1 La fachada del Templo de Santo Domingo de Guzmán en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Una interpretación * l templo de Santo Domingo de Guzmán en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, es el mejor ejemplo de la arquitectura barroca en el Estado y una de las más usuales representaciones simbólicas del legado colonial para usos del turismo estatal. Su arte e historia lo convierten en un monumento permanentemente visitado y constantemente citado en la historia de la arquitectura regional. En este trabajo me he propuesto analizar la fachada del templo a partir de la interpretación de sus motivos plásticos, esto en virtud de que considero que algunos de ellos no corresponden al discurso dominico ni pueden ser explicados a partir del dogma cristiano occidental. Se trata de un estudio que se plantea además desde la perspectiva del indígena porque retoma su participación activa en el establecimiento *Ponencia para la mesa Patrimonio Cultural en el marco del Primer Foro Anual de Estudiantes del CESMECA, Abril de 2013. Autora: Lic. Gabriela Yazmín Fuentes Gómez, estudiante de la maestría en Historia UNACH/UNICACH línea de investigación en historia prehispánica. E
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La fachada del Templo de Santo Domingo de Guzmán en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Una interpretación
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La fachada del Templo de Santo Domingo de Guzmán en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. Una interpretación*
l templo de Santo Domingo de Guzmán en la ciudad de San Cristóbal de Las
Casas, Chiapas, es el mejor ejemplo de la arquitectura barroca en el Estado y una
de las más usuales representaciones simbólicas del legado colonial para usos del
turismo estatal. Su arte e historia lo convierten en un monumento permanentemente
visitado y constantemente citado en la historia de la arquitectura regional.
En este trabajo me he propuesto analizar la fachada del templo a partir de la
interpretación de sus motivos plásticos, esto en virtud de que considero que algunos
de ellos no corresponden al discurso dominico ni pueden ser explicados a partir del
dogma cristiano occidental. Se trata de un estudio que se plantea además desde la
perspectiva del indígena porque retoma su participación activa en el establecimiento
*Ponencia para la mesa Patrimonio Cultural en el marco del Primer Foro Anual de Estudiantes del CESMECA, Abril de 2013. Autora: Lic. Gabriela Yazmín Fuentes Gómez, estudiante de la maestría en Historia UNACH/UNICACH línea de investigación en historia prehispánica.
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de un diálogo visual con las imaginería cristiana y poco ha sido considerada en las
investigaciones.
Las escasas interpretaciones de la fachada del templo desemboca en la carencia
de explicaciones convincentes acerca de la presencia de esos elementos que no
parecen corresponder a lo que debería según el contexto histórico e iconográfico de la
época, sino que más bien pueden estar estrechamente relacionadas con la tradición
indígena. A estos motivos he nombrado sincréticos, en virtud de que los analizo
circunscribiéndolos al fenómeno del sincretismo.
Empleo el concepto sincretismo como el epítome del proceso que comenzó al
encontrarse las formas de pensar indígena y española y que logró conciliar segmentos
de cada una de ellas. Aplicado a la interpretación de la fachada del templo de Santo
Domingo, este proceso me permitió diferenciar lo que he nombrado soluciones
sincréticas, para referirme a las variantes del mismo según fueron reveladas al
momento de explicar los elementos plásticos.
En el plano visual, el sincretismo permitió a los indígenas asimilar objetos,
imágenes y personajes rituales cristianos de acuerdo a sus cualidades tangibles. El
establecimiento del puente entre aspectos de su historia tradicional y los símbolos de
la evangelización cristiana fue “más lógico que contingente” (Millán Valenzuela, 2001),
porque su tradición les hacía más sensibles a las imágenes. Mientras los frailes
traducían las imágenes en sentido abstracto, los indígenas de la Colonia parecían
ajustarse a una lógica de lo concreto que hacía equivaler las propiedades sensibles de
estas imágenes con aquellas provenientes de su pensamiento mesoamericano.
