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UNILIT EL REGRESO LOS ULTIMOS DÍAS GLORIOSO TlM LAHAYE JERRYB.JENKINS
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lahaye, tim y jenkins, jerry b - dejados atras 12 - el regreso glorioso.pdf

Oct 26, 2015

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UNILIT

EL REGRESO

L O S U L T I M O S D Í A S

GLORIOSO

TlM LAHAYE JERRYB.JENKINS

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El Regreso Glorioso es el duodécimo libro del drama continuo de los que fueron dejados atrás en el arrebatamiento. Los once primeros, con ventas que superan los cuarenta mil ejemplares cada uno, constituyen la serie de novelas que más rápidamente se haya vendido jamás. Cinco de ellos debutaron en el primer lugar de la lista de los libros mejor vendidos de los periódicos New York Times y The Wall Street Journal, como asimismo en las de las revistas USA Today y Publishers Weekly. El anticristo ha reunido a los ejércitos del mundo en el valle de Meguido para lo que cree será su triunfo definitivo de todos los tiempos. Con una victoria así él ascenderá al trono de Dios. El Comando Tribulación ha emigrado al Oriente Medio, estando su mayoría parapetada en Petra junto con el remanente judío que ahora pasa del millón. Sin embargo, sigue vivo solo uno de los cuatro miembros fundadores del Comando y este se halla próximo a morir. Jerusalén está por caer totalmente a manos del Ejército de la Unidad de la Comunidad Global; Zión Ben Judá fue muerto. Pocos en Petra saben de esta pérdida y tampoco se halla a Raimundo Steele ni a Camilo, "Macho", Williams. Ya han pasado siete años desde el arrebatamiento y casi siete años exactos desde que se firmó el pacto del anticristo con Israel. Los creyentes miran al cielo a la espera del Regreso Glorioso de Cristo mientras el mundo bordea el final del tiempo.

TIM LAHAYE que concibió la serie Dejados atrás, es un famoso erudito en profecía, pastor y educador. Ha escrito más de cuarenta libros que no son de ficción, publicados ya en más de treinta idiomas. Él y su esposa, Beverly, viven en el sur de California.

JERRY B. JENKINS el escritor de la serie, es el autor de más de cien libros que se hallan casi siempre en las listas de los éxitos de librería del New York Times. Él y su esposa, Dianna, viven en Colorado Springs.

ISBN 0-7899-1231-7 EDITORIAL

UNILIT Producto 496780 Categoría; Ficción / Novelas

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EL REGRESO

L O S Ú L T I M O S D Í A S

GLORIOSO

TIMLAHAYE JERRYB.JENKINS

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Publicado por Editorial Unilit Miami, Fl. 33172 Derechos reservados Primera edición 2004

© 2004 por Editorial Unilit Traducido al español con permiso de Tyndale House Publishers. (Translated into Spanish by permission of Tyndale House Publishers.)

© 2004 by Tim LaHaye and Jerry B. Jenkins All rights reserved.

© 2004 por Tim LaHaye y Jerry B. Jenkins Todos los derechos reservados. Publicado en inglés con el título: Glorious Appearing, The End ofDays por Tyndale House Publishers, Inc., Wheaton, Illinois. Left Behind® (Dejados atrás) es una marca registrada de Tyndale House, Inc. (Left Behind® is a registered trademark of Tyndale House, Inc.)

Proyecto conjunto con la agencia literaria de Alive Communications, Inc., 7680 Goddard Street, Suite 200, Colorado Springs, CO 80920.

Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, procesada en algún sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o por algún medio electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica u otro, excepto para breves citas en reseñas, sin el permiso previo de los editores.

Traducido al español por: Nellyda Rivers Fotografía de los autores © 1998 por Reg Fracklyn. Todos los derechos reservados. Ilustración de la cubierta © 2004 por Resource Agency. Todos los derechos reservados. Ilustración © 2004 por Tyndale House, Publishers, Inc. Todos los derechos reservados. Serie Left Behind® diseñada por Catherine Bergstrom. Diseño por Julie Chen.

A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico se tomó de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

Los personajes en esta novela a veces dicen palabras que están adaptadas o tomadas literalmente de varias versiones de la Biblia, incluyendo Dios Habla Hoy. Reina-Valera 1960 y La Biblia de las Américas.

Producto 496780 ISBN 0-7899-1231-7 Impreso en Colombia Printed in Colombia

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A la memoria de

Frank LaHaye y Harry Jenkins, a quienes veremos de nuevo

Agradecimientos especiales a David Alien por su experto asesoramiento técnico, y a John Perrodin

por la investigación bíblica adicional

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Siete años en la tribulación; tres años y medio en

la gran tribulación

Los creyentes

Enoc Dumas: poco más de treinta años de edad; latinoamericano; pastor de treinta miembros del ministerio El Lugar, Chicago; se reubicó en la clandestinidad de Palos Hills, Illinois

Mac McCullum: unos sesenta años de edad; ex piloto de Nicolás Carpatia; se supuso muerto en un accidente aéreo; jefe de pilotos del Comando Tribulación destacado en Petra

Hana Palemón: unos treinta y cinco años de edad; ex enfermera de la CG; se supuso muerta en un accidente aéreo; del personal de la Cooperativa Internacional de Bienes, una red clandestina de creyentes

Navaja: mexicano de poco más de veinte años de edad; asistente militar de George Sebastian; Petra

Lea Rosas: poco más de cuarenta años de edad; ex jefa de enfermeras, Hospital Arturo Young Memorial, Palatine, Illinois; destacada en Petra por el Comando Tribulación; del personal de la Cooperativa

Dr. Jaime Rosenzweig (alias Miqueas): poco más de setenta anos de edad; botánico y estadista israelí ganador del Premio Nobel; ex Hombre del Año del Semanario Global; asesinó a Carpatia; líder del remanente judío de más de un millón de Personas en Petra

George Sebastian: cerca de treinta años de edad; ex piloto de helicópteros de guerra de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos,

de base en San Diego, California; en la clandestinidad con el Comando Tribulación y la Cooperativa; defendiendo Petra

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Priscila Sebastian: treinta años de edad; esposa de George Sebastian; madre de Beth Ann; Petra

Abdula Smith: unos treinta y cinco años de edad; ex piloto de combate jordano y primer oficial del Fénix 216; se supuso muerto en un accidente aéreo; piloto principal del Comando Tribulación asignado en Petra

Raimundo Steele: casi cincuenta años de edad; ex capitán de aviones 747 de Pan-Continental; perdió a su esposa e hijo en el arrebatamiento; a su segunda esposa en un accidente aéreo; ex piloto de Nicolás Carpatia, el Soberano de la Comunidad Global; miembro fundador del Comando Tribulación; fugitivo internacional visto por última vez en los perímetros de Petra

Eleazar Tiberíades: poco más de cincuenta años de edad, un anciano en Petra; padre de Noemí

Noemí Tiberíades: diecinueve años, hija de Eleazar; experta en computación; enamorada de Chang Wong; Petra

Otto Weser: cincuenta años de edad, líder de un pequeño grupo de creyentes alemanes que huyeron de Nueva Babilonia; Petra

Leonel Whalum: cerca de los cincuenta años de edad; ex empresario; ex piloto de la Cooperativa; asignado a Petra por el Comando Tribulación como nuevo director de la Cooperativa

Camilo ("Macho") Williams: unos treinta y cinco años de edad; ex escritor principal del Semanario Global; ex editor del Semanario de la Comunidad Global; miembro fundador del Comando Tribulación; editor de la revista cibernética La Verdad; visto por última vez defendiendo la Ciudad Vieja en Jerusalén

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Chang Wong: veinte años de edad; ex espía del Comando Tribulación en los cuarteles centrales de la Comunidad Global Nueva Babilonia; destacado en Petra por el Comando Tribulación como jefe de las instalaciones computacionales

Mine Toy Woo: unos veinticinco años de edad; hermana de Chang Wong; ex viuda; se volvió a casar; ex guardia en la Institución Belga de Rehabilitación Femenina (el Tapón); se ausentó sin permiso de la CG; destacada en Petra por el Comando Tribulación como asistente de la Cooperativa

Ree Woo: unos veinticinco años de edad; esposo de Ming Toy Woo; piloto principal de la Cooperativa destacado en Petra

Gustaf Zuckermandel, hijo (alias Zeke o Z): unos veinticinco años de edad; falsificador de documentos y especialista en disfraces; perdió a su padre en la guillotina; destacado en Petra por el Comando Tribulación

Los mártires recientes

Al B. (alias "Albie"): poco más de cincuenta años de edad; nativo de Al Basrah, al norte de Kuwait; piloto; ex comerciante del mercado negro internacional; miembro del Comando Tribulación; asesinado en Al Basrah

Zión Ben Judá: poco más de cincuenta años de edad; ex erudito rabínico y estadista israelí; reveló a través de la televisión internacional su creencia en Jesús como el Mesías; más tarde asesinaron a su esposa y dos hijos adolescentes; escapó a Estados Unidos; maestro y líder espiritual del Comando Tribulacion; tenía una ciberaudiencia de más de mil millones de personas al día; enseñaba al remanente judío en Petra; cayó defendiendo la Ciudad Vieja en Jerusalén

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Cloé Steele de Williams: unos veinticinco años de edad; ex alumna de la Universidad Stanford; perdió a su madre y su hermano en el arrebatamiento; hija de Raimundo; esposa de "Macho"; madre de Keni Bruce, de cuatro años y medio de edad; miembro fundador del Comando Tribulación; ex presidenta de la Cooperativa Internacional de Bienes; guillotinada por la CG en la antigua Penitenciaría Estatal de Joliet, Illinois

Los enemigos

Suhail Akbar: unos cuarenta y cinco años de edad; jefe de seguridad e inteligencia de Carpatia; del Ejército Unido Mundial en el puesto de comando, Meguido

Nicolás Jetty Carpatia: cerca de cuarenta años de edad; ex presidente de Rumania; ex secretario general de las Naciones Unidas; se proclamó Soberano de la Comunidad Global; asesinado en Jerusalén; resucitó en el complejo palaciego de la CG, Nueva Babilonia; dirige al valle de Meguido las enormes fuerzas del Ejército Unido; visto por última vez fuera de la Puerta de Herodes en el Camino de Suleimán en Jerusalén

León Fortunato: cerca de sesenta años de edad; ex comandante supremo y mano derecha de Carpatia; ahora el Muy Altísimo Reverendo Padre del Carpatianismo que proclama al soberano como el dios resucitado; Ejército Unido en el puesto de comando, Meguido

Viv Ivins: casi setenta años de edad, amiga de toda la vida de Carpatia; operativo de la CG; Ejército Unido en el puesto de comando, Meguido

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PREFACIO

De Armagedón

aimundo empezó a bajar por la parte de atrás de Petra, hallándolo aun más angustioso que subir. Se había

quedado con Chang y Noemí un poco más de lo pensado así que supuso que Mac estaría esperándolo y que George pensaría que él ya había llegado. Desde su posición veía muy bien el ejército hasta kilómetro y medio. Estaba a punto de tomar el teléfono para tranquilizar a Mac cuando quedó claro que había pasado algo. Las líneas del frente volvían a retroceder así que George debía haber iniciado otra ronda con las armas de energía dirigida. Esta vez, sin embargo, a pesar del consiguiente caos, el Ejército Unido no se quedó de brazos cruzados. Raimundo oyó las explosiones del fuego de respuesta, como truenos de un frente de tormenta de ciento sesenta kilómetros de extensión. Sabía bastante de municiones para darse cuenta de que las fuerzas de Carpatia estaban un tanto alejadas como para usar los morteros disparando con ángulos elevados. Calculó que las balas caerían fuera del perímetro de Petra. Se equivocó. Quizá sus cañones eran mayores que los típicos cañones cortos sin las ánimas rayadas. Las balas volaron pasando el perímetro y empezaron a caer alrededor de él. Raimundo estuvo a punto de salir despedido del todoterreno cuando estalló una bala justo delante. Sujetándose de la manija con su mano libre, vio que su teléfono salía volando, rebotando unos treinta metros al caer por la pendiente rocosa.

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EL REGRESO GLORIOSO

Y ahora su vehículo estaba descontrolado. Rebotó alto del asiento y se dio cuenta de que se elevaba por el aire con solo sus manos aferradas al todoterreno. Se golpeó fuerte al caer y el vehículo rebotó y rodó de costado. Seguir aferrado o no era lo único en que pensaba y esa opción también desapareció con rapidez. El jeep chocó de nuevo, rompiendo su asidero. Mientras rebotaba y rodaba, no perdía de vista el vehículo que se hacía pedazos contra las rocas en el trayecto hasta el valle.

Raimundo se recordó que no debía intentar detener su caída. Flexionó manos y brazos y trató de relajarse, luchando contra el instinto natural con todas sus fuerzas. La pendiente era demasiado abrupta y su velocidad era demasiada como para controlarse. Lo mejor que podía desear era un lugar blando de aterrizaje.

Otra bala de cañón lo ensordeció al caer a unos tres metros a su derecha, lanzándolo en una voltereta lateral. Raimundo sintió que su sien se estrellaba contra una filosa roca y se dio cuenta de algo que sonaba como agua corriente mientras rodaba hacia un matorral espinoso. Por temibles que parecieran las espinas, tenían que ser más blandas que aquello contra lo cual venía golpeándose.

Al ir perdiendo velocidad en su caída, Raimundo pudo cambiar el peso de su cuerpo y retrocedió hacia las espinas. Entonces fue cuando se dio cuenta qué era el sonido líquido. Con cada latido del corazón que ahora iba galopando, la sangre de su vida salía a chorros que saltaban a casi dos metros de la herida de su sien.

Presionó fuerte su palma de la mano contra su cabeza y sintió el chorro en la mano. Apretó con todas sus fuerzas sintiendo que podía contenerla un poco. No obstante, ahora Raimundo corría peligro... peligro mortal. Nadie sabía con exactitud dónde estaba. Carecía de comunicación y transporte. Ni siquiera quería inventariar sus lesiones porque, como fueran,

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Tim LaHaye StJerry B. Jenkins

resultaban menores comparadas con el hoyo de su cabeza. Tenía que conseguir socorro, y rápido, o estaría muerto en cuestión de minutos. Los brazos de Raimundo estaban heridos y sentía agudos dolores en ambas rodillas y un tobillo. Con su mano libre tomó la pata del pantalón levantándola, pero deseó no haberlo hecho. Algo no solo le había cortado la carne desde el tobillo para arriba, sino que otra cosa también le había sacado parte del hueso. ¿Podría andar? ¿Se atrevería a intentarlo? Estaba demasiado lejos de todas partes para gatear. Esperó que su pulso se calmara y recobrar el equilibrio. Tenía que estar como a kilómetro y medio de Mac y su gente y no podía verlos. No había manera de volver a subir. Rodó para ponerse sobre los pies, poniéndose de cuclillas y, con una mano, tratando con desesperación de impedir desangrarse hasta morir. Raimundo trató de pararse. Solo le obedeció una pierna y era la que tenía el tobillo casi destrozado por completo. Es posible que tuviera fracturada la tibia de la otra pierna. Trató de dar un saltito, pero la pendiente era tan grande que se dio cuenta que se inclinaba de nuevo hacia delante. Y ahora perdía de nuevo el control, tratando de saltar a fin de impedir la caída, pero cobrando velocidad con cada rebote. Hiciera lo que hiciera no podía retirar la mano de la sien y no se atrevía a dejarse caer sobre algo más duro. "Señor, ahora es el momento más apropiado para que llegues".

Chang sintió que algo estaba a punto de aparecer. Había logrado interceptar las señales de los satélites geosincronísticos que respaldaban las comunicaciones de los millones de tropas. De un momento a otro se moverían y su gente clave tenía que saberlo.

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EL REGRESO GLORIOSO

Llamó a George. —Esperen un avance en sesenta segundos. —Ya nos cañonearon —aulló George—. ¿Quieres decir

más que eso? —Sí, van a venir. — ¿Raimundo pasó a verte? —Se fue hace un rato. Iba a ver a Mac. —Gracias. Llama a Mac, ¿quieres? Yo informaré a los demás. Chang llamó y dijo lo mismo a Mac. —Oye —dijo Mac—, no logro comunicarme con Sebastian,

y Ray ya está atrasado. —Va en camino —dijo Chang. Llamó a Macho. "Esperen avan..." Pero le cortaron. Volvió a marcar. Nada.

"¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen!" Macho oyó a un joven rebelde que daba alaridos justo

cuando su teléfono sonó y vio una bomba incendiaria que se abalanzaba contra el Museo Rockefeller, justo a su puesto. Vio movimientos de tropas del Ejército Unido por todos lados y tomó su teléfono sosteniéndolo contra su oído en el momento que la bomba impactó el muro delante de él chocando con estrépito por fuera, en el suelo.

Reconoció la voz de Chang antes que la bomba horadara el muro. Las rocas y la metralla golpearon con fuerza todo su costado derecho, destrozando su teléfono y haciendo que soltara una Uzi que llevaba. Sintió que algo se rompía en su cadera y su cuello mientras se destrozaba su percha.

Uno de los jóvenes cerca de él, salió volando por el aire y cayó arrastrándose por el pavimento. Macho estaba decidido a ir con el muro en su caída. Se tocó el cuello y sintió un

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Tim LaHaye &i Jerry B. Jenkins

torrente de sangre. No era estudiante de medicina, pero supo que leo había cortado la arteria carótida... problema nada mínimo. Mientras el muro se desmoronaba, él danzaba y daba grandes saltos para mantenerse derecho, pero tenía que mantener la mano en el cuello. La Uzi que le quedaba se fue deslizando hasta su mano izquierda pero se le cayó cuando la clavó en algo para mantener su equilibrio. Estaba desarmado, cayendo y herido de muerte. Y el enemigo llegaba.

Raimundo solo podía amortiguar su caída con la mano libre, pues no se atrevía a quitar la presión de su sien. El mentón se golpeaba tanto como la muñeca mientras se deslizaba por lo que suponía era un ángulo de cuarenta y cinco grados. No tenía forma de caminar. Todo lo que podía hacer ahora era gatear y tratar de seguir vivo.

El pie de Macho se trabó en una ranura de las piedras que se iban desplomando y la parte superior del cuerpo cayó colgando hacia delante. Ahí estaba, sobre la Ciudad Vieja, colgando de cabeza del muro que se iba deshaciendo. Su cadera estaba herida y también sangraba, y la sangre se agolpaba en su cabeza.

Aun en el centro tecnológico de una ciudad hecha de roca, Chang sintió la vibración de los millones de soldados que danzaban sobre Petra. Apretaba aquí y allá, moviendo contoles, tratando de hacer llamadas. ¿Cuánto tiempo más permitiría Dios que esto siguiera así antes de enviar al Rey vencedor?

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EL REGRESO GLORIOSO

Luchando contra el desmayo, trató con angustia de seguir adelante, con una mano por delante, la otra ocupada. Cada centímetro hacía que el ángulo pareciera más agudo y el camino más inestable. Se preguntaba para qué servía su intento cada vez que latía su corazón, cada vez que la sangre corría, cada vez que el dolor lo apuñalaba. ¿Qué importancia tenía seguir vivo? ¿Para qué? ¿Para quién? "Ven Señor Jesús".

El mareo abrumaba, el dolor acuchillaba. Tenía que haber un pulmón perforado. Respiraba con jadeos, agonizantes, punzantes. El primer indicio del fin fue el enloquecido ritmo de su corazón. A todo galope, luego saltándose uno, luego aleteando. Demasiada pérdida de sangre. Insuficiente flujo al cerebro. Insuficiente oxígeno. La modorra vencía al pánico. La inconsciencia sería tremendo alivio.

Y así fue que la permitió. El pulmón estaba a punto de reventar. El corazón aleteó y se detuvo. La sangre circulante se estancó.

No vio nada con los ojos abiertos del todo. "Señor, por favor". Escuchó que se aproximaba el enemigo. Lo sintió, pero pronto no sintió nada. Sin sangre circulando, sin aire moviéndose, se desplomó y murió.

Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, "se oscurecerá el sol y no brillará más la luna; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos. La señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y se angustiarán todas las razas de la tierra. Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria". Mateo 24:29-30

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UNO

ac McCullum escrutó el perímetro de Petra con binoculares de alta potencia. A estas alturas, Raimundo debía haberlo alcanzado.

El reloj de Mac indicaba las 1300 horas, la una de la tarde, hora de Carpatia. Tenía que hacer más de treinta y siete grados centígrados. El sudor le corría por el cuello, desde su pelo rojizo entrecano que escapaba de la gorra, empapando la camisa. Mac no sentía siquiera un soplo de viento y se preguntó cómo se iba a ver su pecosa y áspera cara dentro de unos pocos días más.

Sin quitar los ojos de los binoculares, Mac sacó su teléfono celular y marcó la conexión con Chang Wong en el centro de computadoras.

— ¿Dónde está Ray? —Yo le iba a preguntar —dijo Chang—. Se fue de

aquí hace tres cuartos de hora y nadie más lo ha visto. — ¿Qué hemos sabido de Macho? Mac notó la vacilación. —Nada nuevo. ¿Desde

cuándo? —Ah, Raimundo supo de él esta mañana, tarde. — ¿ Y ?

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EL REGRESO GLORIOSO

Otra vacilación. —Nada qué decir. — ¿Qué quieres decir, Chang? —Nada. —Eso capté. ¿Qué anda mal? —Nada que no se vaya a curar en un poco... —Compadre, no me hables en doble sentido. Mac continuó inspeccionando las rocosas laderas, sintiendo

que se le aceleraba el pulso a pesar de sus años y su experiencia. —Si no quieres decirme, yo mismo lo voy a llamar. — ¿Al Macho? —Claro, ¿a quién más? —He tratado. Mi sensor indica que su celular no funciona. — ¿Apagado? —Improbable, señor McCullum. —Bueno, debiera suponerlo. ¿Funciona mal? ¿Dañado? —Espero que sea lo último, jefe. — ¿Al menos el Sistema de Posicionamiento Global está

activo? —No, señor.

Jaime Rosenzweig no había dormido y esperaba sentir la fatiga después de dos ligeras comidas de maná. Sin embargo, no era así. Según sus mejores cálculos este era el día. Sintió que la expectativa aumentaba en su cabeza y en su pecho. Era como si su mente galopara mientras su corazón ansiaba, dolorido, el suceso más grandioso de la historia del cosmos.

Los asesores más antiguos del anciano, una media docena de obispos, estaban con él en las profundidades del compuesto pétreo de Petra. Eleazar Tiberíades, un hombre alto, como un globo, informó que era evidente que los más de un millón de peregrinos a cargo de ellos estaban igual de inquietos.

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Tim LaHaye &<Jerry B. Jenkins

— ¿No hay nada que podamos decirles? —Se ocurre una actividad —dijo Jaime—. ¿Pero qué

quisieran ustedes que diga? —Rabino, yo soy más nuevo que usted en esto pero... —Por favor —dijo Jaime, levantando una mano—. Reserve ese título para el doctor Ben Judá. Yo soy un simple estudiante, un atrevido... —De todos modos, percibo que la gente está tan ansiosa como yo por saber el momento exacto del regreso del Mesías. Quiero decir, si es como usted y el doctor Ben Judá vienen enseñando desde hace tanto tiempo, a los siete años de la firma del pacto entre el anticristo e Israel, ¿eso significa que será al minuto? Me acuerdo que hoy hace siete años que tuvo lugar la firma a eso de las cuatro de la tarde, hora de Israel.

Jaime sonrió. —No tengo idea. Sí sé esto: Dios tiene su propia economía

del tiempo. ¿Que si creo que el Mesías regresará hoy? Sí. ¿Será terrible para mí si Él no llega hasta mañana? No. Mi fe no se conmoverá, pero lo espero pronto.

— ¿Y esta actividad que mencionó? —Sí, algo para ocupar la mente de la gente mientras

esperamos. Encontré la grabación de un sermón espectacular de un predicador afroamericano que, sin duda, hace mucho está en el cielo, pues era anterior al cambio del siglo. Propongo que reunamos a la gente y lo mostremos.

El Señor puede venir mientras se esté pasando —dijo un anciano.

—Tanto mejor. —Quedan incrédulos entre nosotros —dijo Eleazar. —Confieso que eso me deja perplejo y me perturba, pero

también cumple la profecía —dijo Jaime meneando la cabeza—Hay quienes disfrutan la seguridad de Petra, incluso muchos creen que Jesús fue la persona más influyente que

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EL REGRESO GLORIOSO

haya vivido y, no obstante, aún no han puesto su fe en Él. No lo reconocen como el Mesías tan largamente esperado y no lo han reconocido como su Salvador. Este sermón también es evangelizados Quizá muchos indecisos se decidan antes que llegue el Mesías.

—Mejor que esperar hasta el acontecimiento mismo —dijo uno.

—Reúnan a la gente para el vídeo a las dos de la tarde —dijo Jaime poniéndose de pie—. Y terminemos con oración.

—Perdóneme —dijo Eleazar—, ¿pero siente la ausencia del doctor Ben Judá tan fuerte como yo?

—Más de lo que se imagina, Eleazar. Oremos por él ahora mismo y lo llamaré en unos minutos. Me gustaría mucho dar su saludo a la gente y oír qué ha estado pasando en Jerusalén.

Mac enfocó sus binoculares sobre pedazos metálicos de color que brillaban al sol, quizá a kilómetro y medio de su posición. Ah, no.

Un tanque de combustible color rojo y un neumático que se parecían mucho a partes del todoterreno de Raimundo. Mac trató de apoyar sus manos mientras hacía un recorrido panorámico de amplio arco, buscando señales de su amigo. Parecía que al todoterreno lo hubiera golpeado un misil con sensor térmico o despedazado al caer rodando. Quizá, pensó, era bueno que no hubiera señales cercanas de Raimundo.

Mac llamó de nuevo a Chang. —Lamento molestar tanto —dijo—, ¿pero qué dice tu

sensor del teléfono de Ray? —Me temía que iba a preguntarlo. Tampoco funciona,

pero su SPG aún emite impulsos. Mi pantalla lo muestra en el fondo de una grieta angosta a poco más de mil trescientos setenta metros más abajo de usted.

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Tim LaHaye ékJerry B. Jenkins

—Para allá voy bajando. —Señor McCullum, espere. — ¿Qué? —Tengo un lente apuntado al lugar y ahí no hay espacio

para una persona. __¿Puedes ver el teléfono? _ No; pero sé que está ahí. Es posible que sea lo único que

hay allí. La abertura es demasiado angosta para otra cosa. __¿Así que también has visto su todoterreno? —Estoy mirando. —Bueno, yo sí. Si ese celular está al sur de mí, mira a

unos veinte grados al este. —Espere... Lo veo. —Pero ni señas de Ray, Chang. Voy a mirar. — ¿Señor? ¿Podría mandar a otra persona? — ¿Por qué? Aquí estoy sin hacer nada. El Gran Perro tiene

las tropas bajo control. —Para serle sincero, preferiría que fuera a Jerusalén. — ¿Me vas a decir qué está pasando? —Señor McCullum, venga a verme. Yo estaba honrando

la confianza del capitán Steele, pero creo que usted, y el doctor Rosenzweig, deben saber.

Mac llegó al centro tecnológico, situado en las entrañas de Petra, pocos minutos después de la una y media de la tarde. Jaime se paró para ir a su encuentro mientras Chang lo saludaba con una mirada, pero seguía vuelto a sus numerosas pantallas. Por fin, se retiró y los tres se sentaron, lejos de los oídos de los demás. Sin embargo, Mac se fijó que muchos técnicos y otra gente lanzaban miradas rápidas y frecuentes en su dirección. —No hay manera delicada de decirlo —comenzó Chang— Esta mañana el capitán Steele nos dijo a Noemí y a mí que mataron al doctor Ben Judá en la batalla de Jerusalén.

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EL REGRESO GLORIOSO

Mac se puso rígido. Jaime ocultó la cara en las manos. —Espero que no haya sufrido mucho —dijo el anciano. —Con el capitán Steele que ahora falta y... — ¿Qué? ¿Él también? —dijo Jaime—. Y yo incapaz de

comunicarme con Camilo por teléfono... —Sentía que ustedes dos tenían que saberlo. Quiero decir,

sé que todo esto puede ser noticia vieja mañana a esta misma hora...

—Quizá a eso de las cuatro de esta tarde —dijo Jaime—. Ahora, la cuestión es qué decir y qué hacer.

—Nada que podamos hacer —dijo Mac—. Tengo a Abdula Smith buscando a Ray. Aquí, Chang, piensa que yo debo ir a Jerusalén.

Jaime alzó la vista con evidente sorpresa. —Sí —dijo Chang—. Por lo que se ve que quedó de su

vehículo y de su celular, parece que todo lo que encontrará el señor Smith serán los restos del capitán Steele. Lamento ser tan franco.

—Sin embargo, ¿volar a Jerusalén, ahora? —dijo Jaime—. Solo para ver si Camilo...

—Es lo que yo quisiera en mi caso —dijo Mac—. Sé que quizá esté muerto y, sea como sea, Jesús viene, pero con la partida de Zión, yo iría pronto a sacar a Macho de allá y traerlo para acá, con nosotros.

—Incluso por tan poco tiempo como una hora —dijo Jaime, más es forma de afirmación que de pregunta.

—Como dije, eso es lo que yo quisiera. — ¿Y qué le decimos a la gente? —dijo Jaime. Minutos después, Mac estaba en las habitaciones de Gus

Zuckermandel. Le explicó sus planes al joven. —Y esta es la parte difícil, Zeke. Quiero irme en diez

minutos. —¿Me puede dar veinte?

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Tim LaHaye StJerry B. Jenkins

— Quince. —Trato hecho.

— ¿Qué tienes, Z? —dijo Mac, mientras el falsificador abría un cajón del gabinete, hojeó varias carpetas y tiró una sobre su escritorio, abierta. —Su nueva identidad —dijo Zeke, yendo a un armario que abrió con una reverencia.

Allí había allí dos docenas de uniformes negros uno sobre otro del Ejército Unido de la Comunidad Global, desde los cascos con viseras teñidas hasta las botas a media pantorrilla.

—Busque uno que le quede bien mientras trabajo en sus documentos. No olvide los guantes. Nadie verifica ya la marca de la lealtad, pero solo para ir a lo seguro...

— ¿Z, cómo lo haces? —dijo Mac, acercándose a la ropa que parecía para su talla.

—Con mucha ayuda. Los niños de Sebastian han matado a unos cuantos de esos y yo tengo un pequeño equipo que sale y junta las cosas de ellos, papeles, ropas y todo.

— ¿Armas? —Por supuesto. Cuando Mac apareció con la ropa perfecta, encontró a

Zeke mezclando una especie de brebaje. —Mac, se ve bien —dijo—. El problema es que tiene que

ser negro. — ¿Y puedes arreglar eso en pocos minutos? —Si está

de acuerdo. —Con lo que sea.

Mac se quitó el casco, la chaqueta, la camisa y los guantes, Zeke usó la mezcla para teñirlo de marrón oscuro desde los hombros a la línea de crecimiento del pelo. —Mantenga puesto el casco, porque no tengo tiempo de hacer que su pelo parezca auténtico. —Entendido.

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—Y tiñamos las manos, por si acaso. Zeke tiñó la piel de Mac desde el antebrazo a la punta de

los dedos. —Esto debiera secarse en dos minutos y medio. Entonces una

foto instantánea y, listo para irse. Salúdeme a Macho y a Zión. Mac vaciló.

—Zeke, ten la seguridad, eres un genio. —Aquí para servir —bufó el joven. Mac iba trotando a un helicóptero cuando Abdula Smith

lo llamó por teléfono. —Mac, nada todavía. Le informaré en cuanto descubra

algo. Al ir tomando altura, Mac vio multitudes que salían de todos

los rincones de Petra juntándose en el centro de reuniones.

Jaime se alarmó con el estado de ánimo de la horda. Era la muchedumbre más inmensa que hubiera traído a Petra y hacían ruido, sin duda preocupados, ansiosos. Oyó risas nerviosas, vio muchos abrazos. Cuando uno o dos miraban al cielo, cientos, a veces miles, hacían lo mismo.

«Mis amados hermanos y hermanas en el Mesías», empezó, «así como los que buscan y los indecisos que hay entre noso-tros. Por favor, traten de tranquilizarse y quedarse quietos un momento. ¡Por favor! Sé que todos esperamos el inminente regreso de nuestro Señor y Salvador y no se me ocurre privilegio mayor que Él aparezca mientras hablamos, pero...

Lo interrumpieron atronadores aplausos y vítores. Jaime gesticuló indicando que se sentaran. "¡Comparto vuestro entusiasmo! Y, aunque sé que esta

tarde pudiera ser valioso enfocarse de forma específica en Él, sé que quedan entre nosotros muchos que están demorando sus decisiones hasta cuando aparezca. Consideren, entonces,

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este es mi postrer esfuerzo para persuadirlos de que no esperen. No sabemos lo que nos pueda suceder en ese momento, ni si Dios permitirá que los escarnecedores y burladores y renuentes cambien de idea. Oren que Él no les endurezca el corazón debido a vuestra rebelión o incredulidad. Con toda seguridad que ya ha habido pruebas más que suficientes de las que uno necesitaría para revelar la verdad del plan de Dios.

"Mientras esperamos y vigilamos, consideren los pensamientos de un gran predicador de décadas pasadas. Se trata del Dr. Sadrac Mesac Lockridge y su mensaje se titula: 'Es mi Rey'".

Jaime indicó que se pusiera el disco que se proyectó en dos paredones de lisa piedra blanca, que tenían una altura de varios pisos, donde todos podían ver. El sistema de sonido alcanzaba hasta el fondo de la multitud sentada.

Lockridge resultó ser inspirador y atronador, interrumpía su propia cadencia de gritos y gruñidos con susurros y sonrisas enormes. La grabación lo captó cerca del final del sermón cuando acrecentaba su fuerza.

"La Biblia dice que mi Rey es rey de siete maneras. Él es el Rey de los judíos; es el Rey de las tribus. Es el Rey de Israel; es el Rey nacional. Es el Rey de la justicia. Es el Rey de los tiempos. Es el Rey del cielo. Es el Rey de gloria. Es el Rey de reyes. Además de ser Rey de siete maneras, es el Señor de señores. Ese es mi Rey. Bueno, me pregunto, ¿ustedes lo conocen?"

Cientos de miles aplaudieron y muchos se pusieron de pie Precisamente para volver a sentarse cuando Lockridge continuó.

'David decía: 'Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos'. Mi Rey es el Rey soberano. Ninguna medida es capaz de definir su ilimitado amor. Ningún telescopio, por potente que sea, puede mostrar

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las orillas de su providencia sin playas. Ninguna barrera logra impedirle que derrame sus bendiciones

"Él es fuerte por siempre. Es sincero por entero. Su fidelidad es eterna. Es inmortalmente bueno. Él es poderoso hasta lo infinito. Es misericordioso de manera imparcial. ¿Ustedes lo conocen?"

Muchos expresaron a gritos su afirmación. "Él es el fenómeno más grandioso que haya cruzado el

horizonte de este mundo. Él es el Hijo de Dios. Es el Salvador del pecador. Es el centro de la civilización. Se yergue en la soledad de Él mismo. Es honesto y único. Es incomparable. No tiene precedentes.

"Él es la idea más noble de la literatura. Es la personalidad más elevada de la filosofía. Es el problema supremo de la crítica superior. Es la doctrina fundamental de la verdadera teología. Es el núcleo, la necesidad de la religión espiritual. Es el milagro de los tiempos. Sí, así es Él. Es el superlativo de todo lo bueno que opte para nombrarlo. Es el único calificado para ser nuestra suficiencia total. Hoy me pregunto si ustedes lo conocen".

Cada vez más de los que escuchaban se ponían de pie mientras el predicador continuaba; algunos levantaban las manos, otros gritaban que sí, otros asentían con la cabeza.

"Él da fuerza al débil. Está a disposición del tentado y probado. Se compadece y salva. Fortalece y sostiene. Guarda y guía. Sana al enfermo. Limpia al leproso. Perdona al pecador. Exonera a los deudores. Libera al cautivo. Defiende al débil-Bendice al joven. Sirve al infeliz. Respeta al anciano. Recompensa al diligente. Y embellece al manso. Me pregunto si ustedes lo conocen.

"Bueno, este es mi Rey. Él es la clave del saber. Es el manan-tial de la sabiduría. Es la entrada a la liberación. Es la senda de la paz. Es el camino de la justicia. Es el sendero principal de la santidad. Es la puerta de la gloria, ¿ustedes lo conocen?

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"Pues bien, su oficio es múltiple. Su promesa es segura. Su vida es sin par. Su bondad es ilimitada. Su misericordia

es terna. Su amor nunca cambia. Su Palabra es suficiente. Su gracia es suficiente. Su reinado es justo. Su yugo es fácil y su carga ligera. Desearía poder describírselo".

Eso produjo un mar de risas y más aplausos. Lo mismo había pasado con su auditorio original y Lockridge había hecho una pausa, permitiendo que se callaran antes de proseguir.

"Él es indescriptible. Es incomprensible. Es invencible. Es irresistible. Entonces, uno no se lo puede quitar de la cabeza. Uno no puede soltarlo de la mano. Uno no puede sobrevivido ni puede vivir sin Él. Los fariseos no lo toleraron, pero descubrieron que no podían detenerlo. Pilato no halló falta en él. Heredes no pudo matarlo. La muerte no lo pudo controlar y la tumba no pudo retenerlo. ¡Ese es mi Rey!"

Ahora todos estaban de pie, con las manos levantadas, muchos aplaudiendo, gritando, algunos danzando.

"¡Tuyo es el reino, y el poder y la gloria por siempre y siempre y siempre y siempre! ¿Cuánto dura eso? ¡Siempre y siempre! Y cuando terminen con todos los siempre, entonces, ¡amén! ¡Dios Bueno Todopoderoso! ¡Amén!"

Mac había comenzado a perder las esperanzas de encontrar a Macho cuando tuvo a la vista las rocosas colinas de Judea, donde humeaba Jerusalén al sol de la temprana tarde. Si hubiera estado bien, ¿no hubiera pedido prestado un teléfono Para reportarse? El último informe de Chang era que desde la ciudad vieja Macho le había informado a Raimundo la muerte de Zión. Aunque los colosales ejércitos del mundo, ahora amalgamados en el Ejército de la Unidad de la Comunidad Global de

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Carpatia, esparcían sus muchos millones desde el norte de Jerusalén a Edom, era obvio desde el aire que la mayor ofensiva actual se concentraba en la Ciudad Vieja.

Mac buscó lugar para aterrizar. Tenía que parecer un oficial de la CG en comisión y dirigirse a pie a la Ciudad Vieja, como si supiera lo que hacía. En realidad, no tenía la menor idea. La Ciudad Vieja era nada más que un cuadrado de un tercio de unos quinientos treinta y siete metros. Y si hallaba vivo a Macho, ¿qué iba a hacer? ¿Arrestarlo y llevarlo a la fuerza al helicóptero? Mac decidió que encontrara Macho, vivo o muerto, sería como descubrir un pedazo de terreno seco en los pantanos de Luisiana.

Su celular chirreó y Mac vio que era Chang. —Dame buenas noticias —dijo. — ¿Como qué? —Como que el teléfono muerto de Macho empezó, de

repente, a mostrar su posición. —No tanta suerte, pero sí tengo algo. Carpatia es el centro

de la reacción por la destrucción de Nueva Babilonia y está recibiendo la furia de todo el mundo.

— ¿Furia? —Todos los que dependían de Nueva Babilonia lamentan

la pérdida. Estoy sintonizando informes televisados de todas partes, de líderes, diplomáticos, empresarios, cualquier otro, que prácticamente lloran lamentando lo que le pasó a Nueva Babilonia y a sus propios intereses. Algunos se suicidan en cámara.

—Claro, la CG no está transmitiendo eso. —No, no lo transmiten, pero el sinceramente suyo todavía

se las ingenia. —Vaya, Chang, ¿pero de qué me sirve eso para encontrar

a Macho? —Señor McCullum, no encontrará a Macho.

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— ¿Qué, lo sabes con toda seguridad? —Solo expreso lo evidente. —Ah, ustedes vosotros los de poca fe. —Lo lamento, pero me imaginaba que como está allá y

clandestino, quería saber dónde está Carpatia. —Su paradero me importa menos que un bledo. Estoy

aquí para buscar a Macho. —Entonces, está bien. —Con todo, aunque sea para darme el gusto, ¿dónde está?

Lo último que supe fue que estaba con un megáfono afuera de la Puerta de Herodes. Se fue a ese lugar desde su refugio cerca del mar de Galilea a menos que hubieran estado transmitiendo nada más que su voz.

—No, era él. Trasladó todo su puesto de comando al interior de la Ciudad Vieja.

—Imposible. Estoy mirando para allá en este momento y el lugar hierve de...

—Yo pensaba lo mismo hasta que supe el lugar. Subterráneo. —No quieres decir... —Las Caballerizas de Salomón. — ¿Cómo llego allá? —Siga a alguien. Ahí tienen un regimiento entero y yo

Puse su nuevo nombre en la lista. —Chang, quizá eso no habría sido prudente. — ¿Por qué?

— ¿Y si opto por no ir, me descubren ausente y alguien me ve en otra parte? —Bueno, sí, existe esa posibilidad. Dígales que va en camino. — ¿Y si no lo hago? Quiero decir que me gustaría mucho ser tus ojos y tus oídos aquí, Chang, pero Macho es mi prioridad de todos modos, nada que ahora sepamos de Carpatia

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a valer medio rábano. Lo que ocurrirá, va a ocurrir. ¿No me puedes eliminar de esa lista?

—No sin parecer sospechoso. Lo siento, señor McCullum Pensaba que obraba bien...

—No te preocupes por eso. Nada de esto importará mañana, ¿no es así?

Mac vio actividad de la CG y otros helicópteros que aterrizaban en las Tumbas de los Profetas, lugar al sur del monte de los Olivos, al oriente de la Ciudad Vieja. Había caravanas de jeeps que cargaban con rapidez al personal que bajaba, precipitándolos al conflicto. En cuanto Mac bajó del helicóptero, a eso de las dos y cuarenta y cinco de la tarde, un oficial que dirigía el tráfico le indicó un transporte blindado de personal. Mac saludó y se fue trotando en esa dirección. Se unió a una docena de soldados uniformados como él, que solo se saludaban con la cabeza, con los labios apretados e iban en el vehículo con un silencio glacial.

La caravana se dirigió al norte por el camino a Jericó y viró al oeste, frente al Museo Rockefeller, hacia el camino de Suleimán.

— ¿Vamos a la Puerta de Herodes? —dijo uno. — ¿Está abierta? —preguntó otro. —La Puerta de Damasco —anunció el chofer. Al pasar por la Puerta de Herodes, Mac se unió a los

demás que se apretujaban contra las ventanillas del lado sur del vehículo. De alguna forma, la resistencia seguía controlando la Puerta.

—Si están asignados al Soberano —dijo el chofer—síganme a la entrada de las caballerizas. Todos los demás se van a la zona de acción en la Iglesia de la Flagelación. Cuando tengamos suficiente personal, vamos a atacar a los insurgentes por atrás y los sacaremos volando de la Puerta de Herodes.

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Mac sintió que se hinchaba de orgullo por lo que Zión y Macho habían realizado, evidentemente antes que mataran al Rabino Si habían estado en la Puerta de Herodes, tuvieron la responsabilida de ayudar a defender esa posición contra todas las posibilidades, que eran abrumadoras. Y ninguno de ellos tenía entrenamiento de combate.

Mac supuso que Macho estaría de acuerdo conque Zión no hubiera querido que sacaran su cadáver de la Ciudad Vieja. Solo tenía la esperanza de que Macho hubiera hallado un lugar apropiado para el rabino. Por lo general, a los cadáveres de batallas activas los pisoteaban y los dejaban irreconoci-bles. Tampoco eso importaría mañana, pero Mac sabía que él y Macho estarían muy de acuerdo.

Mac se dio cuenta que luchaba contra la angustia. No había manera en que Macho los dejara preocuparse y cavilar por tanto tiempo. Si estuviera vivo, hubiera encontrado una manera de comunicarse. Mac llamó a Chang.

— ¿Algo? —Nada. —No voy a lograrlo, ¿verdad? —Señor, ¿qué quiere que le diga? —Tú sabes.

—Señor McCullum, hace rato que dejé de fingir. —Así lo aprecio. Quizá debiera proseguir a mi cometido.

— ¿Al complejo? —Sí. Ya sé que debiera hacer que me examinen la cabeza, pero me gustaría mucho estar con el viejo y querido Nico cuando Jesús llegue aquí.

Chang sintió los firmes dedos de Noemí a cada lado de su

cuello.

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—Estás tenso —dijo ella. — ¿Tú no? —respondió él. —Relájate, mi amor, el Mesías viene. Chang no podía dejar de mirar las pantallas. —Me gustaría no perder a nadie más ante de eso. Por más

que me diga que solo van a estar muertos por un corto tiempo, ahora todo eso parece que no tiene mucho sentido. No quiero que hieran a nadie y mucho menos que sufran y, luego, mueran. Fue idea mía que el señor McCullum fuera para allá.

—Sí, pero él se apresuró a aceptarlo, ¿verdad? —Sabía que lo haría. Hubiera preferido ser yo el que fuera. —Tú sabes que este lugar no puede funcionar sin ti... —No empieces, Noemí. —Tú sabes que es cierto. —Como sea. Yo lo envié para sentir emociones en forma

vicaria. No hay manera que vaya a encontrar a Macho y, si lo hace, Macho estará muerto. Entonces, ¿qué se supone que haga Mac? Si lo descubren, es historia. ¿Y para qué? Podría estar aquí esperando el regreso con todos los demás.

Noemí acercó una silla a Chang y se sentó. — ¿Qué has sabido del señor Smith? —Eso también resultó ser un desperdicio de tiempo y

mano de obra —dijo Chang suspirando—. Hasta ahora no ha encontrado nada. Al capitán Steele lo aniquiló un misil o lo sepultaron en la arena.

— ¿Habría gateado a un lugar seguro? —Noemí, bajo ese sol no hay seguridad. —Eso es lo que quiero decir. Quizá encontró un refugio o

se protegió con algo contra el calor. Chang se encogió de hombros. —Supongo que el escenario en cuestión es el mejor. Sin

embargo, ¿no nos habría dejado una señal?

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—Quizá estaba muy malherido o simplemente no tenía recursos —Podría haber arreglado palito o piedras, hasta un trozo de ropa.

—Si era capaz —dijo Noemí. El teléfono de Chang los hizo saltar a los dos. — ¿Sí, señor Smith? —Estoy en su pista. Al menos se estuvo moviendo por un rato.

— ¿Qué encontró? —Me temo que sangre.

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DOS

ac nunca había visto los antiguos muros de Jerusalén en tal estado. Aunque la Puerta de Herodes (que algunos todavía llamaban la Puerta de la Flor) todavía la controlaba

de alguna manera la resistencia, habían volado ciertas partes de los muros, quedando reducidos a la mitad de su altura normal de casi quince metros. Era cosa de tiempo para que entrara el Ejército Unido. No obstante, por ahora, la fuerza invasora parecía concentrarse en otra parte. Mac se cercioraría de ser el último de la fila cuando la unidad en que estaba entrara trotando por la Puerta de Damasco. De ese modo se separaría en cualquier momento. Buscaría la entrada a las caballerizas subterráneas pero no antes de que al menos tratara de localizar a Macho. Bastante pasado de los sesenta, Mac seguía en buen estado físico corriendo a diario. Sin embargo, aunque el uniforme del estado parecía hecho a su medida, las botas iban a dejarle ampollas. Mientras se apresuraba junto con los demás, invisible en un mar de saqueadores vestidos de manera semejante, reconoció la ironía de poder recibir con facilidad la bala de francotirador que no se diera cuenta que estaban del mismo lado del conflicto. Mac había visto suficientes carnicerías en siete años para que duraran eternidad, pero nada lo había preparado con las imágenes que quedaron a su vista cuando su pequeña

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M

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unidad entró a paso vivo en la Ciudad Vieja. Las angostas calles empedradas que serpenteaban por los mercados y casas abigarradas, estaban tan llenas de cuerpos destrozados y muertos que tuvo que forzar su concentración para no tropezar con ellos. Sus ojos iban a todas partes, buscando a Macho, orando que no estuviera ya en el suelo.

La nariz de Mac se enfrentó al humo, el sudor, la pólvora, la carne quemada, el estiércol y el enfermizo hedor dulce de los carritos volcados de fruta y vegetales. Se echó para atrás al oír dos rápidos disparos hasta que vio que había sido un comandante del Ejército Unido que sacaba de su dolor a un caballo y a un mulo.

Un megáfono anunció que las fuerzas de la Unidad habían ocupado el Barrio Armenio al sur, el Barrio Cristiano al oeste y gran parte del Barrio Judío fuera del Monte del Templo. Los insurgentes todavía retenían el Monte del Templo al sudeste y el Barrio Musulmán al nordeste, desde la Puerta de Herodes justo hasta el oeste de la Iglesia de la Flagelación. Mac se preguntaba cómo habían entrado Carpatia y su gente a las Caballerizas de Salomón, debajo del Templo del Monte.

Oró que Macho estuviera en alguna parte del Barrio Musulmán o en el Monte del Templo, sabiendo que si lo hallaba en cualquier otra parte, era probable que estuviera muerto. Si al menos Mac lograra "capturar" a Macho y sacarlo a rastras de la Ciudad Vieja...

Los soldados de infantería del Ejército Unido colmaban el lado oeste de la Iglesia de la Flagelación, evitando el otro lado que recibía el fuego de los rebeldes. Un comandante gritaba que los reunidos debían estar listos para atacar los estanques de Betesda después de la próxima ráfaga de artillería' "Es evidente que los rebeldes construyeron un santuario improvisado para un rabino que murió allí. Será fácil divisarlos' El cadáver está oculto, pero lo han rodeado con personal y

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letreros de cartón que suplican que nadie profane su lugar de descanso. Estamos a menos de cinco minutos de una ronda de cartero que destrozará todo el sitio. Cañonearemos el enclave en tal forma que no habrá escape por la Puerta del León, al este. Se empujarán a los sobrevivientes hacia el norte, a la Puerta de Herodes, y nosotros estaremos detrás. Ahora ellos mismos abrirán la puerta que han controlado con tanta ferocidad desde ayer".

El comandante asignó varias tropas y patrullas, unos para que siguieran el cañoneo del los estanques y otros para que atacaran a los rebeldes en fuga cuando se dirigieran a la Puerta de Herodes. Mac se devanaba los sesos. Ahora no había escape. Estaba metido hasta el fondo en esto. Aunque no dispararía, por supuesto, a los enemigos del Ejército Unido, tampoco podía arriesgarse a que lo vieran baleando a las fuerzas de la CG. Seguro que eran los restos de Zión que los rebeldes intentaban proteger con tanta necedad y no podía concebir que Macho tuviera que ver en eso. Macho hubiera tratado de enterrar el cuerpo en una tumba, pero sabía bien que era en vano e insensato quedarse a resguardarlo. ¿Habría una oración para que en medio del caos Mac levantara la visera y al menos uno de los rebeldes lo identificara como creyente? Por supuesto, no todos eran creyentes. Lo vería uno y lo balearía otro. ¿Qué hacía aquí? Sus oportunidades eran infinitamente más mínimas de lo que soñaba y empeoraba a cada segundo. "Ven, Señor Jesús".

Chang transmitió la presentación de S.M. Lockridge a todo el mundo después de piratear el acceso al centro de transmisiones de la Comunidad Global. La CG había mejorado mucho

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para contrarrestar esas invasiones, pero el sermón fue bastante corto así que terminó cuando ellos reaccionaron. Chang también monitoreó la reacción al mensaje en los reunidos de Petra.

—Llegó el momento de salir al sol para que lo compruebes por ti mismo —dijo Noemí.

—Estoy como encerrado con llave aquí —dijo él. —No hay nada más que puedas hacer ahora —dijo ella—,

y no querrás estar adentro cuando llegue Jesús, ¿no es cierto? —Si los ancianos tienen razón —dijo él mirando el reloj—>

todavía tenemos un poco de tiempo. Créeme, estaré afuera antes de las cuatro. Te diré qué es lo más raro de todo esto: los informes de todo el planeta que Carpatia no permitirá que se transmitan.

— ¿Todo el mundo lamentando la destrucción de Babilonia? —Exacto. No tienen idea de lo que viene, así que no pue-

den pensar en nada peor que eso. —Aunque mira —dijo ella señalando a la pantalla que con-

trolaba a la multitud de Petra—. Cientos, quizá miles, se arro-dillan. Vamos a ver si necesitan gente que los aconseje o...

—En un minuto. Déjame mostrarte unos de estos... observa. Sin embargo, en el reflejo de la pantalla Chang vio que

ella se alejaba. Sus prioridades eran buenas, él lo sabía y se puso de pie para seguirla. Se dio cuenta enseguida de cuánto tiempo había estado sentado en un solo lugar. Estaba dolorido de pies a cabeza y se estiró mientras seguía mirando sus pantallas.

— ¡Debiera corroborar con el señor Smith! —gritó. —Él sabe tu número —replicó ella. —Me reuniré contigo de inmediato —dijo él. —No espero. —Yo te encontraré. —Así lo espero.

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Los lamentos de la gente en el poder llegaban desde Nueva York, Bruselas, Londres, Buenos Aires, el golfo Pérsico, Tokio Pekín, Toronto, Moscú, Johannesburgo, Nueva Delhi, Sydney, París y otras ciudades grandes. Cuando comenzaron sus comentarios preparados sobre la dificultad de verse de repente desprovistos de Nueva Babilonia, de haber perdido contacto computarizado con la fuente del comercio y del liderazgo, todos empezaron a llorar, hombres y mujeres por igual. Sus hombros se encorvaban, sus labios temblaban, sus voces enmudecían. De todas partes llegaban retratos vividos de los gigantes del comercio que se desintegraban en sollozos.

"¡Todo está perdido!", gemía la mujer a cargo de la Bolsa de Tokio. "Si hubiéramos podido restaurar nuestras conexiones en veinticuatro horas, esto hubiera podido salvarse, pero toda nuestra economía está ligada a Nueva Babilonia y ver las fotos de ella yaciendo en ruina total, el humo que sube al espa-cio, bueno, es solo, solo... ¡desesperanzador! Y se desmoronó. Momentos después llegó el informe de que se había suicidado, como muchos del gabinete del subpotentados de allá.

Un destacado industrial de Europa anunciaba que tenía miles de navíos en el mar que prácticamente se destrozarían en el agua antes del próximo amanecer.

Oficiales del Ejército Unido de América del Norte presentaron sus renuncias en masa, "sabiendo que enfrentamos la corte marcial y la ejecución" porque habían perdido todos sus recursos y no lograrían enviar refuerzos al Armagedón. “Y esperen que los millones de tropas ya reunidas allá se den cuenta de que no llegará más comida, para ni mencionar sus salarios".

Mientras innumerables informes de ese tipo inundaban las oficina centrales de transmisión de la CG, un funcionario oportunista enviándolos a Carpatia, preguntando qué debía hacerse. Chang interceptaba todas esas comunicaciones

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y le divertía la evidente furia de Carpatia. "No me hagan decirlo otra vez", gritaba. "Esos informes no deben hacerse públicos. No me tienen que citar salvo para decir que esta pérdida, al parecer devastadora, se remediará con nuestra victoria en el valle de Jezreel, en Edom y sobre todo en Jerusalén donde yo estableceré mi reino eterno como el único dios verdadero. Las pérdidas transitorias de las finanzas y del comercio se olvidarán en cuanto introduzca el nuevo orden mundial definitivo. Ya no habrá más ni un jirón de oposición de parte de hombres ni espíritus, y este planeta se convertirá en un paraíso de abundancia para todos".

Chang se apresuró a salir para juntarse con Noemí. —A veces creo que aguardo el final de todo esto solo para

descansar un poco. Noemí se rió imitándolo. —'Señor, qué bueno verlo, ¿puedo volver a usted después

de dormir una siesta?'

"¡Avancen ahora, ahora, ahora!", aullaba el comandante del Ejército Unido, empujando a Mac y las otras tropas y sus patrullas fuera de la Iglesia de la Flagelación. "¡Quedarán al descubierto solo por un momento! Se dispararán morteros desde atrás de ustedes y, cuando los rebeldes tomen puntería, serán derribados. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!"

Las tropas, la mayoría de la mitad de edad de Mac o más jóvenes, parecían aterrorizadas y con los ojos muy abiertos, pero parecían cobrar fuerza y valor los unos de los otros. Mac volvió a maniobrar para colocarse al final mientras ellos corrían a todo dar hacia los estanques de Betesda. "¡Diez segundos!', tronó el anuncio del megáfono detrás de ellos, pero ya era muy tarde. Los que iban al frente, sin duda aterrados de haberse

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puesto al alcance del fuego de la resistencia, redujeron la velocidad y muchos se detuvieron, agachándose y tomando puntería.

Eso hizo que los que venían atrás chocaran con ellos y a muchos les pasaron por encima. Mac oyó juramentos y alaridos justo antes que los rebeldes abrieran fuego. Las fuerzas de la Unidad replicaron enseguida, pero cada segundo sin el fuego de apoyo de los morteros los hacía más vulnerables. A Mac le parecía como si la multitud estuviera a punto de cambiar de dirección, enfurecida, y disparar contra sus superiores.

Y se lanzaron los morteros. Como muchos de los que iban adelante de Mac se habían tirado al suelo, él pudo ver con claridad a los andrajosos rebeldes con sus caras reflejando el terror de ver las balas de mortero describiendo arcos directos a sus posiciones. Estaban hombro con hombro, sin uniformes, pálidos y agotados por sobrevivir más de lo que la mayoría de sus compañeros lograron soportar. Habían resistido con orgullo en sus posiciones y habían desafiado a la CG que los vencieran, a ellos y su santuario, pero en un instante acabaría todo.

Lo veían venir, veían lo que ocurría, y Mac lo leyó en sus ojos. Ninguno se dio vuelta. No habría escape. Era evidente que muchos habían decidido caer peleando. Agarraban sus Uzis con fuerza mortal, disparando ruidosas rondas hasta que golpeó la primera bala de mortero, enviando docenas a volar, despedazados. El segundo impacto llegó una fracción de segundo después y el lugar se transformó en un cráter con cien muertos o moribundos y el triple que se deslizaba en busca de la puerta cercana. Como estaba planeado, a los que optaron por la puerta del León al este los aniquilaron enseguida o los hicieron huir con rapidez de regreso mediante otra ronda mortal. Ahora según el libreto, las fuerzas restantes de la resistencia

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corrían hacia la Puerta de Herodes para salvar la vida. Los últimos vestigios de los que resguardaban la puerta escucha. ron las explosiones y vieron el baño de sangre, dándose cuenta enseguida que sus compatriotas no tenían dónde ir, sino a sus propias posiciones. Tenían que abrir la puerta, pues los invasores estaban ya sobre sus talones o todos quedarían contra la pared y despedazados.

Mac podía ver con claridad, desde su puesto ventajoso, lo que esperaba fuera de la puerta a los rebeldes que huían. Mientras él y los demás pasaban por la Puerta de Damasco, personal del Ejército Unido deslizó en secreto lo que parecían ser colosales cañones Gatling puestos sobre enormes cureñas. Por el aspecto de los cañones, Mac calculó que podían usar balas del calibre cincuenta.

Los que iban al frente de las fuerzas de la avanzada disparaban ahora por las espaldas a los rebeldes y mientras más caían, baleaban a más. Mac echó una mirada detrás de él. Estaba en la retaguardia. "Señor, perdóname", dijo respirando mientras rociaba su Uzi y bajaba al menos una docena de CG desde atrás. No sintió remordimientos. Todo es justo-solo estaba de acuerdo, decidió, en que la gente del diablo vistieran de negro por completo. Vive por la espada, muere por la espada.

El personal de la Unidad que iba delante de él se abrió como el Mar de los Sargazos cuando abrieron fuego sus contrapartes que estaban fuera de los muros, disparando los enormes cañones. Mac también se tiró al suelo a fin de parapetarse, mirando horrorizado como despedazaban a docenas de rebeldes. Al parecer todo terminaba con tanta rapidez como empezó. Unos tunantes de la CG caminaban entre los cuerpos disparando por aquí y por allá a los que seguían moviéndose-Otros se abrían en abanico y empezaban el pillaje tomando

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las armas y lo que pudieran encontrar en los cuerpos triturados. Esta era la oportunidad de Mac. Fingió enseguida que hacía lo mismo que los CG, pero con más detalles. Solo usaba su arma o su bota para dar vuelta a los muertos o los moribundos que eran más o menos del tamaño de Macho. Mac recogía una que otra arma y buscaba en uno que otro bolsillo, por si acaso hubiera uno mirando. En realidad, no quería encontrar a Macho ahora, a menos que siguiera vivo en el Monte del Templo. Por lo que veía, no había sobrevivientes rebeldes en el Barrio Musulmán.

Era la batalla más rara en que participara George Sebastian. Apenas si se podía decir que era una batalla. Solo era él y su harapiento puñado de fervientes y apasionados creyentes, circundando una parte del perímetro de Petra con un puñado de un tanto sofisticados armamentos (algunas Armas de Energía Dirigida que quemaban la piel de soldados y caballos desde muy lejos y también alguna artillería de largo alcance, calibre cincuenta) contra la mayor fuerza de combate de la historia de la humanidad. El Ejército Unido de la Comunidad Global, dirigido por el mismo Anticristo, llenaba el horizonte, aun cuando el Gran Perro retrocedió subiendo las laderas y mirando por binoculares a energía solar. Cientos de miles de jinetes vestidos de negro parecían ondular bajo los hirvientes vapores del desierto, los corceles tascando el freno y pisando fuerte en su lugar, ansiosos por llevar a sus jinetes al ataque de los defensores, Parados en número sin ninguna esperanza, sin embargo, Sebastian sentía poco miedo. No podía negar una cierta inquietud al escrutar los tanques y los transportes blindados de personal, los soldados de infantería, los

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aviones de combate, los bombarderos y los helicópteros qUe respaldaban a la caballería hasta donde alcanzaba la vista. No era exagerado decir que su enemigo era un mar humano y no se imaginaba que una multitud tan enorme se hubiera juntado antes en un solo lugar. Había visto más de una vez a la mayoría del millón reunido en Petra y, por impresionante que fuera no era nada comparado con esto.

Las ocasionales andanadas de las AED y los calibre 50 de Sebastian había resultado un fastidio para las fuerzas de la Unidad. Hasta había causado varias docenas de bajas, lo que enviaba al campo, a todo correr, a los enloquecidos subordinados de Zuckermandel para cosechar armas, credenciales de identidad y uniformes completos. Y la protección sobrenatural de Petra parecía mantenerse aún allí afuera. Sebastian no había perdido ni un soldado.

No obstante, sabía muy bien que si ese gran ejército avanzara no más que hasta su puesto, sin disparar un tiro, toda su reserva de municiones no haría mella en la fuerza total alineada en su contra. El enemigo había empezado a avanzar al paso del caracol y aunque no disparaban ni lanzaban artillería de ninguna clase, el solo tamaño de esa fuerza que dirigía su inercia hacia él, hacía temblar la tierra, volviéndose inseguro su apostadero.

Y, por supuesto, estaba preocupado por Raimundo. Había visto al hombre, protegido como el resto de ellos, contra misiles de sensores térmicos que parecían atravesar directamente el avión sin tocar ni un cabello de la cabeza de nadie. ¿Qué hubiera podido herirlo ahora y por qué? Algunos especulaban que los pedazos de su vehículo hallados en las colinas podían indicar el daño hecho por un incendiario. Aun así, el último informe de Abdula Smith decía que el daño parecía resultar de la pérdida del control, que el todoterreno había caído rodando, despedazándose.

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entonces, ¿qué era ese rastro de sangre que solo podía ser Raimundo? Cuestionar a Dios iba más allá de la forma de pensar de Sebastian, pero tenía que preguntarse. ¿Podía un misil que Dios desvió de Raimundo haber causado de todos modos un accidente que lo hiriera de muerte? ¿Y quién era el culpable de eso? ¿El mismo Ray? ¿El enemigo?

Ahora la gran pregunta era, por supuesto, ¿qué iba a pasar con esta avanzada de los invasores? Sebastian creía de todo corazón que Petra era inexpugnable. ¿Qué hacía allá afuera con su banda de resistentes? Es probable que para dar una oportunidad a los que llegaban a última hora para que se beneficiaran con la seguridad del lugar. Antes que entraran a la influencia salvadora de la ciudad de piedra, Sebastian haría todo lo posible a fin de pavimentarles el camino. Sin embargo, todavía no había venido ninguno, y no veía a nadie en camino.

Sin duda, en cosa de horas, algunos decían minutos, todo esto carecería de significado. Cristo se manifestaría, Él ganaría la batalla y se reunirían Raimundo, Macho y hasta Zión: muerto, vivo o de alguna manera entre ambas. Aun así, Sebastian no podía quitarse a Raimundo de la cabeza. Lo habían entrenado para que no dejara nunca a un compañero en el campo de batalla, fuera como fuera. No era lógico que Smitty hallara el rastro de sangre de un hombre herido de gravedad y por eso moviéndose con lentitud y, sin embargo, aún no fuera capaz de hallar al individuo. Según lo que Sebastian podía determinar no había personal enemigo detrás de él. A Raimundo no lo podían capturar. En el peor de los casos, aunque el más probable escenario, Ray se había cavado un refugio contra el sol y había muerto allí. ¿Eso representaría una diferencia dado que estaría con Cristo como el resto de ellos, cuando todo terminara? Por supuesto que sí, pues uno no abandona a un hombre.

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¿Cuánto había pasado desde que había hablado con Smitty? Miró su reloj. Demasiado reciente. Y Abdula dijo que se lo diría a la primera oportunidad. Con todo, Sebastian tenía que hacer algo, excepto irse a las colinas, lo cual era una clara imposibilidad. Llamó a Chang.

—No, no he sabido nada todavía —informó el muchacho— Claro que deseo que estuviera aquí. Hay miles volviéndose a Cristo, justo aquí en Petra.

Eso era maravilloso, pero Sebastian no podía decirlo. A decir verdad, sentía un poco de resentimiento, hasta disgusto, por quienes esperaban tanto tiempo. ¿Dónde habían estado cuando vinieron todos los juicios? ¿Todos los milagros? Ninguna persona en sus cabales podía negar que Dios y Satanás hubieran estado en guerra durante los últimos siete años. ¿Esa gente en realidad seguía indecisa tocante a cuál bando querían ingresar? Hacía mucho tiempo que se había borrado toda duda sobre la realidad de Dios y de su misericordia y su juicio.

—Me está entrando una llamada —dijo Chang. —Lo mismo a mí —dijo Sebastian—. Hasta más tarde. —El Gran Perro, este es el Jinete de Camellos. —Adelante, Smitty. —Y, Técnico, ¿estás ahí? — ¡Cambio! —dijo Chang —He divisado al capitán Steele.

Enoc Dumas despertó justo después de las siete y media de la mañana. Su mohoso colchón, colocado en el subterráneo de una casa abandonada de Palos Heights, Illinois, estaba tibio donde él había dormido y frío donde no. Y no había dormido—Toda la noche se había estado diciendo que hoy era el día. No

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odia imaginar que no se hubiera dormido hasta pasadas cuatro de la mañana, pero la verdad era que por fin se había dormido a esa hora. Las ocho de la mañana, hora del centro, indicarían con precisión al minuto los siete años desde la firma pacto entre el anticristo e Israel, pacto roto años atrás, pero que marcaba los años previos al Regreso Glorioso de Cristo.

Su pequeña iglesia El Lugar, más o menos con unos treinta miembros, de los indigentes del centro de la ciudad de Chicago, había crecido en forma incongruente desde que se diseminaron por los suburbios, cuando quedó comprometida la casa de seguridad del Comando Tribulación. Ya no tenían un lugar central para reunirse. Y, aunque la gente que sabía de esas cosas advertía que no debían confiarse en los recién llegados, cada vez que se reunían se sumaban más al grupo. Como reconocían el sello del creyente en la frente de los nuevos, Enoc sabía que no eran infiltrados. Ahora llegaban casi a cien. Aunque algunos sufrieron el martirio, una sorprendente mayoría había eludido la detección y la captura, aunque se dedicaban cada día a reunir más conversos, "subiendo a la balsa salvavidas a más gente que se estaba ahogando", como lo decía Enoc.

A veces le recomendaba de forma encarecida a los nuevos y apasionados creyentes para que fueran precavidos y les advertía que el enemigo estaba siempre buscándolos, ansiando devorarlos, hacerlos estadística. Y, no obstante, a menudo le recordaban, por lo general uno de su rebaño, que ahora la única opción era ser francos en su testimonio. Sus momentos preferidos eran en los que se daba el uso de la palabra y la gente, que arriesgaba su vida reuniéndose en secreto, transmitía el gozo del cielo cuando hablaban. No podía ni quería borrar de su mente el testimonio de Dottie, una fornida latina de unos cincuenta años. Ella se quedaba en

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un parque abandonado de etiquetas láser, a unos diecisiete kilómetros al oeste de la residencia de Enoc, y contaba su historia con lágrimas que le rodaban por sus generosas mejillas

"Yo estaba ciega, pero ahora veo, es de la única manera en que puedo decirlo", decía ella. "Estaba ciega para Dios, ciega para Jesús, vendía mi cuerpo para comprar drogas y comida Había dejado todo y a todos los que eran importantes para mí. Antes de darme cuenta, ya solo me preocupaba por mí y mi próxima dosis. Todo era cosa de sobrevivir, matar o que te mataran, hacer lo que tienes que hacer.

"Entonces, un día, uno de ustedes se me acercó. Y era ella, esa que está ahí". Dottie apuntaba a una mujer mayor, una africana de nombre Shaniqua. "Ella me pasó uno de los folletos, con las reuniones y todo, y me dijo: 'Alguien te ama'.

