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Hölderlin, poeta y filósofo: aproximaciones a una
filosofía de la poiesis
Congreso Internacional Filosofía, Arte y Diseño: diálogo en
las fronteras
Luis de la Peña Martínez
[email protected]
En esta ponencia se presenta un avance de la tesis de
doctorado “La literatura como médium del pensamiento
filosófico: acerca de las relaciones entre filosofía y
literatura”. En el texto se aborda la obra filosófica y
literaria de F. Hölderlin, con el fin de destacar el estrecho
vínculo entre ambas facetas de su labor intelectual; se
examinan algunas de sus principales propuestas filosóficas
plasmadas en sus ensayos y se les relaciona con dos de sus
trabajos literarios más importantes: la novela Hiperión y la
tragedia La muerte de Empédocles. Si bien es necesario ahondar
en su obra propiamente poética, quise en este trabajo
centrarme en su pensamiento filosófico para de ahí ir hacia
su producción literaria, pues considero que este aspecto ha
sido poco estudiado. Hölderlin no sólo es el “poeta del
poeta”, tal como lo caracterizó Heidegger, sino también un
pensador original que planteó en sus textos algunas de las
cuestiones fundamentales para la filosofía de su época.
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Asimismo, este texto sirve de introducción a la parte de
la tesis en donde examino la forma en que W. Benjamin y M.
Heidegger interpretan filosóficamente la obra de Hölderlin.
Creo que este “giro” hacia el pensamiento de Hölderlin
muestra una perspectiva más amplia, desde la cual se puede
valorar y comprender la interpretación que estos autores
hacen de su poesía. En este sentido, la lectura de los
ensayos de Hölderlin, y algunas de sus cartas, me ha
permitido detectar las problemáticas filosóficas y estéticas
que sustentaron su obra literaria, por ejemplo sus notas
sobre la tragedia y la traducción de autores griegos como
Sófocles y Píndaro. Pero, además, hay que considerar sus
reflexiones acerca de cuestiones tales como la relación entre
“Juicio y Ser” y otros trabajos que, aunque fragmentarios,
apuntaban a dilucidar los asuntos más complejos de esas
formas del pensamiento filosófico representadas por el
Idealismo y el Romanticismo, formas en las que Hölderlin
influyó de manera importante.
Situada en la confluencia de dos grandes corrientes de
pensamiento de la cultura europea de los siglos XVIII y XIX:
la Ilustración y el Romanticismo, la obra literaria de
Hölderlin oscila entre ambos movimientos intelectuales para
producir un efecto de choque en dos categorías filosóficas
fundamentales como son la “razón” y la “intuición” (o, si se
quiere, la “sensibilidad” o el “sentimiento”). Este
movimiento “dialéctico” es propio del proceso de elaboración
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del Idealismo alemán, del que la obra de Hölderlin, a su
modo, formará parte. Su contacto personal durante su juventud
con otros filósofos como Hegel y Schelling en Tubinga, o sus
estudios con Fichte y Schiller en Jena, marcaron, sin duda,
su desarrollo como escritor y filósofo.
Este momento histórico, con que se dará inicio a las
mutaciones sociales y económicas en la cultura europea que
conducen a la Modernidad, es el terreno contradictorio en que
su obra habría de desarrollarse. Se tratará de una “cesura” o
“corte” que implica una forma diferente de entender tanto la
noción del tiempo histórico y la del sujeto que toma
conciencia “trágica” de este hecho. La Antigüedad,
representada ejemplarmente por la cultura griega clásica,
será el punto de no retorno y ruptura que distingue al
espíritu de los griegos del de los “hesperios”, término de
Hölderlin usado para referirse a los modernos, con lo que se
confrontan dos visiones del mundo.
La obra de Hölderlin abarcó todos los géneros
literarios: el épico, el trágico y el lírico, además de sus
trabajos ensayísticos. En sus textos, el tema de lo griego
ocupa un lugar central, por ejemplo su novela Hiperión, sus
diferentes versiones del poema trágico Empédocles y, en su
poesía lírica, los poemas dedicados a Diótima, entre otros. A
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ello hay que sumar sus traducciones de Sófocles y Píndaro y
sus notas al respecto de estos autores. Todo esto conforma un
corpus literario especial en que Antigüedad y Modernidad se
presentan como los polos opuestos del transcurso histórico en
el que el poeta se ubica: la de lo ajeno y lo propio,
la de la alteridad y la identidad.
