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se fre una vez. La novel es un potaje caliente de hervores casi
intestinales y el relato una comida fra de bricolaje vegetal. La
novela quita el hambre y el cuento abre el apetito.
En la intimidad de este prrafo quiero vol-ver a recordar a
Marle. El pan y la cebolla nos han servido para aliar buenos
relatos, pero como es im-posible seguir viviendo del cuento pronto
empezar a guisar una novela. Te prometo, mi vida, que en-tonces
compraremos una cocina.
F. I. C. San Jos de la Rinconada, otoo de 2002
La j umelle fatal e
No era bonita, pero tena una sonrisa encan-tadora que al lado de
sus ojos almendrados y las cejas pobladas le daban un aspecto
fascinante y hechicero. El pelo era lacio y negro y un coqueto
cerquillo le surcaba la frente invitando a separar los cabellos con
los labios. Yo me haba fijado en ella desde el primer momento, pero
su juguetona mi-rada me haca dudar acerca de si ella habra hecho lo
mismo conmigo. No soy un hombre atractivo, y si no llego a
conversar con las chicas ni siquiera pue-do parecer
interesante.
Por lo menos fuera del Per yo tena las coar-tadas del aptrida,
del aprendiz de escritor o simple-mente del latino, las cuales
daban buenos resultados dependiendo de la persona, el lugar y las
circunstan-cias. Sin embargo, desde mi matrimonio compren-d que
tena que llevar una vida sedentaria lejos de nuevas alcobas, olores
distintos y gemidos extraos. La familia suele reprimir cualquier
sntoma de di-sidencia y uno se ve en la tesitura constante de tener
que elegir entre el vrtigo de la aventura irrespon-sable y la
seguridad que brindan las caricias coti-dianas. Yo siempre lo haba
tenido claro hasta que vi sus finos tobillos y sus dedos largos,
artificios tan eficaces a la hora de hacer el amor.
Vivir en Sevilla me haba disciplinado y en-durecido, pero el
talante de la ciudad invitaba a per-
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derse en sus laberintos nocturnos. Conoca muy bien esas
tentaciones desde mis tiempos de estu-diante, cuando a los
veintitrs aos aterric por esta parte del mundo para trabajar en mi
tesis doctoral. Aqu descubr sorprendentes facetas de mi
persona-lidad que haban permanecido soterradas y viv esti-mulantes
episodios que siempre me fueron negados en mi propio pas; pero a la
vez encontr en Sevilla muchas razones para sentar cabeza y mudar de
tem-peramento: una esposa, tres nios, el trabajo, la fa-milia, el
barrio y esa inefable sensacin de saber que haba perdido mi
intimidad para siempre.
Yo estaba paralizado mirando cmo des-cenda desde su cuello una
cadena dorada que se perda bajo el escote, cuando de pronto un
meda-lln metlico dej al descubierto una M de gran-des proporciones.
Me preguntaba si sera Macare-na, Maite o Manoli hasta que levant la
vista para interrogarme con dulzona coquetera y ronca
en-tonacin:
-Marcos?, t eres Marcos Reyes? -S, s... -atin a contestar como
si me
hubiera sorprendido en falta. -Qu rico cheque -me provoc-.
Qu
vas a hacer con tanta pasta, to?, por qu no me llevas a
cenar?
-Ahorita puedo invitarte un cafecito si te escapas -respond
envalentonado.
-Y o siempre me escapo -sentenci con una sonrisa de
complicidad.
La calle Betis reciba de lleno los rayos del sol y mi risuea
compaera se puso unos lentes os-curos que le dieron un sensual
toque de misterio. Su nariz era un tanto grande y su cutis se me
amo-
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jaba spero, pero su belleza no poda ser juzgada por unos rasgos
aislados y arbitrarios. Ella era un todo coherente de
espectaculares resultados, aunque los puristas recalcitrantes
pusieran reparos a sus deta-lles ms minsculos. Ya dije que no era
bonita, mas era imposible dejar de observarla cuando camina-ba: su
cadencia, sus meneos y su gracia eran una suerte de imn que
hipnotizaba a los transentes.
