba, porque sabía que las cosas no anda­ban bien en casa y que necesitábamos ayuda.

Ella había formado parte de una familia de once her­manos, y sus padres eran fieles Santos de los Últimos Días. Cuando acababa de organizarse la Iglesia en el pueblo donde vivían, su abuelo, Mataele, había ofrecido a los misioneros su casa para que la usaran como capilla, hasta que se pudiera

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construii una: \ así lo hicieron por muchos años. Por todo es­to. Sita creció teniendo un testimonio del e\angeho

Cuando el segundo de sus hijos, Moisés, fue llamado para servir como misionero en Tonga, él y su madre tuvieron una larga conversación sobre las condiciones de su hogar y los sentimientos padre sobre la religión, y decidieron que todos los lunes ayunarían y orarían para pedir al Señor que ayudara a Samiu a aceptar el evangelio

En algunas oportunidades, Samiu se había dado cuenta de que.Sita no comía y le había preguntado el porqué; la respues­ta de su esposa era: "Las cosas no están marchando bien en nuestra casa, y necesitamos la ayuda del Señor. Estoy ayunan-» do para pedirle que nos ayude".

Así fue pasando el tiempo hasta que un día, después de haberlo pensado seriamente, Samiu le dijo: "Sé que siempre pagas el diezmo del dinero que ganas; puedes pagar el mío también". Ei corazón de Sita se llenó de gozo, y ese mes pagó fielmente ambos diezmos.

Moisés y su madre ayunaron cada lunes durante un año entero, y un día el joven le dijo que esa misma noche quería hablar con su padre acerca de la Iglesia. Así que, después de la cena, Moisés llamó a su padre a solas y le dijo: "Padre, tú sabes que soy misionero y tengo que andar por los caminos predicando el evangelio a la gente; pero pienso que primera­mente me gustaría bautizarte a ti, porque eres mi padre. Des­pués puedo predicar a los demás".

Samiu le respondió, con lágrimas en los ojos: "Por mu­chos, muchos años, he pensado sobre la Iglesia, y ahora sé es la verdad. El Señor nos ha bendecido a tu madre y a mí. Tenemos muchos hijos, y todos son sanos y fuertes. Yo soy un hombre afortunado. Quiero ser bautizado en la Iglesia".

Aquel fin de semana se llevó a cabo un gran festejo en Tonga para celebrar el bautismo de Samiu Lomu. Desde en­tonces la familia Lomu se ha mudado para Hawaii. donde son todos activos en su barrio y tienen la oportunidad de ir a menudo al templo. Ahora, Sita ya puede decir a sus hijos: "Seguid el ejemplo de vuestro padre".

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por Spencer J. Condie

os Martínez son una magnífica pareja joven con dos hijos. Aunque el señor Martínez fuma bastan­te, está tratando de deshacerse de este mal hábito y tanto él como su esposa habían expresado interés

en escuchar las lecciones de los misioneros. Después de haber recibido las primeras dos o tres lecciones, los invitamos a que fueran a la Iglesia con nosotros el domingo siguiente, que era día de ayuno.

Los llevamos a la Escuela Dominical y después les pregun­tamos si había sido de su agrado. Con entusiasmo nos contes­taron que sí. El siguiente paso nos pareció obvio: exhortarlos a que se quedaran para la reunión de testimonios que se lle­varía a cabo inmediatamente después de la Escuela Domini­cal, a lo que accedieron con cierto desgano. La reunión fue bastante espiritual pero duró casi dos horas, en las que pudi­mos notar que sus niños se estaban poniendo inquietos.

Después de la reunión Íes preguntamos su parecer, pero esta vez la respuesta no revestía nada de entusiasmo; de he­cho, de una manera fría el señor Martínez respondió: "¡La cantidad de servicios religiosos que hemos tenido es suficiente por hoy! No habíamos pensado que demorarían tanto tiem­po. Después de no haber asistido a ninguna iglesia por años, esto ha sido demasiado para nosotros."

Quedamos desilusionados cuando nos dijeron que la pró­xima vez preferirían venir a ía Iglesia por cuenta propia.

En nuestras ciudades y vecindarios hay gente así. Son mag­níficas personas, son hijos de Dios, pero muchos de ellos to­davía no lo saben. Muchos crecieron'en hogares donde el do­mingo era un día de recreación, de ir al cine, a parques, parti­dos de fútbol, de pesca o de paseo. El domingo era el día de cuidar el jardín, pintar la casa, lavar el auto, o de sentarse frente ál televisor con un vaso de cerveza.

üahona, noviembre de 1977

¿Cómo, entonces, podremos llevar a los Martínez a nues­tras ramas o barrios? En primer lugar, debemos mirar el asun­to desde su punto de vista. Invitarlos a la iglesia en forma abrupta y sin prepararlos debidamente para la ocasión, es tan incómodo como si ellos nos invitaran a un picnic el domingo. Debemos comenzar a prepararlos partiendo desde el punto donde se encuentran, no desde el que nosotros quisiéramos que se encuentren. Y, por supuesto, todos nuestros actos de­ben basarse en el amor y la amistad que sintamos por ellos.

Paso a paso

Hace unos años el hermano Ernest Eberhard, hijo, nos dio un buen número de excelentes sugerencias para compartir el evangelio con nuestros vecinos. Algunos de los pasos preli-

, minares para invitar amigos a ía Iglesia incluyen; (I) Cercio­rarse de que sean amigos, conocerlos bien antes de invitarlos a que vengan a la Iglesia o escuchen las lecciones de los mi­sioneros. (2) Invitarlos a su hogar o salir con ellos e ir a activi­dades estrictamente sociales, (3) Darles algo para leer, tal co­mo revistas de la Iglesia o folletos misionales. (4) Invitarlos a que asistan y participen en la noche de hogar, reuniones de las organizaciones auxiliares déla Iglesia, charlas fogoneras y actividades sociales de la Iglesia y participar en ellas. Con tal base, devota y cuidadosamente, colocada, invitar amigos a la Escuela Dominical o a la reunión sacramental incrementará por lógica el proceso de hermanamiento.

Para hombre que .trabaja en su huerto cada domingo, qui­zás sería más aceptable recibir una invitación a ía granja de la estaca que a la reunión sacramental. La mujer a la que le gus­tan los deportes, probablemente responderá mejor a una invi­tación de las hermanas de la Sociedad de Socorro para jugar vóleibol que para ir a la Escuela Dominical. Al esposo se le puede invitar, según sus talentos, a jugar en el equipo de bas­quetbol del barrio, a tocar la guitarra o a escribir un libreto para la presentación teatral del quorum de élderes. Es posible que la esposa prefiera una invitación a la lección de ciencia del hogar de la Sociedad de Socorro, y después, refinamiento cultural, relaciones sociales y, sólo entonces, vida espirituaí.