En la poesía de Hölderlin la figura del poeta es
representada como la de un sujeto consciente de su condición
trágica y de las dificultades que conllevan para él vivir al
límite de la existencia. Es el reconocimiento de su
fragilidad lo que lo vuelve (paradójicamente) poderoso: es un
ser especial y único. Entre lo divino y lo humano el poeta es
puente que une ambas dimensiones y gozne que articula el
sentido de la totalidad del universo. Este riesgo marca el
tono de su poesía: la exaltación es una manera de amplificar
los sentidos y los sentimientos hasta alcanzar una resonancia
o reverberación que imita el deseo de fundir las fuerzas de
lo divino con la potencia de lo propiamente humano. El
estremecimiento que produce el canto del poeta es la
respuesta ante la soledad y el desarraigo que representa su
existencia en un mundo donde la presencia de los dioses se ha
esfumado. La falta o pérdida de lo “demoniaco” lo obliga a
esforzarse por intentar restituir un orden primigenio.
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Pero, por otra parte, esta conciencia poética se
enfrenta consigo misma como un eco o reflejo (en el sentido
de re-flexión) de la situación del poeta en el mundo. A modo
de un espejo su conciencia refleja su estar precario, su
indigencia que lo revela como un ser incompleto necesitado de
aquello que complemente su existencia, La “heroicidad” del
poeta (desde la perspectiva trágica) consistirá en superar
este estado de cosas y aspirar a una vida más plena. ¿En qué
medida el poeta Hölderlin se reconoció en la figura del poeta
que él mismo representaba en su poesía? ¿Esta angustia, en el
sentido de agonía y lucha, fue la misma que el padeció en su
propia vida? En fin, más que contestar de manera puntual a
estas últimas preguntas ellas son planteadas aquí para
comprender su poesía de un modo más cabal: es la búsqueda del
sentido (Sinn), o mejor, la confirmación de la pérdida del
sentido (sinnlos), tal como lo escribe en su poema “Quejas de
Mennon por Diótima”: “hace mucho todo ha perdido sentido”.
Esto mismo se refleja en sus escritos ensayísticos,
algunos fragmentarios, en que expuso consideraciones de orden
estético y filosófico. Así, en el documento conocido como el
“Proyecto” o “El más antiguo programa del Idealismo alemán”,
atribuido a Hölderlin pero redactado por Scheling en 1795 y
copiado por Hegel en 1796, se manifiesta este modo de
expresión. Como se sabe, tanto Hölderlin, Scheling y Hegel se
formaron en la misma época en el seminario protestante de
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Tubinga, por lo que podemos encontrar un vínculo entre sus
obras. En otro de sus ensayos fragmentarios Hölderlin se
ocupa de la relación entre “Juicio y Ser” (Urteil und Sein), que
es como se ha titulado a este otro trabajo. Y en él se
plantea la problemática de la separación entre “sujeto” y
“objeto”, tal cual lo indica la etimología de la palabra Urteil
(“juicio”, derivado de “ur”: “origen” y “teil”: “parte”);
palabra que se vincula, a su vez, con Urteilung (“partición o
división originaria”): “Juicio es en el más alto y más
estricto sentido la originaria separación del objeto y el
sujeto unidos del modo más íntimo en la intuición
intelectual, es aquella separación mediante la cual –y solo
mediante ella- se hacen posibles objeto y sujeto, es la
partición originaria” (Hölderlin, 1990: 25). En cambio, para
Hölderlin el Ser “expresa la ligazón del sujeto y el objeto”
(Hölderlin, 1990: 26).
La contraposición entre sujeto y objeto (y su posible
resolución) será una de las problemáticas principales del
pensamiento filosófico de Hölderlin y será expresada de
distintas maneras en su producción poética y literaria. De
hecho, esta problemática es retomada de la obra de dos
pensadores que habrían de ejercer una influencia directa en
su formación filosófica: Fichte y Schiller, con quienes tuvo
trato de manera cercana durante su permanencia en Jena hacia
1794.
