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klinamen_Incontrolados.pdf

Feb 09, 2018

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Javier Montero
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    L o s i n c o n t r o l a d o s

    [ crnicas de la espaa salvaje 1976-1981]

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    Coeditan:

    - Editorial Klinamen[www.klinamen.org]

    - Biblioteca Social Hermanos Quero [www.bsquero.net]

    ISBN: 609 - 2543 - 9

    Dposito legal:

    Primera edicin: Noviembre 2004

    >>Queda sugerida la libre reproduccin y utilizacin del presente texto.

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    n d i c e

    - Prlogo: Los aos gratos....................... 5

    - Trabajadores por la autonoma y la revolucinsocial:

    Comentarios acerca de la Espaa salvaje en el

    prlogo de su segunda revolucin............. 9

    Nuevos comentarios acerca de la Espaa

    salvaje...................................... 45

    - Los incontrolados: La campaa de Espaa de la revolucin

    europea...................................... 89

    Manuscrito encontrado en Vitoria............. 105

    Revelaciones sobre el proceso de descompo- sicin del Estado espaol y sobre los mtodos

    aplicados para remediarlo................... 127

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    LOS AOS GRATOS

    Libertad, realizacin de la libertad:Quin puede negar que estas palabras estn

    ahora en el orden del da de la historia?Bakunin,La Reaccin en Alemania, 1842.

    Al empezar la dcada de los setenta, en las postrimeras del franquismo,mientras la mayora se conformaba con la libertad que proporcionaba el refu-gio en la vida privada y el resto se apuntaba a la oposicin poltica al rgimende Franco, aportando bien su mentalidad reformista o bien su delirio militan-te, unos pocos descarriados entre los que me encontraba, inaptos para la vidapoltica convencional, buscaban la libertad no en una nueva forma del Estado,sino en su abolicin. Imbuidos de una emocin hasta cierto punto histrica,se interesaban en las huelgas obreras que entonces ocurran con frecuencia,y vean en ellas el comienzo de una accin revolucionaria, la esencia de cuyodesarrollo deba ligarse con la memoria de las batallas histricas del proletaria-do, principalmente las de la guerra civil. Como alguien dijo, la historia era lahistoria de la lucha de clases y esta lucha era contemplada por la gente comoyo como el devenir de la libertad disolviendo las condiciones opresivas impe-rantes. Las formas en que se materializaba la lucha social, las asambleas, losdelegados elegidos y revocables, los piquetes, las comisiones de informacin,las huelgas, los sabotajes, el absentismo, etc., eran la figura misma objetivadade la libertad, y las fbricas o los barrios populares, el lugar de su existenciamxima. En resumen, las vicisitudes de la lucha de clases eran el huevo de lahistoria.

    Sin embargo, estbamos lastrados con deficiencias en el terreno tericodemasiado evidentes, lo cual haca que nuestros enfrentamientos con las ideo-logas militantistas vigentes, todas ellas leninistas, todas ellas cientficas, sesaldasen en falso, a menudo mediante la intensificacin de la accin callejera.

    As las cosas, el impacto que caus en m la crtica situacionista -yo que pro-fesaba un vago anarquismo existencial- fue profundo. Por fin me encontrabaante una teora revolucionaria completa con la que interpretar la realidad ysacar las conclusiones ms radicales posibles con la conviccin absoluta de daren la diana. Vivir es comprender y los textos de la . . constituyeron, pese ami mal francs, las herramientas fundamentales de mi aprendizaje vital. Comolas publicaciones situacionistas eran prcticamente desconocidas en Espaa,no encontr a otro que hubiese emprendido un camino similar al mo hasta

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    que un mal paso me llev al exilio. En Pars, all por 1975, en septiembreu octubre, conoc a Jaime Semprn, un sesentayochista que en materia depreparacin me llevaba bastante ventaja. Su escrito sobre Portugal me habaimpresionado. Juntos redactamos , un manifiesto que trataba de mostrar al proletariado hispano supropio estilo de lucha con el fin de que adquiriera la conciencia necesaria delcombate que libraba ya contra todas las fuerzas del orden. Firmamos como , aquel epteto que los defensores del orden burgus lanzarancontra los revolucionarios durante la Guerra Civil, y que empezaba a sonar denuevo cada vez que los trabajadores ms conscientes rechazaban las directricesde sus autoproclamados dirigentes polticos y sindicales. Al ocurrir los hechosde Vitoria comprendimos que nos hallbamos en un momento crucial, de esosen los que un movimiento se enfrenta a la alternativa de echar hacia adelantey progresar o pararse y retroceder. No lo comprendi as el propietario deChamp Libre, Gerard Lebovici, que se neg a publicar el soberbio manuscritoque Semprn escribi para la ocasin. Quizs tuvo que ver en el caso el dis-tanciamiento entre Debord, muy influyente en la editorial, y Semprn, lo quemotiv un intercambio de cartas publicado por Champ Libre en 1978. En loesencial, Debord afirm que se haba limitado a no recomendarlo. Yo resum ellibro hasta darle la forma de folleto, me traslad a Barcelona y lo publiqu consu ttulo original de . El escrito tuvomejor fortuna que el anterior y fue reeditado varias veces. Seguramente ha sidoel texto radical sobre la fallida revolucin espaola ms ledo.

    En el verano de 1977 se form el grupo libertario de los . Apenas fuimosms de doce en nuestro mejor momento, pero desarrollamos una intensaactividad de agitacin, en parte reflejada por la reedicin de Likiniano Abajolos partidos y sindicatos, vivan las asambleas y piquetes. Bsicamente defen-damos la independencia de la clase obrera a travs de la consolidacin de losmecanismos de la democracia directa, de base, que no podan ser otros que laasamblea soberana y los medios de lucha emanados de ella y controlados porella, frente a la accin liquidadora de los partidos polticos y los sindicatos. Notenamos nada que ver con la moda autonomista italiana, a la que consider-bamos la ltima forma del leninismo, y s con los aspectos revolucionarios delanarcosindicalismo, precisamente aquellos que la reconstruida pugnabapor desprenderse. Nuestra posicin poda resumirse en accin directa menossindicalismo. Para ilustrar la encrucijada en la que se hallaba el movimientoobrero asambleario escrib los

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    . En esa lucha desigual por la auto-noma de la clase, los proletarios se llevaron la peor parte. El resultado fue laderrota de las asambleas. Entonces escrib los mojndome en espinosos temas como el de la neo, lacasa comn de sindicalistas extraviados, aventureros, anarquistas folklricos yprovocadores, y el no menos espinoso del independentismo obrerista, partida-rio de disimular la cuestin social tras una cuestin nacional, dividiendo a lostrabajadores por nacionalidades e imponindoles objetivos extraos a su lucha.

    Al final, llambamos a los proletarios a reinventar la revolucin definiendofines, empleando medios y formulando un proyecto, como los situacionistas.El grupo dej de actuar como tal acabndose ya 1979. Pese a las renuncias quese producan por todas partes, me mantuve activo. Entre otras cosas, colaborcon Debord en la campaa que promova a favor de los presos libertariospegando su manifiesto A los libertarios en las paredes de varias ciudades.Tambin retom las discusiones con Semprn sobre la cuestin espaola, frutode las cuales fueron las , tercer y ltimo folleto de Los incontrolados. En l destacara eltratamiento del terrorismo inducido por infiltrados y dobles agentes comoherramienta de grupos de poder enfrentados para dirimir sus diferencias y des-activar de paso los rescoldos revolucionarios, inspirado en los anlisis hechospor Debord y Sanguinetti de la experiencia italiana conocida como estrategiade la tensin. En 1981 estbamos en pleno reflujo social y cost difundir elfolleto, del que se repartieron no ms de trescientos ejemplares. Los trabajado-res haban cado en manos de los sindicatos, todava necesarios para frenar laresistencia a la reestructuracin econmica, y abdicaron definitivamente comoclase en 1988, cuando se sometieron a una vergonzosa huelga general mediti-ca en apoyo de la institucionalizacin ventajosa de los artfices sindicales de suderrota. No volv a escribir sobre el tema hasta 1984, cuando en la redaccinde la revista hicimos inventario del segundoasalto del proletariado a la sociedad de clases y publicamos la Histoire de dixans. Recientemente unos compaeros han editado en Valencia mi contribu-cin con el ttulo de Informe del Movimiento Asambleario.

    Los aos ochenta fueron los verdaderos aos de transicin, el final de unapoca marcada por la lucha de clases. Desde entonces los aos han sido siem-pre malos para la buena causa de la libertad. Con la ayuda de la tecnologa elcapitalismo pudo dar el salto hacia adelante de la mundializacin y las clasesse transformaron en masas. La mercanca penetr por todos los rincones de lavida cotidiana, aislando a los individuos y sometindolos a los imperativos del

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    consumo tcnicamente equipado. Cualquier rastro de sociabilidad o de vidacomunitaria fue irremisiblemente borrado. El resultado ha sido la esclavitudms abyecta. En esas estamos y no se podr avanzar un solo paso sin recobrarla conciencia de todo lo que hemos perdido. Para eso ser conveniente repasarde vez en cuando los combates de antao, porque en ellos los que tomaronparte aprendieron a ser libres.

    Miguel Amors, Abril de 2004.

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    C o m e n t a r i o s a c e r c a d e l aE s p a a s a l v a j e e n e l p r l o g o

    d e s u s e g u n d a r e v o l u c i n .

    1. ESTADO SOCIAL Y POLTICO DE LAS CLASES ENESPAA A LA HORA DEL RELEVO DEL FRANQUISMO.

    No hay nada ms improbable, ms imposible, ms fantasioso que unarevolucin una hora antes de que estalle; no hay nada ms simple,ms natural y ms evidente que una revolucin cuando ha librado

    su primera batalla y sacado su primera victoria.Rosa Luxemburg, Der Kampf. 7-IV-17 .

    Hoy es casi trivial decir que la crisis general por la que atraviesa Espaaes la causa de la evolucin democrtica del franquismo. Es la misma crisisque sacude a todos los pases del mundo, burgueses o burocrticos, agravada-como en Portugal, Grecia o Polonia- por un largo inmovilismo fruto de unacontrarrevolucin y una descomposicin acelerada de las polticas de relevo.No contemplamos, pues, la instalacin de una sociedad nueva, sino un senilrenacimiento ibrico de la sociedad que muere en todas partes.

    El franquismo fue la defensa extremista de la burguesa espaola amenaza-da por la revolucin proletaria, una contrarrevolucin constante que medianteel estado de sitio logr que la sociedad capitalista espaola se salvase y se dieseuna primera racionalizacin de urgencia, incorporando el Estado a su gestin.Pero cuando pasase a ser la forma ms costosa del mantenimiento del ordencapitalista, tendra que dejar el escenario, en provecho de formas de este ordenms racionales y fuertes.

