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Alberto Trivero Rivera LA VIRGEN DE LOS POYAS ¿DESDE NAHUELHUAPÍ HASTA ACHAO? 2007 1 1. La ciudad de los Césares Desde la mitad del siglo XVI anduvo originándose un mito acerca de una fabulosa ciudad escondida en la parte austral del continente, tan rica en oro, plata y piedras pre- ciosas que ya sus pobladores no les atribuían valor alguno a tales riquezas. Aquella mítica ciudad, habría sido fun- dada por unos náufragos españoles y, por lo tanto, sería cristiana, pero totalmente aislada de la cristiandad. El mi- to se originó “durante la expedición emprendida por el navegante veneciano Sebastiano Caboto, casi casualmen- te 1 ”. La flota del admirante veneciano zarpó de España en 1526: las disposiciones recibidas eran de alcanzar a las is- las Molucas para abastecerse de especies. Sin embargo ni siquiera alcanzó a cruzar el estrecho de Magallanes cuan- do tuvo que renunciar al proyecto encomendado a causa de las muchas vicisitudes sufridas en el viaje. Entonces se dio a explorar la cuenca del Río de la Plata, a lo largo de los ríos Paraná y Bermejo, ya desde los tiempos de la ex- pedición de Juan Días Solís 2 de 1515, se hablaba de gran- de yacimientos de oro y plata en aquellas tierras. Entre 1528 y 1529 el almirante Caboto envió un desta- camento de unos 15 soldados al mando de Francisco Cé- sar para reconocer a la región. Cuando finalmente César regresó con unos pocos sobrevivientes, el capitán informó acerca de las noticias recogidas que hablaban de una ciu- dad rica como no había otra. Cuando, regresado a España, Caboto fue sometido a juicio por no haber cumplido con las disposiciones recibidas, para defenderse el almirante exaltó cuanto le habían relatado y así empezó a formarse el mito de la Ciudad de los Césares. Un mito que adquirió un peso muy importante en cuan- to entró a formar parte de la Crónica de Ruy Díaz Guz-
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La Virgen de los Poyas: ¿desde Nahuelhuapí hasta Achao?

Apr 06, 2023

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Page 1: La Virgen de los Poyas: ¿desde Nahuelhuapí hasta Achao?

Alberto Trivero Rivera

LA VIRGEN DE LOS POYAS

¿DESDE NAHUELHUAPÍ HASTA ACHAO?

2007

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1. La ciudad de los Césares Desde la mitad del siglo XVI anduvo originándose un

mito acerca de una fabulosa ciudad escondida en la parte austral del continente, tan rica en oro, plata y piedras pre-ciosas que ya sus pobladores no les atribuían valor alguno a tales riquezas. Aquella mítica ciudad, habría sido fun-dada por unos náufragos españoles y, por lo tanto, sería cristiana, pero totalmente aislada de la cristiandad. El mi-to se originó “durante la expedición emprendida por el navegante veneciano Sebastiano Caboto, casi casualmen-te1”. La flota del admirante veneciano zarpó de España en 1526: las disposiciones recibidas eran de alcanzar a las is-las Molucas para abastecerse de especies. Sin embargo ni siquiera alcanzó a cruzar el estrecho de Magallanes cuan-do tuvo que renunciar al proyecto encomendado a causa de las muchas vicisitudes sufridas en el viaje. Entonces se dio a explorar la cuenca del Río de la Plata, a lo largo de los ríos Paraná y Bermejo, ya desde los tiempos de la ex-pedición de Juan Días Solís2 de 1515, se hablaba de gran-de yacimientos de oro y plata en aquellas tierras.

Entre 1528 y 1529 el almirante Caboto envió un desta-camento de unos 15 soldados al mando de Francisco Cé-sar para reconocer a la región. Cuando finalmente César regresó con unos pocos sobrevivientes, el capitán informó acerca de las noticias recogidas que hablaban de una ciu-dad rica como no había otra. Cuando, regresado a España, Caboto fue sometido a juicio por no haber cumplido con las disposiciones recibidas, para defenderse el almirante exaltó cuanto le habían relatado y así empezó a formarse el mito de la Ciudad de los Césares.

Un mito que adquirió un peso muy importante en cuan-to entró a formar parte de la Crónica de Ruy Díaz Guz-

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mán (1612): allí se relata que el destacamento al mando de Francisco César entró “en una provincia de gran suma y multitud de gente muy rica de oro y plata, que tenían mucha cantidad de ganados y carneros de la tierra de cuya lana fabricaban gran suma de ropa bien tejida. Es-tos naturales obedecían a un gran Señor, que los gober-naba [… y César con sus compañeros después de una lar-ga estadía] le pidieron licencia para volverse, la cual el Señor les concedió liberalmente, dándoles muchas piezas de oro y de plata3”.

El mito (y la búsqueda) de la Ciudad de los Césares sobrevivió durante casi tres siglos sin perder su esmero y se acabó solamente al concluirse la edad colonial. Hasta entonces, las expediciones que se realizaban en su bús-queda originaban nuevas voces, las cuales estimulaban nuevas expediciones: “voces, que son ahora sin sentido para nosotros, fueron entonces el alma de muchas y rui-nosas empresas. Los gobiernos de Lima, Buenos Aires y Chile, distrayéndose de las atenciones que los rodeaban, tendían la vista hacia estas poblaciones misteriosas, re-iterando sus conatos para alcanzarlas; y las noticias que circulaban sobre su existencia, eran tan circunstanciadas y concordes, que arrancaban el convencimiento. Se em-pezó por repetir lo que otros, decían, y se acabó por hablar como testigos oculares” los cuales cada vez enri-quecían la leyenda de nuevos particulares: “La ciudad principal, (puesto que se contaban hasta tres) estaba en medio, de la laguna de Payegué, cerca de un estero lla-mado Llanquecó, muy correntoso y profundo. Tenía mu-rallas con fosos, revellines y una sola entrada, protegida por un puente levadizo y artillería. Sus edificios eran suntuosos, casi todos de piedra labrada, y bien techados al modo de España. Nada igualaba la magnificencia de

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sus templos, cubiertos de plata maciza, y de este mismo metal eran sus ollas, cuchillos, y hasta las rejas de arado. Para formarse una idea de sus riquezas, baste saber que los habitantes se sentaban en sus casas ¡en asientos de oro! Gastaban casaca de paño azul, chupa amarilla, cal-zones de buché, o bombachos, con zapatos grandes, y un sombrero chico de tres picos. Eran blancos y rubios, con ojos azules y barba cerrada. Hablaban en un idioma in-inteligible a los españoles y a los indios; pero las marcas de que se servían para herrar su ganado eran como las de España, y sus rodeos considerables. Se ocupaban en la labranza, y lo que más sembraban era ají, de que hacían un vasto comercio con sus vecinos. Acostumbran tener un centinela en un cerro inmediato para impedir el paso a los extraños; poniendo todo su cuidado en ocultar su paradero, y en mantenerse en un completo aislamien-to. A pesar de todas estas precauciones, no habían podi-do lograr su objeto, y algunos indios y españoles se habí-an acercado a la ciudad hasta oír el tañido de las cam-panas4”.

