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Mar 31, 2016
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Dirección General:
Mario Eduardo Ángeles.
Textos: Ana Isabel Trejo Álvarez
Consejo Editorial: Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Cristian Martín Padilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles y Jesús Re-yes.
Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Paulina Romero, Flor de Liz, Tzolkín Montiel.
Contacto:
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México, Noviembre 2013.
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La Testadura 3
(Categoría A)
PRIMER LUGAR EN EL CONCURSO DE
CUERTO CORTO Y POESÍA 2013
(LA TESTADURA/UNIV. MARISTA DE QRO.)
Cabra
Ana Isabel Trejo Álvarez
La Testadura 5
Cabra
Cabra vivía en un pequeño pueblo,
rodeado de cordilleras. En el rancho la
especialidad era cultivar maíz y jitoma-
tes, aunque también había una pequeña
huerta. Ahí sí que había de todo, lástima
que a los animales les prohibieran el pa-
so.
-me aburro, me aburro mucho aquí
adentro- decía Cabra –todo es igual
siempre- y se ponía a suspirar -¡si por mí
fuera, Perro, me iba!-
La Testadura 6
Perro, que mordisqueaba un hueso,
prestó su entera atención a su mejor ami-
ga.
-la cosa allá afuera no está bien, Ca-
bra, te lo digo por experiencia-
-será lo que quieras, yo igual me abu-
rro-
-¡bah!-
La escena se repetía y se repetía y se
repetía. Entonces Cabra se iba al otro
lado del corral para ver la sierra y ahí se
quedaba, las gallinas se ponían a pico-
tear por ahí, el gallo subía al techito de
tabla, los gatitos perseguían a los pája-
ros. Vaca rumiaba y rumiaba, er a tan
Rumbo a Agua Zarca, Qro.
foto: Mo. Eduardo Ángeles
La Testadura 8
boba que nadie entendía qué decía, si es
que hablaba.
Había otra cabra, hermana de la pri-
mera, y un caballo.
Y eso era todo.
Por eso Cabra se aburría.
Pero un día, un día pasó algo que ja-
más había pasado: El ranchero, bien bo-
rracho, dejó abierto el corral. Cabra fin-
gió, nadie se dio cuenta, y en la noche se
fugó. Eso sí, siempre con su hermana al
lado.
¡Qué mentiras! ¡La libertad era gran-
diosa! Cabra y su hermana se la pasaban
de lo mejor, viviendo en la maleza. Lo
La Testadura 9
más divertido era acercarse a los indocu-
mentados, porque pensaban que si había
cabras entonces habría un rebaño, y si
era así sin duda habría un cuidador, y si
el cuidador era tan próspero como para
tener una ranchería en plena Ciudad Juá-
rez seguro la usaban para lavar dinero y
eso significaba que habría narcos cerca,
si había narcos cerca ¡híjoles, a correr!
Cabra y su hermana eran muy felices,
hasta que se dieron cuenta de lo solita-
rias que estaban. Así que un día Cabra le
dijo a su hermana:
-Cabra, estoy aburrida-
-yo también, Cabra-
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-vámonos de aquí ¿no?-
-¡sí! ¿A dónde, Cabra?-
-¡a donde sea!-
Cabra y su hermana cruzaron toda la
república, conocieron todas las ranche-
rías, a todos los ganaderos, a todos los
ecosistemas, a todas las especies granje-
ras y salvajes… y sí, hubo peligros, como
la vez en la que un pobre pastor quiso
capturarlas ¡y lo logró! Aunque después
escaparon. O la vez que se toparon con
coyotes. Aún así todo valía la pena.
Pero había algo con lo que no conta-
ron: con que perro las seguía.
Y así, de un día para otro, Perro por fin
La Testadura 11
las encontró.
