universitaria ADRIANA KAULINO y ANTONIO STECHER (editores) Cartografía de la Psicología contemporánea PLURALISMO Y MODERNIDAD
universitaria
ADRIANA KAULINO y ANTONIO STECHER (editores)
Cartografía de la Psicología contemporánea PLURALISMO Y MODERNIDAD
PRIMERA PARTE
Hacia una cartografía de la psicología contemporánea: claves de orientación
CAPÍTULO 1
Compromiso social y pluralismo. Claves epistemológicas y éticas de la psicología moderna
ADRIANA KAULINO*
Introducción
L a psicología moderna despliega una peculiaridad que la ha diferenciado,
sistemáticamente, de las llamadas ciencias naturales. Mientras los
análisis historiográficos acerca de las ciencias naturales muestran la pre
ponderancia de una lógica de desarrollo hacia la configuración de ciertas unidades
o consensos metodológicos y paradigmáticos, la historia de la psicología devela,
al contrario, la permanente convivencia entre una pluralidad de perspectivas teó
ricas, técnicas y metodológicas que se traduce, a su vez, en un reiterado sentimiento
de crisis del campo disciplinar. Con esta tesis, también estaría de acuerdo Antonio
Caparros, para quien la psicología es una ciencia que "desde sus inicios y de
forma ininterrumpida ha presentado un rasgo que no se da en las ciencias conven
cionales y que es característico de ella: la propia conciencia de crisis" (2004: 11).
Lo que no llega a explicar Caparros son las razones de la existencia e insis
tencia de esta característica del campo de la psicología, es decir, la permanencia
de una pluralidad que, lejos de mostrar signos de desvanecimiento, parece
recrudecer continuamente. De todos modos, no sería adecuado enjuiciar el
texto de Caparros por esta ausencia. Su objetivo era, al final, justificar la tesis
que plantea a la conciencia de crisis como una característica singular de la
psicología. En este sentido, es el mismo autor quien deja abierta la pregunta
por el estatuto científico de la psicología, anticipando, sin embargo, que el
recurso a "la historia, la psicología y la sociología de la psicología, de los
psicólogos y de sus instituciones" sería el más indicado para las investigacio
nes acerca de la psicología y su identidad disciplinaria (Caparros, 2004: 12).
Psicóloga, Universidad Santa IJrsula, Brasil. Magíster en Psicología Social, Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil. Doctor © en Psicología, Universidad de Chile. Profesora y Directora de la Unidad de Postgrado, Facultad de Ciencias Humanas y Educación, Universidad Diego Portales.
ADRIANA KAUMNO Y ANIONIOSTECHER (EDITORES)
No obstante, no es suficiente con el reconocimiento de la conciencia de
crisis para alcanzar, en el campo de la psicología, una suerte de consenso que
asintiera a la pluralidad como un rasgo propio de la identidad de la psicología
moderna. Todo lo contrario. Lo que muchas veces ha sido reforzado, a partir de
esta constatación histórica, es la actitud reiterada por anular a todas las pers
pectivas teóricas, técnicas y metodológicas que no respondan a los cánones
epistemológicos de las ciencias naturales.
De este modo, el giro desde la conciencia de crisis hacia el reconocimiento
de una identidad marcada por la diversidad, requiere de un proyecto volcado a
la legitimación de esta vocación pluralista de la psicología. Proyecto que sen
tará las condiciones de posibilidad para la asunción de una identidad plural
que, lejos de representar una deficiencia a ser superada, ha sido la expresión
de los insoslayables compromisos de la psicología con los contextos socio-
históricos.
En este sentido, el reconocimiento de una identidad plural implica la simul
tánea afirmación de un ámbito de reflexión muchas veces olvidado o evitado
por las formulaciones teóricas y técnicas de la psicología: la reflexión acerca
de las implicancias éticas del saber psicológico. Como lo destaca Drawin, "la
ética es el eje que atraviesa la pluralidad de las teorías científicas de la psico
logía amarrándolas a una praxis que está intrínsecamente vinculada a la
posibilidad de diferentes formas de subjetivación"'.
Por tanto, es en el marco de ese proyecto, orientado a la resignificación y
reinvención histórica de la identidad de la psicología, que se inscriben las tesis
y argumentos que serán desarrollados a continuación y que se ordenan del
siguiente modo:
a. La diversidad del campo de la psicología: perspectivas teóricas,
profesionalización e institucionaiización.
b. La modernidad como condición de posibilidad de la psicología moder
na: la constitución del objeto de la psicología y los compromisos sociales
del saber psicológico.
El fragmento corresponde a una traducción libre del texto de Drawin, C. R. (2003): " O futuro da Pslcologi'a: comprotnisso ético no plural ismo teór ico". En: Bock, A. M. (2003): Psicología e o compromisso social. Editorial Cortez. Sao Paulo.
CARIOGRAFÍA DE lA ['SICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA 1 ^
c. Psicología y epistemología: matrices del pensamiento psicológico y el
escenario filosófico contemporáneo.
d. Ética y pluralismo en psicología; más allá de la prescripción.
1 . Cartografía preliminar de la diversidad: perspectivas teóricas, profesionalización e historia institucional de la psicología moderna
La conciencia de crisis, enfatizada por Caparros, acompaña el desarrollo
histórico de la psicología desde sus albores a mediados del siglo XIX. Sin em
bargo, es posible discriminar, muy esquemáticamente, tres dimensiones en que
se constata la pluralidad de la psicología. Estas dimensiones se refieren a: 1) el
planteamiento y desarrollo de distintas perspectivas teóricas en psicología; 2)
la diferenciación del rol del psicólogo -el académico/científico y el profesio
nal/interventor-, y 3) los procesos de institucionalización.
Las perspectivas teóricas en psicología se han diversificado de una forma
más o menos sistemática desde la fundación del primer laboratorio de psico
logía hasta la actualidad, con los nuevos e impactantes desarrollos científicos
de las neurociencias, las ciencias cognitivas y la farmacología. Asimismo, la
diferenciación interna del campo en subdisciplinas viene a complejizar aun
más la tarea de configuración de una identidad para la psicología. A las ya
tradicionales psicologías social, clínica y educacional, se suman las psicolo
gías económica, política, ecológica y los actuales desarrollos de la psicología
organizacional.
De todos modos, uno de los ejes centrales del debate acerca de la identidad
de la psicología, se refiere a la conceptuaiización de su objeto de estudio y las
perspectivas teórico-metodológicas. En este sentido, es posible registrar por lo
menos tres tendencias:
a) Una primera, se refiere a la diferenciación interna de las distintas tradi
ciones en psicología. Es decir, se comparte el mismo objeto de estudio
pero se constituyen en perspectivas teóricas diversas, donde existe un
cierto grado de disenso respecto a las teorías explicativas y/o compren
sivas y/o con relación a las metodologías adecuadas de investigación.
Se observa la presencia de un consenso con relación a u i a cierta defini
ción del objeto de la psicología - la mente, los procesos cognitivos, los
procesos inconscientes, la conducta, etc.- en que las diferenciaciones
ADRIANA KAULINO YAN'IONIOSTECIHER (FDITORCS)
son de carácter interno. Es al interior de una misma tradición donde se
cotejan distintos desarrollos teóricos y/o metodológicos que se preten
den, muchas veces, superar unos a otros. De este modo, es posible
acompañar las controversias internas a los movimientos de la psicolo
gía, como las que se dieron entre el conductismo y neoconductismo, el
psicoanálisis y sus variaciones, las propuestas humanistas existencialistas
y las fenomenológicas, las distintas perspectivas de las psicologías
cognitivistas, etc.
b) Una segunda tendencia apunta hacia una diversidad de perspectivas
respecto a la definición del objeto y a propuestas teóricas que, no obs
tante, tienen en común el reconocimiento del carácter científico de la
psicología. En este sentido, se tratan de tradiciones diversas como la
psicología de la conducta, las ciencias cognitivas e incluso algunos en
foques del propio psicoanálisis que, volcados a objetos distintos, aspiran
al desarrollo y fortalecimiento de la psicología como ciencia. Procuran,
entonces, seguir a los cánones epistemológicos y metodológicos de la
investigación y formulación lógica de las ciencias naturales.
c) Una tercera tendencia se destaca por la diferenciación relativa tanto a
la conceptualización del objeto de la psicología, como a los supuestos
epistemológicos y alternativas teórico-metodológicas. Lo que se produ
ce acá es una suerte de diferenciación entre propuestas que suelen ser
muy críticas unas con las otras, pues no conjugan los mismos supuestos
ya sean epistemológicos o teórico-metodológicos. En estos casos, las
discrepancias entre estas perspectivas son más evidentes. Basta con re
cordar a la controversia entre ciertos planteamientos psicoanalíticos de
orientación lacaniana y algunas de las propuestas de la psicología hu-
manista-existencial durante los años 60 o entre estas últimas y el llamado
neoconductismo durante más o menos el mismo período.
El esquema anterior tiene la ventaja de brindar un bosquejo muy preliminar
y, desde luego, muy descriptivo de, por lo menos, tres configuraciones en las que
se puede constatar tanto la convivencia y el diálogo, como la confrontación y la
disputa entre las diferentes perspectivas teórico-metodológicas en psicología.
Ahora bien, una segunda dimensión de la identidad pluralista de la psicolo
gía puede ser representada por el proceso de profesionalización o diferenciación
CAKIOCIKAFÍAF» lAPblUJIOGiACONTFMI'ORÁNFA '] 'J
del rol del psicólogo. Son característicos de este momento, los años de emergen
cia y consolidación de la psicología aplicada y la psicología clínica en EE.UU.
Apelando al ejemplo norteamericano, es posible afirmar que la psicología
ha surgido en este país como una ciencia académica volcada a la investiga
ción, y fue, paulatinamente, diferenciándose internamente con el aparecimiento
del psicólogo experto en aplicación de tests psicológicos y la posterior emer
gencia y consolidación del rol del psicólogo clínico. Asimismo, el proceso de
profesionalización del psicólogo ha correspondido a una intensa difusión y po
pularización de la psicología. En este sentido, fueron la psicología aplicada y
clínica las grandes promotoras y los baluartes de la psicología durante el proce
so de reconocimiento social de sus teorías y técnicas de intervención.
Además, a la profesionalización del rol del psicólogo corresponden, de
una forma más o menos simultánea, los cambios y desarrollos a nivel
institucional. Es decir, las nuevas funciones del psicólogo como interventor
forzaron a una reestructuración de las instituciones establecidas y/o dieron
origen a nuevas organizaciones gremiales. El caso de la A.P.A. es un buen
ejemplo de los avatares institucionales de la psicología. La A.P.A. presenta
ba, en sus primeras décadas de funcionamiento, un carácter neta y casi
exclusivamente académico-científico. Sin embargo, si a mediados de los años
40 eran los psicólogos profesionales los que necesitaban reivindicar una aso
ciación que representara y apoyara sus intereses, a fines de los 80 la situación
ya se había invertido. En el año 1985, solo un 33% de los miembros de la
A.P.A. eran académico-científicos, mientras que la cifra de ios años 40 había
alcanzado el 70%^
Todo lo anterior se relaciona con las demandas de los diversos contextos
socio-históricos que posibilitaron la emergencia, proliferación y consolidación
de la psicología aplicada. No obstante, la psicología como ciencia socialmen-
te reconocida, durante su proceso de difusión y afianzamiento, se constituirá
como un referente técnico-discursivo para: a) la configuración de las identida
des sociales e individuales; b) la explicación y comprensión de los fenómenos
humanos en general y c) la orientación de la acción en ambas esferas de la
vida, la pública y la privada.
Para una breve y aclaradora reseña de la historia institucional de la A.P.A. ver la 6-edición de: Leahey, T, (2005): Historia de la Psicología. Pearson-Prentice Hall. Madrid.
ADRIAN,-\ KAULINO Y ANIONIOSTECHCK (PDIFORES)
En otros términos, la psicología ha desarrollado el poc/er performativo de
constituir realidades, tanto individuales como sociales. En este sentido, se pue
de afirmar que la psicología ha sido un saber práctico-discursivo determinante
de los contextos sociohistóricos contemporáneos^ para los cuales la dimensión
psicológica se ha transformado en una suerte de referente trascendental secu
lar. Conceptos como yo, self, personalidad, carácter, sexualidady deseo, remiten
a una realidad individual que debe ser descubierta, develada y reconocida
como lo propio del uno mismo individual''.
Ahora bien, una mejor comprensión de estos interconectados ámbitos pro
pios del campo de la psicología -e l teórico, el rol profesional y el institucional-
requiere que se relacionen el nacimiento y desarrollo de la psicología moderna
con el horizonte histórico y normativo de la Modernidad occidental. Conse
cuentemente, a continuación se presentan algunas de las afinidades entre
Modernidad y Psicología que son imprescindibles para el planteamiento de un
proyecto que aboga por el carácter pluralista de la psicología.
El término contemporáneo no es homólogo al concepto de actualidad. Es posible, incluso, sospechar de un cierto debilitamiento del poder del discurso psicológico para configurar lo real en ciertas sociedades actuales. Del mismo modo, no se puede identificar la Historia Contemporánea con la actual idad. Es conveniente separar lo ahora de lo contemporáneo, que se relaciona con lo más cercano pero en dimensiones propiamente históricas. En términos más precisos, acá el sentido de contemporáneo se refiere al período designado por Eric Hobsbawm como la Era de los Extremos, es decir, al corto siglo XX que corresponde al período entre 1914 y 1991. Ver: Hobsbawm, Eric (1995): Era dos Extremos: o breve sécula XX. Editorial Companhia das Letras. Sao Paulo (hay edic ión en castellano).
Para profundizar este argumento acerca de la conversión de lo psicológico en un nuevo trascendente bajo la figura del yo y sus variaciones, ver los trabajos de: SALEN, Tania. "A despossessao subjetiva - Dos paradoxos do individualismo". En: Revista Brasileira de Ciencias Saciáis, n 18, año 7. Río de Janeiro, 1992. RUSSO, jane. " Ind i v iduo e transcendencia: A lgunas reflexóes sobre as modernas religioes do eu" . Trabajo presentado en el seminario "A religiao e a questao do sujeito no ocidente", promovido por el Centro Joao XXIII de Investiga^ao Social, Paulo de Frontín, 1993. De la misma autora: "Os tres sujeitos da psiquiatría". Revista Cadernos do IPUB, N 8. Río de Janeiro, 1997. DUARTE, Luis Fernando. " O culto do eu no templo da razao". En: Tres ensaios sobre Pessoa e Modernidade. Boletim do Museu Nacional, n 4 1 . Río de Janeiro, 1983. Del mismo autor: "A análise da pessoa moderna pela historia e etnografía dos saberes psicológicos". Revista Cadernos da IPUB, N 8. Río de Janeiro, 1997.
CAIÍT(X;RAf ¡A DE I A I'SICOI OCIA CONTEMPORÁNEA 1 9
2. Psicología y Modernidad: la subjetividad moderna en crisis y los compromisos sociales de la psicología
La Modernidad representa la condición de posibilidad para el surgimiento
de la psicología como ciencia y disciplina. Esta tesis ha recibido en las últimas
décadas un apoyo creciente no sólo de los historiadores sino de aquellos psicó
logos que suelen reflexionar sobre su propio campo disciplinar. Asimismo, el
debate en torno a la Modernidad ha logrado ocupar un lugar destacado en el
escenario de las ciencias sociales y humanas desde fines de los años 80 y no
sería nada prudente darlo por superado. Sin embargo, para efectos del argu
mento que procura legitimar la pluralidad como lo propio de la psicología,
bastará con enfatizar la relación entre dos de los rasgos más significativos de la
Modernidad: la singular preocupación por el sentido del mundo y las cosas, y
la constitución de la subjetividad privatizada.
La búsqueda de sentido es un sello característico de la Modernidad. Aunque
la indagación por el sentido no estuviera ausente del pensamiento antiguo y
medieval, en la Modernidad éste adquiere un carácter inapelable, abriéndose
a múltiples posibilidades de invención y reinvención. Esta explosión de los
sentidos se vincula a un aspecto muy original de las sociedades modernas, es
decir, el de corresponder al paso de un orden revelado a un orden producido^. El
sentido en la modernidad estaría ligado, entonces, a una tarea de legitimación
y validación de su propia normatividad''. Esta nueva situación histórica coloca
al hombre y el tema de la libertad en el centro del mundo.
Es en este escenario que las teorías del conocimiento sufren transformacio
nes radicales, asumiendo parte de la tarea moderna de construcción y
legitimación de los sentidos. De este modo, el conocimiento humano se adju
dica la labor de asignación autónoma de sentidos al mundo. Asimismo, la
Modernidad ha correspondido a una creciente expansión de las ambigüedades^
Gauchet, MarceL Le desenchantement du monde. Ediciones Gal l imard. París, 1985, págs. 32 y ss. Para una mayor discusión sobre el problema de la autolegitimación de la modernidad ver l-Habermas, Jürgen. "A consciencia de época da modernidad e a sua necessidade de autocertifica^áo". En: O discurso filosófico da modernidade. Pubiica^oes Dom Quixote. Lisboa, 1990, págs. 13-32 (existe versión en castellano). Bauman, Zygmunt. Modernidade e ambivalencia. Jorge Zahar Editores. Río de Janeiro, 1999.
ADRIAM"\ KAUI IN() Y ANIONIOSTFCHEK (FUIIORIS)
y la crítica. De ahí que a las teorías modernas del conocimiento se les presen
tara una doble, y muchas veces irreconciliable, misión: la de asignar sentidos y
buscar certezas para enfrentarse a las indeterminaciones de la modernidad y
del sujeto moderno".
Las indeterminaciones o falta de referencias trascendentales son aspectos
hacia los que convergen algunos de los análisis sociológicos clásicos de la
Modernidad. Quizás éste sea uno de los pocos consensos con relación a la
Modernidad: el caracterizarla como una época y una forma de organización
social en la que se experimenta un progresivo desvanecimiento de las relacio
nes sociales y los valores tradicionales, una secularización del mundo y una
paulatina racionalización de las acciones sociales. Así, las sociedades moder
nas deben sacar normatividad desde sí mismas y autolegitimarse desde referentes
propiamente humanos.
Ahora bien, la jerarquía en las sociedades tradicionales establece lazos de
integración donde la preeminencia del grupo sobre el individuo es determinan
te. Es decir, en las sociedades tradicionales las diferencias son previamente
localizadas en la estructura social y la rigidez, jerarquía y trascendencia remi
ten a una cierta configuración de valores sociales en la que la persona, por
tanto, es significada por el todo social.
Serán los cambios en esta configuración totalizadora de valores los que
marcarán la emergencia de la subjetividad moderna que se define, fundamen
talmente, por su carácter privado. La secularización, el desencantamiento del
mundo y la pérdida de trascendencia propios de los procesos de Modernidad
son, entonces, algunas de las condiciones de posibilidad para el aparecimiento
de la noción moderna de sujeto. El despuntar del sujeto jurídico señor de si,
libre y poseedor de derechos inalienables, fue posible en un mundo en que se
incrementaron los procesos de interiorización que van a constituir una dimen
sión específica del sujeto moderno: la dimensión psicológica referida a la intimidad
y privacidad interiores y propias de cada individuo''. Así, desde este espacio
Ver al respecto Habermas, Jürgen. Pensamiento postmetatísico. Editorial Taurus. Madrid, 1990. Sobre este tema ver: Rlcoeur, Paul (1976): Introducción a la simbólica del mal. Ediciones Megápolis. Buenos Aires. Ricouer considera que este proceso de interiorización es el que marca el paso de una ética trágica a una ética fundada en la conciencia moral moderna. En sentidos similares y a la vez distintos, ver los planteamientos de Elias, Norbert (1987):
(continúa en la página siguiente)
CARIOGRAHiAOt LA l'SKOiOGÍA CONTEMPORÁNEA 2 1
de interioridad, intimidad y autenticidad individual, se constituirá una repre
sentación de persona referida al individuo y una concepción de subjetividad
anclada en la experiencia y los procesos privados tales como la conciencia,
los sentimientos y emociones íntimas, la biografía personal, los propios de
seos y vocaciones"'.
El proceso que Figueiredo (2002a) ha llamado consolidación de la subjetivi
dad privatizada, tiene en el siglo XVIil un momento de inflexión en que los
valores que orientaban la acción de las personas pasan a estar referidos al
mundo privado e ínt imo".
Durante todo el siglo XVIII lo que se va gestando es una representación
de persona caracterizada por el protagonismo de los valores y característi
cas propias del mundo privado. Es decir, a partir del siglo XVIII las acciones
de las personas serán gradualmente "modeladas" por los criterios que defi
nen lo propiamente íntimo y privado: los sentimientos, las emociones y la
conciencia que hacen de cada individuo un sujeto único, diferenciado e
intransferible.
El proceso de la civilización. Editorial Fondo de Cultura Económica, Madrid. Ricoeur, Paul (1982): Finitud y Culpabilidad. Editorial Taurus, Madr id. Taylor, Charles (1996): Fuentes del yo: la constnicción de la identidad moderna. Editorial Paidós, Barcelona. Scnnctt, Richard (1988): O dcciínio do homem público: as tiranías da intimidada. Editorial Companhia das Letras, Sao Paulo.
Aunque la historia del Sujeto Moderno, con sus múltiples refracciones (sujeto moral , sujeto de la razón, sujeto epistemológico y sujeto psicológico), remonta a la tradición cristiana y los renacimientos europeos, la subjetividad privatizada encuentra en el siglo XVIII los movimientos históricos claves para su configuración propiamente moderna. Es en este sentido que las Revoluciones Francesa e Industrial, la Reforma Protestante y la Ilustración, en sus versiones más disímiles, son centrales para la comprensión histórica de este largo proceso de constitución de una subjetividad que es, todavía, la representac ión v igente y dominan te de la persona moderna . Sobre el largo proceso de subjetivación, ver: Figueiredo, L.C. (2002): A invenfao do psicológico: quatro sáculos de subjetivafao: 1500-1900. Editorial Escuta, Sao Paulo.
Este no es un proceso lineal como lo presentan Figueiredo y Sennett, sino que dialéctico, porque también se puede decir que el resplandor de lo público es una de las principales características del proyecto moderno y de las sociedades modernas. El ambiguo diagnóstico de Hannah Arendt sobre la Modernidad expresa su reconocimiento del despliegue de lo públ ico en las sociedades modernas y de su permanente riesgo de desvanecimiento. Asimismo, individuo y sociedad se refieren a una totalidad dialéctica en que sólo es posible encontrar individuos en relaciones sociales o, dicho de otro modo, los procesos de individual ización se dan anclados en lazos sociales. Sobre el concepto de lo público en Arendt ver: Hi lb, Claudia (1994): El resplandor de lo público: en torno a hiannah Arendt. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.
