Esteban Abarzúa
Esteban Abarzúa
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Esteban Abarzúa (1971) es autor de los libros Secretos de camarín
(Edebé, 2002), Chilenos de oro (Edebé, 2002) y Me pongo de pie
(Aguilar, 2009), este último junto a Pedro Carcuro. Periodista
titulado en la Universidad de Chile, actualmente trabaja en el
diario Las Últimas Noticias, donde escribe semanalmente la
columna Pelota muerta.
Esta obra puede ser utilizada y reproducida en la medida que se
cite la fuente original y se respeten los derechos de propiedad
intelectual del autor.
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La Batalla de Santiago
Buenas Noches. El partido que ustedes van a ver es la más
estúpida, horrorosa, repulsiva y vergonzosa exhibición de fútbol
posible en la historia del juego.
(David Coleman a los telespectadores de la BBC,
el domingo 3 de junio de 1962, al presentar
la transmisión de Chile-Italia en diferido).
La derrota en Chile fue un insulto al fútbol, pero también un
castigo merecido. Los italianos habían fallado en todo, desde la
preparación técnica a la parte política y psicológica.
(Gianni Brera, Il Calcio Azzurro ai Mondiali, 1974)
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El pequeño Leonel iba casi todos los días al gimnasio del
Bádminton, en la calle Suárez Mujica de Santiago. Juan, su padre,
se esmeraba por enseñarle a boxear. Juan Sánchez Soto, campeón
sudamericano de los pesos pluma y gallo, quería que su hijo fuera
como él, “bueno para los combos”. El chico, nacido en 1936, tenía
diez años cuando subió por primera vez a un cuadrilátero para
hacer guantes y, claro, quedó impresionado con la fuerza de sus
propios golpes. Su ídolo no era otro que Juan Sánchez, quien por
entonces le dijo que tenía “la mano pesada como los buenos
noqueadores”, aunque ya en ese tiempo Leonel también
manifestaba su pasión por la pelota, sobre todo en el patio del
colegio Federico Errázuriz, donde tenía el privilegio de tomar
clases de educación física con el profesor Luis Tirado, director
técnico de la selección nacional de Chile entre los años 1946 y
1956. Tirado llevaba a sus alumnos a practicar fútbol en el Estadio
Nacional, los sábados.
Curiosamente, otro hombre ligado al boxeo fue el
responsable de meter a Leonel Sánchez de manera definitiva en el
fútbol. El mismo jugador lo contaría en la revista Gol y Gol,
edición del 1 de agosto de 1962: “Un día alguien quiso que entrara
al Bádminton. Tenía once años. Cuando fui a probar, llegué
atrasado y nadie se preocupó de mí. Un poco después se interesó
don Luis Goldzweig, que estaba a cargo del boxeo en la U, para
que entrara a los infantiles universitarios. Mi papá aceptó y jugué
en tercera infantil”.
La carrera de Sánchez en Universidad de Chile fue
meteórica. Debutó en el equipo de honor en 1953, contra Everton,
y en esa temporada los diarios ya hablaban de “un wing flaquito,
pero de shoot potente”. Luego el destino se encargó de poner a
Leonel de nuevo a las órdenes del maestro Tirado, aunque esta vez
iba en serio. Tirado lo hizo debutar por la Roja en un 1-1 contra
Brasil en el estadio Maracaná, ante setenta mil espectadores, el 18
de septiembre de 1955, por la Copa O’Higgins.
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De este modo, Leonel Sánchez llegó a los partidos de la
Copa del Mundo de 1962 como uno de los hombres más
experimentados en la plantilla dirigida por Fernando Riera, pese a
que sólo entró al torneo con una edad de veintiséis años. Su
nombre quedó grabado en la eternidad por cuatro goles, que lo
convirtieron en máximo anotador del campeonato junto a otros
cinco delanteros, y una lucha casi pugilística con los jugadores de
Italia, en el duelo que fue bautizado por los historiadores de los
mundiales de fútbol como la Batalla de Santiago.
Forza Italia
El DC-8 de Alitalia que aterrizó en Los Cerrillos el 19 de
mayo de 1962 fue el primer vuelo de esa aerolínea que llegó a
suelo chileno. La puerta de la nave se abrió a las siete horas con
treinta y tres minutos, según la prensa local, y por ahí bajaron las
delegaciones de Hungría e Italia, participantes del séptimo
Campeonato Mundial de Fútbol. Muy pocos esperaban en tierra a
los magyares, aunque puede decirse que su bienvenida no fue
menos cálida: apadrinada por el diario Las Últimas Noticias, la
vedette húngara Agnes Kezdi, contratada especialmente por el
empresario uruguayo Buddy Day para animar las noches del
cabaret Bim Bam Bum durante el torneo, se apersonó en el
terminal aéreo para saludar al arquero Gyula Grosics, titular del
mítico Aranycsapat o Equipo Dorado de 1954 y que llegaba a
Santiago para disputar su tercera Copa Jules Rimet. La señorita
Kezdi, que actuó en la revista “Aquí no pasan goles” bajo el
nombre de Agui Kerr, explicó que conocía a Grosics por un partido
que la selección húngara jugó contra Uruguay en Montevideo,
donde por cierto ella también estuvo de paso, y lo definió como
“un romance antiguo”. Tras los trámites de aduana aparecieron
primero los húngaros, sonrientes y preguntando dónde quedaba
Rengo, su lugar de concentración a la espera del debut contra
Inglaterra, por el Grupo 4, en el estadio de la Braden Copper
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Company en Rancagua. Gyula y Agnes quedaron de verse apenas
tuvieran el tiempo necesario.
Unos dos mil ítalo-chilenos, en cambio, empezaron a gritar
“Forza Italia” cuando vieron aparecer a los representantes del
calcio. Ellos, y también la vedette húngara, ya habían soportado
una jornada en balde, pues el avión debió permanecer medio día
más en Buenos Aires por una pequeña avería del timón. Eso
también postergó la Serata Azzurra que el Audax Club Sportivo
Italiano, de la primera división chilena, había programado para la
víspera en su sede de Lira 425, con la actuación de los artistas que
por esos días pertenecían al elenco del restaurante El Pollo Dorado:
Silvia Infante y Los Cóndores, Los Perlas y Elena Cavada.
Esto demostraba a las claras el fervor que despertó el
equipo liderado por Enrique Omar Sívori, as de la Juventus nacido
en San Nicolás de los Arroyos, Argentina, y que podía jugar por
Italia en su condición de oriundo. Le decían Il Testone, que en
español significa El Cabezón, por razones físicas que eran obvias.
La colonia de italianos en Chile hizo sentir su apoyo desde el
primer momento.
De chaqueta azul, pantalón gris, abrigo azul y corbata
azulina con rayas blancas, uno a uno los calciatori fueron dando la
cara en el pasillo de salida de Los Cerrillos. También venía la
dupla técnica formada por Giovanni Ferrari y Paolo Mazza,
además de los dirigentes a cargo y una docena de periodistas de
diversas ciudades de la península. Fue un arribo de aeropuerto más
bien desordenado, por la cantidad de gente que había y por el
interés de los astros europeos de partir luego hacia la sede que los
hospedaría: la Escuela de Aviación Capitán Ávalos, en El Bosque.
En medio del barullo, Sívori estrenó su genio. “¿Se considera usted
entre los tres mejores futbolistas del mundo, junto a Di Stéfano
y…?”, quiso preguntarle a la pasada un reportero radial. “Es una
pregunta estúpida”, le respondió Sívori, molesto por el ajetreo.
El trayecto desde Los Cerrillos fue acompañado por un
centenar de vehículos. Ya en la meta, a las ocho horas con
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cincuenta y cuatro minutos, el coronel Joaquín García, director de
la Escuela de Aviación, les dio la bienvenida al recinto. Después
de reposar unos minutos, los viajeros italianos salieron al patio,
cada uno con un ramo de rosas blancas entre sus manos. Poco
antes un camión había llegado con una ofrenda floral de dos
metros y medio de alto con la palabra “Italia” formada por
copihues, la flor nacional de Chile. Los jugadores Lorenzo Buffon
y Gianni Rivera fueron los responsables de ponerla a los pies de un
monumento a los mártires de la Fuerza Aérea. En el lugar ya
pernoctaba por un par de días el cocinero Amedeo Ricca, enviado
previamente a Santiago junto al delegado Luigi Scarambone para
hacer más cómodo el cuartel general de los italianos. Los
anfitriones incluso decidieron que uno de sus cocineros hiciera un
curso rápido de italiano para que ayudara mejor a Ricca en sus
labores domésticas. Esa noche de la llegada, después de un
entrenamiento para estirar las piernas, la recepción del Audax
Italiano fue todo un suceso, sobre todo por la habilidad de los
futbolistas para bailar el twist y por un duelo de trombón entre
Sívori y José Altafini. La bella Mirtha Carrasco, integrante de Los
Cóndores, quiso sacar a la pista a Sívori para bailar cueca. Éste se
disculpó en el acto. “Perdoná, pero no puedo bailar esta cosa. La
otra vez que vine con River la vi y me gustó, pero todavía no la
aprendo”, le dijo. La fiesta duró dos horas, entre las nueve y las
once de la noche, y contó con el auspicio de Molinos y Fideos
Lucchetti, empresa local de pastas fundada en 1904 por los jóvenes
inmigrantes Ítalo Traverso y Leopoldo Lucchetti. En una entrevista
que esa noche le hizo el diario Última Hora, Sívori dijo que la
acogida de los chilenos había sido “maravillosa”.
Al día siguiente, el 20 de mayo, la dupla Ferrari-Mazza les
dio descanso a sus pupilos por la mañana, para que pudieran asistir
a la misa oficiada por el capellán del recinto militar, Francisco
Ortega, y que fue predicada simultáneamente al italiano por el
capellán de Audax, Carlos Piccini. Los jugadores Giovanni
Trapattoni y Angelo Sormani hicieron de acólitos. Las horas
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transcurrían apaciblemente para los azzurri a la espera del estreno
ante Alemania, fijado para el 31 de mayo en el Estadio Nacional.
Los chilenos estaban más preocupados de Suiza, el rival del debut,
y sacaban cuentas de que un triunfo ante los helvéticos y una nueva
victoria frente a los germanos –a quienes vencieron 3-1 en un
duelo amistoso que se disputó el 26 de marzo de 1961 en el
Estadio Nacional- les debían garantizar el paso a los cuartos de
final. El nombre de Italia generaba respeto y admiración.
El 23 de mayo los azzurri fueron al cine después de golear
por 9-2 a Audax, que sin embargo anotó el primer gol del partido
por intermedio del interior Vargas. Entre los hechos relevantes de
la práctica, el meta Buffon defendió la valla audina y el delantero
Altafini se enojó con el chileno Parra cuando éste se jactaba de
haberle pasado un túnel. Tras una merienda, los italianos partieron
al Teatro Metro para ver la función de las dieciocho horas de
“Ciclón con faldas”, una comedia de Hollywood de noventa y
nueve minutos protagonizada por Debbie Reynolds y Steve
Forrest, cuyo auténtico título en inglés era “The second time
around”.
El 24 de mayo, a una semana del estreno, la Squadra
Azzurra jugó contra el equipo de la Capitán Ávalos, con
improvisado arbitraje del seleccionador Ferrari. Italia, reforzada
por los jugadores Escobar y De la Fuente, de Audax, ganó 5-3 en
un trámite que no le resultó del todo fácil. Tras ir venciendo
cómodamente, los futuros aviadores chilenos lograron igualar
parcialmente a dos tantos, en una jugada del cadete González que
Ferrari al principio dio como nula y cuya decisión luego debió
revocar ante la rechifla de los pocos espectadores que presenciaban
el encuentro. El día 25 Italia conoció la hierba del Estadio
Nacional y luego, a las catorce horas con treinta minutos, la
delegación visitó el Club de Tiro lo Curro, donde los jugadores
dispararon más de trescientos tiros, sólo como divertimento.
Después salieron hacia el centro de Santiago para comprar
souvenirs. Rivera, el niño mimado del grupo, se llevó un traje de
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huaso y posó para los fotógrafos sonriente. Los italianos aún se
sentían a gusto en Chile, pese a las críticas que recibieron por la
presencia en su plantilla de cuatro jugadores nacidos en otras
latitudes: los argentinos Enrique Omar Sívori y Humberto Maschio
junto a los brasileños Angelo Sormani y José Altafini, convocados
en su calidad de oriundos. Sívori y Maschio, por ejemplo, jugaron
varios partidos contra Chile por la albiceleste. El más recordado
fue un 6-2 a favor de Argentina en el Sudamericano de Lima,
disputado el 28 de marzo de 1957. Sívori anotó un gol y Maschio
hizo dos. Leonel Sánchez, que también jugó ese partido, después
se acordaría perfectamente de aquella afrenta.
El último rincón del mundo
El mismo viernes 25 de mayo las radios locales empezaron
a esparcir desde temprano la noticia. De acuerdo a una versión
peninsular, un pintor chileno radicado en Florencia, amigo de
Miguel Ángel Montuori, ex futbolista de Universidad Católica y la
Fiorentina de Italia, fue el primero que puso el grito en el cielo. El
mito dice que el pintor en cuestión entró en contacto con la
embajada de Chile y les avisó que en el Corriere della Sera, el día
21 de mayo, se había publicado un relato muy ofensivo en contra
del país organizador del Mundial. El texto, que además apareció en
todos los periódicos asociados a la cadena encabezada por el
consorcio de Milán, estaba firmado por el periodista Antonio
Ghirelli, enviado especial, que pasó por Santiago un par de días
antes de instalarse en la subsede de Viña del Mar. Otra versión, no
muy distinta, es la que recogió Daniel Matamala en “1962, el mito
del mundial chileno”, sostiene que la embajada en Roma envió las
crónicas al Ministerio de Relaciones Exteriores, que por su parte
las derivó a La Moneda, desde donde la Oficina de Prensa de la
Presidencia preparó un resumen con párrafos marcados de ambas
crónicas y los distribuyó entre la prensa local. En realidad, sólo
bastaron las primeras líneas para que se declarara el incendio.
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La capital ha cambiado mucho
Un esfuerzo para Chile hospedar la
Rimet
Por Antonio Ghirelli
Corriere della Sera
Un campeonato del mundo a trece mil kilómetros de
distancia: una locura. Chile es pequeño, pobre y orgulloso. Ha
aceptado organizar esta edición de la Copa Jules Rimet, en la
misma forma en que Mussolini aceptó que nuestra aviación fuera a
bombardear Londres. La capital dispone de setecientas camas. El
teléfono no funciona. Los taxis son tan raros como los maridos
fieles. Un cablegrama a Europa cuesta un ojo de la cara. Una carta
aérea demora a lo menos cinco días.
En cuanto se llega a Santiago se puede dar inmediatamente
cuenta de que la isla Robinson Crusoe está flotando todavía muy
cerca de esta extraordinaria franja de tierra de cuatro mil
kilómetros de longitud. En cuanto se visita la periferia asalta la
sospecha de que aún no han llegado los suficientes Robinson
Crusoe como para civilizar todo Chile. Por haber aceptado
organizar el Mundial en este país, empleando para ello todo su
corazón el presidente del Comité, Carlos Dittborn, un chileno de
origen alemán, de cuarenta y un años, perdió la vida. Un infarto lo
fulminó hace veinte días, en la víspera de obtener el fruto de su
generoso trabajo. Ahora ha tomado su puesto el presidente
federativo Juan Goñi, otro cuarentón que tampoco le tiene miedo a
la muerte.
Chile es una tierra de pioneros. Esta constatación aterroriza
al turista y al periodista, pero entusiasma al viajero desinteresado.
Basta bailar dos horas con los italianos de aquí para entender el
juego del fútbol en un mundo moderno. La cara de Santiago ha
cambiado en estos últimos cuatro meses bajo el impulso del
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increíble compromiso con la gloria. Calles asfaltadas, semáforos
recién pintados, las fachadas de las casas recién pintadas. Una
pereza de siglos ha sido removida por el gobierno y cuatro
municipalidades que han gastado en esto los últimos dólares de
riqueza para ponerse a la altura de la gente que debe venir. Es una
fanfarronada que debe dar rabia y termina por conmover. ¡Que
Dios los ayude!
Por suerte, de los treinta mil turistas con que habían soñado
las agencias de turismo, hemos llegado sólo siete u ocho mil. El
misterio aún rodea a los otros turistas sudamericanos que deben
venir. Sin embargo, aún no se puede temer una invasión truculenta
de éstos. Especialmente de Argentina, que ya ha inscrito a
trescientos cincuenta de sus seiscientos periodistas. Cómo
funcionará nuestro servicio, sólo lo sabe el Padre Eterno. Si se les
pregunta a los dirigentes, éstos contestan que todo se pondrá a
punto el día de la iniciación del torneo, y es posible adivinar en sus
caras sonrientes y en la rotunda pronunciación española, una
inconsciencia entre angelical y delictuosa. De cronistas tranquilos,
nadie les gana a los alemanes, que han traído consigo una estación
de onda corta, una nave, veinte técnicos y, probablemente, unos
mil aeroplanos de bombardeo.