Se debe solicitar permiso a los padres para que sus hijos puedan asistir a actividades dé escultismo, a ía Primaria, y a la Mutual. ¿Qué padres no estarían orgullosos de ver a su hijo o hija en una representación teatral?

Visitas a lugares históricos de la Iglesia, a templos, centros para visitantes, y actividades para investigadores, proveerán oportunidades adicionales para presentar ei evangelio "paso a paso".

Las fiestas del vecindario son útiles para presentar a per­sonas que no son miembros a otros miembros de la Iglesia, así como para estimular la amistad entre los habitantes de ía ve­cindad. Y entonces, en el momento oportuno, después de de­voto ayuno y preparación, podemos preguntar: "¿Les gustaría venir con nosotros a la Escuela Dominical el próximo domin­go por la mañana?" Si los cimientos han sido debidamente colocados, se sentirán muy cómodos en la Iglesia, porque allí

• es donde se hallan sus amigos.

No los sorprenda

Para evitar el problema que tuvimos con los Martínez, y con el fin.de que estén más tranquilos, explíqneles cómo se desarrollan las reuniones. Unos días antes del domingo, infor-

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Lo que debemos o no debemos hacer

Cuando llevamos amigos a la Iglesia

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me a los miembros de la rama o barrio que va a llevar amigos a la Iglesia. Aunque por lo general los miembros son sincera­mente cordiales, el hecho de que se íes mencione el asunto, contribuirá a que sus amigos se sientan bien recibidos por los santos.

Recalque lo positivo

A veces sin darnos cuenta nos ponemos a la defensiva en lo que respecta a nuestras reuniones de la Iglesia, por la mo­lestia que a veces causa el llanto de una criatura. En vez de disculparnos por tal incidente, debemos mencionar al visitan­te que nuestra Iglesia cree en la naturaleza eterna de la fami­lia y que por ese motivo asistimos a las reuniones llevando in­cluso a nuestros bebés.

Cuando un joven titubea durante un discurso que está dando, podemos mencionar al visitante que la Iglesia es un lugar para el perfeccionamiento de los santos (véase Efesios 4:23) y que creemos que todos deben participar a fin de pro­gresar espiritualmente.

Cuando los miembros se dirijen amigablemente a sus in­vestigadores como "hermanos Miranda" no deben sentirse ofendidos ya que la Iglesia nos ayuda a entender que todos somos miembros de una sola familia, hijos del mismo Padre Celestial. Notarán que a la mayoría de los investigadores les agrada que se dirigan a ellos como hermanos y hermanas.

Después de las reuniones de la Iglesia, los pasillos general­mente se convierten en lugares de animada conversación. De­bemos recalcar que ello se debe al hecho que los miembros se encuentran muy contentos de hallarse nuevamente con sus amigos y es natural que se demuestren recíprocamente su ca­riño mediante animada conversación.

¿Qué clase de señales enviamos?

A veces vivimos pensando que sólo verbalmente podemos comunicarnos con otras personas. Sin embargo, solemos dar mensajes sin articular palabra alguna. ¿Qué es lo que nuestros vecinos ven cuando llevamos a nuestra familia a la Iglesia? ¿Lo Hacemos en forma tan irreverente que parece un circo, con el padre gritando a todos que se apuren, mientras la ma­dre frenéticamente trata de abotonar la camisa de su pequeño hijo a la vez que apaga las luces de la sala y cierra la puerta de calle? ¿Regresamos a casa quejándonos de que el discur­sante no estaba preparado o que tomó más tiempo del que debía, y lo hacemos en voz tan alta que los vecinos pueden es­cuchar? ¿Nos quejamos a veces a nuestros vecinos de que nuestras asignaciones en la Iglesia demandan mucho de noso­tros? O bien ¿hemos enviado señales de que apreciamos la Iglesia y que somos muy felices dé servir al Señor?

Cómo saber a quien invitar

Ese gran misionero, el apóstol Pablo, sabía que tenemos la tendencia a sentir atracción por individuos cuyos valores, ac­titudes, e ¡deas son similares a las nuestras. Por eso dijo:

"Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número.

Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los

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judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley...

Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos." (1 Corintios 9:19-20, 22.)

Tenemos la responsabilidad de invitar a toda persona, de llegar al corazón de nuestros vecinos y compañeros de traba­jo. A veces debemos ser precavidos y pacientes con los que son tímidos, mientras que con otros debemos ser extroverti­dos. Pero en todo momento debemos ser amigables y diplo­máticos a fin de poder compartir eficazmente el evangelio.

Aunque nuestra meta es invitar a todos al reino, algunos campos están más blancos y listos para la siega que otros. Yo aprendí una valiosa lección al respecto mientras asistía para mis estudios de posgraduado a una universidad norteameri­cana. Presenté los misioneros a varios de mis condiscípulos, pero nunca tuve evito en invitarlos a la Iglesia. Más tarde me di cuentade que había empleado demasiado tiempo tratando de convencer a personas que, en esas circunstancias, estaban más interesados en sus estudios que en cosas del espíritu. En ésa época, nuestros vecinos demonstraron ser más receptivos a la prédica del evangelio.

¡Han tenido su oportunidad!

Una de las técnicas de Satanás para hacer fracasar la obra de Señor consiste en convencer a los miembros de qué las personas que se niegan a aceptar invitaciones a la Iglesia o a escuchar a los misioneros "han tenido su oportunidad". El número de conversos a la Iglesia que han "pasado" por varias parejas de misioneros, recalca el hecho de que ninguno de no­sotros puede juzgar cuándo ha tenido una persona la opor­tunidad adecuada para aceptar el evangelio.

El apóstol Pablo dijo: "Yo planté, Apolo regó; pero el cre­cimiento lo ha dado Dios" (1 Cor. 3:6). ¿Qué hubiera pasado si Apolo no se hubiera preocupado por aquellos que no fue­ron convertidos inicialmente por Pablo? Algunos de nosotros nos desanimamos cuando nuestros esfuerzos no parecen pro­ducir, fruto. A veces un examen introspectivo revelará que nuestros métodos fueron inoportunos, planeados apresurada­mente, o que quizás estuvimos muy ansiosos de ser acredita­dos con una conversión a pesar de ser Dios quien "da el creci­miento".

