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La Oscuridad Interior - Gerhman Laurence

Sep 08, 2015

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  • LA OSCURIDAD INTERIOR

    GERHMAN LAURENCE

    2015, Derechos reservados al autor

    1.

    La primera vez que dispar a alguien fue a mi propio hermano. Recuerdo que era una tarde de verano. Estbamos en mitad del desierto con un sol que sacaba dequicio. Habamos llegado el da anterior, directos desde la base. Nosotros dos y otros tantos cros, en total una unidad entera. Es curioso. Recuerdo que aquel iba a sernuestro primer combate, pero no tengo la menor idea de qu hacamos all. No s por qu luchbamos. Ni siquiera s contra quin. A lo mejor solo tenamos quemorirnos y dejar paso a quien viniera despus. El caso es que vi a mi hermano hablando con otros chicos, y vi todos esos nios que fingan no estar asustados, y se mepas por la cabeza que en un par de horas bamos a morir, que para eso habamos venido y que aquella calma sera nuestro final. Ya s que ramos unos cros, y quetambin ramos soldados, y que tanto lo uno como lo otro no valan nada entonces ni lo valen hoy tampoco. Pero creo que fue por eso por lo que le dispar. Porque mihermano era mi vida y no poda morir all. Lo llam aparte y puse mi frente contra la suya y apret el gatillo. Fue un tiro limpio en la pierna, creo. Los mdicosconfirmaron la herida y lo evacuaron de all. Cuando nos vimos de nuevo, intent disculparme con l. No quiso hablar conmigo. Me contaron que haba empezado adecir que no tena una hermana. Creo que nunca entendi por qu lo hice. Solo ramos cros.

    Admito que he pensado mucho en eso. Sobre el perdn y mi hermano. He intentado ver las cosas a su manera. Si algn da nos encontramos de nuevo y l sigue sinquerer escucharme, creo que lo aceptar. Es mi hermano, as que, qu ms podra hacer? Puede odiarme, si es lo que quiere. No voy a imponerle mi voluntad. Tansolo necesito explicarme. Si est vivo en alguna parte, y es que consigo encontrarle. Despus har como l me diga. En el fondo, me parece que s lo que contestara.Que l haba crecido para luchar y por mi culpa no podra hacerlo. Que preferira estar muerto, a vivir sin las armas. Supongo que, ante eso, no tengo nada que decir.Porque l solo lleg a ver una cara del mundo y lo dej marcado como a los dems. Yo en cambio an tengo recuerdos. De cuando las cosas eran distintas. Puede queno deba soar con eso pero lo hago. Espero despertarme un da y que estemos juntos como antes. Volver atrs, los dos solos. S Completamente absurdo. Mepregunto qu ser de todo aquello cuando lo haya olvidado. Si seguir vivo en la memoria de alguien. Me pregunto hacia dnde vamos.

    Eran veinte las esclavas en la trasera del camin. Blancas y negras y asiticas. Algunas nias. Otras en la pubertad. Vestidas con harapos, una pelcula de sudor y

    mugre donde asomara la carne. Vctimas de las guerras, hurfanas. Raptadas o vendidas. En el abismo. Olor a qumicos y animales muertos, a miedo y desechos. Unpequeo monitor escupa imgenes inconexas. Las mentiras que algn parsito haba dictado al orador de turno, ahogadas bajo el empuje mecnico del motor. Vieronfogonazos de guerras civiles sin bajas. De burcratas posando junto al pueblo expoliado. De policas criminales y tribunales sin ley. Del planeta Kepler 186-ffotografiado desde su rbita por una nave de reconocimiento. La chica abri los ojos. El camin par. Abrieron las compuertas y un negro se asom a ver. Era alto yfornido, tena aspecto de maleante con su parka sucia y una barba descuidada. Baj la rampa de carga y luego las mir. Salid, dijo. Las esclavas obedecieron. Un bazar enBangkok. Cinaga encharcada y miradas de espanto. Bandidos y mercaderes estrechando un cerco. La chica iba al final de la lnea y el negro la agarr del brazo y camina su lado. l tambin ha venido, dijo.

    Bien.An quieres continuar?

  • S.No hagas ninguna tontera.S por qu estamos aqu.Bien. Recurdalo. No dejes que te hunda cuanto est por llegar.Me vers en todo momento?Lo intentar. Seguro que alguien lo har.Si las cosas salen malEsts sola.Vale.Mejor que no lo pienses. Ahora solo importa que l se fije en ti.Captar su inters.Ms que eso. Haz que te elija o se acab.

    Y siguieron movindose en la maana terrible. Entre carros llenos de especias amontonadas en fardos, los bultos de crcuma y cilantro colgados por las lonas, dondese alinean los puestos de unos vendedores agotados, toda una chusma ruda y sucia pregonando a voces la cualidad anmala de sus artculos, deshacindose en infamiashacia las bagatelas no menos fraudulentas de sus convecinos. Y all en los tenderetes, junto a cabritos descarnados con los ojos en blanco, se apilan cajones de viandassobadas por un millar de zarpas, legumbres y frutos malolientes puestos en tablas sobre las que revoletean moscones negros por el estircol. Gentes babilnicasdiscurren violentas por entre las carpas y encima de todos y cada uno de ellos penden las ratas cercenadas, endilgadas de garfios cubiertos de herrumbre, y an hay msroedores abajo correteando por el lecho gris de cieno como una plaga duea del orbe.

    Antes de llegar a la plaza el negro la haba soltado y se puso al frente del grupo y luego seal a las esclavas donde deban pararse. Se formaron varias columnas en elcentro mismo del sitio al tiempo que una amplia audiencia se congregaba a su alrededor. Haba nios subidos a la espalda de hombres en ropa de faena. Ancianosdesdentados abrindose paso con sus bastones. Madres dichosas porque aquellas no eran sus hijas. La estatua sin cabeza de una vieja deidad dominaba la plaza y a suspies reposaba una cuadrilla de hombres armados. Llevaban el rostro cubierto y rifles colgados al hombro y un uniforme oscuro con el emblema de un halcn en el brazo.De todos ellos solo uno vesta distinto y solo una estaba en pie. El chulo. Con su traje azul marino y su camisa estampada de flores. No daba el tipo de agente con supropio escuadrn de mercenarios. Imagino que las apariencias engaan. l era el ms cruel de todos.

    El negro fue a su encuentro. Intercambiaron palabras que nadie alcanz a or. Ah estaban, frente a frente, dos traficantes de humanos, uno falso y otro verdadero. Elchulo camin hacia las esclavas. Estudi hasta la ltima de ellas. Deslizando entre sus manos los grilletes que las encadenaban, vueltas en torno a las nias como quienbaraja el valor de una mercanca. Cierta inquietud o incluso malicia recorra la plaza segn qu gesto. Cuando le toc el turno a la chica la trajo para s como a las dems.El chulo qued a un palmo de su rostro. All, en aquel momento y lugar, a pesar de cuanto la joven haba visto, o tal vez debido a ello, le pareci ms claro que nuncaque todo lo bueno estaba perdido y todo lo malo iba a empeorar, que la depravacin en los hombres tena ya un carcter eterno, pues su rastro de podredumbrealcanzaba el mismo interior, an las mismas vsceras palpitantes que dan vida y luego muerte, de manera que cualquier causa de condenacin estaba dentro de nosotros.

    La chica pensaba en todo eso. Haciendo lo posible por ignorar al miserable a quien tena delante. El chulo. Se mofaba entre dientes, pero no me haba reconocido.Decan que gustaba de abusar jovencitas. Tena fama de afeminado en los bajos fondos, donde paraba regularmente a nutrir su harn. De misgino, entre los ricos alos que colmaba de drogas y putas. Esclavo de los juicios ajenos. Se hablaba mucho sobre su identidad sexual. El chulo se jactaba de violar a sus prostitutas. Purahombra. Como no fue suficiente contra las habladuras comenz a maltratarlas. Chiquillas endurecidas por las palizas. La piel blanduzca de cardenales marcada. Aveces se entusiasmaba con la fusta y al cabo de unos das flotaba en el canal un cadver desnudo, violceo. El chulo se alej. Los rumores del gento enmudecieron.Ocup el centro de la plaza y se ajust los puos de su traje y habl, una sonrisa temible en los labios. Dijo el chulo que haba mirado en los corazones de aquellas niasencadenadas de pies y manos y que ahora las quera como si fueran suyas. Aadi que entre ellas haba impuras y que urga precisa una criba. Presinti el olor a sangreel crculo humano, colmillos afilados y miradas viciadas por doquier.

    Un vehculo blindado apareci entre la multitud. Tipo militar. Un tanque urbano laminado de placas reforzadas que ocultaban su interior. El motor ruga desbocadoy las carpas del mercado se tambalearon y el empedrado y el asfalto en la plaza vibraron al borde de la fractura. El transporte se detuvo motor en marcha y las puertaslaterales se abrieron y una pareja de mercenarios descendi de l. En absoluto silencio, tan solo cerrando su mano, el chulo les fue indicando qu esclavas vivan y acuales deban disparar. Hubo chillidos por cada nia cada y eslabones de acero repicando contra el duro suelo. Otros soldados las arrastraban hasta un punto comnjunto a la estatua y all las fueron amontonando. Los esclavistas tomaban los rganos que luego vendan al mejor postor. Implacables especuladores en el campo de lavida y la muerte. Las pocas supervivientes quedaron liberadas por los mismos mercenarios que antes les apuntaban, y a todas juntas las guiaron hacia el blindado entrevtores de los presentes.

    Cerraba el grupo de elegidas aquella misma chica, la atencin an perdida lejos del sofocante calor, muy lejos del ruido y el odio, en cualquier lugar excepto elmercado de esclavos. Recin le abandonaron los oscuros pensamientos con que se abstraa cuando capt la mirada del negro clavada en su ser, una ltima visin de laplaza antes de que las puertas del blindado se cerraran en torno a ella y el resto. El pasado ms inmediato empezando as a diluirse como ocurre con los recuerdoslejanos e inciertos.

    Un pueblo pequeo en un pas pequeo. A medioda los pjaros de pico rojo cantaban en los chaperones. El calor bajo el sol era extenuante y no se vea un alma nise oa otra cosa que sus gorjeos. Un coche oscuro entr por la calle mayor. Aparc entre otros vehculos y el ruido del motor ces. Nadie sali del coche. Los pjarossiguieron cantando. Al rato un hombre y una nia cruzaron por la calle. Iba el uno al lado del otro, cogidos de la mano. Entraron en una tienda de comestibles. Por elescaparate se distingua al hombre metiendo pan y leche y carne dentro de una bolsa. La nia bailoteaba a su alrededor. Se perdieron al fondo de la tienda.

    Del coche oscuro sali una chica. Vesta ropa muy gastada y su cara estaba cubierta hasta los ojos con un pauelo negro. En una mano llevaba una pistola.Camin hasta la tienda y entr. Detrs de una mesa estaba el tendero y el hombre negro al volante la vio disparar contra l. Los pjaros volaron en desbandada. Eltendero haba cado muerto y la chica fue al fondo de la tienda. Hubo una pausa y luego disparos. La chica sali de la tienda y entr en el coche y se baj el pauelo. Elhombre negro arranc.

    Atravesaron un sendero de montaa lleno de rboles frondosos y verdes que se inclinaban hacia la carretera, el lecho enterrado por capas de hojas y el sol comoun punto tras el boscaje. De forma intermitente apareca alguna cabaa en las proximidades del camino. Columnas de humo gris sobre las casas de madera. En uncruce del sendero la ruta que haban estado siguiendo los obligaba a descender y ellos fueron colina arriba por una cuesta enfangada hasta llegar a la cumbre. Unacabaa solitaria se ubicaba en aquel campo llano y aparcaron enfrente. La chica baj del coche con una bolsa colgada al hombro y pas por el porche y entr en lacabaa. El negro tambin haba salido y la observaba muy quieto, un vislumbre de clera en su gesto.