En la misma forma es poderosa y potente la colonia
alemana que vive en Chile desde hace unos diez a cincuenta años.
Sólo los españoles son más numerosos; terceros los franceses y
cuartos los italianos, que en Santiago no superan los diez mil.
Tendremos así a un moderado hincha a nuestro favor. Se dice que
el público chileno es más bien británico que sudamericano en
expresar su pasión dominical y se asegura que está muy bien
dispuesto hacia nosotros, excepto con alguna reserva sobre los
oriundos. Si los nacionales juegan bien, ellos se llevarán muchos
aplausos, pero también se darán aplausos a quienes jueguen bien.
Tales son las predicciones de los expertos locales.
La concentración de los italianos en el Círculo de Oficiales
de la escuela aeronáutica es probablemente la mejor de Santiago.
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Pero de la misma manera hará torcer la nariz a nuestros sensibles
muchachos, acostumbrados al confort de los grandes hoteles
italianos. Esperemos que no sea así y que los muchachos de
nuestra escuadra comprendan cuál es el clima del Mundial este
año: el ambiente crea la conciencia. Chile debería hacernos
comprender que estos campeonatos mundiales hay que enfrentarlos
como un trabajo de albañilería, echando mano a los instrumentos
del trabajo del albañil, porque aquí la gente, incluidos los
inmigrantes italianos, está acostumbrada a ganarse la vida sudando
sangre y no haciendo morisquetas. Nuestro grupo parece haber
hecho apuesta por esta idea, entre chilenos, suizos y alemanes.
Se entiende que he dicho clima en sentido moral y no
meteorológico. Bajo este último aspecto, por el contrario, los
azzurri no podían capitalizar mejor, ellos que juegan la mayor
parte del año en el Valle Padana y sus bríos invernales. Aquí ahora
comienza a hacer frío, un bonito frío seco, la tierra seca lo
corrobora, que parece ideal para el fútbol; y cuando llueva (que no
ocurre a menudo), sería un punto a favor contra los sudamericanos,
nunca dispuestos a bañarse con la pelota. Las prospectivas, en
suma, son agradables, siempre que –naturalmente- se tengan ganas
de trabajar con las mangas arriba.
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El primer diario chileno en hacerse eco de la crónica fue
Clarín, que en las páginas interiores del 26 de mayo tituló “En
Italia creen que todavía no nos arrancamos las plumas”, sin
desconocer que el autor tenía razón en algunas de sus
apreciaciones. “Ghirelli debe ser, seguramente, oriundo, palabrita
tan de moda en su país. Tiene que ser nacido y criado en algún país
centroamericano. Es la única explicación que cabe para su
tropicalismo… Las verdades que dice las desvirtúa,
desgraciadamente, con comparaciones y metáforas que nos hacen
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un flaco servicio y que llevarán a pensar a los lectores de su diario
que todavía andamos con plumas”, sostuvo Clarín acerca del
redactor de la nota. En sí la descripción de Ghirelli no fue tan ruda
como se creyó en un primer momento, pero hirió demasiado su
definición inicial de Chile como la tierra de Robinson Crusoe.
Ni siquiera sirvió como paliativo la réplica de su colega
Gino Palumbo, también redactor del Corriere della Sera, quien un
par de días después hizo de contraparte. “La cordialidad de los
chilenos es comprometedora y cada uno de ellos parece querer
ganar su pequeña batalla para dar placer al turista que se encuentra
en el país. Pareciera que el placer del huésped es menor que el
placer del chileno para mostrar su espontaneidad. Antes de venir,
creíamos que el alojamiento era caro y escaso, pero una vez aquí
hemos comprobado que estábamos equivocados. Nos habían dicho
que las comunicaciones serían malas, por la distancia con Europa y
la diferencia de horario, pero ahora sólo podemos declarar que
todo ello ha marchado con una rigurosa regularidad”, sentenció
Palumbo, aunque sus palabras no fueron seguidas con la misma
atención en Santiago.
El daño ya estaba hecho y las radios se encargaron de
montar una reacción nacionalista contra los italianos. Justo ahí
entró en escena el despacho de Corrado Pizzinelli, en La Nazione
de Florencia. Era lo que faltaba para que se hablara de guerra, Un
relato descarnado de principio a fin.
La infinita tristeza de la capital chilena
Santiago, el confín del mundo
En ningún lugar uno se siente tan lejano, perdido y solo
como en la ciudad huésped del campeonato internacional de fútbol.
Para los extranjeros es imposible huir de la nostalgia. Los
jugadores se resentirán con este clima depresivo.
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Por Corrado Pizzinelli
La Nazione di Firenze
Malestar
Desde que estoy en Chile tengo la curiosa sensación de
llevar el mundo sobre mis espaldas. Se le siente encima igual que
la tristeza de los habitantes, y ello provoca un malestar curioso que
se agrava por los enormes saltos de temperatura. Ayer a la mañana
el termómetro marcaba cuatro grados; a las catorce horas, más de
veintinueve. La sangre se torna torpe y parece faltar en las venas, y
después de permanecer algún tiempo en Chile uno se siente
extraño a todo y a todos. El virus de la lejanía más abandonada,
más solitaria, más anónima, se mete en el ánimo de todos y creo
que ello incidirá en el estado anímico de los atletas. Es por algo
que las federaciones futbolísticas de algunos países han enviado
expertos para estudiar este problema psicológico y descubrir qué
puede hacerse para poner a los jugadores a cubierto de él.
La presencia de los connacionales, las fiestas, los cócteles,
las ceremonias y las reuniones servirán de muy poco, pues la
melancolía y la soledad están en todas partes. Desde que estoy en
Chile me parece estar condenado a vivir en esta tierra triste y
fantástica en la que se desenvuelve la acción de ese libro no
olvidado de Julien Cracq, El mar de las Sirtes.
La tristeza flota en cada una de las conversaciones, como
una doliente espera y resignación, no demora en apoderarse del
europeo más activo y lleno de buen humor. En vano los chilenos,
como para consolar a los italianos, dicen que Santiago se parece a
Turín, que tiene un río como el Po que atraviesa, el Mapocho, un
Parque Forestal que comparan al Valentino y calles derechas y a
escuadra.
Cosas que no significan nada y nos hacen decir que
Santiago se parece a Turín como Roma a Milán. Las mismas
muchachas chilenas, tan famosas en el mundo por su gracia y
donaire y tan a menudo comparadas con las turinesas, tienen muy
poco de ellas. Se destacan por su liberalidad y su afán de progresar,
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y ésa es una de las semejanzas, lo que constituye uno de los tantos
lugares comunes sobre los que cierto periodismo y cierta literatura
han derramado verdaderos ríos de tinta. Y ello tal vez para tratar de
hacer olvidar la realidad de esta capital, que es el símbolo triste de
uno de los países subdesarrollados del mundo y afligido por todos
los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo,
alcoholismo, miseria... Bajo estos aspectos Chile es terrible y
Santiago su más doliente expresión, tan doliente que pierde en ello
sus características de ciudad anónima. Barrios enteros practican la
prostitución al aire libre: un espectáculo desolador y terrible que se
desarrolla a la vista de las “callampas”, un cinturón de casuchas
que circundan las ya pobres de la periferia y habitadas por la más
doliente humanidad. Se dirá que todo en Sudamérica es así, y que
ello no es de extrañar y que en todas las ciudades hay problemas de
este tipo. Los hay en Moscú, Nueva York, Río de Janeiro y Roma.
De acuerdo. Pero en esas ciudades los problemas de ese tipo tienen
un límite; aquí afectan a centenares de miles de personas. Que se
entienda bien, no son de origen indio. El noventa y ocho o noventa
y nueve por ciento de la población chilena es de origen europeo, lo
que nos hace decir y pensar que Chile, en el problema del
subdesarrollo, tiene que colocarse a un mismo nivel que los países
de Asia o África, pero que aquí, por la formación de su población,
la regeneración es mucho más grave que en los casos citados. Los
habitantes de esos continentes no son progresistas, éstos son
retrógrados.
Los turistas
Santiago es un campeón de los problemas más terribles de
América Latina, y es necesario aclarar que si la actual clase
dirigente, organizando el actual Campeonato del Mundo, buscaba
para sí buena propaganda para las próximas elecciones, teniendo
presente además la obtención de créditos tipo Plan Marshall para
Sudamérica y una comprensión especial de parte de la famosa
Alianza para el Progreso, no cabe duda de que esa clase dirigente
ha cometido el más craso error. Todo lo que Santiago muestra, aún
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las casas populares construidas de prisa para algunas decenas de
millares de personas, son sólo un pálido esfuerzo, que a nadie
convence y es la prueba más brillante de la forma como cierta clase
dirigente resuelve determinados problemas, en busca de su propio
beneficio. De otra manera no se explicaría cómo ha podido aceptar
la organización de los juegos mundiales sin disponer de los medios
necesarios ni de albergues suficientes. Los periodistas deportivos
que están llegando tratarán este asunto por su cuenta. Yo me limito
sólo a anticipar un pequeño hecho. Al iniciarse la organización, el
gobierno aseguraba obtener millones de dólares por la afluencia de
turistas, pero ahora Santiago se ha dado cuenta de que dispone
solamente de veinticinco mil camas (de las cuales el noventa por
ciento están en casas privadas), pero que los turistas extranjeros no
serán más de unos tres mil, excluidos los jugadores y periodistas, y
que la pérdida neta será de unos mil millones.
Naturalmente muchos políticos señalan que este gasto es
tan lógico y necesario como la televisión montada de prisa para
esta oportunidad. ¿Pero lo era en realidad cuando tantos problemas
graves afligen al país? Esta pregunta es hecha frecuentemente por
la oposición y el gobierno no le responde cómo resolverá los
graves problemas que debe afrontar cotidianamente. Está la huelga
de los médicos (que se niegan a prestar atención a quienquiera que
la solicita); está la extraña lucha por las aguas del Lauca, que
Bolivia reivindica para sí; existe la situación del campesinado,
donde hay trabajadores agrícolas que por doce horas de trabajo
ganan cuarenta de nuestras liras; están los problemas de la luz
eléctrica y del agua potable en Santiago. No es en absoluto una
ciudad fascinante, sin grandes monumentos ni recuerdos históricos,
sin palacios que se destaquen, sin una nota de arte o de cachet,
como dicen muchos en el lenguaje mundano. Es amable y simple
en la resignada tristeza de las poblaciones de la periferia, las que
están en abierta contraposición con aquellas de los centros
residenciales, donde excelentes arquitectos han construido chalets
y casas dignas de adornar un libro de arte moderno. Santiago, con
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su pequeño centro europeo; sus boites, que ofrecen espectáculos de
picaresque, esto es, strip-tease, ejecutado por chilenas, francesas,
alemanas o italianas; con sus cines y con sus grandes teatros, tiene
un no sé qué de chocante.
Y todo esto se da en Santiago, tal vez por ser el símbolo de
todos los problemas de Chile, de esta estrecha faja entre mar y
montaña, que tiene tres mil quinientos kilómetros de largo, que
comienza en el norte con el desierto y termina en el sur con los
hielos del polo, con el océano al oeste y la cordillera de los Andes
al este, que la separan, al igual que el polo y el desierto, del resto
del mundo, al que anhela unirse, no sólo en el concierto deportivo,
sino también en la búsqueda de la verdad y de la justicia, que no es
la que los comunistas locales auspician, pero tampoco la que trata
de darle la actual clase dirigente.
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Pizzinelli era redactor político y viajero consumado, de
orientación izquierdista. Antes de arribar a Chile no había escrito
una sola línea de fútbol, y se especializaba, como muchos italianos
en su tiempo, en hacer descripciones costumbristas a partir del
neorrealismo y sus crudas presentaciones de la pobreza, lo cual
resultó evidente en aquellos párrafos llenos de crítica social, más
bien un golpe a los políticos de turno que a la población, como lo
hizo notar en la última idea. Bien pudo deducir las conclusiones de
su polémico texto antes de poner los pies en Santiago, aunque
algunas de las cosas que escribió no eran del todo inexactas. Lo
único claro es que se le pasó la mano y la reacción airada del
periodismo chileno hizo el resto. En resumidas cuentas: Pizzinelli
sostenía que la capital estaba infestada de callampas y que sus
mujeres eran todas prostitutas. Lo demás se perdió en el escándalo.
Gianni Brera, quizás el más influyente periodista deportivo
italiano de todos los tiempos, impulsor del catenaccio, advirtió
algunos años después que en “la dramática aventura chilena” había
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responsabilidades compartidas entre dirigentes, jugadores y
técnicos, cuyos errores quedaron al desnudo ante los despachos
periodísticos de sus colegas. “Para mayor infortunio (y descaro)
dos enviados de diarios italianos precedieron a la escuadra y
describieron a Chile como un país pobre y desgraciado país, lleno
de prostitutas menores de edad y de disfunciones crónicas. Los
chilenos estaban sorteados en nuestro grupo: estas premisas les
permitieron llamar a una tremenda campaña contra los italianos,
tan propensos a ver la mota en el ojo ajeno y no la viga en el
propio”, destacó en su libro Il Calcio Azzurro ai Mondiali.
Ante el odio creciente contra todo lo que oliera a italiano en
Chile, la Squadra Azzurra y la colonia residente intentaron
desligarse de las ofensas. Artemio Franchi, como jefe de la
delegación, citó a una conferencia de prensa para el sábado 26 en
la tarde, de la que participó Otorino Berassi, agregado cultural de
la embajada de Italia en Santiago. “Yo no tengo nada que ver con
los periodistas y ellos son libres de escribir lo que quieran. No
todos tienen la cabeza bien puesta y éste es el resultado. Sin
embargo, y comprendiendo el ánimo de los periodistas chilenos en
estos momentos, yo les pido no dramatizar”, dijo Berassi. Franchi
se manifestó “en completo acuerdo” con tales palabras y se mostró
aún esperanzado con un final feliz: “La organización del
campeonato ha sido perfecta. Nuestra estada en Chile será
inolvidable e independientemente del resultado deportivo será un
recuerdo que llevaremos con nosotros toda la vida. Estamos
seguros de que estas declaraciones serán apreciadas en su justo
valor”.
El grupo dirigido por Fernando Riera prefirió mantenerse al
margen de la discusión y centró todo su discurso en el duelo
inaugural frente a Suiza. Los italianos, en cambio, ya se habían
desviado del partido contra Alemania. El 29 de mayo apareció una
inserción de la colectividad italiana en los medios capitalinos, en la
que repudiaba “enérgicamente las calumnias y ofensas” e invitaba
a la opinión pública chilena “a que, en su legítima reacción, haga la
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debida y necesaria distinción entre las palabras de un periodista y
los sentimientos del pueblo italiano que siempre ha tenido para el
pueblo chileno, de respeto, admiración y simpatía, comprobados a
través de tantos años de tradicional y sincera amistad”.
Los azzurri ya no podían ocultar su nerviosismo y siguieron
usando flores como instrumento de pacificación. A las diez de la
mañana con diez minutos del miércoles 30 de mayo Artemio
Franchi y los arqueros Lorenzo Buffon y Carlo Mattrel hicieron
una ofrenda floral ante el monumento de Arturo Prat y los héroes
de Iquique, obra del escultor José Caroca Laflor e inaugurado sólo
dos días antes a un costado del río Mapocho. Ese día en La
Stampa, de Turín, el enviado Francesco Rosso sintetizó el
sentimiento que a esa altura embargaba a los representantes de
Italia en el certamen. “Una barrera de antipatía futbolística entre
los azzurri y los deportistas chilenos”, fue el título de su nota, en la
que explicó que los artículos de sus colegas, “crudamente
verdaderos sobre una particular realidad chilena, y la reacción de
los componentes del seleccionado italiano a las pullas sobre su
composición foránea, contribuyeron a esta impopularidad”, para
luego sentenciar que “los chilenos son nacionalistas exasperados y
subrayar sus defectos les provoca un amargo resentimiento”.
Los resultados de los primeros partidos no hicieron más que
alimentar el deseo de pasarles por encima a los italianos. Chile
superó por 3-1 a Suiza, con dos goles de Leonel Sánchez y uno de
Jaime Ramírez. El arbitraje corrió por cuenta del inglés Kenneth
George Aston, quien así, a través de una conducción pulcra del
duelo, lavó su imagen ante los jugadores chilenos, que se sintieron
ultrajados por sus cobros en un amistoso previo en Dublín, el 30 de
marzo de 1960, que terminó con victoria para Irlanda del Norte por
2-0.
Al día siguiente, Alemania e Italia brindaron un auténtico
festival de puntapiés, juego sucio e ímpetu desmedido en el
Estadio Nacional. “Faltaron goles; sobraron patadas”, dijo la
revista Gol y Gol de aquel empate a cero, en el que el árbitro
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escocés Robert Davidson tuvo un pobre desempeño al ser incapaz
de impedir los golpes que se repartieron por lado y lado. Al final,
lo previsible: recriminaciones mutuas entre germanos e itálicos por
los excesos. En su edición del 1 de junio, El Mercurio habló de “un
match violento y un score justo”, en el que la entrada al campo del
equipo italiano “fue recibida con algunos silbidos, producto de los
relacionadores públicos que algunos días atrás enviaron venenosos
despachos a sus diarios”. Los jugadores de Italia entraron con
claveles en sus manos y los repartieron entre la concurrencia. Las
flores fueron devueltas a la pista de atletismo en las tribunas
populares.
