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Oct 20, 2018

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Agnes von Krusenstjerna

Las señoritas von Pahlen

Traducción: Jorge Segovia

MALDOROR ediciones

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La reproducción total o parcial de este libro, no autorizadapor los editores, viola derechos de copyright.

Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

Título de la edición en lengua francesa:

Les demoiselles von Pahlen

Editions Gallimard, Paris 1940

© Primera edición: 2010© Maldoror ediciones

© Traducción: Jorge Segovia

ISBN 13: 978-84-96817-79-1

Maldoror edicioneswww.maldororediciones.eu

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Las señoritas von Pahlen

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Primera parte

EL ESTOR AZUL

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EL ESTOR AZUL

I

Petra von Pahlen, de pie ante la ven-tana, miraba al exterior. En el par-que, podía ver de vez en cuando a susdos hermanos, que iban y venían porlos senderos:“Hablan de la hija de Hugo”, se dijo,y frunció los labios. Después, sonrió. ¿Acaso pensaba enotra cosa que no fuera la niña de onceo doce años que había llegado lavíspera a Eka? Aquella huérfana de laque, ahora, debía encargarse la fami-lia. Petra aguzó el oído. De la piezade arriba le llegaba un rumor de pasosentrecortados, rápidos y saltarines.Toc, toc, toc, toc. Petra se apoyó enel alféizar de la ventana, con elcorazón agitado, como ante el anun-cio de una noticia importante. En el exterior –sobre la explanadabañada por el sol– apareció sigilosoel gato blanco del establo. De prontose revolcó en el suelo, frotando suespalda contra la arena, con los ojosbrillantes entre los párpados semice-rrados, después volvió a ocultarse enalguna parte. El día era magnífico.

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Las pesadas frondas del parque ondu-laban suavemente bajo la brisa, yverdinosas sombras se alargaban por elcésped y los senderos. El olor deltrigo maduro y el perfume azucarado delos campos de trébol penetraba por lasventanas. Estábamos en agosto. Losasters violetas y rojos llameaban enlas cestas, y los alhelíes inclinabansus cabezas hacia la tierra. Sobre laarena rastrillada de los senderos sepodía ver la huella de muchas rodadas:los coches de los invitados habíanacabado por destruir el trabajo mati-nal del ayudante jardinero. Petra contemplaba aquellas rodadas:hoy escogería, pues, la que debíaencargarse de la hija de Hugo. Uno deesos coches, que había hundido susruedas en la arena, podría llevarse ala niña esta misma tarde. Petra seveía –corriendo a lo largo de lossenderos–, alcanzando a sus hermanos:“No indaguéis más –diría–, yo mequedaré con ella, vosotros ya tenéisa vuestros hijos.” Pero ella sabía lo que iban a respon-derle entre risas: “Tú sólo tienesveintisiete años, puedes casarte ytener tus propios hijos.” ¡Qué estúpidos eran! Desde la víspera por la tarde, cuandola pequeña llegó con su niñera, Petrasintió que su corazón se enternecía.

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Hugo había muerto dos años antes, enun accidente, y Lucie, su mujer, quedurante un largo periodo estuvo deli-cada, acababa de morir. Durante elentierro, Petra volvió a reencontrarsecon la niña, a la que no veía desdehacía tiempo. Pero, en esos instantes, la pequeñaestaba rodeada por sus primos y otrosfamiliares. Habían transcurrido algunos días, yahora que acababa de llegar, como sehabía convenido, Petra sopesó de pron-to la terrible soledad de la niña. Nohay nada más lamentable que un niñohuérfano, un pajarillo que se quedó enel nido, que aún pía un poco aguardan-do la respuesta de los padres, quetiembla, porque nadie lo protege delfrío. Pero aún había algo más. CuandoPetra subió para darle las buenasnoches, la pequeña se arrojó al cue-llo de su tía rodeándolo con los bra-zos. Petra hundió su mirada en aque-llos ojos abiertos de par en par ysintió la respiración de la niña comoun débil soplo contra su mejilla.Creyó entonces verse de nuevo en eljardín de su infancia, donde losarbustos de lilas embalsamaban a prin-cipios del verano y dejaban llover susflores violetas. En su lecho, la pequeña se parecía demodo inexplicable a la niña bajo las

