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Alan Watts LA SABIDURÍA DE LA INSEGURIDAD Mensaje para una era de ansiedad Traducción de Jorge Fibla PREFACIO Siempre me ha fascinado la ley del esfuerzo inver- tido, que a veces llamo la «ley de la retrocesión». Cuan- do intentas permanecer en la superficie del agua, te hun- des; pero cuando tratas de sumergirte, flotas. Cuando retienes el aliento, b pierdes, lo cual hace pensar en
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Oct 25, 2015

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La Sabiduria de la Inseguridad
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Alan WattsLA SABIDURÍA DELA INSEGURIDADMensaje para una era de ansiedadTraducción de Jorge Fibla

PREFACIOSiempre me ha fascinado la ley del esfuerzo inver-tido, que a veces llamo la «ley de la retrocesión». Cuan-do intentas permanecer en la superficie del agua, te hun-des; pero cuando tratas de sumergirte, flotas. Cuandoretienes el aliento, b pierdes, lo cual hace pensar enseguida en un dicho muy antiguo y al que se hace muypoco caso: «Quien salve su alma, la perderá».

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Este libro es una explicación de esta ley con relacióna la búsqueda de la seguridad psicológica emprendidapor el hombre, y los esfuerzos para encontrar una cer-teza espiritual e intelectual en la religión y la filosofía.Lo he escrito con la convicción de que ningún tema po-dría ser más apropiado en una época en que la vidahumana parece ser, de una manera peculiar, insegura eincierta. Sostengo que esta inseguridad es el resultadodel intento de seguridad, y que, por el contrario, la sal-vación y la cordura consisten en el reconocimiento másradical de que no tenemos modo de salvarnos.Esto se empieza a parecer a Alicia a través del espejo,obra de la que este libro es una especie de equivalentefilosófico, pues el lector se encontrará con frecuencia enun mundo desbarajustado en el que el orden normal dePrefaciolas cosas parece completamente invertido, y el sentidocomún vuelto del revés. Ouien haya leído algunos librosmíos anteriores, como Befwld ¡he Spirit y The SupremeIdentiiy, encontrará aquí cosas que parecen estar en con-tradicción absoluta con muchas de mis afirmaciones pre-vias. Sin embargo, esto es sólo cierto en aspectos meno-res, pues he descubierto que la esencia y el quid de loque trataba de decir en aquellos libros apenas se com-prendía; la estructura y el contexto de mi pensamientoocultaban a veces el significado. En este libro me pro-pongo aproximarme al mismo significado desde premi-sas por completo diferentes, y en unos términos que noconfundan el pensamiento con la multitud de asociacio-nes inconexas que el tiempo y la tradición les han col-gado.En aquellos libros me interesaba reivindicar ciertosprincipios de religión, filosofía y metafísica medianteuna nueva interpretación de los mismos. Creo que estoera como dotar de patas a una serpiente: innecesario yconfuso, porque sólo las verdades dudosas necesitan de-fensa. En cambio, el espíritu de esta obra corresponde aldel sabio chino Lao-tzc. aquel maestro de la ley delesfuerzo invertido, el cual declaró que quienes se justifi-can no convencen, que para conocer la verdad uno debelibrarse del conocimiento, y que no hay nada más pode-roso y creativo que el vacío, al que los hombres rehuyen.Mi propósito, pues, es mostrar —avanzando hacia atrás—que esas realidades esenciales de la religión y la metafí-sica se justifican al pasarnos sin ellas y se manifiestan alser destruidas.Me es muy grato reconocer que la preparación deeste libro ha sido posible gracias a la generosidad de lafundación establecida por el difunto Frankün J. Mat-chette, de Nueva York, un hombre que dedicó gran par-te de su vida a los problemas de la ciencia y la metafísica.Fue uno de esos hombres de negocios más bien escasosque no están absortos del todo en el camino vicioso dehacer dinero y así. Sucesivamente. La Fundación Mat-chette está, pues, dedicada a la realización de estudiosmetafísicos, y, ni que decir tiene, es para mí un signo de

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intuición e imaginación por su parte el interés que hanmostrado por un enfoque tan «contrario» del conoci-miento metafísico.San FranciscoMayo de 1951Alan w. Watts

I. LA ERA DE LA ANSIEDADSegún indas las apariencias externas, la vida es unachispa luminosa entre dos oscuridades eternas. Tam-poco el intervalo entre esas dos noches es un día sinnubarrones, pues cuanto más capaces somos de experi-mentar placer, tanto más vulnerables somos al dolor y,ya sea en segundo término o en primer plano, el dolorsiempre nos acompaña. Nos hemos convencido de que laexistencia vale la pena por la creencia de que hay algomás que las apariencias externas, que vivimos para unfuturo más allá de la vida presente, puesto que el aspectoexterior no parece tener sentido. Si vivir es acabar condolor, falta de integridad y el regreso a la nada, pareceuna experiencia cruel y fútil para unos seres que hannacido con la capacidad de razonar, abrigar esperanzas,crear y amar. El hombre, ser juicioso, quiere que su vidatenga sentido, y le cuesta trabajo creer que lo tiene amenos que exista un orden eterno y una vida eterna trasla experiencia incierta y momentánea de la vida mortal.Quizá no se me perdone que presente temas serioscon una disposición frívola, pero el problema de encon-trar sentido al caos aparente de la experiencia me re-cuerda mi deseo infantil de enviar a alguien un paquetede agua por correo. El destinatario quita el cordel ydesencadena un pequeño diluvio sobre su regazo. Peroel juego nunca sería efectivo, dado que es irritantementeimposible envolver y atar medio litro de agua en unpaquete de papel. Hay tipos de papel que no se desha-cen cuando están húmedos, pero el problema estriba enlograr que el agua adopte una forma manejable y en atarel cordel sin que el bulto reviente.Cuanto más estudiamos las soluciones que se han in-tentado aplicar a los problemas en política y economía,arte, filosofía y religión, más aumenta nuestra impresiónde que esa gente extremadamente dotada está aplicandode un modo inútil su ingenio a la tarea imposible y fútilde empaquetar el agua de la vida, haciendo unos paque-tes pulcros y permanentes.Hay muchas razones por las que esto debería serespecialmente evidente a quienes vivimos hoy. Sabemosmucho de historia, de todos los paquetes que se hanatado y que en su momento se han deshecho. Conoce-mos con mucho detalle los problemas de la vida que seresisten a una simplificación fácil y que parecen máscomplejos y amorfos que nunca. Además, la ciencia y laindustria han aumentado de tal modo el ritmo y la vio-

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lencia de la vida, que nuestros paquetes parecen desha-cerse con mayor rapidez cada día que pasa.Tenemos, pues, la impresión de vivir en una ¿pocade inseguridad desusada. En los últimos cien años se hanperdido numerosas tradiciones que estuvieron en vigordurante mucho tiempo: tradiciones de vida familiar ysocial, de gobierno, del orden económico y de creenciasreligiosas. A medida que transcurren los años, pareceque cada vez hay menos rocas a las que podamos aga-rrarnos, menos cosas que podamos considerar como ab-solutamente correctas y ciertas, fijadas para siempre.Para ciertas personas esto representa una liberación delas trabas dogmáticas, morales, sociales y espirituales. Paraotros es una ruptura peligrosa y temible con la razón y lacordura, y tiende a sumir la vida humana en un caosirremediable. Para la mayoría, quizá, la sensación inme-diata de liberación procura un breve alborozo, seguidopor la ansiedad más profunda; pues si todo es relativo, sila vida es un torrente sin forma ni objetivo en cuyacorriente nada absolutamente, excepto el mismo cam-bio, puede durar, parece ser algo en lo que no hay «fu-turo» y, por ende, no hay esperanza.Los seres humanos parecen ser felices sólo mientrastengan un futuro a la vista, ya sea el bienestar de mañanamismo o una vida eterna más allá de la tumba. Por diver-sas razones, cada vez son más las personas a las que lesresulta difícil creer en esto último. Por otro lado, elfuturo de bienestar inmediato tiene la desventaja de quecuando llegue esa mañana, es difícil disfrutarlo plena-mente sin alguna promesa de que habrá más. Si la felici-dad siempre depende de algo que esperamos en el futu-ro, estamos persiguiendo una quimera que siempre nosesquiva, hasta que el futuro, y nosotros mismos, se des-vanece en el abismo de la muerte.En realidad, nuestra época no es más insegura quecualquier otra. La pobreza, la enfermedad, la guerra, elcambio y la muerte no son nada nuevo. En los mejorestiempos, la «seguridad» nunca ha sido más que temporaly aparente, pero fue posible hacer que la inseguridad dela vida humana resultara soportable por la creencia enlas cosas inmutables más allá del alcance de la calami-dad... en Dios, en el alma inmortal y en el gobierno deluniverso por unas leyes justas y eternas.Hoy en día, esas convicciones son poco frecuentes,incluso en los círculos religiosos. No hay ningún nivel dela sociedad, y son muy pocos los individuos, que hayanpasado por una educación moderna, en los que no exis-tan trazos del fermento de la duda. Está muy claro quedurante el siglo pasado la autoridad de la ciencia haocupado el lugar de la autoridad de la religión en laimaginación popular, y que el escepticismo, por lo me-nos en las cosas espirituales, se ha generalizado más quela creencia.La decadencia de la creencia se ha producido pormedio de la duda sincera, la reflexión meticulosa e intré-pida de hombres muy inteligentes, científicos y filósofos.

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Impulsados por el fervor y la reverencia de los hechos,han tratado de ver, comprender y enfrentarse a la vidacomo es realmente, sin hacerse ilusiones. Sin embargo, apesar de cuanto han hecho por mejorar las condicionesde vida, su representación del universo parece dejar alindividuo sin una esperanza definitiva. El precio de susmilagros en este mundo ha sido la desaparición del otromundo, y uno se inclina a formular la antigua pregunta:«¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero sipierde su alma?». La lógica, la inteligencia y la razónestán satisfechas, pero el corazón está hambriento, puesel corazón ha aprendido a sentir que vivimos para elfuturo. La ciencia, lenta e inciertamente, puede darnosun futuro mejor... durante algunos años. Luego todoterminará para cada uno de nosotros. Será el fin detodo. Por mucho que lo prolonguemos, todo lo que estácompuesto debe descomponerse.A pesar de algunas opiniones contrarias, ésta es to-davía la visión general de la ciencia. Actualmente, en kjscírculos literarios y religiosos se supone a menudo que elconflicto entre ciencia y creencia es una cosa del pasado.Incluso algunos científicos bastante ilusionados creenque cuando la física moderna abandonó un rudo mate-rialismo atomístico, se eliminaron las razones principalesde este conflicto, pero eso no es verdad. En la mayoríade nuestros grandes centros de enseñanza, aquellos quese ocupan de estudiar las plenas implicaciones de la cien-cia y sus métodos están tan alejados como siempre de loque ellos consideran un punto de vista religioso.Es cierto que la física nuclear y la relatividad hanterminado con el viejo materialismo, pero ahora nos danuna visión del universo en la que hay incluso menosespacio para ideas de cualquier concepción o intenciónabsolutas. El científico moderno no es tan ingenuo comopara negar la existencia de Dios, porque no puede des-cubrirlo con un telescopio, o del auna, porque el escal-pelo no la pone al descubierto. Se ha limitado a observarque la idea de Dios es lógicamente innecesaria, c inclusoduda de que tenga significado alguno. No le ayuda a ex-plicar nada que no pueda explicar de alguna otra maneramás simple.El científico argumenta que si se dice que todo cuantoacontece está bajo la providencia o control de Dios, estoequivale en realidad a no decir nada. Decir que todo hasido creado y está gobernado por Dios es como decir«todo está arriba», lo cual no significa nada en absoluto.La idea no nos ayuda a hacer predicciones vcrificables, yasí, desde el punto de vista científico, no tiene ningúnvalor. Los científicos pueden tener razón en este punto,o puede que estén equivocados. No nos proponemos dis-cutirlo aquí. Sólo hemos de señalar que ese escepticismoejerce una influencia inmensa y establece en el talantepredominante de la época.Lo que la ciencia ha dicho, en suma, es: no sabemos,ni con toda probabilidad podemos saber, sí Dios existe ono. Nada de lo que hacemos sugiere que exista, y todos

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los argumentos que pretenden demostrar su existenciacarecen de significado lógico. Nada, en efecto, demues-tra que no existe Dios, pero quienes proponen la ideahan de soportar el agobio de no poder probarlo. Si unocree en Dios, dirá el científico, debe hacerlo sobre unabase puramente emotiva, al margen de la lógica o loshechos. Hablando en términos prácticos, esto puedeequivaler al ateísmo. Desde un punto de vista teórico, essimple agnosticismo. Y esto es asi porque está en laesencia de la sinceridad científica que uno no finja cono-cer lo que no conoce, y en la esencia del método cientí-fico que no emplee hipótesis que no son verificables.Los resultados inmediatos de esta honestidad hansido profundamente inquietantes y deprimentes, pues elhombre parece incapaz de vivir sin el mito, sin la creen-cia de que la rutina y el trabajo fatigoso, el dolor y eltemor de esta vida tienen algún significado y un objetivoen el futuro. En seguida nacen nuevos mitos..., mitospolíticos y económicos con promesas extravagantes delos mejores futuros en el mundo presente. Esos mitosproporcionan al individuo una cierta sensación de queexiste un significado, al hacerle formar parte de un vastoesfuerzo social, en el que pierde parte de su propio vacíoy soledad. Sin embargo, la misma violencia de estas reli-giones políticas revelan la ansiedad que ocultan, pues noson más que el acurruca miento de los hombres para gri-tar y darse ánimos en la oscuridad.Una vez existe la sospecha de que una religión es unmito, su poder desaparece. Tal vez el mito sea necesariopara el hombre, pero no puede prescribírselo de unmodo consciente, de la misma manera que puede to-marse una pildora contra el dolor de cabeza. Un mitosólo puede «funcionar» cuando se cree que es verdad, yel hombre no puede «embaucarse» a sabiendas durantemucho tiempo.Incluso los apologistas más modernos de la religiónparecen pasar por alto este hecho, pues sus argumentosmás enérgicos en favor de alguna clase de regreso a laortodoxia son los que muestran las ventajas sociales ymorales de la creencia en Dios. Pero esto no demuestraque Dios sea una realidad, sino que, como máximo, de-muestra que creer en Dios es útil. «Si Dios no existiera,sería necesario inventarlo.» Tal vez. Pero si la gentetiene alguna sospecha de que no existe, la invención esvana.Por este motivo, la mayor parte del retorno actual ala ortodoxia en algunos círculos intelectuales suena unpoco a falso, y es mucho más una creencia en el creerque una creencia en Dios. El contraste entre el creyente«moderno», educado, inseguro y neurótico, y la tran-quila dignidad y la paz interior del creyente anticuado,hace que este sea un hombre envidiable. Pero hacer dela presencia o la ausencia de la neurosis la piedra detoque de la verdad, es un grave mal uso de la psicología,como lo es argumentar que si la filosofía de un hombre leconvierte en neurótico, debe de estar equivocada. «La

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mayoría de los ateos y los agnósticos son neuróticos,mientras que los sencillos católicos son, en su mayoría,felices y están en paz consigo mismos. En consecuencia,el punto de los primeros es erróneo y el de los últimosverdadero.»Aunque la observación sea correcta, el razonamientoque se basa en ella es absurdo. Es como decir: «Diceusted que hay fuego en el sótano, cosa que le trastorna.Dado que está usted trastornado, es evidente que no hayningún incendio.» El agnóstico, el escéptico, es neuró-tico, pero esto no implica que su filosofía sea falsa, sinoel descubrimiento de hechos a los que no sabe cómoadaptarse. El intelectual que trata de huir de la neurosishuyendo de los hechos, se limita a actuar según el princi-pio de que «donde la ignorancia es bienaventuranza, esuna locura ser sabio».Cuando creer en lo eterno resulta imposible, y sóloqueda el pobre sustituto de creer en la creencia, loshombres buscan su felicidad en las alegrías temporales.Por mucho que traten de ocultarlo en las profundidadesde sus mentes, son bien conscientes de que tales ale-grías son inciertas y breves, y esto tiene dos resultados.Por un lado, existe la ansiedad de que uno pueda per-derse algo, de modo que la mente se agita nerviosa ycodiciosamente, revolotea de un placer a otro, sin en-contrar reposo y satisfacción en ninguno. Por otro lado,la frustración de tener siempre que perseguir un bienfuturo en un mañana que nunca llega, y en un mundo enel que todo debe desintegrarse, hace que los hombresadopten la actitud de «al fin y al cabo, ¿para qué sirve?»En consecuencia, nuestro tiempo es una era de frus-tración, ansiedad, agitación y adición a los narcóticos.De alguna manera hemos de aferramos a lo que poda-mos mientras podamos, e ignorar el hecho de que todoes fútil y carente de sentido. A esta manera de narcoti-zarse la llamamos nuestro alto nivel de vida, una estimu-lación violenta y compleja de los sentidos, que nos haceprogresivamente menos sensibles y, así, necesitados deuna estimulación aún más violenta. Anhelamos la dis-tracción, un panorama de visiones, sonidos, emociones yexcitaciones en el que debe amontonarse la mayor canti-dad de cosas posible en el tiempo más breve posible.Para mantener este «nivel», la mayoría de nosotrosestamos dispuestos a soportar maneras de vivir queconsisten principalmente en el desempeño de trabajosaburridos, pero que nos procuran los medios para bus-car alivio del tedio en intervalos de placer frenético ycaro. Se supone que esos intervalos son la vida real, elverdadero objetivo que tiene el mal necesario del tra-bajo. O imaginamos que la justificación de ese trabajoes formar una familia para que siga haciendo lo mis-mo, a fin de poder crear otra familia... y así ad infi-niium.Esto no es ninguna caricatura, sino la realidad puray simple de millones de seres humanos, tan corriente

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que apenas merece la pena que nos detengamos en losdetalles, salvo para indicar la inquietud y la frustraciónde quienes lo soportan, sin saber qué otra cosa podríanhacer.Pero, ¿qué vamos a hacer? Parece que hay dos alter-nativas. La primera consiste en descubrir, de un modo uotro, un nuevo mito, o resucitar uno antiguo de un modoconvincente. Si la ciencia no puede demostrar que Diosno existe, podemos tratar de vivir y actuar como si, des-pués de todo, existiera en verdad. No parece que hayanada que perder en ese juego, pues si la muerte es elfinal, nunca sabremos que hemos perdido. Pero, eviden-temente, esto jamás equivaldrá a una fe vital, pues escomo si uno dijera: -Puesto que, de todos modos, lavida es fútil, finjamos que no lo es.* La segunda alterna-tiva consiste en tratar de enfrentarse sombríamente alhecho de que la vida es «un cuento contado por unidiota», y obtener de ella lo que podamos, dejando quela ciencia y la tecnología nos sirvan lo mejor que puedanen nuestra travesía de una nada a otra.Sin embargo, éstas no son las únicas soluciones. Po-demos empezar aceptando todo el agnosticismo de unaciencia critica. Podemos admitir francamente que care-cemos de base científica para creer en Dios, en la inmor-talidad personal o en cualquier absoluto. Podemos abs-tenernos completamente de intentar creer, tomando lavida tal como es, sin más. Desde este punto de partidahay, no obstante, otra manera de vivir que no requiereni mito ni desesperación, pero sí una completa revolu-ción de nuestras formas de pensar y sentir ordinarias,habituales.Lo extraordinario de esta revolución es que revela laverdad que existe detrás de los llamados mitos de lareligión y la metafísica tradicionales. Lo que revela noson creencias, sino autenticas realidades que, de unamanera inesperada, corresponden a las ideas de Dios yde la vida eterna. Hay razones para suponer que una re-volución de esta clase fue la fuente original de algunas delas principales ideas religiosas, y que está con relación aellas como la realidad con relación al símbolo y la causaal efecto. El error habitual de la práctica religiosa esconfundir el símbolo con la realidad, mirar el dedo queseñala el camino y luego consolarse chupándolo en vezde seguir la dirección. Las ideas religiosas son como pa-labras, poco útiles y con frecuencia engañosas, a menosque uno conozca las realidades concretas a que se refie-ren. La palabra «agua» es un medio útil de comunica-ción entre las personas que saben lo que es el agua. Lomismo es cierto con respecto a la palabra y la idea lla-mada «Dios».Al llegar aquí, no deseo parecer misterioso o hacerafirmaciones de «conocimiento secreto». La realidadque corresponde a «Dios» y «vida eterna» es honesta, sinengaño, clara y expuesta a la vista de todos. Pero esprecisa una corrección mental para verla, de la misma

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manera que una visión clara requiere a veces la correc-ción que proporcionan unas gafas.La creencia obstaculiza, en vez de ayudar, el descu-brimiento de esta realidad, tanto si uno cree en Dioscomo si cree en el ateísmo. Hemos de hacer una distin-ción clara entre creencia y fe, porque, en la prácticageneral, la creencia ha llegado a significar un estadomental que es casi opuesto a la fe. La creencia, tal comouso la palabra en este contexto, es la insistencia en que laverdad es lo que uno querría o desearía que fuera. Elcreyente abrirá su mente a la verdad a condición de queésta encaje con sus ideas y deseos preconcebidos. La fe,por otro lado, es una apertura sin reservas de la mente ala verdad, sea ésta lo que fuere. La fe carece de concep-ciones previas; es una zambullida en lo desconocido. Lacreencia se aferra, pero la fe es un dejarse ir. En estesentido de la palabra, la fe es la virtud esencial de laciencia y, del mismo modo, de cualquier religión que nose engañe a sí misma.La mayoría de nosotros creemos a fin de sentirnosseguros, para que nuestras vidas individuales parezcanvaliosas y llenas de sentido. La creencia se ha convertidoasí en un intento de aferrarse a la vida, de hacerse conella y conservarla para uno mismo. Pero no es posiblecomprender la vida y sus misterios mientras uno trate deaferraría. En efecto, no es posible aferraría, de la mismamanera que uno no puede llevarse un río en un cubo. Sitratamos de recoger agua corriente en un cubo, es evi-dente que no comprendemos el fenómeno del agua quecorre y que siempre estaremos decepcionados, pues elagua no corre en el cubo. Para -tener» agua corrienteuno debe dejarla correr libremente. Lo mismo es ciertode la vida y de Dios.La fase actual del pensamiento y la historia humanosestá especialmente madura para ese «dejar correr». Elmismo derrumbamiento de las creencias en las que ha-bíamos buscado la seguridad, ha preparado a nuestramente. Desde un punto de vista estricto, aunque extra-ñamente, de acuerdo con ciertas tradiciones religiosas,esta desaparición de las viejas rocas y los absolutos no esninguna calamidad, sino más bien una bendición. Casinos impulsa a enfrentarnos a la realidad con la menteabierta, y sólo podemos conocer a Dios a través de laapertura mental, como se ve el cielo a través de una ven-tana clara; no es posible verlo si se han pintado los cris-tales de azul.Pero las personas «religiosas» que se resisten al ras-pado de la pintura que cubre los cristales, que contem-plan la actitud científica con temor y desconfianza y con-funden la fe con aferrarse a ciertas ideas, ignoran curio-samente las leyes de la vida espiritual que podrían en-contrar en sus propias tradiciones. Un estudio meticu-loso de la religión y la filosofía espiritual comparadas,revela que el abandono de la creencia, de ese aferrarse auna vida futura propia y de todo intento de escapar a lafinitud y la mortalidad, es una etapa regular y normal en

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el desarrollo del espíritu. En efecto, éste es en realidadun «primer principio» de la vida espiritual, lo cual debe-ría haber sido evidente desde el principio, y resulta sor-prendente que los doctos teólogos adopten actitudes queno sean la de una cooperación hacia la filosofía crítica deLa ciencia.Sin duda no es nada nuevo que la salvación sólo llegamediante la muerte de la forma humana de Dios. Peroquizá no fue fácil ver que la forma humana de Dios no essimplemente el Cristo histórico, sino también las imáge-nes, ideas y creencias en el Absoluto a las que el hombrese aferra en su mente. Este es el pleno significado delmandamiento: «No te harás escultura ni imagen alguna,ni de lo que hay arriba en los cielos..., no te postrarásante ellas ni les darás culto».Para descubrir la Realidad última de la vida —loAbsoluto, lo eterno. Dios— hay que cesar de intentarcomprenderla en tas formas de ídolos. Estos ídolos noson sólo imágenes toscas, como la imagen mental deDios que le representa en forma de un anciano caballerosentado en un trono de oro. Son nuestras creencias,nuestras estimadas ideas preconcebidas de la verdad,que bloquean la apertura mental sin reservas y el cora-zón de la realidad. El uso legítimo de las imágenes es-triba en expresar la verdad, no en poseerla.Esto siempre lo han reconocido las grandes tradicio-nes orientales como el budismo, el vedanta y el taoísmo.Tampoco los cristianos han desconocido el principio,pues estaba implícito en toda la historia y la enseñanza deJesús, cuya vida fue desde el comienzo una aceptación dela inseguridad, abrazada sin reservas: «Los zorros tienenmadrigueras y las aves del ciclo tienen nidos, pero el Hijodel 1 lombre no tiene donde reposar su cabeza.»El principio es todavía más pertinente si considera-mos a Cristo como divino en el sentido más ortodoxo,como la encarnación única y especial de Dios, pues eltema básico de la historia de Cristo es que esta «imagenexpresa» de Dios se convierte en la fuente de vida en elmismo acto de ser destruido. Para el discípulo* quetrataron de aferrarse a su divinidad en la forma de suindividualidad humana, dio la explicación: «Si el granode trigo no cae en tierra y mucre, queda él solo; pero simuere, da mucho fruto». De la misma manera les advir-tió: «Es menester para vosotros que me vaya, pues de locontrarío el Paracleto (el Espíritu Santo) no podrá bajarsobre vosotros».Estas palabras son más aplicables que nunca a loscristianos, y se refieren exactamente a la condición denuestra época. Nunca hemos comprendido de verdad elsentido revolucionario que hay detrás de ellas, la verdadincreíble de que eso que la religión llama la visión deDios se encuentra cuando abandonamos toda creenciaen la idea de Dios. Por la misma ley del esfuerzo inver-tido, descubrimos lo «infinito» y lo «absoluto», no esfor-zándonos por escapar del mundo finito y relativo, sinomediante la aceptación más completa de sus limitacio-

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nes. Por paradójico que pueda parecer, de modo seme-jante sólo nos parece la vida llena de significado cuandohemos visto que carece de propósito, y sólo conocemosel «misterio del universo» cuando estamos convencidosde que no sabemos absolutamente nada sobre él. El ag-nóstico, relativista o materialista ordinario no logra lle-gar a este punto porque no sigue su Línea de pensamien-to consecuentemente hasta el final.... un final que seríala sorpresa de su vida. Abandona la fe demasiado pron-to, deja de lado la apertura a la realidad, y permite quela doctrina endurezca su mente. El descubrimiento delmisterio, la maravilla por encima de todas las maravillas,no requiere creencia, pues sólo podemos creer en lo queya hemos conocido, preconcebido c imaginado. Peroesto se encuentra más allá de toda imaginación. Sólotenemos que abrir lo suficiente los ojos de la mente y «laverdad saldrá».II. EL DOLOR Y EL TIEMPOHay ocasiones en las que casi todos envidiamos a losanimales, porque ellos sufren y mueren, pero no pareceque hagan de eso un «problema». Da la impresión deque sus vidas tienen muy pocas complicaciones. Comencuando tienen hambre, duermen cuando están cansados,y el instinto, más que la inquietud, parece gobernar susescasos preparativos para el futuro. Por lo que podemosjuzgar, cada animal está tan ocupado con lo que hace enel momento presente, que no se le ocurre preguntarse sila vida tiene un sentido o un futuro. Para el animal, lafelicidad consiste en disfrutar de la vida en el presenteinmediato, no en la seguridad de que tiene por delantetodo un futuro de deleites.Esto no se debe a que el animal sea un zoquete relativa-mente insensible. Con frecuencia su visión y sus sentidos deloído y del olfato son mucho más agudos que los nuestros, yes difícil dudar de que disfruta inmensamente de su comida ydel sueño. Pero a pesar de la agudeza sensorial, tiene uncerebro algo insensible. Está más especializado que elnuestro, por lo que el animal es una criatura de hábitos; esincapaz de razonar y hacer abstracciones, y tiene unospoderes de memoria y predicción en extremo limitados.No cabe duda de que el cerebro humano sensibleincrementa en grado inconmensurable la riqueza de lavida. Pero esto lo pagamos caro, porque el aumento desensibilidad en general nos hace especialmente vulnera-bles. Podemos ser menos vulnerables volviéndonos me-nos sensibles, más pétreos y menos humanos, y así me-nos capaces de gozo. La sensibilidad requiere un altogrado de blandura y fragilidad: los globos oculares, lostímpanos, las papilas gustativas y las terminaciones ner-viosas culminan en el órgano altamente delicado del ce-rebro. No son sólo blandos y frágiles, sino también pere-cederos. Parece que no existe ninguna manera eficaz dereducir la delicadeza y el carácter perecedero del tejidovivo sin que disminuya también su vitalidad y sensibili-dad.