2. Mascardi y la misión en Nahuelhuapí (1670-74) Encontrar a la Ciudad de los Césares era la única gran-

de aventura exploradora que todavía quedaba por cumplir en la América hispánica, quimera para muchos aventure-ros seducidos por el miraje de conquistar grandes rique-zas, sueño para tantos hombres de cultura en búsqueda de respuestas a sus preguntas: entre los hombres de cultura que emprendieron la búsqueda de la Ciudad encantada, se destacó el jesuita Nicolás Mascardi.

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Mascardi se coloca entre las figuras más destacadas del siglo XVII en la América colonial. Nace en 1625 en Sar-zana, cerca de Génova (Italia), en una familia noble y acomodada; teniendo tan sólo 13 años decide de ingresar a la Compañía de Jesús: su vocación es ser misionero y dedicarse a la conversión de quienes no conocen al Dios cristiano. Pero su espíritu encuentra también una muy importante motivación en el deseo de conocer y explorar otros mundos y así colocarse entre los numerosos jesuitas que fueron a la vez discípulos de San Ignacio y de Marco Polo5. Más exactamente, Mascardi fue discípulo de Ata-nasio Kircher, uno de los más importantes geógrafos del siglo XVII, y sus intereses abarcaban la astronomía, la botánica, la etnología y la filología, a los cuales se dedi-caba con un empeño extraordinario, no inferior a su celo evangelizador.

Tiene 26 años cuando llega a Chile en 1651 para mi-sionar entre los mapuches. Once años más tarde, en 1662, la residencia jesuítica de Castro, “villa del archipiélago de Chiloé, allá donde termina la cristiandad”, viene con-vertida en Colegio incoado y el Padre Mascardi es su primer rector: el jesuita todavía es muy joven – tiene so-lamente 37 años – y tanto su ardor misionero, cuanto su espíritu de aventura mal se concilian con un rol sedenta-rio.

En 1667 el Padre Mascardi hizo “una expedición al otro lado de los Andes; i marchando hácia el sur, llegó hasta las orillas de una gran laguna situada en el centro de la Patagonia a 46° de latitud”6. Su grande ambición de explorador y geógrafo, es dar con el paradero de la misteriosa Ciudad de los Césares, de la cual tanto se habla.

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En 1669 el misionero romano se abocó en el fuerte de Calbuco con un grupo de poyas que habían sido apresa-dos ilegalmente en una de las frecuentes malocas que los criollos chilotes realizaban en el área de Nahuelhuapí. Entre los cautivos se encuentra también su lonko: es una mujer de nombre Wangulén, apodada ‘la Reina’, “india de mucha autoridad y capacidad, a quien todos los de-más respetaban y servían7”. Cuando la Reina le dice a Mascardi de disponer de informaciones ciertas acerca del paradero de la Ciudad de los Césares, el espíritu científi-co y explorador del misionero se entusiasma pensando de poder dar con la solución del misterio.

En 1670 el jesuita logra convencer a las autoridades de la Capitanía General para devolver Wangulén y sus poyas a sus tierras ancestrales y allí fundar una nueva misión evan-gelizadora. Es así que a fines de 1670 se establece en las ori-llas del lago Nahuelhuapí, en la península Huemul: allí construye una empalizada de coigües techada con coirón, para la capilla y su habitación y da comienza a su misión evangelizadora con un resultado muy halagüeño. Al llegar al gran lago, se sorprende al ser recibido por un indígena que llevaba cuarenta y seis años viviendo la fe cristina y asegura haber sido bautizado en Castro.

La misión fue primero nominada Nuestra Señora del Pópulo, más adelante Nuestra Señora de los Poyas pero con el tiempo se conocería como Nuestra Señora del Na-huelhuapí o Misión del Nahuelhuapí.

En febrero de 1671 Mascardi le escribe “al Virrey del Perú, dando razón de lo bien que por los poyas y puel-ches había sido recibido, y de las buenas disposiciones que hallaba en aquellas gentes, para recibir el yugo sua-ve de la ley de Cristo. Su Excelencia, el piadoso conde de Lemus, complacióse en tanto grado con tan buenas nue-

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vas, que al contestar su carta, a 4 de Marzo de 1672, del modo más atento y satisfactorio, le dijo que se dignara aceptar unas niñerías que le remitía, comprometiéndose á remitirle otras cuantas veces pasase algún buque del callao a Chiloé. Sus niñerías eran doscientos ducados en plata, unas medallas del mismo metal de Nuestra Sra. de los Desamparados8, que había hecho acuñar para el día 2 de Febrero de aquel mismo año, en que se inauguró la capilla que á sus expensas había levantado en Lima para su culto, cincuenta estampas de la misma Señora, y ade-más una bella imágen de la Purísima Virgen María, para que la colocase en la primera capilla que levantase entre los poyas. Este apreciable regalo llegó a su tiempo á ma-nos del P. Mascardi, que se complació con él en gran manera, sobre todo por la bella imágen de la Purísima, que colocó en su capilla de Nahuelhuapi, tomándola por patrona de su misión9”.

Para Mascardi el dono más importante lo constituye la estatua de la Virgen: una escultura de madera, probable-mente de escuela quiteña, de dimensiones limitadas para poder transportarse sin demasiadas dificultades por cami-nos tan escasamente accesibles. Los jesuitas chilotes dis-ponen de poquísimas imágenes religiosas, como señala el obispo penquista Diego Montero del Águila en su visita pastoral al archipiélago (1711-12)10, no obstante los ma-puches demuestren mucha devoción para la santería, aun cuando no hayan abrazado la fe cristiana.