    Entr en la cabaa. Fue hasta una nevera porttil sobre la cocina y cogi una lata de cerveza. Se sent en una silla y abri la lata y bebi. La chica estaba en elbao. Aguard a que saliera. Cuando lo hizo vio que se haba quitado el pauelo y la cazadora, y ahora vesta una camiseta de manga corta y unos vaquerosdeshilachados. La chica solt la bolsa en el suelo y tom otra lata de cerveza y se apoy en el banco de la cocina. El negro segua mirndola. Ella apartaba la vista.Cada da ms distante. Su pelo corto y negro con alguna guedeja de tinte rubio. Plida y demacrada chiquilla que pasa las noches en vela. Buscando noticias que nada

  • la incumben. Igual que los habitantes de las ciudades en los primeros aos de la red. Esquizofrenia impuesta hasta convencernos de su utilidad. Qu nos importa loque ocurra en la otra orilla del mundo? Tantas cosas que se hacen sin saber el porqu. El negro se inclin en el asiento. Qu has hecho con la nia?, dijo.

    La chica lo ignor.Estoy esperando.No voy a hablar sobre eso.Le has disparado?No lo s.Has matado a la nia?La chica no contest. Bebi de su lata.El negro tena el rostro descompuesto y se levant y ech su lata contra la pared junto a la chica. La lata estall con su lquido desparramndose sobre la madera y

    la chica se cubri con un brazo ms por el susto que otra cosa. Qu coo te pasa?, dijo.El negro la seal con un dedo. Joder Ests enferma.Por qu te cabreas conmigo?La nia no era parte del trabajo.Tampoco el tipo de la tienda y de l no dices nada.Es diferente.Gilipolleces.Es diferente y si no ves eso entonces lo siento mucho por ti. Somos mala gente, de acuerdo? No estoy ciego ante eso. Pero hay grados de maldad y t T los

    rebasas todos.En la guerra luchaba contra otros nios. Mat a decenas de ellos.Esto no es una guerra.ClaroQu?Joder, di si quieres que son guerras distintas pero no me tomes el pelo. Cuntos encargos como este van? Somos sicarios, igual que en el ejrcito.El negro sacudi la cabeza. Crees que eso te disculpa? Porque no lo hace. Yo tengo mis reglas. No mato a quien se cruza en mi camino, ni voy llamando la

    atencin. Dime, qu tienes t? Qu clase de persona puede caer tan bajo?La chica sonri. Ya s de qu va esto, dijo.El negro se puso todava ms serio. La seal otra vez con el dedo.Mide tus palabras, dijo.Puedo decir lo que quiera.No, t ni se te ocurra nombrarla. No deberas ni pensar en ella, de acuerdo?Que te den. Esa nia no es tu hija, me oyes?Suficiente, maldita sea.

    El negro se abalanz sobre la chica y ella le tir la lata apuntando a su cabeza y luego ech mano de la nevera y cuanto haba en la cocina y esquiv al negro ysali de la cabaa corriendo. En el bosque solo se oa un alboroto de pjaros. La humedad matinal rezumando de las hojas. La chica dio unos pasos y se detuvo ymir atrs. El negro caminaba hacia ella como un hombre enloquecido deba hacerlo, los brazos rgidos y sus puos cerrados y la mirada ida. Se encararon uno aotro. La chica manteniendo distancia respecto al negro que intentaba tumbarla con agarres y patadas a la altura de los pies. Dieron una vuelta sin parar de lanzarseamagos. Ella desviaba los golpes con las manos puestas al frente, a veces saltando a un lado para librarse de una embestida. El negro la ojeaba enconado. Se le echencima y cay a tierra y se qued sentado de rodillas listo para volver a levantarse. Djalo ya, dijo la chica. T me hablaste sobre ella y cmo la secuestraron...

    Aqu el negro se puso en pie y le solt un puetazo. Ella segua con las manos extendidas y pudo pararlo a duras penas y el negro cay otra vez de la inercia quellevaba su golpe.

    La chica se apart a una distancia prudencial. No fue por tu culpa, dijo.El negro se levant. Estaba rindose por lo bajo y se sacuda con los dedos el polvo y las ramas de los pantalones. S que lo fue, dijo. Los nios sufren por culpa de sus padres. El destino de cada uno est atado al del progenitor. Si no fuese por m, nadie le habra hecho dao.Puedes cambiarlo?No.Pues para de condenarte de una vez.El negro se puso en jarras. Mir a los rboles y luego a ella.Sabes que estoy en lo cierto, dijo.S? Qu hay de los hombres que la raptaron? Dime, quin dispar a la nia hace un rato?El negro no dijo nada.Vamos, quin mat a la nia? Fui yo con un arma o el padre con sus decisiones?Algunos creern que fuiste t. Yo opino que habis sido los dos.La chica afloj su pose. Vale, dijo. Entonces tienes alguien que buscar. Cualquier hombre lo hara antes que seguir quejndose.No me estars llamando cobardeEso es cosa tuya.Qu haras t?Para encontrarla? Cuanto hiciese falta.El negro sonri. Elev la mirada hacia el sol, su rostro amargo y cansado. Asinti y mir a la chica.Quiz podamos desaparecer una temporada, dijo. Centrarnos en nuestros asuntos.Tenamos un trato.Ya lo s.Mi hermano va primero.El negro no contest.Qu pasa?Iba a contrtelo.La chica esper a que hablase de nuevo.Hay una pista, dijo el negro. Es parte de un trabajo. No ser fcil pero podra funcionar.Quin te lo dijo?No lo conoces.

  • La chica cavil un momento. Confas en l?No creo que se equivoque.Ella neg con la cabeza.Al menos echa un vistazo a lo que tengo.Desde cundo lo sabes?Hace un par de semanas.Tendras que habrmelo dicho.Ya, bueno. Quieres verlo o no?De acuerdo.Ve adentro. En seguida te alcanzo.

    La chica se dio la vuelta y camin hacia la cabaa. El negro la mir abatido. Estuvo a punto de derrumbarse. Fue hasta la trasera del coche y se apoy sobre lapuerta tratando de respirar. El sol se haba puesto tras unas nubes color granate. Cuando se seren cogi una mochila del maletero y se la ech al hombro y camin.

    En la cabaa la chica estaba fumando sentada a un lado de la mesa. El negro dej la mochila en su centro y la abri y tom un telfono mvil y lo encendi y sesent frente a la chica. Puls la pantalla varias veces. Luego estir el brazo para darle el telfono. La chica lo cogi de su mano y se acomod en la silla poniendo laspiernas cruzadas sobre el asiento y empez a leer. l se levant y tom del suelo una de las latas que haban cado un rato antes. La abri en el fregadero. Espumacaliente deslizndose por la mano. Se limpi en un costado del pantaln y ech un trago y volvi a sentarse. Permanecieron en silencio. La chica chupando su cigarro.Al rato solt el telfono. Mir al negro. Esto va en serio, dijo.

    Del todo.Se supone que debo pasar No s cunto, viviendo como una esclava.S.Hasta que aparezca el tipo que quieren cargarse.El negro asinti.Si es que lo hace, dijo la chica.Lo har. Tarde o temprano te encontrars con l.Vale. Entonces qu.Los llevas adonde est.A los rebeldes.S.Cmo lo hago?Oh, bueno. Hay localizadores que podramos ponerte bajo la piel.Ella sacudi la cabeza.Te ensear cmo hacerlo.Prefiero no saber nada de eso.Tendrs que aprender. Cuando ests junto a tu blanco har falta que lo recuperes. La ltima seal del aparato ser la que nos lleve hasta ti.Dices que debo romperlo.Eso es.El gesto de la chica se ensombreci, dio una larga calada. Estos rebeldes no pegan tiros?Que yo sepa no hacen otra cosa.Entonces, qu pasa?Pues que no son idiotas. Donde un asedio ha fallado, una sola persona podra conseguirlo.Quin es su comandante?No lo s. Supongo que otro libertador de las calles.Ya.Habr que reunirse con su gente. Si aceptamos el trabajo.Quiere evaluarnos.Imagino que s.Dnde estars t?Contigo.Me refiero a cuando me haga pasar por esclava.El negro sonri. Estar contigo, dijo. Ser tu dueo por un tiempo.Quieres decir que t harsDe esclavista, s. Hizo una pausa. Mira, dijo. Los dos estamos en esto. En un desafo a todo o nada los detalles cobran mxima importancia. No se puede aparentar

    una cosa distinta de la que somos. Hay que convertirse en aquello que decimos ser, entiendes? Incluso si nos lleva meses.La chica mir a un lado. Cuanto haga falta, no?T lo has dicho.A esto ella no contest.Pinsalo bien, dijo el negro. S que quieres encontrar a tu hermano. Pero una vez te compren estars sola. Despus te obligarn a prostituirte, en la comida te

    pondrn drogas Quin sabe qu ms. Esta gente es salvaje.La chica se levant. Alcanz una lata del suelo.El negro la observ. Tambin deberas hacer algo con tu pelo. Hay fotos de ti con ese aspecto.Ella tir el cigarro al fregadero y abri la lata y se dio la vuelta.Vale, dijo. Bebi. Luego pregunt: Quin est al mando de los esclavos?El negro cogi el telfono. Toc la pantalla y volvi a dejarlo sobre la mesa. Del telfono sali un cono de luz. La imagen de un hombre blanco vestido con traje y

    camisa de flores.La chica se acerc. Lo conozco, dijo. Ese hombre era uno de mis oficiales en Europa. El mismo hombre queLa chica par de hablar. Su boca medio abierta en un ademn de duda.El negro trat de parecer calmado.Ella lo mir. Seal el holograma.Ese hijo de puta trabaja para la agencia de la que escap. T lo sabas y no me lo has dicho.Espera. Iba a hacerlo, me oyes? Maldita sea, cundo?

  • Cuando supiera que no te lo tomaras as.La chica apret un puo, se morda el labio inferior.Primero el trabajo, te acuerdas? No saba tu historia con ese tipo pero ahora no importa. Si te paras a pensarlo, qu otra manera hay de dar con tu hermano?

    Todava est con la agencia, no? Haz esto por los rebeldes y ellos te pasarn la informacin que buscas.Vale. Solo dime que iremos a por l. Que al final de esto tendr su merecido.El negro sonri.Hablas en serio.La chica lo observ muda.Vale, dijo el negro. Se har como t quieras.Bien. Llama a tu contacto. Dile que estamos dentro.Ella fue hacia la puerta.Eh, dijo el negro. Ojal hubiese otra forma.La chica asinti. Sali de la cabaa.El negro se qued all sentado. Como un mentiroso a disgusto con su propia palabra.

    Camino a ninguna parte, el acorazado daba fuertes sacudidas. Sentadas frente a frente ocho chicas desnutridas, cuerpos raquticos de singular belleza custodiados

    por soldados de fortuna. El resplandor cenital de una luz intermitente proyectando sombras monstruosas sobre ngeles demacrados, de cuando en cuando fantasmas, decuando en cuando esclavos. Otra pantalla amenizaba el trayecto. A un vdeo de un templo local en ruinas le sucedi otro del planeta Kepler-186f. Si tiene algo de ciertocuanto se dice sobre la colonizacin espacial, no hay modo de comprobarlo. Las nicas pruebas se transmitan mediante el sistema, en su mayora reportajes a mayorgloria de los tripulantes. Hroes modlicos para tiempos difciles. A veces los cortes de noticias incluan entrevistas con pseudoexpertos o cientficos, voces autorizadaspara corroborar que pronto el hombre abarcara un astro ms. Pero eso era todo. Unos pocos minutos de fascinacin audiovisual, el espectador tomado por idiota.Las secretas audiciones con aspirantes a intrprete de las que surgi la tripulacin. Los hombres de ciencia que se vendieron a cambio de modernos bolos. Kepler-186f y la minscula nave recreados digitalmente en un programa de ordenador. A la chica, lo quisiera o no reconocer, aquellos comentarios sobre el espacio la turbabanun poco. Sin embargo estaba convencida de que la historia era otro engao, otro ms de los bulos que entre la gente se haca circular. Aun as, no entenda por qu lasnias a su lado se ilusionaban con las imgenes de una realidad engaosa que, incluso de existir, jams conoceran. Despus de todo, qu fin tiene creer en delirios? Serhumano no implica ser estpido.

