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El Cuerpo de Patricios
Si bien la historiografía ha dedicado gran parte de los
esfuerzos a examinar el proceso de militarización, no ha prestado
una atención pro-porcional al Cuerpo de Patricios. Recordemos que
se trata de la orga-nización de voluntarios más grande del período
que se abre en 1806. Numerosos trabajos nombran su actuación en los
diferentes enfrenta-mientos. También se han publicado una gran
cantidad de biografías de su comandante principal.118 Sin embargo,
en nuestro extenso relevo, sólo hemos encontrado tres trabajos
dedicados enteramente al cuerpo. El primero es el del Teniente 1º
Alberto Scunio, escrito en 1967 y publi-cado por el Círculo
Militar.119 Se trata de una breve historia de más de 100 años del
Regimiento, desde su fundación hasta 1910. Se recoge allí
información fáctica, pero no es el objetivo del autor un análisis
exhaus-tivo. La hipótesis central del texto es que el Regimiento
habría sido un puntal en la construcción del Estado Argentino. Se
trata de un estudio que no repara en cada una de las circunstancias
y no tiene por objetivo probar rigurosamente sus afirmaciones.
El segundo es un texto relativamente más reciente de Isidoro
Ruiz Moreno y Miguel Ángel de Marco, llamado Historia del
regimiento 1 de infantería Patricios de Buenos Aires.120 Esta obra
repasa, en pocas páginas, las vicisitudes del regimiento desde su
fundación hasta la actualidad, un texto sumamente ameno e
informativo, con una gran cantidad de lámi-nas alusivas. Sin
embargo, su objetivo tiene más bien un afán de divulga-ción y su
contenido es fáctico. El tercer trabajo fue editado recientemen-te
por Ismael Pozzi Albornoz y se concentra exclusivamente en analizar
la fecha exacta de la creación del Cuerpo.121 Estamos entonces,
ante un vacío historiográfico que nuestro trabajo intenta
suplir.
118Véase Ruiz Guiñazú, Enrique: op. cit. 119Véase Scunio,
Alberto, Patricios, Círculo Militar, Buenos Aires, 1967.120Ruiz
Moreno, Isidoro y De Marco, Miguiel Ángel: Historia del regimiento
1 de infantería Patricios de Buenos Aires, Edivérn, Buenos Aires,
2000.121Véase Pozzi Albornoz: Creación del Regimiento de patricios.
Un nuevo aporte para su historia, Dunken, Buenos Aires, 2006.
Capítulo II
Las relaciones sociales en el Buenos Aires tardocolonial
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En este capítulo realizaremos un acercamiento a las clases
sociales en la campaña y en la ciudad. En particular, sobre
aquellas que parecen expresadas en los elementos que forman parte
del Cuerpo de Patricios. En primer lugar, los hacendados. Luego,
los comerciantes y, por último, los productores no esclavos del
espacio urbano.
Las clases sociales en la campaña bonaerense
Nuestra hipótesis más general es que el partido de la revolución
tiene como elemento dirigente a los hacendados. Es necesario, por
lo tanto, develar la naturaleza social de esta categoría histórica.
Para ello exami-naremos las dos corrientes de investigación más
importantes que ana-lizaron el fenómeno de la configuración social
de la campaña riopla-tense tardocolonial. En primer lugar, la
producción de Jorge Gelman y Juan Carlos Garavaglia, quienes
sostienen la existencia de una campaña poblada de campesinos
independientes. En segundo lugar, la corriente perteneciente al
marxismo que se expresa en los trabajos de Eduardo Azcuy Ameghino,
Gabriela Martínez Dugnac y Gabriela Gressores, entre otros. No
constituyen la única producción dentro del marxismo, pero sí la más
rigurosa y, por lo tanto, la única que merece análisis.
La imagen chayanoviana
Nos referimos, en este acápite, a la producción historiográfica
que encabezan Juan Carlos Garavaglia, Jorge Gelman y Raúl Fradkin.
Sus
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70 71
trabajos se inspiran en la teoría chayanoviana.1 Se trata de una
corriente que caracteriza a la región como una sociedad campesina,
conformada por relaciones reciprocitarias de herencia andina. En el
paisaje rural, convivirían la grande, la mediana y la pequeña
producción, con predo-minio de estas dos últimas. La ilimitada
oferta de tierras permitiría la existencia de productores
independientes, volcados principalmente a la agricultura o la
ganadería en pequeña y mediana escala: pastores y labra-dores
serían las formas de existencia de este campesinado independien-te.
Serían éstos los encargados de otorgarle dinamismo a la economía.
Estos campesinos entablarían relaciones económicas de tipo
reciproci-tarias a través de los mecanismos de minga y convite. Por
su parte, en las pocas grandes estancias, los hacendados ofrecerían
un recurso abun-dante (la tierra), para obtener uno escaso (la mano
de obra). En defini-tiva, mucha tierra y poca gente serían los
factores determinantes de esta sociedad más bien armónica. El
capitalismo habría tenido la oportuni-dad de desarrollarse por la
vía del pequeño y mediano agricultor. Lo que puede llamarse vía
farmer. Circunstancias de orden político, habrían determinado, el
aborto de esta experiencia.
A continuación expondremos las principales tesis que deducen de
las evidencias. Presentaremos aquellos puntos que, creemos,
constitu-yen un avance en el conocimiento, para luego discutir las
deducciones que se realizan de ellos. En principio, las
investigaciones lograron des-mitificar el modelo clásico colonial2
mediante el aporte de evidencia que permitió demostrar las
siguientes hipótesis:
La campaña de Buenos Aires presenta una dinámica poblacional y
productiva que no se corresponde con la hipótesis de una sociedad
estática.
Se observa en la campaña una diversidad productiva y regional
que no se condice con la hipótesis de la monoproducción ganadera,
en par-ticular, una importante producción triguera.
1Véase Chayanov, Alexander: “Sobre la teoría de los sistemas
económicos no capi-talistas”, en AA.VV., Chayanov y la teoría
económica campesina, Cuadernos de Pasado y Presente, nº 94, Buenos
Aires, 1997.2Se trata de un modelo explicativo que suponía una
pampa exclusivamente ganade-ra, exportadora y carente de medianos y
pequeños productores. Véase García, Juan Agustín, La ciudad
indiana, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986; Levene, Ricardo,
Investigaciones acerca de la historia económica del Virreinato del
Río de la Plata, en Obras de Ricardo Levene, t. II, Buenos Aires,
Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1963 y Giberti,
Horacio, Historia económica de la ganadería argentina, Hyspamérica,
Buenos Aires, 1985.
A nivel demográfico, se puede constatar el predominio censal de
las unidades familiares, contrariamente a la hipótesis de una pampa
con gauchos errantes.
Los censos muestran la existencia de una extendida capa de
peque-ños productores, muchos de ellos, no propietarios.
Sin embargo, a pesar de estos significativos avances, nos
parecen objetables las siguientes derivaciones, que pasaremos a
discutir:
La existencia de un campesinado independiente.La mayor dinámica
de la pequeña y mediana producción.La oferta ilimitada de tierras.
La inexistencia de relaciones de explotación. La conformación de
relaciones sociales “reciprocitarias” y, por lo tan-
to, de una sociedad campesina.
El concepto de campesinado independiente parecería, en
principio, una contradicción en sus términos, ya que el campesinado
es, por defini-ción, una clase explotada. Examinaremos, entonces,
estas dos condicio-nes por separado: campesinado e independencia.
El término campesinado se aplica a aquella clase social que goza de
derechos sobre una tierra y medios de producción comunales, de
manera tal que su trabajo permita la plena reproducción de la
comunidad. Así lo define Engels:
“Antes el campesino, con su familia, producía de la materia
prima de su cose-cha la mayor parte de los productos industriales
que necesitaba; los demás artículos necesarios se los suministraban
otros vecinos del pueblo que explotaban un oficio al mismo tiempo
que la agricultura y a quienes se pagaba generalmente en artículos
de cambio o en servicios recíprocos. La familia, y más aún la
aldea, se bastaba a sí misma, producía casi todo lo necesario. Era
una economía natural pura, en la que apenas se sentía la necesidad
del dinero. La producción capitalista puso fin a esto mediante la
economía monetaria y la gran industria.”3
Bajo el modo de producción asiático, los campesinos deben
tributar al Estado centralizado, como forma de garantizar la
reproducción del conjunto de la sociedad, a través de obras
hidráulicas. En el feudalismo, el señor feudal impone una renta que
es igual al plustrabajo que deben entregar los campesinos, ya sea
bajo la forma de productos o de corveas.
3Engels, Friederich: “El problema campesino en Francia y
Alemania”, en Marx, Karl y Engels, Friederich, Obras Escogidas, t.
III. Reproducido en Sartelli, Eduardo (dir.): Patrones en la Ruta,
Ediciones ryr, Buenos Aires, 2008, p. 314.
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Pero ningún campesino se define por sí mismo, sino en relación a
su explotador, es decir, a aquel que le garantiza el acceso a la
tierra a cam-bio de la entrega de un excedente. En cualquier caso,
y para lo que nos interesa aquí, la comunidad campesina reúne todos
los elementos de su reproducción; el trabajo excedente, por lo
tanto, debe ser arrancado por la vía política. A pesar de que la
tierra actúe como prolongación del productor, éste es presentado
como un atributo de la primera. Es decir, no se le permite
movilidad alguna. Asimismo, la comunidad conserva sus tierras en
calidad de comunales y el trabajo rural se efectúa de modo
colectivo, lo que obstaculiza la acumulación individual.4
Las definiciones de campesinado que esta corriente suele ofrecer
se refieren a explotaciones domésticas, en torno a familias
nucleares que no utilizan mano de obra externa y que tienen como
particularidad la autosuficiencia, que les permitiría gozar de
cierta independencia. A ries-go de ser reiterativos, presentamos
las definiciones de la propia pluma de sus autores.
Jorge Gelman propone la siguiente caracterización:
“…un rasgo básico es que, contrariamente a la estancia, se basa
principalmen-te en la utilización de la mano de obra familiar. En
general ocupan extensiones de tierra más modestas que la estancia,
aunque el derecho por el cual la ocupan puede ser de lo más
variado, desde la propiedad, el arrendamiento o la simple ocupación
informal de terrenos más o menos baldíos. Estos campesinos pueden
orientar su producción al autoconsumo o a los mercados, pero en
ambos casos actúan princi-palmente como productores de valores de
uso, ya que incluso en el segundo caso, venden al mercado para así
poder luego comprar los productos necesarios para su subsistencia.
Es decir que en esto encontramos nuevamente una diferencia
impor-tante con la estancia, ya que el campesino busca satisfacer
las necesidades de su familia más que la obtención de ganancias
mercantiles.”