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Para gozar de placeres intensos, también hemos desoportar intensos dolores. Amamos el placer y detesta-mos el dolor, pero parece imposible gozar del primerosin sufrir el segundo. En efecto, parece como si ambosdebieran alternar de alguna manera, pues el placer con-tinuo es un estimulo que ha de saciarse o incrementarse:una de las dos cosas, el aumento o bien endurecerá lasterminaciones sensoriales con su fricción, o bien produ-cirá dolor. Un régimen continuo de alimentos ricos, obien destruye el apetito o bien enferma a la persona quelo sigue.Así pues, hasta el punto en que la vida se considerabuena, la muerte debe ser mala en proporción. Cuantomás capaces somos de amar a otra persona y gozar de sucompañía, mayor debe ser nuestro dolor por su muerte osu separación- Cuanto más se aventura en nuestra expe-riencia el poder de la conciencia, mayor es el precio quehemos de pagar por su conocimiento. Es comprensibleque a veces nos preguntemos si la vida no ha ido dema-siado lejos en esta dirección, si »el resultado justifica lamolestia» y si no sería mejor invertir el curso de la evolu-ción en la otra única dirección posible, hacia atrás, haciala paz relativa del animal, el vegetal y el mineral.Con frecuencia se intenta algo por el estilo. Porejemplo, la mujer que, tras sufrir algún profundo agra-vio emotivo en el amor o el matrimonio, jura que nuncapermitirá que otro hombre juegue con sus sentimientosy asume el papel de la solterona dura y amargada. Casimás corriente es el caso del muchacho sensible que apren-de en la escuela a encasillarse en el papel del "tipoduro». De adulto, y a modo de defensa propia represen-ta el papel del filisteo, para quien toda cultura intelec-tual y emocional es femenina y -propia de apocados».Llevado hasta su extremo, el final lógico de esta clase dereacción a la vida es el suicidio. La persona caracterizadapor su reciedumbre, por su carácter aguerrido, es siem-pre, por asi decirlo, un suicida parcial; parte de si mismoestá ya muerta.En consecuencia, para ser plenamente humanos, re-bosantes de vida y conciencia de las cosas, parece serque hemos de estar dispuestos a sufrir por nuestros pla-ceres. Sin esa disposición no es posible que se produzcauna intensificación de la conciencia. Sin embargo, y ha-blando en general, no estamos dispuestos a aceptar elsufrimiento, y la suposición de que podamos estarlo po-dría incluso considerarse extraña, pues nuestra natura-leza se rebela de tal modo contra el dolor que la mismaidea de «disposición» a soportarlo más allá de ciertopunto puede parecer imposible y carente de significado.Bajo estas circunstancias, nuestra vida se caracterizapor la contradicción y el conflicto, porque la concienciadebe abarcar tanto el placer como el dolor, y esforzarsepor conseguir el placer excluyendo el dolor es, en efecto,esforzarse por la pérdida de conciencia. Dado que estapérdida es, en principio, equivalente a la muerte, estosignifica que cuanto más luchamos por la vida (como

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placer), tanto más matamos realmente aquello que ama-mos.De hecho, ésta es la actitud común del hombre haciamuchas de las cosas que ama. pues la mayor parte de laactividad humana tiene el proposito de hacer permanen-tes esas experiencias y alegrías que inspiran afecto por-que son cambiantes. La música es una delicia debido asu ritmo y su flujo, pero en cuanto detenemos el flujo yprolongamos una nota o acorde más allá de su tiempo, elritmo se destruye. Dado que la vida, de modo similar, esun proceso que fluye, el cambio y la muerte son suspartes necesarias. Esforzarse por su exclusión es esfor-zarse contra la vida.No obstante, la simple experiencia del dolor y el pla-cer alternos no es, en modo alguno, el núcleo del pro-blema humano. La razón por la que queremos que lavida signifique algo, que busquemos a Dios o la vidaeterna, no es simplemente que tratemos de alejarnos deuna experiencia inmediata del dolor, como tampoco poresa razón adoptamos actitudes y papeles como hábitosde autodefensa perpetua. El verdadero problema no pro-cede de ninguna sensibilidad momentánea al dolor, sinode nuestros maravillosos poderes de memoria y previ-sión, en una palabra, de nuestra conciencia del tiempo.Para que el animal sea feliz le basta que pueda disfru-tar del momento presente, pero el hombre difícilmentese siente satisfecho con eso. Le interesa mucho más te-ner recuerdos y expectativas placenteros, sobre todo lasúltimas. Cuando los tiene asegurados, es capaz de sopor-tar un presente en extremo desgraciado. Sin esta seguri-dad, puede ser extremadamente desgraciado en mediode un placer físico inmediato.He aquí una persona que sabe que dentro de quincedías ha de someterse a una intervención quirúrgica. En-tretanto no sufre ningún dolor físico; puede comer loque quiera; le rodean amigos y afecto humano; realizaun trabajo que normalmente le interesa mucho. Pero eltemor constante neutraliza su capacidad de disfrutar detodo ello. Es insensible a las realidades inmediatas quele rodean. Su mente está preocupada por algo que toda-vía no es presente. No es como si pensara en ello de unamanera práctica, tratando de decidir si debería some-terse a la operación o no, o haciendo planes para res-guardar a su familia y sus asuntos en caso de que muera.Ya ha tomado esas decisiones, pero piensa en la opera-ción de una manera totalmente fútil, que arruina su dis-frute presente de la vida y no contribuye en nada a lasolución de ningún problema. Sin embargo, no puedeevitar que le domine ese temor.Este es el problema humano característico. El objetodel temor puede que no sea una operación en el futuroinmediato. Puede ser el problema del alquiler a pagar elmes próximo, la amenaza de una guerra o un desastresocial, la dificultad de ahorrar lo suficiente para la vejezo la muerte. Este «aguafiestas del presente- puede queni siquiera sea un temor por algo futuro, sino algo del

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pasado, el recuerdo de un agravio, algún delito o indis-creción, que acosa el presente con un sentimiento deenojo o culpabilidad. No es posible ser feliz en el pre-sente a menos que el pasado se haya «limpiado» y el fu-turo sea brillante y prometedor.No puede haber duda de que el poder de recordar ypredecir, de realizar una secuencia ordenada a partir deun caótico revoltijo de momentos desconectados, es unmaravilloso desarrollo de la sensibilidad. En cierto sen-tido, es el logro del cerebro humano, que proporciona alhombre los poderes más extraordinarios de superviven-cia y adaptación a la vida. Pero la manera en que utiliza-mos generalmente este poder tiende a destruir todas susventajas, pues sirve de muy poco ser capaz de recordar ypredecir si eso nos incapacita para vivir plenamente en elpresente.¿De qué sirve planificar la posibilidad de comer lasemana próxima si realmente no vamos a disfrutar cuan-do llegue el momento? Si estoy tan ocupado planeandocómo comer la próxima semana que no puedo disfrutarrealmente de lo que como ahora, me encontraré en lamisma situación cuando llegue el «ahora» de las comidasa tomar la próxima semana.Sí mi felicidad en este momento consiste principal-mente en revisar recuerdos y expectativas felices, sólosoy vagamente consciente de este presente, y seguiréteniendo esa vaga conciencia del presente cuando ocu-rran las buenas cosas que he estado esperando, pues mehabré formado el hábito de mirar atrás y adelante, ha-ciendo asi que me resulte difícil atender el aquí y el ahora.Entonces, si mi conciencia del futuro y el pasado mehace menos consciente del presente, debo empezar a pre-guntarme sí estoy viviendo de veras en el mundo real.Después de todo, el futuro carece por completo desentido e importancia a menos que, más tarde o mástemprano, se convierta en presente. Así, planear paraun futuro que no va a convertirse en presente es tanabsurdo como planear para un futuro que, cuando lle-gue, me encontrará «ausente», empeñado en mirar porencima del hombro en vez de mirarle a la cara.Esta clase de vivir en la fantasía de la expectativa másque en la realidad del presente es el problema especialde esos hombres de negocios que viven únicamente paraproducir dinero. Son muchísimas las personas adinera-das que entienden mucho más de hacer dinero y ahorrar-lo que de usarlo y disfrutarlo. No logran vivir porquesiempre se están preparando para vivir- En vez de ga-narse la vida, lo que hacen sobre todo es ganar unaganancia, y así, cuando llega el momento de relajarse,son incapaces de hacerlo. Muchos hombres que han te-nido «éxito» se aburren y se sienten desgraciados cuandose jubilan, y vuelven a su trabajo sólo para evitar que unhombre más joven ocupe su lugar.Desde otro punto de vista, nuestra manera de utilizarla memoria y la predicción hace que seamos menos —yno más— adaptables a la vida. Si para disfrutar de un

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presente agradable debemos tener la seguridad de unfuturo feliz, estamos «pidiendo la luna». Carecemos deesa seguridad. Las mejores predicciones se basan toda-vía en la probabilidad más que en la certeza, y sabemosperfectamente que cada uno de nosotros va a sufrir ymorir. Entonces, si no podemos vivir felizmente sin unfuturo asegurado, es que, desde luego, no nos adapta-mos a vivir en un mundo finito donde, a pesar de losmejores planes, ocurrirán accidentes, y cuyo único finales la muerte.Este es, pues, el problema humano: hay que pagarun precio por cada aumento de la conciencia. No pode-mos ser sensibles al placer sin ser más sensibles al dolor.Recordando el pasado podemos planear para el futuro,pero la capacidad de planear está compensada por la«capacidad» de temer el dolor y lo desconocido. Ade-más, el crecimiento de una intensa sensación del pasadoy del futuro se corresponde con una vaga sensación delpresente. En otras palabras, parece que llegamos a unpunto en el que las ventajas de ser conscientes son supe-radas por sus desventajas, en el que una sensibilidadextrema hace que no nos podamos adaptar.Bajo estas circunstancias nos sentimos en conflictocon nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea, y es con-solador poder pensar que en este mundo contradictoriono somos más que «extraños y peregrinos», pues si nues-tros deseos no concuerdan con nada que el mundo finitopueda ofrecer, da la impresión de que nuestra naturalezano es de este mundo, que nuestros corazones están he-chos no para lo finito, sino para lo infinito. El descon-tento de nuestra alma parecería ser la señal y el sello desu divinidad.Pero ¿acaso el deseo de algo demuestra que ese algoexiste? Sabemos que no es necesariamente asi en abso-luto. Puede ser consolador pensar que somos ciudada-nos de otro mundo aparte de éste, y que tras nuestroexilio en la tierra podemos regresar al verdadero hogarque desea nuestro corazón. Pero si sumos ciudadanos deeste mundo, y si no puede haber ninguna satisfaccióndefinitiva al descontento del alma, ¿no habrá cometidola naturaleza un error al ponernos en el mundo?Hay motivos para formular esa pregunta, pues pa-rece que. en el hombre, la vida está en inevitable con-flicto consigo misma. Para ser felices, debemos poseer loque no está a nuestro alcance. La naturaleza ha hechoque el hombre conciba deseos imposibles de satisfacer.Para beber más plenamente de la fuente del placer, le haproporcionado capacidades que le hacen más susceptibleal dolor. La naturaleza nos ha dado el poder de controlarun poco el futuro.... lo cual pagamos con la frustración desaber que al final saldremos derrotados. Si esto nos pa-rece absurdo, eso es sólo decir que la naturaleza ha conce-bido la inteligencia humana para reprenderse a sí mismapor el absurdo. La conciencia parece ser el ingeniososistema que tiene la naturaleza de torturarse a sí misma.

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Naturalmente, no queremos pensar que esto sea cierto.Pero sería fácil mostrar que la mayor parte de los razona-mientos para refutarlo no son más que espejismos.... el mé-todo que tiene la naturaleza de evitar el suicidio, de modoque la idiotez pueda continuar. Razonar, pues, no es sufi-ciente. Debemos profundizar más. Debemos examinar estavida. esta naturaleza, que se ha hecho consciente en nuestrointerior, y descubrir si en verdad está en conflicto consigomisma, si desea realmente la seguridad y la ausencia dedolor que sus formas individuales nunca pueden disfrutar.III. LA GRAN CORRIENTEParecemos moscas que han caído en un recipientecon miel. Como la vida es dulce, no queremos abando-narla, pero cuanto más participamos en ella, tanto másatrapados, limitados y frustrados nos sentimos. La ama-mos y la odiamos al mismo tiempo. Nos enamoramos deotros seres y de las posesiones sólo para que nos torturela inquietud que nos producen. El conflicto no es sóloentre nosotros y el universo circundante, sino entre no-sotros mismos, pues la naturaleza intratable está tantoen nuestro alrededor como dentro de nosotros. La «vida»exasperante que es a la vez digna de afecto y perecedera,agradable y dolorosa, una bendición y una maldición, estambién la vida de nuestros cuerpos.Es como si estuviéramos divididos en dos partes. Porun lado esta el «Yo» consciente, a la vez intrigado ydesconcertado, la criatura capturada en la trampa. PorOtro lado está el «yo», que es una parte de la naturaleza,la carne caprichosa con todas sus limitaciones concu-rrentes de belleza y frustración. El «Yo» se cree un indi-viduo razonable y critica siempre al «yo» por su perversi-dad, por tener pasiones que le crean problemas al «Yo»,por estar sujeto tan fácilmente a enfermedades doloro-sas e irritantes, por tener órganos que se desgastan yapetitos que nunca se pueden satisfacer, diseñados de talmodo que si uno trata de saciarlos plenamente, con unaespecie de «golpe» definitivo, se enferma.Quizá lo más exasperante del «yo», de la naturaleza yel universo, es que nunca se quedan «quietos». Es comouna mujer bella a la que nunca cogerán, y cuyo encantoradica en su misma naturaleza huidiza, pues el carácterperecedero y mudable del mundo forma parte de su vi-vacidad y su encanto. Por este motivo los poetas suelenalcanzar altas cotas de lirismo cuando hablan del cam-bio, de la «transítoriedad de la vida humana». La bellezade esa poesía radica en algo más que en una nota denostalgia que produce un nudo en la gargantaYa han terminado nuestras francachelas. Estos ado-res nuestros.Corno te predije, eran todos ellos espíritus, y,Se han fundido en el aire, en la atmósfera tenue:Y, como el tejido infundado de esta visión,Las torres nimbadas de nubes, los magníficos pala-cios,Los templos solemnes, el gran globo en sí.Si, lodo cuanto hereda, se disolverá,

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Y, como este insustancial espectáculo desvanecido.No dejará detrás un solo vestigio.En la belleza de este poema hay algo más que la su-cesión de imágenes melodiosas, y el tema de la disolu-ción no se limita a tomar prestado su esplendor de laspropias cosas disueltas. La verdad es mejor que las imá-genes que, por bellas que sean en si mismas, cobran vidaen el acto de desvanecerse. El poeta les extrae su solidezestática y fragua una belleza que, de otro modo, sólosería estatuaria y arquitectónica en la música, la cual, encuanto ha sonado, se extingue. Las torres, los palacios ylos templos se hacen vibrantes y se separan del exceso devida que contienen. Ser pasajero es vivir; permanecer ycontinuar es morir. «Si el grano de trigo cae en tierra ymucre, queda 61 solo; pero si muere, da mucho fruto.»Y es que los poetas han visto la verdad de que lavida, el cambio, el movimiento y la inseguridad son otrostantos nombres de la misma cosa. Aquí, precisamente,la verdad es belleza, pues el movimiento y el ritmo sonparte de la esencia de todas las cosas dignas de amor. Enescultura, arquitectura y pintura la forma terminada per-manece inmóvil, pero, aun así, la vista se complace en laforma sólo cuando contiene cierta falta de simetría, cuan-do, aunque esté inmovilizado en piedra, parece como siestuviera en medio del movimiento.¿No es, entonces, una extraña incongruencia y unaparadoja antinatural que el «Yo» se resista al cambio en«yo» y en el universo circundante? Pues el cambio no essimplemente una fuerza de destrucción. Toda forma esrealmente una pauta de movimiento, y todo ser vivo escomo el río, el cual, si no fluyera, nunca podría desem-bocar. La vida y la muerte no son dos fuerzas opuestas,sino simplemente dos maneras de contemplar la mismafuerza, pues el movimiento del cambio es tanto el cons-tructor como el destructor. El cuerpo humano vive por-que es un complejo de movimientos, de circulación, res-piración y digestión. Resistirse al cambio, tratar de afc-rrarsc a la vida. es. pues, como retener el aliento: sipersistes, te matas.Al pensar en nosotros mismos como divididos en«Yo» y «yo», olvidamos fácilmente que la concienciatambién vive porque se mueve. Es tanto una parte y unproducto de la corriente de cambio como el cuerpo y todoel mundo natural. Si lo consideras cuidadosamente, verásque la conciencia —eso que llamamos «Yo»— es en rea-lidad una corriente de experiencias, sensaciones, pensa-mientos y sentimientos en constante movimiento, perodebido a que estas experiencias incluyen los recuerdos,tenemos la impresión de que «Yo» es algo sólido e inmó-vil, como una tablilla en la que la vida inscribe su cró-nica.No obstante, la «tablilla» se mueve con los dedos queescriben, como el río fluye junto con las ondas del agua,de modo que la memoria es como una crónica escrita enel agua, no una crónica con caracteres grabados, sinocon olas a las que otras olas, llamadas sensaciones y

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hechos, ponen en movimiento. La diferencia entre el«Yo» y «yo» es en gran medida una ilusión de la memo-ria. En realidad, el «Yo» es de la misma naturaleza que«yo». Forma parte de todo nuestro ser, de la mismamanera que la cabeza forma parte del cuerpo. Pero si nose comprende esto, el «Yo» y «yo», la cabeza y elcuerpo, se sentirán en desacuerdo. El «Yo», al no com-prender que también forma parte de la corriente de cam-bio, intentará encontrar sentido al mundo y la experien-cia, tratando de fijarlos.Tendremos entonces una guerra entre la conciencia yla naturaleza, entre el deseo de permanencia y el hechodel flujo. Esta guerra debe ser totalmente fútil y frus-trante —un círculo vicioso— porque es un conflicto en-tre dos partes de la misma cosa. Debe conducir al pensa-miento y la acción en unos círculos cada vez más rápidosque no van a ninguna parte, pues cuando dejamos de verque nuestra vida es cambio, nos enfrentamos a nosotrosmismos y nos volvemos como Ouroboros. la serpientedesorientada, que trata de morderse su propia cola. Ou-roboros es el símbolo perenne de todos los círculos vicio-sos, de todo intento de dividir nuestro ser y hacer queuna parte conquiste a la otra.Por mucho que luchemos, la «fijación- nunca darásentido al cambio. La única manera de hacer que elcambio tenga sentido consiste en sumergirse en él. mo-verse con él. participar en el baile.La religión, tal como la hemos conocido la mayoríade nosotros, ha tratado evidentemente de dar sentido ala vida por medio de la fijación. Ha tratado de dar a estemundo pasajero un sentido, al relacionarlo con un Diosinmutable, y viendo su meta y sus objetivos como unavida inmortal en la que el individuo se unifica con lanaturaleza inmutable de la deidad. «Dispénsales, Señor,la vida eterna y haz que les ilumine la luz perpetua.» Demodo parecido, trata de dar sentido a los movimientosturbulentos de la historia, relacionándolos con las leyesfijas de Dios, «cuya Palabra existirá eternamente».Así es como nos hemos creado un problema, al con-fundir lo inteligible con lo fijo. Creemos que dar sentidoa la vida es imposible a menos que el flujo de los aconte-cimientos pueda encajar de algún modo en una estructu-ra de formas rígidas. Para que la vida tenga sentido.debe ser comprensible desde el punto de vista de lasideas y las leyes fijas, y éstas, a su vez, deben correspon-der a realidades inmutables y eternas detrás del escena-rio cambiante.1 Pero si esto es lo que significa «darsentido a la vida», nos hemos impuesto la tarea imposi-ble de extraer la fijeza del flujo.Antes de que podamos descubrir si hay algún modomejor de comprender nuestro universo, hemos de verclaramente como se ha producido esta confusión de -sen-tido» y «fijeza-.La raíz de la dificultad estriba en que hemos desarro-llado la capacidad de pensar tan rápida y unilateralmen-te que nos hemos olvidado de la relación apropiada en-

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tre pensamientos y acontecimientos, palabras y cosas. Elpensamiento consciente ha creado su propio mundo, y,cuando se descubre que éste entra en conflicto con elmundo real, tenemos la sensación de que hay un profun-do desacuerdo entre el «Yo», el pensador consciente, yla naturaleza. Este desarrollo unilateral del hombre noes peculiar de intelectuales y personas «cerebrales», loscuales son sólo ejemplos extremos de una tendencia queha afectado a nuestra civilización.Lo que hemos olvidado es que los pensamientos y laspalabras son convenciones, y que es fatal tomar las con-venciones con una seriedad excesiva. Una convención esuna conveniencia social, como, por ejemplo, el dinero.El dinero nos libra de los inconvenientes del trueque.I. Mas adelante teremos que citas afea* mctaBUcai de lo Inmutable y loele mu pueden tener citru w ni ido No implican nccc*a ríame me una vuilnestática de la realidad, y si bien se usan ordinaria ni cote como intentos de-fijare! flujo*, no siempre ha sidoasi.pero es absurdo tomar el dinero demasiado seriamente,confundirlo con la auténtica riqueza, puesto que no sirveen absoluto para comer o para vestirse con él. El dineroes más o menos estático, puesto que el oro, la plata, elpapel moneda o un saldo bancario pueden «permanecerquietos» durante largo tiempo. Pero la auténtica ri-queza, como la comida, es perecedera. Así, una comuni-dad puede poseer todo el oro del mundo, pero si nocuida de sus cosechas se morirá de hambre.De un modo algo parecido, los pensamientos, lasideas y las palabras no son «monedas» que sustituyen alas cosas reales. No son esas cosas, y aunque las repre-sentan, en muchos aspectos no se corresponden en abso-luto. Con los pensamientos y las cosas ocurre lo mismoque con el dinero y la riqueza: las ideas y las palabrasestán más o menos fijadas, mientras que las cosas verda-deras cambian.Es más fácil decir «Yo» que señalar nuestro cuerpo, ydecir «quiero» que tratar de indicar una vaga sensaciónen la boca y el estómago. Es más conveniente decir«agua» que llevar a tu amigo hasta un pozo y hacer losgestos adecuados. También es conveniente ponerse deacuerdo en el uso de las mismas palabras para las mismascosas, y mantener estas palabras sin cambio, aun cuandolas cosas que indicamos estén en constante movimiento.Al principio, el poder de las palabras debió de pare-cer mágico, y realmente los milagros que ha producido elpensamiento verbal han justificado la impresión. ¡Quémaravilloso debió de ser desembarazarse de las moles-tias del lenguaje por medio de signos y llamar a un amigohaciendo simplemente un ruidito... su nombre! No es deextrañar que los nombres se considerasen manifestacio-nes misteriosas de poder sobrenatural, y que los hom-bres hayan identificado sus nombres con sus almas o loshayan usado para invocar fuerzas espirituales. Real-mente, el poder de las palabras se le ha subido al hombrea la cabeza en más de un aspecto. Definir ha llegado asignificar casi lo mismo que comprender. Y lo que es