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lilas. Petra sintió el deseo de darlea la otra una existencia feliz, comosi, a través de ella, pudiese revivirsu propia vida. Dos niñas se habíanmirado al fondo de los ojos y sehabían reconocido. Los brazos que rodeaban el cuello dePetra aflojaron su presión, los pár-pados se bajaron sobre los ojos bri-llantes. Petra permaneció inmóvil,pensativa y feliz, con el corazón agi-tado. Entonces comprendió que nodejaría marchar a la niña. Pero aún nohabía hecho partícipe de su resolucióna nadie. Por eso seguía, inquieta, el paseo desus hermanos en el parque. Si seencontrase al lado de ellos, sin dudase hubiera tranquilizado. Sin embargo, aquellos dos señores demediana edad no hablaban de la niña.Peter, consejero de la cancillería,balanceaba su bastón mientras camina-ba; con la sonrisa en los labios, devez en cuando echaba una mirada diver-tida sobre su hermano Hans. Peterhabía llegado aquella misma mañana deEstocolmo con su mujer. Disfrutaba delparque verdeante, de las flores, delcielo azul; como alguien que acabasede salir de prisión. Su cara redonda,semejante a la de una muñeca de cau-cho, se iluminaba de contento:“¿Sabes, Hans, cuánto os envidio a

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vosotros, a los que vivís en elcampo?” El pequeño Hans alzó la mirada haciasu hermano mayor: “Estamos en época decosecha –murmuró soñador–, no puedesni imaginártelo, la menor nube en elcielo y todo estará perdido.” Era bajo y endeble, con una cara deli-cada y ojos tristes y apagados. “ –Nosotros hemos jugado aquí, deniños –prosiguió el otro–, sin ame-drentarnos por la evocación de lassolapadas nubes. Recuerda la época enque nuestra vieja tía Laura nos invi-taba aquí en verano. ¡Qué mujer másincreíble, y qué suyo haberle legadoa Petra, una chiquilla, su antiguodominio! “ –Petra está a gusto aquí –dijoHans–. La soledad no le pesa. Es unamujer extraña. “ –Sí, vive en Eka como en un conven-to. ¿Por qué no viene a Estocolmo?Podría vivir con nosotros”. Hans arrugó el entrecejo: “A causa deaquella historia… “– ¡Bah!, exclamó Peter, no quiero nioír hablar de eso, del idiota que semarchó. ¡Decir que dejó plantada aPetra! “ –Ven, mira” –se interrumpió y sedetuvo ante un tilo, en cuyo espesotronco destacaba la marca de un ha-chazo–.

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“ –¿Lo recuerdas? Intentamos cortareste árbol. Pensábamos que ocultaba lavista del lago. “ –Fuiste tú quien dio los primerosgolpes, dijo Hans, yo no quería. “ –Pero el árbol aún permanece ergui-do e intacto, como hace treinta años,cuando nos decidimos a talarlo conaquella hacha pequeña y mellada.Incluso es más bonito ahora. ¡Los añosembellecen a los árboles y a nosotrosnos afean!” Y Peter volvió hacia Hansun rostro avejentado. Un ligero susurro se dejaba oír en lafrondosa copa del tilo. Las manchas desol temblaban sobre la grava de lossenderos y, en la parte baja del par-que, brillaba el agua azulosa dellago. Desde el lugar donde ellos esta-ban, los dos hermanos podían ver unabarca y a un muchacho en camisa blan-ca que remaba: “ –Es tu hijo, dijo Peter. –Sí –la cara de Hans se iluminó– esSven.” La voz del muchacho les llegaba delejos ¿Quizá cantaba? Los dos hombres permanecían inmóvilesbajo el árbol colmado de susurros. “ –Ahora es Sven el que es joven, nonosotros”, –dijo Peter, con un suspiroque expresaba su común pensamiento. En ese mismo instante las dos mujeresse encontraron ante sus maridos, en el