    Al tomar preponderancia los tecncratas catlicos en el Estado, capitanea-ron un desarrollo industrial aprovechando la expansin del mercado mundialde los 60 (y por lo tanto las inversiones de capital extranjero) y el turismo, yeliminando los excedentes de mano de obra en el campo. La produccin agrariaperdi el peso que haba tenido hasta entonces en la economa nacional, y con

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    ella la burguesa rural perdi importancia poltica en provecho del capital finan-ciero. Pero cuanto mayores fuesen los xitos del proyecto de industrializacin delos tecncratas franquistas, mayores seran las perspectivas de fracaso de la bur-guesa histrica espaola, contenidas necesariamente en l: acumulando capital,la burguesa acumulaba proletariado y creaba su propia negacin en proporcio-nes mucho ms grandes que en el pasado del que intentaba distanciarse.

    La poltica salarial de la dictadura lleg en el umbral de los aos 70 a susmximas posibilidades de evolucin, cuando el movimiento obrero habaalcanzado un importante grado de radicalismo y abandonaba el reformismolegalista en el que estalinistas y cristianos pretendan encajonarle, tras la recu-peracin por stos de sus primitivas y limitadas formas de lucha, las ComisionesObreras, nacidas espontneamente como comits de huelga irregulares durantelas huelgas asturianas y vascas de los aos 62-64. Al mismo tiempo se declarabala crisis energtica internacional que condenaba la expansin industrial fun-dada en el reavituallamiento de petrleo a bajo precio, frmula que toc a sufin con el fin del colonialismo clsico. Los aumentos de precio del petrleo ymaterias primas provocaron tales desplazamientos de los equilibrios econmi-cos y financieros que obligaron a todos los Estados a un repliegue econmicoproteccionista, emprendiendo planes de contencin de la moderna anarquaeconmica. La sociedad franquista -paralizada por la proliferacin de interesesde grupos burgueses particulares, contrabalancendose unos con otros, y por laburocracia estatal, aferrada a los empleos, producto de la gestin franquista delpoder- caminaba hacia la bancarrota. El franquismo iba a caer con la peseta.Habindose instalado en virtud de las armas, iba a reventar en virtud del dinero.

    Apenas unos meses de quiebra anularan su victoria de treinta y cinco aos.La crisis energtica, sin embargo, no era sino una manifestacin parcial de

    una crisis de mucho peores consecuencias: la crisis del fenmeno econmico,la crisis de la economa, visible por el desarrollo del sabotaje individual y co-lectivo del mundo de la mercanca y del trabajo, como un gigantesco esfuerzoannimo de descolonizacin de la vida cotidiana por parte del proletariado,quien con el absentismo, el robo en almacenes, la prctica de la insubordina-cin contra los mandos de las empresas, el deterioro consciente de los produc-tos de su trabajo, la negativa al consumo, etc., y sobre todo con las huelgassalvajes, reaparece criminalmente como clase histrica, afirmando sus deseosde enterrar este mundo y trabajando en ello.

    Desde la huelga de la construccin de Granada en el 69, el franquismo tenaque soportar cada ao graves huelgas extensas y violentas, que haban arruinadosu sistema sindical. Por otra parte, la ilegalidad impeda el sindicalismo de opo-

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    sicin. En tanto que movimiento organizado de masas, no hubo movimientosindical antes de 1976. Hubo grandes huelgas, pero los sindicatos slo existanbajo formas embrionarias dentro de la . Para los trabajadores no haba otraeleccin que el sindicalismo de Estado o la huelga salvaje. Tanto dur esta si-tuacin que dificult sobremanera la actividad sindical moderada en favor deformas de lucha autnomas y radicales, como asambleas, delegados revocables,comits de huelga, comisiones independientes, aunque stas no superaron lafrontera ambigua entre la democracia directa y la recuperacin partidista.

    Dbil e irresoluto, sin saber vivir ni morir, si el franquismo se acord en l-timo momento de la mxima de Maura -o hacemos los cambios desde arriba onos harn revoluciones desde abajo-, fue inspirado por su ruina y no inspiradopor su vitalidad. De no haberle la necesidad pisado los talones, hubiese flotadoeternamente en la indecisin. Si el franquismo se present siempre como unareaccin que gan, ahora tena que hacerlo como el remedio ms barato y msseguro a todos los males que l mismo haba producido, y como el nico capazde librar a la sociedad de s mismo. La democracia apareci como una razn deEstado, una reconstitucin poltica del orden burgus dirigida desde el Estadofranquista, que, por medio de una zona de convivencia entre el franquismoy la oposicin, apuntalase la sociedad burguesa e hiciese del proletariado unamasa amorfa y obediente, sometida por sus nuevos sindicatos a los imperativoseconmicos de la burguesa.

    Despus de Franco, el falso enfrentamiento del fascismo y el antifascismodesapareci de escena como una mentira de siempre, y la cuestin social aflorcomo una vieja verdad. La oposicin, incluso antes de reconciliarse con su viejoenemigo, tuvo que hacer frente a uno nuevo. La clase obrera iba ocupando enla calle y en las fbricas el terreno que el retroceso del poder dominante dejabalibre, el terreno de la poltica y el sindicalismo en gran parte vaco de partidos yde sindicatos. Fue frecuente a lo largo de 1976 el espectculo de los sindicatosofreciendo sus servicios a la puerta de fbricas en huelga. Desde el comienzodel movimiento de huelgas, en enero del 76, los trabajadores tomaron la cos-tumbre de la democracia directa, llegando a formular reivindicaciones parti-cularmente subversivas, como el reconocimiento por parte de los patronos delos delegados asamblearios y de las asambleas generales como nicos rganosnegociadores, o, como en el caso de la huelga de Madrid, la negociacin con-

    junta de todos los sectores en huelga a travs de la eleccin de un comit centralde huelga. Cuando los sindicatos pudieron organizarse, se encontraron frentea los trabajadores ya educados ellos mismos en la organizacin de sus luchas,celebrando asambleas, eligiendo delegados y formando piquetes.

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    La burocracia poltico-sindical se enfrentaba a una dificultad particular:dejaba de oponerse al franquismo y fundamentaba su poder desarrollando susorganizaciones en un momento en el que en los dems pases capitalistas dichaburocracia estaba ya comprometida en la lucha decidida contra el proletariadorevolucionario, y en que sus fusiones polticas eran superadas en la concienciade los trabajadores. En Espaa, en donde la miseria poltica del franquismoexiste con toda su secuela de viejas y remozadas instituciones en descompo-sicin, y en donde la nueva miseria poltica de la oposicin no se puede pre-sentar como esencialmente diferente, existe, consecuencia de la integracineconmica espaola en el capitalismo mundial, la moderna oposicin entreburocracia obrera y proletariado, con la lucha que resulta de ello. La lucha an-tiburocrtica es tambin lucha de clases. La burocracia obrera espaola, pues,se encuentra, como la burguesa, en oposicin al proletariado, incluso antesde haberse constituido como tal, antes de haberse organizado. Ha elevado subarrera sin romper la que tena delante, apareciendo como mezquina sin haberpodido aparentar ser heroica, de modo que sin terminar el combate por sureconocimiento en un lado, no es ya reconocida por el otro.

    La histrica debilidad de la oposicin poltica al franquismo es debida aldoble rechazo de la burguesa y del proletariado, de su papel de mediadora enla lucha de clases. As ha tenido que esperar la revuelta de las capas socialesque el capitalismo arrojaba una por una hacia abajo, despus de frustrar susilusiones de ascenso: intelectuales, estudiantes, curas, profesionales de todasclases y todos los despojos de las clases medias. La oposicin antifranquistaha sido el sedimento poltico de todas esas capas y la representacin generalde su mediocridad. An a mediados de 1976, la oposicin slo contaba conun verdadero partido, los estalinistas, con los restos viejos de otro, la socialde-mocracia, y con la calderilla maosta. Todo lo dems eran pequeos crculosen torno a personajes de derechas, en su mayora ex-franquistas. No podanrepresentar ningn inters general, sino una reserva de cortesanos envejecidosen la trastienda con una avidez en ocupar puestos en la poltica oficial en pro-porcin al tiempo que lo haban deseado.

    La oposicin fue lanzada a escena -quizs con la excepcin de los estalinistas-no por sus propias fuerzas, sino mediante una transaccin pacfica con el Go-bierno de Surez. Como nadie les haba abierto camino sino el propio Gobierno,no tenan que defender ms que sus propios intereses; a sus ojos las institucionesnegociadas no eran ms que una pantalla donde ocultar sus intereses, la intoca-bilidad de sus intereses y las formas polticas correspondientes a dichos intereses,y esto traducido al lenguaje constitucional deba significar la intocabilidad de

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    la forma burguesa de gobierno, del gobierno burgus al fin, con su columnavertebral franquista. Apenas fue llamada a palacio, la oposicin dej de hablarde ruptura pactada para hablar claramente de negociacin y disolver todos susorganismos unitarios (mesas regionales, coordinacin democrtica, la Asambleade Catalua), vueltos ahora impedimentos de ella. Para los estalinistas, la en-trada en las Cortes estaba suspendida de la incapacidad de los socialdemcratasen destruir la autonoma organizativa del proletariado. Eran el destacamentoplebeyo de la burguesa. Tanto vala el servicio que le prestaban, tanto vala a losojos de sta su partido y su sindicato; haciendo valer uno se cotizaban los otros.Ellos hicieron valer su oficio todo lo que pudieron, y fueron mucho tiempoimprescindibles, en el sentido de que no se pudo romper una huelga sin ellos.

    Pero cuando la lucha de los trabajadores es reprimida en primer lugar porlos sindicatos y partidos, ello es un signo precursor de un segundo y ms pro-fundo asalto proletario contra la sociedad de clases. Cuando se contempla enEspaa cmo los sindicatos son organizados para desarticular el movimientohuelgustico, la cuestin sindical slo puede ser considerada por los proleta-rios como una reedicin del vertical, como una falsa cuestin. De golpe, elmovimiento obrero espaol recupera el atraso que sobre este punto le habanmantenido los treinta y cinco aos de sindicalismo franquista, y acabndoseas el particularismo hispano, se comprueba que para nosotros, los ibricos, lahistoria no cre leyes de excepcin.

    2. LAS ASAMBLEAS OBRERAS COMO NEGACIN Y COMOPRELUDIO.

    Frondoso: Quin mat al comendador?Mengo: Fuenteovejuna lo hizo.

    Frondoso: Justo es que honores le den.Pero decidme, mi amor,

    quin mat al comendador?Laurencia: Fuenteovejuna, mi bien.

    Frondoso: Quin le mat?Laurencia: Dasme espanto,

    pues Fuenteovejuna fue.Lope de Vega, Fuenteovejuna.

