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La Aurora de La Libertad. Los Primeros Liberalismos en El Mundo Iberoamericano - Fernández Sebastián, Javier (Coord.)

Oct 09, 2015

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En la coyuntura del Bicentenario de la Independencia de los pueblos de América Latina este libro es un aporte para entender y valorar este hito histórico
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  • Ambos Mundos

  • MARCIAL PONS HISTORIACONSEJO EDITORIAL

    Antonio M. Bernal Pablo Fernndez Albaladejo Eloy Fernndez Clemente Juan Pablo Fusi Jos Luis Garca Delgado Santos Juli Ramn Parada Carlos Pascual del Pino Manuel Prez Ledesma Juan Pimentel Borja de Riquer Pedro Ruiz Torres Ramn Villares

  • LA AURORA DE LA LIBERTAD Los primeros liberalismos en el mundo iberoamericano

  • JAVIER FERNNDEZ SEBASTIN (coord.)

    LA AURORA DE LA LIBERTAD

    Los primeros liberalismos en el mundo iberoamericano

    Marcial Pons Historia

  • Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares del Copy-right, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografa y el tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ella mediante alquiler o prstamo pblicos.

    Vctor Hugo Acua Ortega, Roberto Brea, Gerardo Caetano, Mara Teresa Cal-dern, Christian Edward Cyril Lynch, Javier Fernndez Sebastin, Mara Dolores Gonzlez-Ripoll, Nuno Gonalo Monteiro, Carolina Guerrero, Carole Leal, Cristina Moyano, Elena Plaza, Rui Ramos, Ana Ribeiro, Vctor Samuel Rivera, Alejandro San Francisco, Carlos Villamizar, Fabio Wasserman

    Marcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.San Sotero, 6 - 28037 Madrid 91 304 33 [email protected]:

    Diseo de la cubierta: Manuel Estrada. Diseo Grco

    Los editores de esta obra expresan su agradecimiento al Grupo Santander por el apoyo reci-bido para su difusin.

    Ilustracin de cubierta: Corrado Giaquinto, La justicia y la paz, hacia 1754, Museo del Prado. Ilustracin de contracubierta: Corrado Giaquinto, El nacimiento del Sol y el triunfo de Baco, hacia 1761, Museo del Prado. Colofn: Francisco de Goya y Lucientes, Lux ex tenebris, Al-bum C, 117, 1812-1814, Museo del Prado.

  • NDICE

    INTRODUCCIN. EN BUSCA DE LOS PRIMEROS LIBE-RALISMOS IBEROAMERICANOS, por Javier Fernndez Sebastin ..................................................................................... 9

    CAPTULO 1. ENTRE LA MORAL Y LA POLTICA. LAS TRANSFORMACIONES CONCEPTUALES DE LIBERAL EN EL RO DE LA PLATA (1780-1850), por Fabio Wasser-man ............................................................................................. 37

    CAPTULO 2. MONARQUA SIN DESPOTISMO Y LIBER-TAD SIN ANARQUA: HISTORIA DEL CONCEPTO DE LIBERALISMO EN BRASIL (1750-1850), por Christian Ed-ward Cyril Lynch ......................................................................... 75

    CAPTULO 3. EL LIBERALISMO EN CENTROAMRICA EN TIEMPOS DE LA INDEPENDENCIA (1810-1850), por Vctor Hugo Acua Ortega .................................................................... 117

    CAPTULO 4. EL LIBERALISMO EN CHILE EN EL SI-GLO XIX. LA FORMACIN DEL CONCEPTO, SU TRA-YECTORIA Y SUS DIMENSIONES, por Alejandro San Francisco y Cristina Moyano ....................................................... 145

    CAPTULO 5. EL SISTEMA ADOPTADO EN LA NUEVA GRANADA: LIBERAL COMO CONCEPTO DURANTE LA CONSOLIDACIN DEL ORDEN REPUBLICANO (1808-1850), por Mara Teresa Caldern y Carlos Villamizar ..... 181

    CAPTULO 6. EL LIBERALISMO EN CUBA Y PUERTO RICO (1808-1868), por Mara Dolores Gonzlez-Ripoll ....................... 223

    CAPTULO 7. LIBERALISMO EN ESPAA (1810-1850). LA CONSTRUCCIN DE UN CONCEPTO Y LA FORJA DE UNA IDENTIDAD POLTICA, por Javier Fernndez Sebas-tin .............................................................................................. 261

    Pg.

  • 8 ndice

    Pg.

    CAPTULO 8. LIBERAL Y LIBERALISMO EN LA NUEVA ESPAA Y EN MXICO (1808-1848), por Roberto Brea ..... 303

    CAPTULO 9. REPBLICA TRAS EL INCIENSO. UNA HIS-TORIA CONCEPTUAL DE LIBERALISMO Y LIBERA-LES EN PER (1810-1850), por Vctor Samuel Rivera .......... 333

    CAPTULO 10. EL LIBERALISMO EN PORTUGAL EN EL SIGLO XIX, por Nuno Gonalo Monteiro y Rui Ramos ........... 379

    CAPTULO 11. LA CARRERA DE LA LIBERTAD (1808-1856). LIBERALES Y LIBERALISMO ORIGINARIOS AL ORIENTE DEL RO URUGUAY, por Gerardo Caetano y Ana Ribeiro ........................................................................................ 411

    CAPTULO 12. AMIGOS DE LA LIBERTAD: PRESENCIAS LIBERALES EN VENEZUELA (1750-1850), por Carolina Guerrero, Carole Leal y Elena Plaza ........................................... 459

    NOTAS ............................................................................................. 493

    RELACIN DE AUTORES ............................................................ 509

  • Introduccin

    EN BUSCA DE LOS PRIMEROS LIBERALISMOS IBEROAMERICANOS

    Javier FERNNDEZ SEBASTIN

    Un liberalismo temprano, menospreciado y multiforme

    Liberales, como se llaman a s mismos. Liberales! Las palabras que uno conoce bien tienen un signicado de pesadilla en este pas. Libertad, democracia, patriotismo, gobierno: todas esas palabras tie-nen aqu un sabor de locura y de asesinato. A casi un siglo de distan-cia de las revoluciones iberoamericanas, ste era el psimo juicio que le mereca el liberalismo de la regin al britnico Charles Gould, uno de los protagonistas de la novela Nostromo, que Joseph Conrad situ en el estado cticio de Costaguana [CONRAD (1904) 1983, 73].

    No se trataba de un testimonio aislado. Por el contrario, la evaluacin negativa de las experiencias liberales en Iberoamrica constitua a esas alturas un lugar comn no slo en la literatura, no slo en el mundo anglfono, un lugar comn que pronto iba a cristalizar en la expresin injuriosa banana republic y que ha llegado hasta nuestros das1.

    Las races de esta desestimacin, extensas y profundas, desde luego no son ajenas a la tradicional aversin protestante hacia los catlicos (y viceversa), ni tampoco a la amplia difusin de algunos tpicos de la Leyenda Negra. Prueba de ello es que los prejuicios de los que se alimenta estaban ah mucho antes de que los nuevos pa-ses iniciasen su andadura autnoma como Estados independientes. El presidente norteamericano John Adams aseguraba, por ejemplo, que, siendo los pueblos de Sudamrica los ms ignorantes, beatos y supersticiosos de toda la cristiandad, proponerse establecer un free government en aquellos pases como pretenda Miranda era una idea tan absurda como plantearse idntico objetivo en la

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    Francia revolucionaria; sera, aade Adams, tan descabellado como empearse en instaurar una democracia entre animales salvajes (27 de marzo de 1815, ADAMS, 1856, X, 144-145).

    La retrica antiespaola de los independentistas hizo suyo par-cialmente este pliego de cargos para subrayar, como lo hizo Bolvar, que el triple yugo de la ignorancia, de la tirana y del vicio a que haba estado sometido el pueblo americano durante tres siglos haba tenido por fuerza perniciosos efectos sobre su moral ciuda-dana, lo que dicultaba extraordinariamente el establecimiento de instituciones liberales y republicanas (Discurso de Angostura, 15 de febrero de 1819). Por lo dems, el argumento poda aplicarse ocasionalmente mutatis mutandis a la propia metrpoli. En una carta de 1835, el embajador britnico Villiers escriba, rerindose a Espaa, que el pas no e[ra] apto para instituciones liberales y [...] aun en el caso de que existiera el deseo de ellas, sera necesario no acceder a este deseo durante algn tiempo o mientras la nacin no alcance un grado de educacin determinado2.

    Asumidas con ligeros matices estas descalicaciones por los prota-gonistas de la emancipacin y por varias generaciones de intelectuales que culparon a la herencia colonial y a los tres siglos de despotis-mo de los fracasos de aquellas sociedades en especial de dos fen-menos tan caractersticos del mundo hispano decimonnico como la inestabilidad poltica y el caudillismo, tales estereotipos y juicios de valor tendran su prolongacin en buena parte de la historiografa hasta nuestros das. De hecho, el liberalismo latinoamericano ha sido mirado con desdn por numerosos historiadores particularmente en los aos setenta y ochenta del siglo pasado, que lo han considerado una im-postura: un movimiento poltico antipopular, falsario y falaz (IZARD, 2003). Ocurre, sin embargo, que muchos de estos juicios se apoyan en criterios francamente anacrnicos, poco sensibles a la historicidad de las sociedades que se trata de estudiar. As, no es infrecuente que se til-de al liberalismo de hipcrita e inconsecuente por no haber eliminado la corrupcin o el clientelismo, por no haber sabido o querido abrir la vida poltica a la participacin de toda la poblacin en condiciones de igualdad, como si los liberales del siglo XIX estuviesen moralmente obligados a cumplir el programa ms avanzado de las democracias occidentales de la segunda mitad del siglo XX.