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sendero. Una ojeada le bastó a Peterpara darse cuenta de que mantenían unaviva discusión. La mujer de Peter,erguida, hablaba con un aire de fríaeducación y condescendencia. Betty, lamujer de Hans, caminaba rápido dandocortos y apresurados pasos. Una vez asu lado, pasó su mano bajo el brazo desu marido. Peter miró sonriente a una y otra. Dela misma edad, rondando la cuarente-na, en poco o nada se parecían. Su mujer, Lilian, de soltera Vind-Frijs, de una familia de la alta aris-tocracia de Skåne, tenía un aspectotípico de noble dama sueca: rubia,esbelta, de tez clara y rasgos deli-cados y distinguidos. Sus ropas teníanun corte impecable, el zapato punti-agudo, que aparecía bajo el borde delvestido, brillaba con lustre, losdedos largos y delgados lucían pre-ciosas sortijas. En cuanto a Betty, la mujer de Hans,era una judía hermosa, de tez páliday mate, propia de los orientales, yojos negros, bajo unos carnosos pár-pados. Su vestido claro la hacía pare-cer aún más fuerte. Durante el paseo,su oscuro cabello se había alborota-do. Sus labios rojos y carnales reían,descubriendo unos dientes blancos. “ –Hablábamos de la hija de Hugo, dijoella con una voz grave y simpática. Y

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parece natural que se quede con Hansy conmigo en el campo; nuestros hijosserán unos buenos compañeros de jue-gos para ella. “ –¿No sería mejor que creciera enEstocolmo? –replicó Lilian. Nosotrossólo tenemos dos niños, mientras queHans y Betty tienen tres.” Las dos cuñadas se miraban sin granbenevolencia. No estaban hechas paracomprenderse. “ –Tiene la misma edad que nuestraEdla, dijo Betty. Serían como her-manas. –También nosotros tenemos una hija”,

objetó Lilian. “ –Está claro que aquí haría falta unSalomón para juzgar entre vosotras”,bromeó Peter. Temía un poco a su mujer. Miró a Bettycomo pidiéndole ayuda. En ese instante sonó el batintín anun-ciando la comida. Maridos y mujeres seencaminaron a la casa. Petra, quehabía salido a la veranda, vio –no sincierta aprensión– que se acercaban.Betty rodeó con su brazo los hombrosde su cuñada que al punto se sintiómás tranquila. “Betty será mi aliada”,pensó. Petra había puesto la mesa en la salafresca. El sólido mobiliario de roblele daba un tono sombrío, pero en elcentro de la mesa brillaba un jarrón

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de rosas amarillas. Se sentaron, loshermanos a ambos lados de Petra.“–¿Dónde está Sven?” preguntó Betty depronto. No se inquietaba por el hechode que sus hijos, a menudo, llegasentarde a las comidas, pues incluso aella misma le costaba ser exacta, peroquería demostrarle a su cuñada queellos eran personas de orden. “ –Lo vimos en el lago”, dijo Petersirviendo el vino. Betty se contentócon aquella información. “Vendrá”,murmuró sonriendo. Petra alzó su vaso. “Sed bienvenidos”,dijo con una inclinación de cabeza. “ –Un excelente vino”, observó Peterpara avivar un poco el ambiente.“Procede de la bodega de nuestra tíaLaura”, respondió Petra distraída. Suspensamientos no se apartaban de laniña que estaba arriba. Le había dicho a la niñera quedescendiese con la pequeña, una vezfinalizada la comida.Cuando se servía el segundo plato,Sven, que había pasado por la cocina,se deslizó en su asiento. Murmuró unaexcusa. Era un bello muchacho dedieciséis años con una fisonomía judíamuy marcada. Tenía los mismos ojosnegros y brillantes de su madre. “ –¿Quién se va a quedar entonces conla primita?” dijo tras sentarse.