    Las acciones que ponen en movimiento a centenas de miles de trabajadores,trastornan de tal manera la vida corriente que no pueden mantenerse estaciona-

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    rias. Una vez iniciada la batalla, o se avanza extendiendo la lucha y convocandoa todos los trabajadores formulando los objetivos precisos del movimiento, o esnecesario retirarse. El movimiento de huelgas de enero-marzo del 76 se hallpronto ante la alternativa de dar un nuevo salto adelante o empezar a retroce-der. Dividido por la accin de los enlaces estalinistas que impedan siempre quepodan la formacin de rganos radicales de lucha, y, cuando no, los aislaban osaboteaban, fue forzado a una retirada en desorden, sin garantas efectivas antelos despidos y sanciones, cuando los sindicatos se reincorporaron al trabajo yllamaron a terminar las huelgas, con hermosas excepciones que dieron lugar aacciones ejemplares, como el asalto de los trabajadores de Terpel, en Madrid,al tribunal que dirima su causa. La burguesa, continuamente solicitada porlos partidos, poda determinar todos los movimientos de sus sindicatos, hacerque rompiesen el movimiento fbrica por fbrica, y que terminase todo con lapromesa de alguna concesin aparente o de no efectuar represalias.

    El intent dar al movimiento un carcter democrtico burgus, pi-diendo a la burguesa la adhesin para presionar una negociacin conjunta conel gobierno moribundo de Arias y Fraga. Desechada su peticin, se decidi aponer fin al movimiento huelgustico y, gracias a un hbil empleo de su fuerzadisponible, pudo reducirlo a una serie de huelgas yuxtapuestas y liquidarlasuna por una, cuando cara a la totalidad de ellas la correlacin de fuerzas le eradesfavorable y su poder de maniobra no alcanzaba, al comienzo, el 10% de lasmasas puestas en movimiento. Todas estas violaciones metdicas de los acuer-dos asamblearios, esos engaos y manipulaciones con los que los estalinistas sedistinguieron, constituyeron su arma ms fuerte contra los obreros dispersosen sus mismas asambleas, sin poder concebir en das lo que ellos tardaban slominutos en ejecutar.

    Los estalinistas, y el resto de la oposicin en general, buscaban dar al po-der toda clase de garantas de sus buenas disposiciones. Mientras los obrerosqueran ajustar cuentas, la oposicin slo quera hacerse sitio. Todo enfrenta-miento con la burguesa, toda lucha de clases, tena que poner en conflicto alos partidos y sindicatos con los proletarios radicalizados, y en la medida enque los desbordasen se encontraran con la polica de frente. Estas dos verdadesfueron confirmadas ampliamente a lo largo del ao. De una podemos contarlos muertos; de otra, ver cmo la oposicin puso al pan de semanas ofrecidopor el Gobierno hambre de aos. Los trabajadores no les dieron la importanciaque tenan, no preocupndose de organizar la defensa de las asambleas y deseparar completamente su movimiento de los partidos y sindicatos. Las conse-cuencias fueron decisivas en la derrota de todas las luchas posteriores.

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    Un resultado inmediato del primer movimiento de huelgas fue la prdidade la supremaca de los estalinistas en la representacin de la invisibilidad delproletariado, por su desgaste, y la consolidacin de las centrales sindicalessocialdemcratas, insignificantes hasta entonces. tuvo que abandonarsu proyecto de una central sindical nica por la apropiacin de la y co-ordinarse con la y la en la para conseguir la unidad de accinentre las organizaciones que lo integran, es decir, para intentar unir a lostrabajadores tras los sindicatos. Ante la perspectiva de que los trabajadorestomasen en sus manos el movimiento que iba a desencadenarse en otoo, lossindicatos hacan de la unidad de accin su caballo de batalla. La unidad de lossindicatos est en razn inversa al aislamiento de los trabajadores. Las asam-bleas, al romper ese aislamiento, empujaban a los sindicatos a unirse contraellas, sabiendo bien que la consigna de Vitoria todo el poder a las asambleassignificaba ningn poder a los sindicatos.

    La ms alta realidad de la lucha de clases moderna en Espaa, de unatrascendencia internacional, la constituy sin duda el movimiento de las

    Asambleas Obreras, autnticos Consejos Obreros modernos. Si los partidosdispondrn de mejores medios de control sobre los trabajadores en los sin-dicatos, los trabajadores disponen ya de mayores facilidades para procurar suautonoma en las asambleas.

    En vez de esperar a los benficos decretos del Gobierno, las masas obrerasrecurrieron al nico medio que en verdad conduce a su emancipacin: la luchacontra el capital; y el nico medio encontr la nica forma en las asambleas dehuelguistas, concentrando en ellas todas las decisiones de decisin y ejecucin,y federndose por medio de delgados responsables ante la base y revocablesen todo momento. Las huelgas asamblearias que desde principios del 76 nodejaron de declararse, no eran controversias sindicales ms o menos banalescon el tira y afloja de las negociaciones salariales, ni un apoyo de los recursosdiplomticos de los sindicatos en un momento de gran tensin social, sino larespuesta natural de los trabajadores a la violenta conmocin que han expe-rimentado desde entonces las relaciones con el capital a raz de la crisis de laburguesa espaola, respuesta situada en el comienzo de una lucha generaliza-da entre la burguesa y el proletariado. Las huelgas asamblearias no han sidoun acto aislado, sino todo un perodo de lucha de clases, que est an lejos deacabarse. Liberan las fuerzas sociales vivas de la revolucin moderna e inau-guran un perodo de actividad directa de los trabajadores en que los enfrenta-mientos con los sindicatos y la polica son la msica de acompaamiento. Lashuelgas asamblearias presentan rasgos tpicamente revolucionarios que por el

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    momento no han podido cristalizar en una revolucin; son ms bien una faseprevia a las verdaderas huelgas insurreccionales. No son, pues, un productoartificial de una tctica deliberada, sino un fenmeno histrico de la lucha declases. La ley del movimiento de las asambleas no reside en las huelgas en smismas, en sus peculiaridades tcnicas, sino en la relacin de las fuerzas so-ciales de la revolucin. Las asambleas de huelguistas son la forma que adoptala lucha revolucionaria en el actual momento histrico. Todo desequilibrio enla divisin de las clases o en la posicin de la contrarrevolucin influye inme-diatamente en la relacin de las mismas de variadas maneras. Sin embargo,la accin no se detiene; no hace ms que revestir otras formas, modificar suextensin, sus objetivos, sus efectos. Es un pulso vivo de la revolucin a sumotor ms poderoso.

    Las asambleas obreras, tal y como hoy aparecen, no son, pues, un mtodoingenioso inventado para reforzar la lucha proletaria, sino que representan elmovimiento mismo de la clase, la forma de manifestacin de la lucha prole-taria espaola en el curso de su segunda revolucin. En las asambleas, la con-ciencia de los trabajadores en lucha equivale a la organizacin prctica de lasmismas, y es inseparable de su intervencin coherente en la historia. En ellasel proletariado echa por tierra la idea de las vanguardias dirigentes, dndosecuenta de que hasta entonces su propia fuerza en manos de representacionesexteriores a l, partidos y sindicatos, concurre al refuerzo del capitalismo. Des-cubre, pues, el secreto de la revolucin de este siglo, que es la clase enemigade toda exteriorizacin y especializacin del poder, que la revolucin no debedejar nada al exterior de s misma, que su emancipacin pasa por la destruc-cin de los partidos y los sindicatos.

    3. SUPREMO RECLUTAMIENTO DE LAS FUERZASDEFENSORAS DEL ORDEN Y REVELACIN DE SU VALOREFECTIVO EN EL PRIMER OTOO.

    En este pas el pueblo est siempre con el partido ms dispuesto a la accin.Carta de J. Mesa a Engels, 10-III-1873.

    Cuando Surez subi al poder, el Estado se tambaleaba tanto por los prelu-dios proletarios como por los manejos de las facciones franquistas desconten-tas. Tuvo que hacer de salvador para ser salvado. Si hablamos de condicionesde la lucha de clases, la victoria va frecuentemente tras la clase que, cuando lascondiciones se mueven contra ella, sabe parar los efectos, y cuando los ve mo-

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    verse para la parte contraria, sabe sacar el mayor partido de ello. La burguesahizo lo primero en el otoo del 76 y lo segundo en el otoo del 77. Surezla capacit para parar los golpes que los obreros le iban a dirigir. En realidad,sin embargo, no par nada; eso fue la obra de los partidos y de los sindicatosque haban constituido la a tal efecto. La oposicin, queriendo participarcomo fuese, estaba dispuesta a servir en todo. Surez, llevando los hilos detodos lados, pudo escoger la combinacin de la accin de la polica y de la delos sindicatos ms til para conjurar la victoria sobre los obreros, y adquirir asel complemento de fama necesario para la magia de su futuro papel.

    El xito de los sindicatos en recuperar las comisiones negociadoras de losconvenios, en el pasado movimiento de huelgas, y alejarlas de las asambleas, leshaca creerse capaces de aislar en sus fbricas al conjunto de los trabajadores,de formular en su nombre sus propias reivindicaciones, y de hacerles adoptarsus propios acuerdos con el Gobierno. Pero no es fcil repetir la misma jugadaimpunemente dos veces en tan corto espacio de tiempo. Cuando un dirigentede lleg a Len con el propsito de reforzar a los estalinistas localesen el sabotaje de la huelga de la construccin, los huelguistas lo expulsaronde la asamblea sin contemplaciones. Entonces fue el turno de la polica y laaplicacin de una poltica de represin, que unas veces detiene el movimien-to, aqu lo precipit. En septiembre estallaron varias huelgas asamblearias,largas y duras, donde los trabajadores mantuvieron fuertes enfrentamientoscon la polica: huelga general de Tenerife, huelga general de Euskadi, huelganacional de Correos, huelga del metal de Sabadell, huelga de la construccinde Len, Corua, Burgos, Palencia y Valladolid etc. En Euskadi, la muertede un trabajador puso a 600.000 obreros en huelga, que pasaron por encimadel llamamiento al trabajo de los sindicatos. En Vizcaya, despus de una seriede asambleas multitudinarias, se cre la Coordinadora Unitaria de Asambleasde Fbrica formada por delegados revocables y representando a 120.000 tra-bajadores, forma altamente significativa del antisindicalismo organizado. Laparticipacin masiva en huelgas y manifestaciones que los partidos y sindicatoscondenaban, mostraba hasta qu punto la fuerza desplegada por los trabajado-res era incontrolable por ellos. En Madrid un nuevo muerto elev la tensin atal grado que partidos y sindicatos se vieron obligados a convocar una jornadade huelga el primero de octubre, seguida por 300.000 obreros, para reducir almnimo sus efectos y evitar el desbordamiento general que sufrieron en Eus-kadi. El miedo de todos los burcratas se estaba volviendo pnico. Buscaban lasumisin de los trabajadores y se encontraban con su rebelda. Ellos hubiesendeseado un proletariado que slo discutiese las modalidades de obediencia y

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    no las de ataque, y sin darse cuenta de que la obra era otra y otro el auditorio,empleaban, como autores pasados de moda, el mismo lenguaje vetusto: Elmovimiento obrero y las fuerzas democrticas debern medir con exactitud lasformas y los ritmos de respuesta. De su acierto depender en gran medida elque entremos en una fase resolutiva pacfica de la crisis que arrastramos desdehace aos o nos deslicemos hacia situaciones de involucin que sern trgicaspara todos (Triunfo, 16-X-76).