Siam pronti alla morte
Un cigarrillo brilla pálidamente en la oscuridad e
inmediatamente se encienda la luz en la pieza número tres. La
escena tiene lugar en la escuela Capitán Ávalos, en la noche del 1
de junio de 1962. El que fumaba era Sívori y desde la cama,
abriendo los ojos después de encender la lámpara, Maldini le
preguntó “¿qué haces a esta hora, estás loco?”. La respuesta de
Sívori despertó al ítalo-brasileño José Altafini, que completaba el
trío en la habitación. “¿Y qué? Podemos estar en pie toda la noche
porque mañana no jugamos”, dijo Sívori, “vengan a escuchar, pero
despacio, que el piso de madera cruje”.
En la primera planta estaban reunidos los técnicos Paolo
Mazza y Giovanni Ferrari. Mazza era presidente del club Spal
Calcio, entonces en la Serie A del fútbol italiano. El nombre de
Ferrari, mítico campeón mundial como jugador en las copas de
1934 y 1938, las copas de Mussolini, estaba ligado a la Juventus.
Parapetados detrás de una escalera, Maldini, Sívori y Altafini
también escucharon otras dos voces. La de los enviados especiales
Rizieri Grandi, de Il Messaggero, y Gianni Brera, de Il Giorno y
Guerin Sportivo, de acuerdo al testimonio prestado años después
por Maldini. El caso es que en la mesa hablaban junto a los
19
entrenadores sobre la formación que presentaría Italia frente a
Chile al día siguiente. Para el histórico jugador del Milan, padre de
Paolo Maldini, el tono de los periodistas parecía un poco
imperativo, aunque no se atrevió a decir si se trataba de una
participación activa en el rearme de la oncena azzurra o de un
mero afán de informarse para escribirlo después en sus despachos.
Estos detalles fueron relatados por Cesare Maldini en una
entrevista a la televisión italiana y recogidos en una crónica del
diario La Repubblica, el 23 de mayo de 1986 (“Chile como
enemigo”, de Aldo Pacor). Es la parte menos conocida de la
Batalla de Santiago en Chile, donde la historia se simplificó en una
provocación y en unos golpes por aquí y por allá. Italia, sin
embargo, alentó su propia confusión.
Los azzurri llevaban varios años enredados con la
nazionale cuando se encontraron con el nuevo desafío mundialista
en 1962. Sus problemas quizás comenzaron con la tragedia en
1949 del Grande Torino, un equipo que daba espectáculo y que
tenía diez jugadores en la selección italiana. Muchos creen que la
caída de ese avión en Bolonia cambió la historia del fútbol, porque
esa calamidad está asociada al nacimiento del catenaccio. Sin los
virtuosos jugadores del Torino, Italia empezó a buscar un nuevo
estilo y con el tiempo apareció la adaptación del famoso cerrojo
suizo por parte de Nereo Rocco, quien de hecho estuvo pujando
hasta última hora para embarcarse a Chile como allenatore.
Cuenta Maldini al respecto: “Sucedió un hecho extraño,
difícil de olvidar. De aquel viaje es la cosa que más me
impresionó. Antes de la partida, en el Milan me habían entregado
un paquete para entregárselo a Rocco. Había dentro unos dólares y
algunas cartas. Il Paron andaba en Brasil en busca de un extranjero
para llevarlo a Milán. Consiguió a Germano, un atacante de color
que después se casó con la condesa Augusta. No fue un buen
negocio. Cuando aterrizamos en San Paolo, Rocco estaba allá, bajo
un cartel en medio de la pista. Salieron primero los que se bajaban
en la escala técnica y se me vino encima de repente. Le di el
20
paquete y ni siquiera lo guardó”. Aquí se produce una
conversación casi ridícula entre el director técnico del Milan y su
pupilo, a horas del arribo a Santiago.
-¿Y entonces? –dice Rocco.
-No sé, no he mirado dentro –responde Maldini apuntando
el paquete entre las manos de su jefe.
-Sí, está bien, ¿pero entonces? ¿Entonces qué? ¿Nadie ha
dicho nada?
-No sé nada, señor Rocco, ¿qué cosa?
-¿Entonces voy con ustedes? ¿Soy el entrenador?
Esa escena, según Maldini, fue una de las más difíciles en
su carrera futbolística. No sabía qué decirle a Rocco, a quien los
dirigentes le habían insinuado que a último momento se haría
cargo de la selección para el Mundial de Chile.
Las dudas, por cierto, partieron varios meses antes, cuando
la federacalcio decidió constituir el Sector de Selecciones
Nacionales, a cargo de Mino Spadacini, presidente del AC Milan,
de quien dependería una comisión técnica en la que además de
Mazza y Ferrari debía participar Helenio Herrera, entrenador del
Inter de Milán. El triunvirato en cuestión tenía que hacerse cargo
de la expedición a Chile, sin medirse en gastos y tanto menos en
roles, con un poco de megalomanía y mucha confusión. El mítico
HH, el Mago, se mostró indolente ante la posibilidad de negociar
sus decisiones con Mazza y Ferrari, así que obtuvo una concesión
de los dirigentes: Ferrari tomaría el equipo en una etapa preliminar,
Mazza se haría cargo de los meses previos al Mundial y Herrera
aterrizaría con plenos poderes en Santiago, convertido en amo y
señor de la banca azzurra.
El pretencioso proyecto se encontró con un tremendo
obstáculo cuando, en febrero de 1962, tres jugadores de Inter
dieron positivo por uso de estimulantes. Herrera se vio forzado a
renunciar a la comisión y, por ende, estuvo momentáneamente
fuera de la Copa Jules Rimet (pocos días después lo llamaron de
España para que dirigiera a su selección en la sede de Viña del
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Mar). Aunque Spadacini pensó que el puesto de Helenio debía
asumirlo Rocco, y la mantuvo casi hasta el final, en la práctica
Italia quedó bajo el comando de la dupla Ferrari-Mazza. Los que
prepararon el camino también tendrían que terminarlo. Primero
organizaron un retiro para concentrar al equipo en la localidad de
San Pellegrino, a setenta kilómetros de Milán. Ahí, en las semanas
previas del viaje a Chile, los jugadores tuvieron libertades
inesperadas para dicha fase de alistamiento, ya que Ferrari viajaba
todas las noches a Milán y Mazza vivía mucho más lejos, en la
ciudad de Ferrara, y no podía estar todos los días con el equipo. A
nadie podía hacerle mal un poco de dolce vita.
Los técnicos planeaban jugar en Chile con dos selecciones,
que se alternarían de acuerdo al rival que tuvieran enfrente.
Altafini, por ejemplo, en Florencia salvó a Italia A de la derrota
con dos goles providenciales el 5 de mayo de 1962 ante Francia,
que jugó mejor y mereció ganar, y el día después Italia B se dio un
paseo en Bari ante su similar de Hungría, con gran actuación del
ala táctica Giacomo Bulgarelli. La elección de los aleros,
justamente, no era un tema menor en la cabeza de Ferrari y Mazza,
quienes aún no decidían el esquema de juego: con volantes de
corte más ofensivo que corrieran por las orillas o sumando un
centrocampista más destructivo en esa zona. En el último amistoso
antes de volar hacia Sudamérica, el 13 de mayo en Bruselas, estas
indecisiones hicieron más noticia que el debut internacional del
joven Gianni Rivera. Como en aquel duelo contra Bélgica estuvo
presente en las gradas el seleccionador alemán Sepp Herberger, los
estrategas italianos quisieron engañarlo con la alineación del
puntero Bruno Mora por la derecha, para después usar en ese
puesto contra Alemania a Giorgio Ferrini, de menor vocación
ofensiva. El ya mencionado periodista Gianni Brera, al encontrarse
con Mino Spadacini en el hall del hotel en Bruselas, le hizo una
pesada advertencia. “Tengan a la mano los paraguas. Si ponen a
Mora y pierden este partido, se les vendrá encima una avalancha de
insultos”, le dijo el redactor de Il Giorno y Guerin Sportivo. Esa
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opinión al parecer cambió los planes de Italia, ya que entró Ferrini
y el equipo venció por 3-1. El encuentro contra los belgas dejó
lesionado al volante Giovanni Trapattoni, quien luego viajaría a
Chile y se quedaría sin jugar por este problema, y también reafirmó
el miedo del crack Sívori por los aviones: pidió viajar en tren a la
capital de Bélgica, con el compromiso de que podría retornar por el
mismo camino si Italia lograba la victoria, como ocurrió.
La duda entre Ferrini y Mora tuvo un curioso desenlace en
Santiago. Ferrari y Mazza resolvieron confabularse de todos
modos contra el Mago Herberger: meter a Mora contra Alemania.
Esto dejaba en claro que los técnicos italianos estaban
obsesionados con ganar ellos primero los partidos, pero el mismo
día del encuentro contra los germanos Mora se les perdió de vista
en la base militar de El Bosque y cuando lo hallaron, minutos antes
de tomar el bus hacia el Estadio Nacional, optaron por dejar fuera
al delantero de Juventus y mantuvieron a Ferrini entre los titulares.
Así que los once del debut en la Copa Jules Rimet de 1962 fueron
Lorenzo Buffon (Inter), al arco; Giacomo Losi (Roma) y Enzo
Robotti (Fiorentina), en la defensa; Sandro Salvadore (Milan),
Cesare Maldini (Milan) y Luigi Radice (Milan), en el medio;
Gianni Rivera (Milan), Giorgio Ferrini (Torino), José Altafini
(Milan), Enrique Sívori (Juventus) y Giampaolo Menichelli
(Roma), en ataque. Se creía que este era el mejor equipo que podía
presentar Italia en el Mundial, aunque se trabó en la lucha cuerpo a
cuerpo con los alemanes.
El deseo de pasar gato por liebre, sin embargo, perduró en
el cerebro de Ferrari y Mazza, que ya tenían listo el plan para
embaucar a Fernando Riera, su colega chileno. Maldini fue uno de
los mejores en el estreno, apenas por encima de Rivera y Sívori,
que también se destacaron por sus dotes futbolísticas en medio de
la guerra declarada contra Alemania. Mazza era el más
empecinado con la idea de cambiarle las reglas del juego a Chile y,
por lo visto, se salió con la suya. Incluso le propuso a Ferrari sacar
del arco al experimentado Buffon, 32 años, y cederle su lugar al
23
joven Carlo Mattrel, 22 años. Había que confundir a los chilenos a
como diera lugar, pero al final tuvieron que enfrentar un problema
obvio: los más confundidos resultaron sus propios jugadores. “El
partido era el 2 de junio. En la mañana festejamos el Día de la
República y cuando izábamos la bandera se cruzaron miradas
perplejas, incrédulas, interrogativas. Hablamos un poco de eso con
algunos compañeros en la víspera, pero después nos dedicamos a
espiar cada indicio para saber qué iba a pasar. Incluso fuimos a ver
el bolso con la indumentaria de juego y parecía todo normal. No
entendíamos nada. La confirmación de mi suerte la tuve solamente
al momento del informe táctico. Entré a la sala, le eché un ojo a la
pizarra y vi que en mi posición no estaba el número 5, pero sí el
17, que era el de Janich. Nos explicaron que en esa circunstancia
valían tanto los titulares como los reservas y que por lo tanto lo
mejor era rotar. Por eso cambiaron siete de once hombres. Una
explicación ilógica, inaceptable, pero ninguno reclamó. Solo
Altafini, pero él era un loco, e inventó un número de los suyos”,
diría después Cesare Maldini.
Altafini, en efecto, encaró a Paolo Mazza a la entrada del
comedor. “Pero cómo, quedé afuera justo ahora que estoy en forma
como nunca, ahora que me siento un león”, le dijo el ítalo-
brasileño del Milan, y mientras le hablaba a su entrenador hacía
filigranas y goles con una pelota imaginaria. La bufonada
altafinesca tuvo su efecto en Mazza, que minutos después se
acercó a Ferrari y lo convenció de cancelar el ingreso de Angelo
Sormani y mantener a Altafini en la formación estelar. Así que
finalmente hubo seis cambios en Italia para enfrentar a Chile:
Carlo Mattrel por Lorenzo Buffon, Mario David por Giacomo
Losi, Paride Tumburus por Luigi Radice, Francesco Janich por
Cesare Maldini, Bruno Mora por Gianni Rivera y Humberto
Maschio por Enrique Sívori. Había llegado la hora de los duros en
la escuadra azzurra. Rivera, Sívori y Maldini eran demasiado
elegantes y menos combativos que sus reemplazantes. De eso al
menos estaban seguros Ferrari y Mazza. De Sívori, el ídolo, se
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presumía un exceso de individualismo y además se le acusaba
internamente de haberse farreado una oportunidad de gol fabulosa
ante Alemania. Maschio, en cambio, tenía la virtud de poder jugar
más retrasado en el campo si los técnicos lo requerían. Tales
fueron las teorías que sostuvieron en sus anuncios del partido los
enviados especiales Gianni Brera y Rizieri Grandi, los mismos que
en la noche previa charlaron hasta tarde con los técnicos de Italia.
¿Les habían impuesto el equipo a los estrategas? Eso nunca se
supo, aunque es claro que tuvieron ocasión de ofrecer sus puntos
de vista y luego escribir sobre ello, cosa que no ocurrió con la
mayoría, que defendió a los más hábiles y adelantó que habría muy
pocos cambios para el segundo cotejo oficial en Santiago.
En medio de la tensión ambiental, a última hora sir Stanley
Rous, presidente de la FIFA y del Comité de Árbitros de la Copa
Jules Rimet, decidió cambiar al árbitro de Chile-Italia. El vasco
Juan Gardeazábal, designado en el sorteo del 25 de mayo, parecía
el hombre indicado para la disputa: llegó a Santiago para dirigir en
su segundo Mundial, después de una buena experiencia en Suecia
1958, donde le arbitró en dos victorias a la Francia de Just
Fontaine, 7-3 a Paraguay y 4-0 a Irlanda del Norte, y tuvo tres
apariciones como guardalíneas, incluyendo la final entre Brasil y
los dueños de casa. En la cita de 1962, Gardeazábal fue el referí
del choque entre Argentina y Bulgaria en Rancagua, que terminó
1-0 a favor de los sudamericanos.
La modificación se produjo a raíz de un reclamo de
Artemio Franchi, el jerarca de la delegación italiana, quien protestó
por la figuración de dos guardalíneas chilenos para el tercer partido
de Italia, contra Suiza. Rous aceptó la petición, pero también
aprovechó de incluir el nombre de Ken Aston en la movida, que
venía de arbitrarles a los chilenos en el debut frente a los
helvéticos. Aston estaba programado para dirigir el 3 de junio el
duelo entre Hungría y Bulgaria, pero fue relevado en su calidad de
inglés, ya que la selección de su país completaba la sede de
25
Rancagua junto a Argentina. Así que Rous sacó a Gardeazábal y le
cedió su mandato al bueno de Aston.
Nacido el 1 de septiembre de 1915 en Colchester,
Inglaterra, Aston fue el referí de la final de la Copa Europa entre
Unión Soviética y Yugoslavia, en 1960, cotejo disputado en Roma,
cuyo título se adjudicaron los rusos al vencer por 2-1. Era un buen
antecedente, aunque Rous de seguro tenía más confianza en él
porque participó activamente en la Segunda Guerra Mundial,
primero con la Real Fuerza Aérea y luego con la Real Artillería, y
llegó hasta el grado de teniente coronel. Si alguien no iba a dejarse
intimidar por el clima previo del partido Chile-Italia, ése debía ser
Ken Aston, a quien los jugadores locales ya conocían por el
famoso arbitraje en Dublín y luego por su reivindicación en el
duelo contra los suizos.
Rous reunió aquella mañana del 2 de junio de 1962 en el
hotel Carrera al Comité de Árbitros y a todos los jueces de la sede
de Santiago para pedirles que le pusieran límite a la violencia que
comenzaba a manifestarse en el torneo. A míster Aston, de cuerpo
presente, le recomendó especialmente que castigara con mano de
hierro a los jugadores que se excedieran esa tarde en el Estadio
Nacional. Sus guardalíneas serían el mexicano Fernando Buergo y
el israelí Leo Goldstein.
El 2 de junio el pueblo italiano celebra el Día de la
República, en recuerdo del referendo de 1946, en el que se votó
por dicho sistema de gobierno en perjuicio de la monarquía de la
Casa de Savoya. Dieciséis años después, en la Escuela de Aviación
Capitán Ávalos, los integrantes de la Squadra Azzurra esperaban
con nerviosismo el crucial duelo ante Chile. En la mañana
festejaron sobriamente el aniversario patrio. Fue izada la bandera,
il Tricolore, y se cantó el Fratelli d’Italia, el himno nacional,
cuyos últimos versos quedaron vibrando en las conciencias. Siam
pronti alla morte, l’Italia chiamò. Estén listos para la muerte, Italia
llamó. Luego hubo un breve discurso del embajador y los
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futbolistas volvieron a sus preocupaciones precompetitivas.