ADRIAN/\ KAULINO Y ANTONIO STECHER (EDITORES)
Dicho de otro modo, las conductas en el espacio público son positivamente
valoradas cuando expresan los valores de la privacidad: autenticidad, sinceri
dad y expresión de los sentimientos y pensamientos que representan lo más
propio de cada uno'^ Estos valores, consagrados por el siglo XVIII, se han ex
tendido, intensificado y tematizado durante los siglos XIX y XX. Aunque el
debate en torno a la superación de la Modernidad plantee la obsolescencia de
la noción de sujeto moderno, sería muy apresurado el darse por agotada una
representación de subjetividad caracterizada por el mirarse hacia sí misma y a
considerar a cada uno como individuo particular que alberga una verdad inte
rior, una biografía e historia de vida y unos proyectos de futuro que le confieren
una autenticidad y autonomía inspiradas, manifiestamente, por el horizonte
normativo y ético de la Modernidad.
No obstante, lo anterior no implica abstenerse de la crítica a esta noción de
subjetividad o a los percances históricos que han solicitado y, a la vez, obsta
culizado el desarrollo de una noción ilustrada o moderna de sujeto. En este
sentido, la subjetividad moderna privatizada, orientada por los ideales ilustra
dos y románticos'^ ha sido sistemáticamente traicionada por los contextos
históricos y sociales de los últimos dos siglos. En nombre de la libertad y auten
ticidad se han justificado las mayores atrocidades de la histona de la humanidad.
Una barbarie que expresa, entre otras, una tensión profunda entre el ideal
de libertad individual y las demandas de control social. Apenas se esbozaron
Indudablemente, entre los ideales de la Revolución Francesa, la Reforma Protestante y las variadas versiones de la Ilustración, se encuentran los valores y dispositivos que han representado un innegable asidero para la concepción de la subjet iv idad moderna pr ivat izada. Los ideales de l ibertad personal y de los pueblos, la va lorac ión de la autonomía respecto a la tradición, la internalización e individualización de la responsabilidad moral mediada por la conciencia y el ju ic io interno de cada uno, el devenir individual y social como posibilidades de autodesarrollo y autorealización, son algunas ejemplos de cómo ciertos procesos históricos conllevan transformaciones que trascienden al contexto de su inmediatez.
El movimiento romántico representa la otra faz de la Ilustración. Aunque haya significado, en general, una crítica a la racionalidad planteada por algunas perspectivas de la(s) llustración(es), no sería adecuado designar al Romanticismo como un movimiento contrario a la Modernidad, como lo hace Michael Lowy en Lowy, Michael y Sayre, Robert (1995): Revolta e Melancolía: o romantismo na contramao da modernidade. Editorial Vozes, Petrópolis. Hay que recordar que muchos autores posteriormente clasificados como románticos, ejercieron con sus obras lo más preciado de la Ilustración: la crítica y la reflexividad como dispositivos de emancipación de aquellas tradiciones que convocan a la adhesión y no a la libre elección.
CARIOCKAI'ÍA nc LA PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA 2 3
los rasgos de la subjetividad moderna, se tornaron evidentes las contradiccio
nes a las que estaría sometida.
Es en el marco de estas tensiones o contradicciones que se configura el
objeto propio de la psicología. Así, el objeto de la psicología, todavía siguien
do a Figueiredo, no se refiere tanto a la subjetividad moderna sino que a su
crisis. Crisis derivada del derrocamiento de una ilusión: la de pensar que los
sujetos son libres y autónomos. El saber psicológico se constituye a partir de un
espacio de ignorancia acerca de la experiencia subjetiva, espacio configurado
y delimitado, sin embargo, por ios discursos liberal, romántico y de control
social que intentan dar cuenta de aquello que marca, fundamentalmente, la
diferencia del sujeto moderno: la libertad y autonomía individuales. La psico
logía emerge en un escenario que exhorta a la reconciliación entre los nuevos
ideales individuales de libertad y los contextos de producción industrial, convi
vencia ciudadana y constitución y consolidación de los Estados Nacionales.
En última instancia, la subjetividad privatizada -singular y libre para crear,
elegir valores y producir los bienes materiales y simbólicos como son los de la
propia ciencia- debe ser controlada a través de distintas estrategias educacio
nales, médicas, jurídicas y, desde luego, psicológicas. El gran desafío está en
compatibilizar la doble demanda por orden social y libertad individual, aun
que no sea adecuado homologar el orden social a las formas de control social.
Un desafío que corresponde a la tensión entre autonomía y control que es
constitutiva del proyecto de la Modernidad"'.
De todos modos, la crisis de la subjetividad moderna termina por plantear a
la psicología la siguiente paradoja: al constituirse como un saber sobre lo pro
piamente subjetivo - la experiencia subjetiva singular, intransferible y única de
cada uno- la psicología renunciaría al carácter nomotético del saber científi
co; y al emprender el esfuerzo por alcanzar el estatuto científico con teorías
que explican las regularidades psíquicas y conductuales, la psicología pagaría
el precio de desistir de la propia subjetividad como su "objeto" de estudio
(Figueiredo; 2002b). Una paradoja que se observa en la aspiración de la psicología
Sobre la autonomía y control como constitutivos del proyecto moderno ver: Castoriadis, Cornelius (1990): El mundo fragmentado. Editorial Altamira, Buenos Aires, y Larraín, Jorge (2005): ¿América Latina moderna^ Globalización e Identidad. LOM Ediciones. Santiago de Chile.
ADHIAMÍX KAUÍINÜ Y ANTONIO STECHIS (EDITORES)
por establecerse como saber autónomo, diferenciado de las otras ciencias so
ciales, humanas y naturales. Consecuentemente, para alcanzar la autonomía
respecto a los otros saberes, la psicología podría plantearse como objeto propio
a la experiencia subjetiva que no se somete a las leyes de regularidad científi
ca. Pero al hacerlo, conquistando de este modo su autonomía por medio de un
objeto que le es exclusivo, la psicología se invalidaría como ciencia pues este
objeto no sería susceptible al control científico. Por otro lado, si la psicología
optara por operar con los criterios de las ciencias naturales, terminaría compro
metiendo su autonomía pues su objeto pasaría a fluctuar, en el mejor de los
casos, en las fronteras con los otros saberes.
Así, según Figueiredo, el objeto de la psicología, "la experiencia subjetiva
de ios individuos, sólo puede ser abordado científicamente si de alguna mane
ra fuese superado; es decir, la psicología está siempre siendo tentada a ir más
allá de la experiencia inmediata para comprenderla y para explicarla y, en
este esfuerzo, es natural que ella se aproxime a otras áreas del saber como la
biología y la sociología" (2002b:54)'\
Dos comentarios respecto a la paradoja planteada por Figueiredo. En primer
lugar, como ya se hizo notar anteriormente, lo propiamente psicológico se ha
constituido, histórica e institucionalmente, como un ámbito diferenciado áe lo
somático y lo biológico. Desde esta perspectiva, la psicología sólo cedería
terreno si la subjetividad -ya sea como un espacio interior e íntimo ya sea
como sujeto activo y l ibre- fuese somatizada o biologizada^^.
En segundo lugar la paradoja que plantea Figueiredo no está libre de controver
sia. Esta dicotomía -que coloca como polos irreconciliables a la subjetividad en
tanto diferencia singularizada versus su regulación por leyes dilucidadas por las
teorías científicas que la homogeneizan- implica una forma específica de conce
bir a la subjetividad. En este sentido, la paradoja sólo adquiere pleno sentido cuando
se refiere a una subjetividad totalizada, es decir, identificada con una libertad y
autonomía absolutas no mediadas por los otros y por las interacciones sociales.
En este sentido, si la conquista de autonomía de la psicología requiriera de
una incondicional renuncia a establecer ciertas regularidades y universalidades
Figueiredo, L. F. (2002). Psicología: una introducción-visión histórica de la psicología como ciencia. Editorial Universidad de Santiago. Santiago de Chile. Ver: Russo, |. (2002). O mundo PSI no Brasil. Editorial Zahar. Río de Janeiro.
CARIOGRAriA [)F I A I'SKOICX.ÍA CONTEMPORÁNEA 2 5
a favor de un conocimiento acerca de las experiencias más propiamente subjeti
vas, está claro que esta autonomía se pagaría con la propia disolución de la
psicología en tanto saber científico socialmente válido. Tal vez fuera más pru
dente y fructífero plantear que el desafío de la psicología consiste en el
enfrentamiento de la tensión propia de la subjetividad moderna: la tensión entre
diferencia e identidad, regularidad y singularidad, libertad y pertenencia social.
Consecuentemente, la psicología está atravesada por esta ineludible ten
sión entre las prácticas sociales-discursivas de emancipación y de control social.
En este sentido, están los que han elegido la homogeneización de las diferen
cias subjetivas -a través de explicaciones científicas que las reducen a
mecanismos y leyes psíquicas ya sean conductuales, existenciales, cognitivas
o inconscientes- y están los que han optado por una defensa a ultranza de la
diferencia y singularidad absolutas. No obstante, una lectura más atenta del
campo de la psicología devela que en su gran mayoría, las alternativas expre
san una suerte de tracción entre estos dos polos, denotando, de este modo, que
los compromisos de la psicología con los contextos socio-históricos son más
matizados de lo que la lógica binaria permite distinguir.
En este mismo sentido, habría que recordar que existen perspectivas que
conceptualizan a la libertad como una conquista humana viabilizada, en últi
ma instancia, por el aumento del control material y del sí mismo. Por tanto, la
relación entre control y libertad no se restringe a unas interpretaciones
dicotómicas y binarias que terminan por ofrecer lecturas muy obtusas de las
dinámicas socio-históricas en las que las psicologías se han visto implicadas.
En otras palabras, cuando son referidas a la tensión entre libertad individual
y orden social, las psicologías mantienen relaciones mucho más ambiguas con
las prácticas de control y con las de emancipación, que unos contratos exclu
sivos con unas o con otras. Lo anterior favorece a la defensa de la vocación
pluralista de la psicología pues reitera el carácter, también matizado y diverso,
de sus respuestas a las demandas sociales e individuales en contextos históri
cos determinados.
Mantenidas algunas precauciones, para no borrar los tonos que confieren a
la psicología su carácter pluralista, habría que reconocer que el tema relativo
a los compromisos sociales de la psicología ha suscitado importantes contro
versias. Desde luego que no son controversias exclusivas de la psicología sino
ADRIANA KAULINÜ Y ANTONIO STECHER (FDHORES)
que se extienden a las ciencias sociales y humanas en general. Sin embargo, este
debate en torno a los vínculos entre pensamiento, ciencia y sociedad se habría
tempranamente instalado en el campo de la reflexión filosófica en general y en
el ámbito de la epistemología, en particular. De este modo, una comprensión
más compleja de las relaciones de compromiso entre psicología y sociedad re
quiere de un ejercicio de reconocimiento, aunque preliminar, de la diversidad
epistemológica que fundamenta a la pluralidad del campo de la psicología.
3. Psicología y Epistemología: matrices del pensamiento psicológico y el escenario filosófico contemporáneo
La reflexión acerca de las posibles relaciones entre ciencia, pensamiento y
sociedad tuvo como uno de sus primeros escenarios de confrontación el campo
filosófico-epistemológico. El debate a nivel filosófico habría convocado, por
un lado, a los defensores de una lógica científica heredera de la tradición
positivista y por otro, a los que responsabilizaban a las teorías y metodologías
de las ciencias naturales-positivistas, por el predominio de una razón instru
mental-calculadora exclusivamente orientada hacia el dominio de la naturaleza,
las sociedades y los individuos.
A esta antigua controversia, que data de fines del siglo XIX e inicios del
siglo XX, se involucraron las posiciones filosóficas críticas y/o alternativas al
positivismo como fueron la hermenéutica (desde Dilthey hasta Heidegger), la
perspectiva v^íeberiana-marxista-freudiana de la escuela de Frankfurt, la
fenomenología de Husserl y los herederos de Nietzsche. Las alternativas al
positivismo, además de denunciar la función manipuladora e ideológica de la
lógica científica, procuraron ofrecer salidas para el malestar de la subjetividad
y del pensamiento occidental moderno. Gran parte de la diversidad del pensa
miento filosófico de inicio del siglo XX se caracterizaba, entonces, por sus
críticas al positivismo y las alternativas trazadas giraban en torno a: 1) una
ontología que recuperaba el sentido del ser y, por ende, de las tradiciones; 2)
una crítica radical de las ideologías que identificaba a la razón instrumental y
la cultura de masas como subsidiarias de una barbarie que no era más que la
otra faz de la civil ización; y 3) un rescate del sentido de lo humano desde el
mundo de la vida intersubjetivamente compartido.
Además, las propuestas filosóficas del siglo pasado se han diversificado y mul
tiplicado y a partir de algunas de sus tendencias surgieron tanto las perspectivas
CAR i I ¡GRAFÍA DE IAI'SICOLOCÍACONIEMPORÁNFA 2 7
filosóficas que mantienen actualmente a los neopositivismos bajo crítica, como
las filosofías que dilatando la crítica, alcanzaron a la propia modernidad y
abrieron paso a las filosofías de temp/epostmoderno. Por otra parte, el positivis
mo de inicio del siglo XX se ha transmutado y dado origen a diferentes propuestas
filosóficas neopositivistas y desde el neopositivismo y la filosofía analítica, se
ha desarrollado una variedad de alternativas postpositivistas o postempiristas'^.
Ahora bien, en medio de la indudable complejidad que ha asumido la fi lo
sofía contemporánea, es posible plantear unos criterios de reconocimiento del
carácter moderno de las distintas propuestas filosóficas. Según Jürgen Habermas
(1990:14), cuatro son los motivos del pensamiento filosófico moderno y que
caracterizan su ruptura con la tradición filosófica metafísica: a) su carácter
postmetafísico; b) el giro lingüístico; c) la inversión del primado de la teoría
sobre la praxis y; d) el carácter situado de la razón.
Estos serían los motivos que, según Habermas, impulsan al pensamiento
filosófico moderno. La renuncia a la metafísica significa el reconocimiento de
que no existe un lugar privilegiado desde el cual conocer la realidad o la
verdad sino que todo conocimiento es falible e históricamente situado. En este
sentido, la razón misma es histórica y se constituye en y como praxis social.
Asimismo, la conciencia humana ha perdido centralidad como concepto expli
cativo y es sustituida por el lenguaje como fundamento de toda filosofía
poslmetafísica. Finalmente, a lo que renuncia el pensamiento postmetafísico
es a la omnicomprensión que es propia de la búsqueda metafísica de una uni
dad explicativa primera o última de toda realidad.
Si bien es cierto que uno de los intereses de Habermas consiste en argumen
tar a favor de una filosofía que, reconociendo su carácter postmetafísico, siguiera
existiendo como una forma de racionalidad diferenciada y particular, también
El debate de la epistemología contemporánea implica una complejidad que, claramente, no caracterizaba al escenario de surgimiento y af ianzamiento de la psicología moderna. En la actualidad, la situación es muy distinta, siendo la propia psicología en tanto ciencia empír ica, uno de los referentes para las investigaciones y la reflexión fi losófica acerca del conocimiento. El campo f i losófico-epistemológico contemporáneo, además de las tradiciones de la fiermenéutica, la filosofía analítica, el racionalismo crítico, la teoría crítica y el postestructuralismo, está conformado por otras corrientes como el pragmatismo postempirista (Quine, Hanson y Davidson), el postposit ivismo (Kuhn, Feyerabend, Lakatos y Laudan) y el desarrollo de una epistemología sistémico-estructural que ha dado paso a distintas líneas de trabajo, entre ellas, la epistemología de la complej idad.
ADRIANA KAULINO Y ANTONIO STECHER (EDITORES)
es cierto que los motivos mencionados pueden configurarse como referencia
para la identificación del carácter más o menos metafi'sico de los fundamentos
epistemológicos de las psicologías contemporáneas. De este modo, los motivos
del pensamiento postmetafísico podrían reforzar el carácter crítico del concep
to de matrices del pensamiento psicológico planteado por Figueiredo (2000)"*.
Con el concepto de matriz del pensamiento psicológico, Figueiredo or
dena y exp i ic i ta los fundamentos f i losóf ico-ep is temológ icos de las
psicologías, identificando la relación entre las alternativas epistemológicas
y las distintas posiciones de las psicologías respecto a la tensión constituti
va de la subjetividad moderna. En este sentido, los motivos del pensamiento
postmetafísico planteados por Habermas se sumarían a este loable ejercicio
crítico de Figueiredo que vincula los fundamentos epistemológicos con cier
tas opciones, en última instancia, éticas respecto al sujeto y la subjetividad
moderna.
Según Figueiredo, el concepto de matriz es adecuado para ordenar el cam
po plural de la psicología moderna, evitando las lógicas historicistas y positivistas
que ignoran las obligaciones incompatibles con que está comprometida la psi
cología moderna. Estas discordancias internas al campo reproducen "en el plan
teórico la.ambigüedad de la posición de su objeto: el sujeto dominador y domi
nado; el individuo liberado y reprimido" (2000: 26). De este modo, el concepto
de matriz podría acercarse más adecuadamente a este "compiejo de relacio
nes sincrónicas, caracterizadas por el antagonismo ente diversas orientaciones
intelectuales irreductibles unas a las otras [iluminando] el significado de estas
doctrinas en el contexto de los conjuntos culturales del que participan y sus
relaciones con el proyecto autocontradictorio de constitución de la psicología
como ciencia independiente" (2000: 26).
De acuerdo a las investigaciones de Figueiredo, el campo de la psicología
moderna podría entenderse a partir de dos grandes matrices: la matriz
cientificista y las matrices romántica y postromántica. Estas dos matrices, a su
vez, se subdividen internamente en otras submatrices. Por un lado, la matriz
cientificista se subdivide en: a) matriz nomotética y cuantificadora; b) matriz
atomicista y mecanicista y; c) matriz funcionalista y organicista. Por otro lado.
Figueiredo, Luis Claudio (2000): Matrices do pensamiento psicológico. Editorial Vozes, Petrópolis, Brasil.
CAR I (KiKAríA i ir i A I'SICOI XJGÍA CONI (MHÍ )RÁNEA 2 9
la matriz romántica y postromántica se subdivide en: a) matriz vitalista y natu-
rista y; b) matrices comprensivas.
Si bien es cierto que estas subdivisiones son iluminadoras de ciertas oposi
ciones que configuran el campo de la psicología de la mayor parte del siglo
XX, en las últimas décadas se ha asistido a diversos intentos de combinarlas
entre sí. Sin embargo, estas propuestas de complementariedad terminan, mu
chas veces, por ocultar las contradicciones constitutivas de la psicología moderna
en nombre de un eclecticismo tranquilizador''*. En términos habermasianos,
estas tentativas vuelven a introducir, muchas veces y sorprendentemente, la
aspiración metafísica de omnicomprensión y de alcanzar una unidad explica
tiva totalizadora.
Ahora bien, ¿cuáles son las características internas de cada matriz y submatriz
del pensamiento psicológico y cómo se vinculan con las principales tradicio
nes de la psicología moderna? El esquema presentado a continuación, es una
síntesis de los argumentos de Luis Claudio Figueiredo (2000) que permite un
acercamiento a la pluralidad epistemológica de la psicología moderna. Sin
embargo, como todo esquema, es limitado, precario y hay que tener siempre
claro que todo pensamiento esquemático corre, inevitablemente, riesgos de
reducir la complejidad de los fenómenos y ocultar matices que son.esenciales
para la profundización teórica.
Habría que analizar cada caso en particular, de las tentativas de integración entre ciencia y filosofía o entre ciencias naturales y ciencias del espíritu. Como ya se mencionó en la nota 17, el escenario contemporáneo muestra una tendencia hacia la convergencia que matiza esta división propuesta por Figueiredo entre matrices cientificistas y románticas y postrománticas. Sin embargo, esta tendencia también está marcada por la diversidad en que la convergencia puede darse a través de un diálogo que no propone la integración hasta propuestas más radicales de uni f icación como el que propone Morin con el concepto de metasistcma abierto. La actualidad de este debate es central para la psicología, pues implica distintas consecuencias el asumir una perspectiva más o menos integradora de las diferencias. No obstante, éste no era el escenario de conformación y validación social de la psicología moderna, por tanto, el esquema de Figueiredo sigue siendo i luminador de los pr inc ipa les elementos f i losóf ico-ep is temológ icos configuradores de la pluralidad de la psicología moderna.
AlíHIANA KAUL INO Y A N T O N I O STECHCR (EDirOKES)
Tabla 1. Matrices del pensamiento psicológico (Figueiredo)
MATRICES DEL PENSAMIENTO PSICOLÓGICO
MATRICES CIENTIFICISTAS
Son las que definen, según el modelo de las ciencias naturales, los criterios, procedimientos, lógicas y estructura
teórica para las psicologías científicas que comparten la premisa de que existe un orden natural para los
fenómenos psicológicos.
Matriz nomotética y cuantificadora - esta matriz es la que define la lógica y los procedimientos de una práctica teórica como científicamente válida, según los criterios de las ciencias naturales, orientando al investigador en la búsqueda de un orden natural para los fenómenos psicológicos, a través de clasificaciones y leyes generales. Es una matriz en la que se integran todas las propuestas epistemológicas positivistas y neopositivistas.
Matriz atomicista y mecanicista - en realidad, esta matriz estuvo presente en los primordios de la psicología moderna y orienta el investigador en su búsqueda de relaciones deterministas o probabiíísticas, de acuerdo a una n o c i ó n i i nea l y unidireccional de causalidad. La realidad está.constituida por elementos que, combinados, causan mecánicamente los fenómenos complejos. Asimismo, define una temporalidad lineal y homogénea e incompatible con lo imprevisible y la acción transformadora e innovadora de los sujetos.
Matriz f uncionalista y organicista - esta es una matriz que sigue orientando a la psicología científica contemporánea. Ha ejercido un gran poder por su capacidad explicativa de los fenómenos vitales y psicológicos a través de los conceptos
MATRICES ROMÁNTICAS Y
POSTROMÁNTICAS
Son las que definen alternativas al modelo de las ciencias naturales, enfatizando lo específicamente humano que, para ser objeto de conocimiento, requiere de otras
lógicas, procedimientos y estructura teórica.
Matriz vitalista y naturista - esta matriz surge impulsada por una actitud intelectual de rechazo al cientificismo como modelo de conocimiento de la vida y del espíritu. Define la subjetividad en términos vitalistas, como por ejemplo: energía vital, armonía con la naturaleza, unidad integrada entre mente y cuerpo, etc. Explica y orienta las intervenciones en el sentido de potenciar y promover la intuición, las vivencias inmediatas y auténticas, las sensaciones corporales, el flujo de la energía vital y la liberación emocional como expresión de lo propiamente vivo.
Matriz comprensiva - existen tres grandes or ientac iones de la matr iz comprensiva: el historicismo ideográfico, los estructuralismos y la fenomenología. Aunque los est ruc tura l ismos y la fenomenología sean, en rigor, movimientos anti-románticos pues buscan alcanzar el rigor científico a través de la racionalidad, las tres orientaciones comparten y se hacen cargo de una problemática instaurada por el romanticismo: la problemática de la expresión, sus sentidos y significados. Lo que las unifica es la búsqueda de comprensión y/o explicación de la experiencia humana cultural y simbólicamente constituida. La comprensión
CARTOGRAFÍA DE LA CSICOLOGIA CONTEMPORÁNEA .11
de función, estructura y génesis. La temporal idad, el valor y el signif icado encuentran las condiciones de inteligibilidad científica. El conflicto indica un desequilibrio o una patología que perturba la armonía funcional que debe ser restablecida para lograrse una adecuada adaptación.
de los sentidos y significados tiene como horizonte la comunicación y la realidad en las formas simbólicas y/o expresiones de la subjetividad volcadas hacia la comunicación.
