1 LA ENSAYÍSTICA DE JORGE EDUARDO EIELSON: UN CAMINO PARA EL REENCUENTRO Paulo César Peña Universidad Nacional Mayor de San Marcos RESUMEN Este artículo analiza la recepción que en los últimos años tuvo un segmento de la obra de Jorge Eduardo Eielson que prácticamente no había suscitado interés en la crítica local: la ensayística. Para ello, además de revisar los trabajos de un determinado grupo de especialistas, se toma en cuenta la intervención de dos de sus compañeros generacionales: el pintor Fernando de Szyszlo y el escritor Sebastián Salazar Bondy. Lo que se desea evidenciar es que solo cuando la crítica en el Perú se acercó, en distintos grados, a los ensayos de Eielson consiguió la competencia necesaria para diluir por completo la división entre su producción escrita y el resto de su creación, así como para comenzar a comprenderla cabalmente. PALABRAS CLAVE: Eielson, ensayo, recepción crítica, generación del 50. La producción ensayística de Jorge Eduardo Eielson hasta hace unos años, salvo excepcionales casos, se hallaba relegada para los intereses de la crítica. Sus ensayos, pese a evidenciar los procesos de creación y reflexión que Eielson seguía, y pese también a que fue uno de los primeros géneros en los que se desenvolvió con habilidad, constituían un conjunto de textos inaccesibles y olvidados. Situación curiosa, siendo alguien como Eielson, quien ha sido considerado como uno de nuestros principales autores, luego de José María Eguren y César Vallejo. Y si se tiene en cuenta, además, que dichos textos no habían salido a la luz en revistas o diarios de corte clandestino; sino todo lo contrario, lo habían hecho en diarios de alcance masivo en nuestro país como La Prensa, La Nación, y El Comercio de Lima o La Industria de Trujillo.
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La ensayística de Jorge Eduardo Eielson: un camino para el reencuentro
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LA ENSAYÍSTICA DE JORGE EDUARDO EIELSON: UN CAMINO PARA EL REENCUENTRO
Paulo César Peña
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
RESUMEN
Este artículo analiza la recepción que en los últimos años tuvo un segmento de
la obra de Jorge Eduardo Eielson que prácticamente no había suscitado interés
en la crítica local: la ensayística. Para ello, además de revisar los trabajos de
un determinado grupo de especialistas, se toma en cuenta la intervención de
dos de sus compañeros generacionales: el pintor Fernando de Szyszlo y el
escritor Sebastián Salazar Bondy. Lo que se desea evidenciar es que solo
cuando la crítica en el Perú se acercó, en distintos grados, a los ensayos de
Eielson consiguió la competencia necesaria para diluir por completo la división
entre su producción escrita y el resto de su creación, así como para comenzar
a comprenderla cabalmente.
PALABRAS CLAVE: Eielson, ensayo, recepción crítica, generación del 50.
La producción ensayística de Jorge Eduardo Eielson hasta hace unos
años, salvo excepcionales casos, se hallaba relegada para los intereses de la
crítica. Sus ensayos, pese a evidenciar los procesos de creación y reflexión
que Eielson seguía, y pese también a que fue uno de los primeros géneros en
los que se desenvolvió con habilidad, constituían un conjunto de textos
inaccesibles y olvidados. Situación curiosa, siendo alguien como Eielson, quien
ha sido considerado como uno de nuestros principales autores, luego de José
María Eguren y César Vallejo. Y si se tiene en cuenta, además, que dichos
textos no habían salido a la luz en revistas o diarios de corte clandestino; sino
todo lo contrario, lo habían hecho en diarios de alcance masivo en nuestro país
como La Prensa, La Nación, y El Comercio de Lima o La Industria de Trujillo.
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Pero tal apatía por el género ensayístico también es perceptible en los
casos de Eguren y Vallejo1. Una somera revisión de la tradición ensayística
peruana, tal como ha sido configurado por nuestra institucionalidad literaria2,
haría creer que dicha tradición se reduce a una determinada nómina de autores
(a grandes rasgos, los que integran las generaciones del 900 y del Centenario,
en las primeras décadas del siglo XX). Ante un escenario como ese, vale
hacerse la siguiente interrogarse: ¿acaso el ensayo fue una práctica escritural
de una época específica, definida por circunstancias históricas hoy extintas, o
fue una tendencia pasajera que nuestros escritores, al notar cierto desgaste
expresivo, abandonaron? Lo cierto es que la fiebre por métodos y teorías de
corte cientificista, durante buena parte del siglo XX, en el ámbito de las
humanidades, llevó a que se subestimaran la opinión y el juicio de los mismos
autores sobre sus obras y su arte, por su aparente ausencia de sistematización
y objetividad. De allí que solo recientemente haya reaccionado la comunidad
hermenéutica prestándoles la atención requerida.
Lo que se realizará en este trabajo es una revisión de la recepción de la
ensayística de Eielson, motivo por el que dividimos nuestro trabajo en dos
segmentos, teniendo como eje la lectura que se hizo de ella: uno desde sus
compañeros generacionales, otro desde la crítica especializada. Pretendemos
demostrar que la revisión y consecuente revalorización de la ensayística de
Eielson permitió que se contara con la competencia necesaria para reconocer
el valor intrínseco del resto de su obra, aquella que escapaba a la etiqueta de
“poesía escrita”. Ampliándose así también la figura del propio Eielson: de ser
un creador literario de reconocido prestigio a un agente cultural de innegable y
1 Si bien todavía no existe una propuesta concreta de sistematización de ambas obras
ensayísticas, sí existen —y, de por sí, ya es un gran avance— volúmenes donde se reúnen
dichos textos, tanto para el caso de Eguren (cf. JOSÉ MARÍA EGUREN 1997) como para el de
Vallejo (cf. CÉSAR VALLEJO 2002). 2 Basta con revisar las antologías del género preparadas por John Skirius (1989) y José Miguel
Oviedo (1991), ambas para el ámbito expresamente hispanoamericano, en las que los
ensayistas peruanos seleccionados se hallan ubicados cronológicamente dentro de la primera
mitad del siglo XX. Por otra parte, hasta el día de hoy la única muestra de ensayistas peruanos
de factura nacional —recordemos que toda antología viene a ser un documento de validación
de una determinada tradición— se remonta a más de medio siglo atrás: Primer panorama de
ensayistas peruanos (1958). Aparte de los destacables esbozos preparados por Marcel
Velázquez (2002) y Miguel Gutiérrez (2002), el ensayo peruano todavía no ha sido analizado y
sistematizado de forma general, abundando más bien los estudios sobre determinadas figuras.
