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Las aventuras andaluzas jamás contadas por los niños y niñas de Mariana

Jul 02, 2015

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ÍNDICE

Presentación 1

Prólogo 4

Capítulos

EN UNA TARDE DE VERANO 5

LA MAGIA DEL ANILLO EN LA CIUDAD DE LAS JOYAS 25

SOL, COMPROMISO Y ALEGRÍA: ALMERÍA 40

MAGIA EN LA TACITA DE PLATA 54

JAEN: HISTORIA Y VICTORIA 73

LA PROVINCIA ONUBENSE: UN LUGAR DE DESCUBRIMIENTOS 96

MÁLAGA: SOL Y BUENA VIDA. 112

UN VIAJE INESPERADO 132

DE VUELTA A CASA 162

FANTASÍA O REALIDAD 186

Participación 195

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PRESENTACIÓN

Este libro surgió como consecuencia de un proyecto para la mejora de la calidad educativa llevado a cabo por el profesorado del CEIP María Ana de la Calle.

Se pretendía integrar en él todos los proyectos que se llevan a cabo: Escuela de Paz, Plan de Lectura y Biblioteca, Plan de Igualdad, Escuela TIC 2.0,… con el objetivo final de mejorar la expresión escrita de nuestro alumnado, desde una perspectiva metodológica innovadora.

Se pensó en darle un papel protagonista al alumnado en su aprendizaje, y que de una forma colaborativa y cooperativa todos los alumnos y alumnas del centro elaborasen un libro de aventuras. Mediante el cual además de desarrollar su competencia lingüística, profundizase en el conocimiento de su propia comunidad autónoma.

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Las aventuras de los personajes transcurren por las distintas provincias de Andalucía. Cada grupo ha centrado sus esfuerzos en el conocimiento de una provincia, compartiendo su labor y aprendizajes con el resto de grupos. A su vez éstos enriquecieron este producto trabajando sobre él, aportando sus propios conocimientos y desarrollando nuevas capacidades de una forma integradora.

Así mediante esta actividad común para todo el centro, se ha integrado el desarrollo de las siguientes competencias básicas de nuestro alumnado:

o Conocimiento e interacción con el medio físico. Mediante la investigación sobre el territorio de la Comunidad Autónoma Andaluza, su geografía, historia, sus personajes y monumentos relevantes... desarrollando conocimientos sobre la comunidad.

o Tratamiento de la información y competencia digital, no sólo para la búsqueda crítica y selección de información, sino como herramienta para la realización en sí de los relatos y el libro.

o Competencia social y ciudadana. Desarrollando habilidades fundamentales como el diálogo, el debate, respeto a las ideas de los demás, discusión para llegar a un consenso en la toma de decisiones... Además de habilidades de trabajo colaborativo y cooperativo, pues es una actividad colectiva, no sólo intra-clase sino inter-clases.

o Competencia cultural y artística. Entre los personajes de la historia aparecen artistas relevantes de la comunidad andaluza, sobre los que han investigado. Siendo además objeto de estudio el patrimonio histórico y cultural, para ofrecer un marco contextual a las aventuras.

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o Competencia en comunicación lingüística. Se desarrollan las cuatro destrezas comunicativas básicas: la comprensión oral de relatos, la expresión oral de ideas, exposición y defensa de las mismas, debatir, argumentar… El desarrollo de la comprensión escrita y la capacidad de selección de información relevante durante la fase de investigación de la actividad. Y finalmente la capacidad de expresión escrita con la realización de estos fantásticos relatos.

o Competencia para aprender a aprender. Dotando al alumnado, mediante estas prácticas, de estrategias instrumentales, fundamentales para el aprendizaje constante a lo largo de la vida.

Así, con este planteamiento globalizador, a través de una metodología activa, y empleando la creatividad y la motivación como estrategias para la integración de todas estas competencias, es como se ha desarrollado este proyecto, cuyo producto esperamos que disfruten a continuación.

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PRÓLOGO

Os presentamos aquí las aventuras fantásticas de unos muchachos y muchachas del CEIP María Ana de la Calle, en El Coronil. A lo largo de este libro descubrirán interesantes lugares, acontecimientos y personajes de esta bella tierra que es la nuestra, Andalucía.

Ha sido una gran aventura para todos. Para todo el alumnado de “María Ana”, que ha creado esta historia, y para su profesorado, que también se ha aventurado en ella. Participando todos en este viaje con una gran ilusión.

Bien es sabido que la experimentación de una aventura es estimulante y beneficiosa, aunque también hay riesgos. La aventura nos hace más conscientes de nuestras propias capacidades y carencias.

Lo que caracteriza a una aventura es la novedad, ha sido una novedad porque todos, tanto el alumnado como el profesorado se han enfrentado a una tarea nueva, escribir un libro entre todos. También es un descubrimiento, en este caso de una comunidad autónoma, rica en historia, costumbres, gentes, arte… ¿quién no ha descubierto algo nuevo en esta aventura? También la aventura se caracteriza por ser algo arriesgado, es incierta, nadie sabía cómo iba a terminar este viaje cuando lo planeamos, ni el alumnado, ni el profesorado.

Pero lo que sí podemos asegurar es que para todos ha sido enriquecedor e ilusionante en todos los sentidos.

El resultado aquí lo podréis valorar, os invitamos a vivir estas “Aventuras jamás contadas de los niños y las niñas de María Ana”.

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CAPITULO I

EN UNA TARDE DE VERANO…

Una tarde de verano del año 2010, en la piscina municipal de El Coronil se celebraba una Gymkana para todos los niños del pueblo. Entre todos ellos se encontraban, un grupo formado por: Celia, Joselito, Yumara y Ernesto.

Celia, era una chica de 11 años que cursaba 6º de primaria, era de estatura media y un poco obesa, de carácter fuerte, muy cabezona, nunca daba su brazo a torcer y muy caprichosa ya que era hija única y estaba muy mimada por sus padres y abuelos.

Ernesto, tenía 9 años, estaba en 4º de primaria, era bajito y de composición fuerte, el pelo moreno y corto, ojos azules, nariz y labios finos. Era un niño de carácter agradable, alegre y un poco tímido, que intentaba pasar desapercibido aunque siempre que había un problema intentaba dar una solución. En el dedo índice de su mano

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derecha llevaba un anillo de oro, evitaba siempre hablar de sobre él, lo que le hacía ser un poco misterioso.

Joselito, tenía 11 años era alto y muy delgado. Era un chico muy moreno de piel, con ojos claros, destacando en su físico su nariz chata y su boca pequeña. No era un buen estudiante, siendo muy travieso y nervioso. Le encantaba escuchar y bailar Rap, siempre iba con ropa deportiva y con su gorra.

Yumara, era una chica marroquí de 8 años que había llegado al pueblo en el 2005. Estaba en 3º de primaria, era alta y delgada, de piel morena, siempre iba con su pelo moreno y rizado recogido con dos trenzas. Tenía unos ojos preciosos de color miel, grande y vivarachos con pestañas muy alargadas, con una nariz chata y labios carnosos con dientes blancos como perlas.

Era muy simpática, amiga de todos, bastante nerviosa, solidaria y trabajadora. Sus mayores aficiones eran el atletismo, el tenis y la lectura. Le encantaba leer libros de aventuras.

Joselito, un poco enfadado dijo: “Vaya grupo me ha

tocado, encima dos niñas y una de ellas marroquí. Así es imposible que gane esta Gymkana”.

Yumara muy enfadada le contestó: Recuerda lo que hemos aprendido en nuestro cole: “Todos somos iguales”, somos un equipo donde no existe ni raza ni sexo, si todos ponemos lo mejor de cada uno podremos conseguir nuestros objetivos.

Joselito avergonzado de su comentario respondió: Tienes razón todos somos Iguales, a partir de ahora seremos un equipo donde todos iremos a una.

―Ya que somos un equipo, ¿Por qué no nos inventamos un grito de guerra? ―preguntó Celia.

Ernesto contestó: Muy buena idea, podríamos hacer el

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grito al principio de cada prueba. Joselito un poco emocionado exclamo: ¡Hoy mi amiga

Yumara, me ha recordado una lección! Luego propongo que gritemos: “Todos somos iguales”, así estaremos más unidos.

Los demás respondieron: ¡Muy buena idea!, ¡Ya tenemos grito de guerra!

Se acercaba el inicio de la Gymkana, los nervios se

apoderaron de todos los participantes. El monitor encargado de dar la salida, explicó la primera prueba: “Cuando pite, un miembro de cada equipo tendrá que cruzarse la piscina a lo ancho y encontrar en el fondo una de las tarjetas que os indicarán unas series de pistas que os llevará al lugar donde se encuentra la siguiente pista”.

Los componentes del grupo hicieron un sorteo para

ver quien nadaba, el azar quiso que la “afortunada” fuera Celia. Ella asustada dijo: ¡Yo no me mojo la cabeza, mejor que lo haga uno de vosotros! Además soy muy lenta nadando y seguro que llego la última.

Ernesto respondió: Recuerda nuestro grito de guerra, no seas tan negativa contigo misma, ¡seguro que lo haces muy bien! Además nosotros estaremos dándote fuerza desde la valla. ¡Ánimo Celia! ¡Tú puedes!

―Gracias compañeros por vuestro apoyo, ahora estoy muy motivada y sé que puedo hacerlo bien ―agradeció Celia.

Justo antes que el monitor diera la salida, Celia se

colocó en posición. ―¡Preparados, listos...! ¡YA! ―. El monitor pitó y los

concursantes saltaron al agua. Celia pensativa y un poco distraída saltó al agua una de

las últimas, sus compañeros no paraban de animarla. ―¡Vamoooss, Celiaaaa tu puedes! ―gritaban todos a la

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vez. Estos gritos le dieron más fuerza a Celia y comenzó a remontar, se cruzó la piscina, cogió un poco de aire y se sumergió rápidamente hacia el fondo, allí encontró una tarjeta y se la dio a sus compañeros.

Yumara se apresuró a recoger la tarjeta y comenzó a

leérsela a sus compañeros: “Muchos libros hay donde tenéis que ir y una gran pista podréis conseguir”.

Joselito muy rápido exclamó: ¡Es muy fácil, seguro que es en la Biblioteca!

―¡Claro que sí! ― dijeron sus compañeros. Todos juntos salieron corriendo, dirección a la

biblioteca municipal, situada en la Casa la Cultura. Una vez allí, se encontraron con la bibliotecaria y le preguntaron: ¿Qué tenemos que hacer? ¿Dónde está la siguiente pista? La bibliotecaria respondió: “En algunos de los libros que trata sobre la Historia de El Coronil encontraréis la siguiente pista, ¡Ánimo chicos!”.

Ernesto dijo: Vamos equipo, no hay tiempo que perder. Lo encontraremos seguro, gritó Celia.

Los chicos empezaron a buscar libros de El Coronil,

cuando de pronto a Yumara le llamó la atención un libro con los cantos dorados situado en un rincón detrás de varias cajas. ―¡Mirad este libro, parece muy viejo verdad! Estaba aquí escondido―. Ernesto dijo: No perdamos tiempo, sigamos buscando.

―Parece bastante misterioso― dijo Celia ―¿y si lo abrimos? ―. Joselito muy nervioso contestó: “vamos abrirlo”. Ernesto resignado dijo: “vale vamos a abrirlo, pero ¿cómo se titula?” Yumara contestó: “No sé, tiene bastante polvo, vamos a limpiarlo y veremos de qué va”.

Joselito cogió un trapo situado en una estantería y

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comenzó a quitar el polvo de la portada del libro. “Las grandes historias vivas de El Coronil” dijo Celia

muy sorprendida. Los miembros del grupo se miraron unos a otros y durante unos segundos reinó el silencio. Yumara muy confiada dijo: Vamos a abrirlo a lo mejor nos encontramos la siguiente pista en este libro tan misterioso.

Ernesto cogió el libro, y lo abrió, el ambiente se fue distorsionando.

―¿Qué está pasando? ¡Tengo miedo!, ! Cierra el libro!― dijo Joselito.

Celia, contestó: No pasa nada, pasemos de página. Ernesto le hizo caso a Celia, pasó de página y algo extraño ocurrió: salió del libro un gran tornado de aire que absorbió a los cuatro amigos.

De repente se encontraron en un pueblo con pocas

casas y Ernesto seguía con el libro en la mano. Muy sorprendidos y a la vez asustados, dijeron: ¿Dónde estamos? Empezaron a caminar por el poblado y vieron a lo lejos un hombre que poco a poco se acercaba al grupo.

Yumara dijo: Buenas tarde, ¿quién eres? ¿Dónde estamos? ¿Nos puede ayudar?

El hombre contestó: Soy Ruy Pérez de Esquivel, estamos en el año 1381 y me he traído quince vecinos libres de impuestos para poblar un nuevo pueblo, le llamaré: El Coronil.

―Imposible, no puede ser, estamos en el año 2010 y nuestro pueblo es El Coronil y no se parece en nada a este poblado ―dijo Ernesto. Celia asustada, le preguntó: ¿Por favor, me puedes dejar tu móvil, para llamar a mi mamá?

―¿Móvil? ¿Qué es eso?― Yumara le explicó: Es un aparato que utilizamos para comunicarnos con las personas.

Ruy Pérez Esquivel soltó una carcajada.

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―Os vuelvo a repetir chicos estamos en el año 1381, os puedo ofrecer pan y un techo para que paséis la noche.

Viendo que no tenían otra salida, aceptaron el

ofrecimiento. Los chicos llegaron a la casa. ―¡Estoy hambrienta! ― dijo Celia. Pasados unos minutos un hombre y una mujer le llevaron a los chicos la cena: 4 barras de pan y un cántaro lleno de agua.

―¿Y la comida cuando viene? ― preguntó Joselito. ―La comida es ésta― dijo la mujer.

―¿Ésta?― dijeron al unísono. ―¡Quién cogiera las lentejas que me dejé este mediodía en el plato!― dijo Joselito.

Al principio no querían comer, porque no estaban acostumbrados a comer sólo pan, pero mientras avanzaba la noche las tripas les sonaban cada vez más, al final se lo tuvieron que comer, les supo a gloria. Una vez hubieron cenado, el sueño les rindió y estuvieron descansando hasta el amanecer, cuando despertaron con el canto de un gallo.

Después de pensar y pensar, Yumara dijo: ¡Tengo una idea! Si cuando abrimos el libro nos transportó aquí…, si lo volvemos abrir a lo mejor nos lleva a nuestra época. Joselito asustado replicó: Y ¿si lo abrimos y nos transportan a la Prehistoria? No me quiero imaginar vivir en una cueva y tener que ir a cazar para comer.

―Sólo espero que nos transporten a nuestro pueblo y si no al futuro donde haya muchas tiendas y ropas de última moda― continuó diciendo Celia.

Yumara volvió a hablar: Chicos vamos a dejarnos de tonterías y vamos a abrir el libro, para ver lo que pasa. ¿Estamos de acuerdo?

―De acuerdo― contestó el grupo. Todos unidos se agarraron de las manos y con un poco de miedo contaron hasta tres y abrieron el libro. Todos juntos gritaron: “Una,

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dos y... tres”. De nuevo al abrir el libro, el grupo volvió a ser

absorbido por un tornado de aire y aparecieron en un palacete.

―¿Dónde estamos?―preguntó Ernesto. ―No tengo ni idea pero me suena bastante este edificio

―respondió Celia― Vayamos a dar una vuelta a ver si encontramos a alguien que nos pueda ayudar.

Pasados unos minutos se encontraron con una pareja que parecía que iban disfrazados de traje de época. Joselito les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿Dónde estamos?

La mujer con una sonrisa en la boca contestó: Soy Maria Ana de la Calle y él es mi marido D. Diego Quebrado.

―¿María Ana de la Calle?, así se llama nuestro cole― dijo Ernesto.

―¿Vuestro colegio? ―dijo sorprendida― Si aquí en El Coronil no hay ningún colegio.

―¿Pero en qué año estamos? ―preguntó Yumara. ―Estamos en el 1768―contestó. ―Oh no, no me lo puedo creer ―dijo Joselito― hemos

avanzado 300 años pero seguimos muy lejos del año 2010. ―¡Este lugar me suena bastante!― volvió a repetir

Celia. ― Claro, ya sé, estamos en la Casa de la Cultura― dijo

Ernesto cuando reconoció el edificio. Maria Ana de la Calle y Diego Quebrado se echaron a

reír y le comentaron que estaban en su palacete, que había sido construido en el 1714 tras su boda.

―Habéis dicho anteriormente que vuestro colegio se llama Maria Ana de la Calle ―expresó María Ana― ¿Sabéis por qué?

Según nos han comentado nuestros maestros, en el año 1771 donaréis vuestro palacete para formar la primera escuela pública en nuestra localidad y en agradecimiento a

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partir de ahí llevará su nombre nuestro cole ―explicó Ernesto.

―Podéis llevar razón chicos, ya he comentado con mi mujer un par de veces que al no tener hijos, el día de mi muerte, donemos nuestros bienes a todos los hijos coronileños para que puedan aprender a leer y escribir ―dijo Diego Quebrado.

―Me siento muy orgullosa de que vuestro cole lleve mi nombre― dijo María Ana muy emocionada, al conocer que los planes que tenía en mente con su marido iban a llegar a buen puerto, y que gracias a esa donación se formarían muchos coronileños a partir del año 1771.

Don Diego Quebrado se quedó un poco pensativo y comentó un poco preocupado ―Chicos si todo lo que comentáis es verdad… ¿me quedan tres años de vida?

―Lamentablemente creo que si ―dijo Joselito― aunque la vida es algo maravillosa que todos los días nos trae sorpresas, de hecho nosotros ayer estábamos muy tranquilos en nuestra piscina municipal jugando y de repente mira donde hemos aparecido, gracias a este libro mágico. ―¿Un libro mágico?― preguntó extrañada María Ana.

—Sí ―contestó Celia― un libro mágico, que nos está transportando en el tiempo y gracias a él estamos conociendo personajes históricos de El Coronil.

—¿Nos podríais dejar el libro, para transportarnos al año 2010 y así ver como es el colegio que lleva el nombre de mi mujer? ―dijo Diego Quebrado.

—Vale, os lo dejamos, pero traérnoslo de vuelta ―concedió Joselito― Queremos volver a nuestra época y sólo lo podemos hacer a través del libro.

María Ana y Diego cogieron el libro entusiasmados, empezaron a pasar páginas, pero allí no pasaba absolutamente nada.

Los chicos se miraron unos a otros y dijeron: ¡Oh no,

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no puede ser! No nos podemos quedar en esta época. Ahora… ¿cómo volvemos? ―¡No volveré a ver a mi perrita Lulú! ―se lamentó tristemente Celia.

María Ana y Diego les comentaron a los chicos que ya que no han podido ver cómo es el colegio en el año 2010, si ellos les podían contar cómo era. Por supuesto ―dijo Ernesto― Es un colegio grande de dos plantas, con amplias clases, un gimnasio donde los niños realizan Educación Física, dos patios enormes, uno para los niños de Primaria y otros para los más pequeños. Una gran biblioteca donde hay muchos libros, que podemos llevárnoslos a nuestra casa gracias a un carné que tenemos. En él estudiamos más de 460 niños y nos dan clase alrededor de 30 maestros. También hay un gran salón, al que llamamos S.U.M, donde realizamos teatros, vemos películas y se realizan exposiciones como por ejemplo, la Feria del Libro.

María Ana y Diego muy emocionados, dijeron: ¡Que colegio tan bueno tenéis! Os damos la enhorabuena.

―Nosotros os damos las gracias a ustedes, ya que sin vuestra donación esto no hubiera sido posible― comentaron los cuatro chicos muy agradecidos.

Joselito asustado, le rogó a María Ana que le devolviera el libro, para comprobar si el libro había dejado de ser mágico. De lo nerviosos que estaban, solo de pensar que se podían quedar en aquella época, a Joselito se le resbaló de sus manos el libro, éste al chocar contra el suelo se abrió pasando varias páginas. Los chicos se pusieron muy nerviosos y acudieron rápidamente a ver qué sucedía, se agacharon para recoger el libro y de pronto volvió a salir de nuevo un tornado de aire que fue absorbiendo a los chicos uno a uno.

Los chicos aparecieron junto a la iglesia del pueblo.

Ésta es la iglesia de nuestro pueblo― dijo Ernesto― Chicos os

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acordáis lo que explicó el maestro, estas casas y estas estructuras parecen del principio del siglo XX, luego creo que hemos avanzado en el tiempo, pero seguimos a un siglo del 2010.

―Para asegurarnos demos una vuelta y preguntemos a alguien en qué año estamos― dijo Joselito. Los cuatro compañeros empezaron a andar por las calles del pueblo y a lo lejos se acercaba un hombre con una bata blanca y una mascarilla. Yumara se asustó al ver que ese hombre con la mascarilla se acercaba a ellos. El hombre notó el miedo de los chicos y dijo: No os preocupéis chicos, sólo vengo a ayudaros, no podéis permanecer en la calle, los habitantes de este pueblo están siendo azotados por una epidemia. Está provocando grandes fiebres mortales, luego os aconsejo que os vayáis a vuestra casa.

¿A nuestra casa? ―preguntó Joselito― No sabemos dónde está, vivimos en El Coronil pero del año 2010, ¿en qué año estamos?

El hombre un poco extrañado contestó: ¿El 2010?, si faltan 100 años para llegar al 2010, eso es imposible. Dejaros de historias fantásticas y venid conmigo a mi consulta.

―¿A tu consulta? ¿Pero quién eres?― preguntó Yumara.

Mi nombre es Salvador Escassis y soy doctor en el pueblo ―contestó― venid conmigo y os refugiaré en mi casa, allí os haré un chequeo para ver si estáis contagiados.

De camino a casa del doctor, Celia y Joselito se empezaron a encontrar muy mal, no tenían apenas fuerza. Salvador Escassis cogió en brazos a Celia. Ernesto y Yumara ayudaron a coger a Joselito.

Cuando llegaron a la consulta, les puso un termómetro a cada chico ―¡Oh noooo!¡ La fiebre está muy alta!― exclamó el doctor― Os voy a tener que vacunar ―dijo― Mientras

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ustedes poneros estas mascarillas―dijo el doctor dirigiéndose a Yumara y Ernesto.

Celia y Joselito muy asustados preguntaron: ¿No moriremos, no?

―Tranquilos chicos, estoy aquí para ayudaros, con esta vacuna he salvado muchas vidas en este pueblo y seguro que todo sale bien― les tranquilizó el doctor.

Celia y Joselito un poco más tranquilos respondieron: Muchas gracias doctor.

Al cabo de unas horas tanto Joselito como Celia estaban mejor, aunque seguían con fiebre. Esta noche os quedaréis aquí para guardar cama y ya mañana hablaremos de vuestra historia, ahora lo importante es vuestra salud ―les dijo―. El doctor ofreció a los chicos una sopa caliente antes de ir a dormir.

Los chicos descansaron muy a gusto y una vez despiertos fueron a desayunar con el doctor. Allí mantuvieron la siguiente conversación:

―Buenos días― le dijo el doctor a los chicos. ―Buenos días doctor― contestaron los chicos. ―¿Qué os apetece de desayunar? ―Un bollycao― dijo Joselito muy emocionado. ―¿Un bollycao? ¿Qué es eso? ― preguntó extrañado el

doctor. ―Es un dulce relleno de chocolate— aclaró Joselito. ―Recordad chicos que estamos en el año 1910, no es

vuestra época, y ese dulce aquí no existe, de todas formas os recuerdo que los dulces no son saludables. El desayuno que os voy a ofrecer es mejor, una tostada con aceite de oliva acompañada con un buen vaso de leche.

―Vale, de acuerdo, lo que sea— comentó Celia― con el hambre que tengo, me comería una vaca.

Sus compañeros y el doctor al escuchar el comentario

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de Celia, soltaron una gran carcajada. El doctor y los chicos comenzaron a desayunar y el doctor pregunto: ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?

―Gracias a este libro que tengo en mis manos― dijo Ernesto.

―¿Ese libro? ¿Dónde lo habéis conseguido? ¿Es mágico? ―preguntó el doctor.

―Es un libro que estaba en un rincón de la biblioteca y sí, es mágico, porque gracias a él hemos conocido al fundador de nuestro pueblo, Ruy Pérez Esquivel, y a las personas responsables de que hoy en día tengamos colegio: María Ana de la Calle y Diego Quebrado. Hasta que nos ha traído hasta aquí, con usted ―dijo Yumara.

Ah! Parece interesante y ¿por qué os ha traído hasta mí? ― preguntó el doctor.

Porque usted está haciendo una gran labor en nuestro pueblo, está curando a muchas personas enfermas y salvándolo de una de las epidemias más peligrosas que ha vivido nuestro pueblo― contestó Celia.

¿Sabe una cosa doctor? Su nombre me suena― dijo Joselito.

―Claro, es el nombre de la calle donde yo vivo― le recordó Ernesto.

―¿La calle donde tú vives? ― preguntó sorprendido el doctor.

—Sí ―respondió Yumara― Leí que en agradecimiento a la gran labor que hizo usted en el pueblo, se le puso su nombre a una de las calles. Es una de las calles más grande de nuestro pueblo, con aceras anchas con naranjos a ambos lados, en ella se encuentra actualmente la O.F.E, (que es la Oficina de Fomento al Empleo). Hace 25 años ese edificio era el Ayuntamiento de nuestro pueblo.

―Increíble, ahora mismo me siento muy emocionado y a la vez orgulloso, de que en un futuro una de las calles de mi

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pueblo lleve mi nombre ―comentó el doctor con emoción. Los chicos estuvieron varios minutos conversando con

el doctor hasta que decidieron volver a abrir el libro, pues ya deseaban volver a su época. Joselito muy decidido cogió el libro y pasó de página. De repente, salió una ráfaga de aire que llevó a los niños a una azotea desde donde se podía ver casi todo el pueblo.

―¿Pero dónde estamos ahora? ―preguntó Yumara― Parece que no hemos avanzado en el tiempo.

―Parece que estamos en una casa grande y lujosa, mira que jardín tan grande y con una piscina ―dijo emocionado Ernesto.

Bajaron a la segunda planta de la casa y se quedaron asombrados con los muebles tan lujosos que había en la casa, siguieron andando por la casa y en una habitación sentado junto a una mesa se encontraron a una mujer y un hombre.

¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí?― dijo la mujer

asustada. Tranquila señora somos cuatro niños de El Coronil,

que no sabemos en qué año estamos ni en el lugar que nos encontramos― aclaró Joselito.

¿Cómo? ¿no sabéis si estáis en El Coronil? ―dijo el hombre.

Pues no se parece mucho a nuestro pueblo, está más viejo, ¿en qué año estamos? ― preguntó Celia. Estamos en 1915― le contestó.

Sólo hemos avanzado cinco años, a este paso nunca llegaremos al 2010―dijo un poco resignada Yumara.

¿Cómo se llama? ― preguntó Joselito impaciente. Mi nombre es Magdalena, y él es Marcelo Cerruti―

contestó. ¿Qué casa más lujosa? ¿Cómo podéis tener esta casa?

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― volvió a preguntar Joselito. ―Esta casa la tengo gracias al dinero que me manda mi

padre desde Francia, él es un rico comerciante y navegante llamado Wenceslao de Luis ―contestó Magdalena.

Yumara se quedó pensativa durante unos instantes y susurró a sus compañeros: Chicos ya sé con quién estamos hablando, ella es “La Marcela”.

No podemos contar todo lo que sabemos de ella, ya que tiene un final muy trágico― dijo Yumara.

¡Recordad el trabajo de investigación que hicimos sobre ella en el cole! ― dijo Ernesto a sus amigos.

Es verdad― dijo Celia ― A parte de morirse su hijo ahogado en la piscina, sobre 1936, “La Marcela” se suicida porque el padre dejó de mandarle dinero y se arruinó.

¿Luego, qué hacemos?- preguntó Yumara. ¿Qué os pasa chicos? ¿Qué tramáis? ― preguntó

inquieta “La Marcela”. Nada, nada―respondió rápidamente Ernesto―

Hemos llegado hasta aquí a través de este libro mágico. Sí, vivimos en el año 2010 y no podemos volver―

mintió Joselito. ¿El año 2010? Si falta mucho para entonces ―dijo

extrañada― ¿Un libro mágico? Sí, es un libro que nos transporta en el tiempo y

queremos volver, pero el libro parece que ha perdido su magia. ¿Conoces algún lugar mágico? ―preguntó Joselito a Magdalena.

Cuenta una leyenda que en un Castillo próximo al pueblo, llamado “Castillo de las Aguzaderas”, al anochecer aquel que encuentre una pequeña piedra brillante en una de sus torres, será transportado en el tiempo. Eso si chicos, la leyenda no dijo si puede transportarte en el pasado o en el futuro, y tampoco dijo nada del lugar— contestó Magdalena.

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Bueno, intentémoslo a ver lo que pasa. Mejor arriesgarnos a ve si tenemos suerte— dijo Ernesto.

Magdalena, ¿tiene algún medio de transporte para dejarnos?— preguntó Joselito

Id a mis establos, que ahí hay varios caballos, os puedo dejar dos —contestó, y les pregunta: —¿pero sabéis montar a caballo?

Ernesto y Yumara, dijeron: Sí, dimos clases el verano pasado.

¿A caballo? Me da mucho miedo montar a caballo. ¿Y si me caigo?— dijo Celia.

Tranquila, montaras conmigo y te aseguro que no te pasará nada— contestó Ernesto.

Chicos, pues… ¿a qué esperáis? Acompañadme hasta la cuadra, pondremos la montura y os ayudaré a subir en ellos— les dijo.

Los chicos acompañaron a Magdalena hasta la cuadra,

allí se encontraban dos preciosos caballos. Un caballo marrón, con pelo recogido y negro, una cola muy larga, alto y doble, con piernas fuertes y musculosas. Y una yegua blanca con manchas marrones, con ojos y pelo claro, más joven y de menos estatura que el caballo marrón.

¿Cómo se llaman? ― preguntó Yumara. El caballo se llama Lucero y la yegua Romera—

contestó Magdalena. ¿En cuál prefieres montar?— le preguntó Ernesto a

Celia, que era la más miedosa. Prefiero a Romera que es más baja— contestó — así

si nos caemos la distancia será más corta ―dijo Celia bromeando.

Vale, venga, entonces nosotros montaremos en

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Lucero— dijo Yumara. —Os deseo mucha suerte —les dijo Magdalena— Si

encontráis la piedra y conseguís vuestro objetivo, dejad los caballos atados en la puerta del Castillo, mañana iré a recogerlo.

—Muchas gracias, Magdalena, por tu ayuda— se despidieron los chicos.

Ernesto y Celia, montados en Romera, fueron los primeros en salir, yendo detrás, montados en Lucero, Yumara y Joselito.

Tras varias horas de camino, por carriles cubiertos de piedras y arena, a lo lejos vieron un gran Castillo. Fueron galopando hacía él, con la ilusión de volver al año 2010. Llegaron al castillo, ataron a los caballos en la entrada y entraron por una gran puerta. Se encontraron con un gran patio, con un árbol ladeado y una escalera a mano izquierda que accede a la segunda planta.

Mirad, no ha cambiado casi nada, la semana pasada

estuve aquí con mis padres y la verdad, es que el Castillo sigue prácticamente igual— dijo Joselito.

―Empecemos la búsqueda, que falta poco para el anochecer —dijo Ernesto—. Vamos a dividirnos y si tenemos alguna noticia, nos avisamos mediante un silbido.

—Yo y Yumara, subiremos a la torre principal— dijo Joselito.

—De acuerdo, Ernesto y yo subiremos por la escalera que está a la izquierda de la puerta de entrada —continuó Celia— así accederemos a las demás torres.

— ¿Quién hizo este castillo tan bonito? — preguntó ella sorprendida.

—Fue construido por los árabes en el siglo XV— contestó Yumara.

—¿Por qué se construyó?— volvió a preguntar Celia

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muy interesada por el tema. —Se construyó para defender el manantial de agua de

la fuente de Las Aguzaderas —continuó su amiga—. Si subimos a la torre principal podemos divisar las cuatro torres más cercanas al castillo que son las de Cote, el Bollo, Lopera y del Águila. Cuando en alguna de estas torres veían acercarse a las tropas enemigas, avisaban al Castillo mediante reflejos de luz.

—¿Cómo sabes tú esa historia?— preguntó Joselito. —Porque me encanta leer y de los libros siempre se

aprenden cosas nuevas— respondió Yumara orgullosa. —Vale la historia me parece muy bien, pero recordad

que hemos venido a encontrar la piedra brillante que esperemos que nos transporte a El Coronil en el año 2010. Empecemos la búsqueda de una vez que ya es de noche —comentó Ernesto.

Yumara y Joselito empezaron a subir por una escalera oscura, con peldaños de piedra en mal estado y de forma irregular, lo que provocaba que la subida fuera lenta y tenían miedo a una posible caída.

Por la otra escalera del castillo, subían Celia y Ernesto, era una escalera en muy mal estado también, que llevaba a un camino muy estrecho. Iban más rápido que sus compañeros porque la luz de la luna los iluminaba. Llegaron a la primera torre, buscaron durante varios minutos y encontraban piedras, pero sin brillos.

Yumara y Joselito seguían avanzando poco a poco por

la escalera pero muy ilusionados por encontrar la piedra. Cuando iban subiendo los últimos escalones vieron una pequeña luz. Joselito muy entusiasmado le comentó a Yumara: “Esperemos que esa luz proceda de la piedra, me muero de ganas de volver a casa y ver a toda mi familia”.

Terminaron de subir la escalera y se acercaron a un

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pequeño cobertizo, allí se encontraron una piedra minúscula pero muy brillante. —¡Ya la tenemos! ¡Voy a cogerla!—dijo Joselito muy decidido.

—¡No! ¡No!, espera —dijo Yumara mientras sostenía a Joselito del brazo derecho— Vamos a avisar a Celia y a Ernesto, no vaya a ser que la piedra nos transporte solo a nosotros, mejor estar todos juntos.

Joselito emitió un silbido, pero no fue respondido por sus compañeros, así que decidieron silbar juntos, entre ambos silbidos se formó un ruido muy fuerte que llegó a los oídos de sus compañeros.

Ernesto y Celia respondieron de inmediato al silbido y comenzaron a bajar la escalera para dirigirse a la torre principal.

Subieron la escalera oscura por donde habían pasado Yumara y Joselito. Avanzaban cuidadosamente, pero un poco más rápido que sus compañeros, la ilusión de ver la piedra brillante y poder volver a casa los hizo más ágiles.

Por fin llegaron a la torre principal. De nuevo estaban

los cuatros juntos. —Ahora tenemos que decidir si quedarnos con el libro

mágico o con la piedra brillante— comentó Yumara. Joselito muy nervioso dijo: “Prefiero quedarme con la

piedra, porque el libro nos ha metido en esta historia y a lo mejor la piedra es la que nos saca de ella”.

Yumara respondió: “Prefiero quedarme con el libro, es verdad que él nos ha metido en esta historia pero cada vez que nos ha transportado en el tiempo hemos ido avanzando, recordad que conocimos a Ruy Pérez de Esquivel en el año 1381 y ya estamos en el año 1915”.

Celia, dijo: “Prefiero la piedra, nos ha costado mucho trabajo encontrarla y ya que la hemos encontrado vamos a utilizarla”.

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—Luego vamos dos a uno, tú decides— dijo Yumara dirigiéndose a Ernesto.

—Estoy con Celia nos hemos esforzado bastante en encontrar esta piedra, tengo el presentimiento que será nuestra solución— resolvió él.

—Pues decidido nos quedamos con la piedra brillante y… ¿con el libro que hacemos? ¿Nos lo llevamos con nosotros?— preguntó Joselito.

—Sí, no nos lo podemos dejar atrás— contestó Ernesto agarrando el libro.

Los cuatro chicos se miraron fijamente y se acercaron

a la piedra, se agacharon y la tocaron, pero para sorpresa de ellos pasaron varios minutos y seguían en la torre principal.

Celia un poco desanimada con lo ocurrido, comentó: “A lo mejor la piedra no funciona porque tenemos otro objeto mágico en nuestro poder. Probemos a tocar la piedra dejando el libro en el suelo. ¿Os parece bien?”.

—Sí, probemos a ver lo que pasa— respondieron sus compañeros.