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más importante todavía: las palabras han permitido alhombre definirse, etiquetar cierta parte de su experien-cia como «yo».Este es, quizá, el sentido de la antigua creencia en queel nombre es el alma, pues definir es aislar, separar algúncomplejo de formas de la corriente de la vida y decir«Esto soy yo». Cuando el hombre puede darse un nombrey definirse, siente que tiene una identidad. Así comienzaa sentirse, como la palabra, independiente y estático, encontraposición al mundo real, fluido de la naturaleza.Con ese sentimiento de separación se inicia el con-flicto entre el hombre, por un lado, y la naturaleza, porotro. El lenguaje y el pensamiento luchan cuerpo a cuer-po con el conflicto, y la magia que puede invocar a unhombre, llamándole, se aplica al universo, cuyos pode-res se nombran, se personalizan, se invocan en la mitolo-gía y la religión. Los procesos naturales se hacen inteligi-bles, porque todos los procesos regulares, como la rota-ción de los astros y las estaciones, se pueden expresarcon palabras, y su actividad puede adscribirse a los dio-ses o a Dios, la Palabra eterna. Posteriormente la cienciaemplea el mismo proceso, estudiando toda clase de regu-laridad en el universo, nombrando, clasificando y usán-dolas de manera todavía más milagrosa.Pero puesto que el uso y la naturaleza de las palabrasy los pensamientos consiste en estar fijos, definidos, ais-lados, resulta difícil en extremo describir la característicamás importante de la vida: su movimiento y fluidez. Dela misma manera que el dinero no representa a los ali-mentos en sus aspectos perecedero y comestible, tam-poco las palabras y pensamientos representan la vitali-dad de la vida. La relación entre pensamiento y movi-miento es algo parecido a la diferencia entre un hombrede verdad que corre y una película que le representa co-rriendo en una serie de «vistas fijas».Recurrimos a la convención de las vistas fijas siempreque queremos describir o pensar en algún cuerpo en mo-vimiento, como un tren, declarando que en tales y cualesmomentos está en tales y cuales lugares. Pero esto no esdel todo cierto. Podemos decir que un tren está «¡aho-ra!» en un punto determinado, pero tardaremos algúntiempo en decir «¡ahora!», y durante ese intervalo, porbreve que sea, el tren seguía moviéndose. Sólo podemosdecir que el tren en movimiento está realmente (porejemplo, se detiene) en un punto determinado para unmomento determinado si ambos son infinitamente pe-queños. Pero los puntos y los momentos fijos infinita-mente pequeños son siempre puntos imaginarios, sonhabitantes de la teoría matemática más que del mundoreal.Para el cálculo científico resulta muy convenientepensar en el movimiento como una serie de sacudidas odetenciones muy pequeñas. Pero la confusión surge cuan-do el mundo descrito y medido por tales convenciones seidentifica con el mundo de la experiencia. Una serie de

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detenciones o «vistas fijas» no transmiten la esencial vi-talidad y belleza del movimiento, a menos que se mue-van rápidamente ante nuestros ojos. La definición, ladescripción, deja fuera lo más importante.Por útiles que sean estas convenciones para los finesdel cálculo, el lenguaje y la lógica, surgen los absurdoscuando pensamos en que la clase de lenguaje que usa-mos o la clase de lógica con la que razonamos puedenrealmente definir o explicar el mundo «físico». Parte dela frustración del hombre se debe a que se ha acostum-brado a esperar que el lenguaje y el pensamiento ofrez-can explicaciones que no pueden darle. Querer que lavida sea «inteligible» en este sentido es querer que seauna cosa distinta a la vida, es preferir el hombre quecorre en la película al hombre real. Sentir que la vidacarece de sentido a menos que «Yo» pueda ser perma-nente, es como haberse enamorado desesperadamentede un centímetro.Las palabras y las medidas no proporcionan vida,sino que se limitan a simbolizarla. Así. todas las «expli-caciones» del universo envueltas en el lenguaje son cir-culares, y dejan las cosas más esenciales sin explicar nidefinir. El mismo diccionario es circular: define las pala-bras remitiendo a otras palabras. El diccionario se acer-ca un poco más a la vida cuando, junto con unas pala-bras, ofrece una imagen, pero obsérvese que todas lasimágenes del diccionario van unidas a sustantivos en vezde verbos. Una ilustración del verbo correr tendría queser una serie de vistas fijas, como una tira cómica, pueslas palabras y las imágenes estáticas no pueden ni definirni explicar un movimiento.Incluso los sustantivos son convencionales. No defi-nimos ese «algo» real, viviente, asociándolo con el so-nido hombre. Cuando, señalando con el dedo, decimos«Esto es un hombre», aquello que señalamos no es hom-bre. Para ser más claros deberíamos haber dicho: «Estose simboliza con el sonido hombre». Entonces, ¿qué esestol No lo sabemos, es decir, no podemos definirlo deuna manera fija, si bien, en otro sentido, lo conocemoscomo nuestra experiencia inmediata: un proceso fluyen-te sin principio ni final definibles. Solamente una con-vención me persuade de que soy simplemente este cuer-po limitado por una piel en el espacio y por el nacimien-to y la muerte en el tiempo.¿Dónde comienzo y termino en el espacio? Tengo re-laciones con el sol y el aire que son partes tan vitales demi existencia como lo es el corazón. El movimiento en elque soy una pauta o circunvolución se inició en un tiem-po incalculable antes del acontecimiento (aislado con-vencionalmente) llamado nacimiento, y continuará mu-cho después del acontecimiento llamado muerte. Sólolas palabras y las convenciones pueden aislarnos del«algo» totalmente indefinible que es el todo.Ahora bien, estas palabras son útiles, siempre que lastratemos como convenciones y las usemos como las lí-neas imaginarias de latitud y longitud que se trazan en

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los mapas, pero que no se encuentran realmente sobre lasuperficie de la tierra. En la práctica, sin embargo, todosestamos embrujados por las palabras, a las que confun-dimos con el mundo real, y tratamos de vivir en éstecomo si fuera el mundo de las palabras. El resultado esque nos sentimos consternados y confundidos cuando laspalabras no encajan. Cuanto más tratamos de vivir en elmundo de las palabras, más aislados y solos nos senti-mos, y tanto más toda la alegría y la vivacidad de lascosas se intercambia por mera certidumbre y seguridad.Por otro lado, cuanto más nos vemos obligados a admitirque vivimos efectivamente en el mundo real, más igno-rantes, inciertos e inseguros nos sentimos acerca detodo.Pero no puede haber cordura a menos que se reco-nozca la diferencia entre esos dos mundos. El alcance ylos propósitos de la ciencia se malinterpretan lastimosa-mente cuando el universo que describe se confunde conel universo en el que vive el hombre. La ciencia habla deun símbolo del universo real, y este símbolo tiene un usomuy parecido al del dinero. Es un instrumento muy útilpara ahorrar tiempo y efectuar arreglos prácticos. Perocuando se confunden dinero y riqueza, realidad y cien-cia, el símbolo se convierte en una carga.De manera similar, el universo descrito en la religiónformal, dogmática, no es más que el símbolo del mundoreal, el cual, de modo similar, también está construido abase de distinciones verbales y convencionales. Separara «esta persona- del resto del universo es efectuar unaseparación convencional. Querer que «esta persona» seaeterna es querer que las palabras sean la realidad, einsistir en que una convención se prolongue eterna-mente. Anhelamos la perpetuidad de algo que jamás haexistido. La ciencia ha «destruido» el símbolo religiosodel mundo porque, cuando los símbolos se confúndelacon la realidad, las diferentes maneras de simbolizar larealidad parecerán contradictorias.La manera científica de simbolizar el mundo es másapropiada para fines utilitarios que la manera religiosa,pero esto no significa que sea más «verdadera». ¿Es másverdadero clasificar a los conejos según lo que comenque según su pelaje? Depende de lo que quiera hacersecon ellos. El choque entre la ciencia y la religión no hamostrado que la religión sea falsa y la ciencia cierta, sinoque todos los sistemas de definición son relativos segúnlos diversos propósitos, y que ninguno de ellos «com-prende» verdaderamente la realidad. Y como la religiónha sido mal utilizada como medio para comprender y po-seer realmente el misterio de la vida, era muy necesario,hasta cierto punto, «bajarla del pedestal».Pero en el proceso de simbolizar el universo de unamanera u otra para éste o aquél propósito, parece quehemos perdido la verdadera alegría y significado de lavida. Todas las diversas definiciones del universo hantenido motivos ulteriores, preocupadas por el futuromás que por el presente. La religión quiere asegurar el

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futuro más allá de la muerte, y la ciencia quiere asegu-rarla hasta la muerte y posponer ésta. Pero el mañana ylos planes para el mañana pueden carecer de significadoabsoluto, a menos que estemos en pleno contacto con larealidad del presente, dado que vivimos en el presente ysólo en el presente. No hay más realidad que la realidadpresente, de modo que, incluso si uno viviera indefinida-mente, vivir para el futuro sería no entender las cosasdurante toda la eternidad.Pero es precisamente esta realidad del presente, estemovimiento, este ahora vital lo que elude todas las defi-niciones y descripciones. Éste es el misterioso mundoreal que nunca pueden sujetar las palabras y las ideas. Alvivir siempre para el futuro, quedamos fuera de contactocon esta fuente y centro de la vida, y el resultado es quetoda la magia de nombrar y pensar se ha convertido enuna especie de fracaso temporal.Los milagros de la tecnología nos hacen vivir en unmundo frenético y mecánico que violenta la biología hu-mana, y no nos permite hacer nada más que perseguir elfuturo cada ve/ con mayor rapidez. El pensamiento pon-derativo se revela incapaz de controlar el surgimiento dela bestia en el hombre, una bestia más «bestial» quecualquier criatura salvaje, enloquecida y exasperada porla persecución de ilusiones. La especia lización en la ver-borrea, la clasificación y el pensamiento mecanizado hapuesto al hombre fuera de contacto con muchos de losmaravillosos poderes del «instinto» que gobiernan sucuerpo. Además, le ha separado totalmente del universoy de su propio «yo». Y así, cuando toda la filosofía se hadisuclto en relativismo y ya no puede dar un sentido fijoal universo, el «Yo» aislado se siente angustiosamenteinseguro y es presa del pánico, pues el mundo real leparece una flagrante contradicción de todo su ser.Desde luego, no hay nada nuevo en este apuro dedescubrir que las ideas y las palabras no pueden sondearel misterio definitivo de la vida, que la Realidad o, si sequiere. Dios, son incomprensibles para la mente finita.La única novedad es que esa penosa situación es ahorasocial más que individual; se experimenta ampliamente,no está confinada a unos pocos. Casi todas las tradicio-nes espirituales reconocen que llega un momento en quedeben suceder dos cosas: el hombre debe renunciar a su«Yo» que siente de un modo independiente, y debe en-frentarse al hecho de que no puede conocer, esto es, de-finir, lo fundamental.Estas tradiciones también reconocen que más allá deese punto hay una «visión de Dios» que no puede expre-sarse con palabras, y que es desde luego algo absoluta-mente distinto de percibir a un radiante caballero en untrono de oro, o un destello literal de luz cegadora. Tam-bién indican que esta visión es una restauración de algoque tuvimos en otro tiempo y que «perdimos» porque nosupimos o pudimos apreciarlo. Esta visión es, pues, laconciencia despejada de ese «algo» indefinible que lla-mamos vida, realidad presente, la gran corriente, el

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ahora eterno..., una conciencia sin el sentido de separa-ción de ello.En el mismo momento en que lo nombro, ya no hayDios; es un hombre, un árbol, verde, negro, rojo,blando, duro, corto, átomo, universo. Uno estaría dis-puesto a admitir con cualquier teólogo que deplora elpanteísmo que esos habitantes de la verborrea y la con-vención, esas «cosas» misceláneas concebidas como enti-dades fijas y diferentes, no son Dios. Si me pedís que osmuestre a Dios, señalaré el sol, o un árbol, o una lom-briz. Pero si me decís: «¿Quieres decir, entonces, queDios es el sol, el árbol, la lombriz y todas las demáscosas?», tendré que responder que no habéis entendidoen absoluto.IV. LA SABIDURÍA DEL CUERPO¿Que es experiencia? ¿Que es la vida? ¿Que es elmovimiento? ¿Qué es la realidad? A todas las preguntasde esta clase debemos dar la respuesta que daba SanAgustín a la pregunta: «¿Qué es el tiempo?» «Lo sé,pero cuando me lo preguntas no lo sé.» La experiencia,la vida, el movimiento y la realidad son otros tantossonidos utilizados para simbolizar la suma de sensacio-nes, pensamientos, sentimientos y deseos. Y si me pre-guntáis: «¿Qué son las sensaciones, etcétera?», sólopuedo responder: «No seas tonto. Sabes muy bien lo queson. No podemos seguir definiendo las cosas indefinida-mente sin dar vueltas a lo mismo. Definir significa fijar, y,cuando te pones a ello, resulta que la vida real no es fija».Al final del capítulo anterior he sugerido que ese algofundamental que no puede definirse o fijarse puede re-presentarse por la palabra Dios. Si esto fuera cierto,conoceríamos a Dios desde siempre..., pero cuando em-pezamos a pensar en ello, no lo conocemos. Y es quecuando empezamos a pensar en la experiencia tratamosde fijarla en formas e ideas rígidas. Es el viejo problemade tratar de hacer paquetes de agua o de encerrar el vien-to en una caja.Sin embargo, la religión siempre nos ha enseñadoque «Dios» es algo de k> que podemos esperar sabiduríay orientación. Nos hemos acostumbrado a la idea de quela sabiduría —es decir, el conocimiento, el consejo, lainformación— pueden expresarse en afirmaciones ver-bales consistentes en orientaciones específicas. Sí esofuera cierto, cuesta ver cómo puede extraerse cualquiersabiduría de algo imposible de deñnir.Pero, de hecho, la clase de sabiduría que puedeadoptar la forma de orientaciones específicas es muypoca cosa, y la mayor parte de la sabiduría que emplea-mos en la vida cotidiana nunca nos llega como informa-ción verbal. No fue a través de declaraciones comoaprendimos a respirar, tragar, ver. hacer que la sangrecircule, digerir los alimentos o resistir a las enfermeda-des. Sin embargo, esas cosas se realizan por medio de losprocesos más complejos y maravillosos, que el aprendi-zaje por medio de los libros y la habilidad técnica nopueden jamás reproducir. Esta es una sabiduría real,

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pero nuestro cerebro tiene muy poco que hacer con ella.Es la clase de sabiduría que necesitamos para resolverlos problemas reales y prácticos de la vida humana. Yaha hecho maravillas por nosotros, y no hay motivo al-guno para que no siga haciendo muchas más.Sin ningún aparato técnico ni cálculos para predic-ción, las palomas mensajeras pueden regresar a sus palo-mares desde largas distancias, las aves migratorias pue-den visitar los mismos lugares un año tras otro y lasplantas pueden «idear» mecanismos maravillosos paraque el viento distribuya sus semillas. Desde luego, nohacen estas cosas «a propósito», lo cual es tanto comodecir que no las planean y piensan. Si pudieran hablar,no estarían en mejores condiciones para explicar cómolo hacen que las del hombre medio para explicar cómolate su corazón.Los «instrumentos- que logran estas hazañas son,realmente, órganos y procesos del cuerpo, es decir, deuna misteriosa pauta de movimiento que no comprende-mos y que, en realidad, no podemos definir. No obs-tante, los seres humanos, en general, han dejado dedesarrollar los instrumentos del cuerpo. Cada vez mástratamos de efectuar una adaptación a la vida por mediode instrumentos externos, y procuramos resolver nues-tros problemas por medio del pensamiento conscientemás que por la «habilidad» inconsciente. Esto nos bene-ficia mucho menos de kt que nos gustaría suponer.Por ejemplo, hay mujeres «primitivas» que puedendar a luz mientras trabajan en los campos, y, tras haberhecho las pocas cosas necesarias para que su bebé estéseguro, caliente y cómodo, reanudan su trabajo. Porotro lado, la mujer civilizada ha de trasladarse a un hos-pital complicado, donde, rodeada de médicos, enferme-ras e innumerables instrumentos, da a luz penosamente,con prolongadas contorsiones y dolores lacerantes. Escierto que las condiciones antisépticas evitan la muertede muchas madres e hijos, pero ¿por qué no podemostener las condiciones antisépticas y además la forma na-tural y fácil de dar a luz?La respuesta a esta pregunta y muchas otras simila-res, es que nos han enseñado a descuidar, despreciar yviolar nuestros cuerpos, y a poner toda nuestra fe en elcerebro. En efecto, la enfermedad especial del hombrecivilizado podría describirse como un bloqueo o cismaentre su cerebro (concretamente el córtcx) y el resto desu cuerpo. Esto corresponde a la división entre el «Yo» y«yo», el hombre y la naturaleza, y a la confusión deOuroboros, la serpiente atolondrada que no sabe que lacola es el otro extremo de su cuerpo. Felizmente, en losaños recientes ha habido por lo menos dos científicosque han llamado la atención sobre este cisma, los seño-res Lancclot Law Whyte y Trigant Burrow.' Whytellama a esta enfermedad la «disociación europea», noporque sea peculiar de la civilización europeo-america-na, sino porque es especialmente característica de ella.

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Tanto Whyte como Burrow han ofrecido una des-cripción clínica o diagnosis del cisma, en cuyos detallesno es preciso que nos detengamos aquí. Simplemente,dicen en lenguaje «medico» que hemos permitido al cere-bro pensante que desarrolle y domine nuestras vidasfuera de toda proporción con la «sabiduría instintiva», lacual permitimos que se hunda en la atrofia. En conse-cuencia, estamos en guerra con nosotros mismos: el ce-rebro desea cosas que el cuerpo no quiere, y el cuerpodesea cosas que el cerebro no le permite; el cerebro daorientaciones que el cuerpo no sigue, y el cuerpo pro-porciona impulsos que el cerebro no puede comprender.1. De los obras de L. L. Whyie. 7ht Nt" Developmeni ¡n Man (HenryHolt. Nueva Yort. I94J) « de facil lectura y muy interésame, mientras* queThe Uniiary Principie in Phyüti and Btology (Henry Holt, Nueva York.1*43) es estrictamente para el lector científico. Lamcntublemcnic, los Ubre»de Iturrosv, Social Baiu of Conulousnta (Londres. 1927) y The Strutiurr ofIntanily (Londres. I932j e*tán agolado*, pero la mayor parte de su materialfigura en su Neurma of Man (Roulledgc, Londres. 1948). Probablementehay otros cknnOcos que trabajan en estas misma* aneas, pero no conozco aninguno más.De una forma u otra, el hombre civilizado está deacuerdo con San Francisco en pensar que el cuerpo es elhermano asno. Pero incluso los teólogos han reconocidoque la fuente del mal y la estupidez no radica en elorganismo físico como un todo, sino en el cerebro sepa-rado, disociado, al que denominan la «voluntad».Cuando comparamos el deseo humano con el ani-mal, encontramos muchas diferencias extraordinarias.El animal tiende a comer con el estómago y el hombrecon el cerebro. Cuando el animal tiene el estómagolleno, deja de comer, pero el hombre nunca esta segurode cuándo se va a detener. Cuando ha comido tantocomo su vientre puede aceptar, aún tiene apetito y expe-rimenta un impulso de buscar más gratificación. Esto sedebe sobre todo a la ansiedad, al conocimiento de queun suministro continuo de alimento es inseguro. En con-secuencia, hay que explotar al máximo el placer inme-diato de comer, aunque ello violente la digestión.Los deseos humanos tienden a ser insaciables. Esta-mos tan deseosos de placer que nunca podemos tener su-ficiente. Estimulamos nuestros órganos sensoriales hastaque se vuelven insensibles, de modo que para que conti-núe el placer, los estimulantes deben ser cada vez másfuertes. El cuerpo se defiende enfermando a causa de latensión, pero el cerebro quiere seguir adelante sin dete-nerse. El cerebro va en busca de la felicidad, y como alcerebro le interesa mucho más el futuro que el presente,concibe la felicidad como una garantía de un futuro deplaceres indefinidamente largo. Sin embargo, el cerebrotambién sabe que carece de un futuro indefinidamentelargo, por lo que, para ser feliz, debe procurar la acumu-lación de todos los placeres del Paraíso y la eternidad enel espacio de unos pocos años.Este es el motivo de que la civilización moderna sea.en casi todos los aspectos un círculo vicioso. Tiene apeti-

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tos insaciables porque su forma de vida la condena a unafrustración perpetua. Como hemos visto, la raíz de estafrustración es que vivimos para el futuro, y el futuro esuna abstracción, una inferencia racional de la experien-cia, que existe sólo para el cerebro. La «conciencia pri-maría», la mente básica que conoce la realidad más quelas ideas acerca de ella, no conoce el futuro. Vive porcompleto en el presente y no percibe más que aquelloque es en este momento. Pero el ingenioso cerebro miraesa parte de la experiencia presente llamada memoria y,estudiándola, es capaz de efectuar predicciones. F.staspredicciones son, relativamente, tan exactas y dignas deconfianza (por ejemplo, «todo el mundo morirá-) que elfuturo asume un alto grado de realidad, tan alto que elpresente pierde su valor.Pero el futuro sigue sin estar aquí, y no puede con-vertirse en parte de la realidad experimentada hasta quesea presente. Puesto que lo que sabemos del futuro estáconstituido por elementos puramente abstractos y lógi-cos —inferencias, suposiciones, deducciones—. no pue-de comerse, sentirse, olerse, verse, oírse o disfrutarse deotro modo. Buscarlo con afán, es como buscar un fan-tasma en constante retirada, y cuanto mayor es la rapi-dez con que uno le persigue, tanto más velozmente corredelante de nosotros. Así es como se precipitan todos losasuntos de la civilización, la razón de que casi nadiedisfrute de lo que tiene y busque siempre más y más. Enestas condiciones, la felicidad no consiste en unas reali-dades sólidas y sustanciales, sino en cosas tan abstractasy superficiales como promesas, esperanzas y segurida-des.Así. la economía «cerebral» ideada para produciresta felicidad es un fantástico circulo vicioso que o biendebe manufacturar más y más placeres o bien ha de de-rrumbarse, proporcionando una constante excitación deloído, la vista y las terminaciones nerviosas con incesan-tes corrientes de ruidos y distracciones visuales de lasque es imposible librarse. El «sujeto» perfecto para elpropósito de esa economía es la persona que escucha con-tinuamente la radio, de preferencia los aparatos portáti-les que pueden llevarse a todas partes. Sus ojos miran sindescanso la pantalla del televisor, el periódico, la re-vista, manteniéndose en una especie de orgasmo sin libe-ración a través de una serie de tentadores atisbos debrillantes automóviles, relucientes cuerpos femeninos yotras superficies sensuales, entremezcladas con restaura-dores de la sensibilidad —tratamientos de choque—como los documentos de «interés humano» que consis-ten en la caza a tiros de criminales, cuerpos mutilados,accidentes aéreos, combates de boxeo e incendios deedificios. La literatura o discurso que acompaña a esasimágenes está manufacturada de modo similar para atraersin procurar satisfacción, para sustituir toda gratificaciónparcial por un nuevo deseo.Esta corriente de estimulantes está pensada para pro-ducir anhelos del mismo objeto cada vez en mayor canti-

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dad, aunque con más estrépito y rapidez, y esos anhelosnos obligan a realizar un trabajo que no nos interesa porel dinero que produce... para comprar más radios lujo-sas, automóviles más relucientes, revistas más vistosas ymejores receptores de televisión, todo lo cual conspiraráde algún modo para persuadirnos de que la felicidad estáa la vuelta de la esquina con tal de que compremos unartículo más.A pesar del inmenso vocerío y la tensión nerviosa,estamos convencidos de que el sueño es una pérdida detiempo valioso y seguimos persiguiendo esas fantasíashasta altas horas de la noche. Los animales pasan buenaparte de su tiempo dormitando y haraganeando placen-teramente, pero, como la vida es corta, los seres huma-nos deben acumular en los años la mayor cantidad posi-ble de conciencia, vigilia e insomnio crónico, a fin de noperderse el menor fragmento de placer pasmoso.No es que las personas que se someten a esa clase devida sean inmorales ni que quienes proporcionan talescosas sean explotadores malignos; en su mayoría tienenla misma mentalidad que los explotados, aunque mon-tan un caballito más costoso en este tiovivo. El auténticoproblema es que todos ellos están absolutamente frustra-dos, pues tratar de complacer al cerebro es como inten-tar beber a través de las orejas. Así, son cada vez másincapaces de un placer auténtico, insensibles a las ale-grías más agudas y sutiles de la vida, las cuales son, dehecho, sencillas y ordinarias en extremo.El carácter vago, nebuloso e insaciable del deseo ce-rebral hace que sea especialmente difícil su realizaciónpráctica, que se haga material y real. En general, elhombre civilizado no sabe lo que quiere. Trabaja para eléxito, la fama, un matrimonio feliz, la diversión, paraayudar a otros o para ser «una persona auténtica». Peroéstas no son necesidades auténticas, porque no son cosasreales, sino los productos secundarios, los efluvios y lasatmósferas de las cosas reales, sombras que carecen deexistencia separadas de alguna sustancia. El dinero es elsímbolo perfecto de semejantes deseos, pues es un merosímbolo de la riqueza auténtica, y convertirlo en nuestroobjetivo es el ejemplo más flagrante de confundir lasmedidas con la realidad.Por ello no es correcto, ni mucho menos, decir que lacivilización moderna es materialista, si entendemos pormaterialista la persona que ama la materia. El cerebralmoderno no ama la materia sino las medidas, no los só-lidos sino las superficies. Bebe por el porcentaje de al-cohol (del que se dice que es -espirituoso») y no por el«cuerpo» y el sabor del líquido. Construye para ofreceruna fachada impresionante, más que para proporcionarun espacio donde vivir. En consecuencia, tiende a levan-tar estructuras que, desde el exterior, parecen mansio-nes señoriales, pero que interiormente son madrigueras.Las habitaciones individuales de esas madrigueras estándiseñadas no tanto para vivir como para crear una im-presión. El espacio principal se dedica a una «sala de