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sólida trascendencia.
Desde la orilla de los compañeros generacionales —el primer segmento—
nos concentraremos en dos textos: uno escrito en 2009, debido a la realización
de un homenaje a Eielson, por Fernando de Szyszlo; y otro, escrito a modo de
réplica a un ensayo de Eielson, por Sebastián Salazar Bondy, en 1956. En este
caso se trata del único registro de una comunicación directa y de un genuino
debate estético e ideológico a través de los medios impresos entre ambos
autores, teniendo como canal a los textos ensayísticos. Desde la orilla de la
crítica —el segundo segmento— tomamos como modelos de lectura los
estudios de Camilo Fernández Cozman (1996), de Emilio Tarazona (2004) y de
Luis Rebaza Soraluz (2003 y 2010). Todos ellos, resolviendo sus propias
inquietudes, contribuyen, junto con la amplia difusión que se da de la obra “no-
escrita” durante esos años3, en el surgimiento de una nueva mirada, una más
inclusiva, sobre el resto de la obra de Eielson. Consideramos necesario
ajustarnos a este periodo (1996-2010) puesto que, como se comprobará, es
aquí donde se efectúa el cambio de percepción sobre Eielson que previamente
hemos descrito. Por último, ciertas observaciones, nacidas de la búsqueda de
patrones entre ambas orillas, son mencionadas a modo de conclusión de este
trabajo.
Debemos aclarar cuál es la noción de ensayo que manejamos para este
trabajo. Se trata de una definición propuesta —con la sapiencia y la finura de
un lector avispado— por Juan José Arreola para los ensayos de Michel de
Montaigne, y que dice así: “[Los ensayos] Son sencillamente el retrato cultural
de un hombre que dándose a conocer a los demás, trata de conocerse a sí
mismo desde todos los ángulos posibles, y que continuamente agrega datos y
fichas para la composición de su enciclopedia personal: la de lo vivido y
3 No olvidemos que en 1995 se publica la extensa entrevista El diálogo infinito, y en 1998 se
publica la tercera edición de Poesía escrita, ambas a cargo de Martha Canfield; en 2000, se
reimprime, gracias a una editorial independiente y a un diario de circulación nacional, El cuerpo
de Giulia-no; en 2001, se celebra una serie de actividades (coloquios y exposiciones) en torno
a la figura de Eielson en la Universidad de San Marcos; en 2002, se lanza, bajo el sello del
Fondo Editorial de la Universidad Católica, el grueso volumen de homenaje Nu/do, bajo la
dirección de José Ignacio Padilla; en 2004, también por la Universidad Católica, se publica la
antología Arte poética, bajo el cuidado de Luis Rebaza, y que muestra tanto su obra escrita
como visual; y, en 2005, Eielson recibe el Premio Teknoquímica (edición 2004), la principal
distinción otorgada en el circuito oficial de la pintura peruana.
4
aprendido; la que resume la experiencia del espíritu intemporal y la del cuerpo
pasajero.” (ARREOLA 1997: 13). Los textos de Eielson entran en tal descripción,
pues esta se despliega y se abre en el tiempo sin problemas; coincidiendo, por
lo tanto, con el propósito de nuestro autor de no encasillar bajo rótulos fijos
todo lo que crease, ya fuese con palabras, con objetos o con imágenes.
1. Los compañeros generacionales
En 2009, con motivo de un homenaje a Eielson a cargo de Martha
Canfield, Fernando de Szyszlo redactó un testimonio sobre los episodios
compartidos con Eielson y los demás integrantes del grupo (Sologuren, Salazar
Bondy y Varela) durante los años en Lima previos a sus respectivas partidas al
extranjero4. Dicho testimonio, que lleva por título “Jorge Eduardo Eielson como
artista adolescente” y que aparece en un volumen que reúne algunos de los
artículos del pintor (SZYSZLO 2012), además de hacer una rápida revisión de las
diversas circunstancias socioculturales que permitieron el afianzamiento de la
amistad entre todos ellos5, rememora algunos rasgos de la personalidad de
Eielson que, por el transcurrir del tiempo, se habían quedado ocultos. Szyszlo
reconoce que para todos ellos, pese a la conexión existente, Eielson nunca
dejó de ser alguien misterioso: “Presentíamos en él una vida aparte que nunca
llegamos a descifrar (…) en general era, repito, misterioso, y de la misma
manera que nos podíamos amanecer con Sérvulo [Gutiérrez] en un café del
Pasaje Olaya, que no cerraba nunca, podía también desaparecer por días sin
dar señales de vida” (283). Como veremos, el afán por mistificar la figura de
Eielson se justificará cuando nos encontremos con la siguiente declaración:
“Entre nosotros, sus amigos más cercanos, siempre gozó del prestigio de una
persona con unas dotes excepcionales, y lo teníamos por un poeta fuera de
serie” (284. Énfasis nuestro).
El testimonio de Szyszlo —que nos transmite la admiración que sentía por
Eielson— busca que nos predispongamos y que aceptemos con él que el
4 Sebastián Salazar Bondy viajará a Argentina en 1947. Para 1948, Javier Sologuren partirá a
México, mientras que Eielson lo hará a Francia. Fernando de Szyszlo y Blanca Varela también
irán a Francia, pero en 1949. 5 “Nos ligaba el reconocimiento instintivo de que luchábamos por las mismas cosas, que
leíamos los mismos libros y que admirábamos a los mismos artistas.” (279).
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interior de aquel individuo, hermético y escurridizo, albergaba una cascada de
energía creadora que tarde o temprano iba a desbordarse. Szyszlo afirmará en
su testimonio: “En el segundo número de Las Moradas, Eielson publicó un
artículo titulado ‘Rimbaud y la conducta fundamental’, que me parece una
suerte de enunciación de principios y propósitos a los cuales su vida futura fue
siempre leal, y que muestran hasta qué punto veía claramente lo que quería
hacer y de qué manera pensaba hacerlo.” (284-285).