La magnífica amonestación que el Señor dio a los líderes del Sacerdocio, parece aplicarse a nuestros esfuerzos de traer a otras personas' al" reino. Debemos brindar nuestras invita­ciones con "persuasión, longanimidad, benignidad y man­sedumbre, y por amor sincero; por bondad y conocimiento puro, lo que ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia" (D. y C." 121:41-42).

El Señor nos ha hecho la promesa de que nos ayudará en nuestros esfuerzos, proselitistas cuando fiel y concienzuda­mente nos dediquemos a la obra misional:

"Porqué yo os perdonaré vuestros pecados, con este man­damiento: que permanezcan firmes vuestras mentes en so­lemnidad y el espíritu de la oración, en dar testimonio a todo el. mundo de aquellas cosas que os son comunicadas." (D. y C. 84:61.)

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MIS ALUMNOS PRESIDIARIOS

por Janette Millar

Cuando vivía en Sydney, Australia, recibí una pro­puesta para enseñar composición literaria a un gru­po de criminales que se hallaban en una prisión de

máxima seguridad. La sola idea me repugnaba; por'lo tanto, rechacé la propuesta. ¡No estaba dispuesta a meterme en nin­guna cárcel para enseñar a criminales empedernidos! De to­dos modos, me hice el razonamiento de que si yo misma esta­ba todavía aprendiendo, no sabía lo suficiente como para en­señar a nadie.

Pero tres meses más tarde repitieron la oferta, y esa vez respondí que sí inmediatamente. Creo firmemente que recibí inspiración para la respuesta, pues ésta salió de mis labios an­tes de que siquiera tuviera tiempo para pensarlo. Desde aquel día,.todos los sábados por la mañana concurrí a la cárcel du­rante los diez meses siguientes, hasta que el exceso de trabajo y los exámenes que debía rendir me forzaron a abandonar mi cargo.

Desde el primer día de clase mis alumnos me catalogaron como "religiosa", diciéndome:

—Usted es diferente. Nos damos cuenta de que es religio­sa y no queremos ninguna religión aquí.

Aunque les repetí una y otra vez que sólo estaba allí para enseñarles composición literaria, ellos continuaron fastidián­dome desde las nueve hasta las doce y treinta de la mañana, mi hora de salida. ¡Cuan exhausta me quedé!

El segundo sábado fue un poco mejor, y pude lograr más con mi lección. El tercer sábado la situación cambió aún más. Apenas comenzamos la clase, me dijeron:

—Usted es diferente. Piensa, habla y actúa en forma dife­rente. Hemos estado hablando de usted toda la semana, y dos de nosotros hemos llegado a la conclusión de que debe de ser mormona. ¿Es así?

Me quedé atónita; nunca se me hubiera ocurrido que pu­dieran darse cuenta de mi religión. De todas maneras les res­pondí que sí, y permanecí en espera de las burlas que tendría que .soportar a continuación. Pero iodo lo que comentaron fue:

—Bueno, en cierta forma, el saberlo echa a perder nues­tras especulaciones. Nos divertimos mucho tratando de adi­vinarlo; pero estamos contentos de saber que es así.

Desde aquel día me inundaron con preguntas sobre el evangelio. Aunque no se suponía que debiera yo de enseñar-

Liahona, noviembre de 1977

les religión, este tema tomó siempre prioridad sobre ei de la clase. Claro que escribían y estudiaban, pero yo me llevaba a casa sus composiciones para corregir a fin de que pudiéramos dedicar más tiempo a hablar de religión en la clase.

Uno de mis alumnos escribió un hermoso relato sobre Je­sús; otro, había conocido a unos misioneros antes de ir a la cárcel, y todavía conservaba sus tarjetas y un Libro de Mor-món que le habían dado. Pero había uno de ellos que final­mente pidió que lo visitaran los misioneros; leyó el Libro de Mormón, ayunó y oró, y obtuvo un testimonio de la veraci­dad del evangelio.

En aquel lugar, donde los libros religiosos muchas veces habían sido mutilados y destruidos,.y donde se habían usado páginas de la Biblia como papel para armar cigarrillos, las re­vistas de la Iglesia y las copias del Libro de Mormón pasaban de mano en mano sin sufrir daño alguno.

Para trabajar, teníamos una vieja y destartalada mesa re­donda, alrededor de la cual nos sentábamos. Un día, al en­trar, vi que había una nueva, con base de hierro forjado y la parte superior cubierta con una frazada; los felicité por el cambio y entonces la descubrieron: era una obra de amor que les había llevado dos semanas; la habían construido y pintado ellos mismos, pintando en la superficie la cara de un gato gris, porque sabían de mi amor por los gatos. Aquello me conmo­vió profundamente.

Me satisface mucho poder decir que mi clase era la más popular y con mayor asistencia, y tenía un promedio de diez alumnos por semana. Pero no era por mí y yo lo sabía; era por el tema del que hablábamos: el Evangelio de Jesucristo. Los miembros dei Sacerdocio me ayudaban contestando to­das las preguntas que mis alumnos garabateaban en pedazos de papel; ésa era otra parte de mi trabajo.

Me encantaba aquella labor y con mucho gusto volvería a ella; sólo que entonces preferiría organizar las cosas de mane­ra tal, que se pudiera enseñar el evangelio abiertamente si la clase así lo solicitara. Ahora sé que en aquella época había una obra que realizar: un prisionero estaba listo para recibir el evangelio, y fui enviada allí como un instrumento para que esto se llevara a cabo. A pesar del tiempo que ha pasado, to­davía intercambio correspondencia con él.

De aquella maravillosa experiencia aprendí algo muy im­portante: cada alma es preciosa para Dios, y debe tener la oportunidad de escuchar el mensaje del evangelio.

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por George D. Durraní

Le sorprenderá ver que sus hijos pueden ser excelentes misioneros

Marcos, un jovencito de quince años —uno de los doce alumnos mormones que asisten a su escuela secundaria— pasó recientemente por un momento cn'tico: no podi'a contestar correctamente a la pre­

gunta número quince del examen, sin violar las reglas de la clase que prohiben a los alumnos cambiar los términos de cualquier pregunta a la que haya que contestar "verdad" o "falso".

"José Smith, el supuesto profeta mormón escribió el Libro de Mormón. ¿ Verdad o falso?"