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estar» de proporciones adecuadas a una casa grande,mientras que espacios tan esenciales (más que meroslugares de «entretenimiento») para vivir, como la co-cina, quedan reducidos a pequeños armarios donde unoapenas puede moverse y mucho menos cocinar. En con-secuencia, esas pobres y diminutas cocinas proporcionanunas comidas que son principalmente gaseosas, comocócteles y aperitivos, en lugar de platos de verdad.Como iodos queremos ser «damas y caballeros» y pare-cer como si tuviéramos criados, no nos ensuciamos lasmanos cultivando y cocinando alimentos de verdad, sinoque compramos productos diseñados para presentar unafachada en detrimento de su contenido: frutos enormese insípidos, pan que es poco mas que una espuma ligera,vino adulterado con productos químicos y verduras cuyosabor se debe a los mejunjes áridos de los tubos deensayo que las dotan de una pulpa mucho más impresio-nante.Podríamos suponer que el ejemplo más claro de tabestialidad y animalidad del hombre civilizado es su pa-sión por el sexo, pero la verdad es que eso no tieneapenas nada que pueda considerarse bestial o animal.Los animales tienen relaciones sexuales cuando les ape-tece, y ese apetito suele seguir alguna especie de pautarítmica, sin que el sexo les interese en los intervalos.Pero de todos los placeres, el sexo es el único que elhombre civilizado busca con la mayor ansiedad. Que elanhelo es cerebral más que corporal lo evidencia la fre-cuente impotencia del varón en el momento del acto se-xual, pues su cerebro persigue algo que sus genes nodesean en ese momento. Esto le confunde sin remedio,porque no puede comprender que no quiera la gran ex-quisitez del sexo cuando está disponible. Lo ha estadoanhelando durante horas y días enteros, pero cuandoaparece la realidad, su cuerpo se niega a cooperar.Al igual que, con respecto a la comida, «sus ojos sonmás grandes que su estómago», así, en el amor, juzga ala mujer con criterios que son principalmente visuales ycerebrales, más que sexuales y viscerales. Le atrae sucompañera por el brillo superficial, por la película de lapiel más que por el cuerpo real. Quiere algo con unaestructura ósea como la de un muchacho que sujete lascurvas exteriores y las suaves ondulaciones de la femi-neidad..., no una mujer, sino un sueño de caucho hin-chado. Sin embargo, la función del sexo sigue permane-ciendo hasta tal punto en el dominio de la «sabiduríainstintiva» que poco puede hacerse para aumentar suplacer ya de por sí intenso, para hacerlo más rápido, másimaginativo y más frecuente. El único medio de explo-tarlo es a través de la fantasía cerebral, rodeándolo decoquetería y sugerencia de futuras delicias inconcretas,como si siempre fuera posible hacer que el abrazo pro-porcione más éxtasis por medio de alteraciones superfi-ciales.Un ejemplo especialmente significativo de la accióndel cerebro contra el cuerpo, o de las medidas contra la

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materia, es el sometimiento total del ciudadano a losrelojes. Un reloj es un instrumento útil para conve-nir una cita con un amigo, o para ayudar a la gente atrabajar juntos, aunque tales cosas ya se hacían antesde que se inventaran los relojes. No es preciso romperlos relojes; simplemente hay que tenerlos en su lugar, yestán muy desplazados cuando tratamos de adaptar nues-tros ritmos biológicos de alimentación, sueño, evacua-ción, trabajo y descanso a su rotación circular uniforme.Nuestra esclavitud bajo ese procedimiento mecánico haido tan lejos, y tal es su importancia en nuestra cultura,que hay pocas esperanzas de reforma, pues sin ese some-timiento a las rigideces horarias la civilización se de-rrumbaría por entero. Una cultura menos cerebral apren-dcría a sincronizar sus ritmos corporales, más que sus re-lojes.La capacidad del cerebro para prever el futuro tienemucho que ver con el temor a la muerte. Conocemosmuchas personas que habrían dicho con Stevenson:Bajo el cielo ancho y estrelladoCávame una tumba y deja que me tienda;Contento viví y contento muero,Y me tiendo en ¡a tierra con ganas.Cuando el cuerpo está gastado y el cerebro fatigado,todo el organismo acepta de buen grado la muerte, peroes difícil comprender cómo puede aceptarse la muertecuando uno es joven y fuerte, de modo que uno llega aconsiderarla como un acontecimiento terrible. A su ma-nera inmaterial, el cerebro mira hacia el futuro y lo con-cibe como algo bueno que ha de prolongarse indefinida-mente, sin darse cuenta de que su propio material en-contrará al fin ese proceso fatigoso en un grado intolera-ble. Como el cerebro no toma esto en cuenta, no ve que.siendo él mismo material y sometido al cambio, sus de-seos cambiarán y llegará un tiempo en que la muerte leparecerá bien. En una brillante mañana, tras haber sa-lido de un sueño reparador, uno no quiere volver a dor-mirse. Pero después de un duro día de trabajo, la sensa-ción de sumirse en la inconsciencia es extraordinaria-mente agradable.Por desgracia, son pocas las personas que tienen unamuerte apacible. Morimos a causa de accidentes y enfer-medades dolorosas, y es realmente trágico que una per-sona cuya «mente» es todavía joven y vivaz se debata envano con un cuerpo moribundo. Sin embargo, estoy se-guro de que el cuerpo mucre porque lo desea. Descubreque está más allá de su poder resistirse a la enfermedad oreparar la lesión, y así, cansado de la lucha, se entrega ala muerte. Si la conciencia fuese más sensible a los senti-mientos e impulsos de todo el organismo, compartiríaeste deseo, y algunas veces así lo hace, en efecto. Nosacercamos a eso cuando, enfermos de gravedad, estamosdispuestos a morir, aunque a veces sobrevivimos, ya seaporque el tratamiento médico revigoriza el cuerpo, yaporque todavía hay en el organismo fuerzas inconscien-tes que son capaces de curar.

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Nuestra cultura, acostumbrada a pensar en el hom-bre como un dualismo de mente y cuerpo, y a considerara la primera como «sensible» y al último como un animal«estúpido», es una afrenta para la sabiduría de la natura-leza y una ruinosa explotación del organismo humanocomo un todo. Estamos frustrados perpetuamente por-que el pensamiento verbal y abstracto del cerebro da lafalsa impresión de que es capaz de liberarse de todas laslimitaciones finitas. Olvida que una infinitud de cual-quier cosa no es una realidad, sino un concepto abstrac-to, y nos persuade de que deseamos esa fantasía comouna meta auténtica para vivir.El símbolo externo de esta manera de pensar es eseobjeto casi totalmente racional e inorgánico, la máquina,que nos da la sensación de que es capaz de aproximarse alo infinito, pues puede someterse a tensiones muy supe-riores a las que es capaz de resistir el cuerpo y a ritmosmonótonos que el ser humano nunca podría soportar.Por muy útil que pueda ser como herramienta y sir-viente, adoramos su racionalidad, su eficiencia y su po-der de abolir limitaciones de tiempo y espacio, permi-tiéndonos así regular nuestra vida. De ahí que los traba-jadores de una ciudad moderna sean personas que vivenen el interior de una máquina, cuyos engranajes los mue-ven de un lado a otro como si fueran pelotas. Dedicansus días a actividades que. en su mayor parte, se reducena contar y medir, y viven en un mundo de abstracciónracionalizada que guarda poca relación con los grandesritmos y procesos biológicos.De hecho, las actividades mentales de esta clase lasrealizan ahora con más eficacia las máquinas que los hom-bres, hasta tal punto que en un futuro no muy lejano elcerebro humano puede que sea un mecanismo obsoletopara el cálculo lógico. El ordenador humano ya está siendoampliamente desplazado por ordenadores mecánicos yelectrónicos mucho más rápidos y eficientes. Si el bien y elvalor principal del hombre son su cerebro y su capacidad decálculo, se convertirá en un artículo invendible en una eraen que las máquinas pueden efectuar con mucha eficacialas operaciones mecánicas de razonamiento.11. Tomo los hecho* sobre este asunto del notable libro de Sorben WienerLybernran (Nueva Yort y París. 1W8). El doctor Wiener es uno de lo* ma-temáticos principales responsables del desarrollo de los ordenadores electró-nicos mas complejos Como posee también uno* profundos conocimientos dencuiolopa. está bien capacitado para juzgar basta que punto esos inventospueden reproducir el trabajo del organismo humano. Su libro contiene la si-guíenle y pertinente observación: «Es interesante señalar que podemos en-tre nurno* a una de esa* limitaciones de la naturaleza en la que Oréanosaltamente especia li/aóos alcanzan un nis«l de eficacia en declive y finalmenteconducen a la extinción de la especie. El cerebro humano puede estar tanadentrado en el camino de su cspecialnación destructiva como los grande*cuernos nasales del Ultimo tiianocero*.. (p. 180.)El hombre utiliza ya innumerables instrumentos paradesplazar el trabajo que realizan los órganos corporalesen el animal, y sin duda sería consecuente con esta ten-dencia exteriorizar las funciones de razonamiento del

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cerebro, entregando así el gobierno de la vida a losmonstruos electromagnéticos. En otras palabras, los in-tereses y objetivos de la racionalidad no son los del hom-bre como un organismo total. Sí hemos de seguir vivien-do para el futuro, haciendo que el trabajo principal de lamente sea la predicción y el cálculo, el hombre debe con-vertirse finalmente en un apéndice parasitario, en unamasa de mecanismos.Existe, desde luego, un punto de vista según el cualesta «racionalización» de la vida no es racional. El cere-bro es lo bastante inteligente como para ver el círculovicioso en que se ha embarcado, pero no puede hacernada al respecto. Ver que no es razonable preocuparseno evita la preocupación; antes bien, uno se preocupamás al constatar que no es razonable. No es razonablelibrar una guerra moderna, en la que todo el mundo pier-de. Ninguno de los lados quiere realmente una guerra, ysin embargo, como vivimos en un círculo vicioso, inicia-mos la guerra para evitar que el enemigo la inicie pri-mero. Nos armamos sabiendo que, si no lo hacemos, loharán los del otro lado..., lo cual es muy cierto, puestoque si no lo hacemos el otro lado lo hará a fin de aventa-jarnos sin necesidad de luchar.Desde este punto de vista racional nos encontramosen el dilema de San Pablo: «Tengo la voluntad, pero noencuentro la manera de realizar lo que es bueno, puesno hago el bien que deberla». Pero esto no se debe,como suponía San Pablo, a que la voluntad o el -espí-ritu» sea razonable y la carne perversa, sino a que «unacasa dividida contra sí misma no puede permanecer enpie». Todo el organismo es perverso porque el cerebroestá separado del vientre y la cabeza consciente de suunión con la cola.Hay muy poca base para confiar que, en un futuroinmediato, se produzca una recuperación de la cordurasocial. Da la impresión de que el círculo vicioso debehacerse todavía más intolerable, aún más flagrante y de-sesperadamente circular antes de que numerosos sereshumanos se den cuenta del trágico engaño a que ellosmismos se someten. Mas para quienes ven claramenteque es un circulo y porque lo es, no hay más alternativaque dejar de girar, pues en cuanto uno ve la totalidad delcírculo desaparece la ilusión de que la cabeza está sepa-rada de la cola.Entonces, cuando la experiencia deja de oscilar ycontorsionarse, puede volverse de nuevo sensible a lasabiduría del cuerpo, a las profundidades ocultas de supropia sustancia.Aunque me refiera a la sabiduría del cuerpo y lanecesidad de reconocer que somos materiales, no hayque tomar esto como una filosofía del «materialismo» enel sentido aceptado del término. No afirmo que la reali-dad definitiva sea la materia. La materia es una palabra,unos sonidos que se refieren a las formas y pautas adop-tadas por un proceso. No sabemos qué es este proceso,porque no responde a un «qué», es decir, una cosa defi-

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nible por medio de algún concepto o medida fija. SÍqueremos mantener el antiguo lenguaje, utilizando to-davía términos como «espiritual» y «material», lo espiri-tual debe significar «lo indefinible», eso que, por serviviente, debe rehuir siempre el marco de cualquier for-ma fija. La materia es espíritu nombrado.¡Después de lodo esto, el cerebro merece una pala-bra para sí mismo! En efecto, el cerebro, incluidos suscentros de razonamiento y cálculo, es parte y productodel cuerpo. Es tan natural como el corazón y el estó-mago y, si se usa correctamente, no es en modo algunoun enemigo del hombre, mas para usarlo bien es precisoponerlo en su lugar, pues el cerebro está hecho para elhombre y no viceversa. En otras palabras, la función delcerebro es atender al presente y a lo real, no hacer que elhombre persiga afanosamente el fantasma del futuro.Además, en nuestro estado habitual de tensión men-tal, el cerebro no trabaja adecuadamente, y esta es unade las razones por la que sus abstracciones parecen te-ner realidad. Cuando el corazón no funciona bien, so-mos claramente conscientes de sus latidos, que nos lla-man la atención al golpear intensamente en el pecho.Parece muy probable que nuestra preocupación por pen-sar y planificar, junto con la sensación de fatiga mental,sea una señal de algún desorden en el cerebro. El cere-bro debería calcular y razonar —y en algunos casos lohace— con la facilidad inconsciente de los demás órga-nos corporales. Después de todo, el cerebro no es unmúsculo y no está diseñado para soportar el esfuerzo y Latensión.Pero cuando las personas tratan de pensar o concen-trarse, se comportan como si tuvieran que empujar suscerebros. Tuercen el rostro, fruncen el ceño y abordanlos problemas mentales como si se tratara de levantarladrillos. Sin embargo, no hace falta un trabajo penoso yuna tensión para digerir los alimentos, y todavía menospara ver, oír y recibir otras impresiones neurales. El«calculador veloz como el rayo», que puede sumar unalarga columna de cifras de un vistazo, el genio intelectualcapaz de comprender la lectura de una página entera enunos segundos, y el prodigio musical, como Mozart, queparece comprender la armonía y el contrapunto desde suinfancia, son ejemplos de uso apropiado del instrumentomás maravilloso que posee el hombre.Quienes no somos genios, tenemos algo de la mismahabilidad. Tomemos, por ejemplo, el anagrama POCA-TELDIMC. Uno puede pasarse horas combinando esasletras, intentando un sistema tras otro de disposiciónpara descubrir qué palabra forman esas letras desorde-nadas. Pero procure mirar el anagrama con la menterelajada, y en muy poco tiempo su cerebro le dará larespuesta sin el menor esfuerzo.1. Tenemos razón al des-confiar de las respuestas instantáneas que nos dan lasmentes tensas y errantes, pero la solución rápida, sinesfuerzo y casi inconsciente de los problemas lógicos eslo que el cerebro ha de proporcionar.

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Cuando trabaja adecuadamente, el cerebro es la for-ma más elevada de «sabiduría instintiva». Debería traba-jar como el instinto de las palomas mensajeras y la for-mación del feto en la matriz, sin verbalizar el proceso osaber «cómo» se hace. Cuando el cerebro es consciente1. Si no logia hacerlo en menos de un minuto, ¡déjelo y siga iesendo! Uelo contrario empezara a sentóse enojado con usted momo o conmigo, y btensión consiguiente obstaculizara el proceso.de sí mismo, lo mismo que cuando el corazón se hacenotar, es que hay un trastorno, y se manifiesta en Laaguda sensación de separación entre «Yo» y mi expe-riencia. El cerebro sólo puede comportarse de La maneraadecuada cuando la conciencia hace aquello para lo queestá diseñada: no contorsionarse y remolinear para salu-de la experiencia presente, sino ser consciente de ella sinesfuerzo.V. LA CONCIENCIA DELAS COSAS«¿Que vamos a hacer al respecto?» es una preguntaque sólo formulan quienes no comprenden el problema.Si un problema puede resolverse, comprenderlo y saberqué hacer al respecto son una y la misma cosa. Por otrolado, hacer algo con respecto a un problema que uno nocomprende es como tratar de eliminar la oscuridad apar-tándola con las manos. Cuando se hace la luz, la oscuri-dad se desvanece de inmediato.Esto es aplicable especialmente al problema que ahoratenemos ante nosotros. ¿Cómo vamos a reparar la brechaentre «Yo» y «yo», el cerebro y el cuerpo, el hombre y lanaturaleza, y poner fin a todos los circulos viciosos queproduce? ¿Cómo vamos experimentar la vida como algodistinto a una trampa de miel en la que somos moscas quese debaten en vano? ¿Cómo vamos a encontrar seguridady paz de espíritu en un mundo cuya misma naturaleza es lainseguridad, la impermanencia y el cambio incesante?Todas estas preguntas exigen un método y un curso deacción. Al mismo tiempo, todas ellas muestran que elproblema no se ha comprendido. No necesitamos ac-ción..., todavía no. Loque necesitamos es más luz.La luz. en este contexto, significa conciencia: tenerconciencia de la vida, de la experiencia tal como es eneste momento, sin ningún juicio o idea al respecto. Enotras palabras, uno ha de ver y sentir lo que está experi-mentando tal como es y no como se le nombra. Estasencilla acción de «abrir los ojos» produce la transforma-ción más extraordinaria de la comprensión y la vida, ymuestra que muchos de nuestros problemas más descon-certantes son pura ilusión. Esto puede parecer una sim-plificación excesiva, porque la mayoría de la gente ima-gina que es ya lo bastante consciente del momento pre-sente, pero veremos que esto no es cierto ni mucho me-nos.'Puesto que la conciencia es una visión de la realidadlibre de ideas y juicios, claramente es imposible definir yanotar lo que revela. Cualquier cosa que pueda descri-birse es una idea, y no puedo efectuar una afirmación

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positiva acerca de algo —el mundo real— que no seauna idea. En consecuencia, habré de contentarme conhablar de las falsas impresiones que elimina la concien-cia, más que de la virtud que revela. Esta última sólopuede simbolizarse con palabras que significan poco onada para aquellos que carecen de una comprensión di-recta de la verdad en cuestión.Lo que es cierto y positivo es demasiado real y vivopara describirlo, y tratar de describirlo es como pintar derojo una rosa roja. Así pues, la mayor parte de lo quesigue tendrá una cualidad bastante negativa. La verdadI. La palabra -conciencia- se utiliza aquí en el sentido que le dio J.Kitshnamuni. en cuyos escritos comenta este lema con una extraordinariapercepción.se revela eliminando cosas que resaltan bajo su luz, unarte parecido al de la escultura, en el que el artista crea,no construyendo, sino eliminando material.Hemos visto que la preocupación de encontrar segu-ridad y paz de espíritu en un mundo impermanente mos-traba que el problema no se había entendido. Antes deproseguir, debe quedar claro que la clase de seguridad ala que nos referimos es principalmente espiritual y psico-lógica. Para existir, los seres humanos requieren unosmedios de vida mínimos —alimentos, bebidas y ropas—pero sabiendo, desde luego, que no pueden durar indefi-nidamente. Lo cierto es que si la seguridad de unos me-dios de vida mínimos durante sesenta años pudiera satis-facer al hombre, los problemas humanos serían escasos.El mismo motivo de que no tengamos esa seguridad esque queremos mucho más que el mínimo necesario.Desde el principio debe ser evidente que existe unacontradicción en el deseo de tener una seguridad per-fecta en un universo cuya misma naturaleza es lo mo-mentáneo y la fluidez, pero la contradicción va un pocomás allá del mero conflicto entre el deseo de seguridad yel hecho del cambio. Si quiero estar seguro, es decir,protegido del flujo de la vida, tengo que estar separadode la vida. No obstante, esta misma sensación de estarseparado es lo que me hace sentir inseguro. Estar segurosignifica aislar y fortalecer el «Yo», pero es precisamentela sensación de ser un «Yo» aislado lo que hace que mesienta solo y amedrentado. En otras palabras, cuantamás seguridad puedo obtener, más quiero todavía.Para decirlo de un modo más sencillo: el deseo deseguridad y la sensación de inseguridad son una y lamisma cosa. Retener el aliento es perderlo. Una socie-dad basada en la búsqueda de seguridad no es más queun concurso de retención del aliento en el que cada unoestá tenso como un tambor y morado como una remola-cha.Buscamos esta seguridad fortificándonos y encerrán-donos de innumerables maneras. Queremos la protec-ción de ser «exclusivos» y «especíales», tratamos de per-tenecer a la iglesia más segura, la mejor nación, la clasemás alta, el grupo apropiado y la gente «bien». Estasdefensas llevan a divisiones entre nosotros, y así, a más

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inseguridad que exige más defensas. Desde luego, todoesto se hace en la creencia sincera de que tratamos dehacer las cosas adecuadas y vivir del mejor modo posi-ble; pero también esto es una contradicción.Sólo puedo pensar seriamente en tratar de vivir deacuerdo con un ideal, para mejorarme, si estoy divididoen dos. Tiene que haber un «Yo» bueno que va a mejo-rar al «yo» malo. El «Yo», que tiene las mejores inten-ciones, tratará de enderezar al «yo» díscolo, y el forcejeoentre los dos recalcará en gran manera la diferencia en-tre ellos. En consecuencia, el «Yo» se sentirá más sepa-rado que nunca, y se limitará a aumentar los sentimien-tos de soledad y desconexión causantes de que el «yo» secomporte tan mal.Difícilmente podemos empezar a considerar este pro-blema si no queda claro que el ansia de seguridad es en símisma dolorosa y contradictoria, y que cuanto más labuscamos, más dolorosa resulta. Esto es cierto para to-das las formas en que pueda concebirse la seguridad.Uno quiere ser feliz y olvidarse de sí mismo, perocuanto más lo intenta, tanto más recuerda al yo quequiere olvidar; quiere huir del dolor, pero cuanto más sedebate para librarse de las sensaciones dolorosas, más seinflaman éstas; tiene miedo y quiere ser valiente, pero elesfuerzo para ser valiente es el temor que trata de huirde sí mismo; quiere la paz de espíritu, pero el intento deapaciguarlo es como tratar de sosegar las olas con unaplancha para ropa.Todos estamos familiarizados con esta especie de cír-culo vicioso en forma de preocupación. Sabemos quepreocuparnos es fútil, pero seguimos haciéndolo porqueel hecho de llamarlo fútil no lo impide. Nos preocupa-mos porque nos sentimos inseguros y queremos la segu-ridad. Sin embargo, es perfectamente inútil decir que nodeberíamos querer la seguridad. Aplicar insultos a undeseo no sirve para librarse de él. Lo que hemos dedescubrir es que no existe la seguridad, que buscarla esdoloroso y que cuando imaginamos haberla encontrado,no nos gusta. En otras palabras, si podemos comprenderrealmente lo que buscamos —que la seguridad es aisla-miento y lo que nos hacemos a nosotros mismos cuandola buscamos— veremos que no la queremos en absoluto.Nadie tiene que decirnos que no hemos de retener elaliento durante diez minutos. Sabemos que no nos esposible hacerlo y que el intento sería de lo más desa-gradable.Lo principal es comprender que no hay ninguna se-guridad. Uno de los peores círculos viciosos es el pro-blema del alcohólico. En muchísimos casos, sabe que seestá destruyendo, que, para él, el licor es un veneno,que detesta realmente estar borracho y hasta le disgustael sabor del licor. Y, sin embargo, bebe, puesto que, pormucho que le desagrade, la experiencia de no beber espeor, le sume en los «horrores», porque se encuentracara a cara con la inseguridad básica y desvelada delmundo.