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En el “Proyecto” se condensan algunas ideas que serán la
base de su trabajo tanto filosófico como literario; o mejor:
que muestran la compenetración entre estos dos aspectos. Por
ejemplo, se hace mención ahí a la idea, de origen kantiano,
del ser humano (“la representación de mí mismo”) como una
“esencia absolutamente libre”. Y a partir de esta idea
(acorde con los principios libertarios de la Revolución
francesa y con lo que en otro trabajo denominará “la ley de
la libertad”) se plantean algunas otras, como la de la
superación misma del Estado, concebido hasta entonces como
mera maquinaria, y la de la creación de una nueva Religión
(fundada en una “mitología de la razón”, como la llama).
Dicho “proyecto”, que puede parecer contradictorio a la
par que utópico, tiene su apoyo en una idea que “lo une
todo”: la idea de “belleza”, tomada en su sentido platónico.
El ideal de Platón de unir belleza, verdad y bien queda
manifestado de la siguiente manera: “Estoy convencido de que
el más alto acto de la razón, en cuanto que ella abarca todas
las ideas, es un acto estético, y de que la verdad y el bien
solo en la belleza están hermanados. El filósofo tiene que
poseer tanta fuerza estética como el poeta” (Hölderlin,
1990: 28).
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De este modo, Hölderlin propondrá la necesidad de una
“filosofía estética”, o poética, que pareciera unir lo que
serían tanto los ideales de la Ilustración como los del
Romanticismo: “La poesía recibe de este modo una más alta
dignidad, vuelve a ser al final lo que era al principio –
maestra de la humanidad, pues ya no hay filosofía, ya no hay
historia, sólo la poesía sobrevivirá a todas las demás
ciencias y artes” (Hölderlin, 1990: 29).
Precisamente, al tema de la belleza estará dedicado uno
de sus “himnos” escritos en Tubinga, entre otros dedicados al
amor, a la amistad y a la libertad. En ellos, Hölderlin
expone algunos de los motivos principales de su reflexión
filosófica e, incluso, podemos encontrar estos mismos motivos
en el desarrollo de su obra literaria, como cuando crea su
novela Hiperión y su tragedia La muerte de Empédocles.
Todo ello nos permite entender la labor de Hölderlin
como poeta y filósofo, una labor conjunta en que temáticas y
problemáticas en apariencia diferentes se amalgaman para dar
cuenta por igual de los asuntos abordados. Por ello, quizá no
debería de sorprender que en un ensayo, cuyo título es “Del
modo del proceder poético”, se plantee con toda su dificultad
la cuestión de la “determinación” del hombre (stimme:
“determinado”) en relación con los límites entre la
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subjetividad y la objetividad: “En vano, pues, busca el
hombre en un estado demasiado subjetivo como en uno demasiado
objetivo alcanzar su determinación…” (Hölderlin, 1990:72-73).
Pero resulta aun más interesante que la respuesta a este
asunto sea una re-solución dialéctica en donde se proponga
que el ser humano se reconozca “…contenido como unidad en lo
divino armónicamente contrapuesto y, a la inversa, reconozca
contenido como unidad en él lo divino, unitario,
armónicamente contrapuesto”(Hölderlin, 1990:73).
La anterior idea será expresada en su novela Hiperión:
“Ser uno con todo, ésa es la vida de la divinidad, ése es el
cielo del hombre” (Hölderlin, 2997:25). Sin embargo, hay que
enfatizar que ese ideal de unidad armónica está considerado a
partir del enfrentamiento entre los aspectos contrarios de la
propia naturaleza humana. Esto representa una conciencia
trágica de la realidad, como queda expresado en otro
fragmento de Hiperión: “El hombre es un dios cuando sueña y un
mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece,
ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de
casa, contemplando los miserables céntimos con que la
compasión alivió su camino” (Hölderlin, 2007:26).Una imagen,
esta última, que prefigura el terrible conflicto que
Hölderlin enfrentará al no encontrar satisfacción a sus
necesidades tanto intelectuales, afectivas y económicas, y el
cual habría de conducirlo a un progresivo estado de locura.