"Yo pensé: ¿Alguien me ama? ¡Cuéntenme algo que yo no sepa! Los hombres intentan amarme todo el día. Con todo, yo sabía que no era así. Nadie me amaba. Es más, me odiaban. Me usaban. Yo no significaba más para ellos que su próxima comida o su próxima dosis. Solo lo mismo que ellos para mí. Mi mamá fue la única que me amó y ella se murió cuando yo era pequeña.

"Yo sabía que el folleto tenía que ser algo religioso, pero que ella dijera que alguien me amaba y que tuviera el valor de dármelo cuando sabía que era contra la ley... eso fue lo único que me hizo no tirarlo a la basura ni maldecirla en su cara.

"Lo leí esa misma noche y me alegré que tuviera versículos de la Biblia porque no había visto una Biblia en años. Lo que me impactó fue que no era elegante, no era difícil de entender, no era nada complicado. Solo me decía que Dios me amaba» que Jesús murió por mí y que Él viene de nuevo. Todas esas Escrituras me parecieron verdaderas, eso de ser pecadora, de estar separada de Dios y de Jesús como el camino de vuelta a El.

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"Antes que me diera cuenta, eso era lo único que quería. sabía cómo viviría, qué comería, no sabía nada de nada, sí sabía que quería a Jesús. Cuando volví a ver a Shaniqua,

casi la asalté, ¿no fue así, querida? Le dije que me tenía que decir cómo meter a Jesús en mi vida. Me dijo que era sencillo. Que todo lo que tenía que hacer era orar con sinceridad. Decirle a Dios que lamentaba el desastre que había hecho de mi vida y aceptar a Jesús como mi Salvador. No ha sido fácil, pero saben qué? Estoy preparada para cuando venga Jesús".

Los creyentes querían estar juntos a los ocho de esa mañana y habían acordado hacerlo en un estacionamiento de un antiguo centro comercial. Enoc les había advertido que una asamblea de ese tamaño a plena luz del día atraería, sin duda alguna, a la CG y que se iban a poner a buscar las marcas de la lealtad. "Dejen que nos estén revisando cuando Jesús aparezca", dijo uno y los demás aplaudieron.

Mientras se daba una ducha rápida y se vestía, Enoc se dio cuenta que las interferencias preocupaban menos. Era evidente que la destrucción de la Nueva Babilonia en cosa de una hora había producido tal caos en la economía internacional que nada más importaba a nadie, salvo a los creyentes. Los suicidios habían llegado a la tasa más alta de todos los tiempos y él captaba un espíritu contra Carpatia en los que antes fueron leales. Prácticamente ahora no existían servicios sociales ni comunitarios, ya devastados por la pérdida de población de los últimos años. Y se rumoreaba que hasta el personal local de la CG cargo de la vigencia de la ley, se vería imposibilitado de por falta de combustible o dinero. Los salarios ya llevaban congelados dos años y ahora el público se estaba dando cuenta que habría cero pago para los empleados del gobierno hasta nuevo aviso.

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El sector privado, lo que quedaba, también era un caos Los tentáculos de Carpatia habían llegado tan lejos en todos los aspectos de la vida y del comercio que la bancarrota virtual del gobierno internacional iba a paralizar a todos en cosa de días. Enoc había leído sobre las grandes depresiones y bancarrotas de la historia, pero nadie había visto algo que tuviera tanta magnitud como esto. Atracos, robos, asaltos, todas las acciones malas, propias del bajo mundo, ya eran comunes y corrientes en la vida cotidiana de todos.

Ahora, cada cual se arreglaba como mejor pudiera y muy pronto pasarían a la historia los vestigios de cortesía, buenos modales y hasta de la legalidad. Enoc oraba que Jesús volviera según lo previsto.

Ya eran casi las 1600 horas, cuatro de la tarde, en Jerusalén. Mac sentía pegajoso el uniforme del Ejército Unido que vestía y tuvo que luchar contra la tentación de decir a los cuatro vientos su verdadera identidad y abrir fuego sin preocuparse por el que estuviera mirando. Podía llevarse por delante unas cuantas docenas de tropas carpatianas, ¿pero para qué? De todos modos se iban a ir pronto.

A la resistencia la habían aniquilado casi por completo, salvo dentro de los muros del Monte del Templo. Las fuerzas de la Unidad se felicitaban entre sí mientras registraban las

bajas rebeldes para reunir el botín. Mac fingía hacer lo mismo en un último esfuerzo desesperado de hallar a Macho, aunque ignoraba los ojos de la gente que pensaba que eran sus compatriotas. Nada le satisfaría más que ver a Macho de pie y muy erguido en el Templo del Monte cuando llegara el final.

Mac estaba cerca del muro derrumbado a medias justo al oeste de la Puerta de Herodes cuando un teléfono celular

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cayó al suelo cerca de él y oyó que uno maldecía, por encima de él. El celular le parecía conocido, pero cuando fue a tomarlo oyó que le decían: "¡No pierdas tu tiempo! ¡No queda nada!". Mac alzó la vista y vio a un joven soldado de la Unidad se encorvaba sobre un rebelde caído. "Sin embargo, buenas botas, y de mi medida. Dejó una aquí en el muro". El soldado desató la otra bota y tiraba del cadáver para sacarla cuando se soltó y se le deslizó de las manos, cayendo hacia Mac. Este la agarró en el aire reconociéndola como una de las de Macho.

"Oye, tírala para acá, ¿quieres?", dijo el soldado, sacando la otra bota de una grieta donde al parecer la dejó Macho para soltarse.

Temblando, Mac apretó sus puños en torno a la bota. "Una ayudita, ¿eh, compadre?", dijo el soldado, dándose vuelta por un instante a la bota atrapada en la grieta. Mac dio un paso para tener buen ángulo. Justo cuando el joven lograba sacar la bota de la grieta y se daba vuelta hacia él, Mac rindió honores a su época de deportista cuando era joven. Le lanzó la bota con tanta fuerza que el soldado no tuvo oportunidad para reaccionar. La suela le golpeó el puente de la nariz y lo mandó como catapultado al otro lado del muro. Mac pasó corriendo por la puerta para cerciorarse de que no tendría que enfrentarse otra vez con el soldado. Encontró al joven despatarrado en el suelo, sin duda muerto. Volvió a a ir corriendo y encontró bastantes hoyos y salientes en el a subir donde estaba Macho. Quería hacer algo, lo que fuera pero no se le ocurría nada. Lo que hiciera además de aparentar que estaba despojando el cuerpo, solo lo delataría, ¿y de qué serviría?

Mac respiraba con intensidad mientras revisaba las heridas Macho, heridas abiertas que lo dejaron en un profundo charco de sangre negruzca, tan espesa que se coaguló cuando

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apenas comenzaba a chorrear por el muro. Todo su lado derecho estaba desgarrado, y las heridas también desfiguraban su cadera y el cuello.

Un megáfono llamó a los asignados al soberano y Mac se dio cuenta que lo podían identificar como falsario si no se presentaba. Cuando se alejaba de Macho con desgano, oraba para que Raimundo no hubiera corrido igual suerte. No sería justo que no sobreviviera un fundador del Comando Tribulación original para ver el Regreso Glorioso.

Eran las cuatro de la tarde.

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pesar de sus graves heridas, Raimundo logró arrastrarse cientos de metros hasta un saliente rocoso.

Con la mano libre, aunque su talón estaba en carne viva, pudo sacar suficiente tierra de atrás de las rocas para estirarse, escondiéndose del implacable sol y de la vista de cualquiera. Había agotado toda reserva de fuerza y tuvo que cambiar la esperanza que lo vieran los suyos por la lucha contra la deshidratación y la pérdida de sangre durante el tiempo suficiente para sobrevivir hasta el regreso glorioso. Con cautela, ubicó su cuerpo en la fosa poco profunda de modo que, si se desmayaba, su sien desgarrada seguiría apretada contra la mano. Cada vez que pensaba que había detenido la sangre lo suficiente para que dejara de salir, probaba que estaba equipado al quitar la palma de la mano incluso por un instante. Fue un alivio estar fuera del sol, pero el beneficio de la temperatura un tanto menor sin la capa superficial del suelo no le duró mucho. A la media hora, se le resecaron su boca y su lengua, y sintió que se le inflamaban los labios. Luchó contra el mareo sabiendo que la inconsciencia era su enemiga. Sus heridas dolían como puñales y le preocupó caer en estado de choque.

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Pronto le siguió el delirio y Raimundo empezó a fantasear con gente que divisaba el todoterreno y seguían el rastro de sangre, solo para hallar su cuerpo sin vida, picoteado por las aves de rapiña. A veces descubría que había recuperado la conciencia cantando, orando o simplemente balbuceando.

Cuando se puso rígido y le subió la temperatura, comenzó a sentir el dolor profundo de cada herida y le pidió a Dios que se lo llevara. Quiero verlo desde este lado del cielo, ¿pero cuál es la diferencia? Alivio, por favor, alivio.

No estaba seguro, pero no creía que pudiera desangrarse hasta morir de otra herida que no fuera la de la sien. Cuando le pareció que todo se había ido de él, salvo su último aliento, Raimundo pensó en quitar la mano y dejar que la sangre de su vida también fluyera. Sin embargo, no podía hacerlo.

Perdía con rapidez la noción del tiempo y tenía que recordarse que su reloj funcionaba bien a pesar de que pronto se desvanecía su habilidad para enfocarlo. Raimundo se asombró al ver cuan poco tiempo había transcurrido desde que cayó dando bandazos. El sol seguía alto en el cielo, pero hubiera apostado que habían pasado horas. Apenas unos cincuenta minutos.

Cuando se despertaba gruñendo se daba cuenta que, en realidad, había dormitado con la suficiente presencia de ánimo para seguir comprimiendo la profunda herida de la sien. Su cuello estaba rígido y tenía la sensación de que sería incapaz de pararse o siquiera rodar a posición de gateo aunque le fuera la vida en ello. Si alguien no lo hallaba pronto, su vida dependería de volver a moverse otra vez. Aun así, eso no estaba a su alcance.

Ya parecía que habían pasado más horas y Raimundo estaba perdiendo la esperanza. Oía la avanzada del Ejército Unido y le sorprendía que el sol siguiera estando casi encima de su cabeza. Permanecería así hasta avanzada la tarde, eso lo

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sabía, pero no se sorprendería de abrir los ojos cuando ya hubiera oscurecido. No, no tanta suerte.

A lo lejos escuchó el agudo chirrido de una potente moto todoterreno, del tipo que usaba Abdula Smith. El jordano pasaba zumbando por Petra, teniendo cuidado cuando atravesaba por los grupos, pero encontraba manera de llegar a las laderas desoladas donde corría de verdad. Raimundo solo podía rogar que eso que oía fuera Smitty que andaba buscándolo. Trató de incorporarse, pero no pudo. Si tenía que calcular, hubiera dicho que Smitty estaba en la zona donde el jeep cayó al final. Eso estaba muy pero muy lejos del precario refugio de Raimundo. Intentó permanecer consciente para gritar si oía más cerca la moto, pero sabía que también ese ruido tendría que pararse para que el conductor lo escuchara.

Raimundo sabía que estaba en una situación muy crítica cuando se dio cuenta de que su dolor se había difundido al pasar los puntos lesionados de forma más directa. Toda la cabeza latía. Los ojos estaban muy sensibles a la luz y apenas lograba abrirlos para mirar la hora. Le dolía el cuello, tenía los hombros muy tensos y doloridos, sentía la espalda como si trataran de atravesarle las costillas con pinchos calientes. Tenía hambre, sentía náuseas y pasaba de la fiebre muy alta al escalofrío. Tenía acalambrados los músculos de las piernas hasta los dedos de los pies. Ahora perdía y recuperaba la conciencia cuando oyó, por fin que la moto se acercaba poco a poco. Raimundo creyó que se lo imaginaba. Cuando se apagó el motor trató de moverse, gruñir, hacer algo, para comunicar que estaba ahí, fuera Smitty o cualquiera.

Gran Perro Uno, aquí el Jinete de Camellos. Técnico, ¿Estás ahí? Divisé al capitán Steele o, al menos, creo que lo vi. El reguero termina aquí y no creo que me vaya a gustar lo que veo. Esperen".

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La respiración de Raimundo era tan ligera que tenía la certeza de que Abdula no podría saber si seguía vivo. No podía mover ningún músculo, mucho menos girar la cabeza, hacer señas ni mover un pie. Cuando escuchó los pasos de Smitty en la arena, luchó por abrir un ojo. Nada resultaba. ¿Estaba Smitty allí en realidad o esto era una especie de experiencia cerca de la muerte?

"¡Ah!, creo que se fue", decía Abdula. "Quiero decir, no está aquí, pero no creo que haya sobrevivido".

Raimundo sintió que el dedo índice de la mano libre se movía, pero Smitty no estaba mirando. "Ah, capitán Steele", dijo el jordano mientras hacía rodar con suavidad a Raimundo poniéndolo de espaldas. Se escuchaba tan golpeado por la pena que Raimundo se conmovió.

Raimundo mantenía la palma de la mano apretada contra la sien, pero eso debía hacer que Abdula pensara que se debía a la rigidez cadavérica. Y por eso Raimundo hizo la única cosa que podía. Retiró su mano un par de centímetros pues ya la sangre se había coagulado bastante de modo que no brotaba de inmediato de la herida. Era evidente que Abdula no había notado el movimiento.

Raimundo sintió que subía la presión de su sien y mientras Smitty le estiraba las piernas, la herida se abrió por completo.

— ¡Vaya! —exclamó Abdula—. Los muertos no sangran, usted está ahí, ¿verdad?

Raimundo volvió a apretar la mano sobre la herida y pudo decir:

—Sí, me alegro de verte. —No hable, capitán. No quiero perderlo antes del gran

suceso. —Creí que este era el gran suceso. Sin embargo, Abdula hablaba otra vez por teléfono. "Chang

está vivo. Necesito ayuda aquí, tan rápido como puedas

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enviarla. Sí, Lea será perfecta. Dile que traiga todo lo que pueda. Voy a lanzar una bengala en diez minutos".

Mac salió al paso de las tropas del Ejército Unido en el Barrio Musulmán de la Ciudad Vieja de Jerusalén y los siguió a una entrada subterránea, oscura, pero muy vigilada. Nadie se acercaba siquiera sin mostrar las credenciales apropiadas y Mac luchó por mantener la compostura cuando dos centinelas pusieron la foto de su credencial cerca de su mejilla y la estudiaron. Solo tenía la esperanza que el tinte de Zeke no hubiera desaparecido en las escaramuzas.

A él y sus acompañantes los condujeron a un sendero de tierra apisonada de unos tres metros de ancho que a cada lado tenía unos escalones angostos de madera que bajaban, pasando debajo de la pared del norte y seguían más allá del Templo del Monte. Continuaban directo al único terreno debajo de Jerusalén que aún retenía la resistencia y, por supuesto, estaba rodeado por el Ejército Unido. ¿Estaban resistiendo los rebeldes o estaban prácticamente apresados?

A Mac le preocupaba Raimundo y deseaba haber tenido la oportunidad para llamar a Chang, o Sebastian, o Abdula. Ree Woo comandaba una patrulla al otro lado del perímetro de Petra. Quizá hubiera visto a Raimundo, pero ahora Mac tenía que apagar su celular. El pasillo de entrada a las Caballerizas de Salomón estaba mal iluminado que él y los demás se vieron obligados a usar sus viseras oscuras y, de todos modos, el efecto era de entrar a un teatro oscuro viniendo de la luz brillante del sol si que los soldados disminuyeron la marcha al tener que andar a tientas para no rodar por la escalera. Mac agradeció que el borde del yelmo estuviera calado sobre sus cejas

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para no dejar al descubierto que no tenía la marca de la lealtad.

Al estar a pocos pasos fuera del sol de la tarde se enfriaron su rostro y cuello y se sintió tentado a quitarse los guantes pero no tuvo necesidad de hacerlo. Casi se desmaya por el hedor del estiércol y la orina de los caballos que empeoraba mientras se acercaban a los establos.

Al llegar a la esquina sudeste del Templo del Monte, a unos doce metros bajo tierra, las Caballerizas de Salomón quedaron a la vista, divisándose una serie de pilares y arcos que en otro tiempo soportaron la plataforma sudeste del patio de arriba. Los pasillos, compuestos de una docena de caminos de pilares, medían poco más de veintisiete metros de ancho, cincuenta y cuatro de largo y casi veintisiete de alto. Parecía que no menos de cien hombres, sin uniformes, atendían a más de mil caballos.

El solo aroma hizo que Mac recordara su niñez preguntán-dose cómo podía haberse acostumbrado al olor.

— ¡Atención! —gritó uno—. ¡Silencio para su Soberano! Absolutamente todo se detuvo y Mac se preguntó dónde

estaría Nicolás. Mac y varios uniformados, en posición firme, tenían la espalda contra una pared. Reconoció la voz de Carpatia desde una sala con pilares.

—Caballeros y damas, les complacerá saber que en menos de tres semanas se hicieron aquí varios meses de renovaciones. Las instalaciones sanitarias no tienen rival, al menos para los humanos y, lo mejor de todo, según mis expresas instrucciones, se vacían en la legendaria Cuna de Jesús.

Asquear a Mac con sus primeras palabras era tarea propia de Carpatia. Mac nunca había oído hablar de la Cuna de Jesús, al menos en el contexto del Monte del Templo. Tampoco muchos más, pues se llamó a León Fortunato para que explicara.

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—Gracias su Excelencia. A la cuna de Jesús se puede llegar por una escalera de caracol que está en la esquina sudeste, desemboca en una cámara de unos quince por veintiún metros donde, en el pasado, hubo una basílica de nombre María y una mezquita. También hay un poco de arte antiguo en el muro occidental. Si les interesa ver la cámara, conviene que sepan su uso actual, que nos parece apropiado para algo con ese nombre. Desearán apretarse la nariz. Se alegrarán de regresar al olor de simples caballos.

Enseguida le tocó a Suhail Akbar, el jefe de Seguridad e Inteligencia de Carpatia.

—Después de la reciente llegada del monte Meguido —comenzó—, me complace informar que absolutamente todo está en su puesto para nuestra pronta e indiscutible victoria. A pesar de los informes de discordia debidos a la destrucción de Nueva Babi...

De repente se escuchó un grito, más bien un alarido, pero Mac reconoció con claridad la voz de Carpatia que maldecía y volvía a maldecir, furibundo. — ¡Suhail, dime, dime que no vas a violar mi orden específica de no volver a mencionar nunca el nombre de...¡ —Pero, señor, yo apenas quería... — ¿Te atreves a interrumpirme? ¿Te crees por encima del castigo corporal?

—No, señor, yo... Algo golpeó fuerte en la mesa. — ¡Debiera hacer que te ejecuten en este instante! ¡Debiera hacerlo yo mismo!

—Excelencia, ¡por favor! Estaba diciendo que, a pesar de que a pesar de lo que hemos oído, la verdad es... — La verdad es que yo reconstruiré Nueva Babilonia aquí mismo en Jerusalén. Su belleza y su majestuosidad se

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restaurarán mil veces más que antes. He decretado que no s mencione más lo que pasó con ella.

—Mis humildes disculpas, soberano, yo... — ¡Silencio! He dicho. Regrese a sus habitaciones, jefe

Akbar. Sus servicios no volverán a ser requeridos hasta nuevo aviso.

El comandante a cargo de la unidad de Mac dio un paso adelante con rapidez y habló con un colega en la entrada del salón de reuniones. Regresó a su lugar cuando media docena de guardias sacaban a un ceniciento Suhail Akbar. Entonces el comandante apuntó en silencio a seis uniformados que estaban firmes, incluyendo a Mac y los envió para dentro, a sustituir a los que habían salido.

Raimundo había recuperado un poco de lucidez después que Abdula le hiciera tomar poco a poco un litro de agua. Lea llegó en un todoterreno pequeño, con dos neveras portátiles repletas de artículos y le pasó un portapapeles a Abdula preguntando:

—Señor, ¿querría rendir los honores? — ¿Los honores? —Tomar notas. —Por supuesto. Raimundo la interrumpía sin cesar preguntando: — ¿Qué se dice en Petra? ¿Piensan que Jesús se ha retrasado? —Silencio. —Vamos, Lea, tengo que saber si todos nos equivocamos

por un día. —Nadie se equivocó —dijo ella distraídamente, haciendo

el frío inventario de las heridas—. Jaime tiene muy tranquilos a todos.

— ¿Cómo? ¿Qué dice? —Los caminos de Dios no son los nuestros. Él tiene su

propio reloj. Esa clase de cosas.

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—Lea, a ti te gusta mucho esto, ¿verdad? — ¿Perdón? —Tenerme en tus manos. __No sé qué dice. —Sí, lo sabes. —Señor Smith —dijo ella—, voy a suturar la herida de la cabeza. La barbilla, los brazos, la mano derecha y las rodillas pueden esperar. Es posible que la tibia izquierda esté fracturada, pero no intentaré estabilizarla hasta que no estemos bien seguros. Voy a tener que examinar el tobillo derecho y tal vez suturarlo también. Y vamos a necesitar algún tipo de camilla para llevarlo de vuelta al complejo, quizá dentro de media hora. —Lea, esto te encanta. ¡Lo sé! —Usted está delirando. — ¿Qué clase de camilla, señorita Rosas? —preguntó Abdula. —Lo necesito de espaldas. Abdula volvió al teléfono. —Puedes tratarme con un poquito más de rudeza que a

otro paciente, solo para vengarte. Raimundo bromeaba e intentaba sonreír, pero era claro

que Lea no mordía el anzuelo. — ¿Vengarme de qué? Por la manera en que solía

hablarte. —Bueno, quizá también me deba eso —dijo ella. —Quizá, pero no estoy en condiciones de vengarme. —Y yo tengo en mis manos las heridas de su carne. Ahora, quédese callado y déjeme trabajar.

A Mac le costó mucho contener las carcajadas cuando vio a Carpatia. Si el hombre hubiera tenido un sombrero negro, se hubiera parecido al Zorro. Lo único blanco de su conjunto

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era la camisa con un vuelo por cuello, pues todo lo demás era cuero negro, desde sus botas a la rodilla a sus pantalones, el chaleco y la chaqueta estilo capa que llegaba al muslo.

León vestía su más resplandeciente y chillón atavío, incluyendo el fez de pana púrpura con muchos colgantes y una túnica color borgoña con cuello dorado y aplicaciones de todos los símbolos religiosos conocidos por el ser humano, excepto la cruz de Cristo y la Estrella de David. El anillo de turquesas, puesto en el dedo del medio, era tan grande que le tapaba las articulaciones adyacentes. Si solo Dios hubiera programado el regreso glorioso para el día de las brujas...

Carpatia estaba sentado a la cabecera de una enorme mesa de madera pulida, en torno a la cual se sentaban, si Mac podía suponer por los ropajes nacionales, los subpotentados de cada una de las diez regiones internacionales, sus séquitos y el grupo de cerebros de Carpatia, sin el jefe Akbar, por supuesto. Tenían que ser más de cincuenta.

Viv Ivins estaba sentada, toda pudorosa en su acostumbrado traje azul cielo (con el pelo haciéndole juego), a seis puestos a la izquierda de Nicolás. Se veía aun más pálida de lo que Mac recordaba y pensó que detectaba un temblor en sus dedos mientras se atareaba tomando notas. Los demás también parecían inseguros en la presencia de Carpatia a pesar de sus puestos de elevada autoridad en su gabinete. Era evidente que el estallido contra Suhail Akbar los había estremecido a todos.

Mac estaba cerca de la entrada, pues fue uno de los últimos en entrar, y se dio cuenta que los seis centinelas que sustituían él y su compañía habían completado otro contingente de más o menos cincuenta hombres que forraban las paredes del largo salón. Sabiendo lo que siquiera había costado permitirse en el subterráneo, tenía que preguntarse contra quién protegían a Carpatia. ¿Tendría miedo de su propia gente?

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Chang acompañó a Noemí de regreso al centro tecnológico preguntando:

— ¿Qué voy a hacer? Anoche no dormí nada y estoy exhausto.

—Sin duda no creerás que tendremos que esperar otro día. —No sé qué pensar. —Mi amor, hoy es el día. No cabe duda. —Espero que tengas razón. Estoy muy animado, pero me

voy a derrumbar en algún momento. El doctor Rosenzwsig quiere que lo lance a la televisión internacional justo antes que oscurezca. Es posible que tengas que sostenerme.

—Te levantarás. Siempre lo haces.

La pared que tenía a sus espaldas, construida con grandes bloques de piedra, refrescaba bastante a Mac a través de la chaqueta del uniforme. Deseaba con desesperación mirar la hora. Sabía que eran bien pasadas las 1600 y creía que Jesús podía llegar en cualquier instante. Este era el último lugar en el que quería estar cuando eso ocurriera, pero era la consecuencia del precio pagado para encontrar a Macho. Y estaba la perspectiva de ver la expresión de la cara de Carpatia.

Mac procuraba parecer concentrado en su tarea trivial, dar muestras de seguridad donde no se necesitaba nada, pero cuando repasaba mentalmente lo que quería hacer en realidad, se daba cuenta que le costaba concentrarse. Además de estar a plena luz del día en la Ciudad Santa cuando se manifestara el Señor Cristo, la segunda opción era abrir fuego contra Carpatia desde su perfecto puesto ventajoso. Eso no

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pasaría, lo sabía. No se ajustaba a ningún escenario profétic0. ¡pero cuan satisfactorio sería!

Por supuesto, nada ocurriría por tal necedad. Al hombre ya lo habían asesinado una vez, ¿y ahora siquiera era humano? Los doctores Ben Judá y Rosenzweig decían que estaba poseído por el mismísimo Satanás, un ser espiritual que usaba un cuerpo humano, aunque muerto.

En segundo lugar, sencillamente Mac quería librarse de un peso. La idea de dejarse caer para sentarse en el suelo, estirándose con las manos detrás de la cabeza... bueno, eso era algo que haría una vez que Jesús retomara su lugar correspondiente. Los amigos y compañeros de Mac hablaban a menudo de la clase de mundo en que pronto vivirían, pero él se guardaba la idea de que lo que más anhelaba era solo descanso.

Tenía la certeza de no ser el único en esto. Otros lo habían sugerido. Habían estado muy ocupados, estresados y privados de sueño y todo eso solo empeoraba al acercarse los días del regreso glorioso. La idea de vivir en un mundo de paz y seguridad atraía tanto a Mac que apenas lograba imaginarlo. Poder dormir sin mantener medio ojo u oído alerta al peligro, hablando figuradamente... pues bien, hablemos del cielo en la tierra.

Y reunirse con amistades y seres queridos. Era como demasiado para pensar. Lo mejor de todo, como es natural, era ver en persona a Jesús. ¿Podría tocarlo, hablar con Él? Mac se sentía como un creyente muy nuevo, muy limitado en su conocimiento de las cosas de Dios. Sentía como si hubiera estado asistiendo a un seminario, dirigido por los líderes espirituales del Comando Tribulación, desde que Raimundo lo había encaminado a la fe. Sin embargo, había muchas cosas que no sabía.

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Todo lo que sabía era que Jesús lo amaba, que había muerto por sus pecados y que era la razón para que no le temiera a la muerte ni al infierno.

A Chang lo llamaron a que se presentara ante el doctor Rosenzweig y los ancianos.

—Claro que puedo hacerlo —dijo—, pero la CG ha estado mejorando para recuperar el control de las ondas aéreas. Mientras más corta sea la transmisión, más probable es que logre mantenerla sin interrupciones.

—Pienso ser muy breve —dijo Jaime. —Y si, ah, si... — ¿Te preguntas qué pasa, esperanzado como yo, si el

Mesías regresa primero? —O en el medio de eso —dijo Chang. —Bueno, creo que ese acontecimiento tendría la

preferencia, ¿no te parece? Chang sonrió mientras los ancianos se reían a carcajadas.

—El rabino Rosenzweig intenta convencer al resto de la población judía, esos que rechazaron la marca de la bestia pero que aún no reconocen a Jesús como el Mesías —dijo Eleazar Tiberíades—, que hagan justo eso y nosotros estamos de acuerdo con los cálculos que indican que ese grupo Puede constituir un tercio de la población judía remanente, tu entiendes que pertenecen al pueblo escogido de Dios, sus hijos desde el comienzo del tiempo. Toda la Escritura es su carta de amor, su plan para ellos. — ¿Entenderlo? —dijo Chang—. No puedo decir que sí, pero lo creo. —No debemos demorarnos —dijo Jaime poniéndose de pie. Como lo he dicho tantas veces, sabemos que hoy es el

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día, pero desconocemos la hora. Si pensáramos que la sabemos, estaríamos equivocados, ¿no es cierto, Eleazar?

El grandote sonrió. —Lo admito. Sin embargo, ¿no es también cierto que sabemos la secuencia de los hechos, a fin de que tengamos una idea de lo que sigue por lo que viene a continuación?

—Mis amigos, de eso es lo que hablaré en la transmisión.

Antes que la anestesia hiciera efecto en su sien, Raimundo se esforzó por no esquivar el pinchazo de la aguja. Se sorprendió que una nueva punzada de dolor pudiera imponerse sobre las demás y también le asombró la suavidad de Lea cuando le acunó la cabeza asegurándole que pronto no sentiría más el pinchazo.

—Me tratas mucho mejor de lo que merezco —dijo él, sabiendo que sonaba soñoliento y esperando que ella enten-diera.

—Capitán, ¿va a dejar de decir eso, ahora? Tengo cosas que hacer y, aunque sé que trata de tomarse las cosas a la ligera, no tengo que preocuparme si se pone serio.

Él le tomó la mano. —Tómate un minuto, Lea. Hablo en serio. Cuando viniste

por primera vez a nosotros, nos atacábamos el uno al otro. Yo no estaba acostumbrado a la clase de preguntas que hacías y es probable que me sintiera amenazado con ellas. Nunca corregí eso, pero por lo que sé nunca me hiciste pagar.

Ella apretó sus labios. —Y ahora tampoco lo haré. Escuche, Ray, usted está mas

malherido de lo que sabe. Mi trabajo es estabilizarlo, impedir que caiga en estado traumático. Que no lo esté ahora es un milagro. Con todo, al parecer necesita escuchar esto, así que

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Permítame que se lo diga. Mi falla fue que nunca arreglé las entre nosotros. Es más, llegó el momento en que usted ganó. Todos podían ver cuánto se preocupaba por nosotros, cuán incansable se mostraba, cómo ponía a todos los demás por delante de sus propias necesidades.

Raimundo estaba avergonzado. No había tenido la inten-ción de producir esto, por agradable que fuera. Le apretó la mano diciendo:

—Bueno, bueno, amigos de nuevo. —Piense en la gente que estará en el cielo gracias a usted

—dijo ella. —Está bien, ya basta —dijo él—. Solo intentaba

agradecerte por no echarme las cosas en cara. —Ahora, ¿se va a callar? —Sí, señora.

Mac se fijó que Viv Ivins miró hacia arriba con sobresalto, pero luego se recuperó con rapidez. Carpatia había preguntado: —Señora Ivins, ¿los fotógrafos están en sus puestos y listos? —Sí, Excelencia.

—Yo iré a caballo —dijo él—. Todo el personal del Ejército Unido de la Comunidad Global que está en este salón, tras sus superiores lo harán también. Sus cabalgaduras se están ensillando mientras hablamos... Mac se asustó mucho. ¿Cuánto tiempo hacía que había cabalgado? ¿Era como montar en bicicleta? ¿Lo recordaría? Nunca había montado un animal del tamaño de los purasangres de esos establos. Cualquier caballo reaccionaba a la mano segura y confiada. La bestia tenía que saber que el jinete mandaba. Tendría que fingir ese valor.

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—Soldado, ¿me está mirando directamente? —exigió Carpatia.

—No, señor —dijo el joven británico al lado de Mac, con sus ojos mirando a todas partes menos a Nicolás.

— ¡Con toda seguridad que sí! Mejor es que lo admita y niegue perdón.

—Afirmativo, señor. Lo hacía y lo lamento y ofrezco mis más sinceras y viles disculpas.

— ¡Esta es la segunda vez que me trata de señor! ¿No le han enseñado que no tiene que mirarme directamente ni tra-tarme de ninguna otra manera salvo de...

— ¡Sí, Excelencia! Mis disculpas, supremo sob... — ¿Y ahora se digna interrumpirme? La voz del británico temblaba y Mac creyó que las piernas

estaban a punto de fallarle. —Lo siento —susurró el joven. — ¡Soldado, no lo oigo! —Lo siento, Excelencia. Perdóneme. — ¿Quién es su oficial superior? —El comandante Tenzin, señor... ¡Excelencia! Carpatia maldijo al hombre. — ¡Comandante Tenzin! El comandante indio se abalanzó, haciendo reverencias al

decir: — ¡A su servicio, Excelencia! —Comandante, ¿le ha enseñado a sus hombres quién soy yo? —Sí, amo soberano. — ¿A todos? —Sí, mi rey. — ¿Y el privilegio de servir a dios en la tierra? —Absolutamente, divino. — ¿Aun a este? ¿Tu nombre, hijo?

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—Ipswich, Excelencia —contestó el muchacho, ahora con las lágrimas corriendo.

Mac tenía ganas de matar a Carpatia a balazos y temía hacerlo si el soberano se acercaba.

—Comandante Tenzin, ¿qué tiene en su mano? —Excelencia, una fusta de mimbre. Ansío mucho el privi-

legio de cabalgar junto a usted hoy. La fusta tenía dos y medio centímetros de diámetro y a

Mac le pareció que era como de un metro y treinta de largo. —Si le dijera que el señor Ipswich ha fracasado en su

entrenamiento, ¿podría pensar en usar como es debido su fusta de mimbre, comandante Tenzin?

—Pudiera, su gracia. Ipswich estaba gimoteando. — ¿Y me haría el honor de emplearla en mi presencia,

para entretenerme y educar a todos? Sin otra palabra, Tenzin se adelantó y alzó la fusta. Antes

que Ipswich pudiera encogerse, su comandante le azotó la cara con tanta fuerza y velocidad que la fusta lo golpeó justo a la izquierda de la nariz, partiéndole los labios, quebrándole unos dientes y cortándole el párpado izquierdo. Ipswich gritó y se agarró la cara con ambas manos, doblándose por la cintura. Tenzin dejó caer la fusta sobre la nuca, justo encima del crecimiento del pelo, abriendo una herida que roció con sangre la cara y el pecho de Mac, al cual le costó muchísimo contenerse para no atacar al indio. Al caer Ipswich hacia delante, Tenzin lo azotó dos veces en la espalda en rápida sucesión, el segundo fustazo le rompió los pantalones del uniforme y lo tiró al suelo y, cuando trataba alejarse gateando, su comandante lo siguió, haciendo llover los golpes sobre su espalda. Carpatia aullaba deleitado.

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— ¡Cuando ya no pueda gatear más, deje de pegarle comandante Tenzin, y sáquelo de su dolor!

De inmediato, llamaron a otro soldado para que sustituyera a Ipswich en la línea. Se colocó allí, pálido y tembloroso, y de inmediato se puso en posición de rígida atención.

—Ahh —gemía Carpatia, agarrándose las manos y alzando la vista—. ¡Qué manera de empezar el día! León...

— ¿Sí, santo? —Pídale al comandante Tenzin que le haga una visita al

jefe Akbar. —Sin duda, amo. —Aunque ordénele que solo lo castigue al punto cercano

a la muerte.

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CUATRO

noc Dumas conducía a más de cien seguidores de El Lugar por la parte de atrás del abandonado centro

comercial de Illinois. Había empezado a enseñar antes de las ocho de la mañana, intentando informar a su gente y unos cuantos interesados más de lo que debiera preceder al Regreso Glorioso. Ninguno de los preliminares celestiales había comenzado y percibía el desencanto, la duda, el miedo de su grupo de creyentes. Sin embargo, en la mayoría de los casos se había hallado mirando a la autopista por encima del hombro. Aunque circulaban pocos vehículos de todo tipo debido a la escasez de combustible y a la paralizada economía, Enoc sabía que la CG local no se había terminado por completo. Tendrían que ir a investigar una reunión de tal magnitud. Y al descubrir a tanta gente, sin la marca de lealtad a Carpatia, terminaría en un baño de sangre. Y a no había más excusas terrenales para no llevar la marca y el castigo era la ejecución inmediata por cualquier medio. Hasta los civiles tenían derecho a matar a los insurgentes. Todo lo necesario para ser exonerado del delito de homicidio era arrastrar a la víctima a una oficina local de la CG y demostrar que no tenía una marca visible o hacer señas a un Monitor de la Moral o a un Pacificador de la CG que anduvieran patrullando y hacer que confirmaran lo mismo.

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Es más, se ofrecía una recompensa considerable por eso ofensores y los ciudadanos leales al soberano competían por los premios de dinero en efectivo. Muchos se ganaban la vida como vigilantes y algunos cobraban fama por la impresionante cantidad de muertes a su haber.

Quizá por eso Enoc hallaba a su congregación, por l0

general poco audaz, dispuesta a seguirlo desde la luz pública del día a la relativa protección del otro lado del centro comercial vacío.

—Si supiéramos que Jesús viene para acá antes que la CG, nos quedaríamos donde estamos. Aunque yo, en lo personal, no quiero haber sobrevivido siete años solo para morir un poco antes que Él regrese.

El grupo se amontonó en un patio interior donde era evidente que todos se sentían más seguros. Aun así había dudas.

— ¿Cuándo va a pasar? — ¿Qué nos pasamos por alto de las profecías? — ¿Usted solamente pensó que las 'semanas' significaban

'años' o qué? — ¿Podríamos estar equivocado por mucho tiempo? —No lo creo —decía Enoc—. Con todo, no sé. Nunca fui

académico ni teólogo. Soy una especie de obrero que estudiaba todo eso, igual que ustedes. No obstante, llevo años leyendo y estudiando. Aunque hay mucho desacuerdo y debates, hasta ahora todo, cada elemento de las profecías se ha cumplido de forma literal, según como está dicho. Tengo que creer que hoy es el día.

— ¡Aguarden! —gritó una mujer desde el fondo. Estaba mirando un diminuto televisor—. Parece que uno logró meterse de nuevo en las ondas aéreas de la CG.

La gente se arremolinó en torno a ella. —El tal Miqueas —dijo ella—, el que controla las cosas

en Petra, va a hablar sobre lo que viene a continuación.

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Otros del grupo sacaron televisores en miniatura de sus bolsillos y bolsas.

—Hermano Enoc, ¿debiéramos escuchar? ¿Usted se ofendería?

—De ninguna manera —dijo Enoc, sacando su propio televisor—. ¿Que pudiera ser mejor que esto? El doctor Rosenzweig es el académico de los académicos. Hagamos asamblea.

Los reunidos juntaron sus diminutas pantallas sobre un banco de concreto y elevaron el volumen para que el conjunto llegara a todos.

Mac vio que los ojos de Carpatia se entrecerraban y temió que otro más estuviera a punto de recibir su furia. La entrada del salón atrajo su atención.

—Sí, ¿qué pasa? —preguntó. —Rogando el perdón del soberano, Excelencia, pero

usted pidió que se le informara —dijo un suboficial. — ¿Qué? ¿Qué? —Los celotes de Petra, los judaítas... — ¡Ya sé quién está en Petra! ¿Qué pasa ahora? Otra vez

piratearon su acceso a la televisión de la CG. Carpatia se ruborizó y se inclinó sobre la mesa, apoyando

las palmas de sus manos. Los músculos de su mandíbula se apretaron. —Enciéndala —dijo a través de sus dientes apretados. León casi se cae tratando de acercar una silla. Se sentó con pesadez haciendo todo un espectáculo de buscar muy hondo su túnica, para sacar un control remoto a láser que dirigió al muro detrás de Nicolás. Una pantalla bajó y apareció el cuadro. Jaime Rosenzweig sentado en un escenario sencillo

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y recóndito en los confines de Petra. Tenía su Biblia abierta delante de él y mostraba una sonrisa pastoral. Un medidor del tiempo señalaba que iba a comenzar en menos de un minuto

Carpatia miró la pantalla por encima de su hombro, luego se dio vuelta golpeando la mesa con ambos puños.

—Primero —aulló—, ¡confirmen que Ipswich esté muerto! Luego, ¡díganle a Tenzin que cambié de idea tocante a Akbar! ¡También lo quiero muerto! Por último, comuníquense con Seguridad en Al-Hillah. Infórmenles que su jefe murió y díganles que la siguiente orden viene directamente de mí.

»Cueste lo que cueste quiero que Seguridad se haga cargo de nuestro centro de transmisiones. Quiero que maten a bala-zos al personal de gerencia, disparándoles a los dos ojos, de uno en uno, empezando por arriba de la cadena de mando y siguiendo hasta abajo, uno cada sesenta segundos hasta que alguien recupere el control de las ondas aéreas. ¿Entendido?

Nadie se movió ni habló. — ¿Entendido? — ¡Sí, Excelencia! —dijo León, sacando su teléfono. —Ya estoy en eso —dijo Viv Ivins, con el teléfono ya

pegado a su oreja. Carpatia giró enfrentándose a la pantalla. — ¿Nadie entiende? —rabió—. ¿Nadie reconoce a este

hombre? ¡Ese es el que me asesinó! Y aunque me levanté de los muertos y reino como vuestro amo vivo, sigue siendo una espina clavada en mi costado. ¡Bueno, ya no! ¡Al menos des-pués de hoy! ¡Un tercio de nuestro ejército tomará Petra esta noche y él será mi blanco personal!

Con la hidratación y la transfusión intravenosa que comenzó Lea, Raimundo al fin empezó a sentir que se mejoraría. Aún

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Se sentía como si un tanque le hubiera pasado por encima y no habría manera que saliera solo de esta ladera olvidada Dios Sin embargo, sus facultades mentales se recuperaban y llegó a creer que de alguna manera Lea y Abdula lo llevarían de regreso al complejo.

Señorita Rosas, dos cosas —dijo Abdula. —Diga. —Según la señorita Palemoon, tenemos un problema con

la camilla. — ¿Qué problema? Hay una camilla en la Cooperativa y también una con ruedas. —Ella lo verificó con la señora Woo y ambas creen que

será imposible transportarlas a esta ubicación. Lea se volvió a sentar y Raimundo la vio escudriñar las

colinas arriba de ella que llevaban a Petra. —Puede que tenga razón. ¿Cuál es el número dos? —Dice que Miqueas está en la televisión de la CG y que

nosotros debiéramos sintonizarla. —Señor Smith, ¿usted tiene un televisor?

—Por supuesto. —Pues bien, el capitán está todo lo estable posible y quizá

estemos un rato aquí. Miremos. Abdula sacó un televisor pequeño de un saco de cuero,

adosado a su moto. —"Capitán, ¿quiere ver esto? —preguntó Lea.

Chang estaba pegado a su monitor, pero le pidió a Noemí que reuniera en torno a él a los demás técnicos de guardia. Amigos miren bien esto —dijo—. Miren el contador a la izquierda de la pantalla.

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Silbidos y palmoteos en la espalda y vítores siguiera los veloces números que se precipitaban por decenas de miles por segundo, pero habiendo ya superado por completo la audiencia televisiva más enorme de la historia. Nada que Carpatia hubiera transmitido siquiera se aproximaba a eso; es más, los tres récords anteriores eran todos de Zión Ben Judá

"Muy amados", comenzó Jaime. "Les hablo esta noche quizá por última vez antes del regreso glorioso de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo el Mesías. Muy bien Él pudiera llegar durante este mensaje y nada me complacería más. Cuando llegue, no habrá más necesidad de que luchemos contra el anticristo y su falso profeta. El Rey de reyes habrá hecho la obra por nosotros.

"Aun así, muchos están turbados y confusos debido a que Él no volvió al minuto exacto de los siete años de la firma del pacto entre el anticristo e Israel. Deseo hablar de eso aquí, pero sobre todo tengo que ser breve, pues como saben, comandamos estas ondas aéreas contra los deseos de nuestro enemigo jurado. Ustedes deben creer que en este mismo instante él está haciendo todo lo posible para sacarnos del aire.

"No obstante, más importante que discutir el tiempo del regreso del Mesías, lo cual puedo resumir en una frase: creo que Él estará aquí antes de la medianoche, hora de Israel, es el estado espiritual de mis compatriotas judíos del planeta, nunca antes han oído, préstenme atención hoy. Esta es su última oportunidad, su advertencia final, mi último ruego a ustedes para que reconozcan y acepten a Jesús como el Mesías que hace tanto tiempo buscan.

"Muchas veces escucharon las proclamas de mi estimado amigo y colega, el doctor Zión Ben Judá, que fue esbozando las numerosas profecías que pronto se cumplieron, si eso nunca los convenció, escúchenme ahora y sepan que

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mismo día quizá vean las señales en el cielo que anuncian el Regreso Glorioso de Jesús.

"La Biblia dice en Mateo 24:29 y 30 que 'inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el cielo y no brillará más la luna; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos.

" 'La señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y se angustiarán todas las razas de la tierra. Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria'.

"¡Este es el último día de la Tribulación profetizada hace miles de años! Hoy se cumple el séptimo aniversario del pacto sacrílego y rápidamente roto del anticristo e Israel. ¿Qué sigue? El sol, donde se encuentre en el cielo bajo el cual estén ustedes, dejará de alumbrar. Si la luna salió donde están, tam-bién se oscurecerá, pues es un simple reflejo del sol. No se asusten. No teman. No dejen que los domine el pánico. Con-suélense en la verdad de la Palabra de Dios y depositen su fe en Cristo, el Mesías.

"¿Qué significa que las fuerzas celestiales temblarán? No se, pero amados, ¡se me hace muy larga la espera para saberlo! La Biblia dice que Dios 'mostrará prodigios arriba en el cielo señales abajo en la tierra: sangre, fuego y columna de w. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día grande y glorioso del SEÑOR'. “Espero un espectáculo como jamás se haya presenciado, estaré tan seguro como Él ha prometido. ¿Estarán ustedes salvos y seguros? ¿Están listos? ¿Están preparados? No lo posterguen ni por un segundo más. “¿Cuál es la señal del Hijo del Hombre? Repito, no sé, pero sé quién es el Hijo del Hombre: Jesús, el Mesías. Su señal pudiera adoptar cualquier forma. ¿Quizá sea una poderosa paloma como la que descendió sobre Él cuando Juan lo

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bautizaba? ¿Es posible que sea la forma de un león pues también se le dice León de Judá? ¿Tal vez sea la señal sea un cordero pues también es el Cordero de Dios? ¿La cruz sobre 1a cual murió? ¿La tumba abierta en la que venció a la muerte? No sabemos, pero yo estaré vigilando. ¿Ustedes no?

"¿Cuáles son esos pueblos del mundo que llorarán cuando lo vean venir? Los que no están listos. Los que persisten en su rebelión, su incredulidad, su pereza.

"Zacarías, el gran profeta judío de la antigüedad, predijo esto hace miles de años. Escribió, citando al Mesías: 'Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito'.

"¡Pueblo, imagínense eso! Los historiadores nos dicen que Zacarías escribió esa profecía unos cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo, y no obstante, cita al Señor que se refiere a sí mismo como 'a quien traspasaron'.

"Zacarías prosigue: 'En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén... Y la tierra lamentará, cada linaje aparte; los descendientes de la casa de David por sí, y sus mujeres por sí-todos los otros linajes, cada uno por sí, y sus mujeres por sí'.

" 'En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia. Y acontecerá en toda la tierra... las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán; mas la tercera quedará en ella.

"'Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: "Pueblo mío”, él dirá: "Jehová es mi Dios" '.

"Amigos, ¿puede haber alguna duda de que Él es Aquel que la Biblia dice que es? Si aún pueden rechazarlo después

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que vean apagarse el sol, que tiemblen los cielos y que aparezca-su señal, con toda seguridad que están más allá de toda esperanza, más allá de toda salvación. No esperen. Participen del tercio al cual el Señor Dios promete pasar por el fuego. "Uno de nuestros judíos del primer siglo, Pedro, dijo: 'Sucederá que todo el que invoque el nombre del Señor será salvo'. No podría escoger palabras más apropiadas que las suyas cuando habla a judíos compatriotas, diciendo: 'Pueblo de Israel, escuchen esto: Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con milagros, señales y prodigios, los cuales realizó Dios entre ustedes por medio de él, como bien lo saben. Este fue entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz. Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio.

“‘David dijo de él: "Veía yo al Señor siempre delante de mí, porque él está a mi derecha para que no caiga.

“‘Por eso mi corazón se alegra, y canta con gozo mi len-gua; mi cuerpo también vivirá en esperanza. No dejarás que mi vida termine en el sepulcro; no permitirás que tu santo sufra corrupción.

Me has dado a conocer los caminos de la vida; me llenarás de alegría en tu presencia.

Hermanos, permítanme hablarles con franqueza acerca patriarca David, que murió y fue sepultado, y cuyo sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy.

Era Profeta y sabía que Dios le había prometido bajo juramento en el trono a uno de sus descendientes. Fue así como previó lo que iba a suceder. Refiriéndose a la resurrección del Mesías, afirmó que Dios no dejaría que su vida terminara en el sepulcro, ni que su fin fuera la corrupción.

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“‘A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos.

“‘Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ahora ven y oyen...

“‘Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías'.

"Amados", prosiguió Jaime muy apurado, "la Biblia nos dice que cuando ellos oyeron esto, 'se sintieron profundamente conmovidos y les dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?" '

"¿Preguntan ustedes lo mismo hoy? Les digo lo que Pedro les dijo: 'Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo.

“‘En efecto, la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los extranjeros, es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar'.

"Oh, hijos de Israel en todo el planeta, me indican que nuestro enemigo está a punto de lograr la recuperación del control de esta red. Si me sacan del aire, créanme, ya saben bastante para que depositen su fe en el Cristo, el Mesías.

"Sin saber cuándo desaparecerá esta señal, permitan que termine leyéndoles una de las profecías más poderosas y amadas sobre el Mesías que jamás se haya escrito. Y si acallan mi voz, pueden encontrarla y leerla en Isaías 53¡esto se escribió hace más de setecientos años antes del nacimiento del Cristo!

“‘¿Quién ha creído a nuestro mensaje y a quién se le ha revelado el poder del SEÑOR?

“‘Creció en su presencia como vástago tierno, como raíz

de tierra seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su

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aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable.

“‘Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos.

“‘Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado.

“‘Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.

“‘Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el SEÑOR hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros.

'Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca; como cordero, fue llevado al matadero; como oveja, enmudeció ante su trasquilador; y ni siquiera abrió su boca.

‘‘Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó de su descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes, y golpeado por la trasgresión de mi pueblo.

'Se le asignó un sepulcro con los malvados, y murió entre los malhechores, aunque nunca cometió violencia alguna, ni hubo engaño en su boca.

'Pero el SEÑOR quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir, y como él ofreció su vida en expiación, verá su descendencia y prolongará sus días, y llevará a cabo la voluntad del SEÑOR.

Después de su sufrimiento, verá la luz y quedará satisfecho; por su conocimiento mi siervo justo justificará a muchos, y cargará con las iniquidades de ellos.

Por lo tanto, le daré un puesto entre los grandes, y Partirá el botín con los fuertes, porque derramó su vida

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hasta la muerte, y fue contado entre los transgresores. Cargó con el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores'" Durante la transmisión, Chang superpuso en la pantalla una dirección de la Internet para que quienes decidían recibir a Cristo se lo comunicaran al doctor Rosenzweig en Petra. Aun antes que la CG recuperara el control de la red televisiva, esa página de la Internet estaba inundada con tales mensajes. Millones de personas de todo el mundo, en su mayoría judíos, estaban reconociendo a Jesús como el Mesías y depositaban su fe en Él para salvación.

Mac siempre se conmovía con las Escrituras y mucho más ahora al ver retorcerse a Nicolás Carpatia, el mismo anticristo, a su falso profeta, León Fortunato.

—Me pregunto —dijo Nicolás—, ¿cuántos murieron en Al-Hillah antes que lográramos tirar a los piratas del andamio? ¿Quién era el siguiente en importancia, el que ahora está al mando?

»Pues bien, les diré algo. Esta gente puede decir lo que quiera, predicar lo que quiera, creer lo que quiera, pero si no han recibido mi marca, ni jurado su lealtad al dios vivo de este mundo, sin duda morirán. Este hombre llama al judío, el perro de la sociedad, que yo he declarado mi enemigo desde el comienzo. Entretanto los he cortado como cosecha podrida en todo el mundo.

»Y mientras mi asesino está libre de forma temporal, escondiéndose como un cobarde detrás de muros de piedra, mis ejércitos diezman a sus miserables hermanos y hermanas en su Ciudad Santa, como le dicen. Después que entremos en Petra y destruyamos a nuestros enemigos que están allí, volveremos para terminar la toma de Jerusalén. La resistencia

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cree que son dueños de la superficie de donde nosotros residimos ahora, pero se les acaban las opciones. No tienen a dónde huir, ni esconderse.

»¡Dejen que aparezca su Salvador« Yo le doy la bienvenida. Lo mataré como a un perro y ascenderé a mi legítimo trono.

Los muslos de Mac le dolían y se estremecían del cansancio. El muro que tenía detrás había perdido su frescor y no lograba entenderlo. ¿El calor de su cuerpo al fin había atenuado el efecto subterráneo? No, algo estaba pasando. La temperatura estaba subiendo. ¿Cómo era posible? ¿Cuál sería la causa?

Incluso Carpatia lo notó, inmune al hambre, la fatiga y la sed desde su resurrección, si se podía creer los informes. Tiró del cuello de la camisa, diciendo:

— ¿Qué le está pasando al aire acondicionado? —Excelencia, no se necesita —respondió León—. Estamos

a más de doce metros bajo la sup... — ¡Yo sé dónde estamos! Quiero saber por qué ha

subido la temperatura. ¿No la sientes? —Por supuesto, exaltado. Con todo, aquí no hay fuente de

calor. Siempre ha permanecido constante a... — ¿Te quieres callar? La temperatura se ha elevado y ni

siquiera el conjunto de nuestro calor corporal debiera producir esa diferencia.

¿Sería posible?, se preguntaba Mac. ¿Hay una posibilidad de que esto sea una señal del regreso inminente? ¿Podría Jesús aparecerse incluso aquí, en la guarida de su enemigo? "¡Señor, Por favor!"

Quizá afuera se oscureció el sol.

Raimundo protegió sus ojos y los entrecerró al mirar al cielo. Ni una nube. El sol se había alejado lo bastante en su curso

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para que bajara la temperatura, quizá más de tres a cuatro grados centígrados desde el brutal máximo del mediodía Raimundo aceptó agradecido que Abdula le ofreciera su gorra, que era un poco pequeña, pero cumplía su propósito

—Si no podemos llevarlo a Petra —dijo Lea—, al menos tenemos que sentarlo. ¿Podrá hacerlo?

—No me lo imagino —dijo Raimundo—, pero sé que tienes razón. Necesitaré ayuda.

—Se sentirá mareado —dijo Lea, lo cual resultó muy alejado de lo que pasó.

Cuando ella y Abdula lo sentaron, la sangre fluyó con tanta velocidad de su cabeza, que sintió que perdía sus apoyos, aunque estaba aún plantado con firmeza, a pesar de sus posaderas ahora, en la fosa superficial que se había hecho.

—Vaya —susurró Raimundo. —Cuando se sienta firme —dijo ella—, dígame que le

duele más. —Puedo decírtelo ahora. El tobillo, después la pantorrilla,

luego la mano. —Los trataré en ese orden —dijo ella—, pero todo será

transitorio e improvisado. No es lo que quisiera hacer si lo tuviera en un ambiente estéril y pudiera examinarlo con imágenes de resonancia magnética.

Mientras limpiaba y anestesiaba el tobillo, que tenía una herida abierta grande y lesiones evidentes por dentro, Lea decía:

—Un cirujano tendrá que operar el hueso antes de cerrar esto, pero no debe haber arena ni aire.

Lea cortó la piel muerta y dañada que no podía salvarse y suturó en forma que fuera fácilmente accesible en otra ocasión-

—Esto le va a doler —advirtió cortándole la pata del pantalón por debajo de la rodilla izquierda para examinar, con ambas manos, la pantorrilla—. No cabe duda que tiene una

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fractura pero este hueso no se arregla fácil- Puedo probar, solo antes de adormecerlo. ¿Aguantará? –

— ¿Tengo alternativa? _ No puede que tengamos que intentar ponerlo en una de motos y sin esto estabilizado y entablillado, se desmayará

del dolor. — ¿Y el dolor cuando trates de entablillar? —No prometo nada. Raimundo había estado gravemente herido antes, pero no

se acordaba de pasar una agonía como esta. Lea no logró estabilizar el hueso de la pantorrilla en el primer intento.

—Lo siento, pero puedo hacerlo —dijo e hizo otro intento. A pesar de un rollo de gasa para morder, Raimundo aulló

bastante fuerte, bastante, temía, como para alertar al Ejército Unido. Aunque era evidente que el hueso estaba en su lugar, le dolía tanto la pierna que esta saltó y se estremeció por más de diez minutos mientras él luchaba por no quejarse.

—Antes de entablillarla, dejaré que se estabilice un poco —dijo Lea.

—Qué amable —dijo él, haciendo que ella sonriera. El entablillado, por fortuna, era de plástico inflable y una vez en su lugar brindó suficiente estabilidad que el dolor al fin comenzó a ceder. Lea se ocupó de limpiar y vendar las heridas de sus manos, la barbilla y ambos brazos y rodillas. —Voy a parecer todo un espectáculo —dijo él—, mejor -será que no dejen que Kenny me vea hasta que me quiten algo de esto.

George Sebastian se sintió aliviado al saber que habían hallado vivo a Raimundo, pero tenía que preguntarse cuan malherido debía estar su jefe. Más importante era que se sentía incómodo

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con lo que el Ejército Unido estaba a punto de hacer. Habían avanzado la mitad de la brecha de kilómetro y medio que los separaba, avanzando con tanta lentitud a su posición que la maniobra había llevado horas. Y ahora se habían parado. Si era una especie de guerra sicológica, estaba resultando. La gente de Sebastian estaba asustada.

Era como si este ejército rodante, encabezado por centenares de miles de jinetes en sus cabalgaduras, estuviera esperando una palabra del anticristo para abrir fuego o lanzarse a la carga. Lo que más le molestaba ahora al Gran Perro Uno era que tenía que girar la cabeza más de ciento veinte grados solo para ver la amplitud de la fuerza de ataque con la cual se enfrentaba. Y sin que importara cuan alto se situara, nunca alcanzaba a ver toda su extensión. El final de este ejército borraba prácticamente el horizonte.

Mac se quedó tan estupefacto como León cuando Carpatia dijo:

—Necesito una silla. ¡Tráiganme una silla! Nicolás ya casi no se sentaba. Se sabía que no había comido

ni dormido en tres años y medio, convenciendo a los leales de que era el dios verdadero y vivo, confirmando a sus enemigos de que sin duda era el anticristo poseído por Satanás. Su tem-peramento era legendario, su rabia célebre. Sin embargo, nadie había visto debilidad ni fragilidad física en él.

¿Y ahora necesitaba una silla? León Fortunato saltó de la suya y la deslizó tras el soberano

que se sentó, temblando. Nicolás tiró del cuello y desabotonó la camisa, abanicándose débilmente con la mano.

—Permítame, Excelencia —dijo Fortunato, arrodillándose y tomando el ruedo de su ostentosa túnica, levantándola a la cintura y empezando a abanicar al soberano.

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por lo general, Carpatia se hubiera cansado enseguida de tal servilismo, pero en realidad se veía asustado y agradecido. Aun cuando León se dio vuelta para pedirle a Viv Ivins que sirviera un vaso de agua para Nicolás, su chillón fez se deslizó aterrizando en los abultados pliegues de su falda. El siguiente tironeo tensó más la tela lanzando el sombrero al regazo de Carpatia.

— ¡Ah! —gimió León—. ¡Ah, majestad, perdóneme! Dio un bandazo hacia delante y trató de recuperar el fez,

logrando solo golpear las rodillas de Carpatia y el piso en su otro lado. El impulso de León lo llevó sobre el potentado, y ahora estaba extendido por encima del aquejado líder mundial, con su amplio vientre en el regazo de su jefe. Tomó el sombrero con ambas manos y, mientras se balanceaba al ponerse de pie, se las compuso para ponérselo de nuevo en la cabeza, emitiendo toda clase de disculpas imaginables.

Mac tenía la certeza de que Nicolás hubiera ejecutado a su mano derecha por tamaña falta de etiqueta, pero era evidente que apenas se había dado cuenta. Carpatia estaba muy mal. Viv Ivins puso por fin un vaso de agua frente a él, pero ya sus manos colgaban a sus costados y su rostro casi siempre colorado había palidecido.

León agarró el agua y la sostuvo en los labios de Carpatia cuando el fez empezó a caerse de nuevo. Esta vez, enojado, León se lo quitó con su mano libre y el fez cayó repiqueteando al suelo detrás de ellos. Carpatia apenas podía abrir la boca, el agua le corría por la barbilla.

— ¡Manden paramédicos para acá! —chillaba León—. ¡Alguien, por favor! ¡Apúrense!

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CINCO

l sudor corría por las espaldas de Mac. La temperatura aumentaba, casi como si hubiera un fuego debajo del Monte del Templo. Como Carpatia tenía sus propios

problemas, los centinelas del Ejército Unido dejaron la postura firme y se enjugaban la frente, tiraban de las camisas y las chaquetas cruzando miradas como preguntando qué estaba pasando.

Mac se dio vuelta al oír gritos, inclinándose hacia el exterior por la arqueada abertura. Fuera lo que fuera, era algo general. Y de repente, las Caballerizas cayeron en el caos. Los caballos sin riendas se soltaron de sus palafreneros, relinchando, asustándose los unos a los otros, armando una estampida que no tenía a donde ir. Los hombres de los establos tiraban lazos, pero los levantaban del piso cuando los corceles retrocedían y luego los arrastraban cuando corrían, golpeándose unos con otros, luchando por tener espacio a fin de pasar por los arcos.

Pisotearon a hombres y mujeres, algunos de muerte, pero las cosas empeoraron cuando un soldado miope disparó al aire. Más de mil purasangres de gran tamaño se volvieron maníacos y aterrorizados. Siguiendo sus instintos trataban de huir, aplastando todo lo que hubiera en su camino, incluyendo a sus semejantes.

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E

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Mac vio abrirse inmensos lomos equinos cuando los caballos se comprimían contra las paredes de piedra. Oyó piernas que se quebraban, vio caballos pateando y mordiendo a otros y, pronto, fue un sálvese quien pueda generalizado.

"¿Dónde es el fuego?", gritó uno. Muchos quizá solo escucharon "fuego", pues se repitió

una y otra vez, con soldados que lo gritaban por todo el subte-rráneo. Mac no veía llamas ni olía humo, pero oía "¡Fuego!" "¡Fuego!" "¡Fuego!", y como el resto, su instinto fue dirigirse a la superficie.

Sin embargo, un comandante lo empujó de vuelta al salón con el cañón de un arma automática nuclear.

— ¡No hay fuego! —anunció—. Cada soldado en esta sala tiene una tarea que es proteger al soberano. Eso es lo que haremos. Nadie entra, nadie sale.

—Permiso para hablar, comandante —dijo uno desde un rincón.

—Concedido. — ¿Qué causa el calor? —Ni idea, pero deja que todos los demás se maten tratando

de escapar de un incendio que no existe. De todos modos, uno no va a vencer a un caballo de quinientos cuarenta kilos de peso que quiere su espacio, así que quédese aquí y haga su trabajo.

— ¿Qué le pasa al soberano? — ¿Cómo pudiera saberlo? — ¿Vienen los paramédicos? —No sé cómo lograrían llegar aquí, pero puedes apostar

que nadie más entra. Si esto es un complot contra su Excelencia, pues aquí mismo termina. Ahora, ¡atención, firmes! ¡Armas preparadas!

A Mac nunca le había gustado estar bajo tierra, pero hasta ahora esta incursión no le había producido claustrofobia. El

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solo tamaño del lugar le había dado espacio para moverse y respirar. Aunque ahora, reinaba el pandemonio fuera del único salón donde todos estaban quietos. No habría escape, ni libertad, ni luz del día, ni aire, ni descenso de la temperatura, aunque abriera fuego y matara a todos los que le rodeaban y lograra abrirse paso a la superficie. Lo que iba a pasar en la rampa de tierra y las escaleras de madera iba a minimizar las tragedias causadas por incendios en edificios con mucha gente. Aun sin un incendio real, esto iba a ser catastrófico.

Con la seguridad eliminada y su dedo activo en el gatillo, Mac luchaba por conservar la compostura, permaneciendo firme, mirando derecho a Carpatia, con el sudor corriendo de manera profusa por dentro del uniforme.

Nicolás se veía deshecho. Su abundante cabellera de antes ahora se veía escasa. Sus ojos claros y penetrantes estaban inyectados de sangre y hundidos. Su rostro estaba pálido, y aunque no tuviera sentido, Mac creía ver venas que se traslucían en la cara del hombre, enmarcando sus ojos cavernosos.

Los dedos de Carpatia se veían delgados, su piel parecía de papel, los hombros huesudos. Era como si hubiera bajado veinticinco kilos en pocos minutos. Sus pálidos y violáceos labios estaban entreabiertos y se veían los dientes y las encías: la boca de un hombre muerto.

— ¡Excelencia, tiene que beber! —gimoteó Fortunato. —Estoy perdido —dijo Carpatia. Aunque Mac apenas podía oírlo, la suya no era la voz que

Mac había llegado a identificar. Sus palabras parecían huecas débiles, con eco, como si hablara de un lejano calabozo.

—Hambriento —dijo de plano—. Exhausto. Muerto. Sin duda, eso último era una manera de hablar, pero a Mac le parecía muerto. Si la piel se hubiera visto peor, podía pasar por cadáver en descomposición. Hasta las orejas habían perdido el color y se veían traslúcidas.

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Al instante siguiente Mac se halló de rodillas, protegiéndose los ojos de la luz más brillante que hubiera percibido. Le recordaba un experimento científico de la escuela secundaria, más de cincuenta años atrás, cuando él y sus compañeros de clases tuvieron que ponerse gafas muy oscuras para encender tiras de magnesio.

Mac atisbo viendo que no era el único soldado en el suelo. La mayoría estaba tendida bocabajo, las armas repiqueteando en el suelo. Cualquiera que fuera la fuente de radiación desde el centro de la mesa, iluminaba el lugar como sol de mediodía.

— ¡Bello! ¡Bello! —susurraba la gente, entrelazando con Oh y Ah apropiados para los despliegues pirotécnicos.

Cada dignatario había echado para atrás su asiento y se tapaban los ojos, atisbando entre los dedos para mirar esta magnífica aparición, fuera lo que fuera.

Mac se incorporó y meció sobre sus caderas, con los ojos acostumbrándose poco a poco al resplandor en un principio cegador. Mientras estaba ahí acuclillado, con las manos en su arma otra vez, le quedó claro por qué tantos pensaban que esto, esta aparición era tan impactante. Parecía flotar a centímetros sobre la mesa, directamente en el centro, una blancura matizada de oro brillante que uno no podía quitarle los ojos. Brillaba con tal fulgor que ningún detalle era claro de lo que parecía ser una forma humana de más o menos un metro ochenta de pies a cabeza. No había manera de decir si era un ser humanoide, calzaba zapatos, o vestía ropas, o estaba desnudo.

Poco a poco Mac se dio cuenta que estaba mirando la espalda del ser que enfrentaba a Carpatia y Fortunato. Un cabello rubio que ondeaba quedó a la vista, pero era claro que el resto del cuerpo seguiría siendo un misterio para el ojo humano. Sin duda, esto no era el regreso glorioso de Cristo,

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como Mac sabía, Él iba a regresar en las nubes con sus siervos detrás.

El asiento de Viv Ivins estaba vacío, pero Mac podía oír sus gemidos de éxtasis en el suelo.

León también estaba en el suelo, con la cabeza oculta entre las manos, meciéndose, llorando.

Carpatia había caído hacia delante en su silla prestada, con la mejilla sobre la mesa, los brazos extendidos, las palmas de las manos en línea horizontal.

—Ah, mi amo, mi dios y mi rey —repetía una y otra vez su mortecina voz.

Mac oía los terroríficos y espantosos sonidos de la muerte procedentes de afuera. Pánico, gritos y alaridos, ruegos, huesos triturados, aire expelido de los pulmones, los caballos que sorbían y berreaban como pudieran hacerlo otras criaturas más pequeñas.

Lastimeros y solitarios llantos de adultos, hombres y mujeres.

— ¡Sálvame! ¡Oh Dios, sálvame! ¡No quiero morir! Y, sin embargo, morían. Mac entendió con claridad, sin siquiera poder ver, que la

carnicería interpuesta entre él y la salida sería como nada que hubiera podido ver antes. Empezaron los disparos y solo pudo suponer que eran los pocos soldados sobrevivientes que remataban caballos y compañeros, sacándolos del dolor a la vez que intentaban abrirse una macabra ruta de salida que surcaba por encima de cuerpos muertos.

Carpatia levantó su patética cabeza, con su ropaje estilo Zorro que colgaba de él como de un cadáver.

Lucifer —se las compuso para decir con esa voz ronca hueca y mirando de soslayo a los ojos del ser—. Mi señor

y rey ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué me has quitado

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tu espíritu? ¿No me di por entero a ti para servirte con todo mi corazón y mi ser?

— ¡Silencio! —fue la respuesta de una voz tan fantasmagóricamente penetrante y espantosa que hizo encogerse a Mac que quiso taparse las orejas—. ¡Me disgustas! ¡Mírate! ¿Osas sugerir que tienes algo que ofrecerme además de tu patético cuerpo? ¡Estás ebrio de un poder cuya fuente está muy fuera de tu alcance! ¡Apenas eres un vaso, una herramienta, una jarra de barro para mis propósitos y, no obstante, te exhibes como si tuvieras una brizna de valor!

— ¡Ah, mi rey! —carraspeó Carpatia—. ¡No! Yo... — ¡Ni siquiera entiendes el significado de la palabra

silencio. ¡No eres nada! ¡Nadie! ¡No tenías poder para levantarte de los muertos! Eras un cadáver, rígido y putrefacto. Mírate ahora. Fuera de mi gracia, vuelves a la tierra, cenizas a las cenizas y polvo al polvo.