Es así que Mascardi coloca a la imagen11 de la Virgen en la modestísima capilla que había levantado, bautizán-dola con el nombre de ‘Nuestra Señora de los Poyas’. “Esta es padres míos la primera cosecha y primicias de esta cristiandad, que toda se debe al particular patroci-nio y asistencia de la Virgen Santísima Nuestra Señora

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del Pópulo y que ahora la llamamos Nuestra Señora de los Poyas12” como escribe el mismo padre Mascardi al rector del Colegio castreño, Bartolomé Camargo, seña-lando el éxito muy positivo de la misión y la buena aco-gida recibida por los indios de Nahuelhuapí.

Imagen de la Virgen de los Desamparados custodiada en la Basílica de N. Sra. de los Desamparados en Va-lencia.

La estatua de la Virgen produce una fuerte impresión

en los poyas. Para los neófitas se convierte en un impor-tante objeto de veneración, y para los paganos, en un ob-jeto mágico de grandes poderes: tanto la respetan los pri-meros, cuanto la temen los segundos.

Lo más extraño es que al parecer los indígenas ya tení-an una estatua similar. “Tienen éstos en su tierra una cueva, cercada de tapias y paredes que llaman la casa de la Laguna y en ella hay una hechura de piedra que representa una muger anciana con un niño en los brazos

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y otras circunstancias, sobre que los bárbaros han formado muchas mentiras y la verdad se sabrá cuando yo llegue a verla. Y según he colegido de sus mismas mentiras, estoy entendiendo es una hechura de Nuestra Señora, que dejó el apóstol Santo Tome cuando milagrosamente corrió las tierras de Perú y Cuyo, dejando en cada parte señales de su venida y reservando Dios para otro tiempo el fruto de su predicación. Quiera Dios que haya llegado ahora el tiempo señalado13”. ¿Existió tal vez, una misión en tiempos más antiguos? Una pregunta a la cual todavía no se ha dado una respues-ta definitiva.14

Desde 1670 hasta 1673 Mascardi realizó numerosos viajes “en busca de los Césares. Después de haber insta-lado su misión en las orillas de lago de Nahuelhuapi, re-corrió en 1670 la falda oriental de la cadena de los An-des hasta el estrecho de Magallanes. El año siguiente de 1671, recorrió los mismos terrenos; i atravesando la cor-dillera mui al sur, volvió a las costas del Pacífico. En 1672 fue de Nahuelhuapi hasta el Atlántico, mui cerca del cabo de las Vírjenes, en la boca oriental del estrecho, bautizando […] más de 4000 párvulos15” . En su recorrer la Patagonia, Mascardi se encuentra repetidas veces con supuestos testigos de la Ciudad encantada: “Salió al ca-mino un cacique, que le dio una ropilla de grana, un peso de fierro, y un cuchillo con especiales labores en el puño, y le dijo: has de saber, que tantas dormidas de aquí (así cuentan las jornadas), hay una ciudad de españoles. Yo soy amigo de los de esta ciudad. Por la voz que corre de indios a indios, han sabido, que un sacerdote de los cris-tianos, anda por estas tierras: desean mucho que vayas allá; y para que creas que es verdad, me han dado estas señas. El padre no pudo penetrar allá, ni ellos pudieron

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juntarse con el padre por los indios enemigos. Envió di-chas señas a Chile, y allí conocieron el cuchillo por su especial cabo, y dijeron que era del hijo del capitán tal (que no me acuerdo del nombre), que años había se había perdido con su navío en el Estrecho. Pasó adelan-te, donde le dijeron otros indios, que de otra ciudad habían salido en su busca dos españoles vestidos de blanco, que era el traje que allí todos usaban; y que lle-gando a una gran laguna, no pudieron pasar, y se volvie-ron. Tampoco pudo penetrar acá el padre. Dijéronle que más adelante había un muchacho, que había estado al-gún tiempo en una de esas ciudades, y que sabía la len-gua de los cristianos: llegó allá el padre, dio con el mu-chacho, y vio que sabía español, aunque pronunciaba mal16”.

La última expedición realizada por Nicolás Mascardi ocurrió en el año 1672, cuando intentó alcanzar el Estre-cho de Magallanes cruzando la Patagonia, siempre obse-sionado con la idea de encontrar los Césares. Pero el 15 de febrero de 1674, en las cercanías de las nacientes del río Deseado, fue matado por los indígenas, temerosos que las exploraciones del padre Mascardi se convirtieran en la premisa para la entrada de los españoles en su tierra y así quedar sometidos a la esclavitud de la encomienda. La noticia de la muerte de Mascardi fue testimoniada por el testimonio del indígena Domingo que se salva de la ma-tanza y avisa la mala nueva a la Misión del Nahuelhuapí.

Desde luego la muerte de Mascardi es sumamente re-probable. Por otra parte, hay que considerar el estado de ánimo de los indígenas de la comarca, constantemente víctimas de las más crueles malocas realizadas por los castellanos al fin de capturar esclavos para luego vender-los en Lima17. El capitanejo Alonso de Córdova y Figue-

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roa, por ejemplo, en tan sólo 5 años logró maloquear la comarca de Nahuelhuapí y los alrededores del estero de Reloncaví, capturando 14.000 indios, además de matar a quienes no podían esclavizarse (por ser viejos, enfermos, o por tener el cargo de fiscal). Los temores de mapuches, tehuelches y poyas de que la misión pudiera convertirse en un caballo de Troya para consentir a los castellanos de penetrar en la comarca y maloquear a la población con más facilidad y frecuencia, eran plenamente justificados.

Con la muerte del padre Nicolás Mascardi, la misión de Nahuelhuapí quedó abandonada y en su capilla dejó de celebrarse la misa. Sin embargo, casi a continuar con la obra del jesuita, quedó la pequeña estatua de la Virgen María, ahora Señora de los Poyas, se convirtió muy pron-tamente en un centro de veneración: una admiración cari-ñosa y también profundamente respetuosa.

3. Nuestra Señora de los Poyas: veneración y temores

Casi 30 años más tarde, a diciembre de 1703, otro je-

suita vuelve a recorrer las orillas de lago de Nahuelhuapí hasta dar con los restos de la capilla y reencontrarse con la Virgen de los Poyas: es Felipe van der Meeren, nacido en Malinas (Bélgica), que a la sazón tiene 36 años y que ha castellanizado su apellido en Felipe de la Laguna. Va acompañándolo otro jesuita, José Manuel Sessa, que se enferma durante el viaje y tiene que regresar a Chiloé, vi-niendo reemplazado por Juan José Guillelmo, otro jesuita italiano, que el 20 de enero de 1704 llega a Nahuelhua-pí18. De la misión edificada por el padre Mascardi, no queda nada: sólo la estatua de la Virgen de los Poyas, que

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sigue siendo objeto de grande veneración por los indios comarcanos.

