LA LINGÜÍSTICA: RECORRIDO HISTÓRICO Introducción Se presenta aquí un recorrido histórico por las grandes ideas lingüísticas. Hemos procurado que el recorrido fuera exhaustivo, pero, por razones de espacio, debimos tomar una serie de decisiones que podrían resultar arbitrarias sin una adecuada justificación. Los capítulos de este recorrido pueden dividirse en dos grandes partes: por un lado, las ideas sobre el lenguaje elaboradas antes del siglo XX, lo cual incluye la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento, la Edad Moderna y el siglo XIX, y, por otro lado, las grandes corrientes lingüísticas del siglo XX, concebido como el nacimiento de la lingüística tal como la conocemos hoy. Hemos reseñado en esta sección histórica a los autores y las obras anteriores a 1975, puesto que consideramos que lo producido a partir de esa fecha (esto es, en los últimos 30 años) es demasiado reciente para permitir una evaluación objetiva. Por lo tanto, la segunda parte del recorrido histórico debe leerse en forma complementaria al Estado de la cuestión. Cabe recordar que la lingüística, como muchas otras ciencias sociales y humanas nacidas con el siglo XX, es una disciplina en la que conviven diversos paradigmas (en el sentido de Kuhn), a menudo en pugna, y que, de hecho, su objeto de estudio mismo varía de acuerdo con la perspectiva teórica adoptada. Al intentar reconocer las grandes corrientes teóricas del siglo XX, entonces, hemos distinguido dos movimientos centrales entre los autores que hacen hincapié en el sistema lingüístico en sí mismo: el estructuralismo (dentro del cual incluimos a Ferdinand de Saussure, su fundador, y a los principales representantes del estructuralismo europeo y del descriptivismo norteamericano) y la gramática generativa, fundada por Noam Chomsky. Puede encontrarse cierto grado de arbitrariedad en esos agrupamientos: por ejemplo, dentro del descriptivismo norteamericano incluimos autores que no son estructuralistas (Franz Boas) y otros en los que aparecen nociones propias del estructuralismo (como estructura o forma), pero que no han recibido influencia directa de Saussure (Edward Sapir y Benjamin Whorf). Además del estructuralismo y la gramática generativa, incluimos un tercer grupo de enfoques que no se enrolan directamente en esas corrientes y que además coinciden en hacer hincapié en diversos aspectos del uso del lenguaje, o, en otros términos, del habla (Saussure) o de la actuación (Chomsky). Los agrupamos, pues, bajo la etiqueta general de lenguaje en acción e incluyen a la teoría de los actos de habla, la gramática textual y la sociolingüística. En general, los autores de este tercer grupo han recibido influencia de alguna de las otras dos escuelas (así, John Searle reconoce los aportes de la gramática generativa a la lingüística y a su propia teoría; la gramática textual toma diversos conceptos de Eugenio Coseriu, de la Escuela de Praga y de la gramática generativa; la sociolingüística parte de la dicotomía competencia/ actuación). De hecho, algunos de los autores que hemos incluido en el estructuralismo podrían ubicarse también bajo la etiqueta de lenguaje en acción, como en el caso de los estructuralistas de habla francesa (Charles Bally y Émile Benveniste), en tanto antecedentes del análisis del discurso, o la escuela estructuralista inglesa (John Firth y Michael Halliday), que dio lugar a la lingüística sistémico-funcional. Ideas lingüísticas en la Antigüedad La historia de la lingüística muestra que los estudios sobre el lenguaje aparecen intrínsecamente ligados al uso y a la expansión de la escritura. Esa correlación no es extraña si se piensa que la escritura permite, junto con la “objetivación” del lenguaje, el desarrollo de la capacidad metalingüística, según han notado diversos psicolingüistas. La etimología parece corroborar la correlación: la palabra gramática, que hemos heredado del griego grammatikós, es una derivación de grámmata [‘aquel que comprende el uso de letras y puede leer y escribir’] y de téchné grammatiké [‘la habilidad de leer y escribir’]. La expansión de la escritura es, pues, una primera condición necesaria para que nazca la reflexión sobre el lenguaje, que se ve estimulada por ciertas situaciones de tensión lingüística, motivadas generalmente por hechos económicos, sociales o políticos. El caso más claro de tensión lingüística es la diglosia, esto es, la situación que se produce cuando dos o más lenguas o dialectos se distribuyen las distintas funciones comunicativas en el seno de una comunidad determinada. Una situación de ese tipo se percibe, de hecho, en el momento en que comienzan los estudios lingüísticos y gramaticales de la Antigüedad (siglos V-IV a.C.). El griego se había dividido progresivamente en dos dialectos diferentes: el estándar literario y el griego
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LA LINGÜÍSTICA: RECORRIDO HISTÓRICO
Introducción
Se presenta aquí un recorrido histórico por las grandes ideas lingüísticas. Hemos procurado que el recorrido fuera
exhaustivo, pero, por razones de espacio, debimos tomar una serie de decisiones que podrían resultar
arbitrarias sin una adecuada justificación.