    Pero en vano poda remediarse su tragedia usando la farsa del golpe militar.Los trabajadores no picaran apoyando la farsa de la democracia y reduciendosus luchas a acciones simblicas y desfiles de domingo. Ahora bien, reacciona-ban de inmediato a una situacin poltica dada, devolviendo golpe por golpey, dispuestos a todas las eventualidades de la lucha, tiraban todo el peso de suaccin sobre la burguesa y el Estado. El 11 de octubre empieza en Vizcaya laprimera gran huelga completamente asamblearia, la huelga de la construccin.Los obreros montaron un engranaje solidario de asambleas diarias: asambleasde tajo, asambleas de zona (con 15.000 a 20.000 asistentes), en donde se to-maban acuerdos discutidos luego en la asamblea general, motor de la huelga,de donde dependan la coordinacin de delegados, la comisin gestora, lacomisin suplente, los piquetes, la caja de resistencia, la redaccin del boletnde huelga. Por primera vez se reconoca a los sindicatos, sin tapujos, comoenemigos de los trabajadores, y se actuaba en consecuencia, privndoles dela palabra y no permitindoles repartir propaganda en las asambleas, ostentarsus siglas e incluso recoger dinero para la caja mediante sus siglas. Todo esllevado por los trabajadores de la construccin y firmado por trabajadores dela construccin, haban decidido los trabajadores en su primera asamblea. Lapatronal, que estaba dispuesta a ceder con tal que la o la fuesen acep-tados como mediadores, tuvo que hacerlo al final sin condiciones para que lahuelga terminase. El odio de los burcratas sindicales hacia los huelguistas fueexpresado y recogido ampliamente en la prensa. Preludiando su actitud paracon otras huelgas asamblearias, los burcratas acusaban a las asambleas de estarmanipuladas, mientras la polica haca su trabajo. Ese autoritarismo ideolgicoque llama manipulacin a la libre discusin y politizacin al sometimiento alos partidos, recordaba los viejos tiempos de las provocaciones estalinistas. Estegnero de interpretaciones preceda -como antes en Krondstadt o en mayo del37- de poco a su demostracin represiva: la polica termin en la calle lo quelos sindicatos empezaron en las fbricas.

    Los sindicatos constataban la impresin profunda causada entre los obre-ros por la lucha directa en curso. Humillados en varias huelgas, su autoridad

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    se resquebrajaba en las zonas que controlaban, el prestigio de sus budas,cultivado a manos llenas con la demagogia de mrtires, se derrumbaba. Losefectos de la larga poca de reaccin franquista, maravillosamente adecuadapara restablecer a esos charlatanes desacreditados en encarnaciones de la vo-luntad popular, haban sido usados hasta el agotamiento. Y el ambiente delas grandes capitales se iba cargando por momentos. Entonces la llam auna jornada de huelga general el 12 de noviembre. Los burcratas polticosy sindicales queran acabar con la tensin ambiental y ponerle punto final almovimiento de huelgas de otoo, organizando masivamente una jornada defogueo, pacfica y responsable: Vamos a pedir legalmente manifestacionesen la calle, vamos a hablar con las autoridades eclesisticas y militares para queentiendan nuestro planteamiento y no lo vean como maniobra subversiva,(D. Vacas, dirigente de Valencia de ); Estamos dispuestos a una huelgasiempre que no supere las 24 horas, as como a explicar a los empresarios lamotivacin poltico-laboral de la jornada (E. Barban, dirigente de Asturiasde , declaraciones a Cambio 16, # 257, 8-XI-76). Los burcratas busca-ban su mrito principal en no asustar a nadie, en asustarse a s mismos y endefender su existencia organizando la derrota de los trabajadores en todoslados. Los estalinistas en accin se distinguieron particularmente: Al mismotiempo -esto no deberan olvidarlo nuestras autoridades- el ambiente laboralde Madrid se va cargando por momentos. La huelga de se produce a docedas de la convocatoria general de veinticuatro horas lanzada por la ...sectores importantes del metal y otros podran ponerse en funcionamientoen solidaridad con la desencadenando una huelga de grandes propor-ciones (Triunfo, 16-X-76). En lugar de sacarle concesiones al Gobierno conel espectro de la crisis revolucionaria, esta crisis era una espada de Damoclescon la que el Gobierno les obligaba a hacerlas: los estalinistas impidieron lasolidaridad con tan inoportuna huelga; los transportes urbanos fueron mili-tarizados y los trabajadores de la , desmoralizados y vapuleados, volvieronal trabajo sin condiciones, dejando un saldo de cuarenta despedidos y ochoprocesados por sedicin.

    La actitud tan resueltamente antiproletaria de los sindicatos y los partidoses fcil de comprender si se miran sus relaciones con la burguesa y con elEstado. Son los polticos burgueses los que determinan en ltimo extremo elprograma de los partidos y sus medios de lucha. La tarea de los partidos eraslo transmitir a la clase obrera las consignas de la burguesa poltica en la fasede autotransformacin del franquismo, y darle msica plebeya a la huelgaburguesa. En toda esta etapa los polticos burgueses del Gobierno eran los

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    autnticos jefes de la oposicin, y los partidos de sta, sus ejecutantes sumisos,protegindose con ellos la sociedad burguesa contra la revolucin social. La

    jornada del 12 de noviembre fue entonces un compromiso forzado entre lahostilidad a las huelgas de los sindicatos y la energa combativa e impetuosade los proletarios.

    Como era imposible domar de otro modo la voluntad proletaria, se pro-puso esta jornada, nico medio de calmar a las masas obreras, de extinguir suentusiasmo combativo y de desarticular en sus bases el movimiento huelguista.Para los burcratas fue una demostracin de su poder de control sindical. Parael proletariado revolucionario, un error seguir a quienes no tenan la iniciativa.Todos los sindicatos y partidos sin excepcin eran enemigos de la autonomaobrera. Despus de la jornada, el punto de equilibrio entre proletarios y bur-cratas se desplaza poco a poco hacia stos; el movimiento de huelgas no pudogeneralizarse y perdi coordinacin.

    Todo tena que depender de la correlacin de fuerzas en las fbricas entrelos obreros, separados y aislados, y la potencia conjunta de la patronal, lossindicatos y el Estado. Todas las huelgas posteriores, las de la construccin enZaragoza, Navarra, Tenerife y Valencia, la de Osram en Madrid, Roca de Gav,Tarabusi en Bilbao, etc., se enfrentaron en esas condiciones.

    Los burgueses poco podan temer una lucha de un da, anunciada comouna procesin de Semana Santa, lucha que no quera otra cosa que la paz. Lapatronal se encontr en la posicin ms cmoda para aprovechar la ocasin dedeshacerse de los luchadores ms radicales en la fbricas donde an no habanlogrado despedirles. As fueron provocadas huelgas con ese objetivo, comolas de Tarabusi y Roca. Contra los huelguistas se emplearon todos los mediosuna vez que los sindicatos se pronunciaron en su contra: calumnias, crcel, lapolica, la guardia civil, la extrema derecha. El poblado de Roca fue cercadomilitarmente por las fuerzas represivas, mientras los sindicatos de la locercaban econmicamente. La empresa exiga negociar con los sindicatos yno con los delegados de la asamblea de trabajadores, y suspenda todo a estaexigencia. Los obreros de Roca buscaban asociar su lucha a otras huelgas delmomento, pero la patronal ceda en ellas para solucionarlas rpido y mantenera Roca aislada (la ms destacada fue la del Puerto de Barcelona). Rompieron elcerco informativo haciendo pblica su huelga en Espaa y otros pases, lo quedio lugar a un gran despliegue de solidaridad econmica por parte del prole-tariado que impidi que la huelga pereciese por desgaste. Cuando la sentenciade la Magistratura de Trabajo fue favorable a los obreros, la huelga amenazcon desencadenar una cascada de huelgas solidarias. En esos momentos era la

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    huelga a abatir, se haba convertido en la huelga contra toda la patronal catala-na y los sindicatos. Estos, cambiando de tctica organizaron la desmovilizacinmediante la proclamacin de una solidaridad superficial, un da de huelgaen Barcelona, que les permiti tranquilizarse sobre su poder de control de lasituacin y tranquilizar a la patronal: la huelga no se convertira en la huelgade toda la clase obrera de Catalua. Una de las primeras victorias de los pro-letarios de Roca fue provocar a los partidos y sindicatos a que se pronunciasencontra ellos de la forma miserable en que lo hicieron. Se saba de qu lado ibaa ponerse esa basura, mas no vena mal la publicidad de su ignominia. Pero alaceptar en ltimo momento sus ayudas destejieron en un da lo que habantejido en todos los otros. Si los sindicatos organizaban manifestaciones y parosde sostn, era para impedir toda solidaridad real. El no echarles a la carasus monedas era como disculpar las felonas de la vspera. Los trabajadores deRoca, slo por el radicalismo de su accin, podan decir escandalosamente a lacara de todos lo que queran. Para comunicar su accin slo podan contar consu radicalidad. La huelga de Roca termin, pues, agotando todos los recursos,con los puos cerrados y con cuarenta y seis despedidos. Puede considerarsecomo una derrota para la clase obrera al no haber afectado para nada -al revsde Vitoria- los acontecimientos posteriores.

    Las conclusiones de todo este perodo de la lucha de clases fueron ex-puestas admirablemente en un manifiesto a los trabajadores de la Comisinrepresentativa de la asamblea de Tarabusi.

    Toda responsabilidad recae en los aparatos burocrticos que tenemos ennuestras filas, en las centrales sindicales que solamente se preocupan de buscarun lugar privilegiado en esa democracia burguesa que estn negociando con lapatronal y con el Gobierno.

    Nosotros afirmamos desde nuestra propia experiencia que estas alternati-vas sindicales favorecen a los patronos y no a los obreros y que solamente sepodr llamar organizacin de los trabajadores a aquella que nosotros levante-mos desde las asambleas de cada fbrica y que luche decididamente uniendo atodo el pueblo trabajador contra los capitalistas.

    Queremos desde aqu poner en guardia a todos los trabajadores de Euskadiy del Estado espaol, porque los despidos de Tarabusi y Roca slo son el iniciode una situacin que ya se est generalizando...