Mientras los mapuches de los alrededores del lago de Nahuelhuapí veneraban a la imagen de la Señora Españo-la, también llamada la Chawelli19, los demás indígenas comarcanos, más arraigados en sus creencias ancestrales y, sobre todo, más recelos de la entrada de los misioneros en sus tierras, desconfiaban de la presencia de la imagen sagrada. Un par de años más tarde, cuando se produjo una grave epidemia de cólera, la Virgen de los Poyas fue con-siderada protectora por los unos, y enemiga por los otros. “Por el año 1706 corrió entre los pehuenches, que vivían a alguna distancia al Norte de la misión, una epidemia de ‘cursos de sangre’ o disentería que […] causó muchas víctimas. La enfermedad no afectó a los vecinos de Na-huelhuapi. Consultados los brujos sobre la causa de la epidemia, declararon que ‘esta calamidad les venia por haber pasado unos meses ántes el padre por sus tierras i por haber llevado a Nahuelhuapi una señora española’. Era esta una hermosa imájen de la Vírjen que se había remitido desde Lima para la iglesia de la mision20”.

No obstante los misioneros jesuitas encontraran acep-tación en sus labores pastorales y civiles, los indígenas seguían temiendo que ellos se convirtieran en el ‘caballo de Troya’ para la conquista de la comarca por parte de los castellanos. La búsqueda por parte de los misioneros de un camino que facilitara las comunicaciones entre Na-huelhuapí y Chiloé, convencía a los mapuches que detrás de las buenas intenciones de los jesuitas se escondía un peligro mortal para su libertad. Fue así que el 29 de Oc-tubre de 1707 el padre Laguna fue envenenado e inició una dolorosa travesía intentando llegar a Chile, muriendo en las inmediaciones de Rucachoroi.

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En 1712 se produjo al alzamiento general de los indios de Chiloé, dictado por las condiciones desesperadas con que los encomenderos mantenían a los indios encomen-dados: a la ilícita esclavitud se sumaba el trato inhumano que muchos ‘caballeros’ reservaban a quienes considera-ban nada más que animales de trabajo. El malón estalló en la noche entre el 9 y el 10 de febrero, pero se topó con la traición de los ‘indios libres’ de Calbuco, que antes prometieron su apoyo y al momento de darlo, se coloca-ron al lado de los criollos, así que el día 20, toda resisten-cia había cesado y la rebelión había concluido. Los ma-puches habían matado unos 30 hidalgos y habían dejado en el campo de batalla unos 80021 hombres, es decir una tercera parte de todos los mapuches chilotes en edad de combatir o de trabajar en el archipiélago. Los criollos se vieron impedidos de continuar la matanza, por los jesuitas que iban “por todos los rincones del archipiélago hacien-do valer sus respetos, sabedores del ascendiente que te-nían sobre indios y españoles22”.

Entre los pocos alzados que sobrevivieron a la matan-za, algunos se escaparon alcanzando las tierras alrededor del lago de Nahuelhuapí y otros, muy pocos, encontraron amparo en los canales de las islas Guaitecas, entre los chonos a los cuales habían maloqueado tantas veces.

La rebelión alcanzó también la misión del padre Ma-nuel de Hoyo, que había llegado hace poco tiempo para reemplazar al padre Guillelmo: “sobrevino un terrible ac-cidente, que dejó la misión en ruina casi completa: esta-lló una noche un incendio que redujo a ceniza todo lo edificado, quemándose la iglesia, la vivienda de los pa-dres i los ranchos de los criados. Siendo el material de las casas paja i madera, cundió el fuego con tanta rapi-dez, que el padre Guillermo [en realidad se trata del padre

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de Hoyo] apenas despertó a tempo para salvarse23”. No hay alguna seguridad acerca de la autoría del incendio. Tal vez fue obra de mapuches de las cercanías de Na-huelhuapí que se unieron a los insurgentes, o quizás fue-ron indios chilotes que alcanzaron la misión escapándose de la matanza y quisieron tomar venganza. El incendio fue total y la misión quedó en ruinas. Sin embargo, “ la imájen de la Vírjen fué salvada, pero los ornamentos, li-bros que habían mui buenos, los manuscritos i apuntes de los padres sobre la marcha de la mision24” anduvieron perdidos.

El padre de Hoyo se dedicó inmediatamente a la re-construcción de la misión y de sus pertenencias, haciendo vano el propósito indígena de que los españoles abando-naran definitivamente la comarca.

En consecuencia del alzamiento de los mapuches chilo-tes, al año siguiente se dan “dos cédulas reales, dirijidas con fecha 9 de noviembre de 1713 al gobernador Ustá-riz” a través de las cuales el padre Hoyo, superior de la misión en Nahuelhuapí, relataba al gobernador acerca “de los indios que llegaron allá huyendo de los procedimien-tos del gobernador Marin, i que se orijinaron con este motivo discordias entre los misioneros de Nahuelhuapi i este funcionario25”.

En 1715, el padre Guillermo volvió a retomar las rien-das de la misión a las orillas del hermoso lago cordillera-no, pues el padre de Hoyo se enfermó y regresó a la resi-dencia castreña. Puesto que la misión ya había sido re-construida, el jesuita se dedicó a trazar un camino más expedito entre Nahuelhuapí y Calbuco. Por esta razón, no obstante que los jesuitas hubiesen tomado la defensa de los indios alzados, la relación entre los mapuches asenta-dos en la comarca de Nahuelhuapí y el padre Guillelmo

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quedaron tensas. El hecho que éste, a fines de 1715, fi-nalmente hubiera logrado trazar un camino más directo que permitía unir la misión a la provincia de Chiloé, creó grande alarma entre los indios comarcanos. El nuevo re-corrido habría facilitado el aprovisionamiento desde Chi-loé pero así mismo la ocupación española del territorio.

El 5 de febrero de 1716, Diego Téllez de Barrientos dio noticias de la abertura del camino en una carta enviada desde Calbuco al maestre de campo don Pedro Molina: “Participo a V. M. de mi llegada a este fuerte de Calbuco con la gente que llevé a mi cargo si avería ninguna. Y fue Dios servido que en veinte días abrí el camino de Barilo-che, lo más intricado de él, y lo demás del tiempo lo gasté en poner algunos puentes, con alegría de todos mis com-pañeros y gran aplauso de los padres para la continua-ción de aquella santa misión y alivio de toda esta provin-cia. […] Desde la orilla de este mar de Calbuco a Na-huelhuapi son tres días de camino, aunque vaya dur-miendo26”.