    Al cabo de lo que parecieron das el acorazado se detuvo. La doble compuerta se abri desde fuera y varios mercenarios se asomaron a la zona de carga. Unmurmullo incomprensible de voces se oy bajo sus cascos integrales. rdenes que exigan sometimiento a las esclavas. El motor segua rugiendo y las palabras noimportaron. Las chicas miraron el can de las armas y vieron una oscuridad sin fin. Cuanto necesitaban para entender que el viaje haba concluido. Bajaron delvehculo aturdidas. La luz del sol cegndolas y los pies en el camino de fango, una zanja de tierra anegada que los neumticos haban moldeado a su albedro. La chicamir hacia arriba y contempl rascacielos tiznados de negro, en frente la recepcin de un hotel devastado. Junto al blindado aparcaron dos automviles. Grandescamionetas con traccin en las cuatro ruedas y cristales a prueba de balas y ametralladoras montadas encima del techo. Una llevaba enganchado un remolque tapado poruna lona y los cadveres de la plaza asomaban manchados de sangre. El chulo sali de la otra y se apresur por delante del grupo en direccin al hotel, seguido a cortadistancia de una pareja de escoltas. Trastabillndose y a empujones, las nias caminaron torpemente tras l.

    The Imperial estaba en penumbra. La recepcin vaca. Globos reventados por donde crecen telaraas y carteles de la fiesta inaugural esparcidos. Nunca se celebr.El chulo se desvi por un pasillo y las putas avanzaron junto a la escolta hasta un hueco de ascensor. Un mercenario puls un interruptor sobre la pared del fondo y elmontacargas inici su descenso entre remotos crujidos. Haca fro. La ropa de las chicas hmeda. Una brisa subterrnea silbando por los resquicios del deslucido terrazo,entre los bloques de ladrillos. El ascensor apareci con un resplandor plido iluminando las paredes del agujero. Era un modelo de carga hidrulico toscamenteensamblado y enrejado que pareca haberse aadido en un perodo posterior. Uno de los mercenarios extrajo de su bolsillo un juego de llaves y abri el cerrojo de lasrejas con una ms gruesa que las dems. Empuj la barrera hasta el extremo y las chicas y el otro mercenario entraron. Desde dentro repiti la accin en sentidocontrario y puls un pequeo botn en el panel. El montacargas dio una sacudida. Comenz a subir despacio, sin ms ruido que el de los cables retorcindose al izar elcontrapeso. La presin asfixiante en el agujero. A travs de las rejas se vean paredes de cemento gris, alumbradas dbilmente por los halgenos del elevador. Empezarona distinguirse sonidos de personas y mquinas. Segundos ms tarde alcanzaron la primera planta. La chica mir con atencin.

    Entre lo oscuro haba unas pocas luces encendidas donde mujeres con sus atuendos negros y mascarillas como enfermeras en duelo operaban mquinas inslitastroquelando alguna materia en su mecnico interior. Alrededor las envolva un cortinaje de plstico y mercenarios armados marchaban resueltamente en rondainterminable por donde hubiera sitio. Las mquinas prorrumpan en toda suerte de chirridos mientras sus renuentes prisioneras las cebaban con carne humana que unaanciana gibosa transportaba en una carreta atada a su espalda, toda de negro y sucia y dando bandazos por la sala con aquel armatoste horrible como un enormemurcilago ebrio y dejando a su paso una estela de sangre. Al fondo sobre camillas haba un rosario de cadveres y otras mujeres embutidas en chales enlutadosdespedazaban los cuerpos y les sacaban los rganos fulgentes en la penumbra que luego arrojaban al carro de la vieja, atroz escena que estudi la chica boquiabiertahasta dejar atrs aquella planta. Volvieron a ver pared gris a la luz difusa del elevador. Pens en cuanto haba visto. Mujeres inmigrantes haciendo las veces de matarifesforzosas. Extrao banco de rganos regentado por carniceras bisoas en la anatoma humana. Arriba ms ruido y una luz azulada. Desapareci el muro de cemento.

    Tableros repletos con material qumico y plantaciones en hilera baadas en azul. Dentro de cajas de embalaje diseminadas por todas partes hay montones decpsulas con tapones rojos o negros. Dedos en guantes de silicona las prenden y las dejan sobre bsculas oxidadas, mediante embudos las llenan todas de un compuestoblanquecino que desgajan con cuchillas de atadijos mal envueltos y cuando acaban cras rotas color de holln las recolectan y las sacan de la estancia en unas parcasarquetas que les cuelgan del cuello como tenderas ambulantes. La segunda planta era un laboratorio de drogas. Todas mujeres, con gafas protectoras y mascarilla las quemanipulaban sustancias en las mesas, y tambin por all acechaban mercenarios de ndole encolerizada. La chica no pudo ver ms. A ella no le importaban las drogas.Procuraba mantenerlas lejos. Si un imbcil se enganchaba, quin era ella para juzgarlos. Haba mil formas de morir en vida y cada cual escoga la suya. Eso, lo sababien. Siguieron subiendo.

    La tercera planta era un arsenal. Armas largas y cortas apiladas en taquillas metlicas. Escudos de policarbonato reforzado y chalecos personales sobre cajonessellados. En aquel piso haba suministros para abastecer a un ejrcito. Haban levantado celdas en torno a las taquillas y para acceder al interior se necesitaba otra llave.A la chica, nada de esto le sorprendi, pues ya estaba enterada de que la tropa del chulo era numerosa y, viendo las siguientes plantas, se hizo una idea an mejor. En lacuarta haba un rea de entrenamiento: circuitos de obstculos y recorridos militares con objetivos, sicarios que disparaban contra dianas humanas. En un rincnmquinas de ejercicio, peso y una jaula de lucha. Los cerdos las vieron pasar con risas y aullidos y aplausos. Un par de nias sollozaron, otra se me encima. Todasestaban en los huesos.

    La quinta planta contena el rea comn de los mercenarios. Comedor en el centro y cuartos con literas a los lados y letrinas al fondo. Haba docenas de hombresmovindose entre las mesas, saliendo de las habitaciones o sentados mientras coman. Los mismos gritos que abajo cuando el montacargas subi. Capullos. Losmercenarios que iban con las putas parecieron rer dentro de sus cascos. Una risa grave y deforme. Llegaron a la sexta planta y solo vio un par de soldados recostados enel suelo mientras afilaban sus cuchillos o les susurraban a sus fusiles como hoscas comadronas. Dependencias de veteranos, puede que oficiales. Les observaron en

  • silencio con ojos negros sin expresin. Pared gris.

    El montacargas se detuvo en la sptima planta. Una puta vieja en camisn de seda esperaba fuera. Fumaba un cigarro esmirriado con una boquilla negra que sostenaen las puntas de los dedos como si lo juzgara elegante. El rosa de su bata sucia ofenda en aquel lugar. Sin maquillaje pareca un cadver fresco. Les gritaba algo entailands a los soldados mientras abran el montacargas y empujaban a un lado las rejas. Las chicas bajaron y se quedaron quietas escuchando la discusin. Ella noentenda el idioma. Dud que alguna de las otras lo hiciera. Estaban paralizadas de miedo, no interesadas en lo que una puta y dos peones tuvieran que decirse.

    Observ el sitio. La estructura era similar a la vista en la cuarta planta, pero aqu no haba muros. Todas las paredes haban sido derribadas y solo un par de sbanastendidas sobre alambre daba cierta intimidad. Los cubculos donde dorman las chicas en el suelo estaban separados por stas. Los baos no tenan tal distincin.Charcos de orina resbalaban por la entrada, el hedor expandindose en vapores casi corpreos. Una joven poco mayor que ella estaba usando el retrete y se la quedmirando. Las bragas por los tobillos, semidesnuda. Sonrea ausente y un hilo de saliva le caa hasta la barbilla y despus a las rodillas. La chica dej de mirar. Repar enlas cmaras del techo. No las haba visto en otras plantas. Dud si eran para vigilarlas o el pasatiempo de algn depravado. El chulo era capaz de ambas cosas, y ningunale gustaba a la chica. La puta vieja y los mercenarios haban terminado. La vieja sigui chillando pero los mercenarios se haban ido ya en el montacargas. Cuando parde gritar aguard un momento en silencio y se dio la vuelta y antes de hablarles mostr una sonrisa rgida. Daba asco. Con su piel agrietada y su pelo postizo. Les hablen tailands y la chica pens que pareca ms vieja que antes y que no entenda nada de lo que estaba diciendo. Dio una calada al cigarro y exhal el humo. Esperad a m,dijo en otra lengua. Despus comida. Entendido? Volvi a callarse y se perdi con andares ridculos por entre las sbanas.

    El grupo se dividi y la chica qued sola en mitad del pasillo. No supo qu hacer por un instante. Desde que fue comprada nunca la haban dejado sola. Sigui con lamirada los movimientos de las dems. La nia que se me en el montacargas estaba vomitando y llorando en el lavabo. Otra chica se haba encogido en el suelo junto auna ventana con barrotes. La tarde se extingua fuera. Parte del grupo se haba sentado a una mesa en el comedor y al resto las haba perdido. Se sorprendipreocupndose por ellas a pesar de que nunca haban hablado. Para. Deba mantenerse centrada. Las cmaras lo vean todo y all de pie llamaba la atencin. Avanz porel pasillo flanqueado de sbanas y mir si haba espacio en algn cubculo pero parecan ocupados. Haba ms chicas de lo que pensaba y no imaginaba por qu querranms. Opt al final por acurrucarse bajo una ventana y ver cmo el sol desapareca.

    El hombre recorri un largo pasillo mal iluminado. En el extremo derecho, cerca de la escalera de emergencias, haba una puerta sin nmero. Par ante ella y sac unallave del bolsillo de los pantalones con la que abri la puerta y entr en el apartamento y luego cerr con el pestillo. Puls un interruptor sobre la pared y una luz fraalumbr parte del lugar. Se pase por la entrada desplazando a puntapis el felpudo de porquera y basura apilado en frrago absoluto. Alcanz el saln. Vio muebles denogal carcomidos, apolillados. Un televisor ovalado y un sof de costuras rajadas por donde asomaba la espuma pajiza. En medio una mesa rota, abatida hacia un lado.A su izquierda la cocina que no haba usado jams. Cajas de comida desparramadas sobre la encimera. Ningn utensilio cuyo nombre recordara. Armarios tan vacoscomo las viejas paredes abombadas por el calor, sin otro adorno que sus fisuras. Haba en un oscuro recodo del saln un rimero de objetos abandonados de entre loscuales algunos brillaban como metales imbuidos del fulgor de una fragua quimrica. El hombre fue hasta la cspide y arroj unos enseres a la coleccin de srdidosobsequios tomados sin permiso de los muertos.