    No evitamos estos problemas afilindonos a centrales como , ,, -. Slo lo solucionaremos luchando organizados y unidos, pornuestros intereses, que no pasan por pactos con el capital y con su gobierno(Bizkaia, Euzkadi, Febrero 77).

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    4. LA DEMOCRACIA COMO TABLA DE SALVACIN Y COMOCONSOLIDACIN DEL PODER DE TODO LO REACCIONARIO.

    Es imposible partir de aqu sin combatir, pues si no marchamos hacia el ene-migo, l nos seguir cuando nos marchemos y se tirar sobre nuestras espaldas... encuanto a esta gente, estoy seguro y estadlo vosotros tambin que, si les atacamos, no

    nos esperarn, pero, si retrocedemos, sabemos todos que osarn seguirnos.Jenofonte,Anabasis.

    En Espaa, como en otras partes, no nos encontramos en un conflictoentre dos partes dentro de una misma sociedad, entre dos opciones polticasdentro de una misma sociedad, la democracia o la dictadura, sino en un con-flicto entre dos sociedades, un conflicto social que ha desbordado toda formapoltica; es la lucha entre la vieja sociedad burguesa y la nueva sociedad sinclases que pugna por salir de sus entraas, la lucha entre las clases que repre-sentan ambas sociedades: la burguesa y el proletariado. Entre dos poderes slola fuerza puede decidir. Ninguna solucin aparente de ese conflicto puede seruna solucin real. Se trata de una revolucin social cuyo alcance no se extinguecon una derrota.

    El proletariado respondi al cambio poltico de la burguesa colocndoseen el terreno de la revolucin, obligando al Estado a transformar las frasesdemocrticas en hechos policiales. Los relativos e inciertos xitos de la patro-nal y el Estado, ayudados decisivamente por los partidos y sindicatos, fueronpagados con la destruccin de todas las quimeras de la democracia alegre. Laltima ilusin deba de desvanecerse cuando ya claramente stos se pasarondel lado de los polizontes y se convirtieron totalmente en partido del orden,aprovechando la sensacin causada por una combinacin de excesos policia-les, comportados por la debilidad del Estado al reformar las institucionesfranquistas de excepcin (, polica poltica) y los golpes desesperados dela extrema derecha expulsada del poder, para declarar su sostn incondicionalal gobierno y firmar conjuntamente un manifiesto. Ese da fue domingo paralos burcratas. Los muertos de febrero dieron pie al montaje por la oposicindel rumor de un golpe militar, destinado a asustar a las clases medias y a lossectores menos radicalizados del proletariado, y paralizar as la marcha de lostrabajadores hacia su autonoma. Las centrales dieron muestras de responsa-bilidad procurando no extender las huelgas en unos meses tan delicados parael pas (Cambio 16, 26-VI-77). En la situacin actual, la burguesa ms rapazy la oposicin ms miserable de Europa, temiendo constantemente el ascen-

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    so a un nuevo perodo revolucionario, incapaces de realizar un terror activosobre el proletariado, intentaban pasar a su propio terror pasivo, su miedo ala revolucin. Que el proletariado tuviese miedo de s mismo. Toda la prensacolabor en esta operacin, alguna de cuyas consecuencias fue que la violenciade la polica quedase bien cubierta y que se promulgase una ley contra lospiquetes de huelga.

    Los golpes de Estado como los de Chile o Argentina han sido productosinmediatos de situaciones revolucionarias precedentes que amenazaban alterarlos mecanismos de defensa estratgica del bloque americano y sus intereseseconmicos, respaldados por clases dominantes que perdan su predominiosocial y para las que un golpe militar era el nico recurso del restablecimientode su poder. Los que ven en los excesos verbales de algunos generales franquis-tas los signos precursores de un golpe de Estado a la espaola o a la chilena,han olvidado sacar conclusiones de la evolucin social en Espaa durante losltimos cuarenta aos. El franquismo, despus de haber desembarazado lasociedad espaola de escollos revolucionarios y asentar el predominio burgussobre todos los aspectos de la vida social, no tiene otra manera de mantenersepor ms tiempo, en tanto que expresin poltica del dominio de la burguesa,y llevar una existencia normal, que mediante su transformacin democrtica,probando as a la sociedad burguesa que sabe adaptarse a sus intereses. Elfranquismo, pues, no puede preparar un golpe contra s mismo. Los militaresaseguraban sus privilegios y su papel en la democracia post-franquista tanto oms que en la pasada dictadura. Las provocaciones de la extrema derecha nopodan siquiera preparar el terreno para una agitacin pregolpista, ni muchomenos crear las fuerzas motrices de un golpe. Un golpe de Estado es posibleslo si la solucin militar es la nica solucin posible de la lucha de clases; siel proletariado amenaza seriamente los fundamentos del Estado burgus enEspaa con la consiguiente alteracin del statu quo militar en Europa. CuandoCarrillo, al ser insultado por huelguistas americanos en su estancia en los Es-tados Unidos, se quejaba de los sindicatos manejados por la , olvidaba queel objetivo de su viaje era justamente dar garantas al Gobierno americano -ypor lo tanto a la - de que su partido respetara los acuerdos militares entreEspaa y .., es decir, la disposicin estratgica de la organizacin militaramericana en Espaa.

    La distancia que separaba al movimiento de huelgas de una revolucin erala misma que separaba a las asambleas de las milicias. Las races de la crisis eranotras. La introduccin de la democracia como forma ms adecuada de domi-nacin de la burguesa, se vea acompaada de una agudizacin de la cuestin

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    social. Se pintaba la situacin como grave para ocultar el triste papel de laoposicin en esos momentos. Al prometerle el Gobierno legalidad y eleccio-nes, haca del mantenimiento del Gobierno la lnea directora de su conducta.De la negociacin haba pasado al sostn. Pero para justificar su adhesin alfiasco del Gobierno tena que negar tal fiasco que antes afirmaba, dar serrnpor miga de pan. El paso siguiente era justificar al Gobierno y buscar no loque le separaba, sino lo que le aproximaba a l. De este modo su poltica erauna poltica puramente burguesa donde toda veleidad oposicional haba desa-parecido. Con la oposicin como aliado seguro, el Gobierno poda terminarel combate contra la autonoma proletaria y sentirse lo bastante fuerte paraasegurar su porvenir con la preparacin de leyes antiobreras y la creacin deuna estructura de sindicatos y partidos implantados con que construir la cola-boracin de clases. En marzo la se disolva a iniciativa de la , capaz dellevar una poltica asamblearia propia. El relajamiento de la oposicin obreraera visible en el dislocamiento de los aparatos burocrticos. Los sindicatos ylos estalinistas fueron legalizados definitivamente, aunque la amplia toleranciaque gozaban ya era una forma de legalidad. La burguesa no poda permitirseel lujo de mantenerlos en la oposicin.

    Desde comienzos de ao, las huelgas haban decado en nmero pero cre-cido en duracin y conciencia asamblesta. Huelgas fuertes, como Induyco enMadrid o Acerinox en Cdiz, son los mejores ejemplos de la resistencia de losobreros a la desesperacin de su accin de clase. Pero fueron en su mayora de-rrotadas. Como siempre se busca evitar ms las dificultades seguras que las po-sibles, los sindicatos engaaban fcilmente a muchos delegados independien-tes de las asambleas. Estos estaban dispuestos a la paz al ver las inconvenienciasde una lucha contra ellos, olvidando que los sindicatos la provocaban y que deesta forma se ponan en sus manos y ponan a las huelgas en sus manos, huelgasque no tardaban, bajo uno u otro pretexto, en liquidarse. En las huelgas de laconstruccin de Barcelona, Valencia y Asturias, los obreros fueron hurtadoscon manipulaciones inconcebibles meses antes, por los mismos que ya lo hi-cieron en las huelgas de la construccin del ao anterior. El desenlace materialde estas luchas devolva a los sindicatos su influencia y poder de manipulacinen puntos claves y fbricas claves (ver los resultados de la desastrosa huelga dela Ford para el movimiento de asambleas en Valencia), despus de no haberpodido resistir las asambleas su accin disolvente ni superar el aislamiento eimprimir su sello en la marcha de los acontecimientos. No obstante, no erafcil recoger los frutos de la victoria sobre las asambleas obreras. Los sindicatos,al no tener ningn margen de reforma social, no podan con xitos salariales

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    recabar la victoria lograda. Las huelgas asamblearias haban producido en laclase obrera una impresin difcil de borrar, y apenas se planteaban nuevashuelgas los trabajadores osaban otra vez lo que haban osado antes. La intensi-dad revolucionaria de la poca favoreca la aparicin de las asambleas en cadaconflicto que se presentase por nimio que fuese. El control del poder sobre laclase obrera provena de su permanencia como una masa informe de solitariosenlatados en su miseria personal. Bastaba que los proletarios se reuniesen aba-tiendo las barreras que la supervivencia cotidiana alzaba en torno a cada uno,para que pudiesen comprobar que ellos no dependan del sistema, sino que elsistema dependa de ellos. Las asambleas eran el signo material y patente delproceso unificador de la clase obrera. Surgidas en todas partes, se convirtieronde incidentes particulares en un hecho capital. Exponan a las miradas de todoslo que an slo era manifiesto para algunos. Haciendo ver de qu lado estabala fuerza, decidan de qu lado iba a estar al final la victoria.

    La prohibicin del Gobierno de la celebracin del 1 de Mayo pacficopor las burocracias sindicales, obedeca a su temor de ver concentrarse msgente de la que los burcratas podan controlar; a los ojos del poder era comoamontonar brasas desperdigadas; la cobarda de la oposicin, incapaz de arries-gar su piel frente a los obreros, poda provocar un motn queriendo demostrarun aborregamiento. Sin embargo nada poda prohibir en Euskadi, el msslido bastin revolucionario, porque nadie iba a hacerle caso.

    Los sindicatos estaban desahuciados y los trabajadores haban adquiridola costumbre de imponer y no recibir rdenes. Una revista como Cambio 16,conciencia y mala conciencia de la burguesa emprendedora, tena que dejarel tono elogioso y chabacano de sus editoriales y volverse trgica y patriota:Todos los elementos de una potencial crisis de la convivencia nacional se danall (en el Pas Vasco). Y lo peor de tal crisis es que arrastrara consigo a todoel pas y puede dinamitar nuestra marcha hacia la democracia (23-V-77).Cuando hay crisis de la convivencia nacional, es decir, cuando el poder de laburguesa se halla en juego, una nica e inviolable ley subsiste: la supervivenciadel poder burgus. Nuestra marcha hacia la democracia no puede significaren esos momentos ms que balas para el proletariado. Las manifestaciones pro-amnista en el Pas Vasco y Navarra se saldaron con seis muertos y numerososheridos. La respuesta de los trabajadores fue convocar una huelga general queapenas trascendi fuera de Euskadi porque los sindicatos la desconvocaron entodas partes -sobre todo -, salvando as al Gobierno. El orden se construaslidamente bajo la alianza con la oposicin. Slo un mes antes, los estalinistascelebraban el que los trabajadores de Vitoria, en el primer aniversario de su

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    batalla, hubiesen tenido la valenta de ser cobardes dejndose masacrar por lapolica sin defenderse (veinte heridos). Triunfo conclua: Y as se salv parahoy la clase obrera de Vitoria, adquiriendo conciencia de tal, de su especiali-dad, conciencia de sus limitaciones frente a otras fuerzas que la rodean e inten-tan sofocarla, y conciencia de que unida y autocontrolada puede enfrentarseincruentamente con esas fuerzas con las que ha de convivir (12-V-77).