Con la abertura de una vía tan expedita, los recelos in-dígenas crecieron a desmedida. Recelos plenamente justi-ficados, pues “repetidas veces los españoles habían en-trado por él para maloquear a los indios de Nahuelhuapi. Los puelches tenían motivos, pues, para recelar que estas entradas, tan temidas por ellos, se repitieran por el mis-mo camino27”.

Ocurrió entonces que el padre Guillermo fuera llamado para atender a un enfermo mapuche en las tierras de Man-cuhunai: fue la ocasión para que le dieran a tomar chicha envenenada. Luego de tres días de agonía, el padre murió el 17 de mayo de 1716.

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4. La destrucción de la misión Los mapuches cordilleranos de la comarca de Nahuel-

huapí esperaban que con el incendio de la iglesia y, sobre todo, habiendo dado muerte al misionero jesuita, final-mente los castellanos se decidieran a abandonar cualquier intento de penetrar en la comarca. Lo que los empujaba, no era la aversión a la labor de los jesuitas, que aprecia-ban, cuanto el recelo que se convirtieran, aun no querién-dolo, en la vanguardia de la ocupación criolla y de la en-comienda. Pero sus deseos no se cumplieron, no obstante los enlaces dramáticos de sus acciones.

Tan pronto como se conocieron los acontecimientos, el padre Domingo Marín, superior provincial, decidió re-abrir nuevamente la Misión del Nahuelhuapí sin mayores demoras. A tal efecto nombró superior de la misma al pa-dre José Portel y por compañero al padre Francisco El-guea quien tuvo que partir sólo, pues el padre Portel había caído gravemente enfermo: era el noviembre de 1717.

Entonces, el cacique Lebiluán se abocó con el cacique Mancuhunai para acaba de una vez por todas con la mi-sión. Este con algunos hombres “fueron a la casa de la misión i mataron cruelmente al padre con las misma bo-las y flechas, i le dejaron tendido en la casa, que robaron cuanto tenían. Quitaron también la vida a un indio casa-do de Chiloé, como también a la mujer la mataron, que eran los mas fieles i los que mas habian servido a la ca-sa28”. “ Enseguida saquearon completamente la casa é iglesia, sin perdonar cosa alguna, excepto la hermosa imágen de María santísima, que sacaron a orilla de la Laguna, y despojándola de sus ricos y vistosos vestidos, la dejaron cubierta con un cuero de caballo29”. “ Luego pegaron fuego a la casa e iglesia i a todo le edificado. El

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cuerpo del padre Elguea se quemó con el fuego de la ca-sa30”.

Esta vez la destrucción de la misión fue definitiva: so-lamente se salvó la estatua de la Virgen, a la que los nati-vos llamaban la ‘Chinura’ o la ‘Señora Española’. El su-perior de los jesuitas chilenos no insistió más y renunció a reabrir a la misión. Los indígenas comarcanos y los que se arrancaron de Chiloé consiguieron salvaguardar su propia libertad.

Un año más tarde, en 1718, el padre Arnaldo Yasper, regente de la residencia castreña, cruzó la Cordillera camino al lago, bien resguardado por “un destacamento de 46 soldados y 86 indios “reyunos” desde Calbuco, al mando del sargento mayor don Martín de Uribe31”.

“Por la parte de Chiloé entraron algunos españoles con el padre Arnoldo Yasper; mas no se halló ningun in-dio en aquellas tierras. Una indiecita de las que dije que tenian los padres al tiempo de huirse los indios, se es-condió. A ésta hallaron, i dijo: como tres dias hacia que los indios se habian huido todos. Puede ser que por ruido del volcan que se dijo, conociesen la venida de los espa-ñoles32”.

No hallaron indios, pero sí los restos ennegrecidos de la misión: “El P. Yasper vió con dolor los pocos restos de la casa é iglesia, que el fuego no había consumido; entre los cuales halló el cuerpo quemado del P. Elguéa. Algún consuelo tuvo en tanta afliccion al encontrar la imágen de Ntra, Señora junto á la laguna, cubierta […] con un cuero de caballo. Llevóla con gran respeto a Chiloé; de donde la trasladaron más tarde a la ciudad de Concep-ción, en la cual fue muy venerada33”. En la relación escri-ta por el mismo Martín de Uribe, se precisa que la advo-

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cación de la estatua es “la milagrosa Nuestra Señora de Loreto34”.

Allí el historiador Enrich se equivoca. La intención de Yasper era la de rescatar al cuerpo del padre Elguea; fue casualmente (e inesperadamente) que dio con la estatua de la Virgen de lo Poyas. Habiéndola rescatada, decidió dejarla en una iglesia de la Compañía, donde pudiera ser venerada como correspondía. La misión de Nahuelhuapí dependía de la residencia chilota, pues lo más obvio era dejarla en alguna iglesia o capilla del archipiélago.

Si bien el padre Yasper tal vez tuviera programado de alcanzar la ciudad penquista, sin embargo al regresar a Chiloé “se encontró con que 'los escurridizos chonos' se habían embarcado en sus dalcas abandonando la isla Guar donde estaban desde 1712 y se dirigían a Quepe, enfrente de Quinchao. Yasper no vuelve a Concepción y establece entonces la Misión de Chequián35”.

En efectos, se trataba de los últimos chonos que quedaban en Guar, pues ya hacían años que se estaban progresivamente estableciendo en otras comarcas isleñas.

Es así que muy probablemente la Virgen de los Poyas alcanzó las playas de la isla de Quinchao36.

5. ¿La Virgen de Loreto es la misma de la Iglesia de Achao?

En la segunda mitad del siglo XVII, entre mercedes de

tierras, donaciones y concesiones continuativas de enco-miendas, la Compañía jesuítica se convierte en el princi-pal tenedor de tierras en todo el archipiélago37. En la ex-tremidad meridional de la isla de Quinchao, los jesuitas poseían una grande propiedad agrícola con una extensión

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de 500 cuadras, situada desde la punta de Chequián, don-de había una capilla, hasta el estero de Joachin, Tallen, Lac y Cuen, la cual les fue donada por don Gregorio de los Olivos38. Fue así que Chequián acreció su importancia no sólo en óptica de lugar de evangelización, sino en cuanto centro de producción de bienes agrícolas, necesa-rio para el sustentamiento de los misioneros y, muy a me-nudo, utilizados también para ayudar a los indígenas más desamparados.