    Es evidente, por lo dems, que los primeros liberales ibero-americanos tuvieron que hacer frente a grandes desafos, compa-rativamente mucho mayores que los de sus vecinos del norte. Por de pronto, tuvieron que poner en pie nuevas instituciones para

  • Introduccin. En busca de los primeros liberalismos iberoamericanos 11

    gobernar y administrar poblaciones enormemente heterogneas que vivan diseminadas en inmensas extensiones territoriales, bajo climas y condiciones de vida muy diversos. Se encontraron adems en una situacin paradjica: tenan que aplicar todo su ingenio a la creacin y al robustecimiento de los nuevos Estados y, al mismo tiempo, en tanto que liberales, deseaban circunscribir y limitar sus poderes; a partir de mediados de siglo, se esforzaron por recortar los privilegios de la Iglesia y por alcanzar cierto grado de seculariza-cin en sociedades abrumadoramente catlicas, pluritnicas, y que precisamente tenan en las creencias religiosas compartidas uno de los escasos y ms importantes vnculos que las mantenan unidas.

    Con distintos argumentos y razones, tambin los historiadores peninsulares han mantenido durante dcadas y en algunos ca-sos siguen manteniendo opiniones algo ms que escpticas con respecto al arraigo del verdadero liberalismo en los dos pases ibricos. En el terreno de la historia intelectual a menudo se ha sealado la escasez de tericos de verdadera enjundia, susceptibles de ser incluidos en el canon de grandes pensadores del liberalismo occidental. Adems, desde la perspectiva de la historia poltica y social, el exagerado peso de ciertas tradiciones e inercias culturales feudales y corporativas, o bien centralistas y autoritarias, el atraso econmico y la debilidad de sus respectivas burguesas ha-bran conducido al estrepitoso fracaso de las revoluciones liberales en Espaa y en Portugal. Tales revoluciones no pasaran de ser fenmenos polticos postizos y superciales, carentes de arraigo social: por debajo de una na capa de retrica e instituciones fal-seadas en manos de una oligarqua, el Antiguo Rgimen se habra mantenido inclume hasta bien entrado el siglo XX. Y todo ello pese a que, tanto en Portugal como en Espaa a diferencia de la gran mayora de pases europeos, desde 1834 las instituciones liberales pervivieron contra viento y marea durante todo el ochocientos.

    A la luz de investigaciones histricas muy diversas anlisis com-parados de los sistemas y prcticas electorales, formas de sociabilidad y esfera pblica, construccin de los Estados, estudios de historia del pensamiento poltico y del constitucionalismo, etc. tales visio-nes caricaturescas estn siendo profundamente revisadas en estos ltimos aos. Este libro forma parte de ese esfuerzo por repensar el liberalismo en la regin, en este caso desde el punto de vista de los lenguajes y vocabularios3. Veremos que, pese al aire de familia que encontramos en diversos espacios y momentos, los liberalismos pre-sentes en la regin son extraordinariamente diversos. Ms que de un

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    liberalismo iberoamericano, habra que hablar de un amplio abanico de experiencias liberales con un grado de visibilidad, relevancia y consolidacin marcadamente distinto de unos pases a otros.

    En lo que a Amrica latina respecta, una de las explicaciones ms comunes para ese balance decepcionante es la de quienes sos-tienen que el liberalismo era desde el principio una planta extica; el intento extemporneo de transplantar esas ideas fuera de lugar (R. Schwarz) a la regin estara abocado al fracaso y no podra me-nos que producir una aberracin cultural4. Cmo una ideologa inventada en Europa, pensada por y para europeos incluyendo los europeos trasplantados a la Amrica anglfona, poda servir para regular y gobernar sociedades multitnicas y con amplias po-blaciones indgenas, tan distintas y tan complejas como las de las Amricas espaola y portuguesa?

    Los hechos, sin embargo, son testarudos y cuestionan algunos de los supuestos de estas explicaciones, tpicas del viejo paradigma difusionista. Ciertos datos poltico-lexicogrcos no siempre bien conocidos resultan a este respecto muy elocuentes. Los primeros (as llamados) liberales fueron espaoles, espaoles europeos y americanos. Las expresiones partido liberal y liberalismo se usaban en castellano varios aos antes de que los trminos o frases equivalentes en francs e ingls empezaran a circular en las reas francfonas y anglfonas del Atlntico norte5. Hubo peridicos rotulados con la palabra liberal antes en Cdiz y en Lima que en Pars, Londres o Bruselas6. Y desde entonces varios movimientos polticos se llamaron liberales, sobre todo en la segunda mitad del Ochocientos. No es extrao, por tanto, que el liberalismo constituya un concepto insoslayable a la hora de dar cuenta de la evolucin del mundo iberoamericano en el siglo XIX. En algunos pases Co-lombia, Espaa, Mxico, Per, Portugal... se escribieron incluso trabajos historiogrcos de cierta relevancia sobre el tema ya en el Ochocientos y en las primeras dcadas del Novecientos, si bien ser a partir de mediados del siglo pasado cuando, de la mano de autores como Lpez Cmara, Reyes Heroles, Coso Villegas, Ocampo Lpez, Carrera Damas, Jaramillo Uribe, Donoso, Collier, Pivel Devoto, Dez del Corral o Artola Gallego, el liberalismo pase a constituir un objeto de estudio ineludible en varias historiografas nacionales.

    Ms o menos por esos aos Louis Hartz, sin dejar de reconocer que en los Estados Unidos no hubo en los siglos XVIII y XIX ningn movimiento poltico que utilizase ese nombre para autodesignarse, sostena que la tradicin liberal fue un rasgo inherente a la ex-

  • Introduccin. En busca de los primeros liberalismos iberoamericanos 13

    periencia histrica de los norteamericanos desde el asentamiento en el Nuevo Mundo de los peregrinos del Mayower. Segn Hartz, que recoge en este punto diversas impresiones de Tocqueville, Santayana y otros autores, el frame of mind de los colonos y luego de los estadounidenses se correspondera con una especie de natural Liberalism, no por innominado menos consustancial a la mentalidad imperante en un pas carente tanto de tradicin feudal como de tradicin socialista (HARTZ, 1955, 5 ss. y 10-11; BAILYN, 1992, 351-352 y 367)7. Sin arriesgar ninguna interpretacin retrospectiva naturalizante al estilo de Hartz, nos limitaremos a constatar, por nuestra parte, que el liberalismo estuvo presente en Iberoamrica en los discursos de los actores desde el tiempo mismo de las revoluciones de independencia.

    Sabemos hasta qu punto, en las ltimas dcadas, la vieja visin hartziana de la historia norteamericana ha sido desplazada por una hermenutica alternativa que ha puesto el acento ms bien en la impor-tancia de las ideologas, tradiciones y lenguajes republicanos (Pocock, Wood, Bailyn)8. En los ltimos aos, un cierto nmero de acadmicos ha proyectado tambin sobre nuestros pases esta mirada, sacando a la luz evidencias de que no faltaron ciertas formas de republicanismo en los inicios de los Estados iberoamericanos. A este respecto, sin embargo, merece la pena sealar una diferencia fundamental entre ambas corrientes o tradiciones poltico-intelectuales. Mientras que el republicanismo al estilo de Pocock es un paradigma analtico relati-vamente reciente, construido por un grupo de historiadores a partir de los aos 1970, el liberalismo no tuvo que ser descubierto tan tardamente, puesto que se le encuentra sin dicultad en las fuentes del siglo XIX. Dicho de otra manera: a diferencia del republicanismo, que es una creacin del historiador (aunque uno pueda toparse espordi-camente con la voz republicanismo en la publicstica del siglo XIX en un sentido trivial) (RODGERS, 1992), el liberalismo es un concepto manejado por los actores (aunque con el tiempo acabara formando parte tambin del utillaje conceptual del historiador).

    Liberalismo e independencias americanas: entre lo universal y lo particular

    De acuerdo con el enfoque adoptado en este libro que im-plica un regreso a las fuentes primarias, para intentar discernir las voces del pasado de los ecos distorsionantes que la historio-

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    grafa nos ha transmitido, todos los autores asumimos que en las primeras dcadas del siglo XIX el liberalismo, lejos de ser una nocin estable y bien definida, fue una constelacin variable de conceptos vagos y titubeantes. Un macroconcepto de perfiles difusos, progresivamente erigido y esgrimido por sus partidarios y por sus adversarios; un concepto polmico y disputado, cons-truido y reconstruido por los agentes a travs de su accin y de sus prcticas, incluidas las prcticas discursivas, experiencias y expectativas de los polticos y publicistas que vivieron aquellos tiempos convulsos.

    Surgido en medio de la doble crisis imperial hispano-lusa, aquel primer liberalismo, y las nociones a l asociadas (incluyendo el concepto moderno de repblica, indisociable muchas veces del de liberalismo en aquel contexto, especialmente en Hispanoamrica), tuvo una fase formativa atlntica, antes de connarse, desde los aos 1840-1850 en adelante, dentro de las fronteras de cada uno de los Estados resultantes de las guerras y revoluciones de independencia. Puesto que la estructura de este volumen es bsicamente territorial (con excepcin de los apartados dedicados a Centroamrica y a las Antillas, cada captulo se corresponde con la experiencia parcelada de un solo pas), antes de que el lector se asome al recorrido par-ticular de cada uno de aquellos incipientes liberalismos naciona-les, parece conveniente ofrecer aqu una noticia sucinta de la fase atlntica y ms universalista de los liberalismos ibricos.

    Un liberalismo universal la expresin se encuentra ya en algunos textos de poca [OLAVARRA (9 de octubre de 1820) 2007, 216; OLAVARRA (1819), en MORANGE, 2006, 444; VISSIEUX, 1823, viii y 152] que hay que entender, de entrada, en el contexto de dos monarquas que, como la espaola y la portuguesa, se denieron po-lticamente como sendas naciones integradas cada una de ellas por individuos y ciudadanos de ambos hemisferios (Constitucin poltica de la Monarqua espaola de 1812, art. 1; Constitucin por-tuguesa de 1822, art. 20). No est de ms recordar, asimismo, que el primer texto didctico sobre la Carta gaditana se escribi y public en La Habana en 1821; como ha observado Jos M. Portillo, dice mucho de aquel constitucionalismo, y en concreto de la Constitu-cin gaditana, que el primer manual para su explicacin pblica segn ordenaba su articulado se produjera en Amrica (PORTILLO VALDS, 2008, viii).

