La solemnidad de la Anunciación La solemnidad de la Anunciación, que la Iglesia celebra habitualmente el 25 de marzo, es la fiesta patronal de la Familia Montfortiana −Misioneros Montfortianos, Hijas de la Sabiduría y Hermanos de San Gabriel. Este año la fiesta se traslada al día 9 de abril, por haber coincidido el día 25 de marzo con el Domingo de Ramos. María pronunció su fiat: «Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra», con un corazón lleno de amor a Dios. En el contexto bíblico, la palabra "corazón" es una palabra que designa nuestro centro, el núcleo de cada uno de nosotros, el lugar donde se arraiga nuestra más profunda identidad, y ahí es donde hacemos nuestras opciones de vida fundamentales. El "sí" de María surge de un corazón humilde. Esta joven no estaba llena de sí misma, no buscaba su propia seguridad, ni era cínica. Por ello pudo abandonarse al amor, para amar. El Padre de Montfort nos dice que el gran misterio de la Encarnación del Verbo, el 25 de marzo, es el «misterio propio» del camino espiritual que propone (Cf. VD 243). El famoso fresco que pintó Fra Angélico para representar la escena de la Anunciación, nos deja entrever los cuatro tipos de relación que nos constituyen: I. RELACIÓN CON DIOS El ángel representa el universo divino. En él, es Dios quien llama a la puerta de la humanidad. ¿Encontrará un ser humano cuyo amor sea lo bastante profundo, cuya fe sea lo suficientemente completa para abrir todo su ser y su destino a Dios? Sí, Dios es el pobre que llama a nuestra puerta. Los tres arcos que se ven sobre el ángel evocan las tres personas de la Trinidad. En la parte inferior del fresco, se puede leer “María es la noble estancia de la Trinidad entera”. II. RELACIÓN CON NUESTROS HERMANOS Fijémonos en María. Ella es la imagen de nuestra comunidad, puesto que cada comunidad montfortiana debería ser una presencia viva de María en la Iglesia y en la comunidad humana. Observemos la sencillez de su vestido. Su belleza y su riqueza son interiores. Su cuerpo y todo su ser está dispuesto a acoger la Palabra que guiará su vida y hará de ella la morada de Dios.