Adquiriendo una importancia tan relevante para la Compañía, en cuanto principal centro de sus posesiones agrícolas, la presencia de los padres en Chequián se hizo más continuativa. Por lo tanto, para mejorar las condicio-nes de los misioneros durante su estadía en la misión, en 1702 se fundó una residencia permanente: se construyó una habitación acomodada para los padres, y otra para el fiscal, encargado también de vigilar las actividades pro-ductivas que se desenvolvían en los predios jesuíticos de Quinchao, Meulín, Lemuy y demás islas. Así mismo, se resolvió la construcción de una nueva capilla en sustitu-ción de la precedente, para asegurar una construcción más sólida, duradera y proporcionada a la importancia adqui-rida por el caserío.

También el abandono de la isla Guar de parte de los chonos, quienes se establecieron en Apiao, Chaulinec y otros lugares accesibles desde Chequián, contribuyó a acrecer la importancia de aquella residencia39. En efectos, a los misioneros destacados en Guar no le quedó otra so-lución que aceptar los hechos, abandonar su misión y es-tablecerse en Chequián y desde allí seguir evangelizando y asistiendo socialmente a los chonos.

Los cronistas de la época son imprecisos cuando atri-buyen al padre Jáspers, de vuelta de Nahuelhuapí, la crea-

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ción de la misión en Chequián, que existía desde algunos años. Probablemente llegando al fuerte de Calbuco, se encontró con muy malas condiciones climáticas, por lo cual tuvo que renunciar al programado viaje a Concep-ción, y, tal vez, se fue a Chequián con la preciosa carga de la Virgen de los Poyas.

La nueva situación que se había engendrado en la ex-tremidad meridional de la isla de Quinchao - pues la im-portancia de la residencia de Chequián era segunda sólo a la de Castro – explica bien que la Virgen de los Poyas quedara en aquella nueva misión, en lugar de ser entrega-da a la residencia castreña.

Debido al crecimiento de la población de la bahía de Achao, en la década de 1730 los jesuitas decidieron de construir una nueva iglesia para reemplazar a la antigua capilla. “Un buen día del año 1730, llegaron los misione-ros jesuitas con sus canoas a una ensenada denominada Achao, y habiendo encontrado el lugar conveniente deci-dieron levantar allí el templo. Iban acompañados de in-dios chonos evangelizados y con ellos acometieron la ta-rea descomunal de construir la iglesia, sin clavos ni sie-rras. En el bosque circundante, labraron las tablas y te-juelas de alerce, los tablones de mañio y los gruesos pila-res de ciprés. Enormes bloques de piedra sirvieron de basamento y en ellos hicieron descansar los troncos la-brados de ciprés, en ensamble de caja y espiga” 40. Desde el comienzo, el propósito de la Compañía fue de realizar un templo de grandes proporciones y hermosura, lo cual hace suponer que entonces no solamente ya pensaban de llevar a Achao la residencia de Chequián, sino también querían dar vida a una villa que fuera el fulcro de su obra misionera en gran parte del archipiélago chilote.41

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En los años en que se iniciaba la construcción de la iglesia achaína, buena parte de los jesuitas presentes en Chiloé eran de origen bávaro o austriaco: de allí que se adoptara el estilo característico de las iglesias misionales del sur de Alemania42, aunque no se conozca el nombre de quien realizó el proyecto.

Nuestra Señora de Loreto, en la iglesia Santa María de Achao.

Entre los maestros que trabajaron en la construcción de

la iglesia, el único recordado es el hermano Antonio Mi-ller, austriaco. Los carpinteros indígenas – no sólo mapu-ches, sino también chonos – constituyeron la mano de obra: renombrados por su habilidad en la construcción de embarcaciones, adaptaron su competencia y su técnica a la edificación del templo, lo cual se reflejó en algunos as-

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pectos de la estructura, donde la bóveda está realizada como el casco de una embarcación.

Según testimonia el obispo auxiliar de Chiloé, Felipe Azúa, en 1743 todavía se estaba edificando “en el lugar llamado Achao [...] una grande e bonita iglesia43” em-pleándose con aquel fin “dos quintales españoles de hie-rro que provenían del buque inglés Wager que había naufragado en el archipiélago de Guayaneco44”. Un es-tado de construcción muy adelantado, pues el mismo año el rector del Colegio de Castro, Pedro García, visitando Achao celebras a los sacerdotes que “habían trabajado esa grande y bonita iglesia”. En aquellos años los padres jesuitas residían ya en Achao y Chequián se mantenía tan sólo como capilla, aunque permaneciera la estancia jesuí-tica.

La construcción del templo achaíno demoró unos quin-ce años y suscitó grande emoción en todo el archipiélago por su belleza, convirtiéndose en el arquetipo fundamen-tal para las sucesivas iglesias coloniales chilotas. Su ter-minación coincide con el comienzo de la historia de la vi-lla de Achao, en el corazón mismo del archipiélago de Chiloé, que muy rápidamente se convertirá en el principal centro Quinchao y de las islas que la rodean.

En 1753 “la misión de Achao o de Chonos [...] tiene el título de Villa de Santa María45”, mientras su iglesia es dedicada a la Virgen de Loreto. Fue entonces que la resi-dencia de Chequián fue definitivamente abandonada y to-das sus pertinencias llevadas a Achao, quedando única-mente cuanto necesario a la buena marcha de la propie-dad.

En 1754, solamente un año después que se dedicara el templo achaíno a la Virgen de Loreto, una extraordinaria imagen de la Virgen fue notada por el padre Baltazar

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Hueber, Provincial de los Jesuitas de Chile: éste refirién-dose a Achao en un informe remitido al Rey de España, destaca que en la iglesia, “construida con ayuda de los indios de Cailín, [...se encuentra] una preciosa imagen del Carmen muy venerada por aquellos indígenas46”.

El guionista Renato Cárdenas Álvarez sostuvo recien-temente47 que la imagen conservada en el templo achaíno sea la Virgen de los Poyas, antaño en Nahuelhuapí. Sin embargo no hay pruebas ciertas que la Virgen de Loreto conservada en el templo achaíno sea la misma traída des-de la destruida misión jesuítica. Si bien se trata de la sola imagen mariana presente en Chiloé que pueda atribuirse al siglo XVII y fue notada en Achao a mediados del siglo XVIII, sin embargo en opinión de Milton Muñoz que rea-lizó una copia de la imagen por encargo de la diócesis de Bariloche y que tuvo la oportunidad de analizar atenta-mente el original, este sería de procedencia europea.