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“ –Tú no tienes la palabra, Sven” Lamadre lo amenazó con un dedo. “ –Subí a verla–, prosiguió Sven sinturbarse. Estaba de pie en medio de lahabitación, con una estúpida muñecaentre los brazos. –Buenos días,pequeña, le dije, pues tenía un airemuy envarado. Me respondió: Sabes muybien que me llamo Ángela.” ¿Lo veis?Entonces ¿con quien se quedará? ¿Connosotros? “ –No, conmigo”, –exclamó Petra, ysintió un gran alivio cuando lo dijo. Los demás la miraron sorprendidos. “ –¿Contigo? Pero si tú misma erescasi una niña –dijo finalmente Bettycon su bella sonrisa. “ –¿Qué dices?” Peter se inclinó viva-mente hacia su hermana. Lilian mirabairónicamente a los hermanos y la her-mana: “Se parecen, pensó, todo lohacen con precipitación.” Petra continuó: “–Es una inspiración,¿comprendéis?” Aquellas palabras pusieron en guardiaa los hermanos. Una inspiración. Nose oponían a una inspiración dePetra. Hacía mucho tiempo que teníanexperiencia de ello. “–Pero tú aúnpuedes casarte”,–dijo Hans blanda-mente. “ –Vosotros no acabáis de verlo –dijoella. Yo estoy sola aquí. Quiero algoque sea mío. Ayer, subí a darle las

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buenas noches a la pequeña. Entoncesla sentí: se quedará conmigo. Además,se parece a mí de alguna manera.” Elrubor acudió a las mejillas de Petra.“Quiero que sea feliz.” –dijo. Hubo un momento de silencio a la mesa.Peter vació su vaso y lo llenó denuevo. “–Yo creía que ahora mismo erasfeliz” –dijo con cierta torpeza. “ –No”, contestó Petra muy rápido.Betty miraba ora a uno ora a otro delos miembros de la familia von Pahlen.Sus ojos adquirieron un brillo máscálido. Estaba conmovida por laproposición de Petra. “–Petra podráeducar a la niña tan bien comocualquiera de nosotros –dijo–, olvi-dando que ella no era considerada,por los demás, como una educandaideal. “–Gracias, sabía que estaríasde mi lado”, –murmuró Petra. Se oyeron pasos en la escalera. Pocodespués, apareció una niña en la puer-ta del comedor. Llevaba un vestidoblanco y apretaba una muñeca contra supecho. En los rubios cabellos ligera-mente rizados, la niñera había anuda-do un lazo negro. Bajo las finas pes-tañas, los ojos de la pequeña brilla-ban sombríos. Miró gravemente a losconvidados, uno tras otro, como siadivinase que hablaban de ella. Petra fue a su encuentro y la cogiópor la mano. “Ya veis que se parece a

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mí” –soltó como un desafío a sus her-manos y cuñadas. Los dos hombres expresaron su aquies-cencia con un movimiento de cabeza.Había un aire de abandono a la veztanto en Petra como en la niña. Seacercaron una a otra. Sus miradas seencontraron. En la débil luz de lapieza, los rubios cabellos de lapequeña reflejaban una mancha clara.Los hermanos suspiraron al ver a Petrade pie con la niña. Les hubiera gus-tado verla así, pero teniendo entresus brazos a su propio bebé.“ –Oh, Petra, ¡necia, necia!” –se oyóde pronto la voz grave de Betty. Petrasonrió. Supo así que se había salidocon la suya. Durante toda la velada, la familiadiscutió las disposiciones a tomarpara Ángela. Hans fue nombradotutor. La niña tenía una pequeñaherencia de sus padres, que él debíaadministrar. Decidieron que tomaríalecciones con la institutriz de susprimos, lo que tendría la ventaja deprocurarle la compañía de los niñosde su edad. De vez en cuando, los hermanos echa-ban sobre Petra miradas interrogado-ras. Hubieran querido que les expli-case lo que la había empujado atomar una decisión tan importante.No estaban seguros de haber tomado

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el mejor partido, pero como tantasotras v e c e s , cedieron ante Petra. Sin embargo, Petra no se explicó. Sepaseó por el jardín con los demás,aspirando el perfume de los alhelíes,que, a la caída de la tarde, se hacíamás denso y cálido. Una flor acababade abrirse en su propio corazón. Elcáliz rojo púrpura y misterioso ardíaen ella. Petra amaba por segunda vezen su vida, y el objeto de su amor erala pequeña Ángela.

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