Entonces Ernesto resignado dejo el libro en una

esquina de la torre y junto a Celia, Yumara y Joselito, volvieron junto a la piedra, esta vez no solo la tocaron sino que la cogieron.

De repente una gran luz deslumbró a los chicos, era una luz muy intensa, que alumbraba todo el castillo, esta luz empezó a atraer a los chicos, desapareciendo en unos segundos y apareciendo en...

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CAPITULO II

LA MAGIA DEL ANILLO EN LA CIUDAD DE LAS JOYAS

Era una tarde de verano del año 930, muy soleada

sobre la ladera de Sierra Morena. A lo lejos se veía la ciudad más bella del mundo. Había bellos jardines en amplios patios, fuentes acompañando el recorrido y grandes columnas terminadas en arcos en forma de herradura.

Un grupo de bellas jóvenes, con la cabeza cubierta con un pañuelo de seda, grandes collares y trajes largos se divertían hablando en el Salón de la Alberca de la ciudad.

De repente, se escucha un silbido ¡siiiisssssss! y aparece una chica de piel morena difuminada tras una espesa manta blanca de humo.

Todas las chicas se acercan a ver lo ocurrido. Una de ellas le pregunta:

—¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¡Cúbrete la cara o estarás en peligro!

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Yumara un poco asustada y mirando hacia todos los lados pregunta a su vez:

—¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? ¿Y mis amigos? Una de las chicas le contestó: Esto es Medina Azahara,

situada en Córdoba en la capital de Al- Ándalus y estamos en el año 930.

—¡Pero si la capital de Andalucía es Sevilla!—dijo sorprendida

—No, no... Córdoba es mucho más importante pues tiene más de un millón de habitantes, universidades, bibliotecas, palacios y multitud de edificios importantes, los que no tiene Sevilla —le dijo.

Otra de las chicas le respondió: “¿De qué amigos hablas?”

Yumara sorprendida contestó: “Son dos chicos llamados Ernesto y Joselito y una chica llamada Celia”.

—Pero ¿no ves que sólo estás tú con nosotras en el harem y no hay nadie más? ¡Qué nombres tan raros tienen tus amigos!— dijo la chica.

Yumara les cuenta a las chicas del harem su historia mientras le ofrecen una taza de té caliente y la escuchan boquiabiertas.

Se oye al fondo un ruido y una de las muchachas, le

grita: “¡Cuidado, tápate, que puede venir nuestro amo!”. —¿Amo? ¿Eso cómo es? Si nadie puede ser dueño de

nadie. Entonces una chica triste que se encontraba en el

rincón se acercó a Yumara y destapándose el velo le dijo: “Mira, pequeña, esto es lo que queda de mi hermosa cara. Mi amo y señor el califa Abderramán III, en un ataque de furia me la quemó”.

Yumara, asustada le contestó: “Yo tengo la solución mira, sé el teléfono de atención a la mujer ante los malos

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tratos es el 016, así que si cogéis un móvil y llamáis os sacarán de aquí”.

—Pero… ¿de qué estás hablando? No entendemos nada...

Yumara pensativa se dio cuenta de que acababa de decir una tontería.

Azahara, una de las chicas, la más bella de todas, y la preferida del califa se acercó muy prudentemente a la niña y agarrándola del brazo le dijo: “Ven te voy a enseñar lo cruel que es mi señor”.

Las dos chicas de forma sigilosa cruzaron una puerta con tres arcos y enmarcados en preciosos dibujos tallados, era la puerta del primer ministro. Continuaron caminando hasta llegar a una celosía desde la que podían divisar una gran sala con muchos arcos en forma de herradura, era el Salón Rico.

Al fondo Yumara pudo ver cómo un hombre de piel clara, ojos azules, bastante atractivo, bajo pero fuerte, señorial, majestuoso y ricamente vestido pero con una mirada aterradora y cruel, decía de forma elocuente: “Yo, Abderramán III, califa de Córdoba, como el gobernante más importante de la historia de la humanidad, y aquí delante de todos mis súbditos, ordeno la ejecución de mi hijo por traición”.

Yumara no podía creer lo que estaba viendo con sus propios ojos y le dijo a Azahara: “Esto que veo no puede ser, en mi libro de lengua leí que Abderramán te hizo feliz sembrándote almendros en esta Sierra que tenemos detrás para que no añoraras Sierra Nevada”.

Azahara con la mirada triste le contestó: “Eso sólo es una leyenda”.

Entonces las dos, muy tristes y con lágrimas en los

ojos se dirigieron al harem. Allí estaban las jóvenes

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jugando, lanzándose un trozo de lo que parecía ser una piedra dorada y muy brillante. En ese momento Yumara grita: “Nooooo, es mío, la vais a romper, ¡lo único que faltaba es tener que quedarme aquí!”

Entonces Azahara les quita la piedra a sus compañeras y se la devuelve.

—Toma tu piedra y vámonos, es hora de que busquemos la forma de salir de aquí, pues estás en peligro— le dijo poniéndosela en la mano.

Azahara, que conocía muy bien la ciudad de Córdoba la guió hacia un lugar donde seguramente no iba a encontrarse con Abderramán, hacia la mezquita, ya que aunque la había ampliado últimamente, no cumplía con sus deberes religiosos y el Cadí lo había censurado.

Así, Azahara cogió un siniestro libro bajo su traje y se lo dio y acompañó a Yumara en el caballo hacia la mezquita...

Mientras tanto en la misma ciudad, pero en distinta

época un señor de unos 30 años, con traje oscuro, camisa blanca y escaso pelo, pero de aspecto jovial, entraba por el único puente de acceso a la ciudad. Pasaba cerca de la Torre de la Calahorra, que había servido para defender a la ciudad en la época de los romanos. Llevaba consigo un grueso libro entre sus manos.

Cuando llegaba a la Torre escuchó un chapoteo en el agua y cambiando la mirada vio un joven que intentaba salir de ella, enfadado. Vio que en la cabeza llevaba algo extraño.

Aquel hombre se acercó y con voz firme le preguntó: “¡Oh! ¿Qué haces en el gran reino de Andalucía, de arenas nobles y ya que no doradas?”.

—Tío, ¿de qué me hablas? ¿Crees que me estoy dando un chapuzón, colega?— le dijo Joselito.

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—¿De dónde caminas, pequeño caballero con esa indumentaria y ese lenguaje tan extraño? —le pregunta el hombre— Yo, soy D. Luis de Góngora y Argote, del Siglo de Oro y barroco español, el mejor poeta, que hasta los pintores más famosos de Sevilla a retratarme se dignan, como mi buen amigo y consejero Velázquez —añade.

—¿Poeta? ¿Eso qué es? Si yo el único poeta que conozco es uno que está colgado en la pared de la calle de mi cole y creo que se llama “Poeta Miguel Benítez de Castro”—le dijo— ¿Y Siglo de Oro? ¿Y eso cuándo es? Si el siglo que conozco es el siglo XXI

—Lo siento caballero, no conozco a ese señor ni se de qué me hablas— se disculpa.

—Bueno tronco, dime en que año estoy que me las piro vampiro— le dijo.

—Estamos en el verano de 1591 y me dirijo a mi taberna preferida, aunque antes pasaré a ver una corrida en la explanada de la plaza de la corredera, para continuar mi camino hacia la mezquita catedral. Allí debo saldar cuentas con el obispo, así que si usted lo desea me acompaña y le doy una indumentaria seca — se ofrece.

Después de esta conversación se dio cuenta de que

había perdido a sus compañeros y que en una mano llevaba un trozo de una extraña piedra dorada y resquebrajada. Decidió guardarla debajo de la gorra y pensó que lo mejor sería acompañar a aquel señor con tan extraño nombre y tan rara forma de hablar para poder encontrar una salida.

—Espera, Góngora, que te acompaño— le dijo siguiéndole.

Joselito tras salir del río se dirigió hacia el caballero y en su lenguaje intentó explicarle lo que le había ocurrido. Góngora pensó que aquello era una falsa leyenda infantil.

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Los dos caminaron hacia una de las tabernas de la judería de Córdoba, un barrio lleno de callejuelas estrechas, con la intención poder cambiarse de ropa.

De camino a la taberna se escucha de pronto: “¡Agua

va...!” Y Góngora tira rápidamente del brazo de Joselito y lo empuja hacia la pared.

Joselito extrañado y ante aquel olor que le vino preguntó: “¿Es eso lo que pienso que es?”.

—Joven caballero, es la hora de limpiar nuestras alcobas y esta dama cristiana no conoce nuestra costumbre en Córdoba, y como viene de Madrid tira sus desechos a las callejuelas como allí suelen hacer.

—Mira, tío, cada vez entiendo esto menos, ¿es que no sabéis lo que es un váter? Le voy a tener que mandar a la patrulla verde para que le enseñe algo de lo que es tener que tirar cada cosa en su sitio. Mira después de tanta agua tengo ganas de hacer pis ¿Lo hago aquí mismo? —le pregunta.

—¡Nooooo! hay una cruz, y ahí no se puede hacer. —Mira, vamos a la taberna que me vas a volver loco. Entraron en la taberna con la intención de echar una

partida de cartas y hablar un rato con un grupo de amigos sobre la pasión de Góngora: “los toros”.

Al entrar se dio cuenta de que en un rincón estaban sus dos enemigos Lope de Vega y Quevedo, que al parecer también al igual que él estaban de viaje por su ciudad.

Se oye al fondo: “Caballero, ¿qué le pongo sobre la

tapa?” —¿Sobre la tapa o de tapa?— pregunta Joselito

extrañado.

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—Joven, “sobre la tapa”, ese tabernero lo que intenta es ponerme algo sobre mi copa para que el papel que hace que no entre el polvo no se mueva— le explica.

Tras saciar su apetito se van hacia la mezquita y pasan

delante de la Sinagoga Judía, que tras ser expulsados los judíos de la ciudad, ahora estaba siendo utilizada como hospital.

—Bueno joven caballero, si quieres entra conmigo a la antigua mezquita. Tengo que solucionar un problema antes de irme a Salamanca.

—¡Quillo! Vas de problema en problema. ¿Qué problema tienes con esta gente?

—Antes de marcharme a mis estudios y siendo un joven muchacho faltaba a mis obligaciones eclesiásticas, y creo que es hora de solucionar esta situación.

Joselito decide acompañar a Góngora y en un rincón

vio otro trozo polvoriento de un objeto similar al que él había guardado en la gorra y mientras Góngora le pedía ayuda para agarrar el libro que portaba...

¡Plass... plass...! Se encienden unos focos, grandes

ráfagas de flases iluminan la sala... Una señora corta una cinta con la bandera de Andalucía y se escucha: “Aquí Televisión El Coronil, conectamos en directo desde Córdoba: Excelentísima alcaldesa de Córdoba ¿Es para usted un honor inaugurar esta exposición de cuadros de tan importante pintor?”

—Es para mi un honor estar aquí, en salón de los mosaicos del Alcázar de los Reyes Cristianos viendo los cuadros de Julio Romero de Torres y haber contribuido a reunirlos en este maravilloso lugar.

—¿Qué cuadro le gusta más?— continúa la reportera.

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—La verdad, todos, pero hay uno que me sorprendió cuando lo vi y me sentí muy atraída por él, “La chiquita piconera”, por representar a la típica mujer morena cordobesa— continúa la alcaldesa.

Mientras hablaban, el periodista y Rosa Aguilar delante del cuadro, ven cómo mágicamente de entre las piernas de la piconera y de la copa de carbón aparecía una niña que intentaba esconderse entre toda la multitud que allí se encontraba.

Celia se muestra intranquila por ver tanta gente, pero a la vez feliz por ver a personas conocidas, gente de la tele, periodistas de “Tele Coronil”... Pero cuando busca a sus amigos para compartir su alegría descubre que... ¡No hay nadie...!

Rosa Aguilar se acerca a la niña y le pregunta: ¿Quién

te ha invitado a esta inauguración? ¿De dónde has salido? ¿No tendrías que estar en el colegio?

—No, me dieron las vacaciones hace varios días. Tú eres Rosa Aguilar, ¿verdad? —pregunta Celia y continúa: —La ministra de Medio Ambiente.

—¿Pero qué dices? Soy la alcaldesa de Córdoba— le contesta.

—Vaya rollo, el lío continúa...— se le escapa en alto a Celia y piensa: “ésta no sabe ni papa de lo que le estoy diciendo”.

Rosa agachándose dijo: “Toma esto, creo que se te ha caído a ti”. Celia tras cogerlo vio que era un fragmento de aquella piedra dorada que casi ya no recordaba.

La alcaldesa viendo la confusión de la niña trata de

calmarla y llevándosela a solas por los jardines del Alcázar. Habla con ella y le aclara dónde se encuentra. Celia le

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cuenta su historia y por qué esta allí. Rosa le sigue la corriente pensando que es una travesura infantil.

Rosa acompaña a Celia hacia la puerta con la

intención de llamar al 112 después de visitar los patios e inaugurar otra exposición de joyas que hay en la mezquita catedral y al pasar por la entrada Celia pregunta: “¿Quiénes son esos tres señores? Se parecen a los que vi en la catedral de Granada en una excursión con mi cole”.

—Son Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, conocidos como los Reyes Católicos y el otro personaje es Cristóbal Colón— le explica.

—Sí, a éste lo conozco por la canción del huevo pero… ¿Y qué hacen aquí?— pregunta la niña.

—Pues el Alcázar fue residencia real de los Reyes Católicos y aquí fue recibido Cristóbal Colón en la preparación de su viaje a las Américas— le dijo la alcaldesa.

Celia acompaña a Rosa en su visita oficial por los

patios cordobeses en su camino hacia la mezquita. —Esas flores que hay ahí colgadas son igualitas que

las de mi abuela— le dijo alegre por ver algo conocido. —Son gitanillas y claveles, adornan las calles de

Córdoba todos los meses de Mayo mientras celebramos Las Cruces de Mayo— continúa explicándole.

—¡Qué olor me está viniendo! ¡Qué hambre tengo!— dijo Celia

—En este patio los vecinos nos invitarán a salmorejo con flamenquín cordobés y algo de ajoblanco... vamos

Toda la comitiva junto con Celia siguieron visitando la

ciudad y al pasar por la Plaza de los Capuchinos, de pronto Celia grita: “¡Mira...! ¡Esa imagen la vi el otro día con mi abuela en Cine de Barrio!”

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—Sí, esa imagen es el Cristo de los Faroles y ha sido utilizada en el cine. Aparece en una película de Antonio Molina que será la que tú has visto— le explica Rosa.

Después de un rato caminando y soportando un

sofocante calor llegan todos a la mezquita donde una multitud de periodistas vuelven a entrevistar a la alcaldesa.

Celia, mientras tanto, se da una vuelta por la

exposición de joyas y a un lado, en un rincón vio dos trozos de piedra polvorientos de forma similar a la suya...

—¡Goooool! ¡Gooool! — Todo el mundo grita. Se

escucha de fondo una radio: “Pepe Díaz acaba de marcar el gol de la historia haciendo que el Córdoba CF ascienda a primera división”.

Mientras, un

niño sentado en el palco intenta pasar desapercibido y ojea con los ojos como platos, un periódico que tenía entre sus manos:

“No puede ser...

no me lo creo... dónde estoy. Este diario tiene como fecha 22 de Abril de 2016”.

Al lado lo

observaba un

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hombre de unos 36 años que se dirige a él: —Hola chiquillo, ¿y tu padre? ¿Vienes sólo? ¿Cómo te

llamas?— le dijo. —Soy Ernesto y no estoy solo, estoy con mis tres

amigos. —¿De quién hablas ? Si no veo a nadie— le pregunta

extrañado. Ernesto tras mirar a todos lados y darse cuenta que se

encontraba solo, le cuenta a su acompañante todo lo que le ha ocurrido. Después de mirarlo fijamente un rato le pregunta al hombre: ¿Tú eres Felipe Reyes, el ganador del Mundobasket y de la Copa del Rey?

—Sí, pero ahora estoy junto a mi gran ídolo y amigo Pau Gasol en los Ángeles Lakers.

Mientras terminan de ver el partido y el triunfo del Córdoba los dos siguen conversando:

—Arcángel ¿es el nombre del primer presidente o algo así? —pregunta Ernesto

—No, no digas eso. El nombre del estadio es el del que consideramos la mayoría de los cordobeses nuestro patrón el “Arcángel San Rafael”, ya que en la Edad Media protegió a la ciudad de la peste.

— Pero en este periódico pone que son San Acisclo y Santa Victoria.

—No, mira…—continúa explicándole Felipe Reyes— eso se ve bien porque no hay casi cordobeses con ese nombre, sin embargo en todas las casas cordobesas hay algún Rafael.

—Anda, igual que en mi pueblo, que el nombre de San Roque, el del patrón, no lo tiene nadie en el colegio— se da cuenta Ernesto.

El partido finalizó con un hat-trick, siendo los tres

goles de Pepe Díaz. Los dos personajes se dirigieron a la

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salida mientras Ernesto observaba como todos los aficionados tiraban su basura en diversos contenedores situados a la salida del campo, lo cual le extrañó, porque eso no era habitual en el 2010.

Felipe Reyes se dirige a él diciéndole: “Te voy a acompañar al AVE para que puedas volver a tu tierra”.

Ernesto se quedó pensativo y con mirada triste le contestó: “No puedo, estamos en 2016, y no se donde están mis amigos, no los puedo abandonar, dijimos que éramos un equipo y estoy seguro de que ellos estarán buscándome a mí también”.

De pronto, Felipe se fija en la mano de Ernesto y le pregunta: “¿Qué es eso que brilla en tu mano?”.

Entonces Ernesto miró su mano y aquel anillo que le había dado su padre y que había pasado de generación en generación había cambiado. Ahora tenía un trozo de piedra que brillaba con una luz cegadora, pero que estaba incompleto, le faltaban tres trozos.

En ese momento el niño recordó las palabras de su padre al morir: “Cuida este anillo que algún día te sacará de algún gran problema. Si es así llévalo al tesoro de la ciudad”.

Ernesto cuenta el mensaje de su padre a Felipe y éste

le dijo: “Eso es una clave. Pensemos. El único edificio considerado en Córdoba como el primer gran tesoro de España es la Mezquita Catedral y además es Patrimonio de la Humanidad. Vamos, a ver qué encontramos allí”.

De camino a la mezquita en coche pasan por un gran

puente con una estatua al fondo: —¿Qué puente es éste ?— le pregunta Ernesto. —Es el puente de San Rafael, que se inauguró en

1953. En una época triste, donde aún no teníamos Democracia y gobernaba Franco— le explica Felipe y

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señalando a un lado continúa: —Y aquella estatua está dedicada al nombre del puente y al que yo considero mi patrón.

—Y esa estatua ¿cuál es?— se interesa el muchacho. —Es Averroes, un gran filosofo y médico cordobés del

siglo XII, aunque fue desterrado a Lucena. —¿Y esa otra? —Ese es Séneca, un filósofo romano. —Averroes, Séneca... si son los nombres de dos

páginas de Internet... Después de recorrer parte de la ciudad en coche

llegan a la mezquita, compran su entrada y tras cruzar el Patio de los Naranjos entran por la Puerta de la Palma.

—¡Ohhhh! —exclama Ernesto— Esto sí que es un verdadero tesoro, como decía mi padre.

—Mira los arcos bicolores. —¿ Cuantos hay? —Hay 365 arcos, uno por cada día del año. —Mira ¿y aquello qué es? —Es la sillería del coro. Fue construida cuando la

mezquita pasó a ser catedral en la conquista cristiana, en 1523 —le explica— Pero vamos a buscar en el lugar más importante de la mezquita, el mihrab. Es la pieza más noble de este lugar y señala hacia el sur, no hacia la meca, como piensan algunos. Es un joyel de mármol y mosaicos bizantinos brillantemente coloreados sobre fondo de oro y bronce, además de cobre y plata.

—¡Claro! Allí podremos encontrar alguna pista— dijo el chico animado.

Los dos se dirigieron hacia el mihrab y en un rincón

vieron tres trozos polvorientos. Con una forma parecida a la que podría encajar en el anillo. Ernesto las coge y les

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quita el polvo frotando con la manga. De pronto ve cómo de forma mágica los tres trozos flotan y se colocan cuidadosamente en el anillo y...

Detrás de una luz cegadora aparecen Yumara y

Joselito ambos con libros en las manos y detrás Celia. Tras abrazarse se cuentan sus aventuras y lo que les

había ocurrido. —Ahora hay que pensar en la forma de volver a casa

— dijo Yumara— Mirad, este libro que tengo en mis manos y que me dio Azahara tiene que tener algún significado.

— Yo también tengo un libro que me lo dio Góngora y algo nos puede ayudar— contesta Joselito.

—Puede que sí. Ya sabéis que todo empezó con un libro polvoriento y mágico— les recuerda Celia.

Yumara intenta convencer a todos sus amigos de que su libro es el mejor: “Este es el diario de Abderramán, y mirad lo que pone, de 50 años que reinó solo tuvo 14 días felices, a lo mejor encontramos nuestro día feliz”.

Joselito, por su parte, quiere utilizar su libro y les dijo: “Mirad el título de este libro “Soledades” ¿Que creéis que podría significar?”.

El resto contesta al unísono: “Ése no, que nos podemos quedar solos para siempre”.

Después de hablar mucho y discutir el tema, Ernesto

les dijo al resto: “Escuchad, este anillo ha hecho que todos nos reunamos aquí,… ¿no creéis que puede ser la clave?”

Se acercan todos al anillo y justo en ese momento se ven atrapados por la luz brillante haciéndolos desaparecer.

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CAPÍTULO III

SOL, COMPROMISO Y ALEGRÍA: ALMERÍA De pronto sintieron un ruido muy fuerte, y se vieron

envueltos en una nube de humo que les transportó una gran plaza.

Junto a los pies de Celia, apareció el libro mágico que habían dejado en el castillo “Las grandes historias vivas del Coronil”.

“Qué extraño” pensó Celia. “Pero todo tiene alguna razón. Ernesto posee su anillo mágico, Yumara “El diario de Abderramán”, Joselito el libro “Soledades” de Góngora, así que yo también me voy a quedar con éste por si acaso”. Decidió guardarlo en su mochila sin decir nada, porque ella también quería poseer algo.

—Es mejor pasar desapercibidos—dijo Ernesto— después de tantas aventuras intentaremos volver a El Coronil por nosotros mismos.

Frente a la gran plaza, emergían los muros de una

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imponente fachada: nada más y nada menos que el edificio de las Cortes, lugar donde se deciden y elaboran las leyes. Pero ellos no lo sabían.

—Ufffff, ¿dónde estamos?— preguntó Celia. —No tengo ni idea— respondió Joselito— pero debe

ser un lugar importante. —¡Mirad!—exclamó Yumara señalando con la mano a

un caballero vestido de oscuro, con barba poblada y aspecto serio. —Ese señor sale de allí, parece importante, él sabrá informarnos.

—¡Oiga, señor, tendría la bondad de...!— comenzó a decir Joselito.

—¡No estoy para nadie, hijos míos!— contestó el señor.

—¡No sabéis lo triste que estoy!— siguió diciendo, sin parar con pasos ágiles y nerviosos— Voy camino de la estación a coger el tren de vuelta a Almería, donde está mi familia y donde he nacido.

—¡Pero señor...... vais perdiendo documentos!— advirtió Ernesto, al ver que de la maleta que portaba se escurrían papeles, y cartas.

—¡Vaya, lo único que me faltaba! ¿Podéis ayudarme a recogerlos?— preguntó el señor.

—Sí, claro, no se preocupe—. Y entre todos corrieron detrás de los papeles que volaban por el suelo.

Cuando al fin lograron recogerlos y devolvérselos al

señor, éste se lo agradeció y les preguntó: “Pero bueno ¿Qué demonios queréis? ¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí?”

—Somos cuatro amigos de El Coronil— contestó Joselito.

—¿El Coronil? ¿Dónde está ese pueblo?—preguntó nervioso— Pero... tengo mucha prisa, mucha prisa... — dijo

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mientras seguía andando. Los niños, le siguieron acomodando sus pasos a su

rápida carrera y le contaron que su pueblo estaba cerca de Sevilla, y cómo habían llegado allí. Por eso, le pedían su ayuda.

—Pues me habéis encontrado en mal momento— dijo y continuó: —Mirad chicos, me llamo Nicolás Salmerón, y acabo de presentar mi carta de dimisión como Presidente de las Cortes de la I República Española. He tenido este cargo, sólo por un mes y medio. Así que ahora me voy a mi pueblo de Almería, pues de seguir en el cargo me atormentarían los remordimientos para toda mi vida— les dijo muy fatigado y costándole respirar.

—Anda Joselito —dijo Celia— saca de tu mochila la botella y dale un poco de agua a este Señor.

Bebió con avidez, pero a la vez que seguía caminando hacia la estación, con muchas prisas para no perder su tren.

Celia muy extrañada con lo que había escuchado, le preguntó que a qué se debían los remordimientos.

—Hija, es algo que espero que tú no tengas nunca, pero no podría vivir consintiendo como gobernante, la pena de muerte como castigo. Mi ilusión como político es servir a mi patria, educando a las futuras generaciones en los ideales del trabajo y del esfuerzo personal —dijo orgulloso— Me he negado a firmar unas sentencias de muerte, que mi secretario había puesto sobre la mesa. Así que no puedo seguir dirigiendo un país que consiente este tipo de actos.

—Pero me voy corriendo, ya escucho el silbido del

tren. Siento mucho no haberos podido ayudar. ¡Adiós! — se despidió.

—¡Adiós! ¡Adiós!— se despidieron todos con la mano, muy pensativos por lo que acababan de escuchar.

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Siguieron andando, sin saber muy bien el rumbo que tomar. Hasta que Celia recordó el libro que llevaba en la mochila, y decidió contárselo a sus compañeros.

—Chicos, tengo una sorpresa, el viejo libro que encontramos en la biblioteca de nuestro pueblo, apareció en la plaza a mis pies— y continuó: —Yo creo que será por algo. Con el anillo de Ernesto, hemos comprobado que nos separamos, y yo no quiero que vuelva a ocurrir. Así que podemos intentar volver a utilizarlo.

Todos estuvieron de acuerdo, porque querían seguir estando juntos en su viaje.

—¿Sabéis que estoy pensando? —dijo Joselito— que no me gusta estar aquí, así que… Celia, ¡abre el libro! A ver hacia dónde nos va a llevar ahora.

—No demasiado lejos, por si volvemos a encontrarnos

con Don Nicolás —dijo Yumara— Así le contamos que a día de hoy, la pena de muerte no existe en España, veréis lo feliz que se queda.

Celia, sacó el libro de su mochila, y todos se

arremolinaron a su alrededor cogidos de la mano. —Recordad, es mejor no hablar mucho y pasar

desapercibidos —dijo Ernesto— a ver si esta vez no nos metemos en líos.

Cuando un gran remolino de humo se abrió y todos

empezaron a flotar y dar vueltas por el aire. Cuando el remolino paró, y el humo se fue, aparecieron en un gran patio, que parecía de un castillo.

Caminaron con sigilo hasta que llegaron a una esquina donde se encontraron con unos niños y niñas sentados alrededor de una señora muy guapa. Todos estaban escuchándola entusiasmados. Tendría unos 30 años, rubia, y

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el pelo recogido en un moño. Sus ojos eran azules y risueños. El sonido de su voz era muy suave y agradable.

Ernesto se preguntó cómo podían saber dónde se encontraban y a qué año se habían transportado. Al ver a esta Señora, le inspiró confianza y pensó que era la que les podía informar.

—¡Buenos días!— le dijo dirigiéndose a ella. Los niños y niñas, al escucharle se volvieron a observarlos, pues no se habían percatado de su presencia.

La mayor de todos se presentó: —Hola, me llamo Jimena. ¿Quiénes sois vosotros? — les preguntó.

—Estos son Joselito, Celia, Yumara… y yo soy Ernesto —comenzó a decir el muchacho— Hemos venido de excursión a conocer esta zona.

La señora, les saludó diciendo: —Vaya casualidad, yo también me llamo Celia, Celia Viñas, somos tocayas —y continuó— A mí me pusieron el mismo nombre que mi abuela.

—¿También habéis venido a ver La Alcazaba?— les preguntó.

—¡Ah! ¿Así es como se llama este castillo? —dijo Ernesto.

—Claro, se nota que no sois de Almería porque aquí todo el mundo sabe su nombre— les dijo la mujer— Yo tampoco soy de aquí, nací en Lérida. Hace dos años, en 1943 llegué destinada a Almería como maestra —y sigue diciendo: —Los almerienses son muy acogedores, y estoy muy contenta con mis alumnos.

—Nosotros también te queremos mucho— dijo Jimena. Y dirigiéndose a nuestros amigos, Jimena les contó que la maestra les leía muchas historias que había escrito para ellos, poesías y cuentos muy divertidos.

—El que más me gusta a mí es cuando nos lee el cuento “El primer botón del mundo” —dijo otro alumno.

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—¿Y por qué no nos lo cuentas?— le pidió Yumara a la maestra.

La maestra Celia les comentó: Me gusta mucho escribir y contar cuentos, pero también leer muchos libros y recordar la historia. Así que además de poder conocer la ciudad y los bonitos alrededores, escuchando lo que estoy contando a mis alumnos podéis enteraros de los orígenes de Almería.

Yumara y Celia, empezaron a tocar las palmas y a decir que les encantaría escucharlo. Ya al fin habían descubierto que estaban en Almería, y querían escuchar su historia. Recordaban las clases en su colegio, cuando la maestra Mercedes les contaba que era una ciudad del sureste de Andalucía, con unas playas preciosas.

Ernesto y Joselito no tenían muchas ganas de escuchar historias pero… pensándolo mejor… era una buena forma de saber y aprender.

Así que la señora empezó a contar la historia: La ciudad de Almería fue fundada en 955 d.c. por Abderramán III durante el Califato de Córdoba, llegando a ser el puerto más importante del Al-Ándalus.

Por lo bien que lo hacía era claro que a esa señora le gustaba su profesión, le encantaba ser maestra y escritora infantil, y así tenía a los niños hipnotizados. Celia abría la boca asombrada, porque le recordaba la historia vivida anteriormente en Córdoba.

Ella continuaba contándoles: Con la Reconquista, en el siglo XV, volvió a pertenecer a la corona de Castilla.

—¡Claro! —dijo Joselito— los Reyes de Castilla... eran Los Reyes Católicos.

—¡Sí, ya sé! —dijo Ernesto— Se llamaban Isabel y Fernando.

La Alcazaba, se terminó en el siglo XV —seguía diciendo la maestra Celia— pero también hay otros

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monumentos importantes como la catedral de la Encarnación, y el Cargadero de mineral o cable Inglés.

Yumara se quedó extrañada, y preguntó: ¿Por qué se llama Inglés?

—Porque los ingleses son los que explotan estas minas, como las de Huelva, y ésta es la construcción que han hecho para el cargamento de los minerales —le explicó.

—La estructura, se parece a la Torre Eiffel, que está en París, porque está hecha con los mismos materiales, sobre todo hierro— añadió Jimena— Esto nos lo ha explicado en clase, la señorita Celia — dijo a la vez que sus compañeros, asentían con la cabeza.

—¡Qué barbaridad!— opinó Joselito— Los ingleses están en todos los sitios.

Yumara estaba encantada con esa historia. De pronto

se le ocurrió abrir el libro de Abderramán, por si ella podía contar también alguna otra historia interesante. Abriéndolo por la primera página encontró un relato llamado “El Buscador”, y decidió leérsela a todos para demostrar, lo bien que había aprendido a leer con su maestra María.

—Chicos, escuchad. Tengo una historia que seguro

que también es muy bonita— y empezó a leer: Había un buen hombre, al que llamaban “El buscador”.

Iba de camino en busca de sí mismo, cuando una colina cerca del sendero, le llamó la atención, y decidió descansar por unos momentos en aquel lugar.

No muy lejos divisó unas piedras blancas entre preciosas flores y empezó a caminar sobre ellas.

Mirando hacia abajo, descubrió sobre una de las piedras una inscripción: “Hassim Dalab” vivió 3 años, cinco meses y 2 semanas. Se sobrecogió al darse cuenta de que no era una

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piedra, sino una lápida. Sintió pena al pensar que era la tumba de un niño.

Observó que la piedra de al lado también tenía una inscripción, se acercó a leerla y decía: “Yamir Kalib”, vivió 7 años, 6 meses , 2 semanas y 6 días.

El hombre se sintió terriblemente emocionado, este hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas, y quedó conmocionado cuando comprobó que el que más tiempo había vivido no había superado los quince años. Así que se sentó y empezó a llorar.

Un hombre que estaba allí se acercó y le preguntó si lloraba por algún familiar.

—No —contestó— pero... ¿Por qué hay tantos niños enterrados? ¿Qué ha pasado en este pueblo con los niños? ¿Hay alguna maldición?

—No, no es eso —le contestó el hombre— Aquí es que tenemos una vieja costumbre, cuando un niño o una niña aprende a leer y escribir, sus padres le regalan una libreta como ésta que tengo aquí colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre su libreta y anota en ella, a la izquierda qué fue lo disfrutado, y a la derecha cuanto tiempo duró.

Si llegaba a su casa después del colegio, y su madre lo esperaba con un abrazo y un beso ¿Cuánto tiempo disfrutó de estos momentos? ¿El medio minuto del abrazo? ¿2 días? ¿Una semana?

Por las noches su padre llegaba a la cama y le arropaba con cariño contándole un cuento ¿Cuánto tiempo duró este placer?

¿Y las tardes jugando con los amigos, y las emociones vividas en el colegio? ¿Y la emoción de un apretón de manos...? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el nacimiento de nuestros hijos?... ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas,

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días…? Así vamos anotando en la libreta cada momento que

disfrutamos intensamente. Cuando alguien se muere, tenemos la costumbre de

coger su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado. Y eso es lo que escribimos sobre su tumba, porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido.

Todos tocaron las palmas, quedando boquiabiertos al

escuchar el relato, que les había hecho pensar. La señorita Celia, estaba entusiasmada con el cuento.

Pensó que disfrutaba de estos momentos, de que merecía la pena el tiempo que ella le dedicaba a la literatura, escribiendo historias y poemas para que sus alumnos y todos los que quisieran, pudieran disfrutar también leyéndolas. Por tanto, el tiempo que dedicaba a escribir, y a compartirlo con los demás también estaría anotado en su libreta personal como momentos felices.

Sus alumnos, que habían llevado merienda,

compartieron sus bocadillos con sus nuevos amigos y amigas. Joselito, que también quería compartir algo con ellos les bailó y cantó rap, acompañado por Ernesto.

Como empezaba a anochecer, pensaron continuar con

su camino, y se despidieron de las nuevas amistades. —Bueno, ¿a ver dónde nos lleva el libro mágico ahora?

—dijo Celia mientras lo saca de su mochila y lo abre— ¿Preparados?

En tan solo unos segundos, la nube de humo apareció de nuevo y les llevó con un torbellino dando vueltas hasta un camino rural y polvoriento. No se veían casas ni edificios, parecía que estaban a las afueras de una población. Iniciaron su nueva aventura por tierras desconocidas, después de

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andar un buen rato, encontraron un cartel que decía:

Les cayó la noche a nuestros amigos y oyeron no muy

lejos música y cohetes. La luna, más llena que nunca, brillaba como un diamante, iluminando la senda que llevaría a nuestros protagonistas hasta un espectáculo musical al aire libre.

Sonaba la canción “Mi carro me lo robaron...” y la

cantaba Manolo Escobar acompañado por David Bisbal. Los niños, saltaron de alegría. —¡Vamos a pedir un

autógrafo!— gritaron. Cuando terminaron de cantar se acercaron para

pedírselo y muy amables, y mientras se los firmaban, Manolo Escobar les preguntó: ¿Os ha gustado la canción?

—Sí —contestó Joselito y ni corto ni perezoso le preguntó al cantante— ¿Cómo se te ocurrió la letra?

—Pues resulta que es verdad, me robaron un carro por esta tierra —contestó Manolo— Precisamente el carro pertenecía a uno de mis hermanos y, como a mí me gusta componer las letras sencillas y realistas, inmediatamente la incorporé a mi repertorio— explicó Manolo.

—Sí, y como todo el mundo la conoce, yo le estoy acompañando—dijo David Bisbal.