Tampoco parece corresponder a la iconografía propia de la Virgen de los Desamparados, la cual nunca aparece representada cargando al Niño Dios. Pero también es po-sible que el Niño fuera una transformación sucesiva de la imagen y que esta en la actualidad ya no corresponda al diseño original.

Por lo tanto el tema queda abierto, en la espera de es-tudios más específicos que finalmente resuelvan la duda. Por mientras, sigue la veneración de una imagen barroca de grande belleza artística.

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Bibliografía citada Angelis, Pedro de 1836, DERROTEROS Y VIAGES A LA CIUDAD ENCANTADA, O DE LOS CESARES, QUE SE CREIA EXISTIESE EN LA COR-DILLERA, AL SUD DE VALDIVIA, Buenos Aires Borri, Claudia 1993, LA EXPEDICIÓN VALDIVIANA DE 1779 EN BUSCA DE LA “CIUDAD DE LOS CÉSARES”, tésis para optar al grado de Magíster en Historia de América, Santiago Cárdenas Álvarez, Renato 2003, LA VIRGEN DE LORETO DE ACHAO PERTENECIÓ A NAHUELHUAPI Díaz de Guzmán, Ruy 1986, LA ARGENTINA, Madrid. Enrich, Francisco 1891, HISTORIA DE LA COMPAÑIA DE JESUS EN CHILE, Bar-celona. Fonck, Francisco 1900, VIAJES DE FRAY FRANCISCO MENENDEZ A NAHUEL HUAPI, Valparaiso Furlong, Guillermo S.J. 1963, NICOLÁSS MASCARDI, Y SU CARTA RELACION (1670), Buenos Aires. Hanisch Walter, 1982, LA ISLA DE CHILOÉ, CAPITANA DE RUTAS AUSTRA-LES, Santiago 1982 Méndez, Pastor 2003, DUDAS SOBRE LA PRIMERA VIRGEN DEL NAHUEL HUAPI, en “Río Negro online”, 18 de marzo de 2003. Olivares, Miguel de

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1874, HISTORIA DE LA COMPAÑIA DE JESUS EN CHILE (1593-1736), Santiago. Oviedo Cavada, Carlos 1984, LA VISITA DEL OBISPO AZUA A CHILOÉ (1741), en “Historia”, 19:219-254. Pacheco Gallardo Héctor Sf, IGLESIA SANTA MARÍA DE ACHAO, MONUMENTO HIS-TÓRICO DE LA COLONIA, Ancud Silva y Molina, Abraham 1899, HISTORIA DE CHILOE’, manuscrito Inédito, Archivo Na-cional, Santiago Notas 1 Borri 1993, 8. 2 Sebastiano Caboto había sido uno de los compañeros del Solís. 3 Díaz de Guzmán 1986, 106. 4 Angelis 1836, 4. 5 Los jesuitas se colocan muy a menudo entre los más destacados ex-ploradores de los siglos XVI y XVII. Sus relaciones de viajes, publi-cadas en forma de libros, o bien parte de sus “cartas anuas”, constitu-yen documentos extraordinariamente valiosos tanto por la importan-cia de sus observaciones, como para la inteligencia de sus interpreta-ciones científicas antropológicas. 6 Olivares 1874, 391 7 Furlong 1963,70. 8 Patrona de Valencia: la iconografía la representa con una azucena en su mano derecha, sosteniendo al Niño con el brazo izquierdo. 9 Enrich 1891, I, 741-742. 10 70 años después de la misión de Mascardi, el obispo de Concep-ción Pedro de Azúa, todavía destaca la falta de santería en Chiloé y, más en general, la pobreza de imágenes religiosas. En la relación de su visita pastoral en Castro (1741) se anota que “pasó su Ilustrísimo al rancho que servía de iglesia, y no halló otra cosa que un galpón pajizo de tres varas de alto, todo lleno de roturas, y una mesa de

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madera son sus frontal, aras y manteles, y una imagen de Nuestra Señora, de vara y sesma; sin más respaldo que un retazo de sarga de lana verde con tres marcos ambos [… y] dos misales muy rotos, tres albas, y tres manteles de lienzo muy usados, y el resto de alguna ca-sullas de tres, o cuatro frontales tan indecentes que no es capaz de servir cosa alguna [...] sin que se hallase otra alhaja de considera-ción, ni a Nuestro Señor Sacramentado colocado, ni lámpara, ni aún campana, sino dos hechas pedazos […] sin que los curas diesen más razón de tan suma indecencia que haberse incendiado la iglesia con todas sus alhajas habrá diez años, y la que se edificó después arrui-nándose con el temblor del año de treinta y siete”. (Oviedo Cavada 1984, 231-232). 11 No sabemos nada acerca del aspecto de la estatua recibida de con-de Lemos: puesto que se precisa que tanto las medallas cuanto la es-tampas representaban a la Virgen de los Desamparados, mientras na-da se indica acerca de la estatua, es legítimo pensar que su iconogra-fía fuera más bien genérica, no correspondiendo a alguna específica advocación. 12 Citado por Méndez 2003. 13 Mascardi, Nicolás: Carta relación 1670, en Furlong Guillermo, Nicolás Mascardi sj... , Págs. 122/123 14 Anota Francisco Fonck: “La existencia de una misión en Nahuel-huapi en tiempos de la conquista, señalada por el padre Ramírez, es confirmada por el autor del Informe Cronolójico de las Misiones de Chile, Fr. Miguel Ascasubi, guardián del Colegio franciscano de Chillán y contemporáneo de Menéndez. Dice que, “según consta de un manuscrito de los jesuitas, se fundó misión en Nahuelhuapi desde el tiempo de la conquista, sin expresarse quienes fueron sus fundado-res… Pero cualesquiera que fuesen los primeros fundadores de la expresada misión, se sabe que desamparada por los que la servían por un alzamiento general en 1655, fue restablecida por Mascardi. […] Ascasubi trata de probar por diversas razones que esta primera y legendaria misión de Nahuelhuapi haya sido fundada por francis-canos traídos por Fr. Antonio de san Miguel, el primer obispo de La Imperial, quien pertenecía a la misma Orden. Las órdenes regulares establecidas en la América española durante la conquista buscaban más tarde un timbre de mérito y gloria en su antigüedad, en compa-ración con los jesuitas […]. Por lo demás, hay otras razones que abogan, aunque indirectamente, a favor de su aserción.” (Francisco