El historicismo ideográfico corresponde a las primeras hermenéuticas modernas. Sin embargo, sus límites metodológicos para conocer las experiencias inmediatas dieron paso a la hermenéutica entendida en tanto reconstrucción del sentido a través de la interpretación. Consecuentemente, se introduce la problemática de la verdad acerca de la validez de las interpretaciones como uno de los pr inc ipa les problemas metodológicos de la hermenéutica moderna.
En términos epistemológicos, la matriz cientificista se vincula a la tradición
positivista y neopositivista. En el caso de la matriz nomotética y cuantificadora,
son las exigencias positivistas de buscar teorías universales que diesen cuenta
del orden natural y los requerimientos metodológicos de medic ión y
formalización matemática, los rasgos característicos de las psicologías que se
orientaron por esta matriz. Son los casos de las psicologías experimentales, la
psicometría y la psicología diferencial. En todos estos ejemplos, se trata de
mensurar variables psicológicas, clasificándolas según sus correlaciones o las
diferencias y semejanzas. Esta es una tendencia, por ejemplo, de gran parte de
la psicología inglesa caracterizada por el análisis factorial de la personalidad.
Sin embargo, la noción de matriz busca ir más allá del ámbito exclusivo de la
epistemología e integra, por tanto, los dos modelos explicativos que posibilitaron
la traducción de los fenómenos psicológicos y subjetivos en regularidades some
tidas a determinadas leyes psicológicas. El mecanicismo y el funcionalismo, que
se orientaron por las exigencias epistemológicas del positivismo clásico, del
positivismo lógico y, más recientemente, del racionalismo crítico, fueron mode
los teóricos que permitieron a la psicología un conjunto de explicaciones científicas
de la acción humana. En el caso del mecanicismo, el conductismo clásico de
Watson es paradigmático: la acción humana es el resultado de un estímulo am
biental, es decir, es un movimiento mecánico de respuesta a un estímulo.
ADRIANA KAULINO Y ANTONIO STECHUR (EDIIORES)
Sin embargo, los límites del mecanicismo para explicar los fenómenos vita
les de la evolución que implican la temporalidad, la reproducción y las
diferencias individuales, son superados por el modelo funcionalista que ha sido
un poderoso referente para el desarrollo de la psicología científica. El basarse
en la lógica y presupuestos funcionalistas fue, indudablemente, una de las
principales razones del éxito del conductismo radical de Skinner. En este sen
tido, pareciera más adecuado ajustar la crítica al neoconductismo y reconocer
que la concepción skinneriana de sujeto no es mecanicista sino funcionalista.
Por tanto, no se trata de individuos que responden mecánicamente al ambien
te, sino de organismos activos que tienen una meta: el equilibrio adaptativo y
la evolución de la especie. Desde luego, la fidelidad de Skinner al positivismo
lógico lo obliga a considerar como objeto de conocimiento científico sólo a los
fenómenos observables. Asimismo, son la medición y el control de los fenóme
nos las exigencias metodológicas ineludibles para una psicología científica
como la que aspiraba Skinner con la ciencia de la conducta. Consecuentemen
te, si bien es cierto que para el neoconductismo el hombre no es una máquina
pasiva, su compromiso sigue siendo con el interés que orienta toda ciencia: el
control del objeto. Asimismo, el énfasis en la adaptación ha sido uno de los
focos centrales de crítica al neoconductismo, que reduce las acciones huma
nas a un determinismo ambiental a ultranza.
Ahora bien, desde la matriz funcionalista se han desarrollado otras tradicio
nes teóricas en psicología, como por ejemplo, el constructivismo de Piaget,
algunas tendencias de la psicología sistémica clínica y organizacional y de cier
tas expresiones del cognitivismo. Asimismo, es posible reconocer la presencia
de ciertas lógicas funcionalistas en el modelo explicativo freudiano, representa
das por las nociones de equilibrio energético como meta, de génesis y de
funcionalidad adaptativa de los fenómenos psíquicos, incluso de ios aparente
mente sin sentido o directamente considerados como anormales o patológicos.
No obstante, uno de los aspectos más relevantes de la matriz cientificista
para la psicología se refiere a la concepción de subjetividad que de ella se
desprende. En este sentido, las psicologías que se acercan más o menos a los
criterios de la matriz cientificista, tienden a homogeneizar las diferencias y
singularidades individuales, a rechazar o funcionalizar los conflictos y contra
dicciones y a naturalizar los ámbitos histórico-culturales constitutivos de la
subjetividad.
CARríXKAFÍADE LA l'SICOI OCIA CONIFMPORÁNFA 3 . 3
En términos habermasianos, aunque la psicología científica haya reconoci
do la centralidad del lenguaje, la prioridad de la praxis y la falibilidad del
conocimiento científico, en muchos casos sigue presente la resistencia en aceptar
el carácter históricamente situado e implicado de la razón, y por ende, de sus
teorías y de los propios investigadores^". Lo que sería un rasgo metafísico según
tos planteamientos de Habermas, puede ser leído, según Figueiredo, como el
carácter ideológico de la psicología científica que se orienta por la matriz
cientificista. Para Figueiredo, "el extender el pensamiento nomotético y
cuantificador a todas las formas y niveles de fenómenos psicológicos y
conductuales, sin revelar, por medio de la reflexión crítica, los orígenes socio-
culturales de sus propias posibilidades de existencia, hace que la psicología
científica contribuya a la legitimación de ciertas prácticas sociales y de intere
ses a ellas asociados. Asume, por tanto, sin que ello niegue su carácter científico,
una función ideológica" (2000: 56).
Es precisamente esta crítica a la racionalidad científica e instrumental uno
de los puntos de encuentro entre las diversas perspectivas que se despliegan de
la matriz romántica. El vitalismo y la hermenéutica, de inspiración nítidamen
te romántica, se posicionan no sólo como alternativas sino como críticas que
muestran las implicancias nefastas del dominio de la razón instrumental por
sobre la vida o el ser. Ambas perspectivas, además, tienen como preocupación
la aprehensión de la experiencia o vivencia subjetiva, en oposición a los obje
tivos instrumentales de la lógica y los métodos de las ciencias naturales.
En particular, el vitalismo de Henri Bergson, reconocido por sus plantea
mientos acerca de la evolución creadora, la energía vi tal , la mística y
aprehensión intuitiva de los fenómenos vitales, invita al desarrollo de la facul
tad estética capaz de promover la unión entre individuo y el flujo vital. En este
sentido, aunque Bergson no rechace la razón científica, la considera inadecua
da para la aprehensión de las experiencias subjetivas o espirituales. Por ende.
Esta tendencia ha perdido vigor en las ciencias empíricas a partir de los años sesenta con la devaluación del presupuesto naturalista y el reconocimiento, por parte de las ciencias naturales, de ciertos presupuestos casi idealistas. Reconocimiento expresado tanto por la aceptación neoanalítica y postempirista de que "la observación se encuentra cargada de teoría" como por la visión construccionista de la epistemología sistémico-estructural según la cual "construimos la realidad antes de formar el teatro de nuestras experiencias". D'Agostini, Franca (2000): Analíticos y Continentales: guía de la filosofía de los últimos treinta años. Editorial Cátedra, Madrid.
ADRIAM-X K A U U N O V ANiüNioSiECHtR (FDITORES)
para el vitalismo bergsoniano, es la intuición que, convertida en método, propi
cia la reconciliación con lo inmediato. Como recuerda Gilíes Deleuze, "la intuición
es más bien el movimiento por el que salimos de nuestra propia duración, por el
que nos servimos de nuestra duración para afirmar y reconocer inmediatamente
la existencia de otras duraciones por encima o por debajo de nosotros" (Deleuze;
1996: 31)^'. Así, también para el vitalismo el encuentro con el otro es central.
Quizás no tanto en términos de comunicación sino de aprehensión de la viven
cia de otro, relevando de algún modo la experiencia de la empatia.
Es muy notoria la presencia de las orientaciones vitalistas en algunas pro
puestas psicológicas de lo que se puede llamar el Humanismo romántico. Las
psicologías humanistas, en general, relevan los discursos estetizantes, la pro
mesa y esperanza del encuentro fluido entre sujeto y vida, la mística de la
libertad, el vitalismo energético, la autorrealización y creación individuales,
la liberación de la energía vital y la eliminación de las represiones sociales. Se
presentan, muchas veces, en contra del pensamiento conceptual, valorizando
las experiencias presimbólicas como las más cercanas a la autenticidad o ver
dad de la vivencia personal única e intransferible.
En la estela del romanticismo, los planteamientos vitalistas comparten con
la hermenéutica ontológica de Heidegger, la búsqueda de la verdad y autenti
cidad individual. Son perspectivas que valoran la singularidad subjetiva y la
búsqueda individual de la verdad. Sin embargo, esta búsqueda de autenticidad
es posible porque hay siempre una dimensión que trasciende al individuo; una
totalidad que permite el encuentro individual con su propia verdad. En el
vitalismo, es el reconectarse con el flujo vital; en la hermenéutica, es el abrir
se al sentido del Ser y reconocerse como pertinente a un horizonte configurado
por la tradición.
Ahora bien, según Figueiredo los riesgos ideológicos de los planteamientos
anteriores, consisten en un cierto irracionalismo conformista al que puede dar
paso. Efectivamente, no es inusual encontrar ciertas propuestas psicológicas
que, al enfatizar la autorrealización personal y la liberación de los sentimientos
y de la energía vital, terminan por suponer una armonía entre sociedad e indivi
duo que implicaría en la superación de los conflictos sociales. Dicho de otro
modo, lo ideológico estriba en hacer creer que los conflictos y normas sociales
Deleuze, Gilíes (1996): El bergsonismo. Editorial Cátedra, Madrid.
CAR I OGRAFIA Í)( I A P.SICOI t)GiA CON i EMPORÁNFA 3 5
que constituyen la subjetividad son compatibles con la liberación individual.
Lo curioso consiste en que el punto de partida de las psicologías humanistas es,
precisamente, la crítica a las normas e imposiciones sociales alienantes. Sin
embargo, sus planteamientos han llevado, muchas veces, al irracionalismo
conformista al que alude Figueiredo. Es decir, a una desvaloración de la crítica
racional y transformadora de lo social en nombre de un repliegue hacia sí
mismo en búsqueda de la autorrealización personal. En términos habermasianos,
en estos casos la vuel ta a la metafísica radica en la t o ta l i zac ión
omnicomprensiva ya sea de la dimensión estética, ya sea del propio lenguaje.
Desde luego, las psicologías humanistas se han encargado en las últimas
décadas de superar sus limitaciones. En este sentido, se han tomado distintos
caminos, desde una radicalización de sus principios en búsqueda de experien
cias de orden místico hasta el diálogo con las actuales perspectivas de las ciencias
cognitivas. En el último caso, se busca fortalecer los fundamentos biológicos
por una parte, y el análisis de la dimensión simbólica, por otra, intencionando el
afianzamiento y validación científica de la perspectiva humanista.
Aunque sea controversial el llamar de postrománticas las matrices com
prensivas representadas por la fenomenología y el estructuralismo, su pertinencia
se refiere a marcar una diferencia con las perspectivas anteriores que son,
claramente, contrarias a la racionalidad en general y la científica en particu
lar. Tanto la fenomenología de Husserl como el estructuralismo son intentos
de brindar a las ciencias humanas y sociales, sólidos fundamentos racionales
-teóricos y metodológicos-que las validaran como ciencias objetivas. Si bien
es cierto que ambos reconocen las limitaciones de los métodos de las ciencias
naturales para dar cuenta de los objetos de las ciencias humanas y sociales, es
precisamente la búsqueda de una racionalidad propia a estas ciencias lo que
caracteriza a los esfuerzos tanto del estructuralismo como de la fenomenología.
No obstante, si bien es cierto que ambas perspectivas desarrollan métodos
racionales y rigurosos para las ciencias humanas y sociales, también es cierto
que uno de los motivos que las impulsaron en esta dirección se refiere a una
problemática propiamente romántica: la del significado o sentido de las expre
siones humanas. Es decir, los métodos rigurosos propuestos por la fenomenología
y el estructuralismo permitirían responder a una de las principales problemáticas
planteadas por el historicismo ideográfico o la hermenéutica de Dilthey: el pro
blema de la verdad de la interpretación. Por tanto, el criterio para su inclusión
ADl•!lAN.̂ KAULINO Y ANTONIO STECHER (EDITORES)
como matrices comprensivas, es la centralidad que en estas perspectivas ad
quiere la expresión humana y, por ende, el énfasis en las nociones de
comunicación, sentido, significado y verdad.
En el caso específico de la fenomenología, su influencia ha sido notoria en
las ciencias humanas en general, y en la psicología en particular. Los concep
tos fenomenológicos de intencionalidad, temporalidad y horizonte de conciencia
han aportado a las diferentes orientaciones de las psicologías humanistas, fun
damentos teóricos sólidos para sus modelos conceptuales y sus técnicas de
intervención. El concepto de conciencia intencional permitió la descripción
fenomenológica de las diferentes formas de relación del sujeto con su mundo.
En este sentido, la conciencia es la mediadora entre sujeto y objeto, superando
el problema del introspeccionismo pues no se trata de algo que está en el
interior de la conciencia, sino de la discriminación de la intencionalidad en
sus manifestaciones corporales, conductuales y simbólicas.
Asimismo, la descripción fenomenológica de las formas de temporalidad en
los diferentes modos intencionales (percepción, recuerdo e imaginación) y en
tas diferentes regiones ortológicas, permitirían una aprehensión de la esencia
de las experiencias subjetivas sin la interferencia de prejuicios o interpretacio
nes fundadas en modelos teóricos homogeneizadores de la singularidad de las
personas. Finalmente, el concepto de horizonte se refiere a una potencialidad
implícita desde la cual el objeto adquiere sentido para el sujeto. Así, la des
cripción fenomenológica es capaz de iluminar el significado oculto de las
vivencias, aclarando el horizonte de experiencias virtuales en ellas implicado.
Asimismo, las llamadas fenomenologías regionales -del juego, de la expe
riencia estética, práctica, sagrada y profana, de las relaciones interpersonales y
conductas éticas, etc.- revelarían lo que hay de específico, en cada una de estas
regiones, con relación al sujeto y su mundo, a las formas típicas de temporalidad
y la naturaleza de los horizontes que ahí configuran las vivencias concretas.
Por último, la presencia de la fenomenología en la psicología incluye los
aportes de autores más cercanos al romanticismo, como M. Scheler, y de la
corriente existencialista que tiene como objetivo el análisis y la descripción
de la existencia concreta. Durante gran parte del siglo XX, las principales
expresiones en la psicología de la fenomenología y sus variaciones, se dieron
en la psicopatología de Jaspers, en la analítica existencial de Binswanger
CAK roGRAriA ot: LA csitoiociA CONIFMPORÁNFA 3 7
y en la antipsiquiatría existencial marxista de Cooper y Laing. Asimismo, la
hermenéutica de Heidegger, Ricoeur y Gadamer ha orientado a la psicología
social de Gergen y las lecturas del psicoanálisis de Lorenzer y Habermas.
Según Figueiredo, el caso del psicoanálisis es el más complejo de incluir en
una u otra matriz del pensamiento psicológico. Para este autor, el psicoanálisis
habría logrado una síntesis original entre ambas matrices, pues conjugaría ele
mentos cientificistas y funcionalistas con otros propios de las matrices
comprensivas. Esto porque, junto con la lógica funcionalista, el psicoanálisis
enfatiza la irreductibilidad del conflicto psíquico como el constituyente de la
subjetividad. En este sentido, la noción de conflicto, tan particular al romanti
cismo, es central para la arquitectura teórica psicoanalítica: conflicto entre
individuo y sociedad o entre pulsión y cultura, entre pulsión de vida y pulsión
de muerte o entre Eros y Janatos, y entre las instancias psíquicas del yo, ello y
súperyo. Por tanto, el equilibrio para el psicoanálisis entre cualquiera de estas
instancias es siempre muy precario e inestable, requiriendo un trabajo perma
nente tanto de los sujetos como de la cultura. >
Además, lo que para la lógica estrictamente funcionalista pudiera aparecer
como patológico o amenazante, para el psicoanálisis puede significar una pro
mesa de cambio subjetivo. Si en el Romanticismo todo organismo es una
expresión que debe ser descifrada, la tarea compresiva e interpretativa debe
resaltar a las diferencias, desapareciendo el privilegio del organismo normal
por sobre el anormal. Así, para Figueiredo, el síntoma en psicoanálisis es una
expresividad funcional y parte de la importancia de Freud residiría en la de
mostración de que existe una funcionalidad subyacente a la expresión,
compatibilizando las nociones de forma adaptativa (funcional) con forma ex
presiva (romántica). Finalmente, la centralidad de la interpretación haría del
psicoanálisis una ciencia mediata del sentido, y por ende, antifenomenológica
y que permite, entonces, una lectura estructuralista.
Ahora bien, uno de los límites del concepto de matriz del pensamiento
psicológico, consiste en dejar sin lugar una de las principales tradiciones del
pensamiento filosófico occidental: el marxismo y la teoría crítica. En este sen
tido, la dialéctica desde Hegel hasta la Escuela de Frankfurt, no aparece como
uno de los fundamentos epistemológicos de algunas psicologías modernas, en
particular, aquellas que asumieron la tarea de crítica social. De este modo.
Ai5RiAN,'\ KAUL INO Y A N T O N I O Si ECHCR (EDITOKB)
toda una tradición de la psicología permanece en la opacidad, incluyendo las
tendencias críticas del psicoanálisis, que relevan, particularmente, los funda
mentos dialécticos de los planteamientos teóricos y metodológicos de Freud.
Acaso el develar el movimiento dialéctico presente en la obra freudiana,
permitiría entender que no se trata de una simple combinación entre lo cien
tífico y lo romántico, o entre el positivismo y la hermenéutica. Acaso sería la
dialéctica misma de los fenómenos la que obligaría a Freud a emprender, per
manentemente, estos dobles y muchas veces, contradictorios, movimientos
teóricos. De esta forma, para el psicoanálisis en particular, se suman a los
riesgos metafísicos del positivismo que no reconoce el carácter histórico de la
razón, y a los riesgos de una hermenéutica que totaliza el lenguaje, los peli
gros de una dialéctica que no renuncia alcanzar una síntesis totalizante y
universal. Desde luego, más que una respuesta tajante, lo anterior plantea una
tarea pendiente: el análisis del amplio campo psicoanalítico desde estas cla
ves epistemológicas.
De todos modos, para la crítica, son las implicancias normativas y éticas las
que impulsan una investigación de los fundamentos epistemológicos que carac
terizan al pluralismo de la psicología moderna y contemporánea. Por tanto, el
concepto de matriz sigue siendo, particularmente, eficaz para mostrar las dis
tintas filiaciones epistemológicas de las psicologías según criterios que las sitúan
respecto a ciertas responsabilidades éticas que, muchas veces, no son explicitadas.
Elementos como el control instrumental, la comprensión intuitiva, el entendi
miento dialógico, la emancipación y el estatuto del conflicto y las contradicciones
sociales en las intervenciones y teorías, son iluminadores de los ineludibles
compromisos éticos de la ciencia en general y de las psicologías en particular.
4 . Conclusiones: ética y plural ismo o hacia un más al lá de la
prescripción normativa
La legitimación del proyecto de una psicología pluralista requiere, enton
ces, del reconoc im ien to de la va l idez de las dist intas propuestas
teórico-metodológicas que componen el campo disciplinario de la psicología.
Este reconocimiento implica el identificar los fundamentos epistemológicos
y/o la pertenencia de las diversas perspectivas a las matrices planteadas por
Figueiredo. Asimismo, habría que discriminar los alcances o implicancias éti
co-normativas de estas perspectivas. El pluralismo es justificado una vez que.
C A K I O G R A N A D I : lAI'ÜICOI.CX.lACONTrMPORÁNFA •{•)
examinadas desde una triple dimensión de análisis compuesta por lo histórico,
lo epistemológico y lo ético, cada perspectiva psicológica aclarase la validez
de sus planteamientos sin excluir, por oposición simplista, a otras perspectivas.
Si no es razonable afirmar que la matriz cientificista es más legítima que la
romántica o postromántica, tampoco sería sensato el suponer que está más
justificada una ética liberal que una comunitarista. Es importante para los psi
cólogos, saber analizar y reflexionar permanentemente, acerca de las
imbricaciones entre las teorías y técnicas con las que trabaja y los plantea
mientos éticos que configuran el debate social sobre lo justo e injusto, el bien
y el mal, lo correcto e incorrecto respecto a las normas y las conductas mora
les. Es en este diálogo que se legitiman y justifican las acciones pues, en las
sociedades modernas se ha renunciado, también en el ámbito de la ética, a la
fundamentación metafísica y última de las decisiones morales.
Ahora bien, históricamente, es posible alinear las distintas tradiciones de la
psicología con por lo menos tres grandes marcos discursivos que se configura
ron en el siglo XIX: los discursos del liberalismo, el utilitarismo y el romanticismo
(Figueiredo, 2002). Cada una de estas prácticas discursivas implica distintos
posicionamientos éticos con relación al horizonte normativo de la modernidad
comprometido con la libertad, la igualdad y la fraternidad^^ Dicho en términos
más actuales, con la autonomía, la justicia y la solidaridad. Aunque no sea
prudente situar, de forma exclusiva, las tradiciones psicológicas al interior de
uno de estos discursos, sí es.iluminador mostrar cómo las distintas psicologías
se acercan más o menos a cada uno de ellos o se sitúan en la tensión existente
entre ellos. Este análisis requiere el trabajar con el propio objeto de origen de
la psicología moderna: la subjetividad privatizada.
El campo discursivo del siglo XIX, conformado por los discursos liberal, uti
litarista (o el conjunto de las prácticas disciplinares) y romántico, entrega un
marco de referencia para concebir este fenómeno propiamente moderno: la
subjetividad privatizada. Desde el discurso liberal, la subjetividad privatizada
se refiere a un sujeto libre por derecho cuya interioridad se revela a través de un
yo estable que se conforma en los procesos de socialización. El ideal de sujeto
En tanto prácticas discursivas, impl ican 3 formas de pensar y practicar la vida en sociedad. Ver sobre el tema: Figueiredo (2002): A invengao do psicológico: quatro seculos de subjetivación 1500-1900. Editorial Escuta, Sao Paulo.
ADRIANA KAUIINO YANIONIOSTKHCK (FDHORES)
para el discurso liberal consiste en una identidad bien lograda, estable, autóno
ma porque es capaz de autorregulación. Esta es la garantía liberal de la
convivencia social que no debería solicitar la intervención del Estado para
regular las relaciones sociales. Es el yo autorregulado el que controla y condu
ce a ios sujetos a una convivencia pacífica en la que se respetan el derecho a
la libertad de cada uno.