Celia recordaba haberle oído canturrear “Mi carro” a

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su abuelo. Cuando contaba sus ferias juveniles de San Roque, en El Coronil. En la caseta municipal “Mi carro” sonaba una y otra vez junto a los coches locos y el Güitoma (que era una atracción de feria de la época).

—Pero...contadme chavales —preguntó el cantante—

¿Qué hacéis por aquí? —Estamos de paso —explicó Joselito— Hemos llegado

en uno de esos autobuses que están aparcados fuera —mintió para no despertar las sospechas del cantante.

—¡Qué simpáticos! —sonrió David— ¡Vamos! Os voy a invitar a algo entre copla y copla.

Manolo Escobar fijó su atención en Yumara diciéndole: —¡Qué morenita eres, con esas trenzas y esos ojos, ¿seguro que vienes del mismo lugar que tus compañeros?

—Sí —contestó Yumara— Pero yo soy marroquí y llevo cinco años en el mismo pueblo que mis amigos, mi familia emigró y…

Una vez que el cantante oyó la explicación de nuestra

pequeña Yumara, les explicó que él también emigró en su día desde Almería a Barcelona, como tantos y tantos andaluces de aquella época.

— ¿Sabéis? eso fue por los años 50 y 60 cuando en España no había trabajo ni democracia —les contó—. Me fui a Barcelona y allí empecé con la música, encontré un buen trabajo, y hoy estoy muy satisfecho por eso.

—Fijaos lo que pasa hoy en día —explicó David—

gracias al cultivo de los invernaderos, una gran cantidad de inmigrantes encuentra trabajo en Almería, sobre todo en El Ejido —y continúa— Por eso se le conoce, por el sobrenombre de “Mar de Plástico”.

—¿Y por qué le dan ese nombre? — cortó de pronto

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Ernesto. —Porque hay tal cantidad de invernaderos, que al

mirar hacia el horizonte parece como si estuvieses en la orilla mirando mar adentro— dijo Manolo Escobar.

A la mesa en la que estaban sentados, se acercaron Diego Capel y Salva Sevilla. Los chicos se sorprendieron, ellos los conocían por la tele y los cromos de jugadores de fútbol.

—¡Hola, amigos! Hemos venido con nuestra familia a veros actuar, así que queremos saludaros— dijeron al acercarse— ¿Quiénes son estos niños?

—Son unos pequeños amigos muy simpáticos—, dijo David Bisbal— Estamos hablando de la emigración, porque ahora en Almería hay mucha con la agricultura.

—Fíjate Yumara, antes emigraban los andaluces y ahora lo hacen otras personas — le dijo Ernesto.

—Así son las cosas— añadió Joselito— por lo menos estamos mejor que antes y podemos ayudar de alguna manera a otras personas que lo necesitan.

—Bueno chavales, tenemos que seguir actuando

porque si no, no cobramos— dijo Bisbal— Vaya para ustedes la siguiente canción: “Viva España”

—¡Que viva Españaaa!!! — tarareó Celia—ah, y tú, David, que no se te olvide cantar “Bulerías” — le dijo.

—Ah y a ti, Manolo, y que no se te olvide tomar el DANACOL, ese que anuncias por la tele— le recordó bromeando Yumara.

—¡Ja, ja, ja, ja! — rieron todos. —Sí, porque ya nosotros merendamos Nocilla, como

nos recomienda David— continúa bromeando Joselito — Vamos a cantar todos la canción, ¡venga!:

“Nada como una sonrisa para soñar, para que este día vaya genial, porque lo bueno es compartir, disfrutar la vida y

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ser feliz. Algo único de verdad, que NOCILLA hace realidad, un

momento para sonreír, y a tus amigos harás feliz. De cacao, avellanas y azúcar...

Todo el mundo que les escuchaba, se animaron y

levantando sus manos empezaron a cantar. Aquella noche se lo habían pasado muy bien, pero ya

estaban todos un poco cansados. Querían volver a sus casas. Así que se alejaron un poco del bullicio con intención de abrir de nuevo el libro.

—Celia, coge el libro— dijo Yumara — Tengo ganas de ir a mi casa, cuando cuente todo lo que nos ha pasado… no nos van a creer.

—El libro no está en mi mochila —dijo Celia rebuscando en ella— ¿qué hacemos? ¿y ahora cómo volvemos? — pregunta angustiada.

Joselito, que había sido muy avispado, la miraba con una sonrisa. —Quita esa cara de susto, mira, estás blanca como una sábana. Ja, ja, ja. —bromea— Te habías emocionado tanto con Bisbal que lo dejaste en el suelo— dijo mientras lo saca de su mochila.

—¡Uff! ¡qué susto! —dijo Ernesto— Se me había parado el corazón. Venga, cojámonos de las manos.

Estaban deseando saber lo que pasaría ahora. Cogidos de la mano, abrieron el libro de nuevo, que empezó a flotar y a dar vueltas por el aire. Los chicos sin soltarse también giran y giran sin parar, cada vez con más velocidad.

—¡Aahh! —gritan todos, y en ese instante desaparecen.

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CAPITULO IV

MAGIA EN LA TACITA DE PLATA

De repente aparecieron en una playa, con la arena

muy fina y dorada. Las olas llegaban a la orilla como si estuvieran acariciando la arena. El sol estaba hundiéndose en el horizonte, reflejando sus rayos en la superficie del mar, y creando en el cielo una pintura de colores amarillos y rojos.

Los niños, estaban un poco desconcertados, porque el sol les deslumbraba, y no sabían dónde se encontraban.

Pensaron que sería muy divertido bañarse, pero pensándolo mejor… como pronto oscurecería, sería mejor encontrar un lugar donde dormir, y más tarde enterarse a dónde habían llegado.

Celia y Ernesto pensaron que lo mejor era caminar hacia el interior, para encontrar casas y habitantes, con los que poder hablar.

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Así que sin soltar el libro que tantas aventuras les había hecho vivir, comenzaron a caminar, y detrás de unas chumberas, apareció una hilera de casas. Sin hablar, se miraron, en sus ojos se reflejaba la tranquilidad de haber encontrado una población.

Pasaron por un establo abierto, en el que se veían animales descansando. Celia dijo: Vamos a entrar, y así pasamos la noche. Ya mañana será otro día.

De pronto, cuando llevaban unas horas durmiendo, escucharon un zambombazo, que despertó a todos.

—¿Qué habrá pasado? —preguntó Ernesto somnoliento.

Yumara bostezó con desgana, pensaba que todavía seguía soñando. Volvieron a oír un sonido fortísimo, de una explosión, no muy lejana.

Abrieron la puerta, y observaron a mucha gente corriendo, que iba diciendo: ¡Los franceses, los franceses...!

—¿Los franceses? Si estamos en España, ¿qué pintan esta gente aquí? —preguntó Joselito.

Vieron que toda la gente se iba metiendo en un gran edificio, ellos les siguieron, y se metieron allí también. Era un hospital de mujeres, con grandes sótanos, y la población se ocultaba allí para evitar las explosiones. Ellos les imitaron, parecía que era la mejor solución.

Se sentaron al lado de dos señoras que iban con sus

hijos, y escucharon su conversación. —Parece que seguimos resistiendo la invasión de los

franceses— decía la más joven— creo que no han podido reventar la puerta de entrada a la ciudad, y tampoco lo han hecho por mar —dijo— menos mal que no tienen navíos suficientes.

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—Ojalá continúen así, he oído que el resto de España está invadido por el ejército de Napoleón— le contestó la mujer mayor.

—Lo peor es que continúan los bombardeos— dijo la mujer más joven.

Los hijos de estas señoras, empezaron a jugar con Yumara, y así todos se tranquilizaron un poco.

La mayor de las niñas era rubia, con unos largos tirabuzones y unos grandes ojos azules. Les preguntó: ¿Sois gaditanos? Porque yo nunca os he visto por aquí.

Ernesto contestó:¿Gaditanos?. —Sí, Gaditanos hombre, así es como nos llamamos los

de Cádiz. ¿sabías que en el tiempo de los fenicios esta ciudad se llamaba Gadir? —preguntó la niña— Lo leí en un libro —continúa— Gadir significa recinto amurallado. ¿sabías que era una de las ciudades más importantes de toda Europa?.

—Ah! Pero no, no somos de aquí. Se nota que te gusta mucho leer, y que estás muy atenta en el cole— dijo Ernesto.

—Ojalá, en clase fuéramos como tú— dijo Celia —Sí, porque a veces charlamos con los compañeros, y

nos distraemos, damos la lata en las clases. Y al final no nos enteramos de lo que nos explica el maestro. Así nos pasa, lo que nos pasa, que después sacamos malas notas— habló Joselito.

—Claro, además no sólo no nos enteramos nosotros, sino que también molestamos a nuestros compañeros— dijo Yumara.

De pronto: ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! Otro gran estruendo, y además justo al lado del hospital.

Cuando pasó un tiempo prudencial, todos fueron saliendo poco a poco. En la puerta había un gran agujero, pero alrededor se encontraron muchos riendo.

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—¡Ja, ja, ja....! —se reían— Estos franceses intentando llegar más lejos, han metido en las bombas más plomo que pólvora. Ja, ja, ja. Y como el plomo está escaso, nos va a venir bien para hacer los bigudíes de los tirabuzones.

—¿Qué? ¿Qué dicen? —pregunta Joselito extrañado— No lo entiendo. ¿De qué hablan?

—Ya sé, ya sé —dijo Celia— los bigudíes son los rulos que se ponen las mujeres para arreglarse el pelo.

—Síiiiiiiiiiii —contestó Ernesto— De ahí la canción que hemos escuchado muchas veces de Cádiz que dice: “Con las bombas que tiran, los fanfarrones, se hacen las gaditanas, tirabuzones, pues las hembras cabales, en esta tierra, cuando nacen ya vienen pidiendo ¡guerra , guerra, guerra …!”

Y Celia, Yumara y Joselito siguieron cantando la

canción... La gente que estaba escuchando, estaban sorprendidos, y todos tocaron las palmas al acabar.

—¡Qué bonito!, nos ha gustado mucho— dijo una niña— Yo quiero aprender la letra para cantarla en las fiestas.

Y todo el mundo sigue cantando: “Con las bombas...

—Bueno, ya sabemos que estamos en Cádiz entre 1808 y 1810 —dijo Celia— Pero por si acaso, vámonos unos años hacia delante no sea que nos caiga encima una bomba.

—Es verdad— contestaron todos a la vez. —Pero solo pasaremos una hoja del libro, pues esta

época me gusta mucho —dijo Joselito— y así no nos iremos muy lejos.

Todos estuvieron de acuerdo. Así que se refugiaron en un establo y sacaron el libro de la mochila de Celia. Con cuidado, pasaron solo una hoja, y se prepararon para el

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viaje. Sin tiempo a nada más, escucharon un fuerte ruido y todo se volvió luminoso.

Una luz cegadora que no les dejaba ver. Cuando poco

a poco recuperaron la visión, se dieron cuenta de que estaban en el mismo establo, pero habían cambiado algunas cosas. Fuera vieron un gran bullicio, escuchaban gritos:

—¡Por fin..., por fin...! —¿Qué estará pasando? — se preguntaron. —Lo mejor será que salgamos y lo averigüemos—

dijo Celia. Al salir vieron un grupo muy numeroso de personas

que venía rodeando y vitoreando a unos señores. Ernesto, al pasar delante de ellos, le preguntó a una mujer anciana muy contenta quienes eran esos señores.

La señora contestó que eran los diputados liberales Agustín Argüelles, Diego Muñoz Torrero y Pérez de Castro que han terminado de escribir un libro en el que quedarán escritas las Leyes más importantes para España.

—Ahora el poder lo tiene la nación, no los Reyes —decía la señora— Ahora Las Cortes son las que tomaran las decisiones del país.

—¿Qué día es hoy? — le preguntó Yumara. —Hoy es 19 de Marzo —contestó la mujer— se

celebra el día de San José. ¿No lo sabéis? —¡Ah! Sí, sí, claro —dijeron. Aunque en realidad

estaban asombrados. La comitiva siguió su camino y cuando se quedaron

solos, se pusieron a hablar. —¿Recordáis que en el cole, el 6 de Diciembre se

celebra todos los años el día de la Constitución? —dijo Celia— también nos explicaron que la primera Constitución Española se llamó la Pepa, por firmarse el día de San José, y se hizo en Cádiz, en 1812.

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—Sí, sí, es verdad— dijo Ernesto— Así que entre lo que nos ha dicho la Señora y lo que recordamos de lo estudiado en el cole, ya sabemos cuándo y dónde estamos.

—Menos mal que recordamos lo que estudiamos —dijo Yumara— sino, esto puede ser un gran lío.

Habían decidido no meterse en problemas, y como

parecía una manifestación prefirieron irse a otro lugar más tranquilo, pues no querían que les ocurriera nada.

Abrieron de nuevo el libro mágico. De nuevo aparece la luz cegadora. Los muchachos sienten cómo sus pies comienzan a flotar y empiezan a dar vueltas y más vueltas. Cada vez más rápido, como un torbellino.

—¡Ahhhh! —gritan todos. —Me estoy cansando de tanta vuelta, ¡que esto pare

yaaaaaaaaaa! —grita Joselito. Cuando por fin el torbellino se detuvo, todos

despeinados y mareados aparecieron delante de un gran edificio. Por allí se veía entrar a mucha gente disfrazada. En un letrero se leía “GRAN TEATRO FALLA”. La fachada era de ladrillo rojo, y las puertas y ventanas con arcos de herradura como los construidos por los árabes.

—Falla, Falla, Falla... ¿qué me recuerda este nombre? —dijo Celia.

—Creo que era un músico —contestó Joselito— Pero no sé, no estoy seguro...

Ernesto, sí se acordaba. Les explicó a sus amigos que tocaba el piano, y que seguramente le habían puesto su nombre al Teatro, por haber nacido en Cádiz. Recordaba que en Febrero por la tele había visto cantar en este teatro las chirigotas y los coros, y como veía a mucha gente disfrazada, seguro que estaban en carnavales.

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Tanta fue su curiosidad que decidieron entrar, una vez dentro se veían en el escenario grupos de personas disfrazados y cantando canciones de carnaval.

De pronto, se descorrieron las cortinas, y apareció un presentador vestido de arlequín.

“¡Carnaval! Ya estamos en carnaval, lo mejor del mundo entero. El disfraz, ¿qué opinas del disfraz? No digas que no es puntero. A cantar, venimos a cantar, cuplecitos con salero. Y salió un grupo de niños que empezó a cantar:

“La señorita Conchi pide puntualidad. A las nueve de la mañana todos para entrar. Pero llegan las dos, y una madre dijo: ¡mi niña, dónde está! Las lentejas se han pegado y yo estoy “enmayá” Como unas “papas fritas” que ligero hay que estudiar. Esta seño todo el día nos enseña más y más Cuando llegue fin de curso tengo la diplomatura “terminá”. Señorita Conchi, queremos decirle y no es peloteo (¡No, qué va!) Y no es peloteo, que todos nosotros vamos a estudiar más. Una lluvia de confetis y un mar de serpentinas acompañan nuestra fiesta que con risas se termina.

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Ya nos vamos, qué penita, nos tenemos que marchar. Gracias a todos ustedes y ¡qué viva el carnaval!

Todo el público tocaba las palmas cuando acabaron de

actuar, y decían: ¡Qué bonito, qué cuplé tan bonito...! Una vez salieron del teatro, decidieron ir a buscar un

disfraz para cada uno de ellos. Ya que estábamos en carnaval y había que ir disfrazados para tal ocasión.

Caminando por las calles de Cádiz encontraron un portal en el cual había un cartel colgado donde se podía leer “Sastrería la Viña” y exclamó Ernesto: ¡Ah!, entonces ya sé dónde estamos! Esto va a ser el barrio de la Viña, que por si no lo sabéis es la cuna de los artistas carnavaleros —continuó emocionado.

—Bueno Ernesto, ya sabemos que te encantan los carnavales, después nos sigues contando —dijo Celia— pero ahora vamos a entrar aquí a ver si conseguimos un disfraz, ¿no?.

—Pero... ¿Cómo vamos a comprar el disfraz si no tenemos dinero? —preguntó Yumara

Llamaron a la puerta: Toc, toc … Una voz desde dentro contestó: Adelante la puerta está abierta.

—Buenas tardes señor sastre— saludan cortésmente. —¿En qué os puedo ayudar? —contestó el sastre. —Mire usted, señor sastre, resulta que nos queremos

disfrazar —comenzó diciendo Celia— pero no tenemos dinero para ello.

El sastre soltó una carcajada, ja,ja,ja, … —Tenemos muchas ganas de disfrazarnos, si

pudiéramos pagarle de otra forma... —continuó Joselito.

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—Todo tiene solución, porque parece que el destino os ha traído a mi — contestó el sastre — Necesitaba a alguien que me ayudara a repartir estos disfraces que ya he terminado. Yo tengo que seguir trabajando, y mi aprendiz se ha tenido que marchar a repartir otros cuantos, pero me quedan más. Os daré a cada uno un disfraz y los entregáis sin falta a sus dueños. Pero sin falta, porque por el camino os podéis encontrar con muchas sorpresas, con la fiesta y la gente disfrazada... —les advierte el buen hombre— Pero bueno, se ve que sois buenos chicos y chicas. Tened cuidado. Aquí tenéis las direcciones.

Se despidieron del sastre dándoles las gracias por su

amabilidad y Ernesto le prometió que tendrían muchísimo cuidado por el camino.

Una vez fuera, repartieron los disfraces con las direcciones correspondientes y cada uno tomó un camino distinto.

Joselito tenía que ir a la zona de la playa de La Caleta,

y mezclándose entre el bullicio llegó rápidamente. Entregó el disfraz en la dirección correspondiente sin problemas.

Al salir de allí, tropezó con un grupo de personas, todos disfrazados de mercaderes y de mesoneras. Vio que se dirigían a un castillo con forma pentagonal. Como veía entrar a mucha gente, se unió a ellos, colocándose una máscara que encontró tirada en el suelo.

Dentro había una gran fiesta en unos grandes salones.

Por lo que escuchaba de la gente averiguó que era el Castillo de Santa Catalina. A la derecha, se encontró una escalera, que bajaba hacia un sótano muy oscuro.

Intrigado por lo que podía haber allí, se aventuró por la escalera. De repente, se tropezó con un hombre con

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aspecto aterrador, todo vestido de negro y una antorcha en sus manos. Aquella imagen estremeció a Joselito. En medio de aquel desconcertante silencio, escuchó una voz ronca y siniestra que decía: ¿Quién hay ahí?

Y el chico contestó aterrado: Soy Joselito, pero vamos... que yo ya me iba.

Cuando se disponía a salir corriendo, el hombre le preguntó gravemente: ¿Para qué has venido?

—Pues... — dijo Joselito con un hilo de voz— porque me gustaría saber sobre este castillo.

—Mira muchacho —comenzó a decir el hombre— esto es una cárcel, y yo soy el carcelero. Por lo que sé la construyó Felipe II, pero después Carlos III la convirtió en una prisión militar.

—Muchas gracias, pero me tengo que marchar rápido.

—dijo Joselito intentando disimular el tembleque de sus piernas— Me están esperando mis amigos.

Y se marchó corriendo arrepentido de haber bajado por esas escaleras. Tardaría en recuperarse del miedo que había pasado.

Yumara para entregar el encargo tenía que ir a las

afueras de la ciudad, al lado de Puerta Tierra. Al principio, no sabía dónde estaba, pero preguntando, le dijeron que era la única entrada por tierra a la ciudad.

¡Ya se, ya sé!, pensó. Recuerdo que Cádiz forma una pequeña península, rodeada por el mar Mediterráneo y el Atlántico, excepto este trozo de terreno. Ah! Y además está muy cerquita de África, a tan solo 14 Kilómetros, que es lo que nos recordaba nuestra maestra Ana. Por eso llegan muchas pateras de inmigrantes a estas costas, pensó Yumara.

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Llegó pronto a su destino, y entregó el precioso disfraz a una bonita señorita que lo estaba esperando. Le agradeció mucho, que se lo llevara, y le ofreció una propina por sus servicios, así que Yumara se puso muy contenta, porque así podría comprar algo de comer para sus compañeros y ella, pues tenía mucha hambre.

Ernesto, para entregarlo, pasó por delante de una

preciosa iglesia a la que se quedó mirando. Estando allí ensimismado mirando, llegaron cuatro amigos disfrazados, charlando alegremente. Le invitaron a beber un trago. Él contestó que no tenía mucha sed, pero que quería saber algo sobre el edificio.

Uno de ellos le contestó: Mi abuelo me contó que aquí en esta Iglesia de San Felipe Neri, es donde se escribió la Constitución de “La Pepa”.

—Por cierto, para conmemorar su centenario, hay un monumento en la Plaza del Carbón —dijo otro— que se inaugura hoy.

—Ya era hora que lo acabasen —siguió su amigo— se empezó en 1912, pero como es tan grande, no han podido terminarlo hasta ahora, fíjate 17 años.

O sea que estamos en 1929, pensó para sí Ernesto. —¿Y se puede entrar? —preguntó.

—No, ahora está cerrada —dijo uno de los muchachos— Y es una pena, porque en el altar mayor, hay un cuadro de La Inmaculada, la última que pintó Murillo.

—Qué lástima que no pueda entrar —dijo Ernesto—pero correré a buscar a mis amigos a ver si nos da tiempo de llegar a la inauguración —dijo despidiéndose de sus amigos.

Casi se le olvida de entregar el encargo, pero por suerte había un señor en la puerta de una casa, que lo llamaba.

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—¡Eh, chico! —gritaba— ¿Ese traje que llevas en la mano es para mí? Porque lo estoy esperando, que llego tarde.

Ernesto corrió para entregárselo rápidamente y se fue en busca de sus amigos.

Celia, también había entregado su encargo, así que

todos se volvieron a encontrar en el Barrio de La Viña, donde habían quedado.

— Tengo que daros una noticia —les dijo Ernesto—

¿Os acordáis que estuvimos en el momento que se firmó La Constitución en Cádiz? —preguntó— Pues no os lo vais a creer, pero hoy se inaugura un monumento, por su centenario. ¿Vamos a verlo?

Cuando llegaron vieron una muchedumbre alrededor

del monumento. Escuchaban discursos del arquitecto, el escultor y del alcalde. Decían que aquel lugar había sido elegido por estar abierto al mar, lo que permitiría que el símbolo de la libertad fuera visto por los barcos que llegaban al puerto de Cádiz.

Era de piedra blanca, con una base en forma de semicírculo (como si fuera un círculo cortado por la mitad). En el centro, había un gran sillón vacío, apoyado en escalones, y en uno de ellos en bronce, Celia leyó: ARGÜELLES. Se quedó pensando..., y recordó que era uno de los personajes que habían visto ovacionados por la multitud.

En el centro había una gran pilastra con el escudo de Las Cortes, y la palabra CONSTITUCIÓN.

El alcalde seguía con el discurso, en el que recordaba la importancia de la Constitución para toda España, especialmente para “La Tacita de Plata” y se simbolizaba en

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la mujer de la escultura, que llevaba en una mano un libro, y en la otra una espada... continuaba hablando, pero ya los niños dejaron de prestar atención. Estaban interesados en saber qué era “La Tacita de plata”, les había llamado la atención ese hombre.

Ernesto se lo preguntó a un señor que tenía al lado con un gran bigote y unas pequeñas gafas doradas. Daba la impresión de ser inteligente y culto, así que seguro que pensó que le sabría contestar.

—Ese es el nombre que se le da a Cádiz— les dijo el hombre— Hace mucho tiempo que las demás ciudades la envidian por el sitio tan bonito que ocupa en España. Geográficamente, es el punto más al sur, rodeada por El Atlántico y por el mar Mediterráneo —continuó— Los atardeceres son preciosos, por eso es tan bonita, tan bonita, como una tacita de plata.

—Qué curioso —dijo Joselito— Además de bonita, tiene unas playas preciosas, ¿nos damos un baño?

—¡Bien, bien! Buena idea— dijeron todos. Salieron corriendo, y como estaban al lado de la playa,

se quitaron los disfraces, y se metieron en el agua. —Menos mal que todavía tenemos debajo el bañador

de la Gymkana— se acordó Celia— con tantas aventuras se me había olvidado —dijo chapoteando.

—¡Qué buena está! —gritó Yumara. Y todos se pusieron a jugar y a salpicarse con el agua.

Después de secarse al sol, los chicos decidieron dar

una última vuelta por las calles de Cádiz. Les llamó mucho la atención las casas de pescadores pintadas de colores. Era nuevo para ellos, en su pueblo las casas estaban pintadas de blanco.

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Justo en aquel preciso momento, empezó a caer una gran tormenta. Decidieron resguardarse en un edificio muy bonito con una gran cúpula amarilla que brillaba como el sol. Allí dentro se encontraron con un sacerdote muy simpático que les contó que estaban en la Catedral. Les invitó a entrar en la biblioteca para poder consultar algunos libros si querían saber más cosas.

—¿Una biblioteca en una catedral? —se extrañó Yumara.

—Pues sí, muchacha —y continuó explicando el párroco— La catedral la mandó construir Alfonso X el Sabio, tiene una mezcla de estilos clásico y neoclásico.

—¿Y porqué brilla tanto la cúpula? —preguntó Celia. —La gran cúpula amarilla, que brilla tanto, es para

que los barcos puedan verla desde el mar— aclaró— ¿A que llama mucho la atención?

—A propósito señor párroco —preguntó Ernesto— ¿por qué hay tantas casas de colores en esta ciudad?

—Son costumbres de sus habitantes, se parece al Malecón cubano, en La Habana, donde las casas también son de colores.

—Bueno señor, ha sido usted nuestro manual de consulta, así que ya no nos hace falta consultar más libros —dijo Celia.

— Muchas gracias. Hasta otro día —se despidieron. No dijeron nada más, pero todos estaban pensando,

que el mejor libro que habían podido ver en su vida, lo tenían entre sus manos. Así que decidieron volver a buscar nuevas aventuras en él.

—¿Os parece que lo abramos por el final? —se le ocurrió a Yumara.

—Vale —dijo Celia— así nos acercaremos más a nuestro tiempo, ¿no?

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Se cogieron las manos, y todos juntos volvieron a volar en sus sueños.

Se despertaron de nuevo en la playa, y en ella estaba

un jovencito sentado, llorando. Entre sus manos tenía un trozo de papel arrugado, sobre el que caían, una a una, sus lágrimas empapándolo. Conmovidos se acercaron a hablar con él, y así enterarse de por qué lloraba.

—Hola, buenos días. ¿Cómo te llamas? —le dijo Joselito— ¿Por qué estás llorando?

—Si quieres, yo te bailo rap y te regalo mi gorra para que dejes de llorar —le dijo— ¿Has visto que chula es?

—No, no me pasa nada... —contesta el muchacho. —Anda, dinos cómo te llamas— le dijo Yumara

acariciando su cabeza. —Me llamo Rafael Alberti, y estoy triste porque me

gusta mucho el mar, pero mi madre no me deja salir a navegar —dijo entre sollozos.

—¿Y qué es lo que hay en el papel? —le pregunta Joselito.

—Es una poesía que he escrito —le contestó—me gusta mucho hacerlo. Voy a leérosla:

Traje mío, Traje mío

¡Traje mío, traje mío, nunca te podré vestir, que al mar no me dejan ir!

¡Nunca me verás, ciudad, con mi traje marinero; guardado está en el ropero, ni me lo dejan probar!

¡Mi madre me lo ha encerrado, para que no vaya al mar!

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Todos se quedaron sorprendidos y emocionados, les gustó mucho.

—¿Por qué no nos lees alguno más? —le pidió Joselito.

De esa forma, lograron que Rafael se olvidara de sus

penas, y se entusiasmó con la oportunidad de leer a alguien sus poemas, pues a nadie se los había leído hasta ahora.

Tras leer unos pocos, Rafael miró el reloj. —Se me ha

hecho tarde —dijo— me tengo que marchar. Se despidió de ellos agradeciéndoles por haberle alegrado la tarde.

—Me alegra que os guste mi poesía —les dijo— me habéis animado a seguir escribiendo más.

Nuestros amigos y amigas le dijeron adiós con la mano, pensando que habían tenido mucha suerte al conocer a este gran poeta en los comienzos de su carrera.

—Cuando volvamos al cole le voy a pedir al maestro Manolo que nos lea más poesías —dijo entusiasmado Ernesto— y sobre todo de Rafael Alberti.

—Creo que ya es hora de movernos, ¿no? —dijo

Celia— Vamos a abrir el libro, pero solo una página más porque Alberti nació a principios de 1900, así que ya sabéis en que época nos encontramos.

Abrieron el libro, y pasaron una página. De nuevo

aparece la luz cegadora. Pero cuando recuperan la vista… parece que no ha pasado nada. Estaban otra vez en la playa.

—¡Qué raro! No nos hemos movido, ¿no? —dijo Yumara— ¿Habrá perdido su magia el libro?

—No, escucha— le advierte Celia.

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A lo lejos se escuchaba cantar, y decidieron acercarse, para ver que es lo que pasaba. A ver si tenían tanta suerte como en Almería.

Conforme se iban acercando, distinguían cada vez más la letra de la canción, que decía:

En la cuna del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba. Pero tu sangre, escarchada de azúcar, cebolla y hambre...

—Me parece, que sé quién está cantando esto, porque lo he escuchado en casa muchas veces —dijo Ernesto— Se llama José Mercé y canta flamenco con una letra de otro poeta, Miguel Hernández.

—Vamos, rápido —dijo Celia comenzando a caminar— Seguro que nos gusta.

—Desde luego que sí— añadió Joselito— porque aunque me va el rap, también me gusta mucho el flamenco.

—Claro —dijo Yumara—, ¿sabéis que hace poco lo han declarado “Patrimonio de la Humanidad”? Además el flamenco me trae recuerdos, pues según dicen, sus orígenes también son en parte de mi país.

Llegaron al sitio de donde venía la música, y allí había una candela encendida. Alrededor, sentados, estaban cantando y bailando un grupo de personas. Entre ellas, reconocieron bailando a Sara Baras, que dirigiéndose al guitarrista, le dijo:

—Anda, tócame por Camarón, que es uno de los cantaores gitanos mejores que ha dado la provincia de Cádiz.

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Y tras los primeros acordes de guitarra todos y todas los que estaban allí empezaron a cantar: “Yo soy gitano, y vengo a tu casamiento...”

Así estuvieron hasta bien entrada la noche. Se enteraron de que se estaba celebrando el bautizo del hijo de “La Niña Pastori”.

—¡Qué suerte hemos tenido! — dijo Celia mientras se arrancaba a bailar.

Después de la fiesta, todos agotados, se sentaron a

descansar un poco. —¿Qué hacemos? —dijo Joselito— ¿Volvemos a abrir

el libro? Venga, sácalo de tu mochila Celia. —¿El libro? ¿Dónde está? —dijo Celia— Vamos, déjate

de bromas, que ya no tiene gracia, Joselito. —Pero si yo no lo tengo, de verdad— le contesta. Ernesto lo tenía entre sus manos y estaba hojeándolo

distraído, cuando sus amigos vieron cómo empezaba a flotar él solo y a girar…

—¡Eh! ¡Qué se va sin nosotros! —dijo Celia cogiéndole por una pierna. Le frena un poco, pero siguen elevándose, ahora los dos.

—¡Vamos! ¡Salta Yumara! ¡Cógete a Celia! —dijo Joselito mientras trataba de alcanzar la pierna de Ernesto.

Y así, por los pelos, justo en el instante en el que los

cuatro están en contacto, el destello de la luz los vuelve a cegar a todos…

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“Baño sin disfraces”

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CAPÍTULO V

JAEN: HISTORIA Y VICTORIA

Nuestros pequeños protagonistas a estas alturas ya

habían pasado por mil peripecias y aventuras. Habían recorrido ya varias provincias andaluzas en distintas épocas sin poder llegar a su destino final, El Coronil. Pero... ¿habría llegado ya ese momento tan deseado?

Tras un gran destello luminoso, de entre una gran humareda aparecen todos nuestros amigos, juntos pero sin saber dónde. Al mirar a su alrededor sólo oyen mucho ruido sin conseguir ver nada. Una intensa nube de polvo lo invadía todo.

―¡No veo nada! ―¡Yo tampoco! ―¿Qué son esos gritos? ―¡Tengo miedo!

Se decían unos a otros, mirándose sin saber qué hacer.

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Poco a poco se hacían algunos claros entre el polvo y

conseguían ver algo. Estaban alucinados con lo que se les mostraba ante sus ojos. El panorama era desolador, sólo veían gente en el suelo muerta o moribunda, otros a pie o a caballo armados con grandes lanzas, espadas, flechas o cuchillos y luchando entre ellos. Se oían gritos de: ¡Muerte al infiel! ¡Acabemos con ellos!

Hacía un calor intenso, se encontraban ante una gran llanura abierta, con no mucha vegetación y en medio de lo que parecía ser una batalla en toda regla.

Nuestros protagonistas sintieron mucho miedo al ver tanta gente herida y gritando. De pronto se les acercó un jinete vestido de negro en su caballo, con una gran espada en la mano derecha y dispuesto a atacar.

Los niños, asustados corrieron a esconderse entre los matorrales. Yumara y Ernesto en su carrera acabaron cayendo por un pequeño terraplén al final del cual se encontraban unos hombres con largas capas negras, un gran turbante blanco en la cabeza y un extraño y a la vez precioso casco, rematado en punta. En su mano unos llevaban largas lanzas y otros, espadas curvadas. Eran de tez muy morena y con barba algo descuidada. A Ernesto le recordaban a los personajes de una película que él había visto recientemente.

Yumara al verlos tan de cerca, y fijarse en sus rasgos… éstos les resultaron familiares. Le comentó en voz baja a Ernesto: Creo que estos guerreros son musulmanes, igual que yo.

―Pues ya que lo dices, es verdad ―le dijo― Pero,… oh, oh, parece que nos han visto.

Los guerreros extrañados al ver caer a dos niños, se fueron hacia ellos.

―¿Qué hacen estos niños por aquí? Corren peligro

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―escucharon. ―Llevémosles a un sitio seguro― dijo el mayor de

ellos― Vamos a conducirlos a la tienda de nuestro califa. Mientras todo esto sucedía, Celia y Joselito que se

habían escondido entre unos arbustos, oyeron los lamentos de alguien que parecía herido. Se acercaron con mucho cuidado encontrando a un soldado tendido y ensangrentado.

―¿Qué te pasa? ―le preguntó Celia― Oh, mira, tiene una flecha en el hombro ―le dijo a Joselito.

El caballero intentó decir algo, pero no le quedaban fuerzas y perdió en ese momento el sentido.

―Tengo una idea ―se le ocurrió a Joselito― Sé algo sobre primeros auxilios que aprendí en unos vídeos de Youtube. Si intentamos sacarla puede que sobreviva.

Joselito y Celia se pusieron manos a la obra. Tiraron de la flecha con mucho cuidado... hasta que consiguieron sacarla completamente. Entonces comenzó a salir mucha sangre de la herida.

Celia empezó a sentirse mareada y le dijo a Joselito: ―Tenemos que cortar rápidamente la hemorragia.

Joselito rasgó entonces un trozo de la capa del guerrero, tapó la herida primero y luego rodeó el hombro con ella.

Los dos se quedaron observando la ropa que llevaba puesta el soldado. Una capa y una túnica blanca con una gran cruz roja en el pecho, el cuerpo cubierto con una especie de malla plateada, un casco que le cubría la cabeza y una espada muy larga.

Mientras observaban la vestimenta, el soldado comenzó a recuperarse. Celia y Joselito tenían miedo de cómo reaccionaría el guerrero al verlos allí.

―¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí? ― preguntó el soldado

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―Somos ... ―empezó a decir pensativo Joselito Celia que en esos momentos tenía un miedo terrible, se

acordaba mucho de sus padres y de por qué tuvieron que encontrar aquel libro mágico que los había llevado a pasar por todas estas aventuras. Rápidamente y muy nerviosa contestó:

―Somos Joselito y Celia y la historia de cómo hemos llegado hasta aquí es muy larga y no te la podemos contar ahora.

―Te hemos encontrado herido de flecha en un hombro, la hemos sacado y hecho unas curas. Has perdido bastante sangre y te has quedado inconsciente un buen rato ―le aclaró Joselito con más calma.