Encontramos aquí tres elementos que implican criterios
ciertamente
disímiles:
a. La producción de valores de uso.b. La utilización de mano de
obra exclusivamente familiar c. La falta de acumulación
4Aunque cada familia conserva su propiedad, ésta no se halla
reunida sino dispersa en el conjunto del manso (en el modo de
producción feudal). Por lo tanto, la orga-nización del trabajo
necesariamente debe ser colectiva. Por otra parte, la dispersión de
las propiedades tiene por función distribuir las tenencias sobre
las diferentes fertilidades de la tierra. A esto habría que agregar
la existencia de pasturas y bos-ques de propiedad común.
El primer elemento es el que mejor traduce científicamente el
pro-blema campesino. Efectivamente, el término campesinado se
aplica a aquella clase social que goza de derechos sobre una tierra
y medios de producción comunales, de manera tal que su trabajo
permita la plena reproducción de la comunidad. Por lo tanto, ésta
no está obligada a acudir al mercado (aunque puede hacerlo). Los
productos son, para los campesinos, valores en tanto pueden ser
consumidos, valores de uso. Sin embargo, para que ello ocurra, la
comunidad campesina debe ser capaz de reproducirse plenamente. Esto
implica la unidad de la agricul-tura con la manufactura en poder de
las aldeas. ¿Es esta realidad la que encontramos en el Río de la
Plata tardocolonial?
Tal como lo reconoce Jorge Gelman, y lo confirma un extenso
corpus de estudios, los pequeños y medianos productores acuden al
mercado. Esto sucede porque en el Río de la Plata no observamos
manufacturas rurales. Por lo tanto, deben vender su producción para
obtener vesti-menta, instrumentos de producción, aguardiente, yerba
y tabaco, entre otras cosas. No solamente carecen de manufacturas,
sino que estos pro-ductores no tienen molinos, atahonas, ni
siquiera un pequeño depósito. Por lo tanto, tampoco pueden
fabricarse su propio pan y deben vender su cosecha antes de que se
malogre. En los 400 inventarios analizados por Garavaglia, tan sólo
encontramos un 10% de establecimientos con atahonas. Para 1808,
sólo se contabilizan 42 molenderos, de los cuales los 5 más
importantes concentran la propiedad del 40% de los molinos. Para
1815, sólo quedan 35 y han desaparecido los pequeños molenderos.
Tanto los molinos como las atahonas se encuentran en las
propiedades de grandes productores. La división del trabajo, la
diferenciación entre los productores rurales y la acumulación
agraria hacen perder “indepen-dencia” al pequeño productor.
Obligado a acudir al mercado, se trans-forma en un productor
mercantil. Así lo expone Marx:
“Esta falta de sensibilidad, en la mercancía, por lo concreto
que hay en el cuer-po de sus congéneres, lo suple su poseedor con
sus cinco y más sentidos. Su propia mercancía no tiene para él
ningún valor de uso directo: caso contrario no la llevaría al
mercado. Posee valor de uso para otros. Para, él sólo tiene
directamente el valor de uso de ser portadora de valor de cambio y,
de tal modo, medio de cambio. De ahí que quiera enajenarle por una
mercancía cuyo valor de uso lo satisfaga.”
Si tenemos que guiarnos por el primer elemento propuesto por
Gelman, no parece posible constatarse un predominio campesino en el
Río de la Plata a fines del siglo XVIII.
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Vayamos al segundo: la utilización de mano de obra
exclusivamente familiar. Si nos atenemos a los resultados de las
principales investigacio-nes, no parece que estos campesinos
concuerden con el modelo propues-to. Efectivamente, Juan Carlos
Garavaglia nos señala al grupo domés-tico como compuesto por
“entenados” y “agregados”. No obstante, un agregado no es más que
aquel que entrega trabajo a cambio de la posibi-lidad de cultivar
una parcela. Los estudios de Carlos Mayo parecen con-firmar dicha
afirmación. Jorge Gelman admite dicha posibilidad:
“Los pequeños estancieros-chacareros. Estos se distinguen de las
categorías siguientes, porque si bien están o trabajan en sus
tierras, contratan algo de mano de obra extra familiar y/o pueden
poseer uno o dos esclavos.”
Pero así como se observan “campesinos” que acuden a la
explotación de trabajo ajeno, es decir, acumulan, también
observamos campesinos que se conchaban en época de la cosecha,
conformando lo que se suele llamar “peones campesinos”. Es decir,
por un lado existen productores que explotan trabajo ajeno y, por
el otro, productores que son explota-dos. Amén de la existencia de
tenencias que no responden a ninguno de estos dos casos, lo cierto
es que deberíamos pensar seriamente en la posibilidad de que
estemos asistiendo a un proceso de diferenciación social en el
mundo rural rioplatense.
Aboquémonos a los siguientes atributos: la propiedad comunal y
la adscripción a la tierra. Los censos demuestran que, más allá del
tamaño y de la situación legal, cada unidad censal tiene su tierra
reunida y traba-ja su parcela. El arrendatario, agregado o tenente
libre cultivan su propia parcela y crían sus propios ganados. Y, en
cualquier momento, dejan sus tareas, ya sea que estén arrendando o
en agregación. Las quejas de los propietarios en torno al abandono
de cultivos son extensas.5 En el caso de estar ocupando tierras
realengas, su precariedad es mayor, porque aquí pueden ser
directamente expulsados. Juan Carlos Garavaglia afir-ma que se
trata de una réplica del yeoman inglés. Pues bien, si esto es así,
entonces este personaje no es un campesino, sino un
pequeñoburgués.
Veamos ahora el problema de la independencia. Lo primero que
debe-ría probarse es la posibilidad de estos productores de ejercer
la auto-suficiencia y de no formar parte de las relaciones de
explotación. Sin embargo en la pampa, estos carecen de un elemento
central: las manu-facturas rurales. Como vimos más arriba, tampoco
tienen depósitos.
5Mayo, Carlos: Estancia y sociedad en la Pampa (1740-1820),
Biblos, Buenos Aires, 1995, cap. IV.
Sin este elemento, los “campesinos” ya no conforman un sistema
cerra-do, sino que deben adquirir en el mercado los bienes
faltantes. Aquellos cuyas tierras lo permitan, generarán un
excedente destinado al merca-do. Aquellos cuyas tierras sean
insuficientes, deberán acudir al mercado de fuerza de trabajo.
En el caso de la ganadería la situación es similar. La amplitud
de criadores para el abasto tiene su contracara en la concentración
de los introductores (véase cuadro 1). Aquí también el pequeño
pastor tiene otro motivo más para descreer de su independencia. Tan
sólo represen-ta un eslabón en la cadena productiva. Los
introductores o “corraleros”, no son más que productores que han
logrado una acumulación tal que les permite acaparar el engorde,
almacenamiento, faenamiento y distri-bución. Y, por lo que indica
el cuadro, la tendencia se dirige hacia una mayor concentración de
la actividad.
Vayamos ahora al problema del predominio de los pequeños y
media-nos productores. La base empírica de tales afirmaciones es el
análisis de las frecuencias ganaderas (cuadro 2) y las frecuencias
de los inventarios según los valores de los bienes.
Este cuadro adolece de una limitación. Sencillamente, se trata
de una taxonomía algo arbitraria. Es cierto que la mayor cantidad
de explo-taciones se encuentran en la franja “intermedia” que va de
los 1.000 ps. a los 5.000 ps. Sin embargo, aún nos queda saber qué
significa en tér-minos económicos esa cifra. ¿Con qué criterio se
dice que son “media-nos” productores? ¿Qué significa concretamente
un establecimiento de 500, 1.000 o 5.000 pesos? Lo mismo sucede con
la frecuencia de rodeos: ¿Qué significa tener 1.000 rodeos? La
taxonomía debe seguir un criterio que favorezca la comprensión de
las relaciones sociales. Es decir, debe identificar al menos tres
puntos esenciales: la cantidad necesaria para librarse de la
obligación de conchabarse, la cantidad que implica la nece-sidad de
abastecerse de trabajo ajeno en forma sistemática, aunque aún
estacional, y la cantidad por la cual la explotación debe dotarse
de mano de obra permanente.
En el caso de la ganadería, Garavaglia propone un corte de 500
cabe-zas, para diferenciar la producción independiente de aquella
que se pue-de dotar de mano de obra. Cada año el productor aparta
el 10% entre el consumo propio y la comercialización. Si excede esa
cifra pone en ries-go el aumento o la conservación de su stock, ya
que el procreo ronda el 14%. Un productor con menos de 500 cabezas
lleva al mercado entre 30 y 45 cabezas anuales, que le rinden entre
$100 y $130 anuales. Para que nos demos una mejor idea un esclavo
(la capacidad de explotar a otro)
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cuenta $200, o sea 67 cabezas. Si así fuera tendríamos el
resultado que puede verse en el cuadro 3.
Las fuentes difieren en cuanto a lo que pueden llegar a
represen-tar. El inventario sobre representa a los grandes
productores, ya que la población de menores recursos no realiza el
inventario post-mortem. El censo, en cambio, tiene mayor amplitud,
pero carece de la precisión del inventario. Para lo que nos
interesa, los porcentajes que mejor expre-san la concentración de
la producción ganadera son los del censo de Areco de 1789. Como
vemos, el grueso de la producción ganadera no parece efectuarse en
pequeñas producciones. Sin embargo, el corte de 500 cabezas no
parece el más indicado, pues amén de llevar al mercado 67 cabezas
(que el stock de 500 no asegura), el productor debe también comer.
Por lo tanto, el corte debería colocarse algo más arriba.
Por último, veamos un sincero testimonio del historiador Juan
Carlos Garavaglia sobre la suerte de estos “campesinos
independientes”:
“los labradores, en su gran mayoría pobres arrendatarios, han
tenido con fre-cuencia que endeudarse para hacer frente a los
gastos de preparación de la tierra y la siembra- muchos de ellos no
cuentan siquiera con los granos para la simiente- y pagarán esas
deudas durante los días finales de la trilla. Esas deudas se
agregan a la renta de la tierra (pagadera casi siempre en especie),
las primicias y el diezmo. Terminada la trilla, le queda al
labrador de pobres recursos un magro resultado.”6
A pesar de que se reconoce la opresión y el despojo al que son
some-tidos los pequeños productores, no se ha avanzado en la
descripción y sistematización de estos mecanismos, cuya evidencia
podría argumentar contra la hipótesis de una sociedad campesina y
ofrecer evidencia de un proceso de expropiación progresiva.
Como anticipamos, esta corriente afirma la existencia de
relaciones sociales “reciprocitarias”, propias del mundo andino. La
lógica “recipro-citaria” fue expuesta por primera vez por el padre
del funcionalismo, Bronislaw Malinowski, en 1922. En su
categorización, proponía situar en un extremo las formas más
“desinteresadas”, parecidas a la dádiva y,
6Garavaglia, Juan Carlos: Pastores y labradores…,op. cit., p.
