Top Banner
Esteban Abarzúa
69

La batalla de Santiago

Mar 25, 2016

Download

Documents

Pedro Pablo

La batalla de Santiago. Esteban Abarzúa. 2010.
Welcome message from author
This document is posted to help you gain knowledge. Please leave a comment to let me know what you think about it! Share it to your friends and learn new things together.
Transcript
Page 1: La batalla de Santiago

Esteban Abarzúa

Page 2: La batalla de Santiago

0

Esteban Abarzúa (1971) es autor de los libros Secretos de camarín

(Edebé, 2002), Chilenos de oro (Edebé, 2002) y Me pongo de pie

(Aguilar, 2009), este último junto a Pedro Carcuro. Periodista

titulado en la Universidad de Chile, actualmente trabaja en el

diario Las Últimas Noticias, donde escribe semanalmente la

columna Pelota muerta.

Esta obra puede ser utilizada y reproducida en la medida que se

cite la fuente original y se respeten los derechos de propiedad

intelectual del autor.

Page 3: La batalla de Santiago

1

La Batalla de Santiago

Buenas Noches. El partido que ustedes van a ver es la más

estúpida, horrorosa, repulsiva y vergonzosa exhibición de fútbol

posible en la historia del juego.

(David Coleman a los telespectadores de la BBC,

el domingo 3 de junio de 1962, al presentar

la transmisión de Chile-Italia en diferido).

La derrota en Chile fue un insulto al fútbol, pero también un

castigo merecido. Los italianos habían fallado en todo, desde la

preparación técnica a la parte política y psicológica.

(Gianni Brera, Il Calcio Azzurro ai Mondiali, 1974)

Page 4: La batalla de Santiago

2

El pequeño Leonel iba casi todos los días al gimnasio del

Bádminton, en la calle Suárez Mujica de Santiago. Juan, su padre,

se esmeraba por enseñarle a boxear. Juan Sánchez Soto, campeón

sudamericano de los pesos pluma y gallo, quería que su hijo fuera

como él, “bueno para los combos”. El chico, nacido en 1936, tenía

diez años cuando subió por primera vez a un cuadrilátero para

hacer guantes y, claro, quedó impresionado con la fuerza de sus

propios golpes. Su ídolo no era otro que Juan Sánchez, quien por

entonces le dijo que tenía “la mano pesada como los buenos

noqueadores”, aunque ya en ese tiempo Leonel también

manifestaba su pasión por la pelota, sobre todo en el patio del

colegio Federico Errázuriz, donde tenía el privilegio de tomar

clases de educación física con el profesor Luis Tirado, director

técnico de la selección nacional de Chile entre los años 1946 y

1956. Tirado llevaba a sus alumnos a practicar fútbol en el Estadio

Nacional, los sábados.

Curiosamente, otro hombre ligado al boxeo fue el

responsable de meter a Leonel Sánchez de manera definitiva en el

fútbol. El mismo jugador lo contaría en la revista Gol y Gol,

edición del 1 de agosto de 1962: “Un día alguien quiso que entrara

al Bádminton. Tenía once años. Cuando fui a probar, llegué

atrasado y nadie se preocupó de mí. Un poco después se interesó

don Luis Goldzweig, que estaba a cargo del boxeo en la U, para

que entrara a los infantiles universitarios. Mi papá aceptó y jugué

en tercera infantil”.

La carrera de Sánchez en Universidad de Chile fue

meteórica. Debutó en el equipo de honor en 1953, contra Everton,

y en esa temporada los diarios ya hablaban de “un wing flaquito,

pero de shoot potente”. Luego el destino se encargó de poner a

Leonel de nuevo a las órdenes del maestro Tirado, aunque esta vez

iba en serio. Tirado lo hizo debutar por la Roja en un 1-1 contra

Brasil en el estadio Maracaná, ante setenta mil espectadores, el 18

de septiembre de 1955, por la Copa O’Higgins.

Page 5: La batalla de Santiago

3

De este modo, Leonel Sánchez llegó a los partidos de la

Copa del Mundo de 1962 como uno de los hombres más

experimentados en la plantilla dirigida por Fernando Riera, pese a

que sólo entró al torneo con una edad de veintiséis años. Su

nombre quedó grabado en la eternidad por cuatro goles, que lo

convirtieron en máximo anotador del campeonato junto a otros

cinco delanteros, y una lucha casi pugilística con los jugadores de

Italia, en el duelo que fue bautizado por los historiadores de los

mundiales de fútbol como la Batalla de Santiago.

Forza Italia

El DC-8 de Alitalia que aterrizó en Los Cerrillos el 19 de

mayo de 1962 fue el primer vuelo de esa aerolínea que llegó a

suelo chileno. La puerta de la nave se abrió a las siete horas con

treinta y tres minutos, según la prensa local, y por ahí bajaron las

delegaciones de Hungría e Italia, participantes del séptimo

Campeonato Mundial de Fútbol. Muy pocos esperaban en tierra a

los magyares, aunque puede decirse que su bienvenida no fue

menos cálida: apadrinada por el diario Las Últimas Noticias, la

vedette húngara Agnes Kezdi, contratada especialmente por el

empresario uruguayo Buddy Day para animar las noches del

cabaret Bim Bam Bum durante el torneo, se apersonó en el

terminal aéreo para saludar al arquero Gyula Grosics, titular del

mítico Aranycsapat o Equipo Dorado de 1954 y que llegaba a

Santiago para disputar su tercera Copa Jules Rimet. La señorita

Kezdi, que actuó en la revista “Aquí no pasan goles” bajo el

nombre de Agui Kerr, explicó que conocía a Grosics por un partido

que la selección húngara jugó contra Uruguay en Montevideo,

donde por cierto ella también estuvo de paso, y lo definió como

“un romance antiguo”. Tras los trámites de aduana aparecieron

primero los húngaros, sonrientes y preguntando dónde quedaba

Rengo, su lugar de concentración a la espera del debut contra

Inglaterra, por el Grupo 4, en el estadio de la Braden Copper

Page 6: La batalla de Santiago

4

Company en Rancagua. Gyula y Agnes quedaron de verse apenas

tuvieran el tiempo necesario.

Unos dos mil ítalo-chilenos, en cambio, empezaron a gritar

“Forza Italia” cuando vieron aparecer a los representantes del

calcio. Ellos, y también la vedette húngara, ya habían soportado

una jornada en balde, pues el avión debió permanecer medio día

más en Buenos Aires por una pequeña avería del timón. Eso

también postergó la Serata Azzurra que el Audax Club Sportivo

Italiano, de la primera división chilena, había programado para la

víspera en su sede de Lira 425, con la actuación de los artistas que

por esos días pertenecían al elenco del restaurante El Pollo Dorado:

Silvia Infante y Los Cóndores, Los Perlas y Elena Cavada.

Esto demostraba a las claras el fervor que despertó el

equipo liderado por Enrique Omar Sívori, as de la Juventus nacido

en San Nicolás de los Arroyos, Argentina, y que podía jugar por

Italia en su condición de oriundo. Le decían Il Testone, que en

español significa El Cabezón, por razones físicas que eran obvias.

La colonia de italianos en Chile hizo sentir su apoyo desde el

primer momento.

De chaqueta azul, pantalón gris, abrigo azul y corbata

azulina con rayas blancas, uno a uno los calciatori fueron dando la

cara en el pasillo de salida de Los Cerrillos. También venía la

dupla técnica formada por Giovanni Ferrari y Paolo Mazza,

además de los dirigentes a cargo y una docena de periodistas de

diversas ciudades de la península. Fue un arribo de aeropuerto más

bien desordenado, por la cantidad de gente que había y por el

interés de los astros europeos de partir luego hacia la sede que los

hospedaría: la Escuela de Aviación Capitán Ávalos, en El Bosque.

En medio del barullo, Sívori estrenó su genio. “¿Se considera usted

entre los tres mejores futbolistas del mundo, junto a Di Stéfano

y…?”, quiso preguntarle a la pasada un reportero radial. “Es una

pregunta estúpida”, le respondió Sívori, molesto por el ajetreo.

El trayecto desde Los Cerrillos fue acompañado por un

centenar de vehículos. Ya en la meta, a las ocho horas con

Page 7: La batalla de Santiago

5

cincuenta y cuatro minutos, el coronel Joaquín García, director de

la Escuela de Aviación, les dio la bienvenida al recinto. Después

de reposar unos minutos, los viajeros italianos salieron al patio,

cada uno con un ramo de rosas blancas entre sus manos. Poco

antes un camión había llegado con una ofrenda floral de dos

metros y medio de alto con la palabra “Italia” formada por

copihues, la flor nacional de Chile. Los jugadores Lorenzo Buffon

y Gianni Rivera fueron los responsables de ponerla a los pies de un

monumento a los mártires de la Fuerza Aérea. En el lugar ya

pernoctaba por un par de días el cocinero Amedeo Ricca, enviado

previamente a Santiago junto al delegado Luigi Scarambone para

hacer más cómodo el cuartel general de los italianos. Los

anfitriones incluso decidieron que uno de sus cocineros hiciera un

curso rápido de italiano para que ayudara mejor a Ricca en sus

labores domésticas. Esa noche de la llegada, después de un

entrenamiento para estirar las piernas, la recepción del Audax

Italiano fue todo un suceso, sobre todo por la habilidad de los

futbolistas para bailar el twist y por un duelo de trombón entre

Sívori y José Altafini. La bella Mirtha Carrasco, integrante de Los

Cóndores, quiso sacar a la pista a Sívori para bailar cueca. Éste se

disculpó en el acto. “Perdoná, pero no puedo bailar esta cosa. La

otra vez que vine con River la vi y me gustó, pero todavía no la

aprendo”, le dijo. La fiesta duró dos horas, entre las nueve y las

once de la noche, y contó con el auspicio de Molinos y Fideos

Lucchetti, empresa local de pastas fundada en 1904 por los jóvenes

inmigrantes Ítalo Traverso y Leopoldo Lucchetti. En una entrevista

que esa noche le hizo el diario Última Hora, Sívori dijo que la

acogida de los chilenos había sido “maravillosa”.

Al día siguiente, el 20 de mayo, la dupla Ferrari-Mazza les

dio descanso a sus pupilos por la mañana, para que pudieran asistir

a la misa oficiada por el capellán del recinto militar, Francisco

Ortega, y que fue predicada simultáneamente al italiano por el

capellán de Audax, Carlos Piccini. Los jugadores Giovanni

Trapattoni y Angelo Sormani hicieron de acólitos. Las horas

Page 8: La batalla de Santiago

6

transcurrían apaciblemente para los azzurri a la espera del estreno

ante Alemania, fijado para el 31 de mayo en el Estadio Nacional.

Los chilenos estaban más preocupados de Suiza, el rival del debut,

y sacaban cuentas de que un triunfo ante los helvéticos y una nueva

victoria frente a los germanos –a quienes vencieron 3-1 en un

duelo amistoso que se disputó el 26 de marzo de 1961 en el

Estadio Nacional- les debían garantizar el paso a los cuartos de

final. El nombre de Italia generaba respeto y admiración.

El 23 de mayo los azzurri fueron al cine después de golear

por 9-2 a Audax, que sin embargo anotó el primer gol del partido

por intermedio del interior Vargas. Entre los hechos relevantes de

la práctica, el meta Buffon defendió la valla audina y el delantero

Altafini se enojó con el chileno Parra cuando éste se jactaba de

haberle pasado un túnel. Tras una merienda, los italianos partieron

al Teatro Metro para ver la función de las dieciocho horas de

“Ciclón con faldas”, una comedia de Hollywood de noventa y

nueve minutos protagonizada por Debbie Reynolds y Steve

Forrest, cuyo auténtico título en inglés era “The second time

around”.

El 24 de mayo, a una semana del estreno, la Squadra

Azzurra jugó contra el equipo de la Capitán Ávalos, con

improvisado arbitraje del seleccionador Ferrari. Italia, reforzada

por los jugadores Escobar y De la Fuente, de Audax, ganó 5-3 en

un trámite que no le resultó del todo fácil. Tras ir venciendo

cómodamente, los futuros aviadores chilenos lograron igualar

parcialmente a dos tantos, en una jugada del cadete González que

Ferrari al principio dio como nula y cuya decisión luego debió

revocar ante la rechifla de los pocos espectadores que presenciaban

el encuentro. El día 25 Italia conoció la hierba del Estadio

Nacional y luego, a las catorce horas con treinta minutos, la

delegación visitó el Club de Tiro lo Curro, donde los jugadores

dispararon más de trescientos tiros, sólo como divertimento.

Después salieron hacia el centro de Santiago para comprar

souvenirs. Rivera, el niño mimado del grupo, se llevó un traje de

Page 9: La batalla de Santiago

7

huaso y posó para los fotógrafos sonriente. Los italianos aún se

sentían a gusto en Chile, pese a las críticas que recibieron por la

presencia en su plantilla de cuatro jugadores nacidos en otras

latitudes: los argentinos Enrique Omar Sívori y Humberto Maschio

junto a los brasileños Angelo Sormani y José Altafini, convocados

en su calidad de oriundos. Sívori y Maschio, por ejemplo, jugaron

varios partidos contra Chile por la albiceleste. El más recordado

fue un 6-2 a favor de Argentina en el Sudamericano de Lima,

disputado el 28 de marzo de 1957. Sívori anotó un gol y Maschio

hizo dos. Leonel Sánchez, que también jugó ese partido, después

se acordaría perfectamente de aquella afrenta.

El último rincón del mundo

El mismo viernes 25 de mayo las radios locales empezaron

a esparcir desde temprano la noticia. De acuerdo a una versión

peninsular, un pintor chileno radicado en Florencia, amigo de

Miguel Ángel Montuori, ex futbolista de Universidad Católica y la

Fiorentina de Italia, fue el primero que puso el grito en el cielo. El

mito dice que el pintor en cuestión entró en contacto con la

embajada de Chile y les avisó que en el Corriere della Sera, el día

21 de mayo, se había publicado un relato muy ofensivo en contra

del país organizador del Mundial. El texto, que además apareció en

todos los periódicos asociados a la cadena encabezada por el

consorcio de Milán, estaba firmado por el periodista Antonio

Ghirelli, enviado especial, que pasó por Santiago un par de días

antes de instalarse en la subsede de Viña del Mar. Otra versión, no

muy distinta, es la que recogió Daniel Matamala en “1962, el mito

del mundial chileno”, sostiene que la embajada en Roma envió las

crónicas al Ministerio de Relaciones Exteriores, que por su parte

las derivó a La Moneda, desde donde la Oficina de Prensa de la

Presidencia preparó un resumen con párrafos marcados de ambas

crónicas y los distribuyó entre la prensa local. En realidad, sólo

bastaron las primeras líneas para que se declarara el incendio.

Page 10: La batalla de Santiago

8

La capital ha cambiado mucho

Un esfuerzo para Chile hospedar la

Rimet

Por Antonio Ghirelli

Corriere della Sera

Un campeonato del mundo a trece mil kilómetros de

distancia: una locura. Chile es pequeño, pobre y orgulloso. Ha

aceptado organizar esta edición de la Copa Jules Rimet, en la

misma forma en que Mussolini aceptó que nuestra aviación fuera a

bombardear Londres. La capital dispone de setecientas camas. El

teléfono no funciona. Los taxis son tan raros como los maridos

fieles. Un cablegrama a Europa cuesta un ojo de la cara. Una carta

aérea demora a lo menos cinco días.

En cuanto se llega a Santiago se puede dar inmediatamente

cuenta de que la isla Robinson Crusoe está flotando todavía muy

cerca de esta extraordinaria franja de tierra de cuatro mil

kilómetros de longitud. En cuanto se visita la periferia asalta la

sospecha de que aún no han llegado los suficientes Robinson

Crusoe como para civilizar todo Chile. Por haber aceptado

organizar el Mundial en este país, empleando para ello todo su

corazón el presidente del Comité, Carlos Dittborn, un chileno de

origen alemán, de cuarenta y un años, perdió la vida. Un infarto lo

fulminó hace veinte días, en la víspera de obtener el fruto de su

generoso trabajo. Ahora ha tomado su puesto el presidente

federativo Juan Goñi, otro cuarentón que tampoco le tiene miedo a

la muerte.

Chile es una tierra de pioneros. Esta constatación aterroriza

al turista y al periodista, pero entusiasma al viajero desinteresado.

Basta bailar dos horas con los italianos de aquí para entender el

juego del fútbol en un mundo moderno. La cara de Santiago ha

cambiado en estos últimos cuatro meses bajo el impulso del

Page 11: La batalla de Santiago

9

increíble compromiso con la gloria. Calles asfaltadas, semáforos

recién pintados, las fachadas de las casas recién pintadas. Una

pereza de siglos ha sido removida por el gobierno y cuatro

municipalidades que han gastado en esto los últimos dólares de

riqueza para ponerse a la altura de la gente que debe venir. Es una

fanfarronada que debe dar rabia y termina por conmover. ¡Que

Dios los ayude!

Por suerte, de los treinta mil turistas con que habían soñado

las agencias de turismo, hemos llegado sólo siete u ocho mil. El

misterio aún rodea a los otros turistas sudamericanos que deben

venir. Sin embargo, aún no se puede temer una invasión truculenta

de éstos. Especialmente de Argentina, que ya ha inscrito a

trescientos cincuenta de sus seiscientos periodistas. Cómo

funcionará nuestro servicio, sólo lo sabe el Padre Eterno. Si se les

pregunta a los dirigentes, éstos contestan que todo se pondrá a

punto el día de la iniciación del torneo, y es posible adivinar en sus

caras sonrientes y en la rotunda pronunciación española, una

inconsciencia entre angelical y delictuosa. De cronistas tranquilos,

nadie les gana a los alemanes, que han traído consigo una estación

de onda corta, una nave, veinte técnicos y, probablemente, unos

mil aeroplanos de bombardeo.