    Estas naciones transocenicas se inscriban, adems, en una cultura catlica, ilustrada y cosmopolita muy ajena a lo que aos

  • Introduccin. En busca de los primeros liberalismos iberoamericanos 15

    despus se conocera como principio de las nacionalidades. Muchos de los miembros destacados de sus lites polticas e inte-lectuales incluyendo buena parte de los lderes de la emancipa-cin fueron grandes viajeros y con frecuencia vivieron perodos ms o menos prolongados de exilio en Londres, Pars o Filadela; en conjunto pueden describirse como personajes atlnticos de nacionalidad incierta: en no pocos casos su ajetreada vida discurri a caballo entre las dos orillas del ocano y a menudo los escenarios en que desplegaron su actividad poltica estuvieron bastante aleja-dos de su pas natal9. Los infortunios y experiencias compartidas por gentes de muy diversos orgenes crearon entre ellos fuertes lazos de solidaridad, e incluso la conciencia de pertenecer a un movimiento comn (sentimientos que sus afanes conspirativos en logias y sociedades secretas contribuyeron a reforzar). As se ex-plica el liberalismo trasatlntico de muchos de ellos. Si en 1819 el bilbano Juan de Olavarra conaba en que tanto los liberales de la metrpoli como los liberales Americanos que siguieron la independencia pudieran reconciliarse e integrarse en un mismo partido, todava a la altura de 1824 el tucumano Bernardo de Monteagudo llamaba a todos los que forman el partido liberal en ambos hemisferios a constituir una liga para garantizar la libertad y la independencia [OLAVARRA (1819) 2007, 160; MORANGE, 2006, 396; MONTEAGUDO, 1825], y a nales de la dcada el mexicano Lo-renzo de Zavala estaba convencido de que los liberales de ambos mundos secundaran los propsitos reformistas de los amigos de la libertad hispanoamericanos (cit. en BREA, cap. 8 de este libro, pp. 329-330). El propio Bolvar se reri igualmente por entonces con preocupacin a la opinin que de l tendran todos los libe-rales del mundo (vase la cita exacta y el contexto en el ensayo sobre Venezuela, a cargo de Carolina Guerrero, Carole Leal y Elena Plaza, en la p. 488).

    Desde el punto de vista ideolgico, este liberalismo universali-zante, que en los aos veinte no slo se extiende por todo el Atln-tico ibrico, Europa y las dos Amricas, sino que establece a veces lazos inslitos con espacios muy distantes, desde la India hasta las Filipinas (BAYLY, 2007, 26-28), se aliment de fuentes doctrinales extremadamente diversas. Adems de los textos bblicos y clsicos grecolatinos, de los juristas de Indias y tratadistas hispanos (en es-pecial los de la escuela de Salamanca) y de los lsofos y economis-tas del XVII y XVIII (Locke, Montesquieu, Rousseau, Vattel, Mably, Raynal, Genovesi, Filangieri; tambin Feijoo y Jovellanos, entre

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    los espaoles), entre esas fuentes se contaban en lugar destacado algunos autores contemporneos muy inuyentes como Bentham, Constant, De Pradt, Destutt de Tracy o Daunou. Estamos en una poca de intensa internacionalizacin de los conceptos polticos, en que se combinan, adaptan y difunden a travs de la imprenta, frecuentemente de modo fragmentario, numerosos textos muchos de ellos traducidos del francs o del ingls de derecho natural y de gentes, economa poltica y derecho constitucional.

    Los modelos polticos y constitucionales de este primer libera-lismo, adems de la Constitucin de Cdiz, fueron principalmente norteamericanos, britnicos y franceses (pero la Revolucin fran-cesa, sobre todo en su fase jacobina, constituy casi siempre ms bien un antimodelo). El discurso universalista alcanz su culmen en los aos que siguieron a 1820, un momento crucial en el proceso de construccin e historizacin del concepto. Fue entonces cuando se dot al trmino de una gran narrativa histrica y de un canon tentativo de autores pretendidos antepasados y precursores in-telectuales del credo liberal que en buena medida han pervivido hasta la actualidad, al tiempo que se acuaron expresiones de una amplitud inusitada como liberalismo europeo, liberalismo americano, e incluso liberalismo universal. Fue en esos aos, en suma, cuando el liberalismo empez a inventar su propio pasado, iniciando as un proceso intermitente de escritura y reescritura que llega hasta nuestros das. Generalmente se vio a s mismo como la desembocadura natural del pensamiento ilustrado del siglo ante-rior, e incluso empez a identicarse tmidamente todava con la modernidad occidental. En el lanzamiento de ese metarrelato desempearon un papel nada desdeable un puado de escritores iberoamericanos como Alberto Lista, Vicente Rocafuerte o Jos Joaqun de Mora, entre otros.

    As, mientras que Lista interpretaba la eclosin del liberalis-mo europeo como la ltima etapa del largo recorrido histrico de unas pocas sociedades cuya evolucin econmica, basada en la industria y el comercio, contribuira decisivamente a promover y extender la libertad (Origen del liberalismo europeo, El Censor, 31 de marzo de 1821), Rocafuerte invitaba a los hispanoameri-canos a imitar el espritu liberal de los Estados Unidos, tanto en el terreno econmico (fomento del libre comercio) como en sus instituciones polticas, y aluda a las teoras del liberalismo descubiertas, explicadas y desarrolladas por Montesquieu, Mably, Filangieri, Benjamin Constant, Franklin y Madison. En un libro un

  • Introduccin. En busca de los primeros liberalismos iberoamericanos 17

    poco posterior, Rocafuerte distancindose de aquellos liberales ms radicales que, como el espaol Romero Alpuente, alababan el liberalismo puro de la Francia criticaba la Revolucin francesa y el despotismo napolenico y optaba decididamente por el mo-delo norteamericano para construir algo as como un liberalismo panamericano. Sobre la tela de fondo de la Europa restaurada de la Santa Alianza y de la doctrina Monroe, en un contexto en que el viejo continente apareca como el eptome de la reaccin, acumu-laba argumentos para persuadir a sus lectores de que la tierra de promisin del verdadero liberalismo deba ser el Nuevo Mundo, y apelaba a la acelerada prosperidad de los Estados Unidos como ejemplo para las nuevas repblicas de Hispanoamrica: los fastos de la historia, aseguraba, no presentan ningn Pueblo que en tan corto tiempo haya extendido tanto el horizonte de su doctrina libe-ral y felicidad como el Pueblo Americano (ROCAFUERTE, 1822, vii; 1821, 15; 1823, 27-28; 1823a, iv). As pues, pese a que en rigor no exista todava un liberalismo norteamericano, la Constitucin de Filadela era vista por una parte considerable de las lites liberales hispanoamericanas como la base en la que estriba el gobierno ms simple, liberal y feliz de que tenemos noticia para la historia (El Sol, 1 de agosto de 1823)10.

    En Portugal se produjo entonces un debate sobre el significa-do de los trminos liberal y liberalismo similar al que haba enfrentado diez aos antes en Espaa a partidarios y contrarios a este movimiento. En un folleto publicado al calor de esta polmi-ca, cierto periodista escribi que desde Cadix at Petersburgo se entende a palabra liberal11 (Carta ao M. R. P. Jos Agostinho de Macedo, 1822, 8), mientras que su contradictor lamentaba que Portugal acha-se dividido em duas Seitas, que vem a ser Liberais e Corcundas. Segn este clrigo tradicionalista, los constitucio-nales portugueses se inspiran en el libertinismo y siguen las ideas de Rousseau, por lo que, al elegir la palabra liberales para autodenominarse, estn haciendo un uso espurio de un trmino lleno de connotaciones positivas, al igual que lo hiciera Napolen al acuar la expresin engaosa ides librales (MACEDO, 1822, 12 y 29).

    Es interesante notar que en aquellos momentos en que el li-beralismo comenzaba a percibirse como un movimiento europeo (A. Lista), americano (V. Rocafuerte), incluso tendencialmente uni-versal, asistimos en Europa a dos modalidades de historizacin. En el mismo ao aparecieron en Leipzig y en Londres sendos ensayos

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    dedicados a historiar el liberalismo escritos desde perspectivas muy distintas (KRUG, 1823; VISSIEUX, 1823). La primera de estas obras, de corte ms losco, vea el genuino liberalismo como una corriente histrico-poltica esencialmente moderada y reformista; si bien su desarrollo moderno se apoyaba en la Ilustracin (y antes en la Re-forma protestante), segn esta interpretacin, el liberalismo tendra hondas races en la Antigedad griega (KRUG, 1823, cap. I, 99 ss.). La segunda obra, escrita desde posiciones netamente hostiles a los liberales, hablaba de un movimiento revolucionario originado en la Revolucin francesa. Ms que como una corriente intelectual, el au-tor entenda el liberalismo como una asociacin de muchas sectas y facciones que compartan un objetivo esencial: desestabilizar las monarquas y hacer triunfar en toda Europa y en las dos Amricas los nuevos principios republicanos (VISSIEUX, 1823, 5).

    En nuestra rea cultural encontramos ejemplos de ambas for-mas de conceptualizacin/historizacin. Ahora bien, los imperios ibricos en disolucin constituan paradjicamente un escenario privilegiado para que el liberalismo pudiera ser concebido e imagi-nado como un movimiento poltico unitario, ya que en la prctica articulaba grupos y redes de agentes que desarrollaban sus acti-vidades en las dos orillas del Atlntico. Varios textos de J. Mina, J. de Olavarra, B. de Monteagudo y otros revolucionarios hispanos, muchos de ellos exiliados, muestran que, para ellos, el liberalismo era un partido/movimiento poltico presente en ambos hemisferios y, potencialmente, en todos los continentes.