Asimismo, es la libertad individual la que permite a cada individuo ser el
artífice de su propia vida privada, es decir, concierne sólo a cada individuo qué
hacer con su propia existencia y decidir qué es lo mejor para sí mismo. La
única exigencia es el respeto a la libertad del otro que implica, desde luego,
un saber ponerse en el lugar del otro. En este sentido, no se trata de un indivi
dualismo a ultranza pues, en una sociedad liberal, los individuos se vuelven
autónomos y autorregulados por medio de sus relaciones con los otros. Final
mente, hay una separación nítida entre los ámbitos de lo público referente a las
leyes, las convenciones y el principio de la racionalidad y funcionalidad, y de
lo privado que expresa el espacio del ejercicio de la libertad individual.
Al campo discursivo del romanticismo están inscritos otros valores, como la
espontaneidad impulsiva y la autenticidad, la relación entre hombre y natura
leza, los sentimientos profundos y el desarrollo de la espiritualidad. En este
marco discursivo, la subjetividad no está delimitada por una identidad estable
y autocontrolada, al contrario, se exhorta a las experiencias de disolución,
desagregación del yo, de trasgresión de los límites impuestos por la sociedad y
las convenciones sociales.
No es casual la existencia de historias personales marcadas por la enferme
dad, los excesos, la locura y la muerte. Para el romanticismo, el desarrollo del
espíritu y la liberación de los límites que reprimen la autenticidad subjetiva,
implican el romper con lo establecido por las normas sociales plasmadas en un
yo inauténtico que responde a las demandas de las convenciones y reglas que
no respetan la relación entre el hombre y su propia naturaleza. La identidad
romántica es, entonces, inestable, fluctuante, imprevisible e intensa. Lln espí
ritu desarrollado es el que se reconecta, a través de la experiencia, con los
valores de las tradiciones, de las comunidades y con sus propios impulsos y
deseos. Por tanto, hay un énfasis en la singularidad subjetiva y, consecuente
mente, en la diversidad de los proyectos de vida individuales. Sin embargo.
CAKIOCRAr iA [ } [ LA l'SICXILOGÍA CON TEMPORÁNEA 4 1
este énfasis convive con la tendencia a la valoración de figuras carismáticas
capaces de orientar el desarrollo espiritual. Coexisten, por tanto, un ideal liber
tario con la exaltación de una cierta jerarqufa ordenada según los niveles de
logro de desarrollo espiritual.
Finalmente, para las prácticas disciplinarias, una identidad bien lograda es
la más funcional a la felicidad global de la colectividad. La libertad individual
debe ser orientada hacia el logro de la mayor felicidad posible al mayor núme
ro de personas. En este sentido, se exaltan a las distintas técnicas de control y
moldeamiento de las subjetividades que son, or ig inalmente, débi les,
estructuradas y susceptibles de manipulación. Hay un giro de énfasis desde los
derechos individuales hacia las consecuencias de las normas y leyes sobre la
colectividad. En el caso de la propuesta utilitarista es posible reconocerla como
una "versión racionalista, constructiva y tecnócrata del liberalismo"^-' en la
cual el Estado no sólo puede como debe interferir en la libertad personal con
miras a la felicidad de la comunidad. No sólo el Estado sino que las distintas
agencias disciplinadoras y la propia familia son las responsables por la sociali
zación y normalización de los individuos.
Ahora bien, hay claras afinidades éticas entre las propuestas de la psicolo
gía moderna y los discursos anteriores. Las más evidentes son las que existen
entre el conductismo y el neoconductismo y la tensión entre los discursos disci
plinarios y liberal. Para la tradición comportamentalista, el ideal de una identidad
autocontrolada sigue presente, pero los medios para lograrla son la planifica
ción e intervención modeladora de las individualidades. En esta tradición, se
busca la conciliación, a través de reformas sociales, entre los ideales ilustrados
de igualdad y libertad. Walden II, la famosa novela de Skinner, es una eviden
cia de este esfuerzo. Obviamente, que una igualdad pensada desde estos criterios
puede terminar significando la simple y llana adaptación de los individuos a
las sociedades existentes.
Otras afinidades éticas se muestran entre el psicoanálisis freudiano y los ideales
románticos y liberales. Algunas perspectivas psicoanalíticas se acercan más al
liberalismo, como por ejemplo, la psicología del self y otras más a los ideales
románticos, como el caso de algunas propuestas inspiradas por la lectura lacaniana
Ib.ld., pág.132.
42 ADRIANA KAULINO Y AN IONIO STECHCR (EDITORES)
del psicoanálisis. En el primer caso, cobra relevancia el fortalecimiento del yo
" que se expresaría en una mayor autonomía y estabilidad de la identidad perso
nal. En el segundo, el fortalecimiento del yo puede ser interpretado como un
énfasis desmedido y riesgoso en una dimensión psíquica imaginaria, y por tan
to, podría estar a servicio de la alienación del sujeto respecto a su deseo. En
esta perspectiva, las dinámicas pulsionales tienen una notable preeminencia
en la explicación de la dialéctica entre naturaleza y cultura. En todo caso, en
ambas perspectivas, el valor de la individualidad y singularidad subjetiva si
gue como orientador de sus prácticas de intervención. No obstante, para la
perspectiva de inspiración lacaniana la psicología del yo, lejos de fomentar la
singularización, contribuye a la homogeneización y adaptación de los sujetos
mientras que para los psicoanálisis más centrados en el fortalecimiento del yo,
la perspectiva lacaniana sufriría de cierto pesimismo oscurantista respecto a
las posibilidades de la libertad individual.
La tradición de las psicologías humanistas también se acerca a los valores
románticos y liberales. La terapia no directiva de Rogers, aunque presente cier
ta sintonía con los valores románticos está, a su vez, clara y éticamente
comprometida con los ideales liberales de autorrealización, libertad personal y
autonomía individual. No obstante, hay otras expresiones de la psicología hu
manista que están más próximas de los ideales románticos y disciplinarios. En
estas propuestas, se conjugan las promesas libertarias y expresivistas del idea
rio romántico con la influencia carismática de determinados personajes
ejemplares que encarnan estos ideales de liberación energética, fluidez de las
emociones, integración cuerpo y mente, salud holística, etc. Terminan siendo,
muchas veces, otras formas de domesticación en nombre de la liberación.
Ahora bien, como ocurre con el esquema representado por el concepto de
matriz, esta configuración de los ideales ético-normativos del siglo XIX repre
sentados por los discursos liberal, romántico y disciplinario, no corresponde a
la complejidad del escenario contemporáneo. De este modo, aunque sea posi
ble el reconocer las filiaciones de las propuestas éticas actuales a algunos de
estos discursos, la complejidad del debate contemporáneo requiere de otras
cartografías. Acaso lo más indicado, en tiempos actuales, sería ir más allá de
los esquemas ordenadores y profundizar en las afinidades éticas entre propues
tas específicas que derivan tanto del campo de la reflexión filosófica como de
la psicología contemporánea. Hoy día, el debate ético se da en torno a cuatro
CAR I OGRAFÍA DE I A MSICOLOCÍA CON I F.MPORÁNFA 4 3
grandes tendencias con varios matices al interior de cada una: el liberalismo,
el comunitarismo, el neosocialismo dialógico y las propuestas postmodernas
(Salvat, 2002)^''. Asimismo, las grandes tradiciones de la psicología moderna se
han diferenciado internamente y dado paso a nuevas propuestas y diálogos
antes impensados. Una de las grandes tareas de un proyecto pluralista para la
psicología, es seguir develando los nexos éticos entre las teorías y modelos de
intervención psicológicos y los ideales ético-normativos que están presentes en
el debate actual.
De todos modos, si sigue vigente la tensión entre autonomía y control, cons
titutiva del proyecto moderno, es posible identificar en cada una de las propuestas
éticas contemporáneas la presencia de ambos polos de esta tensión. Las dife
rencias, que desde luego no son menores, estriban en cómo cada una de ellas
conceptualiza esta relación tensional y cada uno de sus elementos. Está claro
que la autonomía y el control tienen sentidos diversos si se trata de la ética del
discurso, del comunitarismo, el liberalismo, el neoliberalismo o las propuestas
postmodernas.
Asimismo, si para algunas perspectivas liberales, como la de Rawls, y el
neosocialismo dialógico de Habermas y Apel, las nociones éticas pueden al
canzar un significado universalizable, para los comunitaristas en general, los
neoliberales y algunas propuestas postmodernas como la de Rorty, después de
la crítica de la razón moderna no existiría ninguna posibilidad de universaliza
ción de la verdad y, por ende, de valores o normas ético-morales.
Ahora bien, cada una de estas posiciones, en su fundamentación, requiere
de ciertos supuestos antropológicos o psicológicos que pudieran justificar sus
propias aspiraciones. Por un lado, para la ética del discurso, su realización
presume y sol ici ta la par t ic ipación de los sujetos con competencias
comunicativas en las decisiones acerca de la corrección y universalización de
una norma. Nótese que, desde esta postura, es imperioso que los sujetos desa
rrollen competencias lingüísticas y comunicativas para poder participar en las
situaciones de diálogo simétrico. En este caso, el afianzamiento de competen
cias comunicativas implica la presencia de sujetos con un fuerte sentido de
identidad personal. Estos requerimientos de la ética del discurso se distinguen.
Salvat, Pablo (2002): El porvenir de la equidad: aportaciones para un giro ético en la filosofía política contemporánea. Editorial LOM. Santiago de Chile.
ADRIANA KALIIINO Y ANTONIO STECHER (EDITORES)
con más o menos claridad, tanto en los planteamientos teóricos y los modelos
de intervención de algunas perspectivas psicoanalíticas contemporáneas como
en muchas propuestas de la psicología cognitiva y constructivista". Asimismo,
ciertas orientaciones humanistas estarían de acuerdo con el fortalecer la iden
tidad personal a través del diálogo con el otro.
Por otro lado, desde una perspectiva más postmoderna como la de Rorty,
habría que fomentar el despliegue de una subjetividad capaz de empatia, pues
"el trabajo sobre los sentimientos y la simpatía le parecen mejores medios
conducentes a una sociedad más justa, que el llamado a una adhesión racional
a una definición universalista" (Salvat. 2002:185)^''. De todos modos, las distin
tas propuestas que comparten una disposición postmoderna, además de críticas
a cualquier intento de fundamentación racional de las normas y valores, com
parten una tendencia al emotivismo, la estetización y la experimentación como
criterios de discriminación moral.
Es curioso notar cómo, en este sentido, se aproximan perspectivas tan disímiles
como la experiencia ética propuesta por Várela, y la ética como estilo de vida y
obra de arte sugerida por Foucault. Una vez más se avecinan, sorprendentemente,
el cognitivismo y el psicoanálisis: el cognitivismo de Várela que con fuerte
anclaje biológico, propone la suspensión de la dimensión del yo como el cami
no hacia una verdadera experiencia ética, y el psicoanálisis que, pese su oposición
al naturalismo, retoma los proyectos éticos de Foucault y Heidegger quienes
sospechan, rotundamente, del yo como ámbito de decisión ética. Igualmente,
algunas propuestas terapéuticas filiadas a la tradición del vitalismo y el huma
nismo, también compartirían este anhelo de superación de un yo que reprime a
las naturales tendencias humanas hacia el bien y lo correcto.
Finalmente, para ciertos comunitaristas, que plantean que los valores éticos
son siempre relativos a determinadas culturas, la identidad personal fuertemente
anclada en tradiciones culturales y con un claro sentido de pertenencia comuni
taria, es un requisito central para el desarrollo de sociedades ético-morales.
Sobre la relación entre ética y psicologfa constructivista, ver: Sepúlveda, Gabriela. (2001): "Autonomía moral y solidaridad: complementación de las metas del desarrollo de las teorías cognitivo-evolutivas desde Habermas y Apel, Ricoeur y Arendt". Tesis de doctorado en filosofía, mención ética. Universidad de Chile, Santiago de Chile. Cabe resaltar que la universalización en la ética discursiva se alcanza en el diálogo en no en la adhesión a una definición a priori.
CAK ÍOGIÍAI ÍA I)F I A I'SICOI O C I A CON1fMW)RÁNEA 4 . S
Estas exigencias comunitaristas presentan claras afinidades con ciertas teo
rías sistémicas y con varias propuestas de la psicología social contemporánea
que, a contrapelo del modelo cientificista norteamericano, han desarrollado
diversas propuestas al ternat ivas inspiradas por la hermenéut ica, el
postestructuralismo y el constructivismo.
El análisis anterior muestra que las afinidades éticas entre las psicologías y
las propuestas éticas actuales no se reducen a aspectos estrictamente
prescriptivos. Hay que ir más allá de los mandatos éticos cuando se investiga
los fundamentos éticos-normativos de la psicología. En este sentido, las pers
pectivas teóricas y metodológicas de las psicologías están muy preparadas
para eludir las evidencias de su compromiso con los temas normativos presen
tes en las sociedades de las que forman parte.
Ahora bien, este esbozo preliminar de ciertos supuestos y consecuencias éti
co-morales de las psicologías actuales, apenas ilumina un desafío permanente:
el de aclarar los fundamentos éticos de toda teoría e intervención psicológica.
Todo lo anterior es una manera, entre otras, de diseñar una cartografía razonable.
Otros mapas también son posibles siempre que se justifiquen argumentativamente.
El proyecto de una psicología pluralista no requiere de la aceptación acrítica de
la diversidad, sino del diálogo y la investigación que no pueden llegar a ninguna
conclusión definitiva. Si es posible discriminar a las psicologías desde sus grados
de compromiso ético-normativo con lo fáctico y lo posible, entonces no hay
lugar de reposo para la reflexión crítica en un mundo que tiende al pluralismo de
las formas de vida y el incremento de las contradicciones sociales.
Por tanto, no se trata de alentar el sosiego del eclecticismo sino develar los
compromisos sociales de la psicología que hacen legítima la pluralidad de su
campo. Compromisos que, a la vez, obligan a los psicólogos a reflexionar y
revisar críticamente los fundamentos y consecuencias éticas de sus teorías y
prácticas profesionales. El reconocimiento de la pluralidad, por tanto, no pasa
por la convivencia armoniosa entre propuestas con distintos talantes
epistemológicos y éticos. La legitimidad de las diferencias se conquista en el
diálogo y la comunicación razonada.
Si estos son los fundamentos de un proyecto de psicología pluralista, no hay
que borrar con el codo lo que se escribe con la mano: esta es una opción ético-
política que comparte los ideales del socialismo dialógico. Pero, tampoco hay
ADRIAMA KAULINO YANIONÍOSTECHER (foiroREs)
que temer o caer en el relativismo y el nihilismo. Bastaría con admitir la inelu
dible recursividad de un pensamiento que ha renunciado a los fundamentos
metafísicos y que se dispone a los desafíos de una modernidad, cuyo horizonte
se desplaza y no permite descanso.
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CAPÍTULO 2
La psicología como proyecto de la modernidad: claves sociohistóricas para interrogar la pluralidad
de la psicología contemporánea ANTONIO STECHER GUZMAN*
Introducción
Uno de los principales desaffos para el campo académico-profesio
nal de la psicología contemporánea dice relación con la genera
ción de marcos de referencia e inteligibilidad que posibiliten diálo
gos entre las diferentes matrices epistemológicas, perspectivas teóricas y prácticas
profesionales que componen el heterogéneo y plural espacio disciplinar.
A tono con el espíritu de época tardomoderno, el reconocimiento y la ges
tión de la diversidad se han ido constituyendo en los últimos años en una temática
ineludible a la hora de pensar y modelar el porvenir de la psicología. Sea para
celebrarla (y entonces hablamos de pluralidad) o para criticarla como un rasgo
deficitario de su desarrollo científico (y entonces hablamos de dispersión o
fragmentación) la heterogeneidad del campo científico de la psicología con
temporánea -una de cuyas expresiones es, justamente, la distinta valoración
que se hace de la misma- emerge como un eje articulador de distintas
(meta)reflexiones sobre el campo de los saberes y prácticas psicológicas y sus
desafíos de cara al nuevo siglo.
Es importante recordar - como lo ha demostrado consistentemente la
historiografía crítica de la psicología desarrollada en las últimas décadas
(Danzinger, 1979, 1984, 1996; Vezzetti 1998; Rose, 1996a; 1996b; Massimi,
1996; Harris, 1999)- que este carácter plural y policéntrico de la psicología no
es un rasgo reciente, sino que la acompaña desde su emergencia progresiva y
problemática como disciplina científica en las últimas décadas del siglo XIX.
Psicólogo, Universidad de Chile. Magi'ster en Filosofía Política, Universidad de Chile. Profesor de la Escuela de Psicología y Coordinador académico del Magíster en Psicología, Mención Psicología Social, de la Universidad Diego Portales.
50 ADRIAM'V KAULINO Y ANIONÍO STECHER (EDEEORES)
Lo novedoso parece ser un mayor reconocimiento, v is ib i l idad e incluso va
loración de la ident idad po l i fón ica de la psicología, lo que sin duda t iene que
ver con un debi l i tamiento de la hegemonía de la psicología experimental de
raigambre (neo)positivista a partir de ios años 60 y 70. En esas décadas, diver
sos - y muy di ferentes- desarrollos postpositivistas en el campo de la fi losofía y
la historia de la c iencia (Khun, 1962 (1971); Foucault, 1966 (1971); Bloor 1971
(1998); Feyerabend, 1970 (1993); Bourdieu, 1976 (2000a); Habermas, 1967,
(1996); Bernstein, 1976 (1983)^^) impactaron en las ciencias sociales, abr iendo
progresivamente el espacio para que las psicologías de raigambre crít ica, her-
menéut ica- fenomenológica, e incluso postestructuralistas o posmodernas, se
insertaran con mayor fuerza en los circuitos legit imados de p roducc ión , pub l i
cac ión, enseñanza y apl icac ión del saber psicológico.
Esta d ivers idad creciente de perspectivas teór icas, or ientac iones
metodológicas, campos de aplicación y lógicas de intervención -alimentada
por la expansión y el fuerte desarrollo de la psicología en contextos nacionales
distintos al norteamericano en las últimas décadas, y por el constante creci
miento, fundamentalmente a partir de la Segunda Guerra Mundial, de los ámbitos
e instituciones respecto a los cuales las élites de las sociedades modernas de
mandan la experticia de los saberes psi para gestionar la subjetividad y el
comportamiento de las personas (Danzinger, 1993; Herman, 1995; Leahey,
1998)- plantea nuevos y diversos desafíos al campo académico-profesional de
la psicología. Uno de estos desafíos es el desarrollo de marcos de referencia y
de ciertos criterios compartidos que permitan un intercambio (de colaboración
y disputa) racional entre las distintas perspectivas, de tal modo que las diferen
cias obtengan su legitimidad en el espacio del diálogo, la reflexividad y la
argumentación razonada propia del eí/705científico (Kaulino, 2007).
Como ha señalado Hugo Vezzetti, el problema es "cómo admitir la plurali
dad y la diversidad del campo (incluso el papel jugado por factores sociales y
culturales en la configuración de la disciplina y su crisis) y, a la vez, mantener
no sólo algunas normas de justificación, de 'racionalidad', sistematicidad y
transmisibilidad, sino un horizonte de diálogo que soporte diferencias profun
das en los criterios y tradiciones del saber. En todo caso, ese es el desafío y
El segundo año entre paréntesis refleja el año de la edición en castellano citada en este artículo
CAR I OGRAFÍA DE LA PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA 5 'I
frente a él deben'amos medirnos al evaluar, en las condiciones presentes, tanto
la enseñanza que impartimos como nuestra propia práctica investigativa"
(Vezzetti, 1998, p. 15).
En este escenario, promover y extender las bases institucionales del pensa
miento racional que depende de ciertas estructuras sociales de diálogo y
comunicación no violenta, fortaleciendo así la autonomía y reflexividad de la
psicología en tanto campo científico (Bourdieu, 2003; Bourdieu & Wacquant,
1995), resulta fundamental tanto para evitar recaer en proyectos monolíticos
que nieguen la identidad plural de la psicología moderna, como para caer en
aquella nueva forma de dogmatismo que consiste en la celebración de la dis
persión y fragmentación del campo como un valor en sí mismo y por sí mismo
independiente de su legitimidad argumentativa (Vezzetti, 1998).
A la luz de lo arriba señalado, en el presente artículo nos proponemos
desplegar una de las hebras que pueden contribuir a la construcción de aquel
"horizonte de diálogo que soporte diferencias profundas en los criterios y
tradiciones del saber" al que se refiere Vezzetti. Nos referimos al reconoci
miento de la profunda imbricación entre la historia y la actualidad de la
psicología y aquello que podemos denominar como el horizonte sociocultural
de la modernidad.
Como sabemos, la psicología en tanto disciplina científica, en tanto campo
académico-profesional interesado en el conocimiento (secular, sistemático,
racional y empíricamente fundado), el control y la transformación de las con
ductas y subjetividades individuales, es una empresa del mundo moderno, que
obtiene su sentido, su legitimidad (o ilegitimidad) ética, sus condiciones de
posibilidad e incluso su eficacia solo al interior del horizonte sociocultural de
la modernidad (Danzinger, 1984,1996; Figueiredo, 2002; Graumann & Gergen,
1996; Kaulino, 1999; Kvale, 1999; Rose, 1996b; Stecher, 2000, 2002).
Desarrollar esta idea, dando cuenta de las complejas y múltiples articula
ciones entre el proyecto de la psicología, en su unidad problemática y plural, y
el devenir histórico de las sociedades modernas, nos entrega una perspectiva
desde la cual comprender, abordar e interrogar con mayor lucidez y concien
cia crítica aquel territorio disciplinar de límites difusos, la Psicología, donde
conviven las distintas psicologías contemporáneas. Como escriben Gergen y
Graumann (1996) "...La teoría científica no puede desligarse de la historia.
' ' 5 2 ADRIANA KAUI INO Y ANTONIO SI FCHER (eoi roRCs)
más aún, el entendimiento psicológico es en sí mismo un hijo y servidor de los
procesos históricos y culturales. Sin una comprensión reflexiva de su contexto his
tórico, el campo (de la psicología) se mueve desorientado hacia el futuro"^** (p. 1).
En el marco de esa discusión general sobre psicología y modernidad y en el
esfuerzo por contribuir a marcos de sentido que permitan comprender la hetero
geneidad y promover el diálogo dentro de la psicología contemporánea, las
dos tesis que nos interesa proponer y desarrollar son las siguientes:
(i) La subjetividad individual, el proyecto de construcción de un saber ra
cional y la diversidad de intereses sociales presentes en los procesos de
modernización se constituyen en tres anclajes, tres "componentes" del
horizonte sociocultural de la modernidad desde ios cuales es posible
pensar la dialéctica de unidad y diferenciación que definen la identidad
problemática, plural e histórica del proyecto de la psicología.
(ii) El campo académico-profesional de la psicología, además de ser expre
sión y estar condicionado por las dinámicas de la modernidad, ha jugado
un papel importante en la configuración de las formas subjetivas y de
lazo social que caracterizan a las sociedades modernas. La posibilidad
de interrogar en términos ético-políticos las diferentes implicancias del
saber y las técnicas psicológicas en los sujetos y la sociedad podría
arrojar otra clave para pensar la dialéctica de unidad y diferenciación
que constituye la disciplina.