Giovanni Ferrari les dio a conocer el nombre de los once que
entrarían jugando minutos antes de subir al bus que los trasladó
hacia el Estadio Nacional. A la una y media de la tarde ya estaban
instalados en su camarín.
La inquietud de la selección chilena en las horas previas
pasaba fundamentalmente por la formación que presentaría Italia,
que, según las declaraciones de Ferrari, estaba jugando a las
escondidas. “No hay hombres claves en nuestro equipo. Eso se vio
en el juego contra Alemania. Algunos de los jugadores de quienes
esperábamos mucho no jugaron bien”, insinuaba Ferrari en la
prensa de ese día.
La prensa europea, entretanto, presentía un tranquilo triunfo
de Italia. Citado por El Mercurio, el enviado especial francés
Phillippe Rethaker, de L’Equipe, apostaba por la capacidad de las
estrellas del calcio. “Muchos observadores piensan que este
equipo, superior atléticamente y dotado de personalidades de
primer plano como Rivera, Sívori y Maldini, se impondrá
fácilmente a Chile”, sostuvo Rethaker. La formación italiana, sin
embargo, sorprendería a todo el mundo.
El largo brazo de Leonel
Sábado 2 de junio de 1962, 15 horas
Séptimo Campeonato Mundial de Fútbol Copa Jules Rimet
Chile 2, Italia 0 (Grupo 2)
Estadio Nacional de Santiago. Árbitro: Kenneth Aston (Inglaterra).
Guardalíneas: Fernando Buergo (México) y Leo Goldstein (Israel).
Público: 66.057 espectadores.
Chile: Escuti; Eyzaguirre, R. Sánchez, Navarro; Rojas, Contreras;
Ramírez, Toro, Landa, Fouillioux y L. Sánchez. DT: Fernando
Riera.
Italia: Mattrel; David, Salvadore, Robotti; Tumburus, Janich;
Mora, Maschio, Altafini, Ferrini y Menichelli. DT: Paolo Mazza.
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Goles:
1-0: a los 74 minutos, Jaime Ramírez.
2-0: a los 87 minutos, Jorge Toro
A las catorce horas con cincuenta y dos minutos, en el túnel
de acceso sur, los jugadores chilenos se enteraron recién de los la
alineación italiana, mientras hacía abandono de la cancha la
Escuela de Infantería de San Bernardo, que interpretó los himnos
nacionales de ambos países. Un helicóptero sobrevolaba el estadio
y empezó a correrse la voz rápidamente: no iban a jugar Rivera, ni
Sívori ni Maldini. Los hombres de Riera, ahí en el túnel,
aleonándose unos con otros como siempre en estos casos,
recibieron la noticia como un regalo del cielo, de acuerdo a la
versión de Jorge Toro: “Ahí nos bajó la confianza. Estábamos
seguros de que íbamos a ganar, porque eran sus mejores jugadores
los que se quedaban afuera. No sé por qué no entraron. Quizás
pensaron que podían sacarnos un empate y que necesitaban a los
mejores para ganarle después a Suiza. Nunca lo entendí, pero ahí
como que se eliminaron solos”.
Los equipos entraron un minuto más tarde al campo de
juego, en forma simultánea. Los once de Italia se esparcieron por
el sector norte, nuevamente con claveles blancos en sus manos, y
el público nuevamente se los devolvió. Había tensión en el
ambiente y se notó cuando los capitanes Sergio Navarro y Bruno
Mora intercambiaron los banderines en el sorteo de lado. Un frío
apretón de manos precedió a la ceremonia. Mora ganó el sorteo y
eligió partir en el arco norte. Chile debía mover la pelota, atacando
de sur a norte en el primer tiempo.
El pitazo inicial del árbitro Ken Aston sonó cuando el reloj
marcaba pocos segundos pasadas las quince horas, las tres de la
tarde en Santiago de Chile, las ocho de la noche en Italia. Honorino
Landa tocó para Alberto Fouillioux y comenzaron los golpes: esa
primera jugada terminó con un empujón de Leonel Sánchez contra
Mora. En la primera acción de riesgo, un centro de Menichelli
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probó las manos de Misael Escuti, a los tres minutos. Luego fue el
turno de Altafini con un zurdazo. El meta de Colo Colo respondió
sin complicarse en ambas atajadas.
En la jugada siguiente, el primer problema para Aston: tras
una falta contra Luis Eyzaguirre casi en la mitad de la cancha,
Maschio y Sánchez se trenzaron en una discusión por la posición
de la pelota para ejecutar el tiro libre. Leonel quería ganar unos
metros para poder probar suerte con un remate al arco. El árbitro se
acercó y le dio la razón al italiano. El zurdo de Universidad de
Chile, picado, le gritó en la cara a Maschio. “Vos estás
equivocado. Argentina juega en Rancagua, ándate para allá”, lo
increpó, con una grosería al final de la frase.
El tiro posterior de Sánchez iba al arco, pero le salió muy
mal, a los pies de un adversario. El rebote le cayó otra vez a
Sánchez, quien justo quedó frente a frente con Maschio. El ítalo-
argentino derribó al chileno, quien le contestó desde el suelo y
también lo hizo caer, justo para que Rojas en una acción normal, le
pasara por encima. Maschio le tiró una patada desde atrás al
jugador de Everton, éste se devolvió con intención de encararlo y
recibió otro puntapié, esta vez disuasivo. El azzurro puso las
manos en posición de boxeo, por si acaso, y se armó el tumulto.
Mientras Aston trataba de proteger a Maschio de los deseos de
venganza, a su derecha Sánchez tuvo un nuevo entrevero: el
número 18 de Italia, Mario David, llegó desde atrás, le dijo algo al
pasar y le tiró un manotazo al chileno. Leonel aprovechó para
tirarse al piso con la ambición de que Aston le pasara la cuenta
después a David.
Éste fue, en realidad, el origen de la pelea entre el 11 de
Chile y su marcador, al quinto minuto de juego. David,
resguardado por sus compañeros, se alejó por si acaso de la escena
bajo las amenazas de Honorino Landa, quien trató de pegarle un
puntete sin éxito. Tuvo que entrar el guardalíneas Fernando
Buergo para ayudar a separar, instante en que Sánchez se paró y le
mostró la cara al árbitro, quien desestimó la acusación sin pensarlo.
29
El juego se reanudó a los seis, con otro lanzamiento mal ejecutado
de Sánchez. Sobre la misma, tras un intento de Jaime Ramírez por
la derecha, la zaga europea despejó el balón hacia el campo
chileno, donde Carlos Contreras retomó la posesión con un pase
para Raúl Sánchez. El central wanderino tocó para Jorge Toro,
quien perdió ante la marca de Sandro Salvadore. Al querer
recuperar la pelota, Toro le hizo una falta por detrás a Giorgio
Ferrini, quien se dio vuelta y contestó automáticamente con un
vistoso patadón, sin golpear del todo la humanidad de Toro pero
que bastaba para que Aston, a cinco metros, tomara la decisión de
expulsarlo inmediatamente del campo. De hecho, la primera
reacción del inglés fue sacar a Ferrini del campo y ante la
resistencia del italiano empezó a pedir la ayuda de los carabineros
al borde de la cancha. Ferrini estaba fuera, pero antes de que Aston
siquiera se pronunciara, Leonel se acercó por detrás a Maschio y lo
golpeó con el puño en el rostro. Aston, a tres metros, justo miraba
para otro lado. En la confusión posterior, los italianos presionaron
al referí para que castigara la agresión de Sánchez. Mora, el
capitán, prácticamente empujó a Aston para que se acercara a
Maschio, cuya nariz sangraba por una fractura, resultado que
arrojarían después los exámenes de rigor. Luego de parlamentar
unos segundos, el británico insistió en la salida de Ferrini,
apoyándose en el refuerzo policial. A esa altura, a los diez minutos,
había unas cincuenta personas en el rectángulo de juego,
incluyendo carabineros y fotógrafos. Mora le insistió tanto a Aston
sobre Sánchez que éste al final, y sólo tras el abandono de Ferrini,
accedió a preguntarles a sus asistentes sobre el incidente. Llamó
primero al israelí Leo Goldstein para saber si había visto algún
acto antirreglamentario. Respuesta: nada. Y luego se acercó al
mexicano Buergo: nada.
El fútbol se reanudó ocho minutos después, a los catorce,
con un pase de Rojas para Toro en la mitad de la cancha. Por
decisión de la dupla técnica italiana, Maschio y Mora abandonaron
sus puestos en al ataque, con la misión de colaborar en funciones
30
defensivas. A los dieciséis, nueva detención: foul de Maschio a
Toro, el primero de una larga serie de infracciones en contra del
hábil jugador chileno. El colocolino Toro se levantó del piso
rengueando, un minuto después, para volver a sufrir la dureza de
sus marcadores. Salvadore y Mora lo repasaron en escaramuzas
sucesivas, por si había dudas. Luego se produjo el segundo
encuentro entre Leonel Sánchez y Mario David, a los veintidós
minutos, cuando el defensor italiano le cometió una falta y se
molestó cuando el chileno empezó a cojear, denunciando su teatro.
Después, a los veinticinco, al menos una muestra de
caballerosidad: Mora entró hasta el área chica con la pelota y
Escuti se le lanzó a los pies, bien apoyado por Contreras, de tal
modo que Mora alcanzó a golpearlo en la cabeza, pero el golero
local se incorporó en medio del dolor y saludó amistosamente a su
agresor. Hubo aplausos para el meta de Colo Colo.
A los veintiocho, sin embargo, Sánchez y David siguieron
con su obsequioso intercambio. Hubo un golpe sin pelota de David
contra el zurdo chileno. Lo vio el guardalíneas Buergo y se lo
comunicó al árbitro principal, pero Aston sólo amonestó
verbalmente al zaguero europeo y cobró tiro libre para Chile,
desperdiciado rápidamente por Toro. Ya era la cuarta vez que
David atacaba a Sánchez, ya que segundos antes, en una acción
intrascendente, le dio un leve golpe en la boca del estómago que no
fue advertida por el árbitro. Como no le dolió mucho, el agredido
tampoco hizo demasiado aspaviento.
El público no estaba conforme con el partido y lo hacía
sentir con pifias desde la tribuna. Los italianos, con un jugador
menos desde el comienzo, sólo atinaban a defenderse, con
marcaciones especiales para Jorge Toro (Humberto Maschio),
Honorino Landa (Francesco Janich), Alberto Fouillioux (Paride
Tumburus), Leonel Sánchez (Mario David) y Jaime Ramírez (Enzo
Robotti). Toro, convertido en conductor de Chile, recibió un duro
castigo por sus desplantes con el balón. De hecho, no hubo
ocasiones de gol en el resto del primer lapso, pero sí más combates
31
cuerpo a cuerpo. Lo más cerca del gol que estuvo el equipo de
Riera fue en un centro de Leonel, tras una habilitación de Pluto
Contreras, al que no alcanzó a llegar Alberto Fouillioux, a los
treinta y cinco minutos. Por el contrario, la jugada siguiente,
Altafini cabeceó solo en el área chica ante la mirada impávida de
los centrales chilenos, tras un centro de Mora desde la izquierda.
Escuti sólo pudo seguir la trayectoria del balón, desviado
increíblemente por el oriundo.
El mítico puñetazo de Sánchez a David ocurrió a los 41
minutos, a un par de metros del banderín del córner y del linesman
Fernando Buergo. Aston tampoco estaba demasiado lejos, unos
quince metros. Después de recibir de Navarro, Leonel quedó sin
espacios, con el italiano a su espalda, y perdió pie al tratar de
proteger la pelota. Al caer ésta le quedó entre las piernas, a la
altura de las rodillas. Esto era lo que David estaba esperando desde
hacía rato, la posibilidad de golpearlo con balón de por medio, así
que le dio dos puntapiés en su pierna derecha. Buergo levantó su
bandera de inmediato para advertir la falta del italiano, momento
en que Sánchez procedió a tomar la justicia con su puño izquierdo,
que hizo blanco en el rostro de David. Los primeros en llegar al
sitio del suceso fueron Francesco Janich y Navarro. El primero
para encarar a Sánchez y el segundo para apaciguar. Ahí el 11 de
Chile se dio cuenta de la gravedad de su error y, por si acaso,
comenzó a cojear. Aston dilató su pronunciamiento impidiendo
que los enfurecidos italianos se acercaran más a Leonel.
En ese momento también terció en la escena la figura de un
personaje peculiar en la historia del Mundial: el informador de
cancha Carlos Barrenechea, apodado el Raty, cuya misión resultó
muy ingrata en dichas circunstancias. Él había sido contratado para
informar al público presente en el estadio de las incidencias del
juego. Le pagaron ciento cincuenta mil pesos por los diez
encuentros. Si caía al piso un jugador lesionado, por ejemplo,
debía correr hacia el campo, reconocer el número en su espalda,
volver a toda carrera hacia el borde y levantar un cartel para
32
comunicar a la concurrencia la identidad del hombre lastimado. En
ocasiones, si el caído estaba boca arriba, de modo que era
imposible ver su dígito dorsal, se acercaba caballerosamente y
hacía girar un poco al desgraciado para tomarle la patente. Es lo
que hizo el Raty tras el golpe de Leonel. Levantó un poco al
marcador italiano y en el trámite recibió los insultos de Janich y un
severo empujón de Mora. Barrenechea, profesional, no hizo caso
de la afrenta y corrió de vuelta hasta el borde para poner a todo el
mundo al corriente de los hechos: el que estaba en el piso era el
número 18 de Italia, Mario David.
Luego Aston hizo el movimiento más fullero de su vida
como árbitro, al preguntarle al oído al mexicano Buergo el
pormenor de los hechos, regalándose así el muerto a su asistente.
Con la historia ante su conciencia, y un posible linchamiento a su
espalda, Buergo simplemente le devolvió la responsabilidad al
británico. No había visto nada, le dijo. Entonces Aston pidió que
sacaran a Sánchez para atenderlo de su lesión ficticia fuera del
campo y concedió tiro libre a favor de Chile por falta de David. El
juego se reanudó con el servicio de Fouillioux a las manos del
arquero Carlo Mattrel.
Enceguecido, David no tuvo que esperar mucho para
tomarse una cruda venganza. Dos minutos después, tras dos
córners seguidos a favor de Italia, Sánchez pretendió conducir con
la cabeza una pelota intrascendente cerca de la zona defendida por
Navarro, en la banda izquierda chilena y de frente a la tribuna
oficial. El azzurro se acercó con furia por detrás y se le tiró encima
a lo Bruce Lee. Le dio con la planta del pie en la nuca y Sánchez se
desvaneció como un muñeco de papel. Fouillioux quiso increpar a
David, pero Mora lo abrazó e intentó llevárselo de ahí. Sin
embargo, Aston, muy cerca, tomó al agresor del hombro y lo sacó
él mismo de la cancha. Después, en la confusión, el expulsado
David quiso seguir en el campo, pero el referí se dio cuenta y lo
fue a buscar a su zona para echarlo. En una retransmisión posterior
del partido para Italia, el mítico relator Nando Martellini dijo que
33
las expulsiones de Ferrini y David podían “ser consideradas justas,
pero la verdadera irregularidad del partido, lo absurdo, es la
faltante expulsión de Leonel Sánchez, que fue el iniciador de toda
la baruffa (zalagarda)”.
Para David fue el tiro de gracia. El zaguero italiano
explicaría después que Leonel Sánchez supo hacer su negocio para
sacarlo del campo de juego. Sobre el golpe recibido, comentó que
no se lo esperaba. “Yo estaba peleando la pelota cuando, de
repente, sentí su puño en mi cara. Me sorprendió su velocidad para
sacar la mano”, afirmó. Acerca de su expulsión, alegó después del
encuentro que fue originada por una jugada sin mala intención:
“Mi foul era un foul cualquiera. Entré con la pierna un poco alta,
pero el chileno se agachó. Una falta involuntaria. Además que
Sánchez me pegó antes con el puño. En aquella ocasión él debió
ser expulsado”. La versión del número 11 de Chile no es muy
distinta, en realidad. “David me pateó violentamente cuando yo
estaba en el suelo, así que me vino algo de adentro, me paré y le
pegué un combo. Él cayó y tuve suerte porque el árbitro no lo vio.
Me salvé de ésa. Después, cuando él fue a desquitarse, yo sabía a
lo que venía, así que cuando caí me quedé en el piso esperando que
lo expulsaran. Mis compañeros se acercaron para preguntarme si
me dolía, pero yo sólo quería saber si habían echado a David. No
me enorgullezco de eso, pero en ese momento era muy importante
para nosotros ganar el partido contra Italia. Y lo hicimos”, sería el
sincero testimonio de Sánchez con el tiempo. La curiosa
performance del delantero de la U fue destacada en una reseña de
El Mercurio, en la que se realzó el carácter pugilístico de la
contienda.