El sincretismo aplicado de este modo acentúa la participación activa y creativa
del indígena en los proyectos arquitectónicos religiosos durante la Colonia. Esto ya ha
sido demostrado al menos para el centro de México. Los trabajos recientes de
Margarita Loera Chávez y Eleanor Wake señalan que la participación del indígena en
la construcción de templos cristianos no sólo se dio en términos de mano de obra y
trabajo forzado, sino de participación creativa e interpretativa desde su forma de
entender el mundo. Estas autoras demuestran que a la llegada de los españoles,
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diversos cultos mesoamericanos se encubrieron y mezclaron con elementos del culto
cristiano, y que ciertos rasgos de dichos cultos pueden observarse en los templos
católicos de donde “emergen en de forma aparentemente velada a los ojos de los
visitantes externos, pero clara para los indígenas quienes conocen sus formas de
representatividad prehispánica” (Loera Chávez y Hernández Lucas, 2008: 31).
El hecho apunta hacia una idea importante: los motivos plásticos considerados
“ajenos” al discurso iconográfico cristiano presentes en fachadas, pudieron haber
significado algo únicamente para los indígenas que habitaron los lugares donde los
templos se erigieron. Por lo tanto, la presencia de esos elementos puede explicarse
teniendo en cuenta la supervivencia de sus formas tradicionales de entender el mundo
y su participación creativa en la interpretación.
Las investigaciones etnográficas señalan que los indígenas de los Altos de
Chiapas han conservado lo elemental de sus ideas sobre su relación con el cosmos
durante cientos de años. Es difícil creer que el aparente cambio al nuevo orden social
colonial, haya borrado sus antiguas creencias sin dejar rastro.
La construcción de los templos durante el dominio colonial, implicó la
colaboración indígena y por lo tanto, es probable que puedan encontrase en ellos,
elementos que remiten a su tradición prehispánica pese a la observancia de los
religiosos encargados del diseño y la dirección de la construcción de los templos.
Debido a las particularidades impuestas por el sistema colonizador bajo el que
llevaron a cabo la tarea de evangelizar a los indígenas de Chiapas, la historia de la
orden de Predicadores y la historia de los pueblos de la región están íntimamente
ligadas. A su llegada, los dominicos se pusieron a lado de los indios y en contra de los
intereses de los encomenderos, todo ello en virtud de las ideas lascasianas. No
obstante, tiempo después empezaron a exigir de ellos contribuciones cada vez más
elevadas en mano de obra para la construcción de iglesias y conventos, o en dinero y
productos agrícolas para el sostenimiento del culto y para la manutención de los curas
doctrineros. La iglesia se volvió así, en una pesada carga. (Viqueira, 1994: 231).
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No se sabe la cantidad de trabajadores empleados para construir el templo de
Santo Domingo. Para el convento de Santo Domingo en Oaxaca, los indios que
trabajaron en la construcción eran aproximadamente 700 cada semana, y se
alternaban viniendo de todas las doctrinas que tenía la orden de predicadores en el
área (E. G. Gillow, en: Pita Moreda, 1992: 49).
El edificio que se observa hoy en día en San Cristóbal de Las Casas no es el
mismo que el de mediados del siglo XVI. Diversos datos proporcionan una base para
situar la fachada de la iglesia entre finales del siglo XVII y principios del XVIII
(Markman, 1993: 283). La presencia en la fachada del templo de la imagen de Santa
Rosa de Lima, canonizada en 1671, indica que la construcción de ésta no pudo haber
sido en fechas anteriores (Aubry, 2008: 179). La erección de la fachada coincide con el
período episcopal de Núñez de la Vega (1683 a 1706) y con un período de
recuperación política y económica de la Iglesia y de las autoridades civiles (Viqueira,
1994: 249). Con base en el contexto de la época, Santo Domingo parece ser la
expresión de la ambición y del poder reconquistado de los dominicos.
El material empleado para su construcción fue el adobe y para la fachada se
utilizó argamasa o estuco, considerados los materiales más representativo del espíritu
popular (Vargas Lugo, 1986: 96); la técnica para manejar el estuco fue el modelado y
no el labrado, por lo que su fácil ejecución dio paso a una mayor expresividad barroca
(González Galván, 1961: 42).