Marcos sabia que si conseguía contestar ésta correctamen­te, podría tener el cien por ciento de sus respuestas correctas. Pero, ¿cómo podría responder a tal declaración? El maestro esperaba que marcara "verdad", cuando en realidad para res­ponder con veracidad tenía que marcar "falso".

Había llegado el momento de entregar los papeles; tenía qué tomar una decisión. Rápidamente tachó ia palabra "supuesto" y después de hacer lo mismo con "escribió" puso en su lugar la palabra "tradujo". Luego dibujó con línea gruesa un círculo alrededor de la palabra " Verdad" y entregó su hoja.

Al día siguiente, después de pasar la lista de asistencia, las primeras palabras del maestro fueron:

—Marcos, ponte de pie. Marcos se paró, Entonces el maestro dijo en tono severo:

—Dinos por qué has cambiado (os términos de la pregunta número quince.

Marcos recordaba exactamente las palabras de la pregunta número quince y sonriendo ampliamente replicó:

—Porque José Smith no es un "supuesto" profeta, sino "un Profeta"; y él no "escribió" el Libro de Mormón, sino que lo tradujo:

El maestro le replicó: —Ven al frente y emplea el tiempo que desees para expli­

carnos qué es lo que hace que ustedes, los mormones, sean como son.

Marcos tuvo la emoción de hablar a toda la clase acerca de la Iglesia, y también recibió una buena nota por haber contes­tado la pregunta número quince correctamente.

Mientras vivíamos en cierta ciudad, cada uno de nuestros hijos tuvo muchas ocasiones de hablar sobre la Iglesia. Con­sideraban divertido encontrar cada día oportunidades natura­les de hablar a sus amigos acerca del evangelio.

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su religión" "Háblemos de

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Creo que la palabra "natural" es la mejor que se puede utilizar para describir la forma en que no sólo los jóvenes, sino mosotros mismos, debemos actuar para ser misioneros. Sólo debemos estar atentos para ver las oportunidades que se presenten en forma "natural"; no es necesario que éstas sean fingidas sino que hay que tener los ojos, oídos y el corazón abiertos. Entonces notaremos que en numerosas ocasiones lo único que cabe decir es algo referente al Señor y su Iglesia. '

Tratamos de aclararles a nuestros hijos que nuestra tarea no es convertir a todas las personas, pero que hemos sido ben­decidos con la oportunidad y el privilegio de informar a todos los que podamos acerca de la Iglesia.

Todos sabemos que si somos animosos, tenemos buena vo­luntad y observamos las normas de la Iglesia, seremos capa­ces de sostener muchas conversaciones centradas en el evan­gelio. Siempre que nos sintamos impulsados a convertir a to­do el mundo, nos daremos cuenta de que nos estamos vol­viendo dominantes, y si lo somos, no estaremos procediendo de manera natural.

Por ejemplo, nuestro hijo mayor tuvo la oportunidad de dar un discurso durante la ceremonia de graduación de la es­cuela secundaria; al principio pensó que sería una buena oca­sión para hablar acerca de la Iglesia, pero por otra parte el te­ma le parecía poco natural puesto que había allí gente de mu­chas otras iglesias.

Sin embargo, le pareció lógico terminar su alocución con estas palabras:

—Cuando vine a esta escuela hace tres años, no conocía a ninguno de ustedes; yo era un extraño aquí. Pero ahora, mientras les hablo, siento que mi mente se inunda de gratos recuerdos sobre la forma en que ustedes me han tratado. La amabilidad y la amistad que me han mostrado, han hecho que ame esta ciudad y sus selectos habitantes. Este lugar se ha transformado en mi hogar y esta escuela, en mi escuela. Uste­des han llegado a ser mis amigos más queridos. Y ahora, a causa de la manera en que me han tratado, les digo como dijo el gran Profeta mormón, Brigham Young, cuando llegó a su nueva tierra en eloeste. Para mí. "éste es el lugar" .

La gente se puso de pie y aplaudió por varios minutos. Sus palabras, naturales y completamente sinceras, habían abierto corazones y en muchos casos también abrirían sus puertas.

Por. supuesto, nos dábamos cuenta de que tan sólo con nuestra actitud amistosa y viviendo correctamente, no en­señaríamos a la gente las doctrinas de la Iglesia, en la misma forma que un maestro matemáticas no podría enseñar álge­bra a sus alumnos, sólo por vivir correctamente. Pero siendo personas amigables abriríamos las puertas a conversaciones, que en forma natural nos dieran la oportunidad de ofrecernos a organizar una reunión entre amigos y misioneros.

Viajo mucho con mi familia y a menudo debemos comer en restaurantes. Cuando la camarera se acerca a ofrecernos el café podemos responderle en forma natural: "No, gracias. No tomamos café; somos mormones."

Las palabras "somos mormones", parecen naturales y fáci­les. A menudo, se entablan así conversaciones y se obtienen direcciones para enviar a los misioneros.

Enseñamos a nuestros hijos que todos debemos ser el tipo de personas que resultan agradables a los demás. Les aclara­mos que no debemos desesperarnos si alguien pone en tela de juicio a la Iglesia. Si alguien critica nuestras creencias, no de­

bemos enojarnos ni agitarnos; solamente tenemos que sonreír y responder sin ser contenciosos ni dominantes. Es necesario comprender que las personas con las que estamos hablando, no entienden.

Cuando nos mudamos a nuestra nueva casa, en otra ciu­dad en donde había sólo unos pocos mormones, decidimos que haríamos una pequeña reunión e invitaríamos a todos nuestros vecinos. Pensamos que no muchos de ellos responde­rían a nuestra invitación; sin embargo todos fueron. No fue fácil dar cabida a todas esas personas; era la primera vez que muchos de ellos tenían la oportunidad de conocerse.

Después dé una larga velada, lodos se retiraron, excepto una familia. Ellos pertenecían a otra religión y vivían cerca de nuestra casa; tenían hijos de la misma edad que los nuestros, y aquél fue el comienzo de una profunda amistad. Sus hijos iban a jugar al basquetbol con los nuestros y sus niñas juga­ban a las escondidas con nuestras niñas.

Cuando nuestros hijos jugaban con los de ellos en las li­bias tardes de verano, nosotros, los padres, nos, sentábamos a conversar mientras disfrutábamos del atardecer. Se estaba de­sarrollando una grata amistad y los padres comenzaron por decir un día:

—¿Cómo pueden conseguir que sus hijos sean tan equili­brados y tan amigables?

A lo que les respondimos: —Aprenden la mayoría de esas cosas en la Iglesia y en las.

noches de hogar. También aprenden a desarrollar muchas de esas cualidades en la Primaria.