    No obstante, como se ir viendo en los sucesivos captulos, en Amrica no empez a haber partidos liberales nacionales en la mayora de los pases hasta mediados de siglo (en algunos casos, bastante ms tarde). La polaridad patriotas-realistas intensicada hasta el extremo por las guerras civiles cumpli all un papel simi-lar al antagonismo, tpicamente peninsular, entre los partidos liberal y servil. Aunque algunos periodistas hispanoamericanos usaron esos mismos rtulos para denominar a los partidarios de la inde-pendencia y a los lealistas, respectivamente (Liberales y serviles, El Anteojo de larga vista, Santaf de Bogot, nm. 9, 1814, 34-37, cit. MARTNEZ GARNICA, 2007, 612. Vase, en este mismo volumen, el cap. 5, sobre el caso neogranadino-colombiano, a cargo de Mara Teresa Caldern y Carlos Villamizar), esa nomenclatura poltica con la relativa excepcin de Centroamrica no lleg a cuajar en el Nuevo Mundo, tal vez porque el nombre liberal se identic desde muy pronto con los espaoles europeos, especialmente con

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    los jvenes reformistas de las Cortes de Cdiz que, segn denuncia-ra Blanco White, tan iliberales se haban mostrado con respecto a las demandas de autonoma y representacin equitativa planteadas en esa misma Cmara por los diputados americanos (FERNNDEZ SEBASTIN, 2009, 716-718). Nos equivocaramos, por otra parte, si diramos por buena una correspondencia perfecta entre los bandos opuestos liberales/serviles, separatistas/delistas, republicanos/realistas (incluso federalistas/unitarios, como a veces se hace): mientras estuvo vigente la Constitucin de Cdiz en varios lugares de Hispanoamrica se poda ser a un tiempo, por ejemplo, delista y liberal, independentista y monrquico, y as sucesivamente.

    Lo cierto es que el auge del liberalismo en Europa es indiso-ciable de los procesos de emancipacin de las sociedades de Ultra-mar. Adems del apoyo directo al independentismo de unos pocos exiliados espaoles como Javier Mina o Jos Joaqun de Mora, las reivindicaciones de los criollos dieron origen a cierto nmero de textos polmicos de Blanco White, Teresa de Mier, De Pradt, Flrez Estrada, Vadillo, Jonama y otros muchos autores menos conocidos. En estos textos difundidos en ocasiones tambin a travs de la prensa peridica se hacan diversas consideraciones polticas y eco-nmicas sobre la conveniencia, justicia, necesidad o inoportunidad de la independencia a la luz de las doctrinas liberales. Varios de estos documentos (incluyendo maniestos, cartas y panetos de todo tipo, no necesariamente centrados exclusivamente en la independencia) fueron publicados en Francia, en Inglaterra y en Estados Unidos, y algunos de ellos aparecieron o fueron traducidos al francs y al in-gls13, de modo que la cuestin de la Amrica hispana se incorpor de manera natural a la agenda del liberalismo naciente en ambos con-tinentes. En el primer ensayo dedicado a describir, desde un punto de vista crtico, los liberalismos revolucionarios europeos y su unidad subyacente, su autor no deja de referirse al caso hispanoamericano, observando incidentalmente que ha sido the revolutionary or Libe-ral mania of our age la que ha acarreado a Espaa la prdida de sus colonias (VISSIEUX, 1823, 103, 193-194 y 217-218).

    Todo ello dio pie para que en la Espaa peninsular se abriera un importante debate acerca de las diversas posibilidades de coho-nestar el liberalismo y el sistema colonial. Segn algunos periodistas moderados, la equiparacin jurdica entre los territorios de Ultra-mar y las provincias peninsulares consagrada por la Constitucin de Cdiz haba resultado un error. Consideraban ms sensato y ecaz establecer una clara distincin entre metrpoli y colonias,

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    sin asimilarlas en un nico cuerpo poltico: acaso los ingleses, pas liberal por excelencia, no gobernaban sus posesiones ultramarinas de una forma netamente diferenciada del gobierno de la metrpoli? (Nuevas observaciones sobre los negocios de Amrica, El Censor, VIII, 23 de junio de 1821, 381).

    Cuando esa singularidad qued jurdicamente establecida, al disponerse a partir de la Constitucin de 1837 la gobernacin de los territorios ultramarinos por medio de leyes especiales (FRADERA, 2005, 140-157), la incompatibilidad entre liberalismo y rgimen colonial pareci mostrarse en toda su crudeza en los territorios dependientes. Como escribi un funcionario espaol en Manila, bajo la reciente impresin de una sangrienta sublevacin indgena en Filipinas, mientras los liberales de la metrpoli que haban derrotado al absolutismo en Espaa pertenecan a las educadas clases medias, en aquellos lejanos territorios del Pacco los es-paoles lipinos una pequea minora rodeada de millones de indgenas estaran impedidos por las circunstancias de adoptar el sistema liberal e ilustrativo con respecto a estos (...) naturales. Es indispensable evitar que se formen liberales, conclua, por-que en colonia liberal e insurgente son dos palabras sinnimas (MAS, 1843, 23-24 y 27; FRADERA, 2005, 278-279; FRADERA, 2008. Sobre los muchos matices de ese liberalismo colonial vase, en este mismo volumen, el captulo de Mara Dolores Gonzlez-Ripoll sobre Cuba y Puerto Rico, as como los correspondientes a Brasil y Portugal, a cargo de Christian Edward Cyril Lynch, y de Nuno Gonalo Monteiro y Rui Ramos, respectivamente).

    De la Aurora de la libertad a la Revolucin liberal

    Los perodos de graves crisis e incertidumbre son frtiles en la gestacin de smbolos y mitos. Quienes viven esos tiempos agitados suelen recurrir con frecuencia a un lenguaje gurado y metafrico para tratar de entender un mundo difcilmente aprehensible e in-teligible, en rpida transformacin y que parece haber perdido su sentido. As ocurri al menos en el caso en las revoluciones hisp-nicas (FERNNDEZ SEBASTIN, 2010). Una de las imgenes ms utili-zadas por los escritores y publicistas favorables a las revoluciones de aquellos aos para aludir por analoga a la entrada en una nueva era fue, sin duda, la de la aurora. Al igual que la luz blanquecina que anuncia la llegada del nuevo da, determinados acontecimientos

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    fueron interpretados por un sector de quienes los vivieron como el umbral de una poca de mayor ilustracin, libertad y felicidad. En el ttulo que hemos escogido para este libro nos hacemos eco de esa imagen entonces tan repetida.

    Como puede suponerse, las alegoras solares y lumnicas tan comunes en la tradicin cristiana y en la Monarqua catlica fue-ron tambin muy habituales en el siglo de las Luces. La retrica de la luz de la razn, de la aurora brillante de la losofa y del esplen-dor de las ciencias abundan sobremanera en la Ilustracin tarda. Con las revoluciones de nales del siglo XVIII, aunque naturalmente entre sus oponentes no faltaron imgenes opuestas, ese imaginario se enriqueci con un lenguaje alusivo al advenimiento de una nueva era de felicidad que enterrara los viejos demonios del despotismo, la ignorancia y la arbitrariedad. Por n, armaban los revolucio-narios, rayaba en el horizonte la aurora de un tiempo nuevo. Los primeros fulgores de la nova aetas daran paso a un sol radiante que disipara las sombras de una larga noche de opresin.

    La imagen aparece con fuerza desde los primeros compases de las revoluciones hispnicas. Las medidas inicialmente adoptadas por el gobierno de Fernando VII, recin proclamado rey tras el motn de Aranjuez, tendieron supuestamente a hacer feliz a la nacin que gobernaba [...]; todo descubra ya en los orientes de Espaa la aurora de la felicidad (Maniesto imparcial, 1808, 15). Unos pocos meses ms tarde, en una situacin completamente distinta, la Junta Central instalada en la misma ciudad de Aranjuez dirigi un maniesto a la nacin en el que anunciaba a los espaoles que pronto amanecer el gran da en que la monarqua, transmutada en verdadera patria, iba a dotarse de leyes fundamentales, [...] enfrenadoras del poder arbitrario (26 de octubre de 1808; ARTOLA, 1975, I, 253; en una carta de 10 de octubre de 1809, Martn de Ga-ray no tiene ms remedio que constatar que esa aurora de nuestra felicidad se est viendo trgicamente retrasada: ALONSO GARCS, 2011, 545). Apenas un ao despus encontramos una retrica se-mejante pero con objetivos maniestamente discordantes en varias proclamas publicadas en Caracas, Bogot, Buenos Aires, Santiago de Chile y otras ciudades de Amrica del Sur (FERNNDEZ SEBASTIN, 2010, 204-207).

    La promulgacin de la Constitucin de Cdiz fue saludada por muchos como el arco iris que anunci el fundamento de la liber-tad nacional (Catecismo liberal y servil, 1814, prospecto). No es casual que por esas fechas viera la luz en Palma un peridico liberal

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    titulado Aurora Patritica Mallorquina, el primero de una larga serie de publicaciones con ttulos parejos. En Nueva Espaa anuncian varias proclamas que por n vean brillar, en ms de un sentido, la aurora de la libertad (por ejemplo, en una alocucin del virrey Flix Mara Calleja en 1813, cit. GUEDEA, 1992, 179). Y, puesto que toda aurora presupone una noche y un crepsculo previos del Antiguo Rgimen, del feudalismo, del despotismo, etc., la ret-rica del orto y el ocaso pudo tejerse fcilmente con la del pasado y el futuro. As, para el revolucionario rioplatense Bernardo de Monteagudo, el viejo continente representa irremediablemente un mundo agotado, declinante, ligado al pasado, y es el Nuevo Mundo el que mira con optimismo hacia el futuro: Nosotros estamos en nuestra aurora, la Europa toca su occidente (Mrtir o Libre, 11 de mayo de 1812, cit. en SOUTO, 2009, 71).