Szyszlo identifica a Eielson con Rimbaud. Es decir, con el paradigma del
poeta moderno: genio, trasgresor y salvaje. Pero no es casual. Ocurre que
dicho ensayo de 1947 viene a ser una evidente demostración de lo que Susan
Sontag (2010) ha nombrado como “prosa de poeta”. En esta modalidad textual,
el yo habla de sí mismo y de su ser creador utilizando para ello la autobiografía
o el retrato de otra persona. En este caso puntual nos hallamos ante la
segunda alternativa. Szyszlo juzga a Eielson a partir de su ensayo sobre
Rimbaud: “Cuando uno relee el artículo después de tanto años, se hace difícil
separar las citas de Rimbaud de las frases del propio Eielson” (285). A
continuación, en su testimonio rescatará una larga cita proveniente del texto de
1947 que, desde su lectura, graficará la transfiguración ocurrida entre el poeta
francés y Eielson (aunque utilizamos una fuente distinta, se ajusta con el modo
en el que Szyszlo lo hace):
Verdaderamente Rimbaud es incapaz de tener fe en nada aparte de la propia
dinámica raigal que informa su proceder y que regula la ardiente soledad de
sus actos, él padece de esa “intolerancia de los lugares” señalada por Riviére
en apoyo de su tesis; intolerancia o repugnancia reveladora de una condición
humana distinta a todo sometimiento y reacia a él. Su estancia en la tierra es
todo lo libre que se pudiera desear. Sin embargo su libertad no la ejercita en
defensa de ninguna de las instituciones terrenales. Es simplemente a la
“libertad libre”, al ente libérrimo, sustancial, cerrado en sí mismo, al ser
inmanente de la libertad (…) al que él ama (EIELSON 2002 [1947]: 60-61).
La lectura realizada por Szyszlo encuentra en la búsqueda de la “libertad libre”
que practica Rimbaud el atributo que permite su identificación sin restricciones
con Eielson. Una búsqueda donde primará el no dejarse someter por ninguna
institución terrenal, así como el no rendirle tributo a ninguna escuela, aunque
las consecuencias de tales acciones conlleven inevitablemente al aislamiento o
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al desarraigo del poeta respecto a los demás hombres. Reafirmándose, otra
vez, su singularidad ante los demás.
El otro compañero generacional es Sebastián Salazar Bondy, alguien que
adoptó una visión ideológica contraria a la del resto del grupo. Así, una de sus
más sonadas diferencias fue la polémica sostenida con Szyszlo por el arte
abstracto y su irrupción en el circuito peruano a mediados de los años
cincuenta6. Pero Szyszlo no fue el único con el que Salazar Bondy tuvo un
intercambio de pareceres, pues también debatió con Eielson respecto al rol del
intelectual latinoamericano. Así nos lo revelan las marcas detectadas en su
obra, a través de poemas, cuentos y artículos periodísticos7. Su condena a los
artistas exiliados o evasivos es en más de una oportunidad un mensaje dirigido
a Eielson antes que a Szyszlo. En el libro Confidencia en alta voz, que recoge
poemas escritos precisamente por esa época, encontraremos el poema “Carta
a Narciso, desde América”, en el que las imágenes utilizadas hacen sugerencia
a los rasgos del Eielson de esos años, que escribe artículos desde Italia y más
de uno lo ambienta en la costa mediterránea, haciendo abierta referencia al
estilo de vida hedonista que se da —y comparte— en ese entorno. Aquí un
ejemplo:
Yo sé que te miras en una ola luminosa
y que ella te cubre de estrellas, o joyas, o cristales
[…………………………………………………………]
y sé que te quemas al sol y bebes el tiempo
como un licor adormecedor de cuyo sueño es difícil volver,
y sé que te sumerges todos los días en las cosas consumadas
y que conforme te apartas del presente
eres más extranjero que antes (SALAZAR BONDY 1987 [1960]: 120).
Por los primeros días de enero de 1956, en el diario El Comercio de Lima,
6 “Tú estás lejos, querido Szyszlo. Prefieres tu taller parisiense, tus amigos abstractos y tu
inclusión en el mundo cosmopolita del arte sin lugar ni tiempo. De vez en cuando, algunos
recortes de Lima como postre. Yo, y algunas decenas de hombre como yo, tratamos aquí de
insuflar a nuestras cosas, con el soplo candente de la vida total, el hálito que las hace
perdurables. Necesitamos, pues, un arte épico. Renunciaste a esta tarea, a este deber debiera
decir, y quizá desde un punto de vista individualista —que es justamente el que yo no quiero
adoptar— tuviste razón. Algún día se nos juzgará, y el juez no será indulgente. Hasta entonces,
seguiré siendo tu invariable amigo” (SALAZAR BONDY 1990 [1954]: 78). 7 El mejor ejemplo de esta actitud sancionadora de parte de Salazar Bondy lo encontramos en
su libro de cuentos Pobre gente de París (1958).
7
aparece “Poesía y realidad de América”, un artículo escrito por Eielson. Tres
días después, pero en La Prensa, Salazar Bondy publica una réplica que titula
“En la realidad y sin mito”. Su reacción, a partir de lo propuesto por Eielson, es
la de:
dejar establecido el pensamiento fundamental de quienes, para usar las
mismas palabras que nuestro amigo [Eielson] “se quedan en casa, realizando
un trabajo más directo y concreto sobre la materia, digamos cuotidiana [sic], del
continente”, en vez de fugar definitivamente, como otros, para tratar de
encontrar en el ámbito europeo los instrumentos que le hagan posible, más
tarde, pronunciar su palabra dentro de la espiritualidad occidental. (SALAZAR
BONDY (2003 [1956]: 85). Énfasis nuestro).
Salazar Bondy, quien para entonces es ya el estandarte de los intelectuales y
artistas que no residían en el extranjero —no en vano era el principal animador
cultural del Perú (HIRSCHHORN: 2005)—, se arroga a sí mismo el rol de portavoz
para emitir el “pensamiento fundamental” que los guía a todos ellos. No hay
que pasar por alto el contexto en que se escriben estas líneas. Son años en los
que dentro de un mismo párrafo convergen, no necesariamente de la forma
más armoniosa, discursos y reflexiones provenientes de ámbitos tan
complementarios como la política, la filosofía y la literatura. La ideología
ostenta un rol determinante dentro del quehacer de la clase intelectual peruana.