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En eso radica el meollo del asunto. Enfrentarse a laseguridad no significa comprenderla. Para comprenderla inseguridad no hay que enfrentarse a ella, sino incor-porarla a uno mismo. Es como el relato persa del sabioque llegó a las puertas del cielo y llamó. Al otro lado, lavo2 de Dios le preguntó: «¿Quien está ahí?», y el sabiorespondió: «Soy yo». La voz replicó: «En esta Casa nohay sitio para ti y para mi». El sabio se marchó y pasómuchos años meditando profundamente en esta respues-ta. Volvió al cielo por segunda vez. la voz le hizo lamisma pregunta y de nuevo el sabio respondió: «Soyyo.» La puerta siguió cerrada. Al cabo de unos añosvolvió por tercera vez y, cuando llamó a la puerta, la vozle preguntó una vez más: «¿Quién está ahí?» Y el sabiogritó: «¡Eres tú mismo!». La puerta se abrió.Comprender que no hay seguridad es mucho másque estar de acuerdo con la teoría de que todas las cosascambian, más incluso que observar la transítoriedad dela vida. La noción de seguridad se basa en la sensaciónde que hay en nosotros algo que es permanente, algoque se mantiene inmutable a través de los años y loscambios de la vida. Nos esforzamos para asegurar la per-manencia, la continuidad y la seguridad de ese núcleoduradero, ese centro y alma de nuestro ser que llamamos«Yo», pues creemos que eso constituye el hombre au-téntico, el que piensa nuestros pensamientos, el quesiente nuestros sentimientos y el que conoce nuestro co-nocimiento. No comprenderemos realmente que la se-guridad es una quimera hasta que nos demos cuenta deque ese «Yo» no existe.La comprensión tiene lugar a través de la conciencia.¿Podemos entonces abordar nuestra experiencia, nues-tras sensaciones, sentimientos y pensamientos, con todasencillez, como si nunca los hubiéramos conocido hastaahora, y, sin prejuicios, observar lo que sucede? Quizáse pregunte usted: «¿Qué experiencias, sensacionesy sentimientos debemos observar?» Y yo responderé:«¿Cuáles puede usted observar?» La respuesta es quedebe observar aquellos que tiene ahora.Sin duda esto es bastante evidente, pero con frecuen-cia las cosas muy evidentes se pasan por alto. Si unsentimiento no está presente, no somos conscientes deél. No hay más experiencia que la presente. Lo quesabemos, aquello de lo que tenemos realmente concien-cia, es sólo lo que está sucediendo en este momento, ynada más.Pero, ¿y los recuerdos? ¿No es evidente que, median-te el recuerdo, puedo conocer lo que ya pertenece alpasado? Muy bien, recuerde algo, por ejemplo, el inci-dente de ver a un amigo paseando por la calle. ¿De quétiene usted conciencia? No está viendo el hecho verda-dero del amigo que camina por la calle. No puede acer-carse a él y estrecharle la mano, u obtener una respuestaa una pregunta que se olvidó de formularle en el pasadoque usted recuerda. En otras palabras, usted no observa

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en absoluto el pasado real, sino un rastro del pasado queestá en el presente.Es como ver las huellas de un ave en la arena. Veotas huellas présenles, pero no veo al mismo tiempo alave que imprimió esas huellas una hora antes. El ave havolado y no tengo conciencia de ella. Infiero de las hue-llas que ahí hubo un ave. Inferimos de los recuerdos queha habido acontecimientos pasados, pero no somos cons-cientes de ningún acontecimiento pasado. Sólo conoce-mos el pasado en el presente y como parte del presente.Vemos, pues, que nuestra experiencia es por comple-to momentánea. Desde un punto de vista, cada momentoes tan elusivo y tan breve que ni siquiera podemos pensaren él antes de que haya pasado. Desde otro punto devista, este momento está siempre aquí, ya que el únicomomento que conocemos es el momento presente, quesiempre agoniza, siempre se convierte en pasado conmás rapidez de lo que puede concebir la imaginación.No obstante, al mismo tiempo está siempre naciendo, essiempre nuevo, emerge rápidamente de este desconoci-do absoluto que llamamos el futuro. Pensar en ello casinos quita la respiración.Decir que la experiencia es momentánea es tantocomo decir que la experiencia y el momento presenteson lo mismo. Decir que este momento siempre agonizao se convierte en pasado, y siempre está naciendo osaliendo de lo desconocido, es decir lo mismo de la expe-riencia. La experiencia que uno ha tenido se ha desvane-cido de un modo irrecuperable, y todo lo que queda deella es una especie de estela o huella en el presente, quees lo que llamamos memoria. Si bien puede suponerseque experiencia vendrá a continuación, la verdad es queno lo sabemos. Podría suceder cualquier cosa. Pero laexperiencia que tiene lugar ahora es, por así decirlo, unniño recién nacido que se desvanece incluso antes de quepueda empezar a crecer.Mientras está usted observando esta experiencia pre-sente, ¿es consciente de que alguien la observa? ¿Puededescubrir, además de la experiencia en sí misma, un ex-perimentador? ¿Puede, al mismo tiempo, leer esta frasey pensar en usted mismo mientras la lee? Observará que,para pensar en usted mismo leyendo la frase, debe inte-rrumpir la lectura por un breve instante. La primeraexperiencia es la lectura y la segunda el pensamiento«estoy leyendo». ¿Puede descubrir algún pensador quetenga el pensamiento «estoy leyendo»? En otras pala-bras, cuando la experiencia presente es el pensamiento«estoy leyendo», ¿puede pensar en sí mismo teniendoeste pensamiento?Una vez más. debe usted dejar de pensar «estoy le-yendo». Entonces pasa a una tercera experiencia, que esel pensamiento: «Estoy pensando que estoy leyendo».No permita que le engañe la rapidez con que puedencambiar estos pensamientos, haciéndole creer que lospiensa todos a la vez.

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Pero, ¿qué ha sucedido? Nunca, en ningún momen-to, ha podido usted separarse de su pensamiento pre-sente o de su experiencia presente. La primera experien-cia presente era leer. Cuando trató de pensar en ustedmismo leyendo, la experiencia cambió, y la siguienteexperiencia presente fue el pensamiento «estoy leyen-do». No pudo separarse de esta experiencia sin pasar aotra. Cuando pensaba «estoy leyendo esta frase» no laleía. En otras palabras, en cada experiencia presentesólo era consciente de esa experiencia, y nunca era cons-ciente de ser consciente. Nunca podía separar el pensa-dor del pensamiento, el conocedor de lo conocido. Todolo que encontraba era un nuevo pensamiento, una nuevaexperiencia.Ser consciente, pues, es tener conciencia de pensa-mientos, sentimientos, sensaciones, deseos y todas lasdemás formas de experiencia. Jamás, en ningún momen-to, somos conscientes de algo que no sea experiencia, noun pensamiento o una sensación, sino alguien que expe-rimenta, piensa o siente. Si esto es así, ¿qué nos hacecreer que existe tal cosa?Podríamos decir, por ejemplo, que el -Yo» que pien-sa es este cuerpo y cerebro físicos. Pero este cuerpo noestá en modo alguno separado de sus pensamientos ysensaciones. Cuando tenemos una sensación, por ejem-plo, de tacto, esa sensación forma parte de nuestrocuerpo. Mientras la sensación continúa, no podemos se-parar el cuerpo de ella, de la misma manera que nopodemos alejarnos de un dolor de cabeza o de nuestrospropios pies. Mientras esté presente, esa sensación esnuestro cuerpo, está en nosotros. Podemos apartar elcuerpo de una silla incómoda, pero no podemos sepa-rarlo de la sensación de una silla.La noción de un pensador separado, de un -Yo» dis-tinto de la experiencia, procede de la memoria y la rapi-dez con que cambia el pensamiento. Es como hacer giraruna tea encendida para producir la ilusión de un circulode fuego continuo. Si imaginamos que la memoria es unconocimiento directo del pasado más que una experien-cia presente, tenemos la ilusión de conocer el pasado y elpresente al mismo tiempo. Esto sugiere que hay algo ennosotros que difiere de las experiencias tanto pasadascomo presentes. Razonamos: «Conozco esta experienciay es diferente de la experiencia pasada. Si puedo compa-rar las dos, y observar que la experiencia ha cambiado,debe ser algo constante y separado-.Pero, de hecho, no podemos comparar esta experien-cia presente con una experiencia pasada. Sólo podemoscompararla con un recuerdo del pasado, que es una partede la experiencia presente. Cuando vemos claramenteque la memoria es una forma de experiencia presente, esevidente que tratar de separarnos de esta experiencia estan imposible como tratar de hacer que los dientes semuerdan a sí mismos. Hay simplemente experiencia.¡No hay algo o alguien que experimente la experiencia!No sentimos los sentimientos, pensamos los pensamien-

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tos o percibimos las sensaciones más de lo que oímos eloído, vemos la vista u olemos el olfato. «Me encuentrobien» significa que está presente una sensación de bie-nestar, no que exista algo llamado «Yo» y una entidadseparada llamada sensación, de modo que cuando lasunimos este «Yo» siente la sensación de bienestar. Nohay más sensaciones que las presentes, y toda sensaciónpresente es «Yo». Nadie puede encontrar un «Yo» sepa-rado de alguna experiencia presente, o alguna experien-cia separada de un «Yo», lo cual significa que ambascosas son lo mismo.Como mero argumento filosófico, esto es una pér-dida de tiempo. No tratamos de tener una «discusiónintelectual», sino que somos conscientes del hecho deque cualquier «Yo» independiente que tiene pensamien-tos y experiencias es una ilusión. Comprender esto esdarse cuenta de que la vida es por entero momentánea,que no hay permanencia ni seguridad y no existe ningún«Yo» que pueda protegerse.Hay un relato chino sobre alguien que se presentóante un gran sabio y le dijo: «No tengo paz de espíritu;por favor, pacifícamelo». El sabio le respondió: «Tráe-me tu mente (tu "Yo") y lo pacificare». El hombre re-plicó: «Durante todos estos años he buscado mi espíritu,pero no puedo encontrarlo». «¡Entonces está pacifica-do!», respondió el sabio.El verdadero motivo por el que la vida humana pue-de ser tan exasperante y frustrante no es la existencia dehechos llamados muerte, dolor, temor o hambre. Lo ab-surdo del asunto es que cuando tales hechos están pre-sentes, damos vueltas, nos movemos inquietos, nos con-torsionamos y arremolinamos, tratando de extraer el«Yo» de la experiencia. Actuamos como si fuéramosamebas y tratamos de protegernos de la vida dividiéndo-nos en dos. La cordura, la entereza y la integración radi-can en la percepción de que no estamos divididos, deque el hombre y su experiencia presente son la mismacosa y que no puede encontrarse ningún «Yo» o menteseparados.Mientras permanece la noción de que estoy separadode mi experiencia, hay confusión y tumulto. Esta es lacausa de que no exista conciencia ni comprensión de laexperiencia y. por ello, ninguna posibilidad real de asi-milarla. Para comprender este momento no debo tratarde separarme de él. sino que he de ser consciente de élcon todo mi ser. Esto, como no retener el aliento du-rante diez minutos, no es algo que debería hacer. Enrealidad, es lo único que puedo hacer. Todo lo demás esla locura de intentar lo imposible.Para comprender la música, hay que escucharla, peromientras pensamos «[Yo\ estoy escuchando esta mú-sica», no la escuchamos. Para comprender la alegría o elmiedo, hay que ser conscientes de ello de un modo total,sin divisiones. Mientras lo llamemos de un modo u otro ydigamos «soy feliz» o «tengo miedo», no somos cons-cientes de ello. El temor, el dolor, el pesar y el hastio

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seguirán siendo problemas si no los comprendemos, perocomprenderlos requiere una mente única y no dividida.Este es, sin duda, el significado de este extraño dicho: «Situs ojos son únicos, tu cuerpo entero está lleno de luz».VI. EL MOMENTOMARAVILLOSOEstá usted escuchando una canción y. de repente, lepregunto: «¿Quién es en este momento?» ¿Cómo res-ponderá a esta pregunta inmediata y espontáneamente,sin detenerse para buscar las palabras? Si la pregunta nole ha sorprendido, de modo que ha dejado de escuchar,responderá tarareando la canción. Si la pregunta le hasorprendido, responderá: «¿Quién es en este momen-to?» Pero si se detiene a pensar, tratará de hablarme, node este momento, sino del pasado, y obtendré informa-ción de su nombre y dirección, su trabajo y su historiapersonal. Sin embargo, yo le he preguntado quién es, noquién ha sido. Ser consciente de la realidad, del presentevivo, es descubrir que en cada momento la experienciaes todo. No hay nada más aparte de ella..., no hay nin-guna experiencia de un «tú» que experimenta la expe-riencia.Incluso en los momentos en que, aparentemente, te-nemos una mayor conciencia de nosotros mismos, el«yo» del que somos conscientes es siempre algún senti-miento o sensación particular, de tensiones musculares,de calor o frío, de dolor o irritación, de respiración opulsación de la sangre. No hay nunca una sensación delo que experimenta las sensaciones, del mismo modoque no hay ningún significado o posibilidad en la nociónde oler nuestra propia nariz o besar nuestros propios la-bios.En momentos de felicidad y placer, solemos estar lobastante preparados para ser conscientes del momento ydejar que la experiencia lo sea todo. En tales momentos,nos «olvidamos de nosotros mismos», y la mente no rea-liza ningún intento de dividirse, de separarse de la expe-riencia. Pero con la llegada del dolor, ya sea tísico oemotivo, real o previsto, se inicia la separación y el cir-culo se cierra más y más.En cuanto resulta claro que el «Yo» no tiene ma-nera de rehuir la realidad del presente, dado que el«Yo» no es más que aquello que conozco ahora, esetorbellino interior debe detenerse. No hay ninguna po-sibilidad más que ser conscientes del dolor, el temor, elhastío o la aflicción de la misma manera completa enque uno es consciente del placer. El organismo humanotiene los poderes más maravillosos de adaptación tantoal dolor físico como al psicológico, pero esa adaptaciónsólo puede ser plena cuando el dolor no es estimuladoconstantemente por ese esfuerzo interno de alejarse deél, de separar el «Yo» de la sensación. El esfuerzo creaun estado de tensión en el que media el doloT. Perocuando la tensión cesa, la mente y el cuerpo comienzana absorber el dolor, del mismo modo que el agua reac-ciona a un golpe o un corte.

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Hay otra anécdota de un sabio chino al que pregun-taron: «¿Cómo nos libraremos del calor?», refiriéndose.desde luego, al calor del sufrimiento. El sabio respon-dió: «Colocaos en medio del fuego». «Pero entonces,¿cómo nos libraremos de las llamas abrasadoras?» «¡Yano os molestará ningún otro dolor!» No necesitamos des-plazarnos a un lugar tan lejano como China. La mismaidea se encuentra en La Divina Comedia, donde Dante yVirgilio descubren que la salida del Infierno se encuen-tra en su mismo centro.Por regla general, en momentos de intensa alegríano nos detenemos a pensar: «Soy feliz» o «esto es ale-gría». De ordinario, no nos detenemos a pensar cosasasí hasta que ha pasado el apogeo de la alegría, o amenos que exista cierta inquietud de que desaparezca.En tales momentos, somos tan conscientes del pre-sente que no hacemos ningún intento de comparar suexperiencia con otras experiencias. Por esta razón nolo nombramos, pues los nombres que no son simplesexclamaciones se basan en comparaciones. «Alegría»se distingue de «pesar» por contraste, comparando unestado mental con el otro. Si nunca hubiéramos cono-cido la alegría, sería imposible identificar el pesarcomo tal.Pero en realidad no podemos comparar la alegría conel pesar. La comparación sólo es posible por la mismaalternancia rápida de dos estados mentales, y no es posi-ble pasar de uno a otro entre los sentimientos genuinosde alegría y tristeza, con la facilidad con que la miradapuede pasar de un gato a un perro. El pesar sólo puedecompararse con el recuerdo de la alegría, lo cual no es enmodo alguno lo mismo que la alegría en sí.Al igual que las palabras, los recuerdos nunca consi-guen reármenle «capturar- la realidad. Los recuerdosson un tanto abstractos, pues son un conocimiento acer-ca de cosas más que de cosas. El recuerdo nunca capturala esencia, la intensidad presente, la realidad concreta deuna experiencia. Es, por así decirlo, el cadáver de unaexperiencia, del que se ha desvanecido la vida. Lo quesabemos por medio de la memoria, lo sabemos sólo desegunda mano. Los recuerdos están muertos debido a sufijeza. El recuerdo de su abuela difunta sólo puede repe-tir lo que fue su abuela. Pero la abuela real, presente,siempre podía hacer o decir algo nuevo, y usted nuncaestaba absolutamente seguro de lo que haría a continua-ción.Hay. pues, dos maneras de comprender una experien-cia. La primera es compararla con los recuerdos de otrasexperiencias, y así nombrarla y definirla. Esto es inter-pretarla de acuerdo con lo muerto y el pasado. I .a segun-da es tener conciencia de ella tal como es, como cuando,en la intensidad de la alegría, nos olvidamos del pasado yel futuro, dejamos que el presente lo sea todo y ni si-quiera nos detenemos a pensar: «Soy feliz-.Ambas maneras de comprender tienen su utilidad,pero corresponden a la diferencia entre conocer una

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cosa mediante palabras y conocerla inmediatamente. Unmenú es muy útil, pero no puede sustituir a la cena. Unaguía es un instrumento admirable, pero difícilmente pue-de compararse con el país que describe.La cuestión, pues, es que cuando tratamos de com-prender el presente comparándolo con los recuerdos, nolo comprendemos tan profundamente como cuando so-mos conscientes de el sin comparación. Sin embargo.ésta suele ser la manera en que abordamos las experien-cias desagradables. En vez de ser conscientes de ellas talcomo son. tratamos de abordarlas según lo que sabemosdel pasado. La persona asustada o solitaria empieza enseguida a pensar: «Tengo miedo» o «estoy muy solo».Desde luego, éste es un intento de evitar la experien-cia. No queremos ser conscientes de este presente, perocomo no podemos salir del presente, nuestra única esca-patoria son los recuerdos. Ahí nos sentimos en terrenoseguro, pues el pasado es lo fijo y lo conocido.... perotambién, naturalmente, lo muerto. Así. para tratar delibrarnos del miedo, nos esforzamos en seguida para se-pararnos de él y «fijarlo», ya sea interpretándolo deacuerdo con los datos que nos proporciona la memoria,ya sea de acuerdo con lo que ya está fijo y es conocido.En otras palabras tratamos de adaptarnos al presentemisterioso comparándolo con el pasado (recordado),nombrándolo e «identificándolo».No habría nada que objetar a esto si tratáramos dealejarnos de algo de lo que podemos, en efecto, alejar-nos. Es un proceso útil para saber cuándo entrar en casay librarnos de la lluvia, pero no nos dice cómo vivir concosas de las que no podemos librarnos, que ya son partede nosotros mismos. Nuestro cuerpo no elimina sustan-cias venenosas por el hecho de que conozcamos sus nom-bres. Tratar de controlar el miedo, la depresión o elhastío aplicándoles nombres, es recurrir a la supersticiónde la confianza en las maldiciones c invocaciones.Es muy fácil ver por qué esto no funciona. Obvia-mente, tratamos de conocer, nombrar y definir el temora fin de hacerlo «objetivo», es decir, separado del «Yo».Pero, ¿por que intentamos separarnos del temor? Por-que tenemos miedo. En otras palabras, el temor trata desepararse del temor, como si uno pudiera combatir elfuego con fuego.Y eso no es todo. Cuanto más nos acostumbramos acomprender el presente de acuerdo con los datos quenos ofrece la memoria, lo desconocido por lo conocido,lo vivo por lo muerto, tanto más disecada y embalsa-mada, tanto más triste y frustrada se vuelve la vida.Protegido así de la vida, el hombre se convierte en unaespecie de molusco incrustado en una concha dura de«tradición», de modo que, cuando por fin la realidad seabre paso, como es debido, corre desenfrenada la ola deltemor creciente.Por otro lado, si somos conscientes del temor, nosdamos cuenta de que, como este sentimiento forma aho-ra parte de nosotros mismos, la huida es imposible. Ve-

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mos que llamarle «miedo» nos dice muy poco o nada alrespecto, pues la comparación y el nombre no se basanen la experiencia pasada, sino en la memoria. Entoncesuno no tiene más elección que ser consciente de ello contodo su ser, como una experiencia totalmente nueva. Enrealidad, toda experiencia es nueva en este sentido, y acada momento de nuestra vida nos hallamos en mediode lo nuevo y lo desconocido. En este punto uno recibela experiencia sin resistirse a ella o nombrarla, y toda lasensación de conflicto entre «Yo» y la realidad presentese desvanece.Para la mayoría de nosotros este conflicto siemprenos roe interiormente, porque nuestra vida es un largoesfuerzo para resistir lo desconocido, el presente real enel que vivimos, que es lo desconocido en medio del pro-ceso de ser. Al vivir asi, nunca aprendemos realmente avivir con ello. En cada momento somos cautos, vacila-mos y estamos a la defensiva. Y todo ello es en vano,pues la vida, queramos o no, nos empuja a lo descono-cido, y la resistencia es tan fútil y exasperante comotratar de nadar contra la corriente de un torrente im-petuoso.El arte de vivir en esta «situación difícil» no consiste,por una parte, en un ir descuidadamente a la deriva, ni.por otra, en aferrarse con temor al pasado y lo conocido.Consiste en ser completamente sensible a cada momen-to, en considerarlo como nuevo y único, en tener la men-te abierta y receptiva.Esto no es una teoría filosófica sino un experimento.Es preciso llevar a cabo el experimento para comprenderque pone en Juego unos poderes de adaptación a la vidatotalmente nuevos, que absorbe literalmente el dolor yla inseguridad. Es tan difícil describir el funcionamientode esta absorción como lo es explicar los latidos delcorazón o la formación de los genes. La mente «abierta»hace esto del mismo modo que la mayoría de nosotrosrespiramos: sin poder explicarlo en absoluto. Su princi-pio es claramente parecido al judo, el suave (ju) camino{do) para dominar una fuerza contraria cediendo a ella.El mundo natural nos ofrece muchos ejemplos de lagran eficacia de ese camino. La filosofía china, de la queel judo es una expresión —el taoísmo— llamó la aten-ción sobre el poder del agua para vencer todos los obstá-culos por medio de su suavidad y adaptabilidad. Mostrócómo el sauce sobrevive al duro pino en una tormenta denieve, pues mientras las ramas inflexibles del pino sopor-tan la nieve acumulada hasta que no pueden más y serompen, las ramas elásticas del sauce se doblan bajo supeso, arrojan la nieve y vuelven a su posición.Si estamos nadando y una fuerte corriente se nos lle-va, es fatal resistirse; debemos nadar con ella e irnosacercando gradualmente a la orilla. Quien se cae desdecierta altura con los miembros rígidos, se los romperá,pero si se relaja como un gato, saldrá indemne de lacaída. Un edificio sin elasticidad en su estructura se de-rrumbará en seguida bajo un huracán o un terremoto, y

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un coche sin los cojines protectores que son los neumáti-cos y los amortiguadores, pronto quedará inservible enla carretera.Ca mente tiene los mismos poderes, pues posee flexi-bilidad y puede absorber choques, igual que el agua o uncojín. Pero esta manera de ceder a una fuerza contrariano es en absoluto lo mismo que huir; un cuerpo de aguano se fuga cuando uno lo empuja, sino que cede en elpunto en que empujamos y rodea la mano; un amorti-guador de choques no se cae como un bolo cuando re-cibe un golpe, sino que cede y permanece en el mismolugar. Huir es la única defensa de algo rígido contra unafuerza abrumadora. En consecuencia, el buen amorti-guador de choques no sólo tiene elasticidad, sino tam-bién estabilidad o «peso».Este peso es como una función de la mente, y apa-rece en ese fenómeno tan incomprendido de la pereza.Es muy significativo que las personas nerviosas y frustra-das estén siempre ocupadas, incluso cuando no hacennada, y tal ociosidad es la «pereza» del temor, no delreposo. Pero el conjunto de mente y cuerpo es un sis-tema que conserva y acumula energía. Mientras haceesto, su pereza es apropiada. Cuando la energía se alma-cena, es justo que se mueva —pero que se mueva dies-tramente^— siguiendo la línea de la mínima resistencia.Así, no es sólo la necesidad, sino también la pereza, tamadre de la invención. Basta observar los movimientoslentos, «pesados», de un trabajador diestro que haceuna faena dura, y el buen montañero, incluso cuandoavanza contra la gravedad, la utiliza para dar pasos len-tos y pesados. Parece subir la cuesta cambiando de bor-dada, como un velero que avanza contra el viento.En vista de estos principios, ¿cómo absorbe la menteel sufrimiento? Descubre que la resistencia y la huida—el proceso del «Yo™— es un falso movimiento. No esposible rehuir el dolor, y la resistencia como defensa nohace más que empeorarlo; todo el organismo se estreme-ce a causa del choque. Al ver la imposibilidad de seguirese camino, debe actuar en consonancia con su natura-leza: permanecer estable y absorber.Permanecer estable es evitar el intento de separarsedel dolor, conociendo la imposibilidad de hacerlo. Hun-de! temor es temer, luchar contra el dolor es doloroso,tratar de ser valiente es estar asustado. Si la mente sufre,hay que aceptarlo así. El pensador no tiene más formaque su pensamiento. No hay escapatoria posible, peromientras uno no sea consciente de la inseparabilidad delpensador y el pensamiento, tratará de escapar.De esto se sigue, con toda naturalidad, la absorción,que no cuesta ningún esfuerzo, pues la mente lo hacepor sí misma. Al ver que no hay posibilidad de huida deldolor, la mente cede, lo absorbe y se vuelve conscientedel dolor sin que lo resista ningún sentimiento del «Yo».Experimenta el dolor del mismo modo completo e in-consciente en que experimenta el placer. El dolor es la