Ellas estaban dormidas bajo un mez-
quite, en la parte que divide Michoacán
de Guanajuato. Estaban hechas bolita
debajo de dos colgados, así nadie se les
iba a acercar por el olor a podrido y el
mosquerío, pero esta vez no funcionó.
Perro hizo de tripas corazón porque esta-
ba muy feliz de verlas. Y como no quería
despertarlas esperó hasta el amanecer.
-¡Cabra! ¡Hermana de Cabra! ¡Las
hallé!- gritó feliz entre ladridos.
Hermana de Cabra salió feliz, brinco-
teando a su encuentro.
-¡Perro!- rió -¡oh, Perro! ¡Te extrañé
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un montón! -Dijo, y Perro empezó a rodar
en el piso y a mover el rabito,
-¿qué haces aquí, Perro?- espetó
Cabra,
-cuando me di cuenta de que habían
desaparecido no lo dudé y salí tras uste-
des, amigas. Las extrañé muchísimo y por
momentos perdí su rastro… -de pronto a
perro se le quebró la voz, pero siguió ha-
blando –pensé que les había pasado algo
malo y a veces quería regresar a casa
¡pero no podía si no era con ustedes,
compañeras!-
Entonces Hermana de Cabra exclamó:
-¡oh, qué lindo eres, perro!- y le dio un
Gulash
foto: Diana Isabel Enríquez
La Testadura 14
abrazo.
En cambio Cabra lo miraba con el
ceño fruncido. Perro apartó a Hermana de
Cabra con delicadeza y siguió hablando.
-muchas veces quise desistir y volver a
mi hogar, si no crean, pero siempre hubo
algo que me dio ánimos para continuar…
Encontrarlas, pero sobre todo a ti, Cabra.
Te adoro-
Hermana de Cabra ahogó un gritito de
emoción.
Se hizo un silenciote, hasta que Cabra
por fin habló,
-bueno… y supongo que quieres que
regresemos ya ¿no?-
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-¡sí! ¡Sí, Cabra!- exclamó Perro, emo-
cionado
-y que volvamos al corral ¿verdad?-
-claro, no dejé que nadie se quedara
con tu lugar- sentenció Perro, feliz
-bien ¿y luego qué?-
Se hizo otro silencio. Hermana de
Cabra, que conocía muy bien a Cabra ya
sabía lo que se avecinaba. Perro titubeó.
-pues… luego… nos pondremos muy
felices, haremos ¡una fiestotota!-
-sí, bueno ¿y luego?-
-y… luego, pues… tal vez, si tu quie-
res… pues podemos compartir nuestra
vida juntos…- tartamudeó Perro, lleno de
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amor. Pero Cabra sólo dijo:
-ajá ¿y luego?-
Perro estaba confundido, no sabía
qué decir, ni qué hacer.
-no sé… hacer una familia, tener
wawitas…-
-m… ¿y luego?-
-¡ay, Cabra, no sé! ¡Lo que quieras!
Sí, ¡lo que quieras estará bien entonces!
Pero por favor, por favor ¡volvamos a ca-
sa, Cabra! ¡Te quiero mucho!-
Pero Cabra no cedió.
-Perro, si me quisieras mucho enten-
derías que no quiero volver nunca más a
ese cochino corral…-
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-¡pues entonces no importa, Cabrita,
vámonos a donde quieras!-
-¡pero si justamente estaba haciendo
eso antes de que tú llegaras! ¿No te diste
cuenta? Todo eso ya lo estaba haciendo-
-pero Cabra, yo…-
-¡pero nada! Piensas que eres mi
amigo, pero sólo vienes a quererme ence-
rrar, ya hasta planeaste toda nuestra vida
juntos ¡y ni se te ocurrió preguntarme! No
sé tú, pero al menos para mí ¡eso no es
amor! Y si tú no te vas ahora mismo en-
tonces me iré yo ¡adiós!-
-no, Cabra. Yo me voy- sollozó Perro,
que se dio la vuelta cabizbajo, triste y se
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perdió muy muy lejos.