Instantánea del Mundial
En esto del Mundial debe haberse producido un tremendo
malentendido. A los italianos les dijeron que venían a un
34
campeonato de boxeo. Trajeron a sus mejores púgiles y, al llegar,
los echaron a una cancha de fútbol, les dieron una pelota y les
ordenaron que jugaran. De otra manera no se explica el desarrollo
que tuvo el encuentro de ayer. Si ésa no es la explicación, quiere
decir que en Italia se juega el fútbol a finish y que el último que
queda parado gana el partido y se lleva la pelota. Por eso
reaccionaban tanto contra el árbitro. Cuando caía un chileno, el
británico Aston no cobraba, sino que paraba la pelea. De ese modo
no se puede ganar por nócaut.
Otro gran defraudado es el público. Le aseguraron que iba a
ver el mejor fútbol del mundo y le vendieron abonos cotizados en
dólares. Hubo muchos que dejaron de tomar en las tardes para
ahorrar el dinero suficiente. Pagaron primero a mil pesos el dólar,
después del reajuste hasta mil cuatrocientos, se aprendieron de
memoria los nombres de los jugadores extranjeros, compraron
banderines, consiguieron vacaciones en sus empleos o se acogieron
a la medicina preventiva si el patrón no demostraba comprensión
deportiva, y ahora le brindan esto: por causas menores estalló la
Revolución Francesa.
Los chilenos se pusieron de acuerdo antes del partido. Si
había golpes, se los llevaría uno solo. Se hizo el sorteo y le tocó a
Leonel Sánchez. Como él es hijo de boxeador, era de suponer que
estuviera acostumbrado a la mano firme desde los días en que
hacía la cimarra. Y Leonel cumplió. Aguantó de todo hasta que no
quedaron más que nueve italianos en la cancha. Después salieron
los goles, y la victoria y la clasificación. Pero el triunfo es suyo. O,
por lo menos, la corona del martirio. Ahora, con Chile en los
cuartos de finales, Leonel Sánchez espera a los yugoslavos que
parecen ser también muy buenos para el uppercut de derecha.
Esta instantánea tiene poco que ver con el fútbol, pero
tampoco fue más futbolístico lo sucedido en el Estadio Nacional.
Íbamos a ver a la escuadra azzurra y vimos en cambio la zurra.
Lástima que haya sido en el Día Nacional de Italia.
35
***
Tras la salida de David, Italia reordenó sus filas para dejar
solo en punta a Altafini. El resto se metió atrás para aguantar los
ataques de Chile. Cuando ya se disputaban ocho minutos de
descuento en el primer tiempo Salvadore casi anotó un autogol en
un pase hacia atrás para Mattrel.
y en el décimo minuto añadido Aston decretó la tregua. Los azzurri
volvieron a rodearlo mientras caminaba hacia su camarín, entre
insultos que en su condición de angloparlante prefería no entender.
“Un árbitro estúpido y timorato”
La escuadra visitante regresó al campo dos minutos antes
que los anfitriones. La idea era apurar el reinicio del juego para
que Chile mantuviera su propia confusión. Pese a estar en
superioridad numérica, la oncena de Riera no tenía claridad cerca
del área rival. El partido empezó a enfriarse en el segundo lapso. El
cronómetro avanzaba sin acciones de riesgo en los arcos. A los
quince minutos, falta de Maschio a Toro.
A los veintinueve, para variar, Maschio volvió a derribar a
Toro. Leonel Sánchez se colocó frente a la pelota, por el sector
izquierdo. Salvo Escuti, que se quedó en su arco, Raúl Sánchez,
custodio del solitario Altafini, y el propio Leonel, los chilenos se
fueron todos hacia el área italiana. El zurdo de la U sirvió por
elevación y el meta Carlo Mattrel, apurado por Nino Landa, se
complicó más de la cuenta al rechazar con los puños. El balón salió
en busca de la cabeza de Jaime Ramírez, a diez metros de la línea
de gol, quien la cruzó suavemente por encima de Matrel, ante la
mirada impotente de Salvadore y Robotti, cuyo salto no les bastó
para desviar la bola. Landa y Fouillioux, que completaban el
cuadro, fueron los primeros en abrazar a Ramírez por la apertura
de la cuenta. Aston observó toda la escena a cinco metros de
distancia.
36
Con la victoria en el bolsillo, Chile se soltó y comenzó a
jugar mejor y los europeos se convirtieron en víctimas de la
desesperación. A los treinta y un minutos le fue anulado un gol a
Landa por posición de adelanto, tras pase de Toro. A los treinta y
tres, un centro de Maschio que se iba largo fue desviado con la
mano por Altafini, hacia el arco chileno, y Aston sancionó la
infracción, pero Escuti estaba atento y atajó. A los treinta y cuatro,
Toro devolvió uno de los tantos fouls que le cometieron y tomó a
Mora por la cintura. Los dos perdieron el equilibrio y rodaron por
el césped. Error: el italiano se enojó y le respondió con una serie de
golpes de puño y pie. Todos los jugadores se agolparon en torno a
los caídos.
Chile ahí entendió que el duelo ya no daba para más y,
haciendo rotar la pelota, se dedicó a evitar que Italia lograra
acercarse a la valla de Escuti. A los cuarenta y tres minutos, sin
embargo, Tito Fouillioux tomó las banderas y se adentró en
territorio enemigo por la izquierda, cedió para Leonel y éste, tras
avanzar otro trecho, le pasó el balón a Toro. El interior colocolino
vio un callejón y buscó el área rival, pero antes de llegar prefirió
probar puntería, desde treinta metros, y su remate se clavó abajo,
en un rincón. El 2-0 sentenció dos cosas: la alegría de los chilenos
por asegurar la clasificación para la siguiente ronda del torneo y la
furia de los italianos por algo que ellos calificaron como un
despojo, así que para nadie fue una sorpresa cuando, a los cuarenta
y cuatro, Bruno Mora atacó a patadas a Luis Eyzaguirre y se armó
de nuevo la zalagarda, lo que movió a Ken Aston, hastiado ya del
espectáculo, a dar por terminado el partido. El árbitro se dio media
vuelta y se fue caminando hacia el túnel de salida, de espalda a los
empujones, las recriminaciones mutuas y el idioma universal de los
insultos.
El camarín italiano se convirtió automáticamente en una
jaula de leones sedientos de venganza. El primero en comprobarlo
fue el doctor chileno Sergio Reyes, contratado por la Comisión
Organizadora para brindar los primeros auxilios en el Estadio
37
Nacional. Reyes se acercó a los azzurri y fue detenido en la puerta
por Salvadore, el half del Milan, que tras una breve discusión
terminó escupiéndolo en la cara, para luego completar la escena
pisoteando el banderín que Navarro le había regalado antes del
pleito a Mora. El delegado Luigi Scarambone también cayó en el
gesto monocorde y decía de tanto en tanto “esto ha sido una
corrida de toros”. Y Maschio, pese a su lesión facial, repetía a los
gritos que “los periodistas italianos tenían la razón porque éstos
son unos salvajes”. Mario Rastello, intérprete chileno de la
delegación peninsular, trataba de calmar los ánimos y a la pasada
comentó a la prensa que “lo que más les duele –a los italianos- es
no haber podido demostrar lo que son capaces de jugar”.
En la trinchera local, por el contrario, se habló más de los
partidos siguientes que de Italia. Chile se había clasificado para los
cuartos de final, donde debía enfrentarse con Yugoslavia o Unión
Soviética, dependiendo de su resultado en la última fecha contra
Alemania. Riera, en todo caso, aprovechó de manifestar sus dudas
en torno a la actitud de los rivales. “Es sugestivo que Italia haya
salido al campo sin sus mejores jugadores de fútbol, como son
Sívori, Rivera y Maldini. Esto significa que ellos salieron a destruir
juego de cualquier manera”, dijo el estratega local.
Como era de esperarse, el periodismo italiano rezongó con
furia incontrolada. El Corriere dello Sport, periódico deportivo con
sede en Roma, al día siguiente definió el triunfo chileno como “un
atraco en Santiago” y destacó que “el partido fue asesinado por un
árbitro estúpido y timorato”.
Tanto o más airada fue la reacción de Il Messaggero,
también romano, que ese domingo 3 de junio resaltó en su primera
página el despacho de Rizieri Grandi, su enviado especial, quien
incluso exigía el regreso inmediato de la escuadra azzurra desde
Chile.
38
Italia derrotada por Chile debido
a las injusticias del árbitro
Por Rizieri Grandi
Il Messaggero
Lo que pasó ayer no honra al deporte, afecta el prestigio de
árbitros internacionales y pone una sombra sobre la regularidad de
una competencia que el mundo deportivo sigue con pasión.
Rara vez un equipo invitado a un país amigo ha visto
concentrarse en su contra tantos elementos negativos en los
noventa minutos de juego como lo vieron ayer los futbolistas
italianos: el público, el árbitro y los jugadores rivales.
En el partido con Alemania, nuestro equipo ofreció al
público ramilletes de flores y este gesto cortés fue recibido con
burlas. Durante todo ese partido los italianos, comprometidos en
un duro duelo contra los alemanes, fueron objeto de la abierta
aversión de un público poco generoso y parcial.
Que ese público olvidara ayer las normas de la hospitalidad
e hiciera sentir su hostilidad es más que suficiente para afectar la
organización mejor preparada.
Pero hubo algo más: una escuadra de adversarios dispuestos
a provocar, listos con insultos y agresiones, listos para golpear a
los italianos a cualquier costo y a apelar a toda hora a la violencia
física.
Verdaderamente, los aficionados chilenos no tienen motivo
para felicitarse ante el espectáculo que brindó su equipo, que se
trenzó en una lucha cuerpo a cuerpo con sus adversarios.
Cómplice voluntario de esos salvajes fue el árbitro, un
inglés. No se sabe si lamentar más su incapacidad profesional o su
evidente mala voluntad. Nunca se ha visto en la cancha un árbitro
más parcial que éste, capaz de obligar a una selección de la Copa
Mundial a jugar con sólo nueve hombres.
39
El juego incorrecto debe ser ciertamente castigado, pero no
sólo en una dirección y con la voluntad de perjudicar a un equipo
peligroso y sacarlo fuera del camino de los ingleses.
Si la expulsión de los italianos era necesaria, no dos, sino
cuatro o cinco de los chilenos debían haber sido expulsados de la
cancha. Pero el referí no lo hizo así para favorecer al equipo local y
ganar el favor del público chileno, con respecto al equipo inglés,
que los aficionados deben ahora apoyar por motivos de gratitud.
Uno hubiera pensado que las relaciones deportivas y
humanas entre italianos y chilenos llegaron a su cumbre en 1960.
Fue entonces que el equipo chileno, luego del terrible terremoto,
fue huésped gratuito en la Villa Olímpica de Roma.
Ésos fueron otros días. Ayer los espectadores aclamaron a
sus jugadores, que realizaron la gran hazaña de derrotar a un
equipo de nueve hombres, agradecieron a su aliado inglés que
castigó severamente a los italianos y, con arbitrajes de esa especie,
tienen el futuro asegurado.
Pero el deporte no quedó satisfecho. En Chile los italianos
vieron ofendido su sentido deportivo. No hallaron las garantías que
un país competidor necesita en un torneo mundial y estuvieron
sometidos a un arbitraje contrario a todo principio de justicia.
Todo esto resulta insoportable y sería conveniente que el
equipo italiano, en signo de protesta por las graves irregularidades
a que fue sometido, volviese a su país. El buen nombre del deporte
y la dignidad de nuestros deportistas así lo exigen.
***
En la misma jornada, mientras Chile empezaba a contar sus
bajas pensando en su próximo compromiso, Italia recibió un duro
golpe a sus expectativas de clasificación. Alemania venció por 2-1
a Suiza y con ese resultado a los azzurri sólo les podía servir que
los germanos perdieran en el duelo de cierre contra los chilenos, el
6 de junio, y ellos por su parte estaban obligados a vencer a Suiza
40
por una buena diferencia de goles. Lo malo era que italianos y
suizos iban a disputar su cotejo el día jueves 7, de tal modo que el
equipo de Ferrari y Mazza podía entrar eliminado a su último
desafío.
Entre los lesionados, Alberto Fouillioux quedó
inmediatamente descartado del tercer encuentro de la selección
chilena por un esguince de tobillo, producto del cual fue enyesado.
Jorge Toro, por contusiones múltiples, quedaría en duda hasta el
último minuto. Entretanto se alistaban para ser titulares Armando
Tobar y Mario Moreno. El Comité de Árbitros, por su parte,
informó en forma escueta que el inglés Ken Aston sufrió un
estiramiento de su tendón de Aquiles, a los diez minutos del
partido, y que probablemente no volvería a dirigir en el resto del
certamen. Humberto Maschio, con su nariz rota y un esguince de
tobillo, también estaba fuera de combate en Italia y de hecho
permaneció todo el domingo en cama. Sus compañeros acudieron a
misa en la mañana, oficiada por el capellán Piccini, quien les dijo
que “en la vida también existe la contrariedad y es necesario saber
superarla”. La FIFA analizó el informe de Aston y procedió a
sancionar los castigos, tras repasar también la filmación de la
jornada boxística. Giorgio Ferrini: un partido de suspensión. Mario
David y Leonel Sánchez: amonestación por escrito y advertencia
de que a la próxima no habría compasión.
Los periodistas franceses, espectadores neutrales de un
torneo para el que su selección no fue capaz de clasificarse, a esa
altura ya estaban hartos del comidillo entre sus colegas chilenos e
italianos en los salones del torneo, las miradas de odiosidad y el
desprecio mutuo, actitudes en las que ellos nada tenían que ver
pero debían soportarlas muy a su pesar, a veces como inesperados
confidentes de una u otra parte. De modo que Phlippe Rethaker, de
L’Equipe, tomó la iniciativa para formalizar un cónclave de
avenimiento entre las bandas en conflicto. Se juntaron ese domingo
en la tarde y asistieron veintidós apóstoles del periodismo. Once
chilenos: Simón Stanic (presidente del Círculo de Periodistas
41
Deportivos de Chile), Darío Castagnoli (El Mercurio), Alberto
Buccicardi (Diario Ilustrado), Mario Carneiro (La Tercera), José
Gómez (Última Hora), Mario Díaz (Última Hora), Juan Las Heras
(Radio Minería), Julio Martínez (Las Últimas Noticias), Sergio
Livingstone (Radio José Miguel Carrera)
Raúl Montecinos (Radio Corporación) y Omar Marchant (Radio
Nuevo Mundo). Cinco italianos: Leone Bocali (Calcio Ilustrato),
Martucci Donatto (Tuttocalcio), Rizieri Grandi (Il Messaggero),
Atilio Camoriano (L’Unità) y Piero Guida (Il Messaggero). Y seis
franceses: Jacques Ferran (L’Equipe), Jean Esquenazi (France
Soir), Jean Lagoutte (Paris Liberè), Phillippe Rethaker (L’Equipe),
Louis Mesmeur (Le Figaro) y H. Gaudchman (France Presse). La
idea era que de una parte se evitaran nuevas provocaciones y, de la
otra, se dejaran de hacer llamados en contra de la italianidad.
El fuego se fue apagando a medida que los chilenos
empezaron a soñar en grande con el Mundial. Italia era el pasado y
una posible final contra Brasil ilusionaba al hincha. Las ofensas,
por lo demás, habían sido lavadas con la doble victoria de Leonel
Sánchez y compañía, con goles y puñetes, mientras que los azzurri
sospechaban que la eliminación los esperaba a la vuelta de la
esquina. La delegación decidió no asistir al duelo entre germanos y
helvéticos. La mayoría se quedó en la concentración de El Bosque
para ver el partido por televisión, y en la noche asistir a la
recepción que dio la embajada italiana por la Fiesta de la
República, postergada por el compromiso del día previo. Sólo el
técnico Paolo Mazza salió de paseo y se fue a Rancagua para ver
en acción a las selecciones de Hungría y Bulgaria. Minutos antes
de salir, Mazza fue abordado por el periodista Nino Oppio, del
Corriere della Sera, e insinuó que él y Ferrari subestimaron a
Chile y optaron por una formación alternativa para darles descanso
a los hombres que utilizarían en las fases decisivas del Mundial.
“No teníamos ni una sola duda sobre la posibilidad de llegar a los
cuartos de final. Yo estaba seguro de que nuestra escuadra de
refresco batiría a los chilenos, que, como vieron ayer, se aliaron
42
con el árbitro. Habría bastado permanecer con diez jugadores para
ganarles”, reconoció Mazza, que de este modo daba a entender su
molestia con Mario David, el segundo expulsado de su equipo, con
quien habló esa mañana. David le explicó que apenas entró en el
campo tuvo la primera discusión con Sánchez y que éste lo escupió
dos veces, en la cara y en la camiseta. El periodista le señaló a
Mazza que David era un jugador que perdía los estribos con
facilidad en su club, el Milan, y que eso se notó demasiado en el
duelo contra Chile. El estratega le respondió que sabía de aquel
ímpetu, pero esperaba que David cambiara al vestirse con la
nazionale.