258.
del otro, aquellas “interesadas”, que se asemejaban al
comercio.7 Aquí, las relaciones de producción son reemplazadas por
las formas de inter-cambio y el concepto que subyace es el problema
del mercado y su grado de inserción. Garavaglia se refiere a tres
círculos de relaciones, desde las más “personales” hacia las más
“económicas” (sin llegar a serlo). El primer elemento es el grupo
familiar y la reciprocidad más “general”, en términos
funcionalistas. Luego se suman círculos de reciprocidad para
obtener mano de obra externa al grupo familiar. El primero es la
uti-lización del parentesco artificial: huérfanos, entenados y
agregados. El segundo es el arrendamiento y luego especifica
que
“Se agregan a estos dos círculos de reciprocidad (el del grupo
doméstico y el de los ocupantes tolerados), las formas de acceder a
fuerza de trabajo mediante meca-nismos que son casi exclusivamente
económicos. Es decir la contratación de jorna-leros o peones y la
adquisición de esclavos. El ‘casi’ de la frase precedente tiene su
explicación pues las relaciones entre patrones y peones e incluso
los esclavos tienen una impronta personal muy fuerte.”8
Veamos ahora lo que es para Garavaglia reciprocidad:
“Una búsqueda más profunda orientada hacia las mingas, dio
frutos insospecha-dos: los diccionarios y vocabularios regionales
de La Rioja, Catamarca, Tucumán, San Luis y Santiago del Estero
registraban la palabra y daban diversas acepciones; estas pueden
resumirse en la que tomamos de Lafone Quevedo en su Tesoro de
Catamarqueñismos: ‘hacer reunión de amigos y vecinos para sacar
cualquier tarea. El sueldo es comida, bebida y jarana y obligación
de servir a su vez cuando se ofrezca’.
7“Para tratar estos hechos con corrección es necesario
proporcionar una lista com-pleta de todas las formas de pago o de
regalo. En esta lista figurarán a un extremo los casos límite de
puro don, es decir, un ofrecimiento por el cual no se da nada a
cambio. Entonces, mediante las muchas formas usuales de don o de
pago, retribui-das de manera parcial o condicional, que se
proyectan las unas sobre las otras, se llega a las formas de
intercambio donde se observa una equivalencia más o menos estricta
y, por fin, al trueque real.”, en Malinowski, Bronislaw: Los
argonautas del Pacífico Occidental, Ed. Península, Barcelona, 1975,
citado por Sahlins, Marshall: La economía de la edad de Piedra,
Akal, Madrid, 1977, p. 211.8Garavaglia, Juan Carlos: Pastores y
labradores…, op. cit., p. 350. Más adelante expre-sa: “Y estos
esclavos [se refiere a los que acceden a puestos de capataces]
rioplatenses tienen una condición particular. Con frecuencia
observamos que poseen ganados, vacunos y yeguarizos o que se les
permite participar en la producción cerealera; comprobamos entonces
que, incluso en este ámbito, se puede percibir una cierta
‘reciprocidad’ en las relaciones.”
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Como se advierte, ¡una auténtica definición de manual de
antropología acerca de lo que es la ‘reciprocidad’!”9
Pues bien, en esta caracterización las relaciones implican a los
indivi-duos y no a las clases. Estos individuos pueden estar
emparentados y no contabilizar lo que se entregan o pueden ser
lejanos e intentar sacarse ventaja. ¿Qué determina una relación u
otra? La cultura. En el marco del Río de la Plata, si se es
pariente, vale la minga (ayuda laboral) y el convite
(contraprestación simbólica). Si no, la relación monetaria. En este
esque-ma, la esclavitud y el peonaje no serían plenamente
“reciprocitarias”, pero tampoco plenamente “económicas”. Es decir,
tendrían un aspecto personal, o sea, simbólico:
“en 1797, en la estancia de Roque Pérez en Quilmes, que tenía un
capataz y dos peones estables durante todo el año, se manejan unos
770 vacunos, 1.900 ove-jas y tres manadas de caballos. Durante las
yerras de 1797 y 1798, sólo se agregan algunos gastos excepcionales
destinados ‘para gente de yerra’, como ser vino aguar-diente,
pasteles, pasas de uva, tabaco y papel de cigarro, pero no hay
constancia de que se abonasen nuevos salarios. […] Pero, después,
una serie de testimonios litera-rios (y las famosas mingas) nos
acercaron a la correcta interpretación de la fuente. Podríamos
comenzar con W. H. Hudson en Allá lejos y hace tiempo y recordar al
lector la yerra en la estancia de doña Lucía ‘del Ombú’. La
presencia de sus cuatro hijas -entre ellas, Antonia cuya blancura
de piel y alta estatura eran célebres en todo el pago- hacía que
cincuenta hombres se arremolinaran para ayudar en las yerras de los
pocos animales que poseían. En media jornada la yerra había sido
despachada y un buen almuerzo reunía a la sombra de los sauces a
todos los convidados que se consideraban bien pagos con el convite
y las furtivas miradas de las hijas de doña Lucía.”10
He aquí por qué Garavaglia piensa que las relaciones de peonaje
tie-nen características reciprocitarias. El autor acude a un
testimonio retros-pectivo que niega la explotación. Sin embargo,
vale la pena desconfiar de esta fuente, pues se trata de recuerdos
de la infancia. Una investiga-ción más rigurosa debería preguntarse
cuánto producen los peones y cuánto se les paga, dejando de lado
cuestiones más anecdóticas. En defi-nitiva, la evidencia presentada
por Garavaglia para afirmar la reciproci-dad entre grupos
domésticos (minga y convite), son testimonios literarios de fines
del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como Mariano Pelliza,
Godofredo Daireux, Guillermo Hudson o Pablo Mantegazza.
9Idem, p. 336.10Ibidem, p. 338 (cursivas en el original).
No obstante, el trabajo presenta dos fuentes contemporáneas
sobre el problema, que vale la pena examinar. La primera data de
1792, de San Isidro:
“entre los Labradores no se acostumbra alquilar Bueyes para las
labranzas por-que nunca falta quien empreste estos cuando el
Labrador sea tan pobre y miserable que no tenga los bueyes […] Para
los días de siembra unos a otros se prestan los ara-dos con peón y
Bueyes con cargo de volverlo en los mismos términos [...] [Y
tam-bién] los días de la siembra alquila los arados que quiere a 3
reales por día y cuando más a cuatro; esto es con peón, arado y dos
o cuatro bueyes porque suelen mudar al medio día con cargo que al
romper el día ya ha de estar arando hasta puesto el sol.”11
La primer deficiencia en el tratamiento de este testimonio es
que no se indica la procedencia del testimonio ni las condiciones
en las que se emite. Por lo tanto, su credibilidad debería quedar
suspendida. Pero, aún dándola por buena, la información es ambigua:
por un lado dice que no se cobra, pero por el otro dice que sí.
Podría ser que quien emi-te el comunicado esté apelando a fórmulas
comunitarias para expresar una realidad que no lo es: el susodicho
cobra 3 reales por sus aperos de labranza.
Se agrega el siguiente testimonio directo, relatado por
Garavaglia:
“La noche anterior al crimen, nuestro peón se acerca a la casa
de López y éste ‘lo convida’ a apearse y a cenar en su casa y sólo
el celo del peón -que debía largar en la madrugada los bueyes de su
propio patrón- hace que esta cena en el rancho de López no se
realice. En ningún momento, ni Juárez, ni Amador de Luque, hablan
de promesa de pago por parte de López. ¿Es violentar mucho la
fuente, suponer que el convite y muy probablemente, una copiosa
comida y bebida el día de la siembra y ‘tapa’ del trigo sería todo
el pago que recibirían?”12
Parece que sí. En este caso, las relaciones comunitarias entran
en competencia con las asalariadas. El convite contra “el celo del
peón”. La fuente relata cómo se impone el último sobre el primero y
el peón recha-za los ofrecimientos de López.
El problema aquí es el mismo que con la esclavitud y el peonaje.
Garavaglia supone relaciones determinadas culturalmente. Sin
embar-go, lo que sustenta esa “reciprocidad generalizada” no es el
parentesco,
11Ibidem, p. 334. Para mejor comprensión hemos actualizado la
ortografía y desple-gado las abreviaturas del texto
original.12Idem, p. 335.
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sino la propiedad comunal de la tierra y los aperos. Si la
tierra es del conjunto de la comunidad, nadie mide el trabajo que
da o que recibe, simplemente porque es el mismo, tiene un mismo
fin. El trabajo pro-pio implica también la apropiación individual
de sus condiciones de existencia.
Aún así, dentro del grupo familiar, tampoco hay evidencia de que
predomine la igualdad. Es el jefe de familia el que organiza la
produc-ción y el que decide quién se incorpora al grupo y quién es
expulsado. La existencia de peones provenientes de familias
productoras es una evidencia de esta afirmación: ¿por qué es el
hijo quien tiene que salir a buscar trabajo? ¿Quién decide que así
sea? ¿Por qué la mujer no puede transmitir propiedad a menos que
quede viuda? Este problema ya fue advertido por Pierre Vilar:
“Es verdad que el campesino propietario –o simplemente jefe de
explotación- organiza su trabajo libremente, sin cálculos,
haciéndolo variar de cero a dieciséis o dieciocho horas por día
según las estaciones. Verdad también que los que llamamos en
Francia «aides familiaux» (auxiliares familiares) –mujeres, hijos,
yernos, viejos, mozos, criados y alimentados en la unidad de
producción- son menos libres que el padre de familia. Le obedecen.
Hay, pues, matices en lo que Chaiánov llamará «auto-explotación».
Es, en muchos casos, explotación más o menos dura del núcleo
familiar.”13
A pesar de que no encontramos una abundancia de fuentes que
puedan dar cuenta de las relaciones de explotación en el Río de la
Plata, los estudios realizados sobre contabilidades de estancias
permiten descartar la hipótesis de su inexistencia Por ejemplo, la
estancia “Los Portugueses” registra 8.819 ps. de gastos entre 1802
y 1806.14 Un 53% de ese monto obedece al pago de mano de obra. Pues
bien, hacia el fin del período sus propietarios se encuentran con
15.187 ps. Lo que debería explicar un científico es el origen de
esos 6.368 ps. En el caso de la estancia de López Osornio tomaremos
los datos de las cuentas del administrador entre 1785 y 1795,
estudiados por Samuel Amaral.15 En esos diez años la hacienda
recibe 12.520ps16. De los cuales 4.558 se utilizan para la
reproducción de la mano de obra libre y esclava. La
13Vilar, Pierre: Iniciación al vocabulario del análisis
histórico, Altaya, 1999 (1era edi-ción, 1980), p 275.14Garavaglia,
Juan Carlos: Pastores y labradores...,op. cit, p. 331.15Amaral,
Samuel: The Rise of Capitalism on the Pampas. The Estancias of
Buenos Aires, 1785-1870, Cambridge University Press, 1998, p.
35.16Se toma el total de gastos más la ganancia.
transferencia es fácilmente conmensurable: 6.592 ps., la
ganancia de López Osornio. Las cifras no parecen arrojar
reciprocidad alguna.