    Gir a su derecha. En pocos pasos tras un mamparo agrietado alcanz el dormitorio. Sobre una litera dorma un nio desnudo atado de pies y manos a los cabezalesde acero. Estaba vuelto de espaldas, la cabeza un poco ladeada, y tanto su cara como sus partes pudendas quedaban envueltas en sombras. Nio blanco de cabellosnegros. No recordaba el color de los ojos. Los tena vendados desde haca tiempo. Cautivado solo por el corazn. Esa piedra blanca que en la niez adquiere por propiadesde la horma ms cruel hasta la ms incorruptible.

    Se agach junto a su cabeza. El nio tena el rostro anaranjado y ola fuerte a orn y vmitos. La bilis glauca pegoteada en el mentn. Se incorpor y dej la chaquetadel traje sobre una silla que arrastr junto a la cama. Se qued muy quieto observndolo. Al rato el nio movi la cabeza bruscamente y contorsion piernas y brazos yluego intent hablar pero tena un pao en la boca y cinta plateada encima y solo profiri un lamento sordo. l se desaboton la camisa y fue hasta el saln donde sequit los zapatos empujndolos con la punta del pie contrario y acab por tirarlos en un rincn. Rebusc en el sof hasta encontrar el mando y lo cogi y encendi eltelevisor. Calumnias sobre el espacio y malos cuentos terrenales. Cambi a un canal de dibujos animados y subi el volumen al mximo para que lo oyera el nio. Mirel reloj en la pantalla y solt el mando y lanz la camisa al suelo revelando su torso lechoso y esculido y volvi al dormitorio. Se deshizo de toda ropa hasta quedardesnudo y msero y luego se acost junto al nio. Chirrido de muelles metlicos. Mes sus cabellos. El nio guard silencio. Ahora tena la cara amoratada y l le habllleno de remordimiento, eternamente desgraciado y malicioso forastero en las antpodas de los hombres. Oquedad aberrante por tutano, los huesos cubil de la pena, susentraas taller y prisin para el odio y la envidia ciega. l lo ha visto en otros. Bobos engendros de la creacin. Y qu habr dentro del nio. Se ha extinguido ya su luz,quebrada bajo el peso del martirio. Pero espera que surja algo nuevo. Un germen puro y negro. Eso lo ha visto tambin.

    Tengo este recuerdo. Es de cuando estbamos en la vieja casa de madera, los meses que pasamos en ella. Mis padres estn ah. Mi hermano tambin. Formashumanas insufladas de recuerdos traicioneros. Ataviadas siempre con los mismos atuendos, mi padre en una camisa almidonada de tirantes, y mi madre vestida conun traje blanco de gasa. No recuerdo a mi hermano. A veces escucho su voz o creo que me est mirando desde el porche. Yo estoy siempre de espaldas a la casa. Veoante m los maizales quemados, la carretera griscea que se extiende muy lejos hacia el norte y el sur. Las turbinas elicas por donde el sol prrico se esconde, enreposo o desplomadas como colosos vencidos por el tiempo. Sus gigantescas hlices horadando la tierra seca y endurecida. Cuando me gir buscndole, ya hadesaparecido.

    Se encendieron las luces. No saba cunto tiempo haba pasado en aquel rincn. Se levant y vio por la ventana que afuera estaba oscuro. El destello de neones en losedificios y faros de coche brillando en la noche. Senta cansancio y el cuerpo pesado. No recordaba haberse dormido y sin embargo le pareci despertar de un mal sueo.Se gir y camin de vuelta al pasillo principal. Tropez con algunos soldados que salan de distintos cubculos y desaparecieron escaleras abajo. Risas y murmullos.Prostitutas arremolinadas detrs de unas sbanas, sus siluetas dibujadas en negro a travs de la fina tela. Una mancha espesa y borgoa ti la moqueta junto a uncubculo. La chica prest atencin. Sollozos de una mujer. O unas cuantas. La figura de alguien tumbado y otra figura a su lado haciendo algo y un par de figuras mslejos que cuando no se movan formaban una gran y nica sombra. Otras putas haban dejado sus cubculos y curioseaban en el pasillo. Qu les han hecho? Tenan unaspecto grotesco, como salidas de un campo de concentracin. Los ojos dos cavidades protuberantes y vidriosas en medio de una cara consumida y sin labios. Tandelgadas. Tan malditamente raquticas. Harapientas jiras cobijando apenas sus osamentas, los pies corvos y menudos encolados al suelo. Algunas se sostenan en lassbanas para avanzar. Sinti el impulso de buscar un espejo y comparar su cuerpo al de aquellos andrajos.

    Una bombilla roja se encendi sobre el hueco del montacargas. Estaba subiendo a la sptima planta. Las putas empezaron a arrastrarse en direccin al comedor.Salan de todos los cubculos, un grupo variopinto de nias y viejas en espasmdica marcha. La chica esper. Estaba oculta tras una sbana amarillenta cuando lalmpara de gas se apag y aparecieron del cuarto un par de mujeres sucias y estropeadas que marcharon como las otras hacia el comedor. Casi al momento lleg elmontacargas y salieron varios soldados empujando carros con cubiertos y vasos de plstico, bandejas metlicas y recipientes cerrados. Las ruedecillas deslizndosesuavemente sobre la moqueta. La puta vieja sali del cubculo a oscuras y los mir mientras pasaban. Tena sangre en las manos y en las mangas del camisn rosa. Secruz de brazos y al primero que la sonri le escupi en la cara. El mercenario se revolvi, la agarr del pescuezo y acab tirndola al suelo. No ocurri ms y las ruedasde los carros volvieron a girar. La vieja se levant y entr de nuevo en el cubculo. La chica se apresur en ir al comedor.

  • Lleg de las ltimas. Muchas ya estaban sentadas y comiendo su racin. Largas mesas en forma rectangular cubran el espacio de un extremo a otro y multitud de

    sillas las envolvan. En el lado opuesto a la entrada haba una suerte de bancos de acero desde donde tres prostitutas repartan los cubiertos y los vasos y la comida. Unpar de mercenarios las vigilaban inquietos desde la oscuridad de sus rostros parcialmente tapados. La chica alcanz el banco y recogi los cubiertos y el vaso. En labandeja una especie de papilla cerosa con verduras trituradas y una bola de carne. Cuando la prostituta acab de servirle la chica tom la bandeja. Fue a un rincnsolitario en el borde de una mesa y se sent all. Busc un camisn rosa entre las prostitutas. La vieja no estaba en el comedor. El resto devoraba la comida. La chicamir a su bandeja y el contenido le pareci inapetente. La bola de carne sanguinolenta y cruda y el pur mucilaginoso asperjado con virutas boyando sin rumbo. Volvia mirar a las putas, y de alguna manera secreta, las envidi.

    La chica saba que adulteraban la comida con ansiolticos, opiceos, anfetaminas. Lo averig poco antes de comenzar en la red de esclavos. Segn entend, no erauna prctica comn entre las agencias. Muchas de ellas ni siquiera trataban otros sectores que no fuera el blico, y an eran ms las que evitaban el comercio con lasmafias. La clula del chulo, sin embargo, tena otros mtodos. Se propona minar la voluntad de las putas. Convertirlas en yonquis sin respuesta para las bajezas quepadeceran. Pues as entenda l su oficio y tambin los lances de la existencia, y no desistira en conseguirlo hasta que la ltima de las esclavas bajo su estrictajurisdiccin hubiera sido despojada de todo orgullo y dignidad, y las mujeres, ya explotadas, sirvieran de putas para su ejrcito privado. Como las vctimas postrerasde una humillacin ancestral. La chica cogi el tenedor. Fij la vista ms all de la mesa. Se haba preparado para aquel momento. El proceso de adiccin. El sndrome deabstinencia. Conoca los efectos de las drogas porque las haba probado. Deba saber cmo reaccionaba, aprender a controlarlo. Todava padeca algunos sntomas: eldolor muscular, la sudoracin repentina, la prdida de peso y terribles delirios que la atormentaban en cada noche de insomnio. Lo que no poda decir era el tiempo quelo aguantara.

    Cunto iba a estar all? Podan pasar meses, un da tras otro tomando quin sabe qu y, para entonces, se habra transformado en otra adicta con malaconciencia y un pie en la tumba. Regres al comedor y mir a las putas que se marchaban. Bandejas vacas en las manos que depositaban de vuelta al banco metlico dedonde las haban cogido. Luego entregaban el vaso vaco y los cubiertos a las mismas putas que se los repartieron, todo el proceso supervisado por los mercenarios. Lachica mir de nuevo a su bandeja. Estaba claro que all no haba lugar para rodeos, y lo cierto es que era demasiado tarde para detenerse. Tembl y sud mientrasagarraba la carne y la morda. Cuando acab de comer se bebi de una el contenido del vaso. Agua con gas y algo ms. Estaba nerviosa, paranoica. Haba comidoatragantndose y en un par de ocasiones tosi por la nariz lo que ingiri antes por la boca. Para ya. Cuanto ms tardes en acostumbrarte, peor lo pasars. La chica selevant y fue hacia el banco metlico. Lo entreg todo a quien se lo haba dado al otro lado. De camino al exterior distingui al grupo de nias con las que haba llegado,todava acabando sus generosas raciones. Lo hacan con pausa, a un ritmo constante y resignado. Pareca no gustarles, y de saberlo todo, les sera an ms difcilcomrselo. La chica sali del comedor.

    Inspeccion la planta un rato. Pasillos de sbanas labernticos. Una escombrera de piedra y gravilla y tuberas de hierro en los recodos del camino. Abajo racimosconfusos de tendido elctrico descuajado colndose por las brechas, esquirlas de cristal y madera como borrosos indicios de un sendero a evitar, por todas partesinsectos muertos y desperdicios. La mayora de las chicas descansaba en los cubculos. Se oa el murmullo bajo de conversaciones, en otros sitios las risas enlatadas deuna serie de televisin. Algunas putas se haban ganado un monitor para sus cuartos. No haba mucho que ver. Ms cmaras all por donde iba. Un reloj de pared contanto polvo encima que no se apreciaban las manecillas. Una vieja mquina de refrescos con el frontal roto. Al lado una maceta vaca. Parpadeando, los plafones delcorredor se apagaron uno tras otro. Ella se estuvo inmvil, algo aturdida en medio de aquella total tiniebla. Empez a sentir fro, le costaba hasta pensar. Su cuerpodesvado, frenado en seco y expelido hacia regiones de suplicio. Vomit. Franjas de luz nocturna aluzaron luego las sombras, otros pasillos todava iluminados. Cuandolleg a la altura de las escaleras pas de largo y regres atrs en la oscuridad.

    Frente al comedor se reencontr con la puta vieja y las siete chicas. La vieja le hizo un gesto vago con la cabeza para que parase y despus otro para que siguiese algrupo. Se haba lavado las manos y cambiado de camisn, pao malva y manchado de tirantes remendados con quemaduras de pitillo por doquier. Caminaron detrs dela vieja y la siguieron dentro de un cubculo vaco con las sbanas descorridas donde haba en el suelo unos cuantos colchones de plstico y a sus pies mantas radas yun par de velas blancas y negras muy gastadas. Dijo algo en tailands mientras encenda un cigarro y se march. La chica mir en derredor. Deba ser su habitacin, ochohacinadas donde apenas caba una. Se olvid de las dems que an seguan petrificadas como maniques exanges y camin entre dolores, doblada y sujetndose elestmago con una mano. Tom una manta y se ech en un colchn y puesto que se senta tan cansada pronto se durmi.