En la misma forma es poderosa y potente la colonia

alemana que vive en Chile desde hace unos diez a cincuenta años.

Sólo los españoles son más numerosos; terceros los franceses y

cuartos los italianos, que en Santiago no superan los diez mil.

Tendremos así a un moderado hincha a nuestro favor. Se dice que

el público chileno es más bien británico que sudamericano en

expresar su pasión dominical y se asegura que está muy bien

dispuesto hacia nosotros, excepto con alguna reserva sobre los

oriundos. Si los nacionales juegan bien, ellos se llevarán muchos

aplausos, pero también se darán aplausos a quienes jueguen bien.

Tales son las predicciones de los expertos locales.

La concentración de los italianos en el Círculo de Oficiales

de la escuela aeronáutica es probablemente la mejor de Santiago.

Page 12: La batalla de Santiago

10

Pero de la misma manera hará torcer la nariz a nuestros sensibles

muchachos, acostumbrados al confort de los grandes hoteles

italianos. Esperemos que no sea así y que los muchachos de

nuestra escuadra comprendan cuál es el clima del Mundial este

año: el ambiente crea la conciencia. Chile debería hacernos

comprender que estos campeonatos mundiales hay que enfrentarlos

como un trabajo de albañilería, echando mano a los instrumentos

del trabajo del albañil, porque aquí la gente, incluidos los

inmigrantes italianos, está acostumbrada a ganarse la vida sudando

sangre y no haciendo morisquetas. Nuestro grupo parece haber

hecho apuesta por esta idea, entre chilenos, suizos y alemanes.

Se entiende que he dicho clima en sentido moral y no

meteorológico. Bajo este último aspecto, por el contrario, los

azzurri no podían capitalizar mejor, ellos que juegan la mayor

parte del año en el Valle Padana y sus bríos invernales. Aquí ahora

comienza a hacer frío, un bonito frío seco, la tierra seca lo

corrobora, que parece ideal para el fútbol; y cuando llueva (que no

ocurre a menudo), sería un punto a favor contra los sudamericanos,

nunca dispuestos a bañarse con la pelota. Las prospectivas, en

suma, son agradables, siempre que –naturalmente- se tengan ganas

de trabajar con las mangas arriba.

***

El primer diario chileno en hacerse eco de la crónica fue

Clarín, que en las páginas interiores del 26 de mayo tituló “En

Italia creen que todavía no nos arrancamos las plumas”, sin

desconocer que el autor tenía razón en algunas de sus

apreciaciones. “Ghirelli debe ser, seguramente, oriundo, palabrita

tan de moda en su país. Tiene que ser nacido y criado en algún país

centroamericano. Es la única explicación que cabe para su

tropicalismo… Las verdades que dice las desvirtúa,

desgraciadamente, con comparaciones y metáforas que nos hacen

Page 13: La batalla de Santiago

11

un flaco servicio y que llevarán a pensar a los lectores de su diario

que todavía andamos con plumas”, sostuvo Clarín acerca del

redactor de la nota. En sí la descripción de Ghirelli no fue tan ruda

como se creyó en un primer momento, pero hirió demasiado su

definición inicial de Chile como la tierra de Robinson Crusoe.

Ni siquiera sirvió como paliativo la réplica de su colega

Gino Palumbo, también redactor del Corriere della Sera, quien un

par de días después hizo de contraparte. “La cordialidad de los

chilenos es comprometedora y cada uno de ellos parece querer

ganar su pequeña batalla para dar placer al turista que se encuentra

en el país. Pareciera que el placer del huésped es menor que el

placer del chileno para mostrar su espontaneidad. Antes de venir,

creíamos que el alojamiento era caro y escaso, pero una vez aquí

hemos comprobado que estábamos equivocados. Nos habían dicho

que las comunicaciones serían malas, por la distancia con Europa y

la diferencia de horario, pero ahora sólo podemos declarar que

todo ello ha marchado con una rigurosa regularidad”, sentenció

Palumbo, aunque sus palabras no fueron seguidas con la misma

atención en Santiago.

El daño ya estaba hecho y las radios se encargaron de

montar una reacción nacionalista contra los italianos. Justo ahí

entró en escena el despacho de Corrado Pizzinelli, en La Nazione

de Florencia. Era lo que faltaba para que se hablara de guerra, Un

relato descarnado de principio a fin.

La infinita tristeza de la capital chilena

Santiago, el confín del mundo

En ningún lugar uno se siente tan lejano, perdido y solo

como en la ciudad huésped del campeonato internacional de fútbol.

Para los extranjeros es imposible huir de la nostalgia. Los

jugadores se resentirán con este clima depresivo.

Page 14: La batalla de Santiago

12

Por Corrado Pizzinelli

La Nazione di Firenze

Malestar

Desde que estoy en Chile tengo la curiosa sensación de

llevar el mundo sobre mis espaldas. Se le siente encima igual que

la tristeza de los habitantes, y ello provoca un malestar curioso que

se agrava por los enormes saltos de temperatura. Ayer a la mañana

el termómetro marcaba cuatro grados; a las catorce horas, más de

veintinueve. La sangre se torna torpe y parece faltar en las venas, y

después de permanecer algún tiempo en Chile uno se siente

extraño a todo y a todos. El virus de la lejanía más abandonada,

más solitaria, más anónima, se mete en el ánimo de todos y creo

que ello incidirá en el estado anímico de los atletas. Es por algo

que las federaciones futbolísticas de algunos países han enviado

expertos para estudiar este problema psicológico y descubrir qué

puede hacerse para poner a los jugadores a cubierto de él.

La presencia de los connacionales, las fiestas, los cócteles,

las ceremonias y las reuniones servirán de muy poco, pues la

melancolía y la soledad están en todas partes. Desde que estoy en

Chile me parece estar condenado a vivir en esta tierra triste y

fantástica en la que se desenvuelve la acción de ese libro no

olvidado de Julien Cracq, El mar de las Sirtes.

La tristeza flota en cada una de las conversaciones, como

una doliente espera y resignación, no demora en apoderarse del

europeo más activo y lleno de buen humor. En vano los chilenos,

como para consolar a los italianos, dicen que Santiago se parece a

Turín, que tiene un río como el Po que atraviesa, el Mapocho, un

Parque Forestal que comparan al Valentino y calles derechas y a

escuadra.

Cosas que no significan nada y nos hacen decir que

Santiago se parece a Turín como Roma a Milán. Las mismas

muchachas chilenas, tan famosas en el mundo por su gracia y

donaire y tan a menudo comparadas con las turinesas, tienen muy

poco de ellas. Se destacan por su liberalidad y su afán de progresar,

Page 15: La batalla de Santiago

13

y ésa es una de las semejanzas, lo que constituye uno de los tantos

lugares comunes sobre los que cierto periodismo y cierta literatura

han derramado verdaderos ríos de tinta. Y ello tal vez para tratar de

hacer olvidar la realidad de esta capital, que es el símbolo triste de

uno de los países subdesarrollados del mundo y afligido por todos

los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo,

alcoholismo, miseria... Bajo estos aspectos Chile es terrible y

Santiago su más doliente expresión, tan doliente que pierde en ello

sus características de ciudad anónima. Barrios enteros practican la

prostitución al aire libre: un espectáculo desolador y terrible que se

desarrolla a la vista de las “callampas”, un cinturón de casuchas

que circundan las ya pobres de la periferia y habitadas por la más

doliente humanidad. Se dirá que todo en Sudamérica es así, y que

ello no es de extrañar y que en todas las ciudades hay problemas de

este tipo. Los hay en Moscú, Nueva York, Río de Janeiro y Roma.

De acuerdo. Pero en esas ciudades los problemas de ese tipo tienen

un límite; aquí afectan a centenares de miles de personas. Que se

entienda bien, no son de origen indio. El noventa y ocho o noventa

y nueve por ciento de la población chilena es de origen europeo, lo

que nos hace decir y pensar que Chile, en el problema del

subdesarrollo, tiene que colocarse a un mismo nivel que los países

de Asia o África, pero que aquí, por la formación de su población,

la regeneración es mucho más grave que en los casos citados. Los

habitantes de esos continentes no son progresistas, éstos son

retrógrados.

Los turistas

Santiago es un campeón de los problemas más terribles de

América Latina, y es necesario aclarar que si la actual clase

dirigente, organizando el actual Campeonato del Mundo, buscaba

para sí buena propaganda para las próximas elecciones, teniendo

presente además la obtención de créditos tipo Plan Marshall para

Sudamérica y una comprensión especial de parte de la famosa

Alianza para el Progreso, no cabe duda de que esa clase dirigente

ha cometido el más craso error. Todo lo que Santiago muestra, aún

Page 16: La batalla de Santiago

14

las casas populares construidas de prisa para algunas decenas de

millares de personas, son sólo un pálido esfuerzo, que a nadie

convence y es la prueba más brillante de la forma como cierta clase

dirigente resuelve determinados problemas, en busca de su propio

beneficio. De otra manera no se explicaría cómo ha podido aceptar

la organización de los juegos mundiales sin disponer de los medios

necesarios ni de albergues suficientes. Los periodistas deportivos

que están llegando tratarán este asunto por su cuenta. Yo me limito

sólo a anticipar un pequeño hecho. Al iniciarse la organización, el

gobierno aseguraba obtener millones de dólares por la afluencia de

turistas, pero ahora Santiago se ha dado cuenta de que dispone

solamente de veinticinco mil camas (de las cuales el noventa por

ciento están en casas privadas), pero que los turistas extranjeros no

serán más de unos tres mil, excluidos los jugadores y periodistas, y

que la pérdida neta será de unos mil millones.

Naturalmente muchos políticos señalan que este gasto es

tan lógico y necesario como la televisión montada de prisa para

esta oportunidad. ¿Pero lo era en realidad cuando tantos problemas

graves afligen al país? Esta pregunta es hecha frecuentemente por

la oposición y el gobierno no le responde cómo resolverá los

graves problemas que debe afrontar cotidianamente. Está la huelga

de los médicos (que se niegan a prestar atención a quienquiera que

la solicita); está la extraña lucha por las aguas del Lauca, que

Bolivia reivindica para sí; existe la situación del campesinado,

donde hay trabajadores agrícolas que por doce horas de trabajo

ganan cuarenta de nuestras liras; están los problemas de la luz

eléctrica y del agua potable en Santiago. No es en absoluto una

ciudad fascinante, sin grandes monumentos ni recuerdos históricos,

sin palacios que se destaquen, sin una nota de arte o de cachet,

como dicen muchos en el lenguaje mundano. Es amable y simple

en la resignada tristeza de las poblaciones de la periferia, las que

están en abierta contraposición con aquellas de los centros

residenciales, donde excelentes arquitectos han construido chalets

y casas dignas de adornar un libro de arte moderno. Santiago, con

Page 17: La batalla de Santiago

15

su pequeño centro europeo; sus boites, que ofrecen espectáculos de

picaresque, esto es, strip-tease, ejecutado por chilenas, francesas,

alemanas o italianas; con sus cines y con sus grandes teatros, tiene

un no sé qué de chocante.

Y todo esto se da en Santiago, tal vez por ser el símbolo de

todos los problemas de Chile, de esta estrecha faja entre mar y

montaña, que tiene tres mil quinientos kilómetros de largo, que

comienza en el norte con el desierto y termina en el sur con los

hielos del polo, con el océano al oeste y la cordillera de los Andes

al este, que la separan, al igual que el polo y el desierto, del resto

del mundo, al que anhela unirse, no sólo en el concierto deportivo,

sino también en la búsqueda de la verdad y de la justicia, que no es

la que los comunistas locales auspician, pero tampoco la que trata

de darle la actual clase dirigente.

***

Pizzinelli era redactor político y viajero consumado, de

orientación izquierdista. Antes de arribar a Chile no había escrito

una sola línea de fútbol, y se especializaba, como muchos italianos

en su tiempo, en hacer descripciones costumbristas a partir del

neorrealismo y sus crudas presentaciones de la pobreza, lo cual

resultó evidente en aquellos párrafos llenos de crítica social, más

bien un golpe a los políticos de turno que a la población, como lo

hizo notar en la última idea. Bien pudo deducir las conclusiones de

su polémico texto antes de poner los pies en Santiago, aunque

algunas de las cosas que escribió no eran del todo inexactas. Lo

único claro es que se le pasó la mano y la reacción airada del

periodismo chileno hizo el resto. En resumidas cuentas: Pizzinelli

sostenía que la capital estaba infestada de callampas y que sus

mujeres eran todas prostitutas. Lo demás se perdió en el escándalo.

Gianni Brera, quizás el más influyente periodista deportivo

italiano de todos los tiempos, impulsor del catenaccio, advirtió

algunos años después que en “la dramática aventura chilena” había

Page 18: La batalla de Santiago

16

responsabilidades compartidas entre dirigentes, jugadores y

técnicos, cuyos errores quedaron al desnudo ante los despachos

periodísticos de sus colegas. “Para mayor infortunio (y descaro)

dos enviados de diarios italianos precedieron a la escuadra y

describieron a Chile como un país pobre y desgraciado país, lleno

de prostitutas menores de edad y de disfunciones crónicas. Los

chilenos estaban sorteados en nuestro grupo: estas premisas les

permitieron llamar a una tremenda campaña contra los italianos,

tan propensos a ver la mota en el ojo ajeno y no la viga en el

propio”, destacó en su libro Il Calcio Azzurro ai Mondiali.

Ante el odio creciente contra todo lo que oliera a italiano en

Chile, la Squadra Azzurra y la colonia residente intentaron

desligarse de las ofensas. Artemio Franchi, como jefe de la

delegación, citó a una conferencia de prensa para el sábado 26 en

la tarde, de la que participó Otorino Berassi, agregado cultural de

la embajada de Italia en Santiago. “Yo no tengo nada que ver con

los periodistas y ellos son libres de escribir lo que quieran. No

todos tienen la cabeza bien puesta y éste es el resultado. Sin

embargo, y comprendiendo el ánimo de los periodistas chilenos en

estos momentos, yo les pido no dramatizar”, dijo Berassi. Franchi

se manifestó “en completo acuerdo” con tales palabras y se mostró

aún esperanzado con un final feliz: “La organización del

campeonato ha sido perfecta. Nuestra estada en Chile será

inolvidable e independientemente del resultado deportivo será un

recuerdo que llevaremos con nosotros toda la vida. Estamos

seguros de que estas declaraciones serán apreciadas en su justo

valor”.

El grupo dirigido por Fernando Riera prefirió mantenerse al

margen de la discusión y centró todo su discurso en el duelo

inaugural frente a Suiza. Los italianos, en cambio, ya se habían

desviado del partido contra Alemania. El 29 de mayo apareció una

inserción de la colectividad italiana en los medios capitalinos, en la

que repudiaba “enérgicamente las calumnias y ofensas” e invitaba

a la opinión pública chilena “a que, en su legítima reacción, haga la

Page 19: La batalla de Santiago

17

debida y necesaria distinción entre las palabras de un periodista y

los sentimientos del pueblo italiano que siempre ha tenido para el

pueblo chileno, de respeto, admiración y simpatía, comprobados a

través de tantos años de tradicional y sincera amistad”.

Los azzurri ya no podían ocultar su nerviosismo y siguieron

usando flores como instrumento de pacificación. A las diez de la

mañana con diez minutos del miércoles 30 de mayo Artemio

Franchi y los arqueros Lorenzo Buffon y Carlo Mattrel hicieron

una ofrenda floral ante el monumento de Arturo Prat y los héroes

de Iquique, obra del escultor José Caroca Laflor e inaugurado sólo

dos días antes a un costado del río Mapocho. Ese día en La

Stampa, de Turín, el enviado Francesco Rosso sintetizó el

sentimiento que a esa altura embargaba a los representantes de

Italia en el certamen. “Una barrera de antipatía futbolística entre

los azzurri y los deportistas chilenos”, fue el título de su nota, en la

que explicó que los artículos de sus colegas, “crudamente

verdaderos sobre una particular realidad chilena, y la reacción de

los componentes del seleccionado italiano a las pullas sobre su

composición foránea, contribuyeron a esta impopularidad”, para

luego sentenciar que “los chilenos son nacionalistas exasperados y

subrayar sus defectos les provoca un amargo resentimiento”.

Los resultados de los primeros partidos no hicieron más que

alimentar el deseo de pasarles por encima a los italianos. Chile

superó por 3-1 a Suiza, con dos goles de Leonel Sánchez y uno de

Jaime Ramírez. El arbitraje corrió por cuenta del inglés Kenneth

George Aston, quien así, a través de una conducción pulcra del

duelo, lavó su imagen ante los jugadores chilenos, que se sintieron

ultrajados por sus cobros en un amistoso previo en Dublín, el 30 de

marzo de 1960, que terminó con victoria para Irlanda del Norte por

2-0.