    Abatida otra vez la negra noche del absolutismo sobre los es-paoles con el regreso de Fernando VII en 1814, no ser hasta seis aos despus cuando, con la renovada puesta en vigor de la Carta gaditana, vuelva a brillar una segunda aurora: Rodeado de oscuras sombras se hallaba el horizonte poltico de Espaa... Apareci La Aurora conduciendo en su radiante carro el sol de la Constitucin, que tan al instante como disipadas las tinieblas se descubri a los ojos llorosos de la nacin... (La Aurora de Espaa, 14 de marzo de 1820). Segunda Aurora se titul precisamente un peridico liberal caraqueo de 182014. Claro que para entonces se haban amplia-do considerablemente los horizontes de una metfora que ya no era slo patrimonio del orbe hispano. En un Essay on Liberalism publicado en Londres poco despus, su autor, a la vista de las re-voluciones, conspiraciones e insurrecciones en Espaa, Portugal, Npoles, Piamonte, Grecia, Francia y la Amrica ibrica, consi-dera igualmente al ao 1820 a year fruitful in revolutions, which have merited for it the name of the rst year of freedoms second dawn (VISSIEUX, 1823, 103; se sobreentiende que la primera au-rora de la libertad habra sido la Revolucin francesa).

    Con posterioridad, diversas publicaciones en el mundo hispano llevarn en su ttulo la metfora del arco iris, a menudo combinada con otras alusiones a la nueva era republicana. El peridico Iris de Venezuela, en 1822, incluye en su portada el lema Ex nova nasci-tur aetas (GUERRERO, 2005, 380). Otro de los ms conocidos es el semanario literario El Iris, publicado en Mxico en 1826 por tres personajes genuinamente atlnticos: Jos Mara Heredia, Claudio Linati y Florencio Galli.

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    La simbologa del sol naciente reaparecer en el discurso poltico en lo sucesivo cada vez que se presente la ocasin. La imagen parece haber sido especialmente grata a los periodistas, tal y como revelan los ttulos de numerosos impresos de este tipo: hay una Aurora Flu-minense en Ro de Janeiro en los aos veinte y treinta; una segunda Aurora de Chile resurgida en 1827; una Aurora Peruana que vio la luz en Cuzco en 1835, etc. Junto a ello, se moviliza tambin fre-cuentemente la vieja frase latina Post nubila Phoebus para exaltar el retorno del sol tras un periodo de oscuridad [vase, por ejemplo, el leo de Pedro Jos Figueroa Post Nubila Faebus (1819), que repre-senta al Libertador como Padre de la Patria junto a una alegora de Amrica, y muchos aos despus, la caricatura titulada La aurora de la libertad, en El Ahuizote, 1 de diciembre de 1876].

    Con el paso del tiempo, lo que una vez fue visto como el jubi-loso amanecer de una nueva poca fue percibindose a veces por los mismos protagonistas de aquellas gestas bajo una luz menos favorable; a medida que aquellos hechos gloriosos iban quedando inevitablemente atrs, pareca desvanecerse el aura de sus colores. El duro aprendizaje de la decepcin, al comprobar que no se cum-plan enteramente las grandes expectativas de prosperidad abiertas con la emancipacin y que se sucedan sin cesar nuevos conictos y revoluciones, pudo ser paliado imputando algunos de los fracasos al lastre de la herencia colonial (o a las hipotecas del Antiguo Rgi-men), tal como vimos en el primer apartado de esta Introduccin. Lo cual no impidi, por supuesto, que las grandes efemrides, hroes y mitos de origen de las nuevas naciones fueran ensalzados en los altares de la patria para la edicacin poltica y moral de las generaciones futuras.

    De un modo u otro, las guerras y revoluciones del tiempo de las independencias fueron poco a poco inscribindose en la historia. La expresin guerra de independencia empez a difundirse a partir de los aos veinte. Aunque tambin se us tempranamente en otro sentido (esencialmente defensivo) para denominar a la gue-rra peninsular contra Napolen (o guerra de la Independencia espaola), en Amrica se utilizaba para designar un tipo especial de conagracin intestina: precisamente aquella que comenzaba como un conicto domstico y terminaba como guerra entre dos naciones distintas, al constituirse en Estado el bando rebelde en el transcurso de las hostilidades. La secesin es usualmente en estos casos el producto de la guerra civil. En virtud de la accin militar y de la retrica insurgente, la situacin sufre una drstica redescrip-

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    cin: las colonias se convierten en Estados, los rebeldes internos en beligerantes exteriores y, en denitiva, la guerra civil se transforma en guerra internacional. Guerras de independencia sera con el tiempo una de las maneras ms corrientes de aludir a aquellos acontecimientos inaugurales de las nuevas repblicas.

    Hoy la frmula historiogrca ms comn para englobar aque-llas guerras y procesos de emancipacin (o descolonizacin, como a veces se dice utilizando un trmino anacrnico) de las Amricas es probablemente revoluciones de independencia. Junto a otras expresiones similares revoluciones atlnticas, revoluciones iberoamericanas, revoluciones hispnicas, etc., hay que des-tacar la fortuna que el rtulo revoluciones liberales ha alcanzado en nuestras historiografas. Usada masivamente en Espaa y en Portugal para referirse al conjunto de las transformaciones socio-polticas que sealan el paso del Antiguo al Nuevo Rgimen (o del absolutismo al Estado liberal), la frase revolucin liberal ha des-plazado en gran medida en las ltimas dcadas a la vieja frmula, de resonancias marxistas, revolucin burguesa. Si bien es verdad que la expresin se usa en espaol y en portugus sobre todo para conceptualizar las revoluciones de Europa occidental (desde la Revolucin francesa hasta la oleada revolucionaria de 1848), no es raro que en ciertos textos en especial en los manuales escolares se incluyan a veces bajo esa denominacin genrica la guerra civil inglesa y la rebelin de los Pases Bajos contra Felipe II, adems de las revoluciones de las dos Amricas.

    En todo caso, est fuera de duda que el concepto historiogrco revolucin liberal se ha usado y se sigue usando mucho ms fre-cuentemente en el mundo ibrico que en otras reas lingsticas y culturales15. Un dato que tal vez no sea ajeno al hecho lexicogrco de que, en lengua espaola, las voces revolucin y liberal empezaron a asociarse muy pronto. Ya a nales de 1808, al producirse el falle-cimiento de Jos Moino, Alberto Lista enlaza de manera implcita en su Elogio histrico del conde de Floridablanca la doble apelacin revolucin liberal y guerra de la independencia con que andando el tiempo se conoceran los acontecimientos de la Pennsu-la: La Espaa ha recibido, escribe Lista, del gobierno liberal que dirige su revolucin la solemne promesa de que bajo leyes tutelares quedar consagrada la independencia nacional (HERRERA GUILLN, 2008, 134-135). Si un gobierno liberal dirige la revolucin, cabe es-perar que dicha revolucin tendente a la limitar el funesto poder de hacer el mal, as como a la salvaguarda de la independencia

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    nacional ser liberal. Aos despus, la revolucin de 1820 fue ya calicada en su tiempo de revolucin liberal, y a partir de enton-ces esta denominacin se ir haciendo ms y ms comn, abarcando no slo acontecimientos contemporneos, sino sucesos histricos a veces muy remotos. Al nal, la frase hizo fortuna en la historiografa del siglo XX hasta convertirse en un instrumento heurstico impres-cindible. Hoy, para muchos historiadores espaoles y portugueses, resulta poco menos que axiomtico que el trnsito del Antiguo al Nuevo Rgimen o lo que es lo mismo, de la Edad Moderna a la Contempornea tiene lugar a travs de la revolucin liberal. Aquellos acontecimientos extraordinarios que en su da fueron encapsulados en caliente por algunos testigos y coetneos bajo la metfora de una aurora de la libertad, en la centuria siguiente acabaron por ser conceptualizados como revolucin liberal.

    En pos de los primeros liberalismos iberoamericanos. Reexiones nales

    Ms an que revolucin liberal, el par liberales-conservadores ha llegado a convertirse en una polaridad tan ubicua en nuestros medios acadmicos que hoy da se impone casi como una eviden-cia. En los ltimos aos, la nueva historia poltica de Amrica latina ha cuestionado con buenas razones el uso y abuso de esta dicotoma como herramienta analtica. En efecto, el liberalismo y el conservadurismo son conceptos que, para un historiador del mundo moderno, parecen estar ah como objetos aproblemticos que no precisaran de especial reexin (pero ahora empezamos a comprender que hay una pluralidad de liberalismos y de con-servadurismos, e incluso que ambas corrientes, lejos de oponerse, frecuentemente se solapan). Lo cierto es que si eliminsemos esa polaridad de las historiografas ibricas y (todava ms) de las lati-noamericanas relativas al siglo XIX muchos procesos histricos se tornaran ininteligibles.

    Liberalismo y conservadurismo, sin embargo, no son slo nocio-nes heursticas de los historiadores, tiles para explicar a travs de ellas otras cosas, sino conceptos polmicos de movimiento usados en poltica desde el siglo XIX. Sera necesario aclarar la formacin histrica de dichos conceptos y su transformacin progresiva en herramientas analticas (sin perder por ello su lo dialctico). Em-prender esa tarea nos lleva a tomar distancia de nuestros propios

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    esquemas subyacentes de interpretacin, que se hacen de ese modo visibles. Desnaturalizar esos grandes marcos cognitivos y reexio-nar sobre ellos nos obliga a interrogarnos sobre la pertinencia y el rigor de dichos marcos para el anlisis de realidades histricas con-cretas, especialmente sobre su compatibilidad con la manera en que las gentes de determinado segmento del pasado vean el mundo. En lo que al liberalismo respecta, habra que cartograar cuidadosa-mente los procesos histrico-historiogrcos a travs de los cuales los sucesivos estratos del liberalismo de los polticos y publicistas se fueron transformando y encabalgando paulatinamente con los libe-ralismos historiogrcos de los historiadores, lsofos y cientcos sociales (pues, a medida que el pensamiento poltico se transforma en historia, ciertas modalidades de historia pueden leerse a su vez como en una forma de pensamiento poltico: POCOCK, 2009).