    En sueos el allo de una jaura antropfaga persiguiendo a una banda de chiquillos por la montaa. Los ltimos supervivientes. Una nia ech a otro a losperros y un braco se le abalanz y la sangre del inocente man a gorgoteos. La nia salt adelante con una rama afilada en las manos y la hundi en el crneo delperro. Sac la suerte de estaca y el braco qued tieso, aferrado a la carne del muerto. Otro perro tumb a la chiquilla y mordi en su muslo mientras la nia le hacatrizas el bajo vientre con la estaca y as apual hasta que no oy ms que el crujido de las hojas en el claro. Los hombres cercaron a los muertos y les prendieronfuego. Uno carg con la nia de retorno a la base. El nio muerto y quemado se alzaba y no los dejaba marchar.

    Despert perdida. Palp a ciegas la oscuridad un tiempo y record donde estaba. El duro colchn en el suelo, la manta y el tacto extrao de otro cuerpo junto a ella.Tena fro y temblaba, la manta un corto trapo que no alcanzaba a cubrirle las piernas. Encogi el cuerpo cuanto pudo y se qued muy quieta, los brazos agarrados a losdelgados muslos, el influjo febril de la pesadilla contaminando su mente. Tema dormirse y que el sueo siguiera donde se haba interrumpido. Pens que permaneceradespierta hasta el alba. Luego el calor volvi poco a poco y se durmi otra vez.

    Sacada de su letargo le pareci que la observaban. Escuch un zumbido y muy cerca un jadeo excitado y ms lejos muchos pasos y movimientos contra las sbanas.Ola a alcohol y a tabaco y algn destello calentaba su cara pero no quiso abrir los ojos. Despus oy un chillido al tiempo que algo le oprimi el cuello y finalmente losabri. En la oscuridad la ceg una luz verde pero distingui el bulto de un hombre aplastndole las piernas. Los ojos le lloraban y los gritos y pataleos y las risasestallaban dentro y fuera de su cabeza mientras luchaba por zafarse de quien la estrangulaba. Senta ahogarse bajo las aguas de un ocano negro cuando agarr la luzverde y la tir hacia un lado y la presin sobre el cuello y las piernas desapareci. Rod fuera del colchn. Gate con un brazo extendido hacia la oscuridad que loenvolva. Tosi y escupi esforzndose en tomar resuello. Gir la cabeza y vio sombras y haces verdes de luz y una forma en el suelo que se acercaba. Gate msrpido, su cerebro bloqueando el horror. Una sbana y los dedos de su mano se encontraron y trat de incorporarse y correr. Los pies y las piernas entumecidos, elcuerpo como una balsa a la deriva. Se torci un tobillo y cay fuera del cubculo enredada en la sbana. Por la tela distingui los focos de luz creciendo. Pate bajo loshaces y choc con algo duro que la agarr del tobillo y la lanz por el aire y despus el silencio hasta que impact con la cabeza en el suelo y sobrevino un dolorintenso. Se levant y deshacindose de la sbana corri en direccin opuesta a la luz.

    Vag despavorida por oscuros pasillos, huyendo de gritos y focos en vano. La nariz borboteando sangre y sostenida entera con una mano. En el vaco de la nocheresonaban los chillidos como repetidores del miedo propio que la atenazaba. Adonde fuera la seguira un horror puro y espantoso. El haz del cazador alumbraba sucamino y continu adelante, tambalendose y cayndose sobre la sucia moqueta hasta que la luz verde revel el contorno de las sillas y las mesas del comedor y unbrutal golpe la derrib. Algo la inmoviliz de cintura para abajo y le retorci los brazos y la chica gir el cuello para ver al agresor pero solo encontr oscuridad y focosverdes a su espalda. Forcejeando por quitarse el peso de encima escuch risas y cmo bufaban mientras le rasgaban la ropa y ella se ahogaba en su sangre. Recibi unimpacto en la sien y sinti desmayarse. Luego pasos de botas junto a su cabeza y la asfixia. Jade bajo algn plstico y not manos en su cuello y en sus pechos y unafuerte punzada ms abajo que le lleg hasta el alma. Pens en la muerte y el dolor y en el deseo de venganza contra todos los bastardos del mundo cuando agarr lamano que su madre le tenda y la oscuridad las engull.

  • 2.

    Por la tarde mi padre lea el peridico sentado en la entrada y fumando cigarros que liaba l mismo. Guardaba un paquete en el bolsillo trasero de los vaqueros y

    no se levantaba hasta habrselo terminado. Con cuidado enrollaba el papel hmedo, bien provisto de madejas negras de tabaco, y le prenda fuego usando una cerilla.La cabeza se encenda con un siseo y despus se apagaba tirada en el suelo. Exhalaba las primeras bocanadas de humo creando anillos desmontados por algn sitio.Tras mirar el cielo por un rato escupa un gargajo crdeno y segua leyendo. As era los das en que estaba sobrio. l me hablaba de Dios y del mundo. De tragediasde tiempos perdidos y guerras que conoceran el mismo destino. Yo atenda ensimismada S. Lstima que ni l mismo ni el mundo fueran como imaginaba.

    Despert a la luz de un halgeno. Estaba de vuelta en otro colchn pegajoso, mirando hacia un techo sin revestimiento alguno del que caa un fino polvo blanco.Record a fogonazos lo ocurrido. No saba cunto haba dormido. Segua viva y vesta otra ropa. Una camiseta de tirantes usada y unos vaqueros gastados varias tallasdemasiado anchos. Senta sed y respir hondo y se llev una mano a la nariz. Hurg un bulto fracturado y una gasa gruesa cubrindolo y luego retir la mano y se lallev a la frente. Sobre la ceja derecha not vendas que surcaban la mitad de su crneo. El golpe en la sien an dola. La chica hizo un esfuerzo por templar su rabia.Tena noticia del maltrato a las putas. Pero no me imaginaba nada parecido a esto.

    En el aire reconoci una espiral de humo. Se incorpor renqueante para verla nacer del cigarro de la vieja, de pie junto a una sbana y observndola fijamente con susojos grises. De su mano colgaba una pequea bombona de agua. Se miraron unos segundos y la vieja le lanz el recipiente. La chica lo tom como si la vida le fuera enello. Oli por la boquilla antes de beber. Drogaran tambin esta agua? Estaba demasiado dbil como para no arriesgarse. Bebi hasta quedar saciada. La vieja semarch. No era ningn ngel viendo lo que all ocurra, pero cuidaba de sus chicas. A su manera. Al rato volvi a dormirse. La noche siguiente se uni a la rutina de lasdems. Era en verdad muy penosa, y el tiempo avanzaba despacio en aquel crculo infernal donde el nico pecado consista en ser mujer. Todas las que estaban en elhotel compartan el trauma de la violacin. Se esperaba que una viviera con l y ninguna hablaba sobre ello y la chica no crea haber hecho nada heroico, pero a vecesnotaba la mirada clida de otras putas en ella. Era la chica que luch donde las dems se haban rendido. Cuanto ella quera era vengarse y matarlos a todos con susmanos desnudas.

    Al tercer da descubri la octava planta. All haba duchas comunes y un vestidor con espejos. Cada vez que hubiese un encargo, las prostitutas podan subir yacicalarse tanto rato como hiciera falta. Tena que ser en grandes grupos, siempre bajo la vigilancia de cmaras y mercenarios. Al chulo no le importaba que el resto deltiempo las mujeres parecieran indigentes, y los actos hacia stas de sus soldados venan a decir lo mismo. Las que por algn motivo hubieran sido excluidas del trato conclientes solo tenan oportunidad de lavarse una vez por semana, no en gesto caritativo, sino como forma de prevencin contra la disentera y otras infecciones. Estegrupo ltimo de putas estaba obligado a esperar, y la chica, con sus muchas heridas en la cara y el cuerpo, se contaba entre ellas. Pudo verse entonces frente al espejo, laimagen apenas reconocible de un ser annimo y extrao y, sin embargo, familiar en algunos rasgos. Desnuda despus de ducharse, su piel translcida moteada demoratones y un caudal ramificado de venas azules. La cabeza enrollada en el vendaje hmedo y aparatoso y su cabello rojizo de races negras aplastado debajo. Sealadala nariz con una tirita que ocultaba el corte de la fractura y los ojos de espectro verdoso y oscuro en un globo cristalino, acuoso. Se le marcaban las costillas sobre elvientre y los omplatos nudosos en el cinturn de los hombros. Toc luego la marca alabeada en el muslo, la carne flcida en torno al disco de estras negrascauterizadas. Arquitectura cutnea de viejas aflicciones. Ningn olvido posible.

    Se escapaban los das y las semanas y la nocin de tiempo y espacio perdi todo sentido. Se senta ms que enferma. La chica deliraba despierta, cada da ms difcilaplacar el estupor entre comidas. Por horas yaca tirada en el colchn o sobre la moqueta de un pasillo cualquiera, donde fuera que las piernas y la mente cansadas laarrastraran y se quedaba ah temblando y empapada en un sudor caliente, los ojos entreabiertos, sofocada, resoplando en un estado de lastimera semivigilia, sus sueosdemasiado terribles para servir de algn consuelo. Nadie hablaba. Doncellas sedadas que se ovillaban hasta en el retrete. La vista estrbica en el infinito de su desolacin.Un par de putas mora todas las semanas por sobredosis, fiebre o paro cardaco y a la chica le preocupaba no ser tan fuerte para evitar aquella salida. Era la muerte unaperspectiva seductora que muchas encontraban al cabo de unos meses en el hotel. Las sacaban de la sptima planta cuando el resto coma y a los pocos das llegaba unnuevo grupo de chicas. Esa misma noche se oan de nuevo los chillidos y las risas.

    Una vez se atrevi a observar agazapada tras las sbanas. Los haces de luz verde y pisadas amortiguadas de botas en la oscuridad. Al resplandor de la luna que sefiltraba por una ventana distingui a mercenarios de negro con gafas de visin nocturna en la cabeza. Luego los gritos y volvi al colchn. Fundamentos de guerrapsicolgica contra mujeres y nias. Primero te aterrorizaban, te metan el miedo en el cuerpo y te hacan sentir intil. Despus venan las drogas y acababas siendouna mueca, una cosa pasiva que no tiene el control sobre nada. T ya no mandas en ti, sino que son otros quienes lo hacen. El mercenario que quisiera desahogarse notena ms que hacerlo con la chiquilla de su antojo. A la chica sin embargo la dejaron estar. Poco dcil. Se haba resistido una vez y poda volver a hacerlo. A algunos lespona correr ese riesgo, pero haba suficientes putas en el hotel como para intentarlo con la de la cara reventada.

    Despus de un tiempo la vieja le retir el vendaje de la cabeza y la incluyeron en un grupo que iba a trabajar afuera. Subi con el resto a la octava planta y luego seduch y se visti. La vieja coga ropa de los vestidores y les deca qu ponerse y cmo maquillarse. El perfil del cliente marcaba la apariencia de las prostitutas. Unasveces usaban coquetos vestidos en encuentros de ciudadanos que se pensaban respetables. Otras iban como furcias ceidas y exuberantes a la fiesta de un nuevo rico ysempiterno capullo. Viajaban en coches de lujo hasta discotecas, clubs privados, edificios del gobierno, ticos en rascacielos. Escoltadas de cerca por los mercenarios.Siempre clientes con dinero y poder y ganas de abusar de mujeres. La misma gente en las mismas reuniones que acababan siempre con una orga. El chulo solaacompaarlas y quedarse un rato en la fiesta, derrochando simpata con los invitados, cerciorndose de que el cliente lo pasaba bien. Y vaya si estaba dispuesto a todocon tal de complacer. A una de sus putas la patearon hasta la muerte. l solo pidi ms dinero.