Entonces nuestros vecinos nos dijeron: —Daríamos cualquier cosa porque nuestros hijos pudieran

comportarse como los suyos. Después de esto, los invitamos a ir a nuestra casa para par­

ticipar en nuestra noche de hogar y ellos nos retribuyeron la invitación. Pero todo esto no era suficiente, teníamos que ha­cer algo más; de modo que otro día invitamos a los misione­ros y también a la familia.

Los hijos realmente quedaron encantados con los misione­ros y les dijeron:

—¿Por qué no van a nuestra casa y nos hablan de su reli­gión?

Así, cuando los misioneros se marchaban, se despidieron de ellos diciendo:

-—¿Nos visitarán para hablarnos de su religión? Y los misioneros fueron y les hablaron de nuestra religión,

pero ellos tenían raíces profundas en su iglesia y no deseaban cambiar.

La despedida más triste que tuvimos cuando nos muda­mos de esa ciudad, fue cuando dijimos adiós a esos amigos tan queridos.

Algunas personas responden positivamente a la obra mi­siona!, oirás piensan que es demasiado para ellos.

Hemos comprobado que nuestros hijos pueden, sin obligar a nadie, conversar con naturalidad acerca de la Iglesia. No to­dos se interesarán, pero muchos querrán saber más. Los mi­sioneros pueden enseñar a aquellos que parezcan interesados. La declaración más difícil de hacer, según nuestra experiencia es: "Conocemos a dos misioneroso a quienes les gustaría ha­blar con usted. ¿Tendría interés en que le visitaran?" Pero hasta esto parecerá natural si se está hablando con alguien con quien se simpatiza o a quien se ama.

Liahona, noviembre de 1977

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C ómo se puede conseguir que una persona que no es miembro se interese en la Iglesia? Para esta pre­gunta hay muchas respuestas buenas. Pero, ¿cuál es la forma en que se puede abordar a una persona

con más eficacia? Esta pregunta se le ha hecho a diversas per­sonas que se han convertido recientemente. Sus respuestas, su entusiasmo y sus ideas, han provisto más conocimiento dentro de la obra que efectúan los miembros misioneros:

"¿Obra misional?" Sue Ann Yazzie, una joven navajo de 17 años, de Shiprock, New México, sacude con un gesto sus

largos cabellos negros y con un brillo en sus ojos oscuros dice con una sonrisa:."La mejor forma de conseguir que alguien se interese en la Iglesia es mostrándose amigable con él".

Sue Ann es miembro de la Iglesia desde hace dos años y nos habla acerca de su conversión: "Aún antes de unirme a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ya creía que cuando muramos podremos ver a nuestros amigosy parientes que murieron antes que nosotros. Yo perdí'la fe en la iglesia a la que asistía cuando el ministro de ésta dijo: "Es­táis en un error si pensáis que cuando muráis podréis ver a

por Laird Roberts

Miembros misioneros

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vuestros antepasados muertos'. Entonces fue cuando pregunté al Señor cuál iglesia era la verdadera, y le prometí'que si me ayudaba guardaría los mandamientos".

Sue Ann esperaba ir a la escuela secundaria fuera de la re­servación. Cuando se le preguntó si quería participar en el programa de educación para los indios en Richfield, Ulan, ella aceptó. Los estudiantes indios en Richfield viven en dor­mitorios estudiantiles y asisten a las escuelas locales.

Cuando una de las personas empleadas en el dormitorio invitó a Sue Ann y a varias de sus amigas para una reunión de noche de hogar, ella no estaba realmente interesada. "En ese entonces no estaba segura de que me gustara la Iglesia Mor-mona, y no sabía mucho acerca de ella; pero fui sólo por estar en compañía de mis amigas. Entonces fue cuando comencé a interesarme por la Iglesia, porque me gustó lo que oí.

Luego, cuando leí el Libro de Mormón encontré que mu­chas de sus partes me resultaban familiares. Cuando era más joven mi abuela me había contado muchas leyendas de los navajos. De ella oí por primera vez ta historia del gran Dios blanco que un día volvería".

Sue Ann quiere compartir el evangelio con tantas personas como puede. Recientemente una de sus amigas, Elouise Me-yers, terminó de recibir las discusiones misionales y se bauti­zó. Sue Ann relató: "Tenía una entrevista con mi obispo y de­cidí buscar a alguien para que me acompañara: elegí a Eloui­se. Yo sabía que ella no conocía mucho acerca de la Iglesia. Mientras esperábamos al obispo pasaron los misioneros. Les pregunté si esa noche tenían que enseñar a alguien y me con­testaron, 'No'. 'Bien', les dije, '¿Por qué no le enseñan a mi amiga?' Entonces concertaron una cita para presentarle las discusiones".

Para David Wojnar, un joven de 22 años, de Springfield, Massachusetts, una buena amistad tuvo un importante papel en su conversión a la Iglesia. Ahora élder Wojnar, un mi­sionero que está sirviendo en la Misión de Salt Lake, Utah, habla acerca del papel que desempeña la amistad en la obra misional.

"Cuando me gradué de la escuela secundaria", nos dice el élder Wojnar, "decidí que era tiempo de irme a vivir fuera de mi casa. Conseguí un trabajo en Virginia y me mudé allí con un viejo amigo. Uno de mis compañeros de cuarto era mor-món, y pronto llegamos a ser buenos amigos. Juntos teníamos muchas actividades y podíamos hablar acerca de cualquier te­ma. Creo que esta amistad probablemente fue de más ayuda que cualquier otra cosa".

Finalmente, me invitó a ir con él a una actividad de los Jóvenes Mayores. Estaban preparando una dramatización y todos los jóvenes me hicieron sentir bienvenido. Las agradaba la idea de conocer y tener a una nueva persona en el grupo. Ellos eran diferentes de cualquiera de las personas con las que me había relacionado anteriormente. Tenían un espíritu diferente.

Cuando comencé a involucrarme en las actividades y a asistir a la Iglesia, los miembros me hicieron sentir especial e importante. Nunca me dejaron de lado porque era miembro de otra iglesia; me sentí muy cómodo entre ellos."