    Este libro pretende dar un primer paso en esa direccin. En lugar de tomar el liberalismo como una corriente de pensamiento inmemorial que se confundira en el lmite con la civilizacin occi-dental (H. Laski), todos los colaboradores asumimos que el libera-lismo es un concepto forjado por los liberales y los antiliberales en el transcurso de luchas polticas muy concretas (en este caso del mundo iberoamericano de la primera mitad del Ochocientos). Los autores de los doce captulos que lo integran nos hemos esforzado no slo por efectuar una sntesis informativa del primer liberalismo emergente en cada uno de los espacios del mundo iberoamericano, sino tambin por ofrecer un anlisis histrico-semntico de los usos (controvertidos) que las lites polticas e intelectuales de las primeras dcadas del siglo XIX hicieron del adjetivo y del sustantivo liberal, as como de diversos trminos conexos y derivados como liberalidad y liberalismo, constitucin liberal, gobierno liberal, principios liberales o partido liberal16. Sacar a la luz qu entendan por tales trminos y sealar conexiones entre usos lingsticos y contextos de enunciacin permitir al lector acercarse a un universo de nociones contingentes muy alejado de las habi-tuales aproximaciones al liberalismo desde la historia de las ideas, con su caracterstico nfasis en el pensamiento sistemtico de unos pocos tericos eminentes.

    Uno de los supuestos tcitos de esas aproximaciones tradiciona-les es que existe un modelo correcto de verdadero liberalismo, o al menos unas caractersticas mnimas individualismo, tolerancia, limitacin de poderes, etc. a las cuales deberan ajustarse todas las corrientes liberales en cualquier parte del mundo. Es ms: para

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    algunos historiadores de la losofa poltica, ese liberalismo tendra ya en cierto modo una existencia virtual incluso antes de ser con-ceptualizado como tal por los primeros liberales (sobre el mito del individualismo liberal vase BIRD, 2004).

    Pero nosotros no creemos que el liberalismo preexista a los liberales. Tal liberalismo virtual nos parece ms bien una cons-truccin historiogrca que una realidad histrica. No sera, pues, el verbo de ese liberalismo in abstracto el que se hizo carne en los primeros liberales; al revs, fueron aquellos primeros liberales de carne y hueso quienes engendraron y empezaron a imaginar el li-beralismo (partiendo, desde luego, de los textos y experiencias que tenan a su disposicin). De ah que, en lugar de estudiar las mani-festaciones iberoamericanas de ese presunto liberalismo cannico, sus errores, imperfecciones y desviaciones del modelo (alternativa-mente identicado con el liberalismo ingls y angloamericano, de cuo lockeano, o con el experimento revolucionario de Francia), en este libro hayamos optado por estudiar los liberalismos realmente existentes en la regin, sin necesidad de contrastarlos y medirlos a cada paso con ninguno de esos cnones.

    Est claro entonces que este libro no trata de El liberalismo naciente en Iberoamrica (y nunca hubiera podido titularse de esa manera), sino de algo bien distinto: Los primeros liberalismos iberoamericanos. Entendemos que el paso del artculo singular al plural y la eliminacin de la preposicin resultan sucientemente re-veladores del cambio de ptica. Con el subttulo que hemos elegido para esta coleccin de ensayos queremos dar a entender, en primer lugar, que estamos ante una multiplicidad de experiencias y de signicados controvertidos y no ante un movimiento nico e indi-viso, y, en segundo lugar, que no se trata de confrontar las experien-cias de la regin con un modelo dado de liberalismo para enfatizar lo que no hubo (lo que falt, lo que desmerece de ese tipo ideal), sino ms bien de elucidar y relatar lo que hubo. Aqu no nos interesa el liberalismo hipottico de un supuesto canon generalmente ex-trado de las experiencias inglesa o francesa que nunca se lleg a implantar; menos an evaluar el grado de ajuste de los liberalismos iberoamericanos a tales patrones estndar, como si hubieran debi-do atenerse a un guin preestablecido. Nuestra aproximacin ser propiamente histrica: en lugar de salir a buscar en el pasado un liberalismo redondo, terico y denido a priori para lamentar luego no encontrarlo (y de paso echar en cara a nuestros antepasados no haber sido capaces de ponerlo en prctica), trataremos de dar

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    cuenta, ms modestamente, de los liberalismos tentativos, rugosos e imperfectos presentes en el espacio iberoamericano, tal como han llegado a nosotros en el lenguaje de las fuentes.

    Adems, no hemos querido ocuparnos de la prehistoria (ap-crifa) del liberalismo esa que unas veces se remonta a la Grecia antigua y otras a la Reforma protestante, a la Revolucin inglesa de 1688, etc. sino del primer tramo de su historia efectiva17. Buscaremos, en suma, los liberalismos del historiador, recuperando hasta donde es posible el lenguaje de los agentes estudiados, no el liberalismo de los lsofos ni tampoco el de los historiadores de las ideas desencarnadas.

    Desde la perspectiva de la historia tradicional del pensamiento poltico, estos primeros liberales fueron eclcticos y poco origina-les; se sirvieron en gran medida de manera pragmtica de obras francesas, inglesas y norteamericanas, y no llegaron a desarrollar un corpus sistemtico doctrinal propio. Tal vez por eso el mundo iberoamericano apenas gura en los manuales clsicos de historia intelectual del liberalismo. Su precocidad y originalidad, empero, es maniesta si atendemos al ms amplio contexto euroamericano que no se limita a los casos muy singulares de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, as como a las peculiaridades derivadas de la cultura poltica catlica que actuaba como lente y tamiz de esas lecturas, y tambin a la urgencia de encontrar soluciones adecuadas al problema especco de los poderes concurrentes y las soberanas de los sujetos poltico-territoriales declinantes y emergentes, viejos y nuevos: ciudades y pueblos, provincias y naciones (bastar evo-car en este punto los trabajos de F.-X. Guerra, J. C. Chiaramonte, A. Annino, F. Morelli, J. M. Portillo, J. Dym, C. Thibaud, G. Verdo, etc.). Tambin su precocidad, la amplia participacin popular pro-piciada por ese liberalismo, su carcter corporativo y escasamente individualista, o su confesionalismo catlico constituyen otros tantos rasgos distintivos. Y todo ello sin tener en cuenta otras sin-gularidades ms especcas del liberalismo brasileo, colombiano, espaol, portugus o mexicano (por mencionar algunas ramas na-cionales bien caracterizadas de ese tronco comn que el lector ir descubriendo en los diferentes captulos).

    Cada experimento constitucional se hizo naturalmente a la luz de los precedentes, pero eso no quiere decir que los lderes polticos e intelectuales se limitaran a importar en bloque leyes e instituciones francesas, inglesas o norteamericanas. La refraccin, adaptacin y ltrado de esos modelos constitucionales, ms que la

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    simple imitacin, fueron clave en esos procesos: como subrayaban recientemente Ivn Jacsic y Eduardo Posada Carb, la disyuntiva entre lo importado y lo genuino es un falso dilema (JACSIC y PO-SADA CARB, 2011, 31-35). Por mucho que los constituyentes de las Cortes de Cdiz tuvieran a la vista entre otros textos la Consti-tucin francesa de 1791 y que se detecten semejanzas signicativas en su articulado, es obvio que la Pepa es un producto genuino de la cultura hispana. Unamuno acert plenamente cuando calic al liberalismo espaol del ao 12 de tan castizo y a la vez tan clsico, en el fondo tan tradicional (UNAMUNO, Prlogo a ASTUR, 1933). Algo parecido podra decirse con toda probabilidad de la mayora de los primeros constitucionalismos iberoamericanos.

    La peculiar trayectoria del orbe ibrico a lo largo de la Edad Moderna, pionero en algunas transformaciones econmicas, po-lticas e intelectuales y rezagado luego al continuar abanderando extemporneamente una visin del mundo cerradamente catlica, gener una intensa conciencia de decadencia que contribuy a su alejamiento de la corriente principal de la modernidad occidental, de impronta protestante. Los esfuerzos sostenidos de las lites ilustradas durante el siglo XVIII para relanzar una variante catli-ca de modernidad e impulsar determinadas reformas a partir de la integracin en ese universo tradicional de algunos elementos discursivos caractersticamente modernos virtud e inters, patriotismo y comercio, progreso y civilizacin dieron origen a una semntica compleja, caracterizada por una pluralidad de tem-poralidades superpuestas. En efecto, en la medida en que sus ho-rizontes de expectativa apuntaban muchas veces a la recuperacin parcial de experiencias ya conocidas en pocas pretritas de mayor esplendor, en la estructura temporal de algunos conceptos clave se encabalgaban fragmentos de pasado exhumados, reinterpretados y proyectados hacia el futuro (SNCHEZ LEN, 2011). Sobre esa tela de fondo, la incidencia de la Revolucin francesa y sobre todo de su secuela napolenica sobre Iberia y sus dependencias ultramarinas precipitaron en el cambio de siglo una doble crisis imperial resuelta de modo muy distinto en cada una de las dos monarquas.

    Las revoluciones liberales y de independencia del mundo ib-rico constituyen uno de esos momentos histricos verdaderamente cruciales en que las estructuras jurdico-polticas, los imaginarios y los esquemas de legitimidad de una sociedad se desmoronan y se ven abocados a una profunda transformacin y reconguracin. Esa gran mutacin poltica y cultural dio al traste con las dos mo-

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    narquas intercontinentales ibricas. De ellas surgieron dos Estados europeos de dimensiones modestas, con limitada capacidad de inuencia en el escenario internacional, y una veintena de nuevos Estados americanos (en su gran mayora republicanos).