―Os agradezco que me hayáis ayudado, os debo la vida. Pero aquí corremos demasiado peligro ―dijo intentando incorporarse con dificultad― Es necesario llegar al campamento y ver a nuestro rey Alfonso.

―Pero… ¿dónde y en qué año estamos? ―preguntó Celia

―Estamos en un lugar llamado de Las Navas de Tolosa y en el año de 1212 ―comenzó a contarles― Yo soy caballero de la orden de los Templarios a las órdenes de nuestro rey cristiano Alfonso VIII y en batalla contra los musulmanes al mando del califa Miramamolín.

―¿Cómo sabemos si nos podremos fiar de ti? ―preguntó Joselito.

―Si hubiera querido haceros algún daño ya lo habríais sabido ―dijo con una sonrisa socarrona.

―Parece de fiar ― le susurró Celia a Joselito. El caballero parecía algo recuperado, y tratando de

incorporarse les dijo: ¡Vamos, salgamos de aquí antes de que nos descubran! Ayudadme.

Al ponerse en marcha, nuestros amigos iban descubriendo los horrores de la guerra: cadáveres esparcidos

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por todo el camino, caballos y camellos corriendo sin rumbo, armas, cascos, escudos rotos y ensangrentados...

Celia y Joselito tenían mucho miedo y estaban asustados, solo confiaban en que estarían más protegidos al lado del caballero.

De pronto el soldado gritó: ¡Cuidado, agacharos! ―¿Qué pasa? ―gritó Celia desde el suelo. ―Se acercaba una flecha, nos ha pasado muy cerca

―dijo el caballero señalando la flecha clavada justo a sus espaldas― Pero tranquilos, ya se ve ahí cerca nuestro campamento.

Entre tanto, Yumara y Ernesto, que habían sido

encontrados por los guerreros musulmanes, iban a ser conducidos ante el califa. De camino, los guerreros se fijaron en Yumara:

―Pareces de árabe como nosotros ¿eres musulmana? ―le preguntaron― tienes unos rasgos muy parecidos a los nuestros.

Yumara con voz temblorosa respondió: ―Soy Yumara, y sí, soy musulmana. ―Pero ¿quién es tu amigo que viste tan raro? ¿y qué

haces con él? ―Nuestra historia es muy larga, no sé si contárosla

porque no os la ibais a creer ―le respondió― Pero… ¿podéis decirnos dónde y en qué año estamos?

―Estamos en el año 1212 a lugar le llaman Las Navas de Tolosa. Estamos en plena batalla entre cristianos y musulmanes.

Al oír esto, Ernesto se vuelve pálido y tembloroso, y grita:

―¡Aaaah! ―¿Qué pasa? ― le preguntó Yumara ―Nada, nada ―respondió Ernesto nervioso, y

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disimuladamente, en voz baja le susurró a Yumara― Luego te lo cuento.

Continuaron la marcha, y a lo lejos vieron el campamento y la tienda del califa Muhammad An-Nasir (Miramamolín para los cristianos). Se percataron de que alrededor de la tienda había unas personas encadenadas a unos postes y armados con escudos y espadas.

―¿Quiénes son esos hombres que están ahí atados? ―preguntó Yumara

―Son esclavos traídos de África para defender con su vida a nuestro Califa en el caso de que los cristianos llegaran hasta aquí ―dijo un soldado musulmán.

―Pero eso no va a suceder ―dijo el otro soldado confiado.

Tras cruzar la empalizada de personas encadenadas, entraron al campamento. Ya llegaron a la tienda de Miramamolín, y tras esperar en la puerta unos instantes les hicieron pasar.

―Salam Alykum ―saludaron los soldados postrándose ante el califa.

Ante ellos apareció un hombre mayor, de piel morena con una gran barba blanca, ojos pequeños y nariz un poco grande. Llevaba una túnica hasta los pies, verde como el color del Corán y con adornos bordados en oro. En la cabeza llevaba un gran turbante blanco adornado con una piedra de brillantes colores, que llamó mucho la atención de Yumara y Ernesto. Sus manos también estaban adornadas con anillos, todos muy diferentes, de oro y plata y con mucho colorido.

La tienda estaba adornada con tapices y telas de muchos colores. A Yumara le recordó los momentos vividos no hace tanto en Córdoba cuando se encontró con el califa Abderramán III, pero ahora estaban trescientos años después.

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―¿Quiénes son esos dos que os acompañan? ―preguntó el califa

―Los encontramos en el campo de batalla ―dijo uno de los soldados― Decidimos traéroslos porque no sabíamos qué hacer con ellos. Ella, Yumara, es musulmana.

En ese momento entró un mensajero con nuevas noticias del transcurrir de la batalla. Instante que aprovechó Ernesto para contar a Yumara en susurros: ¿No te dije al ver a estos guerreros que me recordaban una película? Hace unas semanas vi una película titulada “Batalla de Las Navas de Tolosa” que es justamente donde nos encontramos, en la provincia de Jaén. Estamos en plena reconquista cristiana. En esta batalla se enfrentan cristianos y musulmanes. Los cristianos por recuperar las tierras que les fueron arrebatadas y los musulmanes por conservarlas. El rey cristiano de Castilla Alfonso VIII ha conseguido convencer al rey Sancho VII de Navarra, a Pedro II de Aragón y a Alfonso II de Portugal, además de algunas órdenes militares como la de los Templarios y de Santiago para unirse en un ejército de por lo menos 70.000 hombres para combatir contra un ejército de al menos 120.000 musulmanes al mando del califa Muhammad An-Nasir conocidos por ellos como Miramamolín.

―Así que estamos en plena batalla, por eso hemos visto tanta polvareda, gente gritando y cadáveres por los suelos ―dijo Yumara que por fin se daba cuenta de la situación.

―Esta es una de las batallas más numerosas y sangrientas, se dijo que murieron miles de hombres ―le continuó contando― Tras esta batalla el poder musulmán comenzó a decaer y a partir de entonces los cristianos cada vez conquistaron más tierras hacia el sur.

―Pero lo peor de todo es que estamos en el bando perdedor ―se lamentó― Dentro de poco llegarán aquí los cristianos y pasarán por la espada a todos los que

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encuentren. ―Tenemos que irnos de aquí ―dijo Yumara

aterrorizada― ¡Abramos el libro y vámonos! ―No puede ser. No sabemos dónde están Celia y

Joselito ―le recordó Ernesto― No podemos dejarlos aquí atrapados en el tiempo para siempre.

―¡Pero vamos a morir! ―dijo Yumara elevando la voz sin darse cuenta.

El Califa que se percata de la conversación en susurros que estaban manteniendo se dirige hacia ellos.

―De modo que te llamas Yumara ―le preguntó a la muchacha― ¿Qué haces con un cristiano? ¿Acaso no ves que estamos en guerra?

―Mi historia es muy larga de contar, pero de donde vengo, que es esta misma tierra pero en otro tiempo, convivimos sin pelearnos y entendiéndonos entre distintas razas y culturas ―trató de explicarle serenamente y con toda la sangre fría que pudo― Todos viajamos de un lugar a otro con libertad, compartimos la misma tierra respetándonos y conservando cada uno sus costumbres ―y continuó dejando al Califa asombrado― Yo misma que soy musulmana y vivo en El Coronil, donde la mayoría no es musulmana, pero voy al colegio María Ana de la Calle y tengo allí muchos amigos que me respetan y me quieren.

―¿El Coronil? ¿Dónde está esa tierra? ―le preguntó extrañado― Nosotros llegamos aquí en el año 711 y ahora estamos en el 1212. Llevamos aquí quinientos años, esta es nuestra tierra y nunca nos marcharemos...

―Pero, todos podemos convivir en ella, cuando vosotros llegásteis aquí, sus pobladores visigodos eran cristianos ―le contestó Ernesto armándose de valor― Debemos aprender a convivir y a respetarnos cada uno con su propia cultura y creencias.

Miramamolín se queda pensativo reflexionando sobre

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lo que acababa de escuchar. ―Desde luego viendo este presente, y aunque nos

quede mucho por hacer, me siento muy orgulloso de lo conseguido hasta ahora por nuestra sociedad ―le susurró Ernesto a Yumara― ¿no crees?

Mientras transcurría esta charla, cada vez se podían escuchar más cercanos los gritos de los combatientes. Miramamolín recibía continuamente mensajes de la situación y se mostraba visiblemente nervioso. Nuestros amigos se acordaban de sus dos compañeros, temiendo la que se les avecina…

Mientras tanto, Celia y Joselito estaban llegando al

campamento cristiano. El guerrero templario se presentó ante Alfonso VIII y se arrodilló ante él diciendo: Mi señor, estos dos niños me han salvado la vida, me encontraron herido y me cuidaron.

―¿Pero qué hacéis aquí en medio de este infierno? ¿De dónde habéis salido? ―les preguntó con curiosidad― Sea como sea, os agradezco que hayáis ayudado a uno de los nuestros. Aquí estaréis a salvo. Supongo que tenéis hambre, mandaré que os traigan algo de comida y ropa para cambiaros. Esa que traéis es bien rara.

Mientras, los niños comían y bebían con ganas, debido al mucho calor que hacía, recordemos que estamos en pleno mes de julio. Curiosos y sorprendidos por encontrarse ante un rey, le comentaron: Nosotros, donde vivimos, también tenemos un rey, se llama Don Juan Carlos I, pero nunca lo hemos podido ver tan de cerca como estamos viéndole a usted.

En ese momento entró un mensajero y le comunicó al Rey que están combatiendo en una lucha encarnizada con los esclavos que rodean la tienda de Miramamolín, y que ya estaban a punto de entrar.

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Entonces el rey ordenó enérgicamente: ¡Vamos, todo el mundo a los caballos! ¡Tenemos que llegar allí! Traed también a esos niños. Que disfruten de nuestra victoria.

Celia y Joselito se acuerdan en esos momentos de sus amigos, ¿qué habrá sido de ellos?

Mientras tanto en la tienda del Califa, Yumara y Ernesto se daban cuenta de la situación, los combatientes ya estaban llegando allí mismo. Ante el problema que se les venía encima decidieron esconderse tras los tapices que adornaban la tienda del Califa.

La lucha era encarnizada pero los cristianos lograron atravesar la empalizada y entrar en la tienda. Allí esperaba Miramamolín con su túnica verde y su turbante, en una mano la espada y en la otra el Corán, con gesto altivo pero sabiéndose derrotado no ofreció resistencia.

En ese momento llegaron los reyes cristianos que estaban extrañados por la defensa que había ideado Miramamolín alrededor de su tienda.

Al Rey Sancho de Navarra le sorprendió la figura del

Califa, sobre todo la piedra preciosa que lleva en su turbante. Se quedó un momento pensativo hasta que se le pasó una idea por su cabeza: añadir alrededor de su escudo de Navarra, como símbolo y en recuerdo de tan memorable batalla, las cadenas a las que estaban atados aquellos pobres esclavos, que habían muerto como unos valientes. Y en el centro del mismo, ese hermoso brillante que lucía el Califa en su turbante.

Yumara y Ernesto permanecían escondidos y

observando la escena por un hueco entre los tapices. Cuando de pronto una gran alegría invadió a Ernesto.

―¡Mira Yumara!, ¿no son aquellos dos Celia y Joselito? ―¡Sí, sí, son ellos! Vamos.

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Mientras los reyes debatían la rendición, Yumara y Ernesto aprovecharon para salir y encontrarse con sus dos compañeros.

Al verse de nuevo todos juntos, estallaron de alegría y se dieron un gran abrazo. Se sentían muy felices después haber pasado tanto miedo, y llegado incluso a pensar que no se verían nunca más.

―¡Vámonos rápido de aquí! ― dijo Joselito. ―Sí, vámonos. Abre el libro Yumara, rápido antes de

que se den cuenta ―apuró Celia. Abrieron el libro para desaparecer de allí y olvidarse de

tanto sufrimiento pasado. Al pasar unas páginas, una nube de humo blanco los envolvió y … en unos segundos, se vieron rodeados por una gran polvareda y un calor quizá más asfixiante que el que acababan de dejar.

Cuando la nube de polvo se disipó y por fin pudieron

respirar aire fresco… se dieron cuenta que estaban en medio de la noche… miraron a su alrededor y vieron que se encontraban en un pueblo con muy pocas luces, mucho calor y nadie en las calles. Después de tanta agitación se sentían tremendamente cansados y con ganas de dormir. Así que buscaron un lugar donde refugiarse y pasar la noche, hasta que hallaron un pequeño establo con algunos animales y un gran montón de paja.

―¡Qué bien, un lugar donde poder dormir! ―dijo Ernesto.

―No es muy agradable, huele regular… pero bueno nos servirá para descansar ―dijo Ernesto resignado. Se acomodaron entre la paja, cada uno se preparó su propia cama con un mullido montón de paja. Los chicos se durmieron al momento, pero Celia y Yumara a pesar de estar cansadas, continuaban agitadas y no podían coger el sueño.

―¿Cómo pudimos llegar a separarnos en la batalla,

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Yumara? ―Ernesto y yo salimos corriendo y nos caímos. Nos

cogieron los musulmanes y nos llevaron a la tienda de Miramamolín. Nos acordamos mucho de vosotros, no sabíamos qué os había pasado ―le contó.

―Pues nosotros curamos a un soldado herido de flecha que nos llevó ante el rey Alfonso VIII ―le dijo Celia.

―¿Qué te ocurre? ― le preguntó Yumara a Celia, que la veía un poco preocupada y triste.

―Que me acuerdo mucho de mi madre y del vaso de leche que me pone cuando me voy a acostar ― le dijo.

―Y yo del beso que me da mi padre todas las noches ―reconoció Yumara.

No paraban de bostezar mientras hablan, porque estaban rendidas. Poco a poco, a pesar del calor y el nerviosismo, se hizo el silencio y se quedaron dormidas.

Ya amanece, el sol asomaba por el horizonte cuando

una gran explosión sobresalta a los cuatro compañeros: ¡BOOOOMM!

―¿Qué es eso? ¿Qué está pasando? ―se preguntaban Se oían disparos y un gran barullo de gente en la calle

gritando y corriendo. Miraron entre unas rendijas de la puerta y vieron a mujeres y hombres corriendo con palos y herramientas de labranza hacia las afueras del pueblo. Los cuatro salieron y siguieron a los hombres. Al pasar por una plaza dijo Celia: Mirad, chicos, se parece a la plaza vieja en la que vivo.

―Sí, es verdad, se parece un poco pero es mucho más antigua ―dijo Joselito― Creo que hemos adelantado mucho en el tiempo pero sospecho que seguimos lejos de nuestra época.

Siguiendo a la gente no se habían dado cuenta de que habían llegado al final de la ciudad. Desde allí veían a lo lejos

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un ejército de hombres con cañones, mosquetones, caballos.... Celia se acercó y preguntó a una de las mujeres: ¿Qué es eso que se ve a lo lejos?

―Son los franceses que piensan invadir nuestro pueblo ―le explicó― pero nosotros estamos esperando ayuda del general Castaños que viene con sus tropas desde Utrera, donde tienen su cuartel general.

―¡Ooooh, no. Otra batalla no, no puede ser! ―dijo Ernesto― ¡Estoy hasta el gorro de tanta batalla!

―¡Otra vez hemos vuelto a Cádiz y en la misma época! ―exclamó Joselito― Estamos en plena guerra de la Independencia.

―¿En Cádiz? ―le preguntó extrañada la mujer que lo había escuchado― No, hijo, no. Estamos en la provincia de Jaén, en la ciudad de Bailén.

―Entonces hemos cambiado de ciudad pero estamos en la misma provincia y en 1808 ―dijo Yumara.

―Utrera está al lado de nuestro pueblo. Si las tropas han salido de allí, lo mismo algunos de los soldados que vienen a combatir son de El Coronil ―dijo Celia.

Ya se acercaba el mediodía y el calor apretaba, todos tenían hambre y sed.

―Qué bien estábamos en El Coronil ―dijo Yumara con melancolía― ¿Recordáis cuando estábamos en la piscina? ¿Y lo fresquitos que estábamos allí antes de comenzar todas estas aventuras? Entonces a Joselito se le iluminó la cara, y se puso a hurgar en su mochila.

―Llevo en mi mochila unos bocadillos ―dijo― estarán un poco duros pero con el hambre que tenemos creo que nos servirán.

―¿Y ahora te acuerdas? ―le recriminó Ernesto― ¡A buenas horas!

―¡Esto no hay quien se lo coma! ―dijo Celia tras pegar un bocado y dejar clavados sus dientes en el pan― Esto no se

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lo comen ni los pollos que tiene mi abuelo en la Viña de los Pinos.

Entonces escucharon de nuevo un griterío: ¡Viva!

¡Viva! ¡Ya llegan los refuerzos! ¡Vienen las tropas del general Castaños!

―¡Oh, no! Otra vez. A cubiertoooo ―gritó Yumara Comenzaba la batalla, unos 29.000 soldados españoles

se enfrentaban a otros 24.000 franceses. Los cañones empezaron a disparar, nuestros amigos asustados, se escondieron en un montículo del terreno. Vieron pasar entonces a hombres, mujeres e incluso niños, llevando a cuestas, o con ayuda de mulos y burros, cántaros llenos de agua para calmar la sed de los combatientes.

Cada vez el calor era más intenso. Pasó cerca de ellos una mujer que caminaba con mucho esfuerzo, agotada y casi sin poder con el cántaro que llevaba en la cintura. Yumara decidió actuar.

―Señora, déjenos que le ayudemos con el cántaro― le dijo.

―Gracias, os lo agradezco, pero prefiero que cojáis otro y me acompañéis ―le respondió la mujer.

―Vale, venga. Vamos a por ellos ―animó Joselito. Cada uno coge un cántaro, los llenan en una fuente que

había cerca y se van detrás de la mujer. Entonces ella les preguntó: ¿Cómo os llamáis? ¿No os

había visto antes por aquí? ―Ernesto, Yumara, Joselito y Celia ― respondió cada

uno diciendo su nombre ―¿Y usted? ―preguntó Joselito ―Yo soy María Bellido ―contestó― Pero dejemos la

charla y vamos a repartir el agua a nuestros soldados. Si queréis echar una mano repartamos las tareas.

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―Vosotras, Yumara y Celia. Llevad agua a los combatientes. Vosotros, dos refrescad las armas ―organizó la mujer

―¿Qué es eso de refrescar las armas? ―preguntó Joselito

―Con los disparos y el calor que hace, las armas se calientan mucho, hay que pasarles un paño con agua fresca de la fuente sino, pueden reventar como les está pasando a algunos cañones de los franceses ―les explicó― Ellos han entrado en España y ahora pretenden quedarse, pero todo este pueblo está ayudando en lo que puede para que no lo consigan.

Comenzaron cada uno con su tarea encomendada, cuando Yumara y Celia oyen un disparo muy cercano.

―¡Huy! Casi me dan. Me ha roto el cántaro de un disparo ―gritó María Bellido― Dame el tuyo, Celia para seguir repartiendo ―le pidió sin pensárselo dos veces.

Los niños se dieron cuenta del valor de María. Después de estar a punto de ser herida, seguía repartiendo agua como si nada hubiera pasado.

Esto le recordó a Celia algo de lo leído en un libro de la biblioteca de aula que escogió para el lectómetro de clase.

―Creo que ya se el por qué en la bandera de Bailén hay dibujado un cántaro agujereado ―le dijo a Yumara― Cuando lo leí el libro no lo entendía muy bien… Pero ahora que caigo… ¡De algo me sonaba el nombre de María Bellido! Es una heroína de esta batalla. Ese cántaro de la bandera quiere representar a todo el pueblo de Bailén en su lucha heroica contra los franceses.

Ernesto y Joselito que estaban algo lejos, vieron todo lo

ocurrido y corrieron hacia sus amigas creyendo que les podía haber pasado algo. Entonces oyeron decir: ¡Alto el fuego! ¡Han herido al general Dupont!¡Llega un caballo con la

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bandera blanca! ¡Se han rendido! Los cuatro amigos que se por fin se encontraban

reunidos decidieron que había llegado el momento de irse: ―Vámonos, ya no hacemos nada aquí ― dijo Joselito―

abramos el libro. ―Tengo una idea ―se le ocurrió a Yumara― Tenemos

que encontrar la manera de acercarnos a nuestra época. Como ahora no estamos demasiado lejos, pasemos sólo una página y así probablemente lleguemos a El Coronil en el momento en que todos queremos.

―Sí, sí, pero abrámoslo ya ―dijo impaciente Ernesto― que quiero salir de aquí.

Todos a la vez cogieron el libro, pasaron una hoja… y con la siguiente salió un suave tornado de humo que los envolvió hasta su completa desaparición ...

… apareciendo de nuevo en un campo rodeado de olivos. El tiempo era agradable, no hacia el mismo calor que de donde venían. Era una preciosa mañana de otoño, los árboles cargados de aceitunas y un silencio absoluto, sólo interrumpido por el canto de los pájaros. Los niños comenzaron a sentirse muy contentos, daban por hecho que habían llegado a casa.

―¡Por fin! Ya estamos en El Coronil ―dijo Ernesto― ¡Podremos ver a nuestros padres!

―Podré descansar en mi cama y comer los cocidos y el caldito del puchero que hace mi abuela― dijo Celia.

―No estamos seguros ―les alertó Yumara― aunque en El Coronil tengamos olivos, puede que estos no sean.

―Para averiguarlo caminemos hasta aquel cerro ―se le ocurrió a Joselito― así podremos ver los alrededores.

―Vale, pero estoy segura que estamos en nuestro pueblo ―replicó Celia que era bastante cabezota.

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Al llegar a la colina descubren que estaban rodeados de un mar de olivos, fue en ese momento en el que se dieron de que aquello no podía ser El Coronil. A lo lejos vieron gente trabajando cogiendo aceitunas.

―¡Seguimos en Jaén! ― dijo Joselito― Solo aquí podremos encontrar tanta cantidad de olivos.

―Tranquilos. Vamos a preguntar a aquellos trabajadores que cogen aceitunas ―dijo Celia.

Al llegar ven a un grupo de personas subidas a unos

bancos con unos cestos colgados al cuello y sombreros de paja. Al ir acercándose, dijo Ernesto: Esto me recuerda mucho cuando yo iba con mi abuelo a coger aceitunas.

―Perdone, ¿nos podría decir dónde estamos? Acabamos de llegar y nos hemos perdido― se acercó diciendo Yumara

―Sí cómo no. Estamos en Jaén cerca de la Sierra de Cazorla. Cuando acabemos os llevaremos hasta el pueblo ―se ofreció el hombre

―¿Podemos ayudaros a coger las aceitunas? ―preguntó Ernesto que le encantaba y además ya lo había hecho otras veces.

―Vale. Tenéis que coger un macaco, colgároslo del cuello y … ¡venga, a echar aceitunas! ― dijo uno de los trabajadores.

Yumara, que veía las aceitunas muy apetitosas ya maduritas en el árbol, cogió una y al probarla... ―¡Aaaggg! !Qué asco! ― dijo.

―Ja, ja, ja, Yumara ¿qué haces? ―se rió Joselito― las aceitunas aunque estén maduras no se pueden comer directamente del árbol. -

―Primero hay que prepararlas, que se pueden hacer de muchas maneras ―le explicó uno de los hombres― Aliñadas partidas o sajadas, en cáustica..... así están riquísimas.

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―¿Por qué tenéis tantos olivos sembrados? ¿Tantas aceitunas coméis? ―preguntó Yumara que le resultaba muy interesante.

El campesino riéndose le contestó: No, niña, no. Algunas son para comer, pero la mayoría son para hacer aceite.

―¿Y cómo lo sacáis? ―continuó preguntando Yumara que no estaba muy familiarizada con el tema de la aceituna.

―¿Ves ese carro enganchado al mulo? ―le preguntó el buen hombre― Pues cuando esté lleno lo llevaremos a la almazara, que es la fábrica donde se extrae el aceite de oliva. Podéis venir todos conmigo, si queréis, os llevaré al pueblo y de paso veis allí cómo lo sacamos.

―Sí, ¡qué bien! ―dijo ilusionado Joselito― yo guiaré al mulo, que me hace mucha ilusión.

El carro acaba llenándose y todos se preparan para subir a él.

―¡Cuidado con lo que haces Joselito! ―le advirtió Celia― Como asustes al mulo y nos caigamos, ya puedes empezar a correr.

―Tranquilos, con esta son dos veces las que cojo un carro, y la primera vez que lo hice se volcó ―dijo socarronamente.

Estando en esto, y cuando llevaban un trayecto

recorrido del camino, oyen en un olivo cercano a alguien recitar con una voz muy dulce:

Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, pregunta mi alma: ¿de quién, de quién son estos olivos? …

―Escuchad, escuchad ―dijo Celia― ¿No os recuerda algo esta poesía?

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―Sí, es de Miguel Hernández ―dijo Yumara― El curso pasado celebramos en el cole el centenario de su nacimiento. ¿Os acordáis de la feria del libro en el cole? En la entrada había un gran cartel con esta poesía.

―Sí, sí. Es verdad, ahora lo recuerdo― dijo Ernesto. ―También la leímos y cantamos todos en clase

―recordó Joselito― La cantaba un grupo que se llamaba Jarcha ¿Por qué no la cantamos ahora?

Y todos juntos comenzaron a cantarla. Los trabajadores que los oyeron se quedaron sorprendidos y emocionados al oír aquella poesía cantada por los pequeños.

Continuaron el camino y ya ven de cerca el pueblo de

Baeza que tienen que atravesar para llegar a la almazara. Al pasar por sus calles se quedaron sorprendidos de

los muchos edificios que hay, tan bonitos y cargados de historia. El campesino que se da cuenta, les va comentando:

―Mirad, esta fachada que veis a la izquierda con tantos balcones es el Ayuntamiento, que antes fue cárcel ―les dijo el olivarero― Pero si miráis a la derecha, esa casa que veis ahí enfrente, la de la esquina, es la casa donde hasta hace poco vivió el poeta Antonio Machado con su madre, que se vino aquí después de morir su esposa Leonor.

―¿Lo conocéis? ―preguntó sorprendida Celia ―Ah, sí, ahora que me acuerdo, Antonio Machado nació

en Sevilla y fue profesor de Francés aquí en Baeza ―dijo Yumara― Lo sé porque hicimos un trabajo sobre él para la celebración del Día de Andalucía.

―¡Qué bien! Sois muy estudiosos. Pero mirad, por donde vamos ahora… ―dijo señalando hacia un edificio― ¿veis esa enorme puerta?

―Sí, esa que está al final de la escalinata y que tiene una reja delante, ¿no? ―preguntó Joselito.

―Bien, pues ese es el Instituto, que antes fue

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Universidad ―les dijo― ¿sabíais que hasta hace muy poco daba clases aquí Antonio Machado?

―¿Aquí? ―preguntó Celia extrañada― pues la verdad es que no.

―Y además aquí, en esta ciudad de Baeza, fue donde conoció a Federico García Lorca ―les continuó contando― eso tampoco lo sabe mucha gente.

Siguen su camino hasta que llegan a una plaza con una fuente, la Plaza del Pópulo.

―Tengo mucha sed ―dijo Joselito― Paremos aquí para beber y refrescarnos.

―Mira qué fuente tan bonita ―dijo Celia con admiración― Tiene cuatro leones.

―Sí, por eso esta fuente se llama Fuente de los Leones. ―les dijo el campesino― Es un manantial natural que llega desde las montañas de la sierra.

―Ah, igual que la que tenemos en nuestro pueblo ―dijo Ernesto― se llama El Pilar del barranco que también es una fuente natural, aunque no es igual de bonita.

Una vez refrescados, continúan el camino admirando el lugar. Por cualquier calle que pasaban encontraban algo que comentar: la Catedral, el Palacio de Jabalquinto,…

―¡Claro! ―le susurró Celia a Yumara― Ahora recuerdo que cuando estudiamos Antonio Machado, vimos también que las ciudades de Úbeda y Baeza habían sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, por la gran cantidad de monumentos que tienen las dos.

Iban tan entretenidos disfrutando de la ciudad, y de la

ruta que les había preparado el olivarero, que casi sin darse cuenta estaban saliendo del pueblo.

A lo lejos ya se veía la almazara, cuando pasan cerca de

un gran olivo centenario, de tronco retorcido y una gran

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copa, con hojas de un verde que llama la atención y cargado de aceitunas y con una forma muy especial. Allí se pararon.

―Mirad chicos, debajo de este olivo centenario se celebraban todas las reuniones importantes del pueblo, y a su alrededor verbenas y fiestas ―les dijo el campesino― Todos dicen que sus hojas tienen algo mágico pero no sabemos qué.

Finalmente acercan a la almazara y entran. ―¡Qué olor tan rico! Me ha entrado mucha hambre

―dijo Ernesto al que le suenan las tripas. ―Venid, veréis cómo sacamos el aceite ―dijo el

campesino― Ahora comeréis algo. ―Mirad en esos capachos hechos de cuerda y de forma

circular con un agujero en el centro, ponemos una buena capa de aceitunas. Luego hacemos lo mismo con otro y otro y lo vamos colocando encima. Así formamos un montón y lo prensamos. ¿Veis cómo chorrea el aceite entre los capachos? Ahora lo recogemos en ese recipiente y ya está. Casi listo para envasar? Pero bueno, tenéis hambre ¿no? ―les preguntó― Tomad estos panes y empaparlos en el aceite, después podéis ponerle azúcar.

Todos rápidamente cogen los panes y comen con muchas ganas.

―Esto me recuerda al desayuno andaluz que nos comemos en el cole cuando celebramos el Día de Andalucía ―dijo Celia con la boca llena.

Les gustó tanto que decidieron pedir algunos panes en aceite de más para guardarlos en la mochila y comerlos en otro momento.

Se despidieron dando las gracias por todo y se fueron

para continuar su viaje. ―Vamos hacia el gran olivo centenario, el que vimos

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antes ―se le ocurrió a Celia― seguro que con lo viejo que es también será sabio y nos ayudará en nuestro viaje.

Allí debajo del gran olivo, donde nadie los observaba, decidieron abrir el libro sin pensar por dónde, porque eso de pasar más o menos páginas… se veía que no daba resultado.

En el momento justo en el que los cuatro amigos

tomaron contacto con el libro, apareció de nuevo una gran luz. Comenzaron a ser envueltos en esa conocida nube blanca. Con el remolino una hoja del olivo, con una forma muy especial se posó sobre el libro abierto iniciando el viaje con ellos hasta...

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CAPITULO VI

LA PROVINCIA ONUBENSE:

UN LUGAR DE DESCUBRIMIENTOS…

Cansados de aquel largo viaje, cayeron desplomados sobre la arena fina. La pleamar les bañaba los pies que apuntaban hacia un precioso crepúsculo. El sol se reflejaba en la superficie de las pequeñas ondas y le daba tonos cobrizos. Las gaviotas batían sus alas de blanca espuma sobre las olas que picoteaban la arena de la playa.

―¡Uf!, me estoy acordando de la clase de música. Escuchad... ― dijo Yumara.

―¿Qué? ― respondieron todos al unísono después de escuchar sin percibir nada.

―Pues las gaviotas, el mar, el viento: las gaviotas son las protagonistas, el mar un instrumento de percusión,...

―¡Y el viento un fagot...! ― dijo Celia. ―¡O un clarinete...! ― dijo Ernesto.

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―Valiente “chorrá”, a mí no me saques del rap... ― dijo Joselito tarareando; y continuó haciendo pedorretas con una mano en la boca.

Los tres lo escanearon de arriba a abajo y de izquierda a derecha pero se callaron lo que pensaban. Detrás de ellos oyeron el crujir de la arena, un ruido adivinaron que pertenecía a los pasos de una persona, pero el otro ruido, no lo identificaban. Giraron la cabeza. Un señor se acercaba en dirección al mar. Llevaba un sombrero claro, que parecía de paja, con una cinta negra. Llevaba también un traje elegante del mismo color con una camisa blanca y una corbata negra bastante fina. Iba acompañado de un burro pequeño que cojeaba y le daba unas suaves topadas en su espalda.

―Buenas tardes ― dijo el señor al pasar por el lado de los niños.

―Bue...enas tardes ― respondieron tímidamente. El burro entró en la mar blanca. El señor se quitó el

sombrero y dirigiéndose a ellos, dijo: ―Vosotros no sois del pueblo, ¿verdad? ―¿Del pueblo...? ― dijo Yumara. ―De Moguer ― contestó al instante el señor. ―¡Ah, ya! Verás, nosotros no somos de aquí, no ― dijo

Celia ―. Somos de Palos de la Frontera. Yumara que iba a abrir la boca para desmentirla fue

interrumpida por un codazo fantasma, y así se quedó: con la boca abierta y frotándose el brazo un poco dolorida.

―Cada fin de semana, y algún día suelto, hago un paseo desde Moguer hasta esta playa de Mazagón pasando por Palos. Luego me vuelvo por entre los pinares ―contestó aquel hombre que tenía una calva como una bola de billar o al menos así lo imaginaba Ernesto que estaba aguantándose la risa desde que se quitó el sombrero.

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El burro salió del agua y empezó a juguetear con los niños que se montaron encima de él, le acariciaron y le rascaron sus largas y suaves orejas. El señor llamó al animal y se despidió amable.

Los cuatro se quedaron en silencio mirando cómo se alejaban. Antes de que se perdieran en la lejanía, Celia gritó:

―¡Seguidme! ¡Deprisa! Todos la siguieron sin saber que era lo que pensaba

hacer Celia. Cuando pudieron alcanzarla, con la voz entrecortada, Celia les contó que quería seguir a aquel señor y a su burro, todo eso sin parar de andar con buen ritmo.

No podían ir por el camino porque era demasiado recto y el señor podría descubrirlos, así que tuvieron que caminar por su borde que aunque era de arena más suelta, había árboles para poder esconderse entre ellos.

Estaban cansados, tenían sed y sudaban, mojados como si hubieran salido de la piscina. Además sus músculos les dolían. Se sentían tan pesados al andar en la arena, que parecía que cargaban con los libros en sus mochilas. Estaban hartos y deseando acabar tumbados donde fuera.

Se pararon en la ladera de un cerro donde había una casa solitaria y un porche con cinco arcos. Había anochecido hacía tiempo, pero se podía ver la gran copa de un pino y una de las paredes laterales encaladas de la casa, iluminadas por un trocito de luna. Se agazaparon a un lado del camino, sobre la hierba. El señor terminó de subir con el burro hasta llegar a ella y entró por una puerta. Luego el señor desapareció, bajando solo, por el otro extremo de aquel alto.

―¿Subimos todos o sube uno? Si sube uno, ¿quién? ―dijo Joselito.

―Subimos tú y yo ― respondió Celia.

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―Sí hombre, y nos quedamos nosotros aquí solos ―protestó Ernesto.

―A mí no me importa ― aclaró Yumara. ―Yo subo contigo Celia ― respondió Ernesto. ―¡Venga, que subimos todos! ― exclamó Joselito

incorporándose. El resto le siguió con Ernesto en último lugar. Cuando

llegaron a la casa se pegaron a la pared y Joselito giró la cabeza por el único arco que tenía aquel lado de la pared para mirar si había alguien.

―No hay nadie ― dijo susurrante, y todos se dispusieron a entrar en el porche.

Yumara, justo cuando iba a entrar por el arco, escuchó un chasquido a su espalda y se revolvió asustada pero solo vio la oscuridad de la noche. Ernesto había desaparecido. Se le erizó el vello de los brazos. Un calor le subió desde el estómago hasta incendiarle la cara. Luego le vino otra vez el frío que la dejó paralizada. Entonces, algo la agarró por el tobillo. Llena de miedo, sólo sus ojos bajaron para ver qué la sostenía tan firme.

―¡Jo, qué galletazo me he “pegao”! ― dijo Ernesto tirado en el suelo, que con una mano se aferraba a un pie de Yumara y con la otra mano estaba palpando el suelo.

Llorar, reír, chillar, abrazar a sus padres... o a Ernesto mismo, o darle un puntapié,... Todo eso fue el conjunto se sensaciones que en una milésima de segundo se le pasó por la cabeza a Yumara.

―Arriba ―murmuró más tranquila ofreciéndole la mano.

Joselito y Celia que se habían vuelto también para ver lo que había sucedido, mantenían una sonrisa en sus rostros. Joselito llegó hasta la puerta y puso la oreja sobre ella. No oyó nada. Intentó girar el pomo y se entreabrió. Por la rendija se veía poco, así que la abrió por completo. Un

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poco de la luz de la luna dejó ver el suelo que estaba cubierto de paja esparcida de forma irregular.