— ¡Sálvame, Oh, señor mío! ¡Te amo y anhelo servirte! Haré cualquier cosa por...

— ¡Oh, espíritu de la nada, simple partícula de mi imaginación.! Una vez más tomaré prestado tu esqueleto de otra manera sin valor alguno, pero tienes que saber, y si no lo puedes captar, yo mismo debo recordarte quién eres y quién no eres. ¡Tú no eres yo! ¡Yo no soy tú! No eres más que inventario, bienes y servicios. Eres una pieza de equipo y no debes atreverte a imaginar otra cosa.

— ¡Nunca, divino! ¡Nunca! Estoy humildemente a vuestro serv...

— ¡Yo soy el señor tu dios y yo no compartiré mi gloria! —De ninguna manera —dijo Carpatia jadeando—. Oh,

rey del cielo y de la tierra. —No creas que fue por accidente que mi Adversario, con

sus propias palabras, reconoció que yo me originé en el cielo

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y me llamó hijo de la aurora. ¿No sabes tú, como Él lo sabe, que yo soy el que debilitó a las naciones?

—Lo sé —sollozaba Carpatia—. ¡Lo sé! —Yo, no tú, ni ningún otro en todo el mundo evolucionado,

yo soy el que subirá al cielo. YO exaltaré mi trono por encima de las estrellas de Dios. Yo me sentaré también en el monte de la asamblea, en el más remoto extremo del norte. Yo subiré sobre las alturas de las nubes. Yo seré como el Altísimo.

— ¡Sí, amo precioso! ¡Sí! —Sin embargo, mi Enemigo proclama que me derribarán

hasta el Seol, a las profundidades más hondas del foso. — ¡No, señor, no! —Él dice que los que me vean, me observen, me

contemplen, dirán: '¿Y éste es el que sacudía a la tierra y hacía temblar a los reinos, el que dejaba el mundo hecho un desierto, el que arrasaba sus ciudades y nunca dejaba libres a los presos?'

— ¡Soberano mío, que nunca sea así! — ¡Oh, sí, mi Enemigo se mofa de mí! Dice que todos los

reyes de las naciones reposan con honor, cada uno en su tumba. Pero que a mí, a mí me echarán al sepulcro como a un vástago repugnante, como los que murieron a filo de espada y que bajaron al fondo de la fosa como cadáveres hollados bajo los pies. ¿Me enterrarán a mí como un soldado común y corriente muerto en batalla?

— ¡Nunca! —sollozó Carpatia—. ¡Nunca! ¡No mientras yo respire! — ¿Eres tan tonto que no entiendes? ¡Yo soy el que te da aliento!

— ¡Losé! ¡Sí, lo sé! —Y, bribón, ¿cuál será tu aporte cuando el Enemigo

atente cumplir su promesa de que no se me dará monumento

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pues destruí mi tierra, Babilonia, y maté a mi pueblo? Él me desafía diciendo que mi hijo no me sucederá como rey.

—Ah, déjame ser tu hijo —gimoteó Carpatia—. ¡Y tú serás mi padre!

— ¡Pero no! El Enemigo se mofa de mí diciendo: 'Maten a los hijos de este pecador; que no se levanten y tomen posesión de la tierra, ni reconstruyan las ciudades del mundo. Yo me levanté en su contra' y Él tiene la osadía de nombrarse Señor de los ejércitos celestiales.

— ¡Aunque ese eres tú, Oh, estrella bella! ¡Eres tú solo! —Él ya ha destruido mi amada Babilonia, pero no se con-

tentará hasta que la convierta en una tierra arrasada, 'pose-sión de erizos y en aguas estancadas'. Este autotitulado Señor de los ejércitos celestiales promete barrer la tierra 'con la escoba de la destrucción'.

—Nunca permitiremos que eso suceda, su gracia. —Sin embargo, ¡Él ha jurado hacerlo! Dice que ese es su

propósito y plan. Ha decidido quebrantar al ejército de Asiría cuando estén en Israel y pisotearlos sobre sus montes, diciendo que su pueblo no será más esclavo de ellos. Este es el plan que ha acordado contra toda la tierra, y lo hará por su omni-potente poder que llega a todas partes del mundo.

—Aun así, ¡su poder no es nada comparado con el tuyo, rey victorioso! Incluso hoy lo demostraremos, ¿no es cierto?

— ¿Nosotros? ¿Nosotros? — ¡Tú! ¡Tú, excelso! — ¿Quién eres tú para que hables? ¿Qué tienes para ofren-

darme cuando ha hablado el Enemigo, que se titula el Señor, el Dios de las batallas... ¿Quién puede cambiar sus planes? ¿Quién puede detenerlo cuando se mueve su mano?

—Tú puedes, todopoderoso. Yo creo en ti.

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—Yo puedo. Y no lo olvides. ¿Quién se cree Él que se puso contra Israel e incitó a David para que censara a Israel cuando era evidente que su Dios lo había prohibido?

— Él lo sabe. ¡Yo sé que Él lo sabe! — ¡Claro que Él lo sabe! Yo soy el que recorre la tierra,

caminándola de arriba abajo. Yo fui el que probó y tentó a Job casi para que abandonara y maldijera a su Dios. Cuando el sumo sacerdote Josué estaba delante del Ángel del Señor, yo era el que estaba a su diestra para oponérmele. Yo era el que tentaba al propio Hijo del Enemigo en el desierto.

—Y casi triunfaste. —El triunfo es hoy. —Lo creo, mi señor. —Yo soy el que llevó al Hijo del Enemigo sobre la ciudad

santa y lo puso en el pináculo del templo. Yo le dije: 'Si eres Hijo de Dios, lánzate abajo, pues escrito está: "A sus ángeles te encomendará", y: "En las manos te sostendrán, no sea que tu pie tropiece en piedra" '. ¡Pero no, no lo hizo! ¡Él mismo no creía! Me contraatacó como cobarde que es, con puras palabras. Trató de decirme, como si yo no supiera que 'también está escrito: "No tentarás al Señor tu Dios"'. ¡Pues bien, Él no es mi Señor ni mi Dios!

—Ni el mío, príncipe de la potestad del aire. —Yo fui el que lo llevó a una montaña sumamente elevada y

le mostré todos los reinos del mundo y su gloria. Se los ofrecí todos si tan solo se postraba y me adoraba, pero no quiso.

—Era un tonto. —Aunque yo tampoco me incliné ante Él. —Y nunca lo harás. —Nunca querré. Él habló la verdad y la dijo bien cuando

"amó Satanás a su propio discípulo. Yo tuve agarrado a Pedro por un tiempo en aquellos días. El Hijo del Enemigo lo acusó

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justamente de no preocuparse de las cosas de Dios, sino de las cosas de los hombres.

— ¡Qué así sea siempre! —expresó con entusiasmo Carpatia.

—Ah, el Hijo sabía muy bien que cuando los hombres oían su mensaje, yo era el que venía enseguida y me llevaba la palabra que estaba sembrada en sus corazones.

—Ese siempre ha sido tu lado fuerte. —Yo fui el que entró en Judas, que se contaba entre los

discípulos del Hijo. Y yo fui el que volvió a pedir a Simón Pedro una vez más para poder zarandearlo como paja. Él estaba muy débil esa noche.

—Amo, yo no estaré débil en tu momento de necesidad. — ¡Yo no te necesito! ¡Yo no estaré débil! Tú, lamentable,

eres incapaz de aprender. —Perdóneme, señor. —Yo fui el que llenó el corazón de Ananías para que

mintiera y se quedara con parte del precio de su terreno. — ¡Una obra maestra! — ¡Silencio! Me estoy cansando de ti. Me estoy

preparando para la batalla con el que se dice Dios de paz y que proclama que me aplastará bajo sus pies. Yo, el único que saca ventaja cuando los hombres ignoran mis estratagemas. Yo soy el dios de este mundo, capaz de cegar las mentes de los que no creen, como tampoco yo, en lo que mi Enemigo llama la luz del evangelio de la gloria de Cristo que es la imagen de Dios. Yo soy más que su imagen. Yo soy su superior y seré su vencedor. Fui bastante astuto para engañar a Eva, su segunda creación. ¿No estoy apto para esta tarea?

—Lo estás y el universo cantará tus loas y te llamará bendito.

—Dijiste bien que yo soy el príncipe de la potestad del aire. Yo soy el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia

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para con el Enemigo. Yo obro en ellos para satisfacer las lujurias de su carne, cumpliendo los deseos de la carne y de la mente. Nadie se opondrá a mis artilugios. Ellos no luchan contra carne y sangre, sino contra mis principados, contra mis potestades, contra mis gobernadores de este siglo, contra las huestes espirituales de los lugares celestes.

—Ese eres tú, Oh, bendecido. —Tengo dardos de fuego que no pueden sofocarse. — ¡Amén y amén! —Hasta obstaculicé al siervo favorito del Enemigo,

Pablo, torciendo sus planes una y otra vez. Yo tenté a sus seguidores a que se alejaran de la fe en la ausencia de él. Yo era su adversario, y él se refirió a mí comparándome con un león rugiente que anda buscando a quien devorar.

—Hoy será una fiesta para ti. —El Enemigo que se dice Dios ha decretado que su Hijo

se manifestará para que pueda destruir mis obras. — ¡Blasfemia! —Me llamó el gran dragón, me llamó serpiente antigua,

me llamó diablo y Satanás y reconoció que yo soy el que engaña a todo el mundo, pero se equivocó cuando me echó a la tierra y a mis ángeles conmigo.

—Cometió un eterno error garrafal, señor. ¡Cuan excelente es tu nombre en toda la tierra! Sé exaltado sobre los cielos. Que tu gloria esté por encima de toda la tierra. Tú, mi señor, estás por encima de todas las naciones y tu gloria por encima de los cielos. ¿Quién como tú que habita en lo alto?

—Necesito tu cáscara otra vez por una temporada corta. —Yo soy tuyo —dijo Carpatia. Y con eso desapareció la luz y Nicolás se irguió, con el

mentón levantado, la arrogancia restaurada. Recuperó su color mientras se abotonaba la camisa y se alisaba la ropa.

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Era como si hubiera vuelto a la vida, su voz era clara y segura de nuevo.

—Damas y caballeros, regresen a sus asientos, por favor Señorita Ivins, por favor. Reverendo Fortunato.

A propósito movió la silla que León le había traído y la sostuvo mientras el santo varón se desenredaba con torpeza de sus ropajes, se paraba y después se sentaba.

—Subpotentados, generales, ayudantes, siéntense, por favor. Soldados, firmes.

Era claro para Mac que la sala estaba llena de gente en estado de choque y temblorosa, sin faltar uno. Sus ojos brillaban de miedo. Sus cuerpos vacilaban y se veían inseguros. Volvieron a sus lugares, temerosos y estupefactos.

—Pronto pasará la incomodidad que sienten —dijo Nicolás—. Cuando todos estén en sus puestos, les diré lo que acaban de experimentar y lo que recordarán.

Un dignatario asiático levantó una mano, con la conster-nación en su semblante.

—Por favor, no hagan preguntas por un momento. Un africano se paró, con la mano también levantada. —Haga el favor de acatar mi pedido —dijo Carpatia—.

En un momento los atenderé si prolongan esta cortesía. El africano se sentó, claramente turbado. Los demás se

miraban entre sí, con los ojos entrecerrados, meneando sus cabezas.

—Damas, caballeros y soldados —empezó Carpatia, pero un hombre a la puerta lo interrumpió—. ¿Qué pasa?

—Debido a la carnicería que hay afuera, Excelencia, no hemos podido hallar una unidad de paramédicos para esta sala.

—Gracias. Ya no se necesita. —Y, su gracia, tampoco hemos podido determinar la

fuente del calor que causó la estampida.

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—Creo que ahora eso ya pasó, ¿verdad? ¿Alguno de uste-des se siente incómodo?

—No por el calor —dijo un australiano—, pero yo tengo unas preguntas muy serias sobre lo que acaba...

—Caballero, también le pido que se guarde sus preguntas y comentarios por un momento más. Gracias. ¿Y, caballero? —agregó dirigiéndose al que estaba en la arcada—. ¿Le importaría quedarse mientras ofrezco una explicación?

El hombre pasó a Mac y se quedó de pie detrás de los sentados en la punta de la mesa, opuesta a Carpatia.

—Damas y caballeros —empezó Nicolás con su tono más dulce y persuasivo, escrutando con lentitud el salón y mirando directo a los ojos de cada uno de los presentes—. No se sientan obligados a desviar la vista esta vez. Opto por conectarme de forma visual con ustedes. Acaban de tener el privilegio de disfrutar de una experiencia única. Estaban presentes cuando abandoné este cuerpo mortal y asumí mi forma divina. Les encargué todos los derechos y privilegios que corresponden a su posición de seguidores leales y les animé para la batalla que viene.

"Cuando salgamos de este lugar y monten para cabalgar a nuestra gloriosa victoria, se darán cuenta que el enemigo ha logrado penetrar el terreno arriba, en esencia el techo nuestro. Yo me protegí divinamente, también los incluí a ustedes, pero ellos produjeron una estampida que ocasionó muchas bajas en nuestras tropas y nuestros corceles que, como ustedes saben, valoramos tan elevadamente como a nuestros recursos humanos. Sin embargo, no se alarmen. No teman. Nuestros recursos son ilimitados. Los conduciré hacia arriba y afuera y habrá suficientes cabalgaduras para todos. Ahora len> ¿había unos comentarios y preguntas?

ti asiático se paró, haciendo reverencias.

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—Excelencia, solo quería agradecerle el privilegio que nos ha otorgado a mí y a mi grupo. Haber estado aquí, para este momento tan importante e histórico, será el recuerdo de toda una vida y estamos sumamente agradecidos.

—Gracias. ¿Sí, señor? Se paró el africano diciendo: —Santidad, deseo hacerme eco de ese sentir en nombre de

mi personal. Eres supremamente digno de ser alabado y esperamos unirnos a ti en la victoria final, después de la cual el mundo te verá por lo que eres en realidad.

Mac quiso gritar un amén. Nunca se habían dicho palabras más verdaderas. Si él era el único creyente de la sala, y no se podía imaginar otra cosa, era el único que Carpatia no engañó con hipnosis.

La salida a la superficie fue surrealista. A los hombres y las mujeres los guiaban y seguían contingentes de soldados, dando a Mac la perfecta vista de sus reacciones a lo que les había pasado a todos los demás. El lugar era peor que una zona de guerra. Cientos de caballos y aun más seres humanos yacían muertos en un reposo aborrecible, quebrantados, pisoteados, aplastados, despedazados. El hedor de los establos era nada comparado a las humeantes entrañas de humanos y bestias y, no obstante, los hombres y las mujeres del salón de reuniones, pisaban y saltaban sobre los restos como si fueran atravesando tranquilamente una pradera.

Nadie hizo muecas, ni se apretó la nariz, ni comentó nada. Era como si no vieran la matanza que empapaba sus zapatos haciendo que el polvo se pegara a la sangre. A medida que salían a la superficie, se limpiaban con alegría los pies y agradeciendo su ayuda a los soldados. El ánimo era festivo cuando se trajo una fila de caballos grandes y se les ayudó a colocarse en la silla.

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Destinados para el Armagedón, sonreían, reían a carcajadas y charlaban como si fueran a pasar el día en las carreras de caballos. Mac notó por primera vez en ese día que había nubes gruesas y vaporosas que comenzaban a salpicar el cielo. El sol seguía viéndose sobre el horizonte, tornándose anaranjado. Todo lo que Mac quería era irse con sigilo y estar con SUs hermanos y hermanas en Cristo cuando llegara el fin.

Raimundo tenía sus dudas con los dos vehículos. Había lugar para Abdula en los dos, pero no mucho. Y era una estrecha, chirriante y tempestuosa máquina hecha para la velocidad, no la comodidad. La moto de Lea era más ancha, más pesada y lenta, pero a menos que abandonaran sus cosas, no habría espacio para dos personas. Como pasajero, Raimundo necesitaba estabilidad. La velocidad sería su enemigo. Los ángulos, las inclinaciones, la aceleración, las vueltas, los rebotes y el avance mismo sería una tortura.

La alternativa no era aceptable. No quería quedarse más en las colinas rocosas y desnudas. ¿Quién sabía que haría allí el terremoto mundial? No esperaba morir en eso, pero tampoco había esperado salir lanzado de su todoterreno. Su todoterreno. Bueno, eso era una solución. No el suyo, pero había más de donde vino ese. Llamaron a Sebastian.

—Jinete a Gran Perro —dijo Smitty. —Aquí Gran Perro, adelante, Jinete.

— ¿Puede conseguirnos un todoterreno para llevar al capitán Steele a Petra? —Si yo lo puedo manejar. —Afirmativo, ¿pero debiera dejar a sus tropas?

—Bromeo, Smitty. Enviaré a Navaja. — ¿Sabe donde estamos?

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—Afirmativo. Chang me los enfocó, ¿se va a recuperar Raimundo?

—Si sobrevive el viaje. ¿Cómo maneja don Navaja? —Creo que sabe lo que se juega. ¿Qué opinas de las

nubes? —Las primeras de todo el día, Gran Perro. Creo que

Alguien viene.

—Tengo que irme de aquí —dijo Chang frotándose los ojos. —Eso es todo lo que necesito oír —respondió Noemí levantándolo prácticamente de su sillón. —Déjame cerrar primero —dijo él resistiendo. —De ninguna manera. Vámonos ahora. Nadie va a sufrir si no cierras. Se supone que este sea un crepúsculo espectacular. — ¿Sin nubes? ¿Cómo te imaginas? —Ya verás. Has estado tan ocupado que ni siquiera sabes lo que está pasando.

Chang se quedó asombrado cuando salieron. El sol caía grande y ancho y había nubes, por supuesto. Parecían venir de la nada, cada vez más por minuto. Algo festivo se divisaba en ellas, saltarinas, aborregadas, pero moviéndose con rapidez como si hubiera vientos muy fuertes en las alturas de la atmósfera. No pasó mucho para que se empezaran a juntar, dando sombra, formando capas al sur del sol mientras que al norte se seguían formando otras nubes.

Esas también se empezaron a unir pronto. Chang y Noemí fueron a su lugar alto preferido y se tiraron de espaldas, con las manos detrás de la cabeza.

—Nunca antes he visto eso —dijo Chang, señalando recto hacia arriba.

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Las nubes se formaban directamente encima, no en el horizonte como siempre. Empezaban como formaciones alargadas, angostas en la estratosfera y enseguida se iban conviniendo en estratocúmulos.

—-Tenemos formaciones en lo niveles alto, medio y bajo al mismo tiempo —dijo Chang.

—Son preciosas. —Sí, ahora. Espera hasta que empiecen el desarrollo

vertical. Es posible que lleguen a más de once kilómetros de alto y generen una energía increíble.

— ¿Cómo sabes todo eso? —preguntó ella—. Todo lo que yo sé es de computadoras.

—Lo sé todo —dijo Chang. Ella lo apremió. —Oye —dijo poniéndose de lado y observando su

rostro—. Te vas a quedar dormido. —No es probable —dijo él—. Están pasando demasiadas

cosas allá arriba. Mucho que esperar.

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SEIS

ermano Enoc —dijo un hispano, —si puede concentrarse, nosotros lo haremos.

—No entiendo —dijo Enoc, mirando otra vez entre los árboles y las ventanas al límite del patio del centro comercial para asegurarse de que la CG no los hubiera hallado.

—Hermano, parece distraído. Quiero decir, todos esperamos lo mismo. Queremos estar preparados. Queremos estar aquí cuando llegue Jesús. Aun así, mientras tanto queremos que nos enseñe. Nos sigue diciendo que no es un erudito, pero ha sido nuestro pastor durante años. Algo está pasando.

—Sí —intervino otro—. No me parece que haya captado todo lo que ha pasado y lo que va a pasar. Sé que pronto estaremos con Jesús, o de todos modos Él estará con nosotros, pero no me importaría entrar en todo eso con un poco más de entendimiento. ¿Tiene más para nosotros?

Enoc tuvo que sonreír. —Sí —dijo—. Solo que no esperaba tener tiempo para

tratarlo y, por cierto, no esperaba que ustedes tuvieran la Paciencia para eso.

—Mejor que esperar. Se me hace muy larga la espera hasta que Jesús llegue aquí, pero el reloj se mueve despacio cuando no pasa nada.

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H

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EL REGRESO GLORIOSO

—Está bien. Tengo mi Biblia y mis notas, si lo quieren. —Lo queremos. Sin embargo, pastor, ¿hace rato que no

mira para arriba? Iba a ser mediodía en el medio oeste y el sol estaba alto.

Enoc se protegió los ojos diciendo: —Nubes. —Nubes que no estaban ahí hace una hora. Si no me

equivoco, nos despertamos con cielos azules. —Azules por completo. —No son nubes amenazantes —dijo Enoc—. No espero

que nos llueva. Una mujer se rió. —Solo quiero ver las nubes en que Jesús puede venir.

Navaja apareció con un todoterreno de 750cc, lo bastante grande para acomodar a Raimundo si hubiera estado sano. Llevaba bastante tiempo sin sentarse, mucho menos pararse, ni ir rebotando en un vehículo.

—No trajiste nada para comer, ¿verdad? —dijo Raimundo. —Sí, Señor —contestó Navaja con la enloquecedora

militar de la cual Raimundo trataba que se librara. —La doñita Lea, aquí presente, no se preocupó si me

moría de inanición. —La hidratación era lo más importante —replicó ella—Y

no esperaba que usted estuviera metido aquí tanto tiempo. —Lea, estoy bromeando. Me salvaste la vida. Ahora,

Navaja, ¿qué tienes? —Una barrita energética, señor. — ¿Una de esas cosas de espuma de poliestireno que

sabe a cartón? —Precisamente la misma.

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— ¿Sabor? —Chocolate corrugado, creo, señor. Bromas aparte, Raimundo estaba hambriento. Abrió el

envase de la barrita y le dio tremendo mordisco. —Con calma, vaquero —indicó Lea—. Su sistema ha

sufrido traumas. —Bueno, esto debiera ayudar —replicó Raimundo, siguiendo

las órdenes y calmándose. Estaba ganando tiempo. Subir al todoterreno iba a ser una

ordalía pero sería lo de menos. Desde su punto de vista, el camino de regreso a Petra, tal como estaba, parecía un arrecife, nada más.

—Va a ser un crepúsculo hermoso —dijo distraídamente. —Y es probable que sea el último antes que llegue Jesús

—dijo Lea.

Sin otra cosa que hacer, Sebastian llevaba varias horas sentado sobre el capó de un Hummer, cuyo metal se había enfriado lo suficiente para permitir que se sentara. El Ejército Unido parecía distraído, si es que se podía aplicar esa característica a una concurrencia tan enorme. Desde que avanzaron poco más de kilómetro y medio deteniéndose, se habían quedado ahí, contemplando de forma amenazadora a él y sus tropas. George había decidido no enfrentárseles con armas de energía dirigida (AED) ni con las de calibre cincuenta y, en la última media hora ya no eran, en cierto sentido, tan amenazadores. Era como si hubieran perdido el foco. Solo los cientos de miles de tropas montadas parecían concertadas para contemplarlo con fijeza, y ahora oía crujir sus sillas en la distancia. Habían dejado de mirar sin pestañear empezando a moverse en sus sillas, conversando unos con otros.

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¿Sería posible que los rumores hubieran llegado al campo de batalla? ¿Sabrían esos soldados que no recibirían refuerzos, ni que, aun si los recibían, era improbable que les pagaran a tiempo, si es que les pagaban? El canal de información era notablemente preciso, rápido y, si eso resultaba cierto bastante resistente para surcar las arenas del desierto.

¿Podría el Gran Perro Uno aprovecharse de ese lapso? No se imaginaba de qué manera. Una ronda de balas o de rayos de las AED solo tendría éxito para hacer que el enemigo volviera a enfocarse, encauzándolos de nuevo. Por ahora a Sebastian, desesperadamente superado en cantidad, le gustaba el adversario tal como estaba. Si pudiera elegir, los hubiera hecho retroceder unos dos kilómetros y medio. Aun así, no podían retroceder aunque quisieran, aunque se lo ordenaran. Hacer que retrocedieran las filas del frente era hacer que retrocedieran las de atrás y esa coordinación llevaría semanas. Esta era una fuerza de combate que solo podía ir en un solo sentido y Sebastian con su fuerza defensiva, o lo parecido a eso, se interponían directamente en su camino.

Se puso a hablar por teléfono. —Chang, ¿qué haces en este momento? —No quiere saber. —Por supuesto que sí. —Estoy tirado de espaldas, mirando las nubes. —Y no estás solo, ¿verdad? —Por supuesto que no —contestó Chang. —Priscila y yo estaremos separados cuando llegue Jesús

—dijo Sebastian. — ¿Quieres que te la mande con Noemí para que te

acompañen? —Difícil. Hemos convenido un lugar de encuentro para

cuando termine todo esto.

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—Espero que el capitán Steele esté bien para mirarlo todo cuando llegue aquí y sea el momento —dijo Chang.

—Ah, sí, claro que sí. Solo espero que el tiempo no llegue antes de que Navaja lo traiga para acá.

—Como saben —dijo Enoc a su gente—, la misericordia de Dios ha sido el tema de mi enseñanza de los hechos de los últimos tiempos. A muchos esto le parece incoherente con lo profetizado y lo sucedido. Aunque como dije, todo esto, los veintiún juicios derramados del cielo en tres series cronológicas de siete cada una, han sido los últimos intentos desesperados de Dios para atraer la atención del hombre. Sin embargo, no se equivoquen los últimos siete juicios en particular también demuestran su ira.

"Es más, los ángeles que ejecutan estos juicios vuelcan y vacían copas de modo que cada gota de juicio se derrame sobre los diversos blancos de la ira de Dios. Fíjense en el objetivo de estos juicios:

"La primera copa se derramó sobre la tierra en forma de llagas malignas y horribles en los cuerpos de los que habían recibido la marca de la bestia.

"La segunda se derramó en el mar, convirtiendo el agua en sangre y matando a todo ser vivo en ella.

'La tercera se derramó en los ríos y arroyos de modo que toda el agua fresca que quedaba se convirtió en sangre. Ustedes recordarán que esta fue la respuesta inicial y parcial a las oraciones de los mártires en Apocalipsis 6:10 a fin de que se vengaran sus muertes: 'Gritaban a gran voz: "¿Hasta cuándo, Soberano Señor, santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?" '

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"La cuarta copa se derramó sobre el sol para que aumentara su poder a fin de que un calor extraordinario quemara a los hombres con fuego. ¿Y cómo respondieron los sobrevivientes? Apocalipsis 16:9 nos dice que 'maldecían al Dios del cielo, pero no se arrepintieron de sus malas obras'.

"La quinta copa se derramó sobre el trono de la bestia. ¿Quién sabe lo que eso significa?

—Nueva Babilonia. — ¡Sí! Y sabemos que esa poderosa ciudad quedó sumida

en una oscuridad tan grande que producía dolor físico tan severo que los hombres y las mujeres se mordían la lengua. Y, una vez más, ¿cuál fue la respuesta de ellos? 'maldecían al Dios del cielo, pero no se arrepintieron de sus malas obras'.

"La sexta copa se derramó sobre el gran río Eufrates que se secó. Eso permitió que los líderes del este trajeran sus ejércitos a las montañas de Israel para la batalla del Armagedón. Aquí es claro que Dios estaba cebando la carnada de su trampa para el anticristo. Joel 3:9-17 lo profetiza y, aunque los eruditos no concuerdan en cuándo se escribió Joel, en general dicen que fue más de ochocientos años antes de Cristo:

“‘Proclamen esto entre las naciones: ¡Prepárense para la batalla! ¡Movilicen a los soldados! ¡Alístense para el combate todos los hombres de guerra!

“‘Forjen espadas con los azadones y hagan lanzas con las hoces. Que diga el cobarde: "¡Soy un valiente!"

“‘Dense prisa, naciones vecinas, reúnanse en ese lugar. ¡Haz bajar, SEÑOR, a tus valientes!

“’Movilícense las naciones; suban hasta el valle de Josafat, que allí me sentaré para juzgar a los pueblos vecinos.

“‘Mano a la hoz, que la mies está madura. Vengan a pisar las uvas, que está lleno el lagar. Sus cubas se desbordan: ¡tan grande es su maldad!"

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“‘¡Multitud tras multitud en el valle de la Decisión! ¡Cer-cano está el día del SEÑOR en el valle de la Decisión!

“‘Se oscurecerán el sol y la luna; dejarán de brillar las estrellas.

“‘Rugirá el SEÑOR desde Sión, tronará su voz desde Jerusalén, y la tierra y el cielo temblarán. Pero el SEÑOR será un refugio para su pueblo, una fortaleza para los israelitas.

“‘Entonces ustedes sabrán que yo, el SEÑOR su Dios, habito en Sión, mi monte santo. Santa será Jerusalén, y nunca más la invadirán los extranjeros" '.

Enoc continuó: —La séptima copa del juicio, que aún aguardamos, se

derramará sobre el aire de modo que habrá relámpagos y truenos y otras calamidades celestiales anunciando el terremoto más fuerte de la historia. Será tan fuerte que hará que Jerusalén se parta en tres como preparativo de los cambios que habrá durante el reino milenial de Cristo. También irá acompañado por una intensa precipitación de granizos de casi cuarenta kilos cada uno.

"¿Y cuál será la reacción general de los mismos a quienes Dios trata de alcanzar y persuadir? Apocalipsis 16:21 nos dice que los hombres 'maldecían a Dios por esa terrible plaga'.

— ¿Y esto es lo que viene a continuación? —preguntó uno.

—Antes del regreso glorioso —dijo Enoc—. Sí. — ¿Y usted cree esto? —Sin duda. —Entonces, ¿qué hacemos aquí afuera mientras las nubes

se van juntando? — ¿Se acuerdan de que los creyentes han sido protegidos

del daño de todos esos juicios? Yo descanso en eso." —¡Amén!

¡Alabado sea el Señor!

III

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— ¡Ven, Señor Jesús! —Amados, yo descanso en algo más —dijo Enoc—. Uno

de los pasajes más bellos y reconfortantes de la Escritura es Juan 14:1-6, donde Jesús consuela a sus discípulos. Creo que podemos tomar esas promesas para nosotros y estar seguros, sabiendo que las hizo Uno en el cual no hay cambio ni som-bra de variación. Se las voy a leer.

“‘No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. “‘En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no

fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar.

“‘Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté.

“‘Ustedes ya conocen el camino para ir a donde yo voy. “‘Dijo entonces Tomás: "Señor, no sabemos a dónde vas,

así que ¿cómo podemos conocer el camino?" “‘Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó

Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí'.

Raimundo notó que disminuía la actividad y supuso que se debía a que Navaja y Lea necesitaban la ayuda de Abdula para subirlo al todoterreno grande. Abdula hablaba por teléfono unos cuatro metros más abajo de la ladera rocosa, de espaldas a ellos y, cuando pareció que había terminado, llamó a otra persona.

La barrita energética, por más desabrida que fuera, tuvo el efecto deseado y Raimundo quedó listo para viajar. Se había sentido mejor antes, pero a pesar de los muchos dolores, tenía un renovado sentido de propósito y empuje. Vamos, vamos, pensaba, pero sin decir nada.

Abdula volvió diciendo:

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—Capitán, hay muchos que se preocupan por usted. Uno es Ree Woo, pero en especial Jaime, que se pregunta cuáles son sus planes.

— ¿Mis planes? Seguir respirando. Sobrevivir el viaje. —Se pregunta si usted podría recibir una visita en sus

habitaciones cuando llegue. —Por supuesto —dijo Raimundo—, ¿sabes qué quiere? -—Repito —dijo Lea—, no nos adelantemos, ¿sí? Usted

hace chistes de sobrevivir el viaje y, francamente, me preocupa mucho eso. No tiene idea de cómo se sentirá cuando llegue. Es probable que además de todo tenga una costilla rota, quizá más de una. Es casi imposible decirlo sin una radiografía ni imágenes de resonancia magnética.

— ¿Qué dice, doctora? —Enfermera nada más, pero moverlo de la manera que

planeamos es solo el peor escenario posible para usted en estos momentos.

— ¿Tanto así? —Quedarse aquí sería peor, pero al menos está estabilizado.

Con cautela, Mac se trepó al caballo más grande, más negro, más poderoso que hubiera visto jamás. Hacía años que no montaba, pero supo bastante para plantar con firmeza su pie izquierdo en el estribo antes de pasar su pierna derecha por encima. Si alguien miraba, parecería que sabía lo que hacía. Es lamentable, pero estaba más preocupado por montarse que por la Uzi que le colgaba, y antes de que se sentara bien en la silla, el cañón de su arma pinchó al caballo en la base del cuello, justo encima del pomo de la silla. La bestia se sobresaltó pisando con rapidez, lo que hizo que Mac se asustara mucho y se pusiera rígido. Eso hizo que el caballo

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retrocediera y Mac tiró las riendas con todo su peso, desesperado por sujetarse sin que lo lanzara de cabeza.

Mientras el corcel relinchaba ruidosamente y retrocedía más, asustando a los otros caballos y sus jinetes, Mac se deslizó de la silla y los estribos se le soltaron. Mac enderezó las piernas lo más fuerte que pudo, metió el mentón en el pecho y agarró las riendas con todo su valor. Eso tiró el hocico del caballo hacia abajo y por poco se cae hacia atrás. Mac estaba casi de cabeza, con todo su peso tirando contra el caballo y se imaginaba que haría caer al caballo encima de él.

De alguna manera el caballo se equilibró, con unos pocos pasos bien dados con las patas traseras, luego se dejó caer con toda fuerza sobre las cuatro patas, empujando con fuerza a Mac en la silla y tirándolo hacia delante de modo que ahora Mac lo abrazaba por el cuello. El animal aún se sentía inseguro debajo de él, y Mac supo que había hecho lo contrario para mostrar quién tenía el control. Si había enviado un mensaje al caballo, era que el jinete estaba muerto de miedo y se sujetaba con uñas y dientes.

El "superior" de Mac parecía no darse cuenta. Vino a medio galope apuntando a varios soldados, Mac incluido, dirigiéndolos a apostarse a los flancos del caballo de Carpatia. Muy propio del soberano era tener una criatura monstruosa que avergonzara a los demás. Su caballo era, por lo menos, dos manos más alto y unos cuarenta y cinco kilos más pesado que los otros. Tenía una mancha blanca entre los ojos y las cuatro patas blancas. Su cola parecía dirigirse recto hacia arriba antes que el resto cayera como cascada que fluía bellamente. Las crines eran un poco más largas y espesas también. Mac había oído del Sabueso del Cielo. Este era el caballo del infierno.

Hasta parecía que pensaba. Bufaba con fuerza cuando otro caballo invadía su espacio y tiraba mordiscos y hasta

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pateaba para mantener su puesto. Carpatia demostraba haberse criado con caballos pues controlaba con mucha habilidad al monstruo, sujetándose un tanto con manos, rodillas y pies decididos. Cabalgaba varios metros delante y viró al caballo para enfrentar a los demás.

"Permitan que les recuerde a todos", dijo, "que estamos a pocos metros de un campo de batalla activa. En la actualidad, la resistencia mantiene el Monte del Templo en la superficie y son capaces de disparar desde lo alto del muro. Estén alertas. Esto no es una gira de la prensa ni un safari de turista. Me decepciona mucho decirles que acaban de comunicarme un levantamiento dentro de nuestras propias filas, desde el sur, en Egipto, y más abajo y desde el nordeste. Es irónico, pero algunos que juraron lealtad, ahora se denominan 'Babilonia revitalizada' y se complacen en afirmar su independencia. Estos levantamientos se aplastarán con rapidez. Mientras hablamos, hay partes de nuestra fuerza de combate, más que profusamente equipada, que marcharán a esos lugares para exterminar a esos falsarios. Lamentarán su insolencia solo mientras tengan aliento y luego los pisotearán y convertirán en ejemplo.

"Mientras tanto, de un modo figurado, nosotros nos dirigiremos a Petra. Digo que de un modo figurado porque no planeo desperdiciar las horas que harían falta para cabalgar a lomo de caballo unos noventa y seis kilómetros. La prensa de la Comunidad Global conseguirá lo que necesita cuando ataquemos desde aquí, abandonemos el ocupado Barrio Musulmán y nos dirijamos al sudeste atravesando los Barrios Judío y armenio, ambos también tomados con facilidad por nuestras fuerzas, y salgamos de la Ciudad Vieja por la Puerta de Sión. Allí ustedes se irán a vehículos capaces de cubrir la distancia a velocidades superiores a ciento sesenta kilómetros por hora. Unos minutos más tarde, yo me iré con mis generales y

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mi gabinete en un avión que nos transportará a nosotros y a nuestros caballos a la zona, poco antes de la llegada de ustedes.

"Tenemos cabalgaduras semejantes a las que ustedes tienen ahora, esperándolos en las afuera de Petra y tendrán el privilegio de presenciar que conduzco a nuestras tropas a la victoria sobre lo que será entonces uno de los dos enclaves de la oposición al nuevo orden mundial que quedan aún. ¡Sonrían a las cámaras! " '

Al fin Mac sintió que controlaba al caballo, pero no tenía intenciones de seguir a Carpatia uniéndosele en el avión. Si asignaban una parte de la escolta de seguridad a otra parte, Mac encontraría la manera de unirse a ellos y luego se iría a su propio helicóptero. No le importaría ver lo que pasaba abajo en Petra, aunque le habían enseñado que la pelea de verdad tendría lugar a poco más de treinta y dos kilómetros al norte, en Buseira, nombre moderno de la ciudad de Bosra, la antigua capital de Edom, donde el Mesías echaría al Ejército Unido de regreso hacia Jerusalén.

Además del mareo que vino de tratar de ponerse de pie por primera vez en muchas horas, Raimundo se halló dependiendo por completo del pequeño, pero nervudo Abdula Smith y el más ancho, fuerte y joven Navaja. Parecía que Lea había traído todo, menos muletas. Hizo su parte para ayudar, pero no podía sostenerlo y ante todo dirigió el movimiento tratando de mantener aisladas las heridas más vulnerables.

Raimundo no podía poner peso sobre el hueso fracturado de la pantorrilla, entablillado o no entablillado. Cojear estaba fuera de la cuestión, así que ambos hombres tuvieron que soportar todo su peso mientras lo llevaban al todoterreno. Aun su pie bueno que tocaba a veces el suelo, le enviaba

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oleadas de dolor por todo el cuerpo. El anestésico de la sien estaba pasando y Lea había decidido no ponerle más.

Sentarlo a horcajadas en el todoterreno fue una operación delicada. Lea enrolló una toalla y la metió bajo la rodilla de la pierna fracturada, intentando impedir que su pie tocara el vehículo. Eso lo dejó capaz de equilibrarse solo con la pierna y el pie buenos, más sus doloridos brazos que se aferraban con fuerza a la cintura de Navaja. Raimundo temía lo que sabía que iba a venir. En un momento, su peso iba a pasarse a la pantorrilla fracturada y tendría que luchar con Navaja por el otro lado o apoyar ese pie para no salir volando del todote-rreno.

Cuando estuvo ubicado en su asiento, Lea insistió que se quedara sentado y recobrara su compostura.

— ¿Se siente bien? —preguntó. —Creo que sí —dijo ya agotado. Cerró los ojos y giró el cuello, oyendo que hacía ruidos.

Luego dio una mirada al cielo. Las nubes tapaban ya la mitad del firmamento visible y empezaban a tomar diferentes colores. El sol estaba medio oculto en el horizonte, ancho y chato y casi todo de color naranja ardiente, coloreando las nubes con rosados, rojos y amarillos. Si no temiera por su vida, hubiera pensado que era uno de los cielos más hermosos que hubiera visto.

Lea dio instrucciones finales a Navaja. —Yo guiaré el camino —dijo—, el señor Smith me seguirá

por si se presenta un problema y tuviéramos que levantar otra vez al capitán Steele. Mi máquina tiene mucho peso también así que, si puedo pasar por cierta zona, ustedes también. Trataré de evitar grietas, baches, aun las rocas más pequeñas, Pero no podremos evitarlas todas, por supuesto. Traten de tomar lo más lento posible las partes más empinadas, pero Necesitarán potencia e impulso. Raimundo, usted tendrá que

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aguantar, sujetarse y apretar los dientes. Los primeros cuarenta metros están bastante claros, así que trataré de mantenerme al tanto para asegurarme de que lo están haciendo bien.

Raimundo se había considerado siempre un hombre de hombres. Casi un metro noventa y cuatro y muy musculoso, había hecho deportes con dolores de todo tipo y, desde el arrebatamiento, había soportado su cuota de heridas graves, pero quería gritar como bebé por ir a horcajadas, agarrado con fuerza al cinturón de Navaja. Todo le dolía. Era como si el dolor tuviera vida y mente y amenazara con matarlo. Mordía hondo, sobre todo en la sien y la pantorrilla, vibraba, pulsaba, pinchaba.

Cuando Navaja apenas había arrancado el motor, el solo zumbido pasó por el cuerpo de Raimundo mareándolo al instante. Es probable que Navaja se diera cuenta si se desmayaba, por el cambio de su prensión, pero Raimundo estaba decidido a soportar esto.

Lea avanzó poco a poco, con el par de neveras portátiles colgando de los lados de su moto como alforjas que no hacían juego. Navaja volvió la cabeza:

—Tan solo hable y yo paro. —Vamos —pudo decir Raimundo y el cuatro ruedas

empezó a rodar. Señor, ten misericordia. — ¿Va bien? —preguntó Navaja. —Hijo, no pregunte. Yo le diré. Siga moviéndose.

Sebastian se impresionó con la grandeza del sol vespertino que arrojaba su brillo sobre el enemigo vestido totalmente de negro. ¿Quién hubiera pensado que esta malvada masa de humanidad podría verse en una luz atractiva? Otto Weser, el

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alemán que había mantenido un grupo de creyentes casi hasta el final en Nueva Babilonia, se le unió.

—Otto, ¿soñó alguna vez tener este privilegio? — ¿Privilegio? Esa es mi definición del terrible y

sobrecogedor día del Señor. —Pero estar aquí, enfrentando al ejército del anticristo en

el último día de la tierra que conocemos... —Si es que voy a ser sincero de verdad, hubiera preferido

haber actuado basado en la verdad cuando tuve la oportunidad y estar ya en el cielo.

—Bueno, por supuesto —dijo Sebastian—, pero dado que lo perdimos, no hay lugar en el que quisiera estar ahora. Solo deseo que mi esposa y mi hija pudieran estar conmigo.

—Usted no quisiera que estuvieran aquí afuera —replicó Otto, con el significado tan evidente que Sebastian no pudo pensar en replicar—. ¿No le molesta un enemigo tan cerca que puede mirarnos la nariz?

Sebastian negó con la cabeza. —Si quisieran matarnos y Dios lo permitiera, ya hubiera

pasado hace rato. Estuve en un avión que los misiles no podían errar. Me siento invulnerable aquí. No puedo derrotar a este ejército con mi fuerza, eso lo sé, pero los doctores Ben Judá y Rosenzweig, y muchos maestros, me han convencido que toda esta fuerza de combate hará como los madianitas ante Gedeón, darán vuelta la espalda y correrán cuando termine esta noche. Estoy ansioso por verlo.

—Cuesta un poco creerlo, ¿verdad? Quiero decir mirando !a sola cantidad.

Sebastian se volvió y miró fijo al anciano a la luz del crepúsculo.

—Hace un rato, Dios cambió un día despejado en uno Nublado. Y usted... usted vio cuando a toda la ciudad de

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Nueva Babilonia la dejaban en ruinas en el transcurso de sesenta minutos. ¿Y dice que cuesta creer algo?

Raimundo detestaba más cuando Lea se detenía y Navaja tenía que hacer lo mismo. No había forma suave de hacerlo, al menos en estas laderas. A veces Navaja se veía obligado a parar sin haber hallado un lugar llano. Ahí estaba Ray, afe-rrándose fuerte para no caerse de espaldas.

—Aquí se pone dura la cosa —dijo Lea. Y los duros siguen adelante, pensó Raimundo recordando

un lema del fútbol universitario. — ¿Cómo calificas lo que hemos hecho hasta ahora?

—preguntó. —Facilito —dijo ella—. De aquí en adelante no podemos

parar. Apenas podemos desacelerar. Vamos a subir en ángulo agudo y tenemos que seguir adelante. Usted tendrá que aguantar. Vamos.

Ella partió más rápido de lo que Raimundo creyó posible o prudente y aunque Navaja no aceleró mucho, con un poco más de cuidado, pronto tuvo que acelerar el motor para subir. Un par de vueltas bruscas hicieron gritar a Raimundo, pero cuando Navaja sacó el pie del acelerador, Raimundo le aseguró, con otro grito, que estaba bien.

Pronto llegaron a la subida más abrupta y Raimundo sintió como si estuviera colgando cabeza abajo. Escrutó la zona a su alrededor dándose cuenta que si se soltaba aquí, iba a estar en serios problemas. Se caería más abajo de lo que cayó al comienzo. La moto de Abdula gemía al lado de ellos y este le hizo la señal de victoria. Raimundo meneó la cabeza. Todo lo que le hacía falta era rendirse a la tentación de soltar una mano y devolver el gesto y así sería hombre muerto.

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Descansó la frente en el medio de la espalda de Navaja. De dónde sacaban esos músculos de acero estos muchachos En su mejor tiempo Raimundo nunca fue como este ejemplar. El sol se ponía con rapidez y las luces automáticas de los tres vehículos se encendieron al mismo tiempo.

Al final, dieron la vuelta a una curva que los llevó a un sendero de verdad y Raimundo se dio cuenta de que el resto del camino sería relativamente fácil. Sin embargo, no estaba preparado para la bienvenida que recibió. Decenas de miles de los residentes estaban afuera, juntando el maná de la tarde y mirando los cielos. Se debía haber corrido la voz, rápido y por todas partes, de su situación porque todos demostraban saber que la improvisada caravana de motos era su transporte a casa.

La gente saludaba, gritaba, silbaba y levantaba las manos. Él no podía devolver los saludos salvo meneando la cabeza. Mientras tanto, Smitty saludaba como si fuera su propio desfile. Raimundo solo podía imaginarse la bienvenida que recibiría Jesús.

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SIETE

l sol se ocultó por completo en el horizonte, dejando una brillante y casi llena luna para iluminar un cielo moteado de nubes que de otra manera sería negro. Los colores de

las nubes cambiaron en un instante, los tonos pastel daban paso a azules, púrpuras, lavandas y huellas de un anaranjado oscuro que se desvanecía veloz.

Abdula, Navaja y Lea ayudaron a Raimundo para que llegara a sus habitaciones. Insistió en quedarse a esperar, sentado en una silla y muy incómodo, mientras acercaban la cama a la ventana abierta. De esa manera, acostado de espaldas, su vista abarcaría todo el bello cielo nocturno. Algo se fraguaba y, como es natural, él sabía qué era.

Navaja se veía ansioso por volver a su puesto y se fue enseguida. Lea dijo que estaría cerca en la enfermería y que ella o Hana vendrían en un instante con una sola llamada. Abdula dijo que estaba preocupado por Mac, entonces se dio cuenta que no debió haber dicho nada.

— ¿Dónde está Mac, Smitty? —preguntó Raimundo. Abdula se lo dijo. —Si algo le pasó a Macho —dijo Raimundo—, no quiero

que Kenny lo sepa. Y no quiero que me vea así. Sebastian, ¿puedes confirmar si todavía está con Priscila?

Abdula se puso a hablar por teléfono, puso al día a Priscila en lo tocante a Raimundo, al cual le hizo gestos de asentimiento.

—Kenny está a punto de irse a dormir —dijo. —Eso será para contárselo a sus nietos —comentó Ray—.

Yo me pasé durmiendo el regreso glorioso'. Raimundo agradecía haberse bajado del vehículo y estar en

su cama, pero cuando estuvo acostado de espaldas, comenzó a darse cuenta cuánto le había exigido ese día.

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—Es posible que yo mismo me la pase durmiendo —dijo—. Smitty, ¿me harías compañía? ¿Me mantendrías despierto?

El jordano parecía incómodo. Nunca había sido bueno para el conflicto y era evidente que no quería acceder a la petición de Raimundo.

—Vaya, hombre, está bien —dijo Raimundo—. Tienes cosas que hacer, tienes que ir a ciertos lugares.

—Capitán, no se trata de eso, pero pronto el doctor Rosenzweig debe...

—Ah, ¡está bien! —Y sí, me gustaría estar volando cuando todas esas cosas

pasen, si no le importa. — ¿Bromeas? Sabes que es allí donde me encantaría

estar, si pudiera. Amigo, vete, adelante. De verdad. Yo estaré bien.

— ¡Ah, de ningún modo me iría dejándolo solo! Me puedo quedar hasta que llegue el doctor Rosenzweig.

Con cuidado, Raimundo puso sus manos detrás de la cabeza después de doblar la almohada para levantar un poco más la cabeza. Desde su punto de observación tenía una amplia vista del cielo, con la luna lejos a su izquierda y el resto de su campo visual lleno con densas nubes coloridas que se movían. A medida que se oscurecía más el cielo, la luna parecía brillar más, las nubes más densas y las estrellas más claras. Como siempre, cuando sus ojos se acostumbraron al cielo nocturno, quedó a la vista una capa más profunda de estrellas, pero al contemplarlas iban desapareciendo y tuvo que escudriñar entre las nubes para ver más.

Jaime llegó con un pequeño séquito y Raimundo se sorprendió cuando los despidió a todos.

—Llamaré si los necesito. Cuando Abdula Smith se iba, Raimundo le hizo prometer

que lo llamaría con cualquier novedad de Macho o de Mac.

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— ¿Está seguro que quiere saber? —preguntó Abdula. —Por supuesto. No me protejan. Aunque sea lo peor,

pronto nos reuniremos con ellos. Jaime se sentó en una silla inclinada, cerca de la cama de

Raimundo y se echó para atrás. —Magnífico —dijo—. Como asiento de primera fila a la eternidad. No era propio de Jaime andarse con remilgos. Aunque ya

había pasado de los setenta, era un brillante individuo con energía ilimitada por lo que se veía y nadie sabía que él perdiera el tiempo. No obstante, ahí estaba ahora, sentado, contemplando los cielos de Israel sin tener nada que decir.

—Doctor, ¿tiene algo en mente? Quiero decir, más de un millón de personas, aquí darían cualquier cosa por pasarse esta noche con usted, ¿a qué le debo este placer?

Las cámaras de los noticieros de la Comunidad Global estaban enfocadas en la cabalgata carpatiana que salía por la Puerta del Estiércol. Mac se sintió aliviado al fijarse que él no era el único que se estaba acostumbrando a su corcel. Había una cantidad de hombres y mujeres por igual, representantes de otros subpotentados, que reaccionaban de forma exagerada a sus caballos y terminaban por hacerlos dar círculos o que estuvieran a punto de lanzarlos. Al principio, eso se acogió con sonrisas por todos lados, pero enseguida fue evidente que eso ya no divertía a Carpatia. Despidió a la prensa e instó sus generales que hicieran abordar a todos los diversos medios de transporte a Petra.

Mac observaba, buscando su oportunidad, pero se decepcionó cuando su comandante lo escogió para que acompañara avión de carga de Carpatia, lo bastante grande para varios

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caballos y vehículos. Si esos que estaban al mando supieran que una vez Mac había sido el jefe de pilotos de Nicolás...

En otro tiempo, Mac se había enorgullecido de mantener la calma en las crisis, sobre todo cuando estaba en la clandestinidad, pero al desmontar y pasar por la ceremonia de entregar su caballo a un joven moreno con una chillona camiseta para que lo llevara al avión, no se le ocurrió nada más creativo que intentar, sencillamente, hablarle para que no lo hiciera.

—Oye, amigo, digamos que aquí tengo un problema. —Sí, ¿qué sería, amigo?—dijo el joven con su acento de

Nueva Zelanda. —Me coloqué en el grupo equivocado. ¿Será muy tarde

para alcanzar a los demás? — ¿Quiere decir los transportados en los Hummers y afines? —Exacto. —No sé, pero mejor que lo intente. Si sube a este avión

cuando no se supone que esté aquí, habrá que pagar con sangre. De todos modos, no me queda lugar para un solo caballo más.

Mac recuperó el caballo y cuando uno lo llamó, preguntando qué se creía que hacía, gritó:

— ¡Cumplo órdenes! ¡Voy a donde me indicaron! —y miró por encima del hombro para confirmar que la voz no fuera la de su comandante. De otro modo se comprometería, lo que animó a Mac. No quería tener problemas con nadie de la CG estando tan cerca del regreso de Jesús. No le hacía falta en absoluto que lo arrestaran ni le dispararan justo antes del fin.

El animal que montaba parecía responder al propósito de Mac. Sabía a dónde iba ahora y quería llegar rápido. Lo primero que quería hacer, una vez fuera de la vista de todos, era llamar para tener noticias de Macho, de los planes de Carpatia y ver si se sabía algo de Raimundo. Luego quería llegar a su helicóptero y quitarse el infernal uniforme del Ejército Unido de la Comunidad Global. Nunca le había parecido más seductora su ropa, sencilla y suelta.

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Sebastian sentía el cansancio, no del aburrimiento, sino de la inactividad. Había suficiente tensión y expectativas para hacerlo llegar a la medianoche, hasta el amanecer si fuera necesario. Esperaba que la cosa no llegara a tanto. Agradecía a la Cooperativa Internacional y al trabajo que realizaba Leonel Whalum desde la muerte de Cloé Steele Williams. Detrás de Sebastian había tres gigantescos reflectores, equipo que solo la cooperativa podía haber localizado y transportado. Sin ellos, los ojos de Sebastian podían jugarle una mala pasada. A la sola luz de la luna se hubiera imaginado que el Ejército Unido empezaba a avanzar otra vez. Sentía el rugido, sentía la vibración, sabía que algo estaba pasando, pero lo que tenía que hacer era mover las palancas, enfocar esos rayos gigantescos hacia el enemigo y determinar que solo se mantenían en su lugar, a poco más de ochocientos metros de distancia.

Navaja llegó deslizándose en una nube de polvo. Se acercó saludando y se puso firme.

—Muchacho, en realidad tienes que dejar eso —dijo Sebastian—. Yo soy tan militar y entusiasta como el que más, ¿pero qué voy a hacer contigo? ¿Pasarte por corte marcial y ponerte en el calabozo por, cuánto, digamos, una hora o dos?

—Lo siento, señor —contestó Navaja, procediendo a informar todo lo que él decía que fue su cometido para su capitán Steele.

—Bueno, me alegro de saber qué no eras más que tú haciendo rugir el suelo. Me hizo pensar que el enemigo se movía otra vez.

—Ah, sí, señor. — ¿Se mueven? —Sí, señor. Pude verlos avanzar desde las colinas. A este

nivel no los puede ver, pero se han desplazado un buen tramo sin duda lo han hecho.

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Sebastian despachó a Otto Weser para que prendiera las grandes lámparas.

—Confiaría en mis binoculares para ver de noche, pero no me importa que los muchachos de la Unidad vean lo que tenemos. De todos modos, sus caballos no pueden estar acostumbrados a esto.

—A la orden, Gran Perro Uno —respondió Otto. —Enciéndelas —dijo Sebastian, y las altas luces rasgaron

las arenas del desierto—. Misericordia. El enemigo había avanzado en silencio unos setecientos

treinta metros en la oscuridad y la línea del frente de sus tropas montadas, al parecer interminable, ahora guardaban silencio a poco más de setenta metros. Era evidente que solo aguardaban las órdenes de atacar.

—Debiéramos atacarlos señor —dijo Navaja. — ¿Cómo? —Debiéramos... —Te oí, Navaja. Solo que no puedo creer que te oí. En otra

situación, eso sería brillante. En serio. Los tomaríamos por sorpresa. Como darle el primer golpe al matón. Sabes que ellos no lo estarían esperando.

— ¿Entonces? —Dos cosas: primera, si todo lo que les tiráramos diera en

el blanco, causaríamos una pequeñísima estampida, mataríamos unos cuantos soldados y caballos y, luego nos masacrarían. Segunda, según sé, somos invulnerables donde estamos. No podemos estar allá, afuera.

—Hay otra cosa —dijo Navaja. —Escucho. —Esta batalla ya se ganó y sin que nosotros levantemos

un dedo. —Bueno, está eso, sí.

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El teléfono de Sebastian sonó. Era Mac. "Sí", dijo George, "Raimundo ya está de regreso en sus habitaciones con Jaime es evidente que mejora. ¿Y Macho?... Lamento oír eso. ¿Hablaste con Chang?... Es probable que monitoreando al mundo. Correremos la voz".

—Siento que nos parecemos mucho, capitán Steele —dijo Jaime.

Por un segundo eso apartó la mirada de Raimundo de la ventana. No se podía imaginar a mucha gente que fuera tan diferente como él y Jaime. Eran judío y gentil, viejo y no tan viejo, del Oriente Medio y estadounidense, botánico y aviador, líder de un millón de personas y líder de un grupito.

—Siento —dijo Jaime—, que a pesar de nuestras diferencias culturales y de trasfondo, ambos somos hombres normales, lanzados a decisiones y papeles que no escogimos. ¿Cierto?

—Supongo. —Es posible que sea más sorprendente que yo sea un

creyente en el Mesías que usted. Sin embargo, a los dos nos costó mucho llegar aquí, ¿verdad?

—Llegamos. —Como sabe, en mi posición actual, tengo más compañía,

más amigos, compañeros, ancianos y asesores, de lo que uno pudiera necesitar. Cierto, no me guardo la opinión tocante a quiénes escogería para pasar esta noche. A decir verdad, si hubiera podido escoger de todo el universo, hubiera elegido a su yerno. Nos conocemos hace muchísimo tiempo. Lo conocía antes de que fuera creyente y él me conocía de mucho antes que yo lo fuera, cosa que me atrevo a decir que aún le cuesta mucho entender. Tengo la esperanza de que si vuelve esta noche, pudiera reunirse con nosotros y sería bienvenido.

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En efecto, Chang estaba monitoreando al mundo. Parecía que había recobrado tuerzas. Sabía que debía estar acostado ¿pero quién podría dormir en un momento como este? Estaba mirando los informes procedentes de todo el mundo sobre las personas, en especial judíos, que depositaban su fe en Jesucristo como su Mesías. Eran decenas de miles cada pocos minutos sumaban millones ahora, y a él le parecía que eso no pararía sino hasta el regreso glorioso. Tenía que haber señales en el cielo antes de eso y estaba profetizado que muchos más se entregarían a Cristo.

Pocos minutos más tarde, a Raimundo y Jaime les llegaron las noticias de Sebastian sobre Macho. Raimundo no sabía cómo sentirse. Sabía que Macho estaba bien, mejor que nunca, y que lo vería pronto. Aun así, detestaba pensar que el joven, el padre de su nieto y esposo de su hija, había sufrido tanto. Raimundo había perdido a muchos amigos y seres queridos, ninguno tan cercano como su hija y ahora su yerno. Sin embargo, en el pasado había podido tolerar en cierto modo las pérdidas, diciéndose que era el precio de la guerra, el resultado inevitable del llamado que tenían.

No era tan fácil ahora y menos cuando impactaba de tan cerca. Llamó a Mac.

Las nubes se abrieron y la luna resplandeció brillando hasta el Mar Muerto, directamente debajo de Mac.

—No te voy a mentir, Ray. Sí, parece que sufrió un final tremendo, pero estaba haciendo lo que quería. Trabajó para eso, se preparó para eso y, si te acuerdas, los primeros

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informes que recibimos de él decían que Zión y él hicieron lo que esperaban.

— ¿Cómo está la resistencia? — Casi terminada. La Unidad los empujó al Templo del

Monte y está claro que la CG apenas ha rasguñado la superficie de sus recursos. Pudieran tomar toda la ciudad en cualquier momento que quisieran.

—Supongo que vas a volver. —No del todo —dijo Mac—. Quiero ver desde el aire lo

que pasa en el perímetro de Petra. Después quiero volver a Buseira y ver cómo pasan las cosas allá.

—Sabes que daría cualquier cosa por estar allí contigo. — ¡Santo cielo! Ray, ¿viste eso? —Lo veo. Te dejo. Llegó el momento de mirar el

espectáculo.

Una nube había tapado a la luna que estaba casi llena, brillando e iluminando a las danzarinas nubes. De repente, pareció que había desaparecido, como si alguien la hubiera apagado, como a una luz. Raimundo sabía que al fin y al cabo la luna solo reflejaba al sol, así que era el sol, muy bajo el horizonte, el que había perdido su luz. El cielo estaba oscuro.

Raimundo le pidió a Jaime que apagara todas las luces. —No veremos nada, capitán —dijo Jaime—. Sin embargo,

mejor para ver lo que viene. Una vez apagadas las luces, Raimundo sabía que Jaime

estaba en la ventana solo por el sonido de su voz. — ¿Ha visto alguna vez una negrura tan densa? —preguntó Raimundo. —He visto muchas maravillas en los últimos siete años —dijo Jaime—. Esto es como ver nada, pero la simple

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expectativa que engendra hace que un zumbido me atraviese desde la coronilla a las suelas de mis zapatos.

Un relámpago rasgó el cielo y Raimundo se asombró al ver de nuevo las nubes por un momento.

—Creo que vi una estrella fugaz —dijo—, me gustan mucho.

—Eso fue más que una estrella fugaz —dijo Jaime—. Que como usted sabe, no es una estrella en realidad. Lo que vio fue una verdadera estrella que caía, quizá un meteoro. Pronto caerán las estrellas y los meteoros y se oirá solo uno. Isaías predijo que las estrellas del cielo y sus constelaciones no alumbrarán. El sol se oscurecerá y la luna no brillará.

—Dios dice: 'Castigaré al mundo por su maldad y a los impíos por su iniquidad; también pondré fin a la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los despiadados...

“’Por tanto, haré estremecer los cielos, y la tierra será removida de su lugar ante la furia del Señor de los ejércitos, en el día de su ardiente ira...

“’Cada uno volverá a su pueblo, y cada uno huirá a su tierra. Cualquiera que sea hallado será traspasado, y cualquiera que sea capturado caerá a espada'.

Raimundo meneó la cabeza. —Hay otra diferencia entre nosotros, Jaime. Yo nunca he

sido capaz de memorizar así. — ¿Qué otra cosa tengo que hacer, Raimundo? Como dije,

me lanzaron a este puesto y el maestro se volvió estudiante. Mi anterior protegido, el doctor Ben Judá, no aceptó que yo le prestara poca atención a las Escrituras. Me disciplinó, me empujó, me asentó en ellas. En lo principal, Dios me dio amor por su Palabra. Ahora no hay nada más que deseara hacer salvo estudiarla en cada momento libre y aprender lo más posible de memoria.

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La gente de Enoc se puso de pie de un salto y gritaron cuando el sol de la temprana tarde desapareció del cielo suburbano de Chicago. Aunque sabía lo que venía, el mismo Enoc se asustó cuando la luz del día se convirtió en la noche más negra y la temperatura disminuyó de inmediato.

Oyó un sonido como de silbido rugiente y pensó en el cliché que la gente siempre usaba cuando hablaba de un tornado: "Sonaba como tren carguero". Pues bien, esto sonaba como un avión a punto de estrellarse. Estaban bastante cerca del aeropuerto para que eso pudiera ser, pero Enoc no recordaba haber escuchado un avión a retropropulsión.

Algo venía y estaba cada vez más cerca. "¡No se asusten!", decía Enoc, pero sin poder ocultar el

temor en su voz. "Esto se profetizó. Acabamos de hablar de esto. Todo es parte del plan de Dios".

Sin embargo, cuando lo que venía cayendo terminó por estrellarse en la carretera principal, al otro lado del centro comercial, no hubo forma de detener a la asamblea para que no se fuera de estampida a mirar. Enoc trotaba detrás de ellos, agradecido por las luces fotosensibles de la calle que empezaban a encenderse por todas partes. Un meteoro de un metro de diámetro había hecho un hoyo en la carretera de más de tres metros de ancho por unos seis de profundidad.

Y ahí llegaba otro. La gente gritó y se diseminó, pero Enoc se quedó donde

estaba. "¡Creo que estamos protegidos!", decía. "Ninguno de los juicios del cielo ha dañado al pueblo de Dios! ¡Tenemos su marca, su sello! ¡Él nos protegerá!"

Aun así, su grupo de creyentes se había dado a la fuga. Enoc sonrió. Ya los regañaría mañana cuando estuvieran ilesos. Qué raro parecía caminar en la oscuridad de la medianoche

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siendo temprano en la tarde. El siguiente meteorito, que Enoc calculó era el doble del otro, hizo desaparecer una de las anteriores tiendas importantes del desierto centro comercial, causando una explosión de tal magnitud que tuvo taparse los oídos y, aunque en verdad creía que no se lastimaría, se pilló tirándose a cubrirse y esperando que los escombros le golpearan la cabeza.

Enoc corrió de regreso a donde se había encontrado con la gente, pero ahora estaba solo. Se sentó en un banco de cemento y miró el espectáculo. Sobre todo escuchó. Si hubiera sido un cavernícola, hubiera creído que el cielo se desplomaba, que las estrellas se habían salido de sus órbitas y que al final todas caerían a la tierra.

______________

La frecuencia de los informes de judíos que se volvían al Mesías aumentó de forma extraordinaria durante la siguiente media hora. Chang le hizo gestos a Noemí para que se acercara y le rodeó la cintura con un brazo mientras ella seguía de pie a su lado. No podían determinar qué era más entretenido, la miríada de cámaras que informaban desde el mundo oscurecido o el metro que iba subiendo y así daba prueba plena del cumplimiento de la profecía de que un tercio del remanente judío llegaría a creer en Jesús como su Mesías en el tiempo del fin.

Chang solo podía pensar en las horrorosas escenas que había monitoreado cuando Carpatia estaba en el colmo de su furor asesino contra los judíos. Los había detenido, encerrado en campos de muerte, matado de hambre, golpeado, humillado con guerra sicológica, de todo. Que uno hubiera sobrevivido era un milagro. Que muchos llegaran a creer era otra cosa.

—Esto es diferente a la última vez que vino Jesús —dijo Noemí—. Además de que no estábamos listos, sucedió en un

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abrir y cerrar de ojos. Al parecer, Él va a ejecutar esta por todo lo que vale.

Mac tenía una extraña sensación. Lo habían entrenado para vuelo instrumental, por supuesto, pero aún le parecía desconcertante no ver nada arriba. Y la única luz del suelo era producida por el hombre. Poco a poco fue reconociendo luces de embarcaciones, luces de otros aviones, luces delanteras de automóviles y camiones y vehículos militares. Oyó el chillido de meteoritos que caían, por encima del casi siempre ensordecedor ruido de las aspas, zas, zas, zas y hasta oía las explosiones cuando se estrellaban en la tierra. Eso era nuevo. Mac nunca había podido escuchar nada dentro de la cabina de un helicóptero, en especial si tenía puestos los auriculares.

Ahora, aun por encima de la cacofonía de los aviadores de la CG que exigían saber qué estaba pasando, la tierra resonaba con la ira de Dios, con la caída literal de los cielos. Un meteoro de no menos tres metros y medio de diámetro cayó a unos treinta metros del helicóptero de Mac. Sus luces lo iluminaron y lo siguió hasta que se estrelló en un edificio, enviando una lluvia de fuego y chispas al aire. No tenía idea qué podía haber sido el edificio, pero eso le hizo detenerse un poco. ¿Estaba protegido de esos monstruos de piedra y metal que caían? Hasta uno pequeño demolería el helicóptero, y ahora empezaban a caer en torno a él. La gente que estaba en tierra tenía que estar aterrada, en particular las tropas del Ejército Unido. Mac se preguntó cuántos desearían ahora poder cambiar sus marcas de la lealtad.

Estaba muy seguro de que estaba protegido, como los creyentes desde que empezaron los juicios hace siete años. Sin embargo, bastante seguro no era suficiente para seguir su plan.

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Mac se dirigió a Petra, sabiendo que el espacio aéreo era seguro. Si tenía que morir, podían haberlo matado ahí muchas veces, pero se salvaba de manera milagrosa en cada ocasión.

Raimundo pasaba el mejor día de su vida. Como es natural, la noticia de Macho lo había apenado, y a pesar de lo que sabía del futuro, le produjo ese dolor en el fondo de su estómago, como la pérdida de Cloé, pero yacer en su cama, mirando estremecerse los cielos, como se había profetizado miles de años antes...

Y tener a su viejo amigo, Jaime Rosenzweig, al cual Dios había escogido para que fuera un Moisés de los días modernos, citando esas profecías de memoria, bueno, eso casi le hizo olvidar su dolor y sus heridas

—'Después de esto vi a otro ángel descender del cielo' —dijo Jaime—, 'que tenía gran poder, y la tierra fue iluminada con su gloria. Y clamó con voz potente, diciendo '¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en habitación de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo y en guarida de toda ave inmunda y aborrecible. Porque todas las naciones han bebido del vino de la pasión de su inmoralidad, y los reyes de la tierra han cometido actos inmorales con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con la riqueza de su sensualidad'.

—Eso es lo que tiene hoy tan enfurecido a Carpatia. Una cosa fue perder su ciudad amada y ver a los demás reyes de la tierra y a los grandes mercaderes vertiendo lágrimas de cocodrilo por ella. Pero otra es que se lo restrieguen en su cara de esa manera, que un ángel lo declare, saber que fue el cumplimiento de una antigua profecía de su enemigo jurado... No es de asombrarse que ahora ande furioso destruyendo. Tiene un plan, una estratagema que cree a prueba de necios, aunque no

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es tonto y ha leído el Libro. Aun así fracasará y nosotros lo presenciaremos.

—Deseo tanto poder estar allá ahora —dijo Raimundo—. Por qué tenía que pasar esto hoy, de todos los días?

No podía ver a Jaime, pero oyó la sonrisa en su voz. —El líder del Comando Tribulación no va a empezar a

interrogar a Dios ahora, ¿verdad? Tú, entre todos. A ti que te liberó su mano tantas veces como a mí. A ti que atravesaste el fuego como Sadrac, Mesac y Abedenego cuando la CG lanzó sus bombas sobre Petra y tú, ¿tú vas a gimotear por tener que estar adentro en el día lluvioso?