El carácter de la mano de obra en las estancias recorrió buena
parte de los debates académicos. Por un lado se encontraban quienes
soste-nían que su escasez se debía a la libre apropiación del
ganado (abigea-to) y a la frontera abierta. Tal era el caso de
Carlos Mayo. Para Ricardo Salvatore y Jonathan Brown el problema
tenía su origen en las bruscas fluctuaciones del comercio de cueros
–que no permitían estabilizar y regularizar la producción- y la
resistencia de los peones. Por último Jorge Gelman afirma que en
realidad el problema de la escasez se circunscribe a los meses del
verano y para el caso de la agricultura. La causa es que esos
peones, lejos de ser “gauchos” vagabundos y cuatreros, eran
campe-sinos. Por lo tanto, en época de cosecha debían ocuparse de
sus tierras. Aunque también existía la posibilidad de que se fueran
por un mejor salario.
En realidad, todos coinciden en la falta de una proletarización
de los productores directos. En el caso de Mayo, por acceso directo
al consu-mo. En el caso de Salvatore-Brown, por el atraso del
sistema comercial y, por último, en Gelman, por tratarse de
campesinos. Con respecto a la posición de Mayo, no cabe dudas sobre
la existencia del abigeato, pero vale la pena preguntarse por la
capacidad de un individuo de sobrevi-vir solamente en ese oficio.
En principio, Mayo debería probar que esa actividad ofrece mayores
beneficios que el conchabo o el agregamiento, ¿Qué esfuerzo/tiempo
implica la matanza de vacunos? ¿Cuánto podía conseguir un gaucho en
una pulpería por esos cueros ilegales y cómo fue variando esa
actividad como fuente de subsistencia? Diferente es el caso que,
como el mismo Mayo reconoce, quien acuda al robo de gana-do sea un
agregado o un arrendatario, pues allí se trataría de una acti-vidad
ocasional y complementaria. Aquí también está por hacerse una
historia de la desposesión.
Con respecto al problema de la demanda, observamos en la cur-va
de desarrollo de las exportaciones que, si bien existen
fluctuaciones producto del conflicto en Europa, la producción de
cueros sostiene un sistemático ascenso. En el caso de Gelman, se
parte de un equívoco: un productor que ostenta una parcela de
tierra no puede ser un proletario. Esta afirmación desconoce las
características específicas de la produc-ción rural: la unidad
entre la unidad de producción y la unidad domés-tica. En la ciudad,
el obrero sólo se encuentra en la fábrica durante la jornada
laboral. En cambio, en el campo, el trabajador debe vivir en el
establecimiento todo el tiempo que dure su trabajo. Si se trata de
un peón permanente, entonces tendrá que tener su casa y su propia
parcela
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82 83
y ganado. Esto, porque debe mantenerse en épocas en las que no
produ-ce. Por eso, una expansión de las relaciones capitalistas en
el agro puede expresarse en una expansión de pequeñas parcelas y de
pequeños pro-ductores. El agregamiento o el arrendamiento pueden
estar denotando una incipiente proletarización. En lugares donde la
tierra es un medio de producción, no tiene sentido restringir su
uso por la vía de construir viviendas destinadas sólo como
hospedaje. Esta hipótesis fue esbozada por Kautsky hace más de 100
años y nos parece que, sin agotar el pro-blema, sugiere un
interesante punto de partida para desbrozar falsos problemas:
“la situación del obrero asalariado en el campo asume un
carácter totalmente distinto que en la ciudad. El asalariado que no
posee absolutamente nada y que vive en su casa es aquí una rarísima
excepción. Una parte de los asalariados de una gran hacienda
pertenecen a la administración doméstica, son jóvenes peones de la
granja. Los jornaleros que disponen de una administración familiar
propia, son generalmente agricultores independientes , sea que la
tierra les pertenezca o sea que la arrienden, y ellos dedican sólo
una parte de su tiempo al trabajo asalariado; la mayor parte la
dedican al trabajo en su predio”17
Las figuras como el arrimado, el agregado y las distintas
combina-ciones de arrendamiento con prestación de servicios,
propias del Río de la Plata a finales del siglo XVIII, pueden
observarse en Alemania a fines del siglo XIX: deputanten,
instleute, insmann y heuermann. Se trata de formas de transición
hacia el proletariado rural. Aquí, aparecen cien años antes. Más
que explicar el retraso, las discusiones historiográficas deberían
explicar el relativo “adelanto” del avance de la formación de
relaciones capitalistas en el agro pampeano.
Pero, otra vez, nos topamos con la misma dificultad: carecemos
de elementos de medición. Por ejemplo, sabemos que los peones
cobraban entre $6 y $8 pero desconocemos qué valor tienen esas
cifras. Si supié-ramos, podríamos sopesar la alternativa entre el
conchabo y la produc-ción en tierras propias, labor mucho más
desgastante y riesgosa (una mala cosecha, bajos precios, pueden
arruinar al productor). Tampoco sabemos, qué obtienen esos pequeños
productores como fruto de su trabajo.
17Kautsky, op. cit, p. 188.
El marxismo
El grupo de Eduardo Azcuy Ameghino ha dedicado algo más de 15
años al estudio sistemático de la producción agraria colonial. Sus
prin-cipales hipótesis son que el Estado colonial no es homogéneo,
sino que se compone de un Centro Estatal, conducido por agentes
metropolita-nos y de formas secundarias (urbanas) y periféricas
(rurales), manejadas por la elite local. Asimismo, la revolución de
1810 es un movimiento que permite a la alianza
mercantil-terrateniente dominar el conjunto de la superestructura
política y evitar la transferencia de la renta colonial. No
obstante, las relaciones sociales feudales permanecen intactas. La
transi-ción al capitalismo comienza con la caída de Rosas y la
penetración del imperialismo, luego de 1860.
Según la hipótesis general, el Río de la Plata, durante el siglo
XVIII y principios del XIX, es una sociedad arcaica, con un bajo
nivel de vida material. Una de las manifestaciones de este fenómeno
es la inexisten-cia de una producción manufacturera y el predominio
de la ganadería en forma casi excluyente. La actividad ganadera es
una actividad que requiere poca mano de obra y tiene una demanda
estacional. En ese sen-tido, no puede hablarse de ningún interés de
los terratenientes por la proletarización, esto es, por la
desposesión de los productores directos. Éstos logran acceder a los
medios de producción y subsistencia. Con res-pecto a los primeros,
pueden instalarse en tierras realengas o de algún señor en tanto
arrendatarios o agregados y cultivar en el tiempo que no son
requeridos como mano de obra. Con respecto a los segundos, la
inexistencia de alambrados permite que haya ganados sin control de
los propietarios susceptibles de ser carneados por cualquier
gaucho. Por su parte, los circuitos clandestinos de
comercialización le permiten adqui-rir mercancías por cueros.
A los productores directos se le oponen los hacendados. Estos
están conformados por los terratenientes y los campesinos
acomodados. Los primeros son aquellos que tienen propiedad sobre
extensas superficies y los segundos son arrendatarios que explotan
mano de obra. Como no hay ningún mecanismo económico que obligue a
los productores direc-tos a entregar un plustrabajo a los
hacendados, éstos deben recurrir a dos formas de extracción del
excedente, ambas extraeconómicas: el peo-naje obligatorio y los
arrendamientos forzosos.
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84 85
El primero de ellos fue analizado particularmente por Gabriela
Martínez Dougnac.18 Según la autora, estamos ante la utilización de
la justicia colonial como mecanismo compulsivo para el
aprovisionamien-to de mano de obra para las estancias. Para ello,
estudia la persecución judicial contra el llamado “vago” de la
campaña. Su análisis releva 50 casos contra 60 acusados entre 1750
y 1805, sobre un total de 150 expe-dientes. Las acusaciones son por
“robo de ganado” (33 casos), “vagancia” (9 casos) y “juego” (8
casos). Los cargos se presentan sobre la base de las disposiciones
legales de persecución contra la vagancia en los diversos bandos
decretados por las autoridades. En todos los casos, se está
persi-guiendo a aquellos que no se conchaban y a sus formas de
apropiación directa. Efectivamente, no había ninguna conminación
económica al conchabo. Según Martinez Dougnac: “lo que se consigue
como ‘retribu-ción’ del peonaje no difiere de lo que de todas
maneras puede obtenerse, en el peor de los casos, trasponiendo las
fronteras de la legalidad”.19 Sin embargo, los mecanismos de
persecución no se restringen a la justicia sumarial. En el artículo
se analizan mecanismos de justicia informal, tales como la
detención de “vagos”, por parte de los terratenientes, sin
disposición legal alguna. Luego de algunos meses, el propietario
infor-ma de la detención.
Entonces, las persecuciones tendrían el objetivo de fijar un
“deber ser”, actúan como una amenaza para aquellos que decidan no
concha-barse. Por lo tanto, la conclusión de la autora es que la
legislación repre-siva no es un mecanismo de la proletarización,
como afirma Ricardo Salvatore, ni un mero formalismo, como sostiene
Jorge Gelman, sino una forma de compulsión extraeconómica asumida
por el Estado, para lograr obtener mano de obra en un contexto
donde no hay mercado que obligue a ningún productor directo a
vender su fuerza de trabajo.
Sin embargo, cabe una serie de aclaraciones. En primer lugar, el
cor-pus presentado no parece representativo para comprobar
relaciones feu-dales. Se trata de 50 casos sobre un total de 150
expedientes, en el transcurso de 55 años. Casi un caso por año, que
representa un ter-cio de los analizados. Si el Estado hubiera
garantizado la provisión de mano de obra, debería esperarse una
acción estatal más abarcadora. En realidad, cualquier Estado, como
órgano de clase, fija un “deber ser” e intenta reprimir conductas
poco convenientes de las clases explotadas.
18Martinez Dougnac: Gabriela: “Justicia colonial, orden social y
peonaje obligato-rio”, en Azcuy Ameghino, Eduardo (comp.): El
latifundio y la gran propiedad rioplaten-se, García Cambeiro,
Buenos Aires, 1995. 19Idem, p. 215.
La vagancia es reprimida en la Inglaterra industrial del siglo
XIX y en la Argentina del siglo XX. En realidad, las relaciones
feudales no ostentan legislación contra la vagancia, porque el
campesino no tiene la opción de transformarse en itinerante.
Justamente, es la expropiación de medios de producción la que
produce vagancia, es decir, la búsqueda de medios de vida por fuera
de las relaciones asalariadas.