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Fonck, Libro de los Diario de Fray Francisco Menéndez, p. 8 y 9, Valparaíso 1900. 15 Olivares 1874, 391. 16 Angelis 1836, 16. 17 Siendo don Juan Henríquez (1670-1682) gobernador de Chile. 18 Según otras fuentes, Felipe Laguna alcanza las orillas del Nahuel-huapí en 1702 y en enero de 1704 regresa a Castro para reunir opera-rios y proveerse de insumos para reconstruir la misión. 19 Los mapuches les decían ‘chaw’ (padre) a los jesuitas: ‘chawelli’ puede interpretarse como algo relacionado con el misionero, a de-mostración del estrecho enlace que ellos veían entre la estatua y los misioneros. 20 Fonck 1900, 68. 21 Acerca de las bajas indígenas no hay opiniones concordantes: al parecer unos 400 mapuches cayeron en combate, y otros tantos fue-ron ajusticiados después de haberse rendido. 22 Urbina 1990,68. 23 Fonck 1900, 76. 24 Fonck 1900, 76. 25 Fonck 1900, 79, citando M. L. Amunátegui, Cuestión de límites, Santiago 1879-80. 26 Hanisch 1982, 102. 27 Fonck 1900, 90. 28 Olivares 1874, 531. 29 Enrich 1891, II, 100. 30 Enrich 1891, II, 100. 31 Cardenas 2003 32 Olivares 1874, 532. 33 Enrich 1891, II, 101. 34 Archivo nacional, Capitanía General, Vol. 487, citado por Abra-ham Silva y Molina 1899, p. 61. Las advocaciones más frecuentes en la América hispánica del siglo XVII eran: “de la Merced”, introduci-da por los Mercedarios; la “Inmaculada”, por los Franciscanos, “del Rosario”, por los Domínicos; y “de Loreto”, por los Jesuitas. 35 Cardenas 2003 36 ¿Dónde se encuentra la Virgen de los Poyas? En la Historia de la Compañía se afirma que a su regreso de Nahuelhuapí, el padre Jas-pers se dirigió con la estatua a Concepción: pero es cierto que no fue nunca a la vuelta de la ciudad penquista y que se quedó en Chiloé, y

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tal vez se fue enseguida a Chequián. Pues la Virgen de los Poyas se quedó en el archipiélago. El mismo Jaspers, en una carta afirma que la devolvió a la Compañía de Jesús, y en su informe aclara que “en una de cuyas iglesias se venera actualmente”. Cuando en 1711 el obispo de Concepción, Diego Montero del Águila, visita al archipié-lago, destaca la grave falta de imágenes religiosas y, más genérica-mente, la pobreza material de sus iglesias. No tiene sentido, por lo tanto, que le pida a Jaspers de llevar a Concepción una estatua – ¡la única! – ya presente en Chiloé. En fin, la Virgen de los Poyas había sido donada a un padre jesuita, y la Compañía era muy celosa de sus bienes: de allí que la estatua tenía que dejarse en otra pertenencia de la misma. En fin, en ningún documento se menciona que desde Chile se enviara una estatua a Chiloé. 37 Entre las mercedes distribuidas, se mencionan las siguientes: Apiao, 1693: 50 cuadras a Lorenzo Cárcamo Céspedes; “en las de-masías de Quinchao”, 1676: 500 cuadras a Bartolomé Gómez Pérez; LinLin, 1693: 8 cuadras a Antonio Pérez de Mondejar. 38 Donoso 1970:215. 39 A los chonos, nómades canoeros y recolectores, les costó enorme-mente acostumbrarse a una vida sedentaria basada en el cultivo, y de hecho Guar se convirtió en un refugio para la temporada invernal y durante buena parte del año su vida continuaba a desenvolverse en sus dalcas. Todavía, la experiencia sedentaria, aunque parcial, había modificado de forma importante el modo de vivir chono, así que sólo una parte volvió a su antiguo nomadismo, mientras los más se esta-blecieron en Apiao y en Chaulinec, dos islas en aquel entonces poco pobladas, y en la “isla Quiapu”, en las cercanías de Quinchao, un lu-gar que todavía no ha sido identificado, y allí se dieron a una vida sedentaria. 40 Yáñez R., 1994, Achao: centro de misiones, Ed. Polígono, Puerto Montt. R. Yáñez no cita la fuente de la información, que no parece cierta en lo que concierne el origen de las maderas, en cuanto hay dudas que en dicha época hubiese alerce, mañío y, sobre todo, ciprés en la isla de Quinchao. 41 Muchos entre los jesuitas que en aquel período misionaban en Chi-loé, habían vivido la extraordinaria experiencia de las “ciudades je-suíticas” creadas por los padres en Paraguay (Misiones), donde los guaraníes vivían en una situación de real independencia y donde la compañía intentaba traducir en realidad su utópico proyecto descrito

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en la “Ciudad del Sol”, de Campanella. En una publicación anónima del siglo XVIII, una de las tantas escritas en contra de la Compañía, se acusa a los jesuitas de querer realizar en Chiloé una nación autó-noma indígena sobre el estilo de las ciudades paraguayas. Si la acu-sación tuviera algún fundamento, entonces se explicaría la importan-cia asumida por la residencia de Chequián y, sobre todo, la realiza-ción en Achao de un templo grandioso, piedra primera para la edifi-cación de una “nación” indígena independiente en la isla de Quin-chao, donde los mapuches habían sido más numerosos y donde los Padres ya tenían grandes posesiones fondiarias. 42 “Respecto a los modelos que inspiraron a los constructores de este y otros templos chilotes no existe una explicación única y satisfacto-ria. Similares soluciones arquitectónicas se hallan al sur de Alema-nia, en Polonia, en Croacia. El volumen de planta basilical organi-zado en tres naves, con techo de dos aguas, se encuentra en las otras misiones jesuíticas de Paraguay, Bolivia y Perú; sin embargo, la to-rre-fachada que distingue a nuestras iglesias chilotas está ausente en esos lugares.” (R.Cárdenas, www.nuestro.cl/biblioteca/textos/evangelizacion3.htm). 43 Enrich 1891:T2:182 44 Yáñez 1998:13-14. El material había sido traído hasta Achao por el padre Flores, quien había viajado hasta el archipiélago Guayaneco para convencer a las familias chonas que habían vuelto a su forma ancestral de vida al fin que volvieran a asentarse en Chiloé: en aque-lla ocasión consiguió trocar los clavos de hierro, 92 kilos, contravi-niendo la ley española que imponía que cualquier metal encontrado fuera entregado a las autoridades civiles. Por esta razón, cuando re-gresó a Achao el Padre Flores fue encarcelado. 45 Segismundo Guell, en Hanisch 1982:259. 46 Pacheco sf: 47 Cárdenas 2003.