-¡Perro!- gritó Hermana de Cabra,
pero Perro no volteó.
-¡mira qué has hecho! ¡Eres una ca-
bra muy mala! ¡Pobre Perro! Él que cruzó
solo todito México tras de ti… ¡No tienes
corazón, hermana!-
-no, hermana. Para Perro no lo tengo-
-me das pena, y ¿sabes qué?
¡¿Sabes qué?!- gritó -¡te quedas sola!- y
se fue.
¡Hermana de Cabra se había separa-
do de Cabra! ¡Ella que nunca la contra-
decía por fin se había revelado!
Hermana de Cabra volteó atrás, pero
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Cabra no.
-Perro ¡Perro, espérame!- gritó Her-
mana de Cabra.
¡Bien, Cabra! Te quedaste sola…
Perro y Hermana de Cabra regresaron
al rancho, y cada que cambiaban de mu-
nicipio volteaban atrás… pero Cabra no-
más no se veía.
Cuando llegaron todos los recibieron
con mucha alegría y cariño.
-¡Perro, Hermana de Cabra!
¡Volvíiiieron!- dijo Caballo
-¡pe pe pe perro!- cocorocoqueaban
las gallinas
-¡ki kiri kiCabra! ¡Ki kiri kiHermana!-
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canturreaban los gallos
-muuuuú… ¡perricabrehrmuuuú!-
bien, nadie le entendió a Vaca.
-¿y Cabra?- preguntó Gato, restregán-
dose en su pata.
Perro no pudo responder, así que lo
hizo Hermana de Cabra.
-ella… se perdió-
Todos se pusieron muy tristes, pero
decidieron que lo mejor era no preguntar
los detalles… al menos en ese momento.
Ya de noche, ni Perro ni Hermana de Ca-
bra podían pegar ojo, así que mejor se
quedaron viendo las estrellas, tan leja-
nas, tan queridas…
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-¿crees que algún día regrese, Perro?-
Perro no contestó al instante, se le
nublaron los ojos.
-pues la puerta siempre estará abier-
ta, pero ya ves, Cabra “se perdió”-
Y, al menos por hoy, Perro dio por zan-
jada la conversación.
Perro pasaba el tiempo dando rondas
alrededor de la reja del rancho. No habla-
ba, no se acercaba a nadie, era como si
estuviese de luto. En cambio, Hermana
de Cabra, aunque a veces se enojaba y
pateaba la tierra, o moría de remordi-
miento al ver pasar a Perro, seguía igual.
Lejana, en todo y en nada. Contentándose
La Testadura 22
siempre con ver una mariposa en el hui-
zache.
En las noches lo único que se escu-
chaba eran los bichos de monte en sus
vidas nocturnas, el viento en el maizal, a
veces resortes, a veces una lluviecilla
ligera. Nunca era mucho, como siempre.
Una vez, los coyotitos se acercaron, pero
como eran jóvenes e inexpertos y como
habían salido sin permiso de su mamá,
dieron media vuelta a ver a Perro gruñén-
doles.
La granja comenzó a prosperar. Llega-
ron nuevos animales, muchas cabras,
más gallinas, otra vaca. Perro tuvo que
foto: Mo. Eduardo Ángeles
La Testadura 24
soportar a dos perritos de mercado, y
enseñarles a cuidar el rancho. Trajeron un
macho cabrío acá, guapetón, gallardo, y
después de algunos meses Hermana de
Cabra tuvo un cabrito (que después de la
segunda noche no volvió a ver).
Al cuarto día, desesperada, sabía que
había perdido algo, pero no recordaba
qué, y andaba con el pendiente. Perro le
dijo que durmiera y que al rato se acorda-
ría, pero no, eso no pasó.