Raimundo tuvo que reírse. —Escucha esto del profeta Joel —dijo Jaime—. 'Y daré

prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová'.

—Yo vi eso —dijo Raimundo—. Cuando la luna se convirtió en sangre. No fue mucho antes de perder a Amanda.

—Lo sé —dijo Jaime luego de una pausa—. Todos hemos perdido mucho y, no obstante, mucho se nos restaurará. Aquí está lo mejor, también de Joel: 'Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sión y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado'.

‘‘Porque he aquí que en aquellos días, y en aquel tiempo en que haré volver la cautividad de Judá y de Jerusalén, reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat, y allí entraré enjuicio con ellas a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a quien ellas esparcieron entre las naciones, y repartieron mi tierra'.

Todo lo que Raimundo pudo hacer fue gruñir. A veces, la Escritura tenía ese efecto en él. No había nada más que decir. Al menos, no de él.

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—Somos esos cautivos —dijo Jaime—. Mis hermanos y hermanas, los hijos de Israel.

—Me hace desear serlo —dijo Raimundo. —Ah, lo eres, por supuesto, por adopción. Los creyentes

gentiles son sus hijos e hijas adoptivos. —Sí, pero todos ustedes son su pueblo escogido. —No que hayamos resultado dignos. Quizá por eso

siempre se nos dice los hijos de Israel. — ¿Qué es esa referencia al valle de Josafat? —Ah, es donde tendrá lugar el juicio, en un valle creado

cuando se divida el Monte de los Olivos, cuando Él ponga sus pies allí. El mismo Jesús juzgará a todos los hombres y la profecía dice que será allí mismo. La Biblia dice más sobre Él que eso de que Él es el Rey que regresa y el guerrero victorioso. También lo trata de juez. El Evangelio de Marcos dice: 'Entonces verán al Hijo del Hombre que viene en las nubes con gran poder y gloria. Y vi el cielo abierto, y he aquí, un caballo blanco; el que lo montaba se llama Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y hace la guerra'.

_____________

Sebastian se paró al lado de su Hummer con Otto y Navaja, forzando los ojos para ver lo posible. Los meteoros llovían sobre el enemigo y los ruidos de caballos y soldados presas del pánico le llovían a él. ¿Era posible que los centenares de miles de potros pudieran irse de estampida. ¿Y qué significaría eso para los planes que tenía el Ejército Unido para Petra? Los vehículos quedaban aplastados, estallando en llamas y ofreciendo la única luz que le daba una idea de la distancia a que habían llegado las filas del frente. Parecía que aún estaban prácticamente encima, pero Sebastian tenía que saberlo.

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— ¿Sabemos la hora? —dijo Raimundo—. Sé que sabemos lo que viene a continuación, ¿pero sabemos cuándo? —Nunca —dijo Jaime—. Yo era uno de los que pensaba

que el regreso glorioso sería exactamente a los siete años de la firma del pacto entre el anticristo e Israel, pero es evidente que estábamos equivocados en eso. Sabemos que después de los fenómenos del cielo viene la señal de su llegada, pero nada nos dice si será inmediata. Dios tiene su propia hora.

—Mil años son como un día y todo lo demás —dijo Raimundo.

—Y al revés. El estruendo de los meteoritos estremecía el pequeño

refugio de Raimundo y, a medida que aumentaba la frecuencia, también se movía su cama. Sentía cada herida. El anestésico de la sien había pasado hacía mucho rato, y el dolor lo punzaba y latía. Su mentón también lo molestaba aunque había considerado que esa era la menor de sus lesiones. Cada rasguño, magulladura y cortadura estaba sensible, y el tobillo dolorido que había causado la inflamación de su pie, hacía que los músculos estuvieran tensos. Lo sentía en ambas piernas, hasta arriba de la cadera.

Raimundo alisó la almohada y puso su cabeza hacia atrás, estirándose. No tenía idea de qué lo mantenía despierto. Claro que, por otro lado, lo sabía.

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Mac sobrevoló Buseira donde vio poco, salvo luces diseminadas en el suelo y pronto estuvo en la frontera de Petra. Verificó con Chang para informarle que iba a aterrizar. Lo último que quería era que lo tomaran por avión enemigo y el Gran Perro Uno y su gente le dispararan. ¿Dios lo protegería hasta de ellos?

— ¡Oye! —gritó Mac en el teléfono, ¿qué es eso? ¿Qué hace Sebastian?

—Usa sus grandes antorchas para iluminar el cielo —dijo Chang—. Quiere saber cuánto daño causan los meteoritos al Ejército Unido.

—Parece que está más fascinado con las nubes. —Yo también. —Te oigo, Chang. Yo también. Si te comunicas con él,

dile que deje esos bebés apuntando derechito para arriba.

Sebastian no habría soñado con hacer otra cosa. Los reflectores tenían al enemigo mirando hacia arriba. Las nubes cubrían todo el cielo, centelleantes, irritadas y uniéndose entre sí para formar un cielo diferente a cualquier otro que se haya visto jamás. A lo lejos, en la distancia, Sebastian escuchó el sordo rumor de explosiones con mucho eco y al final dedujo que eran truenos. ¿Significaba eso que había rayos cayendo en alguna parte? ¿O era que solo estallaban cursando los cielos, entre las nubes?

"Apaguen las luces un minuto", dijo por radio, eliminando la posibilidad de que le impidieran ver los rayos. En efecto, por encima de las nubes, ¿y quién sabía cuan gruesas eran?, había diminutos estallidos de luz que pulsaban como si

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trataran de traspasarlas. De repente, la luz artificial perdió su atractivo. Si una tormenta se venía encima, Sebastian quería verla en toda su gloria natural.

Mac aterrizó y se fue rápido a las habitaciones de Raimundo, sorprendido por hallarlas oscuras como la medianoche. Consideró reabastecerse de combustible y volver a volar. Independientemente de ver a Raimundo, si es que estaba ahí, nada se compararía con observar desde arriba cuando el anticristo recibiera su merecido.

Golpeó con suavidad. — ¿Hay alguien aquí? — ¡Mac! —escuchó. Era Raimundo, pero Jaime lo saludó

cuando se abrió la puerta. Luego de abrazar a todos en la oscuridad y de un rápido

relato del día de ambos hombres, Raimundo le dijo a Mac que había otra silla en la otra habitación. Mac volvió con la silla, tanteando ruidosamente, y se instaló frente a la ventana.

—Lindo espectáculo —dijo—, pero debieras verlo desde un helicóptero.

—Me rompes el corazón —dijo Raimundo. —Perdón. —No, quiero detalles. ¿Vas a volver? —Lo estoy pensando, socio, parece peligroso. —Me imaginaba que a estas alturas tú ya hubieras tirado

toda cautela al viento. Ray, quiero estar vivo cuando ocurra. Eso es todo. .

Apuesto que nuestro viejo Jaime, aquí presente, se sentía

tentado a ir contigo una vez que aparezca la señal en el cielo.

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—Ah, no, caballeros —dijo Jaime, riéndose—. Mi puesto está aquí. Quiero que todo el remanente se coloque en los lugares altos, observando el regreso. Todos debemos estar ubicados, cantando, orando, listos para adorarlo en espíritu y en verdad y, lo mejor de todo, en persona.

—Al menos tengo que estar allí —dijo Raimundo—.. Mac, ¿te puedes cerciorar de eso?

—Amenos que me convenzas de volver a volar, sí, seguro. Los tres hombres saltaron cuando un rayo golpeó directo

encima de ellos al suelo y de un retumbante rugido que le siguió enseguida. El impacto tenía que ser a menos de ochocientos metros de distancia. Estremeció la habitación haciendo ecos por medio minuto entre las montañas y colinas circundantes.

—Empezamos —dijo Jaime—. Mantengan los ojos en el cielo.

—No tiene que decirme eso —dijo Mac.

--------------------- — ¿Se supone que llueva? —dijo Sebastian—. Eso parece, pero no estoy seguro que sea así.

—No lo creo —dijo Otto—. No recuerdo haberlo oído en ninguna enseñanza, pero quizá se refiera más a mi curva de atención que a las profecías.

—No quiero que mis muchachos estén allá fuera si llueve —dijo Sebastian—. Sobre todo si tenemos la opción.

— ¿Cuál es la opción? —Ahí me agarraste. No tenemos suficientes vehículos y

nadie quiere estar de vuelta en Petra cuando todo se desplome. —Hablé por usted, Perro Grande —dijo Otto—. Yo estoy

por las comodidades de la criatura. Quiero decir que quiero ver lo que haya que ver, pero no tengo nada contra un impermeable y un paraguas.

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Sebastian echó la cabeza hacia atrás riéndose a carcajadas. —'Heme aquí, Señor' —dijo imitando mal el acento alemán—. '¡Ponme botas para la lluvia!' Eso hizo reír aun a Navaja que se controló enseguida. —Ruego que me perdonen, señores —dijo. Y pronto los tres se desternillaban de la risa.

Abdula había tomado un pequeño jet con una gran cubierta de plexiglás sobre la cabina, que le brindaba una vista panorámica. Sobrevoló las masas reunidas cerca de Petra, luego se fue a toda velocidad al norte, hasta Jerusalén, casi sobrecogido por la extensión del Ejército Unido. Sabía. Había oído. Le habían enseñado. Aun así, verlo con sus propios ojos le cortaba la respiración.

¡Cuánto camino recorrido en tan pocos años! Se había acostumbrado a no mostrar sus emociones en público. Era su cultura, la manera en que lo criaron. Ah, sí, se había divertido, sobre todo con Mac, y se había sentido enojado, también con Mac. No obstante, volar por encima de los elementos que constituían el capítulo final de la historia y darse cuenta de lo fácil que hubiera sido perdérselo todo, eso hizo que Abdula no pudiera contener las lágrimas.

Lo educaron en otra religión distinta por completo y su conversión a Cristo significó dar las espaldas a su familia y, al parecer, a su patria. Sin embargo, la verdad caló en él. Su decisión por Jesús fue un inmenso salto de fe, pero desde el comienzo le quedaron claros su rectitud, la Verdad con V Mayúscula. Al fin y al cabo, siempre había sido un estudioso.

Abdula se divertía porque sus nuevos amigos, en particular los estadounidenses, parecían pensar que él tenía límites intelectuales debido a su pobre inglés. Algo de sus patrones

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de hablar, con su acento jordano, hacían que pareciera un niño para ellos. Él lo sabía por la manera en que lo miraban, en que le respondían. A veces, admitía, lo fingía. Uno podía reunir más información pareciendo joven e inocente.

Él era cualquier cosa menos eso. Abdula había pasado por los rigores del entrenamiento militar hasta que le dieron el certificado para pilotar aviones a retropropulsión de casi cualquier tipo. ¿Pensarían sus nuevos amigos que todos los jordanos eran tan infantiles y tontos que confiarían a un joven de limitadas capacidades mentales el pilotaje de bombarderos que valían decenas de millones de dinares? Eso daba risa. Había sido un piloto afamado y al final un entrenador.

Abdula se preguntaba qué pensarían sus nuevos compatriotas de su serio estudio de las profecías con Zión Ben Judá y Jaime Rosenzweig. Al contrario de muchos, guardaba silencio la mayor parte del tiempo y no hacía muchas preguntas, pero usaba la misma materia gris que le permitió entender las miles de especificaciones técnicas de los sofisticados aviones modernos y que lo hicieran un piloto de primera.

Los doctores Ben Judá y Rosenzweig, quizá por ser humildes nativos del Oriente Medio, no se asombraron de las tendencias intelectuales de Abdula, demostradas en correspondencia electrónica privada y conversaciones. Y aunque la enseñanza fuera muy teológica y profunda, las partes más persuasivas de todo eran los cumplimientos casi diarios de las profecías.

Abdula no dudaba que las Escrituras antiguas fueran auténticas, habiendo sido escritas miles de años antes del nacimiento de Cristo. Cientos y cientos de profecías se habían cumplido, muchas delante de sus ojos. La nueva fe de Abdula crecía más firme cada día a pesar de su pena por la pérdida de su familia, en medio del temor constante de que lo descubrieran sin la marca de Carpatia y, sí, aun con su resquemor privado

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porque era evidente que sus amigos suponían que no era tan brillante como ellos.

Sabía que Mac, Raimundo, Macho y los demás lo querían de verdad. Quizá pudiera educarlos en el próximo capítulo de este despliegue de la historia y ellos verían que no había razones para que fueran condescendientes con él, aunque ni siquiera se dieran cuenta de que lo eran.

Los rayos habían aumentado y eso le gustaba mucho a Abdula. Arrojaban fantasmales e intermitentes estallidos de luz a las tropas inquietas de abajo. Iluminaban las nubes, las que de otra forma no se habrían visto debido a la ausencia de la luna y la luz de las estrellas. ¡Ah, qué escena tan gloriosa e intimidante!

Abdula oraba agradeciendo a Dios por la distancia recorrida, por permitir en su reino a un candidato tan improbable como él, por protegerlo aun ahora del poder letal del enemigo.

Sobre Jerusalén Abdula notó diminutas fogatas que salpicaban la ciudad, muchas en el Monte del Templo. Los relámpagos revelaban que había tropas de la Unidad rodeando esa zona que ahora él sabía era el último baluarte de la terca resistencia. Tuvo que reírse. Si al menos pudieran ver su situación desde su punto de observación. Era como si un loro creyera que había ordenado su propia jaula. Aun así, los admiraba. Estaba de su parte. Eran el pueblo escogido de Dios y al final Jesucristo les daría la victoria.

Ah, Jerusalén iba a caer, eso lo sabía. Aunque debido a que cada una de las otras profecías que estudió se había cumplido al pie de la letra según se anunció, tampoco tenía dudas de que Jesús enderezaría de nuevo las cosas. Teniendo el tanque Heno de combustible y un espectáculo de rayos y relámpagos para iluminar el campo de juego, Abdula sentía que estaba en primerísima fila para el mayor espectáculo de la tierra.

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Con un giro agudo a la izquierda y un sobrevuelo de los millones de tropas que había en el gran valle de Meguido, Abdula dirigió su estridente aparato de vuelta al sur. Lo siguiente en su agenda era Carpatia apareciendo en Edom para dirigir contra Petra a la tercera parte de sus fuerzas. Los reflectores del Ejército Unido cruzaban el cielo desde tierra y en ocasiones se detenían en el aparato de Abdula. Con todo, él no tenía temor. "Lancen sus misiles tierra-aire", susurraba. "Van rebotar de este avión como pelotas de bádminton".

_____________

Raimundo estaba mudo. Nunca se había considerado silencioso en particular, pero en medio de ese trío podía haber sido ratón de iglesia. A Jaime siempre le había gustado explicarlo todo a fondo, cada verdad, idea o concepto. Era su forma de ser. Y Mac era su equivalente tejano, quizá no tan elocuente ni intelectual, pero siempre preparado para dar una sencilla opinión sobre todo.

Sin embargo, ahora era fantasmagórico. Los tres estaban callados. Ya los relámpagos y rayos eran casi constantes, largos, gruesas hebras de oro que se encendían de nube en nube y de la nube al suelo, y aunque fuera del alcance del ojo humano, Raimundo lo sabía, a menudo desde el suelo a la nube.

La duración y la severidad de los truenos variaban, pero culebreaban por los cielos con tal velocidad y abundancia que el aire crujía y golpeaba. Con los ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! llegaban los estallidos ensordecedores de los truenos que estremecían las paredes de las endebles habitaciones de Raimundo.

Los relámpagos iluminaban las nubes que Raimundo no podía imaginar mayores ni más activas y, no obstante, así

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eran. Ahora parecían tener kilómetros de ancho y espesor, grises y negras y henchidas de humedad, como si fueran a estallar. Y cubrían todo lo demás que hubiera arriba. Si no fuera por su fe, esta escena habría sido horrorosa. Sin duda, se estaba desencadenando el poder y la ira del Dios del universo, y quienes no confiaban en su amor tenían que estar aterrados.

"Asombroso", susurraba Raimundo, pero los otros dos hombres, perfilados por los constantes relámpagos, no se movieron ni respondieron. Su pobre resumen tenía que haberlos impactado tan poco como a él.

--------------------

Sebastian enfocó sus gafas protectoras de visión nocturna en los cielos, teniendo que acordarse de respirar. Sentía que Otto lo presionaba por un lado y Navaja por el otro, aunque eso le hubiera parecido muy raro en otras circunstancias, recordándole su infancia, cuando él y su hermano menor se abrazaban de miedo cuando presenciaban una tormenta de truenos desde la cama, tormentas con una milésima de la intensidad de esta.

Y justo cuando Sebastian creía que el cielo ya no podría contenerse más, los relámpagos se movieron a una velocidad absurda. Cientos, miles de truenos estallaban en el suelo del desierto a cada segundo, ensordecedores rugidos de truenos que se amontonaban unos sobre otros en una invasión tan abrumadora que se vio obligado a dejar caer las gafas que quedaron colgando de su cuello cuando se tapó los oídos con ambas manos. El cielo estaba incendiado desde el este al oeste y de norte a sur, con jirones cegadores que se disparaban hacia todas partes. El suelo ondulaba y rodaba, y Sebastian supo que tenía que ser por una combinación de los rayos, los

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truenos y el absoluto pánico de las fuerzas montadas del anticristo. Miró a Otto para que revisara las tropas de Ree Woo al otro lado del perímetro y a Navaja para ver las suyas al otro extremo.

En Illinois, Enoc estaba con su Biblia debajo del brazo, tratando de protegerla si llovía, pero cuando los relámpagos y rayos demostraron perder todo sentido de las proporciones, todo lo que pudo hacer fue quedarse de pie, poniendo con ambas manos la Biblia sobre su cabeza, ofreciéndola a Dios como una forma de adoración. ¡Qué espectáculo! ¡La espantosa y terrible ira del Señor desplegada para todo el mundo!

Enoc pensó en las Escrituras del Antiguo Testamento que tenía marcadas y se sentó de inmediato, hojeando las páginas y leyéndolas a la luz casi constante de la fantástica producción eléctrica, gritándolas a los cielos.

"Métete en la roca, y escóndete en el polvo del terror del Señor y del esplendor de su majestad.

"Se meterán los hombres en las cuevas de las rocas y en las hendiduras de la tierra, ante el terror del Señor y ante el esplendor de su majestad, cuando se levante para hacer temblar la tierra.

"La mirada altiva del hombre será abatida, y humillada la soberbia de los hombres; el Señor solo será exaltado en aquel día.

"Porque el día del Señor de los ejércitos vendrá contra todo el que es soberbio y altivo, contra todo el que se ha ensalzado, y será abatido.

Hallando las advertencias proféticas del libro de Oseas y Joel, Enoc leyó sobre los enemigos del Señor. "Entonces dirán a las montañas:' ¡Cúbrannos!', y a las colinas:' ¡Caigan sobre nosotros!'".

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"Truena la voz del SEÑOR al frente de su ejército; son innumerables sus tropas y poderosos los que ejecutan su palabra. El día del SEÑOR es grande y terrible. ¿Quién lo podrá resistir?

Puedo soportarlo, pensó Enoc, al igual que cualquiera que ve pasar su ira y confía en la misericordia de Dios.

Leyó de Joel 2:12: "Ahora bien —afirma el SEÑOR—, vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos".

Y de Nahúm 1:6: "¿Quién podrá enfrentarse a su indignación? ¿Quién resistirá el ardor de su ira? Su furor se derrama como fuego; ante él se resquebrajan las rocas".

El versículo siguiente ofrecía esperanza aunque otra advertencia directa: "Bueno es el SEÑOR; es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en él confían".

Cerca del final del Antiguo Testamento, Enoc llegó a Sofonías y leyó del primer capítulo, versículos 14 a 17: "Ya se acerca el gran día del SEÑOR; a toda prisa se acerca. El estruendo del día del SEÑOR será amargo, y aun el más valiente gritará.

"Día de ira será aquel día, día de acoso y angustia, día de devastación y ruina, día de tinieblas y penumbra, día de niebla y densos nubarrones, día de trompeta y grito de batalla contra las ciudades fortificadas, contra los altos bastiones.

"De tal manera acosaré a los hombres, que andarán como ciegos, porque pecaron contra el SEÑOR. Su sangre será derramada como polvo y sus entrañas como estiércol".

Más allá de toda comprensión, pensó Chang, la Red Global de Noticias obviaba el espectáculo de la naturaleza. Por el pirateo de noticias de todo el planeta sabía que los relámpagos constantes eran fenómeno universal. De Sri Lanka llegaba suministro de datos visuales de una zona metropolitana incendiada, con su centro urbano en llamas debido a miles de

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rayos. La gente hacía pillaje, aplastándose unos a otros, gritando o rogando misericordia.

Un camarógrafo de la RGN, o su valiente productor, transmitía imágenes de un pequeño grupo de judíos contrarios a Carpatia, arrodillados en medio de los relámpagos, debajo de una antigua bandera israelí, una estrella de David y una cruz burdamente improvisada. Le hacían desprecios al dios de este mundo, mostrando con osadía que nunca habían recibido la marca de la lealtad al soberano supremo, pero que ahora estaban por el Mesías.

Desde América del Sur llegaba lo mismo. Sin que importara de dónde viniera la información, llegaba como si fuera a la medianoche. La única luz provenía de fuentes artificiales y los relámpagos. Los ciudadanos estaban histéricos, hasta había muchos con la marca de Carpatia que le gritaban obscenidades a través de las cámaras exigiendo saber dónde estaba y qué estaba haciendo al respecto. Chang le pidió a un colega que hablaba español que tradujera lo que gritaban los sudamericanos.

"Están diciendo", tradujo, "que esto es una evidente ofensiva del mismo Dios, ¿y entonces qué dice el soberano de esto? ¿Quién ganará? Quieren saber. ¿Quién ganará?"

Hasta los productores que trabajaban directamente para la CG, enviaban peticiones con duras palabras exigiendo saber por qué la RGN pasaba por alto sus transmisiones. ¿Qué era más importante que un trastorno cósmico como este, uno que veía la destrucción y el pánico del planeta?, se preguntaban. Se asesinaba a la gente, se cometían suicidios, saqueos, actos de violencia. Sin embargo, la RGN pasaba reportajes del esfuerzo bélico que lo encubría todo.

"Tropas del Ejército Unido destacadas en Egipto ya vienen de regreso al valle de Meguido", berreaba una conductora, mostrando vídeos de abrumadoras victorias de la CG. "Informes del nordeste envían las imágenes y los generales de la

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Unidad anuncian que tendrán sus compañías de vuelta en Israel con mucho tiempo para el sitio de Jerusalén".

Una entrevista al mismísimo Carpatia mostraba la necedad del así llamado reportaje objetivo. Se mostraba al soberano encima de su enorme caballo, justo fuera del avión de carga que los había transportado a él y sus generales hasta Ash Shawbak, a medio camino entre Petra y Buseira, la antigua capital de Edom. Eso colocaba a Carpatia y su gente a unos dieciséis kilómetros al este de su inmenso Ejército Unido, que llegaba hasta la frontera de Petra.

—Me complacen los informes del sur y del nordeste —decía él—. Y ahora estamos a punto de embarcarnos en una de nuestras iniciativas más estratégicas. La tercera parte de nuestra fuerza de combate avanzará a la fortaleza rebelde parapetada en Petra. El servicio de información nos dice que una mísera unidad defensiva ha rodeado la ciudad, pero que se supera sin esperanzas y ya ofrecieron rendirse.

A Carpatia lo interrumpieron estallidos casi continuos de truenos que él y la reportera demostraron obviar.

—Excelencia, ¿ese enclave no se atacó dos veces antes? —La palabra adecuada no sería 'atacó' —dijo Carpatia,

haciendo que Chang lanzara una carcajada. El primer intento fallido fue la llegada de numerosas tropas y armamentos de la CG que la tierra tragó de forma milagrosa. El segundo fue un bombardeo doble que produjo un manantial de agua que dio sostén a la gente hasta el día de hoy, y lo cual también hizo que el remanente judío que habitaba en Petra, y unos pocos miembros del Comando Tribulación, se protegieran de un modo sobrenatural de la consiguiente tormenta de fuego.

Es más —prosiguió Carpatia—, hicimos propuestas Pacíficas al liderazgo, ofreciendo amnistía para todo el que de

forma voluntaria abandonara la fortaleza y aceptara la marca d de lealtad. Tenemos entendido que muchos desearon hacerlo,

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pero que esos líderes los masacraron. Muchos recordarán que fue esa misma jefatura la que me asesinó, solo sirviendo para darme la oportunidad de probar mi divinidad al levantarme por mí mismo desde los muertos.

"Pues bien, esta vez no habrá negociaciones. A los leales a nuestro nuevo orden mundial los asesinaron o huyeron, así que los servicios de información nos dicen que ahora Petra solo la habitan rebeldes a nuestra causa, asesinos y blasfemos que han rechazado todo intento de razonar con ellos.

Las cámaras se enfocaron en el soberano cuando le pasaron una espada de plata, inmensa de grande, casi caricaturesca, que tenía incrustaciones rococó de oro y un mango excesivamente ornamentado. Se la ató a la cintura y después la desenvainó en forma teatral, con un chillido largo, lento y metálico. La apuntó al cielo y Chang no pudo dejar de orar en silencio que uno solo de esos rayos hallara la punta y asara al enemigo justo donde estaba.

—Por tanto —continuó Nicolás, —nuestro plan es la aniquilación. Yo mismo conduciré este esfuerzo, claro que con la hábil asistencia de mis generales. Reuniremos las tropas en cuanto lleguemos y el sitio solo debiera demorar pocos minutos.

Al tirar Carpatia las riendas haciendo girar su cabalgadura hacia el este, corriendo a todo galope, la reportera lo llamó:

— ¡Todo lo mejor para usted, santo! ¡Y que se bendiga usted mismo y que honre su nombre con este esfuerzo!

Chang llamó a Mac informándole de esa locura. "Ustedes debieran sintonizar esto", dijo. "Las cosas están llegando a su culminación".

Abdula escuchó la transmisión por radio y se fue a sobrevolar Ash Shawbak. Los aviones de Carpatia y sus flotas de vehículos eran visibles, pero Abdula volaba a demasiada

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altura para distinguir a los individuos o a los caballos. Sin embargo, veía al Ejército Unido hacia el oeste y sabía que a Nicolás no le llevaría mucho tiempo llegar allí.

Los relámpagos dejaban al descubierto a un ejército desordenado. Como es natural, los caballos se asustaban con los relámpagos, los rayos y los truenos, y a Abdula le parecía que los jinetes luchaban por impedir que sus cabalgaduras salieran a todo correr a las colinas. Era un misterio lo que Carpatia creía que podría hacer con este desorden.

Y justo de esa manera, cesaron los rayos. El cielo estaba negro como el carbón, igual que antes. Los

reflectores de la Unidad se veían patéticos, horadando de forma tenue la negrura espesa. Llegaban a las gruesas y candentes nubes que flotaban amenazadoras sobre toda la tierra. El final de los truenos volvió fantasmal el relativo silencio de la cabina. Abdula miraba a su alrededor para ver lo que venía a continuación. Y mientras más miraba, más se preguntaba cuánto se demoraría el Señor. Ahora los caballos debían estar bajo control. Carpatia debía estar seguro de tener la victoria en la mano.

Raimundo se dirigió a Mac para que trajera la radio de la otra habitación. Mac la trajo a tientas en la total oscuridad.

—Podrías encender una luz —dijo Raimundo, con el silencio fantasmal que lo inquietaba.

—Ah, por favor, no —dijo Jaime—. Esta oscuridad es del Señor, ¿no lo sientes? —La siento muy bien —contestó Raimundo—. Cada parte de mí quiere estar afuera, en la oscuridad. Daría cualquier cosa por estar al lado de Carpatia en este momento. Me gustaría mucho ver la expresión de su rostro cuando echen de vuelta a Buseira y luego a Jerusalén.

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— ¿Cómo verías algo? —preguntó Mac. —Esto no es más que un preliminar —intervino Jaime—-.

En algún momento esta oscuridad se volverá como la luz del día. Carpatia se dará la vuelta y escapará a todo correr del Hijo del Hombre que será la única fuente de luz. Todos los que estén cerca de Nicolás lo verán, exacto, y me uno a Raimundo tocante a querer estar allá. Aun así, estaré aquí, vigilando, adorando, cantando. Y entonces todos seguiremos, todos iremos por la ruta que nos trajo hasta acá. Cruzaremos la gran distancia y nos juntaremos con el Mesías cuando triunfe en Jerusalén y luego suba el monte de los Olivos, en el cual se transfiguró hace tanto tiempo.

—Yo tengo que estar en ese viaje —dijo Raimundo. —No en tu estado —dijo Mac. Raimundo meneó la cabeza en la oscuridad. —Aquí será demasiado solitario.

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El repentino silencio y la total negrura hicieron que Enoc volviera a temer la lluvia y lo enviaron a buscar su automóvil. Sus oídos aún tintineaban por la cacofonía de la hora pasada y, mientras se dirigía tambaleándose, tentando el camino con los dedos de los pies, divisó por fin el débil resplandor de unas pocas luces de la calle.

Manejó a casa, planeando sacar una silla de playa del subterráneo, en la que podría disfrutar el resto del espectáculo desde su patio.

Enoc tenía que hallar alguna forma de ir a Tierra Santa lo más pronto posible después del regreso de Jesús. Confiaba en que lo vería en el cielo, el regreso y todo, pero Jesús se iba a confinar de nuevo en un cuerpo terrenal y los creyentes de todo el mundo querrían verlo. Él iba a gobernar desde Jerusalén

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y los peregrinajes comenzarían de inmediato. Él y la gente de El Lugar iban a tener que reunir dinero para financiar ese viaje.

Sebastian estaba a tono y debatiendo qué hacer. Sus gafas protectoras de visión nocturna no servían casi para nada en esta clase de oscuridad. Eso significaba que tenía que ser sobrenatural porque los había usado con todo éxito en subterráneos donde no había ninguna fuente de luz. Ahora no podía distinguir las nubes y solo la luz ocasional de un vehículo del Ejército Unido brindaba indicios visuales.

¿Qué iba a hacer si las fuerzas de la Comunidad Global atacaban antes que regresara Jesús? Sabía que a él y su gente y todo el remanente de Petra los liberarían al final como estaba profetizado, ¿y mientras tanto? ¿Tendría que pelear? ¿Devolver ataques? ¿Disparar? Sabía que podría infligir ciertos daños porque él y los suyos ya lo habían hecho. ¿Su gente recibiría fuego enemigo y los herirían o los matarían?

Era un militar, pero esta decisión tenía mucho de teología. Sebastian podía consultar con el doctor Rosenzweig, pero el anciano ya tenía suficiente en qué pensar. Su cometido era el remanente. El de Sebastian era la defensa del perímetro. ¿Podría él hacer algo de forma estratégica dejando que el Ejército Unido aplastara su posición, sabiendo que iban a caer en una trampa de proporciones cósmicas?

No era la forma en que lo prepararon, pero tampoco era que tuviera muchas opciones. Cierto, podía demorarlos, atraerlos con golpes quirúrgicamente diseñados de sus armas de energía dirigida y los rifles de calibre cincuenta, pero nadie teoría con certeza si eso serviría de algo, ni por cuánto tiempo debía tratar de detenerlos.

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Estaba claro que no habría manera de detener por mucho tiempo a una fuerza de ese tamaño. ¿Diez minutos? ¿Veinte? Seguro que no más. Podría asestar cierto daño, pero una vez llegado el Señor, los lastimeros esfuerzos de Sebastian carecerían de significado. La cosa era si ya carecían de todo significado.

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NUEVE

aimundo percibió inquietud en Jaime cuando se cum-plieron las dos horas de esa negrura silenciosa por completo que cubría la faz de la tierra.

—Mejor que vaya a ver los ancianos —dijo—. Esto no puede durar mucho más y en cuanto aparezca la señal del Hijo del Hombre, ¿quién sabe cuánto pasará antes de la llegada misma?

—Esa es la frase, quién sabe —dijo Mac—. Una vez que llegue, creo que me habrá convencido de volver afuera, Ray, ¿no te importa?

—Claro que me importa, pero no te privaría de eso. Yo puedo arreglarme en la soledad. El asunto son los celos.

—Me perdonarás —dijo Mac. —Te perdonaré. — ¿Quieres que mande a Lea o Hana o alguien para que te

acompañen? Raimundo consideró eso. —No lo creo —dijo—. Cualquiera pudiera ser aquí una

distracción. —Yo me voy —dijo Jaime—. Esto ha sido un recuerdo

maravilloso. —Como quiera, doctor—dijo Mac—. Yo pudiera llevarlo

al viaje de su vida, ya sabe. —Lo sé. Te lo agradezco, pero tengo responsabilidades

hasta que aparezca el Mesías. Raimundo lo oyó acercarse en la oscuridad y buscó sus

manos. Jaime tomó la mano de Raimundo con sus dos manos, diciendo:

Señor McCullum, únase a nosotros, ¿quiere?

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R

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Mac se acercó y Raimundo sintió una mano en su hombro y supuso que la otra estaba en el de Jaime.

—Apocalipsis uno y tres hablan de esto —dijo Jaime—'Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de este mensaje profético y hacen caso de lo que aquí está escrito, porque el tiempo de su cumplimiento está cerca'. Amén.

Raimundo y Mac repitieron el Amén. —Dejen que ore por nosotros —dijo Jaime, pero antes

que empezara los ojos de Raimundo se abrieron primero por el ruido y luego la luz de algo nuevo en el cielo. Para Raimundo el sonido solo era comparable al de un cable de alta tensión caído que en cierta ocasión vio rebotar y saltar.

—Ah, Dios , ah, Dios —oró Jaime dándose vuelta para mirar y Raimundo se quedó mirando con fijeza.

Se meció para poder sentarse e inclinarse hacia delante, atisbando lo que parecía ser relámpagos, pero como ninguno que hubiera visto antes. Gruesa, dentada y profunda, una línea vertical amarilla de unos treinta metros de alto se extendía por encima del horizonte a, lo que calculó, era por lo menos unos dieciséis kilómetros en el cielo. A unos dos tercios de su altura lo cruzaba una línea horizontal del mismo grosor y la mitad de su largo.

Raimundo no podía hablar. Apenas podía respirar. Allí, sin duda, estaba la cruz de Cristo, estampada en los cielos con rayos persistentes, crepitando con energía sin frenos, pero sin golpear nada. Entrecerró los ojos por su fulgor, pero no podía despegarlos. Se sentía lleno de reverencia, asombro, del amor de Dios. Esta era la señal del Hijo del Hombre que estaba ahí para que la viera todo el mundo, pero también era personal, ardiendo en su corazón.

El ardiente fulgor iluminó el cuarto. Jaime se alejó al fin marchándose sin decir palabra. Raimundo lanzó una mirada a Mac y casi se cae de la cama. ¡Mac era negro! Y parecía que trataba de decir algo!

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—Bueno, qué cosa —fue todo lo que logró balbucear, y entonces notando la evidente reacción de Raimundo, dijo—: Ray, soy yo obra, de Zeke.

—Mac, me pasó algo. _ A mí también, socio, está ahí, tan clara como el día. _ No, me pasó algo. _ ¿De qué estás hablando? Raimundo se deslizó fuera de la cama y se paró al lado de

Mac, en la ventana diciendo: —Estoy de pie. Mac se volvió a él. —No te precipites, Ray. Tómate esto paso a paso. —Estoy bien —dijo Raimundo. — ¿Quieres decir que...? —Eso es lo que digo, Mac. Nada de dolor, nada de heridas,

mírame. Raimundo se arrancó las vendas. Hasta el agujero de la

sien había desaparecido, aunque todavía no tenía pelo donde Lea había afeitado la zona alrededor de las suturas. Se inclinó y se quitó el vendaje del tobillo. Ni siquiera una cicatriz. Saltó varias veces, luego se quitó el entablillado plástico de la pantorrilla y lo tiró de un puntapié.

—No me digas. Raimundo saltaba y gritaba. — ¡Te digo! ¡Mac, salgamos! Llévame a volar. —Ray, bueno, no sé qué decirte de eso. —Hombre, entonces quédate aquí sentado mirando

porque yo... ¡yo me voy!

Mac estaba arropado con una frazada liviana, tirado en su diván cuando apareció la señal. Prorrumpió en llanto alzando

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los brazos. "Alabado sea Dios, alabado sea Dios", decía y comenzó a cantar todos los himnos de adoración que se sabía La cruz se extendía desde el cielo hasta el cielo, era inmensa como lo había escrito el compositor de himnos: "por encima de los despojos del tiempo". Algo de su abrumadora majestad sencillamente comunicaba victoria.

¿Cuánto tiempo llevaba orando por la gente del centro de la ciudad a quienes Dios les mandó atender y eran su carga? ¿Y por cuánto tiempo había predicado y enseñado sobre este mismo día, este mismo acontecimiento? No tenía idea qué forma adoptaría, pero esto era perfecto. "Me glorío en la cruz de Cristo", dijo, con la voz enronquecida.

Enoc se dejó caer de la silla barata y desvencijada, arrodillándose, haciendo reverencias a Dios. Aunque bajaba la cabeza y cerraba los ojos, la imagen de la cruz en el cielo seguía en él, como grabada a fuego por dentro de sus párpados.

En cuanto Chang vio la cruz en cada pantalla del banco de monitores que tenía delante, le gritó a Noemí que vino volando. Tomados de la mano salieron corriendo hacia afuera y subieron a su lugar preferido. No hablaban. No había palabras para esto. Se tiraron de espaldas y contemplaron una y otra vez.

"Gracias, gracias, Dios", se regocijaba Abdula. A la primera manifestación de la señal, había enfilado el avión directo a la cruz a toda máquina. ¿Estaba ahí, justo frente a él, como los objetos tridimensionales que aparecieron en los cines cuando era niño? Parecía que podía estirarse y tocarla, pero aunque su avión alcanzó la velocidad máxima en segundos, la cruz no parecía acercarse. Sus brazos horizontales, como los de Jesús, parecían dar la bienvenida a todo el mundo en su abrazo. El único paso lógico que seguía era el Señor y Abdula ya no podía esperar.

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Durante dos horas Sebastian no había sabido qué esperaba el enemigo y quizá el enemigo tampoco lo sabía. Sin embargo, la señal se convirtió en un gatillo improvisado y de repente los rebeldes corceles del Ejército Unido se movieron. Sus jinetes, ahora bien visibles gracias a la enorme cruz del cielo, acicateaban sus corceles para que fueran a todo galope y ahí venían.

—Gran Perro Uno a todas las unidades —gritó Sebastian en su radio—. No disparen. Esperen. A mi orden.

Protestas de todos lados le abarrotaron los oídos. "Alto, alto, alto", decía aunque los jefes de las compañías de todo el perímetro informaban que el enemigo estaba a pocos metros, literalmente.

— ¿Se volvió loco? —chillaba Otto a unos cuatrocientos metros a la izquierda de Sebastian.

— ¿Ha perdido su fe, Otto? —Ree Woo a Gran Perro, señor, llegó la hora. —Aguanta. —Permiso para decir lo que pienso, señor —entró una

transmisión urgente de Navaja. —Negado. Sigue las órdenes. La línea frontal del Ejército Unido cerró la brecha en

segundos y Sebastian se quedó firme donde estaba, enfrentando los jinetes con rifles que le apuntaban y otros con las Opadas desenvainadas. Sabía que era tan visible para ellos como a la inversa, estando de repente tan claro como el día el Perímetro de Petra. Solo el cielo detrás de la tosca cruz estaba negro cubierto de nubes.

El Ejército Unido abrió fuego y Sebastian se encogió, pero no se dio vuelta ni buscó refugio. Unos doscientos hombres de sus tropas estaban entre el ejército y la ladera que llevaba

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casi derecho a la ciudad rojiza de Petra y todos estaban disparando. Disparar desde un caballo a todo galope no era cosa fácil, pero con seguridad algunas balas tenían que haber dado en sus blancos.

Los silbidos de la metralla rebotando en las rocas llenaban el aire y las expresiones de las caras de los jinetes no tenían precio. Los espadachines conducían sus corceles entre los fusileros a caballo y uno, sin duda turbado pero decidido, iba derecho a Sebastian. George levantó una mano moviendo los dedos como en un saludo o un adiós y el soldado que blandía la hoja, tiró un golpe en amplio arco cuando pasaba por el lado. Fue como si la hoja pasara a través de la cintura de Sebastian.

Ahora él estaba perdido en el medio del Ejército Unido, y un jinete tras otro cabalgaba directo a él, unos disparando y otros haciendo tajos con sus espadas. Ninguno lograba siquiera empujarlo. Uno pareció detenerse haciendo girar su caballo para probar de nuevo, solo para que lo atropellara una oleada de sus compañeros que no tenían a donde retroceder.

George se dio vuelta y miró la carga desde la ladera que llevaba a Petra. Era evidente que el ejército había subestimado la habilidad de los caballos para moverse en el terreno empinado y todo pareció frenarse hasta detenerse. Los de la llanura seguían llegando, produciendo un enredo del tránsito que alcanzaba proporciones bíblicas. Los soldados se gritaban unos a otros. Los comandantes aullaban órdenes que no podían obedecerse. Mientras tanto, Sebastian y su gente caminaban con alegría en medio del enemigo, ilesos.

Chang obvió su teléfono lo más que pudo. Había pensado apagarlo, decidiendo que por fin había terminado su labor, pero prevaleció su sentido del deber. Se desprendió de la

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señal magnética del cielo, le lanzó una sonrisa a Noemí pidiendo disculpas y contestó.

Era su ayudante. —Te va a encantar ver esto —dijo él. —Ya estoy mirando lo que quiero ver —dijo Chang. —Con todo, aún te interesa la cuestión judía, ¿no es cierto? — ¿La cuestión judía? — ¿Lo que el doctor Rosenzweig llamó 'el vuelco

mundial al Mesías'? —Por supuesto, pero eso ha estado pasando desde la

transmisión de Jaime. —Y aumentó mucho con la tormenta eléctrica. —Exacto —dijo Chang—. Entonces, ¿qué hay de nuevo? —Tienes que venir y ver. La palabra masivo ni siquiera

empieza a describirlo. Tiene que haber habido millones todavía indecisos, pero no más. Quizá había millones de indecisos, pero ya no. Todos vienen al Señor, y parece que cada uno de ellos nos lo quiere decir.

Raimundo nunca había pensado qué se pone uno para encontrarse con Jesús. Rebuscó en el armario, hallando, también como se profetizó, unos pantalones deportivos de tres años y medio, pero como nuevos, medias y botas. Se vistió en segundos.

—Ray, ¿estás pensando lo mismo que yo? — ¿Qué? —Que no podemos irnos tan frescos de aquí si uno está

bastante sano para pelear. Se avecina una batalla y se supone que los dos estemos ahí.

Mac, no me hagas esto ahora. —Ya no quiero estar más aquí, Ray, pero Sebastian, Navaja, Otto y los demás están defendiendo el perímetro.

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— ¡Ah, hombre! Bueno, Abdula se fue. Raimundo se trasladó a su infancia cuando alegaba su

caso con sus padres: — ¿Por qué él pudo hacerlo? —Abdula puede responder a su propia conciencia. — ¿Y yo tengo que responder a la tuya? —Ray, solo hace lo debido. — ¿Tú te quedas como sea? —Tengo que quedarme. Estoy hecho de esa manera. —Tenías que convertirte de repente en mi padre. —Ray, haz lo que quieras. Yo comprenderé. —No me voy a volar sin ti, Mac. ¿En realidad crees que

Dios me sanó para que ayude en una batalla que Él ya prometió ganar?

Mac meneó la cabeza. —No dije que tenga sentido. Solo te dije lo que pensaba. —Voy a hablar con Sebastian.

— ¡Aquí Gran Perro Uno! —gritó Sebastian—. ¡Háblame!

Cuando oyó la pregunta de Raimundo, se puso a reír a mandíbula batiente.

—Tú y Mac pongan sus traseros en el aire ahora mismo y, si no lo hacen, ¡yo iré para allá y los lanzaré yo mismo!

Le contó a Raimundo dónde estaba y lo que estaba pasando. —Entonces me creerás cuando te diga que cuando

apareció la señal, Dios me sanó. —Compadre, ahora creo lo que sea. Yo iría con ustedes si

no significara tener que dejar a mi gente. Así que te acordaras de cada detalle, ¿oíste?

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Noemí le había repetido bastante a Chang, el amor de ella por é le hacía cuestionar la objetividad de ella, también los líderes, que él había cumplido una función crucial no solo para el Comando Tribulación, sino también para todo el remanente de Petra. Eso le satisfacía y, aunque se sentía aliviado de la presión diaria de vivir como un topo en la guarida del anticristo en Nueva Babilonia, había hallado que Petra era un reto poco común.

Noemí había sido el brillo, por supuesto. Sin embargo, su trabajo, a veces catorce a dieciséis horas diarias, resultaba ser demoledor y fortalecedor. Sus ayudantes le decían que eso era poco decir y algunos hasta sostenían que podía ser el experto en computadoras número uno del mundo a pesar de su juventud.

Todo eso estaba bien y era bueno, pero cuando se examinaba y trataba de detectar qué era lo que le molestaba en su trabajo actual, le salía el antiguo refrán del corredor de bienes raíces: la ubicación, la ubicación, la ubicación.

Las computadoras habían avanzado mucho durante su vida, pero aún tenían que mantenerse adentro, al abrigo del clima. Eso hacía que Chang se siguiera sintiendo como un topo, viviendo sobre todo en subterráneos o al menos puertas adentro. Sus salidas siempre eran en los breves descansos o al final del día o cuando se robaba un instante o dos para estar con Noemí, como acababa de hacer. Ahora ahí estaba, justo antes del Regreso Glorioso de

Cristo, sentado delante de un grupo de pantallas, manteniendo controles en todo el mundo. Claro que era un privilegio. ¿Quién más lo hacía o sabía cómo hacerlo? Y él sabía que había aportado mucho, como la habilidad para meterse en las transmisiones del enemigo, tanto por computadoras como

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televisión. Chang supo que allí era donde iba a estar para el fin del mundo aunque hubiera preferido estar con el resto del remanente, formando filas afuera y que lo condujeran a las alturas por diferentes senderos.

Podía llorar, gemir o hacer su trabajo, y esto último era lo que haría. Habría tiempo para estar en primera fila, capaz de asimilar cada detalle del reino milenial. Por ahora, iba a monitorear y coordinar las actividades de sus compatriotas que debían mantenerse en comunicación.

Sebastian estaba en el medio del intento de invasión del Ejército Unido, lo mismo que Navaja, Otto y Ree.

Abdula estaba volando, ¿quién sabe dónde? Jaime estaba trabajando con los ancianos para coordinar a

la gente. Lo último que supo era que Raimundo recibió la sanidad y

que él y Mac estaban buscando un vehículo todoterreno con tracción a las cuatro ruedas para poder meterse en la pelea.

Leonel estaba en la misma situación de Chang, atado a un escritorio, administrando aún las distantes proezas de la Cooperativa Internacional con la ayuda de Ming Woo.

Lea y Hana estaban a cargo de la enfermería, manera educada de llamar a una instalación médica tan grande como la mayoría de los hospitales.

Chang recibió más responsabilidades de las que le parecía correspondiente a su cargo, pero como los líderes estaban ocupados en otras cosas, él iba a tomar decisiones ejecutivas. Abdula había hablado por radio, pidiendo autorización para reunirse con las masas de Petra.

"Tengo entendido que ya se venció la resistencia al Ejército Unido en el perímetro", decía, "pero aún están seguros y protegidos y sabemos que ahí no se necesita ayuda extra".

Chang no podía culpar a Abdula por preguntar. Era lo mismo que él quería hacer, uno de afuera en vez de un consejero, por

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falta de mejor descripción. "Siga adelante", le dijo Chang. También le explicó a Abdula por qué tenía dificultades para comunicarse con Raimundo y Mac, pero un minuto después todo eso también cambió.

—Chang —dijo Raimundo—, Sebastian no nos necesita y no puede emplearnos. Le di instrucciones que traiga sus tropas para que entren a unirse con el remanente. Ya terminaron su obra.

—Aun así, ¿no tendrían que atravesar el Ejército Unido para llegar hasta aquí ahora?

—Ya están en medio de ellos y el enemigo no tiene poder sobre ellos. En cuanto Jaime y los ancianos tengan ubicados a todos en su lugar, la población de acá puede mirar hacia abajo, a las planicies que rodean Petra. Tendrán una vista perfecta del cielo y la tierra.

— ¿Y usted y Mac? —Mac va a volar en su helicóptero y yo necesito un

todoterreno . — ¿Está seguro que quiere salir de vuelta en uno de esos? —Chang, ¿cuáles son las posibilidades? Tengo que volver

a subirme al caballo, como dicen. Chang verificó sus datos y le dijo a Raimundo dónde tenía

Leonel Whalum las mejores unidades "llenas de combustible, cargadas y listas para salir". ¿Y dónde irá o no tengo que saber? Voy donde Mac me diga. Él va a sobrevolar el Ejército Unido, tratando de detectar al líder. Quiero estar bastante cerca para ver y escuchar a Carpatia. Él tiene que estar en alguna parte allá, detrás de la horda que pasó barriendo la posición de Sebastian y que va subiendo camino a nuestra frontera oeste.

Chang le informó a Raimundo de lo que cada uno de los demás hacía, incluyendo a Abdula.

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—Y usted sabe dónde estaré yo. —No podríamos sobrevivir sin ti, Chang. —Sí, sí.

Enoc se puso a hablar por teléfono, meneando la cabeza. No podía culpar a su pequeño rebaño por salir huyendo a todo correr. También él se había asustado, pero no había dónde ir y nada que temer en realidad. Eso era muy fácil decirlo, pero muy distinto era comportarse conforme a eso cuando se estremecieron las potencias de los cielos. Claro que tampoco le parecía bueno estar apartado de su gente, justo ahora.

Cuan surrealista se sentía estar tirado en una silla playera en un patio de los suburbios, tratando de comunicarse por teléfono con feligreses mientras que una cruz luminosa de kilómetros de ancho y largo vibraba en el cielo. Por fin se conectó con Florencia, una negra de edad mediana que parecía tener mucha influencia en la congregación.

—Florencia, ¿dónde están todos? —Pastor, como la mitad de nosotros estamos aquí, un

poquito avergonzados pero bien. — ¿Y dónde es aquí? —Creo que como a tres cuadras de usted. Volvimos al

centro comercial, pero ya su automóvil no estaba, así que nos imaginamos que estaba en su casa.

—Estoy en la casa, ¿por qué no vienen todos para acá y están conmigo cuando llegue el Señor?

—Usted nos dijo que nunca diéramos indicios del escon-dite. ¿Cómo vamos todos a caber en su subterráneo?

Él le dijo dónde estaba.

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—Como es natural, no queremos llamar la atención de los vecinos ni de la CG, ¿pero no le parece que ahora están preocupados con el cielo?

—Espérenos. Vamos para allá. Solo unos pocos tenemos automóviles y los dejaremos aquí.

Mac conversaba con Leonel Whalum mientras cargaba combustible en el helicóptero.

—No he salido en todo el día —le decía Leonel, con las manos en la caderas y contemplando la cruz en el cielo—. Salvo para llevarle al capitán Steele su todoterreno, por supuesto.

— ¿Ni siquiera para la tormenta eléctrica? Eso fue tremendo. —La oí. La vi en pantalla. Te diré, Mac, uno pensaría que

las cosas de la Cooperativa ya habrían terminado a estas alturas, pero nunca hemos estado más ocupados.

Jaime extrañaba mucho a Zión. El hombre más joven inspiraba respeto quizá porque era rabino, quizá porque solo destilaba su andar con Dios, cosa que era más nueva para Jaime. No se trataba de que Jaime no pudiera lograr la atención de los Ancianos. Era que tenía que levantar la mano y pedir la palabra- Zión nunca tenía que hacer eso. Bastaba que se inclinara un poco o respirara más hondo o que abriera la boca para atraer la atención a él y acallar a todos. Eleazar Tiberíades, no mucho mayor que Zión, pero más alto más rotundo, se había convertido en un aliado maravilloso. Veinte años menor que Jaime, su profunda voz de bajo las canas que invadían su escaso borde de pelo y barba

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negros le daban un aire de autoridad. Y era debidamente respetuoso con el liderazgo de Jaime, llamando a menudo al orden y ordenando en realidad que sus colegas escucharan al doctor Rosenzweig.

Eso resultaba crucial ahora que los ancianos estaban a punto de dividirse para coordinar a los líderes de grupos de todos los ciudadanos de Petra en sus respectivos sectores respectivos.

—Debemos tener orden —decía Jaime—. Debemos mantener a la gente en movimiento, pero bajo control. Fíjense en el mapa, aquí. Caballeros, por favor. Fíjense en el mapa donde tienen que ir los grupos. ¡Por favor! Cada uno responde por los pastores auxiliares que tendrán un total de cien mil personas, hombres, mujeres y niños a su cargo.

Jaime se detuvo y miró hacia abajo. Temía que los ancianos no estuvieran escuchándolo. Entendía que quisieran volver afuera para no perderse el regreso glorioso. Aun así, de eso se trataba todo esto. No quería que nadie se lo perdiera. Miró a Eleazar que usó su voz para arreglar las cosas.

— ¡Caballeros! ¡Si no le dan una mirada al mapa, no sabrán qué decir a los líderes de los grupos, no sabrán decirles dónde tienen que ir! El grupo número uno, como pueden ver, toma la ruta sur a los lugares altos del borde occidental. Nuestros ingenieros han determinado que hay bastante lugar para todos si cooperan. Los primeros cuarenta grupos de mil personas se pueden acercar cada uno a tres metros del borde, pero todos deben estar dispuestos a sentarse en cuanto lleguen ahí. Es de vital importancia que los sesenta grupos que van detrás de ellos no presionen para adelantarse o pudiéramos perder a decenas de miles que caerían al abismo. ¿Entendieron?

Jaime se alegró de ver que Abdula entraba corriendo. Mientras Eleazar seguía dando instrucciones a los ancianos, Jaime llamó al jordano a un lado y lo abrazó.

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— ¿Cómo está mi mejor estudiante? Abdula le contó dónde había estado y lo que había visto. Como sabe, doctor, no soy hombre que exprese

emociones, pero no me importa decirle que me conmoví hasta las lágrimas con lo que me mostró el Señor. Fue un tremendo privilegio.

—No logro imaginarme que tú hayas querido dejar el cielo. —Tuve un deseo sobrecogedor de estar con usted y la gente para lo que viene. Tengo la más rara sensación de que pudiera ocurrir en cualquier segundo, aun antes que hayamos reunido a todos.

—Tememos lo mismo —dijo Jaime—. El Ejército Unido está en nuestro umbral y la única razón para que nuestra gente tenga la confianza de mirar para abajo, por los costados, a los cañones de sus armas, es que vimos que la primera vez que se atrevieron a acercarse se los tragó la tierra y la segunda vez nosotros danzamos en el fuego que ellos nos enviaron.

Raimundo estaba feliz con la sensación que le daba el monstruoso todoterreno. Todo temor de que fuera muy cauteloso desapareció cuando lo llevó a dar una vuelta dentro de Petra, inclinándose a este y otro lado, acelerando poco a poco y dando vueltas a la izquierda y a la derecha, hasta a elevadas velocidades. No pensaba ser descuidado. Usaría las luces delanteras aun con la luz que daba la cruz de arriba y mantendría los ojos en el camino para evitar baches y rocas. El ruidoso zumbido estático del cielo lo emocionaba y lo aquietaba, pues aunque sabía que era el portento, también creía que Jesús podía manifestarse en cualquier momento. Lo único mejor a estar aquí cuando eso sucediera sería estar lo bastante cerca de Carpatia para ver su reacción. A decir verdad,

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Raimundo suponía que él mismo se iba a sobrecoger tanto que ya Carpatia no le importaría ni un bledo.

Después de darle a Leonel Whalum la señal de que todo estaba bien, enfiló el vehículo hacia la inclinada pendiente que llevaba a las llanuras occidentales. Iba a acelerar mientras sintiera que controlaba el vehículo y, a la primera señal de que la motocicleta se iba a comportar rara, Raimundo iba a frenar de inmediato.

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Mac ascendió verticalmente varios centenares de metros antes de virar el helicóptero para alejarse del espacio aéreo de Petra y colocarlo directo sobre las fuerzas del Ejército Unido. Tenía que vigilar sus aviones, pero parecía que nadie le prestaba la mínima atención en tierra.

Sabía que Carpatia y su séquito habían llegado desde el este, así que sobrevoló el flanco oriental del enorme ejército. Allí había un campamento de vehículos y caballos, quizá a unos cuatrocientos metros de las tropas montadas y algo que parecía ser asientos cómodos. Había dignatarios sentados allí mirando la acción en televisores. Le hubiera gustado haber estado ahí cuando apareció la cruz porque se imaginaba que se robó enseguida su atención a los televisores.

Sin embargo, ahora ya parecían acostumbrados a la ominosa señal y era evidente que trataban de seguir las proezas de su líder. Era cosa de esperar hasta que vieran lo que venía enseguida en el cielo.

Mientras tanto, Mac se preguntaba cómo iba a localizar a Nicolás Carpatia en el mar de negrura de abajo.

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ea Rosas pensaba que ya nada la impresionaría. Después de todo, estuvo con Raimundo cuando el

juicio de los doscientos millones de jinetes demoníacos que invadieron la tierra barriendo un tercio de la población restante. Y soportó, de primera mano, todos los juicios que siguieron.

Lea y Hana Palemoon, la enfermera más joven que se había hecho amiga íntima de ella, fueron las primeras en salir corriendo de la enfermería cuando llegó la noticia de la aparición de la señal del Hijo del Hombre. No era la primera vez que se aventuraban a salir ese anochecer. También vieron el espectáculo de los rayos y relámpagos.

Estuvieron hablando de su culpa colectiva por dejar solo a Leonel Whalum para que manejara las cosas en la Cooperativa. Cierto que él tenía ayudante, pero ellas fueron sus asistentes durante meses y acababan de volver a los deberes de enfermeras por las diversas enfermedades, lesiones y dolencias que había en Petras. Estas afecciones solo se presentaban en los indecisos espirituales, cosa que debía ser una lección para todos, según pensaba Lea.

No obstante, si había una cosa que había aprendido desde que se convirtiera en fugitiva de la Comunidad Global, era que la gente aprendía muy despacio. Le habían enseñado y

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L

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había escuchado muchas veces que la humanidad estaría ciega para los actos de Dios, para ver sus obras poderosas y que aun lo rechazarían escogiendo sus propios caminos. Ya no se trataba de incredulidad. Eso estaba claro. Nadie que no estuviera loco podía ver todo lo que había estado ocurriendo en los últimos siete años, empezando con el Arrebatamiento, como es natural, y seguir clamando que no sabían que esto era la batalla final entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, Dios y el diablo.

Por lo tanto, si no era incredulidad como fue el problema de Lea en el mundo anterior al Arrebatamiento, ¿qué era? ¿Estaba loca la gente? No, decidió, estaban poseídos de sí mismos, eran narcisistas, vanos, orgullosos. En una palabra, malos. Veían los actos de Dios y le daban la espalda, escogiendo los placeres del pecado en lugar de la eternidad con Cristo.

¿Y cuándo cambiaban de idea o siquiera lo intentaban? Mientras tanto, Dios había endurecido muchos corazones y esos ni siquiera eran capaces de arrepentirse y volverse a Dios. Al principio, eso le parecía injusto a Lea, pero con el paso de los años y la sucesión de los juicios empezó a entender la lógica. Dios sabía que llegado el momento los pecadores se cansarían de su pobreza, pero su paciencia tenía un límite. Había llegado el momento en que bastante era bastante. Disponían de información más que suficiente para haber tomado una opción razonable y lo triste era que habían optado por lo malo una y otra vez.

Pues bien, hoy era el fin en realidad. No había cuestión de que la misericordia de Dios aún se extendía a su pueblo elegido Él, por medio de sus siervos como Zión, Jaime y sin duda los ciento cuarenta y cuatro mil testigos, aún pleiteaba con el remanente definitivo para que acudiera a Él. Y según las fuentes de Chang, había millones haciendo eso.

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Sin embargo, Lea se sintió intrigada al comprobar que después de todo no era incapaz de impresionarse más, pues cuando ella y Hana volvieron a la enfermería, se tambaleó al ver que todos se sanaron. Todos. Nadie estaba enfermo, herido, ni cojo. Todos estaban levantados y andando por todas par-tes felicitándose los unos a los otros, vistiéndose y yéndose sin siquiera darse de alta.

Lo mejor de todo era que muchos de los antiguos indecisos estaban de rodillas clamando a Dios que los salvara y a su alrededor había voluntarios del remanente que los aconsejaban, orando con ellos.

"Hana", dijo Lea, "nos quedamos cesantes". Llamó a Raimundo, solo para enterarse de que él ya estaba

de pie, vestido y listo para la acción.

Cuando llegó a distancia de bala del lento avance del Ejército Unido, Raimundo frenó con los tres frenos del todoterreno: uno en cada manilla y el otro bajo su pie derecho. Feliz, había estado atravesando por el lado de la colina rocosa, oyendo el avance, pero cuando viró en torno a unos matorrales dándose cuenta de que podían verlo, sintió que su fervor se controlaba. Muchos soldados iban a pie, instando en vano a sus caballos para que subieran. Unos que aún estaban montados, luchaban por mantener a sus animales en la dirección debida. El suelo estaba flojo, la subida era muy difícil. No se veían contentos, pero parecieron sin duda intrigados al tener un blanco.

—Identifíquese —gritó uno, frenando al caballo y deteniéndose a unos tres metros por delante de Raimundo.

—Ciudadano de Petra —dijo Raimundo, con su voz no tan confiada como había esperado.

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—Ahora es prisionero de guerra. — ¿Están tomando prisioneros? Somos más de un millón. —Solo usted. Puede ayudarnos. Tenemos que saber dónde

están todos, cuál es el mejor camino para entrar, todo eso. — ¿Y entonces me puedo ir? —No se haga el listo. —Bueno, tocante a dónde están casi todos, pues adentro,

pero ustedes ya lo sabían. El mejor camino para entrar es dar toda la vuelta al otro lado de donde están ahora, pero por supuesto, no se les permite. Sin embargo, siento curiosidad, ¿por qué no tomaron de rehén a uno de los guardianes del perímetro y le preguntaron estas cosas?

—Los masacramos a todos. — ¿S í ? Raimundo sacó un intercomunicador de su cinturón

apretando el botón. —Gran Perro Uno, aquí tu capitán, cambio. —Aquí, uno. Oye, Raimundo. — ¿Cómo estamos? ¿Bajas? —Ni una. —Entonces si quisiera burlarse del Ejército Unido, debiera

tener confianza en que... —Hombre, ¿dónde estás? —Como a kilómetro y medio del límite occidental. —Yo estoy como a ochocientos metros de ti y subiendo. —Gran Perro, ¿en medio del enemigo? —Exacto. Sus balas no sirven aquí. Tampoco sus espadas. —Mátenlo —dijo el soldado y media docena de armas

abrieron fuego. Raimundo no sufrió nada salvo un campanilleo en los oídos.

—Quizá me puedan decir algo —dijo—. Ando buscando a su jefe, al hombre importante, al número uno. ¿Dónde esta Carpatia?

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No obstante, los soldados habían palidecido. Era como si se cuestionaran para qué. ¿Si no podían matar a los rebeldes, qué sentido tenía asaltar su fortaleza? Y, de todos modos, ¿para qué necesitaban una fortaleza los rebeldes?

—Está bien —dijo Raimundo—. Tengo mis fuentes. —Disculpen —dijo dejando que el todoterreno rodara

hacia el camino—. Disculpen. Unos cuantos soldados más le dispararon y un par lo atacó

con espada, pero pronto los comandantes ordenaban al personal ahorrar municiones para el sitio de la ciudadela.

Hallar a Carpatia no costó tanto trabajo como temió Mac. En medio de la agitada masa humana que se abría paso a través de la llanura hacia el embotellamiento de la colina había un círculo de luces dirigido a un hombre montado en un potro negro de mayor tamaño que el promedio. Solo Carpatia necesitaba luces que alumbraran para que los televidentes del mundo lo vieran en acción.

Mientras Mac miraba, Nicolás gastó mucho tiempo blandiendo su espada y demostrando que gritaba órdenes. Entonces, envainó el arma y se puso a hablar enfurecido con quienes le rodeaban, era de suponer que sus generales. Sin duda, no estaba contento con el lento ritmo, pero cuando volvió a desenvainar la espada, adoptó una expresión decidida.

Mac llamó a Raimundo y le dio las coordenadas donde Podría encontrar al soberano.

—Gracias, Mac. Espero toparme primero con Sebastian unos de su gente.

Al tomar Raimundo su camino a través del Ejército Unido, fue hallando cada vez más soldados que debían haber captado inutilidad de intentar ataques al enemigo fuera de Petra.

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Lo miraban, levantaban las armas, luego con cansancio seguían adelante. Con todo, pronto hubo un cambio. Se corrió la voz a nivel de los comandantes que todo el personal en la colina tenía que volverse y despejar el área. Algunos gruñeron, pero otros se vieron aliviados. "Ya era hora", oyó Raimundo decir a uno.

Cuando los miles de caballos y jinetes despejaron la zona, el resto del Ejército Unido se detuvo al pie de la colina. Un sector de unos quince metros de ancho se fue aclarando en el centro y Mac le dijo a Raimundo que era la senda que usarían Carpatia y su gente.

—Parece que planean encargarse ellos mismos de esta operación —dijo Mac—, y ocurrirá en cuanto él se coloque a la cabeza de la fila.

—Sus caballos no tendrán más suerte con esta pendiente que los otros —dijo Raimundo.

—Creo que se van a desembarazar de los caballos —dijo Mac—. El mismo Nick está en el Humvee grande, pero tam-bién tienen los Hummers más pequeños, los utilitarios deportivos y los transportes blindados de personal. Eh, eh, algo más también. Están llegando lanzadores de granadas y misiles.

— ¿Qué quieres decir con eso de eh, eh? ¿Por qué esas cosas funcionarían aquí mejor que las bombas?

—Acertado. Solo digo... Raimundo se topó con un Hummer que llevaba a Sebastian,

Weser y Navaja. Le costó poco subir, en especial ahora que el Ejército Unido había abandonado la zona. Raimundo se acercó al lado del chofer y apagó su motor. Sebastian bajó la ventanilla.

— ¿Qué tan emocionante es esto? —preguntó George. —Sabes que le estás enseñando al enemigo cómo

manejarse con el terreno.

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— ¿Entonces será culpa mía si arremeten hasta la cima y matan a todos y todas las profecías resultan equivocadas?

—Te considerará responsable —dijo Raimundo—. ¿Quieres divertirte un poco? Sígueme cuando baje dando la vuelta. Voy a ponerme detrás del centro móvil de comando de Carpatia y lo seguiré.

Sebastian suspiró. —Me tienta —dijo—. Mándamelo para que no tenga

opción. —George, ¿cuál es su mejor evaluación de lo que debiera

estar haciendo? Sebastian miró a Weser y Navaja, luego de vuelta a

Raimundo. —Lo que estoy haciendo ahora mismo. Quiero llevar a

toda mi gente allá arriba y adentro para que tengan la mejor vista de lo que sigue. No puedo abandonarlos ahora.

—Entonces es lo que debe hacer—dijo Raimundo dándole una palmada a la capota del Hummer—. Adelante.

Abdula estaba de vuelta en su sucia moto, eligiendo ruidosamente su camino entre decenas de miles de personas. Supervisaba y aconsejaba a los ancianos que, a su vez, dirigían a los pastores y a los líderes de grupo para ubicar en sus puestos a más de un millón de personas. La acción era lenta, pero se hacía.

Abdula había divisado un sector al nordeste y decidió que allí era donde debían ubicarse Jaime y los ancianos cuando todos los demás estuvieran en sus puestos. Al menos, ochenta por ciento de la gente lo vería desde allí. Y en el caso que Jaime tuviera que dirigirles algunas palabras a los ciudadanos, tenía acceso al sistema de megafonía. "Aunque espero que al fin y al cabo toda la atención se concentre en el cielo", dijo.

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Jaime no le podía ocultar su aprensión a Eleazar. — ¿Qué pasa? —preguntó el anciano más joven. —Falta de fe —dijo Jaime. —Seguro que no. No usted. El Señor nos ha traído

demasiado lejos, nos ha mostrado demasiado. ¿Pudiera caber duda de que se manifestará y nos rescatará en el momento señalado?

—Entonces, hermano, ¿cuál es ese momento? La gente de Chang me dice que el Ejército Unido tiene despejada la ladera occidental para la infantería motorizada, con el mismísimo Carpatia al mando.

—Mayor razón para creer que el Mesías viene pronto. Él no nos fallará, no romperá sus promesas. El anticristo no prevalecerá y, mientras más se acerque, más pronto nos liberarán.

—Lo creo, Eleazar. —Claro que sí. Entonces, ¿qué te perturba? —Cosas que quedaron sin decirse. — ¿Tú? —dijo el anciano Tiberíades con un guiño—. No

lo puedo imaginar. —Quería explicar las imágenes del regreso glorioso. Me

temo que Zión y yo pasamos tanto tiempo insistiendo en el enfoque literal de las Escrituras que descuidamos algunas referencias bien simbólicas de los pasajes sobre el regreso glorioso.

—Quizá todavía hay tiempo —dijo Eleazar—, ¿pero por qué no lo discutimos afuera? ¡El Señor puede llegar antes que lo hagas!

—Sí, pero debo tomar apuntes. — ¿Quieres estar aquí adentro escribiendo cuando pase?

Trae pluma y papel contigo, Jaime, pero, por favor, ven.

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Durante meses, Enoc había ocultado su automóvil a unas pocas cuadras de la casa donde vivía en el subterráneo. Nunca encendía las luces de arriba y las ventanas del subterráneo estaban tapadas con tablones clavados. Los vecinos de las Colina Palos nunca lo veían a la luz del día porque no hubiera podido esconder el hecho de que no llevaba la marca de la lealtad al soberano. Con sigilo y a altas horas de la madrugada, entraba y salía de la casa al parecer abandonada.