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Esta oscilación entre los aspectos contrarios, y los
cambios de tono respectivos, es una peculiaridad de la
escritura literario-filosófica de Hólderlin. En la antinomia
de lo placentero del ideal y lo terrible de la realidad se
muestra el contraste de los “temperamentos” poéticos
(Stimmung: “temperamento” o “estado de ánimo”, se relaciona
etimológicamente con bestimmt: “determinado” y con Stimme:
“voz”). Existe una relación dialéctica entre la diversidad de
tonos (ingenuo, ideal y heroico) así como entre la de los
géneros poéticos (lírico, épico y trágico), en donde todos
ellos se mezclan, aunque en su cumplimiento uno es
preeminente o dominante: “El poeta trágico hace bien en
estudiar al lírico, el lírico al épico, el épico al trágico.
Pues en lo trágico reside el cumplimiento de lo épico, en lo
lírico el cumplimiento de lo trágico, en lo épico el
cumplimiento de lo lírico” (Hölderlin, 1990:88).
Con esta claridad dialéctica Hölderlin compuso sus
textos abordando los distintos géneros, lo que lo llevó del
lirismo de sus poemas amorosos dedicados a Diótima a lo épico
en su novela Hiperión y a lo trágico en La muerte de Empédocles. Su
labor de reflexión y de creación artística se encuentran
íntimamente ligadas y son momentos necesarios en la
producción de sus textos, de los que por cierto elaboraba
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varias versiones: se trataba de una especie de “trabajo en
progresión”, de un “taller” en donde se pueden observar las
distintas fases de un proyecto literario como un esfuerzo
continuo por alcanzar, en la medida de lo posible, el punto
óptimo de expresión.
Por lo tanto, el filósofo y el poeta son en Hölderlin
las dos caras de un mismo desarrollo intelectual que se
manifiesta en la indagación de soluciones acerca de las
preguntas fundamentales para el destino de la humanidad. Por
ejemplo, cuando en su Hiperión se plantea el asunto del Estado
desde una perspectiva que, creemos, anticipa los ideales del
anarquismo: “Me parece que concedes demasiado poder al
Estado. Este no tiene derecho a exigir lo que no puede
obtener por la fuerza. Y no se puede obtener por la fuerza lo
que el amor y el espíritu dan. ¡Que no se le ocurra tocar eso
o tomaremos sus leyes y las clavaremos en la picota!”
(Hölderlin, 2007:54).
Esta posición quedará sintetizada en esta frase
precursora del pensamiento libertario: “Siempre que el hombre
ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en su
infierno” (Hölderlin, 2007:54).
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Hiperión (nombre griego que da título a la novela) es un
personaje que tiene a la Grecia antigua, en particular a la
polis ateniense, como modelo de sociedad y cultura donde pudo
florecer la armonía entre las distintas capacidades humanas
(artísticas, religiosas, políticas y filosóficas). Así, al
referirse a los atenienses dirá: “El primer hijo de la
belleza humana, de la belleza divina, es el arte (…). Así
sucedió entre los atenienses” (Hölderlin, 2007:113). Mientras
que de la religión señalará: “La segunda hija de la belleza
es la religión. Religión es amor de la belleza (Hólderlin,
2007:113)”; para después mencionar: “De la belleza espiritual
de los atenienses se deriva también su necesario sentido de
la libertad” (Hölderlin, 2007:114).
Y en cuanto a la relación entre la poesía y la filosofía
en Atenas se expresará de este modo: “- Bueno - me
interrumpió alguien-, eso lo entiendo, pero cómo ese pueblo
poético y religioso pudo ser a la vez también un pueblo
filosófico-, eso es lo que no veo.
- Pues sin poesía no hubiera sido nunca un pueblo
filosófico -, dije.
- La poesía - dije seguro de lo que decía- es el
principio y el fin de esa ciencia” (Hölderlin, 2007:115).
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De esta manera, para Hölderlin, tal como lo expresa el
mismo Hiperión, la filosofía no debería ser el ejercicio de
la pura razón: “De la pura razón no ha surgido ninguna
filosofía, pues filosofía es más que ciega exigencia de un
progreso nunca demasiado resolutivo en el arte de unir y de
diferenciar una determinada sustancia” (Hölderlin, 2007:118).