    Pas as un mes de das durmiendo y noches follando. La siguiente dosis su gran anhelo y la nica razn de la indiferencia con que asumi cuanto fue obligada ahacer. Los reprimidos y malcriados con quienes finga disfrutar por las noches la repugnaban. La chica odiaba el cosmos frvolo y decadente en que corruptos yadinerados se recluan de la sociedad que gobernaban, para luego recurrir a putas y esclavas extranjeras cuando necesitaban sentirse hombres de nuevo. Es cierto, a losinfelices desviados que me pidieron un castigo les di la tunda que todos ellos merecan. Lleg una maana en que se form un grupo ms grande para la salida nocturna.Como era norma no se dieron detalles del contrato a las chicas, pero un rumor propagado por las putas veteranas deca que la vieja se haba visto con el chulo durante eldesayuno y que el anfitrin para esa noche sera un tipo importante. Un pez gordo de la esfera poltica. A las prostitutas deba traerles sin cuidado quien fuera el clientepuesto que no alteraba su trabajo, mas el chismorreo era una de los pocos pasatiempos y la chica tena gran inters en estas especulaciones. Llevaba tiempo esperandoque ocurriera algo y aquel momento pareca al fin cercano.

    El hombre mir en derredor como si fuera soberano de cuanto haba en la taberna. Un antro igual a otros tantos que haba pisado aquella noche. Fue hasta la barra.Pidi una bebida. Escuch una voz. Pero nadie le estaba hablando. Bebi y observ a la banda. Contempl a los negros. Estuvo as algn tiempo. Mir a las mujeres. Sefij en una. Bucles negros rizados. Suave piel de bano. Figura esbelta embutida en un vestido barato y labios rojos y carnosos y la sonrisa de un ngel. Levant su coparebosante de bourbon dulzn y hielo hacia la chica al otro lado de la barra y sonri de aquella forma infantil y embustera con la que no pocos diablos haban sidoembaucados. La joven se ruboriz y gir la cabeza. El hombre bebi.

    Esper a que el sitio se despejara. La banda haba dejado de tocar y en el bar solo aguantaban los parroquianos rezagados de turno. Botellas y jarras de poso

  • espumante encima de mesas caoba, los negros ebrios fumando sentados, el centelleo de la ceniza insuflndoles cierta vida. Deba ser tarde pero en Abuya no faltaban nitabernas ni borrachos. Una perversin contagiosa all donde hubiera carencia de algn tipo. Se dijo que todas las ciudades se parecan en eso. Que hasta los ms srdidosoficios se regan por la misma causa. Bebi un poco ms y oy alboroto y mir hacia la chica en la barra. Un negro espigado hablaba con ella y los dos rean. Reconocial tipo de la banda de msica. Tocaba el saxofn o puede que la trompeta, no se haba fijado tanto. La joven lo miraba y luego se cogieron de las manos y se besaron yen seguida pagaron la cuenta y se marcharon. Dej que se alejaran y apur la copa, la solt vaca sobre la barra. Sac de un bolsillo de los pantalones una cartera de piely cogi un billete desgastado y casi roto que exceda la consumicin hecha y sali del bar.

    Noche de calor como todas las que haba conocido. Enjugndose con dos dedos por encima de las cejas mir a izquierda y derecha y distingui a la pareja caminandocalle arriba. Por su lado pas un coche patrulla que estaba doblando la esquina. Al aproximarse los faros cabrillearon. Oje a dos policas tantendole, rostros exaltadosen la penumbra intranquila. El que iba de pasajero cabeceaba hacia un preso llorando en la trasera del vehculo. El conductor le gui un ojo, salud con la gorra. Sealejaron riendo entre el chirriar de neumticos. l escupi. Se quit la chaqueta negra del traje y la lanz sobre el hombro izquierdo. Alz los ojos y escuch. Un eco derisotadas animales por sonido en aquella noche indecente, la voz de la degradacin desperezndose ms all de las callejuelas donde ha despuntado. Insultos y gemidosque se confunden con los motores traqueteando sobre las fachadas. Annimos moradores con sus mscaras de sobresalto clavadas en la noche, tras ventanasresquebrajadas o persianas echadas, expectantes de pavor ante la monstruosidad circundante. Se oye aqu como antao algn cro llorando contra los progenitores quemaldice. Estrpito iracundo de guantazos y muebles corridos. El bramido del padre hacia el hijo cuyo odio a la sangre que corre por sus venas tendr muchos aosdespus el culmen sospechado cuando siendo ya un adulto culpable de todos los pecados visite a los ancianos padres que no ha visto desde que era nio y losestrangule antes de abandonar la ciudad para siempre. De todo esto l percibe su significado. Una decadencia completa. Y que as sea, musit para sus adentros.Despus comenz a andar a un centenar de metros de la pareja.

    Haba luna de plomo por sobre los muros agrietados. Trasquilada luminaria que estril cae en el distrito, bajo alumbrado de burdel y garitos de apuestas. Un yugoanaranjado donde las calles en pendiente tenan traza de tierra aeja. Los adoquines encima, hinchados y grises, siguiendo casas bajas y viejas a ambos lados de lacalzada arenosa, pintadas en tonos vivos que el tiempo y los aguaceros de sucesivas estaciones han descolorido y cuarteado. Avanz alejado de los focos de las farolas.Caminando despacio, cabizbajo. Resguardndose de su luz en las sombras enormes de las acacias que crecan curvadas en la acera, cinchas de mulo alrededor de lostroncos. Las moscas planeaban trastornadas por el calor y en los balcones yacan sobre poltronas de plstico negros adormilados que dilataban el momento de echarseen sus catres. Empezaba a orse en algn lugar distante de la ciudad msica incomprensible. Ms cerca grupos de personas movindose por las calles. Ancianas,muchachos, hombres y mujeres que espantan sus angustias en el tiberio annimo. l se escabulle de sus filas, una inercia contrahecha. Delirio sosegado entredesconocidos agnicos. Acude a la oscuridad. Donde nefitos delincuentes urden sus rapias y tercos beodos se arrellanan hundidos en porches sin luz. El apndicenecrosado dentro de los justos.

    La ciudad soaba turbulenta, difera de sus recuerdos. Medit si era ya la poca de los conciertos nocturnos. Pas junto a nuevas multitudes yendo hacia la fuentedel sonido, procurando mantener la distancia con los amantes. Haba perdido su rastro al trmino de una ascensin y se apresur por alcanzarlos. Barullo distorsionadode voces y tubos de escape. Pudo ver cmo cruzaban la carretera en direccin a una de las entradas del Millennium Park. Estaba en el distrito Maitama, a unos pocoskilmetros del apartamento en Wuse al sur. Frente a l en la calzada aparecieron unos jvenes que montaban medio desnudos en sus bicicletas. Esper a que estoscruzasen y esper hasta que la calle se desprendi del ltimo observador. Despus sigui a la pareja hasta el interior del parque. En la oscuridad mientras caminaba,agazapado entre la maleza marchita, vio a algn indigente. Flaco como un galgo apaleado y moribundo. La cabeza gacha de vergenza a mirar y ser mirado. El hombre noles tena pena ni consideracin. En los vericuetos de su gremio se saba que las agencias ultimaban el genocidio de los pobres y los desvalidos. Quienes habitan lastinieblas reconocen sus indicios. Sin embargo la gente de la urbe estaba ajetreada maquinando cmo ganar dinero y no se detena a valorar los problemas de otros.Ninguno se alarmaba por los secuestros o las batidas en las afueras o los atentados selectivos. Les haban exterminado como a ratas y no haba quien les echara en faltaporque nadie pensaba en nadie y los muertos no tenan tumbas donde llorarles.

    Sigui avanzando hasta que lo crey preciso. Luego se detuvo. Comprob si escuchaba algo que no fueran los pasos que venan de delante. Nada, solo el fluir delagua en el ro que desuna el parque por su centro. Se puso la chaqueta y sac de los bolsillos un pasamontaas negro con el que se cubri la cabeza y una pistola dedardos con silenciador. Camin otra vez decidido y concentrado y los ojos azules se haban vuelto hielo ardiente que brillaba inflamado en la negrura de su rostro y lanoche. Amartill el arma mientras se acercaba ms y ms por la espalda y el estallido del cilindro metlico retumb en la calma hueca del parque. Se gir la joven ydespus el msico. Los dos con una expresin boba en la cara. Luego un combinado de pnico y terror y desconcierto. Silencio.

    De pie plantado y quieto a unos quince metros de la pareja. El arma a la altura de la cintura. Respirando fuerte bajo el pasamontaas. Vea a los trtolos congelados,sus ojos grandes y fijos en un monstruo venido de otra dimensin, absortos y trasojados como nmadas dementes a los que al fin les alcanzaba el horror innombrabledel que siempre huyeron en vano. Cuntas ocasiones haba sido depositario de miradas iguales a aquellas. Ley el miedo en el mapa de sus caras y una vieja euforia lecorri por el cuerpo. Rememor la imposicin de algn sacramento. Todo lejano y perdido aunque los rituales se conservaran de cierta forma. Qu era aquel encuentrosino una ceremonia? Haba un pastor y con l un rebao extraviado, profano en su miseria y su necesidad de salvacin, pero no ataen al rebao las causas de su declivey ulterior ascenso, como tampoco se le reserva ningn pronunciamiento sobre aquellos senderos por los que deber deambular. No, es el pastor quien gobierna. Es lquien siempre decide. Pero en este cnico mundo donde ha posado su bculo, qu voluntad gua su mano? A qu voz asiente entre murmullos? De quin se hadesignado emisario, y cules son sus augurios? O puede ser que este hijo del hombre, ms abyecto que el padre a quien no conoce, se burle as de la Providencia cuandoobstinado en su soberbia usurpa y conspira para arrojar por el precipicio a toda la grey que ha convocado? Adelante, preguntadle. Si es cuestionado por la verdad, osreplicar con mentiras. Si son sus planes lo que os inquietan, sabed que en ellos no hay lugar para nadie. Y cuando postrados ante l demandis conocer quien le enva,su propio nombre ser la respuesta, pues este nuevo profeta no cree en los dioses ni en sus congneres, su palabra hostiga el alma y merodea por caminos que soloexisten para s mismo.

    Buenas noches, dijo. No obtuvo respuesta. Como quien aguarda a que los males pasen de largo. Sigui. Salid del camino. Las manos en la nuca. Ahora, moveos.Levantaron los brazos y fueron hacia la izquierda junto al cauce del ro. El frescor del agua cercano. La luz menguando a cada paso que les suma ms en la espesura. Elarma est cargada. Obedeced y acabaremos pronto. Caminaba a tientas apoyndose en los troncos de los rboles. Vamos, por aqu. Empuj con el can de la pistola ala joven que haba tropezado. El negro callaba pero lo miraba encendido. No te gires. Avanzaron en la penumbra sobre un lecho de hojas y ramas cadas hasta que la vaqued lejos y no hubo ms luz que la de la luna reflejada en el agua sombra.

    Mir a su alrededor. Parad aqu, dijo. Divis el ro cerca y nada ms salvo oscuridad. No ola los harapos de ningn vagabundo y pens que el sitio era seguro.Tampoco importaba si alguno les descubra. Quin iba a creerles? Vaciad los bolsillos. Dinero, joyas. Quiero todo lo que llevis encima. Estaban parados a unos metrosde l. Vea sus siluetas oscuras, la camisa blanca del negro. Bajaron los brazos e hicieron como dijo. Inspeccion el claro sin perderles de vista. El curso del agua estabaunos metros al costado y la hierba en la orilla refulga salvaje. Detrs de la pareja se alzaba un montculo pedregoso de la altura de medio hombre coronado por una rocaaplanada y plida y al lado un cmulo de guijarros hacia el que camin. Daos la vuelta, dijo. Sigui movindose mientras les apuntaba y apoy uno de sus zapatos en elcmulo e hizo presin para que los guijarros se desmoronaran y se sent con cuidado encima de uno grande y liso que haba rodado a sus pies. Dejad lo que tengissobre la bandeja de ah delante. Seal con el arma hacia el montculo. Se pararon un momento y luego continuaron.