Al día siguiente, Alemania e Italia brindaron un auténtico

festival de puntapiés, juego sucio e ímpetu desmedido en el

Estadio Nacional. “Faltaron goles; sobraron patadas”, dijo la

revista Gol y Gol de aquel empate a cero, en el que el árbitro

Page 20: La batalla de Santiago

18

escocés Robert Davidson tuvo un pobre desempeño al ser incapaz

de impedir los golpes que se repartieron por lado y lado. Al final,

lo previsible: recriminaciones mutuas entre germanos e itálicos por

los excesos. En su edición del 1 de junio, El Mercurio habló de “un

match violento y un score justo”, en el que la entrada al campo del

equipo italiano “fue recibida con algunos silbidos, producto de los

relacionadores públicos que algunos días atrás enviaron venenosos

despachos a sus diarios”. Los jugadores de Italia entraron con

claveles en sus manos y los repartieron entre la concurrencia. Las

flores fueron devueltas a la pista de atletismo en las tribunas

populares.

Siam pronti alla morte

Un cigarrillo brilla pálidamente en la oscuridad e

inmediatamente se encienda la luz en la pieza número tres. La

escena tiene lugar en la escuela Capitán Ávalos, en la noche del 1

de junio de 1962. El que fumaba era Sívori y desde la cama,

abriendo los ojos después de encender la lámpara, Maldini le

preguntó “¿qué haces a esta hora, estás loco?”. La respuesta de

Sívori despertó al ítalo-brasileño José Altafini, que completaba el

trío en la habitación. “¿Y qué? Podemos estar en pie toda la noche

porque mañana no jugamos”, dijo Sívori, “vengan a escuchar, pero

despacio, que el piso de madera cruje”.

En la primera planta estaban reunidos los técnicos Paolo

Mazza y Giovanni Ferrari. Mazza era presidente del club Spal

Calcio, entonces en la Serie A del fútbol italiano. El nombre de

Ferrari, mítico campeón mundial como jugador en las copas de

1934 y 1938, las copas de Mussolini, estaba ligado a la Juventus.

Parapetados detrás de una escalera, Maldini, Sívori y Altafini

también escucharon otras dos voces. La de los enviados especiales

Rizieri Grandi, de Il Messaggero, y Gianni Brera, de Il Giorno y

Guerin Sportivo, de acuerdo al testimonio prestado años después

por Maldini. El caso es que en la mesa hablaban junto a los

Page 21: La batalla de Santiago

19

entrenadores sobre la formación que presentaría Italia frente a

Chile al día siguiente. Para el histórico jugador del Milan, padre de

Paolo Maldini, el tono de los periodistas parecía un poco

imperativo, aunque no se atrevió a decir si se trataba de una

participación activa en el rearme de la oncena azzurra o de un

mero afán de informarse para escribirlo después en sus despachos.

Estos detalles fueron relatados por Cesare Maldini en una

entrevista a la televisión italiana y recogidos en una crónica del

diario La Repubblica, el 23 de mayo de 1986 (“Chile como

enemigo”, de Aldo Pacor). Es la parte menos conocida de la

Batalla de Santiago en Chile, donde la historia se simplificó en una

provocación y en unos golpes por aquí y por allá. Italia, sin

embargo, alentó su propia confusión.

Los azzurri llevaban varios años enredados con la

nazionale cuando se encontraron con el nuevo desafío mundialista

en 1962. Sus problemas quizás comenzaron con la tragedia en

1949 del Grande Torino, un equipo que daba espectáculo y que

tenía diez jugadores en la selección italiana. Muchos creen que la

caída de ese avión en Bolonia cambió la historia del fútbol, porque

esa calamidad está asociada al nacimiento del catenaccio. Sin los

virtuosos jugadores del Torino, Italia empezó a buscar un nuevo

estilo y con el tiempo apareció la adaptación del famoso cerrojo

suizo por parte de Nereo Rocco, quien de hecho estuvo pujando

hasta última hora para embarcarse a Chile como allenatore.

Cuenta Maldini al respecto: “Sucedió un hecho extraño,

difícil de olvidar. De aquel viaje es la cosa que más me

impresionó. Antes de la partida, en el Milan me habían entregado

un paquete para entregárselo a Rocco. Había dentro unos dólares y

algunas cartas. Il Paron andaba en Brasil en busca de un extranjero

para llevarlo a Milán. Consiguió a Germano, un atacante de color

que después se casó con la condesa Augusta. No fue un buen

negocio. Cuando aterrizamos en San Paolo, Rocco estaba allá, bajo

un cartel en medio de la pista. Salieron primero los que se bajaban

en la escala técnica y se me vino encima de repente. Le di el

Page 22: La batalla de Santiago

20

paquete y ni siquiera lo guardó”. Aquí se produce una

conversación casi ridícula entre el director técnico del Milan y su

pupilo, a horas del arribo a Santiago.

-¿Y entonces? –dice Rocco.

-No sé, no he mirado dentro –responde Maldini apuntando

el paquete entre las manos de su jefe.

-Sí, está bien, ¿pero entonces? ¿Entonces qué? ¿Nadie ha

dicho nada?

-No sé nada, señor Rocco, ¿qué cosa?

-¿Entonces voy con ustedes? ¿Soy el entrenador?

Esa escena, según Maldini, fue una de las más difíciles en

su carrera futbolística. No sabía qué decirle a Rocco, a quien los

dirigentes le habían insinuado que a último momento se haría

cargo de la selección para el Mundial de Chile.

Las dudas, por cierto, partieron varios meses antes, cuando

la federacalcio decidió constituir el Sector de Selecciones

Nacionales, a cargo de Mino Spadacini, presidente del AC Milan,

de quien dependería una comisión técnica en la que además de

Mazza y Ferrari debía participar Helenio Herrera, entrenador del

Inter de Milán. El triunvirato en cuestión tenía que hacerse cargo

de la expedición a Chile, sin medirse en gastos y tanto menos en

roles, con un poco de megalomanía y mucha confusión. El mítico

HH, el Mago, se mostró indolente ante la posibilidad de negociar

sus decisiones con Mazza y Ferrari, así que obtuvo una concesión

de los dirigentes: Ferrari tomaría el equipo en una etapa preliminar,

Mazza se haría cargo de los meses previos al Mundial y Herrera

aterrizaría con plenos poderes en Santiago, convertido en amo y

señor de la banca azzurra.

El pretencioso proyecto se encontró con un tremendo

obstáculo cuando, en febrero de 1962, tres jugadores de Inter

dieron positivo por uso de estimulantes. Herrera se vio forzado a

renunciar a la comisión y, por ende, estuvo momentáneamente

fuera de la Copa Jules Rimet (pocos días después lo llamaron de

España para que dirigiera a su selección en la sede de Viña del

Page 23: La batalla de Santiago

21

Mar). Aunque Spadacini pensó que el puesto de Helenio debía

asumirlo Rocco, y la mantuvo casi hasta el final, en la práctica

Italia quedó bajo el comando de la dupla Ferrari-Mazza. Los que

prepararon el camino también tendrían que terminarlo. Primero

organizaron un retiro para concentrar al equipo en la localidad de

San Pellegrino, a setenta kilómetros de Milán. Ahí, en las semanas

previas del viaje a Chile, los jugadores tuvieron libertades

inesperadas para dicha fase de alistamiento, ya que Ferrari viajaba

todas las noches a Milán y Mazza vivía mucho más lejos, en la

ciudad de Ferrara, y no podía estar todos los días con el equipo. A

nadie podía hacerle mal un poco de dolce vita.

Los técnicos planeaban jugar en Chile con dos selecciones,

que se alternarían de acuerdo al rival que tuvieran enfrente.

Altafini, por ejemplo, en Florencia salvó a Italia A de la derrota

con dos goles providenciales el 5 de mayo de 1962 ante Francia,

que jugó mejor y mereció ganar, y el día después Italia B se dio un

paseo en Bari ante su similar de Hungría, con gran actuación del

ala táctica Giacomo Bulgarelli. La elección de los aleros,

justamente, no era un tema menor en la cabeza de Ferrari y Mazza,

quienes aún no decidían el esquema de juego: con volantes de

corte más ofensivo que corrieran por las orillas o sumando un

centrocampista más destructivo en esa zona. En el último amistoso

antes de volar hacia Sudamérica, el 13 de mayo en Bruselas, estas

indecisiones hicieron más noticia que el debut internacional del

joven Gianni Rivera. Como en aquel duelo contra Bélgica estuvo

presente en las gradas el seleccionador alemán Sepp Herberger, los

estrategas italianos quisieron engañarlo con la alineación del

puntero Bruno Mora por la derecha, para después usar en ese

puesto contra Alemania a Giorgio Ferrini, de menor vocación

ofensiva. El ya mencionado periodista Gianni Brera, al encontrarse

con Mino Spadacini en el hall del hotel en Bruselas, le hizo una

pesada advertencia. “Tengan a la mano los paraguas. Si ponen a

Mora y pierden este partido, se les vendrá encima una avalancha de

insultos”, le dijo el redactor de Il Giorno y Guerin Sportivo. Esa

Page 24: La batalla de Santiago

22

opinión al parecer cambió los planes de Italia, ya que entró Ferrini

y el equipo venció por 3-1. El encuentro contra los belgas dejó

lesionado al volante Giovanni Trapattoni, quien luego viajaría a

Chile y se quedaría sin jugar por este problema, y también reafirmó

el miedo del crack Sívori por los aviones: pidió viajar en tren a la

capital de Bélgica, con el compromiso de que podría retornar por el

mismo camino si Italia lograba la victoria, como ocurrió.

La duda entre Ferrini y Mora tuvo un curioso desenlace en

Santiago. Ferrari y Mazza resolvieron confabularse de todos

modos contra el Mago Herberger: meter a Mora contra Alemania.

Esto dejaba en claro que los técnicos italianos estaban

obsesionados con ganar ellos primero los partidos, pero el mismo

día del encuentro contra los germanos Mora se les perdió de vista

en la base militar de El Bosque y cuando lo hallaron, minutos antes

de tomar el bus hacia el Estadio Nacional, optaron por dejar fuera

al delantero de Juventus y mantuvieron a Ferrini entre los titulares.

Así que los once del debut en la Copa Jules Rimet de 1962 fueron

Lorenzo Buffon (Inter), al arco; Giacomo Losi (Roma) y Enzo

Robotti (Fiorentina), en la defensa; Sandro Salvadore (Milan),

Cesare Maldini (Milan) y Luigi Radice (Milan), en el medio;

Gianni Rivera (Milan), Giorgio Ferrini (Torino), José Altafini

(Milan), Enrique Sívori (Juventus) y Giampaolo Menichelli

(Roma), en ataque. Se creía que este era el mejor equipo que podía

presentar Italia en el Mundial, aunque se trabó en la lucha cuerpo a

cuerpo con los alemanes.

El deseo de pasar gato por liebre, sin embargo, perduró en

el cerebro de Ferrari y Mazza, que ya tenían listo el plan para

embaucar a Fernando Riera, su colega chileno. Maldini fue uno de

los mejores en el estreno, apenas por encima de Rivera y Sívori,

que también se destacaron por sus dotes futbolísticas en medio de

la guerra declarada contra Alemania. Mazza era el más

empecinado con la idea de cambiarle las reglas del juego a Chile y,

por lo visto, se salió con la suya. Incluso le propuso a Ferrari sacar

del arco al experimentado Buffon, 32 años, y cederle su lugar al

Page 25: La batalla de Santiago

23

joven Carlo Mattrel, 22 años. Había que confundir a los chilenos a

como diera lugar, pero al final tuvieron que enfrentar un problema

obvio: los más confundidos resultaron sus propios jugadores. “El

partido era el 2 de junio. En la mañana festejamos el Día de la

República y cuando izábamos la bandera se cruzaron miradas

perplejas, incrédulas, interrogativas. Hablamos un poco de eso con

algunos compañeros en la víspera, pero después nos dedicamos a

espiar cada indicio para saber qué iba a pasar. Incluso fuimos a ver

el bolso con la indumentaria de juego y parecía todo normal. No

entendíamos nada. La confirmación de mi suerte la tuve solamente

al momento del informe táctico. Entré a la sala, le eché un ojo a la

pizarra y vi que en mi posición no estaba el número 5, pero sí el

17, que era el de Janich. Nos explicaron que en esa circunstancia

valían tanto los titulares como los reservas y que por lo tanto lo

mejor era rotar. Por eso cambiaron siete de once hombres. Una

explicación ilógica, inaceptable, pero ninguno reclamó. Solo

Altafini, pero él era un loco, e inventó un número de los suyos”,

diría después Cesare Maldini.

Altafini, en efecto, encaró a Paolo Mazza a la entrada del

comedor. “Pero cómo, quedé afuera justo ahora que estoy en forma

como nunca, ahora que me siento un león”, le dijo el ítalo-

brasileño del Milan, y mientras le hablaba a su entrenador hacía

filigranas y goles con una pelota imaginaria. La bufonada

altafinesca tuvo su efecto en Mazza, que minutos después se

acercó a Ferrari y lo convenció de cancelar el ingreso de Angelo

Sormani y mantener a Altafini en la formación estelar. Así que

finalmente hubo seis cambios en Italia para enfrentar a Chile:

Carlo Mattrel por Lorenzo Buffon, Mario David por Giacomo

Losi, Paride Tumburus por Luigi Radice, Francesco Janich por

Cesare Maldini, Bruno Mora por Gianni Rivera y Humberto

Maschio por Enrique Sívori. Había llegado la hora de los duros en

la escuadra azzurra. Rivera, Sívori y Maldini eran demasiado

elegantes y menos combativos que sus reemplazantes. De eso al

menos estaban seguros Ferrari y Mazza. De Sívori, el ídolo, se

Page 26: La batalla de Santiago

24

presumía un exceso de individualismo y además se le acusaba

internamente de haberse farreado una oportunidad de gol fabulosa

ante Alemania. Maschio, en cambio, tenía la virtud de poder jugar

más retrasado en el campo si los técnicos lo requerían. Tales

fueron las teorías que sostuvieron en sus anuncios del partido los

enviados especiales Gianni Brera y Rizieri Grandi, los mismos que

en la noche previa charlaron hasta tarde con los técnicos de Italia.

¿Les habían impuesto el equipo a los estrategas? Eso nunca se

supo, aunque es claro que tuvieron ocasión de ofrecer sus puntos

de vista y luego escribir sobre ello, cosa que no ocurrió con la

mayoría, que defendió a los más hábiles y adelantó que habría muy

pocos cambios para el segundo cotejo oficial en Santiago.

En medio de la tensión ambiental, a última hora sir Stanley

Rous, presidente de la FIFA y del Comité de Árbitros de la Copa

Jules Rimet, decidió cambiar al árbitro de Chile-Italia. El vasco

Juan Gardeazábal, designado en el sorteo del 25 de mayo, parecía

el hombre indicado para la disputa: llegó a Santiago para dirigir en

su segundo Mundial, después de una buena experiencia en Suecia

1958, donde le arbitró en dos victorias a la Francia de Just

Fontaine, 7-3 a Paraguay y 4-0 a Irlanda del Norte, y tuvo tres

apariciones como guardalíneas, incluyendo la final entre Brasil y

los dueños de casa. En la cita de 1962, Gardeazábal fue el referí

del choque entre Argentina y Bulgaria en Rancagua, que terminó

1-0 a favor de los sudamericanos.

La modificación se produjo a raíz de un reclamo de

Artemio Franchi, el jerarca de la delegación italiana, quien protestó

por la figuración de dos guardalíneas chilenos para el tercer partido

de Italia, contra Suiza. Rous aceptó la petición, pero también

aprovechó de incluir el nombre de Ken Aston en la movida, que

venía de arbitrarles a los chilenos en el debut frente a los

helvéticos. Aston estaba programado para dirigir el 3 de junio el

duelo entre Hungría y Bulgaria, pero fue relevado en su calidad de

inglés, ya que la selección de su país completaba la sede de

Page 27: La batalla de Santiago

25

Rancagua junto a Argentina. Así que Rous sacó a Gardeazábal y le

cedió su mandato al bueno de Aston.

Nacido el 1 de septiembre de 1915 en Colchester,

Inglaterra, Aston fue el referí de la final de la Copa Europa entre

Unión Soviética y Yugoslavia, en 1960, cotejo disputado en Roma,

cuyo título se adjudicaron los rusos al vencer por 2-1. Era un buen

antecedente, aunque Rous de seguro tenía más confianza en él

porque participó activamente en la Segunda Guerra Mundial,

primero con la Real Fuerza Aérea y luego con la Real Artillería, y

llegó hasta el grado de teniente coronel. Si alguien no iba a dejarse

intimidar por el clima previo del partido Chile-Italia, ése debía ser

Ken Aston, a quien los jugadores locales ya conocían por el

famoso arbitraje en Dublín y luego por su reivindicación en el

duelo contra los suizos.

Rous reunió aquella mañana del 2 de junio de 1962 en el

hotel Carrera al Comité de Árbitros y a todos los jueces de la sede

de Santiago para pedirles que le pusieran límite a la violencia que

comenzaba a manifestarse en el torneo. A míster Aston, de cuerpo

presente, le recomendó especialmente que castigara con mano de

hierro a los jugadores que se excedieran esa tarde en el Estadio

Nacional. Sus guardalíneas serían el mexicano Fernando Buergo y

el israelí Leo Goldstein.