Al conjuro del tinto de verano me dedic un largo y travieso
vistazo, calcul bien, prepar la mu-nicin, volvi a sonrer y dispar
con precisin:
-T eres gminis, no? -S -repliqu sin titubear-. Seguro que
viste la fecha de mi nacimiento en la fotocopia de mi pasaporte,
no es as?
-Qu va! --contest haciendo un disfuer-zo-. Siempre supe que eras
gminis. En cuanto te vi me di cuenta. Y o nunca me he liado con un
to que no sea gminis. Todos mis rollos han sido con gminis.
No haba ningn espejo alrededor, as que la cara de cojudo que
puse en ese instante tan slo sirvi para endulzar la estrategia
felina de mi divi-na acompaante. Me senta un huevn radiante y
aerosttico y por eso solt la pregunta ms tetuda que caba
formular:
-Y t ... , qu signo eres? -No lo imaginas? -respondi melosa a
la
vez que agitaba su tinto con la punta del ndice, para chupar
lentamente el dedo empapado.
-No ... , no ... , verdad que no! -tarta-mude.
-Gminis tambin, pues -sentenci-. Cul otro hay?
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-Bueno, un montn, creo -aad vaci-lante-. Piscis, aries, libra
... no s. Hay ms, no?
-Anda ya! T sabes que ellos no son como nosotros -replic
mirndome a los ojos-. No-sotros somos especiales, diferentes,
nicos. Por qu crees que me fij en ti?
Esa alusin directa tuvo el efecto de poner-me tieso, mientras un
cosquilleo en el coxis ascen-da hasta mi cuello a toda velocidad.
Ella debi notar mi inquietud porque no consegua permane-cer sentado
en la misma posicin ms de un mi-nuto, pero reun aplomo para
disimular y cambiar de tema.
-Mi esposa es capricornio -dije. -Uy, qu malo, qu malo!-contest
fin-
giendo una expresin afligida-. Seguro que t le pareces un
irresponsable, un mentiroso y un mani-tico que lo mismo lo piensa
todo cien veces o que est por los cerros de beda soando con las
mu-saraas. No es verdad?
-N 0000, no es para tanto -respond casi sin convencimiento-. Nos
llevamos muy bien y es-tamos muy enamorados.
-Hombre, estara bueno! -exclam-. Ella te debe querer muchsimo y
t tambin, pe-ro ella es un signo de tierra y tu elemento en cambio
es el aire. Acaso no te pone lmites, te dice que no so-portara
compartirte y todo el tiempo se pasa anun-ciando una futura
separacin? Las capricornio van a lo seguro, y cuando algo no les da
la seguridad que quieren lo dejan.
Por mi cabeza cruzaron como relmpagos las memorias de algunas
discusiones familiares y re-cord, en efecto, el tono admonitorio de
ciertas pro-
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fecas domsticas que siempre me parecieron absur-das. Cuando ests
con otra mujer nunca le hables de m, me adverta. Y entonces con un
sentimien-to de culpa decid volver a nuestras coincidencias
astrales.
-T naciste en junio o en mayo? -in-quir.
-El 6 de junio -respondi con socarro-na malicia-. El 6 del 6 del
66.
Una vez ms me qued clavado en la silla. Yo tambin haba nacido el
6 de junio! Nunca me tragu los cuentos del horscopo y esas
huevadas, pero confieso que la mir lentamente en busca de un rasgo
comn, de algn destello familiar.
-V as a pensar que me estoy quedando con-tigo -declar mirando al
ro-, pero mi cumplea-os tambin es el 6 de junio. Y o nac el 6 del 6
a las 6 de la maana, slo que en 1961.
-Pero qu dices, chiquillo -me embruj pasndome la mano por el
pelo-. Cmo voy a pensar que me ests mintiendo si yo creo en
nues-tro destino? Los gminis nunca mentimos porque para nosotros
siempre es verdad lo que decimos. Adems, los dos tenemos el nmero
del diablo y por lo tanto licencia para mentir, no crees?