En las críticas a la concepción chayanoviana, vimos por qué no
pode-mos afirmar que se haya constituido un campesinado en la
región riopla-tense. Ahora bien, con respecto a las relaciones
feudales, el campesino, por definición, se halla adscrito a la
tierra y no puede abandonarla. En cambio aquí, el peón, el agregado
o el arrimado pueden dejar el estable-cimiento cuando lo deseen. La
contabilidad de la estancia de Las Vacas revela un constante
abandono del trabajo y las quejas del administrador. De hecho, la
polémica sobre la interpretación de esta fuente entre Jorge Gelman,
Ricardo Salvadore y Jonathan Brown es sobre las causas y la
regularidad de la deserción.20 Pero en ningún momento se pone en
dis-cusión su existencia. La insistencia de los propietarios sobre
el abando-no de las tareas sin mayor explicación ni aviso es una
constante en todo el período. Asimismo, muchos de los peones viven
en la ciudad y se pre-sentan en las faenas rurales en los períodos
álgidos. No puede decirse de éstos que sean campesinos. Los
agregados, por su parte, tampoco están atados a la tierra. Carlos
Mayo ha presentado suficiente documentación sobre “la polilla de
los campos” que abandona sus tareas cuando más se lo requiere.21 Es
necesario aclarar, por último, que la presencia de ele-mentos
coactivos son propios de cualquier sociedad de clase. La repre-sión
estatal no es un atributo exclusivo de las relaciones feudales.
Un trabajo sobre el derecho penal militar de Ezequiel Abásolo
pre-senta un caso sumamente ilustrativo. En 1792, un desertor de
nombre José Mariano Cortés explicó que había hecho abandono del
servicio porque creía que tenía la libertad para hacerlo, ya que
consideraba que incorporarse a la tropa era, para él, igual que
conchabarse como peón.22 Puede sospecharse sobre la “ingenuidad”
del acusado, pero no de que el reo considerara el argumento como
pasible de absolverlo. Lo que no se
20Véase el debate en Fradkin, Raúl (comp.): La historia agraria
del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos, t.
I, CEAL, Buenos Aires, 1993.21Véase Mayo, op. cit, cap. IV.22AGN,
IX, 12-6-9, expediente nº 19, cit. en Abásolo, Ezequiel: El derecho
penal militar en la historia argentina, Academia Nacional del
Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Córdoba, 2002, p. 149.
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86 87
discute de esa excusa es que, efectivamente, el conchabo es una
relación “libre”. En todo caso, se cuestiona que el servicio
militar lo sea.
Los productores directos que se encuentran en los expedientes
ana-lizados reciben un salario. La ocasional compulsión no está
destinada a asegurar la entrega de una renta en trabajo (corveé),
sino a obligar al peón a entrar en relaciones asalariadas. Su
trabajo gratuito es entregado en una relación de intercambio de
equivalentes. La entrega de plusvalor y la propia reproducción se
produce en el mismo proceso de producción y no como instancias
separadas. Lo que parece confundirse allí es la compulsión
extraeconómica como forma de generación del excedente con la que
intenta crear relaciones asalariadas. Con esto no se pretende negar
que la primera haya tenido alguna existencia bajo diversas formas,
lo que se afirma es que la segunda parece contar con mayores
evidencias documentales y una visibilidad superior.
Vayamos a la segunda de las formas: los arrendamientos forzosos.
En primer lugar, se trata de arriendos: la entrega de una renta a
cam-bio de la posibilidad de usufructuar una determinada extensión
de tie-rras. Azcuy Ameghino, contrariamente a Jorge Gelman y Juan
Carlos Garavaglia, no cree que exista una oferta de tierras
ilimitada.23 Por lo tanto, no puede hablarse de la existencia de un
campesinado indepen-diente. Hasta aquí tenemos los arrendamientos,
que no evidencian nin-gún modo de producción particular y que, más
bien, son formas predo-minantes bajo el capitalismo o señalan una
transición hacia él. Azcuy tiene en claro que no cualquier
arrendatario es un siervo y por lo tanto establece una distinción.
Por un lado están quienes arriendan con el objetivo de obtener una
ganancia, a los que llama campesinos acomoda-dos. Por otro quienes
arriendan para subsistir y/o legalizar su presencia en los campos y
evitar la expulsión. Conforman este segmento los cam-pesinos
jornaleros y los campesinos pobres. La diferencia es que los
primeros suelen conchavarse estacionalmente.
¿Por qué los arrendamientos son caracterizados como forzosos?
Azcuy remarca la falta de una producción manufacturera y de acceso
a la pequeña propiedad determinó que los productores directos
debieran forzosamente entrar en relaciones de arrendamiento. Dicho
por el mis-mo autor:
23Véase Azcuy Ameghino, Eduardo: La Otra Historia, Imago Mundi,
Buenos Aires, 2002, cap. V, “¿Oferta ilimitada de tierras? Un
análisis de caso: Navarro, 1791-1822”.
“No pudiendo accederse a la propiedad y no ‘queriendo’
instalarse en los terre-nos realengos inmediatos a la frontera con
el indio (y careciendo de alternativas a trabajar la tierra), el
arrendamiento y el agregamiento resultan forzosos, debido a la
presencia de ‘señores del suelo’ que para permitirle al productor
directo laborar la obtención de subsistencia, le imponen un pago en
especie o le exigen prestaciones. Lo transforman en obligado
‘feudatario’ al que ‘fuerzan’ a entregar plustrabajo.”24
Pero, entonces, no se trata de una compulsión del aparato
político a la entrega de una renta, sino la compulsión puramente
económica al arrendamiento. Bajo el feudalismo, el campesino está
forzado a ads-cribirse a la tierra por la propia legislación que,
de hecho, no separa al siervo de la tierra. De allí que el derecho
de tierras sea el derecho sobre los hombres. En el Río de la Plata,
el campesino entra en relaciones de arrendamiento o agregación
porque se le impide establecerse como pro-ductor independiente.
Por último, los cargos de policía y justicia rurales están en
manos de hacendados, pero no todos los hacendados tienen poderes
policia-les o judiciales. Es decir, la condición de hacendado no es
sinónimo de poder político, como en el feudalismo. En términos más
específicos: la Alcaldía de Hermandad no constituye un título de
nobleza, la catego-ría de “hacendado” no le confiere a su portador
ninguna prerrogativa política particular. El cargo de alcalde no es
hereditario, sino venal, y en muchos casos los hacendados rehúsan a
semejante carga. Recordemos que la venalidad de los cargos es una
forma burguesa de acceso a la administración.
El examen de las principales hipótesis que presentan los
trabajos más avanzados sobre el problema permite descartar la
existencia de una sociedad basada en un campesinado independiente y
en la configura-ción de relaciones reciprocitarias. Por el
contrario, la documentación evidencia mecanismos de acumulación
sobre la base de la explotación de trabajo ajeno.
Estas relaciones de explotación no parecen tener características
feu-dales debido a la inexistencia de una nobleza y de un
campesinado. Si bien podría aceptarse la existencia de relaciones
de producción coacti-vas, como la esclavitud o ciertas formas de
coacción a algunos peones. En general, predominan relaciones
asalariadas donde el peón, el agre-gado o el arrendatario tienen la
posibilidad de abandonar las tareas y la compulsión a entrar en
relaciones de explotación tendría un componen-te más económico.
Así, la evidencia parece responder a la existencia de una burguesía
agraria que estaría comenzando a reproducir incipientes
24Azcuy Ameghino: op. cit., cap. IX, p. 340 (cursivas en el
original).
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relaciones capitalistas, obstaculizadas por la subordinación de
la forma-ción económico social al modo de producción feudal.
Podemos sostener, en forma hipotética, que el hacendado es la forma
histórica que asume el surgimiento de la burguesía agraria y que el
“labrador” no es más que una forma de una pequeña burguesía o
burguesía pequeña en el mismo ámbito.
¿Una sola clase de comerciantes?
En éste acápite intentaremos una aproximación a las relaciones
socia-les que se esconden detrás de la figura de comerciante, en el
período colonial. En particular, discutiremos dos hipótesis. La
primera afirma que los caminos al ascenso hacia el gran comercio
están abiertos a toda la población. La segunda, que hay una única
clase de comerciantes y que su segmentación sólo puede realizarse
de acuerdo a su tamaño. Como nos interesa discutir las
características de los comerciantes de Buenos Aires, no reseñaremos
los debates sobre los comerciantes en el resto de América.
Movilidad social
La hipótesis del libre ascenso se basa en la concepción de que
en el Río de la Plata, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX,
se conforma una sociedad abierta. Así, cualquiera podría acumular
las riquezas sufi-cientes como para constituirse en comerciante
habilitado. La principal exponente de esta hipótesis es Susan
Socolow. Sin embargo, la propia evidencia que exhibe su estudio
parece refutar estas afirmaciones.
Si observamos el ascendiente de los grandes comerciantes de
Buenos Aires obtenemos el cuadro 4 (véase al final). Como vemos en
el cuadro, el 37% de los comerciantes es hijo de comerciantes, el
27% de burócra-tas del gobierno y el 22% de pequeños terratenientes
europeos: los datos aparentarían afirmar que los comerciantes
provienen de la clase domi-nante del sistema feudal español. Al
mismo tiempo, reconoce que “pare-cería que los hijos de artesanos,
los trabajadores manuales y los obreros no especializados
generalmente no se hacían comerciantes, porque les faltaba la
educación rudimentaria y las pequeñas sumas de capital para
inversiones que se necesitaban para comenzar una carrera
mercantil”.25 Otros datos poseen más peso que estas conjeturas.
¿Cuántos grandes comerciantes provienen del comercio minorista?:
sobre 178 mayoristas,
25Socolow: op. cit. p. 27.
sólo 24, es decir el 13 % del total.26 Los datos aportados por
las inves-tigaciones de Gelman y Galmarini apoyan estas sospechas.
El primero caracteriza a Domingo Belgrano Pérez como uno de los
comerciantes más ricos de todo el Virreinato: un patrimonio neto de
370.686 ps. 5 5/8 rl. lo ubican apenas por detrás del comerciante
más rico, Segurola (395.077 ps). ¿Cómo un “modesto inmigrante” se
transformó en un gran comerciante? El primer dato aportado por
Gelman pone en duda que Belgrano Pérez sea un “modesto inmigrante”:
“oriundo de Oneglia, en Italia, de una familia de cierta
importancia allí desde hacía muchas generaciones”.27 Una familia
“de cierta importancia” desde varias gene-raciones atrás, en el
mundo feudal europeo, parece referirse a una fami-lia acomodada,
poco “modesta”. En segundo lugar, cuando hacia 1750, decide emigrar
a Cádiz, desde allí parte a Buenos Aires con licencia real. Otro
dato que nos habla de una situación de privilegio, ya que no
dema-siados accedían, sobre todo teniendo en cuenta su condición de
extran-jero, a obtener una licencia real para comerciar en el Nuevo
Mundo. Ya en Buenos Aires obtiene su “carta de naturaleza”, que le
permite trans-formarse definitivamente en un comerciante legal. Por
su parte, el traba-jo de Hugo Galmarini afirma directamente que
Tomás Antonio Romero ya pertenecía a la clase dominante feudal:
proveniente de Andalucía “con casa poblada en Moguer, su patria y
en Sevilla donde existe su familia, siendo uno de los principales
hacendados contribuyentes”.28 Por lo tanto, según la propia
evidencia de los estudios más importantes, no puede sostenerse la
movilidad social ni el abierto ascenso de diferentes miembros de
otras clases a la categoría de comerciante.