Los capítulos de este recorrido pueden dividirse en dos grandes partes: por un lado, las ideas sobre el
lenguaje elaboradas antes del siglo XX, lo cual incluye la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento, la
Edad Moderna y el siglo XIX, y, por otro lado, las grandes corrientes lingüísticas del siglo XX, concebido como
el nacimiento de la lingüística tal como la conocemos hoy. Hemos reseñado en esta sección histórica a los
autores y las obras anteriores a 1975, puesto que consideramos que lo producido a partir de esa fecha (esto
es, en los últimos 30 años) es demasiado reciente para permitir una evaluación objetiva. Por lo tanto, la
segunda parte del recorrido histórico debe leerse en forma complementaria al Estado de la cuestión.
Cabe recordar que la lingüística, como muchas otras ciencias sociales y humanas nacidas con el siglo XX, es
una disciplina en la que conviven diversos paradigmas (en el sentido de Kuhn), a menudo en pugna, y que,
de hecho, su objeto de estudio mismo varía de acuerdo con la perspectiva teórica adoptada.
Al intentar reconocer las grandes corrientes teóricas del siglo XX, entonces, hemos distinguido dos
movimientos centrales entre los autores que hacen hincapié en el sistema lingüístico en sí mismo: el
estructuralismo (dentro del cual incluimos a Ferdinand de Saussure, su fundador, y a los principales
representantes del estructuralismo europeo y del descriptivismo norteamericano) y la gramática generativa,
fundada por Noam Chomsky.
Puede encontrarse cierto grado de arbitrariedad en esos agrupamientos: por ejemplo, dentro del
descriptivismo norteamericano incluimos autores que no son estructuralistas (Franz Boas) y otros en los que
aparecen nociones propias del estructuralismo (como estructura o forma), pero que no han recibido
influencia directa de Saussure (Edward Sapir y Benjamin Whorf).
Además del estructuralismo y la gramática generativa, incluimos un tercer grupo de enfoques que no se
enrolan directamente en esas corrientes y que además coinciden en hacer hincapié en diversos aspectos
del uso del lenguaje, o, en otros términos, del habla (Saussure) o de la actuación (Chomsky). Los agrupamos,
pues, bajo la etiqueta general de lenguaje en acción e incluyen a la teoría de los actos de habla, la
gramática textual y la sociolingüística.
En general, los autores de este tercer grupo han recibido influencia de alguna de las otras dos escuelas (así,
John Searle reconoce los aportes de la gramática generativa a la lingüística y a su propia teoría; la
gramática textual toma diversos conceptos de Eugenio Coseriu, de la Escuela de Praga y de la gramática
generativa; la sociolingüística parte de la dicotomía competencia/ actuación). De hecho, algunos de los
autores que hemos incluido en el estructuralismo podrían ubicarse también bajo la etiqueta de lenguaje en
acción, como en el caso de los estructuralistas de habla francesa (Charles Bally y Émile Benveniste), en tanto
antecedentes del análisis del discurso, o la escuela estructuralista inglesa (John Firth y Michael Halliday), que
dio lugar a la lingüística sistémico-funcional.
Ideas lingüísticas en la Antigüedad
La historia de la lingüística muestra que los estudios sobre el lenguaje aparecen intrínsecamente ligados al uso
y a la expansión de la escritura. Esa correlación no es extraña si se piensa que la escritura permite, junto con
la “objetivación” del lenguaje, el desarrollo de la capacidad metalingüística, según han notado diversos
psicolingüistas. La etimología parece corroborar la correlación: la palabra gramática, que hemos heredado
del griego grammatikós, es una derivación de grámmata [‘aquel que comprende el uso de letras y puede
leer y escribir’] y de téchné grammatiké [‘la habilidad de leer y escribir’].