El burro estaba cerca de una ventana, levantó la cabeza y avanzó tres pasos hacia la puerta. Bajó y levantó la cabeza en señal de que los recordaba de la playa. Los niños se acercaron hasta él y le rascaron detrás de las orejas por segunda vez en un día.

Pronto dejaron al burro y buscaron un lugar donde estar cómodos. Celia empezó a contarles:

―Este señor es Juan Ramón Jiménez. Y el burro se llama Platero. Precisamente su obra más conocida es Platero y yo. Vive en Moguer y ésta casa debe ser Fuentepiña, que es una casa de campo a unos dos kilómetros del pueblo. Lo malo es que no estamos en nuestra época.

―Bueno, hasta ahora todas las personas que hemos encontrado nos han facilitado viajar en el tiempo. A lo mejor con Juan Ramón pasa lo mismo ― dijo Joselito.

―¡Uuaaaaaaay! ¡Qué sueño! ¿Por qué no seguimos mañana?... ―bostezó Ernesto que se acurrucó hecho una bola, como una cochinita de esas que están en los arriates y las macetas.

―Me gusta la idea ―dijo Yumara que también se hizo una bola pegándose a Ernesto.

Los dos mayores buscaron un rincón más apartado para decidir qué iban a hacer al día siguiente. A continuación se acurrucaron y se durmieron. Durante la noche un sueño plácido se reflejaba en la cara de los niños. De madrugada, sin embargo, un grito agudo retumbó en toda la habitación.

―¡Algo me ha chupado la cara! ¡Algo me ha chupado la cara! ¡Qué asco! ― repetía constantemente Yumara.

El resto se despertó asustado por los gritos, pero con los ojos cerrados por el sueño, aún no veían nada. Cuando

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los ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudieron ver a Yumara en una esquina y en la otra a Ernesto, y junto a él una cabra blanca que parecía tan asustada como los demás. Los niños comprendieron entonces quién lamía la cara de la niña.

Despiertos de aquella forma no pudieron volver a dormirse. Joselito se acercó a la ventana que estaba cerca de Platero para ver qué hora podría ser.

En la distancia subiendo a todo correr por la ladera en dirección a la casa, vio a dos personas encapotadas. En la cabeza llevaban un tricornio. Eran algo diferentes a los que hay en El Coronil, pero Joselito supo que eran guardias civiles. A los gritos de Yumara, la pareja de civiles se había alertado y acudía para investigar qué sucedía.

Avisando a los demás se colocaron en círculo para desaparecer de allí antes de que llegasen, así que Celia abrió el libro y...

―No ha sucedido nada... ― dijo Ernesto. ―Deprisa estoy oyendo los pasos... ― dijo Joselito. Fue entonces cuando Platero se acercó al libro y con

su boca cogió una ramita de olivo que asomaba entre sus páginas y como si hubiesen pulsado un interruptor desaparecieron de allí envueltos en el remolino de humo que levantó la paja del suelo por los aires.

El libro cayó en el suelo y los niños unos metros más

para allá. Estaban en un lugar lleno de gente, cerca del mar. Un señor, mal vestido vio el libro y quiso llevárselo.

Ernesto que lo vio, se agarró a la pierna del hombre y empezó a llamar a los demás:

―Que se lleva el libro, que se lo lleva. ¡Espabilad! ―les dijo al resto que estaban aturdidos en el suelo, sentados de culo porque en el viaje habían tropezado con Platero.

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Un hombre fuerte que olía a pescado y a sal lo agarró por la patilla y le dijo:

―¿Otra vez meneando los dedos donde no debes? Y siempre te tengo que pillar yo. Devuélvele el libro y te devuelvo tu patilla ― dijo con un vozarrón.

El del libro se lo devolvió y el de olor a mar, con un pequeño empujón, lo tiró al agua. Miró a Ernesto y le preguntó dándole el libro:

―¿Estás bien? ―Sí ―contestó Ernesto cogiéndolo de sus manos ―.

Muchas gracias señor... ―Martín Alonso Pinzón, soy navegante. Ahora

estamos preparando una expedición a las Indias Orientales. Pero esta vez vamos a ir por una ruta distinta: el Océano Atlántico, pero no se lo digas a nadie ― dijo, esto último bajando la voz.

―Ven, acompáñame. Que vengan también tus amigos ―añadió.

Los niños lo siguieron por el muelle, mientras Martín

les fue enseñando lo que se cargaba o descargaba de cada barco. De uno de ellos salieron un gran número de esclavos, según contó Martín, y que en este caso provenían de la Guinea portuguesa, del pueblo de los Azanegas.

―¡Pero eso es una vergüenza! Todas las personas somos iguales, somos seres humanos, pueden pensar, hablar, caminan de pie, aman,... ―dijo Yumara muy desanimada y a la vez rabiosa.

―¡Mujer! Yo no puedo hacer nada ―dijo Martín defendiéndose.

―Lo que está claro es que en cada época se piensa de diferente manera y en nuestra época pensamos que está mal ―pensó Celia en voz alta.

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―¿Vuestra época? ¿De qué época sois? Pensándolo bien, vestís de una forma un tanto rara. Y esos macutos de colores... Bueno, da igual ― contestó Martín.

Ernesto, que pensaba que Martín era un buen hombre, después de que lo hubiese ayudado, decidió contarle la historia. Martín lo miró con lástima porque pensaba que estaba loco. El resto apoyaron a Ernesto y para hacer una prueba enseñaron sus objetos. Ernesto le mostró el anillo con la piedra sobre su palma de la mano. Cuando Celia enseñó el libro, entre sus páginas, asomaban unas briznas de paja de la cuadra. Platero, pensando que era la hora de la comida tiró con sus labios y con el sólo roce desapareció de su vista.

Martín no tuvo más remedio que creérselo y aunque pensaba que los zagales eran buenos, si alguien hubiese visto aquello también se hubiese metido en un lío, porque lo podían acusar ante la Santa Inquisición por brujería o vete a saber qué otra cosa.

―Vámonos de aquí ―les apresuró Martín. Martín los llevó a un barco de madera llamado Santa

María. Les contó que era una nao, una nave grande, aunque las más grandes las llamaban carracas. Las otras dos más pequeñas que la nao que estaban amarradas a su lado, eran carabelas y se llamaban La Pinta y la Niña, e iban en la misma expedición.

―¿Calaveras? ― dijo Yumara extrañada. ―Calaveras, no. Carabelas. Son naves más pequeñas

que esta nao ―aclaró Martín―. Calaveras son cráneos. No me gustaría estar en un barco de cráneos.

―Yo es que siempre los confundo ―dijo Joselito. Celia pensaba que se parecía a un barco pirata, y no se

podía imaginar que flotase en una tormenta.

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Martín les enseñó la cubierta que estaba llena de barriles. En el centro estaba clavado el palo mayor y unos metros más adelante, hacia proa, había otro más pequeño. En la popa, en la parte de atrás del barco, se encontraba el timón y el palo de mesana. Las velas estaban recogidas. Arriba, en los dos palos más grandes había como un barril cortado por la mitad, que era la zona del vigía.

―¿Te gustaría subir ahí? ―le dijo a Celia un hombre con un parche en el ojo.

―¡No! ― respondió ella y el hombre se rió con una gran carcajada.

Era Rodrigo de Triana, que aunque su apodo se refería a un barrio de Sevilla, era en realidad de Lepe. Y a pesar de ser tuerto, Joselito recordó que fue el primero en divisar tierra del continente americano. En el interior del barco el espacio era pequeño y en la pared colgaban ajos, cebollas, y muy cerca había toneles con salazones, como mojama o bacalao. También llevaban frutas, sobre todo limones. En la proa dormía la tripulación tendida en el suelo. Más abajo estaba la bodega, un lugar húmedo, frío y oscuro, donde guardaban el cargamento. A Joselito le pareció que la vida de marinero era muy dura.

Rodrigo bajó deprisa por las escaleras. ―Martín, tenemos “compañía” ―dijo recalcando la

última palabra. Martín subió arriba y comenzó a hablar con unas

personas que hablaban en tono autoritario. Joselito se asomó por las escaleras para ver lo que ocurría. Por una esquina pudo ver la pierna de uno de los que hablaba y en su cintura colgaba una espada. Bajó otra vez las escaleras y con los nervios tropezó y se cayó sobre el suelo de madera.

―¿Qué hay ahí debajo? ―escucharon que decía una voz de arriba. Unos pasos se acercaron a las escaleras.

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―Será algún barril mal puesto que se ha caído ―oyeron que les respondió Martín, pero continuaron acercándose.

―Rápido sacad los objetos ―dijo Joselito. Así lo hicieron mientras se ponían en corro. ―Esperemos que funcione a la primera – comentó

Ernesto. Aún quedaba una brizna de paja en el libro y quizá

fuese por ella, o por la piedra del anillo que también se iluminó, o por el Diario de Abderramán que se enfrió y el de Soledades que se calentó,… o por todo ello junto. Pero todos se sintieron caer por un agujero negro que parecía que no tuviese fin.

En medio de un campo bastante llano de gente

aparecieron los niños. Alrededor de ellos, unos hombres los miraban paralizados, teniendo en cuenta que estaban en mitad de un partido de fútbol y ellos habían venido a parar justo cerca del área grande de uno de los equipos.

―¡Quillo! ¿Qué hacéis ahí en medio? Venga, quitaros ―dijo uno de los jugadores.

―¡“Go out”! ―dijo alguien del equipo contrario. Yumara había entendido lo que dijo en inglés, que era

lo mismo que les dijo el primero en castellano: que se fueran. En las bandas había menos público y estaban de pie. Los niños se fueron hacia allí y salieron lo más rápido posible.

Todo el mundo los miraban, unos extrañados, otros enfadados y los más bonachones, tomándoselo a broma, aunque nadie sabía de dónde habían venido. Un niño rubio, de piel blanca y ojos azules se acercó hasta ellos. Y en una pronunciación gangosa, que Yumara sabía que era el acento inglés, les dijo un “hola” que les sonó bastante raro.

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Yumara empezó a hablar con él en inglés para averiguar dónde estaban. El niño, que se llamaba Michael, les contó que estaban en Minas de Río Tinto, un pueblo minero de la zona norte de Huelva. Lo que acababan de ver era el primer partido que se estaba disputando en un campo señalizado.

Cuando el partido terminó, Michael los invitó a tomar el té en su casa, pero había que coger el tren minero para llegar a Huelva, así que algunos hombres encargados del tren los montaron en un vagón sin carga. El resto del tren era una fila larga de vagones cargados de mineral de cobre.

El lugar al que nos llevó era una calle donde las casas

eran casi iguales, diferentes a las que los niños tenían en El Coronil. Su tejado era muy inclinado, de color rojizo, con las fachadas blancas y muchas ventanas, todas ellas pintadas con colores vivos como el rojo o el azul. Tenían jardines con arbustos y algunos árboles en la entrada. Todas tenían, al menos, una chimenea. Michael les contó que era el barrio de Bellavista, en Huelva.

La casa de Michael era gigante. Al entrar por la verja del jardín cruzaron un arco hecho con rosales de rosas rojas.

Desde la entrada hasta el salón vieron dos chimeneas grandes de ladrillo, una de ellas en una sala y la otra, donde iban a tomar el té. Su madre, era una señora muy amable que puso una taza con flores de colores. Allí echó té caliente con un chorrito de leche y pastas. La señora tuvo que rellenar varias veces el plato de pastas. Porque estaban desmallados del hambre, desde la pasada noche que se comieron el pan con aceite en Jaén, no habían vuelto a probar bocado.

La señora ya empezaba a mirarles con mala cara y le dijo a Michael que se los llevara a jugar un rato al jardín.

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Allí le contaron su historia a Michael, que en un principio no se creía. Para ver si era verdad les pidió que enseñaran los libros y el anillo con la piedra. Michael, que no terminaba de creérselo, agarró el libro y lo abrió sin permiso. Todos se echaron las manos a la cabeza pero... no sucedió nada.

Celia miró tristemente su mano en la que tenía una rosa que acababa de cortar de un rosal, pensó que se había estropeado o perdido su magia. Le pidió el libro a Michael, lo abrió y lo hojeó. Sin apenas dar tiempo a pestañear, una ráfaga de viento los sacudió.

La sacudida les llevó hasta un camino verde, de hierba

húmeda que iba hacia abajo y finalizaba en un pequeño riachuelo. Allí apaciblemente estaban comiendo nueve o diez cochinos de pata negra. En el horizonte un gran sol en un cielo rojizo, iba a esconderse detrás de las montañas.

Hacia el otro lado se veían varías casas que parecían

abandonadas. Detrás había un pueblo pequeño. Cogieron el camino de la derecha que iba hacia una casa blanca. Sentada en la puerta, una mujer muy mayor se mecía lentamente y con ritmo constante.

Los chicos se acercaron a la señora y dijeron todos juntos:

―Buenas tardes. ―Buenas tardes ―dijo la anciana mujer―. ¿Qué hacéis

por aquí? ¿estáis de vacaciones? Desde que vendemos fuera los jamones que tenemos, vienen muchos turistas. Porque vosotros sois turistas, ¿verdad? ―sin dar tiempo a meter baza la mujer se contesta a sí misma― Sí, sois turistas, si no hace falta más que veros, con la mochila de colorines y vuestra ropa… ¿Pero el burro también es vuestro?

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Los niños pensaron que podía ser Platero, pero al volver la vista vieron a un burro algo mayor con el pelo poco cuidado que los había seguido por el camino. Además, éste estaba atado por las patas delanteras.

―El burro no es nuestro ―dijo Joselito a la dicharachera anciana.

―¿Y de dónde sois? ―Somos cuatro... hermanos, de El Coronil en Sevilla

―dijo Yumara mintiendo esta vez un poco. ―Pues yo hijos míos, soy de aquí pero fui maestra

durante cuarenta años en Coria del Río y allí me jubilé con setenta años de edad, allá en el sesenta y seis...

Los muchachos viendo que la historia iba a alargarse, se sentaron en el suelo alrededor de ella y escucharon la historia con atención.

―… Allí los niños y niñas me querían muchísimo y yo muchísimo a ellos. Ya ves tú, una vez me tocó el Gordo de la Lotería Nacional, dieciocho mil pesetas de las de antes, que ahora en euros serían una miseria,...

―Algo más de cien euros... ― interrumpió Yumara. ―Eso mismo. Pues como digo, con ese dinero, y un

poquito más, les dimos a todos los alumnos un desayuno de chocolate con leche y pan frito para mojar. ¡Y tan contentos todos! En mi época es que las cosas eran diferentes. Pero lo que vosotros hicisteis en la escuela de párvulos, o de infantil como lo llaman ahora, pues yo estaba empezando a hacerlo entonces. La escuela de infantil la llamaban “la escuela de los cagones”, muy feo ¿no?, y la verdad es que no le daban mucha importancia a estas edades tan chiquititas. Pero yo sí. Cantábamos, hacíamos juegos, grandes dibujos en las paredes del aula y otras tantas cosas más. La mayoría de los materiales los fabricábamos en la escuela.

Se aclaró la garganta y continuó.

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―Ahora se compran y tienen muchos colores, pero entonces es que eran otros tiempos… Y cuando me jubilé, de eso hace ya treinta y cuatro años, me dieron una medalla, la Cruz de Alfonso X el sabio. Por todo lo que había hecho por los niños y niñas, y por su educación, y porque los niños y niñas aprendían a leer divirtiéndose. Eso en una época en la que se pensaba que la letra con sangre entra. Pero yo, Josefa Navarro Zamora, que ese es mi nombre, de todo lo que he vivido me quedo con el cariño que me han tenido siempre en Coria, y aquí en mi pueblo, en Jabuguillo. En los dos tengo una calle y me siento que soy hija de los dos pueblos.

Joselito se dio cuenta de que, si se jubiló en el sesenta y seis y hacía treinta y cuatro de su jubilación, estaban en el año dos mil. Pero aún mejor, la anciana tenía ¡más de cien años!

Los niños, que habían escuchado con atención su historia, decidieron contarle la suya.

―Ya sabía yo que no eráis hermanos. Aunque vieja,

todavía conservo mi intuición de maestra. Tantos años... La anciana se quedó meditando y observó que uno de

los libros funcionaba cuando pasaba por un arco y tenía cerca un objeto del lugar en el que estaban o habían estado anteriormente. Así que la anciana les propuso una solución:

―Tomad estas bellotas, que son las que nos han dado el jamón que tenemos hoy en día, y pasad por el arco de mi casa. Los acompañó hasta dentro de su casa. Entre el zaguán y el cuerpo de la casa tenía un arco alto y grueso.

Los niños lo atravesaron, abrieron el libro y, como ya suponían, no funcionó. Entonces acercaron una de las bellotas que les ofreció Josefa y, al instante, se quedaron

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dormidos soñando que iban en el tren de las Minas de Río Tinto o que iban en el barco mecidos por un suave oleaje.

Cuando Ernesto se despertó, se dio cuenta de que ni

iba en tren, ni iba en barco… estaba en una habitación. En la oscuridad pudo ver a los demás, aún tendidos y respirando plácidamente. A lo lejos, por un largo pasillo, pudo ver una luz de un día radiante.

Fue despertando a los demás que medio adormilados observaron el interior en penumbra. Grandes losas de piedra hacían de pared y a la vez sostenían un techo también de losas gigantescas. El pasillo hacia el exterior estaba hecho de la misma piedra.

Al salir, el sol les bañó la cara y les calentó agradablemente. Aquel conjunto de piedras estaban tapadas por miles de kilos de tierra, formando encima un cerro pequeño. A su lado había un cartel con el plano del dolmen que rezaba:

Dolmen de Soto Finca la Lobita, Trigueros

Delegación Provincial de Huelva Consejería de Cultura

Junta de Andalucía ―Esto es una construcción prehistórica pero por el

cartel debemos estar bastante cerca de nuestra época ―observó Joselito.

―¿Y si probamos de nuevo? A lo mejor en la siguiente caemos por fin en El Coronil. ¡Qué ganas tengo! ― dijo Ernesto.

―Y comer un filete con patatas fritas... ―contestó Joselito relamiéndose.

―Toma esta piedra y abre el libro ya ―dijo Celia que se le hacía la boca agua.

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Tomaron aquella piedra y colocándose en círculo, abrieron el libro. Comenzaron un descenso por una especie de tubo metálico, bajando y bajando cada vez a más velocidad, sin saber, una vez más, dónde iban a parar esta vez.

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CAPITULO VII

MÁLAGA: SOL Y BUENA VIDA. Era un día caluroso. Se veía a unos niños haciendo

castillos de arena en la orilla de la playa. A lo lejos se acercaba una barca pequeña, los niños la vieron. Ya más cerca, pueden ver que hay cuatro personas dentro.

―¿Serán pescadores? ―preguntó uno de los niños. ―No lo creo, parecen niños, además… a estas horas los

pescadores ya suelen haber terminado su faena ―contestó otro sin parar de excavar.

Y siguieron jugando sin echarles cuenta. Cuando más tarde, desembarcaron en la orilla, comprobaron que efectivamente eran dos niños y dos niñas los que iban en él.

―Vaya viajecito en barca ― dijo Yumara― ¡Qué raro, no hay ningún chiringuito en la playa!

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―¡Con lo buenos que están los espetos de sardinas! ―le contestó Celia, que siempre tenía comer en su mente.

―Mirad, ahí hay gente, vamos a ver dónde hemos ido a parar ―dijo Joselito.

Dejaron la barca y poco a poco se acercaron hacia donde estaban los niños. Estaban ataviados con unos bañadores que iban desde la cintura a los tobillos. Ernesto fue el primero que se acercó a ellos.

―¿Por qué lleváis puesto esos bañadores tan antiguos? ―les soltó― ¡Eso ya no se lleva!

―¡Qué dices, si esto es la última moda! ―contestó uno de ellos― Anda que la ropa tan rara que lleváis vosotros. ¿De dónde habéis salido?

Ernesto comenzó a reírse a carcajadas, cuando de pronto uno de los otros niños, el más alto, gritó enojado:

―¿De qué te ríes? ¡Si os burláis de nosotros, llamaré a mi padre, para que os castigue como merecéis!

Joselito, con la cara blanca y con las palabras entrecortadas, intervino buscando calmar el asunto:

―Perdona, no era nuestra intención… Por cierto, ¿dónde estamos? y ¿quién es tu padre?

―Estamos en la playa de La Malagueta ¿no lo sabíais? ―respondió ya más calmado― Mi padre es Antonio Cánovas del Castillo ―dijo pronunciando el nombre completo con orgullo.

Yumara pensó que seguramente ese hombre era alguien importante, y a lo mejor podía darles alguna pista de cómo seguir el viaje. Así que le preguntó si podían ver a su padre para conocerlo en persona. El muchacho, extrañado por la petición, pero alegre de tener nuevos amigos, contestó:

―Claro que sí, venid conmigo, os llevaré a mi casa. ―La playa de la Malagueta… ―piensa en voz alta

Joselito― entonces… debemos estar en Málaga, ¿no?

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―Pues claro, ¿dónde sino? ―preguntó el chico― Ni que vinierais desde Huelva con esa barca.

―Si yo te contara ―comenzó a decir Joselito a la vez recibía un codazo de Ernesto― Si yo te contara,… o, yeah, si yo te contara… si yo te contara cómo baila Yumara ―comienza a rapear Joselito para salir del paso. Mientras, el resto de sus amigos se ríen por lo bajo.

―Oye… y sólo para asegurarnos ―interrumpió Celia para sacar del apuro a su amigo― Porque llevamos tanto tiempo viajando que estoy perdida. ¿En qué año estamos? ―hizo la pregunta temblorosa, temiéndose la respuesta.

―Yo lo sé, yo lo sé ―dijo el más pequeño de los chiquillos― Estamos en 1875 ―afirmó sonriendo, orgulloso de saber la respuesta y por fin tener algo que decirles a sus nuevos amigos.

Comenzaron a callejear por la ciudad de Málaga,

observando muchas casas señoriales y a personas con unos trajes muy elegantes, típicos de la época. Al cabo de un buen rato caminando por la ciudad, empezaron a subir una cuesta. Las vistas eran cada vez mejores, los chicos caminaban sin poder apartar su vista del paisaje. Cuando llegaron arriba vieron que desde allí se podía observar toda la bahía de Málaga. Celia miró a sus espaldas y vio algo que le resultaba familiar.

―Mirad, se parece a nuestro Castillo ―les dijo a sus amigos.

―¿A qué castillo te refieres? ―preguntó uno de los muchachos.

―Al que hay en nuestro pueblo, El Coronil ―dijo ella― Se llama el Castillo de Las Aguzaderas.

―Éste es el Castillo de Gibralfaro. Se llama así por ese faro ―dijo señalando a lo alto el más pequeño del grupo― El maestro estuvo hablando de él en la escuela. Nos dijo que fue

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construido en el siglo XV por el rey Yusuf para albergar a las tropas y proteger la Alcazaba ―dijo en tono sabiondo― ¿Y sabéis qué? El castillo contenía aljibes para poder mantener a una guarnición de 5.000 hombres ―soltó con orgullo por recordar todos los datos de la lección.

Desde lo alto se veía a un hombre que bajaba a paso

rápido, con rostro serio e intelectual. Uno de los muchachos, al verlo, se acercó a él corriendo y llamándole:

―¡Papá, papá! Ven, te voy a presentar a estos amigos, que te quieren conocer.

―Bueno, pero no tengo mucho tiempo, ya sabes que mañana tengo que estar de vuelta en Madrid. Tengo reunión del Consejo de Ministros ―dijo― estamos discutiendo la redacción de la Constitución, que el próximo año deberá aprobarse.

―Éste es mi padre, Antonio Cánovas, es abogado, político y escritor ―les dijo el muchacho orgulloso.

―Digamos que me dedico a las leyes. Alguien tiene que poner orden en este país ―dijo con una sonrisa a la vez que acariciaba la cabeza de su hijo― Mi misión es ayudar a nuestro Rey, Alfonso XII. Es su primer año de reinado y hay mucha tensión ―comentó con preocupación― Era más fácil con su madre, la Reina Isabel II, cuando fui ministro de Gobernación y Ultramar.

―Vaya, pues si que es importante― pensó Ernesto. ―Lo siento muchachos, encantado de conoceros, pero

debo irme, tengo prisa ―se despidió don Antonio Cánovas. Yumara se queda con gesto serio y pensativo. “No nos

ha dado ninguna pista de cómo seguir el viaje” piensa para sí.

―Después de la subida al castillo, debemos descansar y comer algo ―dijo Joselito sentándose en una piedra― hace

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horas que no comemos nada. ―En mi mochila, además del libro, tengo chocolatinas

que compré en el kiosco de Marta ―se acordó Celia― Parece que ha pasado una eternidad, seguro que están algo derretidas… ¿Alguien quiere?

―Con el hambre que tengo, me vale todo ―dijo Joselito― Dame, dame.

Celia, al rebuscar por su mochila, se le cae el libro abriéndose en el suelo. De pronto surgió un fuerte aire cálido, insoportable, un “viento terral” que soplaba con tanta fuerza fue arrastra a los cuatro amigos.

―¡Cogeros! ―gritó Yumara― No os soltéis de las manoooos…

Cuando el viento cesó y los cuatro amigos fueron

capaces de abrir sus ojos, comprobaron que se encontraban frente a un gran edificio, delante de la puerta de un templo enorme con tres naves.

―Se parece a la iglesia de Nuestra Señora de Consolación, de nuestro pueblo ―dijo Ernesto con alegría.

―No puede ser la iglesia ―contestó Celia― Ésta es mucho más grande, alta y espaciosa.

―No equivocaros, ésta es la Iglesia Catedral Basílica de la Encarnación― les dijo una señora que en ese momento salía del templo― Es una de las joyas renacentistas de Andalucía ¿sabéis cuántos años tardó en construirse?

―Con lo grande que es… por lo menos, por lo menos,… tres o cuatro años ―dijo Ernesto.

―Casi, casi ―dijo con una sonrisa la mujer― ¿Cómo estáis de cuentas? Mirad esa placa y leed lo que dijo.

―“Este templo comenzó a construirse en el año 1528, y se terminó en 1782, siguiendo los planos por Diego de Siloé” ―leyó en voz alta Yumara.

―¡Guau, eso son un porrón de años!― exclamó Ernesto

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―Algo más de cuatro ¿verdad? ―dijo sonriendo la mujer― Fue complicado porque estaba dentro de los límites de la muralla árabe, que como veis ya no está, la derrumbaron para seguir ampliando la ciudad.

―¿En qué año nos encontramos? ―le preguntó Ernesto a la señora.

―¡Vaya preguntas hacéis! ¿Acaso no sabéis que nos encontramos en el año 1920? ―contestó.

―Bufff, no nos queda nada todavía… ―dijo Celia mientras la mujer la miraba con cara de extrañeza.

―Venga, ¿queréis entrar a ver la Catedral? ―les dijo a la vez que abría la enorme puerta.

Al entrar Yumara observó una obra de arte a su derecha y le preguntó a la señora:

―Y ¿esto qué es? ¿Una iglesia dentro de la catedral? ―le preguntó extrañada la chiquilla.

―Es la Capilla Mayor, obra de Diego de Vergara ―le contestó― ¿Te gusta?

―Sí, la verdad ―le respondió admirada― Es la primera vez que entro en una iglesia. Y la mezquita donde voy a rezar con mi familia no se parece en nada a esto.

―Seguidme, os voy a llevar hasta el frontal, la parte que más me gusta ―dijo guiándoles hacia delante― Mirad, es el retablo gótico de la Capilla Santa Bárbara. Y aquello que veis a lo lejos es el coro. La sillería es obra de Pedro de Mena ¿no es preciosa?

―¡Guauuuu! ―dijo Ernesto impresionado Cuando se dirigen hacia la salida Joselito se queda

mirando unos cuadros. ―¿Te gustan? Ése es de Juan Niño de Guevara ―le

explicó señalando a uno de ellos― y ese otro de Alonso Cano. ―Esto parece un museo― dijo embobado. ―Me alegro que os guste ―dijo la mujer― Pero no

puedo entretenerme más. Debo irme que me va a cerrar el

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mercado de Huelin. Todos juntos salieron hacia afuera y se despidieron de

la mujer. ―¡Hasta otro día, señora, y muchas gracias! Se sentaron en la puerta de la Catedral, comentando

entre ellos la belleza de lo que habían visto. ―¡No he visto otra cosa igual en mi vida! ―decía

Ernesto. ―¡Ni yo tampoco! ―le siguió Yumara― Yo había visto

iglesias por fuera, pero pensaba que por dentro eran como las mezquitas… y no se parecen mucho, la verdad. Os tengo que llevar a una para que veáis cómo es una.

En ese momento un señor pasó delante de ellos

montado a caballo, con aspecto agitanado, patillas anchas y pelo largo.

―Ese hombre se parece a Curro Jiménez, el de la tele ―comentó Celia a sus compañeros.

El hombre en ese instante detuvo su caballo con brío y se bajó de él de un salto. Los chicos se asustaron cuando vieron que el hombre se dirigía hacia ellos con rostro serio.

―No soy Curro Jiménez ―les dijo con voz grave― Soy Juan Mingolla Gallardo, más conocido como Pasos Largos. No os equivoquéis.

―¡Ahhhh, el bandolero de Ronda! ― reconoció Joselito― mi abuelo me ha contado su historia. Le llamaban así por los andares de su padre.

―Sí, ese mismo soy yo ―les dijo con tono amenazador― No te confundas de bandolero.

―¿Y qué… qué… ―comenzó a decir Ernesto tartamudeando de miedo― qué hace en Málaga si es de Ronda? ―acertó a decir.

―He venido hasta Málaga a hacer unas apuestas. Unas

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veces gano y otras pierdo, pero me gusta el riesgo y el juego ―dijo sonriendo― Bastantes desgracias he tenido en mi familia ya. Fijaros, he terminado llevando mala vida, robando, y huyendo.

―Por cierto, ¿tenéis hambre? Yo sí, y si hago una apuesta acertada… diría que vosotros también ―les dijo mientras los muchachos asienten con su cabeza― Pues vayamos a una taberna que conozco, allí nos darán bien de comer.

Parecía que el hombre, aunque bandolero, era de confianza. Además el hambre les hacía valientes. Así que intercambiando miradas se decidieron, pensándolo bien… ¿por qué no? Y le siguieron por entre las calles estrechas y empedradas. Al llegar al lugar y adentrarse por una pequeña puerta de madera, los niños sienten miedo de nuevo. Ya no parecía tan buena idea, el ambiente era oscuro, con mucho humo y ruido. No les gustaba, tenían un mal presentimiento. El bandolero, de una voz, pidió raciones para todos al tiempo que se sentaba en una de las mesas. Toda la gente al escuchar su vozarrón y reconocerle guardó un silencio sepulcral, como si le temieran.

La comida tardó muy poco en llegar y Juan Mingolla se lanzó sobre el plato, cogiendo la comida con las manos. Miró con el cejo fruncido a los niños y les dijo:

―¿A qué esperáis? ¿No tenéis hambre? Nuestros amigos asienten sin mediar palabra y se

aplican a la tarea. Al final todos devoraron lo que tenían por delante. Todos excepto Ernesto, que de los nervios que había pasado se le había cerrado el estómago. Encima, la comida que le pusieron en aquellos platos tan sucios no le entró por el ojo. Y la idea de comer con las manos, sin lavárselas antes ni nada… no le hacía mucha gracia. Pero “como para protestar ahora”, pensó el chiquillo.

―No tengo mucha hambre, mientras coméis voy a

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echarle un vistazo al libro ―se le ocurrió― Celia, pásame la mochila.

― Ten mucho cuidado con el libro, no vaya a ser… ―le comenzó a decir Celia mientras Ernesto la abre. No le dio tiempo a terminar de hablar cuando Ernesto, recibió sin querer un empujón de Yumara que hizo que se le cayera el libro, abriéndose en el suelo.

El viento terral sopló con fuerza de nuevo, entraba por la puerta de la taberna tirándolo todo al suelo con violencia, tanto que los niños se vieron obligados a cerrar los ojos para que no les entrase nada en ellos.

Cuando el aire paró y finalmente fueron capaces de

abrir sus ojos, los cuatro amigos vieron frente a ellos una enorme plaza de toros.

―¡Será la de Morón de la Frontera! ―dijo Ernesto emocionado.

―Acerquémonos para preguntarle a alguien ―dijo Yumara― Yo creo que seguimos en el pasado, mirad la gente cómo está vestida.

―¡Mira, hay un museo! ―exclamó Joselito― Ahí pone Museo Taurino Antonio Ordoñez.

―¿Cuánto cuesta la entrada para ver el museo? ―preguntó Celia acercándose a la taquilla.

―Para vosotros es gratis, los niños no pagan ―contestó el hombre.

―¡Qué bien! ¿Entramos? ―preguntó Celia a sus amigos. A todos les pareció buena idea.

Una vez dentro del museo, vieron a un guía hablándoles

a un grupo de personas: “Esta plaza fue construida en el año 1874 por Joaquín Rucoba, inaugurándose el 11 de junio de 1876, con toros de la ganadería de Murube, que fueron lidiados por los diestros Manuel Rodríguez “Desperdicios”,

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Antonio Carmona “Gordito” y Rafael Molina “Lagartijo”. ―Perdone ―le interrumpió Yumara― ¿Cuánto costaba

la entrada para esa corrida? ―Buena pregunta ―le respondió el guía sonriente―

Costaba una perra chica, menos de un céntimo. Siguiendo con su explicación, el guía comentó que se

encontraba situada en la zona este de Málaga, y que le da su nombre, “La Malagueta”.

―¡¿Otra vez aquí?! ―se le escapó en voz alta a Joselito. Todo el grupo de turistas se giró para mirarle con expresión molesta, cansados ya de tanta interrupción. El guía reanudó su discurso: “Tiene forma hexagonal, con una capacidad de 14.000 personas, de estilo neomudéjar, su ruedo mide 52 metros de diámetro, tiene 4 corrales, 10 chiqueros, caballerizas, enfermería, sala de toreros, corraleta para las pruebas de caballos,… acompañadme que vamos a verlo”.

A los muchachos les encantó la visita a la plaza, tan

grande e iluminada. Iban saliendo de la plaza cuando escucharon de fondo a un grupo de personas entonando una canción.

―Parece el himno de Andalucía ―dijo Celia― escuchad. Comenzaron a caminar siguiendo la dirección de la música, hasta que encontraron un grupo de personas cantando:

… ¡Andaluces, levantaos!

¡Pedid tierra y libertad! ¡Sea por Andalucía libre, España y la Humanidad!

Llegaron justo al final del himno. Se acercaron curiosos al grupo.

―¿Estáis ensayando el himno de Andalucía? ―le preguntó Celia a uno de los hombres.

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―No ensayamos, cantamos esta canción que ha compuesto don Blas―dijo el hombre con alegría. De pronto una persona gritó: “Viva don Blas Infante”. “¡Viva!” vitoreó el resto.

Joselito se dio cuenta de que todos se dirigían al hombre que tiene a su lado y que éste se sonrojaba.

―¿Es usted Blas Infante? ―le preguntó― ¿Por qué le vitorean?

―Esas personas son jornaleros y jornaleras del campo, y tienen por costumbre cantar una canción al terminar su jornada de trabajo, el “Santo Dios”. Yo me he inspirado en ellos y me he inventado esta otra letra con la misma música ¿Os gusta? ―pregunta.

―Claro que sí. Todos los 28 de febrero cantamos el himno en nuestro colegio ―dijo Yumara― ¡Ay! ―exclamó recibiendo un codazo de Celia.

―¿Qué decís? ¿De qué habláis? ―preguntó extrañado don Blas Infante― ¿Que la cantáis todos los…?

―No, no ―le interrumpió Celia― esta muchacha que a veces se equivoca con el idioma, ¿verdad Yumara?

―Ejem, eso,… eso,… Lo que quería decir es… ―dijo Yumara titubeando― que me gusta tanto la canción que todos los 28 de febrero vamos a cantarla para celebrar el Día de Andalucía ¿a que sí muchachos?

―Me gusta la idea, hay que ensalzar nuestra preciosa Andalucía ―les dijo― Yo siempre he luchado y lucharé por nuestra patria, para que todos podamos trabajar nuestras tierras y tener lo que nos merecemos.