En esa época el élder Wojnar todavía no estaba listo para comprometerse a recibir el bautismo: . "Mi otro compañero de cuarto, mi amigo de Massachu-

sets, estaba recibiendo las discusiones y se encontraba casi lis­to para el bautismo; pero cuando iban los misioneros, yo siempre encontraba una excusa para salir. Las barreras que

Liahona, noviembre de 1977

me impedían escuchar eran, más que nada, sólo miedo y el no saber lo que ocurriría. Estaba decidido a servir al Señor y lo único que necesitaba era tiempo. Nadie parecía ansioso ni preocupado a causa de las dudas que me inquietaban. Mi amigo era paciente y no perdía las esperanzas que teníaren mí. El continuó siendo mi amigo y con el tiempo cumplí con el compromiso del bautismo."

"La sinceridad es uno de los aspectos más importantes de la obra misional", explica el élder Wojnar. "Si se es sincero y un verdadero amigo, la gente responderá al evangelio. No es tan importante para los miembros enseñar la doctrina, como plantar la semilla. También es importante ser un buen ejem­plo; esto es más que vivir los principios del evangelio: es salir y mostrar los resultados de vivir el evangelio. No hay que tener miedo de que la gente sepa que uno es un mormón. Yo me siento conmovido cada vez que puedo decirle a alguien que soy un mormón."

La paciencia es una parte importante de la obra misional. Cindy y Tiny Doxstater, dos hermanitas de 15 y catorce años respectivamente, participaron por dos años en las actividades de la Iglesia, antes de ser bautizadas. Cindy explicó que ella se había sentido conmovida por la estrecha relación de las fa-' milias mormonas y por las actividades de la Iglesia a las que sus amigas la habían llevado, pero no estaba preparada ni segura como para hacer un compromiso.

"Los miembros de la Iglesia nos aceptaron por lo que éra­mos", comenta. "Ellos no nos forzaron, y esto fue de mucha ayuda." 'Las amigas de Cindy no se dieron por vencidas, y cuando una del grupo preguntó: "¿Por qué no recibes las dis­cusiones misionales?" ella contestó, "Si-". Con el aliento que recibieron de sus amigas y de un maestro de ciencias de la es­cuela, Cindy y Tina fueron bautizadas este año. El maestro de ciencias fue quien las bautizó.

También Violet Wilson,.una joven de 18 años de Kellog, ldaho, participó por varios años en las actividades de la Igle­sia antes de ser bautizada. Dijo que una de las cosas que la habían influenciado a unirse a la Iglesia, fue que los miem­bros la hacían sentir como si fuera uno de ellos.

Refiriéndose a la obra misional, Cragg Rogers, de 21 años dijo:

"La mejor manera de influenciar a alguien es viviendo lo que se cree. Ser uno mismo sin tratar de ser lo que pensamos que a los demás les gustaría que seamos. Esas personas que viven como deben son las que me trajeron a la Iglesia, por ello les estoy agradecido y espero poder hacer lo mismo por otros. Podrán rechazarme cuarenta veces mientras trato de in­teresar a alguien en el evangelio, pero valdrá la pena si puedo obtener aunque sea un buen resultado. Estoy seguro de que las personas que me ayudaron también se habrán visto recha­zadas muchas veces."

Algunas de las técnicas importantes que estas personas re­cientemente convertidas han recomendado poner en práctica en la obra misional que llevan a cabo los miembros, incluyen los siguientes puntos: ser un amigo sincero, respetar los valo­res y creencias de otras personas, ejercitar la paciencia, ser uno mismo, establecer un buen ejemplo y evitar las camarillas de ex-miembros que excluyen o desprecian a los que no son miembros de la Iglesia.

Sue Ann Yazzie dijo algo más que se aplica a la obra mi­sional:

"¿Obra misional? Mi consejo es que hay que trabajar en ella firmemente."

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Noticias de la Iglesia

En el mes de mayo de este año se organizaron cuatro nuevas

estacas en Uruguay, bajo la direc­ción de élder Bruce R. ¡VlcConkie, del Consejo de los Doce Apóstoles, y con la asistencia del élder Gene R. Cook, del Primer Quorum de los Setenta, y el élder Ronald Loveland, Representante Regional de los Do­ce.

Héctor J. Vigo fue sostenido co­mo Presidente de la Estaca de Santa Lucía, con Raúl A. Pisano y Sergio Veropalumbo como consejeros.

La nueva estaca, con 2.416 miem­bros en el momento de su organiza­ción, se compone de los barrios Flo­rida, Las Piedras, Obelisco, Pando y Santa Lucía, y las ramas de Cane­lones, Colonia, Colonia Suiza, La Paz, Progreso y San José.

EÍ presidente Vigo nació en Pan­do, Uruguay, y tiene 39 años. Se convirtió a la Iglesia

y desde entonces ha ocupado los cargos de presidente de rama y de distrito.

El presidente Pisano, de 43 años, nació en la ciudad de Montevideo. Es también un converso a la Iglesia y fue bautizado en abril de 1972.

El presidente Veropalumbo, de 33 años, nació .en Canelones, y se unió a la Iglesia en la ciudad de

Santa Lucía. Como Presidente de la Estaca de

Rivera fue sostenido el hermano Or-mesindo Correa. José S. Llaguno y Waldomiro S. Radtke son sus con­sejeros.

La nueva estaca, ron una pobla­ción de 4.774 miembros cuando fue organizada, consta de los siguientes barrios: 1 °, 2o y 3o de Artigas; Io y 2D de Livramento; 1 ° y 2o de Rivera Central; 1 ° y 2° de Rivera Chico; 1 ° y 2o de Tacuarembó; y las ramas de Quaraí, Pueblo Nuevo y Ferrocarril.

El presidente Correa nació en Uruguay, tiene 45 años y fue bauti­zado en la Iglesia en julio de 1959,

. en la ciudad de Rivera. El presidente Llaguno, también

de 45 años, nació en Río Grande do Sul, Brasil, y fue bautizado en la ciudad de Rivera, Uruguay, en sep­tiembre de 1958..

El presidente Radtke tiene 41 años, nació también en Río Grande do Sul, y se unió a la Iglesia en la ciudad de Livramento, Brasil, en oc­tubre de 1962.

La presidencia de la nueva Esta­ca de Paysandú esta formada por el hermano Atilio Silveira, como Pre­sidente, y los hermanos Jesús Núnez y Anastasio Pereira como conseje­ros.

La Estaca de Paysandú, que con­

taba con 2.794 miembros en el mo­mento de su creación, está formada por los barrios de Cerro, Fray Ben-tos, Mercedes, Io y 2o de Paysandú, Nuevo y Central de Salto, y Zona Este; y por las ramas de Bella Unión y Dolores.

El presidente Silveira tiene 56 años y entre otros cargos, ha ocupa­do los de consejero en la presidencia del quorum de élderes y presidente de rama.