El 2 de junio el pueblo italiano celebra el Día de la

República, en recuerdo del referendo de 1946, en el que se votó

por dicho sistema de gobierno en perjuicio de la monarquía de la

Casa de Savoya. Dieciséis años después, en la Escuela de Aviación

Capitán Ávalos, los integrantes de la Squadra Azzurra esperaban

con nerviosismo el crucial duelo ante Chile. En la mañana

festejaron sobriamente el aniversario patrio. Fue izada la bandera,

il Tricolore, y se cantó el Fratelli d’Italia, el himno nacional,

cuyos últimos versos quedaron vibrando en las conciencias. Siam

pronti alla morte, l’Italia chiamò. Estén listos para la muerte, Italia

llamó. Luego hubo un breve discurso del embajador y los

Page 28: La batalla de Santiago

26

futbolistas volvieron a sus preocupaciones precompetitivas.

Giovanni Ferrari les dio a conocer el nombre de los once que

entrarían jugando minutos antes de subir al bus que los trasladó

hacia el Estadio Nacional. A la una y media de la tarde ya estaban

instalados en su camarín.

La inquietud de la selección chilena en las horas previas

pasaba fundamentalmente por la formación que presentaría Italia,

que, según las declaraciones de Ferrari, estaba jugando a las

escondidas. “No hay hombres claves en nuestro equipo. Eso se vio

en el juego contra Alemania. Algunos de los jugadores de quienes

esperábamos mucho no jugaron bien”, insinuaba Ferrari en la

prensa de ese día.

La prensa europea, entretanto, presentía un tranquilo triunfo

de Italia. Citado por El Mercurio, el enviado especial francés

Phillippe Rethaker, de L’Equipe, apostaba por la capacidad de las

estrellas del calcio. “Muchos observadores piensan que este

equipo, superior atléticamente y dotado de personalidades de

primer plano como Rivera, Sívori y Maldini, se impondrá

fácilmente a Chile”, sostuvo Rethaker. La formación italiana, sin

embargo, sorprendería a todo el mundo.

El largo brazo de Leonel

Sábado 2 de junio de 1962, 15 horas

Séptimo Campeonato Mundial de Fútbol Copa Jules Rimet

Chile 2, Italia 0 (Grupo 2)

Estadio Nacional de Santiago. Árbitro: Kenneth Aston (Inglaterra).

Guardalíneas: Fernando Buergo (México) y Leo Goldstein (Israel).

Público: 66.057 espectadores.

Chile: Escuti; Eyzaguirre, R. Sánchez, Navarro; Rojas, Contreras;

Ramírez, Toro, Landa, Fouillioux y L. Sánchez. DT: Fernando

Riera.

Italia: Mattrel; David, Salvadore, Robotti; Tumburus, Janich;

Mora, Maschio, Altafini, Ferrini y Menichelli. DT: Paolo Mazza.

Page 29: La batalla de Santiago

27

Goles:

1-0: a los 74 minutos, Jaime Ramírez.

2-0: a los 87 minutos, Jorge Toro

A las catorce horas con cincuenta y dos minutos, en el túnel

de acceso sur, los jugadores chilenos se enteraron recién de los la

alineación italiana, mientras hacía abandono de la cancha la

Escuela de Infantería de San Bernardo, que interpretó los himnos

nacionales de ambos países. Un helicóptero sobrevolaba el estadio

y empezó a correrse la voz rápidamente: no iban a jugar Rivera, ni

Sívori ni Maldini. Los hombres de Riera, ahí en el túnel,

aleonándose unos con otros como siempre en estos casos,

recibieron la noticia como un regalo del cielo, de acuerdo a la

versión de Jorge Toro: “Ahí nos bajó la confianza. Estábamos

seguros de que íbamos a ganar, porque eran sus mejores jugadores

los que se quedaban afuera. No sé por qué no entraron. Quizás

pensaron que podían sacarnos un empate y que necesitaban a los

mejores para ganarle después a Suiza. Nunca lo entendí, pero ahí

como que se eliminaron solos”.

Los equipos entraron un minuto más tarde al campo de

juego, en forma simultánea. Los once de Italia se esparcieron por

el sector norte, nuevamente con claveles blancos en sus manos, y

el público nuevamente se los devolvió. Había tensión en el

ambiente y se notó cuando los capitanes Sergio Navarro y Bruno

Mora intercambiaron los banderines en el sorteo de lado. Un frío

apretón de manos precedió a la ceremonia. Mora ganó el sorteo y

eligió partir en el arco norte. Chile debía mover la pelota, atacando

de sur a norte en el primer tiempo.

El pitazo inicial del árbitro Ken Aston sonó cuando el reloj

marcaba pocos segundos pasadas las quince horas, las tres de la

tarde en Santiago de Chile, las ocho de la noche en Italia. Honorino

Landa tocó para Alberto Fouillioux y comenzaron los golpes: esa

primera jugada terminó con un empujón de Leonel Sánchez contra

Mora. En la primera acción de riesgo, un centro de Menichelli

Page 30: La batalla de Santiago

28

probó las manos de Misael Escuti, a los tres minutos. Luego fue el

turno de Altafini con un zurdazo. El meta de Colo Colo respondió

sin complicarse en ambas atajadas.

En la jugada siguiente, el primer problema para Aston: tras

una falta contra Luis Eyzaguirre casi en la mitad de la cancha,

Maschio y Sánchez se trenzaron en una discusión por la posición

de la pelota para ejecutar el tiro libre. Leonel quería ganar unos

metros para poder probar suerte con un remate al arco. El árbitro se

acercó y le dio la razón al italiano. El zurdo de Universidad de

Chile, picado, le gritó en la cara a Maschio. “Vos estás

equivocado. Argentina juega en Rancagua, ándate para allá”, lo

increpó, con una grosería al final de la frase.

El tiro posterior de Sánchez iba al arco, pero le salió muy

mal, a los pies de un adversario. El rebote le cayó otra vez a

Sánchez, quien justo quedó frente a frente con Maschio. El ítalo-

argentino derribó al chileno, quien le contestó desde el suelo y

también lo hizo caer, justo para que Rojas en una acción normal, le

pasara por encima. Maschio le tiró una patada desde atrás al

jugador de Everton, éste se devolvió con intención de encararlo y

recibió otro puntapié, esta vez disuasivo. El azzurro puso las

manos en posición de boxeo, por si acaso, y se armó el tumulto.

Mientras Aston trataba de proteger a Maschio de los deseos de

venganza, a su derecha Sánchez tuvo un nuevo entrevero: el

número 18 de Italia, Mario David, llegó desde atrás, le dijo algo al

pasar y le tiró un manotazo al chileno. Leonel aprovechó para

tirarse al piso con la ambición de que Aston le pasara la cuenta

después a David.

Éste fue, en realidad, el origen de la pelea entre el 11 de

Chile y su marcador, al quinto minuto de juego. David,

resguardado por sus compañeros, se alejó por si acaso de la escena

bajo las amenazas de Honorino Landa, quien trató de pegarle un

puntete sin éxito. Tuvo que entrar el guardalíneas Fernando

Buergo para ayudar a separar, instante en que Sánchez se paró y le

mostró la cara al árbitro, quien desestimó la acusación sin pensarlo.

Page 31: La batalla de Santiago

29

El juego se reanudó a los seis, con otro lanzamiento mal ejecutado

de Sánchez. Sobre la misma, tras un intento de Jaime Ramírez por

la derecha, la zaga europea despejó el balón hacia el campo

chileno, donde Carlos Contreras retomó la posesión con un pase

para Raúl Sánchez. El central wanderino tocó para Jorge Toro,

quien perdió ante la marca de Sandro Salvadore. Al querer

recuperar la pelota, Toro le hizo una falta por detrás a Giorgio

Ferrini, quien se dio vuelta y contestó automáticamente con un

vistoso patadón, sin golpear del todo la humanidad de Toro pero

que bastaba para que Aston, a cinco metros, tomara la decisión de

expulsarlo inmediatamente del campo. De hecho, la primera

reacción del inglés fue sacar a Ferrini del campo y ante la

resistencia del italiano empezó a pedir la ayuda de los carabineros

al borde de la cancha. Ferrini estaba fuera, pero antes de que Aston

siquiera se pronunciara, Leonel se acercó por detrás a Maschio y lo

golpeó con el puño en el rostro. Aston, a tres metros, justo miraba

para otro lado. En la confusión posterior, los italianos presionaron

al referí para que castigara la agresión de Sánchez. Mora, el

capitán, prácticamente empujó a Aston para que se acercara a

Maschio, cuya nariz sangraba por una fractura, resultado que

arrojarían después los exámenes de rigor. Luego de parlamentar

unos segundos, el británico insistió en la salida de Ferrini,

apoyándose en el refuerzo policial. A esa altura, a los diez minutos,

había unas cincuenta personas en el rectángulo de juego,

incluyendo carabineros y fotógrafos. Mora le insistió tanto a Aston

sobre Sánchez que éste al final, y sólo tras el abandono de Ferrini,

accedió a preguntarles a sus asistentes sobre el incidente. Llamó

primero al israelí Leo Goldstein para saber si había visto algún

acto antirreglamentario. Respuesta: nada. Y luego se acercó al

mexicano Buergo: nada.

El fútbol se reanudó ocho minutos después, a los catorce,

con un pase de Rojas para Toro en la mitad de la cancha. Por

decisión de la dupla técnica italiana, Maschio y Mora abandonaron

sus puestos en al ataque, con la misión de colaborar en funciones

Page 32: La batalla de Santiago

30

defensivas. A los dieciséis, nueva detención: foul de Maschio a

Toro, el primero de una larga serie de infracciones en contra del

hábil jugador chileno. El colocolino Toro se levantó del piso

rengueando, un minuto después, para volver a sufrir la dureza de

sus marcadores. Salvadore y Mora lo repasaron en escaramuzas

sucesivas, por si había dudas. Luego se produjo el segundo

encuentro entre Leonel Sánchez y Mario David, a los veintidós

minutos, cuando el defensor italiano le cometió una falta y se

molestó cuando el chileno empezó a cojear, denunciando su teatro.

Después, a los veinticinco, al menos una muestra de

caballerosidad: Mora entró hasta el área chica con la pelota y

Escuti se le lanzó a los pies, bien apoyado por Contreras, de tal

modo que Mora alcanzó a golpearlo en la cabeza, pero el golero

local se incorporó en medio del dolor y saludó amistosamente a su

agresor. Hubo aplausos para el meta de Colo Colo.

A los veintiocho, sin embargo, Sánchez y David siguieron

con su obsequioso intercambio. Hubo un golpe sin pelota de David

contra el zurdo chileno. Lo vio el guardalíneas Buergo y se lo

comunicó al árbitro principal, pero Aston sólo amonestó

verbalmente al zaguero europeo y cobró tiro libre para Chile,

desperdiciado rápidamente por Toro. Ya era la cuarta vez que

David atacaba a Sánchez, ya que segundos antes, en una acción

intrascendente, le dio un leve golpe en la boca del estómago que no

fue advertida por el árbitro. Como no le dolió mucho, el agredido

tampoco hizo demasiado aspaviento.

El público no estaba conforme con el partido y lo hacía

sentir con pifias desde la tribuna. Los italianos, con un jugador

menos desde el comienzo, sólo atinaban a defenderse, con

marcaciones especiales para Jorge Toro (Humberto Maschio),

Honorino Landa (Francesco Janich), Alberto Fouillioux (Paride

Tumburus), Leonel Sánchez (Mario David) y Jaime Ramírez (Enzo

Robotti). Toro, convertido en conductor de Chile, recibió un duro

castigo por sus desplantes con el balón. De hecho, no hubo

ocasiones de gol en el resto del primer lapso, pero sí más combates

Page 33: La batalla de Santiago

31

cuerpo a cuerpo. Lo más cerca del gol que estuvo el equipo de

Riera fue en un centro de Leonel, tras una habilitación de Pluto

Contreras, al que no alcanzó a llegar Alberto Fouillioux, a los

treinta y cinco minutos. Por el contrario, la jugada siguiente,

Altafini cabeceó solo en el área chica ante la mirada impávida de

los centrales chilenos, tras un centro de Mora desde la izquierda.

Escuti sólo pudo seguir la trayectoria del balón, desviado

increíblemente por el oriundo.

El mítico puñetazo de Sánchez a David ocurrió a los 41

minutos, a un par de metros del banderín del córner y del linesman

Fernando Buergo. Aston tampoco estaba demasiado lejos, unos

quince metros. Después de recibir de Navarro, Leonel quedó sin

espacios, con el italiano a su espalda, y perdió pie al tratar de

proteger la pelota. Al caer ésta le quedó entre las piernas, a la

altura de las rodillas. Esto era lo que David estaba esperando desde

hacía rato, la posibilidad de golpearlo con balón de por medio, así

que le dio dos puntapiés en su pierna derecha. Buergo levantó su

bandera de inmediato para advertir la falta del italiano, momento

en que Sánchez procedió a tomar la justicia con su puño izquierdo,

que hizo blanco en el rostro de David. Los primeros en llegar al

sitio del suceso fueron Francesco Janich y Navarro. El primero

para encarar a Sánchez y el segundo para apaciguar. Ahí el 11 de

Chile se dio cuenta de la gravedad de su error y, por si acaso,

comenzó a cojear. Aston dilató su pronunciamiento impidiendo

que los enfurecidos italianos se acercaran más a Leonel.

En ese momento también terció en la escena la figura de un

personaje peculiar en la historia del Mundial: el informador de

cancha Carlos Barrenechea, apodado el Raty, cuya misión resultó

muy ingrata en dichas circunstancias. Él había sido contratado para

informar al público presente en el estadio de las incidencias del

juego. Le pagaron ciento cincuenta mil pesos por los diez

encuentros. Si caía al piso un jugador lesionado, por ejemplo,

debía correr hacia el campo, reconocer el número en su espalda,

volver a toda carrera hacia el borde y levantar un cartel para

Page 34: La batalla de Santiago

32

comunicar a la concurrencia la identidad del hombre lastimado. En

ocasiones, si el caído estaba boca arriba, de modo que era

imposible ver su dígito dorsal, se acercaba caballerosamente y

hacía girar un poco al desgraciado para tomarle la patente. Es lo

que hizo el Raty tras el golpe de Leonel. Levantó un poco al

marcador italiano y en el trámite recibió los insultos de Janich y un

severo empujón de Mora. Barrenechea, profesional, no hizo caso

de la afrenta y corrió de vuelta hasta el borde para poner a todo el

mundo al corriente de los hechos: el que estaba en el piso era el

número 18 de Italia, Mario David.

Luego Aston hizo el movimiento más fullero de su vida

como árbitro, al preguntarle al oído al mexicano Buergo el

pormenor de los hechos, regalándose así el muerto a su asistente.

Con la historia ante su conciencia, y un posible linchamiento a su

espalda, Buergo simplemente le devolvió la responsabilidad al

británico. No había visto nada, le dijo. Entonces Aston pidió que

sacaran a Sánchez para atenderlo de su lesión ficticia fuera del

campo y concedió tiro libre a favor de Chile por falta de David. El

juego se reanudó con el servicio de Fouillioux a las manos del

arquero Carlo Mattrel.

Enceguecido, David no tuvo que esperar mucho para

tomarse una cruda venganza. Dos minutos después, tras dos

córners seguidos a favor de Italia, Sánchez pretendió conducir con

la cabeza una pelota intrascendente cerca de la zona defendida por

Navarro, en la banda izquierda chilena y de frente a la tribuna

oficial. El azzurro se acercó con furia por detrás y se le tiró encima

a lo Bruce Lee. Le dio con la planta del pie en la nuca y Sánchez se

desvaneció como un muñeco de papel. Fouillioux quiso increpar a

David, pero Mora lo abrazó e intentó llevárselo de ahí. Sin

embargo, Aston, muy cerca, tomó al agresor del hombro y lo sacó

él mismo de la cancha. Después, en la confusión, el expulsado

David quiso seguir en el campo, pero el referí se dio cuenta y lo

fue a buscar a su zona para echarlo. En una retransmisión posterior

del partido para Italia, el mítico relator Nando Martellini dijo que

Page 35: La batalla de Santiago

33

las expulsiones de Ferrini y David podían “ser consideradas justas,

pero la verdadera irregularidad del partido, lo absurdo, es la

faltante expulsión de Leonel Sánchez, que fue el iniciador de toda

la baruffa (zalagarda)”.

Para David fue el tiro de gracia. El zaguero italiano

explicaría después que Leonel Sánchez supo hacer su negocio para

sacarlo del campo de juego. Sobre el golpe recibido, comentó que

no se lo esperaba. “Yo estaba peleando la pelota cuando, de

repente, sentí su puño en mi cara. Me sorprendió su velocidad para

sacar la mano”, afirmó. Acerca de su expulsión, alegó después del

encuentro que fue originada por una jugada sin mala intención:

“Mi foul era un foul cualquiera. Entré con la pierna un poco alta,

pero el chileno se agachó. Una falta involuntaria. Además que

Sánchez me pegó antes con el puño. En aquella ocasión él debió

ser expulsado”. La versión del número 11 de Chile no es muy

distinta, en realidad. “David me pateó violentamente cuando yo

estaba en el suelo, así que me vino algo de adentro, me paré y le

pegué un combo. Él cayó y tuve suerte porque el árbitro no lo vio.

Me salvé de ésa. Después, cuando él fue a desquitarse, yo sabía a

lo que venía, así que cuando caí me quedé en el piso esperando que

lo expulsaran. Mis compañeros se acercaron para preguntarme si

me dolía, pero yo sólo quería saber si habían echado a David. No

me enorgullezco de eso, pero en ese momento era muy importante

para nosotros ganar el partido contra Italia. Y lo hicimos”, sería el

sincero testimonio de Sánchez con el tiempo. La curiosa

performance del delantero de la U fue destacada en una reseña de

El Mercurio, en la que se realzó el carácter pugilístico de la

contienda.