Por ello, no es en balde que Hölderlin eligiera al
griego Empédocles, un filósofo y poeta del siglo V a. C.,
además de médico y político, como personaje principal para su
tragedia. La filosofía de este autor se basaba en la relación
de los contrarios expuesta en sus poemas filosóficos “Sobre
la naturaleza” y el “Poema lustral”. En ellos expone la idea
de que los cuatro elementos o “raíces” (agua, aire, tierra y
fuego) se unen y separan a causa de dos fuerzas motrices:
Amor o Amistad (philia) y Odio o Discordia (neikos).
De igual modo, podemos hallar en la filosofía de
Empédocles un componente órfico, sobre todo cuando manifiesta
en uno de sus poemas la idea de que el alma humana fue
expulsada del Olimpo para expiar sus pecados (la idea de la
metempsicosis o transmigración del alma):
Como Yo voy ahora vagabundo
y prófugo del cielo,
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obedeciente a la maniática Discordia.
Que ya Yo mismo
doncella y doncel fui una vez,
ave y arbusto,
y en el Salado fui pez mudo
(Empédocles: 59-60).
Estos aspectos fueron aprovechados por Hölderlin para
presentar a Empédocles en su tragedia como un personaje
confrontado con la gente de su pueblo (Agrigento, en la isla
de Sicilia) debido a rencillas políticas causadas por su
pretensión de mostrarse como un ser divino. Dicha situación
conflictiva hará que Empédocles opte por lanzarse al fondo
del volcán Etna (aunque, también, se habla de su desaparición
en un rito de sacrifico) según lo cuenta Diógenes Laercio en
su Vida de los filósofos más ilustres. Con ello se muestra el ambiente
de disputa y de contraposición constante que caracteriza al
poema trágico, por lo que Hölderlin señalará que el
significado de las tragedias se habría de comprender “a
partir de la paradoja” (Hölderlin, 1990:89). Y en su
“Fundamento general”, uno de los textos escritos como base y
explicación de su tragedia, Hölderlin anotará: “Es la
intimidad más profunda lo que se expresa en el poema
dramático trágico” (Hólderlin, 1990:104).
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Por eso, Hölderlin expondrá en su texto “Fundamento para
Empédocles” una de las contraposiciones fundamentales, la
representada por la naturaleza y el arte: “Naturaleza y arte,
en la vida pura, sólo están armónicamente contrapuestos entre
sí. El arte es la flor, el cumplimiento de la naturaleza, la
naturaleza se hace divina sólo mediante la ligazón con el
arte…” (Hölderlin, 1990:106). Tal contraposición, en la que
uno y otro elemento se complementan, supone otro contraste,
como es el marcado entre lo orgánico (u organizado) y lo
“aórgico” (un término acuñado por Hólderlin para referirse a
lo informe o no estructurado): “El hombre, más orgánico, más
artístico, es la flor de la naturaleza; la naturaleza, más
aórgica, cuando es sentida, puramente, por el hombre
puramente organizado (…) le da el sentimiento de
cumplimiento” (Hölderlin, 1990:106).
Así, Empédocles será caracterizado por Hölderlin como
“un hijo de su cielo y su periodo, de su patria, un hijo de
las violentas contraposiciones de naturaleza y arte, en las
cuales apareció el mundo ante sus ojos. Un hombre en el que
aquellos contrastes se unifican tan íntimamente que en él se
hacen Uno…” (Hölderlin, 1990:108). Empédocles será el “medio”
o “médium” (el “punto medio”: Mittelpunct) en que estas
contraposiciones habrán de presentarse o manifestarse.
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El tema de esta tragedia será en realidad el del
“destino” (Schiksaal) de Empédocles; esto es: el
enfrentamiento entre lo divino y lo humano encarnado en la
persona de Empédocles. La violenta oposición de fuerzas
contrarias ocurre como una lucha (agón) entre adversarios,
representados por los diferentes personajes de la tragedia
(el protagonista y sus antagonistas). Por lo que uno de sus
detractores, el sacerdote Hermócrates, expresará en la
tragedia de Hölderlin lo siguiente:
Mucho los dioses le han amado.
Pero no es el primero a quien, después,
han arrojado a la noche sin conciencia
desde la cima de su benigna confianza,
por olvidar demasiado las distancias
en su dicha excesiva, y por sentirse
sólo a sí mismos; así ocurrió con él, ha sido
castigado con la desolación sin límites
(Hölderlin, 2001 a: 19).