El presidente Núñez, de 30 años, es natural de la ciudad de Salto.

El presidente Pereira, también nacido en Salto, tiene 31 años.

El hermano Alberto E. Hernán­dez fue sostenido como Presidente de la nueva Estaca de Minas, con Luis E. Rivero y Lino F. Medina co­mo consejeros.

La nueva estaca, tenía 2.441 miembros cuando fue organizada, y consta de los barrios 1 ° y 2o de Mal-donado, Minas, Rocha, y Io y 2o de Treinta y Tres; y de las ramas de Pi-riápolis y San Carlos.

El presidente Hernández tiene 31 años y fue bautizado en enero de 1962. Ha ocupado los cargos de pre­sidente de rama, y consejero y pre­sidente de distrito.

(Carecemos de datos biográficos de los presidentes Rivero y Medina.)

no de los mayores problemas que enfrentamos más frecuentemen­te en nuestras reuniones de la Igle­sia, especialmente en la reunión sa­cramental, es la falta de reverencia y el ruido causado por los pequeños.

Como todos sabemos, nuestra Iglesia es una Iglesia para las fami­lias. Cuando asistimos a una reunión no debemos dejar a los niños en casa "porque hacen mucho ruido". Más bien, es nuestro deber

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reverencia

Cuatro nuevas estacas en Uruguay

La

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enseñarles a ser reverentes y respe­tar la casa de oración; allí es, más que en ningún otro lugar, donde de­bemos dar ejemplo de unidad fami­liar. El Señor se complace al vernos con nuestros hijos, no solamente en nuestro hogar sino también en Su casa.

Pero la Casa del Señor es una ca­sa de orden y, por lo tanto, en ella debe reinar un ambiente de paz y serenidad que invite al Espíritu San­to a estar entre nosotros. Y depende de nosotros, los adultos y los padres, que así sea.

¿Dónde comienza la reverencia? Por supuesto, debe comenzar en el hogar. Si los niños están acostum­brados a guardar silencio y per­manecer en una actitud respetuosa durante las oraciones familiares y la bendición de los alimentos; si se acostumbran a prestar atención a lo que se dice en las noches de hogar; si aprenden a disfrutar de los him­nos de la Iglesia; si se les enseña a comprender que cuando oramos es­tamos hablando con nuestro Padre Celestial; si se les prepara desde pe-queñitos inculcándoles orden y en­

señándoles disciplina, la capilla o el lugar de reunión de su barrio o ra­ma, no será un,sitio donde se va a conversar, corretear por los corredo­res, jugar, ni hacer ninguna otra co­sa inapropiada. Sabrán de ante­mano que se va allí a aprender y a adorar al Señor; sabrán que el sa­cramento se toma para recordar el sacrificio de nuestro Salvador, y que al escuchar los discursos y testi­monios de los demás, aprendemos y fortalecemos nuestro propio testi­monio.

Es lógico pensar que las horas que preceden a una reunión de la Iglesia son muy importantes para establecer el espíritu que debe reinar entre nosotros si deseamos disfrutar de dicha reunión. Para ello, es necesario, que la familia se prepare con tiempo, que lleguen a la hora y puedan instalarse.en la capi­lla con comodidad y sin apresura­miento. Los apuros de último mo­mento, sólo traen como consecuen­cia la irritabilidad, los gritos, la im­paciencia y, por consiguiente, des­truyen toda posibilidad de gozar de la reunión.

Los padres con niños pequeños

muchas veces tienen problemas pa­ra mantenerlos quietos y en silencio a fin de que no molesten a los de­más. Pero si los niños se enseñan desde pequeñitos a no gritar ni an­dar correteando por el pasillo o ca­minando sobre los asientos, se acos­tumbrarán y no causarán mayores inconvenientes. También es impor­tante que los padres comprendan que hay momentos en que deben salir de la reunión con un pequeño que esté irritable o llorón, y quedar­se en el vestíbulo hasta que el niño se calme.

Otro signo muy común de falta de reverencia, es la animada conver­sación que se establece entre los her­manos de una rama o barrio, antes o después de las reuniones. Es muy natural que las personas deseen con­versar cuando se encuentran en la capilla; pero es preciso que recorde­mos que el lugar de adorar al Señor no debe ser usado como centro de reuniones sociales; para ello pode­mos salir al vestíbulo y, aurt allí, ha­blar con un tono de voz discreto, sin exclamaciones disonantes o estruen­dosa risa.

Sugerencias para que los padres preparen a sus hijos para ser reverentes Los padres pueden ayudar a sus niños a disfrutar de las reuniones de la Iglesia, en las siguientes formas:

1. Si asisten con ellos a la Escuela Dominical y la reunión sacramental.

2. Si se preparan para asistir a la Iglesia, con calma y sin apresuramientos.

3. Si tratan de llegar a las reuniones con cinco o diez minutos'de anticipación.

4. Si todos ios miembros de la familiase sientan jun­tos.

5. Si después de la reunión comentan con sus hijos al­go que se h-aya dicho en los discursos. Los padres de niños pequeños deben tratar de:

1. Ayudar a sus hijos a entender lo que sucede en la reunión.

Aunque se debe tratar de mantener a los niños entre­tenidos con un libro para mirar o colorear, es importan­te ayudarles a comprender lo que pasa en la reunión. De cuando en cuando se les puede susurrar un comen­tario sobre el tema del discurso o el propósito de la San­ta Cena..

2. Enseñarles1 los cantos. Cantar puede ser una de las actividades de la reunión

que los niños disfruten más. Podemos despertar su inte-

Liahona, noviembre de 1977

res, enseñándoles en casa los himnos más sencillos y que se cantan más frecuentemente.

3. Recordarles los modales con que deben compor­tarse en la Iglesia, y que se les han enseñado en la casa, la Escuela Dominical y la Primaria.

Se debe enseñar a los niños a inclinar la cabeza y ce­rrar los ojos durante las oraciones, y a mantenerse quie­tos y en silencio durante el sacramento; también debe hacérseles comprender que no pueden jugar en los pasi­llos ni estar continuamente entrando y saliendo de la ca­pilla.

4. Dar el ejemplo. Es sumamente importante darles el ejemplo de reve­

rencia, mostrando interés en la reunión y hablando sólo cuando sea indispensable, y en voz muy baja a fin de no molestar a los demás.