Sin embargo, ahora estaba sentado allí en el patio, con rejas altas, oyendo que los vecinos se preguntaban los unos a los otros, discutiendo el fenómeno astronómico con tonos de pánico. ¿Qué pensarían de la gente extraña que invadiría su patio, juntándose ahí? ¿Se tomarían el tiempo y la molestia de mirar y ver si él y sus amistades eran renegados, fugitivos, fuera de la ley? ¿Habría tiempo de matarlos?

Salvo que hubieran dado por sentado que su casa estaba deshabitada, nada más suscitaría sospechas en la oscuridad. ¿Por qué tendrían que suponer nada de él ni de su gente? Ah, pensó, eso era ingenuo. ¿Qué tendríamos que estar haciendo aquí?

Mac tenía una vista clara de la más reciente maniobra del Ejército Unido y tenía que pasarla a los líderes. Alguien tenía que saber cómo arreglar un problema. Fuera Carpatia o alguno de sus rufianes, el plan daba resultados. Los miles de las filas del frente que comenzaron a asaltar la ladera occidental, encontraban imposible subir y ya se desplazaban al sur, luego al oeste y después de nuevo al nordeste o comenzaban a Meterse de nuevo en las filas.

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Mientras tanto, el corredor de cuatrocientos dos metros de largo y veinticuatro y medio de ancho se había abierto delante de la unidad privada de Carpatia, y también por unos cuarenta y cinco metros por detrás. Él y su gente se trasladaban a vehículos. Un convoy de diez vehículos se colocó en posición, escoltado por dos transportes de armamento pesado. Si Mac se hubiera puesto a calcular, diría que Carpatia iba a dirigir la carga, con las municiones justo detrás de él y que el resto del ejército, fuera de los de a caballo, ocuparían la retaguardia.

Desde el puesto de Mac, bajo otras circunstancias Petra no hubiera tenido oportunidad. Estaban desarmados y superados tres o cuatro por uno contando nada más que un tercio de la fuerza total de combate de Carpatia. Los vehículos del Ejército Unido podían atravesar con facilidad el terreno y la línea del frente de esta nueva unidad podía estar al otro lado de los muros de Petra en menos de media hora.

Mac llamó a Chang. — ¿Pudiste meterte en las comunicaciones de Carpatia? —Casi. Puedo oír a todos menos a él, pero tengo un

descifrador rápido funcionando a todo vapor así que no tardará mucho.

—Pásamelo en cuanto lo pesques, ¿oíste? —Entendido. Raimundo quiere lo mismo. —Entendido.

Raimundo esperaba en la base de la colina, frente al Ejército Unido a unos diez grados al sur de la brecha que se dejó para la unidad de Carpatia. A Raimundo prácticamente lo pasaron por alto cuando el resto de las tropas se fueron dando cuenta

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enseguida del personaje más importante en medio de ellos. Todos los ojos se fijaron en Nicolás.

El plan de Raimundo era juntarse a Carpatia cuando pasara por su lado, esperando no llamar la atención. Eso hubiera sido un puro disparate fuera de lo que había pasado. Al parecer, el Ejército Unido al fin aceptaba que no tenían poder en el perímetro contra la magra defensa. Entonces era un misterio que creyera que tenían poder dentro de Petra, dado el antecedente de acciones inútiles contra el pueblo de Dios. El ego de Carpatia no tenía límites.

Los temores de Enoc resultaron infundados. Su gente era bastante astuta para aparecerse en silencio de dos en dos o de tres en tres, encontrando su camino al patio sin llamar la atención. De todos modos, los vecinos al fin se fueron hacia sus casas y Enoc se quedó en el patio con más de cuarenta del centenar que se le había reunido esa mañana en el centro comercial.

Se juntaron en torno a su silla, sentándose en el césped sin que ninguno pareciera cansarse de mirar la cruz que adornaba el horizonte.

—Ven, Señor Jesús —susurraban varios y otros más coreaban—: Ven, Señor. Ven pronto.

—Pastor, todo lo que va a pasar ocurrirá allá, ¿cierto? preguntó un joven. — ¿Allá? —En la Tierra Santa. Usted dijo que Jesús primero iba a

Pelear por los judíos de Petra y después salvará a Jerusalén. ¿Cómo vamos a saber cuando Él llegue?

—Pues bien —susurró Enoc—, la Biblia dice que todo el mundo sabrá cuando Él llegue. Apocalipsis 1:7 dice: 'Y

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todos lo verán con sus propios ojos, incluso quienes lo traspasaron'.

— ¿Cómo hará eso? La Tierra Santa está al otro lado del mundo.

— ¿No crees que ellos estén viendo lo que nosotros vemos ahora?

—Supongo, pero como cuando la luna sale, la gente del otro lado ve la otra cara, ¿verdad?

—Ellos pudieran estar viendo también el otro lado de la cruz. No tenemos idea de lo enorme que sea.

—O si hay más de una —dijo otro. — ¿Cómo es eso? —dijo Enoc. —Dios puede hacer lo que quiere, ¿cierto? —Cierto. —Puede poner diez cruces en el cielo para cerciorarse de

que todos vean una. —Con todo, solo hay un Jesús. —Sí, pero Él puede aparecerse donde quiera, todo al

mismo tiempo. Como cuando fue solo un hombre, pero murió por todos, también se puede manifestar a todos.

—Ahora nos estamos entendiendo —dijo Enoc. — ¿Va a matar Él a un montón de gente aquí, como lo hará

allá? —Me temo que sí. Si trabajan para el anticristo, están en

graves problemas. —Palabra.

—Raimundo, debieras ver esto desde donde yo estoy —dijo Mac.

—Me gusta bastante donde estoy —dijo Raimundo.

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—Claro, pero es hermoso. La ciudad de piedra rojiza está iluminada desde arriba por la cruz y me siento como que estuviera en unos de esos globos que usaban para que flotaran sobre los estadios de fútbol por la noche. Todos están en sus puestos, haciendo un anillo en las alturas de Petra. La gente de las primeras filas está sentada para que vean los de atrás. Muchos verán el ataque del Ejército Unido y la llegada del Señor. Espero que Él venga pronto para acá. —Me imagino que llegará justo a tiempo, ¿no? —Me lo imagino. Puedo ver a Jaime y los ancianos que se

dirigen a un punto donde los vea la mayoría. Uno tiene que preguntarse si alguno está muerto de susto allá en el borde.

—Yo me asustaría y eso que ya he pasado por todo eso. —Yo también, Ray. Supongo que es propio de la

naturaleza humana sentir que está tentando demasiado al destino. Oye, parece que Jaime les está hablando. Voy a ver si Chang puede actualizarnos... ah, se nos adelantó mucho. Aquí está. Te llamo después.

"…y hermanas en el Mesías", empezaba Jaime. "Nos reuni-mos en este sitio histórico, esta santa ciudad de refugio pro-vista por el Señor Dios. Estamos al borde del precipicio de todos los tiempos, con la sombra de la historia por detrás y la eternidad por delante, depositando toda nuestra fe y confianza en la sólida roca, la bondad y la fuerza y la majestad de nuestro Salvador.

Que el Señor se manifieste mientras hablo. Ah, ¡la gloria de ese momento! Estamos contemplando los cielos donde refulge delante de nosotros la prometida señal del Hijo del Hombre que resplandece delante de nosotros, diciendo a

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gritos a través de las eras la verdad de que su muerte en la cruz nos limpia de todo pecado.

"En los próximos minutos quizá vean al enemigo de Dios avanzando a esta ciudad fortificada. Les digo con toda la confianza lo que el Padre ha puesto en mi alma: no tenían, pues ya está cerca su salvación.

"Ahora bien, muchos han preguntado qué va a pasar cuando el anticristo ataque al pueblo escogido de Dios e intervenga el Hijo. La Biblia dice que Él matará a nuestro enemigo con un arma que sale de su boca. Apocalipsis 1:16 la llama 'una aguda espada de dos filos'. Apocalipsis 2:16 lo cita diciendo que Él vendrá 'pronto a ti para pelear contra ellos con la espada que sale de mi boca'. Apocalipsis 19:15 dice que de 'su boca sale una espada afilada, con la que herirá a las naciones'. Y Apocalipsis 19:21 dice que los enemigos 'fueron exterminados por la espada que salía de la boca del que montaba a caballo'.

"Ahora, les aclararé. No creo que el Hijo de Dios se vaya a sentar en su caballo en las nubes con una espada gigantesca colgando de su boca. No va a menear su cabeza y va a matar a los millones de tropas del Armagedón con esa espada. Esa es una clara referencia simbólica y si son estudiosos de la Biblia, saben lo que quiere decir con la aguda espada de dos filos.

"Hebreos 4:12 dice que 'la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos-Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón'.

"¿El arma que usará nuestro Señor y Mesías para ganar la batalla y matar al enemigo? ¡La Palabra de Dios misma! » mientras que la referencia a esto como una espada de dos filos sea simbólica, sostengo que la descripción del resultado

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es literal. La Palabra de Dios es cortante y poderosa para matar al enemigo, literalmente cortándolos y separándolos".

La expectativa surgió en Raimundo. Se dio vuelta para mirar a Petra cuando los vítores y aplausos ahogaron a Jaime, que evidentemente había terminado. La emoción recorrió a Raimundo al mirar la escena. Bordeando el tope mismo de la ciudad fortificada estaba el remanente de Dios, volviéndose poco a poco de Jaime de cara al cielo y al enemigo que tenían abajo.

Desde esa distancia eran como simples puntos, pero eran tantos que Raimundo supo que se tomaban de las manos y las levantaban. Un tanto débil al comienzo, luego con volumen creciente, oyó las melodías de los himnos que entonaban sus voces. Primero cantaron "Hoy canto el gran poder de Dios". Momentos más tarde cantaron "Castillo Fuerte Es Nuestro Dios".

Cuando prorrumpieron con el coro del Aleluya, Raimundo deseó poder pararse y unirse a ellos y, cuando corrieron los ecos de las verdades por la ladera de la montaña: 'Dios el Omnipotente ya reina', pensó que iba a perder la piel.

Al parecer, en ese momento Chang resolvió la codificación criptográfica de la transmisión auditiva del soberano que entró crujiendo por el audífono del oído izquierdo de Raimundo. Así que al mismo tiempo escuchaba el magnífico Aleluya por un oído y al anticristo por el otro. Y Nicolás no estaba feliz. "¡Vamos a movernos! ¡Los

tontos cantan!" Maldecía y volvía a maldecir. "¡Cantan en la Cara de su muerte!"

La caravana empezó a moverse, la cruz encima de ellos le dejaba ondas de luz del polvo que los seguía. "Llévenme al

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punto más alto y más cercano", ordenó Nicolás, "con nuestras municiones instaladas por detrás, donde el ángulo sea el óptimo. Me pararé en el techo del vehículo para que todos me vean, para inspirar a mis tropas y para que el enemigo sepa quién es el autor de su condena".

Al oír la mención del pretendido destino de Carpatia, Raimundo miró para arriba de la ladera donde centenares de miles se mecían, cantaban y miraban para abajo. La inmensa cruz brillaba sobre toda la ladera, como si le apuntara al enemigo el lugar en el que Dios mismo quería tenerlos.

Raimundo tenía que preguntar si alguno de los de Petra tenía reservas mentales, dudas. Estaba feliz de decir que no tenía ninguna. Había llegado muy lejos. Su propio orgullo y pereza le costaron la esposa y el hijo en el Arrebatamiento. Se sentía responsable del hecho que su hija hubiera compartido su agotado enfoque de la gente de fe y hubiera seguido su ejemplo, dándole las espaldas a Dios.

Y aunque estaba agradecido más allá de toda expresión por su salvación y la de Cloé, ver el martirio de ella y de su esposo fue solo el punto culminante de la tragedia que resultó de haber pasado por alto la verdad al principio. Así que muchos amigos y seres amados han sufrido durante los últimos siete años. A nuevos amigos, viejos amigos, una nueva esposa, mentores espirituales, queridos compatriotas les causaron daño, asesinaron y torturaron por su fe.

No obstante, Dios había probado la fidelidad y verdad de su Palabra. Se cumplió cada profecía. Aunque incluso ahora había quienes se preguntaban por qué el Señor se demoraba y si había algún sentido o lógica en permitir que el mismísimo anticristo llegara a la frontera de la ciudad de refugio, Raimundo solo confiaba en que Dios tenía sus planes, sus caminos, su estrategia. Solo cuando al fin dejó de cuestionarlo, se enfrentó con los confusos y a veces enloquecedores caminos.

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de Dios, de los cuales las Escrituras dicen que no son "nuestros caminos".

Algunas cosas aún no tenían sentido y muchas no se aclararían, eso lo sabía, hasta que viera a Jesús cara a cara.

La caravana de vehículos del mal atronaba a pocos metros de Raimundo. Él echó a andar el motor y se incorporó a ellos, apenas un par de vehículos atrás del de Carpatia y por delante de los ruidosos transportes de armamentos. Un general inten-tó disuadirlo haciéndole señas. Raimundo le sonrió y le devolvió las señas. El general tomó el arma de un ayudante y la apuntó por fuera de la ventanilla. Raimundo le hizo un guiño y el hombre abrió fuego.

El general palideció cuando era evidente que la ronda de balas que disparaba a quemarropa atravesó a Raimundo.

"¡No disparen!", gritó Carpatia. "¡No tengan en cuenta a los enemigos fuera de los muros de la ciudad!"

Abdula estudió su copia de los mapas localizadores y poco a poco escogió su camino por los angostos senderos cruzando las multitudes hasta que encontró la zona donde tenían que estar Priscila, la esposa de George Sebastian, con su hija Beth Ann y Kenny Bruce, el nieto de Raimundo. Una vez allí tuvo que preguntar a varias personas, pero al final los encontró.

Priscila tenía a Beth Ann a su lado, tomada de la mano y con su brazo libre sostenía al larguirucho Kenny, ilógicamente dormido, acomodado sobre su hombro.

—Permita que lo tome —dijo Abdula. —Señor Smith, por favor. Él se está poniendo muy pesado. —Ven para acá, niño grandote —dijo Abdula, tomándolo en

sus brazos.

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EL REGRESO GLORIOSO

Con suavidad, puso la cabeza de Kenny sobre su hombro y empezó a mecerlo, pero cuando Abdula intentó unirse quedo al canto, el niño se despertó.

—Tío Smitty —dijo. —Hola, Kenny. —Jesús viene —dijo el niño. —Sí, viene, amigo. Viene con toda seguridad.

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ONCE

or fin ya no había nada más que Chang pudiera hacer. Parecía probable que él y Zeke estaban en el mismo

bote. Ambos iban a tener que encontrar un nuevo oficio o estarían cesantes por los próximos mil años.

Chang sabía dónde estaba cada uno, los tenía ubicados a todos.

Abdula estaba de vuelta en el redil. Jaime y los ancianos estaban con la gente, esperando y

vigilando. Hana y Lea habían cerrado la vacía enfermería y estaban

afuera, como Leonel y Ming, la cooperativa al fin a oscuras. Mac estaba volando, Raimundo en tierra y Sebastian,

Orto, Navaja y Ree debían estar entrando a Petra en ese mismo momento, uniéndose a su gente e instando a los demás soldados rebeldes a que hicieran lo mismo.

Chang había empalmado las transmisiones de radio del enemigo a Mac y Raimundo y él mismo tenía puesto un audífono para seguir al día. Se echó para atrás en el asiento y suspiró, entonces, se paró rápidamente. Era hora de buscar a Noemí y salir afuera, donde debían estar.

— ¿Te tomas libre el resto del día? —dijo ella, tomándole la mano.

—El resto de mi vida —contestó él.

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EL REGRESO GLORIOSO

Mac se mantenía alerta con el vehículo de Sebastian y los cientos de soldados del remanente que lo seguían a Petra.

—Ray, parece que todos están a salvo —informó—. Todos están en casa y contados excepto tú y yo.

—Quisiera estar con Kenny ahora —dijo Raimundo— Priscila dice que hace un rato preguntaba por su papá y que lo único que se le ocurrió fue decirle que lo verían mañana.

—Buena ocurrencia. Oye, Ray, el viejo Nico no deja nada al azar.

— ¿Cómo es eso? —Tiene al resto de las tropas desplegándose en abanico

para rodear la ciudad. —No escuché esa orden, Mac. —Debe haber sido algo que mandó antes que pudiéramos

oírlo. —Las tropas montadas deben estar en camino. Para no

mencionar todos los cráteres de los meteoros. —En este lado hay algunos senderos que se pueden pasar.

Recuerda que solían tener burros para traer a los turistas. "Junten los aviones", escuchó Raimundo. La voz de

Carpatia. —Mac, ¿qué hace? —Miraré, pero tal parece que está reuniendo en esta

región todo lo que tiene. —La tercera parte del total, tal como lo dice la Biblia. —Ray, él no puede escaparse de las profecías, ¿no es cierto? Raimundo oía los aviones a retropropulsión aullando

mientras subía a Petra metido en la procesión del mal. — ¿Bombarderos de combate?

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—Qué va —dijo Mac—. De combate, pero no bombarderos. Supongo que saben lo que hacen. Él tendrá que aprender a la dura que las armas tampoco resaltan aquí.

Cuando el Humvee de Carpatia llegó al último tramo en particular empinado, quedó como apuntando al cielo.

—Búsqueme un lugar —le dijo al chofer—, en el que vea a todas mis tropas de este lado, parándome en el techo y al enemigo también.

—Excelencia, creo que casi estamos ahí. Raimundo dejó la formación y se fue derecho a unos

dieciocho metros, donde tenía buena visibilidad. Apagó el motor y pasó su pierna izquierda por encima del asiento, usando la moto como banca.

"Ataquen, cobardes", musitó esperando que eso trajera a Jesús desde el cielo. Sí, ya sé. Él llegará aquí en su propio tiempo.

— ¿Qué le parece aquí, su alteza? Raimundo oyó el crujido de la ropa de cuero de Carpatia

al moverse para mirar aquí y allá, diciendo: —Perfecto. Su puerta se abrió y al mismo tiempo los generales

abrieron las suyas amontonándose atrás. Uno sostuvo abierta la puerta de Carpatia y le ofreció la mano para que el soberano se subiera al capó, pero Nicolás lo obvió. Saltó al frente del vehículo y subió al techo. El vehículo estaba parado en un ángulo tan agudo que él empezó a resbalarse. Se equilibró, desenvainó ruidosamente su espada levantándola sobre su cabeza, y gritó:

—¡ Luces! Un foco halado por un jeep alumbró con un rayo fuerte y

llamativo que arrojaba sombra de más de treinta metros sobre las rocas detrás de él.

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EL REGRESO GLORIOSO

— ¡Leales soldados del Ejército Unido de la Comunidad Global, observen a su comandante en jefe!

El canto en Petra cesó y la gente lo atisbaba desde arriba. — ¡Ustedes tienen el privilegio de participar en la fuerza

de combate más enorme que se haya reunido en la faz de la tierra! Serán loados por tiempo inmemorial por la victoria que estamos a punto de ganar. El plan es a prueba de tontos, nuestros recursos son ilimitados, su líder es divino. Una vez que hayamos aplastado la resistencia, ocuparán la ciudad y gozarán del botín mientras yo sigo a sitiar Jerusalén.

—Y si en realidad existe un Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y si en verdad tiene un Hijo digno de enfrentarme en batalla, ¡yo también lo destruiré! Cuando me informe que todos los elementos están en su lugar y listos, prepárense para avanzar a Petra a mi orden. No dejen vivos hombres, mujeres ni niños. ¡La victoria es mía dice vuestro Señor el Rey vivo y resucitado!

Por la parte trasera del vehículo de Carpatia tropezaba León Fortunato, aún con sus ridículos ropajes. Falló en el primer intento de subirse al capó y al final se levantó las faldas, trepándose a bordo. Pasando al parabrisas para subir a la capota, pisó el borde de la túnica y tuvo que retroceder para intentarlo otra vez.

Cuando al fin logró compartir el techo con Carpatia, León buscó debajo de su túnica, sacando un pequeño envase y empezó a rociar alrededor, entonando: "Alabado sea el señor resucitado" y luego a cantar: "Salve, Carpatia, nuestro señor y resucitado rey".

—León, ¿qué haces? —exigió Carpatia. —Alteza, dirigiendo a la asamblea en adoración. — ¡Hombre, esto es guerra! ¡Y suelta el agua bendita! León hizo reverencias disculpándose y bajándose al capó

con mucho ruido, luego se dejo caer al suelo por el costado.

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— ¡Ah, sí! —dijo—. Casi olvido comunicarle que todos están en sus puestos y listos.

—Métete en el vehículo, León. —Por su gracia, excelencia. En cuanto se cerró la puerta de León, Carpatia pateó dos veces

el techo. No pasó nada. Volvió a patear dos veces. Aún nada. — ¡Partan! —aulló—. ¡Vamos! —Soberano, ¿quiere que maneje estando usted en el

techo? —preguntó el chofer—. Pensé que se suponía que me que...

— ¡Parta, ahora! El motor del vehículo rugió a fondo y cuando empezaba a

trepar la pared, Carpatia perdió prácticamente el equilibrio. — ¡Ataquen! —aullaba—. ¡Ataquen! ¡Ataquen!

¡Ataquen! Raimundo miró rebotar al vehículo de Carpatia mientras

subía con los aviones que dejaban volar sus balas. Hasta donde Raimundo alcanzaba a ver, el Ejército Unido subía mientras el remanente atisbaba en silencio por encima del muro, tomados de la mano.

El sitio era ensordecedor. Motores de aviones a retropropulsión, de jeeps, de automóviles, de camiones, de Hummers, de transportes, ruidos de armamentos, municiones, fuego de rifles, fuego de ametralladoras, de cañones, granadas, cohetes, de todo. Aun así, cuando la cruz panorámica desapareció del cielo, el mundo se ennegreció. Eso le recordó a Raimundo lo que había oído de la negrura que había caído sobre Nueva Babilonia. El único sonido era el chasquido de las armas que no disparaban. Nada producía luz. Ninguna luz delantera, nada de fósforos ni encendedores.

'¡Luz!", gritó Carpatia. A pesar de eso, todo estaba oscuro. ¡Fuego!", rugió, pero nada pasaba. "¡Maten a mano a los fieles!"

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Sin embargo, los soldados no veían nada y no sabían si la víctima era amiga o enemiga. El chasquido disminuyó y entonces cesó. Todo lo que Raimundo oía eran gritos de rabia y el sordo relinchar de miles de caballos que esperaban abajo.

Y entonces, como si Dios hubiera activado el interruptor del cielo, se hizo la luz.

Aun así, luz no era la palabra más adecuada para eso que no era luz desde arriba que hiciera sombra. Esto era un resplandor que invadía cada surco y grieta. Raimundo tuvo que taparse los ojos, pero no le sirvió, pues la luz llegaba de todas partes exponiendo el caos del Ejército Unido. Los caballos de la llanura retrocedían y se encabritaban, gimiendo y arrojando a los jinetes. En las laderas que llevaban a Petra los soldados examinaban las armas que no funcionaban. En el borde de la ciudad, Carpatia estaba expuesto en el techo de su transporte personal, con la espada al costado, contemplando con fijeza a los santos que estaban de pie, uno al lado del otro.

"¡Ahora los pueden ver! ¡A la carga! ¡Ataquen! ¡Mátenlos!"

Pero cuando sus petrificados y aletargados soldados se volvieron con lentitud al asunto en cuestión, la cubierta de brillantes nubes multicolores se abrió enrollándose como un papiro, de horizonte a horizonte. Raimundo se dio cuenta que estaba de rodillas, en el suelo, con las manos y la cabeza levantados. El cielo se abrió y allí, en un caballo blanco, estaba Jesús, el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Raimundo no podía entender cómo podía ver con tanta claridad a su Salvador. Era como si se hubiera manifestado a centímetros de Raimundo que supo que así tenía que ser lo que todos experimentaban, en todas partes.

Los ojos de Jesús brillaban con una convicción como llama de fuego y tenía levantada su majestuosa cabeza. Vestía una túnica que le llegaba a los pies, de un blanco tan brillante

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que era incandescente y tenía escrito algo en un lenguaje desconocido por completo para Raimundo y algo más que entendió con facilidad. Una banda de oro le rodeaba el pecho. Su cabeza y su cabello eran como lana blanca, tan blanca como la nieve. Sus pies eran como de bronce fino, como refinado en el horno.

Tenía siete estrellas en su mano derecha y su semblante era como el sol que brilla con toda su fuerza.

Detrás de Él estaban las huestes del cielo, vestidas en lino fino, blanco y limpio, siguiéndolo en caballos blancos. En su manto y sobre el muslo había escrito un nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.

Un ángel apareció en la luz y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: "Vengan, reúnanse para la gran cena de Dios, para que coman carne de reyes, de jefes militares y de magnates; carne de caballos y de sus jinetes; carne de toda clase de gente, libres y esclavos, grandes y pequeños".

Cuando Raimundo escuchó por primera vez la voz de Cristo, entendió lo que quiso decir Juan en Apocalipsis cuando la comparó con una trompeta a la vez que el sonido de muchas aguas. Lo taladró, llegando a su corazón, y fue como si no estuviera oyendo con sus oídos, sino más bien la voz cobró vida dentro de él y se comunicó con su misma alma. Raimundo estaba seguro que todos los de la tierra escucharon a Jesús de la misma manera, en lo más profundo de su ser.

Este era Aquel que es y que fue y que al fin había venido, el testigo fiel, el primogénito de la resurrección, el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados, al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos!".

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"Yo soy el Alfa y la Omega —dice el Señor Dios—, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso".

Y con esas palabras iniciales cayeron muertos decenas de miles de soldados del Ejército Unido, sencillamente cayéndose donde estaban, con sus cuerpos abiertos de arriba abajo, acumulándose la sangre en gran cantidad. "El que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno".

Con eso Carpatia se bajó de su posición elevada y se deslizó en la ventanilla del lado del pasajero. A los tropezones, deslizándose por la ventana del lado del pasajero.

— ¡Retírese! ¡Retírese! ¡Retírese! —gritaba, pero el chofer debía estar muerto—. ¡León, maneja! ¡Saca este cadáver de aquí!

La puerta del chofer se abrió y cayó un cuerpo. Pronto el vehículo estuvo rebotando colina abajo, hacia el desierto.

"Yo soy el Hijo del hombre, el Hijo de Dios, el Amén, el Testigo fiel y verdadero, el Principio de la creación de Dios. Yo soy el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, el que ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos".

Con cada palabra, cada vez más enemigos de Dios caían muertos, hecho pedazos. Los caballos aterrados se dieron a la fuga a todo galope. Los vivos gritaban de miedo corriendo por todos lados como locos, algunos escapando por un momento, otros cayendo muertos a las palabras de Cristo el Señor.

"Yo soy el Cordero que fue inmolado y que vive. Yo soy el Pastor que lleva sus ovejas a las fuentes de agua de vida. Yo soy el Dios que enjuga toda lágrima de los ojos de ustedes. Yo soy su Salvación y Fortaleza. Yo soy el Cristo que viene por el acusador de los hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche, el que se ha abatido".

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por kilómetros se extendían los cadáveres del Ejército Unido. Los sobrevivientes maníacos y enloquecidos corrían y se tambaleaban y pasaban por encima de los demás, y los atravesaban, huyendo para salvar sus vidas.

"Yo soy el Verbo de Dios. Yo soy Jesús. Yo soy la raíz y la descendencia de David, la brillante estrella de la mañana".

Costaba trabajo arrodillarse y mirar hacia arriba, pero de algún modo Enoc halló una manera. Y todos sus feligreses hicieron lo mismo. No podía manifestar sus sentimientos, ni siquiera en la quietud de su corazón y mente. Ver a Jesús, vestido de blanco, cabalgando el caballo blanco y hablando con la autoridad de los siglos, y saber que al mismo tiempo mataba al enemigo en la Tierra Santa... todo eso era demasiado para asimilar.

Enoc creía que Jesús era el amante de su alma y verlo regresar en las nubes, sabiendo que estaba allí para establecer su reinado de mil años, lo satisfacía de cierto modo. El salmista decía que como el ciervo brama por las aguas, así brama el alma por Dios. De alguna manera Enoc sabía que había finalizado su bramido. Había llegado su Salvador.

Era consciente en forma vaga que los vecinos habían salido corriendo de sus casas, aterrorizados, gritando y llamándose los unos a los otros. La luz los cegaba y corrían de aquí para allá, algunos saltaban a los automóviles y se iban dando bandazos calle abajo, Enoc sabía que las noticias del día siguiente informarían de la muerte misteriosa de cientos de miles de empleados del rey de este mundo en el momento del fenómeno ocurrido en el cielo.

Y el mismo rey de este mundo ahora corría para salvar su vida.

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La total, abarcadora y penetrante luz que precedió la apertura del cielo despertó a Kenny Bruce, y Abdula enseguida le volvió su rostro al cielo. Cuando apareció Jesús, Abdula se arrodilló con torpeza, cuidando de no dejar caer al niño.

—Yo también, tío Smitty —dijo Kenny. Y se arrodilló, entrelazando primero sus deditos como para orar, luego extendiéndolos a Jesús.

—Señor mío y Dios mío —dijo Abdula, y Kenny repitió. — ¡Jesús! —gritó Kenny parándose y saludando—. ¡Jesús!

Raimundo estaba parado en el asiento de su todoterreno, con su atención dividida entre el Señor en las nubes y el Ejército Unido que corría por las llanuras arenosas en pos de refugio. Con todo, no había a donde correr, ni lugar alguno para ocultarse. Mientras las palabras de Jesús se pregonaban a través de la tierra, ellos no podían evitarlas. A Él no lo podían pasar por alto.

Algo de su manifestación impactó a Raimundo tan hondo que se alegró de que no hubiera nadie alrededor. No hubiera podido emitir un sonido. No había palabras para la emoción, el magnetismo, la abrumadora perfección del momento. Jesús era la culminación de toda su vida y no solo desde su regeneración. Se dio cuenta de que Jesús era Aquel que su alma había estado buscando desde que tuvo edad suficiente para pensar y razonar. Jesús era la fuente y la razón de ser de toda vida.

Raimundo sabía que en alguna parte de esa banda celestial de santos vestidos de blanco que seguía a Jesús estaban su

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esposa y su hijo, y que muy pronto traerían a su hija, su segunda esposa y muchos amigos y seres queridos para unirse con ellos. Qué dulces serían esas reuniones y, no obstante, la sola idea de ellas palidecía tocante a su total devoción a Jesús.

Jesús seguía hablando mientras los sicarios de la Comunidad Global arrojaban nubes de polvo que tenían kilómetros de largo mientras se desparramaban huyendo. Y los enemigos de Dios seguían muriendo.

"¡Yo puedo salvar por completo a los que van al Padre a través de mí! Yo vivo para interceder por ellos. Vengo de arriba y estoy por encima de todo. Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Él ha puesto todo bajo mis pies y me dio potestad para ser la cabeza de todas las cosas. Yo soy el ancla de vuestra alma, segura y firme. Yo soy el Ungido del Señor".

Mientras Raimundo bajaba poco a poco por las llanuras desiertas, aunque se tenía que fijar para esquivar los cráteres y evitar toparse con cuerpos hechos jirones de hombres, mujeres y caballos, Jesús seguía manifestándose delante de sus ojos, brillante, magnífico, poderoso, triunfante. Y esa espada de su boca, la potente palabra de Dios, seguía cortando el aire, cosechando la ira del juicio final de Dios. El enemigo había recibido una oportunidad tras otra, un juicio tras otro para convencerlos y persuadirlos. En este mismo minuto Dios había ofrecido perdón, reconciliación, redención, salvaron, pero ya era demasiado tarde, salvo para el ahora pequeño remanente que veía por primera vez a Aquel que habían tras-Pasado.

"Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no Pueden ustedes hacer nada.

"El que no permanece en mí es desechado y se seca, como as ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman.

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"Yo soy el Apóstol y el Sumo Sacerdote de su fe, Dios manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.

"Yo soy el Hijo que Dios designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas. Así llegó a ser superior a los ángeles en la misma medida en que el nombre que ha heredado supera en excelencia al de ellos".

Raimundo vio soldados que se suicidaban al ver morir a sus compañeros. Otros parecían caricaturas a toda velocidad, usando cualquier cosa que hallaran para cavar hoyos donde se enterraban tratando de ocultarse de la penetrante luz y de las palabras condenadoras de Cristo.

Carpatia estaba enviando mensajes por radio a los generales y comandantes que se hallaban en medio de su ejército que aún se extendía kilómetros desde Petra al norte. "¡Refuerzos! ¡Refuerzos! ¡No escatimen en gastos ni equipos! ¡Júntense con nosotros en Buseira!"

El real Humvee, con el siempre presente León al volante, iba mucho más adelante del todoterreno de Raimundo hasta que se topó con el resto del ejército que intentaba huir a lomo de caballo y a pie. Casi la mitad de la caravana original seguía al Humvee, excepto los transportes de municiones que permanecían sin funcionar, justo en las afueras de Petra.

Raimundo se apuró a la zaga del soberano en fuga y de su aterrado séquito y se dio vuelta para mirar qué pasaba con el resto del Ejército Unido que había estado rodeando a Petra. Todo lo que logró ver por kilómetros fueron cráteres, vehículos volcados, nubes de polvo, soldados y caballos muertos y

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moribundos, personal que andaba como en un sopor, corriendo tambaleándose y encima de ellos grandes nubes de aves hambrientas que se saciaban con hombres y bestias. Sin embargo, era extraño que no hiciera sombra el hervidero de bandadas que de otro modo hubieran bloqueado al sol. La luz de Cristo lo inundaba todo.

—Mac, ¿cómo estamos por allá? — ¡Ah, Ray! Puedo oír cada palabra y es como si Él

estuviera conmigo en la cabina, mirándome a los ojos. —Conozco la sensación. —Escucha. Me voy a Buseira porque para allá parece

dirigirse lo que queda de las líneas del frente. Desde aquí se ve que lo peor del daño y las bajas se hallan a unos ocho kilómetros de Petra. El resto del tercio va manejando hacia Buseira y más al norte se ve que los otros dos tercios están bastante intactos e intentando reagruparse.

Sin quitar los ojos del cielo, una de las mujeres le dijo a Enoc: —Parece como si Jesús me estuviera mirando

directamente a mí. —A mí también —dijo otra, y otra más. —Confraternicen con su Salvador —decía quedo Enoc,

sin querer hablar mientras Jesús hablaba. No era de sorprender, decidió, que Cristo personalizara para cada creyente la verdad de su venida, como si Él hubiera venido por cada uno en particular. Enoc había escuchado una vez a un santo anciano que decía: "Él nos amó a cada uno como si no hubiera otro más que amar".

Jesús decía: "Pongan los ojos en mí, el autor y consumador de la fe, que por el gozo puesto delante de mí sufrí la cruz,

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menospreciando el oprobio, y me senté a la diestra del trono de Dios.

"Dios ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por mí a quien designó, dando fe a todos con haberme levantado de los muertos.

"Yo soy Jesucristo el justo, el Abogado de ustedes con el Padre. Y Yo fui la propiciación de sus pecados y no solo por los de ustedes, sino también por todo el mundo. Yo soy el Príncipe de la Vida, al cual Dios levantó de los muertos. Yo soy el Verbo que se hizo carne y habitó entre ustedes, que contemplaron mi gloria, la gloria como la del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad.

"Yo, siendo en forma de Dios, no estimé el ser igual a Dios como cosa a que aferrarme, sino que me despojé a mí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.

"Y estando en la condición de hombre, me humillé a mí mismo, haciéndome obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

"Por lo tanto, Enoc, Dios también me exaltó hasta lo sumo, y me dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre".

Enoc se quedó boquiabierto. Sentado allí en el fulgor de la gloria de Dios, su Salvador le había hablado directamente, llamándolo por su nombre.

— ¿Oyeron esto? —preguntó, y más de tres docenas de personas que se arrodillaban a su alrededor, rompieron a llorar—-Él dijo mi nombre.

—Él dijo mi nombre —dijo un muchacho. —Él dijo mi nombre —dijo una mujer. —El mío también. —El mío también.

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Raimundo estaba en medio de la carnicería que rodeaba a Petra, con su corazón henchido de amor y adoración por Jesús que venía derecho a él desde las nubes. Cristo lo había llamado por su nombre y, cuando Raimundo lo contemplaba tuvo la certeza de que era cierto que los cabellos de su cabeza estaban contados, que Jesús sabía todas las cosas que había que saber de él. Era como si Él hubiera regresado nada más que por Raimundo.

—Ray, aquí Mac. —Sí, Mac. —No vas a creer esto, pero... —Ya sé. — ¿También tú? —Mac, creo que todos. —Increíble. Aunque sabía que los demás experimentaron lo mismo,

Raimundo ansiaba oír que Jesús dijera su nombre otra vez. Era algo con tanto amor, compasión y conocimiento que era como si nadie lo hubiera dicho jamás ni lo diría nunca más.

—Raimundo —ahí estaba de nuevo—, tú conoces mi gracia, que aunque era rico, por causa de ti me hice pobre, para que mediante mi pobreza tú llegaras a ser rico.

—Lo sé, Señor —dijo Raimundo, con las lágrimas corriéndole por el rostro—. Lo sé.

—Te libré del dominio de la oscuridad y te trasladé al reino del amor de Dios, en quien tú tienes redención, el perdón de pecados. Yo soy la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.

Por medio de mí fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo se ha creado por medio de mí y

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para mí. Yo soy anterior a todas las cosas, que por medio de mí forman un todo coherente.

"Yo soy la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Yo soy el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero. Porque a Dios le agradó habitar en mí con toda su plenitud y, por medio de mí, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramé en la cruz.

Raimundo volvió a deslizarse al suelo, levantando los brazos:

—Señor mío y Dios mío, yo soy muy indigno. —Y tú, Raimundo, en otro tiempo, por tu actitud y tus

malas acciones, estabas alejado de Dios y eras su enemigo. Pero ahora Dios, a fin de presentarte santo, intachable e irreprochable delante de él, te ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte.

— ¡Indigno! ¡Indigno! —lloraba Raimundo. —Justificado por fe —dijo Jesús—. Justificado.

A Abdula le parecía que todos los de Petra estaban postrados sobre sus rostros y, no obstante, de alguna manera eran capaces de ver a Cristo. Y cuando el Salvador llamó a Abdula por su nombre, supo por la reacción en torno a él que de algún modo Jesús había llamado por su nombre a cada uno. Mejor aún, Jesús le había hablado a Abdula en su árabe natal.

Kenny gritaba: "¡Él me conoce! Y Beth Ann rodeaba con sus brazos el cuello de George,

chillando: "¡Él dijo mi nombre!". Desde ese momento Abdula oyó que cada uno conversaba

con Jesús como si Él hablara a solas con cada uno de ellos.

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DOCE

ac miró hacia abajo a Bosra, la moderna ciudad jordana de Buseira. Yacía a cuarenta y ocho kilómetros al sudeste del Mar Muerto y a unos

treinta y dos kilómetros al norte de Petra. Le dijo a Raimundo:

—Es una aldea remota en las montañas y el acceso va a ser difícil.

—En especial si el Señor no quiere que el Ejército Unido llegue allá a salvo.

—Y Él no quiere. —Mac, ¿no dijo Jaime que se supone que el remanente

vaya con Jesús a Jerusalén?

—Creo que sí. — ¿Cómo vamos a llevar a un millón de personas a noventa

y siete kilómetros en un solo día? No tenemos suficientes vehículos ni aviones.

—No creo que ese sea problema nuestro, Ray. —Entonces, sigue la pregunta. —Mira hacia el cielo, hermano. Alza los ojos. Escucha.

No tratarás de perseguir a Nicolás hasta Jerusalén en ese cacharrito, ¿verdad?

He estado pensándolo de nuevo, Mac.

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EL REGRESO GLORIOSO

—Ya me comuniqué con Chang y Leonel. No quiero estar tan alejado de la acción. ¿Qué dices si volvemos a Petra y nos pedimos un Hummer?

—Mejor que nos apuremos. No quiero perderme lo que pasa en Bosra.

—Tú manejas, Ray. —No, yo no. Tú manejas. —Consigamos a Smitty. Le gusta manejar. Además,

apuesto que le gustará mucho venir. Para cuando Raimundo regresó a Petra, ya Mac había

aterrizado el helicóptero y hallado a Abdula. Los tres se abrazaron.

— ¿Cómo dicen ustedes cuando alguien dice de nuevo lo que es obvio? —preguntó Abdula.

—Yo digo que es redundar en lo obvio —contestó Mac—. Y casi siempre lo hace un jordano. Smitty, ¿tú vas a redundar en lo obvio?

—-Sí, señor. —Bueno, oigamos. —Este es el día más grandioso de mi vida. ¿Qué me dicen

ustedes?

La gente casi atropella a Jaime acribillándolo con preguntas. Él quería brindarles toda su atención, ¿pero cómo pudiera hacerlo a su Salvador en las nubes? La gente también se preocupaba por Jesús, por supuesto, pero hasta que no hablaran cara a cara con Él, le hacían preguntas a Jaime esperando respuestas mientras miraban al cielo, más allá de este.

"¿Por qué los santos detrás de Él visten de blanco? ¿Para representar la pureza?"

"Creo que sí", dijo Jaime. "Y también porque en verdad no se van a meter en la guerra en absoluto. Jesús lo hará todo

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y las batallas, a esta les seguirán tres más, en realidad no son batallas, sino más bien matanzas unilaterales.

Raimundo ansiaba ver a Kenny, pero no quería que se alterara cuando se fuera de nuevo con tanta rapidez. También quería hablar con Priscila Sebastian para ver cómo pensaba ella impedir que los niños, su hija y su nieto vieran el horror fuera de los muros. Abdula le aseguró que por ahora Kenny estaba bien, estaba como enamorado de Jesús, como todos, y que sin duda Priscila tenía algo pensado.

A estas alturas, el millón fortificado en Petra había perdido su formación original y andaban dando vueltas, la mayoría con los cuellos dirigidos al cielo, pero de alguna forma emigrando de forma intuitiva hacia las salidas. Sabían que Jesús no tan solo los iba a librar del ataque del anticristo, sino que los llevaría de regreso a su patria, a su ciudad, a la Ciudad de Dios, Jerusalén.

— ¿Estamos libres? —preguntó uno a Enoc. —Creo que sí —dijo él—. El Señor no permitirá de ninguna

manera que las fuerzas del anticristo nos maten por no tener la marca de la lealtad, ahora que Él ya está aquí y gobernará a las naciones, incluso a la nuestra.

— ¿Cómo lo hará desde allá? —No tengo idea —dijo Enoc—. Pero después de hoy,

sencillamente lo creo, ¿tú no? ¿Eso está en la Biblia, Jesús gobierna las naciones? Sí. Apocalipsis 12:5 dice: 'Ella dio a luz un hijo varón que gobernará a todas las naciones con puño de hierro. Pero

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EL REGRESO GLORIOSO

su hijo fue arrebatado y llevado hasta Dios, que está en su trono'. Ese es Jesús. Y ahora está aquí. Esa vara de hierro suena como que no va a aceptar tonterías de nadie, ¿no?

—Escuché eso. —Entonces creo que estamos libres para vivir y movernos

sin temor —dijo Enoc. —Yo voy a tener un poquito de miedo por un tiempo, pero

seguro que eso me parece bueno.

El único aspecto desagradable de hacer que Abdula fuera manejando el Hummer era que Raimundo tendría que regatear con Mac el privilegio de viajar de pasajero delante. Eso lo trasladó a la universidad cuando él y sus hermanos de fraternidad competían por conseguir el asiento favorecido a veces hasta veinticuatro horas antes de un viaje. Eso también le hizo recordar cuánto distaba él en aquellos días de ser creyente. Si alguien hubiera predicho dónde iba a estar treinta años después, y hubiera pintado esta escena, se le hubiera reído en la cara.

El Hummer, compacto, rígido y estrecho, se abrió paso fuera de la ciudad bajo el cuidadoso control de Abdula. Había decenas de miles de peregrinos que llenaban las sendas y las escaleras de piedra, caminando tomados del brazo, de la mano, cantando, orando, alabando a Dios y contemplando a Jesús en el cielo.

—Así tiene que haber sido como se veía el éxodo —dijo

Abdula. Mac se rió fuerte y largo. —Ya saben —añadió Abdula—. El original. Los hijos de

Israel marchando de Egipto.

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— ¡Smitty, yo sé cuál éxodo! —dijo Mac—. ¿Crees que entonces esa gente estaba feliz?

—Bueno, no, me imagino que no, y también tenían que tener niños mayores de siete años, ¿verdad?

Al fin fuera de Petra, Raimundo se impresionó pues Abdula lograba encontrar sendas donde podía llegar a velocidades superiores a los cien kilómetros por hora. La mayor parte del tiempo tenía que ser cuidadoso con las rocas, los baches y los cráteres de los meteoritos y esquivar con lentitud los restos de los caballos y los soldados. Claro que era hombre en misión, que deseaba llegar a Bosra no mucho después que Carpatia. Y por lo que Raimundo había visto del lugar en el que el convoy del ex soberano se había demorado, pensaba que Smitty pudiera llevarlos allá primero.

Apoco más de seis kilómetros de Petra y pasando a lo largo de una inmensa nube de polvo, los tres bajaron las ventanillas y contemplaron las nubes donde Jesús empezaba a hablar otra vez.

"Te aseguro, Jacob, que yo reuniré a todo tu pueblo. Te aseguro, Israel, que yo juntaré a tu remanente. Los congregaré como a rebaño en el aprisco, como a ovejas que, en medio del pastizal, balan huyendo de la gente.

"Yo soy el que abre brecha y marchará al frente, y también ellos se abrirán camino; atravesarán la puerta y se irán, mien-tras su rey avanza al frente, mientras el SEÑOR va a la cabeza".

—El los va a dirigir a Bosra —dijo Abdula. —Smitty, de nuevo redundando en lo obvio —dijo Mac. Sin embargo, en pocos minutos más, Raimundo y los

demás entendieron el plan de Jesús. —Miren detrás de nosotros —comentó Abdula. Abdula se hallaba en una parte lenta en particular,

escogiendo con sumo cuidado su camino entre numerosos obstáculos, pero aún los seguía una enorme nube de polvo.

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— ¿Qué es eso? —preguntó Mac. —Ni idea —dijo Raimundo, mirando y alarmado. Algo

les iba dando alcance. Algo enorme y amenazador. Segundos después Abdula encontró una parte llana y

apretó el acelerador. Pronto iban acelerando a más de ciento doce por hora. Aun así la gran bola de polvo los alcanzó y los pasó y los tres subieron enseguida las ventanillas. El suelo temblaba y el viento estremecía al Hummer.

— ¡Son personas! —gritaba Raimundo por encima del tumulto—. ¡Es el remanente!

— ¡Van siguiendo al Señor! —comentó Mac—. ¡Corren más rápido de lo que manejamos nosotros!

— ¡Mírenlos pasar! Sonriendo, riendo, cantando. ¡Hasta los pequeñitos!

— ¡No hubiéramos necesitado el vehículo! —dijo Abdula. — ¡Obvio! —chilló Mac riéndose.

Hana Palemoon había pensado que el Comando Tribulación trataría de permanecer juntos en ruta a Bosra. Temía que con la salida de Petra y las reuniones con tantos seres queridos, nunca volvieran a estar juntos de la misma manera. Nadie sabía cuánto tiempo llevaría el viaje, y ella preveía la posibilidad de un día muy largo. Alrededor de ella la gente preguntaba cómo iban a llegar a Jerusalén cuando Bosra ya estaba bastante lejos y en realidad demasiado lejos para ir caminando. No le preocupó. Empezó como algo divertido y todos estaban tan bendecidos y agradecidos mirando a Jesús y viéndolo devolver las miradas, según parecía en forma directa a cada una. Lea estaba ahí y los Sebastian con su hija y Kenny. Quedándose en el centro de la enorme multitud, los niños no vieron la fealdad de lo que quedaba en el desierto.

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ellos mismos se veían concentrados en Jesús. Navaja estaba ahí con Leonel, Chang y Noemí, Zeke y los Woo.

Hana no supo a quién se le ocurrió primero la idea de caminar más rápido, pero de repente un grupo que reía y sonreía los iba empujando. Se pusieron a caminar lo más rápido que podían, luego empezaron a trotar y pronto iban a todo correr. Hana se sentía liviana como el aire y aunque no era que fuera flotando en realidad sobre el suelo, se sentía así. Cada paso la llevaba cada vez más lejos y enseguida comenzó a correr más rápido que nunca.

Para su asombro, no le faltaba el aliento. Su fuerza y su resistencia persistían y era evidente que así les ocurrían a los viejos y los jóvenes.-George Sebastian corría más rápido que ella y eso que llevaba en brazos a Beth Ann. Priscila iba a la par aunque llevaba a Kenny.

Cuando alcanzaron y pasaron a un Hummer que iba rápido, se dio cuenta que iban corriendo a velocidades sobrehumanas, sobrenaturales, milagrosas. Y de todas las cosas, los niños querían que los dejaran en el suelo para correr ellos también. Hana pasó a los Sebastian cuando se detuvieron para bajar a los niños, pero a los pocos minutos la volvieron a pasar, y los niños corrían tan rápido como los adultos.

Media hora más tarde toda la masa del millón había pasado el Hummer y seguían rumbo a Bosra. Cuando Abdula entró a un estrecho paso que daba a la aldea montañosa, hallaron tropas del Ejército Unido allí. Parecían derrotados antes que empezara la batalla. Lo que quedaba de sus vehículos y armamentos era patético, pero Raimundo se sorprendió al ver cuántos soldados permanecían vivos. También varios miles de caballos. Tuvo que

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preguntarse si quedaría algo del tercio original de la fuerza de combate de Carpatia para unirse a los otros en el norte.

Resultaba raro ver a todo el remanente reunido de nuevo mientras Abdula iba pasando por los flancos de la enorme muchedumbre. El Señor y su ejército celestial vestido de blanco flotaban encima de ellos y a pesar del viaje, todos se veían frescos, limpios y en absoluto ajados. Ninguno siquiera respiraba con pesadez, lo que era bueno, según pensó Raimundo, porque aún tenían otra jornada por delante, el doble de distancia.

—Me pregunto dónde estará ahora el viejo Nico —dijo Mac—. Hace rato que no sabemos de él, ¿cierto?

—Si yo fuera él —dijo Abdula—, dejaría esta batalla a otro individuo.

—Yo también —dijo Mac—. No lo veo por ninguna parte. Raimundo dirigió a Abdula a una altura justo al nordeste

de la ciudad. De allí podían mirar abajo, al remanente y más afuera, a través de las planicies, donde varios centenares de miles de tropas se alineaban y sin duda se aprestaban para un nuevo ataque. Raimundo contempló el horizonte con sus binoculares y pronto oyó las transmisiones radiales de los generales.

—Esperando su orden, excelencia. La voz sonaba cansada, derrotada. Hubo un carraspeo. — ¿Y las compañías del sur? —dijo la voz de Carpatia. —Listas, soberano supremo. Raimundo detectó un matiz de sarcasmo. —Listos, santidad, ¿podemos saber cuál es su posición? — ¿Por qué razón? —Para que evitemos el riesgo del fuego de amigos,

grandioso.

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—Baste decir que yo y mi gabinete estamos al noroeste de ustedes.

Para lo que valía la visibilidad y la inspiración. Estaba claro que Nicolás era muy consciente de lo cerca que había estado de convertirse en comida para las aves en Petra. Justo detrás de ustedes, muchachos, demostraba ser su mantra para esta escaramuza. Con todo, probaría ser más que una escaramuza.

—Parece que toda la población de Petra está aquí —radió un general.

—Si se dirige a mí —dijo Carpatia—, ponga cuidado de usar la apropiada aprobación.

—Señor, me dirijo a los que son cruciales para este operativo.

—Su comandante en jefe es crucial, general, y usted haría bien en recor...

—Recordaré que cuando esto empiece, usted se esconde en el noroeste, lejos de la acción.

— ¡Identifíquese, ¡infiel! —Líneas del frente, caballero, que es mucho más de lo

que se puede decir del comandante en jefe. "¡Insubordinación en las filas!", alardeó Mac. "¿Qué

pudiera ser mejor?"

—Excelencia, mejor será que nos movamos ahora —intervino otro general—. No nos hacemos ningún favor permitiendo que el enemigo nos estudie.

— ¡Están desarmados! —dijo Carpatia—. ¡Esto debiera ser un paseo por el parque!

—Estaban desarmados en Petra, comandante —dijo el Primer general—. ¿Ha olvidado que su comandante en jefe sigue arriba? ¿Y se ha preguntado cómo llegaron aquí tan rápido?

— ¡Ataquen! —gritó Carpatia.

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Y lo que quedaba del tercio del sur del Ejército Unido empezó a moverse con lentitud hacia Bosra.

A Raimundo le parecía que la operación era una misión suicida. En cuanto las fuerzas de la Comunidad Global quedaron al alcance del remanente de Israel, lanzaron todo proyectil que quedaba en sus arsenales. No se podía imaginar ráfagas de balas que destrozaran más los oídos y, sin embargo, las balas, los misiles, los cohetes y los morteros caían sin hacer daño, aun en medio de la gente. Millones y millones de salvas continuaron vertiéndose de los cañones de todo tamaño mientras el ejército seguía avanzando poco a poco.

A pesar del bullicio, las palabras del Señor se escuchaban claras y sencillas.

"Naciones, ¡acérquense a escuchar! Pueblos, ¡presten atención! ¡Que lo oiga la tierra, y todo lo que hay en ella; el mundo, y todo lo que él produce!

"El SEÑOR está enojado con todas las naciones, airado con todos sus ejércitos. Él los ha destruido por completo, los ha entregado a la matanza".

Raimundo miraba por los binoculares que los hombres, las mujeres, los soldados, los caballos parecían estallar donde se encontraban. Era como si las palabras del Señor les calentara demasiado la sangre haciendo que hirviera y estallara en sus venas y su piel.

"Serán arrojados sus muertos, hedor despedirán sus cadáveres, su sangre derretirá las montañas.

"Todo el ejército de los cielos se consumirá, y los cielos se enrollarán como un pergamino; también todos sus ejércitos se marchitarán como se marchita la hoja de la vid, o como se marchita la de la higuera".

Decenas de miles de soldados de infantería dejaban caer sus armas, se agarraban la cabeza o el pecho, caían de rodillas y se retorcían como si los estuvieran cortando en lonjas,

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invisibles. Sus vísceras y entrañas caían al suelo del desierto y quienes los rodeaban se daban vuelta para escapar corriendo pero también morían, con su sangre acumulándose y levantándose en el fulgor implacable de la gloria de Cristo.

"Mi espada se ha embriagado en el cielo; miren cómo desciende en juicio sobre Edom, pueblo que he condenado a la destrucción total.

"La espada del SEÑOR está bañada en sangre... cubierta está de grasa... Porque el SEÑOR celebra un sacrificio en Bosra y una gran matanza en tierra de Edom.

"Su tierra quedará empapada en sangre, y su polvo se llenará de grasa".

Era como si el ejército del anticristo se hubiera convertido en bestias del sacrificio de la matanza del Señor. Carpatia aullaba: "¡Tráiganme un avión, un helicóptero, un jet, cualquier cosa! ¡Llévenme al norte! ¡Ahora! ¡Ahora!".

Y Jesús dijo: "Porque el SEÑOR celebra un día de venganza, un año de desagravio para defender la causa de Sión".

— ¿De dónde va a llegar su vehículo? —preguntó Raimundo.

—Ash Shawbak —contestó Abdula. —Exacto, Smitty —dijo Mac—. ¿Tu pueblo natal? —Difícil. Aman, eso lo sabes. —Claro que sí. ¿No fue en Ash Shawbak donde estaban

los dignatarios en su safari ejecutivo, sorbiendo cordiales y al Parecer observando a Nicolás que traía la victoria a casa?

—Ese es el lugar —dijo Abdula—. Me gustaría mucho verles las caras ahora.

Mira para acá —dijo Raimundo, señalando al cielo por el sudeste.

Un helicóptero a retropropulsión venía aullando hacia el noroeste, por el flanco del diezmado ejército. Levantó los binoculares de nuevo y estudió la zona.

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—Ahí están —dijo—. Ese grande y viejo Humvee está allí, solo. Parece que Carpatia ni siquiera se va a arriesgar a salir hasta que no le quede más remedio.

—Su ejército se terminó —acotó Mac—. Al menos esta parte. Ni un tiro disparado de ningún lado.

Todo se había vuelto mortalmente silencioso. Mientras Raimundo miraba, el helicóptero bajó a varios metros de la posición de Carpatia. Solo él y León se bajaron del vehículo, León sujetándose el borde de su túnica por la cintura y corriendo tan rápido como podía. Nicolás pareció agarrar su gran vaina cuando salía y la levantó por un segundo antes de librarse de eso, enojado. Se abalanzó al helicóptero, pasando a León y sacándolo de un codazo del camino para ser el primero en abordar.

En cuanto León estuvo a bordo, después que lo lanzaron dentro por manos que ayudaron, se elevó el aparato y voló hacia el norte. Raimundo miró de izquierda a derecha con los binoculares sin ver movimiento en los restos ruinosos del Ejército Unido. Los cadáveres estaban esparcidos por kilómetros y el suelo del desierto estaba rojo de sangre.

—Ah, miren esto —dijo Raimundo, forzándose para abrir la puerta y saltar fuera.

Mac y Abdula lo siguieron y los tres se subieron al techo del Hummer, a mirar cómo bajaba Jesús del cielo. Su caballo tocó con elegancia el suelo en las llanuras al oeste de Bosra y desmontó mientras todo el remanente judío miraba desde la montaña. El ejército del cielo seguía a unos treinta metros por encima de Él, siguiéndolo mientras Él caminaba por el campo de batalla, tiñéndose rojo el borde de su túnica por la sangre del enemigo.

Los santos encima de Él, comenzaron un recitado antifonal haciéndose preguntas al unísono que Él respondía para que escucharan todos los de la tierra.

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"¿Quién es este que viene de Edom, desde Bosra, vestido de púrpura?", empezaron. "¿Quién es este de espléndido ropaje, que avanza con fuerza arrolladora?"

Y el Señor dijo: "Soy yo, el que habla con justicia, el que tiene poder para salvar".

"¿Por qué están rojos tus vestidos, como los del que pisa las uvas en el lagar?"

"He pisado el lagar yo solo; ninguno de los pueblos estuvo conmigo. Los he pisoteado en mi enojo; los he aplastado en mi ira. Su sangre salpicó mis vestidos, y me manché toda la ropa.

"Porque el día de la venganza estaba en mi corazón, y el año de mi redención había llegado.

"Miré, pero no hubo quien me ayudara, me asombró que nadie me diera apoyo. Mi propio brazo me dio la victoria; ¡mi propia ira me sostuvo!

"En mi enojo pisoteé a los pueblos, y los embriagué con la copa de mi ira; ¡hice correr su sangre sobre la tierra!"

Y los vastos miles a caballo sobre Él en los cielos lo alaba ron al unísono.

"Recordaré el gran amor del SEÑOR, y sus hechos dignos de alabanza, por todo lo que hizo por nosotros, por su compasión y gran amor. ¡Sí, por la multitud de cosas buenas que ha hecho por los descendientes de Israel!"

Y Jesús dijo: "Verdaderamente son mi pueblo, hijos que no me engañarán. Así se convirtió en el Salvador". Con eso se volvió a la multitud que miraba desde Bosra. "Ahora bien, cuando vean a Jerusalén rodeada de ejércitos, sepan que su desolación ya está cerca.

Entonces los que estén en Judea huyan a las montañas, los que estén en la ciudad salgan de ella, y los que estén en el campo no entren en la ciudad.

Ese será el tiempo del juicio cuando se cumplirá todo lo que está escrito...

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"Cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención".

— ¿Qué cree que está sucediendo ahora mismo, hermano Enoc?

Enoc no estaba seguro, pero tenía una idea. En Illinois, como sabía que era cierto en todas partes, independientemente de la hora, el día estaba tan brillante como al mediodía, sin siquiera una sombra. La gloria del Señor era la luz del mundo, pero Jesús ya no era visible en el cielo.

— ¿Lo veremos otra vez? ¿O tenemos que ir para allá para verlo?

—Yo creo que lo veremos de nuevo —contestó Enoc—. Aun hoy mismo. Es probable que esté peleando una de las batallas que preceden la caída de Jerusalén y la liberación que realiza de los judíos de allí. No obstante, las profecías dicen que cuando Él libre a Jerusalén y ascienda el monte de los Olivos, todo ojo lo verá. Es evidente que eso nos incluye a nosotros.

—Entonces muy pronto, algo así como después de hoy, vamos a tener que ir para allá, ¿no es cierto?

—Seguro que yo quiero ir —dijo Enoc—, pero no será barato.

—Bueno, mírelo de esta manera: tenemos mil años para juntar el dinero.

—Yo no quiero esperar tanto. —Yo tampoco, ¿qué tal si lavamos automóviles?

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Dirígete al oeste del Mar Muerto y al sur de Jerusalén —le dijo Raimundo a Abdula. Se sentó en el asiento trasero dejando que Mac fuera adelante—. Carpatia no está feliz, Mac. ¿Has estado escuchando?

—Sí —dijo Mac—. Supongo que esperaba que estuvieran listos los dos tercios de su ejército en el norte. Eso parece como que preferirían hacer las maletas y salir corriendo.

—Quizá pierdan muchos y aún tendría muchos. Intenta organizarlos para que aniquilen a los judíos de Jerusalén.

—Aunque Jesús no les permitirá llegar tan lejos, ¿verdad? —En realidad, lo hará —dijo Raimundo—. Al menos a

muchos de ellos. Sin embargo, muchos van a morir de aquí al monte Meguido. Si lo entiendo bien y si Zión y Jaime estaban en lo cierto, eso es lo que sigue.

Mientras viajaban, siguieron a Jesús a lomo de caballo abajo, en tierra, su ejército por encima y detrás de Él, y el remanente judío en masa corriendo con ellos. Otra vez recorrieron más de ciento doce kilómetros en una hora y durante todo el trayecto Jesús les iba hablando como a cada uno solo.

"Yo soy el Rey que viene en el nombre del Señor", decía El. "Yo soy el que llevó al madero tus pecados, para que mueras al pecado y vivas para la justicia. Por mis heridas has sido sanado.

"Yo soy el pan de Dios que bajó del cielo y da vida al mundo. Así que celebren la Pascua no con la vieja levadura, que es la Galicia y la perversidad, sino con pan sin levadura, que es la sinceridad y la verdad.

"Yo creé todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de mí y para mí. Yo he venido para hacer la voluntad de Dios. Vine al mundo a salvar a los

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pecadores, no vine para que me sirvan, sino para servir y para dar mi vida en rescate por muchos".

Raimundo había aprendido en los últimos siete años que la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. También había aprendido que la Palabra nunca regresa vacía. Ahora bien, era como si su Redentor se la estuviera grabando a fuego en su corazón y su alma se sentía llena hasta rebosar y lista para estallar.

¡Qué privilegio escuchar la Palabra de la Palabra! Él y sus amigos cruzaban la tierra desolada escuchando lo que todos los demás del mundo escuchaban y, sin embargo, Raimundo sabía que cada uno tomaba el mensaje para sí mismo y nada más. Por cierto que él lo hacía y justo en el momento en que olvidaba esa verdad, Jesús se refería a él por su nombre.

"Raimundo, yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz. Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta, sino solamente lo que veo que mi padre hace, porque cualquier cosa que hace el padre, yo la hago también. Yo soy la piedra que desecharon los constructores, pero que ha llegado a ser la piedra angular, el fundamento donde edificaron los apóstoles y los profetas".

"Señor, te adoro", susurraba Raimundo oyendo que Mac también oraba. Abdula iba manejando con las lágrimas corriéndole por las mejillas.

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TRECE

aimundo tuvo que sonreír. Ahí estaban los flancos del sur de los dos tercios restantes del Ejército Unido de la Comunidad Global del Anticristo, pero se veían un

poco más organizados y listos para pelear que los cadáveres dejados en Edom. Quizá por eso Carpatia no se hallaba en ninguna parte y, por las transmisiones que podían oír, iba camino desde más al norte hacia el centro de su fuerza de combate en Meguido.

Zión Ben Judá y Jaime Rosenzweig habían estado dicien-do a Raimundo durante años que de todos los pasajes proféticos de la Escritura, las cuatro batallas finales entre Jesús y los ejércitos del Armagedón eran las más difíciles de entender y ordenar.

—Nuestra mejor opción es seguir a Jesús —dijo Raimundo. —Ese es un sermón si es que alguna vez escuché uno

—dijo Mac. —Estas batallas se librarán donde tienen que ocurrir y de

lo único que estoy seguro es de quién gana. —Pues bien —dijo Abdula—, yo estoy seguro de un

poquito más que eso. Raimundo vio que Mac le lanzaba a Abdula una estocada

doble; —Ya no lo digas, Smitty. Te lo suplico.

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R

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—He estado estudiando. — ¿Estudiando qué? —Sobre todo geografía. Por mi propia cuenta. —Eso puede ser peligroso. —He hallado que es sumamente informativa. —Y me gustaría oírlo, Abdula —dijo Raimundo. Mac meneó la cabeza y se quedó tranquilo. —Vaya, hombre. ¡Allá vamos! —He sido muy curioso —dijo Abdula—, ¿por qué toda la

historia apunta al Armagedón tocante al final? quiero decir, ¿qué es el Armagedón? Es un lugar con muchos nombres y en realidad abarca mucho terreno.

—Debieras haber sido profesor, Smitty —dijo Mac. —Cállate, Mac. Sigue enseñando, Abdula. —Pues bien, ustedes dos son pilotos y muchas veces han

visto las cadenas montañosas que corren a lo largo de Palestina. —Seguro, desde afuera de la costa mediterránea. — ¿Conocen el tajo donde las montañas caen con

brusquedad a noventa metros o menos de altura? — ¿Ahí arriba donde las mesetas se dividen a partir de las

colinas del norte de Galilea? —Exactamente. Ese es el Valle de Jezreel. —Siempre creí que era la llanura de Esdraelón —dijo

Mac—, o como sea que lo pronuncien. —Muy bien, Mac —dijo Abdula—. Estrella de oro para

ti. Jezreel es la palabra hebrea. Esdraelón es la griega. —Bueno, lo reconozco. Has estado estudiando. —Hay más. Algunos lo llaman llanura de Meguido por la

ciudad al oeste inmediata a esta. Y de allí obtenemos la palabra Armagedón.

— ¿Dónde? —dijo Mac—. Me perdiste, enseña. —Armagedón viene del hebreo Har Meguido, que

significa monte Meguido.

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—Muchacho, has estado haciendo tus tareas. —Los expertos dicen que Meguido ha sido el campo de

guerras más que ningún otro lugar del mundo porque está colocado de forma muy estratégica. Trece batallas hacia finales del primer siglo, nada más. Unos dicen que a Meguido lo han reconstruido veinticinco veces y destruido otras veinticinco.

— ¿El pueblo de residencia de Jesús no está por ahí, en alguna parte? ¿Nazaret? —En el límite norte del valle —respondió Abdula—.

Imagínense cómo se sentirá Él de tener que combatir a un ejército entero tan cerca de casa.

Como indicación de la incertidumbre del Ejército Unido, al Hummer lo pasaron prácticamente por alto. El ejército parecía tener sus ojos fijos en el cielo, como los demás, vigilando con cautela a Jesús con sus santos a la zaga. Por la manera en que las noticias viajan en los campos de batalla, no quedaba duda que esas tropas también eran conscientes de las matanzas en Edom.

Raimundo aconsejó a Abdula que se alejara del ejército. Aunque seguía confiando que ahora eran invulnerables, nada se ganaría atrayendo fuego sobre ellos.

—Es probable que me lamente por preguntarte esto, Smitty —dijo Mac—, ¿pero qué aprendiste de Meguido y todo eso, además de los nombres? Quiero decir, ¿qué es lo tan estratégico de eso?

Raimundo halló divertido cómo se entusiasmó Abdula con el tema. Mac tenía que estar aun más sorprendido que él. No era muy frecuente que Abdula estuviera en posición de enseñar a sus mayores, pero demostraba que se desempe-ñaba muy bien.

Es el escenario perfecto de la historia —explicó Abdula—. el Monte Meguido no es más que una colina, un tell, en realidad Por siglos ha sido el sitio desde el cual se guardaba el

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paso estratégico, la autopista internacional que iba desde el oriente derechito a Egipto.

"En los últimos meses, los ejércitos se han estado juntando en uno solo, como bien saben. Los que llegaron del oeste, del renacido Imperio Romano, aterrizaron en Haifa y se fueron directo al valle de Meguido.

"Los ejércitos del este llegaron por el Èufrates seco y fueron derecho al mismo lugar. Es el terreno perfecto para la escena. Los ejércitos del norte pasaron el monte Hermón bajando a la tierra de Israel, terminando en el valle de Jezreel a los pies de la colina de Meguido.

—Tiene sentido —dijo Mac—. Muchacho, erraste la vocación.

Jaime no podía dejar de sonreír. Zión Ben Judá, en otro tiempo su protegido y en el momento oportuno su mentor, le dijo una vez que la profecía era la historia escrita con anticipación. Aquí estaba él, ya en los setenta, viviendo esa historia.

No cayó más el maná desde que Jesús llegó en las nubes. Aunque Jaime sabía que llegaría el momento en que él y los demás mortales tendrían que comer, tenía la certeza de que nadie más sintió punzadas de hambre que las que tuvo él. El Pan de la Vida estaba aquí.

Era como si hubieran desaparecido cincuenta años. Jaime sabía que se veía igual, pero no sentía fatiga, dolores, ni malestares. No tenía enfermedades graves que requirieran sanidad, pero si Raimundo se sanó a pesar de sus heridas y hubo que cerrar la enfermería en un instante, solo resultaba lógico que al mismo Jaime lo hubieran librado de la devastación de Ia edad.