La fachada de estilo barroco, destaca por su elaborada ornamentación con
motivos vegetales, animales, geométricos, etc. Algunos de los diseños fueron tomados
de los modelos ornamentales y arquitectónicos de estilo manierista expuestos en los
Libros de Arquitectura del boloñés Sebastiano Serlio y los tratados de arquitectura del
agustino fray Lorenzo de San Nicolás (Fernández Santoyo, 2008, 20-22). Se trata de
una fachada-retablo compuesta de tres calles en sentido vertical enmarcada por dos
pares de columnas salomónicas y de tres cuerpos en sentido horizontal separado por
un cornisamento doble con un remate superior a todo lo ancho. Los campanarios
están adornados con columnas salomónicas y nichos y se sostienen en dos torres
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estrechas y alargadas. Cada cuerpo presenta decoración y esculturas de bulto
diferentes dentro de nichos. La casi nula repetición de los diseños, hace que la fachada
sea una de las más ornamentadas en toda América Central colonial (Markman, 1993:
285). El remate y la cuarta división horizontal situados arriba de la calle central
consisten en un muro de baja altura con cortas columnas salomónicas adosadas
rematadas por capiteles jónicos.
Entendidas como un lenguaje, las formas de expresión en el barroco poseen la
capacidad de decir algo que está más allá de las propias formas que le constituyen. Y
en virtud de esta impronta didáctica, se le atribuye ser el arte por excelencia de la
Contrarreforma (Ruíz, 1999:104).
Debido a que en la época en que la fachada fue construida se debía seguir la
regla de la iglesia postridentina, la presencia de santos, pasajes de la biblia, y
exuberante ornamentación respondió a la tarea de mostrar los valores exaltados de la
iglesia católica a los nuevos conversos (Aubry, 2008: 183). Pero en ocasiones las
órdenes religiosas manejaban un discurso iconográfico específico. La fachada-retablo
de Santo Domingo de Guzmán expone un santoral únicamente dominico lo que denota
una constante reivindicación de la orden en la región, de ahí que una segunda lectura
muestra a la fachada como un discurso de poder (Rosas Kifury, 2009, comunicación
personal).
Estas son explicaciones seguras, quizás indiscutibles del discurso iconográfico
de la fachada del templo desde la perspectiva occidental. No obstante, la gran cantidad
de elementos litúrgicos y decorativos provenientes de España y que fueron impuestos
a lo largo del proceso de colonización, no comprueba que estos elementos hayan sido
en México sinónimos exactos de sus prototipos europeos (Broda, 2002: 22). Resulta
difícil pensar en una interpretación indígena de la fachada, cuando la inclinación es
mirarlos dentro de los parámetros del cristianismo y la cultura occidental.
Considero que los elementos sincréticos son los que mejor evidencian el
establecimiento de un diálogo personal entre el indígena y la fachada, y que ese
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diálogo estuvo dirigido hacia el mantenimiento del culto a la montaña que tiene su
origen en la época prehispánico.
Para explicar esto habría que recordar que los indígenas mesoamericanos
supieron materializar las nociones básicas de los elementos de la naturaleza a los que
consideraban importantes como las montañas, el cielo, las nubes, la tierra, etc., y
expresarlos metafóricamente mediante símbolos.
Desde el momento en que el hombre mesoamericano se enfrentó a la
naturaleza para ganarle el espacio y fundar sus ciudades, la relación con el paisaje
cobró gran importancia. Con el tiempo, los atributos del entorno, concebidos como
vivos y como fuerzas de la naturaleza, fueron deificados y representados mediante
símbolos. La producción artística que ha llegado hasta nuestros días está constituida
en gran medida por esas representaciones simbólicas.
Las montañas, como rasgos dominantes del paisaje, adoptaron fácilmente
relaciones absolutas asociadas al pensamiento religioso (Sharer, 1998: 501), por esta
razón, montañas y cerros han desempeñado un papel crucial en el entendimiento de la
cosmovisión. Su acepción ritual de origen prehispánico ha trascendido a la actualidad.
La sacralización de las montañas, el uso del paisaje como expresión ritual y el
diseño de réplicas simbólicas del cosmos, fueron prácticas culturales que si bien no
concluyeron a la llegada de los españoles, sino que se hallaron incorporadas a la vida
colonial de los indios. La participación de éstos en la construcción de los templos
coloniales, abrió la posibilidad de actuar creativa e intencionalmente.
En todos los edificios destinados a ritos, desde el arte maya hasta el barroco, la
decoración está movida por una lógica simbólica (Aubry, 2008: 186). La lectura de la
fachada hecha desde la perspectiva del indígena no invalida las otras interpretaciones,
sino que por el contrario, las enriquece.