Instantánea del Mundial

En esto del Mundial debe haberse producido un tremendo

malentendido. A los italianos les dijeron que venían a un

Page 36: La batalla de Santiago

34

campeonato de boxeo. Trajeron a sus mejores púgiles y, al llegar,

los echaron a una cancha de fútbol, les dieron una pelota y les

ordenaron que jugaran. De otra manera no se explica el desarrollo

que tuvo el encuentro de ayer. Si ésa no es la explicación, quiere

decir que en Italia se juega el fútbol a finish y que el último que

queda parado gana el partido y se lleva la pelota. Por eso

reaccionaban tanto contra el árbitro. Cuando caía un chileno, el

británico Aston no cobraba, sino que paraba la pelea. De ese modo

no se puede ganar por nócaut.

Otro gran defraudado es el público. Le aseguraron que iba a

ver el mejor fútbol del mundo y le vendieron abonos cotizados en

dólares. Hubo muchos que dejaron de tomar en las tardes para

ahorrar el dinero suficiente. Pagaron primero a mil pesos el dólar,

después del reajuste hasta mil cuatrocientos, se aprendieron de

memoria los nombres de los jugadores extranjeros, compraron

banderines, consiguieron vacaciones en sus empleos o se acogieron

a la medicina preventiva si el patrón no demostraba comprensión

deportiva, y ahora le brindan esto: por causas menores estalló la

Revolución Francesa.

Los chilenos se pusieron de acuerdo antes del partido. Si

había golpes, se los llevaría uno solo. Se hizo el sorteo y le tocó a

Leonel Sánchez. Como él es hijo de boxeador, era de suponer que

estuviera acostumbrado a la mano firme desde los días en que

hacía la cimarra. Y Leonel cumplió. Aguantó de todo hasta que no

quedaron más que nueve italianos en la cancha. Después salieron

los goles, y la victoria y la clasificación. Pero el triunfo es suyo. O,

por lo menos, la corona del martirio. Ahora, con Chile en los

cuartos de finales, Leonel Sánchez espera a los yugoslavos que

parecen ser también muy buenos para el uppercut de derecha.

Esta instantánea tiene poco que ver con el fútbol, pero

tampoco fue más futbolístico lo sucedido en el Estadio Nacional.

Íbamos a ver a la escuadra azzurra y vimos en cambio la zurra.

Lástima que haya sido en el Día Nacional de Italia.

Page 37: La batalla de Santiago

35

***

Tras la salida de David, Italia reordenó sus filas para dejar

solo en punta a Altafini. El resto se metió atrás para aguantar los

ataques de Chile. Cuando ya se disputaban ocho minutos de

descuento en el primer tiempo Salvadore casi anotó un autogol en

un pase hacia atrás para Mattrel.

y en el décimo minuto añadido Aston decretó la tregua. Los azzurri

volvieron a rodearlo mientras caminaba hacia su camarín, entre

insultos que en su condición de angloparlante prefería no entender.

“Un árbitro estúpido y timorato”

La escuadra visitante regresó al campo dos minutos antes

que los anfitriones. La idea era apurar el reinicio del juego para

que Chile mantuviera su propia confusión. Pese a estar en

superioridad numérica, la oncena de Riera no tenía claridad cerca

del área rival. El partido empezó a enfriarse en el segundo lapso. El

cronómetro avanzaba sin acciones de riesgo en los arcos. A los

quince minutos, falta de Maschio a Toro.

A los veintinueve, para variar, Maschio volvió a derribar a

Toro. Leonel Sánchez se colocó frente a la pelota, por el sector

izquierdo. Salvo Escuti, que se quedó en su arco, Raúl Sánchez,

custodio del solitario Altafini, y el propio Leonel, los chilenos se

fueron todos hacia el área italiana. El zurdo de la U sirvió por

elevación y el meta Carlo Mattrel, apurado por Nino Landa, se

complicó más de la cuenta al rechazar con los puños. El balón salió

en busca de la cabeza de Jaime Ramírez, a diez metros de la línea

de gol, quien la cruzó suavemente por encima de Matrel, ante la

mirada impotente de Salvadore y Robotti, cuyo salto no les bastó

para desviar la bola. Landa y Fouillioux, que completaban el

cuadro, fueron los primeros en abrazar a Ramírez por la apertura

de la cuenta. Aston observó toda la escena a cinco metros de

distancia.

Page 38: La batalla de Santiago

36

Con la victoria en el bolsillo, Chile se soltó y comenzó a

jugar mejor y los europeos se convirtieron en víctimas de la

desesperación. A los treinta y un minutos le fue anulado un gol a

Landa por posición de adelanto, tras pase de Toro. A los treinta y

tres, un centro de Maschio que se iba largo fue desviado con la

mano por Altafini, hacia el arco chileno, y Aston sancionó la

infracción, pero Escuti estaba atento y atajó. A los treinta y cuatro,

Toro devolvió uno de los tantos fouls que le cometieron y tomó a

Mora por la cintura. Los dos perdieron el equilibrio y rodaron por

el césped. Error: el italiano se enojó y le respondió con una serie de

golpes de puño y pie. Todos los jugadores se agolparon en torno a

los caídos.

Chile ahí entendió que el duelo ya no daba para más y,

haciendo rotar la pelota, se dedicó a evitar que Italia lograra

acercarse a la valla de Escuti. A los cuarenta y tres minutos, sin

embargo, Tito Fouillioux tomó las banderas y se adentró en

territorio enemigo por la izquierda, cedió para Leonel y éste, tras

avanzar otro trecho, le pasó el balón a Toro. El interior colocolino

vio un callejón y buscó el área rival, pero antes de llegar prefirió

probar puntería, desde treinta metros, y su remate se clavó abajo,

en un rincón. El 2-0 sentenció dos cosas: la alegría de los chilenos

por asegurar la clasificación para la siguiente ronda del torneo y la

furia de los italianos por algo que ellos calificaron como un

despojo, así que para nadie fue una sorpresa cuando, a los cuarenta

y cuatro, Bruno Mora atacó a patadas a Luis Eyzaguirre y se armó

de nuevo la zalagarda, lo que movió a Ken Aston, hastiado ya del

espectáculo, a dar por terminado el partido. El árbitro se dio media

vuelta y se fue caminando hacia el túnel de salida, de espalda a los

empujones, las recriminaciones mutuas y el idioma universal de los

insultos.

El camarín italiano se convirtió automáticamente en una

jaula de leones sedientos de venganza. El primero en comprobarlo

fue el doctor chileno Sergio Reyes, contratado por la Comisión

Organizadora para brindar los primeros auxilios en el Estadio

Page 39: La batalla de Santiago

37

Nacional. Reyes se acercó a los azzurri y fue detenido en la puerta

por Salvadore, el half del Milan, que tras una breve discusión

terminó escupiéndolo en la cara, para luego completar la escena

pisoteando el banderín que Navarro le había regalado antes del

pleito a Mora. El delegado Luigi Scarambone también cayó en el

gesto monocorde y decía de tanto en tanto “esto ha sido una

corrida de toros”. Y Maschio, pese a su lesión facial, repetía a los

gritos que “los periodistas italianos tenían la razón porque éstos

son unos salvajes”. Mario Rastello, intérprete chileno de la

delegación peninsular, trataba de calmar los ánimos y a la pasada

comentó a la prensa que “lo que más les duele –a los italianos- es

no haber podido demostrar lo que son capaces de jugar”.

En la trinchera local, por el contrario, se habló más de los

partidos siguientes que de Italia. Chile se había clasificado para los

cuartos de final, donde debía enfrentarse con Yugoslavia o Unión

Soviética, dependiendo de su resultado en la última fecha contra

Alemania. Riera, en todo caso, aprovechó de manifestar sus dudas

en torno a la actitud de los rivales. “Es sugestivo que Italia haya

salido al campo sin sus mejores jugadores de fútbol, como son

Sívori, Rivera y Maldini. Esto significa que ellos salieron a destruir

juego de cualquier manera”, dijo el estratega local.

Como era de esperarse, el periodismo italiano rezongó con

furia incontrolada. El Corriere dello Sport, periódico deportivo con

sede en Roma, al día siguiente definió el triunfo chileno como “un

atraco en Santiago” y destacó que “el partido fue asesinado por un

árbitro estúpido y timorato”.

Tanto o más airada fue la reacción de Il Messaggero,

también romano, que ese domingo 3 de junio resaltó en su primera

página el despacho de Rizieri Grandi, su enviado especial, quien

incluso exigía el regreso inmediato de la escuadra azzurra desde

Chile.

Page 40: La batalla de Santiago

38

Italia derrotada por Chile debido

a las injusticias del árbitro

Por Rizieri Grandi

Il Messaggero

Lo que pasó ayer no honra al deporte, afecta el prestigio de

árbitros internacionales y pone una sombra sobre la regularidad de

una competencia que el mundo deportivo sigue con pasión.

Rara vez un equipo invitado a un país amigo ha visto

concentrarse en su contra tantos elementos negativos en los

noventa minutos de juego como lo vieron ayer los futbolistas

italianos: el público, el árbitro y los jugadores rivales.

En el partido con Alemania, nuestro equipo ofreció al

público ramilletes de flores y este gesto cortés fue recibido con

burlas. Durante todo ese partido los italianos, comprometidos en

un duro duelo contra los alemanes, fueron objeto de la abierta

aversión de un público poco generoso y parcial.

Que ese público olvidara ayer las normas de la hospitalidad

e hiciera sentir su hostilidad es más que suficiente para afectar la

organización mejor preparada.

Pero hubo algo más: una escuadra de adversarios dispuestos

a provocar, listos con insultos y agresiones, listos para golpear a

los italianos a cualquier costo y a apelar a toda hora a la violencia

física.

Verdaderamente, los aficionados chilenos no tienen motivo

para felicitarse ante el espectáculo que brindó su equipo, que se

trenzó en una lucha cuerpo a cuerpo con sus adversarios.

Cómplice voluntario de esos salvajes fue el árbitro, un

inglés. No se sabe si lamentar más su incapacidad profesional o su

evidente mala voluntad. Nunca se ha visto en la cancha un árbitro

más parcial que éste, capaz de obligar a una selección de la Copa

Mundial a jugar con sólo nueve hombres.

Page 41: La batalla de Santiago

39

El juego incorrecto debe ser ciertamente castigado, pero no

sólo en una dirección y con la voluntad de perjudicar a un equipo

peligroso y sacarlo fuera del camino de los ingleses.

Si la expulsión de los italianos era necesaria, no dos, sino

cuatro o cinco de los chilenos debían haber sido expulsados de la

cancha. Pero el referí no lo hizo así para favorecer al equipo local y

ganar el favor del público chileno, con respecto al equipo inglés,

que los aficionados deben ahora apoyar por motivos de gratitud.

Uno hubiera pensado que las relaciones deportivas y

humanas entre italianos y chilenos llegaron a su cumbre en 1960.

Fue entonces que el equipo chileno, luego del terrible terremoto,

fue huésped gratuito en la Villa Olímpica de Roma.

Ésos fueron otros días. Ayer los espectadores aclamaron a

sus jugadores, que realizaron la gran hazaña de derrotar a un

equipo de nueve hombres, agradecieron a su aliado inglés que

castigó severamente a los italianos y, con arbitrajes de esa especie,

tienen el futuro asegurado.

Pero el deporte no quedó satisfecho. En Chile los italianos

vieron ofendido su sentido deportivo. No hallaron las garantías que

un país competidor necesita en un torneo mundial y estuvieron

sometidos a un arbitraje contrario a todo principio de justicia.

Todo esto resulta insoportable y sería conveniente que el

equipo italiano, en signo de protesta por las graves irregularidades

a que fue sometido, volviese a su país. El buen nombre del deporte

y la dignidad de nuestros deportistas así lo exigen.

***

En la misma jornada, mientras Chile empezaba a contar sus

bajas pensando en su próximo compromiso, Italia recibió un duro

golpe a sus expectativas de clasificación. Alemania venció por 2-1

a Suiza y con ese resultado a los azzurri sólo les podía servir que

los germanos perdieran en el duelo de cierre contra los chilenos, el

6 de junio, y ellos por su parte estaban obligados a vencer a Suiza

Page 42: La batalla de Santiago

40

por una buena diferencia de goles. Lo malo era que italianos y

suizos iban a disputar su cotejo el día jueves 7, de tal modo que el

equipo de Ferrari y Mazza podía entrar eliminado a su último

desafío.

Entre los lesionados, Alberto Fouillioux quedó

inmediatamente descartado del tercer encuentro de la selección

chilena por un esguince de tobillo, producto del cual fue enyesado.

Jorge Toro, por contusiones múltiples, quedaría en duda hasta el

último minuto. Entretanto se alistaban para ser titulares Armando

Tobar y Mario Moreno. El Comité de Árbitros, por su parte,

informó en forma escueta que el inglés Ken Aston sufrió un

estiramiento de su tendón de Aquiles, a los diez minutos del

partido, y que probablemente no volvería a dirigir en el resto del

certamen. Humberto Maschio, con su nariz rota y un esguince de

tobillo, también estaba fuera de combate en Italia y de hecho

permaneció todo el domingo en cama. Sus compañeros acudieron a

misa en la mañana, oficiada por el capellán Piccini, quien les dijo

que “en la vida también existe la contrariedad y es necesario saber

superarla”. La FIFA analizó el informe de Aston y procedió a

sancionar los castigos, tras repasar también la filmación de la

jornada boxística. Giorgio Ferrini: un partido de suspensión. Mario

David y Leonel Sánchez: amonestación por escrito y advertencia

de que a la próxima no habría compasión.

Los periodistas franceses, espectadores neutrales de un

torneo para el que su selección no fue capaz de clasificarse, a esa

altura ya estaban hartos del comidillo entre sus colegas chilenos e

italianos en los salones del torneo, las miradas de odiosidad y el

desprecio mutuo, actitudes en las que ellos nada tenían que ver

pero debían soportarlas muy a su pesar, a veces como inesperados

confidentes de una u otra parte. De modo que Phlippe Rethaker, de

L’Equipe, tomó la iniciativa para formalizar un cónclave de

avenimiento entre las bandas en conflicto. Se juntaron ese domingo

en la tarde y asistieron veintidós apóstoles del periodismo. Once

chilenos: Simón Stanic (presidente del Círculo de Periodistas

Page 43: La batalla de Santiago

41

Deportivos de Chile), Darío Castagnoli (El Mercurio), Alberto

Buccicardi (Diario Ilustrado), Mario Carneiro (La Tercera), José

Gómez (Última Hora), Mario Díaz (Última Hora), Juan Las Heras

(Radio Minería), Julio Martínez (Las Últimas Noticias), Sergio

Livingstone (Radio José Miguel Carrera)

Raúl Montecinos (Radio Corporación) y Omar Marchant (Radio

Nuevo Mundo). Cinco italianos: Leone Bocali (Calcio Ilustrato),

Martucci Donatto (Tuttocalcio), Rizieri Grandi (Il Messaggero),

Atilio Camoriano (L’Unità) y Piero Guida (Il Messaggero). Y seis

franceses: Jacques Ferran (L’Equipe), Jean Esquenazi (France

Soir), Jean Lagoutte (Paris Liberè), Phillippe Rethaker (L’Equipe),

Louis Mesmeur (Le Figaro) y H. Gaudchman (France Presse). La

idea era que de una parte se evitaran nuevas provocaciones y, de la

otra, se dejaran de hacer llamados en contra de la italianidad.

El fuego se fue apagando a medida que los chilenos

empezaron a soñar en grande con el Mundial. Italia era el pasado y

una posible final contra Brasil ilusionaba al hincha. Las ofensas,

por lo demás, habían sido lavadas con la doble victoria de Leonel

Sánchez y compañía, con goles y puñetes, mientras que los azzurri

sospechaban que la eliminación los esperaba a la vuelta de la

esquina. La delegación decidió no asistir al duelo entre germanos y

helvéticos. La mayoría se quedó en la concentración de El Bosque

para ver el partido por televisión, y en la noche asistir a la

recepción que dio la embajada italiana por la Fiesta de la

República, postergada por el compromiso del día previo. Sólo el

técnico Paolo Mazza salió de paseo y se fue a Rancagua para ver

en acción a las selecciones de Hungría y Bulgaria. Minutos antes

de salir, Mazza fue abordado por el periodista Nino Oppio, del

Corriere della Sera, e insinuó que él y Ferrari subestimaron a

Chile y optaron por una formación alternativa para darles descanso

a los hombres que utilizarían en las fases decisivas del Mundial.

“No teníamos ni una sola duda sobre la posibilidad de llegar a los

cuartos de final. Yo estaba seguro de que nuestra escuadra de

refresco batiría a los chilenos, que, como vieron ayer, se aliaron

Page 44: La batalla de Santiago

42

con el árbitro. Habría bastado permanecer con diez jugadores para

ganarles”, reconoció Mazza, que de este modo daba a entender su

molestia con Mario David, el segundo expulsado de su equipo, con

quien habló esa mañana. David le explicó que apenas entró en el

campo tuvo la primera discusión con Sánchez y que éste lo escupió

dos veces, en la cara y en la camiseta. El periodista le señaló a

Mazza que David era un jugador que perdía los estribos con

facilidad en su club, el Milan, y que eso se notó demasiado en el

duelo contra Chile. El estratega le respondió que sabía de aquel

ímpetu, pero esperaba que David cambiara al vestirse con la

nazionale.