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Estaba lo bastante impresionado con haber podido salir de Petra yendo camino a Bosra con su propia energía, pero supo que ya no era el mismo cuando se había empezado a apurar, luego a correr y después prácticamente a volar sobre el terreno. No se había cansado ni sufrido por el dolor de las articulaciones. Si no hubiera tenido puesta toda su atención en su Salvador, se hubiera sentido tentado a probar su juego preferido de la infancia: el fútbol. Imagínense, pensó, un viejo saltando con los niños.

Jaime sintió que se hinchaba con el orgullo y la gratitud apropiados al ver que el remanente de Petra seguía al Señor y su ejército hacia Jerusalén. Aunque en los últimos tres años y medio hubo cientos de miles bajo su autoridad y cuidado a los que nunca le presentaron, ni pensar en llegar a conocerlos bien, sentía amor y responsabilidad por cada uno. Dios había sido fiel, alimentándolos, abasteciéndoles con agua, protegién dolos. . .

¿Qué seguía ahora? ¿Se esperaba que fueran con Él a la batalla del Armagedón o los enviarían a Jerusalén? Por lo que se oía de la Ciudad Santa se sabía que el Ejército Unido estaba jugando con lo que quedaba de la resistencia y que, cuando quisieran y estuvieran listos, podía entrar a la Ciudad Vieja y así completar la caída de Jerusalén.

Jaime sabía que eso estaba profetizado y acontecería, aun con Jesús en escena. Claro que Él vengaría enseguida esa Pérdida, invirtiéndola de modo que muchos judíos más del remanente entrarían al Reino.

Lo más emocionante para Jaime era cada vez que Jesús Acidia hablar. Resultaba un misterio cómo se dirigía a todo e* planeta y, sin embargo, lo hacía de una manera tan personal, Pues de algún modo satisfacía el hambre del alma de Jaime P°r tener una audiencia personal con su Señor. Aunque sabía ^Ue cada uno de los demás oía lo mismo, para Jaime era

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como si Jesús dijera, cada vez: "Jaime, ven acá. Déjame decirte algo". Y por supuesto, Jaime lo escuchaba en hebreo

Una cosa era sobrevolar al Ejército Unido viéndolo en masa Otra muy distinta era ir con ellos, en sus flancos que parecían no tener fin. Raimundo tuvo que impresionarse con el solo logro de equipar a tamaña fuerza de combate. Millones de uniformes, armas, municiones, vehículos y piezas de equipo variadas y diferentes que hacían parecer que todo el operativo estaba aparejado a la perfección para su tarea. En términos humanos, no podían perder. Hubieran podido derrotar a todo enemigo mortal del planeta.

Sin embargo, se enfrentaban a un Hombre, el Hijo del Dios viviente. Y los derrotaron antes de que comenzaran.

El remanente que acompañaba a Jesús por tierra y las huestes celestiales empezaron a cantar alabanzas mientras corrían, pero se callaron enseguida al responder Jesús:

"Fui coronado de gloria y honra por haber padecido la muerte. Así, por la gracia de Dios, la muerte que sufrí resulta en beneficio de todos. Yo era el redentor que vine de Sión y que aparté de Jacob la impiedad. Yo era el descendiente de David, levantado de entre los muertos, el Mediador de un nuevo pacto. Sufrí por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Sufrí la muerte en el cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida".

De manera asombrosa, no hubo siquiera batalla que siguiese a ese momento, aunque todavía miles de soldados del Ejército Unido morían por las palabras del Señor mientras pasaba por el lado de ellos. No peleaban, no amenazaban, no avanzaban» ni siquiera se movían, pues ya hacía mucho tiempo que habían hecho sus decisiones. Juraron su lealtad al dios de es

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mundo, aceptaron de forma voluntaria la marca del anticristo doblaron su rodilla ante este. No había recurso para ellos.

Raimundo se conmovió con las poderosas palabras del Amo y se horrorizó por la matanza resultante. Su corazón estaba repleto y, no obstante, le costaba despegar los ojos de la sangre derramada en el suelo. ¡Ah, qué presagiaba esto para todo el ejército cuando comenzara la lucha de verdad! Raimundo no lograba captar cómo era posible que ninguno de los sobrevivientes, hombres y mujeres por igual, fueran capaces de ver morir a sus compañeros de manera tan horrible, solo por las palabras dichas desde el cielo, y seguir dispuestos a permanecer en la lucha.

"Mis enemigos se convirtieron en el estrado de mis pies", decía Jesús. "Entré una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo. No lo hice con sangre de machos cabríos y becerros, sino con mi propia sangre, logrando así un rescate eterno. Yo soy el Hijo de Dios que he venido y les ha dado entendimiento para que conozcan al Dios verdadero.

"Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.

"Yo soy el Verbo que se hizo hombre y habitó entre ustedes. Y han contemplado mi gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

"Pues toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en mí. Raimundo, carga con mi yugo y aprende de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarás descanso para tu alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana". cada vez que pasaba eso, Raimundo se emocionaba de nuevo. Lanzó una mirada rápida a sus amigos y vio que el Señor se había comunicado con ellos de la misma manera. Mac ocultó su cara en las manos susurrando: "Gracias,

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Jesús". Abdula se veía como si deseara detenerse a un lado y solo adorar a Dios.

Sebastian, que corría con la mano de Kenny en la suya, sintió un tirón. Se agachó para escuchar a Kenny que balbuceaba: "¡Jesús me está hablando!".

"¡Lo sé!", dijo Sebastian. "¿No es maravilloso?"

—Necesitamos una iglesia apropiada, hermano Enoc. —Buena idea —dijo Enoc—. ¿Qué puede detenernos

ahora? — ¿Será posible que todo lo que tengamos que hacer es

averiguar cuál está en venta o en alquiler e ir a buscarla? — ¿Por qué no? — ¿Podremos ponerle una cruz y llamarla por lo que es? —Si Jesús nos sigue hablando a todos nosotros por

nombre, no veo por qué no podamos hacerlo. Cualquiera que intente oponerse a eso recibiría el mismo trato que reciben sus enemigos en todo el mundo.

—Vamos a hacerlo. Las iglesias van a surgir por todas partes.

El escenario cambió de forma notable durante las próximas dos horas de manejo. Mientras más al norte se aproximaban Raimundo, Mac y Abdula, iba quedando más claro que el Ejército Unido se había atrincherado y estaba preparado para la batalla de los siglos. Tenían que saber lo que habían sufrido sus compañeros, pero las transmisiones de Carpatia dándole

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valor y ánimo habían logrado repletarlos de sí mismos o bien se sentían embravecidos al saber que eran el doble de la fuerza de combate que habían sido sus camaradas derrotados. Aun con el tercio de todo el ejército reducido a la nada, lo que quedaba representaba el mayor poderío militar que jamás se hubiera juntado.

Quizá no sabían o no entendían a plenitud lo sucedido. Veían a Jesús y su ejército, y en el fondo de su alma tenían que estar acobardados de que un enemigo a lomo de caballo y sin duda desarmado, aunque con la habilidad de desafiar la fuerza de gravedad y de moverse a velocidad increíble, fuera capaz de competir con enemigo como ellos.

Sin embargo, Raimundo veía organización, poder, determinación. Esto iba a ser cualquier cosa menos rendición aunque no había nada en la Escritura que indicara que fuera a ser diferente de lo que ya habían presenciado en Edom.

A Chang le intrigaba que la ruta de Edom a Meguido soslayara a Jerusalén muy al oeste. Era como si el Señor supiera que el remanente tendría mucha curiosidad por su ciudad natal. Quizá Él quería que vieran lo que pasaba en Meguido.

Chang le comentó a Noemí que era raro oír a Jesús desde el cielo y oír al anticristo en su auricular. A veces tenía que quitarlo, así de simple. Cuando Jesús lo llamó por su nombre, en chino, sintió que los escalofríos lo atravesaban. Cuando le Pasó eso a Noemí, él la miró cuando los ojos de ella se agrandaron por la maravilla y se quedó muda por varios minutos, quizá llegaría el momento en que podrían hablar de lo íntimo que sintieron, pero por ahora evitaban el asunto. Era demasiado personal para Chang y suponía que era lo mismo para ella. También resultaba extraña la luz sin sombras que existía mientras Jesús estaba en medio de ellos. Chang se pilló

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tratando de hacer sombras con sus manos. Una fuente de luz omnipresente era algo que la ciencia nunca había rozado. Los hombres que amaban la tiniebla más que la luz no iban a disfrutar el reino milenial. El penetrante fulgor de la pureza de Cristo facilitaría que Él gobernara a las naciones con vara de hierro. Su reinado sería para los creyentes que lo amaban a Él y la verdad, un cambio tan maravilloso relacionado con los últimos siete años y, sin duda, del milenio inmediatamente anterior. Aun así, para la gente que solo se interesaba en su propia ganancia, que aún se burlaba de Dios, el reinado de Jesús sería supremamente incómodo.

A Chang le resultaba divertido poder conversar con Noemí aunque iban corriendo a velocidades sobrehumanas. No tenían que gritar, no jadeaban y, cuando Jesús no hablaba, ellos sí. Casi siempre hablaban de cómo sería casarse en un tiempo como este y criar hijos en una época así. ¿Quién haría la ceremonia? ¿Asistiría el mismo Jesús? Era entretenido pen-sar en eso.

A Chang le gustaba cuando Jesús volvía a hablar. Todo el remanente se callaba, escuchando, adorando a su Salvador.

"Yo soy Aquel que Dios exaltó a su derecha como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.

"Yo te doy vida eterna, Chang, y nunca perecerás, ni nadie podrá arrebatarte de mi mano.

"Mi Padre, que me ha dado a ti, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie te puede arrebatar.

"El Padre y yo somos uno. "Gracias, Señor", dijo Chang. Aunque Él no había terminado. "Mi paz Te dejo; mi paz te doy. Yo no te la doy como la da

el mundo. No te angusties ni te acobardes". Chang no pudo imaginarse volver a tener miedo.

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Mac quería que lo dejaran bajarse para irse a pie a Jerusalén. — ¿Estás seguro? —dijo Raimundo. —A menos que me ordenes que no. —No entiendo. ¿Cuál es tu idea? —Quiero saber de primera mano qué pasa allá. Estaré en

contacto por radio y teléfono. Y, según entiendo, no me perderé nada de lo que diga el Señor.

—Mac, tú sabes lo que va a pasar. La ciudad cae, pero entonces Jesús salva todo.

— ¿Y por qué no quisiera estar en primera fila para eso? —Volveremos a tiempo para verlo. —Y cuando llegues acá, yo tendré que ponerte al día de

los detalles. —Como quieras. —Gracias —y Mac se bajó del Hummer dirigiéndose a

Jerusalén. — ¿Qué pudiera hacerle el Ejército Unido si lo agarran

—preguntó Abdula. Raimundo meneó la cabeza. —Prefiero pensar que no tienen poder sobre él. —Pero no lo sabemos con seguridad. —No, no sabemos. Él sabe cómo cuidarse. —Capitán, está desarmado. —En cierta forma.

Cuando Raimundo y Abdula llegaron al fin al límite del valle de Meguido, se vio que el Señor y sus huestes habían dejado al remanente de Israel a medio camino entre ese lugar y Jerusalén. Raimundo solo pudo suponer que Él quería al remanente consigo para la conquista de Jerusalén y lo que seguía, pero por algún motivo no deseaba que presenciaran lo que iba a ocurrir ahí.

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Mac informó que un inmenso contingente del Ejército Unido rodeaba toda Jerusalén y solo esperaba órdenes.

—Aquí hay mucha inquietud —decía—. Gruñidos. Hambre Rumores de que no hay paga ni refuerzos. Muchos chismes sobre lo que pasó en el sur.

—Interesante —dijo Raimundo—. No se ve división entre las fuerzas de allá y acá. El inmenso ejército está tocando prácticamente el lado oeste del Mar Muerto hasta el valle de Meguido, así que es posible que a algunos de los que ves los pongan a trabajar aquí y viceversa.

—Ray, esa es una gran distancia. ¿Quieres decir que este ejército es tan grande como al comienzo?

—Excepto las bajas de Edom. Mac silbó. — ¿Cómo se porta mi hombre, Smitty? —Feliz como una ostra. Le encanta escuchar la voz de Jesús. — ¿Y a todos no? Dile que Mac le saluda.

Sebastian se mezcló con el contingente del Comando Tribulación en el lugar de descanso al norte de Jerusalén. No pudo dejar de recordar cuánto ha tenido que recorrer desde su huida en Grecia, donde casi pierde la vida y tuvo que matar para seguir vivo.

—De lo contrario —le comentó a Priscila—, te estaría haciendo señas desde el cielo.

—Por cierto, no sabíamos en lo que nos metíamos, ¿verdad? —dijo ella.

—Ni de lejos. —Nuestros días de soldados se acabaron, ¿no es así?

—preguntó Navaja.

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—Espero que sí —respondió Sebastian suspirando. — ¿Cansado? —dijo Navaja. —En realidad, no. Debiera estarlo. De pie día y noche y

ahora con esta luz, no tengo idea de qué hora debe ser. ¿Y todo este viaje? ¿Carrera? Debiera sentirme listo para dormir un mes seguido, pero lo único que tengo es energía. Desearía poder ver qué está pasando al norte.

—Yo también —acotó Navaja—. Todavía puedo ver a Jesús y oírlo. No entiendo por qué no suena desde más lejos, donde está. Lo escucho igual.

—Creo que se debe a que lo oímos en nuestros corazones en vez de los oídos —dijo Priscila.

Navaja se encogió de hombros diciendo: —Es posible. De lo contrario, ¿de qué manera cada uno

escucha su propio nombre? Todos se callaron cuando el Señor habló una vez más. "A Dios nadie lo ha visto nunca; yo, el Hijo unigénito, que

soy Dios y que vivo en unión íntima con el Padre, te lo ha dado a conocer. Me llaman Hijo del Altísimo; y hoy el Señor me dará el trono de mi padre David".

De repente otra voz cayó en cascadas desde el cielo y Sebastian supo de inmediato que era Dios mismo.

"Este es mi siervo, a quien he escogido, mi amado, en quien estoy muy complacido; sobre él pondré mi Espíritu, y Proclamará justicia a las naciones".

Entonces, habló de nuevo Jesús: 'La ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de mí. Ahora, George, el Dios que da la paz me levantó de entre los muertos y me hizo el gran Pastor de las ovejas por la sangre del pacto eterno. Que él te capacite en todo lo bueno para hacer su Juntad y que cumpla en ti lo que le agrada. Amén".

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Todo el remanente cayó de rodillas al amén, orando y agradeciendo a Dios. Sebastian sabía que cada uno había vuelto a escuchar su propio nombre en la bendición que dio Jesús, pero eso no la hacía menos personal.

Raimundo volvió a subirse al techo del Hummer. Abdula iba justo detrás. Miraban las enormes hordas del enemigo cuando miles estallaban con las palabras de Jesús y morían antes de tocar el suelo. Y la batalla ni siquiera había comenzado. Raimundo oyó a Nicolás Carpatia que trataba de animar y juntar las tropas, ladrando instrucciones a los generales y comandantes.

"Ese es nuestro verdadero enemigo", decía. "Vénzanlo y la victoria es nuestra. Jerusalén no será obstáculo".

Raimundo no lograba entender cómo se las arreglaba Nicolás para tener a tantos millones de tropas de acuerdo y dirigidas en la misma dirección, pero lo había logrado de alguna forma. Se las había ingeniado para organizar una medialuna de soldados que cubrían cientos de kilómetros cuadrados, todos enfrentando a Jesús en el cielo. ¿Iba a hacer que dispararan al Rey de reyes? ¿Cómo iba a determinar a qué distancia estaba Jesús? Y, si los ejércitos de Carpatia habían resultado inofensivos contra simples mortales, ¿qué esperaba lograr aquí?

Jesús habló antes de que se diera una orden ni se disparara un tiro. La devastación fue enorme aunque solo tomó pocos minutos.

"Prueben los espíritus si son de Dios", dijo, "porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.

"En esto conoces el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo

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espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo".

Raimundo oyó que Carpatia rabiaba y maldecía. Y Jesús dijo: "Se levantó un rey valiente, el cual dominó

con gran poder e hizo su voluntad. "Pero su reino será quebrantado y repartido hacia los

cuatro vientos del cielo; no a sus descendientes, ni según el dominio con que él dominó; porque su reino será arrancado.

"Ahora es el momento señalado. El rey hizo lo que mejor le parecía. Se exaltó a sí mismo, se creyó superior a todos los dioses, y dijo cosas del Dios de dioses que nadie antes se atrevió a decir. Su éxito durará mientras la ira de Dios no llegue a su colmo, aunque lo que ha de suceder, sucederá".

El gran ejército era un pandemonio, decenas de miles aullaban de terror y dolor a la vez que morían a la intemperie. Su sangre brotaba en grandes oleadas, juntándose para formar un río que se convirtió enseguida en un pantano.

"No le importaron los dioses de sus padres", continuó Jesús, mientras los soldados caían y brotaba la sangre. "Porque él se ensalzará sobre todos ellos.

"En su lugar honró al dios de las fortalezas, y un dios con oro y plata, piedras preciosas y cosas de gran valor. Por lo tanto, actuó contra la más fuerte de las fortalezas y repartirá la tierra por un precio.

"Aunque al tiempo del fin, el rey del sur se enfrentó con él, y el rey del norte lo atacó con carros, jinetes y con numerosas naves; entró en sus tierras, las invadió y las pasó.

"Y ahora también entró a la Tierra Hermosa, y muchos Países cayeron; mas estos serán librados de su mano: Edom, Moab y lo más selecto de los hijos de Amón".

Raimundo miró a Abdula. ¿Tu estudio de geografía te enseñó dónde estaban esos?

es decir, yo sé que Edom está donde está Petra.

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—Moab está al norte de aquí, en Jordania, y Amón está al norte de allí.

Jesús continuó: "Y extendió su mano contra otros países, y la tierra de Egipto no escapó; tampoco los libios y etíopes siguieron sus pasos.

"Pero rumores del oriente y del norte lo turbaron; por lo tanto, salió con gran furor para destruir y aniquilar a muchos.

"Y plantó las tiendas de su pabellón entre los mares y el monte glorioso y santo..."

—Quiere decir Jerusalén —dijo Abdula. "Pero llegará a su fin y no habrá quien lo ayude". A Raimundo le parecía que todo el Ejército Unido dentro

de su campo visual, estaba muerto o muriendo y que la sangre seguía subiendo. Millones de aves se amontonaban en la zona dándose festines con los restos.

Carpatia aullaba frenético: "No he llegado a mi fin. ¡Me tomaré su amada ciudad y la dejaré en ruinas, a ella y a Él! ¡León, sácame de aquí!".

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CATORCE

— Smitty -f-dijo Raimundo—, vamos a seguir a Carpatia y Fortunato.

— ¿En serio, capitán Steele? —Ni siquiera se darán cuenta. —Capitán, no entiendo algo. ¿Por qué Jesús no los captura

y se acabó? Él mata a casi todo el ejército con las palabras de su boca y, no obstante, permite que escapen. Sé que no va a matarlos, pero tal parece que estuviera jugando con ellos.

—No soy teólogo —dijo Raimundo—, pero, como sabes, Dios tiene su propio tiempo. Todo esto se profetizo y escribió. Va a pasar cuando se supone que ocurra.

Mientras Abdula manejaba el Hummer hacia el valle y al mucho mayor Humvee de Carpatia, el cielo comenzó a cambiar por primera vez desde el regreso de Jesús. En el horizonte se formaban unas nubes oscuras y amenazadoras que se levantaron enseguida, llenando el firmamento excepto donde flotaban el Señor y su ejército.

— ¿Sientes eso? —transmitió Mac—. ¡La temperatura debe haber disminuido unos doce grados en los últimos segundos! —Algo se prepara —dijo Raimundo.

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—Ahora tú redundas en lo obvio. Ray, yo me voy a refugiar.

—Sigue en contacto. —No te preocupes. Raimundo y Abdula subieron las ventanillas. — ¿No quiere que pierda a León? —preguntó Abdula,

gesticulando a lo lejos de los campos de las matanzas donde aceleraba el Humvee, sin duda intentando hallar a través de la masacre una senda hacia Jerusalén.

—Solo no lo pierdas de vista —dijo Raimundo—. Le va a costar mucho ir por ese camino. Oye, enciende la calefacción.

Abdula se detuvo justo al otro lado de una quebrada que separada las mesetas del valle donde yacían miles de cadáveres. Aunque estaban muertos y por eso la sangre no salía todavía, parecía destilar de los cuerpos a las zonas más bajas llenándolas de inmediato.

En el parabrisas apareció el hielo —Primera vez que veo eso en esta parte del mundo —dijo

Abdula—. En Estados Unidos, sí, pero no aquí. Activó los limpiaparabrisas que apenas diseminaban los

cristales de hielo y bloqueaba la vista. Raimundo toqueteó los controles hasta que puso el

dispositivo para desempañar a toda fuerza, lo cual limpió enseguida la ventanilla. Estaba helado, aun con la calefacción al máximo. Y el cielo seguía oscureciéndose, pero de manera extraña aún no había sombras en el suelo. La luz de Cristo continuaba inundando todo salvo por la negrura del firmamento que lo rodeaba a Él y sus seguidores en cabalgaduras.

De repente, una voz llegó del cielo, fuerte y autoritaria pero no era la de Jesús. "¡Consumado está!"

Relámpagos estallaron de las nubes siguiéndoles las explosiones de los truenos y entonces granizó, si se pudiera decir así. Los granizos no eran simples esquirlas de hielo,

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siquiera del tamaño de pelotas de golf ni de softball. El primer trozo de hielo que Raimundo vio era del tamaño de una mesa de comedor, con unos quince centímetros de espesor y cayó como a unos seis metros más allá del Hummer y se incrustó más de medio metro en el suelo. La conmoción sonó como una bomba.

Los escasos soldados restantes del Ejército Unido se comportaban como locos, algunos tirándose del cabello, otros gritándose entre sí, algunos les rogaban a sus compañeros que les dispararan. Otro trozo de hielo golpeó a un lanzador de grandas achatándolo. Pronto, cientos de bloques de hielo empezaron a caer sobre toda la zona, haciendo rebotar a los cuerpos, destruyendo camiones, automóviles y jeeps.

El Humvee, con León manejando de forma errática, escapó a duras penas de tres granizos, uno de ellos cayó de plano sobre un ayudante que escapaba corriendo, golpeándole en la cabeza y aplastándolo contra el suelo. Los gigantescos granizos siguieron cayendo con uniformidad y prontitud, y no hubo escape. Era como si Dios enterrara el sangriento campo de batalla bajo una gruesa capa de hielo.

— ¿Cae esta granizada en Jerusalén? —preguntó Raimundo por radio a Mac.

—Qué va. Nada de granizos. Se ve como amenazando lluvia o nieve, pero hasta ahora solo nos estamos congelando el trasero.

Quedaban sobrevivientes en puntos dispersos, pero en lugar de intentar refugiarse o protegerse la cabeza o hasta arrodillarse suplicando misericordia, levantaban sus rostros al cielo, gritando, evidentemente imprecando contra Dios, haciendo gestos obscenos a Jesús y a su ejército. Pronto, murieron aplastados bajo los monstruosos granizos.

La temperatura regresó a la normalidad con la misma rapidez que se enfrió y las nubes rodaron desapareciendo.

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Toda la creación volvió a lucir brillante como el día y aunque todavía no se había visto al sol desde la llegada de Jesús, el desierto volvió a ser ardiente. Raimundo apagó la calefacción y abrió las ventanillas, y él y Abdula se fueron tras León y Nicolás.

El hielo empezó a derretirse con rapidez y el agua se mezclaba con el torrente de sangre.

—Párate aquí —dijo Raimundo, al ver que la mezcla de agua y sangre subía por encima de las ruedas del Humvee del soberano, el cual quedó enseguida sumido en una mezcla color café rojizo. Raimundo escuchó que Carpatia le aullaba a León para que lo sacara del pantano prosiguiendo a Jerusalén, pero se dieron cuenta de inmediato que todas las salidas de escape estaban bloqueadas por la mezcla que subía. Cuando llegó a la mitad de la puerta del vehículo, Carpatia le mandó a León que saliera para empujar mientras él se instalaba en el asiento del chofer.

— ¡Pero, excelencia, me ahogaré! —No harás tamaña cosa. ¿Quieres que baje tu rey? —No, mi señor, por supuesto que no, pero yo, yo, aahh... León abrió la puerta y el líquido invadió el vehículo. — ¡ Apúrate, hombre! —gritó Nicolás—. ¡Cierra la puerta! León pisó con cautela el líquido que le llegaba a la cintura

haciendo que su túnica se inflara. Sabiamente había dejado el fez en el vehículo.

— ¡Congela! —chilló—. ¡Se me entumecen las piernas! — ¡Claro que congela! ¡Hay hielo ahí! ¡Ahora, empuja

este vehículo! — ¡Hiede! — ¡Empuja! Le costó un momento a León llegar detrás del Humvee y

la base debajo de la superficie líquida era sin duda dispareja. Una vez casi se hunde por completo y tuvo que agarrarse de

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vehículo para seguir de pie. Su ropa era un horror, sus manos y su cara estaban pálidos, su cabello enredado. Raimundo pudo ver que temblaba de frío hasta los tuétanos.

Cuando se puso detrás del Humvee, Carpatia apretó el acelerador a fondo, pero todo lo que logró fue lanzar para atrás un chorro del líquido y vapor, como cola de gallo, que cubrió a León. El vehículo no se movió.

— ¡Trate de balancearlo! —gritó León. — ¡Para eso estás aquí! ¡Agárralo por debajo del

parachoques y levántalo! — ¿Levantar un Humvee? — ¡Mécelo! Al final se coordinaron, León levantando y empujando y

Carpatia alternando la aceleración del motor y el encendido, y la tremenda cosa empezó a mecerse. Cuando al fin empezó a moverse, León perdió el equilibrio y se fue de bruces, hundiéndose por completo. Salió escupiendo y enjugándose la cara, lo que solo se la dejó manchada. Nicolás llevó el Humvee a un terreno un poco más alto y León corrió a subirse al lado del pasajero, pero cuando abría la puerta, ya Carpatia estaba ahí.

— ¡Yo no voy a manejar, León! ¿Cómo se vería eso? León se arrastró frente al carro y abrió la puerta de un

tirón, pero antes de subirse se quitó la empapada túnica y la dejó tirada sobre el creciente río de sangre. Subió a bordo, con su ropa interior, asegurándole a Nicolás que tenía más ropa en el maletero.

— ¡Bien, póntelas de inmediato! El Humvee se mecía y rebotaba mientras León buscaba ropa seca y se vestía. Al parecer decidió que su ornado gorro no combinaba con su nuevo traje, lo arrojó por la ventanilla Mientras se alejaba con lentitud, buscando terreno aun más alto. La sangre ya había subido más de un metro.

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Cuando se aclararon los cielos y subió la temperatura, Mac se frotó sus desnudos brazos y salió de lo que fue un pobre refugio debajo de unos pocos árboles, no lejos del Monte del Templo. Aunque ya no vestía el uniforme del Ejército Unido tampoco debía parecer rebelde, pues prácticamente lo pasaban por alto. Buena parte de la ciudadanía que no lucha casi nunca, se apiñaba en torno a los miles de soldados que se pasaban gran parte del tiempo sentados. A algunas compañías las pusieron aquí y allá, sin duda por capricho de un general o comandante, pero había cesado toda lucha. Las fuerzas de la Comunidad Global habían ocupado casi por entero a Jerusalén, salvo el Monte del Templo y lo tenían rodeado. Cada tanto un general intentaba por megáfono convencer al pequeño grupo de rebeldes parapetados adentro para que se rindieran y evitaran el inevitable baño de sangre.

Le resultaba divertido a Mac que el general se imaginara que los rebeldes no tenían acceso a la información del exterior, pero como había peleado con ellos, sabía que tenían radios y hasta televisores. Tenían que saber lo que había pasado en Petra y Buseira y hasta quizá pronto supieran el resultado de la batalla del Armagedón.

A Mac le parecía raro que los soldados estuvieran sentados filmando y jugando a los naipes, mirando al cielo en ocasiones para ver en qué estaba Jesús. Quizá eso era parte del endurecimiento de los corazones, pero Mac pensaba que si el estuviera en la misma situación, habría admitido que su fin estaba cerca. Su enemigo era sin duda sobrenatural y no lo había demorado siquiera el ejército más poderoso de la historia. La guerra estaba terminada.

No obstante, Nicolás Carpatia, el gran engañador, convencía de alguna forma a las tropas de que Jerusalén era

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clave a pesar de no haber ganado ni una escaramuza desde el regreso de Cristo. Si podía apoderarse de la Ciudad Santa, le devolverían su legítimo trono, derrotarían al Hijo de Dios y todo volvería a estar bien en el mundo.

Lo único que el argumento tenía a favor era la situación actual de Jerusalén. La idea de los rebeldes reteniendo algo cuando estaban rodeados y superados por mil a uno era risible y patética. Salvo que, como sabía Mac, estaban del lado apropiado.

Raimundo daba por sentado que ya no se impresionaría más, ¿qué otra cosa vería que fuera más surrealista que las últimas horas? Sin embargo, mientras Abdula mantenía una distancia cuidadosa aunque vigilante del Humvee de Carpatia, todo lo que Raimundo podía hacer era contemplar el resultado de la así llamada última batalla. Por supuesto, no había habido batalla en absoluto. El Ejército Unido había rechinado sus sables, cargado sus armas y hecho mucho ruido, pero Jesús los había matado a todos solo con palabras.

Claro que esas palabras eran las de Dios y el efecto era sobrecogedor. Kilómetro tras kilómetro, Abdula pasaba cerca de un río de sangre que tenía varios kilómetros de ancho y ahora ya más de metro y medio de profundidad. La fuerza de combate mundial de Carpatia compuesta por varios millones de tropas, quizá había quedado reducida a un millón. Eso era inmenso aún y desde el punto de vista humano los rebeldes nunca lo igualarían, pero la devastación del Ejército Unido ocurrida en un corto tiempo debiera haberle demostrado a Carpatia que simplemente sus días estaban contados. No obstante, al oírlo hablar con fervor a León en el automóvil y por radio a las tropas restantes, mostraba que lo

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sucedido le servía de motivo. "Nuestra meta permanece" decía, "y nuestra tarea es clara. Tomar la ciudad del Padre eliminar a sus elegidos y matar a su Hijo. Ese ha sido nuestro designio desde el comienzo. Lo hemos hecho manifestarse y pronto lo tendremos donde lo queremos. Sigan leales, sigan fieles, sigan vigilantes y serán recompensados".

Mientras tanto Jesús se había vuelto al remanente dirigiéndose directamente a ellos mientras Raimundo y Abdula escuchaban.

"Ustedes, queridos hijos, son de Dios y han vencido al anticristo, porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo.

"Ellos son del mundo; por eso hablan desde el punto de vista del mundo, y el mundo los escucha.

"Ustedes son de Dios, y todo el que conoce a Dios me escucha; pero el que no es de Dios no me escucha. Así distinguimos entre el Espíritu de la verdad y el espíritu del engaño.

"Queridos hermanos, ámense los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce.

"El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. "Así manifestó Dios su amor hacia ustedes: en que envió a

su Hijo unigénito al mundo para que vivan por medio de él. "En esto consiste el amor: no en que ustedes hayan amado

a Dios, sino en que él los amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de sus pecados.

"Raimundo, si Dios los ha amado así, también ustedes deben amarse los unos a los otros".

Raimundo se sentía traspasado cuando escuchaba su nombre, como sabía que le pasaba a Abdula y los demás. Y no era como si solo el Señor lo trasladara de esa pequeña exhortación personal a explicarle con claridad lo sucedido.

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"Y los reunieron en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.

"El séptimo ángel derramó su copa en el aire, y desde el trono del templo salió un vozarrón que decía: '¡Se acabó!'

"Y hubo relámpagos, estruendos y truenos. Del cielo cayeron sobre la gente enormes granizos, de casi cuarenta kilos cada uno. Y maldecían a Dios por esa terrible plaga.

"Entonces salió del templo un ángel y me gritó: 'Mete la hoz y recoge la cosecha; ya es tiempo de segar, pues la cosecha de la tierra está madura'.

"Y pasé la hoz, y la tierra fue segada. "Del templo que está en el cielo salió otro ángel, que

también llevaba una hoz afilada. "Del altar salió otro ángel, que tenía autoridad sobre el

fuego, y le gritó al que llevaba la hoz afilada: 'Mete tu hoz y corta los racimos del viñedo de la tierra, porque sus uvas ya están maduras'.

"El ángel pasó la hoz sobre la tierra, recogió las uvas y las echó en el gran lagar de la ira de Dios.

"Las uvas fueron exprimidas fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre, la cual llegó hasta los frenos de los caballos en una extensión de trescientos kilómetros.

El remanente, lleno de la gloria de Dios, se volvió y se dirigió hacia Jerusalén. Jaime creía que el Señor los protegería, pero cosa rara ahora, Él se puso delante con su ejército. Y mientras los hijos de Israel se movían de nuevo con rapidez sobrenatural, quedaron muy atrás de Jesús y pronto lo perdieron de vista.

Jaime notó que algunos se miraban entre sí con preocupación y quiso animarlos. Sin embargo, le habían quitado su

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lugar de líder y vocero y sintió que no tenía caso volver a imponerse. Su trabajo estaba hecho y sintió que ahora solo era parte del remanente. Ellos irían donde les indicara Dios y confiarían que Él fuera su retaguardia.

Mac se sorprendió al descubrir que las ondas radiales, y supuso que la televisión también, aún seguían controladas por la Comunidad Global. Sabía que eso no duraría mucho. Mientras caminaba por Jerusalén, intentando pintar un cuadro para Raimundo y Abdula de lo que hallarían cuando llegaran, oía reporteros y presentadores de la CG que ponían el discurso de Nicolás Carpatia en todo.

No mencionaban, como es natural, lo que al menos se podría haber descrito como una aparición en el cielo, algún truco del enemigo para asustar a todos. Hubiera sido como hablar del proverbial elefante en la cristalería. Mac estaba seguro que todo el mundo en la tierra conocía al que cabalgaba en las nubes. La cuestión era qué iba a hacer Él y cuándo lo iba a hacer.

Jerusalén estaba repleta de cárceles y prisiones improvisadas y tanques de retención donde se torturaban y mataban de hambre a los cautivos rebeldes. El personal de la CG informaba con evidente gozo de esas cosas como pruebas de que la victoria estaba a la mano. Un comentarista decía que los rebeldes que creían mantener la zona del Monte del Templo, solo se habían puesto en una cárcel mayor, hecha por ellos mismos, pues estaban sin defensa para resistir contra el Ejército Unido y no había a dónde huir.

A Mac le quedó claro que se empezaba a difundir por toda la ciudad que el soberano venía en camino. El lugar se había transformado en un centro de actividad. Se acabaron los

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juegos de cartas. Quedarse sentado por ahí se volvió cosa del pasado. Las compañías se ponían firmes, se patrullaban las rondas y se despejaba el camino a las líneas del frente. Cada tantos minutos las noticias transmitían una cita viva y fresca del vehículo del comandante en jefe.

"Al acercarnos a lo que muchos llaman la Ciudad Eterna", decía, "me complazco en anunciar que después de nuestra victoria aquí esto se convertirá en los nuevos cuarteles centrales de la Comunidad Global. Mi palacio se reconstruirá en el sitio de las ruinas del templo, cuya destrucción está en nuestra agenda.

"Bella como fue Nueva Babilonia, desde siempre mi objetivo ha sido en verdad ubicar la sede del gobierno, del comercio y la religión en esta ciudad que ha significado tanto para muchos por tanto tiempo. Por lo tanto, ciudadanos leales del nuevo orden mundial, confío que ustedes verán con gran satisfacción que completamos nuestra toma de este lugar al arrancar de raíz y destruir el último bastión de la resistencia y al dejar impotente a Aquel que nuestro enemigo reverencia como la razón de no haberse podido unir jamás a nuestra noble causa.

"Ese que flota en el aire citando textos de antiguos cuentos de hada y obligando a sus aduladores a correr con él sin pensarlo y adorándolo, pronto llegará a su fin. Él no es rival Para el resucitado señor de este mundo, ni para la fuerza de combate ya ubicada para enfrentarlo. Ni siquiera me tomo la Molestia de publicar nuestro plan, pues ya ha triunfado. Esta ciudad y esta gente despreciable han sido por mucho tiempo sus elegidos y por eso lo hemos obligado a que se muestre, a que se declare, a que trate en vano de defenderlos, a que Manifieste lo fraudulento y cobarde que es Él. O bien Él intenta venir en su rescate, o ellos mismos lo verán por lo que es en realidad o lo rechazarán como un impostor. O Él

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locamente vendrá contra mi fuerza inconmovible y contra mí y de una vez por todas demostrará quién es el mejor.

"Aunque no espero que esta sea una campaña extensa pues esta es la última batalla que espero librar jamás, traigo todos nuestros recursos. Cada hombre y cada mujer bajo mi mando y cada armamento y munición a nuestra disposición se usará para hacer de esta la victoria militar más convincente y resonante de la historia.

"A ustedes, leales ciudadanos de la Comunidad Global, les juro que una vez llegado el final de esta batalla, no quedará en pie ningún oponente a mi liderazgo y régimen, sí, ninguno quedará con vida. Los únicos seres vivos de la tierra serán ciudadanos confiables, amantes de la paz, la armonía y la tranquilidad que yo ofrezco con amor para todos desde lo más hondo de mi ser.

"Estoy apenas a dieciséis kilómetros al oeste de Jerusalén mientras hablamos, y despediré a mi gabinete y a mis generales para que se puedan ocupar de lidiar este conflicto bajo mi mando. El Altísimo Reverendo del Carpatianismo, el doctor León Fortunato en persona, servirá como mi chofer para mi entrada triunfal. Ya hay ciudadanos alineados en el camino para saludarme y yo agradezco el apoyo de ustedes".

Mac se apresuró a colocarse en posición de poder mirar al Humvee y la caravana de vehículos militares que lo seguían. Se paró sobre un promontorio al oeste, desde donde veía al ejército desfilando y que llegaba hasta el horizonte. Al aproximarse la procesión a la ciudad, escuchó tambores y trompetas y, si no se equivocaba, hasta de esa distancia el Humvee real parecía un desastre. Raimundo le había dicho que cruzó chapoteando por la sangre del valle de Meguidó pero era evidente que nadie le había recordado al soberano que lo mandara a limpiar.

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Y cuando se puso a su alcance, se confirmaron las sospechas de Mac. El Humvee venía tapado por barro y sangre hasta las ventanillas, pero era cierto que había civiles alineados a los dos lados del camino, vitoreando, saludando, aplaudiendo y arrojando flores. Carpatia abrió el techo del vehículo, se paró en el asiento delantero quedando al aire libre, saludando con ambas manos y tirando besos.

Disfrútelo mientras le dure, compañero.

—Mac, ¿nos ves? —preguntó Raimundo por radio usando la frecuencia segura.

—No. ¿Dónde están? —Tercera fila, detrás del Humvee. — ¿A nadie le importa? —Es como si nos vieran siquiera. — ¿Cuál es el plan? —Al llegar el Humvee al camino a Jaffa, se dirigirá a la

Puerta de Jaffa, junto con un tercio de la fuerza de combate. Los otros dos tercios se repartirán al norte y al sur, rodeando a la Ciudad Vieja. Cuando todos estén en sus puestos, Carpatia dirigirá la carga atravesando los ocupados sectores armenio y judío en pos del Monte del Templo y tienen planeado atacar Por el muro occidental y dominar a los rebeldes.

—Planeado. —Exacto.

Al fin Mac divisó el Hummer de Raimundo y Abdula, impresionándose por lo mucho que parecía que pertenecía a la procesión. Al aproximarse la caravana a la Puerta de Jaffa, Mac

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empezó a trotar hacia allá, esperando alcanzar a sus amigos cuando se apartaran del grupo.

Las alborozadas multitudes aumentaban mientras se aproximaban los vehículos a la Ciudad Vieja y perdían velocidad, la banda los alcanzó con su música atronadora y los resonantes tambores. Mac se acordó de los desfiles del Día de Recordación en su infancia, cuando su padre lo subía a sus hombros y él se emocionaba con el rataplán de los tambores y el profundo aporreo de los grandes tambores de sonido bajo. Por supuesto, en aquellos tiempos él nunca oyó el ¡Salve, Carpatia!

La música había estimulado a la multitud hasta la fiebre y el ejército que seguía fue algo como nada que hubieran visto antes, fueran leales o rebeldes. No habría lugar en la Ciudad Vieja para una fracción de la fuerza y Mac se preguntó cómo Carpatia y el resto del material rodante circularían por las estrechas callejuelas empedradas.

—Yo me he estado preguntando lo mismo, Mac —dijo Raimundo—. Este sí que es un festival, ¿eh?

— ¡Ridículo! —A decir verdad, me gusta mucho —dijo Raimundo—

Mientras más ruidoso, mejor. —No entiendo. —Mientras más pompas y circunstancias, mayor es la

humillación que viene. —Bueno, eso es cierto. — ¿Ya nos vas a salir al encuentro, Mac? —Para allá voy. ¿Dónde se van a separar? —No nos vamos a separar. — ¿No? ¿Qué, van a desfilar con Carpatia entrando a la

Ciudad Vieja?

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— ¿Por qué no? Mira a ver si puedes entrar. —Improbable. —Trata.

Mac alcanzó al desfile y tuvo que preguntarse para qué todas las tropas extra. Desde el punto de vista humano, el mismo contingente de soldados que estuvo cuando él halló a Macho era más que suficiente para hacer el trabajito. Si no podían realizarlo, los demás tampoco.

Fortunato manejó el ancho Humvee por la Puerta de Jaffa y casi de inmediato quedó clara la necedad del plan. Sencillamente no había suficiente lugar para que el material rodante procediera al Muro Occidental del Templo del Monte. Mac oyó, por su audífono, que Nicolás trataba de traer ingenieros con equipo pesado para derrumbar edificios y paredes que se les interpusieran en el camino. Cuando se le dijo que eso tardaría horas, estalló, jurando y exigiendo saber quién le dijo que su desfile por la Ciudad Vieja era una idea tremenda.

— ¡Dejen los vehículos donde están! —anunció—. Yo dirigiré el resto del ataque a lomo de caballo.

Mac estaba bastante cerca ahora para verlo atisbar el cielo. Por el momento, Jesús no estaba ahí, ni tampoco su ejército celestial, cosa que Mac pensó ponía más nervioso a Carpatia que si Él hubiera estado allí.

Los ayudantes atendieron enseguida a Carpatia cuando este salió del Humvee. Se estiró los pantalones de cuero que no parecían nada mal pues él no había salido del vehículo durante la calamidad de Meguido. Nicolás también repuso su llamativa espada.

Sin embargo, cuando salió Fortunato, apareció con ropa civil corriente que lo hacía parecer cornos si fuera camino a

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un día de trabajo para el club de servicios de la comunidad local. —Consigan un uniforme apropiado para el reverendo y algo

para que se limpie la cara y el cabello —mandó Carpatia y uno salió corriendo y volvió rápido.

—Lo más grande que tenemos —dijo el hombre, pasando la ropa doblada y una toalla húmeda a Fortunato, que le dio una mirada que hubiera levantado a un animal muerto del pavimento.

—Lo siento —musitó el hombre—, lo más grande que tenemos. —Se puede cambiar en la catedral —dijo uno a León que se

apresuró con un par de ayudantes. Mientras tanto, había más generales, aduladores y sapos

rodeando a Carpatia que pidió que hicieran lugar para los fotógrafos y los camarógrafos de la televisión. Cuando León volvió en el atuendo demasiado corto y apretado del Ejército Unido, parecía como si el sargento García tratara de meterse en un traje del Zorro. Fortunato intentó poner algo religioso en el traje colgando de su cuello una larga cadena de oro con un 216 como colgante. A Mac le costó horrores mantener la cara seria.

Se encontró con Raimundo y Abdula cuando se acercaron en su vehículo. Habían empezado a atraer miradas, felizmente de nadie que se interesara en hacerles preguntas. Los tres se calaron bien las gorras, pero estaban del todo fuera de caracterización si se suponía que pertenecieran al personal del Ejército Unido.

—Mejor que nos separemos, ¿eh, capi? —insinuó Mac —Me parece. Smitty, vete al norte. Mac, al sur. Nos vemos fuera

del muro oriental, por la Puerta Dorada, cuando termine todo esto.

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Jaime sintió el hormigueo de la expectativa cuando el remanente se ubicó en un punto elevado de la ladera oeste que miraba a la ciudad. Aún parecía desconcertante no ver a Jesús arriba de ellos, pero entendía que el Señor sabía lo que es mejor. El anticristo había estado fanfarroneando que traía al Hijo de Dios a su trampa cuando para Jaime estaba claro que había ocurrido todo lo contrario. Carpatia tenía que haber leído el Libro. Tenía que saber que todo estaba profetizado. Hasta tenía que saber cuál era el resultado predicho. Sin embargo, venía con descaro al punto exacto en el que se suponía que viniera y, a pesar de la ejecución en masa de sus tropas en otros tres enfrentamientos, aún tenía el coraje de creer que vencería.

Esto iba a ser algo digno de verse y Jaime quería decírselo a los reunidos. No tenía medios para hablarles a todos a la vez y mirando a los que le rodeaban, supo que no había nada que necesitaran saber. Ellos, como él, miraban con gran expectativa. ¡Adelante, Rey Jesús!

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aimundo estaba bastante cerca y detrás de Nicolás para escucharlo preguntar a una general: — ¿Cuál es nuestra fuerza ecuestre?

Ella constató por radio e informó: —Más de un millón de soldados, excelencia, poco más de

la décima parte van a caballo. —Pida tantos corceles como necesitemos para la primera

oleada de ataque al Muro Occidental y pida montas apropiadas para mí y el reverendo Fortunato.

A los pocos minutos, miles de caballos llenaban las calles y los soldados del Ejército Unido los montaban. Para su uso, a Carpatia le entregaron un alto y hermoso semental, casi idéntico al que cabalgó fuera de la ciudad hacia Bosra. Las cámaras hacían clic y el personal de televisión se amontonó cuando él se montó, levantando su espada.

Le dio vueltas a la hoja por encima de su cabeza, entusiasmando a las tropas que respondieron con un creciente grito le alegría, como un equipo de fútbol a punto de salir de los Estuarios. Fortunato luchaba por montarse en un caballo más chico negro, hasta que se instaló.

Síganme al Muro Occidental —gritó Carpatia—, ¡y háganse a un lado para los lanzadores de misiles y los arrietes! A mi orden, ¡abran fuego!

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Conociendo ahora la Ciudad Vieja, Raimundo se lanzó a todo correr por calles laterales, dirigiéndose al Muro Occidental.

Mac ya estaba en el extremo sur de la Ciudad Vieja, a pocos pasos al norte de la Puerta del Estiércol. Estaba comunicado por radio con Abdula, que dijo que había hallado dónde subirse, cerca de la fortaleza Antonia y creía que estaba a salvo e indetectable, con una buena vista de los invasores que se aproximaban.

"Estoy bastante alto para ver las fuerzas del ejército sitiador", decía. "Tienen rodeada a toda la Ciudad Vieja, varios miles por hilera. Ya entiendo por qué confían tanto en la victoria, pues cortaron todas las vías de escape en los trescientos sesenta grados".

Raimundo se instaló a poco más de noventa metros del Muro Occidental, a suficiente distancia para tener un matorral donde guarecerse. Pensó que había divisado a Mac, pero no estaba seguro. Casi todos, menos la prensa de la Ciudad Vieja, eran parte de la fuerza de ataque, pero había civiles aislados que se subían a lo que hubiera disponible, vitoreando y animando a Carpatia cuando este se veía valiente y orgulloso en su enorme caballo, con la espada apuntando al cielo, el micrófono enroscado en su oreja y frente a su boca de modo que todo el ejército escuchara sus órdenes.

"¡Para la gloria de vuestro resucitado amo y señor de la tierra!", gritaba instando a su caballo a que galopara a toda velocidad, repiqueteando en el suelo pavimentado. El caballo de

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Fortunato iba detrás a paso lento, lo cual parecía bastante rápido para León.

La banda iba atrás de la caballería y las tropas de infantería y transportadas entonaban ruidosamente una melodía estimulante. Al acercarse Carpatia al Muro, se desvió al sur, con Fortunato que lo seguía.

"¡Jinetes, abran paso a los armamentos!", rugía Carpatia. "¡Al ataque! ¡Entren por el muro! ¡Tomen el Monte del Templo! ¡Destruyan a los rebeldes!"

Sin embargo, cuando los jinetes fustigaron a sus caballos, estos no abrieron paso. Más bien los caballos se lanzaron adelante como ciegos, relinchando, gimiendo, retrocediendo, pateando, girando y chocando los unos con los otros, corriendo de cabeza al muro, arrojando a los jinetes.

"¡Abran paso!", gritaba Carpatia. "¡Abran paso!" Los jinetes que lograron mantenerse en sus caballos

trataban de controlarlos con las riendas, pero al hacerlo se podría su carne, se podrían sus ojos y se podrían sus lenguas. Mientras Raimundo miraba, los soldados seguían de pie, por un momento, como esqueletos dentro de abolsados uniformes, luego caían en montones de huesos mientras los cegados caballos seguían enfurecidos, enloquecidos y rabiosos.

Segundos después la misma plaga afectó a los caballos, cuya carne ojos y lenguas se podrían, dejando grotescos esqueletos de pie antes de que cayeran también repiqueteando al pavimento.

"¡Refuerzos!", pedía Carpatia. "¡A la carga! ¡A la carga! ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Ataquen!"

No obstante, cada caballo y jinete que avanzaba sufría igual destino. Primero, la ceguera y la locura de los caballos, luego los cuerpos de los soldados se podrían. A continuación la caída y el amontonamiento de los huesos.

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Raimundo estaba de pie, boquiabierto, fijándose que los caballos de Carpatia y Fortunato aún no estaban afectados León se deslizó de su corcel desmadejándose en el suelo rodando hasta quedar de rodillas y ocultando la cara entre las manos.

"¡León, de pie! ¡De pie! ¡No estamos derrotados! ¡Tenemos un millón de soldados más y prevaleceremos!"

Aun así, León se quedó donde estaba, estremeciéndose y gimiendo.

Sin duda disgustado, Nicolás espoleó a su caballo para que volviera a la mitad del muro y miró más allá de los huesos de sus tropas diezmadas, en busca de refuerzos. Levantó su espada y maldijo a Dios, pero de repente su atención se dirigió directo arriba y Raimundo siguió su mirada para ver el templo de Dios abierto en el cielo y el arca del pacto clara como el día. Los relámpagos fulguraban, los truenos rugían y la tierra empezó a moverse.

El caballo de Carpatia retrocedió y corcoveó, pero Nicolás luchó para controlarlo. El caballo de Fortunato se dio a la fuga sin él.

La tierra gruñó y se retorció y la ciudad de Jerusalén se partió en tres cuando las grandes grietas se tragaban a los soldados y leales de Carpatia. Los edificios y las paredes quedaron intactos salvo que Abdula informó haber visto que la puerta oriental, cerrada con cemento por siglos, se abría por el movimiento de la tierra.

Raimundo apretó la palma de la mano sobre su auricular y se puso el otro para oír los informes procedentes de todo el mundo. El terremoto fue global. Desaparecieron islas. Desaparecieron montañas. Toda la faz del planeta quedó allanada, salvo por la ciudad de Jerusalén.

Y, de repente, volvió a aparecer el Señor Jesús en las nubes y todo el mundo lo vio. Él habló con fuerte voz, diciendo:

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"¡Consuelen, consuelen a mi pueblo! Hablen con cariño a Jerusalén, y anúncienle que ya ha cumplido su tiempo de servicio, que ya ha pagado por su iniquidad, que ya ha recibido de la mano del SEÑOR el doble por todos sus pecados.

"Se levantaron todos los valles, y se allanaron todos los montes y colinas; el terreno escabroso se niveló y se alisaron las quebradas.

"Se reveló la gloria del SEÑOR, y la vio toda la humanidad. Yo mismo lo he dicho.

"Vino el día para el SEÑOR cuando tus despojos se han repartido en tus propias calles. Movilicé a todas las naciones para que pelearan contra ti, pero el resto del pueblo se quedó contigo. Yo peleé contra aquellas naciones, como en el día de la batalla.

"Esta es la plaga con la que herí a todos los pueblos que pelearon contra Jerusalén: Se les pudrió la carne en vida, se les pudrieron los ojos en las cuencas, y se les pudrió la lengua en la boca. Los llené de pánico. Una plaga semejante hirió también a los caballos.

"Convertí a Jerusalén en una copa que embriagó a todos los pueblos vecinos, cuando se sitió a Judá y Jerusalén.

"En aquel día convertí a Jerusalén en una roca inconmovible para todos los pueblos. Los que intenten moverla quedarán despedazados, aunque todas las naciones de la tierra se junten contra ella.

'Espanté a todos los caballos y enloquecí a sus jinetes. Me mantuve vigilante sobre Judá, pero dejé ciegos a los caballos de todas las naciones.

Yo protegí a los habitantes de Jerusalén. El más débil entre ellos es como David, y la casa real de David será como Dios mismo, como el ángel del SEÑOR que marcha al frente de ellos.

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"Yo destruí a todas las naciones que atacaron a Jerusalén Por eso una maldición consume a la tierra, y los culpables son sus habitantes. Por eso el fuego los consume, y solo quedan unos cuantos.

"Así sucedió en medio de la tierra y entre las naciones como cuando a golpes se cosechan aceitunas, como cuando se recogen rebuscos después de la vendimia.

"Los hijos de Israel me invocaron y yo les respondí. Yo dije: 'Ellos son mi pueblo', y ellos dijeron: 'El SEÑOR es nuestro Dios'".

Aunque el Señor no habló en forma audible al remanente, Jaime sintió como si a él y a ellos los llevaran de manera inexorable alrededor de la Ciudad Vieja al lado oriental. Mientras el millón se abría paso con lentitud entre los muertos y los moribundos, una fracción de las fuerzas del anticristo permanecía viva. Luchaban y se tambaleaban buscando refugio, también atraídos sin duda hacia el oriente.

El Señor estaba sentado triunfante encima de su caballo blanco en las nubes, su ejército detrás de Él miraba la victoria unilateral sobre las fuerzas que habían ido contra Jerusalén.

Mac halló a Raimundo y se fueron a buscar a Abdula. Sabían que estaba bien porque se mantenían en contacto radial. También Abdula se dirigía al oriente de la ciudad.

—Deben haber visto a Nicolás y León —dijo Raimundo. —Los vi por un instante —dijo Mac—, cuando León

se cayó del caballo. —Hace un rato Nicolás galopaba de regreso por

donde vino. León corría detrás de él, rogándole que lo llevara, pero Carpatia no lo tenía en cuenta.

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—Lógico. La tierra todavía se estremecía y movía por las réplicas y

Raimundo trataba de imaginarse cómo debía verse desde el espacio. No más islas. No más montañas. Prácticamente plana con unas colinas de suaves ondulaciones. Todo Israel estaba plano, excepto Jerusalén.

Hallaron a Abdula que, primero miró más allá de ellos, luego sonrió y meneó su cabeza, diciendo:

—Mac, estaba buscando dos hombres blancos.

Hana Palemoon alcanzó a Jaime, que estaba rodeado de gente que preguntaba. Esperó hasta que la reconoció, entonces, dijo:

— ¿Cuánto tiempo falta para que nos reunamos con los seres queridos que se fueron al cielo antes que nosotros?

—Espero que muy pronto —dijo Jaime—. Hay muchos que yo también quiero ver, pero primero quiero ver a Jesús cara a cara.

— ¿Qué sigue? —Ah, creo que lo sabes. El Señor volverá a pisar la tierra

por segunda vez desde su ascensión. Como sabes, Él vino en las nubes para el Arrebatamiento y esta vez anduvo pisando un poco el suelo cuando manchó su túnica con la sangre en Bosra.

— ¿El enemigo desapareció por completo? —preguntó Hana. — Pronto —dijo Jaime—. Muy pronto.

Illinois, plano como ya era, se afectó muy poco por el terremoto aunque Enoc estaba seguro de que nadie dudaba de lo ocurrido. El largo y sordo bramido de la tierra continuaba y él

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oía a los leales de Carpatia que gritaban como si les fuera la vida.

Enoc había empezado a mover sus muebles a la planta alta, esperando con ansia vivir donde viera por la ventana sin tener que preocuparse de quién podría mirar para adentro Justo antes del terremoto vio que pasaba raudo calle abajo uno de los pocos patrulleros de los Pacificadores de la Comunidad Global que había visto en los últimos tiempos. Cuando llegó a la curva frente a su casa, se salió del camino chocando con una boca de incendio.

Los vecinos corrieron al patrullero, desmayándose de pura incredulidad cuando todo lo que hallaron fueron los esqueletos y la ropa en el asiento delantero. Diezmaban a los enemigos declarados de Dios en todo el planeta.

Enoc intentó llamar a sus feligreses, comunicándose con muchos, pero perdiendo varias llamadas de los que discaban cuando él aún hablaba por teléfono. Nadie estaba herido aunque algunos sufrieron daños en las estructuras donde habitaban. Varios estaban muy asustados al relatar que vieron podrirse a varios empleados del gobierno. Todos querían hablar de la nueva iglesia, dónde podría ubicarse y cuándo se mudarían para allá. Muchos mencionaron también su peregrinaje al Oriente Medio.

"No sé cuándo será", dijo una mujer a Enoc, "pero, cuando sea, allá voy yo".

Enoc recordaba a cada uno que, un tiempo después del terremoto, Jesús bajaría en el monte de Los Olivos, al este de Jerusalén y todo el mundo lo vería.

—Sigan mirando hacia arriba. — ¿Aún tienes ganas de enseñar, Smitty? —preguntó Mac

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—Eso depende de si estudié algo que te despierta la curiosidad.

—El monte de los Olivos, por supuesto. —Ah, sí, lo estudié por completo. Puedes verlo desde

aquí, como es natural. Solo está a unos ochocientos metros del muro oriental de la Ciudad Vieja. Como puedes ver, es en realidad más una colina que una montaña. Uno de los sermones más célebres de Jesús se predicó allí. Él vino desde el monte de los Olivos cuando hizo su entrada triunfal. Allá volvía cada noche de la última semana anterior a la crucifixión, a menudo orando en el huerto de Getsemaní. La transfiguración ocurrió allí también, claro, más adelante.

—Entonces, resulta lógico que sea ahí donde Él quiera venir ahora.

—Estoy seguro —replicó Abdula.

George Sebastian nunca había visto algo así. Le dijo a Priscila que la alcanzaría a ella, los niños y el resto del Comando Tribulación que viajaban con el remanente. Se quedó atrás y, en vez de seguir al remanente alrededor de la ciudad devastada, decidió cortar camino directamente y cruzarla al dirigirse al monte de los Olivos.

Como militar de carrera, Sebastian sin duda había visto despojos de la guerra en muchos campos de batalla de todo el mundo. Sin embargo, no lograba recordar una ciudad tan bella, pero tan destruida. Lo más peculiar de esto era que resultaba casi imposible determinar el vencedor.

A Sebastian lo habían mantenido al tanto del conflicto desde sus comienzos y sabía primero por Macho y luego por Mac cómo el Ejército Unido de la Comunidad Global venció por completo a la ciudad. A la mitad de sus residentes los

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capturaron o mataron, muchos seguían presos, y los torturaron y mataron de hambre, y violaron a las mujeres.

Sin embargo, al deambular ahora por las callejuelas George veía por un lado a soldados sobrevivientes de la Unidad que se repartían tranquilamente los despojos, a otros que se reagrupaban para asaltar a los rebeldes que trataran de huir del Monte del Templo y montones de ropa y huesos donde el Señor había hecho que se pudrieran los cuerpos de sus enemigos.

Por lo tanto, esto aún no terminaba. A Jerusalén, la ciudad joya de Dios, la habían violado al punto de la ruina total. Era un milagro que Dios no la hubiera allanado junto con las montañas y las islas del mundo.

Sebastian escrutó toda la zona mientras caminaba hacia el norte a la Puerta de Herodes donde sabía que habían matado a Macho. Trepó la muralla y miró al resto de Jerusalén. Quizá quedaban unos cien mil de las tropas de Carpatia. Los rebeldes que seguían en el Templo resguardaban la recién reabierta Puerta del Oriente en lugar de optar por intentar la fuga por ella.

Divisaba el enorme remanente que poco a poco se abría paso más allá del muro sur rumbo al monte de los Olivos y se dio cuenta que lo mejor era que alcanzara a los suyos o se arriesgaría a dejar a su esposa con la responsabilidad de los dos niños. Por supuesto que habría otros que ayudarían, pero eso no justificaba que la abandonara.

Justo antes que Sebastian se bajara del muro, vio mucha actividad fuera de la Puerta Nueva, en el extremo noroeste de la Ciudad Vieja. Parecía que la prensa había rodeado a Nicolás, a León y a lo que quedaba del gabinete de asesores y generales del soberano. Sebastian meneó la cabeza. Ya sabía lo que venía y Carpatia tenía que saberlo, ¿entonces por qué no escapaba para salvar su vida?

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Algunos hombres nunca supieron que estaban derrotados, nunca supieron cuándo rendirse y marcharse. Nicolás Carpatia era el epítome de esa clase de hombres, probando así que era el anticristo sin duda alguna, como si eso fuera necesario. Caso clásico de negación cósmica, su orgullo aún lo convencía de que al final no podía salir perdiendo.

Allí estaba, apuntando, engatusando, tramando, ladrando órdenes, hablando a la prensa. Sebastian encendió la radio, y por cierto, su alteza seguía intentando vender a la ciudadanía el triunfo final de ellos. Decía: "Esta ciudad será mi trono. El templo será aplastado y dará lugar a mi palacio, la estructura más magnífica que se erigiera jamás. Aquí hemos capturado a la mitad del enemigo y en su debido momento dispondremos de la otra mitad.

"La fase final de nuestra conquista está casi lista para ejecutarse y pronto nos libraremos de este fastidio de arriba".

Raimundo, Mac y Abdula también estuvieron oyendo mientras observaban a la gente, en su mayoría del remanente, moviéndose hacia el monte de los Olivos. Como es natural, los hijos de Dios sabían lo que vendría y por eso mantenían la distancia. Nadie tenía idea del tiempo del Señor, pero ahí seguía flotando con sus jinetes. Pronto empezaría a decir palabras de consuelo a los suyos.

"Por eso, como me recibieron a mí, vivan arraigados y edificados en mí, confirmados en la fe como se les enseñó, y Henos de gratitud. Y en mí, que soy la cabeza de todo poder y autoridad, ustedes han recibido esa plenitud.

Mi Padre me ha dicho: 'Tu trono, Oh Dios, permanece por los siglos de los siglos, y el cetro de tu reino es un cetro de Justicia.

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“‘Has amado la justicia y odiado la maldad; por eso Dios tu Dios, te ha ungido con aceite de alegría, exaltándote por encima de tus compañeros'.

“‘En el principio, Oh Señor, tú afirmaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces para siempre. Todos ellos se desgastarán como un vestido. Los doblarás como un manto, y cambiarán como ropa que se muda; pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin'.

"Y Yo soy Aquel de quien Dios dijo estas cosas y les aseguro, hijos míos, que nunca los dejaré ni los desampararé. Así que pueden decir con toda confianza: 'El Señor es quien me ayuda; no temeré. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?' Yo, su Señor Jesucristo, soy el mismo ayer y hoy y por los siglos. Por tanto, hermanos y hermanas santos, participantes del llamamiento celestial, considérenme el Apóstol y Sumo Sacerdote de vuestra fe.

"Yo fui fiel al que me nombró, como lo fue también Moisés. Pues a mí me han estimado digno de mayor honor que Moisés, así como el constructor de una casa recibe mayor honor que la casa misma. Porque toda casa tiene su constructor, pero el constructor de todo es Dios.

"Les convenía tener un sumo sacerdote así: santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos. A diferencia de los otros sumos sacerdotes, yo no tengo que ofrecer sacrificios día tras día, primero por mis propios pecados y luego por los del pueblo; porque yo ofrecí el sacrificio una sola vez y para siempre cuando me ofreció a mi mismo".

A pesar de esos comentarios magnánimos de sí mismo, a Raimundo le impresionó mucho cuan humilde, sencillo y compasivo parecía Jesús. Solo estaba hablando la verdad, recordándoles a sus hijos qué disfrutaban en Él. La verdad de

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la Palabra de Dios, procedente de la Palabra Viva, volvió a poner de rodillas a Raimundo, junto con sus amigos y todo el remanente judío.

Jesús siguió hablando directamente al corazón de Raimundo mientras este continuaba arrodillado.

"Dios se propuso dar a conocer cuál es la gloriosa riqueza de este misterio entre las naciones, que es Cristo en ti, Raimundo, la esperanza de gloria. Yo soy la esperanza de Israel, el cuerno de salvación en la casa de David, el siervo de Dios. Ciertamente te aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!"

Jesús guardó silencio y del occidente Raimundo escuchó a la banda de música del Ejército Unido de la Comunidad Global. Su pobre versión del ¡Salve Carpatia! sonaba discordante desde la distancia y, por supuesto, palidecía comparada a las oraciones musitadas del millón de personas arrodilladas ante el Señor del cielo.

El suelo retumbó mientras lo que quedaba de los armamentos de la CG se colocaba en posición. Para Raimundo era patético y risible que Carpatia no hubiera aprendido nada en las últimas horas. No habría forma de competir contra esta Fuerza del cielo. Las armas de guerra no harían daño alguno a Él ni su gente.

Y, sin embargo, ahí venía Carpatia, el caballo a todo galope, los pantalones de cuero crujiendo en la silla de montar, la espada desenvainada, también el lamentable falso profeta rebotando de forma absurda detrás de él, aferrado a las riendas con uñas y dientes. El remanente seguía de pie como un solo hombre, como para no perderse nada, y Raimundo miraba a plenitud el rostro de su Señor. Una vez más le recordaron la descripción bíblica del Hombre en el caballo blanco con ojos como fuego.

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La convicción que brillaba en los ojos de Jesús era la de Uno que al fin se había hartado. Su enemigo estaba justo donde Él quería tenerlo, seducido por completo a la trampa instalada antes de la fundación del mundo. El cumplimiento de las profecías antiguas estaba a punto de cumplirse a pesar de que el enemigo las conocía, las había leído y había visto que cada una se consumaba exactamente como estaba determinado.

La quintaesencia del orgullo y del ego llegó galopando en toda su gloria patológica e imitada, poseído por el mismísimo diablo. Blandía su espada, haciéndola girar por encima de su cabeza, mientras Fortunato usaba una mano para intentar una especie de absurdo gesto de adoración y la otra para conservar el control de su caballo y él mismo en la silla.

La banda, que abría el camino, tocaba cada vez más fuerte y, al indicársele, se dividió a derecha e izquierda, para dar paso a los soldados montados, luego a los de infantería, después a las municiones y armamentos junto con las restantes compañías en vehículos que poco a poco se colocaban en posición.

Teniendo al remanente a unos cientos de metros por el este, la sitiada ciudad de Jerusalén a poco más de ochocientos metros al oeste, y las huestes celestiales flotando directamente arriba, Jesús espoleó a su magnífico corcel blanco y descendió en la cumbre del monte de los Olivos.

Mientras se desmontaba, Carpatia aulló su orden final: "¡Ataquen!". Las cien mil tropas obedecieron la orden, los jinetes a todo galope disparando, los soldados de infantería corriendo y disparando, el material rodante avanzando y disparando.

Y Jesús dijo, con esa voz como de trompeta y sonido de muchas aguas: "YO SOY EL QUE SOY".

En ese instante el monte de los Olivos se dividió en dos, de este a oeste, moviéndose al norte el lugar en el que estaba

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Jesús, y al sur el lugar en el que estaba el Ejército Unido, dejando un gran valle.

Todos los disparos, las carreras, el galope y el rodar se acabaron. Los soldados gritaban y caían, sus cuerpos estallaban de pies a cabeza con cada palabra que salía de la boca del Señor que hablaba a los cautivos dentro de Jerusalén. "Ustedes huirán por el valle de mi monte, porque se extenderá hasta Asal. Huirán como huyeron del terremoto en los días de Uzías, rey de Judá. Entonces vendré Yo, acompañado de todos mis fieles".

Con gritos y cantos, era como si Jerusalén estallara, los cautivos corrieron hacia la gran separación de ambos lados del monte de los Olivos. Y mientras la tierra seguía retumbando y moviéndose, Raimundo miraba extasiado que toda Jerusalén se levantaba unos noventa metros y lucía ahora como una joya excelsa por encima de toda la tierra circundante que aplastó el terremoto mundial.

Mac luchó por pararse y se aferró de Raimundo, preguntando: "¿Los viste?", al tiempo que señalaba. "¿Viste a Nicolás y León que escapaban como el rayo en pos de seguridad? ¡Y mira esa enorme burbuja de luz que rebota por delante de ellos! ¿Recuerdas lo que te dije de Lucifer que se apareció en las Caballerizas de Salomón? ¡Eso tiene que ser él y otra vez abandonó al viejo Nico!"

Mac, Abdula y Raimundo estaban de pie, con los brazos Puestos sobre los hombros del otro, contemplando la espectacular escena. Al salir huyendo por el nuevo valle los rebelas del Monte del Templo, con los cautivos que habían estado presos en Jerusalén, los últimos y débiles vestigios del

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Ejército Unido intentaron perseguirlos, solo para morir a las palabras de Jesús.

"Brotarán aguas vivas de Jerusalén", decía Él, "una mitad hacia el mar oriental y la otra mitad hacia el mar occidental, será lo mismo en verano que en invierno.

"Y el Señor será rey sobre toda la tierra; aquel día el Señor será uno, y uno su nombre.

"Toda la tierra se volverá como una llanura desde Geba hasta Rimón, al sur de Jerusalén; pero esta se levantará y será habitada en su lugar desde la puerta de Benjamín hasta el lugar de la puerta Primera, hasta la puerta del Ángulo, y desde la torre de Hananeel hasta los lagares del rey.