Eran 25 cabras, y cada mañana salían
a pastar. Los perritos se volvieron buenos
para pastorear, y su juventud hacía que
tantos animales estuvieran siempre en
La Testadura 25
orden. Perro seguía de arriba abajo, y era
el sabio Perro, consejero de todos. Her-
mana de Cabra siempre les contaba a los
pequeños sobre su gran viaje, pero omi-
tiendo casi la mitad de la historia. Una de
las cabras nuevas, primala, blanca, no
dejaba de saltar de un lado a otro. Como
que ya estaba grandecita para andar ha-
ciendo esas cosas de crías.
-Oye, tú… 4427… ya, por favor. Nos
traes mareados a todos. Siéntate-
-¡pero llevo todo el día sentada!-
-y a penas va a la mitad-
-¿y qué haré la otra mitad?-
-lo mismo-
La Testadura 26
-¿lo mismo? ¿Siempre lo mismo?
¡Pero quiero salir!-
-no se puede salir-
-¡Si tuviera una paca aquí junto a la
reja estaría muy lejos! ¡Me aburro tanto!-
Coincidió que Perro también pasó por
ahí, precisamente por ahí en aquel mo-
mento. Hermana de Cabra contuvo su
pasmo para verlo. Él no dijo nada, no se
movió.
-en cambio en mi primer corral… ¡ahí
sí que era vida! ¿Saben? ¡Era enorme! Y
como todavía cabía por entre los barrotes
pues me daba mis paseos. Luego mi ma-
má me descubrió, pero en vez de regañar-
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me dijo cómo hacerle para que no me
pasara nada malo, y me dio muchos con-
sejos. Y como andaba de un lado a otro
los hijos del humano me empezaron a
meter a su casa. Tenía un moño, y pues…
no sé, vine a parar aquí.-
La Primala notó esa tensión incómo-
da, y por alguna razón enmudeció. Tal vez
los había ofendido, bueno, a fin y a cabo
¿qué más quería? Tenía agua, comida,
techo, y ahí seguía, quejándose, queján-
dose siempre. Podría estar como su ma-
dre cuando llego al rancho donde ella
había nacido: toda flaca, medio tosigosa,
con las rodillas enormes y con el pelo
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lleno de chichones.
Le daba miedo cómo la veía perro, y
cómo brillaban sus ojillos caídos. La ate-
rraba, y quiso con todas sus fuerzas no
estar ahí ni un segundo más.
-Pero ella no quiere verme- susurró al
aire, y se fue.
En cuanto Perro se dio la vuelta, Pri-
mala se sintió liberada de un peso extra-
ño.
-como que muy normal ese perro no
es ¿verdad?- le preguntó a Hermana de
Cabra
-es que ha vivido muchas cosas-
-dicen que ustedes dos viajaron por
La Testadura 29
todo el mundo, y que han vencido un
montón de cosas, y que conocen cada
rancho… Dicen que se han subido a esas
cosas que sueltan humo, y que han esca-
pado de muchísimos peligros ¿te digo
algo? Jamás les había creído ¿a poco si
fue?-
Hermana de Cabra parecía perdida en
el mundo lejano de sus recuerdos, cuan-
do le contestó:
-Sí, sí fue… ¿Y tú de qué rancho vie-
nes, dijiste?-
-No sé ni cómo se llama, pero está
atrás de Cerro Embrujado ¿lo ubicas?-
-creo que sí, creo que sí… Pero va-
foto: Mo. Eduardo Ángeles
La Testadura 31
mos... jamás había platicado contigo.
Oye, cuéntame sobre tu otro rancho, de tu
corral enorme, de tu mamá…-
-¡y de los humanos! ¡Aunque no lo
creas yo usé jabón!-
-ah… está bien, también de eso si
quieres-
Al día siguiente, cuando Primala se
despertó felicísima de tener alguien con
quién platicar y matar el tiempo ocurrie-
ron dos cosas: ni Hermana de Cabra ni
Perro aparecieron, y a todas las de su
corral les mandaron a Macho Cabrío.