Oppio también habló con Angelo Sormani, quien le confesó

que a la una de la tarde del sábado los entrenadores le confirmaron

que iba de titular frente a Chile y que quince minutos más tarde, al

abordar el bus hacia el estadio, se le acercaron para informarle que

su lugar en el campo sería ocupado por Altafini. “Lo acepté sin

discutir, pero me desagradó mucho”, admitió Sormani, enojado

especialmente porque su exclusión se debió al show que Altafini

improvisó ante Mazza antes del almuerzo.

Italiano, vete a casa

Francisco Le Dantec, director de El Mercurio de

Valparaíso, recibió la siguiente carta en su oficina el martes 5 de

junio de 1962. La firma era de Antonio Ghirelli, quien procedía a

lamentar las consecuencias del artículo que publicó quince días

antes.

Ilustre director:

Le ruego que me perdone por escribirle, sin conocerlo y en

una lengua para usted extranjera, mas espero que podrá

comprender fácilmente el idioma italiano, e invoco su solidaridad

de eminente colega.

Page 45: La batalla de Santiago

43

Soy Antonio Ghirelli, uno de los dos periodistas italianos

sobre los cuales la prensa y la radio chilena han volcado, en las

últimas dos semanas, torrentes de injuria. Le pido por ello

hospitalidad en su diario grande y ejemplar.

En primer lugar debo explicarle por qué me he dirigido a El

Mercurio en vez de hacerlo a otros diarios. Han sido la admirable

corrección y la inflexible seriedad del periódico que usted dirige

los factores que determinaron mi elección.

Además, El Mercurio nació y es publicado en Valparaíso,

es decir, en una zona de Chile que en estas semanas he aprendido a

conocer, a apreciar, a amar.

Enviado por mi diario para cubrir las informaciones de la

subsede de Viña del Mar, he disfrutado de toda clase de

atenciones, facilidades de trabajo y garantías, y jamás he sido

molestado, ni siquiera en relación a la polémica que me afecta.

Este hecho prueba cuán eficaz es la acción educativa y de

orientación que un gran diario puede desarrollar en un pueblo

como el chileno, con inclinación a la cordialidad y a la

hospitalidad.

Y es a este pueblo, y sobre todo a los italianos residentes o

nacidos en Chile, que yo dedico esta carta de amistosa aclaración.

Evidentemente, yo no debo hablar sino de mi sonado

artículo, publicado en la edición del 21 de mayo del Corriere della

Sera, y no de otras intervenciones de mis colegas, sobre las cuales

no me permitiría jamás expresar una opinión en tierra que no fuese

la mía.

Pues bien, ilustre director, permítame asegurarle que el

espíritu de mi artículo fue deformado por los traductores y por los

polemistas de la combativa prensa de Santiago, y sobre todo por

las numerosas audiciones radiales que alegran las horas de sus

connacionales.

Mi artículo refleja sencillamente, en forma entre sonriente e

irritada, la exasperación del periodista frente a una situación de

trabajo muy difícil. Espero que usted tenga o pueda procurarse el

Page 46: La batalla de Santiago

44

texto del artículo en cuestión: fueron las dificultades de

alojamiento (dieciocho dólares diarios por una habitación que

comparto con un colega), de movilización y de comunicaciones (el

servicio telefónico con Europa se encuentra interrumpido por lo

menos tres veces a la semana, el cable emplea no menos de dos

horas, además de las cinco de diferencia que existen con Italia) las

que me sirvieron de inspiración. El estilo en que lo escribí fue

humorístico, aunque adopté el tono serio para expresar mi

admiración por el señor Dittborn, por los organizadores y por el

pueblo chileno. El mismo título (“Santiago cambió su rostro en los

últimos meses para dar una digna hospitalidad al Campeonato del

Mundo”) revela las intenciones amistosas de mi correspondencia.

En ella, lo reconozco con seriedad, hay afirmaciones

exageradas e inexactas. La alusión a las comunicaciones

telefónicas no es clara: yo hablaba de Europa, del servicio

telefónico con Europa, y mi juicio parece dedicado al servicio

telefónico local. También mis aseveraciones sobre los taxis,

“escasos, como maridos fieles”, son erradas: he podido comprobar

que los taxis son modernos y más baratos que en Italia.

La referencia a los Robinson Crusoe que todavía faltarían

para colonizar Chile es francamente brutal y desagradable, pero se

trata de una observación que, aparentemente, en son de broma, se

inspira en un sentimiento serio. Como ocurre en mi ciudad natal,

Nápoles, vuestra capital ofrece contraste de una situación social

aún no equilibrada: junto a lujosos edificios, de brillantes

iniciativas, de servicios eficientes, en el panorama que ofrece una

civilización impecable y admirable por sus conmovedores vínculos

con la vieja Europa, se advierten todavía construcciones

miserables, que aprietan el corazón, como ocurre al contemplar los

bassi de Matera, en Lucania.

En especial, el viajero que llega a Santiago desde Los

Cerrillos encuentra a su paso una barriada desolada que, en mi

opinión, el gobierno chileno habría debido mejorar antes de aceptar

Page 47: La batalla de Santiago

45

que fuesen organizados campeonatos mundiales en esta espléndida

tierra.

Comprendo que algunas de mis observaciones pueden

haber herido a los chilenos, pero yo soy uno de aquellos italianos

que siempre ha pensado y escrito que Mussolini habría debido

colonizar el sur de Italia en vez de intervenir en Etiopía. Y al decir

esto como meridional orgulloso de nuestra antiquísima civilización

jamás creí que podría inferir una ofensa al mediodía. Como dice el

gran polemista, “indignatio facit versus”.

Pero basta de ello. Mi intención al enviarle esta carta, tal

vez demasiado larga, ilustre colega, es sencillamente la de expresar

mi dolor por haber ofendido sin querer al pueblo chileno, y por

haber herido también a mis connacionales que aquí viven y

trabajan en plena libertad de espíritu. Una serie de desagradables

coincidencias ha contribuido a agravar un hecho que en sí no tenía

mayor gravedad, y el furor nacionalista que envenena desde hace

muchos años, y en todos los países del mundo, las competencias

deportivas, se mezcló en la polémica hasta producir una

exasperación que sobrepasa lo razonable.

Cierto que si debiese escribir nuevamente este artículo

consideraría ahora la simpatía y la admiración que el pueblo de

Chile ha llegado a inspirarme en estas semanas, y advertiría que el

humorismo no puede ser bien interpretado por quien se ha lanzado

a una empresa difícil con extrema y casi diría religiosa seriedad.

La lectura de El Mercurio me ha ayudado a comprender

mejor esta difícil verdad. Igualmente espero que la lectura de mi

carta le ayude a usted y a sus numerosísimos lectores a comprender

la verdadera y cordial intención que me animó al escribir publicado

en las columnas del Corriere della Sera el 21 de mayo pasado, y a

comprender también la insensatez de una polémica que amenaza la

amistad bien preciosa entre dos pueblos tan cercanos por su raza y

su historia.

Créame afectuosamente suyo.

Antonio Ghirelli, Viña del Mar

Page 48: La batalla de Santiago

46

***

Esta carta apareció en la edición del miércoles 6 de junio de

El Mercurio de Valparaíso, así como en otros diarios de la cadena

periodística. Ese mismo día, a las quince horas, Chile y Alemania

se enfrentaron por el primer lugar del grupo en el Estadio

Nacional. Los germanos, por cierto, también debían asegurar el

paso a la segunda ronda, para lo cual por lo menos requerían de un

empate. Chile, sin Toro ni Fouillioux, tuvo una mala tarde y perdió

por 2-0, con un gol de penal anotado por Horst Szymaniak a los

veintiún minutos y otro gol de Uwe Seeler a los ochenta y dos. El

resultado dejó sin opción alguna a los italianos, pese a que aún les

faltaba el duelo contra Suiza. Alemania, con cinco puntos, y Chile,

con cuatro, habían confirmado previamente su clasificación para

los cuartos de final. Los azzurri, con uno, a lo más podían aspirar a

totalizar tres unidades para quedarse con el tercer lugar.

El jueves 7 de junio Italia dispuso ocho cambios respecto

del equipo que entró ante Chile. Jugaron Buffon; Losi, Radice,

Salvadore; Maldini, Robotti; Mora, Sívori, Sormani, Pascutti y

Bulgarelli. Apenas se repitieron Salvadore, Robotti y Mora. Estos

once jugadores volvieron a la cancha central del Estadio Nacional

con claveles blancos entre las manos y los hinchas chilenos por fin

los recibieron de buena gana. La Azzurra ganó 3-0 en lo que fue

una vistosa presentación de su mejor fútbol. El gol de Bruno Mora

al minuto de juego, además de abrir el marcador, supuso el primer

gol que Italia lograba festejar en el Mundial. Después, en el

segundo tiempo, el debutante Giacomo Bulgarelli marcó dos veces

más para redondear la cuenta. El periodismo chileno saludó con

entusiasmo la despedida triunfal del equipo comandado por un

genial Sívori, quien junto a Pelé y Di Stéfano estaba llamado a

convertirse en una de las estrellas del torneo y, tal como ellos,

aunque por distintas razones, quedó fuera de carrera en la primera

ronda de partidos.

Page 49: La batalla de Santiago

47

Sellada la suerte del Grupo 2, Chile quedó emparejado con

la temible Unión Soviética y tuvo que moverse a la sede de Arica.

La escuadra de Riera viajó el mismo jueves 7 a la ciudad del norte,

donde los jugadores fueron recibidos como héroes por unos tres

mil ariqueños en el aeropuerto local. A los italianos, en cambio, se

les dio jornada libre el viernes 8 para hacer compras y pasear por

donde les diera la gana. La mayoría fue al centro de Santiago para

hacer compras. Las riendas siguieron flojas hasta la madrugada y

hubo varios que pasaron las penas en el circuito de boites de la

capital, donde las prostitutas chilenas, que en parte fueron

inesperadas causantes de su desgracia, calmaron el dolor de los

futbolistas italianos. “Me voy creyendo que la enemistad con los

chilenos se terminó. Fuimos al centro y nadie nos dijo nada”,

sentenció Maschio, sentado en una banca de Los Cerrillos, a la

espera del avión que trasladaría a la delegación a Buenos Aires.

Allí debían bajarse los oriundos: Sívori y el propio Maschio se

quedaron en Argentina, en tanto que Sormani y Altafini hicieron

un transbordo hacia Sao Paulo. Los jugadores del Milan viajaron

hacia Estados Unidos para sumarse a una gira de partidos

amistosos que por esos días realizaba su equipo. El resto

desembarcó a las nueve horas del sábado 9 de junio de 1962 en el

aeropuerto Malpensa de Milán.

Epílogo: qué fue de ellos

Page 50: La batalla de Santiago

48

Mario David

El partido contra Chile era el tercero que disputaba con la

nazionale y, por culpa de su expulsión, fue el último. No volvió a

ser considerado, pese a su campaña con el Milan en la temporada

62/63, en la que su equipo se coronó campeón de Europa. En la

final, de hecho, jugó en Wembley contra Benfica, dirigido por el

chileno Fernando Riera (ganaron los italianos 2-1, con dos

anotaciones de otro mundialista: José Altafini). David actuó para

los rossoneri hasta 1965 y siguió en el fútbol por un par de

temporadas más. En 1997 viajó a Chile, invitado por el programa

televisivo “De pé a pá”, donde el conductor Pedro Carcuro lo

reunió con Leonel Sánchez. Fue una velada amistosa, en la que

primaron el respeto y el perdón.

El 20 de mayo de 2002, contactado por Las Últimas

Noticias, contó que vivía en Gorizia, cerca de su natal Udine, junto

a Giorgia, su esposa, con quien tuvo tres hijos. “Es difícil olvidarse

cuando a uno lo golpean tan duro, pero nunca le guardé rencor a

Leonel porque sé que estuvo arrepentido después de esa jugada”,

dijo en esa entrevista. David nació el 13 de marzo de 1934 y

falleció el 26 de julio de 2005, a la edad de 71 años, en un hospital

de Monfalcone, poco después de haber vuelto al Milan de sus

amores como observador de talentos. Al enterarse de su deceso,

Sánchez destacó que ya no había deudas entre ellos. “Yo lo respeté

mucho. Él fue un hombre que se la jugó por su equipo y por su

selección y era muy querido en Italia. Cuando lo trajeron a un

programa de televisión, hace algunos años, salimos a comer y

conversamos como amigos. Por eso digo que siento muy

profundamente su muerte y le deseo que se vaya en paz al cielo”,

dijo Leonel Sánchez al día siguiente en el diario La Segunda.

Jaime Ramírez

Aníbal, su padre, murió en la víspera del partido entre Chile

y Yugoslavia, por el tercer lugar de la Copa del Mundo de 1962.

Fue un duro golpe, porque él había sido arquero de la selección

Page 51: La batalla de Santiago

49

nacional en los años veinte y por esa razón siempre quiso ser

futbolista. Pese a la infausta noticia, Ramírez jugó y fue uno de los

hombres destacados en el histórico triunfo. Sus actuaciones en el

Mundial lo llevaron a Racing Club de Argentina, donde sin

embargo sólo permaneció tres meses. No logró adaptarse y prefirió

volver a Chile, donde se enroló en Audax Italiano, pero volvió a

salir del país en 1964, esta vez para jugar por Hospitalet, equipo

catalán de la segunda división española, más que nada con la idea

de hacer el curso de entrenador en Barcelona. Ahí estuvo tres

temporadas, hasta que obtuvo su cartón de entrenador, a los 35

años, pero el número siete de la Roja estaba lejos de retirarse del

fútbol. De la selección se despidió el 28 de junio de 1966, en un

amistoso contra el Dínamo de Dresden, duelo que se disputó en

Alemania Oriental y sirvió de preparación para el Mundial de ese

año en Inglaterra. Ramírez fue considerado entre los viajeros por el

técnico Luis Álamos, pero no entró en ningún partido. En 1971, a

la edad de 41 años, integró el plantel del mítico Unión San Felipe

que se coronó campeón del fútbol chileno en una memorable

campaña. Fue la última estación de una larga carrera como

futbolista. Desde entonces comenzó a alejarse gradualmente del

balompié profesional, hasta perderse su nombre en el olvido.

En 1973, tras la muerte de Graciela, su primera mujer y con

la que tuvo siete hijos, volvió a casarse, esta vez con María Elena,

con quien trajo cuatro hijos más al mundo. Alrededor del año 2000

le diagnosticaron los males de Parkinson y Alzheimer y empezó a

alternar días de lucidez con la más absoluta oscuridad en su vida.

Con María Elena se instalaron a vivir en Papudo, junto al mar, pero

luego de una crisis tuvo que ser internado a mediados del año 2002

en el Hogar Israelita de Santiago, donde fue atendido día y noche

por una enfermera hasta la hora de su muerte. En su postración, fue

visitado varias veces por Fernando Riera, entonces de 83 años, que

siempre llegaba con una bandeja de pasteles para endulzar un poco

su dolor. Jaime Ramírez Banda nació el 14 de agosto de 1931 en

Page 52: La batalla de Santiago

50

Santiago y dejó de existir el 26 de febrero de 2003 en la misma

ciudad, víctima de un paro cardiaco.

Humberto Maschio

El 25 de mayo de 1962 la FIFA decretó que apenas

terminara la Copa del Mundo los denominados oriundos no

tendrían cabida en las selecciones europeas. Maschio fue uno de

los cuatro afectados en Italia y cuando el doctor Magistrato le

confirmó el 3 de junio que no podría actuar frente a Suiza se dio

cuenta de inmediato que jamás volvería a vestir la camiseta

azzurra, como de hecho ocurrió. Jugó contra Chile su último

partido en calidad de italiano. Después volvió al calcio, donde jugó

para el Inter de Milán y Fiorentina, antes de volver al Racing de

sus amores en 1966, con el que fue campeón del fútbol argentino

en esa campaña. En la temporada siguiente, con 35 años, guió a

Racing al título de la Copa Libertadores y luego a la Copa

Intercontinental, en cuyo último partido fue elegido como la mejor

figura de su equipo frente al Celtic de Escocia, en un duelo de

desempate que se jugó en el estadio Centenario de Montevideo, el

4 de noviembre de 1967.

Luego se retiró del fútbol y volvió a Santiago de Chile

como entrenador del Independiente de Avellaneda, el 29 de mayo

de 1973, en el empate sin goles ante Colo Colo que le dio a su

escuadra la garantía de ir a un tercer partido a la capital uruguaya,

su tierra de la fortuna, donde Independiente al final se quedó con la

corona de América. En 1999 asumió la dirección técnica de Racing

en plena quiebra económica del club, haciendo dupla con Gustavo

Costas.

El 8 de marzo de 2006 dijo en Las Últimas Noticias que se

acordaba perfectamente del golpe que le dieron en la nariz en

1962: “Hubo un incidente en el mediocampo, un jugador nuestro

estaba lesionado y estábamos rodeándolo. Me di vuelta y recibí la

piña de Leonel Sánchez sin ton ni son. Al año siguiente hubo un

amistoso en Milán, yo jugaba para el Inter, y nos reconciliamos”.

Page 53: La batalla de Santiago

51

Entonces dejó atrás su bronca con los chilenos: “Para ese partido

contra Chile se dijeron muchas cosas. Antes, durante y después de

jugarlo. Había mucha presión encima de todos y pasó lo que pasó

porque no supimos manejarlo. Lo que más lamenté después fue

que no tuve una revancha con la selección italiana, porque ya no

volví a jugar por ellos”. Maschio nació en Avellaneda el 20 de

febrero de 1933 y a la fecha trabaja a cargo de las filiales de

Racing por mandato de Blanquiceleste S.A., responsable de la

administración del club tras la quiebra del 99.