    Para los estalinistas, como para todos los partidos, como para la burguesa,se trataba de eliminar toda huelga o manifestacin para permitir las elecciones.La suerte de todos ellos dependa de la incapacidad del proletariado en volvera tomar la ofensiva a escala nacional. Despus de la segunda semana de mayo,las fuerzas del orden controlaban la situacin. La burguesa organizaba suspartidos ad hocpara preparar sus victorias electorales. La composicin polticade las Cortes reflej el reparto del triunfo sobre el movimiento obrero por losdiferentes partidos. Con la celebracin de elecciones y el refuerzo considerabledel poder, la burguesa realizaba sus objetivos polticos y preparaba la resolu-cin de los econmicos.

    5. CONSIDERACIONES SOBRE LAS CAUSAS DE LOSAVANCES DEL MOVIMIENTO DE LAS ASAMBLEAS DE LOSTRABAJADORES ESPAOLES Y SUS RETROCESOS.

    En lo que concierne a nuestra guerra, es una gran verdad el que, de siempre,cuando los hombres combaten entre s, imagnanse alienados en la mayor de las

    guerras, y que una vez vuelta la paz, prefieren llevar su admiracin a las guerrasde antao. Sin embargo, el simple examen de los hechos nos har ver que de lo que

    aqu se trata es de un conflicto ms importante que todos los del pasado.Tucdides, Las guerras del Peloponeso.

    Las Asambleas Obreras, defendidas por piquetes y coordinadas por de-legados revocables, no slo son el arma de la revolucin social, sino su seal.Suponen que la clase obrera, atravesada por una multitud de organizacionesque la dividan en mil partes, se unifica; que ninguna divisin tiene ya vidaparticular, que toda la clase se apresta a una existencia comunitaria, con igualesintereses y formulando sus propias ideas, es decir, sacndolas de su prctica.Las asambleas no nacieron como rganos de poder, sino como la forma msfuerte y representativa de organizar huelgas, para tratar en ellas los obrerossus problemas concretos e inmediatos y negociar su solucin con la patronal.

    Antes de ejercer un poder actuaban como rganos de defensa del inters co-

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    tidiano. En ese estadio de lucha el proletariado no se daba una coordinacinpermanente y asegurada entre sectores y ramos, zonas, provincias y a nivel esta-tal, lo que indica que no se planteaba una ofensiva sistemtica y en gran escalacontra el poder dominante. Pero al ponerse en marcha simultneamente envarios puntos, la lgica histrica de su lucha converta a las asambleas en rga-nos de poder, de cuya enorme fuerza no eran plenamente conscientes. Cuandoexisten, un poder real, las asambleas, y un poder ficticio, los sindicatos, juntos,la opcin se pone al orden del da. Es un equilibrio sobre el filo de la navaja.O asambleas o sindicatos! Los sindicatos eran demasiado dbiles para oponer-se a las asambleas, pero el proletariado no era suficientemente consciente parasentir la necesidad de liquidarlos. A lo largo de la primera mitad del ao, unaalternativa se planteaba en lo inmediato: o la afirmacin autnoma del prole-tariado o la derrota del movimiento. La situacin impona a los sindicatos unaalternativa inversa: o perder su posicin dominante, conferida por la burguesay el Estado, de interlocutores de los obreros, o acabar con el movimiento de lasasambleas y encuadrar a los trabajadores en sus organizaciones. Los sindicatosdebieron aceptar las conquistas de los obreros y reconocer el poder de las asam-bleas en espera de liquidarlo en el momento de reflujo. Los obreros, para con-servar sus conquistas, estaban obligados a continuarlas; tenan que extender elmovimiento a todos los sectores y todas las poblaciones, y defenderlo. El finalde un combate slo poda considerarse como el comienzo de otro, ms tenaz ydecisivo. De no ser as, si no utilizaban las victorias obtenidas para radicalizary asentar su lucha en otras partes, y disolvan sus asambleas tras el desenlacems o menos favorable de las huelgas, disolviendo con ello sus lneas de comu-nicacin, se tenan que ver en la inslita situacin del ejrcito victorioso queabandona el terreno ganado al enemigo vencido, como en Mayo del 37. Lossindicatos recuperaran las posiciones perdidas y entonces los obreros empeza-ran la siguiente huelga en peores condiciones que antes. Nunca una victoriapuede tener repercusiones si no es explotada. La persecucin de un adversariovencido debe comenzar desde el instante en que ste, abandonando la lucha,deja el lugar del combate, las asambleas deban de llegar hasta la dispersin delas organizaciones sindicales. El proletariado deba saber terminar una huelgaguardando sus lneas de retirada -que son las mismas por las que ha avanzado-para poder empezar la siguiente en mejores condiciones.

    Se puede decir que en Espaa la sociedad burguesa declina rpidamente, yese hundimiento de la burguesa pasa delante de la evolucin del proletariado,de su desarrollo, de su desarrollo revolucionario. Durante el franquismo, lamayor parte de las huelgas transcurran aisladas unas de otras, con pocos lazos

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    entre s, y separadas por intervalos durante los cuales la lucha se detena y nosegua existiendo ms que en forma latente o difusa. Cada zona, sin resolverlas distancias con las otras de un modo satisfactorio, no se ocupaba ms quede s misma y prestaba poca o ninguna atencin a las dems. La descentraliza-cin de la lucha obrera, distribuida variadamente entre los diferentes centrosindustriales, ha salvado al proletariado de ser descabezado en uno o pocosgolpes, multiplicando los recursos de la lucha y colocando a sus enemigosante la falta de un centro que poder herir decisivamente, desorientndolos aldescubrir que el centro de la agitacin no se encontraba en ninguna parte yestaba en todas. Pero una forma de lucha sistemtica y coherente es necesariacuando el movimiento ha progresado suficiente sobre el plano local, cuandopuede enfrentarse a la represin con xito y cuando aparecen los sindicatoscomo colonizadores de las relaciones entre trabajadores de diferentes lugares.Hoy, que la burguesa ha puesto en escena una estructura sindical nacional,todo un movimiento basado en luchas locales dispersas y que encontraba enesta dispersin un medio de seguridad, se hunde. Si una tropa de dirigenteshbiles sostenidos por el Estado y la burguesa, luchan contra la autonomaobrera, son capaces de hacer singularmente difcil la victoria de esta ltima,aunque todas las dems condiciones le sean favorables.

    La guerra de posiciones que mantena el proletariado bajo el franquismocorresponda a la situacin defensiva en la que se encontraba. Pero habiendocomenzado el proceso de disolucin del capitalismo, el proletariado tena quepasar a la ofensiva; tras la muerte de Franco la posibilidad y la necesidad depasar al ataque eran dictadas por la situacin misma.

    Los obreros radicales formados en el medio de las huelgas contra el fran-quismo ante un movimiento que vena a sorprenderles dentro de su localismode fbrica, parecan como marinos de agua dulce tirados de golpe en plenomar. Lo poco que aprendieron les turbaba ms que les serva en este grancombate y se mostraban a menudo ms inciertos que los que combatan porprimera vez. Los revolucionarios formados en el curso de los acontecimien-tos disponan de muy poco tiempo -o de ninguno- para desembarazarse detodo el peso muerto legado por el perodo anterior de luchas, de todas lassupervivencias ideolgicas de luchas precedentes. Tuvieron que aprender ensu carne todo lo que son capaces de hacer las burocracias poltico-sindicales; yconfundirse por la influencia an mantenida por la basura militante con algnprestigio, debido a pasadas persecuciones bien explotadas publicitariamente,a una honestidad anterior hoy corrupta o a esa charlatanera que a fuerza derepetir diariamente y en voz alta su oposicin termina por agenciarse una

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    reputacin de contrabando. Esos individuos entorpecieron la accin de clase yel desarrollo del movimiento tanto como pudieron. Ningn grupo conscienteprevino el sentido profundo del movimiento y comprendi su desarrollo, ymenos actu con ms radicalismo y consecuencia. Las ideas radicales del movi-miento se perdan ante la falta de teora coherente y organizada, comprendiday elaborada por todos, y quedaban como consignas vacas y muertas en la bocade los partidos o como afirmaciones desarmadas y subesttica de la fraccinlrica y festiva de la alienacin anarcoide. Sindicalistas minoritarios del ola , o independientes y grupsculos obreristas, lanzaron las consignas delas asambleas y de la autonoma obrera sin moverse de la esfera de los sindica-tos. Hasta intentaron la mediacin de los sindicatos cuando el conflicto entrestos y los obreros haba estallado ya. Contribuyeron a nutrir las ilusiones delproletariado sobre un sindicalismo asamblesta. Su prosa ideolgica asamblea-ria ayud a falsificar los dilogos reales que empezaban en todos lados. Comofuerza de inercia antihistrica, ha pesado decisivamente en el platillo de lacontrarrevolucin, cuando no pudieron hacerlo los sindicatos. Constituyeronla memoria en blanco de los trabajadores. Para ellos bastaba que las asambleasse quedasen en meras reacciones espontneas contra el oportunismo de lossindicatos grandes; que les proporcionasen espacio. La contradiccin existenteen Espaa entre la gran indigencia terica y la enorme riqueza de hecho, fueel terreno abonado para el surgimiento de las ideologas activistas prximas alradicalismo pequeoburgus, enterradas en todas partes desde hace tiempo:neoanarquismos, nacionalbolchevismos, autogestionismos, etc. En parte, elmovimiento proletario asamblesta las ha hecho surgir como productos degra-dados que asimilaban algunas ideas radicales con premisas ideolgicas diversas.En parte eran promocionados por la sociedad burguesa como propia negacinespectacular. Dadas las condiciones que de hecho existen en Espaa, era casiinevitable que se formasen estas sectas intermedias intentando reconciliar elmovimiento revolucionario naciente y las ideas conformistas de la izquierdaoficial. Incluso era inevitable que muchos obreros radicales llegasen a posturasrevolucionarias coherentes por ese rodeo. Pero, aparte de esto, esas corrienteshan posibilitado el reciclaje de los milagreros y aficionados a la nueva ola, aembaucadores y burcratas en paro, a comerciantes de ideas modernas dis-puestos a explotar en su provecho el movimiento revolucionario. La ausenciade verdaderas luchas tericas apasionadas y llenas de sentido tico, han hechoque, en principio, parte del movimiento del proletariado revolucionariodiscurra y piense a travs de toda la literatura de esos crculos, vulgar en suoriginalidad, original en su vulgaridad.