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Este saberse a solas enfrentado con el mundo, le hará a
su vez decir a Empédocles estas palabras contundentes
dirigidas a Pausanias, uno de sus discípulos y amigo, pero en
realidad dichas a todos y a nadie:
A los hijos del cielo,
cuando se han vuelto demasiado dichosos
se les destina una maldición propia
(Hölderlin, 2001 a: 142).
Y, aun más terrible, será esta otra sentencia dicha por
el mismo Empédocles:
Estar solo
y sin dioses, es la muerte.
(Hölderlin, 2001 a, 144).
Nuevamente, se muestra aquí la contraposición entre lo
subjetivo y el objetivo, entre lo interior y lo exterior: la
desgarradura de la conciencia confrontada con la vida
ilimitada e informe. Este conflicto ilustra la forma en que
Hölderlin nos muestra en su tragedia la violenta
reconciliación que significará la muerte de Empédocles. Su
“sacrificio” representará un acto en que los extremos (lo
orgánico y lo aórgico, el arte y la naturaleza) habrán de
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confundirse hasta volverse lo contrario. El destino
individual de Empédocles es el destino de su tiempo, de su
época; su “decisión personal”, singular, es, con su muerte,
un modo de fundirse con la naturaleza y así se convierte en
algo universal, donde lo humano y lo divino se vuelven uno
mismo (en el sentido griego de la “unidad con todo cuanto
vive”: hen kai pan).
La circunstancia expuesta por Hölderlin en las tres
versiones de La muerte de Empédocles está relacionada con otros
de sus textos ensayísticos. Por ejemplo, con las anotaciones
a sus traducciones de las tragedias de Sófocles: Edipo rey y
Antígona. Así, al referirse a la cesura que hacen las palabras
de Tiresias en ambas tragedias, señalará: “Él ingresa en el
curso del destino como el que vigila sobre el poder de la
naturaleza, que trágicamente arrastra al hombre a su esfera
de vida, al punto medio de su interno vivir, para llevarlo a
otro mundo y lo arrastra a la esfera ex céntrica de los
muertos” (Hölderlin, 1990: 136).
Esta figura de lo “excéntrico” estará presente en el
pensamiento y la literatura de Hölderlin (y en su propia
vida) como una clave para entender los movimientos en que se
rompe con lo “normal” y se va hacia otro sitio o situación
fuera de los acostumbrados. La cesura impone un ritmo (o
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contra-ritmo) que marca el devenir de la tragedia, así como
el coro opone al diálogo trágico unos discursos contra otros.
Todo lo cual nos conduce al carácter fuertemente polémico y
contrastivo de la tragedia, al choque entre posiciones
contrarias, que a su vez no es sino una forma de lo político,
entendido como lucha y combate, como posibilidad de tránsito
y transformación hacia otra época.
Surge así el tema del “devenir en el perecer”, que es
desarrollado en un texto con un título similar escrito en el
tiempo en que Hölderlin compuso su Empédocles: “La patria en
ocaso, la naturaleza y los hombres en tanto que están en una
particular acción recíproca, constituyen un particular mundo
que se ha hecho ideal (…) y en tal medida se disuelven para
que de ellos (…) se forme un mundo nuevo, una acción
recíproca nueva…” (Hólderlin, 1990:97). El cambio histórico
es revolucionario, el “destino de una época” es pensado de
manera trágica: el ocaso o declinar (Untergang) de la patria
implica una compleja relación dialéctica entre los aspectos
viejos y los nuevos, y de ahí la contraposición entre el
mundo antiguo y el moderno. Con ello, Hölderlin se situaba en
su propia época, llena de cambios revolucionarios, pero con
la mirada puesta en la antigüedad griega; es lo que en sus
anotaciones a la Antígona de Sófocles denomina como la
“vuelta” o “retorno” a lo patrio o nativo (vaterlandische
Umkehr).