De allí que, si bien en un primer nivel el debate aparente girar en torno al
desencuentro patente entre Europa y América, la discusión de fondo estará en
determinar cuál tendría que ser la actitud prioritaria a seguir por dicha clase
intelectual para impulsar el desarrollo cultural de la sociedad peruana.
Eielson posiciona a Europa como el modelo de civilización que, gracias a
su pensamiento, tradición e historia, ha terminado por imponerse sobre las
demás. Su propuesta no se ampara en una total anulación de las otras
culturas, y entre las cuales habría que mencionar a la precolombina; sino en la
mera ratificación de un hecho puntual:
¿Cómo librarse, pues, de esta corriente poderosa que, a partir de su prodigioso
impulso cognoscitivo, lo somete todo a una desenfrenada carrera cuyo fin
ninguno de nosotros se atreve a imaginar? ¿Cómo y con qué objeto librarnos
de los grandes esquemas filosóficos europeos, de las obras maestras de sus
mejores épocas, de sus concepciones religiosas y sus sistemas de gobierno?
(EIELSON 2010 [1956]: 86).
8
Salazar Bondy reconoce los aportes de Occidente, pero no lo fija como el gran
eje sobre el que gira la humanidad: “hoy el mundo es uno y que el adelanto
técnico y social no es una conquista de Occidente como tal sino, ante todo, una
victoria del hombre.” (85). Mientras Eielson plantea que América, tanto por su
heterogeneidad como por su situación de perpetua irresolución, sea quien
acepte los lazos de integración, en el arte o la ciencia, acordes con los
sistemas propios de Europa; Salazar Bondy propone que América y Europa se
vinculen, sí, pero en un mismo plano horizontal, y sin pretensiones de dominio
cultural o político de ninguna de las partes.
Los términos de los que se valen ambos no son comprendidos de manera
cabal ni por el uno ni por el otro. Eielson diferencia el componente mítico de
América —que por su naturaleza intangible vendría a ser lo más original que
conserva— de lo pragmático y materialista que asola culposamente a Europa.
Por ello, su apuesta es que sea Europa quien coloque las bases para que la
riqueza espiritual de América la impacte e influya. Salazar Bondy, en cambio,
interpreta esa apuesta como un gesto desafortunado —para provenir de
alguien como Eielson—, pues significaría aprobar la separación tajante entre el
campo cultural (discursos/imágenes) y el campo social (acción/hechos). Se
estaría avalando la complicidad de los artistas al concentrarse únicamente en
su nebuloso mundo de ideas y no en el convulsionado mundo concreto de su
realidad. Salazar Bondy dictará la siguiente sentencia: “De ahí que rechacemos
la idea del intelectual puro, del individuo solitario y satisfecho que se entrega a
su obra divorciado de la realidad burda de todos los días. Tenemos que vivir el
barro de la existencia común, metiendo la mano en él sin temor a mezclar
nuestros sueños con la sustancia viva y caliente que constituye la vigilia
terrestre.” (85-86).
La metáfora sobre la que se organiza esta disputa entre Eielson y Salazar
Bondy se revela claramente. Uno defenderá el aspecto espiritual, intangible y
vigoroso de América; el otro estará a favor de luchar por el aspecto corpóreo,
concreto y en constante riesgo de muerte del mismo continente. Para Eielson,
la poesía y el mito serán los aportes más valiosos que podrán dar América al
mundo. Para Salazar Bondy, pensar de esa manera no será más que una
traición para con el estado calamitoso en el que se halla América. No obstante,
9
con el tiempo, el criterio de Eielson terminará cambiando. La búsqueda inicial
de la “cultura”, motivo por el que viajó a Europa, girará hacia una búsqueda de
identidad, no solo individual sino también colectiva. Las culturas precolombinas
adquirirán mayor relevancia cuando caiga en cuenta que a través de ellas —de
su estudio, de su valoración, pero principalmente, de su apropiación— podrá
acercarse a su meta8.
Por lo visto, Szyszlo y Salazar Bondy deben enfrentar la distancia que se
extiende entre ellos y Eielson. Szyszlo hurga en su memoria para capturar,
desde el presente, algunos fragmentos de la escurridiza imagen que conserva
del Eielson joven, enfrentando la distancia en el tiempo. Salazar Bondy, por su
parte, fortifica su discurso en cuanto se afianza en el territorio desde donde lo
enuncia (el Perú), para responderle al Eielson maduro, residente en Europa,
enfrentando la distancia en el espacio. Estas condiciones intervienen en la
naturaleza de aquellos textos. Sin embargo, algo que también llama nuestra
atención es la forma en que dichos textos ensayísticos son tomados por
Szyszlo y Salazar Bondy. Para los dos se tratan de artefactos discursivos que
transmiten la voz del propio Eielson, la cual, aparentemente, no se ve afectada
por las interferencias que podrían producirse por las distancias de tiempo y de
espacio. De modo que para Szyszlo, luego de más de cincuenta años, se le
hará “difícil separar las citas de Rimbaud de las frases del propio Eielson”; así
como Salazar Bondy, en 1956, no tendrá impedimento alguno en “usar las
mismas palabras que nuestro amigo [Eielson]” para redactar su réplica. No
debe extrañarnos, entonces, que la crítica con una actitud similar —en pos de
recuperar la voz de Eielson— decida encarar finalmente aquellos textos.
2. Los críticos
El libro de Camilo Fernández Cozman sobre la poética de Eielson, Las
huellas del aura, aparece publicado en 1996. Si bien no fue el primero sobre el
tema, hay que subrayar que fue uno de los que mayor impacto produjo. Porque
propuso una nueva sistematización de la poesía eielsoniana, ocupando por ello
8 Rebaza trabaja mejor este aspecto, además que hay una preocupación por detectar su
presencia en la obra de los demás compañeros de Eielson (Sologuren, Salazar Bondy, Varela,
Szyszlo). (Cf: REBAZA 2000).