"Y habitarán en ella y no habrá más maldición; y Jerusalén habitará en seguridad".

Dicho eso, Jesús montó su caballo y comenzó su definitiva entrada triunfal hacia Jerusalén. Durante su primera visita a la tierra entró a la ciudad montando un humilde asno, recibido por unos, pero rechazado por la mayoría. Ahora cabalgaba el majestuoso caballo blanco y con cada palabra que salía de su boca el resto de los enemigos de Dios era destruido por completo en el lugar que estuviera, con la sola excepción del diablo, el anticristo y el también profeta.

"Este es el día de la venganza, pues se han cumplido todas las cosas que fueron escritas.

"Será humillado el orgullo del hombre y abatida la altivez de los hombres; el Señor solo será exaltado en aquel día".

Fuertes voces del cielo dijeron: "¡Los reinos de este mundo han sido hechos reinos de nuestro Señor y de su Cristo, y Él reinará por siempre!

"Te damos gracias, Oh Señor Dios Todopoderoso, el que eres y el que eras, porque has tomado tu gran poder y has comenzado a reinar.

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"Y las naciones se enfurecieron, y vino tu ira y llegó el tiemp0 de juzgar a los muertos y de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pequeños ya los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra".

El remanente seguía a Jesús, alzando las manos, cantando, hosannas y alabándole. Se callaron cuando Él volvió a hablar.

"Es cosa justa que Dios pague con tribulación a quienes los afligieron y dé reposo a ustedes los afligidos. Yo he ejecutado venganza en aquellos que no conocen a Dios y en aquellos que no obedecen mi evangelio.

"Esos serán castigados con destrucción eterna de la presencia del Señor y de la gloria de su poder. Yo he venido para ser glorificado en mis santos y ser admirado en todos los que creen".

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DIECISEIS

rrodillado en el patio delantero de su casa en un suburbio de Chicago, Enoc lloraba con las gloriosas palabras triunfantes de Cristo. También lloraba debido

a su profundo anhelo de estar en Jerusalén. Había estudiado esos pasajes durante años y sabía lo que estaba ocurriendo. Estaba ansioso por llegar allá, reunirse con sus amigos del Comando Tribulación y escuchar cada detalle del gran día de Dios Todopoderoso.

Sobre todo, sin embargo, deseaba ver a Jesús.

El paso de cada momento dificultaba cada vez más que Raimundo captara la magnitud de los sucesos sobrenaturales. La sobrecarga sensorial era un pobre término para la realidad. Nunca había tenido que pellizcarse para determinar si esto era un sueño. Todo era tan real, tan inmenso que aún lo que hubiera considerado milagros menores ocurrían junto con los terremotos de magnitud mundial y local. Como el hecho de no sentir fatiga a pesar de no descansar, mucho menos dormir desde, bueno, no sabía cuánto tiempo. Aun así, cuando él, Mac y Abdula estacionaron el Hummer afuera de la Ciudad Vieja y siguieron la enorme procesión por la recién abierta Puerta del Oriente, le esperaba un nuevo fenómeno. Una cosa era seguir a su Señor, el Rey de Reyes en su entrada triunfal definitiva en la Ciudad de David,

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pero otra muy distinta era lo que vio allí comparado con lo que esperaba encontrar...

Jerusalén, en particular la Ciudad Vieja, debía haber estado llena de los sanguinolentos despojos de los muertos. Allí se había matado a cientos de miles, la mayoría en formas muy grotescas. Debía haber hedor, sangre y carne, para ni mencionar los esqueletos de soldados y caballos del Ejército Unido.

Aunque el terremoto que dividió en dos al monte de los Olivos y elevó a la Ciudad Eterna en unos noventa metros también había realizado una macabra limpieza. Jesús encabezaba a la dichosa multitud en los límites interiores de la Ciudad Vieja y en sus alrededores, alargando por más de kilómetro y medio el desfile de personas que cantaban, danzaban, canturreaban, se abrazaban, alababan, adoraban y celebraban. Por extraño que parezca, los muros también estaban aplastados. No había señales de la batalla, no más bordes rotos por las bombas y los arietes, no más niveles accidentados. Donde estuvieron los muros quedaba montones de piedras bien pulverizadas y distribuidas con esmero.

Hasta el Muro de los Lamentos había desaparecido y Raimundo tuvo la plena sensación de que Jesús lo había reemplazado con Él. Por cierto, Jesús empezó a hablar cuando el frente de la procesión visualizó el Muro. Aunque seguía montado, solo sobresalía un poco de la gente alineada y no los miraba de frente. Raimundo supo que todos lo oían con tanta claridad como él, que estaba ubicado como a un tercio de Él entre la muchedumbre.

"Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Yo, Cristo Jesús hombre, que me di en rescate por muchos".

¿Dónde estaban los restos de la guerra? Raimundo solo se los imaginaba. Era como si a la ciudad la hubieran remecido e inclinado a este lado y al otro. Y aunque permanecían los

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edificios y las marcas, era claro que los escombros de los muros habían cepillado las calles, depositando toda la evidencia macabra en grietas que ahora estaban tapadas por el resto de la eternidad. La Ciudad de Dios estaba prístina de nuevo y la gente parecía asombrada por eso.

Cuando el Señor había entrado bastante en la ciudad para permitir que sus seguidores también entraran, dio un rodeo de modo que toda la hueste quedó en un gran círculo de miles de individuos de grosor. Detrás de todo, casi como un segundo pen-samiento, estaban las huestes del cielo, aún a lomo de caballo.

El remanente las obviaba por el momento como si por ahora no tuvieran conciencia de ellos. Raimundo los veía con claridad sabiendo que todos también podían hacerlo. En lo más profundo de su mente estaba la perspectiva, pronto, según esperaba, de reunirse con los seres queridos, pero era como si tener a Jesús en medio de ellos hiciera que todos solo pensaran en Él. Todo lo demás, agradable o no, quedaba reducido a la insignificancia.

Cuando al fin todos dejaron de caminar, moverse y ubicarse, Jesús desmontó y abrió sus brazos, clamando: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! Pues bien, la casa de ustedes ha quedado abandonada. Se los advertí que ya no volverían a verme hasta que dijeran:' ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!'".

Jesús miraba al remanente y Raimundo supo por intuición que cada uno sentía lo mismo, que el Señor miraba directamente a sus ojos y nada más. Raimundo no pudo contenerse y Aspiró muy hondo gritando con toda su fuerza: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!". Y cada alma allí presente gritó lo mismo, produciendo la sonrisa más beatífica en la cara de Jesús.

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Ming Toy Woo, de pie y de la mano de su flamante esposo Ree, se bebía todo eso con un nudo en la garganta, su corazón tan pleno que podía reventarse. Escuchaba cada palabra en su idioma natal y tenía que recordar que Jesús hablaba a cada uno en su idioma. Aunque ella y Ree estaban al menos a más de treinta metros en la masa del gentío, tenía una vista clara y perfecta de Jesús sin tener que ponerse de puntillas ni apoyarse en los demás.

De repente, se vieron cinco seres celestiales parados detrás de Jesús, de los cuales reconoció a tres: Cristóbal, el ángel del evangelio eterno; Caleb y Nahúm. Esos fueron los tres ángeles de misericordia que la libraron de una muerte segura cuando trabajaba en la clandestinidad para la Comunidad Global. También fueron los que le dijeron que no moriría antes del regreso glorioso de Cristo.

A los otros dos ángeles los identificaron enseguida cuando Jesús le pasó las riendas de su caballo a uno, diciendo sencillamente: "Gabriel". El otro puso un banco de piedra y al sentarse Jesús dijo: "Gracias , Miguel".

Entonces el Hijo de Dios, el Hacedor de cielo y tierra, el Salvador de la humanidad, miró directo a los ojos de Ming diciendo en chino: —Hija mía, ven a mí.

Ming se quedó mirando fijo y paralizada. Al final, logró moverse, tocar su pecho y preguntar:

— ¿Yo? Jesús parecía mirar en su alma, concentrándose solo en

ella: —Sí, amada Ming, ven a mí. Ella quería correr, echar a un lado a los demás, saltar a sus

brazos, pero todo lo que pudo hacer fue dar unos pasos. Soltó

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la mano de Ree y empezó a moverse con lentitud, dándose cuenta que todo el grupo, muchos más que un millón, se movían hacia Jesús como si fueran uno solo.

Estaba claro y no era un error. Jesús miró derecho a Raimundo, muy mezclado con la multitud, apartándolo y llamándolo por su nombre, diciendo: "Hijo mío, ven a mí".

Raimundo despegó sus ojos de Él mirando a su derecha y a su izquierda. Abdula y Mac se veían impresionados también, mirando con fijeza a Jesús y preguntando, con gestos o palabras, Abdula en árabe, si Él les hablaba a ellos.

Sin embargo, Raimundo sabía que el Señor le hablaba a él. Me habla a mí. Raimundo se señaló con ambas manos arqueando las cejas. Y Jesús asintió. Raimundo comenzó a moverse hacia su Salvador. ¿Cómo esto era posible? ¿Cómo podía Jesús dar audiencias individuales ante una multitud de tal magnitud? ¿Cuánto tiempo le daría a cada persona? ¡Esto quizá llevaría meses! ¿Y cómo era posible que seleccionaran primero a Raimundo?

La mente de Raimundo giraba vertiginosa mientras se encaminaba con sus piernas rígidas hacia Jesús. ¿Cuáles eran las posibilidades? ¿Cómo podía cuantificar el privilegio de mirarse a los ojos con el Eterno Dios del universo? Empezó a apurarse y Jesús le dijo:

"—Raimundo, ven a mí, y yo te daré descanso. Aunque tenía sus ojos fijos en Jesús y su cuerpo avanzaba, de repente Raimundo tomó conciencia de todo. Él iba emergiendo de una multitud superior al millón. Había cinco ángeles de centinelas detrás del Amo de Raimundo. Lo verían sus amigos y familiares. ¿Qué había hecho para merecer este privilegio? Descanso, sí, por primera vez sintió esa necesidad.

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La fatiga de las últimas horas lo inundó y sintió que podría dormirse si solo le daban la oportunidad.

No obstante, al llegar a unos pasos de Jesús y ver su acogedora sonrisa, le impresionó que el Señor pareciera tan emocionado de verlo como él de ver al Señor. Y se sintió sobrecogido por la vergüenza de su pecado. Indigno. Muy indigno. Aminoró el paso casi deteniéndose, temiendo desmayarse de desgracia y humillación.

—No, no —dijo Jesús sonriendo aún, y ahora inclinándose para tocarlo con sus manos con cicatrices.

Cuando Raimundo vio eso, estuvo a punto de desaparecer. Se obligó a seguir moviéndose aunque había perdido el control de su coordinación y temió tropezar y caer en el regazo de Jesús.

Cayó de rodillas a los pies de Jesús, sollozando, recordando cada pecado y fracaso de toda su vida. Unas manos amorosas lo recogieron y lo llevaron al pecho de Jesús .

—Raimundo, Raimundo, cuánto he esperado y anhelado este día.

Raimundo no pudo hablar. —Yo conocía tu nombre antes de la fundación del mundo.

Yo he preparado un lugar para ti y, si no fuera así, yo te lo hubiera dicho.

—Pero Señor, yo, yo... Jesús tomó a Raimundo por los hombros y lo echó un

poco para atrás con suavidad y tomó la cara de este en sus manos. Lo miró derecho a los ojos, a pocos centímetros, y Raimundo apenas lograba sostener su penetrante mirada.

—Yo estuve ahí cuando naciste. Estuve ahí cuando pensaste que tu madre te había abandonado. Estuve ahí cuando concluiste que yo era ilógico.

—Lo lamento mucho. Yo...

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_ Estuve ahí cuando estuviste a punto de casarte con la mujer no indicada. Estuve ahí cuando nacieron tus hijos. Estuve ahí cuando tu esposa me eligió a mí y no a ti.

—Yo... —Estuve ahí cuando casi rompes tus votos

matrimoniales. Estuve ahí cuando por poco mueres antes de conocerme. Estuve ahí cuando te dejaron atrás. Y estaba esperando cuando al fin viniste a mí.

—Ah, Señor, gracias. Yo soy... —Te he amado con amor eterno. Yo soy el amante de tu

alma. Estabas destinado a estar conmigo por la eternidad y ahora lo estarás.

Raimundo tenía tantas preguntas, tantas cosas que quería decir pero no podía. Mirar el rostro de Jesús lo transportaba a la infancia y sentía como si le fuera posible quedarse allí arrodillado, como un niñito, dejando que su Salvador lo amara y consolara.

Jesús puso una mano en el hombro de Raimundo y la otra sobre su cabeza.

—Ruego a mi Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra, que te conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser fortalecido con poder por su Espíritu en el hombre interior; de manera que yo more por la fe en tu corazón; y que arraigado y cimentado en amor, seas capaz de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer mi amor que sobrepasa el conocimiento, para que seas lleno hasta la medida de toda la plenitud de Dios.

"Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el Poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.

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Mientras a Raimundo le parecía que andaba por el aire al regresar a su lugar en la multitud, algo muy hondo en él entendía que por personal que fuera aquello, Jesús daba el mismo amor y atención a cada uno de los presentes. De repente se dio cuenta de que Mac y Abdula también regresaban a la multitud, con las lágrimas corriéndoles por las mejillas y su lenguaje corporal expresando que también habían estado con el Amo. Los tres volvieron a pararse, tomándose por los hombros y adorando sin vergüenza alguna.

Al mirar a su alrededor, Raimundo comprendió por cada rostro que cada uno había tenido un encuentro personal con Jesús.

El Salvador se había presentado a Enoc en su sueño, y aun así el encuentro fue tan real y profundo que el joven no lo cuestionó por un segundo. Cuando terminó, se vio de rodillas en el suelo, sintiendo como si Jesús hubiera estado ahí mismo en el cuarto. Le recordaron hechos significativos de su vida, de su época de alejamiento y luego la de acercamiento a la fe verdadera. Enoc pudo ver de nuevo la mano de Dios en toda su vida y supo que Jesús lo conocía por su nombre desde antes de la fundación del mundo...

El teléfono de Enoc sonó y al contestar la primera llamada, empezó la señal de que estaban entrando cada vez más llamadas. Una hora después había hablado con casi todos los de la congregación. El tema común era: "Todavía quiero ir para allá, pero si Jesús va a venir acá como ahora, quizá, no necesite ir".

Jesús se paró y abrió sus brazos. Raimundo se impactó con que la experiencia de verlo y oírlo era más personal que nunca a pesar de la cantidad de personas que hacían lo mismo.

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"Por eso", les dijo, "les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.

"No pongan su confianza en gente poderosa, en simples inortales, que no pueden salvar. Exhalan el espíritu y vuelven al polvo, y ese mismo día se desbaratan sus planes. Dichoso aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el SEÑOR SU Dios, creador del cielo y de la tierra, del mar y de todo cuanto hay en ellos, y que siempre mantiene la verdad. El que hace justicia a los oprimidos, da de comer a los hambrientos y pone en libertad a los cautivos.

"El SEÑOR da vista a los ciegos, el SEÑOR sostiene a los agobiados, el SEÑOR ama a los justos. El SEÑOR protege al extranjero y sostiene al huérfano y a la viuda, pero frustra los planes de los impíos.

"¡Oh Sión, que el SEÑOR reine para siempre! ¡Que tu Dios reine por todas las generaciones! ¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR!"

Y Raimundo alabó. Todos alabaron. Por primera vez desde su regreso, Raimundo vio que Jesús

hablaba, pero no lo escuchó. Hablaba con los seres angélicos detrás de Él y, como es natural, eso atrajo la atención de todos los reunidos con tanta curiosidad como cuando Podían oírlo.

Al que llamó Gabriel dio un paso adelante. "Remanente de Israel!", empezó con voz clara como el cristal y audible para todos. "¡Y todos los santos de la Tribulación! A decir verdad, ahora entiendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación acepta al que le teme y hace lo justo.

"Dios envió su mensaje al pueblo de Israel, anunciando las buenas nuevas de la paz por medio de Jesucristo, que es el

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Señor de todos. Ustedes conocen este mensaje que se difundió por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret-cómo lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

"Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. Lo mataron, colgándolo de un madero.

"Pero Dios lo resucitó al tercer día y dispuso que se apareciera, no a todo el pueblo, sino a nosotros, testigos previamente escogidos por Dios, que comimos y bebimos con él después de su resurrección.

"Él nos mandó a predicar al pueblo y a dar solemne testimonio de que ha sido nombrado por Dios como juez de vivos y muertos.

"De él dan testimonio todos los profetas, que todo el que cree en él recibe, por medio de su nombre, el perdón de los pecados. Amén".

Los reunidos repitieron el amén al unísono. Y una vez más Jesús les habló:

"Ustedes, pues, orarán así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

"Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.

"El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén".

Después de orar al unísono con Él, abrieron los ojos y Raimundo notó que ahora solo había cuatro ángeles detrás de Jesús. Miguel se había ido.

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y Jesús dijo: "Solo no estoy, porque el Padre está conmigo. En mí hallan paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero anímense! Yo he vencido al mundo".

Jesús alzó sus ojos al cielo y dijo: "Padre, glorifica a tu Hijo, para Que m Hijo te glorifique a ti, ya que le has conferido autoridad sobre todo mortal para que él les conceda vida eterna a todos los que le has dado.

"Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a mí, a quien tú has enviado.

"Yo te glorifiqué en la tierra, y llevé a cabo la obra que me encomendaste.

"Y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera.

"Yo no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío; y he sido glorificado en ellos. Los que me diste, los guardé y ninguno se perdió, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera.

"No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad.

"Padre justo, aunque el mundo no te conoce, yo sí te conozco, y éstos reconocen que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos".

Una vez más Gabriel se adelantó. "El Señor es fiel, el que los establece y los guarda del maligno".

Con la mención del maligno, Mac captó una conmoción en la muchedumbre que estaba muy por detrás de Jesús y los seres angelicales. La gente se ponía a un lado, murmurando,

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abriendo paso al arcángel Miguel. Con él venían Nicolás Carpatia, en su ahora desordenado traje de cuero, sin espada y el agotado y gastado León Fortunato en una de sus túnicas más sencillas y sin adornos en la cabeza, y los tres fantasmales y robotizados semejantes a Carpatia que Mac y los otros habían visto por la cámara oculta cuando Carpatia y Fortunato los presentaron a los diez reyes del mundo. Eran Astarot, Baal y Carcoma, las tres criaturas demoníacas parecidas a sapos que enviaron a engañar a las naciones, convenciéndolas de que se juntaran en Meguido para pelear contra el Hijo de Dios.

Eran unos seres aborrecibles, blancuzcos como la tiza, que habían tomado forma humana y vestían trajes negros idénticos. Se veían derrotados, encorvados, como paralizados por su propia maldad. Se mantenían juntos, pero separados de Carpatia y Fortunato. Nicolás y León demostraban no querer nada el uno con el otro.

Miguel puso a los cinco frente a Jesús y Mac se impactó con su semblante. Detectó ira justa, pero también lo que parecía desencanto, hasta tristeza. Nada de sentir oculta satisfacción.

El patético trío se cruzó de brazos y se arrodillaron ante Jesús, gimoteando con tonos molestamente chirriantes. Carpatia le dio la espalda a Jesús, dando la cara al remanente, con las manos en los bolsillos, desafiante y aburrido. León se retorcía las manos y en ocasiones toqueteaba su chillona cadena de oro con el 216. Enfrentaba a medias a Jesús, pareciendo culpable y repleto de terror, lanzando miradas a Carpatia cada tanto como si pidiera instrucciones.

Gabriel se interpuso entre Jesús y los tres y se inclinó para quedar mirando directo a sus caras al decir con fuerte voz:

—Cumpliendo la profecía antigua de la Escritura, hoy se arrodillan ante Jesús el Cristo, el Hijo del Dios viviente, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajo

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voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y se hizo semejante a los seres humanos.

"Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!

— ¡Sí! —chillaron los seres, siseando—. ¡Sí! ¡Lo sabe-mos! ¡Lo sabemos!

Y se inclinaron más, postrando sus cuerpos deformados. —Por eso —continuó Gabriel—, Dios lo exaltó hasta lo

sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

— ¡Jesucristo es Señor! —dijeron con voz cavernosa, y Gabriel retrocedió, detrás de Jesús—. ¡Jesucristo es Señor! ¡Es verdad! ¡Verdad! ¡Lo reconocemos! ¡Lo reconocemos a Él!

Jesús se inclinó apoyando sus codos sobre las rodillas. Los tres mantenían la cara en el suelo, sin mirarlo.

—Tan cierto como que yo vivo —afirma el SEÑOR omnipotente—, que no me alegro con la muerte del malvado, sino con que se convierta de su mala conducta y viva.

— ¡Nos arrepentimos! ¡Nos arrepentimos! ¡Nos arrepentimos! Te adoramos, Oh Jesús, Hijo de Dios. ¡Tú eres el Señor!

—Pero es demasiado tarde para ustedes —dijo Jesús, y a Mac le impactó de nuevo el pesar de su tono—. Una vez fueron seres angélicos, en el cielo con Dios. Pero fueron expulsados debido a sus propias decisiones orgullosas. Antes que resistirse al malo, ustedes optaron por servirlo.

— ¡Éramos malos! ¡Malos! ¡Te reconocemos como Señor! —Como mi Padre, con quien soy uno, no me alegro con la

fuerte del malvado, sino en la justicia y esa es vuestra sentencia.

Y mientras los tres chillaban, sus cuerpos de reptiles reventaron las ropas explotando, dejando un revoltijo de

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sangre, escamas y piel que pronto estalló en llamas y se lo llevó el viento.

León cayó al suelo con tanta fuerza que las palmas de sus manos golpearon fuerte y su frente rebotó con el golpe. Se arrancó el collar y lo tiró lejos. Mientras Jesús seguía contemplándolo con atención, León se paró y se quitó la túnica, echándola a un lado y se quitó los zapatos, dándoles un puntapié. Entonces se tiró al suelo, primero de bruces, vestido solo con pantalones, camisa y medias corrientes, comprimiendo su enorme abdomen contra el pavimento.

— ¡Ah, mi Señor y mi Dios! —gimió, con los sollozos saliendo a torrentes de él—. ¡He sido tan ciego, tan equivocado, tan malo!

— ¿Sabes quién soy? —preguntó Jesús—. ¿Quién soy en verdad?

— ¡Sí! ¡Sí! ¡Siempre lo he sabido, Señor! ¡Eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

Jesús se paró. —Blasfemas citando a mi siervo Simón, al cual bendije,

porque eso no se lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo.

— ¡No, Señor! ¡Tu Padre me lo reveló también! —En verdad te digo, ay de ti por no hacer ese

descubrimiento mientras todavía había tiempo. Antes bien, me rechazaste a mí y el plan de mi Padre para el mundo. Opusiste tu voluntad contra la mía y te convertiste en el falso profeta, cometiendo el mayor pecado conocido bajo el cielo: rechazarme como el único Camino a Dios el Padre y pasaste siete años engañando al mundo.

— ¡Jesús es el Señor! ¡Jesús es el Señor! ¡No me mates. ¡Te lo ruego! ¡Por favor!

—La muerte es demasiado buena para ti. ¿Cuántas almas están separadas de mí para siempre gracias a ti y a las palabras que salían de tu boca?

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— ¡Lo siento! ¡Perdóname! ¡Renuncio a todas las obras de Satanás y del anticristo! — ¡Te prometo mi lealtad a ti!

—Estás sentenciado a la eternidad en el lago de fuego. —Ah, Dios, ¡no! — ¡Silencio! —dijo Gabriel León rodó y luego gateó varios metros alejándose,

echándose enrollado como feto, llorando. Jesús se volvió a sentar y Nicolás Carpatia, aún dando la

cara a la multitud reunida, se encogió de hombros y metió sus manos más hondo en los bolsillos. Sus cejas estaban levantadas, con una mueca plasmada en la cara y Mac tuvo que preguntarse cómo iba a desarrollarse eso. Hasta Carpatia iba a tener que reverenciar y confesar que Jesús era el Señor, pero no demostrada temor y, por cierto, nada de humildad.

Miguel avanzó de inmediato a un lado de él, Gabriel se colocó en el otro. Miguel lo tomó por un codo y lo hizo girar mientras Gabriel gritaba:

— ¡Arrodíllate ante tu Señor! Carpatia se soltó de Miguel y se paró de nuevo con los

brazos en jarra. Jesús mandó: —Lucifer, ¡deja a este hombre! Y con eso, pareció que Carpatia se encogía. Volvió a verse

como Mac lo había visto en las Caballerizas de Salomón, en el Monte del Templo. Su ropa de cuero le quedaba muy suelta, colgando como ropa vacía. Las manos y los dedos se pusieron huesudos. Su cuello parecía nadar en un cuello de camisa Rué ahora era demasiado grande.

El pelo de Nicolás era escaso y casi incoloro, venas oscuras surcaban la piel desnuda. Era pálido y pastoso, como si su piel se borrara con facilidad. Mac volvió a sentir que ese era el cuerpo de Carpatia como se hubiera visto si se hubiera estado pudriendo en la tumba desde su asesinato hacía tres años y medio antes.

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Temblaba y se estremecía a pesar del calor y poco a poco con evidente dolor, se paró y abrió su capa colocándola bien sobre ambos hombros, cubriéndose y pareciendo esconderse dentro como si fuera una burbuja.

— ¡Arrodíllate! —gritó Gabriel, y junto con Miguel, se pusieron detrás de Jesús.

Nicolás asintió débilmente y a propósito bajó, como un viejo, primero una rodilla. Parecía que el pavimento era demasiado duro para él, y la otra rodilla la bajó enseguida, con las manos abiertas a los costados a fin de impedir caer de bruces. Allí estaba arrodillado, en cuatro patas, débil, patético y frágil con la capa de cuero colgando fláccidamente de sus huesudos hombros.

Mac tuvo que contrastar la rectitud de Cristo con su propia humanidad. Si él hubiera estado en el lugar de Jesús ahora, no hubiera sido capaz de resistir el regocijo del triunfo. Mac hubiera dicho: "No es tan grande el hombre, ¿verdad? ¿Dónde está la espada? ¿Dónde está el ejército? ¿Dónde están el gabinete, los subpotentados? Ahora solo eres el supremo impotente, ¿cierto?".

Con todo, esto no era cosa de ganar. Era cosa de justicia. —Te convertiste en una herramienta voluntaria del mismo

diablo —dijo Jesús. Nicolás no protestó, ni rogó. Solo bajó la cabeza más aun

asintiendo. —Te rebelaste contra las cosas de Dios y su Reino. Causaste

más sufrimiento que nadie en la historia de mundo. Dios te concedió dones de inteligencia, belleza, sabiduría y personalidad y tuviste la oportunidad de emplearlos al máximo ante los acontecimientos más esenciales en los anales de la creación.

"Sin embargo, usaste cada don para tu provecho personal. Guiaste a millones para que te adoraran a ti y a tu padre, Satanás. Fuiste el astuto destructor de mis seguidores e hiciste

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más para condenar las almas de los hombres y mujeres que nadie de tu tiempo.

"Al final, fracasaron tus planes y tu régimen. Y ahora, ¿quién dices que soy?

La pausa fue interminable, el silencio fue mortal. Por último, con una voz débil y humilde, como la que nadie escuchó jamás de él, Nicolás graznó:

-—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el que murió por los pecados del mundo y se levantó al tercer día como profetizaron las Escrituras.

Jesús se acercó haciendo gestos al hablar. Mac tuvo la sensación que Él deseaba que Nicolás lo mirara, pero no lo hizo.

— ¿Y qué dices de ti y de lo que hiciste de tu vida? Carpatia se hundió aun más de lo que Mac pensó posible. —Confieso —musitó—, que mi vida fue un desperdicio.

Indigna. Un error. Me rebelé contra el Dios del universo, el cual me amaba como ahora lo sé.

Jesús meneó su cabeza y Mac vio gran pena en su rostro. —Tienes la responsabilidad del destino de miles de

millones. Tú y tu falso profeta, con el cual derramaste la sangre de los inocentes: mis seguidores, los profetas y mis siervos que creyeron en mí. Los arrojaré vivos en el lago de fuego.

Los arcángeles Miguel y Gabriel se adelantaron, Miguel para levantar al falso profeta del suelo y colocar al anticristo en posición firme. Se paró delante de Jesús como si esperara instrucciones mientras el deteriorado Nicolás Carpatia estaba encorvado, pareciendo muy viejo, con la cabeza colgando. León Fortunato se veía asqueroso, el cabello despeinado, la cara sonrojada y con restos de lágrimas, las manos muy apre-ndas por delante.

Gabriel declaró a la multitud: "Entonces vi a la bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos, reunidos para hacer guerra contra el jinete de aquel caballo y contra su ejército.

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"Pero la bestia fue capturada junto con el falso profeta Éste es el que hacía señales milagrosas en presencia de ella con las cuales engañaba a los que habían recibido la marca de la bestia y adoraban su imagen.

"Los dos fueron arrojados vivos al lago de fuego y azufre". Gabriel se hizo a un lado y donde había estado parado se

abrió en el suelo un hoyo de un metro de diámetro, saliendo un pútrido olor a azufre que hizo que Mac y todos los de la ciudad se apretaran la nariz. A eso le siguió una llamarada azul sibilante que hizo erupción del hoyo levantándose a unos seis metros, la cual Mac comparó con una monstruosa antorcha de acetileno. Esa agregó el olor del éter a la mezcla. Mac vio que las filas del frente de la multitud retrocedían.

Mac sintió el tremendo calor que emitía la voraz columna de fuego aun lejos del hoyo. Jesús y los cinco seres angelicales se veían inmunes al olor y al calor, pero Carpatia y Fortunato intentaron retroceder. Miguel los sujetó con firmeza, aún mirando a Jesús.

El Señor asintió con tristeza y sin vacilar, Miguel condujo con paso ligero a los dos hasta el borde del hoyo. Fortunato berreaba como bebé y luchó para escapar, pero con brazo fuerte Miguel lo empujó al hoyo. Su alarido se intensificó y luego se fue apagando a medida que iba cayendo. Carpatia no luchó. Se limitó a taparse la cara con los antebrazos cuando lo arrojaron al hoyo y luego su grito despertó ecos en Jerusalén hasta que cayó bastante hondo. El hoyo se cerró con la misma rapidez con que se abrió y la bestia y el falso profeta dejaron de existir.

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DIECISIETE

Raimundo se tambaleaba y solo lograba imaginarse lo que debía haber pensado la demás gente. Sabía que esas cosas tenían que suceder y también sabía lo que seguía, pero nunca se había imaginado que sería testigo ocular de todo eso. Creía que George y Priscila Sebastian tenían sus maneras para tapar los ojos de los niños de las espantosas imágenes, pero también contaba con el poder sobrenatural de Jesús para que protegiera a Kenny de esas vistas.

Cuánto deseaba ver a Irene y Raymie y a Cloe y a Macho y, sí, a Amanda. Entendía de alguna manera que la dificultad de que se encontraran dos esposas en el mundo natural, no era problema en el nuevo mundo. La atención y el enfoque total de ellas estaría en Cristo y lo que Él había realizado en las vidas de ellos.

Aun así, eso tendría que llegar en el momento debido. Gabriel, el arcángel anunciador, se veía listo para hablar otra Vez. Y en cuanto comenzó, Raimundo sintió que esto era plan del Señor para calmar la mente de su gente después de lo que acababan de ver.

"Jesús es la luz verdadera", empezó Gabriel, "la que alumbra a todo ser humano, vino a este mundo.

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"Él ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció.

"Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron "Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre

les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.

"Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y han contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Amén".

"¡Amén!", gritó la gente y muchos parecían consolados. Sin comer, sin descansar y ahora sin donde sentarse salvo

el pavimento, siempre y cuando a uno no le importara perderse algo de lo que estaba pasando. Y a Raimundo, como es natural, le importaba. Sin embargo, una vez más no sintió hambre, ni siquiera la fatiga que lo había abrumado cuando iba en camino para ver a Jesús. Y se sentía bien de pie.

Una vez más Jesús habló con los seres celestiales y Miguel desapareció. ¿El gran acontecimiento ocurriría tan pronto, tan cerca del primer juicio? Raimundo no se lo podía imaginar, pero sin duda era algo que no quería perderse.

Gabriel habló una vez más: "Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo.

"Porque Cristo es nuestra paz, y Él vino y proclamó paz a ustedes que estaban lejos y paz a los que estaban cerca. Pues por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu.

"Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular. En el todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a

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un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados justamente para ser morada de Dios por su Espíritu.

"Ustedes que resucitaron con Cristo, buscaron las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.

"Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Así que cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifestó, entonces también ustedes se manifestaron con él en gloria.

"Y ahora, amados, practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo soportaron la misma clase de sufrimientos. Y después de que ustedes sufrieron un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restauró y los hizo fuertes, firmes y estables. A él sea el poder por los siglos de los siglos. Amén".

"¡Amén!", gritó la multitud prorrumpiendo espontáneamente en adoración y cantos. Gabriel concluyó:

"Vi además a un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano".

La multitud empezó a dar vítores. "Sujetó al dragón, a aquella serpiente antigua que es el

diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años". Con las manos levantadas, la gente gritaba ahora. "Lo arrojó al abismo, lo encerró y tapó la salida para que

no engañara más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años".

Raimundo captó aprehensión en la gente porque todos los que no estaban al día con lo que seguía, habían comenzado a Paginárselo. Y cuando el poderoso arcángel guerrero Miguel reapareció de súbito con un león enorme, fácilmente tres

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veces mayor que todo rey natural de las bestias, la multitud se quedó boquiabierta, gritando y abrazándose los unos a los otros de puro temor.

Sin embargo, Gabriel los calmó con esta seguridad: "Hijos míos, ustedes son de Dios, no teman, porque mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo".

El rugido del prodigioso carnívoro hirió los oídos de Raimundo, despertando ecos en los edificios circundantes. Le tiró un zarpazo a Miguel mostrando los colmillos, pateando y dando vueltas sus ancas absurdamente musculosas, pero el arcángel lo sujetó con firmeza. Al prepararse el león para otro intento de soltarse y devorarse a su captor, Miguel apretó más su mano torciendo más el cuello grueso como un árbol.

De repente, el león se transformó en una titánica serpiente sibilante que se enroscó en los brazos y las piernas del ángel, apretándolas, con su lengua que salía disparada entre los largos colmillos que mostraba. Miguel la tiró enseguida al suelo cerrándole la boca con un fuerte apretón. Entonces la criatura se volvió a transformar una vez más.

Ahora aumentó de tamaño, se pandeó y se recubrió de escamas resbalosas, le salieron cuatro piernas gruesas con cuernos a guisa de dedos, una cola que azotaba, un cuello largo, cabeza y cara anchas, orejas puntiagudas, cuernos y una boca llena de colmillos que lanzaba fuego. Esta fue la gran prueba para Miguel, que pareció sacar del aire una cadena de gruesos eslabones con la cual logró atar bien al monstruo.

Este se tiró sobre el lomo, arrojando llamas por la nariz, silbando, babeando, luchando contra la cadena. Su cola azotaba sin cesar al ángel, con su enorme cabeza meneándose de atrás para adelante y viceversa. Por fin, con lo que quedaba de la cadena, Miguel logró enlazar el cuello y haló la cabeza hacia el torso con un fuerte tirón, inmovilizando prácticamente al dragón.

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Aquel estaba tirado allí, bufando y retorciéndose y todos los espectadores sabían lo que haría si pudiera soltarse en alguna forma. Por fin, pareció relajarse, pero eso solo precedió a su transformación definitiva.

El dragón cedió lugar a lo que parecía ser otro ángel, más brillante que los arcángeles y los tres ángeles de misericordia, incluyendo a Cristóbal, el ángel del evangelio eterno. No obstante, su luz palidecía hasta la insignificancia al lado de la de Cristo, cuya gloria alumbra a todo el mundo.

Ahora el ser se veía dócil, con la cadena hecha un rollo grande en el suelo. Miraba amenazante a Miguel que no retrocedió. Gabriel dijo con voz potente:

—Lucifer, dragón, serpiente, diablo, Satanás, ahora enfrentarás a Aquel al cual te has opuesto desde tiempos inmemoriales.

— ¡Oh, no! —dijo con aspereza el ser—. Miguel, la última vez que contendiste conmigo fue por el cuerpo de Moisés y ni siquiera te atreviste a proferir una acusación injuriosa contra mí sino que dijiste: 'El Señor te reprenda'. ¡Yo no te rindo cuentas a ti!

—No —dijo Jesús con suavidad, aunque Raimundo lo oyó con claridad. Y, con la autoridad de los siglos, Él dijo—: pero sí me rindes cuentas a mí. Arrodíllate a mis pies.

— ¡No haré semejante cosa!

—Arrodíllate. Y se arrodilló, con los hombros encorvados de rebeldía y

fiaría. —Yo he estado contra ti desde poco tiempo después de tu

creación —dijo Jesús. — ¡Mi creación! ¡Yo no fui creado más que Tú! ¿Y quién

eres Tú para tener algo contra mi!

—Guardarás silencio.

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A Raimundo le pareció que el ángel de luz intentaba pararse, pero no pudo. También parecía que intentaba hablar esforzándose, agitando su cabeza.

—Eres un ser creado a pesar de todas tus mentiras de haber evolucionado —continuó Jesús.

La criatura meneaba su cabeza con violencia. —Solo Dios tiene el poder de crear y tú fuiste nuestra

creación. Estabas en el Edén, en el huerto de Dios, antes que fuera el paraíso para Adán y Eva. Estuviste ahí como siervo exaltado cuando el Edén era un bello jardín de piedras.

"Eras un modelo de perfección, lleno de sabiduría y de hermosura perfecta. Estabas adornado con toda clase de piedras preciosas: rubí, crisólito, jade, topacio, cornalina, jaspe, zafiro, granate y esmeralda. Tus joyas y encajes estaban cubiertos de oro, y especialmente preparados para ti desde el día en que fuiste creado.

"Fuiste elegido querubín protector, porque yo así lo dispuse. Estabas en el santo monte de Dios, y caminabas sobre piedras de fuego. Tu conducta fue irreprochable, hasta que la maldad halló cabida en ti.

"Por la abundancia de tu comercio, te llenaste de violencia, y pecaste. Por eso te expulsé del monte de Dios, como a un objeto profano. A ti, querubín protector, te borré de entre las piedras de fuego. A causa de tu hermosura te llenaste de orgullo. A causa de tu esplendor, corrompiste tu sabiduría. Por eso te arrojé por tierra, y delante de los reyes te expuse al ridículo.

"Has profanado tus santuarios, por la gran cantidad de tus pecados, ¡por tu comercio corrupto! Por eso hice salir de ti un fuego que te devorara. A la vista de todos los que te admiran te eché por tierra y te reduje a cenizas.

"Al verte, han quedado espantadas todas las naciones que te conocen. Has llegado a un final terrible, y ya no volverás a existir.

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Arrodillado, el ángel de luz se apagaba, se retorcía de dolor, ansioso por vengarse.

Jesús dijo: —Te has opuesto a mi Padre y a mí antes de la creación

del hombre. La tercera parte de los ángeles del cielo y la mayor parte de la población de la tierra siguieron tu modelo de rebelión y orgullo. Eso les ganará a ellos y a ti la separación del Dios Todopoderoso el fuego eterno preparado para ti y tus ángeles.

"Engañaste a Eva para que pecara. En el siguiente milenio intentaste corromper el linaje de Adán poniendo en el corazón de Caín que asesinara a Abel y así eliminaste a los dos primeros hijos de Adán. Alentaste el concubinato de los ángeles caídos con las mujeres para producir a los anaquitas, los caídos. Debido a ti, en los siguientes mil seiscientos años, solo ocho seres humanos fueron hallados fieles y dignos de ser preservados de la inundación.

"Tú fuiste el que intentó establecer una religión idólatra universal en Babel, entonces la mayor ciudad del mundo, a fin de impedir que la humanidad adorara al único Dios verdadero.

"Tú fuiste el que intentó destruir la nación hebrea, llenando la mente del faraón con la idea de matar a todos los bebés varones en la época del nacimiento de Moisés.

"Yo echo a tus pies todo el sufrimiento de la humanidad. La tierra se creó como una utopía y, no obstante, tú arrojaste Pecado en ella, lo cual produjo pobreza, enfermedad, más de quince mil guerras y la insensata matanza de millones. Tú y tu pecado de orgullo engendraron la rebelión de la humanidad contra Dios, el odio, el asesinato y la condenación de miles de millones de almas desde la época de Adán.

"Intentaste atacarme en el tiempo de mi nacimiento terrenal llenando la mente de Herodes con la idea de matar a todos los bebés de Belén. Me tentaste en el desierto y trataste de

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destruir mi iglesia mediante persecución y falsa enseñanza Tú trajiste la tormenta al mar de Galilea mientras yo dormía Tú fuiste el que entró en Judas Iscariote, tú fuiste el que llenó el corazón de Ananías con engaño. Tú fuiste, como el dios de este mundo malo, el que cegó las mentes de los que no creen.

"Tú obrabas en los corazones de los que se negaban obedecer a Dios. Tú fuiste el que impidió ministrar a mis siervos tú fuiste el que sembró discordia en las iglesias, tú fuiste el que atacaba al débil, al sufrido, al solitario.

En ese momento Satanás había logrado ponerse de lado, jadeando, bufando, luchando por ponerse de pie, por pelear, por hablar.

—No solo es contrario a la voluntad de Dios que los humanos no pequen, sino también que me rechacen. No es la voluntad de mi Padre que está en el cielo, que perezca uno de estos pequeñitos. Él no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan.

"En los últimos siete años —dijo Jesús—, has engañado a millones con falsos maestros, falsos mesías, un falso profeta y un anticristo. Le diste su poder, su trono y gran autoridad y todo el mundo se maravilló y lo siguió.

"Te adoraron a ti porque habías dado su autoridad a la bestia. También adoraban a la bestia y decían: '¿Quién como la bestia? ¿Quién puede combatirla?'. Y tú le diste una boca para hablar con arrogancia y proferir blasfemias contra Dios, y se le confirió autoridad para actuar durante cuarenta y dos meses.

"Y abrió la boca para blasfemar contra Dios, para maldecir su nombre y su morada y a los que viven en el cielo. Tú le concediste hacer la guerra a los santos y vencerlos, y se le dio autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación.

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"Y la adoraron todos los habitantes de la tierra, aquellos cuyos nombres no han sido escritos en el libro de la vida, el libro del Cordero que fue sacrificado desde la creación del mundo. También hizo grandes señales milagrosas, incluso la de hacer caer fuego del cielo a la tierra, a la vista de todos.

"Con estas señales engañaste a los habitantes de la tierra. "Tú tienes odio por mí, odio por mi pueblo. Tú hiciste la

guerra con los que guardaron los mandamientos de Dios. Cuando uno escuchaba la palabra del Reino y no la entendía, tú venías y arrebatabas lo que estaba sembrado en su corazón.

"Por causa tuya mi siervo tuvo que recordarle a mi pueblo que ellos no luchaban contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

"Por tu causa se les tuvo que instruir que tomaran toda la armadura de Dios, para que pudieran resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes.

"Hace siglos que juré que yo edificaría mi iglesia y que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella. Te llegó la hora. He enviado a mis ángeles para que arranquen de mi reino a todos los que pecan y hacen pecar. Los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes.

"Entonces los justos brillarán en el reino de su Padre como el sol".

Miguel tomó a Satanás empujándolo para ponerlo de rodillas otra vez, donde él siguió moviendo las piernas como si estuviera por reventar.

—Tú eres el que se ha echado esto encima—dijo Jesús—. Decías en tu corazón: 'Subiré hasta los cielos. ¡Levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios! Gobernaré desde el extremo norte, en el monte de los dioses. Subiré a la cresta de las más altas nubes, seré semejante al Altísimo'.

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"¡Pero has sido arrojado al sepulcro, a lo más profundo de la fosa! Los que te ven, te clavan la mirada y reflexionan en cuanto a tu destino: '¿Y este es el que sacudía a la tierra y hacía temblar a los reinos, el que dejaba el mundo hecho un desierto, el que arrasaba sus ciudades y nunca dejaba libres a los presos?'.

Abdula estaba fascinado como los demás con este enjuiciamiento y el juicio del mismo Satanás. En todo su estudio de la Escritura y la profecía, nunca había esperado ser testigo de primera mano. Deseaba preguntar, por ejemplo, por qué al anticristo y al falso profeta los arrojaron al lago de fuego para siempre mientras que Satanás iba a estar atado por mil años para después soltarlo por un tiempo al final del milenio.

Sin embargo, Abdula se dio cuenta de que la mayoría de sus preguntas recibían respuesta en su momento oportuno sin que nadie las formulara.

No lograba recobrarse ante la belleza de Jerusalén, dado lo que había pasado en los días anteriores. Lucía prístina, limpia por completo y hasta el follaje parecía florido por completo y fragante. ¡Qué impacto en el mundo hacía la presencia de Jesús!

La mayor parte del remanente lo componía gente de la gran Jerusalén, más allá de las anteriores murallas de la Ciudad Vieja. Se había expulsado y matado al enemigo, de modo que todos los lugares habitables de la Ciudad Santa volvían a estar disponibles. La gente regresaría a sus hogares. Abdula no sabía qué significaba eso para él y los demás miembros gentiles del Comando Tribulación. Claro, siempre podrían regresar a Petra donde había mucho lugar.

Aunque en su caso, deseaba estar donde estuviera Jesús y sabía que la profecía decía que Él iba a reinar desde el trono

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David. Eso significaba que cuando terminara toda esta cosa pública, la gente aún tendría acceso a Él, pero más de un millón de personas no cabría en el templo, por supuesto. Quizá Él les diera audiencias sobrenaturales, todos a la misma vez de nuevo. De lo contrario, allí estaría su cuartel central para gobernar a las naciones "con vara de hierro".

¿Viviría Abdula con su esposa? Se le hacía muy largo esperar para reunirse con ella, pero ahora no sabía cuáles serían todas las ramificaciones de la vida. Ella existiría en su cuerpo glorificado mientras que él acarrearía al reino milenial su cuerpo mortal. Había mucho que aprender, mucho que conocer.

Chang y Noemí apenas habían hablado durante horas aunque estaban mirando tomados de la mano. El día, en realidad todo el tiempo desde el regreso glorioso, había pasado volando. Cuando Jesús abrazó a Chang, y luego le tomó el rostro con sus manos hablándole en chino, Chang se había dado cuenta de que valió la pena todo lo pasado. Hubiera dado todo por ese encuentro con su Salvador.

Jesús le había dicho que Él estuvo cuando Chang nació, cuando lo criaron en un hogar sin Dios y con una religión aberrante. Estuvo allí cuando a Chang lo mandaron a estudiar a mucha distancia debido a su inteligencia y fue Él a quien oraba Chang pidiendo fuerza, consuelo y compañía, aun en la época en que nunca había escuchado de Jesús.

"Chang, yo estuve allá", le había dicho Jesús, "cuando llegaste a creer en lo profundo de tu corazón que no existía Dios, claro que no el que asociabas con los capitalistas de occidente. Yo estuve allá cuando te rebelaste contra tus Padres y trataste de enseñarles una lección por enviarte lejos.

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EL REGRESO GLORIOSO

Cuando abusaste de tu cuerpo y de tu mente con sustancias no concebidas para nutrirte.

"Yo estuve allá cuando engañaron a tu mente con filosofía y vanas ilusiones. Estuve allá cuando el gobierno de este mundo te descubrió y te obligaron a servir al malo.

"Me regocijé con los ángeles cuando supiste de mí y te volcaste a mí y te usaron para mi gloria en la guarida del anticristo.

"Y estuve allá cuando te obligaron a ponerte la marca de la bestia y temiste que habías perdido tu salvación. Te he amado de la eternidad pasada con amor eterno y he estado esperando a este día".

Chang todavía resplandecía por esa experiencia aunque se había logrado figurar, por fin, que cada uno de los presentes había disfrutado su encuentro personal con Jesús. Que no fuera único para él no le restaba nada de ser especial. No cabía duda, el mensaje que impartía su Salvador era en sí mismo para él solo y las cosas aterradoras y horribles que sucedieron en las últimas horas no menguaban en nada la emoción de esto.

En su momento, Raimundo se dio cuenta. Jesús terminaba sus acusaciones y no quedaba nada sino ejecutar la sentencia. Satanás se mecía sobre sus rodillas, forzando bocanadas de aire a pasar entre sus dientes apretados.

Gabriel se inclinó sobre el ángel de luz y gritó: —Reconoce a Jesús como Señor. El diablo estaba enmudecido y por más que se viera que

trataba de hablar, no salían palabras, pero era claro que no tenía interés en acceder a la orden. Meneaba con fuerza la cabeza y apretaba los puños ante Jesús.

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Jesús miró por un instante a su izquierda, y Raimundo calculó que estaba a poco más de veinticinco metros de allí, más allá de los ángeles y la multitud, y un enorme hoyo apareció en el suelo. El humo negro que brotaba de lo profundo casi cubría el cielo. También esta vez no se produjeron sombras porque la luz del día ya no se debía a la luz del sol, sino al Señor mismo.

Él le hizo una seña a Miguel que recogió la larga y pesada cadena, envolviéndola sobre su musculoso antebrazo. Al acercarse al condenado, el diablo se paró de un salto y empezó a pelear. Otra vez sufrió metamorfosis, primero en el dragón, luego en la serpiente y por último en el león. La pelea cubría la distancia entre el remanente y Jesús y los demás ángeles. Cada vez que Miguel y Satanás rodaban cerca de la multitud, la gente retrocedía apretándose los unos contra los otros.

Raimundo no tenía dudas sobre el resultado de la pelea. Jesús demostraba mirar con tremenda tristeza y sin preocupación. Gabriel, que siempre había servido como heraldo y no como guerrero, parecía en todo tan capaz como Miguel y podía intervenir en cualquier momento. Los tres ángeles de misericordia, incluyendo al predicador del evangelio eterno, estaban así mismo cerca.

Al final, en su forma de león, Satanás estaba extrañamente sin un rugido. Jesús lo había silenciado y la maldición se ejecutaba sin que importara su caracterización. Por último, Miguel le encadenó y tiró firme, forzando al animal a quedar como una masa atada.

Mientras levantaba al cautivo llevándolo al humeante abismo, Satanás se modificó de nuevo, otra vez como el ángel de luz. Con eso se deslizó de la cadena haciendo un último intento débil de fugarse. Miguel hizo girar la cadena y la dejó deslizar por sus manos hasta que la porción extendida era de al menos

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seis metros de largo. Le lanzó eso al diablo, agarrándolo por el medio y haciendo que la cadena se enrollara en torno a él.

Miguel se abalanzó, lo agarró tirándolo al suelo, completó el enrollamiento con la cadena y se puso de pie de un salto llevando al diablo atado. Justo antes que llegara al abismo humeante e hirviente, Miguel alzó los pies y voló unos tres metros, con Satanás debajo del brazo, y luego se lanzó de cabeza al abismo.

Jesús no miró eso aunque los otros seres angélicos sí lo hicieron. La multitud rugió, vitoreó y aplaudió, pero se tranquilizaron enseguida cuando Jesús se paró haciendo gestos con una mano.

"Y ahora", dijo, "a mi Padre Dios, el Rey eterno, inmortal, invisible, al único Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amados, el pecado reinaba en la muerte, pero así como reinó el pecado en la muerte, reina también la gracia que nos trae justificación y vida eterna. Hasta los demonios me reconocieron como el Santo de Dios. Hoy me presento ante ustedes como el Rey de Israel, Aquel que viene en el nombre del Señor".

Miró hacia arriba y desde más allá de las nubes se oyó un coro de los que, como Raimundo solo podía suponer, estaban reunidos alrededor del trono de Dios. Cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: "¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos! Y Él reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin".

El humo todavía brotaba del abismo insondable y Raimundo se preguntaba si otros, como él, habían empezado a preocuparse por Miguel. Entonces, en realidad, volvió a salir con una llave en su mano. Satanás y la cadena no se volvieron a ver más.

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Miguel se juntó a los otros atrás de Jesús, que se dio vuelta y montó su caballo dirigiendo poco a poco al caballo blanco lejos de la plaza abierta, pasando entre la multitud en pos del Monte del Templo donde asumiría su lugar legítimo en el trono del rey David.

Y al fin, Raimundo sintió un pinchazo de hambre y una nueva ola de fatiga. Sin instrucciones ni palabras al respecto, se veía que el remanente se iba diseminando con lentitud a fin de volver a sus casas. Raimundo iba a tener que volver a comunicarse con sus amigos y ver quién quizá tuviera lugar para él.

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DIECIOCHO

aimundo no podía hallar otra palabra que describiera cómo se sentía, sino eufórico. Sabía que habría momentos en que Jesús no estaría visible, como ahora.

Eso resultaba lógico, pero había temido que sentiría tal anhelo de Él que se iba a deprimir, por así decir, cuando Jesús estuviera ocupado en otras cosas. Raimundo se emocionó al darse cuenta que no era así.

Por supuesto, su corazón seguía aún con Jesús. Pensaba sin cesar en Él y quería verlo, claro que sí. Sin embargo, como Raimundo estaba tan preocupado con Él, ferviente para amarlo y servirlo siempre, se hallaba libre de sus tentaciones habituales. Tuvo que preguntarse si eso era transitorio. ¿Estaba libre de lujuria, de orgullo, de ambición solo porque esto era como estar en la iglesia, en la presencia del pastor? ¿O atar a Satanás y la muerte de sus demonios tendría algo que ver con eso? Antes que estar tentado por el mundo, la carne y el diablo, solo tenía que preocuparse por dos de ese trío. Y el mundo era nuevo y gobernado por Jesús.

¿La novedad de tener la presencia física de Jesús se acabaría en su momento? Es decir, mil años y, luego, la eternidad...

La manera con que Jesús le había hablado hizo que Raimundo se sintiera como si Él aún estuviera allí, aunque no pudiera verlo. Cuando oraba era como si Jesús conversara de inmediato con él. Raimundo tenía tantas preguntas, tantas cosas que tendría que preguntarle a Jaime.

Primero, por supuesto, era si Jaime tenía idea de dónde Podría hallar alojamiento. Se divirtió al descubrir, después de reunirse con el resto del personal del Comando Tribulación que había estado en Petra, que esto ya estaba bien pensado, discutido y hasta decidido.

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Raimundo, Mac y Abdula habían estado en la plaza pública mirando la multitud en busca de un conocido. "Mejor nos separamos", sugirió Abdula, "si uno de nosotros encuentra a alguien, puede llamar a los otros y acordar dónde encontrarse".

Abdula se fue al oeste, Mac al este, Raimundo se quedó en el centro, buscando caras conocidas. ¡Qué vistas! A dondequiera que mirara, la gente parecía amigos aunque en su mayoría eran extraños. Reconoció a algunos por haberlos visto en Petra, pero cuando preguntaba si habían visto a sus amigos y conocidos, nadie los había visto. A pesar de eso, cada uno quería hablar. Sobre todo de Jesús. También, claro, sobre el terremoto y la división del monte de los Olivos. La muerte del enemigo. La sentencia de Carpatia, Fortunato y Satanás.

Otros mencionaban el clima cálido, claro, refrescante, como si respiraran aires nuevos. Una mujer señaló los árboles y los arbustos que de repente lucían vigorosos y sanos.

—Hace veinticuatro horas no se veían así —dijo ella. Algo impactó a Raimundo que le preguntó de dónde era

ella. —De Rusia —contestó. — ¿Y qué idioma habla? —Ruso, por supuesto. Solo sé un poco de inglés, ¿y usted? —Inglés. Es todo lo que sé. Raimundo seguía moviéndose, buscando, preguntando.

Aquí y allá había grupos orando, cantando, algunos solo levantaban las manos al cielo y sonreían. Por fin, recibió una llamada de Mac.

—Parece raro que estos artilugios aún funcionen, ¿verdad? —preguntó Mac—. Uno quizá pensaría que pudiéramos ahora hablarnos sin máquinas.

Raimundo se rió. — ¿Por qué? — ¿Por qué no?

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—Bueno, ¿conoces la Iglesia de Cristo, un poquito al sudeste de la Torre de David?

—Seguro. —Ahí es donde estamos todos. — ¿También Smitty? —Todo el mundo. Los nombres de todos los lugares habían cambiado cuando

Carpatia asumió el poder, pero los creyentes sabían qué era qué. Fuera de la Iglesia de Cristo, en el ángulo sudeste del edificio, Raimundo encontró a su círculo de amigos de Petra. Todos menos Otto.

Además de Abdula y Mac, Jaime estaba allí con Chang y Noemí y su padre, Eleazar. Hana, Lea y Mac estaban ahí. Cuando Raimundo vio a Navaja charlando con los Woo, supo que Sebastian, Priscila y Beth Ann tenían que estar cerca y eso significaba que Kenny no podía estar muy lejos. Y ahí venía.

El niño saltó a los brazos de Raimundo exclamando: — ¡Abuelo! ¡Vi a Jesús! ¡Y Él me habló! — ¿No es lo mejor? — ¡Sí! También voy a ver a mamá y papá. Raimundo miró a Priscila que pronunció: —Pronto. —Sí, muy pronto —dijo Raimundo. Mientras tenía en brazos a Kenny, se puso al día en lo que

se había decidido. —De alguna manera, Otto se consiguió un hotel

abandonado para su gente —informó Jaime. — ¿Ya? —Ah, Raimundo, la gente se muestra ansiosa por

acomodarse los unos a los otros. Y, como te imaginarás, poco más de un millón de personas andarán por este país. Casi setecientas cincuenta mil personas vivían solo en la Gran Jerusalén. Hay miles de residencias abandonadas, pero la mayor parte de la

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gente parece que regresa a las suyas invitando a los que eran de otras partes. Eleazar y Noemí han acordado alojar a las solteras y los matrimonios y yo tengo mucho lugar para los solteros.

—Kenny —dijo Raimundo—, ¿quieres quedarte con abuelo en casa

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del tío Jaime o con Beth Ann y la tía Priscila? —¿Dónde estará mamá? —Es probable que con nosotros —dijo Priscila, y Kenny se bajó. —¿Está bien, abuelo? —Bien, Kenny. Te veré mucho. —Voy a buscar el jeep —dijo Abdula y se fue trotando. Con Raimundo muy apretado en la parte trasera, de frente a la

ventanilla trasera y sus rodillas contra el pecho, se las arreglaron de alguna forma para meter a Jaime, Chang, Leonel, Mac y Navaja en el Hummer, estando Abdula al volante.

Camino a la casa de Jaime, Chang se pasó todo el tiempo hablando por teléfono con Noemí. Navaja le hizo bromas de que había estado con ella durante días, pero Raimundo se fijó que no hablaban de ellos mismos. Como todos los demás que iban en el vehículo, hablaban de Jesús.

—Tengo tanto que preguntar, Jaime —dijo Raimundo desde el fondo.

—Es probable que no tanto como yo —contestó Jaime—, pero para todos los interesados abriremos las Escrituras y trataremos de hallarle sentido a todo esto.

—¿Ven lo mismo que yo veo? —preguntó Raimundo, contemplando el paisaje, la gente y los animales mientras Abdula conducía entre las dichosas multitudes. Todos los animales eran dóciles. Ovejas, perros, lobos, animalitos de todo tipo andaban por todos lados. Las tiendas habían vuelto a abrir y los carniceros trabajaban al aire libre. Los camiones entregaban frutas y verduras frescas de las granjas cercanas.

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__¿Quién habrá tenido tiempo para cosechar todo esto y de dónde sacan la carne los carniceros?

—Ese carnicero es amigo mío —dijo Jaime—. Voy a averiguar.

Abdula se acercó, paró y todos se bajaron, con Navaja al frente dirigiéndose a un puesto de frutas y verduras. Raimundo seguía a Jaime.

— ¡Ezer! —gritó Jaime abrazando al alto y delgado hombre que blandía un cuchillo de carnicero y llevaba puesto un delantal salpicado de sangre—. ¡No sabía que eras creyente!

—No lo era —replicó Ezer—. Me resistí y resistí, ciego, muy ciego, pero durante la lucha por conservar a Jerusalén oí a un rabino en la Ciudad Vieja que hablaba del Mesías y me salvé.

— ¡De vuelta a la carnicería! ¿Cómo pasa esto? —La CG hizo que me pasara a la clandestinidad,

negándome a aceptar la marca. Perdí esta tienda y mi casa. Después de lo que acabamos de presenciar en la Ciudad Vieja, quise ver qué quedaba. Mi casa está intacta y mi tienda estaba ahí, pero vacía. Jaime, no lo creerás, pero había animales engordados, listos para el matadero y para descuartizarlos, andaban por el lugar como ofreciéndose. ¡Vacas, ovejas! ¡Imagínate! Busqué mis herramientas y me puse a trabajar enseguida. ¿Qué necesitas?

—Mucha carne y cordero. Tengo seis huéspedes en la casa, todos hombres grandes con mucha hambre.

—Llévate lo que necesites. Regalo de la casa. —Ah, no, ¡no podría! —Como sea, no tienes dinero, ¿no? Y yo no quiero nicks. —No, pero abre una cuenta para mí y, cuando

descubramos qué forma toma la economía, yo lo arreglo. —Jaime, te opusiste a Carpatia. Ese es todo el pago que

necesito. —No, insisto. ¿Cómo vas a vivir?

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— ¡Ya te lo dije! La mercancía no me cuesta nada, ¡y mira! —dijo señalando detrás de la tienda.

Jaime y Raimundo fueron donde pudieran ver. De kilómetros a la redonda seguían viniendo las ovejas y las vacas Unos hombres ya estaban instalando rediles.

—Mis nuevos empleados —dijo Ezer—. Les pago con carne. Tengo más de lo que necesito y es evidente que Dios provee. Por favor, háganme el honor de llevar todo lo que necesiten. Son los cortes más frescos, más gruesos y más finos que haya producido jamás.

Jaime aceptó al fin y Ezer estaba resuelto a enrolar a todos los invitados para que llevaran varios kilos cada uno.

—Para que lo lleven en el regazo en el viaje a casa. Por favor, por favor. Ustedes me hacen un favor. Tengo demasiado y ningún lugar para almacenar.

Al regresar al vehículo, Raimundo oyó que Ezer gritaba a las multitudes de las calles: "¡Carne gratis de la mano de Dios! ¡Vengan, por favor, llévense todo lo que necesiten!".

Navaja regresó del puesto de frutas y verduras, cargado con bolsas de frutas y vegetales.

—La mujer no aceptó nada por todo esto —explicó—. Ella dice que caen de los árboles, no solo en las huertas, sino precisamente aquí, en la ciudad.

—Espérate —dijo Chang en el teléfono, luego lo tapó mientras Abdula salía dirigiéndose a la casa de Jaime— Noemí dice que es un milagro general. Ellos también se detuvieron a comprar carne fresca y frutas y verduras. Dice que juntaron naranjas y toronjas de abajo de los árboles y vieron que las ramas se volvían a llenar de fruta madura, ante sus propios ojos.

Esa noche, Raimundo supo que era de noche solo por la hora del reloj pues la claridad del día nunca cambió, los hombres se instalaron en la amplia casa de Jaime, pareciendo que

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los quehaceres domésticos se hacían solos. Resultó que Navaja y Abdula se consideraban cocineros y lo demostraron asando la carne y preparando platos hondos llenos de fruta cortada y verduras al vapor.

Raimundo siempre se había impresionado con la forma en que los creyentes del Comando Tribulación y de la Cooperativa trabajaban juntos, pero nunca había visto nada parecido a esto. Es más, se preguntaba si mil años sin ninguna discordia ni conflicto no resultarían aburridos. A pesar de la buena actitud general de la gente a su cargo en los últimos siete años, parte del reto de su trabajo había sido arbitrar las batallas del ego y del territorio. Ahora solo observaba que la gente se llevaba bien y trabajaban juntos. Sí, claro, había que admitir que era el primer día en su nueva casa. Acababan de presenciar cumplimientos milagrosos de las profecías y habían estado en la presencia física de Jesús. Y se les había provisto el alojamiento más cómodo que habían tenido en mucho tiempo, para ni mencionar que estaban a punto de comer comida gratis... además de todo un banquete.

Mac buscó sillas y mesas y ocupó a Chang y Leonel en el proceso de instalarlas, mientras Jaime le pedía a Raimundo que le ayudara a evaluar la casa que no había visto en tres años y medio. Todo lo que el viejo pudo hacer fue menear la cabeza frente a los recuerdos. No había evidencia de daño perpetrado por la CG. Ni restos de tres terremotos distintos, incluyendo la catástrofe global más reciente y el ascenso de toda la ciudad unos noventa metros cuando se partió el monte de los Olivos.

Mientras Raimundo lo seguía por la casa, Jaime dijo: —Me cansé de mi incredulidad. Simplemente debo

aceptar de una vez por todas que Dios es el autor de todo esto. Él Puede hacer cualquier cosa y lo ha hecho todo. Había oído que la CG tomó esta casa como centro de mando hace casi

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tres años. Capitán Steele, ¿se puede imaginar cómo debiera estar después que docenas de hombres diferentes vivieron y trabajaron aquí? Yo esperaba hedor de tabaco, basura, un desastre y, sin embargo, mire.

Raimundo miraba. Parecía que un equipo de limpieza había pasado por toda la casa. Pisos, muros, cielos rasos, todo limpio. El mobiliario en su lugar. Raimundo ya no se hubiera asombrado más si hubieran hallado fundas colocadas en cada mueble, pero no eran necesarias. No podía encontrar polvo en ninguna parte.

—Bueno, el refrigerador y el congelador y la despensa están vacíos —comentó Jaime—. Y, sin embargo, mire lo que el Señor nos dio en el camino.

—Supongo que Él pensó que usted podría abastecer los estantes.

—No sé. Podría acostumbrarme a todo esto. Cuando llegó la hora de sentarse a comer, Jaime se paró en

la cabecera de la mesa: —Oremos —dijo. Y Raimundo tuvo la experiencia más extraña. Mientras

oraba junto con Jaime, agradeciendo a Dios por el privilegio de ser testigos de lo que habían visto ese día, por la comida que Él había provisto y por la casa lista para habitar que Él había preservado, era como si Jesús respondiera en forma audible, inmediata y personal.

—De nada, Raimundo —dijo Él—. Me deleito haciendo llover sobre ti mi amor en formas concretas.

Y antes que Raimundo pudiera orar por Kenny, el Señor dijo:

—Sí, conozco tu preocupación. Muy pronto se reunirá con sus padres, como tú.

Era como si Jesús estuviera sentado al lado de Raimundo, rodeándolo con su brazo, hablándole directamente. Eso volvió a

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emocionar tanto a Raimundo que no pudo contener las lágrimas. Unió sus manos sobre el plato que tenía delante y descansó su cara sobre ellas, adorando a Dios.

Y Jesús dijo: —Reinaré sobre la casa de Jacob por siempre y de mi Reino

no habrá fin. Así como el Padre me conoce a mí, yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas. Yo soy el Cordero que te llevará a fuentes de agua viva y Dios enjugará cada lágrima de tus ojos.

Raimundo descansó ahí, escuchando y adorando, sabiendo que las lágrimas que Jesús mencionó eran las de tristeza y las suyas era de todo menos eso. No podía imaginarse volver a estar triste otra vez.

Oyó a los demás hombres que musitaban sus alabanzas y supo que ellos habían tenido la misma experiencia que él. Aunque Raimundo podía oler la deliciosa comida servida en boles bien llenos a pocos centímetros de su plato, su hambre podía esperar. Quería que nunca terminara este momento de adoración.

Después de varios minutos, Jaime volvió a retomar su oración:

"Y, ahora, Oh Señor, Redentor y Amigo nuestro, te damos las gracias por esta abundancia. Padre, confieso que por más agradecido que estuve por el maná y por satisfactorio que era..."

No tuvo que terminar. Raimundo se incorporó en el asiento y se tapó la boca, pero no pudo ahogar la carcajada. Y en su alma creyó, de todo corazón, que había oído que Jesús también se reía. Sí, el maná era una cosa. Esto era otra distinta Por completo.

Jaime se sentó y los hombres abrieron los ojos, mirándose entre sí.

—Jesús me volvió a hablar en chino —dijo Chang.

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—Español —dijo Navaja. —Hebreo —dijo Jaime. —Inglés —dijo Raimundo. —Del sur de Chicago —dijo Leonel y todos se rieron. —Creó que Él también puso un poquito de tejano, ahí

—dijo Mac—. Ya saben que ese es el lenguaje del cielo. Raimundo carraspeó. Aún nadie había empezado a servirse. —Ah, ¿fui solo yo o alguno escuchó que Jesús se reía

con lo que Jaime dijo del maná? Todos sonrieron y asintieron. —Sin duda que el Señor tiene sentido del humor —dijo

Jaime—. Caballeros, ¿creerán que la comida todavía humea como si no la hubiéramos dejado ahí por varios minutos?

—La fruta se ve fresca también —dijo Navaja—. Y nada de moscas.

Y así comieron, Raimundo suponiendo que para los demás era como para él, la comida más sabrosa que hubiera disfrutado.

—El verdadero milagro es que estaremos comiendo así sin aumentar de peso —dijo después.

Mientras limpiaban, Raimundo y Jaime hablaron por teléfono con Eleazar. Fue grandioso para Raimundo oír que ellos habían disfrutado el mismo tipo de tiempo con el Señor y una comida maravillosa como la que tuvieron los hombres. Jaime le recordó a Eleazar lo que habían pensado tratar de las Escrituras en esa velada y compararon notas sobre pasaje difíciles. Eleazar dijo, con su tonante voz: "Si nos quedamos con preguntas confusas, simplemente le preguntamos a Jesús la próxima vez que lo veamos.

Más tarde, en esa noche, se reunieron los hombres en el salón grande de Jaime y él abrió la Biblia, desparramando sus apuntes y un par de comentarios delante de él. "Ahora parecen superfluos los libros escritos por hombres", dijo. "Cada vez que oramos siento como si el Mesías estuviera aquí

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conmigo, contestando preguntas aun antes que las haga. Empecemos con un momento de adoración y oración".