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En una carta a Böhlendorf (del 4 de diciembre de 1801),
Hölderlin se referirá a lo patrio o nacional: “Nada
aprendemos con más dificultad que a usar libremente de lo
nacional. Y, según yo creo, precisamente la claridad de la
presentación nos es originariamente tan natural como a los
griegos el fuego del cielo” (Hólderlin, 1990:125). Y ahí
caracterizará la forma como los griegos se apropiaban de lo
extraño (el paso de lo oriental a lo occidental): “Por eso
son los griegos menos dueños del pathos sagrado, porque éste
les era innato, y son, en cambio, preeminentes en el don de
presentación, desde Homero, porque este hombre extraordinario
tenía alma bastante para apresar en favor de su reino de
Apolo la sobriedad junoniana occidental y así apropiarse de lo
extraño” (Hölderlin, 1990:126).
Se trataba, asimismo, de diferenciar entre dos modos de
concebir la cultura, a los que designará en las mismas
anotaciones a Antígona como lo “griego” y lo “hespérico”. Así,
el trayecto que sigue lo griego es opuesto a lo hespérico,
uno se contrapone a otro como dos hipérboles: una (la de lo
griego) que parte del “fuego del cielo” oriental a la
“sobriedad junoniana” occidental y la otra (la de lo
hespérico) que sigue el camino contrario; o, si se quiere
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también, el trayecto que lleva de lo mítico a lo filosófico y
de lo filosófico a lo mítico.
De este modo, Hölderlin opondrá lo antiguo a lo moderno
como formas diferentes de vuelta o retorno a lo patrio o
natal (la “revolución”). Así, este camino inverso supone una
búsqueda de lo que es extraño a una determinada cultura:
“Ahora bien, lo propio tiene, tanto como lo extraño, que ser
aprendido. Por eso nos son imprescindibles los griegos. Sólo
que no los alcanzaremos en lo que para nosotros nos es
propio, nacional, porque, como queda dicho, el libre uso de lo
propio es lo más difícil” (Hölderlin, 1990:126).
Es, además, una manera diferente de concebir a las
“relaciones religiosas” en su “representación”, como un tipo
de relaciones intelectuales e históricas a la vez, o
“míticas”, como las llamó Hölderlin: una síntesis de ideas (o
conceptos) y de hechos (o sucesos). Una “mitología de la
razón”, como ya se dijo antes, en la que el mito al igual
que las obras poéticas es considerado según la clasificación
de los géneros literarios: mito épico, mito trágico y,
posiblemente, mito lírico. Todo esto de acuerdo a lo expuesto
en su ensayo “Sobre la religión”, en donde se señalará que,
“según su esencia”, toda religión sería “poética”
(Hölderlin, 1990:96).
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Con los anteriores elementos Hölderlin sienta las bases
para una filosofía poética (filosofía de la poiesis) que
complementaría su labor literaria, una filosofía en la que el
canto y la verdad, el sentimiento y la razón, no serán vistos
como aspectos mecánicamente opuestos sino contemplados de
forma dialéctica; como ocurre con esa figura de los centauros
representada en los fragmentos de Píndaro que él tradujo: “El
concepto de los centauros es, sin duda, el del espíritu de un
río, en la medida que este se hace camino y límite, con
violencia, sobre la tierra, originariamente sin senda, que
crece hacia lo alto” (Hölderlin, 1990:163).Y, a propósito de
esto, Hölderlin señalará, citando los propios versos de
Píndaro, la manera como aprendieron los centauros la violencia
del vino dulce como la miel (una resonancia dionisiaca), y arrojaron
lejos, con las manos, la blanca leche y la mesa. Versos que concluyen de
manera bellamente trágica: y, bebiendo de los cuernos de plata, se
trastornaron (Cf. Hölderlin, 1990: 163-164); figura que nos
sugiere lo difícil de hacerse un “camino” y adoptar una
“determinación”, como le sucedió a Hölderlin, cuyo destino
fue el romper con los límites de su conciencia, “la noche sin
conciencia”, y sufrir la “desolación sin límites” de la
locura, como él mismo escribió en La muerte de Empédocles.
BIBLIOGRAFÍA
Empédocles
Page 23
1979 “Poema de Empédocles”, en Los presocráticos, México, Fondo
de Cultura Económica.
Hölderlin
1978 Poesía completa, Barcelona, Edición bilingüe (2 Tomos),
Ediciones 29.
1990. Ensayos, Madrid, Ediciones Hiperión.
1997 Empédocles, Madrid, Ediciones Hiperión.
2001 La muerte de Empédocles, Barcelona, El acantilado.
2007 Hiperión, Madrid, Ediciones Hiperión.