Estas dos tesis, como esperamos mostrar, nos entregan ciertas coordenadas
para entender y discutir la pluralidad teórica de nuestra disciplina, lo que resul
ta indispensable para promover un horizonte de diálogo y discusión racional
entre la diversidad de perspectivas que alberga la psicología contemporánea.
Con miras a desarrollar nuestra argumentación en torno a estas dos tesis
hemos dividido el presente trabajo en las siguientes cuatro partes:
Un primer apartado donde presentamos una caracterización general de la
modernidad relevando los tres ejes -subjetividad, construcción de saber racio
nal, modernización e intereses sociales- que proponemos como clave para pensar
el campo de la psicología. Una segunda parte donde buscamos ilustrar el modo
en que estos tres ejes permiten pensar, al mismo tiempo, la unidad y la pluralidad
Traducción libre del texto original.
CAR K ¡GRAFÍA DE I A I'SICCH OC;ÍA CON I CMI'ÍJRÁNEA 5 3
del territorio de la psicología. Un tercer apartado donde trabajamos la segunda
tesis que nos interesa desarrollar relativa a las implicancias, y su posible valo
ración ético-política, que han tenido en las sociedades modernas los saberes y
técnicas psicológicas. Una cuarta y última parte a modo de cierre del capítulo.
1 . El horizonte socíocultural de la modernidad
El propósito de este apartado es situar a partir de algunas coordenadas gene
rales aquel o¿)/eto esquivo y problemático al que nos referimos al hablar de la
modernidad. Tarea ésta incómoda pero necesaria. Incómoda porque es imposi
ble dar cuenta en unas pocas páginas de la comple j idad, tensiones,
multidimensionalidad y ambivalencias del horizonte sociocultural de la mo
dernidad en su generalidad y en sus diversas actualizaciones históricas. Necesaria
porque la apelación a la articulación entre la psicología y la modernidad,
como clave de inteligibilidad e interrogación crítica de la pluralidad de la
psicología contemporánea, exige explicitar mínimamente una cierta lectura
de aquel horizonte sociocultural.
Al hablar de la modernidad nos referimos a una constelación de discursos,
instituciones, prácticas, sujetos y experiencias vitales que configuran una particu
lar condición de la historia que se empieza a configurar a partir del siglo XVII y
que se ha expandido en amplitud y profundidad hasta nuestros días (Casullo, 1999;
Berman 1995; Brunner, 1992). En una clave más sociológica podemos decir que la
noción de modernidad "se refiere a los modos de vida u organización social que
surgieron en Europa desde alrededor del siglo XVII en adelante y cuya influencia,
posteriormente, los ha convertido en más o menos mundiales (...) Las formas de
vida introducidas por la modernidad arrasaron de manera sin precedentes todas las
modalidades tradicionales del orden social. Tanto en extensión como en intensi
dad, las transformaciones que ha acarreado la modernidad son más profundas que
la mayoría de los tipos de cambio característico de períodos anteriores.
Extensivamente han servido para establecer formas de interconexión social que
abarcan el globo terráqueo, intensivamente, han alterado algunas de las más ínti
mas y privadas características de nuestra intimidad" (Giddens, 1993, pp. 15-18).
La sociología, en sus inicios como disciplina académica, se dio como tarea
el caracterizar a las sociedades modernas y el dar cuenta de aquel principio o
eje estructurante que marcaría la diferencia entre estas sociedades y las socie
dades tradicionales. Son conocidas en ese sentido las distinciones entre
Al iKiANíV K A U L I N O Y A N I O N I O STECHER (EDITORES)
solidaridad mecánica y orgánica en Durkheim, entre comunidad y sociedad en
Tonnies, entre sociedades militares e industriales en Spencer, entre estatus y
contrato en Maine, entre economías monetarizadas y no monetarizadas en
Simmel (Sayer, 1994). Más conocidas y más influyentes aún han sido las tesis
de Marx que vio en el modo de producción capitalista la fuerza revolucionaria,
el demiurgo del mundo moderno "la luz general que tiñe todos los demás colo
res y los altera según su cualidad específica" (Marx, en Sayer, 1994, p. 24); así
como las tesis de Weber de que son los procesos de racionalización de la
cultura y la vida en general -en tanto aplicación deliberada, metódica y siste
mática de reglas y de cálculo con arreglo a ciertos fines- lo que marca el
desencantamiento propio del mundo moderno y su ruptura con las sociedades
regidas por el tradicionalismo.
Señalamos esto simplemente para relevar que la descripción y conceptuali-
zación de las sociedades modernas es un campo de debates donde distintas
perspectivas reconstruyen el origen, devenir, heterogeneidad (y término, en
algunos casos) de las sociedades modernas a partir de distintos marcos concep
tuales y principios explicativos. Antes de apelar a Castoriadis, Wagner y Larraín
para proponer una particular definición de los "contenidos esenciales de la
modernidad" permítasenos una aproximación más impresionista a aquel terri
torio socio-cultural que opera como condición de posibilidad y marco de sentido
del desarrollo de la psicología.
Imaginar lo que ha sido la modernidad requiere atender al progresivo des
pliegue de procesos tales como las revoluciones democráticas, la expansión de
la ciudadanía y sus derechos como estatus legal de los miembros de una comu
nidad política, así como la consolidación del Estado-nación soberano y su red
de instituciones que administra, controla y construye el espacio nacional. Exi
ge reconocer el desarrollo del capital ismo, su incesante búsqueda de
acumulación de capital a través de procesos de crisis y expansión, el desarrollo
de los mercados nacionales y mundiales, los procesos de industrialización y
división del trabajo, la abstracción, instrumentalización y mercantilización de los
vínculos sociales, la emergencia de una sociedad del trabajo, la estratificación
en clases sociales, así como la enajenación y explotación del trabajador por parte
del capital. Requiere considerar la consolidación de la racionalidad científica
como matriz de distinciones y presupuestos básicos de lo real y el conocimiento,
la progresiva objetivación, explotación y dominio de la naturaleza, el desarrollo
CARTOC^RAFÍA DE I A PSICUI OGÍA CONIEMPORÁNFA 5 5
de las disciplinas científicas como práctica social y fuente de conocimiento
legítimo, así como el explosivo desarrollo de tecnologías (medicamentos, ferro
carril, telégrafo, televisión, motores, ampolleta eléctrica, etc.) y saberes expertos
(pilotos, psicólogos, gasfiteros) que transformaron todas las prácticas sociales.
Exige atender a los procesos de urbanización y migración del campo a la ciu
dad, a la consolidación de la ciudad como habitat privilegiado del sujeto moderno,
así como a la abstracción y formalización del espacio y el tiempo. Nos deman
da atender al desarrollo de una sociedad que produce al individuo como categoría
social fundamental a partir de la cual se organiza la producción, el intercambio,
el conocimiento, el control, etc. Exige dar cuenta del dinamismo y cambio
constante que caracterizan el clima moderno, la fugacidad, el carácter efímero
y contingente del que hablaba Baudelaire, aquel proceso en que las fuerzas
modernizadoras una y otra vez llevan a "que todo lo sólido se desvanezca en el
aire". Requiere atender a toda la tradición de los debates del pensamiento filo
sófico moderno que se ha interrogado una y otra vez (buscando fundar o
deconstruir) por el sujeto, la historia, la razón y la verdad. Exige considerar el
itinerario de producciones artístico-culturales, los diversos modernismos que han
buscado responder en clave estética a las condiciones de modernidad determi
nadas por particulares procesos de modernización. Exige pensar la emergencia,
separación y relaciones entre el espacio público y el espacio privado e íntimo
que emerge progresivamente en las sociedades modernas y que articula, junto
al desarrollo económico y cultural, un particular orden de género. Requiere atender
a los distintos metarrelatos e ideologías que han buscado construir una narrativa
de progreso y desarrollo que otorgue, sentido y validez a los impulsos
modernizadores. Por último, se requiere considerar la historia de los distintos
actores que promueven (o se resisten a) particulares formas de modernización,
así como la experiencia (de libertad, malestar, soledad, angustia) de una subje
tividad individual arrojada a las turbulentas condiciones de la vida moderna^"*.
Respecto a este últ imo punto de la modernidad como experiencia es iluminador lo que nos señala Marshall Berman: "Hay una forma de experiencia vital - l a experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y los peligros de la v i da - que comparten hoy los hombres y mujeres de todo el mundo. Llamaré a ese conjunto de experiencias 'la modernidad'. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimientos, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo t iempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos (...) la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradój ica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine
(continúa en la página siguiente)
ADRIAN/\ KAUIINO Y ANTONIO SiECHfK (EDirf)REs)
Esta enumeración no es exhaustiva ni rigurosa, y no aborda el problema
principal que es la articulación conceptual e histórica de esa diversidad de
procesos, en sí mismos heterogéneos, que han modelado la sociedad en que
vivimos y el tipo de sujetos que somos. Busca simplemente ilustrar la diversi
dad de registros (económicos, políticos, estéticos, filosóficos, existenciales,
etc.) desde los cuales es posible interrogar lo moderno, y mostrar cómo ese
entramado de discursos, instituciones y experiencias, con sus luces y sombras,
y con sus particulares matices tardomodernos, sigue siendo nuestro horizonte
sociocultural de referencia.
Conviene recordar, por otra parte, que sólo bajo el alero de la modernidad
han sido posibles las ciencias sociales y humanas (la psicología entre ellas), las
que a su vez han hecho de la modernidad y sus contradicciones su principal
objeto de indagación. Como escribe Taylor, "El problema número uno para la
ciencia social moderna fue desde el comienzo la modernidad misma: esa amal
gama histórica de prácticas y formas institucionales sin precedentes (la ciencia,
la tecnología, la producción industrial, la urbanización); de nuevas formas de
entender la vida (el individualismo, la secularización, la racionalidad instru
mental); y de nuevas formas de malestar (la alienación, la pérdida de sentido,
la anticipación de una disolución social inminente)" (Taylor, 2006, p. 15).
Para los efectos de nuestra argumentación en este capítulo, nos gustaría
trabajar con la conceptualización de la modernidad propuesta por Castoriadis
y desarrollada en términos más sociológicos por Peter Wagner. Parte de sus
méritos, como veremos, es que permite condensar en un núcleo de sentido
acotado la diversidad de procesos y dimensiones, como los mencionados lí
neas arriba, que se asocian a la condición moderna.
Para Castoriadis (1997,2006) cualquier orden socio-histórico puede ser defini
do a partir del conjunto de significaciones imaginarias que define la forma
particular en que dicha sociedad habita el mundo. En cada sociedad estas signi
f icaciones imaginarias cumpl i r ían tres funciones: Por un lado, dichas
significaciones estructuran el modo particular como una cultura se representa el
mundo. El mundo moderno no es el mundo animista, así que vemos la luz de las
luciérnagas como un fenómeno eléctrico de ciertos insectos y no como los ojos
de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia" (Berman, 1995, p.l).
CAR r( x;iiArÍA DE I A I'SICOLOÍ.ÍA CON I rMi'ORÁNPA 5 7
de las ánimas del bosque. Por otro lado, "las significaciones imaginarias so
ciales designan las finalidades de la acción, imponen lo que hay que hacer y
lo que no hay que hacer, lo que es bueno hacer y lo que no lo es" (Castoriadis,
1997, p. 158). Así, para las sociedades modernas es importante ampliar la
autonomía de los sujetos, acumular fuerzas productivas e incrementar nues
tro dominio sobre la naturaleza y no, por ejemplo, organizar la sociedad en
función de la adoración a algún Dios. Por último, o en tercer lugar, dichas
significaciones establecen los tipos de afecto característicos de una socie
dad. Así, por e jemplo, la Fe sería un afecto part icular creado por el
cristianismo. Estas tres dimensiones -de representaciones, finalidades y afec
tos- de las significaciones imaginarias se concretizan en un conjunto de
instituciones y prácticas sociales (la familia, la tr ibu, la escuela, el clan, la
nación, el sentido común, etc.) que reproducen y mantienen el imaginario
particular de cada sociedad. Es importante tener en cuenta que las represen
taciones imaginarias no son un conjunto de ideas, es más bien aquella matriz
que encarnada en diversas instituciones hace posibles las prácticas de una
sociedad al darles sentido.
Desde esta perspectiva Castoriadis planteará que son dos las significacio
nes imaginarias claves para comprender la especificidad del horizonte
socio-histórico de la modernidad.
Por un lado el proyecto de autonomía (individual y colectiva) que alude a
la institución de un tipo de sociedad y de individuo capaz de actuar deliberada
y explícitamente para modificarse a sí mismo (Castoriadis, 1998). Esta signifi
cación instala como principio el derecho y deber de cada individuo y de cada
comunidad política de darse a sí misma su propia ley. La autonomía da cuenta
de la "autoinstitución permanente y explícita de la sociedad; es decir, un esta
do donde la colectividad sabe que sus instituciones son su propia creación y se
ha vuelto capaz de mirarlas como tales, de retomarlas y de transformarlas"
(Castoriadis, 2006, p. 69). Se trata de una sociedad que rompe con la
heteronomía, que se da a sí misma sus propias leyes, reconociéndose como
fuente de las mismas. La autonomía social es sólo posible en un régimen efecti
vamente democrático donde todos los individuos participan efectivamente en la
instauración de las leyes bajo las cuales viven. No hay autonomía ahí donde
existen instituciones que "expresan y sancionan una estructura de clase y de
poder, o bien donde se autonomizan y cobran una vida propia independiente
58 ADKIANA KAULINO Y ANIONIC) STECHEK (FDIIORB)
de la deliberación de los individuos en la esfera pública" (Lundt, 2006, p. 4).
Así como no hay autonomía individual sin autonomía colectiva, así tampoco
existe autonomía social sino ahí donde existen individuos autónomos.
Esta s ign i f i cac ión de autonomía encuentra una de sus pr imeras
formulaciones en el discurso ilustrado, en el "atrévete a saber" kantiano que
expresa la promesa y exigencia de avanzar a un nuevo orden social que ya
no sea tutelado ni forjado a imagen y semejanza de principios religiosos y
tradicionales, sino que forjado a la luz de la razón humana. Esta significa
ción incluye la idea de la libertad personal, de un sujeto individualizado,
cuya identidad ya no es algo dado e impuesto desde fuera sino un proyecto
de construcción y expresión individual. Supone también la idea de demo
cracia como expresión de la autonomía social que es indesligable de la
autonomía individual.
Tenemos así una significación imaginaria que se expresa en las revolucio
nes políticas modernas, en la libertad de expresión, en el derecho a la libre
asociación y el libre intercambio, en la libertad de la ciencia a buscar racio
nalmente la verdad, en el respeto a la pluralidad de creencias religiosas y
formas de vida garantizadas por un estado de derecho democrático que no
impone a sus ciudadanos ninguna idea sustancial del bien.
La segunda significación imaginaria dice relación con el proyecto de
expansión del dominio racional o control sobre la naturaleza, las cosas y los
seres humanos, que históricamente se ha expresado en el despliegue del
capitalismo, la racionalización instrumental y la regulación sobre los obje
tos, la sociedad y los sujetos que han permitido ciertos saberes y técnicas
científicas.
Castoriadis (1997) ha señalado que las sociedades modernas se instituyeron
en torno a estas dos significaciones centrales, opuestas a las de la cosmovisión
cristiana medieval. "Se trata por una parte, de la significación de la expansión
ilimitada de un supuesto dominio pretendidamente racional sobre todo, natura
leza tanto como seres humanos, que corresponde a la dimensión capitalista de
las sociedades modernas. Por otras parte, se trata de la significación de la
autonomía individual y social, de la libertad, de la búsqueda de formas de
libertad colectiva, que corresponden al proyecto democrático, emancipador,
revolucionario" (Castoriadis, 1997, p. 161).
CARi(¡GRAFÍAi)r IARSICOIOGÍACONIEMI'ORÁNEA 5 9
Estas dos significaciones irreductibles entre sí, sus tensiones y diversas for
mas de institucionalización constituyen el núcleo del universo sociocultural de
la modernidad (Larraín, 2005). Así, pensar la modernidad es atender al hecho
de que "todas las prácticas modernas contienen dos impulsos, el del aumento
de la autonomía y el de la ampliación del dominio racional, y que ambos
significados pueden incorporarse a todas las prácticas sociales convertidas en
hábitos en todas las instituciones modernas" (Wagner, 1997, p. 61).
A modo de ejemplo, podemos observar cómo una institución moderna como
la escuela pública encuentra su sentido en, por un lado, su promesa de entregar
a sus estudiantes conocimientos racionales y virtudes cívicas indispensables
para forjarlos como sujetos autónomos y ciudadanos democráticos, y, por otro
lado, su función de disciplinamiento y control de los cuerpos con miras a su
inserción futura en la producción industrial y el arriendo de su fuerza de trabajo
al capital.
Lo interesante de la lectura que Wagner hace de Castoriadis, es que da
lugar a una aproximación interpretativa de la modernidad, donde estas dos
significaciones imaginarias son objeto de disputas históricas respecto al modo
adecuado de interpretarlas, de articularlas y de implementarias a través de
instituciones concretas (¿debe priorizarse la autonomía individual como seña
lan las tradiciones liberales, o más bien la autonomía colectiva como plantean
perspectivas más republicanas, o deben articularse ambas como proponen au
tores como Habermas y el mismo Castoriadis?, ¿el despliegue del control y
dominio instrumental es sólo realizable a través del capitalismo?). Muchas
veces, por ejemplo, se pensó que el aumento del dominio o control sobre la
naturaleza, junto al incremento en la productividad y organización, redunda
rían inevitablemente en un incremento de la autonomía de los sujetos; otros
autores siguiendo a Weber han cuestionado esa ecuación ilustrada relevando
cómo la racionalización del mundo, la formalización de lo social impulsada
por la racionalidad cientificista han terminado por encerrar al hombre en una
'jaula de hierro', por eliminar toda autonomía individual en las redes de la
racionalidad burocrática.
Como escribe Larraín, la autonomía y la racionalidad (orientada al control) son
"ambivalentes en sí mismas y su relación mutua está cargada de tensiones que
permiten la apertura de un espacio interpretativo consistente con una variedad
(¡Q ADRIANA KAULINO Y ANTONIO STECHÜR (f DITORIS)
de formas institucionales. En otras palabras, la propuesta central de Wagner'"
es que no hay un solo tipo de institucionalización, o de respuestas concretas a
los desafíos planteados por la búsqueda la autonomía y el control racional. Es
en este sentido que se puede hablar de distintas trayectorias a la modernidad" "
(Larraín, 2005, p. 25).
Desde esta perspectiva, los procesos de modernización -es decir aquellas
dinámicas de cambio político, económico y cultural que promueven la pene
tración de las significaciones imaginarias de la modernidad en el tejido social,
conduciendo a la sociedad hacia formas más complejas y avanzadas de liber
tad y democracia, por un lado, y de organización, control y producción, por
otro (Larraín, 2005)- son también campo de disputas donde distintos actores,
desde distintas posiciones de poder, luchan por imponer una particular interpre
tación e institucionalización de las significaciones imaginarias modernas.
A la luz de las consideraciones anteriores se puede caracterizar el proyecto
político de la modernidad, inspirado normativamente por el principio de autono
mía, igualdad y democracia, como la aspiración a la construcción de un nuevo
orden social pacífico donde el incremento del dominio y control sobre la natura
leza esté al servicio de la ampliación de la autonomía de todos los sujetos, y no
de una sociedad donde el predominio de las lógicas de racionalización y domi
nio instrumental impidan la autonomía de los sujetos o estén al servicio de la
explotación de unos muchos por unos pocos. Se trata de avanzar hacia socieda
des capaces de articular - y esa es la función de la política democrática- en un
A la luz de su conceptual ización Wagner plantea que no hay razón para pensar las sociedades actuales como posmodernas, en la medida que nuestras sociedades seguirían estando regidas por las dos significaciones imaginarias que configuran el horizonte moderno. Si bien reconoce el tránsito de un momento de la modernidad (lo que denomina como modernidad organizada) a otro momento de la misma (lo que denomina como modernidad liberal ampliada, y lo que nosotros preferimos llamar modernidad tardía o escenario tardomoderno), dicho tránsito no debe ser pensado en términos de una finalización del orden socio-histórico moderno. Tal como el mismo escribe, pensamos que "Es absolutamente seguro que las crisis actuales no signif ican el f in de la modernidad entendida como configuración social. Señalan más bien la transición hacia una nueva etapa. A pesar de ciertas dudas intelectuales, el doble signif icado imaginario de la modernidad parece en gran parte incólume y totalmente intacto" (Wagner, 1997, p. 52). Larraín señala que dicha comprensión interpretativa de la modernidad permite pensar la especif ic idad del recorr ido de la modernidad lat inoamericana, sin necesidad de juzgarla o valorarla únicamente en función de su cercanía o distancia a los procesos institucionales de los países desarrollados.
CARIÍXIRAIÍA DE LA i'siroiO(;ÍA CONTEMPORÁNEA
proyecto liberador la emancipación de la subjetividad y la autonomía colecti
va, por un lado, con el necesario" incremento de la racionalización y
diferenciación de sistemas sociales y de la capacidad de control y dominio
instrumental sobre la naturaleza y la sociedad, por otro lado.
Las sociedades modernas han sido el escenario de las sucesivas tensiones,
avances y fracasos en la implementación de ese proyecto al compás de las
diversas ofensivas modernizadoras desde las elites, y desde movimientos popu
lares que exigen ser incluidos en los beneficios de la modernidad reclamando
su derecho a participar como iguales en la comunidad política, en la cultura y
en los intercambios económicos. Este carácter ambivalente instala una y otra
vez la pregunta respecto a sf ¿favorecen realmente las instituciones y socieda
des modernas el proyecto de autonomía individual y emancipación universal
que ellas mismas proclaman, o más bien, la modernidad ha sido dominada por
el despliegue de la racionalización instrumental, de la lógica de control y
formalización de la subjetividad asociadas al despliegue del capitalismo y de
la burocracia estatal que han debilitado, subyugado y colonizado la amplia
ción de la autonomía individual y colectiva de los sujetos?
Como señala Wagner, la modernidad ha producido permanentemente des
cripciones de sí misma tanto en términos de liberación como en términos de
sometimiento. Piénsese en el caso de Chile y sus oleadas modernizadoras de
las tres últimas décadas en el marco de la expansión de un capitalismo global-
informacional. Para algunos, los procesos de crecimiento económico, de
desarrollo tecnológico, de ampliación de oportunidades educativas, de inter
conexión con las redes globales de consumo, de mayor individualización tanto
de hombres como mujeres, entre otros aspectos, configuran la imagen de una
progresiva liberación. Para otros, la pluralización e individualización de las
sociedades contemporáneas son parte de nuevas formas de sujeción a la lógi
ca de un capital global desregulado que a través de la cultura del consumo.
Es importante subrayar el uso del adjetivo necesario. El proyecto de la modernidad supone la ampliación del control de la naturaleza y la sociedad, lo que es uno de los fundamentos de la autonomía. En ese sentido, no se trataría de pensar en términos de una significación buena (la autonomía) y una mala (el control y dominio), sino de la articulación de ambas al servicio de la emancipación. Lo problemático es la reducción de la modernidad a la mera racionalización instrumental y el uso del control al servicio de un sistema de dominación que anula toda posibilidad de genuina autonomía individual y colectiva.