-Y o soy as como dices? -pregunt. -Por qu te resistes?-sonrea
mostrando
la lengua entre su blanca hilera de dientes-. No te das cuenta
que conmigo puedes ser como eres? A ti nadie te atar jams ni te dir
lo que tienes que hacer. T puedes ser el to ms responsable del
mundo y el ms loco tambin, t puedes ser genial y hasta tmido si te
da la gana. T puedes ser mu-chas personas, Marcos. Las que
quieras.
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-No s. Yo n-0 creo en esas cosas. No so-porto que una vaina que
no veo rija mi vida como si ya estuviera preestablecida -argument
muy ra-cionalmente.
-Eres un tpico to gminis, sabes? -me dijo rozndome la pierna con
la suya-. A ningn gminis le gusta ser prisionero del destino, pero
so-mos los ms independientes del zodaco. A una par-te de ti le
parece terrible, pero a la otra le encanta y le e . ~ rasctna,
no.
-Mira -repliqu-. Dejmoslo como que creo cuando me dicen cosas
buenas y que no creo cuando me salen cosas malas. Te parece?
-Me pareces -contest carraspeando la voz y enfatizando la S
final.
Recuerdo que conversamos de los libros que yo estaba escribiendo
y de sus planes de dedicarse a la pintura. La historia, la
literatura y el arte me pa-recieron una excelente combinacin para
una pare-ja, pues de sobra conoca los problemas de algunos
matrimonios donde ambos pertenecan a la misma profesin: las
discrepancias gremiales terminaban trazando una detestable frontera
en la cama.
Cuando nos despedimos quedamos en lla-marnos, en salir a ver
alguna exposicin, recorrer li-breras y esas cosas que se dicen para
sellar el pacto tcito de querer verse otra vez. Para m el tiempo ha
sido siempre lo ms valioso y nunca haba dedicado largos perodos
para seducir a otra persona, cuan-do lo ms aconsejable era una
fulminante sesin de charla. U na vez dicho lo que haba que decir,
los la-bios y las lenguas deban aplicarse a otros quehaceres.
Sin embargo, en esa ocasin tuve la extraa certeza de que algo no
haba salido bien. Y o jams
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marqu el ritmo de la conversacin, sino que ella me haba
conducido dcilmente por su encantado-ra telaraa. Cmo logr
engatusarme con esa de-magogia zodiacal en la que ni siquiera crea?
Esos recuerdos, al lado de la inexplicable sensacin que me produjo
su tacto, me impidieron concentrarme en el trabajo. Y si la llamaba
para almorzar? Ya me inventara cualquier cosa para que no
sospe-charan nada en casa, pero yo deseaba volver a verla para
despejar algunas dudas.
Con el corazn repartido entre la boca y la bragueta, marqu el
nmero de su oficina y repa-r al primer timbrazo en que no saba ni
su nom-bre. Colgu. Qu tal huevn! Conversar un ratazo con una chica
que me gustaba y no haberle pregun-tado ni cmo se llamaba. Pens que
ella deba es-tar cagndose de la risa del peruano gilipollas que
algn da llamara preguntando por una chica g-minis a la que le gusta
la pintura y tiene un meda-lln con una M. Acaso no era una situacin
cojudsima?
Mientras miraba el telfono me invadieron las dolorosas memorias
de mis mltiples papelones amorosos, siempre hablando como un
descosido y consolidando una fama de pelotudo de campeona-to: si la
chica era cucufata yo le hablaba de Dios, el Deuteronomio y la
chucha del gato; cuando era idealista lo intentaba con huachafera,
confesndole que quera tener muchos hijitos y citando El prin-cipito
porque lo esencial es invisible a los ojos; si la compaera era de
izquierda la ideologa aconse-jaba proceder de manera muy terica
hasta llegar a la conclusin de que Marx escribi El capital para
tirarse a Rosa de Luxemburgo. En fin, que yo haba
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hablado muchas huevadas a lo largo de treinta aos y que ya era
hora de parar el carro. Total, me poda mandar a la mierda por
haberme tragado el rollo de los gminis y la carta astral (Y si la
llamo?, vol-va a pensar).