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    La clase obrera espaola entr por la senda de las grandes acciones, desen-cadenando un movimiento radical de huelgas cuyas consecuencias an duran.Hizo lo esencial, pero no hizo nada ms, y dej la ocasin a fuerzas exterioresa ella de desposeerla de sus logros y de hablar en su lugar. La celebracin deelecciones en un ambiente de momentnea pacificacin confirma cunto sedesestima el talento de la burocracia poltica en oponer al mpetu del prole-tariado la mediocridad de las clases medias y del filistesmo hispano. El

    jug su mejor papel desde la liquidacin del y de las colectividadesaragonesas en la guerra civil. Fue la principal fuerza contrarrevolucionaria quetrab el movimiento. Ni la burguesa, ni la polica, ni la socialdemocracia pudocombatirlo tan eficazmente. Slo los estalinistas posean una larga tradicinrompedora y una familiaridad con los defectos de las luchas.

    Pero todos los obstculos objetivos no hubieran resistido los efectos de unahuelga como la de Roca, o las del Pas Vasco, si los obstculos subjetivos pro-pios al proletariado no hubieran estado presentes. El proletariado movilizadoparti de muy bajo, la ausencia de una corriente revolucionaria definida eratotal y a lo largo del movimiento no lleg a definirse. La decadencia de la so-ciedad burguesa produce una profunda crisis entre los obreros, cuya expresinideolgica y organizativa son los partidos y los sindicatos. Amplias masas detrabajadores no se liberan de la influencia ideolgica de la sociedad burguesams que difcilmente, y se aterran incluso con ms fuerza a las ilusiones quela burguesa pone en circulacin. No se soporta impunemente varios deceniosde historia contrarrevolucionaria. Los efectos corruptores de diez aos desupervivencia consumista y el retraso de la conciencia terica han tenido lasms graves consecuencias. El rechazo de la miseria de la vida cotidiana, de laesclavitud asalariada, de las jerarquas, del Estado, de la alienacin del mundode la mercanca, han estado presentes pero no suficientemente conscientes.Los proletarios han entrado en lucha espontneamente, armados slo con surebelda; la profundidad y la violencia de su accin es la rplica inmediata delinsoportable sistema capitalista, pero finalmente no han tenido tiempo de te-ner una conciencia exacta de lo que han hecho. El retraso terico -la insuficien-te conciencia histrica, pues- ha engendrado todas las insuficiencias prcticasque han contribuido a dispersar, aplazar o paralizar la lucha. Y la concienciahistrica es la condicin sine qua nonde la revolucin social.

    La lucha de clases niega por su esencia a la sociedad burguesa. Esto implicaun sistema de conduccin de la lucha, es decir, unas vas de la inteligencia prc-tica, unas formas positivas del empleo de fuerzas, en el que el proletariado no sedeje subyugar por las formas y medios que la sociedad burguesa ha construido

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    para sus propios fines, los partidos y los sindicatos. Implica un tipo de luchadonde la iniciativa est en manos del proletariado. A consecuencia del declivede la sociedad burguesa, la accin espontnea de los trabajadores asume unadireccin revolucionaria en las asambleas. Las asambleas no son propiamenteun arma defensiva, sino que indican que el proletariado ha entrado en una fasede lucha, consecuencia de la correlacin de fuerzas con sus enemigos y de suexperiencia, en la que combate a la burguesa y el Estado con mtodos propios.Los trabajadores deben evitar que la burguesa les coloque en situacin defen-siva. En situaciones defensivas el proletariado est obligado a parlamentar, areconocerse dbil. Pero incluso si como consecuencia de una derrota del mo-vimiento, un freno, desgaste o rotura de la ofensiva, se ven obligados a llevar acabo una lucha de posiciones, entonces tienen que preparar la defensiva de talmanera que la iniciativa tctica quede siempre en sus manos y que los ataquesde la burguesa resulten desventajosos para ella misma.

    En la fase ofensiva de la lucha no slo la burguesa y los estratos socialesguiados por ella son los que se encuentran agrupados contra el proletariado, sinolas organizaciones nacidas durante el perodo actual con el objeto de reducirle ala defensiva: los partidos y los sindicatos. La crtica ya no debe dirigir sus golpesen primera lnea contra la burguesa -sta ya ha sido juzgada por la historia-, sinocontra los partidos y los sindicatos, la quinta columna del movimiento obrero, sincuya ayuda el capitalismo no tendra hoy en pas alguno la mnima posibilidad desuperar -aun temporalmente- su propia crisis.

    6. PRESENTIMIENTOS OSCUROS Y TEMORES CIERTOS DELA CLASE DOMINANTE Y LA BUROCRACIA POLTICA EN

    VSPERAS DEL SEGUNDO OTOO.

    Patronos y sindicatos estn de esta manera situados ante un mismo problema-la crisis econmica- y por ende obligados a entenderse en los prximos meses.

    Editorial de Diario 16, 12-VII-77 .

    Las centrales no tienen fuerza suficiente, como en otros pases europeos, paragarantizar un pacto social. Pueden iniciar un conflicto, pero no se sabe, como hemos

    comprobado en casos recientes, si tienen capacidad para frenarlo.Declaraciones de Flix Mansilla, lder de CEOE, a Cambio 16, 18-IX-77.

    Despus de las elecciones el capitalismo mundial deba pagar la facturade ver consolidadas sus posiciones en el flanco sur de Europa, renegociando

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    emprstitos y concediendo nuevos crditos y prstamos -los trust bancariosnorteamericanos y europeos, el - con los que el Gobierno espaol podracubrir el dficit comercial y sostener expedientes financieros de urgencia. Tra-tando de despejar del horizonte toda posibilidad de amenaza revolucionaria,se haba asegurado su cotizacin en los estamentos financieros internacionales.Pero el crdito internacional slo cubra una mnima parte de las necesidadesdel capitalismo espaol y con la poltica antiinflacionista se haba enajenadoel crdito de las finanzas nacionales, visible en la bajada de la Bolsa. Con laconcentracin del mercado mundial y las medidas proteccionistas de la ylos subsiguientes que tendan a reducir las importaciones, la industria ex-portadora espaola entraba dentro de una crisis cuya gravedad aumentaba conlas mltiples deficiencias estructurales de las diferentes ramas de produccin:siderurgia, textil, calzado, construccin naval. La necesaria contraccin delmercado interior y la cada de la inversin que est ligada a toda baja continua-da de los beneficios empresariales (del 50% en los ltimos dos aos) extende-ran la crisis a toda la industria, empezando por la transformadora (automvil,bienes de equipo, material de transporte...) y volviendo a la productora debienes de consumo, a la construccin, a la agricultura, a la pesca. Las industriasse vean atenazadas entre la alternativa de disminuir el ritmo de fabricacin,bajando la productividad, puesto que los obreros se oponan con toda clase demedios agresivos al despido disfrazado o no de quiebra, o a la acumulacin destocks, con el aumento de necesidades financieras. En la industria espaola laautofinanciacin alcanza slo el 30% de sus necesidades por trmino medio; elresto de los recursos depende de los crditos y de las emisiones de ttulos en laBolsa. Visto esto, la ltima palabra estaba en la Banca, puesto que el Estado seopona al aumento de precios para no provocar huelgas, y las industrias agota-ban sus propios fondos, acercndose al punto crtico de la infra o superproduc-cin, segn hubieran emprendido un camino u otro. Pero la crisis econmicano slo haba roto la unidad de intereses entre los burgueses de fuera de lasCortes y los burgueses de las Cortes, entre los capitalistas y sus representantespolticos, sino entre el capital financiero y el capital industrial autnomo. LaBanca reservaba los canales de crdito a las empresas dependientes de ella ylos cerraba a las dems, ahogndolas. Grandes industrias caan arrastrando asu constelacin de empresas auxiliares (276 empresas suspendieron pagos y54 quebraron en los ocho primeros meses de 1977: grandes empresas comoEnsidesa, Seat, Astilleros Espaoles, Babcock-Wilcox, Segarra, Altos Hornosdel Mediterrneo estaban envueltas en una crisis de superproduccin). En Es-paa, de algo ms de un milln de empresas, casi un 90% cuenta con menos

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    de 250 operarios. Hay slo un millar de empresas grandes que ocupan un 15%de los asalariados. Tal estructura del capitalismo espaol resulta muy vulnera-ble a la crisis, que multiplica sus efectos en las pequeas empresas, indefensasante cualquier oscilacin negativa del crdito o la demanda (en 1977 un 60%de pequeas y medianas empresas estaban atravesando dificultades financieras;en Madrid se presentaban todos los meses cien expedientes de crisis, en Vizca-ya, en julio y agosto se presentaron ms de cien expedientes, en Barcelona sedeclararon suspensiones de pagos en cadena; se calculaba que en 1978 podandesaparecer diez mil empresas).

    Las mejoras salariales, conseguidas por numerosas huelgas y una eficienteprctica del absentismo, al no ir acompaadas de un aumento en la producciny los beneficios, cosa que la crisis mundial no permite que ocurra en Espaa,forzaban a la patronal a un contraataque. No podan encontrarse holgados msque reduciendo los costes de la fuerza de trabajo a un nivel inferior al europeo-como en los viejos tiempos del franquismo-, para lo cual era necesario sacarleal Gobierno la medida del despido libre y barato, y pactar con los sindicatosel aplastamiento de la accin autnoma de los trabajadores. Los sindicatos, enla reunin cumbre con los empresarios, el 6-VII-77, se mostraban dispuestosa participar en la operacin siempre que se les dejase participar despus enlos resultados. Pero la presin obrera en las huelgas asamblearias de agosto yseptiembre -la hostelera, el calzado en Alicante, los montajes en Vizcaya, etc.-,les ense que no seran seguidos en un pacto social con los empresarios y queno podran acabar con las asambleas enfrentndose a ellas. Entonces intervinoel Gobierno suscribiendo un pacto con todos los partidos parlamentarios. Elinters general de la clase de la burguesa primaba por encima de los interesesinmediatos de sus diferentes sectores. El pacto de la Moncloa inauguraba unperodo nuevo de la poltica de colaboracin de clases. Obligaba a imponerlimitaciones econmicas que situaban a las empresas en la imposibilidad deceder ante reivindicaciones excesivas. Es decir, aseguraba la inamovilidadprctica de los salarios. Los fallos del pacto de la Moncloa venan de que erauna solucin econmica a los problemas polticos del partido en el poder. Paralos empresarios, la no concesin del despido libre gratuito y de una ley contralas asambleas, era demasiado. Pero en un ambiente de crisis social, la manerade realizarse las medidas polticas y econmicas es la expresin de la marchade la lucha de clases. El pacto de la Moncloa tena como primer objetivo pararuna previsible ofensiva proletaria durante el otoo haciendo frente comn conlos partidos. La situacin extremadamente antagnica de las clases en luchaposibilitaba organizaciones tales como el Movimiento Asambleario, asambleas

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    coordinadas de huelguistas de la industria del calzado en la provincia de Ali-cante y otros lugares. La prensa reaccionaria se haca eco de las inquietudes delpoder y de sus aliados: Polticos, incluso fuentes del gobierno comparan estasituacin de conflictos obreros que se avecina con la misma situacin que seprodujo en el invierno de 1975-76, a las pocas semanas de la muerte de Fran-co, contra las medidas de congelacin de salarios impuestas por el Gobiernode Arias (Hoja del Lunes de Barcelona, 14-XI-77). El segundo objetivo delpacto era el hacer de los sindicatos los perfectos ejecutores de las decisioneseconmicas del poder, reduciendo a los obreros al papel de ejecutantes sumisosa las rdenes de los burcratas sindicales, mediante futuras leyes contra lashuelgas salvajes y a favor de la accin sindical.