La expansión de la escritura es, pues, una primera condición necesaria para que nazca la reflexión sobre el
lenguaje, que se ve estimulada por ciertas situaciones de tensión lingüística, motivadas generalmente por
hechos económicos, sociales o políticos. El caso más claro de tensión lingüística es la diglosia, esto es, la
situación que se produce cuando dos o más lenguas o dialectos se distribuyen las distintas funciones
comunicativas en el seno de una comunidad determinada. Una situación de ese tipo se percibe, de hecho,
en el momento en que comienzan los estudios lingüísticos y gramaticales de la Antigüedad (siglos V-IV a.C.).
El griego se había dividido progresivamente en dos dialectos diferentes: el estándar literario y el griego
hablado [koiné]. Ese hecho lingüístico era producto de la expansión territorial de Atenas, que supuso, a su
vez, la enseñanza de un griego estandarizado a hablantes no nativos y el estudio creciente de la literatura
helénica clásica, escrita en una variedad lingüística que no era inmediatamente accesible para los
hablantes. En ese contexto sociocultural, se hizo necesario establecer la gramática y la fonética del griego
“correcto”, y ese fue el punto de partida para una serie de polémicas filosóficas acerca de la naturaleza y el
uso del lenguaje.
En cuanto a la reflexión teórica, se reconocen dos ejes fundamentales que articulan las principales
discusiones sobre la naturaleza del lenguaje en Grecia y, más tarde, también en Roma. Por un lado, se puede
distinguir una oposición (planteada en el Cratilo de Platón) entre esencialistas y convencionalistas.
Así, los filósofos estoicos suponen que la relación entre los nombres y los objetos nombrados está
“naturalmente” motivada o, en otros términos, que hay una relación necesaria entre las cosas y sus nombres.
Ello implicaría que todas las palabras se originan como onomatopeyas (por ejemplo, ring, ay, quiquiriquí), en
las que encontramos una semejanza con sonidos no articulados de la “realidad”. Otros autores, como
Aristóteles, rescatan en cambio la arbitrariedad de la relación entre los signos y las cosas y el carácter
básicamente convencional de todas las palabras (incluidas las onomatopeyas).
Por otro lado, puede trazarse una oposición entre analogistas y anomalistas, es decir entre los que conciben
a la analogía (es decir, las regularidades) como la propiedad definitoria de la lengua (por ejemplo,
Aristóteles), en oposición a aquellos que destacan su carácter anómalo o irregular (por ejemplo, los estoicos).
Esta última oposición, a su vez, se cruza con ciertas posiciones normativas sobre el “buen griego”, ya que,
generalmente, los analogistas suelen considerar que la lengua correcta se restringe a un conjunto de
fenómenos mucho más acotado que los anomalistas.
Con respecto a la descripción de la lengua, una revisión desde la perspectiva de la lingüística moderna deja
ver que los avances griegos en materia etimológica han sido muy limitados, ya que se basan en intuiciones e
hipótesis muy poco científicas. En cambio, la sistematización de la fonética, impulsada en parte por la
necesidad de unificar una lengua con un amplio alcance territorial, obtuvo más logros, incluyendo una
clasificación de los sonidos desde el punto de vista articulatorio, el reconocimiento de la sílaba como unidad
y un conocimiento rudimentario de los procesos fisiológicos involucrados (que, de hecho, han permitido a los
estudiosos modernos reconstruir el sistema fonético del griego). El terreno en el que los estudios griegos sobre
los fenómenos lingüísticos parece más rico es la gramática. El nacimiento de la gramática griega puede
fecharse en el siglo V a.C, en consonancia con las primeras discusiones filosóficas de Sócrates, Platón,
Aristóteles y los estoicos en torno a la naturaleza del lenguaje. Los dos gramáticos griegos más representativos
pertenecen a la llamada escuela alejandrina: Dionisio el Tracio (circa 100 a.C.) y Apolonio Díscolo (siglo II
d.C.). Ambos gramáticos hacen hincapié en las clases de palabras, siguiendo el denominado modelo de la
palabra y el paradigma, que estudia las características definitorias de las clases de palabras, así como los
paradigmas flexivos que constituyen las palabras variables. Dionisio reconoce ocho clases de palabras
(nombre, verbo, participio, artículo, pronombre, preposición, adverbio, conjunción), en una clasificación que
sería retomada casi sin cambios en las gramáticas latinas y durante la Edad Media. Distingue las cinco
primeras clases por ser variables, describiendo en detalle las categorías morfológicas que puede expresar
cada una (género, número, caso, tiempo, aspecto, modo, voz, etc.). Por su parte, Apolonio hace mayor
hincapié en la relación entre las categorías morfológicas y la sintaxis, esto es, en las relaciones de rección y
de dependencia o concordancia entre diferentes constituyentes de la oración (i.e., sujeto y verbo, nombre,
adjetivo y artículo, verbo y caso de sus complementos, etcétera).