Armado de valor cog otra vez el telfono, dispuesto a encontrar a
mi pareja zodiacal. Los pri-meros intentos fueron desalentadores,
ya que la te-lefonista no conoca los signos de las chicas que
trabajaban en la empresa y en cada llamada me sol-taba un original
compendio de invectivas: Suda-ca gilipuertas, cretino subnormal,
saboro hijo de puta, y otro que anot para la posteridad (Qu
cuadrados los tienes, to!).
Dispuesto a no darme por vencido decid preguntar por diferentes
secretarias que se llama-ran con M. As pude hablar con Mercedes,
cua-tro Macarenas, Milagros, Margarita, Maite, tres Martas,
Matilde, Martina, Marina, dos Marujas, Micaela, Manoli, Montserrat
y una interminable constelacin de Maras. Aunque la mayora se cag en
mis muertos y en la leche de mi mam, debo admitir que a ms de una
le pareci fascinante que un to viniera desde Lima para buscar a su
pareja as-tral (Eres chuliguay, Marcos!, me dijo Mara de los
ngeles). No obstante, perd un par de horas an-tes de dar con mi
obsesin: Mnica.
-Hola, perdona la pregunta -dije algo avergonzado-. T eres
gminis, te gusta la pin-tura y has tomado un cafelito conmigo
enlama-ana? Me llamo Marcos, Marcos Reyes, y soy pe-ruano.
-Claro -contest la muy gatuna-. Ya de-ca qu pasa contigo, to,
que no me llamabas.
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-No sabes lo que ha sido -exclam sin-tindome excitado-. No poda
encontrarte, no sa-ba tu nombre, no saba nada de nada.
-Bueno, pero ya me pillaste, no? -me provoc.
-Mira, Mnica -le dije-. Te parece que almorcemos juntos?
-Ay, Marcos -replic compungida-. He quedado con dos amigas para
comer.
-Entonces cenemos -retruqu impa-ciente.
-Te voy a contar -respondi en tono de coqueta complicidad-. Y o
tengo novio, sabes? l vive en Jerez pero ahora est aqu de visita y
ten-go que estar con l. Sabes lo que te digo? Pero en cuanto se
vaya yo te llamo y quedamos.
-No saba que tuvieras novio, Mnica. Perdname por ser tan cargoso
-me disculp afrentado.
-Anda ya! -me interrumpi--. Ya sabes cmo so~os los gminis. l
tambin es gminis, pero del 19 de junio, y tiene toda la tontera de
los cncer. En cambio nosotros estamos a la mitad del ciclo de
Mercurio y somos gminis, gminis tot.
-S, s, pero, no s ... -balbuce-. Yo en-tonces te llamo otro da,
ya?
-Eres un animalito, Marcos -ronrone--. Y o ya lo saba. Saba que
no te ibas a aguantar y que me llamaras hoy mismo. Es tu signo,
bichito. T eres gminis y no tienes remedio, pero debes apren-der a
saber llevarlo. Yo te voy a ensear, mi arma. Te voy a hacer cositas
que hace tiempo estabas bus-cando. Te espero donde t me digas a la
hora que t quieras, porque yo nunca me pierdo a un gmi-
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nis que est caliente y t eres el primero que conoz-co del 6 del
6 a las 6, mi mellizo, mi parte que se lle-na con tu parte.
Esa vez quedamos para almorzar y termi-namos cenando y
desayunando juntos. Desde en-tonces s con exactitud qu es lo que
quiero y me siento ms unido que nunca a mi familia, pero tam-bin s
que hay algo dentro de m que, irracional e ininteligible,
apasionado y femenino, me arrastra a la hora del cafelito y la
tostada por los inexorables vericuetos que el puetero destino me ha
trazado en la va lctea.
El ritual
Abajo mi pap est bien molesto y dice que cuando los agarren l
les va a sacar la mierda. Mi mam y Mara Fe estn llorando y tambin
dicen que cmo pudo pasar algo as. Parece que se han ro-bado el
cad~.ver de Dieguito, que han prosanado su tumba o una cosa por el
estilo. A m no me dejan estar abajo porque dicen que soy muy chico,
pero yo s un montn de cosas y seguro van a querer que les cuente.