Tampoco puede afirmarse una “multiimplantación” de los
comer-ciantes. En su trabajo, Socolow afirma que los comerciantes
invertían en quintas. Mientras algunas no valían más de 4.000 ps,
otras supe-raban los 20.000. Pero, al promediar estas inversiones
al conjunto de los comerciantes (lo que equivaldría a una especie
de “inversión per
26Tampoco nos queda del todo clara la posición de Socolow con
respecto a la posibi-lidad real de ascender socialmente ya que, en
oportunidades, afirma que “los ejem-plos de movilidad social
ascendente entre los comerciantes son legión” (Socolow, op. cit. p.
37), pero, en otras ocasiones, afirma que “este movimiento de
mercader a comerciante estaba lejos de ser universal, ya que la
gran mayoría de los minoristas permanecían en la misma ocupación
durante toda la vida o abandonaban total-mente la vida comercial”
(Socolow, op. cit. p. 33).27Gelman, Jorge: De mercachifle a gran
comerciante. Los caminos del ascenso en el Río de la Plata
colonial, UNIARA, España, 1996, p. 25.28Galmarini, Hugo: Los
negocios del poder. Reforma y crisis del estado 1776/1826, Buenos
Aires, Corregidor, 2000, p. 53.
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cápita”) no nos permite observar si existen comerciantes que
invierten una mayor cantidad o si sus ganancias provienen de estas
actividades. Esta metodología la lleva a menospreciar un dato
importantísimo: “solo 14 comerciantes de la ciudad eran estancieros
activos”.
Comerciantes feudales y comerciantes capitalistas
Nos enfrentamos, en este punto, con un segundo problema: ¿eran
los comerciantes una sola clase social o este término esconde a dos
cla-ses diferentes? La historiografía dominante tiende a sostener
que los mercaderes no suelen especializarse y que podían invertir
en una u otra empresa. Todos estaban inscriptos en el listado
oficial y comerciaban con Cádiz. Algunos tenían fincas y producían
trigo o cuero. Era cues-tión de preferencias y mentalidades. Así,
la revolución se encontró con que unos tenían actitudes más
flexibles que otros. El sistema, entonces, sería un conglomerado de
redes interconectadas, cuya base sería el ego.29 Estas
investigaciones, si bien tienen la ventaja de trabajar casos
parti-culares, desatienden el mecanismo social que determina las
relaciones. En primer lugar, los estudios se prolongan más allá del
régimen colo-nial, por lo que supone que esas redes no habrían
entrado en crisis.30 En segundo lugar, no se observan conflictos
internos que excedan las ambiciones individuales. Por lo tanto, no
pueden explicarse las confisca-ciones y los enfrentamientos
políticos que ponen a los comerciantes en uno u otro bando.31 Al
jerarquizar las mentalidades por sobre los meca-nismos concretos de
funcionamiento económico, pierden de vista los problemas
objetivos.32
29Moutoukias, Zacarías: “Power, corruption, and comerce: the
making of the local administrative structure in 17th century Buenos
Aires”, en Hispanic American Review, 1st trimester 1989 y “Negocios
y redes sociales, Modelo interpretativo a partir de un caso
rioplatense (siglo XVIII)”, Caravelle, Nº 67, Université Touluse-Le
Mitrail, 1997.30Socolow, Susan: Los mercaderes... op. cit. e
Irigoin, María Alejandra y Schmit, Roberto (ed.): La desintegración
de la economía colonial. Comercio y moneda en el interior del
espacio colonial (1800-1860), Buenos Aires, Biblos, 2003.31Gelman,
op. cit.32Galmarini, op. cit. y Jumar, Fernando: “El Río de La
Plata y sus relaciones atlán-ticas durante el siglo XVIII”, en XIV
Jornadas de Historia económica, Córdoba, 1994 y “Uno del montón:
Juan De Eguía, vecino y del comercio de Buenos Aires. Siglo XVIII”,
en Terceras Jornadas de Historia Económica, Asociación Uruguaya de
Historia Económica, Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003.
Ahora bien, es cierto que todos los comerciantes tienen vínculo
con Cádiz, pero se trata de una imposición necesaria para
comerciar. Resulta un beneficio inmediato en tanto permite la
continuidad de las ganan-cias y evita la sanción del Estado. Sin
embargo, de allí no puede deducir-se inmediatamente que el
monopolio constituya el mecanismo de repro-ducción preferencial ni
el proyectado. En particular, porque aún dentro de este comercio
hay un circuito que asigna mayor peso a la salida de metálico
contra los efectos de Castilla y otro que privilegia el comercio de
cueros. Este último, constituye una vía de desarrollo de los
intereses contrarios al monopolio.
Luego de 1778, se desarrolla en el Río de la Plata una creciente
dis-puta por estos dos puntos: el monopolio y el comercio de
cueros. El primero, más solapado. El segundo, más abierto. La
crisis, sin embar-go, pondrá la primera cuestión como elemento
principal. La evidencia de estos enfrentamientos, en particular en
el Consulado, resulta suma-mente abundante y fue tratada por
autores de diversas corrientes.33 Sin embargo, la conclusión de
todos los estudios fue similar: las fuentes muestran un combate
entre un grupo ligado al monopolio y otro liga-do a la apertura
comercial y al tráfico de cueros. Entre los primeros se hallan los
grandes consignatarios de las casas de Cádiz como Martín de Álzaga,
Diego de Agüero, Miguel Fernández de Agüero, Gaspar de Santa Coloma
y Joaquín Arana, Jacobo Varela y Juan Esteban de Anchorena, entre
los más importantes. Del otro lado, encontramos a Francisco y
Antonio Escalada, Antonio de las Cagigas, Agustín Wright y Manuel
Belgrano, entre otros. Curiosamente, los primeros van a encontrarse
en el bando contrarrevolucionario y algunos serán expropiados y
hasta
33Véase Tjarks, Germán: El consulado de Buenos Aires y sus
proyecciones en la historia del Río de la Plata, 2 volúmenes,
Buenos Aires, UBA-FFyL, 1962.; Mariluz Urquijo, José María:
“Solidaridades y antagonismos de los comerciantes de Buenos Aires a
mediados del setecientos”, en Investigaciones y Ensayos, n° 35,
Buenos Aires, 1987; Street, John: Gran Bretaña y la Independencia
del Río de la Plata, Buenos Aires, 1967. También fue abordado con
abundante documentación por autores marxistas como Azcuy Ameghino.
Véase Azcuy Ameghino: La Otra Historia, op. cit., en especial el
capítulo 1.
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92 93
ejecutados por el gobierno revolucionario.34 Los segundos, en
cambio, formarán parte del personal revolucionario. Reconstruir el
conjunto de los enfrentamientos sería redundante y caería fuera del
objetivo de esta tesis. Puede recurrirse, sin embargo, a la
abundante bibliografía que des-de comienzos del siglo XX se ha
dedicado a reseñar este fenómeno. En ese sentido deberíamos poder
distinguir dos tipos de comerciantes: los primeros están más
comprometidos con el monopolio, los segundos, con los pedidos de
comercio libre y con la producción agropecuaria.
Nuestra hipótesis general, en este sentido, es que esa división
corres-ponde a una naturaleza de clase distinta. Los monopolistas
pertenecen a una clase social que acumula por la vía de la
enajenación de la ganan-cia por la vía de la circulación. Esta
enajenación tiene como premisa una prerrogativa política y, por lo
tanto, se conforma como una forma de renta. Las ganancias se giran
a Cádiz y reproducen el feudalismo. El segundo grupo, el partidario
del libre cambio, tiene, en su mayoría, pro-piedad de ganado y/o
tierras e intenta desarrollar la producción de cue-ros. Por lo
tanto, busca una estrategia librecambista. Eso no quiere decir que
no puedan ser agentes de alguna casa de Cádiz, ya que el sistema
impone tales mecanismos. Sin embargo, se observa en ellos intentos
por desprenderse de tales imposiciones. Se trata de comerciantes
netamente burgueses, es decir, que procuran el desarrollo de
relaciones capitalistas en la región.
Peones, jornaleros y artesanos
Numerosas investigaciones han tratado el problema de la
pobla-ción en la ciudad. Numerosos son, también los trabajos sobre
la pobla-ción negra y esclava. Se destacan aquellos dedicados a la
burocracia o al comercio. Sin embargo, los estudios sobre las
formas de trabajo no esclava (“libre”) de la población española no
parecen haber producido un corpus bibliográfico a la altura del
problema. Repasaremos aquí los principales debates.
34Véase Galmarini, Hugo: “El rubro ‘pertenencias extrañas’: un
caso de confisca-ción a los españoles de Buenos Aires (1812)”, en
Cuadernos de Historia Regional, Eudeba y Universidad Nacional de
Luján, Luján, 1985; Canter, Juan: “El año XII, las asambleas
generales y la revolución del 8 de octubre”, en Levene, Ricardo
(dir.): Historia de la Nación Argentina, El Ateneo, Buenos Aires,
1941, vol. V, segunda sec-ción; García, Cecilia: “‘Los enemigos de
nuestra manifiesta causa’. Organización y acción política
contrarrevolucionaria, 1776-1812”, en Razón y Revolución, n° 14,
invierno de 2005.
En general, los estudios han abordado el problema bajo dos
prismas diferentes. En primer lugar, en tanto producción urbana, se
han pregun-tado por qué no se desarrolló una industria. En segundo,
sobre la condi-ción estamental o liberal de este tipo de trabajo.
La mayoría ha utilizado el término “industria”, “manufactura” y
“artesanía” sin delimitar exacta-mente a qué se refieren.
En general, hablamos de industria a partir del desarrollo de
relacio-nes sociales capitalistas. En particular, se utiliza para
designar el régi-men específico de Gran Industria, en el cual el
capital ha logrado la sub-sunción real del trabajo mediante el
sistema de máquinas. Manufactura sólo debería ser utilizado para
especificar un período de relaciones capi-talistas donde la
subordinación al capital es formal, pues aún se conser-van
elementos subjetivos en el proceso de trabajo. El término
“artesano” remite, entonces, a la producción reglada propia del
sistema feudal.
En sus primeras investigaciones, Tulio Halperín Donghi lanzó una
serie de hipótesis para guiar los trabajos sobre la producción
urbana:
“En el Litoral, la población urbana no vinculada con la nueva
economía de mer-cado no logra -tal como ocurre en el Interior-
desarrollar actividades al margen de ésta, es inútil buscar aquí
por ejemplo tejeduría doméstica. La plebe sin oficio, con-sumidora
en escala mínima, no es productora. El hecho es encontrado
justamente alarmante, pero resulta difícil corregirlo. Al lado del
desprestigio de las posiciones subalternas dentro de los oficios
–identificadas con la mano de obra esclava- pesa la relativa
facilidad de la vida, que permite subsistir de expedientes si se
renuncia a satisfacer necesidades que no sean elementales.”35
El paisaje urbano, por lo tanto, desarrollaba un escenario poco
pro-penso para la producción, pero sí para las clientelas
políticas:
“Esa abundancia de pobres ociosos –característica de Buenos
Aires y de casi todos los centros urbanos del Litoral- se continúa
con una mala vida relativamente densa, que se teme, sobre todo,
podría ampliarse en tiempos de crisis.”36
A la vista de los trabajos que desde esa fecha a la actualidad
han abordado el problema, estas tesis parecen haber perdido su
vigencia. Examinemos más de cerca estos estudios.