    Apenas se haban mirado entre ellos. Puls un botn y un haz de luz sali concentrado de un cilindro acoplado al arma. Apunt a sus caras con la linterna. Elmsico avanz hacia el montculo cubrindose el rostro con una mano. Lleg junto a la bandeja y solt encima lo que guardaba en la otra. Una cartera negra de cuero. Unanillo plateado. Las llaves de un apartamento. Un par de billetes y unas cuantas monedas que se esparcieron en buena parte por tierra. Vuelve atrs, dijo. Acrcate t.

  • Dio la vuelta el msico y la joven se movi y repiti el proceso pero con lgrimas. Dej unos pocos naira en monedas y billetes. Otro anillo plateado y uno dorado. Uncolgante discreto rematado con un corazn. Bien, dijo. Vuelve atrs. La joven retrocedi. Se levant del pedrusco y rode el montculo y cogi de la roca plana cuantohaba y se lo guard en los bolsillos de los pantalones. Se par en el colgante y lo cruz por el arma para no tocarlo. Observ que el corazn poda abrirse y lo mir unlargo rato. Como si fuera un dolo consagrado a cuanto censura en el mundo. Qu es esto? Ninguno contest. Desliz la cadena por el silenciador y la lanz a la nocheen direccin al bulto del negro. brelo. El colgante cay al suelo y el msico tard en cogerlo agachado de entre la hierba. Se incorpor y la linterna le alumbr las manosy despus despleg el pequeo corazn. Dime qu ves. Silencio y gimoteos. Subi un poco el arma y orient la luz directa a su cara. El negro se cubri del destello conel antebrazo. Esper. Es un recuerdo, dijo el msico.

    En memoria a qu?Nuestro aniversario.Sois pareja?S.Desde hace cunto?El msico mir cegado al cielo negro. Farfull. Seis aos el prximo mes.Hijos?No. No tenemos.Bien. Dime qu ms ves.Tiene una foto y una inscripcin.Lela.S. Hay unas iniciales. Luego pone Al amor de mi vida.Es eso lo que dice?S.Es eso lo que sientes?El msico no respondi.Esper. Oy la corriente del riacho. Oy los lamentos apagados. Luego el msico le habl, gimiendo extraamente: S.Dirigi la luz a la joven. El maquillaje oscuro resbalando por sus pmulos negros. Se daba un aire a un payaso triste. Sonri bajo el pasamontaas. Habl como si

    entonara un himno. Te conozco bien, mujer. Aunque tu nombre esta noche sea un misterio como el mo continuar sindolo para vosotros. No es la primera vez que noscruzamos, t y yo. Quin sabe si ser la ltima. Ahora mrame, pues solo por ti nos encontramos en este sitio y solo por ti nos iremos de l.

    La joven mir sin entender, ocult la luz a sus ojos. El msico testigo yerto de lo que aconteca entre las sombras.Le alumbr con la linterna. Vas a confesarte ante este hombre, dijo.La joven balbuce sin sentido.Sigui sonriendo. Recit nuevamente. Ahora escchame, mujer. Puesto que de tus palabras depende la sentencia que esta noche se alcance y precisamente nada que

    no sea la verdad podr salvarte de la penitencia que sin duda mereces. Alz una mano en las tinieblas. Ese hombre que tiembla a tu lado, a quien ya omosproclamndote como objeto de su inclinacin. Hblale si albergas rectitud alguna de las afrentas que has cometido en contra de su honor.

    La joven no respondi, comenz otra vez a sollozar. El msico murmur si acaso estaba loco.Continu su salmodia. Muy bien, dijo. En vista de que esta embustera se niega a colaborar, ser yo quien d testimonio, y que la culpa caiga sobre esta ramera

    temerosa de la verdad si el hombre no merece saberlo. Seal al negro. Hermano, le llam. Debo anunciarte, y me duele hacerlo, que la mujer a la que te has entregado esuna adltera obcecada. Cualquier ocasin le es propicia para mofarse del acuerdo que os une. Se la ha visto al caer la noche sin ningn pudor en compaa de fulanas,tentando a chiquillos y llevndoselos de la mano contra su voluntad a solares abandonados. Si se le ofrece dinero por sus servicios lo rechaza, asentando esto la idea deque obra en descargo de su lujuria. No te tiene ningn afecto y solo en lo que va de mes ha fornicado con al menos media docena de hombres. Algunos de ellos buenosamigos tuyos. ltimamente tambin se ha aficionado a los nios. Lo peor es que espera un hijo y no sabe quin es el padre de entre los muchos cortejadores que se haprocurado.

    El negro permaneci callado. Sudaba y bajo la frente perlada tena grabada una mueca penosa de turbacin. La mujer sacuda la cabeza hacia un lado. Extendi unamano para posarla sobre el hombro de su acompaante y de algn lugar reuni coraje con tal de susurrarle que aquello eran mentiras. l retom la palabra. Ya lo ves,hermano, dijo. Aun ahora que sus defectos han sido denunciados sigue negndolo. La deferencia que te debe se ha puesto tan a menudo en entredicho que ha dejado deimportarle. Eso se acab. Desnudaos. Vacilaron al orle y se miraron. Luego se despojaron de la ropa. Rpido y en silencio el msico. Ms despacio y gimoteando lajoven. Tiradla hacia el montculo, dijo. Crey or un ruego y apunt a la cara del hombre. Haba acabado con la camisa que acto seguido se desvaneci en las sombras yluego se agach para quitarse el calzado y los pantalones. Iba a romperse en cualquier momento. La joven mientras se sacaba por la cabeza el vestido escarlata delentejuelas. Despus lo arroj lejos y continu con la ropa interior. Cuando estuvo desnuda se cubri los pechos con los brazos. No te tapes, dijo. La joven obedeci. Elhombre acab de desvestirse por completo. Camin hasta el pedrusco y volvi a sentarse, la espalda un poco inclinada y apuntando a uno y a otro.

    An tienes el colgante? Orient la luz al hombre y lo vio asentir. Pnselo. El msico se gir despacio hacia la joven con el colgante en la mano y se acerc hasta quesus pieles negras se rozaron y luego abri el enganche y se lo puso alrededor del cuello. Lo cerr entorpecido por la oscuridad y la mujer llor ms que antes y volvierona alejarse. He ah un amuleto deshonrado. Su brujera fue anulada por una de las partes y ser faena de otros que recobre el significado alguna vez otorgado. Comenz agimotear el hombre. Mrame, le dijo. Enmudeci y no continu hasta que el negro lo hizo. T sabes lo que hacer. Lo ests oyendo ahora. Te reclama una compensacinecunime. En tus manos y las de nadie ms est que su fin se restituya y solo mediante un desquite justo ser esto posible. La joven reprimi un grito. Se atragant ytosi acuclillada. Estaba ahogndose en sus propias lgrimas y espumarajos. Mientras el negro balbuceaba la peor splica que haba odo. l los mir callado.

    Pasaron los minutos bajo una creciente expectacin. Entre jadeos sofocados de los negros, lejos un gritero nervioso. Msica reverberante que va y viene en la nocheacompaa el primer golpe. Un puetazo al ojo izquierdo. La joven perdi el equilibrio. Despus se miraron como extraos. El agua del ro taendo impvida en la orilla.Otro golpe y un corte en el pmulo. La sangre oscura brotando bajo la piel. Un impacto en la nariz. Otro que le salt los dientes. Una bofetada violenta en la oreja, unapatada en el vientre. La joven se arrodill boqueando, su hombre par. l sigui observando. Guedejas de pelo caan sobre la cara de la negra y de su nariz y su frentenaca un goteo sanguinolento para luego desaparecer como llovizna en la hierba. El hombre le mir. Haba dejado de lamentarse y su cuerpo reluca de sudor. En lossiguientes instantes contempl cmo el hombre mola a golpes a la mujer hasta que los dos dejaron de moverse. El negro cay al suelo exhausto, mojado. Los puosdesollados sepultados en la hierba. La joven haca rato que no se mova. Se levant de la piedra y camin hacia la pareja. Cgela de los tobillos y llvala junto al ro. Elnegro se incorpor e hizo como le dijo. El espantajo de un hombre tirando del cuerpo hasta la orilla. Para. Se detuvieron all donde el agua reblandeca la tierra y loilumin con la linterna. Estaba otra vez a cuatro patas sobre el suelo y levant la cabeza ponindose una mano delante de las lentes. Est muerta, murmur el negro.

    l fue hasta el cuerpo y lo movi un poco con la suela de los zapatos. Tal parece, dijo.Dios mo. No deseo el mal a nadie. Pero que me aspen si no se lo tena merecido.Ante esto l simul no haberlo odo. Allan el terreno a su alrededor.El negro empez a negar con la cabeza. Se limpi la cara llena de flemas y saliva con el dorso de la mano. Ya sospechaba yo algo, dijo. Usted. Usted era uno de sus

    clientes?No.Y de qu la conoca?

  • A ella?S. Debi seguirla una temporada para saber esas cosas.La haba visto en el bar.Fue ah donde se vendi a mis amigos?No conozco a tus amigos. Nunca la vi con otros hombres y menos an junto a nios.El negro lo observ pasmado. Pues, qu saba de ella?Nada. Lo poco que t me has contado. l encar al hombrecillo, habl con cierta solemnidad. Qu frgil es la senda de la virtud, qu absurda la impostura de los que

    dicen ser honorables. No lo ves? Esta es la partida. Sus invitados son reos aguardando condena. A todos ellos se les ha instruido en parecido reglamento. Pero no hayley ni moral que valga cuando los temores de un hombre dominan su entendimiento. De este envite indito nacern hroes y villanos y tanto unos como otros no sabrnel porqu del nombre. Los vencedores seguirn jugando hasta mudarse en perdedores. Los derrotados habrn errado y con su culpa a rastras se desvanecern parasiempre del recuerdo colectivo. T mismo debes admitir en qu categora ests.

    Espere, dijo el negro. Se lo vea enloquecido como un mrtir blasfemo y extendi ambas manos ante su rostro. Fue usted quien confabul para sembrar la duda. Loque ha ocurrido se debe a su intromisin. De manera que usted es el culpable.

    l asinti muy lentamente. De acuerdo. Pero todo eso no te hace inocente, verdad que no? Te habr parecido que no tenas eleccin. Pero s que la tenas. La dudaque ya estaba en ti no te ha dejado verla. A partir de ah, no hay otro culpable excepto t. Y lo que has hecho de tu propia mano no tendr borrado ni indulto. Creme.Es como tiene que ser.

    Aqu el negro le implor como si rezara. Pero l apunt sobre su cintura y dispar un pequeo dardo que se le clav en el pecho. El negro se derrumb. Tal vezpreguntndose cmo era que an respiraba cuando ya no senta nada. Dej que el sedante le entumeciera las extremidades. Arrastr a puntapis el cadver de la joven.Una ltima patada y el cadver cay al ro perdindose en la corriente oscura. Se gir y camin encorvado hasta situarse entre el agua y el negro y vio que mova los ojosy la boca pero era un esfuerzo vano porque de sus labios no sala sonido alguno y la mirada desorbitada transmita nicamente miedo. Abri las piernas y pas porencima al otro lado y se agach y lo mir a los ojos. La agona enfilndole hacia un remoto vaco. Le quit el dardo del pecho y lo guard en un bolsillo de la chaqueta. Seincorpor y le pate lento y el negro rod inmvil al agua desapareciendo en la noche por donde lo hiciera su amante. Esper un momento en la orilla. Despus se alejdel sitio y cuando lleg al camino apag la linterna y guard la pistola y se quit el pasamontaas. Se pein el cabello rubio hacia atrs con las manos y sali a la vaalumbrada. Abandon el parque y dio un rodeo y luego desanduvo sus pasos hasta el coche. Subi al vehculo y lo arranc y conduciendo de regreso al apartamentonot que las calles estaban vacas y que la msica haba cesado y se sinti en paz.