Oppio también habló con Angelo Sormani, quien le confesó
que a la una de la tarde del sábado los entrenadores le confirmaron
que iba de titular frente a Chile y que quince minutos más tarde, al
abordar el bus hacia el estadio, se le acercaron para informarle que
su lugar en el campo sería ocupado por Altafini. “Lo acepté sin
discutir, pero me desagradó mucho”, admitió Sormani, enojado
especialmente porque su exclusión se debió al show que Altafini
improvisó ante Mazza antes del almuerzo.
Italiano, vete a casa
Francisco Le Dantec, director de El Mercurio de
Valparaíso, recibió la siguiente carta en su oficina el martes 5 de
junio de 1962. La firma era de Antonio Ghirelli, quien procedía a
lamentar las consecuencias del artículo que publicó quince días
antes.
Ilustre director:
Le ruego que me perdone por escribirle, sin conocerlo y en
una lengua para usted extranjera, mas espero que podrá
comprender fácilmente el idioma italiano, e invoco su solidaridad
de eminente colega.
43
Soy Antonio Ghirelli, uno de los dos periodistas italianos
sobre los cuales la prensa y la radio chilena han volcado, en las
últimas dos semanas, torrentes de injuria. Le pido por ello
hospitalidad en su diario grande y ejemplar.
En primer lugar debo explicarle por qué me he dirigido a El
Mercurio en vez de hacerlo a otros diarios. Han sido la admirable
corrección y la inflexible seriedad del periódico que usted dirige
los factores que determinaron mi elección.
Además, El Mercurio nació y es publicado en Valparaíso,
es decir, en una zona de Chile que en estas semanas he aprendido a
conocer, a apreciar, a amar.
Enviado por mi diario para cubrir las informaciones de la
subsede de Viña del Mar, he disfrutado de toda clase de
atenciones, facilidades de trabajo y garantías, y jamás he sido
molestado, ni siquiera en relación a la polémica que me afecta.
Este hecho prueba cuán eficaz es la acción educativa y de
orientación que un gran diario puede desarrollar en un pueblo
como el chileno, con inclinación a la cordialidad y a la
hospitalidad.
Y es a este pueblo, y sobre todo a los italianos residentes o
nacidos en Chile, que yo dedico esta carta de amistosa aclaración.
Evidentemente, yo no debo hablar sino de mi sonado
artículo, publicado en la edición del 21 de mayo del Corriere della
Sera, y no de otras intervenciones de mis colegas, sobre las cuales
no me permitiría jamás expresar una opinión en tierra que no fuese
la mía.
Pues bien, ilustre director, permítame asegurarle que el
espíritu de mi artículo fue deformado por los traductores y por los
polemistas de la combativa prensa de Santiago, y sobre todo por
las numerosas audiciones radiales que alegran las horas de sus
connacionales.
Mi artículo refleja sencillamente, en forma entre sonriente e
irritada, la exasperación del periodista frente a una situación de
trabajo muy difícil. Espero que usted tenga o pueda procurarse el
44
texto del artículo en cuestión: fueron las dificultades de
alojamiento (dieciocho dólares diarios por una habitación que
comparto con un colega), de movilización y de comunicaciones (el
servicio telefónico con Europa se encuentra interrumpido por lo
menos tres veces a la semana, el cable emplea no menos de dos
horas, además de las cinco de diferencia que existen con Italia) las
que me sirvieron de inspiración. El estilo en que lo escribí fue
humorístico, aunque adopté el tono serio para expresar mi
admiración por el señor Dittborn, por los organizadores y por el
pueblo chileno. El mismo título (“Santiago cambió su rostro en los
últimos meses para dar una digna hospitalidad al Campeonato del
Mundo”) revela las intenciones amistosas de mi correspondencia.
En ella, lo reconozco con seriedad, hay afirmaciones
exageradas e inexactas. La alusión a las comunicaciones
telefónicas no es clara: yo hablaba de Europa, del servicio
telefónico con Europa, y mi juicio parece dedicado al servicio
telefónico local. También mis aseveraciones sobre los taxis,
“escasos, como maridos fieles”, son erradas: he podido comprobar
que los taxis son modernos y más baratos que en Italia.
La referencia a los Robinson Crusoe que todavía faltarían
para colonizar Chile es francamente brutal y desagradable, pero se
trata de una observación que, aparentemente, en son de broma, se
inspira en un sentimiento serio. Como ocurre en mi ciudad natal,
Nápoles, vuestra capital ofrece contraste de una situación social
aún no equilibrada: junto a lujosos edificios, de brillantes
iniciativas, de servicios eficientes, en el panorama que ofrece una
civilización impecable y admirable por sus conmovedores vínculos
con la vieja Europa, se advierten todavía construcciones
miserables, que aprietan el corazón, como ocurre al contemplar los
bassi de Matera, en Lucania.
En especial, el viajero que llega a Santiago desde Los
Cerrillos encuentra a su paso una barriada desolada que, en mi
opinión, el gobierno chileno habría debido mejorar antes de aceptar
45
que fuesen organizados campeonatos mundiales en esta espléndida
tierra.
Comprendo que algunas de mis observaciones pueden
haber herido a los chilenos, pero yo soy uno de aquellos italianos
que siempre ha pensado y escrito que Mussolini habría debido
colonizar el sur de Italia en vez de intervenir en Etiopía. Y al decir
esto como meridional orgulloso de nuestra antiquísima civilización
jamás creí que podría inferir una ofensa al mediodía. Como dice el
gran polemista, “indignatio facit versus”.
Pero basta de ello. Mi intención al enviarle esta carta, tal
vez demasiado larga, ilustre colega, es sencillamente la de expresar
mi dolor por haber ofendido sin querer al pueblo chileno, y por
haber herido también a mis connacionales que aquí viven y
trabajan en plena libertad de espíritu. Una serie de desagradables
coincidencias ha contribuido a agravar un hecho que en sí no tenía
mayor gravedad, y el furor nacionalista que envenena desde hace
muchos años, y en todos los países del mundo, las competencias
deportivas, se mezcló en la polémica hasta producir una
exasperación que sobrepasa lo razonable.
Cierto que si debiese escribir nuevamente este artículo
consideraría ahora la simpatía y la admiración que el pueblo de
Chile ha llegado a inspirarme en estas semanas, y advertiría que el
humorismo no puede ser bien interpretado por quien se ha lanzado
a una empresa difícil con extrema y casi diría religiosa seriedad.
La lectura de El Mercurio me ha ayudado a comprender
mejor esta difícil verdad. Igualmente espero que la lectura de mi
carta le ayude a usted y a sus numerosísimos lectores a comprender
la verdadera y cordial intención que me animó al escribir publicado
en las columnas del Corriere della Sera el 21 de mayo pasado, y a
comprender también la insensatez de una polémica que amenaza la
amistad bien preciosa entre dos pueblos tan cercanos por su raza y
su historia.
Créame afectuosamente suyo.
Antonio Ghirelli, Viña del Mar
46
***
Esta carta apareció en la edición del miércoles 6 de junio de
El Mercurio de Valparaíso, así como en otros diarios de la cadena
periodística. Ese mismo día, a las quince horas, Chile y Alemania
se enfrentaron por el primer lugar del grupo en el Estadio
Nacional. Los germanos, por cierto, también debían asegurar el
paso a la segunda ronda, para lo cual por lo menos requerían de un
empate. Chile, sin Toro ni Fouillioux, tuvo una mala tarde y perdió
por 2-0, con un gol de penal anotado por Horst Szymaniak a los
veintiún minutos y otro gol de Uwe Seeler a los ochenta y dos. El
resultado dejó sin opción alguna a los italianos, pese a que aún les
faltaba el duelo contra Suiza. Alemania, con cinco puntos, y Chile,
con cuatro, habían confirmado previamente su clasificación para
los cuartos de final. Los azzurri, con uno, a lo más podían aspirar a
totalizar tres unidades para quedarse con el tercer lugar.
El jueves 7 de junio Italia dispuso ocho cambios respecto
del equipo que entró ante Chile. Jugaron Buffon; Losi, Radice,
Salvadore; Maldini, Robotti; Mora, Sívori, Sormani, Pascutti y
Bulgarelli. Apenas se repitieron Salvadore, Robotti y Mora. Estos
once jugadores volvieron a la cancha central del Estadio Nacional
con claveles blancos entre las manos y los hinchas chilenos por fin
los recibieron de buena gana. La Azzurra ganó 3-0 en lo que fue
una vistosa presentación de su mejor fútbol. El gol de Bruno Mora
al minuto de juego, además de abrir el marcador, supuso el primer
gol que Italia lograba festejar en el Mundial. Después, en el
segundo tiempo, el debutante Giacomo Bulgarelli marcó dos veces
más para redondear la cuenta. El periodismo chileno saludó con
entusiasmo la despedida triunfal del equipo comandado por un
genial Sívori, quien junto a Pelé y Di Stéfano estaba llamado a
convertirse en una de las estrellas del torneo y, tal como ellos,
aunque por distintas razones, quedó fuera de carrera en la primera
ronda de partidos.
47
Sellada la suerte del Grupo 2, Chile quedó emparejado con
la temible Unión Soviética y tuvo que moverse a la sede de Arica.
La escuadra de Riera viajó el mismo jueves 7 a la ciudad del norte,
donde los jugadores fueron recibidos como héroes por unos tres
mil ariqueños en el aeropuerto local. A los italianos, en cambio, se
les dio jornada libre el viernes 8 para hacer compras y pasear por
donde les diera la gana. La mayoría fue al centro de Santiago para
hacer compras. Las riendas siguieron flojas hasta la madrugada y
hubo varios que pasaron las penas en el circuito de boites de la
capital, donde las prostitutas chilenas, que en parte fueron
inesperadas causantes de su desgracia, calmaron el dolor de los
futbolistas italianos. “Me voy creyendo que la enemistad con los
chilenos se terminó. Fuimos al centro y nadie nos dijo nada”,
sentenció Maschio, sentado en una banca de Los Cerrillos, a la
espera del avión que trasladaría a la delegación a Buenos Aires.
Allí debían bajarse los oriundos: Sívori y el propio Maschio se
quedaron en Argentina, en tanto que Sormani y Altafini hicieron
un transbordo hacia Sao Paulo. Los jugadores del Milan viajaron
hacia Estados Unidos para sumarse a una gira de partidos
amistosos que por esos días realizaba su equipo. El resto
desembarcó a las nueve horas del sábado 9 de junio de 1962 en el
aeropuerto Malpensa de Milán.
Epílogo: qué fue de ellos
48
Mario David
El partido contra Chile era el tercero que disputaba con la
nazionale y, por culpa de su expulsión, fue el último. No volvió a
ser considerado, pese a su campaña con el Milan en la temporada
62/63, en la que su equipo se coronó campeón de Europa. En la
final, de hecho, jugó en Wembley contra Benfica, dirigido por el
chileno Fernando Riera (ganaron los italianos 2-1, con dos
anotaciones de otro mundialista: José Altafini). David actuó para
los rossoneri hasta 1965 y siguió en el fútbol por un par de
temporadas más. En 1997 viajó a Chile, invitado por el programa
televisivo “De pé a pá”, donde el conductor Pedro Carcuro lo
reunió con Leonel Sánchez. Fue una velada amistosa, en la que
primaron el respeto y el perdón.
El 20 de mayo de 2002, contactado por Las Últimas
Noticias, contó que vivía en Gorizia, cerca de su natal Udine, junto
a Giorgia, su esposa, con quien tuvo tres hijos. “Es difícil olvidarse
cuando a uno lo golpean tan duro, pero nunca le guardé rencor a
Leonel porque sé que estuvo arrepentido después de esa jugada”,
dijo en esa entrevista. David nació el 13 de marzo de 1934 y
falleció el 26 de julio de 2005, a la edad de 71 años, en un hospital
de Monfalcone, poco después de haber vuelto al Milan de sus
amores como observador de talentos. Al enterarse de su deceso,
Sánchez destacó que ya no había deudas entre ellos. “Yo lo respeté
mucho. Él fue un hombre que se la jugó por su equipo y por su
selección y era muy querido en Italia. Cuando lo trajeron a un
programa de televisión, hace algunos años, salimos a comer y
conversamos como amigos. Por eso digo que siento muy
profundamente su muerte y le deseo que se vaya en paz al cielo”,
dijo Leonel Sánchez al día siguiente en el diario La Segunda.
Jaime Ramírez
Aníbal, su padre, murió en la víspera del partido entre Chile
y Yugoslavia, por el tercer lugar de la Copa del Mundo de 1962.
Fue un duro golpe, porque él había sido arquero de la selección
49
nacional en los años veinte y por esa razón siempre quiso ser
futbolista. Pese a la infausta noticia, Ramírez jugó y fue uno de los
hombres destacados en el histórico triunfo. Sus actuaciones en el
Mundial lo llevaron a Racing Club de Argentina, donde sin
embargo sólo permaneció tres meses. No logró adaptarse y prefirió
volver a Chile, donde se enroló en Audax Italiano, pero volvió a
salir del país en 1964, esta vez para jugar por Hospitalet, equipo
catalán de la segunda división española, más que nada con la idea
de hacer el curso de entrenador en Barcelona. Ahí estuvo tres
temporadas, hasta que obtuvo su cartón de entrenador, a los 35
años, pero el número siete de la Roja estaba lejos de retirarse del
fútbol. De la selección se despidió el 28 de junio de 1966, en un
amistoso contra el Dínamo de Dresden, duelo que se disputó en
Alemania Oriental y sirvió de preparación para el Mundial de ese
año en Inglaterra. Ramírez fue considerado entre los viajeros por el
técnico Luis Álamos, pero no entró en ningún partido. En 1971, a
la edad de 41 años, integró el plantel del mítico Unión San Felipe
que se coronó campeón del fútbol chileno en una memorable
campaña. Fue la última estación de una larga carrera como
futbolista. Desde entonces comenzó a alejarse gradualmente del
balompié profesional, hasta perderse su nombre en el olvido.
En 1973, tras la muerte de Graciela, su primera mujer y con
la que tuvo siete hijos, volvió a casarse, esta vez con María Elena,
con quien trajo cuatro hijos más al mundo. Alrededor del año 2000
le diagnosticaron los males de Parkinson y Alzheimer y empezó a
alternar días de lucidez con la más absoluta oscuridad en su vida.
Con María Elena se instalaron a vivir en Papudo, junto al mar, pero
luego de una crisis tuvo que ser internado a mediados del año 2002
en el Hogar Israelita de Santiago, donde fue atendido día y noche
por una enfermera hasta la hora de su muerte. En su postración, fue
visitado varias veces por Fernando Riera, entonces de 83 años, que
siempre llegaba con una bandeja de pasteles para endulzar un poco
su dolor. Jaime Ramírez Banda nació el 14 de agosto de 1931 en
50
Santiago y dejó de existir el 26 de febrero de 2003 en la misma
ciudad, víctima de un paro cardiaco.
Humberto Maschio
El 25 de mayo de 1962 la FIFA decretó que apenas
terminara la Copa del Mundo los denominados oriundos no
tendrían cabida en las selecciones europeas. Maschio fue uno de
los cuatro afectados en Italia y cuando el doctor Magistrato le
confirmó el 3 de junio que no podría actuar frente a Suiza se dio
cuenta de inmediato que jamás volvería a vestir la camiseta
azzurra, como de hecho ocurrió. Jugó contra Chile su último
partido en calidad de italiano. Después volvió al calcio, donde jugó
para el Inter de Milán y Fiorentina, antes de volver al Racing de
sus amores en 1966, con el que fue campeón del fútbol argentino
en esa campaña. En la temporada siguiente, con 35 años, guió a
Racing al título de la Copa Libertadores y luego a la Copa
Intercontinental, en cuyo último partido fue elegido como la mejor
figura de su equipo frente al Celtic de Escocia, en un duelo de
desempate que se jugó en el estadio Centenario de Montevideo, el
4 de noviembre de 1967.
Luego se retiró del fútbol y volvió a Santiago de Chile
como entrenador del Independiente de Avellaneda, el 29 de mayo
de 1973, en el empate sin goles ante Colo Colo que le dio a su
escuadra la garantía de ir a un tercer partido a la capital uruguaya,
su tierra de la fortuna, donde Independiente al final se quedó con la
corona de América. En 1999 asumió la dirección técnica de Racing
en plena quiebra económica del club, haciendo dupla con Gustavo
Costas.
El 8 de marzo de 2006 dijo en Las Últimas Noticias que se
acordaba perfectamente del golpe que le dieron en la nariz en
1962: “Hubo un incidente en el mediocampo, un jugador nuestro
estaba lesionado y estábamos rodeándolo. Me di vuelta y recibí la
piña de Leonel Sánchez sin ton ni son. Al año siguiente hubo un
amistoso en Milán, yo jugaba para el Inter, y nos reconciliamos”.
51
Entonces dejó atrás su bronca con los chilenos: “Para ese partido
contra Chile se dijeron muchas cosas. Antes, durante y después de
jugarlo. Había mucha presión encima de todos y pasó lo que pasó
porque no supimos manejarlo. Lo que más lamenté después fue
que no tuve una revancha con la selección italiana, porque ya no
volví a jugar por ellos”. Maschio nació en Avellaneda el 20 de
febrero de 1933 y a la fecha trabaja a cargo de las filiales de
Racing por mandato de Blanquiceleste S.A., responsable de la
administración del club tras la quiebra del 99.