Uno de los principios que rigen las fachadas es la de su funcionalidad para la
comunicación y transmisión de ideas mediante meticulosos programas iconográficos.
Estas ideas pueden ser simbólicas o simplemente descriptivas. Los elementos a los
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que he considerado sincréticos por evidenciar el establecimiento de un diálogo
personal con los indígenas son los siguientes:
Los rombos. Durante la época prehispánica, a través de
un largo proceso de abstracción simbólica, los rombos y los
cuadrados se convirtieron en dos figuras omnipresentes en
todo el arte mesoamericano. Existen diversas explicaciones
acerca de su origen pero todas ellas destacan su significado a
partir de la cosmovisión y la dinámica del universo (el rombo
compuesto de dos pirámides como descripción del cosmos -
Seler, Thompson, Montoliu-, el rombo como parcelamiento del
mundo -Girard- el rombo como representación de la tierra y la
fertilidad agrícola –Kolpakova). Existe una relación que los
identifica con la montaña, así como con la fertilidad agrícola, y
esa identificación sigue reproduciéndose de diversas maneras
en la actualidad.
Los jaguares. Para los mayas
prehispánicos, el jaguar fue un ser sagrado
terrestre asociado a la montaña. Entre los
chortís, los balam o jaguares son
considerados los protectores de la milpa, de la
aldea y del mundo. Diversas anécdotas entre
las comunidades indígenas actuales
relacionan a los jaguares y tigres como
nahuales asociados a la montaña, a las cuevas
y las lagunas (Morales Bermúdez, 1999: 61-62). Estos hechos ponen de manifiesto la
íntima relación del rombo como símbolo de la tierra, la milpa y la montaña y el jaguar.
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Las sirenas y las serpientes. El
tema de la serpiente aparece con
frecuencia en el pensamiento
mesoamericano. Como símbolo se le
asocia a la montaña y al agua. Los
Cakchiqueles creen que una diosa en
forma de serpiente es la dueña del lago
Atitlán, los pedranos también consideran
a la serpiente, diosa de los lagos. Entre los zoques, la serpiente está relacionada tanto
con el agua como con la cueva y la montaña; por un lado se cree que la serpiente que
habita la montaña se traslada de un cerro a otro y que si en ese transcurso cae al
suelo, forma un lago (Aramoni), por otro lado se considera que del plano terrestre las
serpientes suben a las nubes y se convierten en rayos y truenos (Báez-Jorge).
Resulta interesante observar la formación de un conglomerado de significados
en torno a un solo símbolo: la serpiente como factor acuático se relaciona con la
montaña, pero también con las diosas de lagos, lagunas, y con lluvia, por lo que
también se encuentra asociada al rayo.
Los ángeles. La existencia de dioses que habitan
cerros y cuevas fue un fenómeno común en Mesoamérica
(Köhler). El papel que desempeñan estos dioses de los
cerros es el de propiciar la lluvia y las cosechas, el ser
dueños de los animales que se cazan o de algunos lab
(nahuales). Los “dueños de los cerros” son denominados
yajval vitz, ojov, ajnel, o ‘anjel, las dos últimas palabras
también designan al relámpago (chauk), el arma de fuego
de estos dioses (Köhler, 2007: 140; Guiteras, 1961: 134,
188.).
Vogt señala que el concepto de ‘anhel nada tiene en común con los ángeles
cristianos, exceptuando el nombre. No obstante Eugenio Maurer señala que existen en
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la Biblia conceptos que relacionan a los ángeles cristianos con el rayo, con el trueno y
con la función de guardianes, este hecho cuadra bien con el contexto indígena, que
relaciona a los ángeles con los dueños de los cerros dadores de vida y con los
relámpagos, de los que son los dueños (Maurer, 1983: 202).
Guiteras señala que para los pedranos, las deidades que personifican el hábitat
humano son la tierra y el ‘anjel, y que “los grandes dioses de la vida no están en el
templo, se encuentran en el mundo” (Guiteras).
Los santos. En algunos lugares de Chiapas los
santos y los dioses de los cerros se han fusionado de
modo parcial: “[…] algunas partes de la naturaleza y
sus dueños respectivos ostentan nombres de santos
católicos como san Antonio, san Miguel, san Juan, san