Enrique Omar Sívori

Il Testone, el gran ausente de la Batalla de Santiago, jugó

su último partido por Italia contra Suiza, el 7 de junio de 1962, y,

como fue habitual en sus presentaciones, se despidió con un gol.

Jugó nueve veces por la Azzurra y marcó ocho goles. Después tuvo

que resignarse ante el fin de la era de los oriundi. Tras el Mundial

volvió a Juventus y jugó ahí hasta 1965, año en que su pase fue

adquirido por Nápoles, donde permaneció hasta su retiro en 1968.

Luego volvió a su tierra natal, siendo director técnico de equipos

como Rosario Central, Estudiantes de La Plata, Racing Club y

River Plate.

En 1972 tomó a su cargo a la selección argentina, con la

cual se clasificó para el Mundial de Alemania 74 en forma invicta,

aunque renunció a la dirección técnica antes del torneo por

diferencias con los dirigentes de la federación. Tras dejar atrás su

etapa como entrenador, se desempeñó como buscador de talentos

sudamericanos para la Juventus de Turín. En 2004 fue elegido

entre los cien mejores jugadores de todos los tiempos al

conmemorarse el centenario de la FIFA.

El Cabezón Sívorí nació el 2 de octubre de 1935 en una

casa humilde de San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos

Aires, y murió en la hacienda que se construyó en la misma

localidad el 17 de febrero de 2005, víctima de un cáncer al

páncreas. A su muerte, los diarios italianos homenajearon su

Page 54: La batalla de Santiago

52

memoria a la distancia. La Gazzetta dello Sport tituló “Adiós,

genio” y destacó que Sívori “fue el Maradona de los años

cincuenta y sesenta, zurdo y argentino como Diego, uno de los más

grandes de siempre”. La Nación de Buenos Aires publicó por su

parte una columna de su amigo Humberto Maschio, compañero

suyo en las selecciones de Argentina e Italia, quien habló de sus

cualidades como futbolista y como persona: “Tenía mucho

movimiento, freno y amague. Una gran habilidad con su zurda, por

lo que cuando apareció Diego Armando Maradona, la primera

comparación que nos vino a muchos a la mente fue la de Enrique.

Y, además, era muy frío y preciso en la definición. Cuando llegó a

Italia era muy joven y tuvo la suerte de que el presidente de

Juventus era Humberto Agnelli, que tenía su edad. Cuando Enrique

estaba triste, Agnelli lo llevaba a escuchar tango a salones en Italia.

Ahí nació una relación especial con Italia. Esperábamos ser citados

para la selección argentina para el Mundial de 1958, pero no nos

llamaron. Tampoco para las eliminatorias de 1961. Entonces Italia

nos ofreció y lo aceptamos con gusto”.

Jorge Toro

No pudo jugar contra Alemania en el último partido del

Grupo 2 y reapreció de manera magistral en la victoria de Chile

frente a Unión Soviética. Luego hizo un gol en la derrota ante

Brasil por las semifinales y en el partido por el tercer puesto contra

Yugoslavia sufrió un golpe en los primeros minutos, de modo que

jugó casi todo el tiempo lesionado. Ungido por la prensa

internacional como el mejor jugador chileno en el torneo, junto al

goleador Leonel Sánchez, tras el Mundial fue contratado por

Sampdoria para jugar en la Serie A italiana. Colo Colo recibió

ciento cincuenta mil dólares por la venta de su pase. Debutó

oficialmente el 9 de septiembre de 1962, por la Copa Italia, en un

triunfo por 2-1 de la Samp sobre el Pro Patria en la localidad

lombarda de Busto Arsizio. El chileno Toro hizo los dos goles de

su equipo. En su segundo partido, ya por el torneo de primera

Page 55: La batalla de Santiago

53

división, fue una de las figuras del conjunto genovés en el empate

a un gol en Bérgamo frente al Atalanta. Después, por diversas

razones, Sampdoria decayó en el torneo y Toro, por lo menos,

pudo conformarse con su tarde de gloria en la sexta fecha, el 28 de

octubre, cuando un gol suyo a los setenta y nueve minutos decretó

la victoria contra el Milan por 2-1: “Fue en Génova. Íbamos

perdiendo 1-0 cuando me lesioné de la clavícula, pero seguí

jugando, con el brazo derecho en cabestrillo, metido debajo de la

camiseta. La manga quedó suelta y parecía que me faltaba el brazo.

En el segundo tiempo hicimos el empate y luego yo, de tiro libre,

hice el gol decisivo, el gol más importante de todos los que anoté

en Italia, por lo que sufrí durante aquel partido. En la cancha, por

el Milan, también estaban Rivera, David, Altafini, Sívori y

Maldini, casi toda la selección italiana”. La campaña, a fin de

cuentas, fue sólo regular y Toro al terminar la temporada fue

transferido a Módena, donde cerró su ciclo en el calcio en 1971,

tras un breve paréntesis en el Hellas Verona. El único incidente

que el autor del segundo gol de la Batalla de Santiago debió

enfrentar en Italia se produjo el 6 de octubre de 1963, cuando

Módena fue visitado por Bologna, club en el que militaban cuatro

mundialistas del 62: Bulgarelli, Pascutti, Tumburus y Janich. Toro

se sorprendió con la reacción: “Cuando terminó el partido, en el

que perdimos 4-1 y yo marqué el descuento para Módena, me

fueron a buscar Bulgarelli y Pascutti. Me gritaron de todo, me

provocaron, sacándome en cara todo lo que pasó en Santiago, pero

yo traté de no darles bola. Por suerte jugábamos de locales, así que

nos separaron y la cosa no pasó a mayores. Lo curioso fue que

Bulgarelli y Pascutti ni siquiera jugaron contra Chile. Tumburus y

Janich, que sí lo hicieron, se portaron mejor conmigo. La verdad es

que con Matilde, mi esposa, nos fue bien como familia en Italia.

Jorge, mi hijo, se graduó de sicólogo en la Universidad de Mantua.

Hicimos muchos amigos allá, lazos que no se perdieron con el

tiempo”.

Page 56: La batalla de Santiago

54

De regreso en Chile, su último partido por la selección

nacional lo disputó el 29 de abril de 1973, en el Estadio Nacional

de Lima (Perú 2, Chile 0), cuando ingresó por Francisco Valdés.

Se retiró del fútbol activo en 1976. Como entrenador se hizo cargo

de Unión Calera, Colchagua, San Antonio Unido, Iquique y

Cobreloa (con el cual ganó el título de primera división en 1985),

además de varias series menores de Colo Colo, el club de su vida.

Actualmente vive satisfecho del fútbol, aunque siempre se ha

preguntado por qué fue excluido para la Copa del Mundo de 1966.

Nació el 10 de enero de 1939 en Santiago.

Cesare Maldini

Después de quedarse fuera del duelo contra Chile, regresó

en el 3-0 frente a Suiza y terminaría vistiendo por última vez la

camiseta de su país el 10 de octubre de 1963, en una victoria contra

Unión Soviética. En el Milan se mantuvo por doce temporadas,

hasta 1966, anotando la nada despreciable cantidad de sesenta

goles en trescientos cuarenta y siete partidos. Cifra fabulosa para

un lateral izquierdo. El 22 de mayo de 1963 se convirtió en el

primer jugador italiano que levantó la Copa de Europa, como

capitán de los rossoneri, tras vencer en la final al Benfica de

Eusebio y Fernando Riera en el estadio Wembley de Londres. Su

hijo Paolo, en el mismo puesto, ganó cuatro veces dicha corona

con el mismo equipo, la última de las cuales, en 2003, la consiguió

en calidad de capitán, tal como su padre, y por lo tanto le fue

entregada la copa en la ceremonia de los campeones, que tuvo

lugar en el estadio Old Trafford de Manchester, Inglaterra. Cesare

dejó el fútbol profesional en 1968, como jugador de Torino. Luego

asistió a tres copas del mundo como entrenador.

En 1982 fue ayudante del seleccionador Enzo Bearzot,

quien condujo a Italia al tercer título mundial de su historia. Luego

apareció en Francia 98 como técnico titular de la Azurra, siendo

Paolo Maldini el capitán del equipo, y tras cinco partidos invicto

debió resignarse a una eliminación por penales ante la selección

Page 57: La batalla de Santiago

55

anfitriona. En la primera fase, por cierto, tuvo que debutar frente a

Chile, el 11 de junio de 1998 en el estadio Parc Lescure de

Burdeos. Fue la peor presentación de Italia en el torneo y sólo

empató por un afortunado lanzamiento penal cobrado por el árbitro

Lucien Bouchardeau ante una mano involuntaria del zaguero

chileno Ronald Fuentes, en el minuto ochenta y cuatro. En el

segundo tiempo tuvo un altercado con su colega Nelson Acosta,

quien lo increpó porque, según él, estaba reclamando todos los

cobros del árbitro para meterle presión. Finalmente, Maldini

apareció como sorpresivo estratega de Paraguay, exclusivamente

para el Mundial de Corea y Japón 2002, logrando clasificarse para

la ronda de los octavos de final, en la que los guaraníes cayeron

por 1-0 ante Alemania. Al conmemorarse el cuadragésimo

aniversario del Mundial chileno, ese mismo año, reconoció que no

tenía una buena imagen del duelo Chile-Italia: “Es un recuerdo

pésimo para mí. La culpa fue de nuestros periodistas, que dijeron

muchas cosas del pueblo chileno que no eran verdad. Fue un

partido muy intenso y tuvo mucho que ver con la actuación del

árbitro inglés. No fue una cosa buena. El referí, Aston creo que era,

se comportó de un modo particular. Y bien, en el deporte todo

pasa. La gente chilena es muy buena y no hay ningún problema.

Eso es pasado. Salvo ese partido específico, tengo un buen

recuerdo de Chile, de la gente de Santiago, que fuera de la cancha

nos trató muy bien”. Cesare Maldini nació en Trieste el 5 de

febrero de 1932 y actualmente vive en Milan.

Gianni Rivera

El Golden Boy del fútbol italiano, que sólo jugó contra

Alemania en el Mundial de 1962, con 18 años, lograría convertirse

en uno de los mejores jugadores de todas las épocas. En 1963 fue

el mejor jugador del campo en la final de la Copa Europa contra el

Benfica, jugando por el Milan, y en esa temporada se consagró

como el segundo mejor futbolista del Viejo Continente, aventajado

por el arquero soviético Lev Yashin. Rivera jugó en el Milan

Page 58: La batalla de Santiago

56

durante dos décadas y llegó a contabilizar el récord de quinientos

un partidos en la Serie A por los rossoneri, marca que permaneció

imbatible hasta la aparición de Paolo Maldini, quien lo superó en el

primer semestre de 2003 y en la actualidad sigue sumando partidos

para ampliar aún más la diferencia.

El niño dorado del fútbol italiano tuvo la oportunidad de

desquitarse de Chile el 13 de julio de 1966, en el estadio Roker

Oark Ground de Sunderland, Inglaterra, con ocasión de la Copa del

Mundo disputada en dicho país. Ese día los azzurri ganaron por 2-0

con anotaciones de Sandro Mazzola y Paolo Barison, a los ocho y

ochenta y ocho minutos, respectivamente, y los únicos

sobrevivientes que actuaron en la Batalla de Santiago fueron

Sandro Salvadore, en Italia, y Leonel Sánchez junto a Luis

Eyzaguirre, en Chile. El territorio inglés, de todas maneras, no fue

favorable para Rivera y compañía, ya que una insospechada caída

ante Corea del Norte, seis días después, los dejó prematura y

absurdamente eliminados. Luego, en 1968, guió a Italia al título

del campeonato europeo de selecciones, aunque él sufrió una grave

lesión en la semifinal contra Unión Soviética. A México 70 Rivera

llegó en plenas condiciones y con el cartel de mejor futbolista de

Europa, honor que le fue conferido el año anterior. En tierras

aztecas protagonizó ante Alemania, en una de las semifinales, uno

de los mejores partidos de la historia, en un 4-3 que apenas se

definió en tiempo suplementario. Él mismo se llenó de gloria al

anotar el cuarto gol italiano en el minuto ciento diez. Fue el gol

que le dio a su escuadra el pase a la final contra el mítico Brasil de

Pelé, Tostao, Rivelino, Jairzinho y Gerson, quienes a la postre le

arrebataron el crédito individual a Rivera. Ganó Brasil 4-1.

En 1974 hubo una cuarta Copa del Mundo para la estrella

del Milan, a esa altura con 31 años, pero Italia tuvo que regresar a

casa otra vez humillada en primera ronda. Gianni se retiró del

fútbol en 1979. A partir de ese año, y hasta 1986, se desempeñó

como vicepresidente del club de toda su vida, para luego dedicarse

a la carrera política, ejerciendo cargos como diputado por el

Page 59: La batalla de Santiago

57

Partido Popular (1987-1993) y subsecretario de Defensa (1996-

2001) en el mandato de Romano Prodi y finalmente se destacó

como opositor al gobierno de Silvio Berlusconi, también

identificado con el Milan. Giovanni “Gianni” Rivera nació el 18 de

agosto de 1943 en Valle San Bartolomeo, provincia de Alesandria,

en la zona norte de Italia.

Antonio Ghirelli

Cuando llegó a Chile en 1962 traía ya una larga historia de

militancia política. Integró las filas del Partido Comunista Italiano

hasta 1956, año en que se pasó al Partido Socialista tras un viaje

que hizo, como periodista, con los azzurri a Budapest, detrás de la

denominada Cortina de Hierro. Declarado antifascista (luchó como

partisano en las luchas de la liberación contra Benito Mussolini),

Ghirelli se instaló en Santiago probablemente contrariado por la

existencia de un gobierno como el de Jorge Alessandri,

identificado con la derecha. Tras disculparse públicamente por el

texto escrito en el Corriere della Sera se marchó a Italia para

proseguir con sus afanes, donde siguió ejerciendo el periodismo

deportivo hasta que pudo más su vocación política. En la

presidencia de Sandro Pertini (1978-1985) trabajó como jefe de

prensa del mandatario y luego fue designado vocero de gobierno

del Primer Ministro Bettino Craxi, hasta 1987. Nacido en Nápoles

en 1922, ha escrito varios libros a través de su vida. Entre otros

títulos, se destacan: Historia del calcio en Italia (1956), Historia

de Nápoles (1973), Querido Presidente (1981), Efecto Craxi

(1982), Tiranos (2001) y Democratacristianos (2004).

En el año 2009 dio una entrevista a Las Últimas Noticias.

Con 87 años de edad, todavía lúcido, fijó su punto de vista. “Yo no

escribí contra el pueblo chileno, sino contra la situación en que se

mantenía a la gente pobre en Chile”, explicó. En su libro Tiranos,

publicado en 2001, volvió a tener un punto de contacto crítico, al

incluir a Pinochet (“gentil y asesino”) en un selecto grupo de

Page 60: La batalla de Santiago

58

dictadores, junto a Hitler, Stalin, Pol Pot, Franco, Mao y

Mussolini.

Corrado Pizzinelli

Apenas tuvo relación con el periodismo deportivo, antes y

después de la Batalla de Santiago. Escribió, entre otras obras:

Detrás de la Gran Muralla (1946), La red de agua (1957), El

Planeta Tierra (1960), Hombres sin luna (1962), Viajes alrededor

del mundo (1964), Tercer mundo sin amor (1966), Estamos todos

en guerra (1968), La República de China (1982) Scelba (1982) y

Diario de viaje (1992).

A fines de 1962, Pizzinelli publicó Uomini senza luna, un

libro que recopilaba los relatos de su visita a diez países ese año:

Nepal, Irán, Vietnam, Grecia, Turquía, Marruecos, Bolivia,

Paraguay, Ecuador y Chile. La narración de su aventura en

territorio chileno está expuesta entre las páginas 155 y 191. Ahí

están desarrolladas las mismas tesis de su infausta crónica sobre

los defectos de Santiago. El roto, para él, era un auténtico paria:

flojo, estúpido y triste.

Al final de ese capítulo se refiere de pasada a la guerra

auspiciada por sus escritos en la Copa del Mundo: “Después de la

polémica suscitada por dos artículos míos sobre Chile, artículos

que incluso provocaron la protesta oficial del gobierno de Santiago

al ministerio del exterior en Roma (protestas que demuestran por

cierto el provincialismo cultural de Chile y el espíritu de su

democracia), F. me dice que mi juicio sobre el país es

excesivamente duro. Chile es el mejor país de Sudamérica. Es el

más culto y aquel que promete más, dice con amargura. Respondo:

A lo mejor es verdad, pero es justamente eso lo que me asusta”.

Según su colega Antonio Ghirelli, Pizzinelli murió “hace

varios años”, sin saber cómo ni cuándo ni dónde ocurrió su deceso.

Kenneth Aston

Page 61: La batalla de Santiago

59

La mayor parte del domingo 3 de junio de 1962, el día

después del partido Chile-Italia, se la pasó encerrado en su

habitación, la número 506, en el quinto piso del hotel Ritz de

Santiago, donde se hospedaban los árbitros de la sede principal de

la Copa del Mundo. Míster Aston se quedó en cama, según él por

un dolor agudo en el tendón de Aquiles, y dio instrucciones para

no ser molestado. Sólo aceptó la visita de su compatriota Walter

Manning, un árbitro británico que en 1950 fue contratado por la

federación chilena para dirigir los partidos de la competencia local.