    Aquellas revoluciones fueron a la vez revoluciones polticas, ideolgicas y conceptuales. Una de las ideologas ms importantes emanadas de esa crisis de dimensiones imperiales fue el liberalismo, que con el tiempo pudo describirse como un lenguaje o cluster-concept abarcador de otros conceptos menores engarzados entre s segn ciertas pautas de centralidad y jerarqua (FREEDEN, 1996, 13-136). Conviene insistir en que cuando el liberalismo empez a germinar en la regin no era en absoluto una planta trasplantada de otro lugar, ni tampoco completamente autctona; ms bien se trataba de una especie transgnica desconocida que surgi de los experimentos polticos y constitucionales de aquel inmenso labora-torio atlntico. Las lites del Atlntico ibrico participaron activa-mente en su invencin, difusin y recreacin; y lo mismo cabe decir de otras nociones emparentadas que entonces estaban sufriendo grandes mutaciones semnticas, como repblica, independencia o constitucin.

    El carcter atlntico y tendencialmente universalista de ese liberalismo incipiente no impidi, sin embargo, que casi de inme-diato se subdividiese en mltiples variedades. Una de esas familias de liberalismos emergentes fue la iberoamericana, que presenta a su vez distintas variantes y ramas (no todas ellas necesariamente nacionales). La lectura de las contribuciones de este volumen per-mite observar diferencias de bulto entre algunas de esas variantes. El liberalismo no puede ser igual, por ejemplo, all donde, como sucedi rpidamente en Hispanoamrica, los liberales eran ma-yoritariamente republicanos, que en aquellos otros pases en la Pennsula y tambin en Brasil donde ambas adscripciones pol-ticas resultaban generalmente incompatibles. Pero, por otra parte, cabra sealar, asimismo, ciertas distinciones signicativas entre el mundo liberal luso-brasileo y el mbito hispano, considerado en bloque (por ejemplo, el componente econmico de estos primeros liberalismos parece haber sido mayor en el rea lusfona que en la hispanohablante, un hecho que el cotejo de los diccionarios de ambas lenguas haca sospechar: algunas reexiones comparativas en FERNNDEZ SEBASTIN, 2009). Tambin sera interesante, por supues-to, establecer comparaciones con otros liberalismos occidentales mucho ms conocidos, como el francs o el britnico. Estas com-

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    paraciones se han planteado a menudo, si bien desde perspectivas loscas o terico-polticas poco sensibles a los usos del concepto en contextos histricos concretos. Al comienzo de cada captulo de este libro los autores ofrecen una sntesis de la historiografa sobre el liberalismo en cada uno de los siguientes pases: Argentina, Bra-sil, Centroamrica, Chile, Colombia, Cuba y Puerto Rico, Espaa, Mxico, Per, Portugal, Uruguay y Venezuela.

    Nuestra voluntad, en este caso, se limita a asomarnos al libera-lismo in statu nascendi, mucho antes de que llegase su fase de apo-geo, momento que vara considerablemente de unos pases a otros, y que algunos autores han datado para varios pases latinoameri-canos en las ltimas dcadas del siglo XIX, coincidiendo con una cierta estabilizacin poltica de los gobiernos representativos en el subcontinente. Abrigamos la esperanza de que, a partir de trabajos de carcter histrico-conceptual como el que aqu presentamos y de otros muchos similares que estn oreciendo estos ltimos aos en nuestros medios acadmicos, sea posible avanzar sobre bases ms rmes en una historia atlntica comparada de los principales conceptos polticos y sociales del mundo moderno.

    * * *

    Nota de agradecimientos

    En primer lugar, deseo expresar mi agradecimiento a los auto-res, quienes, a lo largo del dilatado proceso de edicin, han dado muestras de su enorme paciencia. La idea de publicar este libro surgi hace tiempo en el marco acadmico del trabajo coordinado de todos nosotros en la primera fase del proyecto conocido como Iberconceptos. Un ambicioso programa de investigacin transnacio-nal que ha podido avanzar considerablemente estos ltimos aos gracias a la ayuda del Banco Santander y de diversas instituciones pblicas, especialmente del Ministerio de Ciencia e Innovacin del Gobierno de Espaa (proyecto HAR2010-16095) y del Departa-mento de Educacin, Universidades e Investigacin del Gobierno Vasco (Grupo consolidado IT-384-07), adems de la Fundacin Carolina, el Centro de Estudios Polticos y Constitucionales y Ac-cin Cultural Espaola.

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    Quisiera expresar mi reconocimiento, asimismo, a mis colegas y colaboradores en el grupo de investigacin en Historia Intelectual de la Poltica Moderna (Universidad del Pas Vasco), principal-mente a Pablo Snchez Len, a Regina Martnez Idarreta y a Lara Campos Prez por su inestimable ayuda tcnica en la ltima fase de edicin del volumen.

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  • Captulo 1

    ENTRE LA MORAL Y LA POLTICA. LAS TRANSFORMACIONES

    CONCEPTUALES DE LIBERAL EN EL RO DE LA PLATA (1780-1850)1

    Fabio WASSERMAN

    Introduccin

    Durante muchos aos constituy un lugar comn en la histo-riografa argentina considerar al liberalismo como la ideologa que orient la actuacin de los grupos dirigentes en el Ro de la Plata revolucionario2. Ahora bien, a la vez que se sealaba el carcter central que tuvieron estas ideas, tambin se adverta que las mismas no lograron fructicar hasta pasada la primera mitad del siglo XIX, momento en el que Argentina habra logrado constituirse como un Estado-nacin de cuo liberal. Estas consideraciones se enmarca-ban en una interpretacin teleolgica que caracterizaba la historia decimonnica como una marcha progresiva que, aunque plagada de obstculos, deba culminar necesariamente con la implantacin del liberalismo y la construccin de una ciudadana nacional.

    De ese modo, al hacerse nfasis en el resultado de un proceso histrico que en lo sustancial habra estado predeterminado, la pri-mera mitad del siglo XIX slo poda valorarse como un interregno en el que se habra producido la transicin entre el antiguo orden y la sociedad liberal. Transicin que, segn el proceso que se estuviera examinando, tambin poda ser entre la colonia y el Estado nacio-nal, entre la sociedad estamental y la sociedad burguesa o de clases, entre la gura del sbdito y la del ciudadano, o entre una economa precapitalista y una capitalista. Este enfoque ha recibido numerosas

  • 38 Fabio Wasserman

    crticas en los ltimos aos en el marco de una historiografa en proceso de renovacin que, ms all de la diversidad de temticas, enfoques y metodologas que la caracteriza, plantea la necesidad de dilucidar la especicidad de los fenmenos, estructuras y procesos del perodo procurando evitar los anacronismos inherentes a las interpretaciones teleolgicas3. Entre estas aproximaciones hay al menos dos que sentaron nuevas bases para reconsiderar lo sosteni-do por los estudios tradicionales sobre el liberalismo decimonni-co: por un lado, aquellas que se centran en las relaciones entre la estructura social y los actores, las prcticas y las instituciones; por el otro, las que aspiran a enriquecer la tradicional historia de las ideas o que directamente proponen suplantarla por una historia de los conceptos, del discurso o de los lenguajes polticos.

    En verdad esta ltima perspectiva engloba una diversidad de en-foques segn se desprende de la misma enumeracin. Sin embargo, todos ellos comparten una crtica fundamental hacia la tradicional historia de las ideas o del pensamiento poltico, la cual parta de una denicin apriorstica de liberal, ya fuera de carcter normativo o como categora de anlisis. Cuestin sta que no slo afecta a la historiografa rioplatense, sino que tambin constituye uno de los ejes del debate historiogrco actual en torno al liberalismo hisp-nico (BREA, 2006 y 2007).

    Sin duda, como ha sido planteado en ese y otros debates, resulta imposible abordar cualquier material histrico sin alguna estructura de signicacin preconcebida, comenzando por nuestro propio lenguaje. Pero s se puede intentar una aproximacin ms atenta a las propias concepciones y percepciones de los actores histricos sin tener por qu forzarlos a encajar en una suerte de tipo ideal. Es por eso que este trabajo no apunta a examinar el liberalismo rioplatense como una fuerza o corriente caracterizada por una serie de rasgos denidos de antemano, sino que aspira a dar cuenta de qu era o qu poda signicar liberal para quienes protagonizaron la experiencia poltica revolucionaria y posrevolucionaria a n de poder dilucidar su sentido.

    El trabajo consta de dos partes bien diferenciadas. La primera se propone ofrecer un panorama de la historiografa sobre el liberalismo argentino recurriendo por razones de brevedad a unos pocos ejem-plos que considero signicativos o representativos. La segunda, que constituye el ncleo del texto, apunta a dilucidar cmo el concepto de liberal inform el discurso de las lites dirigentes considerando

  • Entre la moral y la poltica. Las transformaciones conceptuales... 39

    tanto su dimensin referencial como la representativa, es decir, como indicador de estados de cosas, como modelador de las mismas o pre-guracin de otras inexistentes. Se trata, por tanto, de un abordaje histrico-conceptual de carcter pragmtico en el que se indaga la evolucin de los usos y signicados de liberal teniendo presente su vinculacin con las diversas coyunturas polticas y con las transfor-maciones conceptuales y discursivas producidas en esos aos4.

    Cabe advertir, nalmente, que, aunque el centro del estudio es la experiencia poltica posrevolucionaria, el arco temporal es un poco ms amplio a n de poder apreciar mejor las mutaciones del concepto y su interaccin con los cambios ocurridos en la vida pblica rioplatense. El examen se inicia, por tanto, en el perodo de las reformas borbnicas, consideradas por muchos autores como un primer momento en el desarrollo de ideas liberales en la regin, las cuales, entre otras cuestiones, dieron lugar a la creacin del Virreinato del Ro de la Plata en 1776. Asimismo, concluye a principios de la dcada de 1850 cuando comenzaban a coagular nuevos usos y signicados que dotaron a liberal de mayor densi-dad conceptual, destacndose en ese sentido la progresiva difusin del neologismo liberalismo entendido como un indicador de movimiento temporal y como una fuerza o un sujeto histrico. Mi hiptesis es que fue justo entonces cuando liberal se constituy en un concepto histrico fundamental, entendiendo como tal a aquel que en combinacin con varias docenas de otros conceptos de similar importancia, dirige e informa por entero el contenido poltico y social de una lengua (KOSELLECK, 2004, 35).