Desde el punto de vista teórico, los gramáticos romanos se consideran meros continuadores de los griegos,
aunque se reconoce originalidad al trabajo de Varrón (116-27 a. C.), de quien se conservan 6 de los 25
volúmenes de De lingua latina, una obra monumental dedicada a la etimología, la morfología y la sintaxis del
latín. A Varrón se debe la primera distinción entre la morfología flexiva (que se ocupa de la declinación,
según su terminología, y que es básicamente regular y uniforme para todos los hablantes) y la morfología
derivativa (que permite acrecentar el vocabulario y que es mucho más variable en uso y aceptabilidad
entre los hablantes).
A mitad de camino entre la Antigüedad y la Edad Media, Prisciano (siglo V) sigue básicamente el modelo
teórico de la palabra y el paradigma de Dionisio el Tracio. El mayor logro de su Institutiones grammaticae
consistió en establecer una sistematización del latín utilizado en la literatura latina clásica, que sirvió como
obra de referencia y autoridad en la Edad Media (durante la cual llegaron a contabilizarse más de mil
manuscritos que circulaban en los diversos países europeos).
La lingüística en la Edad Media
Las características de los estudios lingüísticos durante la Edad Media son consecuencia directa de ciertas
condiciones socioculturales. Fundamentalmente, la ausencia de una clase ilustrada fuera del ámbito
religioso, característica del régimen feudal, llevó a la entronización del latín como única lengua de la cultura,
con la consiguiente falta de escritura para las lenguas vernáculas europeas. Por otra parte, luego de la caída
del Imperio Romano, las lenguas vernáculas europeas se alejan progresivamente del latín clásico.
A diferencia de Grecia o Roma, entonces, la descripción gramatical en la Edad Media se ocupa de una
lengua muerta, puramente escrita, por lo que áreas como la fonética, que había alcanzado bastante
desarrollo en Grecia y Roma, desaparecen de los estudios lingüísticos.
Por otra parte, a partir de Boecio (siglo VI), la gramática formará parte del trivium medieval: junto con la
lógica y la retórica constituye una de las disciplinas imprescindibles en la formación de los hombres letrados.
Como obras de autoridad circulan la ya citada gramática latina de Prisciano y la de Donato (siglo IV), a las
que otras obras sólo agregan comentarios y glosas (como los de Isidoro de Sevilla en el siglo VII).
Desde el punto de vista teórico, durante la Edad Media prácticamente se reproducen las discusiones de la
Antigüedad, tomando como fuente de autoridad a Aristóteles. Lo más original que se haya producido en
todo ese período histórico –observa Robbins (1967)- llega recién con el espíritu universalista en las gramáticas
especulativas en el período de la filosofía escolástica (1100-1350), como en la observación de Roger Bacon
de que hay una sola gramática en todas las lenguas, y que las particularidades son meras variaciones
accidentales.
También corresponden al período escolástico las discusiones semánticas, como la naturaleza de la
significación (por ejemplo, si un signo actúa o no como sustituto de una persona, cosa, etc.), así como el
establecimiento de una serie de oposiciones básicas para la lingüística moderna: significado y referencia,
connotación y denotación, intensión y extensión. Otro de los puntos de atención privilegiado por la filosofía
escolástica, vigente hoy en día, es la distinción entre el lenguaje objeto y el metalenguaje, que permite
diferenciar El Papa es Juan de “Papa” tiene cuatro letras.
La primera gramática del español
Una serie de cambios socioculturales que suceden en los siglos XIV-XV son decisivos en los cambios que se
producen en la reflexión lingüística posmedieval.