Manning, que tenía catorce años de experiencia en la primera

división inglesa, llegó a Chile junto a Williams Crawford y Charles

Mackenna, alentados por un aviso que leyeron en un diario de su

país, y, a diferencia de éstos, decidió quedarse para siempre en

Santiago cuando se enamoró y casó con una chilena. Viejo

conocido de Aston, Manning se transformó en su chaperón apenas

éste se bajó del avión. Y en aquella jornada dominical fue la

compañía perfecta en medio del infierno que se había desatado. El

otro visitante que se arrimó a la recámara de Aston fue Nicolo

Carosio, periodista del Corriere della Sera, quien llegó al lugar por

intermedio del propio Manning, luego de convencerlo de que no le

haría preguntas sobre el escándalo de la víspera. Así que el juez de

la discordia de pronto se encontró rodeado por Carosio, Manning y

el soviético Nickolaj Latychev, quien compartía pieza con Aston.

Al final de una charla insulsa, por cierto, Carosio rompió su

promesa y le preguntó por qué no expulsó a Leonel Sánchez,

espiando cada movimiento de sus ojos. “Pero por qué debía

echarlo, si no hizo nada grave”, le respondió el árbitro, aunque

Carosio sabía a lo que iba: “Y nosotros tenemos un jugador con la

nariz fracturada, otros con equimosis y contusiones. ¿Quiénes son

los responsables si no fueron los chilenos?”. Aston, en un gesto de

hastío, se dio media vuelta en el lecho y dijo “ah, este maldito pie”

y dio por terminada la conversación. Ese día Aston también recibió

una asombrosa carta firmada por Sánchez, en la que el jugador

chileno, abiertamente favorecido con sus cobros y omisiones, lo

Page 62: La batalla de Santiago

60

insultaba con gruesos epítetos. En las jornadas sucesivas llegaron

dos nuevas cartas injuriosas achacadas a Leonel y el árbitro inglés

se remitió a entregárselas a la FIFA, la que después de un estudio

grafológico concluyó que la firma no correspondía con la del

goleador. Aston no volvió a dirigir en el Mundial y se marchó

tranquilamente a Inglaterra, con el respaldo más importante de

todos: el de Stanley Rous.

Meses después, Aston le dio una entrevista a un periodista

italiano, que fue recogida por la revista Gol y Gol en su primer

número de 1963. “No tengo nada de qué avergonzarme”, advirtió

Aston desde su hogar en Essex, a unos quince kilómetros de

Londres, y dejó varias reflexiones para el juicio de la historia.

Sobre la reacción de los italianos: “Antes que nada debo

manifestarles que siempre he sentido una gran admiración por el

pueblo italiano. Estuve en Roma, donde realicé varios cursos de

arbitraje. Tengo numerosos amigos italianos. Poseo una gran

simpatía por sus gentes, por sus paisajes, etcétera”. Sobre sus

cobros en la Batalla de Santiago: “Dirigí en conciencia y sin

preferencia. Para mí las dos expulsiones, de David y Ferrini,

fueron merecidas. Otras faltas, que según algunos eran más graves,

a mi parecer no tenían el grado de intención de las otras. Sé que mi

arbitraje levantó una ola de protestas en la prensa italiana. Todo lo

encuentro normal. Comprendo el gesto de los periodistas italianos

y lo encuentro agua pasada. Cuando mi arbitraje se juzgue con

mente serena, probablemente se vea que gran parte de las

acusaciones fueron injustas”. Sobre la organización chilena:

“Quiero decir que Chile no me pareció adecuado para recibir un

certamen de esta naturaleza. No tenía la capacidad hotelera

suficiente, en primer lugar; y, en segundo término, toda la

organización falló desde todo punto de vista. En el caso mío, debo

manifestarles que compartía mi habitación con tres personas, y eso

será suficiente para comprender las condiciones en las que nos

encontramos hasta nosotros los árbitros”. Y sobre su filosofía del

fútbol: “Para mí el jugador de fútbol de hoy día está demasiado

Page 63: La batalla de Santiago

61

inclinado a la idolatría, a sentirse ídolo antes que deportista. En un

tiempo se aceptaba la exaltación del deporte, no del atleta: hoy

sucede lo contrario. Con la sola diferencia de que hoy, la única

mira es el jugador, es la cuenta corriente, por lo cual los pocos que

saben jugar bastante bien no saben hacer otra cosa que pedir

dinero: en Italia, en Inglaterra, en España, en Brasil, en todas

partes. Para mí un partido de fútbol, para ser tal, o sea para llenar

los requisitos de este deporte, debe caracterizarse ante todo por la

sana y viril impetuosidad, por la inteligente iniciativa física, y, si es

necesario, por la capacidad de meterse a codazos entre los

adversarios. El fútbol es un juego de hombres, y de hombres de

sólido temple. Esto no significa, naturalmente, que la prestancia se

convierta en mala fe. Pero hoy día se juega con el miedo de

dañarse las piernas, de desarticularse una rodilla, porque esas

piernas y esas rodillas valen dinero. En tales condiciones, es difícil

tener un juego verdadero y espectáculo de conjunto. Yo me siento

feliz cuando en algún campo de pequeñas ciudades me es dado ver

combatir dos escuadras de muchachos que entregan el alma y se

lanzan al ataque sin miedo. Ése era el fútbol inglés de antes de la

guerra; el fútbol, sin otros adjetivos. Hoy ya no se encuentra. Y en

Chile no se notó que estuviera renaciendo”.

Aston arbitró su último partido oficial el 25 de mayo de

1963, en la final de la Copa FA disputada en Wembley, con triunfo

por 3-1 de Manchester United sobre Leicester City. Tras su retiro,

el colegiado se integró a la Comisión de Árbitros de la FIFA para

el Mundial de 1966 y, en ese posición, volvió a sufrir por un duelo

polémico, el de Inglaterra y Argentina por los cuartos de final, tras

la expulsión del capitán albiceleste Antonio Ubaldo Rattín, quien

tras la falta de un compañero a un rival decidió acercarse al referí

con la idea de hacer tiempo, ya que su equipo estaba siendo

ahogado por los ingleses. Rudolf Kreitlein, el juez alemán, por

supuesto no entendía nada de lo que le decía Rattín en español, que

por su parte empezó a gesticular cada vez en forma más evidente.

El diálogo era francamente ridículo y Kreitlein se empezó a

Page 64: La batalla de Santiago

62

complicar con las apariencias: todo el mundo era testigo del show

del futbolista argentino, así que le pidió, en alemán y en inglés, que

se alejara o de lo contrario tendría que sacarlo del campo. Rattín,

entretanto, insistía y, envalentonado con su teatralización, exigía

un intérprete. A esa altura nadie entendía nada y los noventa mil

espectadores de Wembley pifiaban desde las gradas a los

protagonistas del absurdo. Hasta que el árbitro se aburrió del

monólogo de Rattín y lo expulsó, con lo cual no hizo más que

empeorar el problema. El centrojás de Boca Juniors tampoco

entendió la drástica medida y siguió reclamando, con todo su

equipo detrás. Ahí fue cuando Ken Aston tuvo que bajar de su

asiento, porque la reanudación del juego tardaba demasiado y no

había indicios de una pronta solución. Aston se acercó a Rattín, lo

puso al día de su expulsión y, tras otro largo alegato, lo convenció

de que debía abandonar la cancha. Fueron casi veinte minutos de

pausa. Al salir, el argentino se sentó en la alfombra roja de la

Reina Isabel, que iba directamente desde su palco hasta el terreno

de juego (la soberana, en todo caso, no se encontraba presente) y

después, mientras los hinchas ingleses le tiraban chocolates y todo

tipo de objetos, al grito de “animals, animals”, tomó una bandera

británica que pendía del mástil del córner, la arrugó y la tiró al

piso. Con un hombre más, Inglaterra ganó por 1-0 y siguió en

carrera hacia el título. Aston, sin embargo, pudo ver más allá de la

polémica y se dio cuenta de que el arbitraje necesitaba con

urgencia un lenguaje universal, sobre todo al momento de

establecer amonestaciones y castigos para los jugadores. Los

cobros debían ser claros para todos, dentro y fuera de la cancha.

Finalizado el torneo, y mientras conducía su automóvil por la calle

Kensington de Londres, encontró la solución frente a un semáforo

que cambió. Y pensó: “Amarillo, puedes pasar aún. Rojo, alto,

fuera del terreno”. Así nacieron las tarjetas, la roja y la amarilla,

cuya invención le granjeó a Ken Aston la presidencia de la

Comisión de Árbitros de la FIFA en 1970, año en que las dichosas

tarjetas empezaron a usarse en los mundiales de fútbol (las vueltas

Page 65: La batalla de Santiago

63

de la vida: el primer jugador que vio la cartulina roja en una Copa

del Mundo fue un chileno, Carlos Caszely, expulsado a los sesenta

y siete minutos de juego del partido entre Alemania y Chile, el 14

de junio de 1974). Gracias a dicha creación Aston pudo limpiar por

completo su nombre de la ignominia.

Cuando falleció, el 23 de octubre de 2001, a la edad de 86

años, Ken Aston ya se había convertido en una celebridad del

arbitraje, un fósil que logró sobrevivir a las jornadas más

tormentosas de la historia de los mundiales. Una semana después,

el diario inglés The Guardian publicó una necrología escrita por el

articulista Brian Glanville, quien definió como “incontrolable” el

partido Chile-Italia y destacó que éste se transformó finalmente en

“una orgía de violencia”. Además de destacar, por si acaso, que el

Estadio Nacional después se convirtió en escenario de “los

asesinatos de los opositores al golpe del general Pinochet”,

Glanville terminó de exculpar al inventor de las tarjetas en el

fútbol: “En defensa de Aston debe decirse que los chilenos estaban

buscando la guerra. Se les había creado un gran resentimiento

debido a crónicas periodísticas italianas que habían descrito a

Santiago como una ciudad donde existía desnutrición, prostitución,

incultura, alcoholismo y miseria. Por su parte, la prensa chilena

había acusado a los jugadores italianos de consumir drogas.

También existía irritación por la utilización de parte de Italia de

jugadores sudamericanos con pasaportes italianos”.

Leonel Sánchez

En el duelo de cuartos de final, contra Unión Soviética, se

graduó de héroe con un golazo de tiro libre que engañó por

completo a Lev Yashin, quien esperaba el centro y se sorprendió

con el remate directo. En total, sumó cuatro anotaciones en el

campeonato y quedó así en la lista de los máximos artilleros

chilenos, inaugurada por Guillermo Subiabre en 1930 y

completada en 1998 por José Marcelo Salas, todos con cuatro

goles a su haber. Finalizado el torneo, tuvo múltiples ofertas y la

Page 66: La batalla de Santiago

64

más atractica fue la del Milan, el mismo equipo en que jugaba la

mayoría de los seleccionados italianos, incluido Mario David.

Leonel incluso viajó a Europa para cerrar el acuerdo, en el marco

de una gira que hizo Universidad de Chile hizo a comienzos de

1963, pero se arrepintió a la hora de firmar: “Cuando llegué me

quisieron dar menos años de contrato y no me iba a regalar. Ahora

pienso que volverme fue un error”. Por la U jugó esa vez frente al

Inter de Milán y, según el relato hecho por el técnico Luis Álamos,

en su libro El hombre y el fútbol, había expectación por ver al

ariete zurdo en el estadio San Siro: “Los italianos no sólo querían

vengarse de la derrota de su selección en Santiago, sino además

querían conocer el color de piel de los chilenos y especialmente

ver rendirse al noqueador (Leonel) y si era posible noquearlo

también. Durante el encuentro con el Inter, ante estadio lleno y al

ingresar al campo de juego, primero se escuchó una silbatina, que

se transformó en rechifla general al ser nombrado Leonel Sánchez

por los altoparlantes. Al final, ante el asombro italiano, el ballet

Azul confirmó en Milán el triunfo que había obtenido Chile en el

Mundial del 62, al salir vencedor por 2-1”.

Sánchez regresó a Santiago para eternizar su nombre con el

equipo de Álamos y ya no sentiría nuevos deseos de emigrar. Con

el Ballet Azul completó seis títulos nacionales: 1959, 1962, 1964,

1965, 1967 y 1969. Volvió a ser campeón en 1970 con la camiseta

de Colo Colo y se retiró del fútbol en Ferrobadminton en 1974. Por

la Roja fue al Mundial de 1966, donde se topó otra vez con Italia

en la primera ronda, en lo que fue un partido sin mayor historia,

salvo que los azzurri ganaron 2-0. Chile después empataría con

Corea del Norte y caería ante Unión Soviética, para regresar de

manera anticipada a casa. Su último partido por la selección lo

jugó el 28 de agosto de 1968, en Ciudad de México, cuando Chile

perdió 3-1 en el estadio Azteca frente al combinado local. El gol

chileno fue anotado por él. Con esa actuación Sánchez dejó un

registro de ochenta y cuatro partidos oficiales disputados por la

Roja, un récord que permanece intacto hasta hoy.

Page 67: La batalla de Santiago

65

Leonel fue uno de los veinte jugadores entrevistados por el

ídolo inglés Gary Lineker para su libro Botines de oro (1998), en el

que se cuenta la vida de cada uno de los goleadores de la Copa del

Mundo hasta la fecha de publicación de la obra.

Para la Copa del Mundo de 1998, en Francia, el nombre de

Leonel volvió a los diarios italianos, con motivo del tercer desafío

mundialista entre rojos y azzurri, que terminaría empatados a dos.

Sánchez incluso estuvo en el estadio Parc Lescure de Burdeos,

invitado por una empresa junto al ex colocolino Francisco Valdés,

y en una nota que salió en El Mercurio el mismo 11 de junio, día

del partido, habló con humor de su historiada relación con Mario

David: “Ni el ni yo dramatizamos tanto. De hecho, poco después,

en Italia, tuvimos la oportunidad de encontrarnos y no hubo

mayores problemas entre ambos. La anécdota yo ahora la veo con

gracia y digo que Chile, por ahora, está un combo arriba de Italia”.

En Historias secretas del fútbol chileno (2005), de Juan C.

Guarello y Luis Urrutia, el viejo y querido Leonel Sánchez

entregaría su testimonio final sobre todos estos acontecimientos,

cuya última frase quizás revela el sentido real de su participación.

Quizás no estaba comprometida la patria y sólo se trataba de un

partido de fútbol. “Mucha gente cree que el italiano Mario David

fue expulsado en la jugada en que lo noqueé, y que yo seguí en la

cancha porque era jugador local. No fue así. En esa acción el

árbitro inglés nos llevó hasta el guardalíneas mexicano y nos

advirtió que a la próxima nos echaría. Siguió el partido, Escuti

sacó con el pie, fui a recibir frente a la tribuna oficial y David llegó

volando con su pie hasta detrás de mi hombro izquierdo. Caí de

guata y no me moví. Entró el médico con un guatero de goma, y

me decía ¿dónde le duele? Yo le preguntaba qué había hecho el

árbitro, y el médico déle con el ¿dónde le duele? Estuve unos dos

minutos fuera de la cancha, levanté la mano derecha para avisar

mientras me pasaba la otra mano por el hombro. El fútbol es

picardía”, dijo.

Page 68: La batalla de Santiago

66

Leonel Sánchez nació en Santiago el 25 de abril de 1936 y

actualmente vive en la comuna de El Salto, de la misma capital,

como un símbolo viviente de la U y la selección nacional. Cada 27

de junio, para el cumpleaños de Fernando Riera (1920), asiste

junto a sus compañeros de 1962 para saludar al gran patriarca del

fútbol chileno.

Page 69: La batalla de Santiago

67

Fuentes de documentación

Este texto se escribió sobre la base de entrevistas realizadas

a diversos personajes. También se hizo una exhaustiva revisión de

las publicaciones de los meses de mayo y junio de 1962 de los

siguientes diarios y revistas chilenos: El Mercurio, Las Últimas

Noticias, La Segunda, Diario Ilustrado, La Tercera, Última Hora,

Clarín, Estadio y Gol y Gol, así como crónicas de las revistas

argentinas El Gráfico y Goles.

Otras citas fueron obtenidas de diferentes notas periodísticas

publicadas en la prensa nacional entre los años 1962 y 2006.

Diversos textos de Corriere della Sera, La Nazione de Florencia e

Il Messaggero, aquí citados y traducidos por el autor, han sido

obtenidos especialmente con el aporte de la Biblioteca Nazionale

Braidense de Milán. Además fueron considerados, como textos de

consulta, los siguientes libros: La Roja de todos (Edgardo Marín,

1985), Historia total del fútbol chileno (Edgardo Marín, 1995),

Botines de oro (Gary Lineker, 1998), Secretos de camarín

(Esteban Abarzúa, 2002), Il Calcio Azzurro ai Mondiali (Gianni

Brera, 1974), Storia del calcio in Italia (Antonio Ghirelli, 1962),

Uomini senza luna (Corrado Pizzinelli, 1962), World Cup 62: the

report from Chile (Gordon Jeffery y otros, 1962), Die Spiele in

Chile (Fritz Walter, 1962), VII Fussball Weltmeister Schaft Chile

1962 (Friedrich Hack y Richard Kira, 1962), World Cup 1962

(Donald Saunders, 1962), Historias secretas del fútbol chileno (J.

C. Guarello y Luis Urrutia, 2005) y 1962, el mito del mundial

chileno (Daniel Matamala, 2010).