Me da miedo estar aqu arriba. La casa huele a muerto, a
podrido.
El Dieguito comenz ponindose todo abu-rrido: le prohiban jugar
pelota y paraba metido en la cama. Y a desde esa poca mi mam
lloraba mu-cho, pero creo que ahora est llorando ms. A ve-ces se
escapaba de su cuarto para jugar conmigo y me prestaba su Lego. Se
haba vuelto ms bueno, ya no me pegaba tanto y hasta me contaba
secretos. Sabes, Sebastin? -me dijo un da-. Mi mam me ha dicho que
me van a llevar donde un doctor amigo del to Luis Carlos y que
despus nos vamos a Disneyworld. Nos remos un montn y le ped que me
trajera un Dumbo como el que tena el gor-dito Arzaga, pero en
verdad me daba pica.
No era justo: todo era para Dieguito. Los viajes, los juguetes y
los libros con dibujos, todo para Dieguito! Hasta los mejores
dulces de la Pan-cha eran para Oieguito, el Pie de Limn o los
Baba-
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rois de Chirimoya, todo para l! A m me daba pena ver llorar a
una negra tan grandaza como la Pancha. El nio Dieguito se va a
morir, nio -deca-. Todas las veces que uno se va a los Estados
Unidos se muere. Yo no s qu tanto le hacen a la gente en ese pas,
nio; pero a su abuelito se lo llevaron y pum!, se muri; a su tiita
Hermia la metieron en el avin y cataplum!, tambin se muri. A m esos
gringos no me dan confianza, nio. Seguro que no saben cuidar a los
enfermos, mientras que aqu yo les doy su turrn y su mazamorra
caliente. Y s, pues, porque la Pancha haca unos dulces bien
ricos.
Cuando Dieguito volvi estaba gordo, todo hinchadote, y pareca un
seor porque se le haba cado el pelo como al to Alejo. Nos reamos
mu-cho y jugbamos a que Mara Fe era Sister Eleanor y Dieguito el
padre Nicholas, porque como estaba pelado lo imitaba igualito. En
cambio, no nos pudo contar nada de Disneyworld porque dijo que mi
mam se la pas llorando todo el tiempo y tuvieron que quedarse en el
hotel, pero s se acord de traer-me mi Dumbo y adems un Winnie Pu.
Fue por esa poca, ms o menos, que Dieguito comenz a es-cuptr
sangre.
La verdad es que se haba vuelto un seor completo, siempre serio
y sin ganas de jugar. De-ca que se iba a morir y le tena miedo a la
oscuridad, y entonces se picaba cuando le tocaba ser el cucu-rucho.
Mi mam segua llorando y mi pap se ence-rraba en su despacho. Ah se
meta todo el da y slo Ceferino poda entrar para llevarle sus
botellas.
La Pancha segua hacindole postres espe-ciales a Dieguito, pero
ahora tambin le daba unos remedios horribles preparados por ella
misma. T-
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mese esto, nio Diego! -le mandaba-. Una ve-cina ma que viene del
norte sabe un montn de cosas. Ella lo va a curar, nio. Como can lo
va a poner.
Fue as como empezamos a ir por la casa de la Pancha sin que nos
vieran mis paps. Ella tom todas las precauciones y le dio la
direccin a Can-delario para que nos llevara en el carro plomo, en
el que bamos a Chaclacayo.
Madame Pacheco era una seora gorda y trompuda. En la entrada de
su casa haba un car-telote que deca que haba sido alumna de
Mandra-ke y que tena los secretos de las huaringas, las shi-ringas
y otras pingas que ya no me acuerdo. Le mir los ojos a Dieguito, le
pas un huevo por todo el cuerpo y despus lo rompi en un vaso de
agua. A ust le han hecho mucho dao, nio -dijo la vieja mirando la
yema medio verde-. Yo voy a ha-cer lo posible, pero el mal ya est
muy avanzado. La Pancha tena ra~n: los gringos haban embru-jado a
Dieguito.