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una posición intermedia entre los trabajos de Ricardo Silva Santisteban (1976)
y de Martha Canfield (1998), ambos editores de las versiones existentes de
Poesía escrita; y porque también identificó y analizó los aspectos neurálgicos
de un libro capital como Habitación en Roma. Aunque con el paso del tiempo la
metodología de la que se valió para analizar la obra de Eielson —los aportes
del Grupo Mi— ha caído algo en desuso, una situación previsible por la propia
dinámica de la teoría literaria, no puede negarse que en su momento se trató
de un admirable intento por presentar debidamente estructurado el conjunto de
ideas que nutren la poesía de nuestro autor: “Pero siempre me desconcertó
que la crítica haya permanecido silenciosa o limitada a exiguos prólogos que
daban a conocer la actitud del crítico que se contentaba tan sólo con degustar
el texto. Tarea legítima, sin duda. Pero, a todas luces, insuficiente. Sin teorías
no podemos construir ningún proyecto colectivo” (15).
El estudio de Fernández Cozman demostró temprano interés por los
textos que él englobó bajo el nombre de “artículos y declaraciones”, y que no
son más que los primeros ensayos escritos por Eielson, entre las décadas del
cuarenta y del cincuenta. Fernández Cozman conoce tan bien a su objeto de
estudio, “Durante más de una década he cultivado una reiterada lectura de la
poesía de Jorge Eduardo Eielson” (15), que sabe que un análisis profundo de
su escritura exige necesariamente sumergirse en la producción ensayística
inicial, sobre todo cuando es en ella donde se reflexiona sobre la actividad
creadora propia y ajena, así como sobre la poesía en general. Justifica su
accionar con los siguientes argumentos:
En el segundo [capítulo], analizo la idea de la poesía que se desarrolla en los
artículos de Eielson, poniendo de relieve aquellos que fueron escritos en las
décadas del cuarenta y del cincuenta porque revelan el ansia de innovación
que había en la producción poética peruana y permitirán explicar algunas
particularidades no sólo de Habitación en Roma sino también de Reinos.
Considero, además, que la crítica especializada no ha estudiado
detenidamente la poética de los artículos de Eielson” (21-22. Énfasis
nuestros).
Para Fernández Cozman estos primeros ensayos de Eielson, más allá de
albergar una “ansia de innovación” propia de aquel contexto, encierran en su
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interior parte del mismo material vital con el que los libros que analizará
(Reinos y Habitación en Roma) también han sido elaborados. De allí su
trascendencia. Fernández Cozman subraya, asimismo, la indiferencia hacia
estos textos de parte de los investigadores que lo han antecedido. Así exhibe
dos gestos que solo él ha podido llevar a cabo y que, automáticamente, lo
validan como un estudioso aplicado y astuto. El primero es regresar a y hacer
un registro de un conjunto de textos que durante decenas de años habían sido
dejados de lado. No se debe olvidar que para inicios de la década del noventa
no hay otro modo de acercarse a estos ensayos que a través de una obstinada
inmersión en los archivos hemerográficos disponibles. El segundo gesto es
proponer una nueva estrategia para acceder a la exégesis de esos libros. La
lectura de estos ensayos le permite a Fernández Cozman sacar a la luz la red
de influencias, de preocupaciones, de pretensiones, con las que el joven
Eielson poco a poco capturaba su propio ser creador.
Aquel segundo capítulo de Fernández Cozman, “La concepción de la
poesía a través de los artículos y declaraciones de Eielson”, viene a ser,
entonces, el primer acercamiento formal a una parte de los ensayos de Eielson
con el claro fin de organizarlos sistemáticamente, además de vincularlos
estrechamente con su producción poética: “Los artículos de Eielson configuran
una poética que abarca una reflexión sobre las diversas artes y que halla su
intenso reflejo en el propio ejercicio creador. Conciencia crítica y oficio poético
van de la mano y moldean las dos caras de una misma moneda” (47-48).
También identificará uno de los procedimientos a través del cual Eielson ha de
encarar los distintos textos que termine elaborando, un rasgo que Fernández
Cozman denominará como “contextualización discursiva”, donde la exposición
de argumentos, sea del tema que sea, será posible solo en cuanto se haya
hecho referencia a las coordenadas históricas en las que se ubica dicho tema,
tanto para el pasado como para el presente. Ejemplos: Eielson menciona la
oposición existente entre puritanos y calvinistas en la configuración cultural de
Estados Unidos y a partir de ella explica la figura de T. S. Eliot. O cuando habla
del legado de Verlaine y al referirse a la literatura española no pueda dejar de
mencionar la impresión que sobre ella marcaron la Guerra Civil y la Segunda
Guerra Mundial. Fernández Cozman lo sintetiza así: “La historicidad del
pensamiento de Eielson fusiona el paisaje con la atmósfera social, el entorno
12
con el hombre que lo habita” (70).
De modo que estos primeros ensayos de Eielson, nacidos tanto bajo la
influencia como por la confluencia de dos fenómenos particulares de esos años
(la cuestión del compromiso de la literatura y la reflexión crítica de los poetas
hispanoamericanos), revelan, a decir de Fernández Cozman, una necesidad
por reordenar el canon imperante en esos años, así como por comprender la
práctica de la poesía desde la visión de los propios poetas. Fernández Cozman
consigue armar una compleja cartografía de la poética de Eielson luego de
recoger y reunir una o más citas de cada uno de la veintena de ensayos que
considera para su estudio. Finalmente los terminará relacionando con la noción
de “obra abierta” de Umberto Eco. En el juego de revelar y ocultar determinada
información en sus textos, según la lectura de Fernández Cozman, el poeta se
vuelve en “un crítico del orden establecido” (92) que “invita al lector a realizar
una crítica de su texto” (92). Los ensayos, por lo tanto, actuarán como espacios
textuales donde su autor, al interpretar al mundo, se expondrá él también para
poder ser interpretado, ya sea por sí mismo o por los otros.
Emilio Tarazona9 publica en 2004 su ensayo sobre los vínculos entre la
literatura y el arte plástico de Eielson, La poética visual de Jorge Eielson, el
cual, como indica, “fue confeccionado inicialmente a partir de un gran número
de anotaciones e ideas que me han acompañado por mucho tiempo” (Tarazona
2004: 11). Poco menos de diez años luego del trabajo de Fernández Cozman,
resulta llamativo el cambio que se ha dado en la percepción sobre la obra de
Eielson y en el modo de cómo se la ha de estudiar. Tarazona da testimonio de
ello:
La situación era marcadamente distinta en el tiempo en que emprendí mi
trabajo durante mi época universitaria, cuando no resultaba fácil encontrar a las
personas adecuadas que le dieran el aliento necesario, ni entre escritores ni
entre artistas. En el mejor de los casos, unos y otros prefieren quedarse tan
solo con algún aspecto del trabajo creativo del autor al cual se refiere y obliterar
otro, dificultando en gran medida una mirada medianamente unificada (12).