( J 2 ADRIANA KAULINO Y ANiONioSiFcurn (EDIIORB)
la precariedad del trabajo y la despolitización de la vida pública, anula cualquier
posibilidad de autonomía y acrecienta día a día las desigualdades, distribuyendo
en forma absolutamente desigual los beneficios de la modernización.
En nuestra opinión es necesario desarrollar perspectivas que incorporen es
tos dos perfiles de la modernidad, "reconociendo que la libertad y la sujeción
son las características básicas de la condición moderna (...) teniendo siempre
en cuenta, tanto en términos analíticos como normativos, la ambigüedad y
ambivalencia que son inherentes al proyecto moderno" (Wagner, 1997, pp. 16-
35). Como argumentaremos más adelante, esta misma perspectiva resulta ne
cesaria para interrogar el devenir de la psicología moderna.
Ahora bien, para terminar este apartado sobre la modernidad, nos interesa
relevar tres ejes de la misma que pueden ser pensados como los principales
anclajes del proyecto de la psicología moderna. Lo que nos interesa, más allá
de la caracterización general propuesta y de la afirmación de que la psicología
no puede ser sino pensada en su profunda imbricación con el devenir de las
sociedades modernas, es precisar tres rasgos de lo moderno que permiten com
prender la dialéctica de unidad y diferenciación que define la plural identidad
de la psicología.
La subjetividad y el individuo moderno
Una de las características centrales de la modernidad, con su progresiva
ampliación e institucionalización de las significaciones de autonomía y con
trol, es la emergencia de una forma de experiencia y (auto) comprensión de la
agencia humana en términos de una individualidad independiente con un es
pacio de interioridad psicológica. Como escribe Rose (1996a), en las sociedades
modernas "la persona es construida a la manera de un yo, una entidad natural
mente única y discreta, en la que los límites del cuerpo, como por definición,
encierran la vida interior de la psiquis donde se inscriben las experiencias de la
biografía individual (...) la persona se piensa como un locus natural de creen
cias y deseos, con capacidades inherentes, como el origen incontrastable de
acciones y decisiones, como un fenómeno estable que muestra consistencia en
distintos contextos y momentos" (p. 1)
La subjetividad individual privatizada si bien está encarnada en un cuerpo y en
la sociedad se piensa como un dominio de la realidad (lo psíquico, la conciencia)
CAK I < )C;KAI1A or I A I'SICOI OCIA CONI EMPORÁNEA (¡ }
que sigue sus propias leyes, y que supone un espacio de interioridad donde
encontramos una conciencia racional; un conjunto de pasiones, sentimientos y
deseos; una voluntad en tanto los sujetos tenemos intenciones y tomamos deci
siones; y un sí mismo reflexivo que da cuenta de que no sólo somos conscientes
sino también autoconscientes, pudiendo tomarnos reflexivamente a nosotros
mismos como objeto (Scruton, 1999).
El despuntar, en el plano del pensamiento y de la experiencia, de este indi
viduo moderno, debe entenderse como señala Taylor (2006), al compás de la
ruptura de la cosmovisión religiosa y de la emergencia de un nuevo orden
moral secular, que supone la comprensión del espacio social como algo que
existe para el beneficio de individuos autónomos (seguridad mutua, posibilidad
de intercambio) y en defensa de sus derechos, y no como una estructura jerár
quica inmutable que se corresponde con la jerarquía del cosmos, como en
diversas sociedades tradicionales. "El orden moderno no confiere ningún estatus
ontológico a la jerarquía ni a ninguna estructura particular de diferenciación (...)
la idea básica del nuevo orden normativo es el respeto mutuo entre los individuos
que integran la sociedad. Las estructuras existentes han sido creadas para servir
a esos fines y son valoradas instrumentalmente en relación a ellos" (p. 25).
En las sociedades modernas, el agente humano en tanto individuo, más que
engranaje de un orden jerárquico inmutable del cual obtiene su sentido y digni
dad, será pensado como centro y origen, como objeto y destinatario, de toda
acción y pensamiento. Las prácticas e instituciones sociales se organizarán a
partir del individuo que ellas mismas producen: como ciudadano y sujeto de
derechos, como estudiante que aprende y es calificado en forma individual,
como sujeto que del inque y es responsabilizado y castigado en forma
individualizada, como mano de obra asalariada que individualmente arrienda su
fuerza de trabajo al capital, como subjetividad singular que expresa en sus pro
ducciones estéticas su mundo interior, como sujeto de deseo que busca unirse
libremente a otro igualmente individual a quien ama. Si el proyecto moderno de
autonomía y control tiene algún sentido y viabilidad es a partir de este individuo
que encarna la posibilidad de construir libremente su vida dando forma a su
propia identidad, de asociarse con otros para construir en base a la deliberación
racional un orden democrático, de desarrollar haciendo uso de su conciencia
racional un saber científico que permita controlar la naturaleza e intensificar la
producción de bienes. Ese mismo individuo es el que como cuerpo y psique
fj4 ADRIANA KAULINO Y AN IONIO STECHER (EDITORES)
deberá ser controlado y regulado, desde el estado, la empresa, la industria, la
escuela, las Industrias culturales, la familia, para que se ajuste a la normaliza
ción y disciplinamiento que la expansión moderna del capital y la racionalización
instrumental exigen continuamente. Es el mismo individuo potencialmente au
tónomo el que será excluido y marginado de los beneficios de la modernidad al
ser clasificado en categorías que anuncian aquello que le sobra o le falta: el
loco sin razón, el obrero sin educación, la mujer invadida por sus pasiones, el
niño carente del desarrollo de sus facultades, el extranjero ajeno a los valores
modernos, el campesino recluido en su cosmovisión tradicional.
En esta autocomprensión y experiencia del individuo moderno -que prime
ro existió como discurso filosófico, posteriormente como experiencia de ciertas
élites de hombres del primer mundo blancos y propietarios, y que finalmente se
expandió al compás de los procesos de modernización, como posibilidad y/o
promesa de autonomía y como condena de disciplinamiento, a la gran mayoría
de los agentes humanos de nuestras sociedades- confluyen tanto retazos del
romanticismo como de la ilustración. Este individuo es interpelado a afirmar el
valor de la autenticidad, a trabajar en la expresión/articulación de su propia
identidad para poder así autorrealizarse como sujeto singular; al mismo tiempo
este individuo es habitado por pasiones y sueños que lo conmueven y movil i
zan, y es consciente del desgarro, angustia y sufrimiento que supone haber sido
desligados del orden tradicional y sus certidumbres, al compás de los procesos
de secularización y del desencantamiento del mundo. Pero al mismo tiempo,
en esta autocomprensión del individuo moderno, encontramos imágenes de
raigambre liberal ilustrada que nos hablan de un individuo racional, estratégi
co, dueño de sí mismo, capaz de autodeterminarse y participar en un horizonte
universalista e igualitario con los otros miembros de la sociedad (Taylor, 1997).
Tan importante como la afirmación ilustrada y romántica del sujeto como
subjetividad privada individual, será, en el plano del concepto y la experien
cia, la constatación y reflexión en torno a la crisis y los límites de dicha
subjetividad. Así, en el marco de la acelerada expansión del capitalismo in
dustrial, la urbanización y la regulación estatal desde mediados del siglo XIX
se instalará en la cultura moderna la idea de que aquella subjetividad privada
es menos libre, racional, singular y autocontenida de lo que inicialmente se
pensó, y que su destino depende mucho más de fuerzas sociales que no domina
que de una supuesta conciencia racional, coherente y constante. Marx, Freud,
CAR [OGRAKÍA OF; I A PSICOI OÍÍÍA CONTEMPORÁNEA f ) 5
Mead, por poner algunos ejemplos, son expresión de esta perspectiva que rele
vará que la subjetividad individual es un producto de las relaciones sociales y
no la causa autosuficiente de la acción humana (Larraín, 1996).
Es importante, así, entender que esta autocomprensión del individuo moder
no, con sus límites y lensiones^\ es un trasfondo en sí mismo heterogéneo que
más allá de ciertos trazos compartidos abrirá la posibilidad de una diversidad de
formas de experiencia y conceptualización en el horizonte de la modernidad.
Para los efectos de este capítulo, lo que interesa resaltar es que esta subje
tividad individual privada -en su afirmación y en el reconocimiento de sus
límites, contradicciones y determinaciones- que despunta en la modernidad
como concepto, experiencia y proceso social, es una de las condiciones de
posibilidad del desarrollo del proyecto de la psicología (Figueiredo, 2002).
Es importante recordar, por último, que además de en un plano más socioló
gico -que da cuenta de cómo las instituciones modernas, partiendo por la familia,
sostienen formas de socialización que producen al agente humano como subje
tividad individual, el que con sus prácticas reproduce recursivamente las mismas
instituciones que lo constituyen- la subjetividad individual tendrá un lugar cen
tral en el plano de la reflexión filosófica y de la fundamentación del proyecto
moderno (Habermas, 1993). El sujeto en tanto conciencia racional se constitui
rá, y ahí la referencia obligada es Descartes, en el nuevo fundamento a partir
del cual re-organizar racionalmente un mundo secularizado. El abandono de
los tutelajes heterónomos que marca el proyecto de autonomía que inaugura la
modernidad no implica una entrega al sin sentido, sino por el contrario la exi
gencia de un nuevo fundamento, una nueva certeza autónoma que haya superado
la prueba de la crítica racional. La razón subjetiva habrá de convertirse en lo
incondicionado en el orden de las condiciones. Se ha hablado de un desplaza
miento de la metafísica del ser a la metafísica de la subjetividad. El hombre y
su razón se convierten en la ratio, en el eje organizador de un mundo que sólo
puede aparecer como re-presentado en la conciencia del sujeto. Estamos así
ante el sujeto y su razón como fundamento: razón que es objetivación, control
Diversos autores han planteado que el surgimiento de la psicología como discipl ina científica está vinculada, directamente, a esa conciencia de crisis de la subjetividad individual, y al esfuerzo por explicar y gestionar sus determinaciones, fallas, tensiones y anomalías (Figueiredo, 2002; Foucault, 1957).
f j f ) ADRIAN.^ KAULINO YANIONIOSIFCHÍR (EDITORES)
y administración racional del mundo, que es proyecto de dominio, autoría y
autonomía. Estamos ante un sujeto centrado en su conciencia que tiene la
posibilidad de definir, conocer, establecer los regímenes de verdad y ordenar el
mundo a través de la creencia casi religiosa en una correspondencia entre la
representación, la palabra y el mundo.
Este sujeto individual, además de conciencia racional capaz de acceder a
lo universal y producir un conocimiento legítimo sobre el mundo, será, en el
plano de la reflexión normativa, el destinatario de los derechos que funda la
ciudadanía moderna y el asiento de la dignidad moral en un mundo secularizado.
Así, a partir de esta centralidad del sujeto como fundamento''* del proyecto
epistémico, político y moral de la modernidad se inaugurarán toda una serie de
debates que nos hablarán de su grandeza, o de su mísera e ilusoria racionali
dad. Como escribe Vilar "el pensamiento filosófico de los últimos 400 años
puede leerse, de modo ambivalente, como pensamiento del sujeto o contra el
sujeto, pensamiento de la grandeza del sujeto o de su miseria, sujeto de su
exaltación o de su irrealidad, de su poder o de sus límites. Pero en cualquier
caso como pensamiento acerca del sujeto o en torno a él mismo. Sin la noción
de sujeto bien puede decirse que no habría aquello que denominamos pensa
miento moderno. Esta centralidad obedece a razones externas, sociológicas e
históricas, y a razones internas de la filosofía propias de la lógica conceptual y
su contrastación con la experiencia" (Vilar, 1996, p. 64)".
Es importante relevar el carácter crít ico y precario de la subjetividad individual propuesta inicialmente como certeza fundante del proyecto moderno. La conciencia racional en tanto fundamento es un fundamento que implica reflexivamente su propia disolución. Como señala Oyarzún (2001) "la racionalidad moderna es inseparable de su propia crisis, o expresado de otra suerte, la crisis de la razón es inherente a la instalación -metafísica, epistémica, práctica y técnica- de la razón misma. Instalar la razón implica crit icarla, ponerla en conmoción: La duda en Descartes, la crítica en Kant, la negatividad en Hegel." (p. 232). Esta centralidad se ilustra con un conjunto de interrogantes que acompañan a la modernidad desde sus inicios: ¿En qué medida puede una mente individual, singular y subjetiva llegar a conocer objetivamente un mundo exterior y distinto a ella? ¿Cómo es posible que individuos desvinculados, independientes y autónomos construyan un orden social y se sometan a un orden exterior a ellos mismos? ¿Terminados los fundamentos divinos y tradicionales cómo puede el sujeto establecer y fundamentar un nuevo y racional ordenamiento moral? Estas problemáticas epistemológicas, políticas y morales expresan la tensión entre lo universal del conocimiento, la política y la moral a la que aspira la modernidad y la singularidad y pluralidad de la subjetividad individual instituida como nuevo fundamento. En general será la razón en tanto facultad uríiversal que habita
(continúa en la página siguiente)
CARKXJRAFÍA DC I A PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA ( ) 7
El proyecto de construcción de un saber secularizado
Otro rasgo del horizonte de la modernidad que nos interesa destacar es el
proyecto de construcción de un saber secular sistemático y con algún tipo de
validación empírica, que debía remplazar formas de conocimiento fundamen
tadas en la tradición o la religión (Walíerstein, 2003).
La modernidad se pensará a sí misma como una época que rompe con el
mundo antiguo y su cosmovisión religiosa, que busca instalar progresivamente
a la razón y su despliegue en distintos dominios como principio de organiza
ción de la convivencia y la experiencia de los sujetos (Casullo, 1999). Son
justamente los procesos de racionalización de las distintas esferas de lo social
los que deberían permitir, al mismo tiempo que expresar, el incremento de la
autonomía y del control en las sociedades modernas.
En el plano del conocimiento, ese proceso de secularización llevará a afir
mar a la ciencia como la única vía de acceso a un conocimiento legítimo y
configurará progresivamente, fundamentalmente a partir del siglo XIX, una es
tructura de saber Irimodal (ciencias naturales, ciencias sociales, humanidades)
que con su red de disciplinas e instituciones pervive en términos generales
hasta el día de hoy en nuestras universidades.
Como ha señalado el Informe de la Comisión Gulbenkain (Walíerstein,
2001, 2003) el primer paso en ese camino fue la sustitución de la teología
por la filosofía como forma de saber dominante, es decir la pretensión de
que fueran los mismos hombres y ya no Dios la fuente del saber y la garantía
de su legitimidad. La figura del filósofo capaz de conocer a través del uso
de su razón las regularidades del mundo irá reemplazando, desde el siglo
XVi e incluso antes, a la pretensión de los sacerdotes de tener un acceso
especial a las verdades divinas. Inicialmente no había una distinción clara
entre filósofos y científicos, ambos eran parte de una misma lucha común
por construir un saber racional que dejase atrás formas de conocimiento
fundamentadas en la apelación a principios religiosos e inmutables. Así,
cuando Spinoza o Hume escribían sus libros no se consideraban sociólogos
en la conciencia individual el eje mediador al que se apelará para fundar al sujeto de la ciencia, de la moral y de la política (Camps, 1999). Lo que algunos denominan como la filosofía psicológica de los siglos XVII y XVlll se articuló en gran medida en torno a estas interrogantes, muchas de las cuales pasarán a ser parte desde fines del siglo XIX de los programas de investigación de la psicología y las ciencias sociales en general.
fjQ VDRIAN/V KAULINO Y AN IONIO STECHCR (EDITORES)
O psicólogos, sino pensadores racionales que se interrogaban por las regula
ridades del mundo.
Un segundo paso en ese proceso, siempre haciendo un brevísimo resumen
de lo planteado por el Informe Gulbenkain, fue la separación de la ciencia y la
filosofía que terminó de cristalizar a fines del siglo XVIII. A medida que el
trabajo experimental y empírico comenzó a ser más importante en el desarro
llo de la ciencia, y que ciertos desarrollos tecnológicos fueron abriendo nuevas
perspectivas respecto al impacto del saber científico en la economía y la so
ciedad en general, la filosofía comenzó a ser vista por los científicos naturales
como un saber especulativo, poco validado empíricamente y con muchas me
nos implicancias tecnológicas. Poco a poco la noción de ciencia, que en su
inicio significaba simplemente conocimiento, fue asociándose a los modelos
de las ciencias naturales, dejando a la filosofía y las humanidades como for
mas de conocimiento diferentes y de menor jerarquía. Esta división en dos
culturas, las ciencias y las humanidades, supuso separar la búsqueda de lo
verdadero (en el polo de la ciencia), de la reflexión en torno a lo bello y lo
bueno que quedó afincada en el territorio de las humanidades.
Esta distinción expresaba firmemente lo que puede considerarse como las
dos premisas de la visión clásica de la ciencia. En primer lugar, una perspecti
va mecanicista y naturalista del universo pensado como una máquina
determinista gobernada por cadenas lineales de causas y efectos. Como escri
be Wallerstein, la idea de "que existe un universo real material (...) que todo lo
que existe en ese universo está gobernado por leyes naturales universales y que
la ciencia es la actividad de descubrir cuáles son esas leyes. Que la única
manera confiable o útil en que podemos conocer esas leyes es por medio de la
investigación empírica (...) que incluye mediciones y que cuanto más precisas
sean las mediciones mejor será la calidad de los datos. Que la expresión más
adecuada de las leyes naturales es la expresión más simple que cubre el mayor
número de fenómenos naturales (...) y que deberíamos ser capaces de expresar
todo el saber en una ecuación. (...) En consecuencia, si conocemos una ley y
conocemos las llamadas condiciones iniciales, podemos predecir o posdecir
cuál será o fue la ubicación y medición de cualquier proceso en el futuro o en el
pasado" (Wallerstein, 2001, pp.187-88). La segunda premisa de esta visión clási
ca de la ciencia fue el dualismo cartesiano, la suposición de que existe una
distinción fundamental entre la mente y el cuerpo, los humanos y la naturaleza.
CAHIOGRAFÍA Dr: i A rsiconx.ÍA CONIE.MPORÁNEA ^ 9
el mundo espiritual y el mundo físico (Wallerstein, 2003). La división entre
ciencia (natural) y humanidades venía a actualizar de algún modo estas dos
premisas, y a establecer una jerarquía entre el conocimiento científico "autén
tico" que descubre las leyes naturales y permite controlar y predecir fenómenos,
y otro saber, también racional pero de índole más singular, sobre las produccio
nes culturales e históricas que sería visto durante mucho tiempo como con un
estatus epistémico menor.
Un tercer paso está asociado al progresivo surgimiento de las ciencias so
ciales a fines del siglo XIX, como un campo del saber que se ubicaría entre las
ciencias naturales y las humanidades. Al compás de los procesos de moderni
zación, y de la necesidad del Estado de un conocimiento que le permitiera
racionalizar el espacio social y legitimar su activa intervención sobre ios cuer
pos, las poblaciones y las subjetividades, fueron surgiendo desde el siglo XVIII
un conjunto de nuevas categorías del conocimiento que buscaban otorgar un
saber que permitiese la organización y control de los acelerados procesos de
cambio social. Ante el fracaso del sueño ilustrado de un supuesto orden natural
del orden social, y ante la amenaza permanente para las elites burguesas-
liberales del conservadurismo monárquico y de la rebelión popular, las ciencias
sociales aparecieron en el siglo XIX como una herramienta indispensable para
gestionar las turbulencias del cambio social, para fundar una promesa de pro
greso en los desarrollos de un saber legítimo. Estas nuevas disciplinas - la historia,
economía, ciencia política, sociología, antropología y estudios orientales-
debían permitir reformar progresivamente las relaciones sociales, adaptar a los
sujetos a los procesos de modernización, contribuir a la construcción de un
imaginario nacional, y permitir "comprender" a todos aquellos otros no euro
peos (tribus o civilizaciones) que la expansión del capitalismo y los procesos
de colonización introducían masivamente en la escena europea.
Como escribe Wallerstein (2003) "entre 1850 y 1945 una serie de discipli
nas llegó a definirse como Un campo del conocimiento al que se le dio el
nombre de ciencia social. Eso se hizo estableciendo, en las principales univer
sidades, cátedras en una primera instancia; luego departamentos que ofrecían
cursos y finalmente títulos en esa disciplina. La institucionalización de la ense
ñanza fue acompañada por la institucionalización de la investigación - la creación
de publicaciones especializadas en cada una de las disciplinas; la construcción
de asociaciones de estudiosos según líneas disciplinares (primero nacionales.
7 0 ADR|AN,̂ KAUIINO Y ANTONIOSTECHER (EDITORES)
después internacionales); la creación de colecciones y bibliotecas catalogadas
por disciplinas. (...) Puede decirse que todo esto fue en gran parte una historia
exitosa. El establecimiento de las estructuras disciplinarias creó estructuras
viables y productivas de investigación, análisis y enseñanza que dieron origen
a la considerable literatura que hoy consideramos como el patrimonio de la
ciencia social contemporánea. Para 1945 la panoplia de disciplinas que cons
tituyen las ciencias sociales estaba básicamente institucionalizada en la mayoría
de las universidades importantes del mundo entero (...) siendo distinguidas (y
legitimadas como un ámbito específico y diferentes a!) de las ciencias natura
les (...) y de las humanidades" (pp. 34-36).
Estos tres pasos dan cuenta de la progresiva división epistémica e institucional
del saber moderno en ciencias naturales, ciencias sociales y humanidades. Al
interior de ese proyecto de construcción de un saber racional y de sus progresi
vas divisiones hay que pensar el desarrollo del saber psicológico y su
institucionalización progresiva junto con el resto de las ciencias sociales"' a
partir de las últimas décadas del siglo XIX.
Hay que señalar que en sus inicios, en el marco de la hegemonía del posi
tivismo cientificista del siglo XIX y de las demandas de las elites modernizadoras
por un conocimiento que permitiera el control y la predicción, las ciencias
sociales en su gran mayoría buscaron identificarse con el modelo de las cien
cias naturales, buscando encontrar las leyes universales de sus campos de estudio
y relegando a un segundo plano aquellos intentos por construir un saber sobre la
sociedad y los individuos basado en los métodos más comprensivos de las hu
manidades.
Para terminar conviene recordar, como lo señala el mismo informe de la
Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales que ve
nimos comentando, que una de las características de los debates de los últimos
En su análisis Wallerstein no considera a la psicología como parte del campo de las ciencias sociales pues considera que la psicología terminó por definirse no tanto en el campo social sino principalmente en el campo médico, obteniendo su legitimidad de su v inculación con las ciencias naturales. No concuerdo con esta reconstrucción de la psicología hecha por Wallerstein. Aunque asociada a la medicina, la idea de psicoterapia implica justamente un espacio de trabajo en una subjetividad que no se reduce a sus bases biológicas. Sea como ciencia de la subjetividad o como ciencia del comportamiento, la psicología en su p lura l idad, si ha de considerarse en alguno de los tres campos del saber, debiera incluirse en las ciencias sociales.