Todos se deslizaron de sus asientos, como si fueran un solo hombre, y se arrodillaron en el suelo, cada uno orando en su idioma.

Mac estaba a punto de decirle al Señor que había gente, en particular de los siete años anteriores, que tenía muchas ganas de ver. Cada uno significaba algo especial para él, habían hecho un impacto significativo en su vida, pero antes que pudiera articular palabra, Jesús dijo: "Ya lo sé. Y los verás pronto. Yo anhelo esta reunión tanto como tú y me regocijaré contigo cuando los veas".

Cuando Raimundo recibió respuestas a oraciones que ni siquiera había dicho aún, se postró en el suelo y pudo ver que los demás hacían lo mismo. Decidió que lo que Jesús trataba de decirle era lo mismo que había oído de Bruce Barnes años antes, y lo mismo que había oído de Zión y Jaime. La oración se trataba tanto, o más, de escuchar como de hablar. Raimundo nunca había logrado ese equilibrio. Le parecía que siempre estaba pidiendo, preguntando, demandando. Sí, agradecía a Dios por las cosas y a menudo lo adoraba en oración, pero ahora empezaba a formarse la idea. Era hora sencillamente de quedarse callado y escuchar. Y aunque Dios no dijera nada, Raimundo tenía que descansar en la paz de su presencia. Raimundo yacía allí, de bruces, deleitándose en la calidez del amor de Dios. Y Jesús decía: "Dios es tu amparo y tu fortaleza, tu ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no teman aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar.

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"Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, la santa habitación del Altísimo. Dios está en ella, la ciudad no caerá; al rayar el alba Dios le brindará su ayuda.

"Se agitaron las naciones, se tambalearon los reinos; Dios dejó oír su voz, y la tierra se derrumbó. El SEÑOR Todopoderoso está contigo; tu refugio es el Dios de Jacob.

"Vengan y vean los portentos del SEÑOR; él trajo desolación sobre la tierra. Puso fin a las guerras en todos los confines de la tierra; quebró los arcos, destrozó las lanzas, arrojó los carros al fuego.

"Quédate quieto, reconoce que yo soy Dios. ¡Yo seré exal-tado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra!

"El SEÑOR Todopoderoso está contigo; tu refugio es el Dios de Jacob".

De repente, Jaime se volvió a arrodillar diciendo: "Aplaudan, pueblos todos; aclamen a Dios con gritos de alegría. ¡Cuan imponente es el SEÑOR Altísimo, el gran rey de toda la tierra! Sometió a nuestro dominio las naciones; puso a los pueblos bajo nuestros pies".

Raimundo seguía en el suelo, en comunión con Dios, apenas consciente de los demás. Al final, cuando sintió que en realidad necesitaba una pausa de la mano amorosa de Jesús, regresó al asiento. Resultaba muy raro que todos demostraran tener las mismas experiencias al mismo tiempo y de igual duración.

—Jaime, antes que empieces, tengo una pregunta, quizá sea más bien una confesión. Esta nueva presencia cercana de Dios, por medio de Jesús, es tan fresca, tan especial que a veces no me parece recibir bastante de Él, pero en otros momentos, como el de ahora mismo, fue casi como que estuviera tan lleno y rebosante que si me quedaba ahí, no podría recibir más.

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Otros asintieron, cosa que resultó consoladora para Raimundo.

—Eso me recuerda algo que leí una vez de un gran evangelista de hace siglos, se llamaba Dwight L. Moody —dijo Jaime—. Escribió sobre una experiencia que tuvo con el Señor donde su presencia y plenitud eran tan sobrecogedoras que Moody le pidió a Dios que parara su mano.

—Exacto —dijo Raimundo. —También he sentido eso —dijo Jaime—. Quizá en la

presencia de Jesús iremos formando la musculatura espiritual necesaria para soportar tales bendiciones.

Jaime parecía estar mirando a cada uno en particular como para preguntar si había algo más antes que empezara. Entonces explicó que él y los ancianos se habían pasado el último mes escudriñando las Escrituras con ahínco en pos de indicios tocante a qué esperar después del regreso glorioso.

—Como atiborrándose para hacer un examen —sugirió Navaja.

—No conozco ese término —dijo Jaime—, pero parece explicarse solo y estaría de acuerdo. No se trata de que nos vayan a examinar. Es más, al comienzo los líderes discutie-ron mucho tocante a lo necesario que sería esto. Unos sostenían que Jesús sería nuestro maestro y nos explicaría todo en el transcurso del tiempo.

"Pues bien, quizá El espere que nosotros conozcamos este material, ¿eh? Hoy presenciamos su ascensión victoriosa del monte del Olivar, también conocido como el monte de los Olivos. Vimos cómo este se partía en dos. Él derrotó a los ejércitos invasores, matándolos con la Palabra de Dios. Estuvimos con Él en su entrada triunfal a Jerusalén y lo vimos capturar y juzgar demonios, al falso profeta, el anticristo y hasta al mismo diablo. Y, sin embargo, en ningún momento

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se detuvo para decir: 'Amados, encontrarán esto en la página número tal de su texto, y será tema del examen final'.

"Estas cosas pasan como estaban profetizadas y no hay explicación. Es muy parecido a la manera en que Jesús enseñó y predicó la primera vez que estuvo en la tierra. Él explicaba una parábola de vez en cuando y cuando lo hacía, solo era suficiente para los 'que tienen oídos'.

"Supongo que había muchos en la multitud de hoy que tenían muy poca idea de lo que ocurría. Es probable que se hubieran imaginado quién era quién y qué era qué y al final supieran que Jesús había vuelto a ganar, venciendo más enemigos. Aun así, es posible que ahora se estén preguntando a dónde se fue y qué hace. Pues bien, caballeros, las respuestas están en el Libro y, si les interesa, sondearemos las riquezas allí guardadas y veremos qué podemos aprender.

Cada uno expresó su interés con entusiasmo y Jaime comenzó.

—Me temo que muchos, y confieso que esto se aplicó a mí y a la mayoría de los ancianos, creen que el regreso glorioso condujo al reino milenial que, como saben, significa el reino de mil años de Cristo en la tierra. ¿Alguno aquí cree eso?

Varios asintieron, incluso Raimundo que lanzó una mirada a Abdula que sonreía. No con la sonrisa del superior con-descendiente, sino la de uno que sin duda hizo su tarea, estudió y sabe lo que viene. Raimundo se impresionó mucho con que a pesar de eso, Abdula no dijera: "Yo, no, ¡yo sé!".

Raimundo alzó la mano. —Jaime, apuesto que Smitty sabe de qué estás hablando. Él

se ha vuelto todo un estudioso. — ¿Es eso cierto, señor Smith? —preguntó Jaime. —No estoy muy versado en eso —dijo Abdula—, pero en

mis estudios, la mayoría con el doctor Ben Judá, revelan que hay en realidad una brecha entre el regreso glorioso y

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Milenio, tanto como la hubo entre el Arrebatamiento y la Tribulación.

— ¿Hubo? —preguntó Navaja. —Ah, sí —dijo Abdula—. Recordarás que los siete años no

empezaron con las desapariciones de los creyentes, sino más bien con la firma del pacto entre el Anticristo e Israel. Eso pasó un par de semanas después, pero pudiera haber ocurrido un par de años más tarde, entonces el comienzo de la Tribulación hubiera sido la firma del pacto, no el arrebatamiento.

— ¡Excelente! —dijo Jaime—. Sin duda, allá iba yo y lo que discutiremos en esta velada. Desde el regreso glorioso al verdadero comienzo del reino milenial existe un intervalo de setenta y cinco días. Si a Dios solo le llevó seis días para crear los cielos y la tierra y la humanidad, imaginen cuánto trabajo debe tener Jesús si le asignaron setenta y cinco días para completarlo.

— ¿De dónde sacas eso de la Biblia? —dijo Raimundo—. Quiero decir, yo no soy un gran estudioso ni nada por el estilo, pero he tratado de leer mucho.

—Buena pregunta. Parte de la respuesta está en Daniel 12:11-12. Escuchen el primero de esos versículos: 'A partir del momento en que se suspenda el sacrificio diario y se imponga el horrible sacrilegio, transcurrirán mil doscientos noventa días'. Raimundo, ¿te acuerdas cuando el anticristo profanó el templo?

—Lo recuerdo. —Ese fue el horrible sacrilegio. Y eso ocurrió mil

doscientos sesenta días antes del regreso glorioso. Así que ya estamos hablando sobre treinta días más. Y el versículo siguiente dice: '¡Dichoso el que espere a que hayan transcurrido mil trescientos treinta y cinco días!'. Esos son otros cuarenta y cinco días más que nos dan un total de otros setenta y cinco días.

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— ¿A qué se refieren esos primeros treinta días? —dijo Raimundo.

—Bueno, el versículo habla del sacrificio en el templo y del sacrilegio así que yo creo justo suponer que el primer intervalo es con relación al templo. No me imagino a Jesús queriendo tomar el trono de David en un templo profanado por el anticristo, por lo menos no antes que lo limpie. Por los capítulos 40 al 48 de Ezequiel sabemos que el Señor establecerá un templo durante el milenio, de modo que concluyo que los primeros treinta días del intervalo se dedicarán a establecer el templo y prepararlo para su uso.

—Los demás cuarenta y cinco días están más abiertos a la especulación, pero fíjense que en el versículo 12 dice que serán dichosos los que lleguen a ese tiempo. Si eso es una bendición personal, individual, indica que la persona califica para ingresar al reino mesiánico de los mil años. Mateo 25:34 dice: 'Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: "Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo" '.

"Eso me parece como si el intervalo de setenta y cinco días fuera un tiempo para preparar el reino. Durante los juicios de la Tribulación quedó destruida una parte tan grande del plantea, que supongo que no nos debiera sorprender que el Señor se tome un tiempo para renovar su creación para el milenio. El embellecimiento de Jerusalén se realizó en un instante, elevando la ciudad desde que el monte de los Olivos se dividió, pero imagínense el trabajo que debe realizarse en todo el mundo. Las montañas quedaron aplastadas, llenando gran parte de los mares. Las islas desaparecieron. Seguro que Dios quiere volver a poner la tierra en su estado edénico para el disfrute de los que la compartirán con Jesús durante los próximos mil años.

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DIECINUEVE

ea Rosas había recorrido un largo tramo desde ser jefa de enfermeras del hospital Robert Young, en Palatine, Illinois. ¿Cómo iba a saber lo que llegaría a ser cuando

conoció a Raimundo Steele y al Comando Tribulación en ciernes casi siete años atrás? Ella y Raimundo habían divisado la marca del creyente en cada uno, solo visible para los de la misma fe. De lo contrario, es posible que no le hubiera dado ni siquiera la hora.

Pensar que desde entonces había estado en todo el mundo con el Comando, desempeñando varios papeles, en su mayoría de índole médica, pero no de forma exclusiva. Había entablado nuevas amistades, las había visto convertirse en seres queridos y luego los había visto morir. Hubo momentos en que no hubiera dado un comino por sus posibilidades de llegar viva hasta el regreso glorioso. Al menos no hasta que la asignaron a Petra donde no hubo muertos en tres años y medio.

Privilegiada, así se calificaba. Por cierto, nada de lo que había hecho le había ganado los beneficios que disfrutaba. No había sido una vida fácil. En absoluto. No había sido fácil para nadie que hubiera pasado por la Tribulación. A su falta debía que hubiera tenido que vivirla por completo, pues escuchó el mensaje y lo pasó por alto durante mucho tiempo.

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No había considerado que lo rechazara. Se veía como una intelectual, una estudiosa, una pensadora.

Amistades del tipo evangelista y evangelistas en sí le dije-ron en reiteradas ocasiones que la indecisión era la decisión del "no". Se defendió. No decía que no, decía ella; solo seguía pensándolo. Pues bien, una de sus bien intencionadas amigas le dijo que no fuera a pensarlo en el infierno. Ni cuando la dejaran atrás.

Eso le provocó risa. Aunque consideraba muy en serio el reclamo de Cristo sobre su vida, que Él había muerto por los pecados, y ella reconocía que eran muchos, la idea de que Él apareciera en las nubes un día, por un instante tan rápido que uno podía pestañear y pasárselo por alto... bueno, vamos, a estas alturas...

Y entonces la dejaron atrás. Lea se ocupó de eso enseguida. Entonces, cuando titubeaba en lo espiritual, buscando más, buscando la verdad, buscando las respuestas, comprendió que Dios le había enviado a Raimundo y el Comando Tribulación a su vida.

Todos estaban en el mismo bote, por supuesto, los atrasados del Reino. Sin embargo, entre ellos había hombres de la Biblia, estudiosos de toda la vida como Zión Ben Judá, del cual creía que había aprendido más de lo aprendido en la escuela de enfermería.

Y ahora estaba allí en Jerusalén, en la casa de un anciano. Con amigos que habían llegado a serle queridos y que habían vivido con ella de primera mano el cumplimiento profético en la presencia de Jesús. Lea lo había visto con sus propios ojos, había hablado con Él y lo había conocido en persona. No pudo hablar cuando Él la abrazó y la llamó por su nombre y le dijo cuánto la amaba. Y, no obstante, Él escuchó su corazón. Le dijo que había estado con ella, la había conocido desde la fundación del mundo. Que estuvo con ella toda su vida,

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en los altibajos, en los cambios, amándola, esperándola, anhelando conocerla.

Lea estaba tan llena de Jesús que le costaba darse cuenta si podría resistirlo y, mientras otros se acobardaban y escondían el rostro y hacían muecas ante la espantosa realidad de Satanás y sus lacayos recibiendo su merecido, ella no apartaría la vista. Esto, lo sabía, era justicia y quería verla.

Lea había sido víctima del diablo y, por supuesto, había sufrido bajo el gobierno de Nicolás Carpatia. Llegar a ser fugitiva internacional simplemente porque amaba al único Dios verdadero y a su Hijo era una ofensa indecible e imperdonable. El anticristo, poseído por Satanás, se había enaltecido por encima de Dios y el sentido del bien y del mal que Lea tuvo toda su vida, le decía que él tendría que pagar. Y cuando llegara la hora, por gráfica y terrible que fuera, para ella eso era apropiado.

Lea había visto las heridas físicas del pecado, lo que la guerra podía hacerle al cuerpo humano. Cuando trataba de curar a compañeros moribundos no podía dejar de depositar la culpa a los pies del anticristo y su falso profeta. No desviaba los ojos de la carnicería y tampoco lo hizo cuando las palabras de Jesús mataron a los demonios del diablo. Ni cuando a Nicolás y León los enviaron a sus tormentos eternos. Y en especial cuando al mismo Satanás lo encerraron por mil años.

Lea aún no entendía eso. Era algo que podría preguntarle a Eleazar esa noche, cuando dirigiera al grupo en el estudio de la Biblia. Se corría la voz que los ancianos enseñaban las mismas cosas, dondequiera y con quien estuvieran. Consideraba otro privilegio más haber terminado en la acogedora casa de los Tiberíades.

Los toques de la difunta madre de Noemí aún permanecían después de todo ese tiempo. El lugar lo ocupó la CG, tal como toda casa de cierto valor. El resultado podría haber sido

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decepcionante, pero cuando los diez se instalaron, descargando sus cargas de carne y verduras frescas en la amplia cocina, nadie se sorprendió más que Eleazar con el estado del lugar que lucía como si se hubiera contratado a alguien para que lo dejara en perfecto estado para la estadía de ellos.

Encontraron sus habitaciones, justo el espacio suficiente para cada uno, y trabajaron juntos en cuidar a los niños, poner las mesas, preparar la comida. Oraron y festejaron, limpiaron y oraron otro poco más. Jesús les habló en tres idiomas diferentes al mismo tiempo. Entonces Lea ayudó a Priscila Sebastian para acostar a los niños y ahora era el momento de estudiar.

Encontró fascinante la enseñanza de los próximos setenta y cinco días, pues no la había escuchado nunca antes. Lo que Lea más apreciaba de Eleazar era su mente brillante e inquisitiva y cómo no fingía saber lo que no sabía.

—Es evidente que algunas cosas —dijo con su alegre voz de bajo profundo—, resultan incognoscibles, por lo menos ahora. Es fascinante indagar las Escrituras en busca de otras verdades.

Lea le preguntó por qué sentenciaron al anticristo y al falso profeta para la eternidad mientras que al diablo lo soltarían al final del milenio.

—El encierro de Satanás —dijo Eleazar—, le impide hacer lo que hace en forma óptima, por supuesto. Apocalipsis 20:3 indica que el objetivo de Dios en este encierro es 'para que no engañara más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años'.

—Sí —dijo Lea—, pero sigue diciendo que 'después habrá de ser soltado por algún tiempo'. ¿Por qué?

—Hace poco le pregunté lo mismo a los doctores Ben Judá y Rosenzweig —respondió Eleazar—. Ninguno estaba del todo seguro, tampoco yo, pero sugirieron algunas cosas

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notables que había pasado por alto y apuesto que ustedes también.

—Eso no me sorprendería —dijo Lea. —Esta es la forma en que yo lo entiendo, basado en lo que

me enseñaron. Mírenlo así: si Dios no permitiera a Satanás una oportunidad más de engañar a las naciones, toda la gente que nazca y viva durante el reino milenial quedaría libre de la decisión de seguir a Dios o a Satanás. Soltándolo una vez más, se da la misma posición ante Dios a toda la gente.

—Interesante. —Aunque se pone feo cuando se capta que los que

rechacen a Cristo durante el milenio serán, relativamente hablando, jóvenes. Lo verás cuando escudriñemos las Escrituras descubriendo que se maldecirá y morirá todo el que nazca durante el milenio y que no confíe en Cristo cuando llegue a tener cien años de edad.

—Pensé que había dicho gente joven. —Hasta cierto punto. Mira, los que confían en Cristo

vivirán hasta el final del milenio. —Entonces uno que nazca hoy y que llegue a ser creyente,

¿vivirá hasta los mil años? —Exacto. —Y los incrédulos, que nazcan en cualquier momento

durante este período, ¿morirán a los cien años? —Ahora lo entendiste. —No sé si lo capté —dijo Lea—, pero es interesante. Si lo

entendí bien, lo que Satanás tendrá que hacer al final del milenio es tratar de organizar a toda la gente que haya nacido en el año novecientos o después, que no se conviertan en creyentes, y lograr que hagan un último esfuerzo para pelear contra Jesús.

—Así es. —Vaya. Y hay Escritura para eso.

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—La hay. Vamos a leer juntos en Isaías 65:17-25: 'Presten atención, que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria.

“‘Alégrense más bien, y regocíjense por siempre, por lo que estoy a punto de crear: Estoy por crear una Jerusalén feliz, un pueblo lleno de alegría.

“‘Me regocijaré por Jerusalén y me alegraré en mi pueblo; no volverán a oírse en ella voces de llanto ni gritos de clamor.

"'Nunca más habrá en ella niños que vivan pocos días, ni ancianos que no completen sus años. El que muera a los cien años será considerado joven; pero el que no llegue a esa edad será considerado maldito'.

"Permítanme una explicación aquí —dijo Eleazar—. Esto dice que una persona que muere a los cien se considerará como un niño porque los demás viven hasta el final del milenio. Y que el "niño" que muera a los cien años de edad, morirá porque es un pecador. Ahora, sigamos leyendo:

"'Construirán casas y las habitarán; plantarán viñas y comerán de su fruto.

'Ya no construirán casas para que otros las habiten, ni plantarán viñas para que otros coman. Porque los días de mi pueblo serán como los de un árbol; mis escogidos disfrutarán de las obras de sus manos'.

"Repito —interrumpió, Eleazar—, en este lugar está lo que creo que se dice aquí. No serviremos a los propietarios ni a los déspotas. Disfrutaremos lo que construyamos. Y lo que plantemos y cosechemos será para nosotros, no para un jefe ni para un gobierno invasor. Sigamos leyendo:

''No trabajarán en vano, ni tendrán hijos para la desgracia; tanto ellos como su descendencia serán simiente bendecida del SEÑOR.

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"'Antes que me llamen, yo les responderé; todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado'.

— ¡Yo ya he experimentado eso! —dijo Lea—. ¿Ustedes no? — ¡Sí! —exclamaron varios más—. A menudo, Jesús

contesta una oración antes que haya orado. —Continuando —dijo Eleazar—. 'El lobo y el cordero

pacerán juntos; el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo. En todo mi monte santo no habrá quien haga daño ni destruya, dice el SEÑOR'. El cerebro de Raimundo le daba vueltas. Esto era nuevo para él y suponía que también lo era para la gente que estaba en la casa de Eleazar Tiberíades. Estaba ansioso por discutirlo con algunos de ellos.

Chang levantó la mano. —Jaime —dijo—, ¿dónde está toda la gente que murió

antes del arrebatamiento? ¿La gente del Antiguo Testamento, los creyentes de antes que viniera Jesús, y los que murieron durante la Tribulación? ¿Estaban en el ejército que apareció con Jesús en las nubes?

Jaime se echó para atrás sonriendo. —Has planteado un tema interesante —dijo—.

¿Analizamos esto ahora o están listos para cerrar las cortinas y ver si podemos fingir que está bastante oscuro para dormir?

Raimundo estaba cansado, pero no más interesado en irse a la cama que el resto de los hombres presentes. Y así lo dijeron.

—Suficiente —dijo Jaime—. Todo empieza con la enseñanza de la Biblia tocante al día de la resurrección. Siempre pensé que era uno y que coincidía con el arrebatamiento.

—Yo también.

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—Al parecer, este no es el caso, pues la resurrección que tuvo lugar en el arrebatamiento era de los que la Biblia llama 'los muertos en Cristo' y no comprendió a los santos del Antiguo Testamento. Cristo aún no había venido a la tierra, así que ellos fueron justificados por la fe y técnicamente no pueden llamarse 'los muertos en Cristo'. Las resurrecciones de la Escritura tienen dos categorías: la primera resurrección o la resurrección de vida; y la segunda resurrección o la de juicio. Juan 5:28-29 cita a Jesús diciendo: 'No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados'.

"La primera resurrección abarca a los redimidos de todas las épocas, pero el momento de la resurrección de estas personas varía según sean santos del Antiguo Testamento, o un cristiano que vivió antes del arrebatamiento o en esa época, o un cristiano martirizado durante la Tribulación. Todos esos participarán de la resurrección de vida. La resurrección de juicio comprenderá a los irredentos de todos los tiempos y acontecerá al final del milenio, durante lo que la Biblia llama el gran juicio del trono blanco. Los irredentos serán arrojados al lago de fuego.

—A ver, déjenme entender bien esto —dijo Raimundo—Los cristianos que murieron antes del arrebatamiento resucitaron en el momento del arrebatamiento.

—Exacto. — ¿Cuándo resucitarán los santos del Antiguo Testamento? —Pronto, durante este intervalo entre el regreso glorioso

y el milenio. — ¿Y los mártires de la Tribulación? —Al mismo tiempo. Los santos del Antiguo Testamento y

los mártires de la Tribulación vivirán y reinarán con Cristo en el reino milenial.

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— ¿Y la gente que llegue a ser creyente durante el milenio? —Resucitarán al final del milenio. —Aunque estén vivos. —Así es. —Y los irredentos no resucitarán, sino después del

milenio para el gran juicio del trono blanco. Jaime sonrió. —Ahora sabes tanto como yo. —Entonces —dijo Raimundo—, mi esposa y mi hijo que

fueron arrebatados, estaban en ese ejército del cielo, detrás de Jesús.

—Sí. —Pero mi hija y mi yerno, que sufrieron el martirio

durante la Tribulación, resucitarán pronto. —Exacto. —Así que pronto veremos a nuestros amigos y seres

queridos.

Enoc Dumas y su gente de la pequeña congregación El Lugar, del antiguo centro de Chicago, empezaron a descubrir por aquí y por allá pequeños grupos de creyentes. Empleados del anticristo o de su gobierno, incluso en Estados Unidos, murieron por las palabras que salían de la boca del Señor, pues al parecer era el propósito de Dios que el milenio empezara con hojas en blanco. Pronto morirían todos los incrédulos.

El grupo se reunió y de inmediato todos tuvieron la misma idea. Debían regresar a Chicago para recordar su antiguo lugar de reunión, ver cómo se veía ahora la ex casa de seguridad del Comando Tribulación, donde habían estado de huéspedes antes que quedara comprometida. Sobre todo, necesitaban ver qué locales para vivir estaban disponibles en la

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ciudad. ¿Estarían en pie todavía los hoteles, las pensiones y los hospedajes? ¿Y qué habría pasado con la zona de elevado alquiler a pocas cuadras de donde ejercían sus oficios antes de ser creyentes? Si todos los demás iban a morir, ¿qué les impedía vivir en los lujosos hoteles del centro?

Durante años, a Chicago la calificaron de contaminada por la radiación y hasta los miembros de El Lugar se lo habían creído, sintiéndose obligados a vivir puertas adentro en la clandestinidad. Al fin se aventuraban a salir cuando Cloé Steele los encontró y convenció de que las lecturas nucleares de Chicago eran falsas y puesta por uno del Comando Tribulación, encubierto en el palacio CG de Nueva Babilonia,

En cuanto la CG descubrió la treta, los miembros del Comando Tribulación y de El Lugar tuvieron que reubicarse enseguida. Desde entonces, los operativos CG habían determinado que Chicago era segura otra vez y se había empezado a reconstruir la ciudad. No obstante, si eso era cierto en Colinas Palos y suburbios cercanos, también era válido en la ciudad misma, Enoc y su gente tendrían el lugar para ellos.

Enoc esperaba ver los macabros efectos de la matanza mundial de los enemigos de Cristo, tanto como la había en su vecindario cuando el automóvil CG se estrelló contra la boca de incendio. ¿Habría cadáveres tapando las calles, con sangre y carne por todos lados? ¿Montones de huesos? No había nada. Al parecer, el terremoto global realizó la tarea de limpieza. Se desplomaron muchos rascacielos, incluyendo la Torre Fuerte donde había estado la casa de seguridad del Comando Tribulación. Aun así, esos montones de escombros se estre-mecieron tanto que solo enterraron la fealdad del baño de sangre de los empleados de Carpatia.

Enoc tendría que hablar con Dios tocante a qué hacer. Si solo podrían quedar creyentes en Estados Unidos, que la profecía

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bíblica parecía obviar, iba a ser un país muy poco poblado, los diversos grupos de creyentes podrían encontrarse los unos con los otros, ¿pero qué iban a hacer? ¿Habría bastantes para empezar al fin a reconstruir de verdad el país como nación cristiana? ¿Era por eso que Dios iba a purgarlo de los irredentos y ya lo había aplastado, haciendo a todo el planeta tan plano como el estado de Illinois? Ninguno de los creyentes había trabajado en público durante años. Pronto morirían los responsables de los servicios públicos y quizá esa fuera la manera de Dios para atraer a todo su pueblo a Israel a fin de que estuvieran con Jesús.

Mientras Enoc manejaba con lentitud por Chicago, Jesús le habló, diciendo:

—No temas, Enoc, pues hiciste una buena deducción al pensar que tú y tu rebaño van a estar conmigo.

—Pero, Señor, nosotros... —Yo los transportaré. No tienen que preocuparse. — ¿Cuándo? ¿Qué haremos con la ropa y...? —Ahora bien, Enoc, si Dios viste a la hierba que hoy está el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho

las por ustedes, gente de poca fe? "Así que no se preocupen porque el Padre celestial sabe

que ustedes las necesitan. Enoc nunca olvidaría la cara que puso su gente cuando los

reunió y les dijo: —Vamos a Israel. No pregunten cómo. Dios hará el camino. — ¿Cuándo? —Eso lo pueden preguntar. Creo que mañana.

Lea se cansó por fin y quiso ir a dormir, pero quería conocer sobre el próximo juicio. Al parecer, había varios y todos los demás se veían curiosos también.

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—Yo puedo seguir enseñando si ustedes pueden seguir aprendiendo —dijo Eleazar—. Todavía no sé cómo vamos a dormir con tanta luz.

—Es claro que hoy fue el día del juicio de Satanás y sus títeres —dijo Lea—, pero tiene que haber más de un día de juicio.

—Así es —dijo Eleazar—. En realidad, hay varios momentos de juicio, cada uno con un propósito específico. Los doctores Ben Judá y Rosenzweig y los ancianos han llegado a creer que hay diferentes juicios para los pecados y las obras de los creyentes, los santos del Antiguo Testamento, los santos de la Tribulación, los judíos todavía vivos al final de la Tribulación, los gentiles todavía vivos al final de la Tribulación, el diablo y los ángeles caídos (que vimos hoy) y los irredentos de todos los tiempos.

"La muerte de Cristo en la cruz fue donde Dios cargó sobre Jesús el pecado de todos los que llegarían a ser creyentes. Cristo pagó por nuestros pecados y por eso solo enfrentaremos el tribunal de Cristo y ninguno de los otros juicios. El mismo Jesús dijo en Juan 5:24: 'Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida'.

"En Romanos 8:1-4 encontramos: 'Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu'.

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—Entonces —dijo Lea—, ¿por qué enfrentamos el tribu-nal de Cristo y qué es eso?

—Creemos que el tribunal de Cristo es distinto al juicio de los incrédulos. Pablo le dijo a los creyentes de Corinto: 'Por eso nos empeñamos en agradarle... Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo'.

—Pero si Jesús asumió nuestro castigo y pagó por nuestros pecados —dijo Noemí—, ¿en base a qué nos juzgarán?

Eleazar sonrió a su hija. —Tan joven, pero tan brillante. —Papá —dijo ella, ruborizándose—. No sigas. —Lo siento. Tu pregunta es muy buena —dijo hojeando

la Biblia—. Escucha lo que dijo el apóstol Pablo a los corin-tios: 'Nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo. Si alguien construye sobre este fundamento, ya sea con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y paja, su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno. ''Si lo que alguien ha construido permanece, recibirá su recompensa, pero si su obra es consumida por las llamas, él sufrirá pérdida. Será salvo, pero como quien pasa por el fuego. ''¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruido por Dios; porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.

"También dijo: '¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio,

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por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado'.

"En realidad, Noemí, el juicio del tribunal de Cristo ya se celebró en el cielo a fin de que la iglesia que fue con Jesús en el arrebatamiento se ataviara como su esposa cuando descendió con Él en el regreso glorioso. Apocalipsis 19:7-8 dice:' "¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria! Ya ha llegado el día de las bodas del Cordero. Su novia se ha preparado, y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandeciente". (El lino fino representa las acciones justas de los santos)'. Cristo pronto nos juzgará a los que seguimos vivos, antes que empiece el milenio.

"En cuanto a nosotros los judíos y según Ezequiel 20, la tribulación misma fue el tiempo en que Dios hizo que Israel pasara 'bajo la vara'. Dios dice: 'Los seleccionaré para que formen parte de la alianza. Apartaré a los rebeldes, a los que se rebelan contra mí, y los sacaré del país donde ahora viven como extranjeros, pero no entrarán en la tierra de Israel. Entonces ustedes reconocerán que yo soy el SEÑOR.

"'En cuanto a ustedes, pueblo de Israel, así dice el SEÑOR omnipotente: Si no quieren obedecerme, ¡vayan y adoren a sus ídolos malolientes! Pero no sigan profanando mi santo nombre con sus ofrendas y sus ídolos apestosos. Porque en mi monte santo, el monte elevado de Israel, me adorará todo el pueblo de Israel; todos los que habitan en el país... Y cuando yo los lleve a la tierra de Israel, al país que con la mano en alto había jurado a sus antepasados que les daría, entonces reconocerán que yo soy el SEÑOR'.

"Zacarías 13 dice que morirá las dos terceras partes de Israel, así que los que queden, 'todo Israel será salvo,' según Romanos 11:26: 'El redentor vendrá de Sión y apartará de

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Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos cuando perdone sus pecados'.

"Los ancianos hemos calculado que hay de cinco a diez millones de judíos que entramos al milenio, pero la Tribulación también fue tiempo de juicio para los gentiles incrédulos. Eso debiera haber sido evidente por los veintiún juicios que llegaron del cielo en aquellos siete años".

George Sebastian levantó la mano. —Anciano Tiberíades, Zión y Jaime nos enseñaron que

habrá también un juicio de naciones, pero o bien me lo perdí o nosotros no entramos en eso. ¿De qué se trata?

—Eso aún tiene que llegar y es probable que pronto. Las Escrituras indican que el valle formado por la división del monte de los Olivos se llama valle de Josafat que significa 'el SEÑOR juzga'. La formación de ese valle enterró los escombros de casi cuatro mil años de civilización y corre desde el monte de los Olivos cruzando derecho por Jerusalén. Parece que en esa zona recién purificada el Señor hará tres juicios: restaurará a la nación judía; juzgará a las ovejas; y juzgará a las cabras.

—Recuerdo haber estudiado el juicio de las ovejas y de las cabras —dijo Hana Palemoon—, pero olvidé quiénes son.

—Algunos lo llaman el juicio semita —dijo Eleazar—. Jesús los juzgará a ustedes los gentiles por la manera en que trataron a su pueblo elegido. Los que honraron a los judíos son las ovejas y los que no, las cabras.

—Cuando Jesús mató a todos sus enemigos con la espada que salía de su boca, la Palabra de Dios, murieron los ejércitos del anticristo como preparativo para el reino milenial. Pronto enfrentarán la muerte los restantes incrédulos, sí, incluyendo los que no aceptaron la marca de la bestia, pero que aun así nunca se decidieron por Cristo.

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— ¿Solo la gente aquí en Israel o de todo el mundo? —preguntó Ming Toy.

—Ah, estoy seguro que de todo el mundo. — ¿Y serán juzgados aquí o de alguna manera en sus países? —Buena pregunta. No sé. La Biblia parece indicar que

todo eso tiene lugar en el valle de Josafat. —Así que podría pasar un tiempo antes que todos logren

venir para acá. ¿Y qué si optan por no venir? Eleazar se rió. — ¿Viste en el juicio de hoy a uno que pareciera tener

opción? — ¿Así que lo que está diciendo es que solo los

creyentes residirán en el milenio? —preguntó Ree Woo. —Sí, así parece, al menos al comienzo. La gente nacida en

el milenio tendrá que hacer su elección, por supuesto. Priscila Sebastian dijo: — ¿Entonces el gran juicio del gran trono blanco al final

del milenio es el definitivo? —Sí. —Pero no parece que habrá mucho que juzgar. La gente

recibe a Cristo como Salvador o no. —Cierto, pero creemos que Dios, siendo sabio y justo y

deseoso de demostrar cuánto se alejaron los hombres y las mujeres de su norma, los juzgará sobre la base de sus propias obras. Es obvio que todos no estarán a la altura de su norma. Esto demostrará que el castigo es merecido y, como dije, los enviarán al lago de fuego para la eternidad.

— ¿Y qué pasa con las cabras del juicio venidero? ¿Adonde van? ¿También se juzgarán de nuevo en el gran trono blanco dentro de mil años?

—Sí, por ahora las enviarán al Hades, al parecer un departamento del infierno, donde sufrirán hasta ese juicio final y entonces las arrojarán al lago de fuego.

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—Triste. —Sí, lo es. Mucho. Y, sin embargo, creo que cada uno de

esos juicios le demostrará a todo el mundo la justicia y la rectitud de Dios y, finalmente, callará a todos los que se hayan mofado.

Justo antes de irse a acostar, Raimundo llamó a George Sebastian para ver cómo estaba Kenny, esperando que el teléfono no despertara a los niños.

—Duerme como un tronco —informó Sebastian—. Priscila está un poco sorprendida porque de lo único que habla es de Jesús y de ver mañana a mamá y papá.

—Nosotros esta noche abarcamos todas las cosas desde el reino milenial hasta las resurrecciones y los juicios. ¿Y ustedes?

—Lo mismo. Cosa fascinante. — ¿Cansado, Sebastian? —Exhausto. Era hora. Me había empezado a preguntar si

alguna vez volvería a sentir hambre, sed o cansancio. — ¿Y tuviste hambre? Sebastian se rió. —Después de la cena que tuvimos, aún me pregunto si

volveré a tener hambre otra vez. —Entiendo. Yo todavía saboreo el cordero. —Todavía yo lo puedo saborear todo. Raimundo cerró las persianas y se acostó de espaldas,

tapándose con una sola frazada. La luz que entraba por las aberturas alrededor de las persianas era tan brillante que tuvo que taparse los ojos con su brazo. Empezó a agradecerle a Dios por los hechos que había presenciado, empezando por su propia sanidad, pero antes que llegara a mencionarlos

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EL REGRESO GLORIOSO

siquiera, Jesús dijo: "Raimundo, lo sé. Estoy aquí y siempre estaré aquí. Nunca te dejaré; jamás te abandonaré.

"Mi preciosa sangre es como de un cordero sin mancha y sin defecto. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

"Gracias , Señor ". Y creyendo que Jesús estaba allí, Raimundo se dejó llevar

al sueño de los redimidos.

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VEINTE

Lea supo que era de mañana solo por el rocío sobre las rosas y el frescor del aire. La última vez que miró la hora antes de quedarse dormida estaba tan brillante como si hubiera sido mediodía. Se había despertado sabiendo que iba a ir al nuevo valle de Josafat. No había duda en su mente. Mientras se duchaba y vestía, supo que no tenía que comer ni hacer nada. Solo ir.

Lea no tenía conciencia de que Jesús le hubiera vuelto a hablar en la noche ni en la mañana, pero esta convicción interna de lo que tenía que hacer era tan fuerte y convincente que Él bien pudiera haberse mostrado en persona a decírselo.

Se apresuró a ir al frente de la casa donde Eleazar y Noemí saludaban a sus invitados a medida que salían de los dormitorios. No se dijo una palabra del desayuno ni de planes para el día. Lea pensó en mencionar su apremio y preguntar cómo podía llegar allá, pero por las caras de George y Priscila Sebastian, Hana Palemoon y Ree y Ming Woo supo que también ellos estaban en una misión y que no necesitaba palabras. Hasta los niños, Beth Ann y Kenny, se veían ansiosos por empezar a moverse.

Cuando todos estuvieron allí, Kenny dijo: — ¿Ahora podemos irnos?

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EL REGRESO GLORIOSO

Eleazar rió, con sus abultados ojos centelleando: — ¿Y adonde quieres ir, pequeño? —A ver a Jesús —dijo Kenny encogiéndose de hombros. Lea se impresionó que no mencionara a su mamá ni a su papá. Por

algún motivo también se sentía atraído a Jesús con tanta fuerza que nada más parecía importarle.

Todos se amontonaron en un vehículo que Eleazar manejaba y Lea se sentó al lado de los Woo.

— ¿Adonde vamos, Ming? —preguntó. —No sé a dónde van los demás —dijo Ming—. Solo espero que el

hermano Tiberíades se detenga para hacer el trayecto a pie hasta el nuevo valle.

El trayecto a pie ni siquiera empezaba a describirlo. Eleazar manejó directo al valle donde Lea se mareó al ver a millones y millones de personas. Los había blancos, negros, rojos y amarillos y todos iban en la misma dirección. Lea sintió que Jesús estaba al final de ese arco iris de humanidad y supo dónde encontrarlo en cuanto levantó los ojos al cielo. No estaba allí, pero no solo era su ejército de huestes celestiales que flotaba a lomo de caballo, sino que había decenas de miles de ángeles que los flanqueaban por los lados y por atrás.

Lea dejó de andar, ya separada de sus amigos. Solo tenía que contemplar. El cielo parecía casi lleno de seres celestiales que la forzaron a protegerse los ojos, pero eso no sirvió. La luz de la gloria de Cristo la rodeaba por completo y destellaba en sus ojos aun detrás de sus manos. Se sentía como si fuera tambaleándose hacia el objeto de la atención de todos.

Lea había estado en eventos deportivos profesionales donde la inmensa muchedumbre entraba y salía del estadio de modo que no se captaba dónde terminaba la multitud. Esto era un millón de veces más que eso. Trozos de conversación atrajeron su atención.

—Yo estaba en casa, ocupándome de mis cosas.

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— ¿Dónde? —Johannesburgo. — ¿Cuándo? — ¡No hace diez minutos! —Yo estaba durmiendo en Michigan. Lea siguió el terreno suavemente ondulado hasta que se

abrió a una zona justo debajo de Jerusalén de la cual pudo ver la ciudad eterna al alzar los ojos. También pudo ver el Gólgota, el sitio del Calvario, que le quitó la respiración. De nuevo Lea tuvo que pararse y mirar con fijeza.

—Lea —dijo Jesús. —Sí, Señor. —Cuando veas mi trono, júntate con los que están a mi

derecha, a tu izquierda. —Sí, Señor. Ella se volvió y continuó siguiendo a la muchedumbre,

dándose cuenta de que a cada uno le dieron instrucciones personales. Las masas se iban separando a la derecha y a la izquierda, dirigiéndose a destinos separados.

Raimundo trató de quedarse con Jaime. Los hombres habían dejado la casa Rosenzweig sin desayunar y sin hablar, como si todos supieran de alguna manera dónde debían ir. Raimundo decidió que pasara lo que pasara, quería estar lo bastante cerca de Jaime para preguntar. Los demás debían haber pensado lo mismo pues todos se mantenían juntos entre la multitud.

Cuando Jesús le dijo a Raimundo dónde tenía que colocarse, se puso a la izquierda sin vacilar, mientras oleadas de personas se movían en ambas direcciones. De repente, la vista delante de Raimundo se aclaró. Directamente abajo y al centro, debajo de las vastas huestes celestiales, santos y ángeles,

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había una gran plataforma elevada con un trono encima donde estaba sentado Jesús. Detrás de Él estaban los tres ángeles de la misericordia. A cada lado de Él estaban los arcángeles Miguel y Gabriel.

Por instinto, Raimundo supo que cada persona viva en la tierra estaba reunida en ese valle.

—Calculo varios millones, Jaime, pero en realidad no es mucho si se compara con la manera en que estuvo poblada una vez la tierra.

—Muy pocos —dijo Jaime, manteniéndose al lado de Raimundo—. Hace siete años el arrebatamiento se llevó a quinientos mil millones o más. Durante los siguientes tres años y medio murió la mitad de la población que quedó por los juicios de los sellos y las trompetas. Muchos más se perdieron durante los juicios de las copas y millones de creyentes sufrieron el martirio. Es probable que lo que miras ahora solo sea la cuarta parte de los que quedaron después del arrebatamiento. Y L mayoría de estos morirá hoy.

En cambio, Raimundo se dio cuenta que los reunidos a la derecha de Jesús eran pocos comparados a los que estaban a su izquierda.

Enoc estaba sentado detrás del volante de su auto en la entrada de su casa, en Colinas Palos, Illinois, orando. Cuando terminó, abrió los ojos y se halló sentado en la arena en Israel, con millones de personas moviéndose a su lado. Enoc se paro y vio a las huestes celestiales, la ciudad de Dios y el lugar de la calavera. Y Jesús le dijo dónde tenía que ponerse.

"Y, Señor, mi rebaño. ¿Están ellos...? "Amado, por supuesto que están. Te los enviaré".

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Llevó la mayor parte de la mañana para que las masas encontraran sus puestos y se instalaran. A Raimundo le parecía que los que estaban a la izquierda de Jesús se veían perplejos en el mejor de los casos, asustados en el peor.

Gabriel pasó al frente de la plataforma y abrió los brazos pidiendo silencio. "Adoren al Rey de reyes y Señor de señores!", gritó y, como un solo hombre, se arrodillaron los millones que había a ambos lados del trono. En una cacofonía de lenguas y dialectos, gritaron: "¡Jesucristo es el Señor !".

Los de la izquierda de Jesús empezaron a pararse mientras que todos los que rodeaban a Raimundo, seguían arrodillados.

"Está claro que aquí hay dos grupos diferentes de personas, ¿eh, Jaime?"

"Tres, en realidad", dijo el anciano. "Esos de allá son las 'cabras', los seguidores del Anticristo que, de alguna forma, sobrevivieron hasta ahora. Tú estarás entre las ovejas, a este lado, pero yo represento al tercer grupo. Yo soy parte de los 'hermanos' de Jesús, el pueblo escogido de Dios al cual tratan bien las ovejas. Somos los judíos que entramos al milenio como creyentes debido a gente como tú".

Hana Palemoon se arrodilló en la arena adorando a su Salvador. Los millones de la multitud a la izquierda de Jesús le habían reconocido, pero ella percibía que no había adoración.

Desde el momento en que se despertó, quiso y necesitó estar allí. Tener a Jesús hablándole en su idioma natal era más de lo que hubiera podido soñar o pedir.

Ahora la gente a su alrededor empezó a pararse y ella miró a la Plataforma para ver por qué Gabriel gesticulaba indicando

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que debían pararse. Cuando todos estuvieron en su lugar y callados, Gabriel habló con voz tenante, diciendo:

"Juan, en Apocalipsis escribió: 'Vi debajo del altar las almas de los que habían sufrido el martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en su testimonio.

"'Gritaban a gran voz: "¿Hasta cuándo, Soberano Señor santo y veraz, seguirás sin juzgar a los habitantes de la tierra y sin vengar nuestra muerte?"

"'Entonces cada uno de ellos recibió ropas blancas, y se les dijo que esperaran un poco más, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a sufrir el martirio como ellos'.

"Pueblo de la tierra, ¡abran sus oídos a mí! ¡Se ha cumplido el tiempo para vengar la sangre de los mártires en los que viven en la tierra! Pues el Hijo del hombre ha venido en la gloria de su Padre con sus ángeles, y recompensará a cada persona según lo que haya hecho. Como está escrito: 'En aquellos días, en el tiempo señalado, cuando restaure yo la suerte de Judá y de Jerusalén', dice el Señor, 'reuniré a todas las naciones y las haré bajar al valle de Josafat. Allí entraré en juicio contra los pueblos en cuanto a mi propiedad, mi pueblo Israel, pues lo dispersaron entre las naciones y se repartieron mi tierra.

"'Se repartieron a mi pueblo echando suertes, cambiaron a niños por prostitutas y, para emborracharse, vendieron niñas por vino'".

Hana se sobresaltó cuando la masa mayor, el grupo a la izquierda de Jesús, cayó de inmediato de rodillas otra vez y empezaron a gritar y gemir: "¡Jesucristo es el Señor! ¡Jesucristo es el Señor!".

Se preguntó si debía hacer lo mismo, pero Jesús dijo-"Hana, yo conozco tu corazón".

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"Gracias, Señor, dijo Raimundo. "Yo sé que sí".

"Ven, Cleburn", dijo Jesús a Mac, "a quien mi Padre ha bendecido; recibe tu herencia, el reino preparado para ti desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui forastero, y me diste alojamiento; necesité ropa, y me vestiste; estuve enfermo, y me atendiste; estuve en la cárcel, y me visitaste".

Priscila Sebastian respondió: "Señor, ¿cuándo te vi hambriento y te alimenté, o sediento y te di de beber?".

Enoc dijo: "¿Cuándo te vi como forastero y te di alojamiento, o necesitado de ropa y te vestí?".

Navaja dijo: "¿Cuándo te vi enfermo o en la cárcel y te visité?". Y Jesús dijo en español: "Te aseguro que todo lo que hiciste Por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hiciste Por mí".

"Gracias, Jesús", dijo Navaja inclinando la cabeza, pero se distrajo por la conmoción de los que estaban a la izquierda del trono. Miró a tiempo para ver que Jesús se paraba y caminaba al borde de la plataforma.

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Con rabia, pero con pena, Él dijo: "Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer-tuve sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron".

Los millones empezaron a gritar y rogar: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?"

Jesús dijo: "Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí. Aquellos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna".

"¡No! ¡No! ¡No!" Y a pesar del número y de la disonancia de sus desesperados

gemidos, se escuchaba a Jesús por encima de ellos: "Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a quienes a él le place. Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo, para que todos honren al Hijo como lo honran a él. El que se niega a honrar al Hijo no honra al Padre que lo envió".

"¡Te honramos! ¡Sí! ¡Tú eres el Señor!" "Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree

al que me envió, tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la muerte a la vida.

"Pero mi Padre me ha concedido tener vida en mí mismo, y me ha dado autoridad para juzgar, puesto que soy el Hijo del hombre. Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta; juzgo solo según lo que oigo, y mi juicio es justo, pues no busco hacer mi propia voluntad sino cumplir la voluntad del que me envió".

"¡Jesús es el Señor!", gritaban los condenados. "¡Jesús es el Señor!"

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Gabriel se adelantó cuando Jesús regresó al trono. "Silencio", mandó Gabriel. "¡Les ha llegado la hora!"

Raimundo miraba, horrorizado a pesar de saber que esto venía, cuando las "cabras" a la izquierda de Jesús se golpeaban el pecho, caían gimiendo al suelo del desierto, hacían rechinar sus dientes y se tiraban el cabello. Jesús levantó una mano unos pocos centímetros y un abismo profundo se abrió en la tierra, ampliándose bastante para tragárselos a todos. Cayeron aullando y dando alaridos, pero pronto se apagó su gemir y todo quedó en silencio cuando la tierra se volvió a cerrar.

Todos los de la plataforma volvieron a sus puestos y desde el trono Jesús dijo: "Tal como lo he planeado, se cumplirá; tal como lo he decidido, se realizará".

—Asombroso —dijo Jaime. — ¿Hum? —dijo Raimundo. —Conozco ese versículo —dijo Jaime—, pero piénsalo.

Lo que Él apenas planea se cumple y lo que Él decide, se realiza.

Raimundo estaba agotado, como suponía que lo estaban todas las "ovejas" y los "hermanos". A pesar de cada horror presenciado durante la Tribulación y el regreso glorioso, la muerte y el castigo eterno de millones al mismo tiempo superaba a todo lo demás.

—Yo sé, Raimundo —dijo Jesús—. Ahora descansa tu mente. Mi paz te dejo; mi paz te doy. Yo no te la doy como la da el mundo. No te angusties ni te acobardes. Escucha ahora que mi siervo te consuela.

Gabriel volvió a pasar adelante diciendo: "Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, según la naturaleza humana era

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descendiente de David, pero según el Espíritu de santidad fue designado con poder Hijo de Dios por la resurrección.

"Tú recibiste gracia por medio de Él. También eres el llamado de Jesucristo; gracia y paz sean a ti, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Porque en su evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.

"Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó.

"Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.

"Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.

"¡Amén!", gritó la asamblea. "Sin duda, los que fueron arrojados a las tinieblas y

esperan el juicio del gran trono blanco de aquí a mil años, no tenían excusa. Dios envió a su Espíritu Santo, como en el Día de Pentecostés, más los dos predicadores del cielo que proclamaron su evangelio por tres años y medio, más los ciento

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cuarenta y cuatro mil testigos de las doce tribus. Se dieron infinitas advertencias y actos de misericordia a esos que siguieron amándose a sí mismos en lugar de amar a Dios".

Raimundo se dio cuenta de que todos los que quedaban eran creyentes, adoradores de Cristo y que él estaba entre los que poblarían el milenio.

Con un gesto, Gabriel indicó a todos que se sentaran. Cuando todos estuvieron acomodados, sonrió ampliamente declarando con voz potente: "Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.

"Habla el SEÑOR, el Dios de dioses: convoca a la tierra de oriente a occidente. Dios resplandece desde Sión, la ciudad bella y perfecta. Nuestro Dios viene, pero no en silencio; lo precede un fuego que todo lo destruye, y en torno suyo ruge la tormenta. El SEÑOR convoca a los cielos y a la tierra, para que presencien el juicio de su pueblo".

Con eso se paró Jesús y Gabriel se movió para colocarse detrás del trono con los demás ángeles. Y Jesús dijo: "Reúnanme a los consagrados, a los que pactaron conmigo mediante un sacrificio".

De todas partes, desde la tierra y más allá de las nubes, llegaron las almas de los que habían muerto en la fe, esos que a menudo Jaime y Zión llamaban "los creyentes muertos", y a quienes Raimundo conocía también ahora, incluso el mismo Zión, junto con muchos más amigos y seres queridos de Raimundo.

Todos esos estaban reunidos en torno al trono, entre Jesús y los santos de la Tribulación. Vestían túnicas blancas, resplandecientes y prístinas. Raimundo buscó a Cloé y a Macho, Zión y Albie, Bruce Barnes, Amanda, Patty, Ken, Esteban y los demás, pero había demasiados. Jesús empezó a dar honores a

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los santos del Antiguo Testamento, esos que Raimundo solo conocía de oídas y por lecturas.

En lugar de conducir esto en la forma con que había tratado las audiencias individuales con los santos de la Tribulación en forma sobrenatural, atendiéndolos a todos en lo que había parecido apenas un instante, esta vez Jesús dio a los espectadores su fuerza y paciencia. La ceremonia debía haber durado días como Raimundo decidió en el momento oportuno, pero no sentía hambre ni sed, tampoco fatiga, ni siquiera un dolor, ni un calambre por estar tanto tiempo sentado en la arena. Disfrutaba cada minuto, sabiendo que cuando Jesús terminara con los santos del Antiguo Testamento, trataría a los mártires de la Tribulación. Esperar que se reconociera a sus amigos y seres queridos era lo mismo que esperar que se pronunciara el nombre de Cloé cuando ella se graduó de la secundaria, pero la reunión que seguiría después haría que todo valiera la pena.

Abdula asimilaba todo. De vez en cuando miraba la hora y se daba cuenta del largo tiempo pasado para honrar a la mayoría de los santos del Antiguo Testamento. Había muchos de los cuales nunca tuvo noticias, y comprendió que no había estudiado bastante o que eran unos de los que no se registraron sus hechos. Y, no obstante, Dios lo sabía. Conocía sus corazones, sus sacrificios, su fe. Jesús les rindió honores, uno por uno, abrazándolos y diciéndoles cuando se arrodillaban a sus pies: "¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!".

Enoc Dumas disfrutaba el privilegio. Estaba sumamente fascinado con los nombres que había leído y estudiado. Alzó los ojos cuando Jesús dijo de Abel, el hijo de Adán: "Por la fe

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ofreciste a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibiste testimonio de ser justo, pues Dios aceptó tu ofrenda. Y por tu fe, a pesar de estar muerto, hablas todavía".

Enoc se sentía intrigado de poder al fin mirar a esos hombres y mujeres célebres que iban uno a uno donde estaba Jesús que decía: "Sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan".

Ahí estaba Noé, arrodillado con humildad, recibiendo su premio. Jesús dijo: "Por tu fe, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construiste un arca para salvar a tu familia. Por esa fe condenaste al mundo y llegaste a ser heredero de la justicia que viene por la fe".

Horas más tarde se vio que todos se pusieron de pie cuando llegó el turno de Abraham. Jesús dijo: "Por tu fe, cuando fuiste llamado para ir a un lugar que más tarde recibirías como herencia, obedeciste y saliste sin saber a dónde ibas. Por tu fe te radicaste como extranjero en la tierra prometida, y habitaste en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperabas la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor".

Sara venía justo detrás de él y Jesús le dijo: "Por tu fe recibiste fuerza para tener hijos, porque consideraste fiel al que te había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, tu esposo, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar".

Jesús se dirigió a los espectadores. "Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria.

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Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad.

"Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: 'Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac'. Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos".

Después se acercó Jacob al trono, y Jesús dijo: "Por tu fe, cuando estabas a punto de morir, bendijiste a cada uno de los hijos de José, y adoraste apoyándote en la punta de tu bastón".

Y detrás de él, José. Jesús le dijo: "Por tu fe, al fin de tu vida, te referiste a la salida de los israelitas de Egipto y diste instrucciones acerca de tus restos mortales".

Alrededor de Enoc Dumas, los judíos comenzaron a ponerse de pie. Pronto, todos estuvieron parados. Moisés se arrodillaba a los pies de Jesús, con un hombre y una mujer, y el Señor los abrazó diciendo: "¡Hicieron bien, siervos buenos y fíeles! Por la fe, cuando nació su hijo lo escondieron durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey.

"Y tú, Moisés, ya adulto, renunciaste a ser llamado hijo de la hija del faraón. Preferiste ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consi-deraste que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenías la mirada puesta en la recompensa. Por la fe saliste de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues te mantuviste firme como si estuvieras viendo al Invisible.

"Por la fe celebraste la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel.

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"Por la fe guiaste a mis hijos a través del Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron".

Una mujer se arrodilló delante de Jesús. Él dijo: "Por fe, Rahab, no moriste junto con los desobedientes, pues recibiste en paz a mis espías".

Cuando Lea terminó de ver a todos los héroes del Antiguo Testamento, incluyendo a Gedeón, Barac, Sansón y Jefté, también a David y Samuel y los profetas, ya se sentía como si estuviera en el cielo. Jesús se puso de pie diciendo: "Estos por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros.

"Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad.

"Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas.

"Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable median-te la fe".

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VEINTIUNO

l pensamiento de Raimundo Steele estaba puesto en una mujer a la cual no había tocado por más de siete años. ¿Cómo se vería Irene en su cuerpo glorificado? ¿Qué se

iban a decir el uno al otro? ¿Habría estado consciente de él todo este tiempo, mirando, sabiendo lo que hacía? ¿Sabría que se había convertido en creyente?

— ¿Te das cuenta de cuánto hace que estamos aquí? —dijo. Jaime miró su reloj. —Días y, sin embargo, parece menos de una hora. Tú

sabes que es improbable que Jesús trate a los santos y márti-res de la Tribulación en la forma que lo hizo con los santos del Antiguo Testamento.

— ¿Por qué? —Piénsalo. Llevaría años. — ¿Cuántos son? —dijo Raimundo. —Solo más de doscientos millones de mártires. — ¿Cómo puedes estar tan seguro? —Yo leo el Libro. Apocalipsis dice que los mártires que

están debajo del trono habían salido de la Tribulación y constituyen una multitud que nadie puede contar.

—Entonces, ¿cómo puedes decir...? —Espérame. Poco antes se refiere a los jinetes demoníacos,

¿te acuerdas de ellos...? —Ni preguntes. —Habla de doscientos millones de ellos, es obvio que se

trata de una multitud que puede contarse. Entonces, si hay tantos mártires que no se pueden contar, ¿cuántos debieran ser?

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E

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EL REGRESO GLORIOSO

Mac trataba de imaginarse cómo se hubiera sentido, antes del regreso glorioso, si hubiera tenido que estar sentado en ese desierto sin comida, sin agua, sin dormir. Sus viejos huesos se hubieran secado y volatilizado.

Recordaba que cuando era niño solía preocuparse por la vida después de la muerte. La mayoría de sus amigos eran chicos que iban a la iglesia y hablaban de morirse e irse al cielo como si eso sencillamente se esperara. "Sí", decía él, "¿pero qué haremos allá? Su idea del cielo era de fantasmas en túnicas blancas con aureolas, sentados en las nubes y tocando arpas.

Sus amigos solo podían encogerse de hombres diciendo: "Mejor ahí que en el infierno".

Él no estaba tan seguro. Sus tíos siempre hacían chistes con eso de querer irse al infierno: "Porque allá es donde estarán todos nuestros amigos".

No hacía falta decir que Mac agradecía haberse evitado el infierno. Y si el cielo era en alguna forma, tan fascinante como este intervalo anterior al milenio, iba a ser más que apropiado.

—Quizá sea un poco tarde para preguntar esto, Jaime —dijo Raimundo—, ¿pero qué clase de relación tendré ahora con Irene? ¿Y Amanda? Sé que es la clase de pregunta que los fariseos le hicieron a Jesús cuando trataban de atraparlo, pero a decir verdad, yo tengo que saber.

—Todo lo que te puedo decir es lo que dijo Jesús: 'En la resurrección, las personas no se casarán ni serán dadas en casamiento, sino que serán como los ángeles que están en el cielo. Pero en cuanto a los que sean dignos de tomar parte en

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el mundo venidero por la resurrección', lo cual quiere decir que es el tiempo actual, 'no se casarán ni serán dados en casamiento'. No lo puedo decir más sencillo que eso.

—Entonces, solo los que lleguen vivos al milenio se casarán y tendrán hijos.

—Así parece. Raimundo también esperaba conocer a sus héroes del

Antiguo Testamento. —Vamos a relacionarnos con esos muchachos, ¿no? —Por supuesto —dijo Jaime—. En Mateo 8:11 Jesús

dice: 'Vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos'.

Sin embargo, por ahora los santos del Antiguo Testamento no se mezclaban con los demás. También se habían convertido en espectadores debido a que la multitud que nadie puede contar estaba en fila a los pies del trono, esperando sus recompensas.

—Los que murieron por el testimonio de Jesús se honrarán —dijo Jaime—, y eso abarca bastante bien a los creyentes que murieron en la Tribulación. Aun así, los que sufrieron en realidad el martirio recibirán una corona especial.

Gabriel pasó adelante una vez más anunciando: Juan, el del Apocalipsis escribió: 'Vi también las almas de los que habían sido decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios. No habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni se habían dejado poner su marca en la frente ni en la mano. Volvieron a vivir y reinaron con Cristo mil años'.

La idea de Jaime resultó exacta. De alguna manera, el Señor había dispuesto que solo los que conocieron a cada santo de la Tribulación presenciaran la entrega de la recompensa. Por lo tanto, en lugar que Raimundo tuviera que esperar la ceremonia para uno o dos millones de desconocidos, a

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fin de ver a un amigo o un ser querido, Bruno Barnes se acercó al trono en cuanto empezaron los festejos.

— ¡Bruno! —gritó Raimundo, incapaz de contenerse, y se paró aplaudiendo. Alrededor de él había otros haciendo lo mismo, pero decían otros nombres.

— ¡Tía Marge! — ¡Papá! — ¡Abuela! A la distancia, Raimundo solo supo que Bruno se

veía como era él. Por supuesto, nunca lo había visto con una túnica blanca puesta y no sabía cómo sería el cuerpo glorificado, pero a Raimundo le parecía interminable la espera para verlo cara a cara.

Pronto divisó a Loreta, la secretaria de Bruno, que había muerto en el primer terremoto mundial.

Y luego llegó Amanda, la segunda esposa de Raimundo. Vio al doctor Floyd, que había trabajado con el

Comando Tribulación. A David Hasid, el primer clandestino en el palacio de la Comunidad Global que murió a balazos en Petra, justo antes que el remanente empezara a mudarse para allá.

T Delanty estaba ahí y el amable Lucas Miklos con su esposa, recibiendo una corona de mártir por haber soportado la guillotina. Pronto llegó Ken Ritz que, en un intento de fuga, recibió un balazo en la cabeza que disparó uno de la CG. ¡Cuántos recuerdos! Cuan bueno sería recordar. Jesús le rindió honores mencionando cómo él había "usado la mente y las habilidades que te dio Dios para obstaculizar a menudo las obras del enemigo y dar ánimo a tus hermanos y hermanas en Cristo".

La melancolía inundó a Raimundo cuando reconoció a Patty Durán que abrazaba a Jesús. Cuánto la malentendió y casi pierde la esperanza tocante a ella, pero qué valiente santa demostró ser al final. Cuando se arrodilló, el arcángel Miguel

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le pasó a Jesús una tiara cristalina que Jesús le puso en la cabeza diciendo: "Hija mía, te martirizaron por tu testimonio de mí en la propia cara del anticristo y del falso profeta y por eso llevarás esta corona por la eternidad. ¡Hiciste bien, sierva buena y fiel".

Ahí estaba Anita Cristóbal que trabajó en la clandestinidad en el palacio de la CG. Esteban Plank, el ex jefe de Macho Williams, a quien lo consideraron muerto en el terremoto de la Ira del Cordero, solo para resurgir en forma clandestina como operativo de la CG con el nombre de Pinkerton Esteban.

"Sufriste la guillotina por amor a mí", dijo Jesús, "y mantuviste tu testimonio hasta el fin. Usa esta corona por la eter-nidad".

Albie apareció, el viejo amigo y fiel compatriota de Raimundo.

Y al fin, allí estaba Cloé, y justo detrás de ella, Macho y Zión. Raimundo estuvo gritando y aplaudiendo cuando su hija, su yerno y su consejero espiritual recibieron sus ¡Bien hiciste!, sus abrazos y sus coronas de mártires. Toda la hueste celestial aplaudía a cada mártir, pero Caleb, uno de los ángeles de la misericordia, salió desde atrás del trono para ir a darle un abrazo a Cloé. Raimundo iba a tener que preguntarle por eso.

Jesús dijo de ella: "También sufriste la guillotina en aras de mi nombre, hablando con audacia por mí hasta el final. Lleva esto por la eternidad".

Jesús dijo de Macho: "Tú y tu esposa entregaron un hijo por mí, pero él les será devuelto y ustedes serán recompensados cien veces. Disfrutarán el amor de los hijos de otros durante el reino milenial".

Jesús se dio tiempo extra con Zión Ben Judá, elogiándolo Por "tu osadía para proclamarme a todo el mundo como el Mesías que tu pueblo había buscado por tanto tiempo; por sufrir la pérdida de tu familia, que se te restaurará, por tu fiel

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predicación de mi evangelio a millones de personas de todo el mundo y por tu defensa de Jerusalén hasta el momento de tu muerte. Incontables millones se unieron a mí en el reino por tu testimonio hasta el fin".

Raimundo disfrutaba la acogida de Jesús a docenas de otros individuos cuyos nombres había olvidado, creyentes clandestinos de varios países que habían trabajado a través de la cooperativa, recibiendo a gente del Comando Tribulación y sacrificando sus vidas en defensa del evangelio.

Solo por la obra milagrosa de Dios por medio de Jesús se terminó de repente la rendición de honores a más de doscientos millones de mártires y santos de la Tribulación. Jesús se paró al borde de la gran plataforma y abrió sus brazos como para abarcar a la tremenda cantidad de almas, la mayoría con sus cuerpos glorificados, el resto como simples mortales que habían sobrevivido a la Tribulación.

"Yo proclamaré el decreto", dijo Él. "El Señor me ha dicho: 'Tú eres mi hijo; hoy mismo te he engendrado. Pídeme, y como herencia te entregaré las naciones; ¡tuyos serán los confines de la tierra! Las gobernarás con puño de hierro; las harás pedazos como a vasijas de barro' ".

"Por tanto, ahora yo les digo a ustedes, 1os reyes, sean prudentes; déjense enseñar, gobernantes de la tierra. Sirvan al SEÑOR con temor; con temblor ríndanle alabanza. Bésenle los pies, no sea que se enoje y sean ustedes destruidos en el camino, pues su ira se inflama de repente. ¡Dichosos los que en él buscan refugio!"

"Yo les doy la bienvenida a cada uno y a todos al reino que he preparado para ustedes. Bienvenido Raimundo.

"Gracias, Señor". Un milagro en sí mismo fue que uno encontrara a otro en

la infinita masa de almas. Raimundo vio que Jaime estaba en

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fila para saludar a Zión, a quien ya lo abrazaba su esposa e hijos. Albie y Mac se reían, gritaban y abrazaban.

Ahí iban Macho y Cloé corriendo hasta Kenny que corría hacia ellos.

Y, al parecer como salida de la nada, estaba Irene junto a Raimundo. Algo que él pudo decir del cuerpo glorificado era que parecía ella misma, como si no hubiera envejecido. No había forma que ella pudiera decir lo mismo de él.

—Hola, Rafe —dijo ella, sonriendo. —Irene —dijo él, abrazándola—. Se te permite un yo te lo

dije cósmico. —Ah, Raimundo —dijo ella, retrocediendo un poco para

darle una buena mirada—. Yo he estado muy agradecida de que hayas encontrado a Jesús y muy emocionada de ver cuántas almas están aquí por lo que hicieron tú y Cloé y los demás.

Ella miró detrás diciendo: —Raimundito, ven acá. Raimundo se dio vuelta y ahí estaba su hijo. Lo tomó en

un abrazo muy apretado. —Hasta tú sabías la verdad que yo no sabía —dijo. —Papá, no puedo decirte lo grandioso que es verte aquí. Raimundo señaló a Macho, a Cloé y Kenny. — ¿Saben quiénes son esos? —Por supuesto —replicó Irene—. Ese es mi nieto. Sobrino

tuyo, Raimundito. Se acercaron tímidos, pero Macho rompió el hielo cuando

Cloé se reunió a sus padres. —Qué bueno conocerla por fin —dijo estrechando la

mano de su suegra—. He oído hablar mucho de usted. Kenny parecía fascinado de tener un tío de verdad y uno

tan joven.

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EL REGRESO GLORIOSO

Mientras se reían, se abrazaban y alabando a Dios por cada uno y por la salvación de ellos, se acercó Amanda Blanco de Steele, diciendo:

—Raimundo, Irene. — ¡Amanda! —exclamó Irene acercándola más—.

¿Creerás que oraba por ti hasta después del arrebatamiento?

—Dio resultados. —Sé que sí. Y tú y Raimundo fueron felices por un tiempo. —Temía tanto que esto fuera incómodo —dijo Raimundo. —No, en absoluto —dijo Irene—. No me molestó para

nada que tuvieras una buena esposa y compañera. Estaba muy emocionada con que ustedes dos hubieran ido a Jesús. Van a ver que Él es todo lo que importa ahora.

—Y yo —intervino Amanda—, estoy muy dichosa de que hayas pasado por la Tribulación, Raimundo.

Amanda se volvió a Irene y la tomó del brazo. —Sabes que tu testimonio y tu carácter fueron las

razones de que yo fuera al Señor. —Yo sabía que este era tu testimonio —dijo Irene—,

pero no me acordaba de haberte impresionado en nada. —No pienso que lo hubieras intentado. Sencillamente lo

hiciste. Raimundo tuvo la sensación de que los miembros de su

familia serían amigos íntimos y afectuosos durante el milenio. Aún no lo entendía todo, es más, apenas un poco. Sin embargo, estaba de acuerdo con Irene: Jesús era todo lo que importaba. No habría celos, envidias, ni pecados. El mayor gozo de ellos sería servir y adorar a su Señor que los llevó a Él mismo.

Mientras Macho y Cloé seguían relacionándose con Irene y Amanda, Raimundo tomó a Raimundito, diciéndole:

—Hijo, hay mucha gente que quiero que veas. Debes conocerlos a todos. Y solo tenemos mil años.

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EPILOGO

D espués [Satanás] habrá de ser soltado por algún tiempo. Apocalipsis 20:3

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