Enrique Omar Sívori
Il Testone, el gran ausente de la Batalla de Santiago, jugó
su último partido por Italia contra Suiza, el 7 de junio de 1962, y,
como fue habitual en sus presentaciones, se despidió con un gol.
Jugó nueve veces por la Azzurra y marcó ocho goles. Después tuvo
que resignarse ante el fin de la era de los oriundi. Tras el Mundial
volvió a Juventus y jugó ahí hasta 1965, año en que su pase fue
adquirido por Nápoles, donde permaneció hasta su retiro en 1968.
Luego volvió a su tierra natal, siendo director técnico de equipos
como Rosario Central, Estudiantes de La Plata, Racing Club y
River Plate.
En 1972 tomó a su cargo a la selección argentina, con la
cual se clasificó para el Mundial de Alemania 74 en forma invicta,
aunque renunció a la dirección técnica antes del torneo por
diferencias con los dirigentes de la federación. Tras dejar atrás su
etapa como entrenador, se desempeñó como buscador de talentos
sudamericanos para la Juventus de Turín. En 2004 fue elegido
entre los cien mejores jugadores de todos los tiempos al
conmemorarse el centenario de la FIFA.
El Cabezón Sívorí nació el 2 de octubre de 1935 en una
casa humilde de San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos
Aires, y murió en la hacienda que se construyó en la misma
localidad el 17 de febrero de 2005, víctima de un cáncer al
páncreas. A su muerte, los diarios italianos homenajearon su
52
memoria a la distancia. La Gazzetta dello Sport tituló “Adiós,
genio” y destacó que Sívori “fue el Maradona de los años
cincuenta y sesenta, zurdo y argentino como Diego, uno de los más
grandes de siempre”. La Nación de Buenos Aires publicó por su
parte una columna de su amigo Humberto Maschio, compañero
suyo en las selecciones de Argentina e Italia, quien habló de sus
cualidades como futbolista y como persona: “Tenía mucho
movimiento, freno y amague. Una gran habilidad con su zurda, por
lo que cuando apareció Diego Armando Maradona, la primera
comparación que nos vino a muchos a la mente fue la de Enrique.
Y, además, era muy frío y preciso en la definición. Cuando llegó a
Italia era muy joven y tuvo la suerte de que el presidente de
Juventus era Humberto Agnelli, que tenía su edad. Cuando Enrique
estaba triste, Agnelli lo llevaba a escuchar tango a salones en Italia.
Ahí nació una relación especial con Italia. Esperábamos ser citados
para la selección argentina para el Mundial de 1958, pero no nos
llamaron. Tampoco para las eliminatorias de 1961. Entonces Italia
nos ofreció y lo aceptamos con gusto”.
Jorge Toro
No pudo jugar contra Alemania en el último partido del
Grupo 2 y reapreció de manera magistral en la victoria de Chile
frente a Unión Soviética. Luego hizo un gol en la derrota ante
Brasil por las semifinales y en el partido por el tercer puesto contra
Yugoslavia sufrió un golpe en los primeros minutos, de modo que
jugó casi todo el tiempo lesionado. Ungido por la prensa
internacional como el mejor jugador chileno en el torneo, junto al
goleador Leonel Sánchez, tras el Mundial fue contratado por
Sampdoria para jugar en la Serie A italiana. Colo Colo recibió
ciento cincuenta mil dólares por la venta de su pase. Debutó
oficialmente el 9 de septiembre de 1962, por la Copa Italia, en un
triunfo por 2-1 de la Samp sobre el Pro Patria en la localidad
lombarda de Busto Arsizio. El chileno Toro hizo los dos goles de
su equipo. En su segundo partido, ya por el torneo de primera
53
división, fue una de las figuras del conjunto genovés en el empate
a un gol en Bérgamo frente al Atalanta. Después, por diversas
razones, Sampdoria decayó en el torneo y Toro, por lo menos,
pudo conformarse con su tarde de gloria en la sexta fecha, el 28 de
octubre, cuando un gol suyo a los setenta y nueve minutos decretó
la victoria contra el Milan por 2-1: “Fue en Génova. Íbamos
perdiendo 1-0 cuando me lesioné de la clavícula, pero seguí
jugando, con el brazo derecho en cabestrillo, metido debajo de la
camiseta. La manga quedó suelta y parecía que me faltaba el brazo.
En el segundo tiempo hicimos el empate y luego yo, de tiro libre,
hice el gol decisivo, el gol más importante de todos los que anoté
en Italia, por lo que sufrí durante aquel partido. En la cancha, por
el Milan, también estaban Rivera, David, Altafini, Sívori y
Maldini, casi toda la selección italiana”. La campaña, a fin de
cuentas, fue sólo regular y Toro al terminar la temporada fue
transferido a Módena, donde cerró su ciclo en el calcio en 1971,
tras un breve paréntesis en el Hellas Verona. El único incidente
que el autor del segundo gol de la Batalla de Santiago debió
enfrentar en Italia se produjo el 6 de octubre de 1963, cuando
Módena fue visitado por Bologna, club en el que militaban cuatro
mundialistas del 62: Bulgarelli, Pascutti, Tumburus y Janich. Toro
se sorprendió con la reacción: “Cuando terminó el partido, en el
que perdimos 4-1 y yo marqué el descuento para Módena, me
fueron a buscar Bulgarelli y Pascutti. Me gritaron de todo, me
provocaron, sacándome en cara todo lo que pasó en Santiago, pero
yo traté de no darles bola. Por suerte jugábamos de locales, así que
nos separaron y la cosa no pasó a mayores. Lo curioso fue que
Bulgarelli y Pascutti ni siquiera jugaron contra Chile. Tumburus y
Janich, que sí lo hicieron, se portaron mejor conmigo. La verdad es
que con Matilde, mi esposa, nos fue bien como familia en Italia.
Jorge, mi hijo, se graduó de sicólogo en la Universidad de Mantua.
Hicimos muchos amigos allá, lazos que no se perdieron con el
tiempo”.
54
De regreso en Chile, su último partido por la selección
nacional lo disputó el 29 de abril de 1973, en el Estadio Nacional
de Lima (Perú 2, Chile 0), cuando ingresó por Francisco Valdés.
Se retiró del fútbol activo en 1976. Como entrenador se hizo cargo
de Unión Calera, Colchagua, San Antonio Unido, Iquique y
Cobreloa (con el cual ganó el título de primera división en 1985),
además de varias series menores de Colo Colo, el club de su vida.
Actualmente vive satisfecho del fútbol, aunque siempre se ha
preguntado por qué fue excluido para la Copa del Mundo de 1966.
Nació el 10 de enero de 1939 en Santiago.
Cesare Maldini
Después de quedarse fuera del duelo contra Chile, regresó
en el 3-0 frente a Suiza y terminaría vistiendo por última vez la
camiseta de su país el 10 de octubre de 1963, en una victoria contra
Unión Soviética. En el Milan se mantuvo por doce temporadas,
hasta 1966, anotando la nada despreciable cantidad de sesenta
goles en trescientos cuarenta y siete partidos. Cifra fabulosa para
un lateral izquierdo. El 22 de mayo de 1963 se convirtió en el
primer jugador italiano que levantó la Copa de Europa, como
capitán de los rossoneri, tras vencer en la final al Benfica de
Eusebio y Fernando Riera en el estadio Wembley de Londres. Su
hijo Paolo, en el mismo puesto, ganó cuatro veces dicha corona
con el mismo equipo, la última de las cuales, en 2003, la consiguió
en calidad de capitán, tal como su padre, y por lo tanto le fue
entregada la copa en la ceremonia de los campeones, que tuvo
lugar en el estadio Old Trafford de Manchester, Inglaterra. Cesare
dejó el fútbol profesional en 1968, como jugador de Torino. Luego
asistió a tres copas del mundo como entrenador.
En 1982 fue ayudante del seleccionador Enzo Bearzot,
quien condujo a Italia al tercer título mundial de su historia. Luego
apareció en Francia 98 como técnico titular de la Azurra, siendo
Paolo Maldini el capitán del equipo, y tras cinco partidos invicto
debió resignarse a una eliminación por penales ante la selección
55
anfitriona. En la primera fase, por cierto, tuvo que debutar frente a
Chile, el 11 de junio de 1998 en el estadio Parc Lescure de
Burdeos. Fue la peor presentación de Italia en el torneo y sólo
empató por un afortunado lanzamiento penal cobrado por el árbitro
Lucien Bouchardeau ante una mano involuntaria del zaguero
chileno Ronald Fuentes, en el minuto ochenta y cuatro. En el
segundo tiempo tuvo un altercado con su colega Nelson Acosta,
quien lo increpó porque, según él, estaba reclamando todos los
cobros del árbitro para meterle presión. Finalmente, Maldini
apareció como sorpresivo estratega de Paraguay, exclusivamente
para el Mundial de Corea y Japón 2002, logrando clasificarse para
la ronda de los octavos de final, en la que los guaraníes cayeron
por 1-0 ante Alemania. Al conmemorarse el cuadragésimo
aniversario del Mundial chileno, ese mismo año, reconoció que no
tenía una buena imagen del duelo Chile-Italia: “Es un recuerdo
pésimo para mí. La culpa fue de nuestros periodistas, que dijeron
muchas cosas del pueblo chileno que no eran verdad. Fue un
partido muy intenso y tuvo mucho que ver con la actuación del
árbitro inglés. No fue una cosa buena. El referí, Aston creo que era,
se comportó de un modo particular. Y bien, en el deporte todo
pasa. La gente chilena es muy buena y no hay ningún problema.
Eso es pasado. Salvo ese partido específico, tengo un buen
recuerdo de Chile, de la gente de Santiago, que fuera de la cancha
nos trató muy bien”. Cesare Maldini nació en Trieste el 5 de
febrero de 1932 y actualmente vive en Milan.
Gianni Rivera
El Golden Boy del fútbol italiano, que sólo jugó contra
Alemania en el Mundial de 1962, con 18 años, lograría convertirse
en uno de los mejores jugadores de todas las épocas. En 1963 fue
el mejor jugador del campo en la final de la Copa Europa contra el
Benfica, jugando por el Milan, y en esa temporada se consagró
como el segundo mejor futbolista del Viejo Continente, aventajado
por el arquero soviético Lev Yashin. Rivera jugó en el Milan
56
durante dos décadas y llegó a contabilizar el récord de quinientos
un partidos en la Serie A por los rossoneri, marca que permaneció
imbatible hasta la aparición de Paolo Maldini, quien lo superó en el
primer semestre de 2003 y en la actualidad sigue sumando partidos
para ampliar aún más la diferencia.
El niño dorado del fútbol italiano tuvo la oportunidad de
desquitarse de Chile el 13 de julio de 1966, en el estadio Roker
Oark Ground de Sunderland, Inglaterra, con ocasión de la Copa del
Mundo disputada en dicho país. Ese día los azzurri ganaron por 2-0
con anotaciones de Sandro Mazzola y Paolo Barison, a los ocho y
ochenta y ocho minutos, respectivamente, y los únicos
sobrevivientes que actuaron en la Batalla de Santiago fueron
Sandro Salvadore, en Italia, y Leonel Sánchez junto a Luis
Eyzaguirre, en Chile. El territorio inglés, de todas maneras, no fue
favorable para Rivera y compañía, ya que una insospechada caída
ante Corea del Norte, seis días después, los dejó prematura y
absurdamente eliminados. Luego, en 1968, guió a Italia al título
del campeonato europeo de selecciones, aunque él sufrió una grave
lesión en la semifinal contra Unión Soviética. A México 70 Rivera
llegó en plenas condiciones y con el cartel de mejor futbolista de
Europa, honor que le fue conferido el año anterior. En tierras
aztecas protagonizó ante Alemania, en una de las semifinales, uno
de los mejores partidos de la historia, en un 4-3 que apenas se
definió en tiempo suplementario. Él mismo se llenó de gloria al
anotar el cuarto gol italiano en el minuto ciento diez. Fue el gol
que le dio a su escuadra el pase a la final contra el mítico Brasil de
Pelé, Tostao, Rivelino, Jairzinho y Gerson, quienes a la postre le
arrebataron el crédito individual a Rivera. Ganó Brasil 4-1.
En 1974 hubo una cuarta Copa del Mundo para la estrella
del Milan, a esa altura con 31 años, pero Italia tuvo que regresar a
casa otra vez humillada en primera ronda. Gianni se retiró del
fútbol en 1979. A partir de ese año, y hasta 1986, se desempeñó
como vicepresidente del club de toda su vida, para luego dedicarse
a la carrera política, ejerciendo cargos como diputado por el
57
Partido Popular (1987-1993) y subsecretario de Defensa (1996-
2001) en el mandato de Romano Prodi y finalmente se destacó
como opositor al gobierno de Silvio Berlusconi, también
identificado con el Milan. Giovanni “Gianni” Rivera nació el 18 de
agosto de 1943 en Valle San Bartolomeo, provincia de Alesandria,
en la zona norte de Italia.
Antonio Ghirelli
Cuando llegó a Chile en 1962 traía ya una larga historia de
militancia política. Integró las filas del Partido Comunista Italiano
hasta 1956, año en que se pasó al Partido Socialista tras un viaje
que hizo, como periodista, con los azzurri a Budapest, detrás de la
denominada Cortina de Hierro. Declarado antifascista (luchó como
partisano en las luchas de la liberación contra Benito Mussolini),
Ghirelli se instaló en Santiago probablemente contrariado por la
existencia de un gobierno como el de Jorge Alessandri,
identificado con la derecha. Tras disculparse públicamente por el
texto escrito en el Corriere della Sera se marchó a Italia para
proseguir con sus afanes, donde siguió ejerciendo el periodismo
deportivo hasta que pudo más su vocación política. En la
presidencia de Sandro Pertini (1978-1985) trabajó como jefe de
prensa del mandatario y luego fue designado vocero de gobierno
del Primer Ministro Bettino Craxi, hasta 1987. Nacido en Nápoles
en 1922, ha escrito varios libros a través de su vida. Entre otros
títulos, se destacan: Historia del calcio en Italia (1956), Historia
de Nápoles (1973), Querido Presidente (1981), Efecto Craxi
(1982), Tiranos (2001) y Democratacristianos (2004).
En el año 2009 dio una entrevista a Las Últimas Noticias.
Con 87 años de edad, todavía lúcido, fijó su punto de vista. “Yo no
escribí contra el pueblo chileno, sino contra la situación en que se
mantenía a la gente pobre en Chile”, explicó. En su libro Tiranos,
publicado en 2001, volvió a tener un punto de contacto crítico, al
incluir a Pinochet (“gentil y asesino”) en un selecto grupo de
58
dictadores, junto a Hitler, Stalin, Pol Pot, Franco, Mao y
Mussolini.
Corrado Pizzinelli
Apenas tuvo relación con el periodismo deportivo, antes y
después de la Batalla de Santiago. Escribió, entre otras obras:
Detrás de la Gran Muralla (1946), La red de agua (1957), El
Planeta Tierra (1960), Hombres sin luna (1962), Viajes alrededor
del mundo (1964), Tercer mundo sin amor (1966), Estamos todos
en guerra (1968), La República de China (1982) Scelba (1982) y
Diario de viaje (1992).
A fines de 1962, Pizzinelli publicó Uomini senza luna, un
libro que recopilaba los relatos de su visita a diez países ese año:
Nepal, Irán, Vietnam, Grecia, Turquía, Marruecos, Bolivia,
Paraguay, Ecuador y Chile. La narración de su aventura en
territorio chileno está expuesta entre las páginas 155 y 191. Ahí
están desarrolladas las mismas tesis de su infausta crónica sobre
los defectos de Santiago. El roto, para él, era un auténtico paria:
flojo, estúpido y triste.
Al final de ese capítulo se refiere de pasada a la guerra
auspiciada por sus escritos en la Copa del Mundo: “Después de la
polémica suscitada por dos artículos míos sobre Chile, artículos
que incluso provocaron la protesta oficial del gobierno de Santiago
al ministerio del exterior en Roma (protestas que demuestran por
cierto el provincialismo cultural de Chile y el espíritu de su
democracia), F. me dice que mi juicio sobre el país es
excesivamente duro. Chile es el mejor país de Sudamérica. Es el
más culto y aquel que promete más, dice con amargura. Respondo:
A lo mejor es verdad, pero es justamente eso lo que me asusta”.
Según su colega Antonio Ghirelli, Pizzinelli murió “hace
varios años”, sin saber cómo ni cuándo ni dónde ocurrió su deceso.
Kenneth Aston
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La mayor parte del domingo 3 de junio de 1962, el día
después del partido Chile-Italia, se la pasó encerrado en su
habitación, la número 506, en el quinto piso del hotel Ritz de
Santiago, donde se hospedaban los árbitros de la sede principal de
la Copa del Mundo. Míster Aston se quedó en cama, según él por
un dolor agudo en el tendón de Aquiles, y dio instrucciones para
no ser molestado. Sólo aceptó la visita de su compatriota Walter
Manning, un árbitro británico que en 1950 fue contratado por la
federación chilena para dirigir los partidos de la competencia local.