9 En este lugar deberíamos comenzar por referirnos a los estudios de Luis Rebaza, de los
cuales el primero es de 2003, antes que al de Emilio Tarazona, que es de 2004. Sin embargo,
Rebaza extiende su trabajo hasta el día de hoy, por lo que teniendo en cuenta este detalle
hacemos un salto en el tiempo y tomamos primero el trabajo de Tarazona.
13
Bajo la consigna de estudiar la relación entre palabra e imagen dentro de la
obra de Eielson, “consideradas cada una como el límite —y la ampliación— de
la otra” (12), Tarazona se valdrá de los ensayos en tanto que contribuirán a
dilucidar ciertos aspectos del proyecto artístico eielsoniano en su conjunto. Un
aspecto que merece ser mencionado respecto al modo cómo Tarazona recurre
a los ensayos es que no encuentra impedimentos de orden cronológico como
para tomar una cita u otra cada vez que las necesita. Este accionar es parte de
su propuesta: “trazar un recorrido —no en sentido estrictamente histórico— a
través de los nudos que permiten un lazo…” (16). Se trata de una mirada,
aunque cabría pensar en una conciencia, que no se restringe a una linealidad
unidireccional. A la manera de los rizomas que subterráneos se expanden en
distintas direcciones, en el estudio de Tarazona se pretende conducir al lector a
través de los cauces —de acuerdo a la interpretación que se ha hecho de
ellos— por donde ha fluido y fluye la obra de Eielson.
Antes que las apreciaciones que Tarazona pudiera sostener sobre la obra
de Eielson, que debido a su extensión y variedad escapan de los objetivos de
este trabajo, lo que hay que resaltar de su estudio es que les concede a los
textos ensayísticos un estatuto superior al que solían tener. Al tratarse, por su
propia condición genérica, de espacios textuales donde el autor expone (y se
expone) sin el camuflaje de la ficción, presente en otros tipos de discursos que
tampoco están exentos de contener una visión del propio autor, como la poesía
o la narrativa, los ensayos se yerguen, ante los ojos del investigador, como
mecanismos de registro altamente fidedignos de la conciencia de un autor en
particular. Ahora, que, en esa fidelidad —en tanto aquella sea alcanzable a
través de la escritura—, incluyan las contradicciones o las digresiones que
asaltaron a aquel autor, y que pudieran despojarlos de un cierto grado de
coherencia, no tiene que impedir que los ensayos sean tomados de ese modo.
Los ensayos revelan el proceso creativo seguido por el autor, tanto en una
determinada época como a través de un específico intervalo de tiempo. La
correspondencia con el resto de su obra, por lo tanto, no se puede poner en
duda de ninguna manera. Asimismo, se manifiesta con total claridad el tipo de
arte que se está gestando: uno que nace en el cuestionamiento permanente de
su propio quehacer y no solo en base a impulsos emocionales.
La inclusión en forma de apéndice de tres ensayos de Eielson demuestra
14
que Tarazona los considera relevantes, ya que de ese modo su lector tendrá
acceso a un material que, hasta ese entonces, había estado fuera del alcance
de la mayoría. Los ensayos son estos: “Literatura atómica” (1946), “Palabras de
hoy, poesía de mañana” (1951) y “Para una poética en preparación” (1955-
1956). En la nota que los antecede, Tarazona sostiene que su elección se
debió a que en ellos “la idea de la poesía se extiende más allá del texto
literario.” (133). Consciente del trabajo realizado previamente por Fernández
Cozman, también acerca de la idea de poesía presente en los ensayos de
Eielson, Tarazona lo destaca por la precisión de su análisis. Y señala, respecto
a su propia elección: “Estos [ensayos] quedan más bien fuera del análisis hasta
el momento realizado y podrían más bien ser entendidos como su
complemento [al trabajo de Fernández Cozman]” (133). Hay que recalcar que
ese mismo año (2004) aparece la antología Arte poética, bajo el cuidado de
Luis Rebaza Soraluz. Lo más particular de dicha antología es que recupera un
conjunto de textos que eran de difícil ubicación. Entre los ensayos de Eielson
que serán publicados estarán, precisamente, “Palabras de hoy, poesía de
mañana” y “Para una poética en preparación”. Es evidente que la ensayística
de Eielson ya comenzaba a recibir la atención que requería.
Como parte de un libro en homenaje al legado de Antonio Cornejo Polar,
cuyo título fue Heterogeneidad y Literatura en el Perú, Luis Rebaza Soraluz
publica en 2003 el ensayo “Construcciones de luz y de espacio e instrumentos
y materia precarios: poesía y plástica de Eielson”. Desde la primera línea
podremos ver que será la interpretación de algunos de los ensayos el medio a
través del cual Rebaza intentará desentrañar los vínculos existentes entre la
escritura y el arte plástico de Eielson. Para ello, elige los siguientes textos:
Puruchuco (1979), “La religión y el arte Chavín” (1981), Escultura precolombina
de cuarzo (1985) y “Luz y transparencia en los tejidos del antiguo Perú” (1988).
Al respecto apunta: “los ensayos son un rico archivo de información acerca de
la poética general de Eielson y de las relaciones que ésta guarda con las
fuentes artísticas occidentales y no-occidentales antiguas y modernas de las
que abreva.” (REBAZA 2003: 283). Rebaza se dedica a investigar una parte de
la obra de Eielson que hasta ese entonces no había llamado la atención de
otros estudiosos: la ansiada continuidad, tanto en el ámbito de la literatura
como en el de las artes plásticas, con las sensibilidades y los conocimientos de
15
los antiguos peruanos, sobre todo de determinadas culturas precolombinas.