5. Asegurarse de que los pequeños estén preparados para la reunión.

Se les debe explicar con firmeza que, una vez que ha­yan entrado a la capilla, tienen que permanecer en ella hasta que termine la reunión, salvo justificadas excep­ciones; y los padres deben asegurarse de que los niños vayan al cuarto de baño y a tomar agua antes de que la reunión empiece.

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Mi legado

Quiero dejar herencia a mi simiente, A los retoños que el Señor me diera Por medio de mi dulce compañera, Para criarlos con amor paciente, Y velar con cuidado diligente Que volver puedan a celestial esfera.

No sé si en cuanto a cosas mundanales Podré dejar riqueza o posesiones, Pues no están mis mayores ambiciones Centradas en los bienes terrenales... ¡Para ascender a reinos celestiales Eternos han de ser los escalones!

Y por esta razón será mi herencia Aquello que es mi bien más apreciado: Los dones que mi ser han penetrado Iluminando toda'1 mi existencia, Aquellos que, en su gran benevolencia, El Señor en mi espíritu ha sembrado.

Al buscar con empeño la manera De conocer lo eterno ciertamente, El Señor me ha dado bondadosamente La forma en que saberlo yo pudiera. Compartirla contigo ahora quisiera, Como si fueras también de mi simiente.

¿Contemplaste alguna vez a aquel avaro Que, afanoso e incesante cual hormiga En amasar fortunas se fatiga? ¿O a quien; pudiendo dar luz como un faro Con su saber, usa cualquier reparo . Con tal de no alumbrar al que le siga?

Son éstos dos ejemplos ideales De tesoros que en nada benefician, Pues el acumular con avaricia Conocimiento o bienes mundanales, No brinda en las moradas celestiales Ni un rincón para aquel que los codicia.

¿Deseas obtener conocimiento? ¡Enseña cuanto sepas! Es preciso Que muestres al Señor no ser remiso En compartir aquello que El te da; Si diligente enseñas Su verdad Aún te mostrará todo cuanto hizo.

¿Deseas recibir amor sincero? Ama sin fin, sin tasa ni medida; Ama sin requerir más de la vida Que siempre puedas tú amar primero. ¡Dios es amor! Si has de ser su heredero Por fuerza has de tener su misma mira.

¿Deseas que no falte tu sustento? Da primero al Señor lo que es su parte; Y si llega tu hermano a suplicarte Un poco de tu pan, dalo contento; Pues si son de justicia un instrumento, Tus bienes el Señor ha de aumentarte.

¿Deseas felicidad y no la encuentras? Haz felices a los que te rodean; Ofrece a quienes en problemas veas Aliento, apoyo, un corazón amigo... De su felicidad serás testigo Y ella te envolverá cual la marea.

Por fin, ¿deseas tener la vida eterna? ¡Consagra tu existencia en este mundo A servir con amor firme y profundo La causa de quien todo lo gobierna! Sigue al Señor, guarda sus mandamientos, Ocupa tu lugar en su gran obra. No des tan sólo el tiempo que te sobra Si has de magnificar tu llamamiento. '

No podrás gobernar mundos eternos Si- tu propia existencia no gobiernas. No alcanzarán jamás vidas eternas Quienes sólo piensen en sí mismos, Pues al llenar sus días de egoísmo Los tornan en desiertos calcinados Donde, por más que el bien sea sembrado, si algo cosechan, ¡es su propio infierno!

José Luis Molnar Barrio 3

Estaca de Buenos Aires Oeste Argentina

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Un día más para cantar y ser feliz, y para dar felicidad a otros... Un día más te pido, Señor, para poder gozar de la sonrisa de mis hijos... y para enseñarles algo útil. Oh, Padre Eterno, te agradezco por un día mas para tratar de cumplir con tu voluntad. Un día más para contemplar los diamantes del rocío, que titilan en las hojas y las flores al amanecer... Un día más para oír las voces de mis seres queridos, que son tantos y tan bellos, y que suenan a mis oídos como coros celestiales. Un día más para correr feliz por los bosques y caminos, junto a uno de mis hijos... Un día más para sentir el cariño de aquellos que me rodean. ¡ Oh, Dios mío! ¡ Qué dicha nos concedes al darnos un día más para gozar, aprender, trabajar, reír, amar!...

G. Enrique Rittscher Representante Regional de los Doce

Noticia especial a nuestros lectores

Por lo general, los cambios nos toman por sorpresa y nos resulta difícil adaptarnos a ellos, especialmente des­pués de habernos habituado a algo. Pero, también por lo general, éstos son sinónimo de evolución y perfecciona­miento, son un paso adelante en el camino del progreso.

Por muchos años, Liahona ha tratado de servir a sus lectores llevándoles guía y consejo, y la palabra del Señor por medio de las Autoridades de Su Iglesia. Desde el año 1955, nuestra Revista ha sido traducida, prepa­rada e impresa en Salt Lake City, y durante todo ese tiempo ha llegado a nuestros lectores en un formato que ya les es sumamente familiar, y que reconocerían inmediatamente en cualquier parte.

Ahora, ha llegado el momento del cambio, también para Liahona: a partir del mes de enero de 1978 la.Revis­ta tendrá un nuevo formato y será un poco más pequeña (20,4 x 13,5 cms.). Aunque a algunos de nuestros lecto­res quizás les sea difícil adaptarse al cambio, estamos seguros de que esta nueva Liahona terminará por gustar­les. Uno de los motivos más importantes para dicho cambio, es el hecho de que, al ser más pequeña, la Revista será más manuable y más fácil de llevar consigo; aquellos que lo deseen, podrán llevarla en la mano, en la carte­ra o en el bolsillo, para leer en el ómnibus, el tren o en cualquier otro lugar. Contendrá exactamente el mismo número de artículos que ahora contiene, las páginas de los niños, las noticias de la Iglesia, etc. Al reducirse en ta­maño, por supuesto tendrá mayor número de páginas. También continuaremos publicando los dos números es­peciales con los discursos de las conferencias generales que tienen lugar dos veces por año; estos números ten­drán más aspecto de libro que de revista, y resultarán más atractivos y fáciles de llevar a cualquier parte.

Apreciamos mucho el auspicio de nuestros lectores, y deseamos hacerles saber que no escatimaremos esfuerzo en continuar tratando de mejorar la Revista y hacerla cada vez más interesante. Y, sea cual sea su formato, seguirá siendo Liahona, la brújula que nos guíe espiritualmente, al igual que aquella que guió a los descendien­tes de José hacia la tierra prometida.

La editora

Liahona, noviembre de 1977 41

Un día más. . .