Un primer segmento se ubica en las investigaciones que priorizan
el análisis demográfico, como un primer acercamiento a la población
en general. Estos estudios constituyen la base de cualquier
hipótesis sobre
35Halperín Donghi, Revolución y guerra…, op. cit., p.
62.36Idem.
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94 95
la economía de la ciudad. Sin embargo, vamos a concentrarnos
sólo en las discusiones que se refieran a nuestro tema.
César García Belsunce emprendió una labor colectiva de
investiga-ción demográfica de la ciudad y la campaña de Buenos
Aires.37 Para el caso de la ciudad, trabajó con las siguientes
hipótesis: Buenos Aires es un modelo de ciudad-puerto. Se inserta
en un medio agropecuario y tie-ne una baja capacidad de producción.
Predomina en este período, en la ciudad, la familia nuclear.
En sus estimaciones cuantitativas, García Belsunce calcula el
número de 41.612 habitantes para 1810. De esa población, estima que
el 75,64% se compone de habitantes libres, contra un 24,36% de
población escla-va.38 La población en edad activa, masculina,
ascendería a las 11.309 almas, de las cuales 9.031 declaran oficio
u ocupación. Por lo que podría-mos decir que el 80% de la población
permanece activa laboralmente. Una cifra que desmiente las
consideraciones de Tulio Halperín Donghi. De ese porcentaje, García
Belsunce intenta calcular la población que llama “trabajadores en
relación de dependencia. Para ello, reúne a las categorías
“aprendices”, “oficiales”, “peones”, “jornaleros”, “capataces” y
“esclavos”. El resultado le da 4.228 personas, lo que hace a un
46,82% de la fuerza activa.39 El problema que observamos aquí es
que quedan sin catalogar a aquellos que figuran simplemente como
“zapatero”, sin especificar nada más. Ante esta situación, no
necesariamente debemos inferir que se trata de un maestro o dueño
de tienda, toda vez que el censista pudo haber omitido el lugar que
ocupa en el establecimiento o éste pudo haber sido soslayado por el
entrevistado. En cuanto a las rela-ciones sociales en las
artesanías, García Belsunce comenta que de 43 panaderías existentes
en la ciudad, 21 propietarios emplean a 247 escla-vos40, algo más
de 10 por establecimiento. Asimismo, algunos carretille-ros emplean
peones.41
Susan Socolow y Lyman Johnson emprendieron un estudio ya
clá-sico en torno a la demografía de la ciudad. 42 El trabajo en
cuestión se dedica a analizar los aspectos más significativos del
crecimiento de la población y economía urbana a finales del siglo
XVIII. Efectivamente,
37García Belsunce, Buenos Aires 1800-1830..., op. cit. 38Idem,
p. 71.39Idem, p. 110.40Idem, p. 116. 41Idem, p. 117.42Johnson,
Lyman y Susan Socolow: “Población y espacio en el Buenos Aires del
siglo XVIII”, en Desarrollo Económico, nº 79, 1980.
Buenos Aires sufre un crecimiento poblacional que va de 11.600
habi-tantes en 1744 a 42.540 en 1810. Este crecimiento tiene cuatro
vertien-tes: la inmigración europea, la migración desde las
provincias de arriba, los esclavos y el crecimiento vegetativo.
Para los autores, el componen-te más importante parece ser la
entrada de esclavos, que, entre lega-les e ilegales, calculan de
45.000 aproximadamente, entre 1742 y 1806. Esta entrada de esclavos
no habría sido exclusivamente para satisfacer la demanda doméstica
y laboral de las grandes explotaciones, ya que el trabajo señala la
existencia de 3.064 esclavos en poder de “minoristas”. La segunda
vertiente de importancia es la inmigración proveniente de España,
que ocupa los puestos burocráticos y se hace cargo de las gran-des
casas comerciales. En tercero, la migración del interior, que
estaría compuesta por mano de obra poco calificada. Estas entradas,
más la ocupación de esclavos para trabajo antes en manos libres,
podrían haber provocado la huída al campo de un sector de la
población.
Así, los autores concluyen en que para fines del sigo XVIII,
Buenos Aires no parece tener una población estable y permanente.
Más bien, observan transformaciones periódicas como respuesta a las
fluctuacio-nes y una gran movilidad demográfica. El balance que
realizan es que la inmigración tuvo un impacto negativo sobre las
oportunidades ocupa-cionales y sobre la movilidad social.
El trabajo de Pedro Santos Martínez intenta ofrecer un panorama
de lo que denomina “industria” en el conjunto del espacio
virreinal, des-de la creación del virreinato hasta 1810.43 Su
preocupación central es la falta de desarrollo de producciones
urbanas en esta época. La respuesta que esboza a esta pregunta es
que el principal obstáculo para las pro-ducciones urbanas es la
política metropolitana que priorizó sus propias industrias y
concibió a América como un mercado consumidor y una fuente de
materias primas. Se trata de un trabajo que tiende a consig-nar las
distintas producciones que se desarrollaron a lo largo del espacio
virreinal y a concentrarse en los problemas que tuvieron para
abastecer-se de materia prima o para acceder al mercado.
Para el caso de Buenos Aires, destaca las industrias derivadas
de la ganadería. En primer lugar, la sombrerera, que ocuparía un
segundo puesto frente a la del Alto Perú. Mientras en el altiplano
predominan los sombreros a base de vicuña y carnero, aquí parecen
realizarse con pelaje de nutria. Estas manufacturas abarcan todo el
proceso de fabricación y funcionaban con herramientas sencillas.
Muestra cierta expansión
43Santos Martínez, Pedro: Las industrias durante el Virreinato
(1776-1810), Eudeba, Buenos Aires, 1969.
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96 97
como la empresa de Juan Vázquez Varela, quien logra abrir una
subsi-diaria en Montevideo, o la destacada de Francisco Alejandro
Soulages, oriundo de los Países Bajos, que logra mezclas de lanas
creando sombre-ros de factura equiparable a los de Europa en cuanto
a su distinción.
Sin embargo, el Reglamento de Libre Comercio de 1778, intentó
ampliar las franquicias para la exportación de sombreros españoles
y librar gravámenes para la exportación de lana a España. Esta
última medida no tuvo éxito debido a los altos costos de transporte
desde Potosí. Ante este panorama, el Ministro Gálvez emite una Real
Ordenanza en 1784 en el que se ordena comprar toda la lana de
vicuña a cuenta de la Real Hacienda, para arruinar los obrajes
locales. Sin embargo, los fabricantes españoles no pudieron
absorber toda la compra. En 1790 se derogó la Ordenanza de 1784,
pero se emite otra en el que se prohíbe la matanza de vicuñas. Los
fabricantes lograron vencer estas restricciones. Se consigna en
estas producciones el trabajo libre y el esclavo, aunque no se
analiza su proporción. Se destacó en Buenos Aires la fabricación de
carbón, chocolate, manteca, madera y tabaco en polvo. Por último,
la producción de curtiembres, sebo, jabón y grasa, derivadas de la
activi-dad ganadera tuvo un importante despegue a fines del siglo
XVIII.
El trabajo describe una serie de producciones importantes en la
épo-ca como la platería y la fabricación de zapatos. Asimismo, las
mejoras aparecen como el producto de iniciativas individuales y los
obstáculos parecen provenir de la voluntad de los legisladores y no
de las condicio-nes materiales y las relaciones sociales en el
propio Río de la Plata.
Ricardo Levene, en cambio, tiene como preocupación el problema
social que suscita la producción en Buenos Aires. En particular los
con-flictos entre “poderosos y humildes”.44 Su hipótesis es que se
produce una colisión entre intereses españoles, de tipo estamental,
y formas de trabajo más democráticas. Las autoridades, por su
parte, deben inter-venir en los conflictos que se producen entre
los propietarios de las manufacturas y los trabajadores y
consumidores. Su conclusión es que en Buenos Aires no pudieron
desarrollarse las estructuras corporativo estamentales, debido a un
espíritu democrático e igualitario que domi-naba en esta región. La
sola excepción parece haber sido el Gremio de Plateros. Aunque
establecido tardíamente, en 1788, parece asemejarse a los que
todavía regían en Europa. Para poder abrir tienda propia había que
demostrar el haber pasado 5 años como aprendiz y 2 como oficial,
para luego superar el examen que lo convierta en maestro.
44Levene: Investigaciones…, op. cit, p. 358.
En su trabajo relata las vicisitudes que se producen a raíz del
interés de los panaderos por subir los precios, acaparar la
producción de trigo y vender menos peso que el indicado. Es el
Cabildo quien comienza a regular la actividad obligando a una
matriculación y a inspecciones.
A diferencia de los plateros, la actividad relativa al calzado
es utili-zada por Levene para demostrar la tónica general de
igualitarismo. Los zapateros en calidad de vecinos intentaron
constituir un gremio en 1788, a imagen de los plateros. Para ello
elevan una requisitoria al Cabildo. En su reglamento, no se admiten
extranjeros ni esclavos. El Cabildo corrige ese reglamento,
estableciendo que deben aceptarse ambos. Los primeros, porque debía
fomentarse la inmigración. Los segundos, por-que trabajaban para
mantener a sus dueños. Así, se habría conformado una Junta General
de Zapateros para votar autoridades. Según Levene, asistieron 106
zapateros, entre ellos morenos y mulatos que, de hecho, votaron.
“Parecía tratarse de una asamblea social revolucionaria….”, opi-na
el autor. Los vecinos van a volver a quejarse por estos resultados
y en 1792 vuelven a la carga. El conflicto termina con la famosa
alocución de Cornelio Saavedra en el Cabildo a favor de la libertad
de trabajo. La conclusión de Levene es la siguiente:
“Son éstos, como se observa, preciosos elementos para el estudio
de la for-mación de las clases sociales y orígenes de nuestra
democracia. Las pretendidas diferencias de clases que derivaban de
diferencias de oficio, no tenían arraigo […] Había, pues, un
sentimiento igualitario que se sobreponía a todos los perjuicios, y
que hacía caso omiso de la ley y la tradición.”45
El estudio, logra avanzar sobre las relaciones sociales y
explica los fuertes obstáculos que encuentra la configuración
estamental en Buenos Aires. Sin embargo, adolece de una serie de
deficiencias. En pri-mer lugar, equipara a todas las entidades
corporativas con gremios. Así, la organización de los plateros o
los zapateros sería un fenómeno muy similar al Gremio de los
Hacendados. En realidad, se trata de dos orga-nizaciones que tienen
funciones distintas. La primera está destinada a regular el trabajo
y las formas de explotación del maestro por sobre los aprendices y
oficiales, así como las normas del posible ascenso. Es decir,
comprende las relaciones entre diferentes clases, que conviven en
el gre-mio. En cambio, el segundo aglutina a miembros de una misma
clase: los propietarios de tierras y ganado. Su función es ejercer
presión a las autoridades para lograr mejoras en su actividad.