CAR rocRAfíA ur i A PSICOLOGÍA CON I FMPORÁNEA 7 1
treinta años es el fuerte cuestionamiento a la visión newtoniana-cartesiana de
la ciencia clásica, así como a la división trimodal del saber. El surgimiento de
los Estudios Culturales, así como los Estudios de la Complejidad, estarían cues
tionando desde dentro de las mismas ciencias (cuestionamiento que siempre
estuvo en la reflexión filosófica) dichos presupuestos y promoviendo nuevas
formas de reorganización y fundamentación del conocimiento a la altura de
los nuevos desafíos de la humanidad (Wallerstein, 2001). Para los efectos de
nuestra argumentación, lo que habría que remarcar es que esos nuevos debates
y propuestas pueden inscribirse en el largo proceso (¿un cuarto paso?) de cons
trucción de un nuevo saber racional sobre lo verdadero, lo bueno y lo bello que
caracteriza a la modernidad, y por otro lado, que más allá de las críticas, las
estructuras institucionales del saber siguen operando en nuestras sociedades en
base a la triple división que hemos reseñado.
El proyecto político: procesos de modernización e intereses sociales
Uno de los rasgos distintivos de la modernidad es su carácter de proyecto
político, su apuesta por construir activamente un nuevo orden social racional
que permita alcanzar la autonomía, la igualdad y la fraternidad. La moderni
dad aparece como una promesa de prosperidad, emancipación y felicidad, la
posibilidad de entender el orden social no como algo predeterminado en fun
ción de principios anteriores e independientes a los humanos, sino como algo
que debe ser modelado por los propios miembros de la sociedad. Como escribe
Lechner "la modernidad consiste en la ruptura con esa fundamentación tras
cendente y la reivindicación de la realidad social como un orden determinado
por los hombres. Afirmando su autonomía, los individuos se hacen irremedia
blemente cargo de organizar su convivencia. La modernidad es ante todo un
proceso de secularización: el lento paso de un orden recibido a un orden produ
cido" (Lechner, 1988, p. 168).
La modernidad será vista como el inicio de una nueva época, de un tiempo
que vive abierto al futuro y no al pasado. En el siglo XVIII, junto con la expre
sión de "época moderna", surgirán (o serán resignificados) una serie de conceptos
y metarrelatos que aluden a la idea de movimiento, tránsito, desplazamiento
desde un lugar a otro, en que lo que se observa esta es pretensión moderna de
romper radicalmente con la tradición y construir un nuevo orden. Conceptos
como los de revolución, progreso, emancipación, desarrollo, crisis, etc., pasarán
72 ADRIANA KAULINO Y ANTONIO STECHER (EDITORES)
a formar parte de las representaciones con las que las sociedades modernas se
piensan a sí mismas (Habermas, 1993).
Las sociedades modernas han sido el territorio donde a través de distintos
procesos de modernización se ha buscado poner en marcha este proyecto que
supone la ampliación de la autonomía y el control. Por cierto, y como ya
hemos comentado, las sociedades modernas son también, y sobre todo, el terri
torio de los fracasos y las barbaries cometidos en nombre de la razón moderna.
La explotación, desigualdad (intra e inter sociedades) e injusticia que caracte
rizan el despliegue del capital; la mecanización y racionalización burocrática
de la sociedad; el disciplinamiento y control de los cuerpos y subjetividades, la
colonización del mundo de la vida, la destrucción de la naturaleza y de otras
formas culturales, son parte del legado de la modernidad, la cual puede y
debe, sin embargo, ser criticada y reinventada permanentemente apelando a
sus propios principios normativos.
Para los fines de nuestra argumentación lo que interesa señalar es que es en
el contexto de los procesos de modernización de fines del siglo XIX y del siglo
XX donde hay que situar el desarrollo de la psicología como disciplina científi
ca. Las diferentes oleadas modernizadoras de las élites políticas y económicas,
las resistencias a dichos procesos, las demandas modernizadoras de sectores de
trabajadores que denuncian el carácter ideológico de la libertad liberal y exi
gen la ampliación de las promesas de la modernidad a nuevos sectores de la
población, las consecuencias subjetivas y sociales de los procesos de industria
lización y expansión del estado nacional, entre otros, configuran un campo de
disputas, problemáticas e intereses sociales en relación a los cuales hay que
entender la producción conceptual y práctica de las diferentes corrientes teóri
cas de la disciplina.
Si algo caracteriza la segunda mitad del siglo XIX es la crisis del pensamiento
ilustrado en el marco de la crisis de las primeras sociedades modernas. Al compás
de los procesos de industrialización, urbanización, crecimiento de la burocracia
estatal, emergencia de nuevos actores y demandas sociales, movimientos monár
quicos conservadores, la creciente visibilización de la llamada cuestión social,
los movimientos nacionalistas, entre otros, se instala la convicción de que el orden
racional esperado no emergerá espontáneamente a partir de la interacción libre de
los individuos, sino que es necesaria una activa construcción de la sociedad
CAR rocRAFÍA [JE i A PSICOLOGÍA CONIFMI'ORÁNEA 7 3
,1 partir de la intensificación dirigida de los procesos de racionalización. El
Estado debía hacerse cargo de organizar activamente el orden social, de inser-
lar a los individuos en distintos roles para que cada uno desde su lugar (el
obrero en la fábrica, la mujer en el hogar, el soldado en la frontera, el niño en
la escuela, etc.) contribuyera al proyecto modernizador. Como señala Touraine
(1998), la ideología modernista imperante buscó transformar la "calma" Razón
ilustrada en una activa voluntad de transformación incesante y total de los
distintos ámbitos de la sociedad. Es decir, ya no se trata de pensar al sujeto
como un agente libre e independiente que crea consensuada y racionalmente
su orden social. Se trata ahora -ante el fracaso histórico del discurso ilustrado-
de construir desde el estado y las clases dirigentes una sociedad administrada
racionalmente. El sujeto, más que libre productor de su polis, es visto como un
organismo que debe adaptarse a un entorno social en constante cambio y ajus
tarse al diseño instrumental del nuevo orden, única garantía de desarrollo y
modernización. O, más radicalmente, la verdadera modernización se logra
cuando todos los aspectos de la vida social, incluyendo el comportamiento y la
subjetividad humana, logran ser administrados y controlados racionalmente.
Pensar la sociedad será analizar en qué medida la sociedad está moderniza
da, en qué medida ha dejado atrás los modos tradicionales de organización
social, en qué medida, por último, la organización racional y planificada del
orden social han llevado a conformar una sociedad nacional que en tanto tota
lidad racional señala el cumplimiento del sueño progresista.
Esta ideología modernista de fines del siglo XIX -que surge como respuesta
a la crisis y turbulencias de las sociedades modernas y al fracaso del pensa
miento ilustrado para construir un orden social- priorizará el logro de la
integración, el orden y la racionalización social, subordinando la autonomía
individual a estas metas para alcanzar así el progreso anhelado. Sólo una mo
dernización controlada y conducida centralmente podía dar lugar a un orden
integrado y pacífico, que al mismo tiempo que impulsaba activamente los
cambios económicos, políticos y culturales del programa modernista, lograba
gestionar y contener las fracturas, desarraigos y conflictos que los mismos pro
cesos de modernización inevitablemente generan. Como ha señalado Wagner
en todo el período que va desde la crisis de la sociedad liberal hasta el final de
lo que él denomina como modernidad organizada (entre 1850 y 1970) encon
tramos que hay un progresivo desplazamiento desde las prácticas, restringidas
74 ADRIANA KAULINO Y ANTONIO STECHER (EDITORES)
pero liberales -basadas en el libre entendiniiento y asociación de individuos
autónomos- a prácticas basadas en una planificación y organización más cen
tralizada. En dicho contexto la idea de 'organización' cumplió un rol central.
Hay que organizar las actividades de las distintas esferas sociales buscando
maximizar la eficiencia y la productividad. Modernizar la sociedad exige pla
nificar, gestionar activa y racionalmente laS prácticas sociales. La expansión
de diversos mecanismos de f o rma l i zac i ón , c o n v e n c i o n a l i z a c i ó n ,
estandarización, clasificación y disciplinamiento apuntan a este objetivo fun
damental del estado-nación de construir un orden, un entorno predecible regular
y estable que posibilite el desarrollo de la sociedad (Wagner 1997).
En la planificación, implementación y control de este nuevo orden social
las ciencias sociales debfan cumplir un roí fundamental. La ciencia, en tanto
modelo de la acción racional, debía inform3r al Estado sobre cómo organizar
la sociedad y debía entregar al mismo tiempo las estrategias adecuadas para
contener y excluir todo aquello que amenazase dicha organización.
Como ya hemos señalado en el punto anterior, el surgimiento de las Cien-
cias Sociales está absolutamente ligado a la demanda de las élites por un saber
que permita implementar el proyecto modernizador en los términos señalados
(Wallerstein, 2001). En un contexto de aceleradas transformaciones y turbulen
cias, donde la posición conservadora reclamaba por un retorno a las instituciones
tradicionales, donde las posiciones radicales abogaban por revolucionar rápi
damente la sociedad apelando al principio de soberanía del pueblo, la posición
liberal-burguesa, íinalmer^te triuníante, apelará a la racionalidad del saber de
las nuevas ciencias sociales como guía par^ conducir un proceso de cambio
gradual y controlado. Es decir, no será la tradición ni la voluntad popular, sino
la experticia de un saber nuevo el que orientará los procesos de modernización
y el que permitiría hacer justicia a la convicción moderna de que el mundo
social por malo que fuera podía ser mejorado.
Como escribe Wallerstein (2001) -mostrando la estrecha ligazón entre el
desarrollo de las ciencias sociales y el programa liberal modernista que será
hegemónico desde las últimas décadas del siglo XIX hasta 1970- "la estrategia
del liberalismo como estrategia política consistía en manejar el cambio, y eso
debía ser hecho por las personas debidas en la forma debida. (...) esas personas
competentes (no debían actuar) basadas en prejuicios adquiridos sino más bien
CARTOCÍKAIIAOF I A ('SICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA 7 5
en información previa sobre las probables consecuencias de las reformas pro
puestas. Para actuar de esa forma necesitaban tener conocimiento de cómo
funcionaba realmente el orden social y eso significaba que necesitaban inves
tigación e investigadores. La ciencia social fue absolutamente indispensable
para la empresa liberal" (p. 168).
Para concluir este apartado podemos decir entonces que la crisis del pensa
miento ¡lustrado y de las primeras sociedades modernas a mediados del siglo
XIX^^ fue un factor central en la institucionalización de las ciencias sociales
como disciplinas científicas independientes. Estas se convirtieron en un elemen
to central de los proyectos de modernización conducidos desde el Estado, y fueron
activamente demandadas para ofrecer saberes y técnicas que posibilitaran adap
tar a ios individuos a los procesos de cambio social, al mismo tiempo que gestionar
los malestares que inevitablemente instalaba la misma modernización.
Es importante recordar, sin embargo, que los procesos de modernización son
campos en disputa dentro de las mismas élites y entre éstas y el resto de la
población, respecto al modo adecuado de interpretar, articulare institucionalizar
las significaciones imaginarias de autonomía y control propias de la moderni
dad. Son dinámicas cambiantes, inestables, donde surgen hegemonías,
resistencias, malestares y diversos conflictos. Las sociedades modernas a lo
largo del siglo XX han sido un campo atravesado por múltiples intereses socia
les que expresan el devenir siempre problemático y lensional de los procesos
de modernización.
2. Subjetividad, conocimiento e intereses sociales: la modernidad y el saber psicológico como horizonte común de debates y contradicciones
La caracterización de la modernidad y de los tres ejes que hemos recién
presentado permiten situar y comprender la siguiente aseveración: el proyecto
de la psicología en tanto producción cultural moderna puede ser descrito, en sus
términos más generales, como el esfuerzo por generar un conocimiento racional,
Existe, por cierto, una directa relación entre la crisis del pensamiento ilustrado y las primeras formas modernas liberales, y la crisis de la subjetividad privada a la cual nos hemos referido en un apartado anterior. Estas tres crisis caracterizan la Europa de mediados del siglo XIX y dan paso a un nuevo momento de la modernidad donde la ideología modernista, las sociedades de modernidad industrial (o modernidad organizada) y el saber de las ciencias sociales que describe los límites y determinaciones del individuo moderno son sus referentes centrales.
7 íj ADRIAH*, KAULINO Y ANTONIO STECHER (EDITORES)
sistemático y con algún tipo de validación empírica sobre la subjetividad y/o
el comportamiento del individuo en el contexto de los procesos de construc
ción de un nuevo orden social secularizado.
En ese sentido, es que podemos plantear que si bien toda cultura humana ha
desarrollado ciertas ¡deas sobre la naturaleza de los seres humanos, la psicolo
gía como saber científico sobre la mente y la conducta individual es sólo pensable
bajo las coordenadas culturales de aquella particular condición de la historia
que denominamos modernidad (Wallerstein, 2003; Pérez, 1996). En ese mismo
sentido, también, es que podemos plantear que hay ya saber psicológico en
toda la producción de la filosofía moderna entre los siglos XVII y XVIII antes de
la institucionalización de la psicología como disciplina científica en el siglo
XIX. Al respecto, baste recordar el proyecto de Hume (1711 -1776) de clasificar
los contenidos de la mente y establecer principios de conexión entre las ideas
y sensaciones, siguiendo el modelo newtoniano y aplicándolo al espacio men
tal, de tal modo de construir un nuevo saber fundado en la experiencia y la
observación sobre la naturaleza humana (Leahey, 1998).
Lo novedoso de fines del siglo XIX, como ya hemos señalado, es que se
producirá una disciplinarización y profesionalización del conocimiento psico
lógico, que dará lugar a la creación, al alero de la revitalización de las
universidades y de las demandas de los procesos de modernización, de una
estructura institucional permanente y organizada que asumirá el monopolio de
la producción, transmisión y aplicación del saber psicológico (Danzinger, 1979;
Wallerstein, 2003).
Ahora bien, lo que nos interesa remarcar es que podemos pensar la unidad de
la psicología -tanto en la forma de filosofía psicológica en los siglos XVII, XVIII
y parte del XIX, pero en particular en su forma institucionalizada y profesionalizada
de disciplina científica a partir de fines del siglo XIX y hasta nuestros días- a
partir de su inscripción en el horizonte sociocuitural de la modernidad. La psico
logía, así, puede ser caracterizada en términos globales como aquel proyecto
moderno de construcción de un nuevo saber racional sobre la subjetividad y el
comportamiento del individuo que contribuya, en su articulación con distintos
intereses sociales, al nuevo orden secular y a su promesa de progreso.
Así como la apelación a la modernidad y a tres de sus elementos constituti
vos nos permite pensar la unidad de la psicología, al mismo tiempo nos entrega
CARTOGRAFÍA DE LA PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA 7 7
(laves para comprender la enorme pluralidad teórica que caracteriza ai desa
rrollo del saber y las prácticas psicológicas. Esto es así pues cada uno de los
ejes que hemos presentado (subjetividad, conocimiento racional, proyectos
modernizadores de construcción de un nuevo orden social) son campos de
problematizaciones y disputas, no pudiendo ser entendidos en ningún caso como
objeto de una definición consensuada, estática y uniforme en el campo cultu
ral de la modernidad en general y dentro de la psicología en particular.
Veamos a continuación más específicamente cómo cada uno de estos ejes
se ha constituido en un territorio de debates y múltiples posicionamientos en la
historia de nuestra disciplina, dando lugar al desarrollo de distintas perspecti
vas teóricas.
Subjetividad
Las diversas conceptualizaciones de la subjetividad individual, los distintos
objetos teóricos o perspectivas desarrollados para aprehenderla e incluso
deconstruirla (conciencia, inconsciente, personalidad, pasiones, experiencia,
voluntad, aparato psíquico, redes neuronales, intersubjetividad, discurso, cul
tura, procesos cognitivos, interacciones, historia), la caracterización que se
haga de ella en términos de la oposición determinismo-libertad, mente-cuerpo,
individuo-sociedad, herencia-cultura, organismo-mecanismo, egoísmo-altruis
mo, universalidad-particularidad, mismidad-alteridad, racionalidad-afectividad,
etc., dan cuenta de un espacio de debates históricos y de una multiplicidad de
perspectivas que expresan el carácter crítico y reflexivo del horizonte moderno
y del pensamiento científico.
Este argumento requiere, por cierto, dejar atrás un naturalismo ingenuo que
asume que la psicología encuentra sus objetos en el mundo natural y que las
categorías psicológicas son un reflejo de la arquitectura universal de la subje
tividad humana (Danzinger, 1993). Esta perspectiva naturalista asume que "los
objetos en que ios psicólogos se concentraron sucesivamente, como las 'sensa
ciones', 'las diferencias individuales', o el comportamiento, ya existían en el
mundo natural antes de que los investigadores psicólogos aparecieran en esce
na, en cierta forma como bellas durmientes en espera de sus príncipes". A
diferencia de esta perspectiva, es necesario asumir un enfoque crítico que,
como continúa Danzinger (1984, p. 3), considera "que es un problema precisa
mente lo que se aceptaba sin reparos desde el punto de vista tradicional, esto es.
7 8 ADRIANA KAULINO Y ANTONIO STECHEH (fuironEs)
el surgimiento histórico de los objetos psicológicos mismos. Los objetos como
'la inteligencia', 'la personalidad', 'las actitudes', no se dan en la naturaleza
como materias dadas" sino que son objetos teóricos producidos por los psicólo
gos para intentar aprehender y dar cuenta de un cierto ámbito de la realidad y
la experiencia de los sujetos.
Este carácter construido de los objetos psicológicos no tiene nada de espe
cial y no supone una amenaza; por el contrario, confirma el carácter científico
de la disciplina. Como insistió siempre Bachelard (1981) - y como se asume
hace mucho tiempo en las llamadas ciencias duras menos ansiosas y preocupa
das de interrogar sus fundamentos epistemológicos- lo propio de la actividad
científica es la construcción de nuevos campos de objetividad científica, la
producción de objetos teóricos que no buscan "reflejar" la experiencia sino
interrogarla desde ciertos modelos preexistentes producidos por la imaginación
científica (Bourdieu, 2003). Como señala Rose (1996a) "dentro de la tradición
más sobria de Bachelard, señalar la naturaleza construida de la objetividad
científica no es estorbar ni demoler el proyecto de la ciencia, no es 'ironizar'
sobre él ni 'deconstruirlo', sino definirlo (...) La realidad científica contemporá
nea es el resultado ineludible de las categorías que usamos para pensarla, de
las técnicas y procedimientos que usamos para ponerla de manifiesto y de las
herramientas y modos de prueba que usamos para justificarla" (pp.11-12).
Dicho lo anterior es posible plantear que la pluralidad de la disciplina psi
cológica se explica (en parte) a partir del desarrollo de distintos objetos teóricos
y modelos conceptuales que buscan dar cuenta de la subjetividad individual
que emerge en las sociedades modernas. Objetos y modelos que son puestos
permanentemente en discusión dentro de una misma tradición o en confronta
ción con los planteamientos de otras tradiciones teóricas, abriendo todo un
itinerario de debates y reformulaciones teórico-conceptuales que alimenta la
dinámica pluralidad de la psicología.
Por otro lado, y más allá de los debates internos intra o inter perspectivas
que están presentes desde el inicio de nuestra disciplina, hay que considerar
otro elemento a la hora de pensar esta dinámica pluralidad de la psicología. En
ésta, no son sólo ios conceptos y métodos los que sufren un cambio histórico,
sino su mismo "objeto". Como escribe Danzinger, "la subjetividad humana,
que está detrás de los objetos de la investigación psicológica, está ella misma
CARTOGRAFÍA DE I A PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA 7 9
fuertemente implicada en el proceso histórico, como agente y a la vez como
producto" (Danzinger, 1993, p.5). Esto es, que las cambiantes condiciones de
modernidad y el despliegue de los procesos de modernización, van transfor
mando a los mismos sujetos que la psicología busca investigar, lo que abre la
necesidad de reformular (antiguos) o producir (nuevos) desarrollos teóricos
capaces de aprehender las emergentes lógicas de acción, de malestar, de
cognición, etc., que se constituyen en particulares momentos del devenir de
las sociedades modernas.
La subjetividad individual se constituye, así, en un eje desde el cual pensar
la dialéctica de unidad y diferenciación de la psicología. Unidad en tanto las
distintas perspectivas teóricas buscarían aludir o establecer una relación de
conocimiento con dicha subjetividad que se configura, actúa y se transforma
en el horizonte de la modernidad. Pluralidad en tanto al interior de la psicolo
gía distintas tradiciones teóricas habrían desarrollado diversos marcos
teórico-conceptuales para interrogar y dar cuenta -modelándola, recortándola
y objetivándola de formas específicas- de dicha subjetividad.
Así, enfatizando alguna de sus dimensiones cognitivas, volitivas, afectivas,
conductuales, corporales o reflexivas; interrogando y develando sus determina
ciones inconscientes, sociales, intersubjetivas o biológicas; anunciando sus
regularidades naturales, universales y transhistóricas o afirmando su carácter
singular e histórico; denunciando su carácter ideológico, ilusorio o su estatuto
de epifenómeno de procesos neuronales, discursos, relaciones sociales, estruc
turas simbólicas, identidades culturales o interacciones sistémicas; las distintas
perspectivas de la psicología han construido una diversidad de imágenes y
distinciones sobre la subjetividad que han sido la base de variados saberes y
técnicas sobre la misma.
Conviene recordar que estas imágenes o modelos conceptuales desarrolla
dos por la psicología habitualmente se nutren y fundamentan en alguna, o en
varias, de las tradiciones del pensamiento filosófico de la modernidad.
Por último, permítannos insistir en lo siguiente: la centralidad (y construc
ción) de la subjetividad individual para (en) la modernidad es una de las
condiciones de posibilidad de la psicología. Esta puede entenderse como aquel
campo del saber moderno que, a través de distintos modelos teórico-concep
tuales, busca conocer e intervenir racionalmente (curar, transformar, potenciar.
8 0 ADRIANA KAULINO Y ANTONIO STECHER (EEJIIORES)
controlar, adaptar, regular, educar, etc.) aquella subjetividad individual que la
propia modernidad ha producido.
Conocimiento racional
Este mismo escenario de diferenciación y debates lo encontramos en lo refe
rido a la generación de un conocimiento racional sobre el sujeto que más que
un punto de llegada instituye todo un horizonte de disputas epistemológicas que
de Descartes hasta nuestros días se interroga sobre el estatuto y la validación del
conocimiento que un sujeto o una comunidad hace del mundo, de ios otros y de
sí misma. Fcira el caso de nuestra disciplina, en este punto vale la pena recordar
el debate que, desde fines del siglo XIX en el contexto del surgimiento de las
ciencias sociales, se librará entre el positivismo y la hermenéutica sobre la
relación entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del hombre. ¿Debe el
estudio del hombre, su cultura y su historia seguir el principio del monismo
metodológico que plantea la unidad del método científico -cuyo canon son la
física con su lenguaje matemático y su búsqueda de leyes hipotéticas generales
de la naturaleza bajo las que se subsumen los casos individuales- para toda la
diversidad de objetos que se prestan a un conocimiento racional?, ¿o debemos
rechazar el monismo metodológico del positivismo rehusando tomar el patrón
de las ciencias naturales como el único y legítimo modelo de comprensión
racional de la realidad, promoviendo nuevas aproximaciones ideográficas y com
prensivas a una naturaleza humana que se define por su historicidad,
intencionalidad y campos de significación? (Von Wright, 1988). Esta tensión,
como señala Vezzetti (1998), reverbera hasta el día de hoy en el campo de la
psicología, donde es posible reconocer una cultura humanística y otra cientificista,
que nos habla de un campo escindido entre "dos tribus" epistémicas con supues
tos y valores muy distintos y que escasamente logran comunicarse entre sP".