Cabra aún tenía secuelas del acciden-
te con el camión de carga: una pierna
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chueca, porque le había soldado mal, un
cuerno roto, cicatrices, y ese chiflidito
que hacía perpetuamente con la nariz al
respirar. Caminar le dolía, y sólo por eso
toleraba el desenlace de su historia,
echada en la sombrita perpetuamente
hasta que era hora de ordeño. No habla-
ba con nadie, y lo más activo que hacía
era espantarse las moscas de vez en
cuando.
Perro la olió antes incluso de saber
dónde estaba el rancho. Sintió una an-
gustia penosa, le dio temblorina y se de-
tuvo en seco, así sin más. Hermana de
Cabra, que apenas y toleraba viajar con
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semejante peso, se fastidió un poco.
-no, compadre. Ves cómo andan las
cosas y tú ahí echado-
-El rancho está tras lomita. No quiero
ir-
-ah, no. Vinimos hasta acá y ya no te
me rajas. Además, no la vamos ni a salu-
dar. Primero vamos a verla de lejos, en
eso quedamos-
-ni verla quiero. Te juro que no-
Parecía puberto. Hermana de Cabra lo
fue empujando para que siguiera, y él iba
prácticamente a rastras. Llegaron a las
cercanías del rancho, que era grande,
muy grande. Las rejas de los corrales eran
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de metal, y no de piedras, palos, alam-
bres y órganos, no había moscas casi, y
un tractor enorme, flamante estaba tra-
bajando la tierra.
Se escondieron entre la maleza de la
selva baja caducifolia, que por esas épo-
cas estaba verde, verde. En cuanto Perro
vio a Cabra se sorprendió muchísimo. Se
desilusionó, se desengañó, se le rompió
esa burbuja de añoranza de los recuer-
dos. Sólo se quería ir. Dio media vuelta,
con una especie de agujero en el pecho,
cuando de pronto ya no vio a Hermana de
Cabra. Volteó: había ido a saludar a su
hermana.
La Testadura 35
Al inicio, Cabra no la reconoció, pero
luego se le abrieron muchísimo los ojos,
saltó, y como tambaleándose corrió junto
a su hermana.
-¡Hola, hola! ¡Oy, Cabra! ¡Mi herma-
na! ¿Qué te pasó?-
-¡Qué no! Así cómo me ves yo vencí a
la muerte mil veces ¿cómo has estado,
qué haces aquí?-
-¡Conocí a tu hija Primala! ¡Ella nos
dijo que estabas aquí! ¿Pero cómo?
¿Cuándo? ¿Dónde y por qué? ¡Dilo todo,
hermana!-
-Jamás acabaría, cha… pero ¡pf! ¡Qué
de cosas!... ¿qué fue eso?-
La Testadura 36
-¿Qué?-
-eso, lo que se movió atrás de ti,
allá…-
-¡ah, hermana!- Hermana de Cabra
volteó sonriente a Perro, pero no lo vio. Él
huía, incapaz de soportar nada. A Herma-
na de Cabra se le fue la luz de los ojos.
-nada, ha de haber sido una ardilla o
algo así-
-por acá hay muchas, y con estos
tiempos proliferan. Ponte cómoda…- y le
empezó a contar todo después de su ida.
La carretera de Ixtacamaxtitlán, la curva
tan cerrada, el camión que le llegó de
atrás y la aventó al acantilado… Hermana
La Testadura 37
de Cabra hizo una mueca de dolor.
-pero heme aquí… Vivita y coleando-
de repente un sonido de pisaditas. Cabra
trató de moverse para ver atrás de su her-
mana.
-hola- saludó Perro, casi inexpresivo, y
ella quedó en silencio.
De mano en mano,
de pantalla en pantalla
¡Que la voz corra!. La Testadura, una literatura de paso,
hecha para olvidarse en salas de
espera y/o lugares públicos.