Particularmente importantes son el desplazamiento de los feudos y el surgimiento de los estados nacionales
que acompañan la expansión de la alfabetización en las clases altas. De este modo, las lenguas nacionales
ganan prestigio y el latín empieza a perder terreno como lengua de la cultura. En ese panorama aparece la
primera Gramática de la lengua castellana (1492) de Antonio de Nebrija. De este modo, Nebrija le otorga al
castellano, una lengua vernácula, el mismo rango epistemológico que al latín; además de objeto de estudio,
el castellano proporciona las herramientas metalingüísticas de descripción. Ambas situaciones habían sido
impensables durante la Edad Media.
No parece casual que la Gramática de Nebrija haya aparecido el mismo año en el que Colón descubrió
América y en el que, simultáneamente, se decretó la expulsión de judíos y moros de España, dos pruebas
fehacientes de la unificación de la España cristiana alrededor del matrimonio de Fernando de Aragón e
Isabel de Castilla. Esa unificación llevó, a su vez, a la uniformización y posterior expansión del reino por medio
de la religión y de la lengua. Todas estas variables sociopolíticas aparecen explícita o implícitamente en el
prólogo de la misma Gramática, que está dedicada a la reina Isabel.
Independientemente de la perspectiva política, la fama de la Gramática de Nebrija se justifica desde el
punto de vista lingüístico no sólo por su condición de primera gramática de la lengua. Nebrija era un latinista
políglota, lo que se advierte en la comparación de las características gramaticales del castellano con las de
otras lenguas (latín, griego, hebreo, árabe, francés, etc.). Sin embargo, su Gramática de la lengua castellana
se aparta innovadoramente del modelo medieval en varios puntos, y hace hincapié en las particularidades
de nuestra lengua. Entre otras acertadas observaciones empíricas, que se retoman aún hoy en día, Nebrija
rescata el valor de las preposiciones en el sistema castellano, en contraposición a la función de los casos en
latín; reconoce la importancia del artículo en la gramática castellana; señala la oposición contable/no
contable en la marcación de plural en los nombres; reconoce una única voz flexiva (la activa, en oposición a
la pasiva y la media) y las diversas funciones sintácticas que cumple el pronombre se, inexistente en latín;
establece la oposición entre verbos transitivos e intransitivos, una oposición que en latín, por el sistema de
casos, es superflua (López García, 1995).
En busca del lenguaje perfecto
Una vez elevadas las lenguas europeas al rango de legítimos objetos de estudio, en los siglos siguientes la
reflexión lingüística se centrará en la relación entre lenguaje y pensamiento, en parte gracias a la influencia
de la filosofía racionalista inaugurada por René Descartes. Así, en los siglos XVII y XVIII diversos filósofos (como
Francis Bacon o Gottfried Leibniz) destacan las numerosas “imperfecciones” de las lenguas naturales, que
interfieren en la comunicación transparente de las ideas, planteando una distinción entre las gramáticas
empíricas (entendidas como descripciones de lenguas particulares) y la gramática general o filosófica, más
abstracta. Entre aquellos que en el siglo XVII intentan proponer un sistema que permita expresar
inequívocamente el conocimiento, el pensamiento y las ideas se cuenta John Wilkins, que escribe Essay
towards a real character and a philosophical language (1668), que ha sido tema de un famoso ensayo de
Jorge Luis Borges (“El idioma analítico de John Wilkins”). Esta obra monumental, de más de 600 páginas,
pretende lograr una esquematización completa del conocimiento humano a partir de un lenguaje perfecto.
Así, según Wilkins, todas las palabras podrían ser expresadas económica y sistemáticamente por medio de
una serie de nociones básicas: relaciones abstractas, acciones, procesos, conceptos lógicos, géneros
naturales, especies de cosas animadas e inanimadas y relaciones físicas e institucionalizadas entre seres
humanos.