Detrás de la interpretación que Rebaza lleva a cabo de aquellos
elementos, tanto físicos como conceptuales, que contribuyen con la formación
de vínculos entre la literatura y la plástica de Eielson, es posible detectar un
gesto que no tiene otro fin que el de sentar una marca indiscutible entre un
modo antiguo de leer —en el sentido más amplio del término— las obras de
Eielson y un modo nuevo: se busca presentar la osificación de una parte de la
crítica y la reacción lúcida de otra parte de la misma. Frente al gesto más
evidente, el de identificar los vasos comunicantes que se extienden dentro y
alrededor de la obra de Eielson, resulta obvio que Rebaza —gracias a la
investigación que realiza— se distancia de una visión que tuvo en el trabajo de
Fernández Cozman uno de sus más logrados frutos. Pues mientras Fernández
apuntaba a identificar la “idea de poesía” presente en los primeros ensayos de
Eielson, restringiendo este concepto netamente a la esfera literaria; Rebaza, en
cambio, se preocupa por algo más complejo: “La contigüidad y simultaneidad
de intereses que muestra su variada producción —el estudio de las culturas
precolombinas, la escritura de poesía y la creación plástica— tienen una
coherencia interna que surge de su poética y puede rastrearse con cierta
eficacia en sus ensayos.” (284). En su caso, “poética” viene a ser un concepto
que remite a un conjunto de acciones —cuyo resultado no necesariamente
tendrá que derivar en la aparición de una “obra de arte”— orientadas por una
búsqueda incesante, una indagación de índole que, más que estética, es de
orden existencial.
Esta actitud de Rebaza resultará visible cuando se refiera a Marco
Martos, uno de los representantes de la tradición opuesta, y autor, en 1977, de
una reseña en la que descalificaba a papel (1960): “Las limitaciones críticas de
Martos son un buen ejemplo del tipo de problemas metodológicos que enfrenta
la crítica con este tipo de trabajos; él toma casi de manera literal las cualidades
gráficas de textos como los de canto visible para verlos meramente como
‘afiches’ o aspectos ornamentales, llevado quizá por una pobre comprensión de
la Poesía Concreta.” (292). Rebaza, de acuerdo a la lógica que sigue para la
argumentación de su trabajo, recoge la réplica preparada por David Sobrevilla
frente al comentario de Martos respecto a la “poesía no-escrita” de Eielson.
Desde su posición, la de Sobrevilla sí será una lectura adecuada, pues no
16
violentará la obra de Eielson pretendiendo constreñirla bajo algún concepto.
Operará siguiendo un sentido opuesto, ampliando su mirada y, por extensión,
su criterio valorativo, para así poder entender el sentido de la obra que se le
presenta. Rebaza, refiriéndose a la lectura llevada a cabo por Sobrevilla, en
verdad terminará por exponer —nuevamente— su juicio acerca de la tradición
crítica a la que se opone: “Las observaciones de Sobrevilla mostrarían que uno
de los problemas más serios que han enfrentado los críticos de Eielson ha sido
precisamente la presencia, en algunos casos dominante, de ‘poesía no-escrita’
—texturas— en la obra ‘legible’ del poeta.” (304).
Para 2010, Rebaza presentará la primera parte de un proyecto que
buscaba registrar y rescatar la comunicación entre Eielson y sus críticos; en
este caso, los textos del mismo Eielson acerca de los temas menos conscriptos
a la especificidad de la esfera literaria: Ceremonia comentada (1946-2005).
Textos sobre arte, estética y cultura. Hay que indicar que la segunda parte del
proyecto, aparecida en 2013, corresponde, en cambio, a las intervenciones que
a lo largo de seis décadas han tenido diferentes críticos del mundo respecto a
la obra plástica y visual de Eielson: Ceremonia comentada: Otros textos
pertinentes. 57 años de crítica a la obra visual de Jorge Eduardo Eielson. Por
los fines que persigue este estudio solo nos detendremos en revisar la primera
parte.
La actitud de Rebaza ante la ensayística de Eielson demuestra el grado
de importancia que finalmente se le ha reconocido a este conjunto de textos.
En ellos se registra, sin duda alguna, el recorrido intelectual y espiritual que
Eielson llevó a cabo a lo largo de su vida:
un periplo que empieza geográficamente en el Perú culturalmente occidental
(en su educación escolar), luego se interna en la cultura del mundo
precolombino (su formación de joven intelectual), para expandirse
geográficamente hacia Europa (como joven artista plástico) y una vez allá
contraerse culturalmente hacia el Perú (como intelectual y artista maduro)
hasta conseguir amalgamar ambos espacios (REBAZA 2010: XXV).
El diálogo que Eielson sostuvo con su época se encuentra conservado en estos
textos. De modo que a partir de ellos se tendrá la inmejorable oportunidad de
no solo perseguir los vericuetos existenciales por los que su búsqueda creativa
lo condujo, sino también poder hacer un seguimiento de la evolución del
17
pensamiento de Occidente. Ideas tan aceptadas hoy en día, pero que en su
momento significaron una clara postura contra la corriente, tales como el
concebir a la poesía como una manifestación del arte en general y no
únicamente de la literatura o el entender que no existen culturas superiores o
más avanzadas que otras, pueden ser ya percibidas en los textos de Eielson.
Dada la magnitud de las ideas expuestas en estos ensayos, se puede
comprender por qué Rebaza, quien en su trabajo crítico trata de sintonizar con
los lineamientos que el mismo artista propone, lleva a cabo una división
temática entre los textos de corte literario y los que él denomina “culturales”:
Sin ánimo de caer en una discusión acerca de su mayor o menor importancia
como escritor o artista visual, soy de la opinión de que los textos de Eielson
que ofrecen mayor permeabilidad intelectual son aquellos que prefiero llamar
ensayos culturales. A diferencia de los literarios (que en su caso respetan
ajustadamente los patrones genéricos), ellos establecen vínculos numerosos
con otras disciplinas y áreas de conocimiento. Por ello, en cuanto a su
testimonio sistemático, los comentarios a su ceremonia son más audibles a
través de sus reflexiones acerca del arte y de la cultura (XXVI).
Este estudio introductorio de Rebaza se completa con un primer intento
de clasificación cronológica de la producción ensayística de Eielson. Para
comenzar, Rebaza tiene en cuenta el hecho de que entre 1960 y 1967, Eielson
se dedicará por completo a su trabajo en las artes visuales, y que por tal razón
la escritura terminará siendo dejada de lado. Este intervalo de “silencio”, a
consideración de Rebaza, marca una primera división para su obra ensayística.