Comenzamos a ir muchas veces. Un da lo hicieron sudar mientras
Candelario lo cargaba so-bre unas plantas que olan a esos caramelos
de men-ta, otra vez la seora lo hizo fumar y le peda que viera en
el humo la cara del que lo haba ojeado y un da le provoc un vmito
negro que dijo que era casi todo el dao que tena adentro.
Dieguito empez a faltar al colegio y Can-delario aprovech para
llevarlo donde Madame Pa-checo por las maanas. En la noche me
contaba lo que le haban hecho y yo no poda creerle: le frota-ban el
cuerpo con un gato negro, otro da lo haban baado en una sopa que
pareca la crema de ajos de
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la Jacinta y tambin le obligaron a rezarle a un p-jaro disecado.
Yo le preguntaba si se senta mejor y l deca que s, que como
can.
Una noche me cont en secreto que Ma-dame le haba dicho que
estaba en la ltima parte del tratamiento y que necesitaba que una
persona que lo quisiera mucho hiciera algo por l, que te-na que ser
alguien de la familia y que por eso Can-delaria no pudo ayudarlo,
pero Madame no quera que le dijera nada a mis paps porque ellos
tampo-co podan ser y que por eso me lo deca a m. En-tonces sac un
pomo y una gillette, me ense en su brazo una marca que le haban
hecho con lapicero y me dijo que me tena que cortar a m en ese
sitio, que no me iba a doler y que trajera un algodn con alcohol.
Yo quise decirle que el to Luis Carlos te-na unas inyecciones
especiales para eso, pero Die-guito no me hizo caso.
Cuando el pomito estuvo casi lleno, me dio el algodn con alcohol
y me dijo que doblara bien fuerte el brazo. Entonces sac unas
medallitas y las moj en la sangre con cadena y todo, y me cont que
eran de Sarita, una santa de la colonia o algo as. Despus cada uno
se puso la suya y me dijo que Ma-dame Pacheco le haba dicho que
esas cadenitas no iban a dejar que l se muriera, que no me la
quitara nunca porque mi sangre le iba a dar fuerza y que l iba a
estar siempre unido a m, algo as como que no me iba a dejar nunca.
Y la sangre del pomi-to?, le pregunt, pero l no saba para qu era,
que Madame se la haba pedido y que no me poda de-cir ms.
A los tres das Dieguito se puso psimo y no se levant ni para ir
al bao. Mi mam lloraba como
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loca y mi pap se encerr con muchas botellas en su despacho. Ya
ni Ceferino entraba.
Cuando Dieguito muri yo estaba en clase de Lenguaje y
ssterThomas entr para pedirnos que cantemos el Oh, Mary, take my
spirit in your hands por el alma de Dieguito. La casa estaba llena
de flo-res y a m me pusieron la ropa que tena el da que se cas la
ta T er. En cambio, Dieguito estaba en una caja blanca con su ropa
de primera comunin. Ya le quedaba chica, pero con las flores no se
nota-ba. Me empin hasta arriba y vi que en el cuello tena la
medallita. Al cementerio no me dejaron ir.
Desde hace das que mi mam no para de llorar, sobre todo desde
ayer, un mes despus del en-tierro, porque la tumba de Dieguito
amaneci pro-sanada. Candelaria y Pancha se asustaron y les han
contado todo a mis paps. Ahora los han metido presos, creo. He odo
que la polica busca a Mada-me Pacheco y le en el peridico del
Ceferino una cosa sobre Dieguito y una misa de negros o algo as. Mi
pap sigue tomando y todo el da dice carajo.
Yo tambin quiero mucho a Dieguito, pero me da miedo y quiero
estar abajo con todos. Si la Pancha estuviera aqu le pedira que le
subiera Suspiro Limeo o Arroz con Leche, pero la Pancha est en la
crcel y l debe tener hambre. Cuando entr por la ventana me asust,
todo negro y apes-toso, pero si no fuera por la medallita no lo
habra escondido en mi ropero.