―Bueno, luchar, luchar… nosotros es que lo de las peleas no nos gusta ―dijo Ernesto― ya hemos pasado por unas cuantas batallas y no veas qué malos ratos.

―Me refiero a esforzarse, muchacho ―dijo don Blas― Yo sin ir más lejos, tuve que dejar el colegio de niño, porque mi familia perdió mucho dinero con la crisis del 98. Pero eso

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no me impidió seguir estudiando el bachillerato y la carrera de Derecho. Trabajé como escribiente a la vez que estudiaba. Pero me siento un privilegiado por tener estudios, comida y un techo. ¿Veis todos estos jornaleros? ―pregunta señalando con la mirada― Trabajan en el campo todo el día y muchos sólo tienen un pedazo de pan duro que llevarse a la boca.

―Puff ―resopló Joselito― y yo que me quejo porque tengo muchas tareas.

―Pero no todo es sufrimiento ―les animó don Blas― nuestra tierra es alegre y generosa. Me han invitado a una fiesta por terminar la campaña de recogida de la aceituna. ¿Os venís?

Cuando llegaron al lugar, se escuchaban bandas de

música y se veía mucha gente bailando. Hombres y mujeres, vestidos con unos colores muy alegres.

―Eso no son sevillanas ¿no? ―preguntó Celia. ―No, son Verdiales. Son canciones y bailes típicos de

aquí, de Málaga ―les dijo don Blas. Al fondo un grupo de mujeres repartía pan con aceite,

bacalao y habas verdes. ―Vamos a acercarnos, a ver qué nos ofrecen ―dispuso

don Blas. ―Ummm se me hace la boca agua ―dijo Ernesto―

Pues sí que se parece a la fiesta del Día de Andalucía. ―En nuestro pueblo, El Coronil, tenemos muchas

actividades ese día: bailes, degustación de buñuelos con chocolate, castillo flotante, paella en el campo de fútbol ―dijo Joselito.

―Niño, no te equivoques, ésta es la Fiesta de la Aceituna, celebramos que esta tierra y estos olivos nos dan este aceite tan rico ―le dijo la mujer a la vez que le acercaba unos buñuelos― A ver si estos buñuelos con ajonjolí están tan ricos como los de tu pueblo.

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―No es mala idea eso de celebrar el Día de Andalucía ―dijo pensativo Blas Infante. En ese momento unos hombres vinieron a buscarle.

―Lo siento muchachos, tengo que irme ―les dijo― disfrutad la fiesta, bailad, comed y divertíos.

―Vamos a guardar algo de comida para el viaje ―dijo

Celia abriendo su mochila― Toma, coge el libro con cuidado ―le dijo a Yumara ofreciéndoselo.

―No te preocupes, esto no funciona si no se abre ―dijo Yumara con seguridad.

En ese momento sopla de nuevo el terral con fuerza. ―Ya está el aire este tan caliente ―dijo Joselito― Cada

vez sopla más fuerte. El libro con la fuerza del aire se abrió y comenzó a

agitarse y pasar páginas violentamente. Nuestros amigos que temían lo que iba a pasar a continuación, se cogieron unos a otros con fuerza.

Cuando el aire paró de nuevo, los amigos se

encontraban ahora sentados en unas gradas con forma semicircular.

―¿Dónde estaremos ahora? ―preguntó Joselito. ―Esto se parece a las Ruinas Itálicas de Santiponce

―dijo Celia. ―Pues yo estuve hace poco y no me parece… ―le

respondió Joselito dudando― Además mirad arriba, tenemos el Castillo de Gibralfaro ahí en lo alto.

―¿Caballero, esto son las Ruinas Itálicas? ―le preguntó Yumara muy educadamente a un viejecillo que pasaba caminando apoyándose en un bastón.

―No hija, esto es el Teatro Romano ―respondió el señor.

―¡Ya decía yo! ―dijo Joselito― ¿Podría decirnos en qué

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años nos encontramos? ―le volvió a preguntar. ―Estamos en el año 1970 ―responde con paciencia el

anciano― Estos turistas cada vez son más raros. ¡Mira que no saber ni el año en el que viven! ―masculló entre dientes.

―¿No habíais estado antes en este lugar? ―les preguntó un joven que había visto la escena anterior― Aquí se representaban obras teatrales en la época de los romanos. Pero los árabes lo utilizaron para la reconstrucción de la Alcazaba ―continuó diciendo― Yo estudio historia y vengo aquí todas las tardes a ver si encuentro algún rastro arqueológico nuevo, alguna pista que me descubra más cosas sobre la historia de este lugar.

―¿Y actualmente es utilizado para algo? ―le preguntó Joselito.

―Sí, algún festival flamenco, alguna ópera … ―¡Mira, se parece al dolmen que vimos cuando fuimos

a Antequera de excursión! ―dijo Ernesto señalándolo. ―Sí, es verdad, es muy parecido a los dólmenes Menga

y Viera ―contestó Celia. ―Veo que sois muy observadores ―dijo el joven. ―Es hora de continuar el viaje ―dijo Joselito a sus

amigos― Muchas gracias por las explicaciones. ―Que tengas suerte y encuentres lo que buscas ―le

deseó Ernesto. ―Adiós muchachos ―se despidió el joven. Nuestros amigos emprendieron de nuevo su andadura,

esta vez se dirigieron hacia la costa, buscando de nuevo el mar. A lo lejos vieron un viejo tranvía.

―Vamos, vamos… subamos al tranvía. A ver dónde nos lleva― dijo Ernesto emocionado y acelerando el paso― Me gustó mucho cuando me monté en el tranvía de Sevilla con mis padres.

Una vez cerca se dieron cuenta de que el tranvía estaba

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abandonado. Ernesto, decepcionado, se acercó a un hombre de pelo blanco y jersey a rayas que había por allí paseando y le preguntó:

―Señor, ¿no funciona el tranvía? ―le dijo. ―No, si no creo mal, dejó de funcionar en el año 61 ―le

dijo el hombre dubitativo― aunque no estoy seguro porque hace mucho tiempo que no vivo aquí. ¿Y vosotros? ―preguntó― ¿de dónde sois?

―Venimos de El Coronil, en la provincia de Sevilla ―contestó Yumara.

―Perdone señor ¿conoce bien esta ciudad? ―le preguntó Ernesto

―Claro que sí ―contestó― O al menos eso creo, porque las ciudades cambian tanto. Nací aquí, aunque me fui siendo un niño. En realidad ahora vivo en Francia.

―¿Y a qué se dedica? ―preguntó Celia intrigada porque su rostro le resultaba familiar.

―Soy pintor ―le contestó con naturalidad― He venido a buscar unas pinturas que conserva mi familia para llevarlas a una exposición en el Palacio de los Papas de Aviñón.

―Yo soy Ernesto, encantado ―le dijo con desparpajo el muchacho dándole la mano― y estos son mis amigos Joselito, Yumara y Celia.

―Yo soy Pablo Ruiz Picasso ―saludó el hombre con una sonrisa mientras todos sueltan a la vez: ¡ahhhhhhh!

―Bueno, parece que me conocéis― dijo el famoso pintor.

―Pues claro ―soltó Celia― Tenemos un cuadro suyo colgado al lado de nuestra clase. El Guernica. ¿A que sí? ―le preguntó a sus amigos mientras éstos asentían con la cabeza.

―Bueno, el original no ―aclaró Joselito― El nuestro lo pintaron nuestros compañeros de Educación Infantil.

―A mí me encanta el de “Las Meninas” ―dijo Celia

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―Ala, que ese es de Velázquez ―le corrigió Ernesto llevándose las manos a la cabeza.

―No, tiene razón tu amiga. Yo también pinté “Las Meninas”, hice mi propia interpretación del cuadro ―aclaró Picasso― Me alegra que te gustase.

―Pues a mí me gusta mucho “La habitación azul” ―dijo Yumara― ¿Y usted cuál cree que es su mejor cuadro? ―le preguntó al pintor.

―Para mí, el que tiene más valor, es el “Pequeño Picador”, mi primera pintura ―explicó Picasso― La pinté con 8 años tras una corrida de toros, y esa no está en venta. Después de ese he pintado muchísimos otros. Aunque me gustan los retratos, principalmente dedico mis pinturas a personas.

―¿Queréis venir a mi casa? ―les invitó― Allí tengo algunos dibujos que os puedo enseñar.

―¡Claro que sí! ―contestaron todos a la vez emocionados.

Llegaron a una gran plaza, y allí, en una de sus esquinas estaba la casa de Picasso. Desde la entrada todas las paredes de la casa estaban cubiertas de láminas y dibujos.

Celia se quedó mirando un cuadro en especial, le había llamado la atención porque esa imagen la había visto muchas veces antes.

―¿Qué cuadro es ese? ―terminó preguntando. ―Esta es la “Paloma de la Paz” ―le explicó― La pinté en

1949, para que fuera el símbolo de la Paz en el mundo. ―Cuando estuvimos en Cádiz, Alberti nos mostró el

poema suyo sobre la Paloma ―recordó Yumara. ―Claro que sí, él es muy buen amigo mío ―asintió

sonriendo Picasso. ―Mira ese cuadro, se parece a él ―le susurró Yumara a

Joselito― ¿A que sí? ―Es un autorretrato ―le contestó Joselito― ¿no crees?

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―Sí, soy yo ―respondió el pintor― Me he pintado a mí mismo. Tengo varios autorretratos, como os he dicho, me gusta pintar personas, y por qué no pintarme a mí mismo ¿no? Debéis probar a hacerlo ―les animó.

―Pues a ver cómo nos apañamos ―dijo Ernesto que veía la tarea complicada.

―Es fácil, con un espejo ―contestó― Es una lástima que no tenga algunos aquí para enseñároslos. Los tengo repartidos por todo el mundo, Barcelona, Paris, Nueva York… Pero bueno, no os aburro más. Veo que estáis cansados. ¿Por qué no vamos a la playa un rato y os pegáis un baño? ―les sugirió.

La respuesta no se hizo esperar y emprendieron

camino hacia la playa con ánimo, deseando darse un chapuzón. Allí se zambulleron y nadaron hasta quedar agotados. Cuando salieron se dejan caer en la arena reventados.

―Lo malo de esto es que la playa siempre me da un hambre ―dijo Celia frotándose la tripa― Mis tripas están ya retumbando.

―Vamos al chiringuito muchachos, a reponer energías ―les dijo amablemente Picasso iniciando la marcha―¿Qué os apetece tomar? ¿Queréis unos espetos de sardinas y un refresco? ―preguntó tomando asiento en una de las mesas que había sobre la arena.

A los muchachos se les iluminó la cara. ―¡Si usted nos invita, no lo dude y pídalos! ― dijo Celia

sin pensárselo dos veces― Con el hambre que tengo… ¡¡no voy a dejar ni las raspas!!

Picasso, soltando una carcajada por el desparpajo de la niña, llamó al camarero y pidió espetos para todos.

Comieron con alegría, devorando las sardinas en un momento. Joselito levantó la vista mientras terminaba la

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última sardina que tenía entre manos, y mirando al mar ve una pequeña barquita anclada en la orilla.

―¿No se parece a la barca con la que llegamos aquí? ―les preguntó a sus amigos

―Son todas parecidas ―dijo Yumara quitándole importancia.

―Muchachos, me alegro de haber pasado este rato con vosotros, pero debo salir para Francia mañana y tengo aún asuntos pendientes ―les dijo Picasso― Espero que sigáis disfrutando de vuestro viaje.

―Muchas gracias por todo ―le dijo Celia agradecida― que tenga buen viaje usted también.

―Hasta la vista ―se despiden. ―Y ahora ¿qué hacemos? ―preguntó Joselito. ―¡Podemos montarnos en esa barca y dar un paseo

por el agua! ―exclamó Celia señalando hacia la orilla. Todos a la vez salieron corriendo por la arena hasta

llegar a la orilla. La barca tenía un cabo, pero no estaba atada, estaba allí flotando pero quieta, como si les estuviera esperando.

―Mucho ojito con la mochila Celia ―le dijo Yumara mientras ayuda a su amiga a subirse.

―Eso, vigila que no se moje ― le advirtió Ernesto cogiendo al tiempo uno de los remos.

Joselito era el último en subir, empujó la barca hacia

dentro apoyándose en el otro remo y recogió el cabo de la barca.

―Yumara, Ernesto, no reméis tan fuerte ―dijo Joselito que todavía no se había acomodado en la barca― ¿no creéis que nos estamos alejando mucho de la orilla?

―Pero si yo no estoy remando ―contestó Yumara― es Ernesto.

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―¿Yoooo? ―protestó Ernesto― Pero si no he soltado las manos del bote, tengo miedo a caerme y con esta velocidad… me estoy empezando a marear.

En unos instantes ya estaban mar adentro. La tierra

firme se veía nada más que a lo lejos. ―Oh, oh ―dijo Celia con preocupación― Esto no me

gusta un pelo. No había terminado de decir la frase cuando Celia

girando su cabeza vio algo que la dejó paralizada. Sólo acertaba a señalar con el dedo. Hasta que Yumara, advirtiendo el repentino color pálido de la cara de su amiga, miró hacia donde ésta señala y gritó con todas sus fuerzas:

―¡Chicos, mirad qué ola gigantesca se acerca! ―¡Agarraros! ―¡Ahhhhhhhhh!

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CAPITULO VIII

UN VIAJE INESPERADO Todos estaban dormidos y tan sólo se escuchaba el

fuerte oleaje que los mecía. El sol brillaba con gran fuerza, tanto, que parecía un diamante en pleno resplandor. La calor intensa, se hacía cada vez más pesada y el graznido de las gaviotas y personas murmurando, se oía cada vez más cerca. De repente, despertaron tras oír un gran estruendo de felicidad:

―¡Están vivos! ―gritaron un grupo de personas que estaban celebrando su reencuentro.

―¡Chicos, chicas, despertad! ¿Estáis bien? Estáis en tierra, en Granada ―decían al mismo tiempo que les intentaban reanimar, refrescándoles con un poco de agua.

Los niños se recuperaron y se encontraron con unos señores de semblante serio, que estaban conversando

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animadamente. Uno de los hombres con aspecto presumido, pero a la

vez de carácter simpático y alegre comenzó a recitar una poesía. Él contaba que iba dedicada a su tierra, Granada y que la publicaría cuanto antes. Comenzaba diciendo:

GRANADA

Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas,

las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas.

Una vestida de verde, otra de malva, y la otra,

un corselete escocés con cintas hasta la cola.

―Ya sé ―comenzó a decir Joselito mientras el poeta

seguía recitando― Este hombre de tez clara, ojos negros como el azabache, y semblante pensativo es…

―¿Quién, Joselito? ―preguntaron los tres chicos por lo bajo.

―Una pista, Celia. El año pasado en lenguaje, concretamente en literatura, lo estudiamos. Conocimos quién fue, a qué se dedicaba, por qué lo asesinaron...

―¡Shhh! ―y añade Celia susurrando― No lo sé, pero no sigas contando, porque el final no pinta nada bien.

―Otra pista, prometo que no es desagradable. Todos esos amigos, son poetas y formaron un grupo literario ―continuó Joselito.

En ese momento, cuando el poeta finalizó de recitar, se

acercó a los niños y les explicó:

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―Me llamo Federico García Lorca y todos esos son mis compañeros.

―¿Tus compañeros? ―preguntó Yumara. ―Sí, sí, son mis compañeros, entre todos, hemos

formado un grupo. ―¿Un grupo ? ―preguntó Yumara. ―Sí , sí un grupo ―respondió Lorca ―¿Es un grupo de rap? ―dijo Joselito. ―¿De rap? ¿Qué es esa palabra tan extraña? ―preguntó

don Federico― Nunca la había escuchado. ―“Tum tum pete, tum, tum pete… esta es la Generación

del 27, con estos poetas flipo en colores, por eso me gusta componer canciones” ―le contestó Joselito rapeando― Esto es rap.

Entonces otro de los señores, intervino en aquella conversación.

―Hola, ¿no se acordáis de mí? ¡No habéis crecido nada! ―les dijo sorprendido― Yo era aquel niño que lloraba en la orilla del mar, porque anhelaba mi traje de marinero ―les recordó― Después de aquella charla en la playa de Cádiz me animasteis a continuar escribiendo ―y continuó― Fijaos, junto a mis compañeros hemos formado un grupo llamado la Generación del 27.

―¿Y por qué elegisteis ese nombre? ―preguntó curiosa Celia.

―Por el tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora. Su muerte fue en 1627, y en su homenaje coincidimos en Sevilla todos los poetas que hoy estamos aquí ―les explicó― Eso fue en 1927, por eso nos llamamos “La Generación del 27”.

―Góngora, chicos ―dijo sorprendido Joselito― A ese

hombre lo conocí yo cuando estuvimos en Córdoba. ―¿Cómo es posible? ―preguntó Alberti que por más

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que hacía cábalas no se figuraba qué sucedía con aquel grupo de muchachos. ― Córdoba,… Cádiz,… en épocas tan distintas…

―Chicos vamos a colocarnos todos, que nos haremos una foto de recuerdo ―dijo Lorca interrumpiendo los pensamientos de su amigo― Para que a los lugares que sigáis viajando, nos recordéis siempre. Después venís conmigo a casa. Os invito a comer algo y a descansar. Parecéis muy agotados.

Entonces, todos se colocaron ordenadamente y los cuatro jóvenes, destacando en la parte central, sonrieron a la cámara de Alberti y justo cuando el flash se disparó, por arte de magia ...

¡Sorpresa! Aparecieron en un lugar totalmente

distinto. ―¿Dónde estamos? ―preguntó Ernesto ―No sé ―contestó Yumara― Esto no me suena mucho. ―Yo si lo sé, estamos en mi casa, en Fuente Vaqueros

―les dijo Federico― Aunque aún no me explico cómo… ―pensó extrañado― ¿Tenéis hambre? ―preguntó sin dar más vueltas al asunto― Yo estoy hambriento, prepararé algo típico de aquí, unas papas a lo pobre, y para beber agua natural de Sierra Nevada para que no tengáis gases a la hora de dormir.

Los chicos, parecían que no habían probado bocado en

su vida, comían con mucha ansia, devoraban y saboreaban el delicioso sabor de este majestuoso plato. Ni siquiera hablaban entre ellos, sólo comer, comer y comer.

Después de cenar, asearse y descansar, Federico les enseñó todos sus poemas en unos pergaminos muy bonitos y algo desgastados.

―Los escribí cuando tenía tan sólo seis años, en mi

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rincón preferido de esta casa ―les explicaba con melancolía. ―¿Dónde está ese misterioso lugar? Nos encantan las

aventuras ―preguntó Ernesto. ―¿Nos lo puedes enseñar? ―sugirió Yumara. ―No os lo puedo revelar, es un lugar mágico ―contestó

de forma enigmática― Recordad lo que os he dicho. Y ahora vamos a las alcobas a descansar para lo que nos espera mañana, otro nuevo día.

Ya todos recostados, ninguno podía conciliar el sueño, pensando en ese lugar tan misterioso.

―¡Eh, chicos! ¿Estáis dormidos? ―preguntó Ernesto― ¿No os come la curiosidad por saber qué es lo que se esconde en ese tan sospechoso rincón?

―¡Sí! ―contestaron los otros tres a la vez. ―Yo también estoy impaciente, pero recuerda lo que

nos advirtió Federico ―dijo Celia guardando cautela. ―No pasa nada, no se va a enterar, vamos en un

periquete, vemos lo que hay y rápidamente volvemos y nos acostamos ―dijo excitado Ernesto― Así que chicos,… ―dijo incorporándose― ¡esta noche hay movida!

―¿Dónde estará ese rincón tan misterioso? ―preguntó Joselito también intrigado.

―¡Shhhhh! Escucho algo ―advirtió Yumara. Sigilosamente abrieron la gran puerta que parecía

tener más de cien años, y vieron cómo un esplendor de luz salía por debajo de una puerta que se encontraba en la parte de arriba de la casa.

En este lugar se encontraba Federico, inspirado en sus poesías. Concretamente estaba componiendo una obra dramática, para una mujer muy especial para él y muy importante para todas las mujeres, por su valentía y coraje.

Éste, ya agotado, se retiró a descansar, dejando la puerta entreabierta.

Los muchachos aprovecharon la ausencia de Federico y

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uno tras otro, subieron al desván. ―¡Vamos a entrar! ―dijo Yumara ansiosa por ver lo

que había dentro. ―No, puede ser peligroso ―respondió Celia―y aún

tengo la confianza de volver a ver a mi perrita Lulú ―Yo seré el primero ―se aventuró Ernesto. Cuando entraron en la habitación no notaron nada

extraño, pero al acercarse a la mesa Yumara vio un pergamino con algo escrito, hecho añicos.

―Mirad chicos, ¿veis este pergamino? ―preguntó Yumara.

―Sí, ¿qué pasa? ―preguntó Ernesto ―Venid, acercaos,… está roto en trozos ―les advierte

Yumara. ―Vamos a ver qué hay escrito en él. Coged los trozos y

vamos a unirlos ―resuelve Celia intrigada. Comenzaron a ensamblarlos hasta que ya eran

capaces de leer la obra. Llevaba por título “Mariana Pineda, romance popular en tres estampas”. En ella se descubrían ciertos actos heroicos sobre una mujer granadina.

―¿Estáis pensando lo mismo que yo? ―dijo Yumara― ¿No os recuerda al personaje número dos que teníamos que descubrir en el concurso Identity que había en nuestro cole?

―Sí, ahí acertamos casi todos ―recordó Joselito― Fue Mariana Pineda la que luchó por la causa liberal y constitucional de la mujer.

Muy contentos por su acierto, volvieron a leer el

poema. Ernesto y Celia comenzaron a discutir: ―Las mujeres han hecho mucho más que los hombres

―dijo Celia. ―Pero que va, los hombres han hecho mucho más que

las mujeres ―contestó Ernesto.

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―Chicos hay que tener compañerismo, dejemos ahora las discusiones porque si no, no llegaremos nunca a nuestro tiempo ―intentó calmarles Joselito.

Justo en ese instante, todo el poema se volvió a hacer añicos ante sus ojos. Los fragmentos de papel comenzaron a girar en un remolino que envolvió a los cuatro aventureros hasta hacerlos desaparecer.

Cuando el remolino finalmente dejó de agitarse y se

detuvo los muchachos se encontraban en una gran plaza. ―Mi madre tiene una foto suya en esta plaza

―comenta Joselito― creo que se llama la Plaza del Triunfo, y está en Granada.

Y en ese instante se ve a lo lejos una mujer de estatura

baja, tez clara, con unos ojos llamativos, nariz chatilla y mediana. Su pelo largo y lacio, recogido en un gran moño, decorado con dos hermosos tirabuzones. A la vez la expresión de su rostro denotaba tristeza.

―Creo que es ella ―dijo Celia cuando la ve acercarse― ¡Hola!

―¿Quiénes sois? ―preguntó la mujer. ―Somos unos niños que vivimos en el siglo XXI ―dijo

Yumara― pero sabemos quién eres. ―¿Cómo? ―preguntó la señora impresionada. ―Nosotros sabemos sobre su vida porque en nuestro

colegio hay un concurso que se llama Identity ―le explicó Joselito.

―¿Qué es eso? ―preguntó Mariana. ―Es un concurso donde nuestra maestra de

COEDUCACIÓN, Carmen, nos pone pistas sobre mujeres importantes a lo largo de la historia y nosotros, los alumnos, lo tenemos que averiguar ―contestó Yumara.

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―¿Y qué sabéis de mí? ―pregunta intrigada. ―Su nombre real es Mariana Rafaela Gila Judas

Tadea… ummm… de Pineda Muñoz ―comienza diciendo Celia― Eran mucho más nombres, pero no me acuerdo ahora mismo.

―Se casó muy joven, con quince años, y su primer hijo lo tiene enseguida. Ahora tiene 2 y es usted viuda ―continúa Joselito― Es una luchadora, porque lucha por las causas liberales y constitucionales del siglo XIX.

La mujer escucha atentamente a los muchachos sin poder borrar la cara de sorpresa de su rostro. Mientras Ernesto continúa:

―En 2006, el Gobierno de la Unión Europea le rendirá un homenaje a usted y le otorgará su nombre a la entrada principal del Parlamento Europeo como símbolo de la aportación española a la lucha por los derechos y libertad en Europa.

―Y también en el Congreso de los Diputados en Madrid ―puntualizó Yumara―. Allí se fijó su nombre junto a los de los otros españoles héroes de la libertad.

―Además sabemos de usted un secreto… ―dijo Celia de manera enigmática.

―¿Secreto? ¿Qué secreto? ―pregunta intrigada doña Mariana.

―Está bordando una bandera que lleva inscrita “Ley, Libertad e Igualdad” ¿a que sí? ―le pregunta Celia.

Doña Mariana, que no sale de la sorpresa, no acierta a responder.

―Además le adelantaremos algo ―dice Joselito― Ves esta plaza, pues llevará el nombre de “Plaza del Triunfo” por su valentía y buen hacer.

―Estoy muy impresionada, me voy a tener que creer que venís de otro época ―añade finalmente― Confiaré en vosotros y os la enseñaré.

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La mujer les condujo hasta su casa. Allí Mariana les mostró la bandera que estaba bordando. Justo en el instante en el que los cuatro amigos coinciden tocando la bandera con sus manos, los colores de la bandera se transforman en una gran nube que los envolvió transportándolos en un gran arco iris hacia…

Un barrio donde se encontraron andando, sin saber

dónde estaban nuevamente. Joselito muy educadamente le preguntó a un grupo de estudiantes que pasaban por allí:

―Perdonad, ¿nos podéis ayudar? Nos hemos perdido. ―Sorry! ―contestaron― Can you repeat, please? ―Chicos que son “guiris”, ayudadme a preguntarles

dónde estamos ―susurró Joselito. Entonces, los cuatro se reunieron y empezaron a

poner todas sus ideas en orden y al final, Joselito se acercó de nuevo a los estudiantes y les preguntó muy inseguro de sí mismo y algo tímido:

―Excuse me. Can you tell us where are we, please? ―empezó diciendo― We're lost!

―You're in an important district of Granada. Its name is Albaicín. ―le respondió el extranjero.

―Thank you. ―You’re welcome ―le dijo a la vez que le ofrecía un

callejero de Granada, muy amablemente. ―¡Guau! Qué importante es saber inglés. Prueba

superada ―dijo Joselito animadamente― ¡Qué suerte hemos tenido!

―Venga, Joselito vamos a orientarnos en el mapa ―dijo Celia― Averiguaremos dónde estamos.

Yumara mientras andaban, les comentó a sus amigos:

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―Me recuerda a mi ciudad natal, porque fijaos es un barrio medieval musulmán ―les dijo señalando a uno de los edificios― Sus viviendas son moriscas, con mosaicos y arcos perfectos.

Ella portaba el callejero e iba haciendo de guía turística:

―Podemos pasear por sus laberínticas y estrechas callejuelas, y atravesar sus plazas con sus Iglesias de estilo Mudéjar. En época musulmana fueron Mezquitas, ¿sabíais? ―explicó a sus amigos― Además podemos contemplar típicos cármenes.

― ¿Ca…qué?―preguntó Ernesto ―Cármenes, zoquete ―contestó Yumara― Son casas

señoriales rodeadas de jardines y tapiados, para no ser vistos del exterior. Eran unas construcciones típicas de los árabes. En estas terrazas se aspira el penetrante perfume de las azucenas, de las rosas, los jazmines los claveles, los nardos, los alhelíes, la madreselva, el galán de noche ―dijo emocionada y mostrando su predilección por las plantas― y además, se recogen granadas, ciruelas, higos, albaricoques, fresas...

―Mira, aquí en el mapa dice que está cerca el mirador de San Nicolás ―dice Joselito a la vez que continúa leyendo― que ofrece unas vistas sobre la ciudad y sobre la Alhambra espectaculares.

En ese momento, se pararon para beber agua en un

aljibe, cuando se encontraron junto a él, un sobre que con un billete de 5.000 pesetas y una programación de “Festejos en Granada”.

―¡Pesetas! ¿En qué año estamos? ―preguntó Ernesto― Joselito, ¿tú te acuerdas cuando dejamos de utilizar la peseta por el euro?

―Yo creo que estamos más cerca del 2010 ―dijo Celia.

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―Sí, Celia, mira la programación, estamos en el 1993, sólo faltan 17 años para el 2010 ―advirtió Joselito mirando el panfleto.

―¡Bien! ―gritaron al unísono. ―Vamos a comprarnos algo de ropa ¿no? ―sugirió

Joselito― Después de todos nuestros viajes…, ya nos toca. Juntos, se dirigieron a una de las tiendas, sonrientes y

muy felices. Allí eligieron nuevos modelitos y se los probaron. Pero Celia no estaba muy convencida.

―Yo no estoy acostumbrada a vestir tan hortera, yo sólo visto con ropa de marca ―replicó Celia.

―Vamos a ver chica, quítate las tonterías que ahora tus papis no están aquí ―le dijo Yumara.

―Tenemos 5000 pelas para todo, es decir, 30 euros y debemos ahorrar lo máximo posible ―hizo cuentas Joselito― Sólo tenemos para este tipo de ropa y es fenomenal, limpia, cómoda y sobre todo barata. Todo sale por 2.500 pesetas, una ganga.

―¡Uf! Por fin me he quitado el bañador ―dice Ernesto― ¡Qué a gusto, ropa interior limpia!

Después de haber pagado, entraron en los probadores

para terminar de vestirse y mirarse en el espejo y… ¡zas!... De repente, los chicos, que miraban su reflejo frente al espejo,… dejaron de verse y,… dejaron de estar allí.

El espejo los absorbió en ese instante y los llevó hasta

un gran patio. Allí se hallaba una fuente con 12 leones de distintas

características. Estaban entre palmeras y cipreses, entre el azul del agua y del cielo, y como telón de fondo Sierra Nevada…

―Parece que estamos en la Alhambra ―dice Yumara―

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Veamos en el mapa. Y comienza a leer: ― “Alhambra, denominada así por sus muros de color

rojizo (<<qa´lat al―Hamra>> Castillo rojo)”. ―Dice que es un monumento de época nazarí,

construido entre el siglo XI y XV como Palacio Real, Corte y Castillo militar. En él se puede destacar La Alcazaba, El Patio de los Arrayanes, El Patio de los Leones, El patio de Lindaraja. Las torres que protegen el recinto, Los jardines, El Portal y el Palacio de Carlos V, construido en el siglo XVI, después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando en 1492 dC.

―Entonces, estamos en el Patio de los Leones y ésta es la famosa “Fuente de los leones” ―aclaró Yumara.

―¿Os acordáis cuando fuimos a Utrera, el año pasado? ―preguntó Joselito a sus amigos― Al instituto José María Infante. Allí los compañeros hicieron una muy parecida en su proyecto de arte ―les recordó.

―Sí, sí, lo que pasa es que hay una diferencia ―percibió Yumara.

―¿Cuál? ―preguntó Ernesto. ―Que los leones, como podemos observar, son

diferentes y allí eran iguales ―les indicó Yumara― Ellos sacaron los doce de un mismo molde ― aclaró.

―Es verdad, no había caído ―dijo Ernesto. ―Recuerdo que los compañeros del instituto también

nos explicaron que los doce leones son surtidores de la fuente que ocupa el centro del patio ―recordó Celia.

―Leones sobre los que descansa la gran taza de forma dodecagonal y que la rodean. Esta fuente, de mármol blanco, es una de las más importantes muestras de la escultura musulmana –continuó leyendo Yumara en el mapa.

Caía el atardecer y el sol cansado de brillar todo el día

se escondía tras las cumbres más altas de Sierra Nevada. Se

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comenzó a escuchar una canción muy conocida y a su vez una gran algarabía de personas siguiendo la letra de aquella hermosa canción:

“Si en el firmamento poder yo tuviera esta noche negra lo mismo

que un pozo con un cuchillito de luna, lunera cortaba los hierros de tu calabozo.

Si yo fuera el rey de la luz del día, del viento y del mar, cordeles de esclavo

si hombre seguiría tu libertad.

Ay pena penita pena, pena, pena de mi corazón, …

―Mira la programación de las fiestas, a ver qué es lo que oímos ―le dice a Celia Joselito.

―Yo creo que están cantando la canción “Ay Pena Penita” ―dijo Celia― aquí pone que es de un cantautor, un tal Carlos Cano.

―Sigamos el sonido de la música, nos llevará hacia el espectáculo ―sugirió Yumara.

Llegaron hasta un gran palacio, en un letrero ponía:

Palacio de Carlos V. Era fascinante, con grandes y altas columnas, decoradas al estilo Renacentista. Lo que más destacaba era el extenso recinto circular, donde se estaba celebrando el concierto de Carlos Cano.

Llegando hacia el tumulto de personas, éstas

comenzaron a aplaudir con gran entusiasmo y vitoreando al cantautor. A continuación se divisaba una larga y perfecta cola de personas para pedirle autógrafos y hacerse fotos con él. Entonces apostilló Yumara:

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―Chicos vamos a ponernos en la cola y así nos podremos llevar otro gran recuerdo para nuestro futuro.

―¡Vale! ―asintieron todos. ―Así le llevaré un recuerdo a mi madre ―añadió Celia―

Le gustaba escuchar esta canción en el programa “Se llama copla”, aunque lo cantaba una mujer.

Después de hacer una larga cola, llegó el momento tan

esperado. ―Perdone señor, queremos decirle que tiene una voz

maravillosa y muy alegre. Nos gustaría saber un poco sobre usted ―le dijo Yumara.

―Claro, por supuesto ¿qué queréis saber? ―se ofreció el cantante― Soy granaíno, concretamente del barrio del Realejo. ¿Lo conocéis? ―pregunta, y ante el movimiento negativo de las cabezas de los muchachos les explica: ―Es un barrio pintoresco y lleno de vitalidad ―explica orgulloso― Es la sede de la antigua judería en la ciudad musulmana.

―Desde pequeño me apasionaba la poesía, la música y sobre todo componer mis propias canciones ―continúa diciendo― He compuesto: cuecas, sambas, tangos, boleros, rumbas, nanas, coplas y murgas carnavaleras, divertidísimas ―añadió―. Algunas de mis canciones más conocidas, que a lo mejor habéis escuchado, son: “La bandera blanca y verde” y “María la portuguesa”, y la que habéis oído en este momento “Ay pena penita”. ¿Os ha gustado? ―preguntó.

―¡Sí! ―respondió entusiasmada Celia. ―Entonces usted es un cantautor ¿no? Como Alejandro

Sanz ―preguntó Ernesto. ―Sí, exacto. Aunque algunos también me definen

como poeta ―le aclaró Carlos Cano y preguntó: ―¿Dónde están vuestros padres?

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―No están, porque nosotros venimos de otro tiempo, y de otro lugar, El Coronil, a través de un libro mágico ―soltó Ernesto― Es una larga historia que contar.

―Yo conozco El Coronil ―dijo sorprendido―, me invitaron para conmemorar el Día de Andalucía y para celebrarlo di un concierto para todos los coronileños, hace ya unos años.

―¡Qué casualidad! ―dijo Celia― A lo mejor puede ayudarnos a volver.

―Estoy todavía pensando en eso que habéis dicho del libro mágico, ¿cómo es eso? ―preguntó incrédulo el cantautor― ¡No puede ser real! ¿Un libro mágico?¿Estáis bien, chicos? A ver si un golpe de calor os está afectando…

―Es normal que se quede usted así de sorprendido, pero es la pura realidad ―respondieron.

―Os invito a mi camerino y allí me podréis contar el resto de vuestra historia ―les dijo Carlos Cano― Mientras a ver si somos capaces de localizar a sus familiares ―le susurró a su ayudante― Porque los encuentro algo confundidos.

Caminando hacia bambalinas, a Carlos Cano le llamó

la atención el libro que portaba Joselito, el rapero, en la mochila. La mochila estaba abierta y el libro estaba bailando dentro de ella a punto de caerse. Justo en ese momento, Carlos lo cogió al vuelo sin que llegara a tocar el suelo. Sin poder resistir su curiosidad lo abrió para ojearlo,... ¡zas!

Los niños aparecieron en otras dependencias de la

Alhambra. Pero esta vez, se encontraban en el “Patio de los Arrayanes”. A lo lejos se acercaban una pareja muy bien vestida, como si de un gran cuadro hubiesen salido.