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naturaleza del momento presente, y yo sólo puedo viviren este momento.A veces, cuando cesa la resistencia, el dolor se limitaa desaparecer o disminuye hasta quedar reducido a unamolestia tolerable. En otras ocasiones permanece, perola ausencia de cualquier resistencia ocasiona una sensa-ción de dolor tan desconocida que resulta difícil de des-cribir. El dolor ya no es problemático. Lo siento, pero yano tengo el impulso imperioso de librarme de él, pues hedescubierto que el dolor y el esfuerzo para separarme deél son lo mismo. Querer librarse del dolor es el dolor; noes la reacción de un «Yo» distinto del dolor. Cuando unodescubre esto, el deseo de huir se mezcla con el mismodolor y se desvanece.Dejemos de lado por un momento las aspirinas: noes posible apartar la cabeza del dolor que le aflige delmismo modo que se puede retirar la mano de una llama.«Usted» es igual a «cabeza» y a «dolor». Cuando perciberealmente que usted es el dolor, éste cesa de ser unmotivo, pues no hay nada de lo que escapar. Carece deimportancia, en el verdadero sentido de la expresión.Duele..., yeso es todo.Sin embargo, esto no es un experimento para tenerloen reserva, como un truco, para momentos de crisis,sino que es una forma de vida. Significa estar conscientey despierto en todo momento, ser siempre sensible almomento presente, en toda clase de acciones y relacio-nes, comenzando en este instante. Esto, a su vez, de-pende de que uno no tiene realmente más alternativaque ser consciente..., porque uno no puede separarsedel presente ni definirlo. Desde luego, puede negarse aadmitir esto, pero sólo al coste del esfuerzo inmenso yfútil de pasarse toda la vida resistiendo lo inevitable.Una vez se comprende esto, es realmente absurdodecir que hay una posibilidad de elección o una alterna-tiva entre estas dos maneras de vida, entre resistirse a la co-rriente, presa de un pánico estéril, y tener los ojos abier-tos a un nuevo mundo, transformado, y siempre con cu-riosidad renovada. La clave estriba en la comprensión.Preguntar cómo hacerlo, cuál es la técnica o método,cuáles son los pasos y las reglas, es no comprender enabsoluto de qué se trata. Los métodos son para crearcosas que todavía no existen. Aquí nos interesa la com-prensión de algo que es... el momento presente. Esta noes una disciplina espiritual o psicológica para la mejorade uno mismo, sino que se trata sencillamente de serconsciente de esta experiencia presente y darse cuentade que no es posible definirla ni separarse de ella. Nohay más regla que decir: «¡Mira!».No es un simple sentimiento poético decir que, con lamente asi abierta, miramos un nuevo mundo, tan nuevocomo el primer día de la creación «cuando las estrellasde la mañana cantaban juntas y todos los hijos de Diosgritaban de alegría». Pero al tratar de comprenderlotodo desde el punto de vista de la memoria, el pasado ylas palabras, nos pasamos la mayor parte de la vida con

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las narices pegadas a la guía, por así decirlo, sin mirar niuna sola vez el paisaje. La crítica de Whitehead a núes-ira educación tradicional es aplicable a toda nuestra ma-nera de pensar.Somos en exceso librescos en nuestros hábitos escolares...En el Jardín del Edén. Adán vio a los animales antes de darlesnombres: en el sistema tradicional, los niños nombran a losanimales antes de verlos.1En el sentido más amplio de la palabra, nombrar esinterpretar la experiencia por medio del pasado, tradu-cirla de acuerdo con los datos de la memoria, unir lodesconocido al sistema de lo conocido. El hombre civili-zado apenas conoce otra manera de comprender las co-sas. Todo el mundo, todas las cosas, .han de tener suetiqueta, su número, certificado, registro, clasificación.Lo que no está clasificado es irregular, impredeciblc ypeligroso. Sin pasaporte, partida de nacimiento o perte-nencia a alguna nación, no se reconoce la existencia deuna persona. Si usted no está de acuerdo con los capita-listas, entonces le llaman comunista, y viceversa. Unapersona que no está de acuerdo con ningún punto de vis-ta se hace rápidamente ininteligible.La más remota de todas las posibilidades para lamente moderna es que exista una manera de mirar lavida aparte de todas las concepciones, creencias, opinio-nes y teorías. Si existe semejante punto de vista, sólopuede proceder del cerebro vacío de un necio. Sufrimosel engaño de que todo el universo permanece en ordengracias a las categorías del pensamiento humano, temien-1. A. N. Whilehead, Siience and rhr Moden World (Cambridge. IMJ),p 249.do que si no las sostenemos con la mayor tenacidad,todo se desvanecerá en el caos.Debernos repetir: la memoria, el pensamiento, ellenguaje y la lógica son esenciales para la vida humana.Son sólo la mitad de la cordura. Pero una persona, unasociedad que está sólo medio cuerda, es que está loca.Mirar la vida sin palabras no es perder la capacidad deformar palabras.... pensar, recordar y planear. Perma-necer silencioso no es perder la propia lengua. Al con-trario, sólo por medio del silencio podemos descubriralgo nuevo de qué hablar. Quien habla incesantemente,sin detenerse a mirar y escuchar, se repetirá a sí mismoaá nauseam.Ocurre lo mismo con el pensamiento, que es en reali-dad, una manera de hablar en silencio. Por si mismo noestá abierto a) descubrimiento de nada nuevo, pues susúnicas novedades no son más que nuevos arreglos depalabras e ideas antiguas. Hubo una época en que ellenguaje se enriquecía constantemente con nuevas pala-bras, una época en que los hombres, como Adán, veíanlas cosas ante ellos y les daban un nombre. Hoy, casitodas las palabras nuevas son nuevos arreglos de pala-bras viejas, pues ya no pensamos creativamente. Conesto no quiero decir que deberíamos estar aportandoinvenciones y descubrimientos revolucionarios. Esees el

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poder—siempre infrecuente—de quienes pueden ver lodesconocido c interpretarlo a la vez. Para la mayoría denosotros, la otra mitad de la cordura radica sencilla-mente en ver lo desconocido y disfrutarlo, tal como po-demos disfrutar de la música sin saber cómo se escribe ocómo la escucha el cuerpo.Desde luego, el pensador revolucionario debe ir másallá del pensamiento. Sabe que casi todas las mejoresideas se le ocurren cuando ha dejado de pensar. Puedehaberse esforzado con denuedo para comprender un pro-blema usando las maneras antiguas de pensar, sólo paradescubrir que es imposible. Pero cuando el cansanciohace que cese el pensamiento, la mente queda abiertapara ver el problema tal como es —no como se vernali-za— y se comprende en seguida.Sin embargo, ir más allá del pensamiento no es algoreservado a los hombres de genio, sino que está abierto atodos nosotros en la medida en que «el misterio de lavida no es un problema a resolver, sino una realidad aexperimentar». Se concede a muchos el ser videntes,pero a pocos el don de la profecía. Muchos pueden escu-char música, pero pocos pueden interpretarla y compo-nerla. Pero incluso si uno sólo es capaz de escuchardesde el punto de vista del pasado, no puede escucharrealmente. ¿Cómo entenderíamos una sinfonía de Mo-zart si nuestro oído estuviera acostumbrado únicamentea la música del tam-tam? Podríamos captar los ritmos,pero casi nada de la armonía y la melodía. En otraspalabras, no lograríamos descubrir un elemento esencialde la música. Para poder escuchar, y mucho menos escri-bir, semejante sinfonía, los hombres tuvieron que descu-brir nuevos sonidos, las vibraciones de la cuerda de tripade gato, el sonido del aire en un tubo y la vibración deun alambre pulsado. Tuvieron que descubrir todo elmundo de los tonos, como algo totalmente diferente dela cadencia.Sí no puedo concebir la cadencia, soy incapaz deapreciar el tono. Si sólo puedo pensar en la pinturacomo una manera de hacer fotografías en color sin unacámara, en un paisaje chino no puedo ver más que inep-titud. No aprendemos nada de mucha importancia cuan-do puede explicarse totalmente desde el punto de vistade la experiencia pasada. Si fuera posible comprendertodas las cosas según lo que ya conocemos realmente,podríamos transmitir la sensación de color a un ciego sinnada más que el sonido, el gusto, el tacto y el olfato.Si esto es cierto con respecto a las diversas artes yciencias, es mil veces más cierto cuando llegamos a lacomprensión de la vida en un sentido más amplio y que-remos tener algún conocimiento de la Realidad defini-tiva, o Dios. Sin duda es absurdo buscar a Dios par-tiendo de una idea preconcebida de lo que es Dios. Me-diante esa búsqueda sólo encontraremos lo que ya cono-cemos, motivo por el que es tan fácil engañarse a sfmismo con toda clase de experiencias «sobrenaturales» yvisiones. Creer en Dios y buscar al Dios en el que uno

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cree, es, simplemente, buscar la confirmación de unaopinión. Pedir una revelación de la voluntad de Dios yluego «ponerla a prueba» por referencia a las normasmorales preconcebidas es hacer escarnio de esa petición.Uno ya conoce la respuesta. Buscar a «Dios» de esa ma-nera es tanto como pedir el sello de autoridad y certi-dumbre absolutas sobre lo que uno cree en cualquiercaso, una garantía de que lo desconocido y el futuroserán una continuación de lo que uno quiere retener delpasado..., una fortaleza mayor y más grande para el«Yo». Ein feste BurgtSi sólo somos receptivos a los descubrimientos queconcuerda!) con lo que ya sabemos, podernos quedarnoscallados. Por esta razón los descubrimientos maravillo-sos de la ciencia y la tecnología son de tan poca utilidadpara nosotros. Que podamos predecir y controlar el cur-so de los acontecimientos en el futuro será en vano, amenos que sepamos cómo vivir en el presente. Es envano que los médicos prolonguen la vida si vamos apasar ese tiempo adicional llenos de ansiedad porquequeremos vivir todavía mas. Es en vano que los ingenie-ros ideen medios de transporte más rápidos y cómodos silos nuevos panoramas que vemos son clasificados y en-tendidos desde el punto de vista de los viejos prejuicios.Es en vano que obtengamos el poder del átomo si vamosa seguir por el camino que puede llevar a la destrucciónde la humanidad.Esa clase de herramientas, así como las del lenguajey el pensamiento, son realmente útiles sólo si los hom-bres están despiertos...,, no perdidos en el país de lossueños del pasado y el futuro, sino en el contacto másestrecho con ese punto de experiencia donde sólo puededescubrirse la realidad: este momento. Aquí la vida estáviva, vibrante, enérgica y presente, y contiene profundi-dades que aún no hemos empezado a explorar. Mas paraverlo y comprenderlo todo, la mente no debe dividirseen «Yo» y «esta experiencia». El momento debe ser loque siempre es, todo lo que uno es y todo lo que sabe.¡En esta casa no hay espacio para ti y para mí!VIL LA TRANSFORMACIÓNDE LA VIDAEl hombre blanco se considera una persona prácticaque quiere «conseguir resultados». Le impacienta la teo-ría y toda discusión de aspectos que no puedan tener deinmediato una aplicación práctica. Por eso el comporta-miento de la civilización occidental podría describirse,en general, como «mucho mido por nada». El signifi-cado auténtico de «teoría» no es especulación ociosasino visión, y se decía con propiedad que «donde no hayvisión la gente perece».Pero visión en este sentido no significa sueños e idea-les para el futuro, sino la comprensión de la vida talcomo es, de aquello que somos y lo que estamos hacien-do. Sin esa comprensión, es sencillamente ridículo ha-blar de ser prácticos y obtener resultados. Es como em-peñarse en caminar en medio de una espesa niebla: uno

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sólo da vueltas y más vueltas. No sabemos adónde va-mos ni los resultados que realmente queremos.Para quienes piensan de esta manera, lo que acaba-mos de comentar hasta aquí puede parece ríes demasiadoteórico. Estas ideas están muy bien, pero ¿tienen efecto?Entonces debo preguntar: «¿Qué entiende usted por te-ner efecto?» La «prueba de efecto» habitual de una filo-sofía es si hace a la gente mejor y más feliz, si sus resulta-dos son la paz. la cooperación y la prosperidad. No obs-tante, este criterio carece de sentido sin mucha com-prensión «teórica». ¿Qué se entiende por feücidad?¿Para qué es mejor la gente «mejor»? ¿Acerca de quécooperaremos? ¿Qué haremos con la paz y la prosperi-dad?La respuesta a estas preguntas depende por enterode lo que somos y lo que realmente queremos ahora. Si,por ejemplo, queremos al mismo tiempo la paz y el aisla-miento, la hermandad y la seguridad del «Yo», la felici-dad y la permanencia, nuestros deseos son contradicto-rios. Sus resultados, por muy prácticos que seamos paraobtenerlos, constituirán nuevas contradicciones. Es elantiguo dilema de querer quedarse con el pastel y co-merlo a la vez, lo cual sólo tiene una conclusión posible:meterlo en el estómago y mantenerlo ahí hasta tener unaindigestión violenta.Si hemos de ser nacionalistas y tener un estado sobe-rano, tampoco podemos esperar que exista la paz mun-dial. Si queremos conseguirlo todo al costo más bajoposible, no podemos esperar obtener la mejor calidadposible, pues el equilibrio entre ambas cosas es la medio-cridad. Si tenemos el ideal de ser moralmente superio-res, no podemos al mismo tiempo evitar el fariseísmo. Sinos aferramos a la creencia en Dios, no podemos ade-más tener fe, ya que la fe no es aferrarse sino abando-narse.Cuando hemos decidido lo que queremos hacer, que-dan por resolver muchos problemas prácticos y técnicos.pero es totalmente inútil discutirlos hasta que hayamostomado nuestra decisión. A la vez. no existe ningunaposibilidad de tomar una decisión mientras nuestra men-te esté dividida, mientras «Yo» soy una cosa y la «expe-riencia» otra. Si la mente es la fuerza directora detrás dela acción, hay que corregir a la mente y su visión de lavida antes de que la acción pueda ser otra cosa que con-flicto.Así pues, hemos de decir algo sobre la visión corre-gida de la vida que es el producto de la conciencia plena,pues conlleva una profunda transformación de nuestravisión del mundo. En la medida en que es posible descri-birla, esta transformación consiste en conocer y sentirque el mundo es una unidad orgánica.Por lo común, sabemos esto por los datos que nos su-ministra la información, pero no sentimos su verosimili-tud. Desde luego, la mayoría de la gente se siente sepa-rada de todo cuanto les rodea. En un lado estoy yo y enel otro el resto del universo. No estoy arraigado en la

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tierra como un árbol, sino que me muevo precipitada-mente, independientemente de los demás. Parezco ser elcentro de todo, y, no obstante, estoy apartado y solo.Puedo percibir lo que sucede en el interior de mi cuerpo,pero sólo puedo suponer lo que sucede dentro de los de-más. Mi mente consciente debe tener sus raíces y oríge-nes en las profundidades más insondables de mi ser,pero da la impresión de que vive sola dentro de estecráneo pequeño y hermético.Sea como fuere, la realidad física es que mi cuerposólo existe en relación con este universo, y la verdad esque estoy adherido a él y dependo de el como una hojaestá unida a la rama. Me siento separado únicamentepor la división que existe en mi interior, porque intentosepararme de mis propios sentimientos y sensaciones.En consecuencia, lo que siento y percibo me parece ex-traño. Y al ser consciente de la irrealidad de esta divi-sión, el universo deja de parecer extraño.Soy lo que conozco; lo que conozco es yo. La sensa-ción de una casa al otro lado de la calle o de una estrellaen el espacio exterior forma parte de mi yo tanto comoun picor en la planta del pie o una idea en mi cerebro.En otro sentido, también soy lo que no conozco. No soyconsciente de mi propio cerebro como tal cerebro. De lamisma manera, no soy consciente de la casa al otro ladode la calle como un objeto separado de mi sensación de6L Conozco mi cerebro como pensamientos e impresio-nes, y conozco la casa como sensaciones. De la mismamanera que no conozco mi propio cerebro o la casacomo un objeto en sí mismo, no conozco los pensamien-tos privados del cerebro ajeno.Pero mi cerebro, que es también yo, el cerebro ajenoy los pensamientos que contienen así como la casa alotro lado de la calle, son todos ellos formas de un proce-so entrelazado de un modo inextricable llamado mundoreal. Consciente, inconscientemente o como sea, es todoyo en el sentido en que el sol, el aire y la sociedadhumana son igualmente virales para mi. tanto como elcerebro o los pulmones. Entonces, si éste es mi cerebro—aunque sea inconsciente de él— el sol es mi sol. el airees mi aire y la sociedad es mi sociedad.Desde luego, no puedo ordenar al sol que adopte for-ma de huevo ni obligar al cerebro de otra persona a quepiense de un modo diferente. No puedo ver el interiordel sol ni puedo compartir los sentimientos privados deotra persona. Pero tampoco puedo cambiar la forma o laestructura de mi propio cerebro, ni tener la sensación deque es un objeto, como una coliflor. Pese a ello, si micerebro es yo, el sol es yo. el aire es yo y la sociedad, dela que usted forma parte, es yo también, pues todas estascosas son tan esenciales para mi existencia como mi ce-rebro.La existencia del sol, aparte de la sensación quetenga de él, es una inferencia. El hecho de que tengacerebro, aunque no pueda verlo, es igualmente una infe-rencia. Sabemos estas cosas sólo en teoría y no por la

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experiencia inmediata. Pero este mundo «externo» deobjetos teóricos es, aparentemente, una unidad, tantocomo lo es el mundo «interno» de la experiencia. Infieroque existe a partir de la experiencia, y como la experien-cia es una unidad —soy mis sensaciones— asimismodebo inferir que este universo teórico es una unidad, quemi cuerpo y el mundo forman un proceso único.Ha habido muchas teorías acerca de la unidad deluniverso, pero no han librado a los seres humanos delaislamiento del egotismo, del conflicto y del temor a lavida, porque hay un mundo de diferencia entre una infe-rencia y una sensación. Es posible razonar que el uni-verso es una unidad sin sentir que es asi; es posible esta-blecer la teoría de que nuestro cuerpo es un movimientoen un proceso continuo que incluye a todos los soles yestrellas, y, no obstante, seguir sintiéndonos separados ysolitarios, pues la sensación no corresponde a la teoríahasta que hayamos descubierto también la unidad de laexperiencia interna. A pesar de todas las teorías, entanto que estemos interiormente divididos, sentiremosque estamos aislados de la vida.Dejamos de sentirnos aislados cuando reconocemos,por ejemplo, que no leñemos una sensación del ciclo,sino que somos esa sensación. Por lo que respecta a lasensibilidad, nuestra sensación del cielo es el cielo, y noexiste un «tú» separado de lo que sientes, percibes yconoces. Por esta razón los místicos y muchos poetasexpresan con frecuencia la sensación de que son «unocon el Todo», oque están «unidos con Dios», o. como loexpresó Sir Edwin Arnold:Renunciando a uno mismo, el universo se conviene en mí.En efecto, a veces esta sensación es puramente senti-mental y el poeta es «uno con la naturaleza» mientrasésta tenga un comportamiento intachable.No vivo en mí, sino que me conviertoEn parte de lo que me rodea; y para míLas altas montañas son una sensación, pero el rumorDe las ciudades humanas me tortura: no puedo verNada ocioso en la naturaleza, excepto serUn eslabón renuente en una cadena carnosa.Clasificado entre las criaturas, cuando el alma puedehuir,Y con el cielo, la cumbre, la ondulante llanuraDel océano, o las estrellas, se mezcla, y no es en vano.Este arrobamiento rural de Byron está totalmentefuera de lugar. El poeta sólo ha llegado a un acuerdo conla naturaleza en la medida en que se ha hecho amigo desu propia naturaleza humana. A la mosca le gusta la dul-zura de (a miel, pero no su viscosidad, que le convierte enUn eslabón renuente en una cadena carnosa.Clasificado entre las criaturas-El sentimental no mira las profundidades de la natu-raleza y veIndolentes existencias que pacen ahí, suspendidas olentamente

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arrastrándose cerca del fondo:...El tiburón soñoliento, la morsa, la tortuga, el hirsutoleopardo marino y la raya con púa.Hay ahí pasiones, guerras, persecuciones, tribus... vi-sión en esasprofundidades marinas, respiración que espesa elaire respirable.El hombre ha de descubrir que todo cuanto contem-en la naturaleza —el viscoso y extraño mundo de lasprofundidades oceánicas, los desiertos de hielo, los rep-tiles del pantano, las arañas y escorpiones, los desiertosde planetas sin vida— tiene su contrapartida en su pro-pio interior. El hombre no está. pues, en armonía con-sigo mismo hasta que se da cuenta de que esta «parteinferior» de la naturaleza y los sentimientos de horrorque le produce son también «yo».Todas las cualidades que admiramos u odiamos en elmundo que nos rodea, son reflejos de nuestro interior, sibien un interior que es también un más allá, incons-ciente, vasto, desconocido. Nuestros sentimientos acer-ca del mundo reptante del nido de avispas y la madri-guera de la serpiente son sentimientos de aspectos ocul-tos de nuestro propio cuerpo y cerebro, y de todas suspotencialidades de reptación y escalofríos desconocidos,de enfermedades horrendas y dolores inimaginables.No sé si será cierto, pero se dice que algunos de losgrandes sabios y «santos» tienen un poder en aparienciasobrenatural sobre las ñeras y los reptiles que son siem-pre peligrosos para los mortales ordinarios. De ser estoverdad, se debe sin duda a que son capaces de vivir enpaz con las «fieras y reptiles» en sí mismos. No necesitanllamar al elefante salvaje Bhemoth o al monstruo marinoLeviatán, sino que se dirigen a ellos familiarmente como«Nariz larga» y «Pegajoso».No obstante, la sensación de unidadconel«Todo» no esun estado mental nebuloso, una especie de trance, en el quequeda abolida toda forma de distinción, como si el hombreyel universo se fundieran en una niebla luminosa de colormalva claro. Del mismo modoque proceso y forma, energíay materia, yo y la experiencia, son nombres que se aplican auna misma cosa, y diversas maneras de contemplarla, asíuno y muchos, unidad y multiplicidad, identidad y diferen-cia, no son contrarios que se excluyan mutuamente: cadauno es el otro, más o menos del mismo modo que losdiversos órganos son el mismo cuerpo. Descubrir que losmuchos son uno, y que uno es muchos, es darse cuentade que ambos elementos son palabras y sonidos que re-presentan lo que es a la ve/ evidente para el sentido y lapercepción, y un enigma para la lógica y la descripción.Un joven que buscaba la sabiduría espiritual, acudiópara instruirse a un célebre santo. El sabio hizo de él susirviente persona), y al cabo de unos meses el joven sequejó de que hasta entonces no había recibido ningunainstrucción.—¿Qué quieres decir? —exclamó el santón—. ¿Nome comí el arroz cuando me lo trajiste? ¿No me tomé el

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té que me serviste? ¿No te devolví el saludo cuando mesaludaste? ¿Cuándo he dejado de darte instrucción?—Me temo que no comprendo —dijo el joven, total-mente confuso.—Cuando quieras ver una cosa, mírala directamente—respondió el sabio—. Cuando empiezas a pensar enella, la pierdes por completo.Recoger crisantemos a lo largo de la valla oriental;Contemplar en silencio las colinas meridionales;Las aves que vuelan de regreso a su hogar en parejasPor el suave aire de la montaña en el crepúsculo...En estas cosas hay un significado profundo,Pero cuando nos disponemos a expresarlo.De súbito olvidamos las palabras.El significado no es la atmósfera contemplativa, cre-puscular y, quizá, superficialmente idílica que aman lospoetas chinos. Esto ya se ha expresado, y el poeta nodora la pildora. Al contrario que tantos poetas occiden-tales, no se convertirá en un filósofo y dirá que es «unocon» las flores, la valla, las colinas y las aves. Esto tam-bién es dorar la pildora o, en su propio modismo orien-tal, «ponerle patas a una serpiente», pues cuando unocomprende realmente qué es lo que ve y sabe, no ceba acorrer por el campo pensando «soy todo esto». Es senci-llamente «todo eso».La sensación de que estamos enfrentados al mundo,desconectados y apartados, ejerce la mayor influenciasobre el pensamiento y la acción. Los filósofos, porejemplo, a menudo dejan de reconocer que sus observa-ciones acerca del universo se aplican también a ellosmismos y a sus observaciones. Si el universo carece designificado, afirmar que asi' es también carece de signifi-cado. Si este mundo es una trampa malvada, también loes su acusador, y, como dice un proverbio inglés, «la ollallama negra a la tetera».En el sentido más estricto, no podemos pensar real-mente en ta vida y la realidad, puesto que esto incluirlael pensar sobre el pensamiento y así ad infiniium. Sólo esposible intentar una filosofía racional y descriptiva deluniverso si se supone que uno está totalmente separadode ella. Pero si tú y tus pensamientos sois parte de esteuniverso, no puedes separarte de ellos para describirlos.Este es el motivo de que todos los sistemas filosóficos yteológicos deban desmoronarse en última instancia. Para«conocer» la realidad, no puedes colocarte fuera de ellay definirla; debes penetrar en ella, ser ella y sentirla.La filosofía especulativa, tal como la conocemos enOccidente, es casi por completo un síntoma de la mentedividida, del hombre que trata de permanecer fuera de símismo y su experiencia a fin de verbalizarla y definiría.Es un círculo vicioso, como todo lo demás que intenta lamente dividida.Por otro lado, darse cuenta de que la mente no estáen realidad dividida, debe tener una influencia corres-pondiente de largo alcance en el pensamiento y la ac-ción. Así como el filósofo intenta permanecer fuera de sí