    La tradicin liberal y su historiografa

    Constituye una tradicin arraigada en la historiografa argentina asociar el siglo XIX con el advenimiento del liberalismo, cobijando bajo ese nombre cuestiones tan diversas como pueden serlo un partido, una corriente poltica, una ideologa, el espritu de una poca, una mentalidad, una serie de valores y principios, institu-ciones y, en ocasiones incluso, un sujeto histrico. Ms all de su relativa imprecisin, estas caracterizaciones comparten el hecho de estar insertas en una concepcin dicotmica del pasado teida de juicios morales segn la cual el liberalismo, a veces bajo otros

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    nombres como ilustracin o reformismo, expresaba ideas surgidas en el siglo XVIII de carcter progresista que se basaban en la libertad y el individuo, en oposicin a otras ideas holistas de tinte conser-vador o reaccionario que expresaban el autoritarismo, la tradicin o el inmovilismo. Buena parte de estos trabajos tambin asocian al liberalismo con sujetos histricos ancados en las urbes como la burguesa y los sectores letrados.

    Ahora bien, el problema es que a la vez que se postulaba el predominio de estas ideas, tambin se lamentaba el fracaso en su im-plantacin dada la falta de condiciones para su desarrollo, tal como, por ejemplo, planteaba el socilogo positivista Jos Ingenieros en su clsico La evolucin de las ideas argentinas publicado en 1918 (IN-GENIEROS, 1961). Aunque, asumiendo otra carga valorativa, quienes impugnaban el liberalismo tambin sostenan que se trataba de ideas exgenas que no se correspondan con las tradiciones y modos de vida locales, cuando no criticaban a las lites liberales por hacer un uso cnico de esos principios que, al no ser puestos verdaderamente en prctica, slo servan para enmascarar su autoritarismo5. Con lo cual parece pertinente interrogarse por el sentido que la historiografa atribua a ese supuesto predominio de las ideas liberales o del libe-ralismo y cmo es en la actualidad considerada dicha cuestin. Para responder a ello trazar un breve panorama de las interpretaciones desarrolladas desde nes del siglo XIX hasta el presente. Cabe advertir que se trata de un examen sesgado y esquemtico de los principales enfoques y, por lo tanto, seguramente simplicador e injusto con los autores que cito a modo de ejemplo.

    Este recorrido puede iniciarse en un trabajo de sntesis sobre el pensamiento poltico del perodo inserto en la Nueva Historia de la Nacin Argentina que edit la Academia Nacional de Historia, pues si bien fue publicado en forma reciente, su autor sigue siendo tributa-rio de una historia de las ideas tradicional (PREZ GUILHOU, 2000). Su hiptesis es que una vez puesta en marcha la revolucin, sta se pleg a las ideas liberales, democrticas e independentistas; destacando adems que, a la hora de concebir la organizacin poltica, y salvo bajo la dictadura de Rosas, prevalecieron los principios jurdicos-polticos del liberalismo, como los derechos naturales, la divisin de poderes y la necesidad de sancionar una constitucin escrita ( 16-17). Estas lneas resultan de inters porque evidencian una cuestin decisiva en las discusiones sobre el liberalismo decimonnico: estar asociadas a la comprensin y valoracin de algunos fenmenos en

  • Entre la moral y la poltica. Las transformaciones conceptuales... 41

    los que se suele cifrar lo liberal, como la Revolucin de Mayo y las reformas rivadavianas, al igual que en otros fenmenos, como el rgimen rosista, se cifra lo reaccionario o conservador6. De ah que el anlisis y las discusiones sobre el liberalismo estuvieran y an estn teidas por la caracterizacin de estos fenmenos y, a la vez, por los conictos polticos e ideolgicos que atravesaron el siglo XX, protagonizados en buena medida por quienes gustaban proclamarse herederos de esos principios y los impugnaban.

    Aunque recogiendo elementos desarrollados durante la primera mitad del siglo XIX, las lneas maestras de esta visin terminaron de cobrar forma dcadas ms tarde, particularmente en la obra histo-riogrca de Bartolom Mitre, que atribua a la Argentina un origen y un destino como nacin liberal y republicana (BOTANA, 1991; WASSERMAN, 2008a). Esta interpretacin que, con matices, fue hecha suya por buena parte de las lites tuvo una notable incidencia en la percepcin que la sociedad argentina tuvo de su pasado durante el siglo XX, la cual se fue enriqueciendo y complejizando al calor de las transformaciones sociopolticas e intelectuales.

    Un ejemplo signicativo en ese sentido es la obra de Jos L. Romero, quien promovi una renovacin de la historiografa ar-gentina durante la segunda mitad del siglo XX y, a la vez, logr una resonancia en pblicos ms amplios que el acadmico. En varios textos, comenzando por su clsico Las ideas polticas en Argentina, Romero procur distinguir dos tradiciones o espritus histricos: el autoritario, forjado en el perodo de los Austrias y el liberal, que comenz a desarrollarse en la poca del reformismo borbnico y bajo cuyo inujo se desarroll una conciencia revolucionaria en las lites criollas. La historia del siglo XIX habra sido para Romero el espacio en el que se libr una contienda entre ambos espritus, advirtiendo todo el tiempo las limitaciones que el legado de los Aus-trias impona al liberal (ROMERO, 1999). Esta interpretacin anima con ligeras variantes sus estudios dedicados al pasado argentino. En uno de ellos, por ejemplo, se reere a las ideologas inmovili-zadoras de sesgo autoritario que se expresaron en forma de una restauracin durante el rosismo y las contrapone a las ideologas del cambio que informaron el liberalismo y el romanticismo so-cial. A su vez seala diversos momentos y vertientes de la ideologa liberal. Si en un principio sta tuvo una procedencia hispnica y se caracteriz por propiciar un progresismo econmico amalgamado con un vago humanitarismo, en poco tiempo comenz a abrevar

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    en fuentes anglofrancesas y se radicaliz al sumar aspiraciones ligadas al orden sociopoltico y al asumir un carcter anticlerical (ROMERO, 1980, 126). Esta ltima versin habra prosperado tras la independencia, pero se vio contenida por la restauracin encarnada en Rosas. Sin embargo, advierte con perspicacia, aunque haciendo un razonamiento teleolgico, que la ideologa liberal estaba desti-nada a triunfar, no porque fuera mejor en abstracto, sino porque posibilitaba dos cuestiones sobre las que haba un extendido con-senso: el ascenso socioeconmico y la insercin econmica en el mercado mundial (127). Este triunfo comenzara a expresarse con el romanticismo social de la Generacin de 1837 y terminara de pro-ducirse con la denominada Generacin del 80, bajo cuya direccin se asentaron las bases de la Argentina moderna y liberal.

    A grandes rasgos sta fue la visin que domin a lo largo del siglo XX entre los intelectuales que se reconocan progresistas. Fue a partir de la dcada 1930, y al calor de una crisis poltica y socioeconmica a nivel mundial y local, cuando esta interpretacin comenz a recibir una fuerte impugnacin por parte de autores que se encuadraban en lo que se dio en llamar revisionismo histrico (QUATTROCCHI-WOISSON, 1995). Cabe advertir que se trata de una corriente heterognea y ciertamente plstica en la que terminaron conuyendo autores catlicos, populistas y marxistas, primero en el marco de los enfrentamientos ocurridos a mediados de siglo entre el peronismo y el antiperonismo, y luego al calor del proceso de radicalizacin poltica iniciado durante la dcada de 19607. Pese a todo pueden distinguirse algunos elementos en comn, como su sentido militante, el culto por lo nacional y la frrea crtica al li-beralismo considerado expresin de lo antinacional. En trminos historiogrcos, esto se tradujo en el repudio a lo que consideraban la historia ocial heredera del liberalismo mitrista que ocultaba a los argentinos su verdadero pasado. De ese modo aanzaron el enfoque dicotmico prevaleciente en la historiografa pero invirtien-do las valoraciones de determinadas guras y hechos, tal como se advierte fcilmente desde el propio ttulo en un estudio publicado en 1957 por Atilio Garca Mellid: Proceso al liberalismo argentino. Para dicho autor, el liberalismo careca de toda legitimidad, pues era un sistema de ideas abstractas y ajenas a un ser nacional de raigambre hispano-catlica. Asimismo seala que sus impulsores, cuyo arquetipo haba sido Rivadavia, constituan una oligarqua ancada en Buenos Aires e integrada por doctores y mercaderes que

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    se caracteriz por traicionar a la nacin y por oponerse al pueblo, cuyos genuinos representantes eran los caudillos (GARCA MELLID, 1974).

    Sin desconocer la centralidad que tuvieron en el siglo XIX los enfrentamientos estilizados en esas visiones dicotmicas8, stas han sido en los ltimos aos objeto de importantes cuestionamientos que procuran atenuar o directamente descartar algunas de sus ideas rectoras. En general se apunta a mostrar una mayor complejidad en los procesos polticos, quedando as desdibujadas esas supuestas lneas ntidas que demarcan el liberalismo del conservadurismo o tradicionalismo concebidos como bloques homogneos y transhis-tricos. Estas reinterpretaciones se han producido a su vez en el marco de diversos debates tanto a nivel terico como historiogr-co, posibles entre otras razones por una mayor profesionalizacin del campo acadmico argentino tras la reapertura democrtica iniciada en 1983. Sin duda se pueden encontrar antecedentes de visiones m