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Eso les hizo sospechar que habían dado otro salto en el tiempo, se encontraban en otra época, pero no hacia delante como esperaban.

―¡Mirad amigos! ¿No creéis que son los Reyes

Católicos? Se parecen a los personajes que vi en el Alcázar de Córdoba: Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, junto a Cristóbal Colón, mientras Rosa Aguilar me explicaba quiénes eran ―recordó Celia― Me temo, que hemos retrocedido en el tiempo, al siglo XV, al año 1492.

―No me digas ―se lamentó Ernesto― pufff ¿otra vez? ―Sí, porque coincide con lo que me dijo la alcaldesa

de Córdoba ―respondió Celia― Fijaos, el Rey Fernando, era un hombre alto, de pelo negro, al igual que sus ojos, grandes y abiertos. Su rostro redondo y con pocas arrugas. Su nariz alargada y refinada. Sus labios grandes y sus dientes blancos. De constitución delgada. Nunca le falta su túnica roja de terciopelo y su espada.

―Vamos, como el hombre que viene por ahí ―admitió Yumara.

―Y la Reina Isabel ―continuó Celia― era una mujer muy hermosa como una rosa. De estatura media y constitución delgada. Su cara alargada, su cabello castaño y largo. Con ojos marrones y siempre bien abiertos. De nariz chata y labios pequeños y alargados. Siempre vestida con una túnica azul y de terciopelo y nunca le faltan sus joyas.

―Pues si no es esa que viene por ahí… será su hermana gemela ―bromeó Joselito.

Las siluetas misteriosas se hicieron bien nítidas,

exactas a como Celia las había pintado con sus palabras. Hasta que finalmente se aproximaron y una de ellas se dirigió a ellos:

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―¿Quiénes sois chicos?― preguntó la Reina Isabel ― ¿Qué hacéis por aquí solos?

― Estamos de viaje por Al-Andalus para conocer mejor la cultura andalusí ―aclaró Ernesto para no entrar en detalles.

―Sí, pertenecemos a una familia aristócrata de un lejano país ―se inventó Celia― y vamos con nuestra sirvienta Yumara.

A Yumara se le pusieron los ojos como platos al escuchar aquello. No esperaba eso de su amiga, y eso fue lo que la dejó sin palabras. Cuando percibió la mirada de Celia se dio cuenta de la situación.

Los chicos supieron actuar sutilmente. Al ver el momento histórico en el que se encontraban, con los cristianos expulsando a los musulmanes del país… no iba a ser fácil y sabían que a Yumara no la iban a recibir hospitalariamente. “Puff, menos mal que se le ocurrió eso a Celia” pensó al final Yumara agradecida.

―Pues para daros la bienvenida, os invitamos a la Cena Real en los Palacios Nazaríes ―dijeron los reyes a la par.

―¡Lo aceptaremos con mucho gusto Magestades! ―respondió Ernesto haciendo una reverencia.

Los muchachos acompañaron a la Corte Real hasta los

Salones Reales hasta el momento de la cena. Todo estaba en su justa medida y en su justo lugar. Todo perfecto, aunque los chiquillos se vieron en un apuro con tanto cubierto y tanto plato delante. Tuvieron que aprender a sentarse y cenar según el protocolo. Lo divertido de la cena eran las actuaciones y las burlas de los bufones.

Los sirvientes, comenzaron a servir la mesa y uno de ellos pregonaba la carta real:

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―De aperitivos: jamón de Trevélez, municipio de la comarca alpujarreña. De primer plato, choto a la cortijera. De segundo, habas con jamón. Para finalizar y de postre piononos de Santa Fé. De beber agua de las Cumbres más altas de Sierra Nevada.

―¡Anda igual que la de Lanjarón! ―soltó Ernesto recibiendo las miradas extrañadas del resto a cambio.

―Oye chicos ―dijo en voz baja Yumara― Tengo un problema. He escuchado entre los sirvientes que vamos a comer vuestras sobras, y yo el jamón… ¿os acordáis de mi cultura? No puedo comer carne de cerdo ¿Qué hago? Porque tengo más hambre que quince juntos.

―Yo me encargo, no te preocupes ―dijo Joselito. ―Su Majestad, hay un problema ―dijo dirigiéndose a

la Reina― Nuestra sirvienta está bastante débil y la necesitamos fuerte para lo que nos queda de viaje. Es muy religiosa y se niega a comer carne de cerdo ¿Habría alguna posibilidad de sustituirlo por otro plato?

―¡Qué cuidadoso con los sirvientes! ―se asombró la Reina― pero no te preocupes, en la cocina habrá algo que coma.

Después del banquete, pasearon por los jardines de la Alhambra, disfrutando de aquella bonita estampa, bajo la luz y el brillo de la luna, divisando las estrellas a lo lejos.

Durante el paseo, los Reyes Católicos mantuvieron con los chicos una agradable conversación, sobre lugares importantes de Granada que podían visitar antes de irse de regreso a sus hogares. Así que decidieron irse a descansar para a la mañana siguiente seguir esta gran aventura.

A la mañana siguiente, se despidieron entrañablemente

y se pusieron en marcha en un carruaje Real que les trasladaría a la Catedral.

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Los chicos llegaron a la puerta de la Catedral. La fachada tenía una estructura encuadrada en forma de arco del triunfo con portadas y lienzos empotrados.

Cuando el carruaje real se detuvo por completo, algo

mágico sucedió en la frenada de los caballos, un destello especial emanaba del suelo. Los niños fueron bajando uno a uno del carruaje y justo en ese instante una luz brillante nublaba su vista, cegándolos por completo.

Cuando la luz se apaciguó y recuperaron su visión, comprobaron que no se habían movido de lugar. Vieron un cartel que ponía Sta. Iglesia Catedral Metropolitana de la Encarnación de Granada. Templo Católico. Se construyó en el año 1526 hasta el 1561 (S.XVI). Obra del Renacimiento en España, mandada a construir por Isabel la Católica.

Se decidieron a entrar en esta majestuosa Catedral. Vieron unas columnas altas y gruesas, además de un grandioso retablo y varias capillas. Cuando pasaron la capilla Real comprobaron que allí se hallaban los restos de los Reyes Católicos, quedándose asombrados a la vez que entristecidos. Horas antes habían estado con ambos, por lo tanto entendieron que el tiempo había pasado. Siguieron con la visita. En el centro se hallaba una gran alfombra y en la parte central de la nave, unas bóvedas, con unas ventanas en forma de arco que tenían muchos colores, eran vidrieras.

Al ver esa hermosura se quedaron absortos. Subieron a lo más alto de la Catedral para contemplar el maravilloso paisaje de Granada.

―Mirad chicos, ¡qué raro! ―dijo Yumara extrañada por

ver un objeto que allí estaba fuera de lugar. ―¡Una linterna! ¡Qué chula! ―exclamó Ernesto. Éste

decididamente la cogió, la encendió y ¡flash! ... lo que tenían ahora delante de sus ojos no era el paisaje de la ciudad

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granadina, sino que estaban delante de otra Iglesia. Los niños, desubicados por tanto cambio, echaron

mano del mapa de la ciudad y descubrieron que estaban ante la Iglesia de Santa Ana y San Gil.

―Venga, vamos a entrar ―dijo Ernesto― A ver si se parece a la Iglesia de Nuestra Señora de Consolación, de El Coronil.

Llamaron a la puerta: ¡pon, pon! ―¿Quién es? ―contestó una voz bronca, pero a la vez

agradable― Faltan 5 minutos para abrir el horario de visitas, perdonen las molestias.

Al pasar el tiempo indicado la puerta se abrió dando un gran quejido: ¡ñiiiiiiiiiiiiiii!

Al otro lado se encontraron con el dueño de la voz y párroco de la Iglesia, que con un gesto de la cabeza les dio la bienvenida.

Cuando entraron se quedaron atónitos por las dimensiones de aquella iglesia. A nuestros protagonistas les pareció que tenía una gran historia, y decidieron consultar sus orígenes en el cartel informativo que había justo al lado de la puerta.

Joselito la leyó en voz baja: “La Iglesia de Santa Ana de Granada forma parte del conjunto de las interesantes Iglesias mudéjares de la ciudad; se sitúa junto a la rivera del Darro, en el amplio espacio dominado por la Plaza Nueva, próxima a la Real Chancillería (Alto Tribunal Superior de Justicia) y al pie de la Alhambra. Se comienza su construcción en 1537”

Al salir de la Iglesia, junto a los cipreses que adornaban

la entrada del Templo, Celia se sentó un poco para descansar. De repente, una misteriosa ráfaga de viento hizo llegar con mucho cuidado a los pies de los niños, cuatro hojas de trébol.

―Escuchad, amigos cada uno tenemos a nuestros pies

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una hoja de trébol ―dijo Celia―. Mi abuelo siempre me cuenta una leyenda muy bonita. Dice que los tréboles de cuatro hojas, que son tan difíciles de encontrar, dan buena suerte.

―Entonces vamos a recogerlos ―ideó Joselito― y unámoslo, a ver qué sucede.

Cada niño tenía en sus manos un misterioso pétalo de

trébol. Los cogieron y los aproximaron, las hojas encajaban como de si de un puzle se tratase, formando un precioso trébol de cuatro hojas. Cuando las cuatro hojas tomaron contacto y forman el trébol… ¡zas! Todo se volvió luminoso primero, luego tremendamente oscuro.

Se comenzaron a escuchar palmas, al compás de unas

bulerías y al son de un taconeo, acompañado de una guitarra española. La oscuridad ya no era tan profunda, aunque la luz seguía siendo tenue.

―Escuchad chicos casi todo el mundo está cantando o

bailando flamenco ―dijo Celia. Mientras una mujer se les iba acercando con aspecto

agitanado y les dijo: ―Hola chicos ¿queréis jugar con mis hijos mientras yo

canto? ―dijo la mujer. ―Pues claro ―dijo Yumara siempre deseosa de jugar. ―¿Pero quiénes sois? ¿Cómo os llamáis?―preguntó

Ernesto. ―Yo soy Estrella Morente Carbonell una famosa

cantaora granaína, hija de el tan apreciado Enrique Morente, mis hijos son Estrella y Curro Conde Morente, ¿pero me conocéis? ―se extrañó la mujer.

―¡Ahora sí!―gritó Joselito. ―¿Pero en qué año estamos? ― preguntó Celia.

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―Estamos en el año 2.020 ―respondió la cantante. ―¡Hemos avanzado 10 años de más! ¡Ahora tenemos

que retroceder en el tiempo! ―susurró desesperada Yumara. ―¿Queréis jugar con nosotros chicos?― preguntó

Curro intranquilo por obtener un no por respuesta. ―Pues claro que queremos jugar con vosotros

―respondió Ernesto. ―¿Cuántos años tenéis? ―preguntó Yumara. ―Yo tengo 5 años y mi hermano Curro tiene 8 años

―dijo Estrella. ―¡Anda, igual que yo! ―exclamó Yumara. ―A Yumara le gusta Curro ―le susurró Ernesto a

Joselito en la oreja. ―¡Ja, ja, ja, no me digas!―exclamó Joselito. ―¿Qué estáis diciendo chicos? ―dijo Curro que se dio

cuenta de que estaban hablando de él. ―¡Nada, nada! ―soltaron los dos chicos a la vez. ―Tú te casaste con Javier Conde el torero ¿verdad? ―le

preguntó Yumara a la cantante para que dejaran de hablar de ella.

―Pues sí, me casé con él ―afirmó Estrella Morente― Ahora llegará a recogernos cuando la actuación finalice. Voy, me subo al escenario, el deber y el arte me esperan.

Los chicos estuvieron jugando con Estrella y Curro

durante la actuación de su madre, con el flamenco como banda sonora de sus juegos. Cuando la actuación terminó la cantante fue hacia donde estaban.

―Venga chicos que nos vamos a casa que es muy tarde ―dijo Estrella Morente.

―Anda y ahora, ¿dónde nos vamos a quedar? ―dijo Joselito con tono apenado, haciéndose la víctima.

―Bueno hoy os podéis quedar en mi casa ―dijo Estrella.

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―¡Bravo! ―dijo Yumara, dándole la mano a Curro. El muchacho, aunque se sonrojó al principio, con su sonrisa demostró que se alegró mucho de aquello.

Los chicos se bañaron y se pusieron ropas de sus

nuevos amigos, Estrella y Curro. Todos estuvieron muy tranquilos y durmieron

plácidamente. Al día siguiente despertaron muy contentos. Se vistieron y desayunaron.

Estuvieron jugando al escondite, pero se aburrieron después de un rato. Entonces empezaron a jugar con una PSP XL 3D, con la que se podía hacer todo los que los niños imaginaran, incluso se podían meter dentro del juego, de forma virtual y hablar con los personajes.

Mientras tanto, Estrella Morente reflexionaba en lo que

había soñado aquella noche con esos cuatro niños. ―¿Quiénes serán?¿Serán aquellos chicos que vi? ―se

preguntaba una y otra vez para sí misma. Estrella no se dio cuenta que lo había dicho en voz alta y Joselito la estaba escuchando. Él corrió hacia donde estaban todos.

―¿Jugamos otra vez al escondite? ―dijo mientras les guiñaba el ojo a Ernesto, Yumara y a Celia.

Curro y Estrella fueron a esconderse juntos. Después

de que Joselito contara, él les dijo a sus amigos lo que había oído. Todos se quedaron pensando cuándo ella los había podido ver. Pero a ninguno se ocurrió nada.

―Bueno vamos a cenar que hay mucha hambre y creo que hay tortilla al Sacromonte y de fruta graná, con lo que me gusta ―dijo Ernesto― Ah Yumara, para ti te la harán de patatas porque la de Sacromonte lleva jamón ―añadió éste.

―¡Vamos! ―exclamó Joselito. Se lavaron las manos y se fueron a sentar a la mesa.

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―¿Cómo es este barrio? ―le preguntó Yumara a Estrella― ¿Nos puedes hablar de él?

―Pues el Sacromonte, como su nombre dice es un monte sagrado. Hay muchas cuevas ―continuó Estrella―, donde se dice que habita la esencia del flamenco, lo que los especialistas denominan ‘El Duende’.

―Guau, cuando se lo cuente a mi tío va a flipar ―dijo Joselito― le encanta el flamenco. Cuando le diga que he estado aquí…

Terminaron la cena y Estrella les enseñó la habitación

donde iban a dormir. Esperaron a que Estrella les diese las buenas noches y cuando cerró la puerta volvieron a encajar las hojas de trébol.

Tras un resplandor intenso, se vieron aparecer a los pies de la Alhambra donde fueron atraídos por un cartel que decía: “Báñate en la historia”.

A todos les pareció muy interesante y caminaron hacia la entrada de este edificio. Al llegar preguntaron en la recepción:

― ¿Qué es lo que vendéis aquí? ―preguntó Celia― Tiene un nombre muy bonito.

―No vendemos nada, aquí las personas vienen a relajarse son Hamman ―le responde el recepcionista.

―¿Qué? ―preguntaron todos menos Yumara. ―Baños ―aclaró Yumara. ―Exactamente, son baños Árabes. Un lugar para la

higiene, el placer o la vida social, a través de la reunión relajada, envuelta en vapor, suave música andalusí, y con la luz cenital que penetraba por las lucemas de las bóvedas.

Por lo que veo estáis muy interesados, así que os daré un pase para que disfrutéis de estos baños.

―¡Oh, muchísimas gracias, será toda una experiencia! ―le agradecieron todos.

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La experiencia fue inolvidable y muy relajante. Todos ya muy serenos le dieron las gracias al recepcionista.

―Andaremos por el 1.990 y tantos ―dijo Joselito ya en la callejuela― no sabemos si alguna vez nos iremos o no, ni cuándo. No sé lo que opinaréis vosotros, pero a mí me encantaría subir a Sierra Nevada, antes de que nos movamos de aquí.

Como no sabían muy bien por donde tenían que dirigirse, de nuevo consultaron el mapa. Se acercaron a la estación de autobuses y cogieron un autobús hacia la montaña.

El autobús subía y subía camino de Prado Llano, el pueblo donde está la estación de esquí de Sierra Nevada. Quedaron pasmados por la blancura que vestían las montañas que tenían ante sus ojos. Estaban deseosos de disfrutar en la nieve. Cuando bajaron del autobús lo primero que hicieron fue buscar unas cuantas bolsas de plástico y se tiraron con ellas por una pequeña ladera que encontraron. Estaban todos muy contentos.

―Chicos, ¿qué os parece si vamos hasta los dos picos más altos de la Sierra? ―se le ocurrió a Joselito mirando hacia las montañas― Los estudiamos en medio, el Mulhacén y el Veleta, que es el pico más alto de España.

―Mira, para algo sirve estudiar, para comprender al menos qué estamos viendo ―descubrió Ernesto.

―Bueno, pues habrá que prepararse, allí arriba debe hacer mucho frío, y la caminata debe ser larga ―dijo Celia.

―Vamos a entrar a alguna de estas tiendas, a ver si tenemos suerte y nos encontramos con alguien que nos eche un cable ―propuso Yumara.

La tienda estaba repleta de gente. Averiguaron que un

grupo de chicos y chicas iba a iniciar la subida al día siguiente.

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―Qué suerte hemos tenido, podemos ir con ellos ―dijo Ernesto emocionado.

―¿Os apuntáis? ―preguntó una de las monitoras que le había escuchado― Mira, han quedado libres unos equipos porque un grupo de Motril al final no ha podido venir.

―Sí ―respondieron al unísono. ―Por cierto, me llamo Mª José, Mª José Rienda. Soy de

Granada, pero vamos a pasar la noche todos juntos en el albergue ―les dijo― Podéis ocupar la habitación que tenían ellos reservada.

―Estupendo ―se alegró Joselito. ―El trébol sí que nos está trayendo suerte ―comentó

Celia por lo bajo. Se dirigen al albergue juvenil, allí cenan todos juntos

en el comedor y comparten bromas, hasta que llegó la hora de ir a las habitaciones.

―Descansad bien, que mañana tendremos un día duro ―se despidió Mª José― Buenas noches.

―Qué simpática, ¿verdad? ―dice Joselito ya recostado en la cama― Yo creo que he visto su nombre alguna vez en la sección de deportes. Pero no estoy seguro de si como montañista o como esquiadora...

―Creo que ha sido una de las esquiadoras españolas más importantes ―contestó Celia entre bostezos― pero no estoy segura.

Poco a poco la conversación se fue apagando. Estaban

agotados, cayeron enseguida en un plácido sueño. A la mañana siguiente iniciaron bien temprano la

salida. Cogerían un telesilla para llegar a la parte alta de la montaña. A Ernesto le daba un poco de medio caer del telesilla e iba cogido con todas sus fuerzas a la barra de

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seguridad. A pesar de las alturas, la subida fue estupenda. Unas vistas en nada parecidas a lo que habían visto con anterioridad. Pero cuando la subida finaliza y bajan del telesilla, se quedan paralizados, la impresión les deja sin habla. Desde allí el paisaje era más increíble aún.

―Vamos, vamos, no os paréis que aún nos queda mucho que subir ―dijo uno de los monitores.

Tras horas de intensa subida alcanzaron el pico más

alto, el Veleta. Desde allí se divisaba toda la Sierra y al fondo se podía adivinar Granada. Se sentían agotados por el esfuerzo a la vez que emocionados por lo lejos y alto que habían llegado.

Sacaron su tentempié y recuperaron energías sin

intercambiar palabras. ―Mirad ―señala Mª José ― ¿Qué es eso? ―pregunta

señalando a algo que ve asoma bajo el pie de Ernesto. Ernesto saca de entre la nieve lo que parece un papel

doblado, ya casi deshecho por el agua. Entre todos lo despliegan y comprueban que es un mapa de Andalucía.

Joselito puso el dedo en el mapa y le indicó a Mª José de qué provincia venían ellos, Sevilla.

Justo en ese preciso momento, Mª José se vio sola con

el mapa en sus manos, pero… ¿y los chicos que estaban a su lado? Dónde estaban,… ya no están. Desaparecieron.

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CAPÍTULO IX

DE VUELTA A CASA Se encontraron en un lugar rodeado de puestos de

comida. Les llamó la atención una mujer vendiendo espárragos, tagarninas, caracoles...

Ernesto se acercó a la mujer y le preguntó: ―Señora, por favor, ¿me puede decir dónde y en qué

año estamos? ―¡Chiquillo, estamos en una Plaza de Abastos de

Sevilla! ―dijo la mujer con energía, pero viendo la cara de confusión de los niños continuó― Estamos en el barrio de Triana, en el año 2010.

Celia muy contenta exclamó: ¡Qué bien! ¡Por fin estamos en nuestra época!

Ernesto, al ver los espárragos y los caracoles, sintió curiosidad y le preguntó a la señora: ¿dónde ha cogido estos espárragos y los caracoles?

La señora le respondió que se los había comprado a un

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señor que los cogía del campo. ―Yo he ido muchas veces con mi padre a coger

caracoles a la Fresnadilla ―dijo Joselito. Yumara no estaba muy pendiente de la conversación,

se había dado cuenta de que, cerca de ellos, junto al puesto de la fruta, había una mujer mirando por un gran ventanal. Ella se acercó para observar lo que la mujer estaba mirando.

―Tu cara me suena, creo que te he visto en algún sitio ―le dijo cuando estaba cerca de ella.

―Es posible que me hayas visto, porque soy actriz y he rodado bastantes películas ―le replicó la mujer― Pero… a ver si recuerdas mi nombre.

― ¡Chicos, venid! ―gritó Yumara llamando la atención de sus amigos― A ver si conocéis a esta mujer, dice que es actriz, pero no recuerdo su nombre.

Acudieron al instante, pero frenaron en seco cuando vieron su cara.

― ¡Cómo es posible que no sepáis quién es! ―exclamó Celia― ¿No os acordáis de la película que se rodó en nuestro pueblo, El Coronil?

― ¡Ah! ¡Sí! Ya recuerdo ―dijo Ernesto― En esa película actúo mi primo Marcos. Se llamaba “La venganza de Don Mendo Rock”.

Joselito, que permanecía en silencio y pensativo, de pronto afirmó con seguridad:

―Ya sé ¡Es Paz Vega! ―Por fin lo habéis adivinado ―dijo la actriz― Recuerdo

cuando estuve en vuestro pueblo. Aunque es pequeño, es bonito. Tiene unas casas muy blancas y limpias, pero lo que más me gusta son las personas que viven allí ―añadió con melancolía― son muy cariñosas y amables. Pero… ¿Qué hacéis aquí? ¿No sois muy pequeños para estar solos en este sitio tan grande? ―preguntó Paz.

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Yumara le explicó todas las aventuras que habían pasado desde aquel día de verano en el que encontraron el libro mágico.

Paz les dijo que no se preocuparan que ella les ayudaría a volver a casa.

― ¿Qué mirabas tan atentamente por la ventana? ―preguntó Yumara.

―Estaba mirando esas ruinas ―dijo señalando― Son restos del Castillo de San Jorge.

―Este castillo tiene que ser muy antiguo porque quedan muy pocas piedras ―comentó Celia.

―Aquí dice que fue construido en el siglo X y demolido a principios del siglo XIX. Sobre sus restos se construyó una plaza de abastos... ―dijo la actriz leyendo una guía que llevaba entre las manos.

―Espera Paz, antes de que sigas contando ―la interrumpió Joselito― vamos a comprar algo de comer que tenemos mucha hambre.

―Vale, todavía tenemos en la mochila el dinero que nos sobró en Granada ―recordó Celia abriendo la mochila para coger el dinero. Se puso a rebuscar en ella, pero en lugar de las monedas cogió el anillo con la piedra brillante y una niebla espesa los envolvió.

Poco a poco la niebla se fue despejando y pudieron ver

dónde se encontraban. Ahora estaban en un callejón muy estrecho, oscuro y sucio. Se notaba en el ambiente mucha humedad.

― ¡Escuchad! ―dijo Joselito― Parece que se oyen pasos al mismo ritmo, como si fuesen soldados.

El sonido era atronador, cada vez más intenso, fuera lo que fuera, se estaba acercando.

― ¡Qué miedo! ¡Quiero volver a casa, abrazar a mi peluche y ver a mi familia! ―dijo sollozando y asustada Celia.

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Joselito, un poco preocupado al ver tan atemorizada a Celia, intentó consolarla cogiéndola de la mano. Pero apenas le dio tiempo, ya que de pronto, vieron cómo se acercaban unos soldados vestidos con una armadura gris y negra. En la cabeza llevaban un casco y sólo se les veían los ojos y la nariz. Con ellos venían tres personas con caras aterrorizadas gritando: ¡Piedad! ¡Somos inocentes!

Los niños estaban tan asustados que no podían moverse. Los soldados al pasar junto a ellos, miraron fijamente a Yumara. Rápidamente Ernesto la cogió de la mano y todos echaron a correr asustados.

De pronto, Yumara tropezó, se hizo daño en la rodilla y no podía correr. Joselito le ayudó a levantarse y cuando pensaban que no podían escapar, vieron un hombre pescando en el río.

Los niños se acercaron a él pidiéndole ayuda desesperadamente. El hombre al verlos tan pequeños y asustados les dijo que subieran a la barca.

―¿De qué estáis huyendo? ―les preguntó el pescador que se queda mirándolos extrañado― Y… ¿de dónde venís con esa vestimenta?

― ¿De dónde venimos? Esa es una larga historia ―dijo Celia― Pero ahora huimos de unos soldados que querían coger a nuestra amiga Yumara, y no sabemos por qué. No hemos robado ni hecho nada malo ―se extrañó Celia.

El pescador miró detenidamente a Yumara. ―Aquí toda persona que no es cristiana es perseguida

por la Santa Inquisición ―les dijo dándose cuenta de que era árabe― Por eso los soldados están persiguiendo a vuestra amiga.

― ¿Y dónde llevan a los que cogen presos? ―preguntó Ernesto

―Los llevan al castillo de San Jorge ―le respondió― Allí está el tribunal de la Inquisición.

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―¿Y pueden matar a las personas por ser de otra religión? ―preguntó Yumara asustada― Pues en nuestro pueblo no importa las creencias religiosas de cada uno.

―Sí, allí hay libertad para expresar lo que cada persona piensa ―dijo Celia― ¡Qué afortunados somos!

―¿Dónde nos lleva usted? ―preguntó Joselito. ―Vamos a cruzar el río para llegar a Sevilla―respondió

el pescador. ― ¿A Sevilla? ―preguntó Ernesto extrañado― Pero, si

esto no es Sevilla… entonces ¿dónde estamos? ―Estamos en Triana, un barrio que conecta el Aljarafe

con Sevilla mediante el río ―les explicó― A través de él llegan a la ciudad el aceite, trigo, frutas... Además, tuvo mucha importancia en la conquista de Sevilla ―añadió el hombre orgulloso de su barrio― Cuando la Reconquista, Fernando III, El Santo, tomó Triana, y no dejó que pasara nadie por el río, así que Sevilla se quedó sin provisiones.

―¡Vaya! ―exclamó Joselito emocionado con la historia― Y entonces … ¿qué pasó?

―Entonces el Rey hizo un trato con Abul Hasan, también llamado Atafax ―explicó el hombre― Los dejaría irse de Sevilla sin que hubiera ningún preso a cambio de que se fueran sin incendiar la ciudad.

―Menuda historia ―dijo admirado Ernesto― de película.

―Vaya, ni que lo digas ―coincidió con él Joselito. ―Así que,… ¿éste es el río Guadalquivir? ―preguntó

Yumara cambiando de tema. ―Sí, y el Puente de Barcas que veis allí es el que tomó

el Rey para no dejar pasar las provisiones a la ciudad ―contestó el pescador señalando hacia el puente.

―En 2º fuimos de excursión y nos subimos en un

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barco ―dijo Celia― ¡Qué bien lo pasamos! ―En clase de medio estudiamos que el río cuando pasa

por Sevilla, es navegable, se encuentra en el curso bajo y discurre lentamente hacia se desembocadura en Sanlúcar de Barrameda ―comentó Ernesto recordando la lección.

― ¿Dónde habéis aprendido tantas cosas? ―preguntó el pescador al escuchar la conversación de los niños.

―En nuestro cole, Mariana de la Calle ―respondió Joselito.

― ¡Qué suerte tenéis de ir a la escuela! ―dijo apenado el pescador― Yo a vuestra edad estaba pescando camarones con mi padre.

Ya se estaban acercando a la orilla del río. Cuando

desembarcaron vieron la Torre del Oro. Les vinieron a sus mentes imágenes y recuerdos con sus familias, y sintieron un gran deseo de volver a su época.

Ernesto, recordó cómo llegaron a Sevilla y dijo: ―Eh, chicos, ¿por qué no unimos las hojas de los

tréboles como hicimos en Granada? ―Vale, buena idea ―contestó Celia cogiendo los tréboles

de la mochila. Repartió uno a cada uno de sus amigos y cerrando los

ojos gritaron todos a la vez: “¡Queremos volver al 2010!” e inmediatamente la brisa del río se hizo más y más intensa, hasta que la imagen de Sevilla cambió.

Ahora la Torre del Oro no estaba rodeada de campo, en

lugar de tanta arena había muchos edificios. Junto a ella se encontraban un grupo gente. Yumara se acercó y vio entre el gentío a una persona que les estaba explicando algo, mientras el resto estaban haciendo fotos.

Yumara hizo gestos a sus compañeros para que se acercaran. Muy atentos escucharon cómo un guía explicaba

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que la Torre del Oro tenía ese nombre porque de noche su brillo se reflejaba en el río. Aunque también se explicaba porque era donde se guardaba el oro que traían los barcos desde las Indias.

Joselito, muy atento a las explicaciones preguntó: ― ¿Todavía se guarda el oro en la Torre? ―No ―contestó el guía― Ahora es un museo naval. ―Esta torre es muy diferente a otras que yo he visto

―comentó uno de los turistas― Me llama la atención porque parece que tiene distintas partes.

El guía les explicó que era así porque había sido construida en diferentes épocas. El primer cuerpo, decagonal, lo mandó construir un gobernador almohade en el año en 1220. El segundo cuerpo también decagonal fue mandado construir por Pedro I el Cruel y el tercero, de forma cilíndrica y rematado en una cúpula, lo construyó en 1760 por un ingeniero militar.

―¡Madre mía!, pues sí que tardaron tiempo en hacerla ―exclamó asombrado Joselito.

― ¡Chicos, esto es muy interesante pero tenemos que

irnos! ―dijo Celia que estaba cansada y quería era volver a su casa.

―¿Y cómo podemos volver a casa?¿Qué hacemos? ―preguntó Yumara.

―Un día vine a Sevilla con mi madre y volví en un autobús ―pensó Ernesto.

―Vayamos dando un paseo a ver si encontramos la estación de autobuses ―dijo Joselito.

Los niños comenzaron a caminar observando todo lo

que veían a su alrededor. De pronto, les llamó la atención un edificio muy grande y redondo, parecía una olla exprés. Se acercaron y observaron una gran puerta de color marrón,

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encima se podía leer TEATRO DE LA MAESTRANZA. Como estaba abierta, movidos por su curiosidad, decidieron entrar. Se quedaron asombrados al ver lo grande que era y cuántas butacas tenía.

De repente, unos músicos comenzaron a llegar y se sentaron en unas sillas que había en el escenario. Afinaron sus instrumentos y comenzaron a tocar. La música de los violines y el piano se escuchó en toda la sala, y los niños hipnotizados por la música se sentaron a disfrutar de ella. Cuando terminaron de tocar los músicos recogieron sus instrumentos y se dispersaron, pero el director de la orquesta que había visto a los niños y se acercó a ellos y les preguntó:

―¿Habéis visto el ensayo? ¿Qué os ha parecido? ―¡Qué música tan bonita! ¿Quién la ha compuesto?

―preguntó Yumara muy interesada. El director les dijo que la había compuesto Joaquín

Turina, un músico sevillano ―¿Toda su vida la pasó en Sevilla? ―preguntó Ernesto. ―No, a los 23 años se fue a Paris, donde estudió piano.

Después fue a Madrid, amplió sus estudios y fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes ―contestó el director de la orquesta.

―Es muy interesante lo que nos está contando, pero tenemos que seguir buscando el autobús ―insistió Celia con unas ganas locas de volver a su casa.

Los niños asintieron y buscaron la salida del teatro.

Siguieron andando y pasaron por un edificio grande, blanco y amarillo, color del albero, rodeado de una valla de hierro negro y una gran cancela. A un lado, entre unos árboles, vieron una estatua de un torero.

― ¿Conocéis este lugar? ― preguntó Yumara. ―Creo que lo conozco ―dijo Celia pensativa― Un día

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que vine con mis padres a la feria. Me trajeron aquí por la mañana para ver si había entradas para una corrida de toros. Ellos me explicaron que esta estatua ―dijo señalándola― es Curro Romero. Un torero de Camas.

―Y ¿esta otra estatua? ―volvió a preguntar Yumara señalando hacia el otro lado de la plaza― ¿Quién es esa mujer subida a un caballo?

―Creo que es la Infanta Elena ―dijo Celia― Pero vamos a buscar una plaquita, que seguro que lo explica. De lo que sí me acuerdo es que la plaza de toros se llama de la Real Maestranza.

―¡Oh, se llama igual que el teatro en el que estuvimos antes! ―exclamó Yumara.

Joselito, que era un gran aficionado a los toros, les explicó que la maestranza era una hermandad de caballeros militares y religiosos que organizaban fiestas de toros para celebrar acontecimientos importantes. En honor a ellos se le ha puesto el nombre a la plaza.

―Tenemos que irnos. Se nos está haciendo tarde ―les advirtió Ernesto― A ver si encontramos un lugar y algo de comer.

Los niños continuaron su paseo y llegaron a una plaza

muy grande con muchos árboles y bancos para descansar. En el centro hay una gran estatua de un hombre. Debajo de ella se podía leer MURILLO. Ellos cansados de andar, se sentaron en un banco cerca de la estatua, a la sombra de los naranjos.

―¡Qué bien huele aquí! ―dijo Yumara. ―Es el olor a azahar ―contestó Celia― Uummm ¡me

encanta! ―dijo inspirando profundamente. ― ¿Azahar? ―preguntó Yumara― ¿Qué es eso? ―Es la flor del naranjo y de los limones ―respondió

Celia. ―Mira, en el suelo hay una ramita ―dijo Celia

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cogiéndola y ofreciéndosela a Yumara― Toma y huélela, verás qué olor tan agradable tiene.

Yumara inspiró profundamente como había hecho Celia. Estaba oliendo y disfrutando del delicioso aroma del azahar cuando una ligera brisa se lleva el azahar y cae a los pies de la estatua.

Al instante, una niebla rodea la estatua y el cuerpo de un hombre salió de ella y bajó del pedestal. Los niños no podían creer lo que estaban viendo.

―¿Qué ha pasado? ¿Cómo es posible que pueda moverme y hablar? ―preguntó extrañada la estatua de Murillo.

―Una flor mágica de azahar te ha caído en los pies y te ha dado vida ―contestó Joselito que tampoco se lo podía creer.

―Guau, estoy hablando con una estatua ―dijo Celia divertida― Pues tú tenías que ser una persona muy importante, tienes una estatua muy grande en una plaza muy bonita.

Murillo les explicó que él había sido un pintor del XVII. ―Muchas de mis obras están en este museo ―dijo

señalando hacia un edificio próximo― Incluso hay una sala dedicada a mis cuadros. ¿Queréis verla?

―¡Sííí! ―contestaron todos a la vez. Los niños siguieron a la estatua de Murillo y entraron

en el museo, atravesaron un patio grande con muchas flores. Cuando entraron en la sala del pintor se quedaron sorprendidos al ver unos cuadros tan bonitos y grandes. Casi todos tenían motivos religiosos. Les llamó la atención un cuadro más pequeño que los demás. Se llamaba “La virgen de la servilleta”. Los niños cuando leyeron el nombre le preguntaron por qué le había puesto ese nombre.

―Cuando estaba pintando el retablo del convento de los

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Capuchinos, todos los días me traía la comida un hermano lego, un fraile. En agradecimiento por este gesto, un día me llevé la servilleta a mi taller y le pinté el cuadro ―les explicó Murillo.