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mismo y de su pensamiento, así. como hemos visto, elhombre ordinario trata de permanecer fuera de sí mismoy sus emociones y sensaciones, sus sentimientos y de-seos. El resultado es una fantástica confusión y desorien-tación de la conducta a las que deben poner fin el descu-brimiento de ta unidad de la mente.Mientras la mente este dividida, la vida es conflicto,tensión, frustración y desilusión perpetuos. Los sufri-mientos se acumulan, lo mismo que los temores y elhastío. Cuanto más se debate la mosca para salir de lamiel, más se adhiere. Bajo la presión de tanta tensión yfutilidad no es de extrañar en absoluto que todos toshombres busquen liberación en la violencia y el sensacio-nalismo, así como en la temeraria explotación de suscuerpos, sus apetitos, el mundo material y su prójimo.Lo que esto debe de añadir a los dolores necesarios einevitables de la existencia es incalculable.Pero la mente no dividida está libre de esta tensiónde intentar siempre permanecer fuera de uno mismo yestar en cualquier parte menos aquí y ahora. Cada mo-mento se vive completamente, y hay así una sensaciónde plenitud y totalidad. La mente dividida se sienta a lamesa y picotea de un plato y de otro, apresurándose sindigerir nada para encontrar uno de ellos mejor que elanterior. Nada le parece bueno, porque en realidad, nosaborea nada.Por otro lado, cuando usted se da cuenta de que viveen este momento, de que es este ahora y ningún otro, deque aparte de éste no hay pasado ni futuro, debe rela-jarse y saborearlo plenamente, tanto si es un momentode dolor como de placer. En seguida resulta evidentepor qué existe el universo, por qué han sido creados losseres conscientes, por que hay órganos sensibles, espa-cio, tiempo y cambio. Todo el problema de justificar lanaturaleza, de tratar de hacer que la vida signifique algodesde el punto de vista del futuro, desaparece por com-pleto. Es evidente que todo existe para este momento.Es una danza, y cuando bailas no intentas llegar a algunaparte. Das vueltas y más vueltas, pero no con la ilusiónde que vas en busca de algo o que huyes de las fauces delinfierno.¿Cuánto tiempo llevan los planetas dando vueltas al-rededor del sol? ¿Y llegan a alguna parte, aumenian suvelocidad a fin de llegar? ¿Con qué frecuencia ha regre-sado la primavera a la tierra? ¿Llega más rápida y lujosacada año, para asegurarse de. ser mejor que la primaverapasada, y apresurarse en su camino para ser la primaveraque las superará a todas?El significado y el objetivo de danzar es la danza.Igual que la música, se realiza plenamente en cada mo-mento de su curso. No se toca una sonata para llegar alacorde final, y si el significado de las cosas estuvierasimplemente en los finales, los compositores sólo escribi-rían últimos movimientos. Sin embargo, podría observar-se de pasada que la música especialmente característicade nuestra cultura es progresiva en algunos aspectos, y

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que a veces parece dirigirse decididamente hacia un pun-to culminante futuro. Pero cuando llega ahí, no sabe quéhacer consigo misma. Bcethoven, Brahms y Wagner fue-ron especialmente culpables de crear apogeos y conclu-siones colosales, y luego seguir atacando el mismo acor-de una y otra vez, arruinando el momento al ser reaciosa abandonarlo.Cuando cada momento se convierte en una expectati-va, la vida queda privada de realización plena y se temela muerte, pues parece que la expectación debe termi-nar. Mientras hay vida, hay esperanza..., y si uno vive dela esperanza, la muerte es realmente el fin. Mas para lamente no dividida, la muerte es otro momento, comple-to como todo momento, y no puede ceder su secreto amenos que se viva plenamente.. ■Y me tiendo en la tierra con ganas.La muerte es el epítome de la verdad de que en cadamomento nos vemos lanzados a lo desconocido. Cuandollega la muerte, ya no es posible seguir aferrándose a laseguridad, y cuando el pasado y la seguridad se abando-nan, tiene lugar la renovación de la vida. La muerte es lodesconocido donde todos nosotros hemos vivido antesde nacer.Nada es más creativo que la muerte, puesto que estodo el secreto de la vida. Significa que es preciso aban-donar el pasado, que lo desconocido no puede evitarse,que el «Yo» no puede continuar y que. en última instan-cia, no puede haber nada fijado. Cuando un hombresabe esto, vive por primera vez en su vida. Si retiene elaliento, lo pierde; si lo deja ir. lo encuentra.Und so lang du das nicht hast,Dieses: stirb und werde.Bist du nur ein trüber GastAuf der dunklen Erde.1I. Goethe, Wrii'áitltctur Diván. 'Eri la medida en que no sabes tórnomorir y volver de nuevo a la vida, no ere* mas que un träte viajero en estaticna oscula.-VIII. LA MORALIDAD CREATIVAQuizá sea una paradoja hablar de moralidad crea-tiva, pues «moralidad» deriva de una palabra que signi-fica costumbre y convención, y la regulación de la vidapor medio de reglas. Pero la moralidad también ha lle-gado a significar la obra del amor en las relaciones hu-manas, y en este sentido podemos hablar de una morali-dad que es creativa. San Agustín la describió como «amay haz lo que quieras». Pero el problema siempre ha con-sistido en amar aquello que a uno no le gusta.Si la moralidad es el arte de vivir juntos, está claroque las reglas, o más bien las técnicas, ocupan un lugaren ella, pues muchos de los problemas de una comuni-dad son problemas técnicos: la distribución de la riquezay la población, el manejo adecuado de los recursos natu-rales, la organización de la vida familiar, el cuidado delos enfermos y los incapacitados y la adaptación armo-niosa de las diferencias individuales.

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En consecuencia, el moralista es un técnico al queconsultan sobre estos problemas como se consulta a unarquitecto para construir una casa o a un ingeniero paralevantar un puente. Como la medicina, la fabricación dezapatos, la cocina, la sastrería, la agricultura y la carpin-lería. vivir junios requiere una cierta habilidad, exige laadquisición y uso de ciertas actitudes.Pero, en la práctica, el moralista ha llegado a sermucho más que un asesor técnico. Se ha vuelto un amo-nestador. Desde su pulpito o su estudio arenga a la espe-cie humana, emite alabanzas y echa culpas —sobre todoesto último— como fuego lanzado por la boca de undragón, pues la gente no sigue su consejo. Le preguntancuál es la mejor forma de actuar bajo tales y cualescircunstancias. Él se lo dice, y ellos parecen estar deacuerdo en que tiene razón, pero entonces se alejan yhacen algo diferente, pues les parece que el consejo delmoralista es demasiado difícil o tienen un intenso deseode hacer lo contrario. Esto sucede con tanta regularidadque el moralista pierde los estribos y empieza a insultar-les. Cuando esto no surte efecto, recurre a la violenciafísica, haciendo que su consejo se lleve a la práctica conel concurso de la policía, los castigos y las prisiones..-,pues la comunidad es su propio moralista. Elige y paga alos jueces, los policías y los predicadores, como si dijera:«Cuando plantee problemas, golpeadme, por favor».A primera vista el problema parece reducirse a esto: lamoral tiene la finalidad de evitar la distribución injusta delplacer y el dolor, lo cual significa que algunos individuosdeben obtener menos placer y más dolor. Por regla gene-ral, esos individuos sólo se someterán al sacrificio bajo laamenaza de todavía más dolor si no cooperan. Esto se basaen la suposición de que cada hombre sólo se preocupa de símismo y observa los intereses de la comunidad en la me-dida en que éstos son evidentemente sus propios intereses.A partir de esto, los moralistas han desarrollado lateoría de que el hombre es básicamente egoísta, o quetiene una tendencia innata hacia el mal. El hombre «natu-ral» vive por un solo motivo: proteger su cuerpo del dolory asociarlo con el placer. Dado que sólo puede sentir consu propio cuerpo, tiene poco interés en los sentimientos osensaciones de otros cuerpos. En consecuencia, sólo seinteresará por otros cuerpos bajo los estímulos de recom-pensas y castigos, es decir, mediante una explotación desu propio interés en el interés de la comunidad.Felizmente, el problema no es tan sencillo, pues en-tre las cosas que proporcionan placer al hombre están lasrelaciones con otros seres humanos: la conversación, co-mer juntos, cantar, bailar, tener hijos y la cooperaciónen un trabajo que «muchas manos aligeran». En efecto,uno de los placeres más elevados es ser más o menos in-consciente de la existencia propia, estar absorto en vis-tas, sonidos, lugares y personas interesantes. A la in-versa, uno de los mayores dolores es la conciencia deuno mismo, no sentirse absorbido y verse separado de lacomunidad y el mundo circundante.

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Pero este problema carece de solución mientras pen-samos en él desde el punto de vista de la motivaciónplacer-dolor, o incluso de cualquier «motivación», puesel hombre tiene un problema moral del que carecen oiráscomunidades de animales, por la misma razón de que lepreocupan tanto los motivos. Si es cierto que el hombreestá necesariamente motivado por el principio de placer-dolor, no tiene ninguna utilidad comentar la conductahumana. La conducta motivada es una conducta deter-minada; será lo que será, al margen de lo que cualquieratenga que decir al respecto. No puede haber ningunamoralidad creativa a menos que el hombre tenga la posi-bilidad de ser libre.Es en esto en lo que los moralistas se equivocan. Síquieren que el hombre cambie su modo de vida, debenasumir que es libre, pues de lo contrarío todo el furor yla protesta en el mundo no servirán de nada. Por otrolado, un hombre que actúa por el temor a las amenazasde un moralista, o el atractivo de sus promesas, ¡norealiza un acto libre! Si el hombre no es libre, las amena-zas y las promesas pueden modificar su conducta, perono la cambiarán en ningún aspecto esencial. Si es libre,las amenazas y las promesas no le harán usar su libertad.La mente dividida nunca puede comprender el signi-ficado de la libertad. Si me siento separado de mi expe-riencia, y del mundo, la libertad parecerá ser la medidaen que presiono al mundo, y el destino el grado en que elmundo me presiona. Mas, para la mente íntegra, no exis-te ningún contraste entre «yo» y el mundo. Hay un soloproceso en acción, y hace todo cuanto sucede: eleva midedo meñique y origina ios terremotos. O. si queréis de-cirlo de otro modo, yo alzo mi dedo meñique y ocasionolos terremotos. Nadie es el destino y a nadie le afecta eldestino.Naturalmente, ésta es una visión extraña de la liber-tad. Estamos acostumbrados a pensar que, si existe la li-bertad, no reside en La naturaleza, sino en la voluntadhumana independiente y su poder de elección.Pero lo que de ordinario significamos por elección noes la libertad. Las elecciones suelen ser decisiones moti-vadas por el placer y el dolor, y la mente dividida actúacon el único propósito de lograr que el «yo» experimenteplacer y no dolor. Sin embargo, los mejores placeres sonlos que no planeamos, y lo peor del dolor es esperarlo ytratar de rehuirlo cuando llega. No se puede planear serfeliz. Uno puede planear la existencia, pero en si mis-mas, la existencia y la no existencia no son ni agradablesni dolorosas. Los médicos incluso me aseguran que haycircunstancias en las que la muerte puede ser una expe-riencia altamente placentera.La sensación de no ser libre se debe al intento dehacer cosas que son imposibles c incluso carentes desentido. No somos «libres» para trazar un círculo cua-drado, para vivir sin cabeza o para detener ciertas accio-nes reflejas. Estos no son obstáculos para la libertad,sino las condiciones de la libertad. No soy libre para

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trazar un circulo si por casualidad resultara un círculocuadrado. Por suerte no soy libre de ir a dar un pasco ydejarme la cabeza en casa. De modo similar, no soy librede vivir en ningún momento salvo el presente, o de sepa-rarme de mis sentimientos. En una palabra, no soy librecuando trato de hacer algo contradictorio, como mover-me sin cambiar de posición o quemarme un dedo sin sen-tir dolor.Por otro lado, soy libre, el proceso del mundo eslibre, de hacer cualquier cosa que no sea una contradic-ción. Entonces surge la pregunta: ¿es una contradicción,es imposible, actuar o decidir sin el placer como objetivofinal? La teoría de que debemos hacer inevitablementelo que nos proporcione el mayor placer o el menor do-lor, es una afirmación sin sentido basada en la confusiónverbal. Decir que decido hacer algo porque me place,sólo dice que decido hacerlo porque decido hacerlo. Si«placer» se define en principio como «k> que prefiero»,entonces eso que prefiero será siempre placer. Si pre-fiero el dolor, como un masoquista, entonces el dolorserá placer. En una palabra, la teoría zanja la cuestiónen el principio diciendo que placer significa lo que desea-mos: en consecuencia, cualquier cosa que deseemos esplacer.Pero me contradigo cuando trato de actuar y decidira fin de ser feliz, cuando hago de «estar complacido» mimeta futura, pues cuanto más dirigidas están mis accio-nes hacia futuros placeres, tanto más incapaz soy dedisfrutar de ningún placer, ya que todos los placeresestán presentes y nada, salvo una completa concienciadel presente, puede empezar siquiera a garantizar la feli-cidad futura. Puedo actuar a fin de comer mañana, ohacer un viaje a las montañas la semana próxima, pero laverdad es que no hay manera de saber con seguridad queeso me hace feliz. Al contrario, es una experiencia fre-cuente que nada arruine tanto un «placer» como con-templarse uno mismo en medio de el o ver si le compla-ce. Uno sólo puede vivir en un momento a la vez. y nopuede pensar simultáneamente en escuchar el ruido delas olas y en si está disfrutando al hacerlo. Las contradic-ciones de esta clase son los únicos tipos reales de acciónsin libertad.Existe otra teoría de determinismo según la cual to-das nuestras acciones están motivadas por «mecanismosmentales inconscientes», y que por esta razón ni siquieralas decisiones más espontáneas son libres. Este es otroejemplo de división de la mente, pues, ¿cuál es la di-ferencia entre «yo» y «mecanismos mentales» ya seanconscientes o inconscientes? ¿A quién mueven estosprocesos? La noción de que cualquiera es motivado pro-cede de la ilusión persistente del «yo». El hombre real,el organismo en relación con el universo, es esta motiva-ción inconsciente. Y precisamente porque forma partede la motivación, ésta no le mueve. En otras palabras,no es motivación, sino, sencillamente, operación. Ade-más, no hay ninguna mente «inconsciente» distinta de la

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consciente, pues la mente «inconsciente» es consciente,aunque no de si misma, del mismo modo que lo ojos venpero no se ven a sí mismos.Queda en pie la suposición de que toda la operación,todo el proceso de acción que es el conjunto hombre yuniverso, es una serie determinada de acontecimientosen la que cada uno de éstos es el resultado inevitable decausas pasadas.No podemos adentrarnos en este problema exhausti-va, ni siquiera adecuadamente, pero quizá baste condarse cuenta por el momento de que ésta es una de las«cuestiones abiertas» de más envergadura que tiene laciencia, la cual está lejos de haber llegado a una deci-sión. La idea de que el pasado determina el presentepuede ser una ilusión del lenguaje. Porque debemos des-cribir el presente con los datos del pasado, parecería queel pasado «explica» al presente. Para decir «cómo» suce-dió algo, describimos la cadena de acontecimientos de laque parece formar parte.La botella se rompió; cayó al suelo; se me deslizóde la mano; yo tenía los dedos resbaladizos; me habíaenjabonado. ¿Es legítimo colocar la palabra -porque»entre estas afirmaciones? Así lo hacemos por regla gene-ral, pues podemos estar seguros de que si dejo caer Labotella se estrellará contra el suelo. Pero esto no de-muestra que yo haya sido el causante de la caída o que labotella debía caer. En retrospectiva, los acontecimientosparecen inevitables, porque cuando han ocurrido nadapuede cambiarlos. Sin embargo, el hecho de que puedatener seguridad absoluta de que va a ocurrir algo, de-mostraría igualmente que los acontecimientos no estándeterminados pero son consecuentes. En otras palabras,el proceso universal actúa libre y espontáneamente encada momento, pero tiende a producir los hechos en se-cuencias regulares y, por ello, predecibles.Al margen de la solución que se dé a este problema,la mente no dividida tiene desde luego el sentimiento delibertad, y no hay duda de que introduce en la esferamoral un estilo de vida que tiene todas las marcas de Laacción libre y creativa.Es fácil ver que la mayor parte de los actos que, en lamoral convencional, se consideran malos tienen su ori-gen en una mente dividida. Tales actos se deben casisiempre a deseos exagerados, deseos de cosas que no sonni remotamente necesarias para la salud de la mente y elcuerpo, teniendo en cuenta que «salud» es un términorelativo. Esos deseos extravagantes e insaciables se de-ben a que el hombre explota sus apetitos para dar al«yo» una sensación de seguridad.Estoy deprimido y quiero librar al «yo» de esa depre-sión. Lo contrario de la depresión es el júbilo, perocomo la depresión no es júbilo, no puedo obligarme asentirme jubiloso. Sin embargo, puedo emborracharme.Esto me proporciona un júbilo maravilloso, y así, cuan-do llega la siguiente depresión, dispongo de un remediorápido. Las depresiones posteriores tienden a ser más

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profundas y sombrías, porque no digiero el estado dedepresión y elimino sus venenos, y por ello tengo queemborracharme todavía más para ahogarlos. Muy pron-to empiezo a detestarme porque me emborracho tanto,lo cual hace que .me sienta aún más deprimido..., y asísucesivamente.O quizá tengo una familia numerosa y vivo en unacasa hipotecada en la que he invertido todos mis aho-rros. He de trabajar duramente, en una actividad que nome interesa de un modo especial, a fin de pagar lasfacturas. No me importa trabajar tanto, pero no dejo depreguntarme qué ocurrirá si caigo enfermo o si estallauna guerra y me enrolan. Preferiría no pensar en ralescosas, por lo que quiero librar al «yo» de esa preocupa-ción, pues estoy seguro de que enfermaré si eso conti-núa. Pero es muy difícil dejar de pensar en ello, y comoeso hace que la enfermedad parezca más segura, la preo-cupación aumenta. Necesito aliviar esa tensión, y en núdesespero recurro a las carreras de caballos, tratando decompensar la preocupación con la esperanza cotidianade que mi caballo favorito ganará..., y así me van las co-sas.El moralista convencional no tiene ninguna soluciónque dar a esos problemas. Puede señalar los efectos te-mibles del alcoholismo y el juego, pero eso no es másque combustible para la depresión y la preocupación.Puede prometer recompensas en el cielo por soportarpacientemente el sufrimiento, pero también eso es unaespecie de juego. Puede atribuir la depresión o la preo-cupación al sistema social, e instar a los desgraciadospara que se unan a la revolución.En una palabra, el moralista puede asustar al -yo» oalentarle, en un caso haciendo que el individuo huya desi mismo, y en el otro haciéndole correr en pos de sfmismo. Puede trazar brillantes imágenes de las virtudesy alentar a otros para que extraigan fuerzas de los ejem-plos que brindan los grandes hombres. Puede tener éxitohasta el punto de suscitar los esfuerzos más vigorosospara imitar la santidad, refrenar las pasiones y practicarla abstinencia y la caridad. Sin embargo, nada de estoproporciona a nadie la libertad, pues detrás de toda laimitación y la disciplina sigue existiendo el motivo.Me temo que mis esfuerzos para sentir y actuar convalentía obedecen al miedo, pues temo al miedo, lo cuales tanto como decir que mis esfuerzos por escapar de loque soy se mueven en un circulo. AI lado de los ejem-plos de santos y héroes, me siento avergonzado porqueno hay en mí nada ejemplar, y así empiezo a practicar lahumildad debido a mi orgullo herido, y la caridad acausa de mi amor propio. El impulso es siempre hacerque «yo» sea algo. Debo ser justo, bueno, una personaauténtica, heroico, amoroso, discreto. Me eclipso a finde afirmarme, y me entrego a fin de conservarme: todoIcsto es una contradicción.^ La mentalidad cristiana ha estado siempre acosadapor la sensación de que los pecados de los santos son

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peores que los pecados de los pecadores, que de algunamanera misteriosa quien se debate por la salvación estámás cerca del infierno y el corazón del mal que la prosti-tuta desvergonzada o el ladrón. Ha reconocido que eldemonio es un ángel y que, como puro espíritu, no estárealmente interesado por los pecados de la carne. Lospecados que interesan de verdad al demonio son lascomplejidades del orgullo espiritual, los laberintos delengaño a uno mismo y las burlas sutiles de hipocresía enlas que una máscara oculta a otra máscara y ésta a otramás, hasta que la realidad se pierde por completo.El aspirante a santo se dirige en línea recta hacia lasmallas de esa telaraña porque quiere llegar a ser santo.Su «yo» encuentra la scgundaj"más prpfunda en una sa~^tisfacción que csjanto más intensa por estar tan hábil-,'rífente escondida, la satisfacción de sentirse contrito portos "propios pecadosjjambiéu rjor-cnorgullcccrsc de I4contrición. En semejante círculo vicioso, las máscarasdcirós de las máscaras son infinitas. O dicho de otromodo, guian pi«jéjuer¡> tic sí mismo para c^igarsc-, debeentonces castigar al vo_que permanece fuera, y PS* inde-fín idamente.Mientras existe el motivo de llegar a ser algo, mien-tras la mente cree en la posibilidad de huir de lo que esen este momento, no puede haber libertad. La virtud sebuscará exactamente por la misma razón que el vicio, ylas buenas y malas intenciones alternan como los polosopuestos de un solo círculo. El «Santo» que parece ha-ber conquistado su amor propio por medio de la violen-cia espiritual, sólo lo ha ocultado. Este éxito aparenteconvence a otros de que ha encontrado el «camino ver-dadero», y siguen su ejemplo durante el tiempo suficien-te para que su línea de conducta oscile al polo contrario,cuando la Ucencia se convierte en la reacción inevitableal puritanismo.Desde luego, parece propio del fatalismo más ab-yecto tener que admitir que soy lo que soy, y que no hayninguna escapatoria o división posible. Parece que sitengo miedo, estoy «paralizado» por el miedo. Pero enrealidad estoy encadenado al miedo sólo mientras tratede librarme de él. Por otro lado, cuando no intento esaescapatoria, descubro que no hay nada «paralizado» ofijo en la realidad del momento. Cuando soy conscientede este sentimiento sin nombrarlo, sin llamarlo «miedo»,«malo», «negativo», etc., cambia al instante en otracosa, y la vida se mueve libremente hacia adelante. Elsentimiento ya no se perpetúa creando al que siente trasella.Tal vez ahora podamos ver por qué la mente no divi-dida está libre de esas huidas del presente que normal-mente llamamos «mal». La verdad de que la mente nodividida es consciente de la experiencia como una uni-dad, del mundo como sí mismo, y que toda la naturalezade la mente y la conciencia consiste en ser una mismacosa con lo que conoce, sugiere un estado que normal-mente recibiría el nombre de amor, pues el amor que se

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expresa a sí mismo en la acción creativa es mucho másque una emoción. No es algo que nosotros podemos«sentir» y «conocer», recordar y definir. El amor es elprincipio organizativo y unifteador que hace del mundoun universo y de la masa desintegrada una comunidad.Es la misma esencia y carácter de la mente, y se mani-fiesta en la acción cuando la mente está íntegra.La mente debe interesarse o estar absorta en algo, lomismo que un espejo siempre debe reflejar algo. Cuan-do no intenta estar interesada en sí misma —como si unespejo se reflejara a sí mismo— debe estar interesada, oabsorta, en otras personas o cosas. Cómo amar no esningún problema. Amamos, somos amor, y el único pro-blema es la dirección del amor, si ha de salir directa-mente al exterior, como la luz del sol, o tratar de volversobre sí mismo como «una vela bajo un celemín».Liberada del círculo del intento de amor propio, lamente del hombre atrae a todo el universo hacia su pro-pia unidad, como una sola gota de rocío parece contenerel cielo entero. Esto, más que cualquier simple emoción,es el poder y el principio de la acción libre y la moralidadcreativa. Por otro lado, la moralidad de las reglas y regu-laciones basada en recompensas y castigos, incluso cuan-do éstos son tan intangibles como el dolor de la culpabi-lidad y el placer del amor propio, no guarda relación conla acción libre. Es una manera de dirigir a los esclavospor medio de la «explotación benevolente» de sus ilusio-nes, y, por mucho que se busque con afán, nunca puedeconducir a la libertad.Cuando hay que emprender una acción creativa, estotalmente inútil discutir lo que deberíamos o no debe-ríamos hacer a fin de actuar correctamente. Una menteíntegra y sincera no se interesa por ser buena, por dirigirlas relaciones con el prójimo a fin de vivir de acuerdocon unas reglas, ni por otro lado, está interesada en serlibre, en actuar perversamente sólo para demostrar suindependencia. No se interesa por sí misma, sino por lagente y los problemas de los que es consciente y que son«ella misma». No actúa de acuerdo con las reglas, sinocon las circunstancias del momento, y el «bien» que de-sea a los demás no es seguridad sino libertad.Nada es realmente más inhumano que las relacioneshumanas basadas en la moral. Cuando un hombre dapan a otro para ser caritativo, vive con una mujer paraser fiel, come con un negro para no tener prejuicios y seniega a matar para ser pacífico, es frió como una almeja.No ve realmente a la otra persona. Sólo un poco menosfría es la benevolencia que surge de la lástima, que actúapara eliminar el sufrimiento porque su visión le parecerepugnante.Pero no hay ninguna fórmula para generar el autén-tico calor del amor: no puede copiarse, uno no puedeconvencerse a sí mismo para sentirlo, generarlo resis-tiéndose a las emociones o dedicándose solemnementeal servicio de la humanidad. Todo el mundo puede amar,pero el amor sólo puede salir al exterior cuando uno se

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convence de la imposibilidad y la frustración de intentaramarse a sí mismo. Esta convicción no se adquiere pormedio de condenas, a través del odio a uno mismo y deinsultar al amor propio; sójo se adquiere con ja concien-cia de Que uno carece de un yo algue amar.IX. REFLEXIONES SOBRELA RELIGIÓNComenzamos este libro con la suposición de que laciencia y la filosofía científica no proporcionan ningunabase para la creencia religiosa. No discutimos esta afir-mación, sino que la tomamos como punto de partida, yadoptamos la opinión generalizada de que la existenciade Dios, de cualquier absoluto y de un orden eterno másallá de este mundo carece de apoyo o significado lógico.Aceptamos la noción de que tales ideas carecen de valorpara la predicción científica, y que todos los aconteci-mientos conocidos pueden explicarse más sencillamentesin ellas. Al mismo tiempo, dijimos que la religión notiene necesidad de oponerse a esta opinión, pues casitodas las tradiciones espirituales reconocen que hay unaetapa en el desarrollo humano en que la creencia —encontraste con la fe— y sus seguridades han de dejarseatrás.Creo que, hasta aquí, no hemos afirmado nada queno pueda verificarse por medio de la experimentación,nada que entre en conflicto serio con la visión científicadel mundo. No obstante, ahora hemos llegado a una po-sición en la que las principales ideas de la religión y lametafísica tradicional pueden ser una vez más inteligi-bles y significativas, no como creencias, sino como sím-bolos válidos de experiencia.La ciencia y la religión hablan del mismo universo,pero usan diferentes lenguajes. En general, las afirma-ciones de la ciencia tienen que ver con el pasado y elfuturo. El científico describe los acontecimientos, nosdice «cómo» ocurren las cosas, dándonos un relato deta-llado de lo que ha ocurrido. Descubre que los aconteci-mientos tienen lugar en diversas frecuencias y órdenes, ysobre esta base efectúa apuestas o predicciones, a la luzde las cuales podemos efectuar arreglos y adaptacionesprácticas del curso de los acontecimientos. Para efectuartales apuestas, no es necesario que sepa nada de Dios ode la vida eterna. Necesita conocer el pasado..., lo queya ha ocurrido.Por otro lado, las afirmaciones de la religión tienenque ver con el presente. Pero tanto las personas religio-sas como los científicos tienen la impresión de que a lareligión le preocupa más el pasado y el futuro. Esta malainterpretación es natural, porque la religión parece efec-tuar afirmaciones sobre cómo comenzó este mundo ycómo terminará. Durante mucho tiempo se ha relacio-nado con la profecía, que sin duda es lo mismo que lapredicción. Declara que Dios hizo este mundo, y que lohizo con una finalidad que se cumplirá en el futuro le-jano, en «la vida del mundo que ha de venir». Insiste,