Entonces, entre 1943, año en que aparece publicado el primer ensayo de
Eielson, “Verbo místico y humano de César Vallejo”, aparecido en el diario La
Prensa de Lima, y 1960, cuando ya se halla plenamente instalado en la capital
italiana, habrá un conjunto de ensayos donde la temática literaria, en cualquiera
de sus géneros, vendrá a ser la que prevalezca sobre aquella de asuntos más
globales. Mientras que el siguiente bloque se extenderá por cerca de cuarenta
años, entre 1967 y 2005. En este conjunto de ensayos se invertirá la figura y
serán, más bien, los ensayos de corte estético y cultural los que sobresalgan
mayoritariamente.
Este último bloque se dividirá, a su vez, en otros tres periodos. Rebaza
llevará a cabo esta clasificación, antes que por una cuestión de temas tratados,
18
por el mutuo nivel de injerencia que habrá de parte de la propia obra de Eielson
en sus ensayos. El investigador lo explica así:
Esta [segunda etapa de producción ensayística] se inicia dando a conocer el
producto de los siete años que Eielson dedica a tiempo completo a su trabajo
visual. Dentro de esta etapa se podría hablar cronológicamente de tres
periodos. El primero dura diez años (1967-1977), dominados por la reflexión
sobre su propia obra; continúa con otra década, dedicada al estudio del arte
precolombino (1979-1988); a esta se yuxtapone un periodo formado por los
últimos veinte años (1986-2005) de su carrera. La producción de este periodo
es variada y retoma, exceptuando el tipo de piezas que denomina
‘conversaciones’ y nuevos ensayos acerca de su propio trabajo, los patrones
temáticos de la etapa inicial de su producción ensayística: arte, cultura,
literatura (poesía).” (XXXVI).
El resultado final de leer a Eielson y a su obra siguiendo las pautas que él
mismo propuso, es decir, situándose en la perspectiva que él tuvo frente al arte
y la vida, no solo vendrá a ser la apertura del vasto universo que representa su
poesía (escrita y no), también significará el nacimiento de una nueva vía para
acceder a su legado: el Eielson pensador, filósofo, chamán. Rebaza, en unas
pocas líneas, sabrá expresar este cambio de postura de la crítica que, ya
desde hacía unos años, resultaba necesario efectuar: “como lo es la estructura
de los antiguos quipus, en la estructura de los intereses intelectuales de este
artista existen líneas paralelas que se anudan y superponen además de
bifurcarse y extenderse tridimensionalmente. La linealidad que inevitablemente
se da en la cronología de su producción resulta, a la hora de ver su lógica y
coherencia, una configuración forzada.” (LII).
3. A modo de conclusión
El acercamiento de la crítica peruana a la ensayística de Jorge Eduardo
Eielson, que por cierto es aún un género algo ignorado por la propia academia,
permitió hallar —o crear— nuevas rutas para internarse en el enorme universo
que es la obra de este artista. Para ello, debió aceptarse que ese tipo de textos
eran los medios más útiles para poder ser testigos de los procesos creativos y
conceptuales seguidos por sus autores. No solo eso, también se tuvo que
reconocer a los ensayos como genuinos portadores de las palabras e ideas de
sus autores. En el caso de Eielson, tanto Fernando de Szyszlo como Sebastián
19
Salazar Bondy, aunque enfrentando distintos distanciamientos (uno de tiempo,
otro de espacio), fueron capaces de establecer una comunicación con él,
siendo los ensayos los mecanismos que así se lo permitieron.
Tal actitud fue imitada por los estudiosos de la obra de Eielson. Así pues,
Camilo Fernández Cozman, en 1996, concibió a los ensayos de Eielson como
espacios desde los que él interpretaba al mundo, espacios textuales que, a su
vez, le permitían exponerse —él y su poesía— para también ser interpretado
por sí mismo o por sus ocasionales lectores. Esta situación dio pie a que
Fernández Cozman pudiera plantearse una estrategia distinta a las existentes
en su época para la exégesis de libros como Reinos o Habitación en Roma.
Emilio Tarazona, casi diez años después, en 2004, hará evidente el tránsito de
una visión a otra con respecto a la obra de Eielson. De a pocos, para los ojos
de la crítica, dejaba de ser un creador restringido a lo meramente literario y se
comenzaban a rastrear las conexiones entre su trabajo escrito y su trabajo
visual. Nuevamente el acercamiento a sus ensayos ayudó a encontrar algunas
pistas para esa tarea interpretativa. Siendo textos donde el autor se libraba del
camuflaje de la ficción, había que observarlos como mecanismos de registro
altamente fidedignos de su conciencia. Y esto incluía a las contradicciones o
digresiones que lo hubieran asaltado, sin que este rasgo descalificara a los
ensayos. Luis Rebaza, ya en la primera década del nuevo siglo, en 2003 y en
2010 sobre todo, no haría más que consolidar esta nueva postura de la crítica a
propósito de la compleja y multiforme obra de Eielson. Se abría paso un modo
nuevo de leerla. La poética de Eielson dejaba de ser algo exclusivo de la esfera
literaria para pasar a ser un concepto que hacía referencia a un conjunto de
acciones guiadas por una búsqueda incesante, por una indagación que
sobrepasaba lo artístico, lo estético, y pertenecía a un nuevo orden, uno de
índole existencial.
El recorrido realizado a través de este trabajo nos permite afirmar algo
con contundencia: la crítica es la que depende de la obra del artista, no la obra
de la crítica. Si bien es cierto que la velocidad de ambas será distinta en todo
momento, con la obra siempre por adelante, el papel de la crítica también debe
ser regido por una sana disposición al riesgo. Tuvieron que transcurrir décadas
para que el espacio cultural peruano se convenciera plenamente de que
Eielson era un poeta, no solo de las palabras, sino también de los colores, las
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texturas, las ideas y más. En buena hora, Eielson logró ser testigo de la
revalorización de su obra en su país de origen, en su ciudad natal. Sin duda
alguna, sus ensayos —sobre todo aquellos que fueron escritos durante su
plena residencia en Europa— ayudaron en ese sentido, pero también
contribuyeron a que sus lectores —más aun, los de las generaciones más
recientes— por fin pudiéramos reencontrarnos con él.
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