45Idem, p. 371.
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98 99
Una segunda deficiencia es que pondera las relaciones
igualitarias, pero no analiza las relaciones de explotación, ni las
posibilidades reales que tiene un aprendiz o un oficial de ascender
hasta llegar a maestro. Por último no ofrece datos que prueben la
mayor o menor restricción real para poder abrir una tienda propia,
ya sea por los obstáculos legales, ya sea por los económicos.
El caso del fallido gremio de zapateros es el objeto del trabajo
de Enrique Barba.46 En principio el autor marca las diferencias
entre este oficio en Buenos Aires con respecto a su par europeo.
Aquí, quienes tra-bajan en el calzado sufren cierto desprestigio,
sus miembros no pueden aducir linaje alguno y cuentan con la
competencia de gente de color. Por otro lado, en Buenos Aires los
vínculos gremiales aparecerían más rela-jados y menos vinculados a
la Iglesia.
Barba reseña los primeros intentos de formar el gremio que datan
de 1779. Los maestros habrían denunciado que no hay restricciones a
la apertura de tiendas. El Cabildo hace lugar y en 1780 dicta un
Reglamento. Sin embargo, el gremio no se constituyó. En 1788, en
casa de Azcuénaga se dicta un nuevo reglamento, con la oposición de
Tomás Antonio Romero. Barba juzga que se trató de una serie de
normas libe-rales para la época. Desde ese momento se desatan
conflictos en torno a dos puntos. El primero es la participación de
extranjeros, posición sostenida por José Martínez de Hoz, contra el
exclusivismo español, sos-tenido por Romero. En segundo lugar, la
incorporación e intervención en la elección de pardos y morenos. El
primer problema va a ser parcial-mente resuelto con la
incorporación de extranjeros al gremio y su capa-cidad de designar
dos diputados. El segundo problema, sin embargo, no habría
terminado de resolverse. Ante la erección de un gremio exclusivo de
“blancos” en 1792, los pardos y morenos exigen crear el suyo
propio, lo que es denegado en 1799, aunque no se les puede prohibir
ejercer la profesión. La hipótesis, en este caso, es la misma de
Levene: la condición igualitarista y liberal de Buenos Aires. Prima
aquí una visión menos eco-nómica y más institucional del
problema.
A similar conclusión arriba Lyman Johnson en su estudio sobre el
gremio de plateros. Su interés no es delinear las formas de
acumulación, sino las estrategias utilizadas por los maestros para
lograr cierto status social. Luego de examinar el fracaso de los
maestros plateros de estable-cer prerrogativas estamentales.
Johnson concluye que:
46Barba, Enrique: “La organización del trabajo en Buenos Aires
colonial: Contribución de un gremio”, en Labor del Centro de
Estudios Históricos, La Plata, 1942/3.
“Los vehículos tradicionales para acceder al status de miembro
de la clase de artesanos urbanos estuvieron ausentes en Buenos
Aires. Los artesanos fueron inca-paces de conseguir un status a sus
miembros en fuertes gremios y cofradías. Aún la limitada comunidad
de artesanos, como los maestros fueron incapaces de proteger su
status marginal por la vía de hacer cumplir una disciplina
jerárquica que limi-tase el reclutamiento y la movilidad de
categoría en sus oficios. El status, entonces, era un logro
individual conseguido en términos materiales.”47
En estas conclusiones, sigue aún sin quedar del todo claro a qué
se refiere con “términos materiales”. Las leyes o la violencia
pueden ser tan materiales como el dinero. El texto no profundiza
cómo es que se podía obtener ese “status”.
Los trabajos de Mariluz Urquijo sobre los gremios también llevan
la preocupación central sobre la ausencia de un desarrollo
“industrial” en un período que muestra signos de expansión
económica e intelectual.48 La respuesta principal que esboza el
autor es la ausencia en el Río de la Plata de una tradición
industrial como en Europa y una deficiencia en el nivel técnico. A
este resultado habría contribuido el monopolio, ya que habría
liberado a los industriales de la competencia con los países más
avanzados. Así, las Invasiones Inglesas abren un proceso de
pene-tración británica que culminará en la ruina de las industrias.
Las razón principal, para el autor, es la diferencia en el nivel
técnico. Sin embar-go, la situación en Europa, sumada a las
invasiones, trae una coyuntu-ra particular que Mariluz Urquijo
califica de “dumping involuntario”. Efectivamente, a la corriente
histórica del comercio inglés que traba-jaba al menudeo, se
agregaría luego de 1806 una serie de comercian-tes “improvisados”
que intentan buscar nuevos mercados, producto del bloqueo
continental napoleónico. Esta segunda corriente impulsa una
saturación del mercado y, por ende, un abaratamiento de las
mercan-cías. A excepción de la sombrerera y del calzado.
En cuanto a las características de los que denomina
“empresario”, se advierte que la mayoría son extranjeros, debido al
raquitismo de la industria local. En general, el emprendedor debía
reunir capital o inicia-tiva. Su función consistía en la
organización de un taller colectivo del que era propietario. Los
trabajadores de estos talleres podían despren-derse e instalar el
suyo propio, toda vez que hubieran reunido suficiente
47Johnson, Lyman: “The Silversmiths of Buenos Aires: A Case
Study in the Failure of Corporate Social Organization”, en Journal
of Latin American Studies, Vol. 8, No. 2, Nov., 1976.48Véase en
particular Mariluz Urquijo, José: La industria sombrerera porteña
1780-1835, Instituto de Investigaciones de la Historia del Derecho,
Buenos Aires, 2002.
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capital y experiencia.49 Los talleres podían ser individuales o
colectivos y no se utilizaban herramientas sofisticadas, para el
caso de la fabrica-ción de sombreros.
La pequeñez del mercado determinaba una escasa acumulación. Una
vez hecha ésta, la inversión parecía drenarse hacia las estancias.
Así, la manufactura se convertiría, más bien, en una actividad
transitoria y sus dueños no gozarían de la consideración que podían
ostentar los estan-cieros, comerciantes o sacerdotes.
La mano de obra se divide en esclava y libre. La primera ofrecía
mayor estabilidad. Sin embargo, el autor es de la opinión que la
mano de obra libre producía una mayor utilidad.50 En primer lugar,
porque la mano de obra esclava era poco calificada, ociosa e
indisciplinada. Por otra parte, porque en períodos en que la
producción disminuye el escla-vo se transforma en un gasto poco
redituable, en el mejor de los casos, o en una fuente de mayor
indisciplina, en el peor. En cambio, la mano de obra libre ofrece
una mejor preparación y disposición y se la puede despedir en
cuanto no se la necesite. Ciertamente, el trabajo libre tam-bién
muestra sus dificultades. En primer lugar, la inestabilidad. El
tra-bajador puede irse en busca de un mejor empleo, así como para
instalar su propia tienda, si ha ahorrado lo suficiente. Los
trabajadores de las manufacturas, según Urquijo, se utilizaban
también para la siembra y la cosecha.51 Esta serie de problemas le
daban una extrema fluidez a la mano de obra, lo que se convirtió en
un factor de retraso industrial. El pago, según el autor, era mayor
al de Europa. Por ejemplo, se cita una presentación de Varangot,
Legrand y Sarratea de 1815, en la cual mues-tran que en Francia un
trabajador gana 2 reales sin manutención y aquí gana 8, en las
mismas condiciones.52
Si bien Urquijo no analiza las relaciones sociales que permiten
el desarrollo de la actividad, su trabajo presenta un panorama más
com-pleto sobre los trabajadores urbanos no esclavos, aunque se
ciña al caso de la fabricación de sombreros. Vemos aquí una
combinación de trabajo esclavo con uno libre y una movilidad de
este último poco común en la producción artesanal. Cabe retener el
dato de la utilización de pro-ductores urbanos en faenas agrarias.
Muchos de los que en los censos aparecen en la ciudad como
“jornaleros” o “peones”, pueden constituir, en realidad, una
infantería ligera. Es decir, población sin empleo fijo y
49Idem, p. 110. 50Idem, p. 131.51Idem, p. 172.52Idem, p.
169.
sin medios de producción o vida suficientes para su
reproducción. Así oscilan entre diferentes ocupaciones, más o menos
estacionales, en las que se requiera mano de obra. Pueden alternar,
asimismo, el trabajo en la ciudad con el de la campaña. Pero
también, por lo que deja traslucir Urquijo, existen amplias
posibilidades de ascenso social en el término de la misma
generación. Por lo que la desposesión es aún relativa, toda vez que
el trabajador puede adquirir un saber y con pocos elementos puede
instalar una tienda. Claro que el tamaño del mercado, y
poste-riormente la competencia inglesa, podrían no permitir la
proliferación de estos casos.
El marxismo ha intentado abordar el problema a través del
historia-dor alemán Manfred Kossok.53 El planteo más general
corresponde a un contexto en la América colonial en el cual se
enfrentan dos impulsos excluyentes. En primer lugar, el peso de las
trabas feudales. En segundo, las influencias económicas exteriores.
Así en cada una de las regiones esta combinación dio un resultado
diferente. En cualquier caso, las arte-sanías tenían un peso menor
en la economía y en la sociedad criolla. Según estas coordenadas,
en América, la burguesía comercial manufac-turera sólo habría
tenido un atisbo de desarrollo en la región del Perú y en México,
sobre todo durante el siglo XVII, a partir de la disminución del
comercio con la metrópoli.
El trabajo otorga a los gremios un lugar intermedio en las
contradic-ciones sociales, enfrentado a peones, jornaleros y
esclavos, pero también a la aristocracia y a la alta burguesía
comercial. A los primeros, por-que intenta mantener la exclusividad
de la producción y la venta. A los segundos porque busca influir en
el poder político y evitar la introduc-ción de elementos
capitalistas contrarios a su organización productiva. Sobre esta
segunda cuestión, los gremios han pugnado por su incorpora-ción a
la escala de rangos jerárquicos. Así los gremios habrían elaborado
sus propias distinciones. Los zapateros, en cambio, habrían sido
vistos como portadores de “oficios bajos”. En cuanto al primer
punto, Kossok señala que los maestros gremiales tenían como
objetivo mantener a la población de castas como reservorio de mano
de obra, así como también limitar la competencia.
En general, se consigna aquí un retraso importante en las
manufac-turas rioplatenses, que presencian ciertos avances en la
segunda mitad del siglo XVIII. En su relevo de oficios y castas,
Kossok comprueba la
53Kossok, Manfred: El Virreinato del Río de la Plata,
Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
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preponderancia del elemento “español”, seguido por el
“mulato”.54 En cuanto a los oficios, se observa un predominio de
los zapateros, con 24