El mismo espíritu racionalista está presente en la influyente Grammaire générale et raisonnée (1660) de
Antoine Arnauld y Claude Lancelot. La llamada Gramática de Port Royal (por la obra religiosa a la que
pertenecían los autores) intenta reconstruir una única gramática subyacente que aparece en diferentes
lenguas (el latín, el griego, el hebreo y diversas lenguas europeas), con el fin de captar la forma del
pensamiento y el razonamiento humano. Para los gramáticos de Port Royal, las clases de palabras se
reducen a dos, básicas: los objetos y la manera o la forma del pensamiento, que remiten a la clásica
dicotomía entre nombre y verbos. Una propuesta de Port Royal que ha sido reivindicada desde la gramática
generativa (véase Chomsky 1966) es la idea de que ciertas oraciones complejas deben reescribirse como la
fusión de varias oraciones simples (así, la oración Dios, que es invisible, ha creado el mundo, que es visible es
resultado de la sucesiva fusión de Dios es invisible, Dios ha creado el mundo, El mundo es visible). Con el
mismo objeto de reconocer constantes universales se propone que todas las lenguas tienen un sistema de
casos subyacente, que puede aparecer como caso morfológico en lenguas como el latín o el griego, pero
también expresarse por medio de preposiciones o del mismo orden de palabras.
Los continuadores de la obra de Port Royal son muchos; entre ellos cabe mencionar a Etienne Bonnot de
Condillac, que en su primer volumen de Essai sur le origine des connoissances humaines (1746) se refiere al
problema filosófico del origen del lenguaje, proponiendo que los gestos y gritos originales habrían
evolucionado lentamente hacia un sistema fonético articulado por medio del cual se conforman el
vocabulario y la gramática de las lenguas, y también a Nicolas Beauzée, que escribe una Grammaire
générale, ou exposition raisonée des éléments nécessaires des langages (1767) donde se oponen la
gramática general y la gramática de una lengua particular en tanto ciencia y arte respectivamente.
Beauzée y Condillac influyeron en las ideas sobre el lenguaje de la filosofía iluminista de habla francesa: Jean-
Jacques Rousseau cita explícitamente a Condillac y Du Marsais reproduce en la Enciclopedia diversas ideas
que pueden considerarse como herederas más o menos directas de Port Royal.
En forma independiente de la discusión filosófica acerca del carácter del lenguaje, un campo lingüístico que
se desarrolla en los siglos XVI–XVIII es el de la descripción de lenguas “exóticas”, que acompaña la
colonización europea de América primero y de Asia y África más tarde, así como la acción “civilizadora” y
“evangelizadora” llevada a cabo en esos continentes. En forma paralela, se desarrollan las primeras
gramáticas normativas, con la creación de las correspondientes Academias nacionales, que buscan
establecer una norma culta para las lenguas europeas. En el caso particular de nuestra lengua, la primera
Gramática de la Real Academia Española data de 1771.
La lingüística del siglo XIX
Hay consenso entre los historiadores de la lingüística en considerar que el nacimiento de la lingüística
“científica” en el mundo occidental tuvo lugar a principios del siglo XIX. En efecto, a lo largo de ese siglo los
hechos del lenguaje se empezaron a analizar de manera cuidadosa y objetiva, y se comenzaron a ser
explicados a partir de hipótesis inductivas (es decir, hipótesis que derivaban de esos hechos).
La gramática especulativa de los escolásticos y de sus sucesores de Port Royal puede considerarse
“científica” de acuerdo a cómo se entendía en ese tiempo el “conocimiento seguro”: sus demostraciones
causales de por qué las lenguas eran como eran estaban basadas en principios que se suponían
universalmente válidos. Este modo de pensar, sin embargo, entró en crisis a finales del siglo XVIII, cuando se
produjo una insatisfacción general respecto de las explicaciones a priori y las llamadas explicaciones lógicas,
y comenzó entonces a surgir una preferencia por el razonamiento de tipo histórico. Este cambio de “mirada”
no se restringió al estudio del lenguaje sino que se extendió al estudio de todas las instituciones humanas,
bajo la evidencia de que todas ellas se hallaban sujetas a evolución y cambio.
Otro aspecto sociocultural de envergadura para entender el desarrollo de la lingüística durante el siglo XIX
fue el romanticismo, que se desarrolló a finales del siglo XVIII, con epicentro en Alemania. Tal movimiento fue
una reacción contra el clasicismo y el racionalismo del siglo precedente, y llevó a los intelectuales y
estudiosos de la época a indagar en la propia historia y la propia literatura en búsqueda de nuevos cánones
de valores literarios. En Alemania, por ejemplo, esto se reflejó en un importante interés por el estudio de las
lenguas germánicas antiguas (gótico, antiguo alto alemán, etc.). Herder (1744-1803) sostuvo que existe una
conexión estrecha entre lengua y carácter nacional, idea que profundiza W. Humboldt (1767-1835) en su tesis
acerca de que cada lengua tiene su estructura distintiva propia, que refleja y condiciona los modos de
pensamiento del pueblo que la usa.