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además, en que el hombre tiene un alma inmortal, y pro-fetiza que sobrevivirá a su muerte física eternamente.El científico, pues, parece justificado al decir quetales predicciones no pueden verificarse, y que se hacencon muy poca referencia a acontecimientos pasados delos que se sabe que han ocurrido. Cuando trata de des-cubrir la base en la que se fundan tales predicciones,descubre que es emocional más que racional. La gentereligiosa tiene la esperanza o cree que esas cosas seránciertas.Sin embargo, en la historia de toda religión impor-tante, ha habido quienes han entendido las ideas y lasafirmaciones religiosas de un modo muy diferente. Enconjunto, esto ha sido más cierto en Oriente que enOccidente, aunque ta historia cristiana contiene unalarga lista de hombres y mujeres que podrían haber ha-blado sobre una base común con hinduistas y budistas.Desde este otro punto de vista, que nos parece másprofundo, la religión no es un sistema de predicciones.Sus doctrinas no tienen que ver con lo futuro y lo perdu-rable, sino con lo presente y lo eterno. No constituyenuna serie de creencias y esperan/as, sino, por el contra-rio, una serie de símbolos gráficos sobre la experienciapresente.Tradicionalmente, estos símbolos son de dos clases.Una describe la manera religiosa de comprender el pre-sente en forma de imágenes y relatos concretos. La otralo describe con un lenguaje abstracto y negativo que amenudo es similar al lenguaje de la filosofía académica.Por conveniencia, podemos llamar a estas dos clases desímbolo el religioso y el metafísico. Pero debemos recor-dar que «metafísico» en este sentido no es filosofía espe-culativa. No es un intento de prever la ciencia y propor-cionar una descripción lógica del universo y sus orígenes,sino una manera de representar un conocimiento del pre-senie. Los símbolos religiosos son especialmente carac-terísticos del cristianismo, el Islam y el judaismo, mien-tras que las doctrinas del tipo oriental son más metafísi-cas.Hemos dicho que la ciencia y la religión hablan delmismo mundo, y a lo largo de este libro sólo nos hemosinteresado por la vida cotidiana, las cosas que puedenverse, sentirse y experimentarse. Así pues, los críticosreligiosos nos dirán que estamos reduciendo la religión a«naturalismo», que identificamos a Dios con la natura-leza y hacemos burla y parodia de la religión al privarlede «su contenido sobrenatural esencial».Pero cuando preguntamos a los teólogos qué quierendecir con la expresión «sobrenatural», emplean de inme-diato un lenguaje científico. Hablan de que Dios tiene«una realidad concreta distinta de la de este universo», yse refieren a Él bajo el punto de vista de la historiapasada y las predicciones del futuro. Insisten en que elmundo sobrenatural no es del mismo «orden» que el uni-verso estudiado por la ciencia, sino que existe en otroplano de esencia invisible para nuestros sentidos natura-

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les. Esto empieza a parecer algo psíquico, algo del mis-mo orden que los fenómenos de telepatía, clarividencia yclariaudiencia.No obstante, eso es naturalismo puro y simple; es,incluso, pseudociencia, pues la ciencia y el naturalismono se interesan necesariamente sólo por las cosas visiblespara los sentidos. Nadie ha visto electrones o cuantos, niha sido capaz de construir una imagen sensorial del espa-cio curvo. Si existen los fenómenos psíquicos, no hay ra-zón para suponer que no se pueden estudiar científica-mente y que no sean otro aspecto de la -naturaleza». Enefecto, la ciencia se interesa por innumerables cosas queno pueden experimentarse con los sentidos, y que no es-tán presentes para la experiencia inmediata, por ejem-plo, todo el pasado, el proceso de la gravedad, la natura-leza del tiempo y los pesos de planetas y estrellas. Lalógica infiere estas cosas invisibles de la experiencia in-mediata. Son hipótesis que parecen dar una explicaciónrazonable de los acontecimientos observados. El Diosteológico es exactamente lo mismo: una hipótesis queexplica todas las experiencias.Cuando un teólogo efectúa una hipótesis semejante,utiliza los métodos de la ciencia y entra en el campo de laciencia. En consecuencia, debe esperar que sus compa-ñeros naturalistas le interroguen, examinen y critiquen.Pero la diferencia entre lo natural y lo sobrenaturalpuede entenderse de una manera mucho más simple y útiLSi la «naturaleza» es el reino de la ciencia, podemosdecir que la naturaleza es este mundo nombrado, medi-do y clasificado. La naturaleza es el mundo que el pensa-miento ha analizado y clasificado en grupos llamados«cosas». Como hemos visto, ha dado a las cosas una iden-tidad al nombrarlas. Distingue el movimiento de la in-movilidad, comparando algo que se mueve rápidamentecon algo que lo hace lentamente, aunque ambas cosas semueven.Así, todo el mundo de la naturaleza es relativo y estáproducido por el pensamiento y la comparación. ¿Es lacabeza «realmente» distinta del cuello? ¿Porgué esa«cesa» a la cujejlamamos cabeza no debería incluir la«cosa» llamada cuello, de la misma manera que incluyela nariz? El hecho de que la cabeza y el cuello sean doscosas en vez de una es una convención del pensamien-to. En este sentido, los antiguos metafisicos tenían per-fectamente razón cuando decían que todo el universoes un producto de la mente. Se referían al universo delas «cosas».Por otro lado, el mundo sobrenatural y absoluto estáformado por la misteriosa realidad que hemos nombra-do, clasificado y dividido así. No es un producto de lamente, pero no hay manera de definir o describir qué es.En cada momento somos conscientes de ello, y es nues-tra conciencia. Lo sentimos y percibimos, y es nuestrossentimientos y sensaciones. Sin embargo, tratar de cono-cerlo y definirlo es como intentar que un cuchillo secorte a sí mismo. ¿Qué es esto? Esto es una rosa. Pero

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«una rosa» es un sonido. ¿Qué es un sonido? Un sonidoes un impacto de ondas aéreas en el tímpano. ¿Entoncesuna rosa es un impacto de ondas aéreas en el tímpano?No, una rosa es una rosa..., es una rosa, es una rosa, esuna rosa...La definición consiste simplemente en establecer unacorrespondencia entre uno y otro grupo de datos senso-riales y sonidos, pero como los sonidos son datos senso-riales, el intento es, en última instancia, circular. Elmundo real que proporciona esos datos y los órganosque permiten percibirlos siguen siendo insondablementemisteriosos.Desde este punto de vista no hemos de tener ningunadificultad para encontrar sentido a las escrituras más an-tiguas. El Dhammapada, una colección de proverbiosde Buda, empieza así: «Todo lo que somos es el resul-tado de lo que hemos pensado; se funda en nuestrospensamientos, está constituido por nuestros pensamien-tos». Ésta es, en efecto, la misma afirmación con que seinicia el Evangelio de San Juan: «Al principio existía elVerbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.Todas las cosas fueron hechas por él |el Verbo) y sin élno se hizo nada de cuanto ha sido hecho». Por medio delos pensamientos, o las palabras mentales, distinguimoso «hacemos» las cosas. Sin pensamientos, no hay «co-sas»; no hay más que una realidad indefinida.Si uno quiere ser poético, puede identificar esta reali-dad indefinida con el Padre, porque es el origen o la basede las «cosas». Puede llamar pensamiento al Hijo, «deuna sola sustancia con el Padre», el Hijo «por quien sehicieron todas las cosas», el Hijo que debe ser crucifi-cado para que podamos ver al Padre, de la misma mane-ra que hemos de mirar la realidad sin palabras para verlatal como es- Luego el Hijo se levanta de entre los muer-tos y regresa al cíelo, y, del mismo modo, cuando vemosla realidad tal como es, somos libres de usar el pensa-miento sin que éste nos engañe. «Regresa al cielo», en elsentido de que lo reconocemos como una parte de la rea-lidad y no como algo que permanece fuera.Por otro lado, podemos usar el lenguaje negativo,metafísico sobre esta realidad indefinida. Es lo infinito,no lo definido. Es lo eterno, lo omnipresente, no el pa-sado y el futuro, no las convenciones de pensamiento ytiempo. Es lo que no cambia en el sentido de que la ideade cambio no es más que otra palabra, otra definición,que sobrepasa la realidad llamada cambio. Evidente-mente, si todo movimiento es relativo, no hay ningúnmovimiento absoluto. Carecería de sentido decir quetodos los cuerpos del universo se mueven de un modouniforme a diez mil millas por minuto, porque «todos»ha excluido a cualquier otro cuerpo con respecto al cualpodría decirse que se mueven.ti lenguaje metafísico es negativo porque trata dedecir que las palabras y las ideas no explican la realidad.No trata de persuadirnos de que esa realidad es algo asícomo una masa informe de gelatina transparente. No

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habla de ninguna abstracción impalpable, sino de estemismo mundo en el que vivimos. Esta experiencia quellamamos cosas, colores, sonidos, olores, sabores, for-mas y pesos no es, en sí misma, ninguna cosa, ningunaforma, ningún número, no es nada..., pero en este mo-mento la contemplamos. Estamos, pues, contemplandoal Dios que las doctrinas tradicionales llaman la Reali-dad ilimitada, amorfa, infinita, eterna, no dividida, ina-movible e inmutable..., lo Absoluto detrás de lo rela-tivo, el Significado detrás de los pensamientos y las pala-bras. ' Naturalmente, el Significado carece de significadoporque, al contrario que las palabras no tiene signifi-cado, sino que es significado. Un árbol, en sí mismo,carece de significado, pero es el significado de la palabra«árbol».Resulta fácil ver que esta clase de lenguaje, tanto ensus formas religiosas como metafísicas, puede conducir atoda clase de malas interpretaciones, pues cuando lamente está dividida y el «yo» quiere librarse de la expe-riencia presente, toda la noción de un mundo sobrenatu-I. listo es también lo que la doemna Vedanta denomina el Yo. el aman.que trasciende luda» las-comí- experimentadas.ral es su afortunado escondrijo. El «yo» se resiste a uncambio desdichado y por eso se aferra al Absoluto «in-mutable», olvidando que este Absoluto es también «loque no está fijo». Cuando la vida proporciona algunaexperiencia amarga, el «yo» sólo puede apoyarla con lagarantía de que forma parte del plan de un Dios Padreamoroso. Pero esta misma garantía hace que sea imposi-ble la comprensión del «amor de Dios», el cual, como esbien sabido, requiere el abandono del «yo».La mala interpretación de las ideas religiosas puedeilustrarse claramente con lo que los hombres han hechode la doctrina de la inmortalidad, el cielo y el infierno.Ya debería ser evidente que la vida eterna consiste endarse cuenta de que el presente es la única realidad, y elpasado y el futuro sólo pueden distinguirse del presentede una manera convencional. El momento es la «puertadel cielo», el «camino recto y estrecho que conduce a lavida», porque no existe en él espacio para el «yo» sepa-rado. En esta experiencia no hay nadie que experimentela experiencia. El «rico» no puede pasar por esa puertaporque lleva demasiado equipaje; se aferra al pasado yal futuro.Podríamos citar páginas enteras de literatura espiri-tual de todos los tiempos y lugares para mostrar que lavida eterna se ha entendido en este sentido. Basten lassiguientes líneas de Eckhart:El momento presente en el que Dios creó al primerhombre y el momento presente en el que el último hom-bre desaparecerá, así como el momento presente en el quehablo, son todos ellos un solo momento en Dio?, en quienhay un presente único. ¡Mirad! La persona que vive en laluz de Dios no es consciente del pasado ni del (ututo, sinode una única eternidad... En consecuencia, no obtienenada nuevo de los acontecimientos futuros, ni de la casua-

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lidad, pues vive en el momento presente que está, infali-blemente, -recién revestido ¡le verdor».Cuando uno muere y resucita a cada momento, lassupuestas predicciones científicas sobre lo que ocurrirádespués de la muerte tienen escasa importancia. Toda sugloria estriba en que no lo sabemos. Tanto las ideas desupervivencia como las de aniquilación se basan en el pa-sado, en los recuerdos de vigilia y sueño, y, cada una a sudistinta manera, las nociones de continuidad perdurabley nada eterna carecen de significado.No hace falta demasiada imaginación para darse cuen-ta de que el tiempo perdurable es una pesadilla mons-truosa, de modo que entre el cielo y el infierno tal comose entienden de ordinario hay poco para elegir. El deseode continuar para siempre sólo puede parecer atractivocuando uno piensa en un tiempo indefinido más que enun tiempo infinito. Una cosa es disponer de todo el tiem-po que uno quiera, pero otra muy distinta disponer detiempo sin fin.No hay alegría en la continuidad, en lo perpetuo. Lodeseamos sólo porque el presente está vacío. Una per-sona que trata de comer dinero siempre está hambrien-ta. Cuando alguien dice: «¡Es el momento de parar!», sesiente presa del pánico porque aún no ha comido nada, yquiere más y más tiempo para seguir comiendo dinero,confiando siempre en que hallará la satisfacción a lavuelta de la esquina. No queremos realmente la conti-nuidad, sino más bien una experiencia presente de felici-dad total. La idea de querer que semejante experienciaprosiga indefinidamente es el resultado de tener con-ciencia de nosotros mismos en la experiencia y, por lotanto, una conciencia incompleta de ésta. Mientras exis-ta la sensación de un «yo» que tiene esta experiencia, elmomento no lo es todo. La vida eterna tiene lugar cuan-do se ha disipado el último rastro de la diferencia entre«yo» y «ahora», cuando sólo existe este «ahora» y nadamás.En cambio, el infierno o la «condenación perdura-ble» no es la perdurabilidad del tiempo que prosigue eter-namente, sino el círculo intacto, la continuación y lafrustración de dar vueltas y más vueltas en busca de algoque nunca se puede conseguir. El infierno es la fatuidad,la imposibilidad perdurable, de amor propio, de concien-cia de uno mismo y posesión del yo. Es tratar de verselos propios ojos, de oír los propios oídos y besarse lospropios labios.Pero ver que la vida está completa en cada momento;entera, sin dividir y siempre nueva, es comprender elsentido de la doctrina de que en la vida eterna. Dios, esoindefinible, es lodo en todo, la Causa Final o Fin de todolo que existe. Como el futuro es por siempre inalcanza-ble y, como la zanahoria oscilante, siempre está delantedel asno, la realización del propósito divino no radica enel futuro, sino que se encuentra en el presente, no porun acto de resignación al hecho inamovible, sino viendoque no hay nadie que deba resignarse.

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Este es el significado de esc principio religioso uni-versal y tan repetido de que. para conocer a Dios, elhombre debe abandonarse. Es tan familiar como cual-quier lugar común, pero nada ha sido más difícil de ha-cer ni tan absolutamente incomprcndido.; Cómo puedeentregarse un yo, que es egoísta? El teólogo dice que nolo hace por su propio poder, sino mediante el don de lagracia diVina. el poder que permite al hombre logradloque está más allá ftp mk propias fiifxaat Pero, ¿se con-cede a todos esa gracia o sólo a unos pocos escogidos, los«cuales, cuando La reciben, no tienen más elección quesometerse a ella? Algunos dicen que la gracia divina es¡para todos, pero que unos aceptan su ayuda y otros larechazan. Otros aseguran que es para unos pocos elegi-dos, pero aun así, en su mayoría, insisten en que elindividuo tiene el poder de tomarla o dejarla.Pero esto no resuelve el problema en absoluto, sinoque sustituye el problema de retener o entregar el yo porel problema de aceptar o negar la gracia divina, y ambosproblemas son idénticos. La religión cristiana contienesu propia respuesta oculta al problema en la idea de queel hombre sólo puede entregarse «en Cristo», pues «Cris-to» significa la realidad de que no hay ningún yo inde-pendiente que entregar. Abandonar el «yo» es un faboproblema. «Cristo» es darse cuenta de que no existeningún «yo» separado. «No hago nada por mí mismo...Yo y mi Padre somos uno... Antes de que Abraham exis-tiera, Yo ya existía.»Si existe algún problema, es el de ver que en esteinstante usted carece de un «yo» que entregar. Es com-pletamente libre de hacer esto en cualquier momento, ynada se lo impide. Esta es su libertad. Pero no somoslibres para mejorarnos, para entregarnos, para abrirnosa la gracia, pues toda esa división mental es la negativa yla posposición de nuestra libertad. Es como tratar decomernos la boca en vez del pan.¿Es necesario subrayar la vasta diferencia que existeentre percibir que «Yo y el Padre somos uno», y el es-tado mental de la persona que, como decimos, «cree quees Dios»? Si, pensando todavía en que existe un «yo»aislado, usted lo identifica con Dios, se convierte en elinsoportable egomaníaco que se cree capaz de conseguirlo imposible, dominar la experiencia y llevar todos loscírculos viciosos a conclusiones satisfactorias.Soy el amo de mi destino;¡Soy el capitán de mi alma!Cuando la serpiente se traga la cola, tiene la cabezahinchada. Es algo muy distinto ver que uno es su propio«destino» y que no existe nadie que sea el amo o el do-minado, que deba gobernar o someterse.¿Debo también insistir en que esta pérdida del «yo»en Dios no es un miasma místico en el que se olvidan los«valores de La personalidad»? El «yo» no era, no es ynunca será parte de la personalidad humana. No haynada único, «diferente» o interesante en ello. Por elcontrario, cuanto más lo buscan los seres humanos, tan-

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to más uniformes, poco interesantes e impersonales sevuelven. Cuanta mayor es la rapidez con que las cosas semueven en círculos, más pronto se convierten en man-chas indistinguibles. Es evidente que las únicas personasinteresantes son las personas interesadas, y estar com-pletamente interesado es haberse olvidado del «yo».Podemos ver, pues, que los principios básicos de lafilosofía. la religión y la metafísica, pueden entendersede dos maneras diferentes. Pueden verse como símbolosde la mente no dividida, expresiones de la verdad de queen cada momento la vida y la experiencia son un todocompleto. «Dios» no es una definición de este estadosino una exclamación acerca de él. Pero, de ordinario, seutilizan como intentos de permanecer fuera de unomismo y del universo para comprenderlos y dirigirlos.Este proceso es circular, por complejo y tortuoso quesea.Dado que los hombres han estado trazando círculosdurante tanto tiempo, los poderes de la tecnología hanservido de poco, salvo para acelerar el proceso hasta unpunto insoportable. La civilización está en condicionesde disgregarse y salir despedida por la pura fuerza centrí-fuga. En semejante situación, la clase de religión cons-ciente del yo a la que hemos estado acostumbrados du-rante tanto tiempo, no es un remedio, sino parte de laenfermedad. Si el pensamiento científico ha debilitadosu poder no tenemos por qué lamentarlo, pues el único«Dios» al que habría podido llevarnos no era la Realidaddesconocida que significa su nombre, sino sólo una pro-yección de nosotros mismos, un «Yo» cósmico, descar-nado, que señorea el universo.El verdadero esplendor de la ciencia no estriba tantoen que nombra y clasifica, registra y predice, sino en queobserva y desea conocer tos hechos, sean cuales fueren.Por mucho que pueda confundir los hechos con conven-ciones y la realidad con divisiones arbitrarias, en su aper-tura y franqueza, en su amplitud de miras, tiene ciertoparecido con la religión, entendida en su otro sentido, elmás profundo. Cuanto más grande es el científico, másle impresiona su ignorancia de la realidad y más se dacuenta de que sus leyes y etiquetas, descripciones y defi-niciones, son los productos de su propio pensamiento.Le ayudan a usar el mundo para sus propios fines, a ima-ginarlo, más que a comprenderlo y explicarlo.Cuanto más analiza el universo, llegando a divisionesinfinitesimales, más cosas encuentra para clasificar y máspercibe la relatividad de toda clasificación. Lo que nosabe parece aumentar en proporción geométrica con loque sabe. Se aproxima más y más al punto en el que lodesconocido no es un mero espacio en blanco en una redde palabras, sino una ventana en la mente, una ventanacuyo nombre no es ignorancia sino maravilla.La mente tímida cierra esta ventana con estrépito ypermanece silenciosa c irreflexiva acerca de lo que noconoce, a fin de poder charlar más sobre lo que creeconocer. Llena los espacios sin cartografiar con la mera

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repetición de lo que ya se ha explorado- Pero la menteabierta sabe que los territorios explorados con más mi-nuciosidad, en realidad no se han conocido bien en abso-luto, sino que sólo se han señalado y medido mil veces.Y el misterio fascinante de qué es eso que señalamos ymedimos debe al fin «importunarnos hasta que dejemosde pensar», hasta que la mente se olvide de trazar círcu-los y siga sus propios procesos, siendo consciente de queser en este momento es un puro milagro.Esta es. con muy escasa diferencia, la última palabrade la sabiduría, tanto occidental como oriental. Las Upa-nishads hindúes dicen:Quien cree que Dios no es comprendido, por medio deél Dios se comprende; pero quien cree que Dios es com-prendido, no le conoce. Dios es desconocido para quienesle conocen, y es conocido para aquellos que no 1c conocenen absoluto.Goethe, por su parte, nos dice con unas palabras quepueden ser más claras para la mente moderna:Lo máximo que puede alcanzar el hombre es la mara-villa: y si el fenómeno esencial le hace maravillarse, dejadque esté contento; eso no puede darle nada superior, ynada más debería buscar detrás de ello; afü está el limite.También podemos citar las palabras de San Juan dela Cruz, uno de los grandes videntes de la tradición cris-tiana:Uno de los mayores favores concedidos al alma quepasa transitoriamente por esta vida es permitirle ver tanclaramente y sentir con tanta intensidad que no puedecomprender a Dios en absoluto. Esas almas son, pues, encierto modo como los santos en el ciclo, donde ellos, quele conocen perfectamente, perciben con la mayor claridadque es infinitamente incomprensible: pues quienes tienenla visión menos clara no perciben tan claramente comoesos otros hasta qué punió trasciende su visión.Ante tal maravilla, no se experimenta hambre sinosaciedad. Casi todo el mundo lo ha conocido, pero sóloen instantes poco frecuentes, cuando la belleza sorpren-dente o la extraneza de una escena apartan a la mente desu búsqueda del yo y, por un momento, hace que sea im-posible encontrar palabras para el sentimiento. Tene-mos, pues, la inmensa suerte de vivir en una época en laque el conocimiento humano ha llegado tan lejos queempieza a carecer de palabras, no sólo ante lo extraño ylo maravilloso, sino ante las cosas más ordinarias. Elpolvo sobre los estantes ha llegado a ser tan misteriosocomo los astros más distantes; sabemos lo suficiente deambos para saber que no sabemos nada. El físico Ed-dington está muy próximo a los místicos, no por losvuelos más airosos de su fantasía, sino cuando dice senci-llamente: «Algo desconocido está haciendo no sabemosqué».En semejante confesión el pensamiento ha trazadoel círculo completo, y volvemos a ser como niños. Paraquienes siguen empeñados febrilmente en explicar to-das las cosas, en asegurar firmemente el agua de la vida

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envolviéndola en papel y atándola con una cuerda, estaconfesión no dice nada y sólo significa derrota. Paraotros, el hecho de que el pensamiento haya completadoun círculo es una revelación de lo que el hombre haestado haciendo, no sólo en filosofía, religión y cienciaespeculativa, sino también en psicología y moral, en lossentimientos y el vivir cotidianos. Su mente ha estadoen un torbellino para alejarse de sí misma y darse al-cance.Sufrís por vosotros mismos, nadie os obliga.Nadie le manda que vivas y muerasY gires en la rueda y abraces y besesSus radios de agonía.Su llanta de lágrimas, su cubo de nada.Al descubrir esto la mente se vuelve íntegra: la divi-sión entre el Yo y yo. el hombre y el mundo, lo ideal y loreal, llega a su fin. La paranoia, la mente fuera de sí, seconvierte en metanoia, la mente en sí y, por ello, libre desí misma. Libres de aferrarse a sí mismas, las manos pue-den sujetar; libres de mirarse a sí mismos, los ojos pue-den ver; libre de intentar comprenderse, el pensamientopuede pensar. En esa sensación, visión y pensamiento,la vida no necesita ningún futuro para completarse niexplicación alguna para justificarse. En este momentoestá acabada.ÍNDICEPrefacio ............................... 9I. La era de la ansiedad .................... 13II. El dolor y el liempo ..................... 29III. La gran corriente ....................... 39IV. La sabiduría del cuerpo .................. 55V. La conciencia de las cosas ................ 75VI. El momento maravilloso ................. 89VIL La transformación de la vida ............. 105VIII. La moralidad creativa ................... 119IX. Reflexiones sobre la religión.............. 133