    Emprendiendo la industria un camino descendente, el xito sindical eraimposible. La patronal, para resarcirse de las prdidas sufridas en la crisis,tena que recurrir a la parte correspondiente a los trabajadores que los topesfijados por el pacto le ofrecan, porque la contencin de salarios y la reduccinde puestos de trabajo va expedientes, muchos simulados, es uno de los prin-cipales medios para mantener los mrgenes de beneficios descendentes. Lossindicatos se vean impotentes, incapaces de conseguir reformas importantes yaumentos salariales verdaderos.

    En esta coyuntura los sindicatos no podan crecer si no los apoyaba elEstado, y stos le acusaban de ser el causante de su debilidad frente a lostrabajadores por no haberlos apoyado bastante: Qu capacidad de respuestay oposicin tienen los sindicatos? Su debilidad numrica y su falta de implan-tacin (slo el 15% de la poblacin laboral) les impiden tomar una posicinde fuerza y en el ambiente flota la amenaza del otoo caliente con huelgas in-controladas... Por un camino u otro se puede llegar en el otoo a una situacinque no desemboque en una huelga general (a la cual son reacias las centralesobreras, porque las posibilidades de control seran escasas una vez iniciada),pero s a un estado de huelga permanente que fuera rotando el descontento yla lucha por aumentos salariales por toda la geografa y ramas profesionales delpas... (Cambio 16, # 296, 14-Vlll-77).

    Las asambleas obreras no permitan que los partidos se hiciesen ilusionessobre una democracia burguesa estable y, cuando ms les dejaban de lado,ms rabiosamente respondan deslizndose en la pura reaccin. Las acad-micas disertaciones en las Cortes con un final previsto de antemano, lasfalsas contiendas y los lugares comunes destinados a entusiasmar al filisteohispano, no podan disimular la existencia de la lucha de clases, de la quelos partidos iban deslindndose hasta coincidir por entero con el poder do-

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    minante. De ah su enfrentamiento con los obreros, con gran espanto de lospequeos burgueses intelectuales, vedettes, periodistas, abogados y estudian-tes, que venan de fabricar para su propio uso todos esos idolillos de cera. Unmismo lenguaje estaba en boca de burgueses, estalinistas y socialdemcratas,rememorando los negros tiempos de Negrn. Diario 16 sintetizaba: La asam-blea -rgano espordico, sin control de asistentes manipulables, sin reglas yminoritaria- est jugando un papel negativo al despreciar e incluso impedirde hecho en algunas ocasiones el desarrollo de las centrales sindicales. Elasamblearismo se resiste a comprender que su poca heroica de lucha contrael sindicalismo fascista ya ha pasado. Que ahora los protagonistas deben serotros, los sindicatos libres (27-XI-77). Lo que anunciaban tales palabras erauna pronta transformacin policial de las conquistas democrticas al per-sistir los obreros en su autonoma.

    7. CMO LOS SINDICATOS, DEJANDO DE SERPOPULARES, SIGUIERON SIENDO EFECTIVOS EN LA

    NEUTRALIZACIN DEL AVANCE PROLETARIO.

    De tal manera se mantienen libres de un ataque, que las ciudades de Espaano son tomadas con facilidad por los enemigos.

    Julio Csar, La guerra de Espaa.

    Era previsible que el acuerdo entre los partidos parlamentarios y el Estadono iba a ser respetado por los trabajadores, quienes, sin sentirse afectados,proseguan su movimiento por encima de los sindicatos. Las asambleas dehuelguistas de Santana en Linares, y sobre todo la batalla insurreccional deCdiz, seguida de la inmediata formacin de la coordinadora de trabajadores,manifiestamente antisindicales, daban cuenta de que el trmino del primeracto no fue el final del drama. Los partidos se hallaban en el punto ms alto desu descrdito; una vez pasado el asombro entre los trabajadores ante sus actua-ciones nefastas, estallaba el furor, y el proletariado, comprendiendo que en estemundo no tena ms que enemigos y falsos amigos, quedaba sin otra direccinque la de su ira. Los sindicatos, por su parte, no pudiendo ser reformistas congrandes resultados, tenan que aceptar huelgas y asambleas que no deseaban enabsoluto, para no ser rechazados y perder todo control sobre los trabajadores.Los filisteos reprochaban esa actitud a : El seor Camacho se muestrafavorable a un asamblesmo controlado porque considera a Comisiones conla experiencia, habilidad y fuerza suficientes para ejercer tal control. Pero no

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    es nada seguro que ese optimismo se vea refrendado por los hechos (El Pas,22-X-77). No obstante, el hecho mismo de que los estalinistas adoptasen se-mejante tctica revelaba que sus esperanzas de triunfo contra los proletariosno podan basarse contando slo con el apoyo de la patronal, como lo hacanla o , sino tambin con la tolerancia de estos.

    La comicidad del gobernador civil de Cdiz prohibiendo hablar de Vitoria,a falta de poder prohibir la realidad, combina con la de los partidos gaditanosreunindose para controlar la situacin antes de que sta les controlase.Diferentes representaciones del poder descubren su unidad fundamental enla misma impotencia de sus gestos. Cuando lo que llaman normalidad es alte-rada, es decir, cuando la circulacin de mercanca es interrumpida a un gradoelevado, al capitalismo slo le queda la ocupacin militar del territorio. Y asu oposicin leal, la colaboracin cvica con las unidades de polica, lo quevolvera a ser confirmado un mes ms tarde en Mlaga. En el curso de una ano-dina manifestacin autonomista, proclamando la fraternidad de todas las clasesandaluzas, sin dejar por ello de explotar unas a otras, hecho que se considerarams adelante como un hecho de patriotismo andaluz, una provocacin policialfortuita evidenci los intereses contradictorios de sus asistentes, con neto pre-dominio en la calle de los obreros radicales, quienes no solamente respondierona la provocacin de la polica, sino a otra ms humillante, la de la mercanca,aduendose de sus lugares de exposicin y devastndolos. La guerra socialse expresaba esta vez como una gran fiesta del saqueo del barrio comercial deMlaga, y en este sentido de guerra contra la mercanca, aportaba a la tarea declarificacin revolucionaria una importante contribucin en actos.

    La soberana impotencia de los sindicatos, que iba ms all de la propialucidez de los trabajadores, se deba a la situacin anormal en la que se en-contraban, pues al estar atados por sus pactos con la burguesa, no podancumplir siquiera lo nico que les justificaba, la lucha por las reformas sociales.Su accin conduca directamente al empeoramiento de las condiciones de vidade la clase obrera. Hacindose una cuestin de supervivencia la lucha contralos sindicatos, las huelgas tenan que ser asamblearias por necesidad. Las gran-des centrales tuvieron que montar el espectculo de su enfrentamiento pararepartirse rotativamente las tareas del esquirolaje; todas las huelgas del otoopresentan esta falsa contienda rematada con una colaboracin final en el rom-pimiento de las luchas: la de la construccin de Zamora, la de la cermica deCastelln, la de Santana en Linares, la del transporte de mercancas de Madrid,la nueva huelga general de Tenerife, las huelgas zaragozanas de diciembre, ladel comercio de Madrid, etc.

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    Cogidos en sus jugadas, muchos dirigentes sindicales recibieron agresio-nes fsicas e innumerables insultos. En la asamblea final de los huelguistas deltransporte de mercancas de Madrid, por citar un ejemplo, fueron apaleadosvarios miembros de , y todos ellos expulsados. A fines de ao, las centra-les haban perdido buena parte de sus afiliados, miles de carnets eran rotos trascada huelga vencida. Llegaban a veces al extremo de dejarse desbordar para novaciarse. Pero la crisis del sindicalismo no fue acompaada de un incrementode la conciencia revolucionaria del proletariado. La marcha de los obreroshacia posturas radicales se llev a cabo en la mayora de los casos de forma ele-mental, bajo la presin de las vivencias inmediatas y sin alcanzar rpidamentetodas sus consecuencias ni desvelar todo su contenido.

    Haca falta superar las deficiencias esenciales del movimiento en su faseanterior, principalmente el subdesarrollo terico. As, la interaccin entrereivindicacin econmica y lucha revolucionaria no se realiz paso a paso.De este modo se explica cmo la composicin de las comisiones negociadorasquedase retrasada en relacin al desarrollo de las luchas y ejerciesen siempreun peso decisivo en la direccin de las mismas, en provecho de los sindicatosintroducidos en ellas, y empujando siempre en ese sentido. Las comisionesmixtas se convirtieron en una poderosa arma en manos del contrapeso burgusde las asambleas -los sindicatos-, facilitando a esos enemigos de los trabajado-res una superior organizacin de sus fuerzas. Las comisiones mixtas no podanfuncionar bien porque el acuerdo mutuo entre sus componentes, los delegadosde las asambleas y los representantes de los sindicatos, suplantaba a las decisio-nes mayoritarias de los proletarios reunidos en las asambleas. Con esa frmulabastarda, los obreros asamblearios acudan a la negociacin en minora o almenos con una representatividad recortada, cuando en las fbricas y en la calleeran una mayora aplastante. Sin apreciar convenientemente los trabajadoresen su lucha su propia fuerza, desplazaban por esa va mixta de la negociacinel lugar de decisin de las asambleas a la mesa negociadora, y ayudaban in-conscientemente a transformar la lucha de clases en mera colaboracin con suspatronales. La amenaza que pesaba en los das de huelga sobre los sindicatossi stos se decidan a enfrentarse abiertamente a las huelgas, desapareca. Todolo que tenan que hacer era adaptarse a una situacin que de hecho slo podaevolucionar favorablemente para sus prop