En términos generales puede decirse que la ciencia lingüística durante este siglo estuvo marcada por los
logros de las ciencias naturales y de la historia (romanticismo) en un primer momento; luego será la psicología
la ciencia que impacte fuertemente en la lingüística influida (en los Neogramáticos) y más tarde, entrando
en el siglo XX, la sociología (Meillet/Saussure).
La tradición gramatical india
Uno de los principales factores del desarrollo de la lingüística del siglo XIX –a la que algunos autores, como
Lyons, denominan genéricamente como la “filología comparativa”- fue sin lugar a dudas el descubrimiento y
la toma en consideración de la tradición gramatical india o hindú por estudiosos europeos.
Distintos historiadores de la lingüística coinciden en señalar que hay dos aspectos en los cuales la lingüística
india puede considerarse superior a la gramática tradicional occidental: en los estudios sobre fonética y
sobre la estructura interna de la palabra. Los estudios gramaticales indios parecen haber tenido su origen en
la necesidad de preservar intacto no sólo el texto, sino también la pronunciación de los himnos védicos, cuya
precisa y segura recitación se consideraba esencial para su eficacia en el ritual hindú. Se considera que la
clasificación hindú de los sonidos fue más detallada, segura y sólidamente basada en la observación y el
experimento que cualquier otra en Europa. Sólo en las últimas décadas del siglo XIX la ciencia fonética en
Europa alcanzó relevancia, por la influencia del descubrimiento y la traducción de los tratados lingüísticos
hindúes.
El más importante gramático indio fue Panini (siglo V o IV antes de Cristo), aunque parece haber habido una
extensa tradición gramatical anterior (Panini menciona en su gramática a 68 predecesores importantes,
Mounin, 1989: 70). La gramática del sánscrito de Panini ha sido caracterizada como claramente superior a
toda gramática conocida, debido a su exhaustividad (habida cuenta de que se restringía a la estructura
interna de las palabras), su consistencia interna y su economía. Está constituida por 4.000 aforismos o sutra,
“cuyo encadenamiento y formulación configuran un conjunto de rigor algebraico” (Mounin, pág. 70).
La influencia de las rigurosas descripciones fonéticas de los gramáticos indios no se hace sentir
inmediatamente en el trabajo fonético de los europeos: el comparatismo naciente del siglo XIX reflexiona
casi siempre sobre las letras y no sobre los sonidos. Sólo entre 1850 y 1875 la fonética recibirá consideración
de la lingüística y se incorporará decididamente en los estudios sobre el cambio lingüístico. Tampoco influye
inmediatamente el conocimiento por parte de los europeos de la morfología transparente del sánscrito: por
ejemplo, se retoma con entusiasmo la noción de raíz de la palabra (en tanto parte central que porta el
significado madre) pero no se la emplea para realizar descripciones más rigurosas, sino que se concibe de
una manera metafórica, determinada por el espíritu de época –las ciencias naturales, especialmente la
botánica- : la raíz es el germen vivo, fecundo. Según W. Schlegel, “las lenguas flexivas son lenguas orgánicas
porque encierran un principio vivo de desarrollo y crecimiento y porque son las únicas (...) que tienen una
vegetación abundante”. En cambio, las no flexivas poseen palabras que si bien son raíces “son raíces
estériles, que no producen plantas ni árboles”1 .
El comparatismo
Es un hecho conocido que diferentes lenguas pueden parecerse a otras en distintos grados.
Por ejemplo, el español y el italiano son muy semejantes en vocabulario y en gramática: evidentemente esto
se debe a que son lenguas “emparentadas” que derivan de una lengua común: el latín. Del mismo modo
encontramos semejanzas entre el alemán y el inglés, muchas más de las que podemos encontrar entre el
inglés y el chino: decir que dos lenguas están relacionadas equivale en lingüística a decir que han
evolucionado de una lengua individual anterior y que por lo tanto pertenecen a una misma “familia de
lenguas”. La mayoría de las lenguas de Europa y algunas de Asia pertenecen a la familia indoeuropea;
dentro de esa familia hay diferentes “ramas” o subfamilias, por ejemplo, las lenguas romances (francés,
español, italiano, catalán, rumano, portugués, etc.), las lenguas germánicas (alemán, inglés, sueco, etc.), las