    Se vistieron y maquillaron para la gran fiesta. Un ltimo examen frente al espejo. La cicatriz de un corte cerrado sobre la ceja derecha. La nariz tena mejor aspectopero an dola. En general se senta horrible y fuera de lugar en aquel vestido blanco y escotado. Como una novia prometida con la muerte. Cuando la vieja les grit queacabasen las chicas dejaron la octava planta, quien ms quien menos dispuesta para otra velada incierta de sexo por compromiso. Fuera del hotel la tarde era fra. Tuvoque esperar un poco hasta que subi a uno de los coches. Una vez estuvo lista la caravana de prostitutas el halcn al volante arranc el motor. El Imperial una sombraatrapada en el retrovisor y luego la nada.

    Haba conocido Bangkok desde el asiento trasero de un coche. Tan desigual como cualquier ciudad en la que haba estado . Oscura y anrquica en sus vsceras.Urbanizaciones privadas con guardas a las puertas junto a kilmetros de chozas. La periferia un cmulo de mansiones en contraste con el centro y su anticuado nido derascacielos. Hacia all iban por grandes avenidas de comercios y personas abarrotadas. Gente material y despreocupada que peregrinaba de bar en bar, como sabios enbusca del sentido de la vida en el fondo de una jarra vaca, pero no haba sentido que encontrar en un antro ni en un templo ni en ningn maldito lugar. Tomaron undesvo paralelo al campo de inmigrantes y poco despus se internaron en el distrito financiero. Contempl aquel paisaje color de acero calado. Recordaba a una ciudadfantasma con sus calles abandonadas y sus torres de cristal vacas. Morada de la desdicha, erigidos barrios enteros a un dios fro y tangible y egosta cuya eterna bulimiade pleitesa emponzoaba la cordura de los hombres. No busquis ms lejos. Todos los problemas tienen aqu su principio.

    La caravana par cerca de un edificio donde haba luz en las ltimas plantas y los mercenarios y las chicas se apearon de los vehculos. El chulo las acompaaba otranoche como era costumbre. Baj del todoterreno que encabezaba el grupo y se dirigi hacia la puerta circundado por su squito. Del edificio salieron un par de hombrestrajeados a los que recibi galante con abrazos y buenas palabras. Despus sonri y le hizo un gesto a uno de sus halcones y las chicas entraron en la recepcinconducidas por los hombres como una procesin silente de herejes conminados. Haban retirado el mobiliario y la chica no vio nada excepto polvo y columnas ypapeles en el suelo. Cruzaron la sala y a la derecha en un pasillo haba una luz dorada y un conjunto de ascensores abiertos. Los mercenarios distribuyeron a las putasdentro de las cabinas y pulsaron en los paneles pero no ocurri nada. Al momento lleg excusndose uno de los hombres de antes y les reparti lo que parecan ser unastarjetas magnticas. Los ascensores precisaban de una llave. Cada soldado la introdujo en el panel del elevador que ocupaba y el grupo empez a ascender.

    Tuvo un vahdo de singular lucidez. Aquel trecho como la reanudacin abrupta del primero de los itinerarios. El ascensor en que iba abri sus puertas. Ella sali yel cambio al entorno sobreiluminado del pasillo le hizo cerrar los ojos, y distingui luego al habituarse una multitud de hombres vestidos de etiqueta, comiendo yparloteando en un amplio saln. Inspeccion con calma. Haba msica y champagne y ms licores en abundancia distribuidos en mesas adornadas con pequeosmanteles rojos y flores artificiales. Varios sofs negros de cuero enfrentados en el centro de la sala al lado del fuego de una chimenea de gas. Suelo enmoquetado y un barcon alcohol y asientos ensamblados y taburetes junto a un proyector que ocupaba una de las paredes de vidrio laminado y detrs los edificios siniestros, negrasdelineaciones de la ruina cernindose ante invidentes. El chulo lleg en otro ascensor y avanz adentro y las chicas lo siguieron con el nima de los rifles a sus espaldas.

    Aplaudieron los hombres en seal de bienvenida y fueron hacia las chicas copa en mano, cada uno flirteando y emparejndose con quien le despertara mayorlascivia. Un gordo calvo de rostro ceudo se acerc a la chica y se qued callado sonrindole. Tena el estmago tan abultado que pareca a punto de desbordarle el traje.La chica le dirigi una mueca que en absoluto se asemej a una sonrisa, y mientras el gordo le hablaba, ella se fij en el chulo y el hombre junto a l. Un tipo de tezmorena, delgado y de pelo entrecano. Vesta esmoquin negro y bajo la mejilla izquierda tena una marca de varios centmetros tocante con la comisura superior de laboca. El informe que haba ledo contaba que se la hizo el menor de sus cinco hermanos en un accidente cuando eran nios, todos ellos hijos adoptivos de algnterrateniente anacoreta, devoto de las armas y de la cacera. Sus inquinados legatarios dispuestos por el campo, como rastreadores perturbados que disparabancontra cualquier forma que se moviera. Y el viejo observndolos y esperando con malicia a que por medio de las mentiras que haba murmurado a cada uno algnconato implacable deparase una fatalidad. No haba margen de error. Se le aceler el pulso y bebi de la copa que le ofreca el gordo para disimularlo.

    Ese hombre era el gobernador de Bangkok. Un poltico deificado por quienes mandaban sobre todo, y por ello detestado por gentes que apenas tenan nada. Algnamao le haba aupado al cargo que ejerca sin competencia ni moderacin. En su bagaje no caba ms que la necedad misma. Los agravios contra el pueblosolapados y olvidados por la agenda ventajista de caballeros de industria que postulaban al idiota como el perfecto candidato para los siguientes comicios. Eludan quetambin se trataba de uno de los mayores corruptos del pas. Pero sus negocios no le importaban. La chica no sera juez ni verdugo y record que las condiciones deltrato eran otras. Ella buscaba cierta informacin y el gobernador era la clave para encontrarla. Lo dems no importaba. Bebi y pens si alguna vez lo haba hecho.

    Sirvientes circunspectos reponan el licor sin que nunca se agotara y al cabo de un rato estaban todos bebidos. Los invitados hicieron a un lado sillas y mesas decualquier manera y bailaron en grupo con las putas que lanzaban al crculo mientras prorrumpan en palmoteos desacompasados, blasfemando etlicos comopredicadores de lo impdico y la chica en medio de aquella lbrica danza llevada a un tiempo por unos y despus por otros de los hombres en mangas de camisa quesudaban y brincaban por el saln entero. Se brind no pocas veces con las copas alzadas vertiendo alcohol sobre las mujeres como un bautismo pagano en loa a los

  • anfitriones y el gobernador interrumpi su conversacin con el chulo y reclam la atencin de todos. La chica estaba harta del condenado idioma pero interpret conclaridad el gesto de otro brindis al que no se uni. Luego un recordatorio sobre las tarjetas que deban usar para moverse por el edificio y que todos los celebrantesbuscaron en sus bolsillos. Los despidi sin ms y las parejas desfilaron y la chica sali del tico con su grasiento acompaante y vio que all junto al fuego se quedabanel gobernador y el chulo hablando el uno muy cerca del otro.

    Hubo risas por el pasillo y los hombres se animaron a magrear a las nias y el gordo lo hizo con ella ya en el ascensor. Dos plantas ms abajo se detuvieron y lasotras prostitutas salieron acompaadas de sus clientes y el gordo y ella tambin. Vio otro pasillo de luz ms tenue y compartimentos de oficinas con una ranura junto alpicaporte. El gordo us la tarjeta en una y entr con la chica y cerr la puerta. Apenas haba alguna luz en el cuartucho y el gordo se meti la tarjeta en un bolsillointerior de la chaqueta y se abalanz sobre ella. Pero la chica pudo apartarse a un lado y forz una media sonrisa en cuanto advirti su extraeza. Aquel hombre podapesar unos ciento cincuenta kilos y no se imaginaba quitndoselo de encima. Intent pensar cmo tomarle la medida. Le puso las manos en el pecho inflado de la camisa.Las movi a los hombros del traje mientras giraba hasta su espalda. Empez a retirarle la chaqueta negra con ambas manos, a besarle en una oreja y el cuello. El gordosuspir complacido. La chica acab con la chaqueta, tir la prenda fuera de su alcance. Despus le dio la vuelta y empez a desabotonarle la camisa. Caa sobre su peloun leve hedor a bebida. Le apart sin saber qu hara. Vio con alivio que segua con la camisa, los dedos gruesos empapados en sudor. La chica comenz a subirse elvestido despacio.

    Mir por la oficina. Un improvisado dormitorio con una cama vencida del uso donde normalmente encontrara una mesa de despacho y una silla. En un rincn unalmpara de suelo con un largo soporte, una mesita cobriza desvencijada con un cenicero lleno de colillas. Una papelera de metal vaca bajo una ventana cerrada. A laderecha una puerta entornada por la que vio un bao a oscuras. La chica se contone hacia all. El vestido por la cintura, unas bragas negras asomndole debajo. El gordola miraba frentico. Haba acabado con la camisa y ahora intentaba quitarse los pantalones. Un beb gigante incapaz de desvestirse solo y ella movindose como unaimbcil. Se oa un estrpito de msica y gritos agudos en otras oficinas. El gordo acab dejndose los pantalones por las rodillas y fue hacia ella con torpeza. La chicasinti la fuerza con que la tir del brazo y la arroj en la cama. Se gir para mantenerle en frente. Un hombre orondo con unos calzoncillos minsculos. Avanz hastaella y la sorprendi con una bofetada que la tumb sobre el colchn. Se qued quieta, asimilando qu haba ocurrido. El gordo fue a por la chaqueta y se agach paracogerla y la chica se levant y agarr de la mesita el cenicero lleno de colillas y corri hacia el gordo mientras se incorporaba y antes de que se girara le revent elcenicero en la cabeza una y otra vez hasta que del cenicero no hubo ms que aicos y fragmentos de vidrio ensangrentados.

    Respir hondo y escuch. La msica segua sonando y en las otras habitaciones no pareca que hubieran parado. Todo haba sido rpido. Mir por la habitacin. Elcuerpo del gordo tendido en el suelo. Su crneo hundido y un reguero de colillas y sangre junto a l. Solt lo poco que quedaba del cenicero y tom la chaqueta y revisuno a uno los bolsillos. Nada en los de fuera. En el derecho interior las llaves de un coche y la tarjeta. En el bolsillo izquierdo esposas y una navaja plegada. Extendi lahoja y calcul un mnimo de quince centmetros. Puto sdico. Le pareci que el gordo an respiraba. Pleg la navaja y se levant y le pate varias veces hasta que parde sacudirse. No era el plan imaginado pero tena una tarjeta. Se asegur de que la oficina estaba cerrada y dej la tarjeta, las llaves del coche y la navaja sobre la mesita.

    Entr en el bao y busc en la pared junto a la puerta un interruptor. Cuando lo encontr se encendieron unas luces sobre el espejo. La chica se sobresalt ante sureflejo y al fin se reconoci. Haba manchado el vestido blanco y tena cortes en las manos. Los juzg poco profundos y comenz a inspeccionar el cuarto. Dentro de uncajn bajo el lavabo encontr un maletn de primeros auxilios y lo tom y forz los cierres de plstico para abrirlo y examin su interior. Vendas enrolladas. Una botellade alcohol puro que estaba casi vaca. Un paquete de preservativos abierto, tiras adhesivas de plstico. Se decant por coger las ven