Manning, que tenía catorce años de experiencia en la primera
división inglesa, llegó a Chile junto a Williams Crawford y Charles
Mackenna, alentados por un aviso que leyeron en un diario de su
país, y, a diferencia de éstos, decidió quedarse para siempre en
Santiago cuando se enamoró y casó con una chilena. Viejo
conocido de Aston, Manning se transformó en su chaperón apenas
éste se bajó del avión. Y en aquella jornada dominical fue la
compañía perfecta en medio del infierno que se había desatado. El
otro visitante que se arrimó a la recámara de Aston fue Nicolo
Carosio, periodista del Corriere della Sera, quien llegó al lugar por
intermedio del propio Manning, luego de convencerlo de que no le
haría preguntas sobre el escándalo de la víspera. Así que el juez de
la discordia de pronto se encontró rodeado por Carosio, Manning y
el soviético Nickolaj Latychev, quien compartía pieza con Aston.
Al final de una charla insulsa, por cierto, Carosio rompió su
promesa y le preguntó por qué no expulsó a Leonel Sánchez,
espiando cada movimiento de sus ojos. “Pero por qué debía
echarlo, si no hizo nada grave”, le respondió el árbitro, aunque
Carosio sabía a lo que iba: “Y nosotros tenemos un jugador con la
nariz fracturada, otros con equimosis y contusiones. ¿Quiénes son
los responsables si no fueron los chilenos?”. Aston, en un gesto de
hastío, se dio media vuelta en el lecho y dijo “ah, este maldito pie”
y dio por terminada la conversación. Ese día Aston también recibió
una asombrosa carta firmada por Sánchez, en la que el jugador
chileno, abiertamente favorecido con sus cobros y omisiones, lo
60
insultaba con gruesos epítetos. En las jornadas sucesivas llegaron
dos nuevas cartas injuriosas achacadas a Leonel y el árbitro inglés
se remitió a entregárselas a la FIFA, la que después de un estudio
grafológico concluyó que la firma no correspondía con la del
goleador. Aston no volvió a dirigir en el Mundial y se marchó
tranquilamente a Inglaterra, con el respaldo más importante de
todos: el de Stanley Rous.
Meses después, Aston le dio una entrevista a un periodista
italiano, que fue recogida por la revista Gol y Gol en su primer
número de 1963. “No tengo nada de qué avergonzarme”, advirtió
Aston desde su hogar en Essex, a unos quince kilómetros de
Londres, y dejó varias reflexiones para el juicio de la historia.
Sobre la reacción de los italianos: “Antes que nada debo
manifestarles que siempre he sentido una gran admiración por el
pueblo italiano. Estuve en Roma, donde realicé varios cursos de
arbitraje. Tengo numerosos amigos italianos. Poseo una gran
simpatía por sus gentes, por sus paisajes, etcétera”. Sobre sus
cobros en la Batalla de Santiago: “Dirigí en conciencia y sin
preferencia. Para mí las dos expulsiones, de David y Ferrini,
fueron merecidas. Otras faltas, que según algunos eran más graves,
a mi parecer no tenían el grado de intención de las otras. Sé que mi
arbitraje levantó una ola de protestas en la prensa italiana. Todo lo
encuentro normal. Comprendo el gesto de los periodistas italianos
y lo encuentro agua pasada. Cuando mi arbitraje se juzgue con
mente serena, probablemente se vea que gran parte de las
acusaciones fueron injustas”. Sobre la organización chilena:
“Quiero decir que Chile no me pareció adecuado para recibir un
certamen de esta naturaleza. No tenía la capacidad hotelera
suficiente, en primer lugar; y, en segundo término, toda la
organización falló desde todo punto de vista. En el caso mío, debo
manifestarles que compartía mi habitación con tres personas, y eso
será suficiente para comprender las condiciones en las que nos
encontramos hasta nosotros los árbitros”. Y sobre su filosofía del
fútbol: “Para mí el jugador de fútbol de hoy día está demasiado
61
inclinado a la idolatría, a sentirse ídolo antes que deportista. En un
tiempo se aceptaba la exaltación del deporte, no del atleta: hoy
sucede lo contrario. Con la sola diferencia de que hoy, la única
mira es el jugador, es la cuenta corriente, por lo cual los pocos que
saben jugar bastante bien no saben hacer otra cosa que pedir
dinero: en Italia, en Inglaterra, en España, en Brasil, en todas
partes. Para mí un partido de fútbol, para ser tal, o sea para llenar
los requisitos de este deporte, debe caracterizarse ante todo por la
sana y viril impetuosidad, por la inteligente iniciativa física, y, si es
necesario, por la capacidad de meterse a codazos entre los
adversarios. El fútbol es un juego de hombres, y de hombres de
sólido temple. Esto no significa, naturalmente, que la prestancia se
convierta en mala fe. Pero hoy día se juega con el miedo de
dañarse las piernas, de desarticularse una rodilla, porque esas
piernas y esas rodillas valen dinero. En tales condiciones, es difícil
tener un juego verdadero y espectáculo de conjunto. Yo me siento
feliz cuando en algún campo de pequeñas ciudades me es dado ver
combatir dos escuadras de muchachos que entregan el alma y se
lanzan al ataque sin miedo. Ése era el fútbol inglés de antes de la
guerra; el fútbol, sin otros adjetivos. Hoy ya no se encuentra. Y en
Chile no se notó que estuviera renaciendo”.
Aston arbitró su último partido oficial el 25 de mayo de
1963, en la final de la Copa FA disputada en Wembley, con triunfo
por 3-1 de Manchester United sobre Leicester City. Tras su retiro,
el colegiado se integró a la Comisión de Árbitros de la FIFA para
el Mundial de 1966 y, en ese posición, volvió a sufrir por un duelo
polémico, el de Inglaterra y Argentina por los cuartos de final, tras
la expulsión del capitán albiceleste Antonio Ubaldo Rattín, quien
tras la falta de un compañero a un rival decidió acercarse al referí
con la idea de hacer tiempo, ya que su equipo estaba siendo
ahogado por los ingleses. Rudolf Kreitlein, el juez alemán, por
supuesto no entendía nada de lo que le decía Rattín en español, que
por su parte empezó a gesticular cada vez en forma más evidente.
El diálogo era francamente ridículo y Kreitlein se empezó a
62
complicar con las apariencias: todo el mundo era testigo del show
del futbolista argentino, así que le pidió, en alemán y en inglés, que
se alejara o de lo contrario tendría que sacarlo del campo. Rattín,
entretanto, insistía y, envalentonado con su teatralización, exigía
un intérprete. A esa altura nadie entendía nada y los noventa mil
espectadores de Wembley pifiaban desde las gradas a los
protagonistas del absurdo. Hasta que el árbitro se aburrió del
monólogo de Rattín y lo expulsó, con lo cual no hizo más que
empeorar el problema. El centrojás de Boca Juniors tampoco
entendió la drástica medida y siguió reclamando, con todo su
equipo detrás. Ahí fue cuando Ken Aston tuvo que bajar de su
asiento, porque la reanudación del juego tardaba demasiado y no
había indicios de una pronta solución. Aston se acercó a Rattín, lo
puso al día de su expulsión y, tras otro largo alegato, lo convenció
de que debía abandonar la cancha. Fueron casi veinte minutos de
pausa. Al salir, el argentino se sentó en la alfombra roja de la
Reina Isabel, que iba directamente desde su palco hasta el terreno
de juego (la soberana, en todo caso, no se encontraba presente) y
después, mientras los hinchas ingleses le tiraban chocolates y todo
tipo de objetos, al grito de “animals, animals”, tomó una bandera
británica que pendía del mástil del córner, la arrugó y la tiró al
piso. Con un hombre más, Inglaterra ganó por 1-0 y siguió en
carrera hacia el título. Aston, sin embargo, pudo ver más allá de la
polémica y se dio cuenta de que el arbitraje necesitaba con
urgencia un lenguaje universal, sobre todo al momento de
establecer amonestaciones y castigos para los jugadores. Los
cobros debían ser claros para todos, dentro y fuera de la cancha.
Finalizado el torneo, y mientras conducía su automóvil por la calle
Kensington de Londres, encontró la solución frente a un semáforo
que cambió. Y pensó: “Amarillo, puedes pasar aún. Rojo, alto,
fuera del terreno”. Así nacieron las tarjetas, la roja y la amarilla,
cuya invención le granjeó a Ken Aston la presidencia de la
Comisión de Árbitros de la FIFA en 1970, año en que las dichosas
tarjetas empezaron a usarse en los mundiales de fútbol (las vueltas
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de la vida: el primer jugador que vio la cartulina roja en una Copa
del Mundo fue un chileno, Carlos Caszely, expulsado a los sesenta
y siete minutos de juego del partido entre Alemania y Chile, el 14
de junio de 1974). Gracias a dicha creación Aston pudo limpiar por
completo su nombre de la ignominia.
Cuando falleció, el 23 de octubre de 2001, a la edad de 86
años, Ken Aston ya se había convertido en una celebridad del
arbitraje, un fósil que logró sobrevivir a las jornadas más
tormentosas de la historia de los mundiales. Una semana después,
el diario inglés The Guardian publicó una necrología escrita por el
articulista Brian Glanville, quien definió como “incontrolable” el
partido Chile-Italia y destacó que éste se transformó finalmente en
“una orgía de violencia”. Además de destacar, por si acaso, que el
Estadio Nacional después se convirtió en escenario de “los
asesinatos de los opositores al golpe del general Pinochet”,
Glanville terminó de exculpar al inventor de las tarjetas en el
fútbol: “En defensa de Aston debe decirse que los chilenos estaban
buscando la guerra. Se les había creado un gran resentimiento
debido a crónicas periodísticas italianas que habían descrito a
Santiago como una ciudad donde existía desnutrición, prostitución,
incultura, alcoholismo y miseria. Por su parte, la prensa chilena
había acusado a los jugadores italianos de consumir drogas.
También existía irritación por la utilización de parte de Italia de
jugadores sudamericanos con pasaportes italianos”.
Leonel Sánchez
En el duelo de cuartos de final, contra Unión Soviética, se
graduó de héroe con un golazo de tiro libre que engañó por
completo a Lev Yashin, quien esperaba el centro y se sorprendió
con el remate directo. En total, sumó cuatro anotaciones en el
campeonato y quedó así en la lista de los máximos artilleros
chilenos, inaugurada por Guillermo Subiabre en 1930 y
completada en 1998 por José Marcelo Salas, todos con cuatro
goles a su haber. Finalizado el torneo, tuvo múltiples ofertas y la
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más atractica fue la del Milan, el mismo equipo en que jugaba la
mayoría de los seleccionados italianos, incluido Mario David.
Leonel incluso viajó a Europa para cerrar el acuerdo, en el marco
de una gira que hizo Universidad de Chile hizo a comienzos de
1963, pero se arrepintió a la hora de firmar: “Cuando llegué me
quisieron dar menos años de contrato y no me iba a regalar. Ahora
pienso que volverme fue un error”. Por la U jugó esa vez frente al
Inter de Milán y, según el relato hecho por el técnico Luis Álamos,
en su libro El hombre y el fútbol, había expectación por ver al
ariete zurdo en el estadio San Siro: “Los italianos no sólo querían
vengarse de la derrota de su selección en Santiago, sino además
querían conocer el color de piel de los chilenos y especialmente
ver rendirse al noqueador (Leonel) y si era posible noquearlo
también. Durante el encuentro con el Inter, ante estadio lleno y al
ingresar al campo de juego, primero se escuchó una silbatina, que
se transformó en rechifla general al ser nombrado Leonel Sánchez
por los altoparlantes. Al final, ante el asombro italiano, el ballet
Azul confirmó en Milán el triunfo que había obtenido Chile en el
Mundial del 62, al salir vencedor por 2-1”.
Sánchez regresó a Santiago para eternizar su nombre con el
equipo de Álamos y ya no sentiría nuevos deseos de emigrar. Con
el Ballet Azul completó seis títulos nacionales: 1959, 1962, 1964,
1965, 1967 y 1969. Volvió a ser campeón en 1970 con la camiseta
de Colo Colo y se retiró del fútbol en Ferrobadminton en 1974. Por
la Roja fue al Mundial de 1966, donde se topó otra vez con Italia
en la primera ronda, en lo que fue un partido sin mayor historia,
salvo que los azzurri ganaron 2-0. Chile después empataría con
Corea del Norte y caería ante Unión Soviética, para regresar de
manera anticipada a casa. Su último partido por la selección lo
jugó el 28 de agosto de 1968, en Ciudad de México, cuando Chile
perdió 3-1 en el estadio Azteca frente al combinado local. El gol
chileno fue anotado por él. Con esa actuación Sánchez dejó un
registro de ochenta y cuatro partidos oficiales disputados por la
Roja, un récord que permanece intacto hasta hoy.
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Leonel fue uno de los veinte jugadores entrevistados por el
ídolo inglés Gary Lineker para su libro Botines de oro (1998), en el
que se cuenta la vida de cada uno de los goleadores de la Copa del
Mundo hasta la fecha de publicación de la obra.
Para la Copa del Mundo de 1998, en Francia, el nombre de
Leonel volvió a los diarios italianos, con motivo del tercer desafío
mundialista entre rojos y azzurri, que terminaría empatados a dos.
Sánchez incluso estuvo en el estadio Parc Lescure de Burdeos,
invitado por una empresa junto al ex colocolino Francisco Valdés,
y en una nota que salió en El Mercurio el mismo 11 de junio, día
del partido, habló con humor de su historiada relación con Mario
David: “Ni el ni yo dramatizamos tanto. De hecho, poco después,
en Italia, tuvimos la oportunidad de encontrarnos y no hubo
mayores problemas entre ambos. La anécdota yo ahora la veo con
gracia y digo que Chile, por ahora, está un combo arriba de Italia”.
En Historias secretas del fútbol chileno (2005), de Juan C.
Guarello y Luis Urrutia, el viejo y querido Leonel Sánchez
entregaría su testimonio final sobre todos estos acontecimientos,
cuya última frase quizás revela el sentido real de su participación.
Quizás no estaba comprometida la patria y sólo se trataba de un
partido de fútbol. “Mucha gente cree que el italiano Mario David
fue expulsado en la jugada en que lo noqueé, y que yo seguí en la
cancha porque era jugador local. No fue así. En esa acción el
árbitro inglés nos llevó hasta el guardalíneas mexicano y nos
advirtió que a la próxima nos echaría. Siguió el partido, Escuti
sacó con el pie, fui a recibir frente a la tribuna oficial y David llegó
volando con su pie hasta detrás de mi hombro izquierdo. Caí de
guata y no me moví. Entró el médico con un guatero de goma, y
me decía ¿dónde le duele? Yo le preguntaba qué había hecho el
árbitro, y el médico déle con el ¿dónde le duele? Estuve unos dos
minutos fuera de la cancha, levanté la mano derecha para avisar
mientras me pasaba la otra mano por el hombro. El fútbol es
picardía”, dijo.
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Leonel Sánchez nació en Santiago el 25 de abril de 1936 y
actualmente vive en la comuna de El Salto, de la misma capital,
como un símbolo viviente de la U y la selección nacional. Cada 27
de junio, para el cumpleaños de Fernando Riera (1920), asiste
junto a sus compañeros de 1962 para saludar al gran patriarca del
fútbol chileno.
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Fuentes de documentación
Este texto se escribió sobre la base de entrevistas realizadas
a diversos personajes. También se hizo una exhaustiva revisión de
las publicaciones de los meses de mayo y junio de 1962 de los
siguientes diarios y revistas chilenos: El Mercurio, Las Últimas
Noticias, La Segunda, Diario Ilustrado, La Tercera, Última Hora,
Clarín, Estadio y Gol y Gol, así como crónicas de las revistas
argentinas El Gráfico y Goles.
Otras citas fueron obtenidas de diferentes notas periodísticas
publicadas en la prensa nacional entre los años 1962 y 2006.
Diversos textos de Corriere della Sera, La Nazione de Florencia e
Il Messaggero, aquí citados y traducidos por el autor, han sido
obtenidos especialmente con el aporte de la Biblioteca Nazionale
Braidense de Milán. Además fueron considerados, como textos de
consulta, los siguientes libros: La Roja de todos (Edgardo Marín,
1985), Historia total del fútbol chileno (Edgardo Marín, 1995),
Botines de oro (Gary Lineker, 1998), Secretos de camarín
(Esteban Abarzúa, 2002), Il Calcio Azzurro ai Mondiali (Gianni
Brera, 1974), Storia del calcio in Italia (Antonio Ghirelli, 1962),
Uomini senza luna (Corrado Pizzinelli, 1962), World Cup 62: the
report from Chile (Gordon Jeffery y otros, 1962), Die Spiele in
Chile (Fritz Walter, 1962), VII Fussball Weltmeister Schaft Chile
1962 (Friedrich Hack y Richard Kira, 1962), World Cup 1962
(Donald Saunders, 1962), Historias secretas del fútbol chileno (J.
C. Guarello y Luis Urrutia, 2005) y 1962, el mito del mundial
chileno (Daniel Matamala, 2010).