―¿Dónde has aprendido a pintar tan bien? ―le preguntó Yumara a Murillo

―Comencé a pintar en Sevilla en un taller, pintaba sobre todo imágenes religiosas para los conventos. Más tarde fui a Madrid, allí conocí a Velázquez, un pintor muy importante para mí ―les explicó― Ya como pintor consolidado fundé una academia donde acudieron muchos discípulos a los que inculqué mi técnica como pintor de retratos.

―Gracias por enseñarnos tantas cosas, pero debemos irnos y buscar algo de comer ―dijo Celia que escuchaba el rugir de sus tripas.

Todos salen del museo. Pero la estatua de Murillo se siente muy cansada, le cuesta mucho moverse, y les dice que no puede ir con ellos. Así que decide volver al pedestal donde seguía la ramita de azahar. Celia le preguntó que si podía coger el azahar y Murillo al dársela se envolvió de una blanca niebla y volvió a la estatua permaneciendo rígido de nuevo.

―Chicos, tengo hambre, creo que es hora de comer

―dijo Joselito, cuyas tripas también comenzaban a protestar. ―Yo sé un sitio donde podemos comprar un bocadillo,

―dijo Ernesto― Está cerca de la catedral, sigamos andando que estamos cerca.

―Pues vamos ―dijo Celia mientras se guardaba el azahar en la mochila.

Siguieron andando, y de camino vieron un banco. A

Joselito se le vino una idea a la mente y exclamó: ―¡Vamos a cambiar las pesetas que tenemos en la

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mochila! ―dijo― Ahora necesitamos euros, las pesetas de poco nos servirán.

Todos estaban de acuerdo y entraron en el banco. Celia, con mucho cuidado, cogió las 2500 pesetas de la mochila y le dijo al banquero que se las cambiara por euros.

―¿De dónde habéis sacado las pesetas? ―le preguntó el hombre de la ventanilla extrañado― Hace mucho tiempo que no se usan.

―Las tenía guardadas en una cartera para un caso de emergencia y éste lo es, porque llevamos todo el día andando sin comer ―le dijo Joselito, que no quiso contarle la larga historia― El banquero viendo la cara de desesperación de los niños le dio los 15 euros sin hacerles más preguntas.

―Muchiiiiiiiisimas gracias ―dijo Celia cogiendo el dinero.

Se fueron y en la primera tienda que encontraron, se compraron un bocadillo, fruta y una botella de agua para cada uno. Buscaron un sitio a la sombra y se sentaron en un banco a comer.

Ya estaban descansados, satisfechos y con la barriga llena. Ahora sí se entretuvieron en mirar a su alrededor. Joselito mirando el cielo tan azul, divisó la Giralda y dijo:

―¿Nos acercamos a verla ya que estamos tan cerca? ―Vale ―contestó Yumara que le había llamado la

atención el edificio. Los niños comenzaron a andar y el olor a azahar

seguía en el ambiente. Celia recordó que en la mochila tenía la ramita que le había dado Murillo. La sacó para ver si aún mantenía su olor.

De nuevo se levantó un viento intenso, la ramita se le escapó de los dedos a Celia y comenzó a volar de una forma extraña delante de ellos, como si los guiara. Los niños corrieron tras ella hasta que, sin darse cuenta, tropezaron con la Giralda. En ese momento escucharon una voz que les

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dijo: ―Hola amigos. ―¿Quién habla? ―preguntó Ernesto asustado― ¿De

dónde sale esa voz? ―Soy yo, la Giralda ―los chicos con los ojos abiertos de

par en par no podían articular palabra, y la voz continuó― ¿No me conocéis? Soy yo, la torre que hicieron los moros cuando se instalaron aquí en Andalucía.

Pero los chicos todavía no se creían lo que les estaba pasando y ni se mueven.

―Soy una torre importante en esta ciudad ―sigue la Giralda con orgullo― Soy muy mayor, tengo ocho siglos. Hace muchos años, en 1356, por culpa de un terremoto se cayeron las bolas que me adornaban y no sé qué habrá sido de ellas ―añadió con pena ―¿Las habéis visto por algún lado?

―¿De, de… de qué bolas hablas? ―acertó a preguntar Celia― Yo nunca he visto bolas encima de la Giralda.

―Del Yamur, que son 4 bolas con las que terminaba mi torre ―explicó la Giralda.

―Y ahora, ¿qué tienes? ―le preguntó Celia. ―Tengo una veleta que tiene forma humana. Es la

escultura más grande de bronce del renacimiento europeo ―explicó la Giralda― Al ser un veleta, gira según la dirección del viento, por eso se llama “Giraldillo”.

―Ahh ¿y quién es el hombre de la escultura? ―preguntó Ernesto.

―En realidad lo que representa es la Fe, el triunfo del cristianismo sobre el mundo musulmán ―les contestó.

―¡Qué interesante! ―comentó Joselito― Esto no lo sabía.

―¿Podemos subir?, por favor ―preguntó Yumara ―Sí, pero tened cuidado, subid las rampas despacito,

no tiréis nada al suelo ni pintar mis paredes ―les advirtió la

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Giralda ― El otro día un grupo de niños dibujaron sobre mis muros y me pegaron chicles en el suelo ―dijo en tono enfadado.

―Vale, no pintaremos ni ensuciaremos nada ―prometió Celia― Es importante cuidar nuestros monumentos y conservarlos para que puedan seguir visitándolos todas las personas

―Has dicho que tienes rampas ¿Por qué no tienes escaleras? ―preguntó Joselito con curiosidad.

―Tengo 35 rampas lo suficientemente anchas como para permitir que el encargado de llamar a la población a la oración pudiera subir montado a caballo ―explicó la Giralda.

―Claro, los musulmanes tenemos que rezar, al menos cinco veces al día ―aclaró Yumara― Y se hace una llamada desde las mezquitas para recordarlo.

―Oh, ¡Qué rollo! ―exclamó Joselito. ―Pues a mí me parece buena idea ―comentó Ernesto

pensándolo bien. Los niños comenzaron a subir las rampas con energía,

deseosos de llegar a lo alto. ―¿Qué es aquel edificio tan grande y con tantos

jardines? ―preguntó Joselito parándose a mirar por una de las ventanas.

―Son los Reales Alcázares ― contestó la Giralda ―¿Y eso qué es? ―preguntó Celia. ―Son unos edificios palaciegos utilizados como

alojamiento por los miembros de la Casa Real española ―le explicó.

―Y esta casa tan grande y tan bonita ―dijo Ernesto señalando al lado― ¿Es otro palacio?

―No, eso es el Archivo de Indias ―le contestó la Giralda― Ahí se encuentran todos los documentos referidos a las colonias que España tenía en América.

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―¡Guau! ¡Qué bien se ve la catedral desde aquí arriba! ―dijo Celia mirando sorprendida.

―Sí, llevamos mucho tiempo juntas. Estoy orgullosa de ella. Es la tercera catedral más grande del mundo. ¿Sabíais que antes era una mezquita? ―preguntó la Giralda― Además en su interior se encuentran la tumba de Cristóbal Colón y la de Fernando III el Santo. Cada año el 30 de mayo, día de su santo, está expuesto su cuerpo para que puedan verlo todas las personas que quieran ―explicó la Giralda.

―¡Chicos está haciéndose tarde! ―exclamó Ernesto

dándose cuenta de que el sol estaba cada vez más bajo― ¡Vayámonos de aquí, tenemos que seguir buscando la estación de autobuses!

―Sí, pero... no vayáis tan rápido. Tenemos que bajar todas las rampas y ya no puedo más, la mochila pesa mucho ―se lamentó Celia.

―Deja que te la lleve ―dijo Joselito. Celia, se quitó la mochila y cuando se la iba a dar a

Joselito se le cayó. La mochila estaba mal cerrada y el anillo con la piedra mágica salió rodando. Por suerte, Ernesto que estaba una rampa más abajo, la cogió.

En ese momento se levantó una polvareda que no les

dejaba ver nada. Cuando por fin se disipó aparecieron en la puerta de una gran casa, detrás de una gran cancela. A través de ella se veía un gran jardín con muchas plantas y árboles. Junto a ellos, había un hombre de estatura media vestido con un traje de chaqueta oscuro, de estatura media. En la cabeza llevaba un sombrero gris con una cinta ancha negra. Estaba mirando fijamente aquella casa con una mirada algo triste.

Los niños se acercaron a aquel hombre y al verlo con esa mirada de pena, Joselito le preguntó:

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―¿Le pasa algo? ―No, lo que ocurre es que esta casa me trae muchos

recuerdos ―le respondió el hombre― Nací aquí, en el Palacio de Dueñas, cuando era una casa de vecinos. Viví aquí con mis padres y mis cinco hermanos ―dijo con melancolía― Mi mejor recuerdo de la infancia es un patio sevillano en primavera, con su fuente, con flores, los naranjos donde jugábamos mi hermano Manuel y yo...

― ¿Te asusta algo? ―siguió preguntando Ernesto con curiosidad― Porque le notó preocupado.

―Lo que más me preocupa es que los niños no lean a menudo ―reconoció― Yo tuve suerte, porque a mi padre le gustan los libros, era un defensor de la cultura; y mi abuelo, profesor de la Universidad ―y continuó contando: ― Yo, como profesor dediqué mi vida a ensañar a los niños a amar los libros, como hicieron mi padre y mi abuelo conmigo.

― ¿Tiene usted hijos? ―preguntó Yumara. ―Aunque estuve casado no tuve la suerte de tener hijos

―se lamentó― Saqué un plaza de profesor de francés en Soria y en la pensión donde vivía conocí una chica que era la hija del dueño. Se llamaba Leonor ―dijo poniéndosele una sonrisa en los labios― Tenía 17 años cuando nos conocimos y nos enamoramos enseguida, luego nos casamos. Pero ella se murió muy joven y me quedé solo ―añadió cambiando la expresión de su rostro.

―Sabemos muchas cosas de tu vida y todavía no sabemos cómo te llamas ―le comentó Ernesto.

―Tienes razón ―le respondió el hombre― Me llamo Antonio Machado.

―¡Ah! Claro ―exclamó Joselito― Tú eres un escritor muy famoso de la generación del 98, recuerdo que hemos leído algunos poemas tuyos en la clase de lengua.

Antonio, al mirarlos detenidamente, se dio cuenta de que su vestimenta no era la que se usaba en esa época, así

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que les preguntó: ―¿De dónde venís así vestidos? ―Venimos de El Coronil, llevamos mucho tiempo

viajando por todas las provincias de Andalucía y no sabemos cómo volver ―dijo Celia.

―A propósito, ¿en qué año estamos? ―preguntó Joselito

―Estamos en 1929 ―contestó Antonio. Yumara se puso muy triste al ver que habían

retrocedido en el tiempo. Pensaba que era imposible volver a casa.

―Por favor ayúdenos ―le pidió― Tenemos que encontrar la forma de regresar.

―No os preocupéis, yo os voy a ayudar en todo lo que pueda ―dijo Antonio conmovido al ver a los pequeños tan cansados― Pero antes iremos a mi alojamiento. Necesitáis comer algo y asearos porque estáis un poco sucios y despeinados ―añadió con una sonrisa― ¡Seguidme!

Los niños lo siguieron, cerca de allí había un coche

aparcado. Antonio les dijo que subieran, ellos se sintieron aliviados al ver que el camino no lo tenían que hacer andando y todos juntos se pusieron en marcha. Cuando llevaban poco tiempo de trayecto, el coche se detuvo.

―Vamos a hacer una parada ―se le ocurrió a Antonio. Todos bajaron y se quedaron sorprendidos al ver una

plaza grande y bonita. En el centro había una gran fuente. En las paredes vieron una serie de bancos. Según fueron mirando, comprobaron que cada uno estaba dedicado a las cuarenta y ocho provincias españolas.

―¡Qué plaza tan bonita! ―exclamó Yumara. Antonio Machado les explicó que la había construido

Aníbal González con motivo de la Exposición que se estaba

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celebrando este año en Sevilla. De pronto Celia sintió que la mochila tiraba de ella con

fuerza, asustada gritó: ―¡Sujetadme que la mochila me lleva! Todos intentaban sujetarla pero resultaba imposible. La

agarraron entre todos, pero la fuerza los llevaba también a ellos. Así arrastrados por la mochila llegaron a un banco. La mochila cayó al suelo encima de un mapa de la provincia de Sevilla que había allí pintado. Se abrió, todos los objetos mágicos se cayeron sobre el mapa y se movieron mágicamente.

Cuando por fin se detuvieron vieron que los objetos unidos habían formado un mensaje. Se podía leer: EL CORONIL.

De repente, sintieron algo extraño bajo sus pies, y un vacío en sus estómagos, como una caída repentina, como si el suelo se los tragara...

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CAPÍTULO X

FICCIÓN O REALIDAD

Los chicos aparecieron en una habitación cerrada y

muy oscura. ―¡No veo nada, por favor abrir una ventana! ―exclamó

Celia muy asustada. Ernesto comenzó a palparlo todo, hasta que llegó a lo

que le parecía una de las ventanas de la habitación. Buscó la forma de abrirla y cuando lo consiguió, la luz de la luna llena iluminó la habitación.

―¡Ufff, qué alivio! ―expresó Celia más calmada― ¡Creía que me daba algo!

―¡Qué cantidad de libros! ―observó Ernesto― Creo que estamos en una biblioteca. Mirad, todos los libros están muy bien colocados y ordenados.

―Mirad chicos allí está la puerta ―dijo Yumara dirigiéndose a ella― Vayamos abrirla y veamos donde nos encontramos.

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Giró el pomo, pero se resistía. Tras varios intentos fallidos, la puerta seguía cerrada.

―¡Oh no, estamos encerrados! ―se lamentó Yumara― Esperemos que no sea una biblioteca abandonada y alguien pase por aquí.

De repente una luz iluminó la calle, los chicos

emocionados se acercaron a la ventana y empezaron a gritar: ¡Socorro! ¡Estamos aquí! ¡Ayudadnos!

La luz procedía de un tractor con un remolque. En él se podía observar a una cuadrilla de campesinos que se dirigían al verdeo. El ruido del tractor hizo imposible que las voces de auxilio de los chicos llegaran a los oídos de los campesinos.

―¡Oh no, pasan de largo! ¿Y ahora qué hacemos? ―comentó Celia de nuevo muy desanimada.

―Tranquila Celia el amanecer está al llegar. Deben de ser sobre las 7 de la mañana, que es la hora a la que los campesinos van a su trabajo ―dijo Yumara― Descansemos un poco, que mañana tendremos un duro día.

Los chicos se tumbaron en el suelo, no tardaron en

cerrar los ojos. El cansancio hizo mella en ellos quedándose dormidos al instante.

Pasadas unas horas, la puerta se abrió apareciendo un

hombre alto, delgado, de pelo corto. Sus ojos eran oscuros, rodeados de unas gafas redondas, boca pequeña y labios finos. Vestido con un elegante traje de chaqueta negro acompañado con una camisa blanca y una corbata del mismo color que su chaqueta.

―¿Quiénes sois? ¿Cómo habéis entrado aquí?

―preguntó el señor extrañado.

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―Somos cuatro chicos de El Coronil, nos ha traído hasta aquí un libro mágico, que nos transporta en el tiempo ―intentó explicar Joselito.

―¡Jajajaja! ―soltó el hombre― ¿Qué queréis tomarme el pelo? Los libros nos ayudan bastante, ¿pero transportaros en el tiempo? ―preguntó incrédulo.

―Sí, es un libro que nos ha transportado por toda Andalucía y gracias a él hemos conocido los monumentos más importantes de nuestra región y a sus personajes históricos ―le intentó explicar Celia― Además tenemos objetos de algunos personajes como el diario de Abderramán, el libro de Góngora, el trébol de cuatro hojas...

―¿Me los podéis enseñar? ―preguntó para comprobar lo que estaba escuchando.

―Claro que sí ―contestó Joselito― mira, están en esta mochila.

Mientras los chicos le enseñaban al señor sus objetos le fueron contando algunos episodios de su larga historia. El hombre permanecía en silencio mientras los chicos se turnaban contando anécdotas. Una vez terminado el relato de sus aventuras,:

―Luego si el libro nos ha traído hasta aquí,… será por algo ―se le ocurrió a Ernesto― Y ¿quién es usted? ―le preguntó al hombre.

―Yo soy Miguel Benítez de Castro, soy un maestro de El Coronil ―les explicó― Soy un enamorado de la literatura, de hecho está biblioteca que veis aquí la he montado con el fin que todos los coronileños que lo deseen siempre tengan acceso a un libro.

―¿De El Coronil? ―preguntó Celia muy emocionada― ¡Por fin hemos llegado! ¡Qué alegría! Creía que nunca llegaría este momento.

―Espera Celia sabemos que estamos en nuestro pueblo, pero ¿maestro Miguel Benítez? ―dudó Yumara― En

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nuestro cole no hay ningún maestro que se llame Miguel. ¿En qué año estamos? ―preguntó

―Estamos en el 1951 ―respondió Miguel. ―No me lo puedo creer, después de tantas vueltas

volvemos a nuestro pueblo pero no en el 2010 ―dijo Ernesto― Pero… ¿Qué hacemos ahora?

Joselito que llevaba un tiempo callado y pensativo preguntó al señor:

―¿Usted además de maestro es poeta? ―Sí, ya os dije chicos que soy un amante de la

literatura, me encanta la poesía y además también he escrito varios artículos en algunos periódicos ―respondió― Por cierto, ¿cómo sabes, que soy poeta?

―Porque la calle donde se encuentra nuestro colegio se llama Poeta Miguel Benítez de Castro ―contestó Joselito.

―Es un orgullo para mí que en un futuro la calle donde esté ubicado el colegio lleve mi nombre. Además del colegio… ¿qué más hay en la calle? ―preguntó Miguel muy interesado.

―Pues es una calle larga y amplia donde se encuentra un complejo deportivo, con piscina, pistas de fútbol-sala, de baloncesto, de pádel… y un pabellón deportivo cubierto ―dijo Ernesto.

―También se encuentra junto a nuestro cole el Instituto ―continuó Yumara― Y algunos locales comerciales como una panadería, una zapatería, un bar y una discoteca dónde los jóvenes de nuestro pueblo mueven el esqueleto.

―Increíble que calle más completa, solo le falta un banco ―bromeó Miguel.

―En señal de agradecimiento por toda la información que me habéis dado, os entrego esta pluma que tenía guardada con mucho cariño ―les dijo sacándose la pluma del bolsillo de la chaqueta― Con ella escribí mi poema “ El maestro de escuela “ en el año 1925.

―Muchas gracias Miguel, es un honor recibir esta

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pluma ―dijo Celia cogiéndola― La guardaremos en nuestra mochila junto a los demás objetos de nuestra aventura.

―¿Nos podría enseñar la biblioteca y recomendarnos algún libro? ―preguntó Yumara.

―Claro que sí, demos una vuelta y os explico ―se ofreció gustoso el poeta al ver el interés de los niños.

Los chicos recorrieron la biblioteca atendiendo a las

explicaciones que ofrecía Miguel. Cuando llegaron a la estantería de los libros de historia, a Joselito le llamó mucho la atención un libro grueso, de pasta marrón y con los cantos dorados, en el lomo se podía leer “Las grandes historias vivas de El Coronil”.

―¿Podría mirar ese libro? ―le preguntó. Miguel le entregó el libro a Joselito y cuál fue su

sorpresa, cuando abrió la primera página y vio una imagen de él y sus compañeros con Ruy Pérez de Esquivel.

―¡Venid chicos! ¡Mirad este libro! ―exclamó Joselito― Es parecido al que lleva Ernesto, pero en él aparecemos nosotros ―e iluminándosele la cara grita― ¡Celia! ¡Corre, saca el libro y lo comparamos! ―le dijo muy agitado.

―¡No puede ser! ―dijo Celia mientras rebuscaba en su mochila― El libro no está aquí ¡ha desaparecido!

―Tranquila Celia, no ha parecido ―pensó Joselito― ¡Es el mismo libro!

Los chicos acudieron rápidamente y se reunieron en

torno al libro. Comenzaron a pasar las páginas, y cuál fue su gran sorpresa cuando vieron que en el libro salían todas las historias que ellos habían vivido. Cuando llegaron a las últimas páginas, Joselito comentó:

―¡Mira Miguel, también sales tú! ―Pero… ¿aquí acaba el libro? ―preguntó Celia― ¡No

puede ser! ¡No nos podemos quedar en esta época! Pasa de

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página y miremos como acaba nuestra historia ―dijo Celia un poco asustada.

Joselito sin pensarlo pasó de página, y se encontró una página en blanco donde al final de ella se podía leer FIN.

―¿Fin? ¿Cómo puede ser? ―preguntó Yumara muy nerviosa― ¿Falta una página por escribir?

En ese mismo momento un tornado de aire procedente del libro absorbió a los niños.

Apareciendo en… ¡El césped de la piscina municipal de

El Coronil! ―¡Volvemos a estar en la piscina! ―gritó Yumara muy

alegre― Pero… ¿no hay nadie? ―dijo extrañado― ¿dónde están todos?

―Mirad, el agua está verde ― dijo Ernesto― Así que… no estamos en verano, salgamos a la calle y busquemos a alguien que nos informe en qué año estamos.

Los chicos se disponían a salir de la piscina, y cuando

se dirigían a la calle, vieron un periódico en el banco de la entrada a la piscina.

―Vamos a ver de qué fecha es ― dijo Celia― Así sabremos en que época estamos.

Joselito, muy decidido, corrió hacia el periódico. De la misma emoción no podía articular palabra.

―¿Qué pasa? ¿Qué pone? ―dijeron impacientes sus compañeros.

―¡Salimos en el periódico! ―dijo Joselito― ¡Mirad lo que dice esta noticia! ―dijo emocionado y a la vez asustado.

―Leámosla ―dijo Ernesto más sereno― A ver qué dice.

Y Ernesto comenzó a leer la noticia:

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Hoy se cumplen dos meses de la desaparición de cuatros

jóvenes de El Coronil, los chicos estaban participando en una Gymkana veraniega, en una de las pruebas tuvieron que ir a la biblioteca municipal, allí fue la última vez que los chicos fueron visto por la bibliotecaria. Desde entonces sus familiares ayudados por todo los habitantes de El Coronil han

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realizado una búsqueda intensiva. Aquí os adjuntamos unas fotografías de los chicos. Se ruega que si alguien tiene información importante sobre algunos de los chicos que llame al teléfono que aparece justo debajo de las fotografías.

―¡Por fin hemos llegado a nuestro año! ―gritaron los

chicos después de leer el periódico. Emocionados, empezaron a dar saltos de alegrías y

abrazarse unos a otros. ―No perdamos el tiempo, llamemos y digamos que

estamos bien y todo lo que nos ha sucedido ―dijo Celia― Nuestras familias y amigos deben de estar muy preocupados.

Los chicos salieron camino de la cabina de teléfono más cercana a la piscina, situada en la Plaza Vieja. Durante el camino no se encontraron absolutamente a nadie.

―¡No puede ser! ¿Y la gente? ―comentó Yumara extrañada.

―Sí, con el calor que hace, el pueblo está desierto ―dijo Joselito― Mira el sol, está en lo alto, debe ser un poco más de mediodía… seguro que está todo el mundo echándose la siesta.

―Pues yo me voy a mi casa ―dijo Ernesto― me queda más cerca que la cabina.

―Mira, Ernesto, ahora no vamos a separarnos ―dijo Celia― Tenemos que contar la historia todos juntos o no nos creerán.

―Venga, si la cabina está a un paso ―dijo Yumara― Vamos.

Ernesto a regañadientes accede y emprenden camino. En unos minutos están frente a ella. Celia miró en la mochila para ver si tenían algo de dinero.

―Aquí queda el cambio que sobró después de comprar los bocadillos en Sevilla ―recordó Celia― Nos quedan 2 € y 60 céntimos, suficiente ―dijo contando las monedas.

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Yumara cogió el dinero, lo echó en la cabina y marcó el número del periódico.

―Buenos días ―respondió una voz del otro lado del teléfono― ¿Quién es?

―Buenos días ―empezó― Soy Yumara una de las chicas que ha estado desaparecida.

―¿Yumara? ―preguntó con sorpresa― ¿Eres tú? ―Sí, soy yo, estoy aquí junto a mis compañeros

Ernesto, Celia y Joselito ―contestó. ―Pero… ¿dónde estáis? ―preguntó la voz. ―Estamos en la cabina de la Plaza Vieja ―respondió ―No os mováis de ahí, vamos para ya enseguida ―dijo

colgando enseguida. Tras sólo unos minutos de espera, aparecieron los

padres de los jóvenes. La emoción fue tal que los niños comenzaron a correr hacía sus padres llorando al mismo tiempo, hasta que se fundieron en un abrazo.

―¡Estáis bien! ¡Qué alegría de volveros a ver! ―expresó la madre de Celia.

―¿Dónde habéis estado todo este tiempo? ―preguntó enfadado el padre de Joselito― No sabéis lo preocupados que hemos estado.

―Es una larga historia papá ―se trató de disculpar Joselito― Fuimos a la biblioteca municipal y allí un libro…

Tras finalizar los chicos de contar los principales

detalles de la historia, los padres no se podían creer nada de lo que habían escuchado.

―Dejaros de tonterías y decirnos donde habéis estado y con quién ―volvió a preguntar el padre de Joselito.

―Pero papá, es verdad todo lo que os hemos contado ―protestó Joselito― Si no os lo creéis mirad este libro donde está escrito toda nuestra historia.

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―¿Pero como vais a estar con personajes como Góngora, Los Reyes Católicos, Rafael Alberti...? ―preguntó la madre de Yumara.

―Sí, hemos estado mamá ―insistió― Este libro junto a otros objetos que nos hemos ido encontrando nos han transportado en el tiempo. No te imaginas la cantidad de cosas que hemos visto y vivido. Ahora sé mucho de la cultura andaluza.

Celia sacó de su mochila: El diario de Abderramán, el libro de Góngora, la pluma de Miguel Benítez de Castro, el trébol, la ramita de oliva, la bellota...

Los padres y madres tras ojear el libro mágico y los

objetos se quedaron sorprendidos. ―¡Pues va a ser cierto! ―exclamó la madre de Celia. ―Hoy mismo informaremos de vuestra historia a todos

los medios de comunicación ―propuso el padre de Ernesto― Para que se propague que los libros pueden llegar a ser mágicos y grandes amigos, como os ha pasado a vosotros.

―Y que gracias a ellos hoy en día conocéis a personajes importantes de nuestra bella tierra Andaluza ―comentó la madre de Joselito emocionada.

Desde entonces en recuerdo a estos cuatro chicos en la

entrada del colegio se encuentra un monumento llamado “La magia de los libros”, que está formado por un libro inmenso rodeado por cuatro niños agarrados de la mano.

Todos los 23 de abril en este monumento se celebran actividades tales como: cuentacuentos infantiles, teatros, lectura de poesías, intercambios de libros... en conmemoración al día del libro

Siendo el broche final la composición de un libro escrito por todos los niños y niñas del C.E.I.P. María Ana de la Calle.

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PARTICIPACIÓN

El Capítulo I ha sido realizado por el alumnado de 6ºA. Coordinado por su Tutor: Sergio Lara Del Valle. J. Luis Alcón, Amalia Arcos, Amaya Bernal, Rebeca Caballero, Javier Cabezas, Julia Camas, Marta Chacón, J. Antonio Fernández, Lucía Figueroa, Alberto García, Andrea García, Ángela García, Cristina Gómez, María Gómez, Jesús González, Nuria González, Aarón González, Marta Hernández, Mª Belén Moreno, Miriam Ramírez, Francisco Rincón, Daniel Rondan, El Capítulo II ha sido realizado por el alumnado de 5ºA. Coordinado por su Tutora: Ana María Jurado Recuerda. Alba Aguilar, Delia Cabrera, José Antonio Carreño, Jairo Ceballos, Ana Isabel de Sola, Ana María Figueroa, Andrés Fuentes, Juan Galbarro, Julia García, Gonzalo García de la Vega, Minerva García, Inmaculada Gómez, Alba González, Álvaro González, Paula Guerrero, Alejandro Lara, Alejandro Mateos, Adrián Molero, Ana Ocaña, Rafael Parrilla, Isabel Pernía, Ana Valle, Daniel Valle. El Capítulo III ha sido realizado por el alumnado de 4º A Coordinado por su Tutor: Juan Rafael Muñoz Raya. Francisco J. Alfaro, Francisco M. Álvarez, Ángela Arenas, Naiara Azuar, Ana Campanario, Álvaro Carmona, David Casado, Domingo Díaz, Raúl Fuentes, Francisco García, Diego García, Mirian Gómez, Víctor Gómez, José Luis González, Carmen Lara, Sara Leal, José Claudio Martín, Juan Francisco Mendoza, Mª del Mar Muñoz, María Nouri, Sofía Ojeda, Alejandro Pérez, Ángela Román, Nerea Ros, Alejandro Sánchez, David Sánchez,

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El Capítulo IV ha sido realizado por el alumnado de 3º B Coordinado por su Tutora: Ascensión Muñoz de la Torre. Álvaro Aguilar, Delia Cabezas, Steven Carreño, Jesús Ceballos, Rafael González, Guillermo Fernández, Sofía González, Juan Jesús García, Rocío García, Daniel López, Rebeca Mateos, Damián Menacho, Sara Millán, Daniel Morales, Vicente Naranjo, Pablo Pedrosa, Celia Ramírez, Noelia Rodríguez, Ainhoa Ruiz, Ainhoa Sanjuán, Guillermo Sigüenza, Pedro Vázquez, María Vázquez, Laura Romero. El Capítulo V ha sido realizado por el alumnado de 6ºC Coordinado por su Tutor: Manuel Sosa Castejón. Alejandro Balbuena, P. Javier Campos, Ulises Carvajal, Hicham Chafik, Cristina García, Rocío González, Marta González, Antonio González. Andrés Guerrero, Andrés Jiménez, Águeda Lara, Hilario Leal, Álvaro Luna, Noelia Martín, Carmen Mateos, Araceli Melgar, Carmen Mesa, Antonio Navas, P. José Poley, Félix Reyes, Pablo Saldaña. El Capítulo VI ha sido realizado por el alumnado de 5ºB Coordinado por su Tutor José Luis Rodríguez Vázquez. Julen Bernal, Javier Bravo, Laura Campanario, Antonio Capote, J. Antonio Castro, J Manuel Curado, María de Sola, Álvaro Fernández, Mª del Pilar Hidalgo, Francisco Jiménez, Álvaro Lara, Juan Martín, Elena Moreno, Nareb Noguerol, Ángela Pérez, Juan Pérez, Alba Pineda, Ana Ramírez, Carmen Rizzo, Daniel Rodríguez, Ana Sánchez, Armando Sierra, Patricia Valle, José Antonio Valle, María Velázquez. El Capítulo VII ha sido realizado por el alumnado de 4ºB Coordinado por su Tutor Antonio Lozano Garrucho. Neil Alhaja, Bartolomé Álvarez, Yousra Azzouzi, Antonio Blanquero, Claudia Borrego, José Antonio Cabezas, Andrea Castillero, Khalil Chafik, Melanie de Sola, Antonio Jesús

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Fernández, Aimar Ferrón, Mª Teresa Flores, Carlos Daniel García, Salvador García, Antonio García, J. Antonio Gómez, Miriam González, David Lara, Pedro Martínez, Nora Moreno, Celia Ocaña, Nicole Pérez, Isabel Pérez, Desiré Reina, Moisés Sánchez, Andrea Sanjuán, David Valderas, Rosario Vidal. El Capítulo VIII ha sido realizado por el alumnado de 6ºB Coordinado por su Tutora Mª Carmen García Cruz. Manuel Jesús Lara, J. Manuel López, J. Diego Millán, Aisa Morales, Christian Moreno, Andoni Moreno, Daniel Murga, Julia Naranjo, María Pérez, Alberto Pulido, Mirian Revidiego, Mª del Carmen Rodríguez, Susana Román, Mª del Pilar Ruiz, Rafael Ruiz, Clara Sanjuán, Ana Santos, Mª del Carmen Sigüenza, Francisco Sigüenza, María Valle, Ozman Valda. El Capitulo IX ha sido realizado por el alumnado de 3ºA Coordinado por su Tutora Concepción Álvarez Salamanca. Javier Arcos, Cristina Caballero, Tadeo Cabrera, Patrocinio Calahorro, Adrián Capdevila, Rafael Carmona, Paula Dorado, Zyneb El Hamry, Nicolás Hernández, Marina Hidalgo, Mónica Leonis, Rocío López, Borja Márquez, Rocío Márquez, Paula Mateos, Antonio Manuel Mendoza, Ángela Mª Moreno, Alberto Ocaña, Elena Pintado, Juan Ramírez, Yadira Reina, Juan Pedro Rincón, Andrea Rodríguez, Raquel Ros, Isabel Sánchez. La portada ha sido realizada por Gregorio Pablo Ruíz Vázquez con las ilustraciones del alumnado. Las ilustraciones han sido realizadas por los alumnos del Aula Específica, 1º y 2º curso de E. Primaria. Aula Específica: Tutora: Josefa Lara Lara Carmen Arcos Verdugo

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1º A.- Tutora: Eva Gómez Gaspar. María Alcalá, Miguel Álvarez, Ana Arcos, Erika Campanario, Ana Carmona, Teresa Chacón, Pablo del Valle, María del Valle, Ignacio Díaz, Javier Acosta, Juan Flores, Andrés González, Cristina Guerrero, Julia Pérez, Mª Carmen Hernández, Adelaida Manzano, David Márquez Manuel Martín, Saray Mena, Ainara Moreno, Francisco J. Ruiz, Rafael Sanjuán, Mara Vargas. 1ºB.- Tutora: Idoya Agustín Vives. Carmen Algarín, Jairo Camas, Miguel Ángel Casado, Alejandra Crespo, Francisco García, Gonzalo García, Nerea González, José Manuel Jiménez, Julia Hidalgo Rocío Lara, Saúl López, Natacha Murga, Tania Moreno, Carmen Ojeda, Andrea Oliva, Nicolás Parrilla, Alba Rodríguez, Fidel Tejero, Erika Valle. Victoria Ruiz, Rafael Valle, Diego Vázquez. 2ºA.- Tutora: Ana María Jurado Vázquez. Juan Miguel Alcón, Bruno Álvarez, Adela Andújar, Lucía Campos, Carmen Capote, Celeste Conejo, Joaquín Crespo, Isabel Galbarro, Álvaro Gallardo, Imanol García, Nerea García, Andrea González, J. Antonio Hernández, Alejandro Jiménez, Clara María Martín, Francisco Morales, Javier Moreno, Manuel Ocaña, Águeda Rodríguez, Mª Isabel Romera, Alejandro Rondán. 2ºB.- Tutora: María Muñoz Algarín. Estanislao Bernal, Estela del Carmen Caballero, Carmen Cañamero, Matías Ezequiel González, Gonzalo Galbarro, Sandra González, Gonzalo Jurado, Soraya Lao, Manuel Lara, Mercedes Lara, Tifany López, Germán Mateos, Samuel Menacho, Yeray Muñoz, Lucía Pérez, Alejandro Poley, Manuel J. Ramírez, Ainoa Romero, Carmen Rosa, Lucía Sánchez, Francisco J. Sánchez.

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2ºC.- Tutora: Mª Carmen Lucas Díaz. Minerva Acosta, Isaías Alcón, Francisco J Cabrera, Julia García, Rocío García, Ana García, Miguel García, Pablo González, Zaida Mª Hidalgo, Natalia Huerta, Luis M. Illanes, Cristian Martín, Andrea Muñoz, Pablo Pérez, Jesús Ramírez, Manuel Rodríguez, Cristian Román, Nerea Sánchez, Mª Isabel Sierra, José Luis Sigüenza, Lucía Valor, Jun Ye Yuan.

El resto del profesorado ha colaborado en el

enriquecimiento de este proyecto: Mª Carmen Alcalá, José Antonio Cabrera, Dolores Campos, Marta Ceballos, Sandra Fernández, Mercedes García, Mª Ángeles Gil, Trinidad Guillena, Ana María Jiménez, Josefa Lara, Mª Isabel Ramos, Rosario Rondán, Trinidad Rondán, Francisca Rodas, Mª José Tagua, Yolanda Morilla, Ana Belén Montes, Ana Belén Moguer y Amparo Picón. Este proyecto ha sido coordinado por Marta Silva Cazorla Y Ana María Jurado Recuerda.

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