Esta confrontación expresa el carácter problemático de las ciencias sociales y
la psicología, que desde sus inicios, como ya hemos señalado, quedaron ubica
das entre el mundo de las ciencias naturales (ciencias nomológicas) y el mundo
de las humanidades (ciencias histórico-hermenéuticas). Siguiendo a Lepenies
(1994) uno podría hablar de las ciencias sociales (incluyendo a la psicología)
Es habitual considerar el debate entre estas "dos tr ibus" (positivista y hermenéutico-crítica) como una prolongación de las diferencias entre la ilustración y el romanticisimo, dos de las principales tradiciones culturales de la modernidad (Kvale, 1999).
CARlociKAFÍA nr i A I'SicoiOCÍACONIEMPORÁNFA f J |
como una tercera cultura que se define justamente por la confluencia proble
mática de ambas matrices epistemológicas, y que se ha constituido desde sus
inicios en un campo de batalla entre ambas tendencias (Von Wright, 1998). O
en palabras de Habermas: "Mientras que las ciencias de la naturaleza y las
ciencias del espíritu pueden profesarse mutua indiferencia y soportar una con
vivencia más enconada que pacífica, las ciencias sociales tienen que dirimir
bajo un mismo techo la tensión de esos planteamientos divergentes; aquí es la
propia práctica de la investigación la que obliga a reflexionar sobre la relación
entre procedimientos analíticos y procedimientos hermenéuticos" (Habermas,
1996, p. 83). Este carácter conflictual de las ciencias sociales se complejiza aún
más si consideramos, por un lado, el desarrollo durante el siglo XIX y XX de una
tercera tradición que suele denominarse dialéctica-crítica, vinculada a los tra
bajos de Hegel, Marx y la Escuela de Frankfurt, y si, por otro lado, incorporamos
algunos desarrollos epistemológicos recientes de sensibilidad postmoderna como
el (neo)pragmat ismo de Rorty, la decons t rucc ión o las propuestas
neonietzscheanas sobre la relación saber-poder en Foucault que han tenido una
fuerte influencia al interior de la psicología con el construccionismo social. Lo
hasta acá señalado es suficiente para ilustrar el punto que estamos intentando
remarcar: cuando decimos que el proyecto de la psicología moderna se carac
teriza por intentar construir un saber racional sobre el sujeto, es importante
entender dicha afirmación en tanto apertura de un campo de problemáticas
que inaugura un conjunto de debates y posiciones epistemológicas (muchas de
ellas hilaridas) que se expresan, a su vez, en el desarrollo de las distintas tradi
ciones psicológicas, cada una de las cuales asume ciertos presupuestos
epistemológicos respecto al modo adecuado de construir un saber racional so
bre la subjetividad.
Intereses sociales y modernización
En relación al tercer punto, referido a la articulación del saber psicológico
con intereses sociales relativos a los procesos de modernización y construcción
de las sociedades modernas es posible encontrar nuevamente un campo de dife
renciación. Un ejemplo de dichas articulaciones lo encontramos en el expreso
interés de la tradición de la psicología de la adaptación en los EEUU por desarro
llar una ciencia que, como escribiera Watson en 1913, tuviera como meta "la
predicción y el control de la conducta" con miras a incrementar la adaptación
8 2 '* ' \NA KAULINOYANlONIoSTEtUrRÍFDirORES)
de los sujetos a los procesos de modernización conducidos por las élites político-
económicas (Leahey, 1998). Tal como lo pensara Comte, la t radic ión
comportamentalista de la psicología se identificó con la idea de que la ciencia
debía tener una fuerte actitud tecnológica y constituirse en la principal base del
naciente orden social. Respecto a este eje es útil, aunque insuficiente, la distin
ción que estableciera Habermas en Conocimiento e Interés (1990). Como es
sabido, Habermas distingue tres tipo de intereses que sirven como base a tres
formas particulares de conocimiento. El interés técnico, ligado a las ciencias
analítico-empíricas que buscan regularidades nomológicas y que se asocia a un
conocimiento donde la predicción, el control (del mundo, la sociedad y los suje
tos) y la aplicación técnica juegan un rol central. El interés práctico ,\\gado a las
ciencias hermenéutico-históricas que atienden a las interacciones humanas his
tóricamente situadas que se realizan en la comunicación intersubjetiva, y que
trabajan con los conceptos de significado, comprensión, interpretación, viven
cia. Y el interés emancipatorio, ligado a las ciencias sociales críticas que a partir
de una síntesis dialéctica de las disciplinas analítico-empíricas y hermenéutico-
históricas buscan criticar las "relaciones ideológicamente congeladas de
dependencia" y contribuir a la autonomía de los sujetos individuales y colecti
vos. A partir de la autorreflexión emancipatoria se busca "liberar al sujeto de
los poderes hipostasiados" y contribuir a la institución de las condiciones socia
les materiales que se requieren para una comunicación abierta, libre, no
coercitiva (Bernstein, 1994). Esta distinción habermasiana nos permite visibilizar
la constitutiva, necesaria y diversa articulación entre los Intereses y el conoci
miento en la experiencia humana. Desde dicha distinción es posible interrogar
a las tradiciones teóricas de la psicología, tanto respecto al interés que las
anima como al modo en que sus producciones teórico-prácticas efectivamente
posibilitan, o más bien dificultan, el logro en sus sociedades concretas de la
aspiración que declaran. Más pertinente para nuestra argumentación es, sin em
bargo, la conexión que establece Danzinger entre los intereses sociales y la
producción de saber psicológico. Pensando fundamentalmente en la psicología
como disciplina científica, de lo que se trata, como señala Danzinger, (1984) es
de reconocer que las distintas problemáticas-malñces simbólicas que surgen en
el curso de la interacción social históricamente situada y que definen los esque
mas, las imágenes, las metáforas en términos de los que la comunidad científica
formula sus problemas específicos y se plantea las preguntas que orientarán las
CAUIOGRAFÍA nc i A I'SICOIOCÍA CONTFMPORÁNEA Q 3
actividades constructivas de objetos psicológicos (teóricos, técnicos,
institucionales)- son expresión de un conjunto de intereses sociales a los cua
les buscan dar respuesta los profesionales de la disciplina. Como escribe
Danzinger -quien está pensando en los intereses sociales a un nivel mucho
más concreto que la reflexión filosófica de Habermas- "La problemática que
proporciona la base de la actividad del individuo (científico) es una estructura
abierta que define un área-problema y prescribe la naturaleza general de las
soluciones aceptables. No es simplemente un conjunto de categorías cognitivas,
sino siempre una expresión de intereses sociales. La existencia de una situa
ción-problema implica interés por algún tipo de solución. Solo en la medida en
que una problemática implica interés por algún tipo de solución puede servir
como fuente de nuevos productos intelectuales o técnicos. (...) Si aceptamos el
papel fundamental que desempeñan ios intereses en toda actividad generadora
de conocimientos (...) debe reconocerse que la reproducción de clases especí
ficas de conceptos y prácticas implica intereses sociales, aunque los actores
históricos puedan no haber entendido este aspecto de su actividad (...) estos
intereses más amplios están relacionados con la perpetuación de las formacio
nes sociales generales en las que están inmersas las actividades conducentes a
constituir objetos psicológicos" (Danzinger, 1984, pp. 8-9). Es importante preci
sar que establecer esta relación entre intereses sociales y producción de objetos
(conocimiento) no implica afirmar que el conocimiento psicológico es mera
mente un conjunto de imágenes sociales disfrazadas al servicio de los intereses
de particulares actores sociales. Las disciplinas tienen la posibilidad de resistir,
permear y retraducir en función de la propia lógica y los criterios del campo
científico las demandas del macrocosmos social en el cual están insertos^^.
Siguiendo a Bourdieu es posible plantear que si bien en toda producción discursiva se pone en juego una cierta dimensión polít ica, también es cierto que la polít ica de la ciencia es diferente, a pesar de su articulación, con la política de la sociedad. Lo que tiene que ver con que los productos científicos dependen fundamentalmente del rigor de las coacciones sociales específicas -coherencia interna, argumentación racional, v igi lancia epistemológica, ref lexiv idad, va l idación empír ica, capacidad expl icat iva, crítica de los pares, etc.- que gobiernan su producción y en función de los cuales se retraducen, en pr incipio, los intereses sociales exteriores al campo. Como escribe el sociólogo francés, "la reducción a lo 'polí t ico' que arrastra la ignorancia de la lógica específica de los campos científ icos, impl ica un renunciamiento, por no decir una dimisión, por parte del investigador, que consiste en reducir su papel al de un simple militante, sin más fines ni medios que los de un político corriente. Hacerlo significa anular, en tanto científico, no sólo su capacidad de poner las armas insustituibles de la ciencia
(continúa en la página siguiente)
3 4 ADRIANÍV KAULINO Y ANRJNIO STECHER (EEMTORES)
Uno de los principales desafíos de la historiografía crítica de la psicología
es justamente intentar comprender cómo se han ido articulando en distintos
momentos y contextos específicos de la historia de la disciplina la lógica inter
na de los programas científicos con los intereses sociales que los atraviesan.
Como escribe Vezzetti "...esa relación entre la configuración de la disciplina y
el contexto socioinstitucional no es encarada mayormente como una relación
global, como si la disciplina simplemente 'reflejara' la estructura y los intere
ses de grupos sociales dominantes, como si todo se redujera a un análisis global
del régimen de poder social, sino como una relación mediada por el grupo
profesional" (Vezzetti, 1998, p. 6). Lo que nos importa remarcar es que uno
puede leer la historia de la psicología y sus producciones teórico-prácticas
interrogándose por los intereses sociales con que se interpela al campo discipli
nar o a algún subsector del mismo, así como por los intereses que respecto a la
construcción del orden social reconocen (más o menos explícitamente) y ac
túan (con o más o menos consistencia respecto a lo que declaran) los propios
participantes del juego de la ciencia. Nuestra propuesta es que, para el caso
del desarrollo de nuestra disciplina, esos intereses deben comprenderse en rela
ción a los proyectos y aspiraciones de los distintos actores económicos,
culturales, políticos (individuales o colectivos) que, en contextos locales, na
cionales o globales específicos y con grados de poder muy disímil, promueven,
resisten o sufren los procesos de modernización hegemónica e imaginan mo
dernidades alternativas. Desde esta perspectiva toda tradición psicológica -con
su red de saberes y prácticas- responde, con las mediaciones propias de los
campos científicos, a constelaciones de intereses que los interpelan, a motiva
ciones orientadas por una cierta imagen del modo como la disciplina puede
contribuir a la construcción y mejora del orden social, en el contexto del hori
zonte cultural de la modernidad y de los procesos siempre conflictuales de
modernización. Como la cultura moderna y los procesos de modernización se
despliegan en distintas dimensiones y suponen campos en disputa respecto al
"mejor" modo de concretar el proyecto político de la modernidad, los intereses
y demandas sociales que han interpelado y movilizado a nuestra disciplina son
múltiples, diversos y muchas veces antagónicos.
al servicio de los objet ivos perseguidos, sino, sobre todo, su capacidad de aportar medios para comprender, por ejemplo, los límites que los condicionantes sociales de las consignas mil i tantes imponen a la crít ica y la acc ión mi l i tante" (Bourdieu, 2000b, p.124,125)
CARr<K;RAI-ÍA or LA h'SicOLocíA CONTEMPORÁNEA 8 5
¿Cómo ajustar a los individuos a los requerimientos de la producción indus
trial? ¿Cómo garantizar que las familias operen efectivamente como instancias
de socialización que producen subjetividades individualizadas singulares pero
también altamente normalizadas? ¿Cómo compensar los déficit y fallos de los
sujetos de tal modo de garantizar su inserción activa en las lógicas
modernizadoras? ¿Cómo contener, regular, aislar a aquellos que por diversas
razones no califican como aptos para una integración plena a la vida moderna?
¿Cómo promover un comportamiento funcional a los intereses del capital y el
estado del niño en la escuela, del soldado en el ejército, del obrero en la
industria, de la mujer en el hogar, del maestro en la clase? ¿Cómo denunciar las
lógicas de enajenación y explotación propias de la modernidad ampliando los
beneficios de la misma a los sujetos excluidos? ¿Cómo comprender, ayudar y
curara los sujetos arrojados a las turbulencias de la vida moderna, presas de los
múltiples desarraigos, angustias y temores que va dejando como estela los
procesos de creación-destructiva propios de la modernidad? ¿Cómo ampliar la
autonomía de los sujetos individuales y los procesos de democratización? ¿Cómo
llegar a conocer el modo cómo los sujetos conocen de tal modo de garantizar
las certidumbres epistemológicas del proyecto moderno?
Estas interrogantes buscan ilustrar algunos de los múltiples intereses socia
les que en el marco de los procesos de modernización han operado como
trasfondo de los desarrollos teóricos y técnicos de la psicología. El esfuerzo por
responder a esta diversidad de problemáticas con que distintos actores interpe
lan a la disciplina, así como la particular autocomprensión que una corriente
desarrolla respecto al modo como aporta a la construcción de un nuevo orden
social racional (desde un interés más técnico, práctico o emancipatorio), expli
can en forma importante la pluralidad de desarrollos teóricos de la psicología
al interior de las sociedades modernas.
Permítasenos en este punto de nuestra argumentación hacer la siguiente
recapitulación: la psicología como proyecto moderno, y en particular como
disciplina científica a partir del siglo XIX, puede ser descrita como el esfuerzo
por construir un saber racional sobre la subjetividad (entendida en términos de
mente y conducta individual) que de algún modo contribuya o responda a los
intereses de dar forma a las sociedades modernas. Como hemos insistido, esta
caracterización funda una unidad disciplinar plural y diferenciada en tanto la
modernidad en general, y la psicología en particular como hija de la misma,
tíf) AoRiANA KAUIINO Y ANTONIO STECHFR (FniroREs)
se caracteriza por ser un campo de debates y disputas donde se han (i) construido
diversos objetos teóricos y perspectivas para dar cuenta de la subjetividad mo
derna, donde se han (ii) desarrollado distintas matrices epistemológicas que
entienden de modos diversos lo que es un conocimiento adecuado de la subjeti
vidad y la naturaleza humana, y donde (iii) diversos y contradictorios intereses
sociales en el marco de los procesos de modernización han interpelado al campo
de los saberes psicológicos. Las distintas perspectivas teóricas de la psicología
pueden ser entendidas (no reducidas a) como el resultado de una particular arti
culación de estos tres ejes. Si imaginamos la diversidad interna de cada uno de
esos tres ejes, así como las distintas formas de articulación de las mismas"",
podemos tener una clave para avanzar en la comprensión de lo que páginas
arriba denominábamos como la dialéctica de unidad y diferenciación que defi
nen la identidad problemática, plural e histórica del proyecto de la psicología.
3. El resplandor psicológico de las sociedades modernas
Ellen Herman (1995), en su libro TTie Romance of American Psychology:
Political Culture in the Age of Expertsha analizado en detalle el modo como el
discurso psicológico se expandió, permeó y modificó la cultura norteamerica
na con una particular fuerza después de la segunda posguerra. Su argumentación
nos recuerda que la psicología en el horizonte de las sociedades modernas ha
sido, particularmente a partir de los años 50 del siglo pasado y con particular
fuerza en los EEUU, bastante más que una disciplina académica, habiéndose
constituido, a partir de su red de prácticas profesionales, en una fuerza que
modela la cultura y las formas de subjetivación que caracterizan nuestras so
ciedades. Una extensa cita del libro de Herman nos permite ilustrar este punto
al cual nos referiremos brevemente en este apartado.
"Mi uso del término 'psicología' no se detiene en los márgenes de una
disciplina académica o en los límites de una categoría profesional de empleo.
Obviamente la consistencia marca un límite a las posibles articulaciones entre estos ejes. Así, por ejemplo, y como ya señalamos, Habermas establece una clara relación entre las matrices epistemológicas distinguidas en el segundo eje, (neo)positivista, hermenéut ica y d ia léct ica-cr í t ica, y los intereses cogni t ivos cuasitrascendentales que él distingue, a saber y correlativamente: técnico, práctico y emancipatorio. No es difícil deducir que cada uno de estos intereses y formas de conocimiento tendrán más afinidad con ciertas concepciones -más naturalistas, más históricas, más culturales- del sujeto (Gergen, 1994; 1996).
CART(K;RAIÍA DE I A rsicoi OCÍA CONIEMPORÁNEA g 7
Más que esto, nos referimos a un énfasis en el análisis de los procesos men
tales, relaciones interpersonales, la introspección y la conducta que se constituye
en una vía para explicar las realidades individuales y sociales. En tanto disci
plina académica la psicología extiende sus raíces históricas a la filosofía y la
fisiología del siglo XIX. Pero en el período posterior a la Segunda Guerra Mun
dial las profesiones más comúnmente asociadas a la experticia psicológica
fueron aquellas que se originaron o crecieron como oficios de ayuda: psiquia
tría, psicología clínica y trabajo social. Esta variada y flexible historia permitió
a los expertos psicológicos hacer reclamos extremadamente amplios de autori
dad. Ellos eran poseedores de una tecnología de la conducta, de una ciencia
de las relaciones sociales, de una teoría de la sociedad, y de una teología de la
salud emocional. La psicología algunas veces aparecía como ciencia social o
natural, en ocasiones como una fuente de valores morales, políticos y cultura
les que podían dar orientación respecto al significado de la identidad humana
y la existencia, asuntos que Iradicionalmente habían sido campos exclusivos
de la religión o la filosofía. En la última parte del siglo XX en Estados Unidos el
rostro de la psicología es tan familiar que es tentador, pero erróneo, considerar
esto como un hecho ahistórico de la vida (...). La psicología podrá haber filtra
do por cada una de las facetas de nuestra existencia, pero esto no significa que
ella ha estado siempre allí, o que lo que sus expertos dicen haya siempre
importado tanto como importa hoy en día" (Herman, 1995, p.S)''^
Distintos autores, desde distintas claves teóricas y normativas, se han refe
rido a esta psicologización de las sociedades modernas dando cuenta de la
creciente centralidad, particularmente a partir de la segunda posguerra, de los
expertos psien distintos ámbitos de la vida social y la experiencia de los suje
tos (Lasch, 1999, Rose, 1996a, Adorno, 1997).
En el marco de nuestra argumentación, los que nos interesa remarcar es que
al interrogar las relaciones entre psicología y modernidad, resulta fundamental
interrogar a nuestra disciplina no sólo en tanto actividad de construcción de
objetos teóricos sobre la mente y conducta individual, sino también en tanto red
institucional y de inserción profesional que vehiculiza una serie de imágenes y
valores sobre el sujeto (normal/patológico) en la cultura y despliega un conjunto
de técnicas, procedimientos, formas de medición e intervención que configuran
Traducción libre del texto original.
83 ADRIAN/\ KAULINO Y ANTONIO SrtCHER (EDITORES)
y regulan en dominios concretos las prácticas de los individuos y los modos
como estos se piensan a sí mismos.
Esto significa que pensar el lugar de la psicología en la modernidad, no se
reduce a explicitar el modo como el horizonte sociocultural de la modernidad
-con sus nociones de subjetividad, sus disputas epistemológicas y políticas-
determina y opera como condición de posibilidad del desarrollo de la discipli
na, sino que exige atender al modo como esa misma red de saberes y prácticas
psicológicas modelan recursivamente la cultura, la sociedad y las formas de
ser sujeto en la modernidad. Los objetos y categorías psicológicas, en tanto
objetos no naturales sino construidos en el marco de problemáticas que expre
san intereses sociales, están implicados activamente en la construcción de
nuevos modos de categorizar, pensar y actuar sobre las personas que atraviesan
y modelan nuestras sociedades.
Giddens (1997) ha propuesto el concepto de doble hermenéutica para en
tender esta relación, señalando que el propio esfuerzo por conocer la realidad
social modifica la misma realidad que se busca comprender. El conocimiento
de las ciencias sociales se construye a partir de las representaciones y expe
riencias del sentido común que compartimos, pero va más allá de éste, para
volver luego, reingresar y modificar el mismo conjunto de acciones que estaba
intentando explicar. "El conocimiento sociológico", escribe Giddens, "da vuel
tas en espiral dentro y fuera del universo de la vida social reconstruyéndose
tanto a sí mismo como a ese universo como parte integral de ese mismo proce
so" (Giddens, 1997, p. 27). Así, las formas como nos representamos la sociedad
y a los sujetos es una parte constitutiva de nuestros modos de convivencia y de
nuestra práctica y experiencia cotidiana. Las Ciencias Sociales y Humanas,
como señala Melucci (2001), en tanto modalidad de autorrepresentación legi
timada en nuestras sociedades, no sólo describen fenómenos sociales y subjetivos
ya dados y estables sino que en el esfuerzo de comprenderlos los transforman
"al poner en circulación en las prácticas sociales formas de nominación y de
representación que a su vez modifican tales prácticas y retroactúan sobre el
mismo conocimiento" (p. 39). Parafraseando a Bateson uno podría decir que el
teórico sólo puede elaborar teorías refiriéndolas a lo que gente hacía ayer; maña
na la gente hará algo distinto a raíz de esas mismas teorías (Kenney, 1994).
Experiencias tales como la relación de pareja, el miedo, la angustia, la sexuali
dad, la vejez, los sueños, entre muchas otras, están absolutamente mediadas
CAHIOCRAFÍADC I A rsicoKXiíA CONTEMPORÁNEA 3 9
en nuestras sociedades por categorfas psicológicas que circulan en la cultura y
que han sido interiorizadas por los sujetos que han aprendido a pensar psicoló
gicamente sobre sí mismos y los otros.
En el campo de nuestra disciplina han sido los discursos críticos, de inspira
ción marxista o foucaultiana los que más han enfatizado en la necesidad de
atender, más que a la lógica interna del itinerario conceptual de la disciplina,
al modo como los saberes y, sobre todo, prácticas psicológicas han tenido un
rol activo en la construcción y mantención de ciertas relaciones sociales y
formas subjetivas, las que se han denunciado como funcionales a las formas de
dominación, disciplinamiento y control características de las sociedades mo
dernas en el siglo XX. Mostrando el carácter ideológico de ciertas categorías
psicológicas (Braunstein, 1981) o la articulación de los discursos y prácticas de
la psicología con las formas de gobierno propias del biopoder moderno, estas
perspectivas han abierto líneas fecundas de investigación, que más allá de
reconocer la recursividad y el condicionamiento mutuo entre las categorías y
técnicas psicológicas, y las formas de subjetivación, se han interrogado
críticamente al servicio de qué intereses o lógicas de poder están las formas de
ser sujeto que los saberes y prácticas de la psicología contribuyen a construir.
Nikolas Rose (1996a, 1996b) por ejemplo, ha estudiado siguiendo a Foucault
el modo cómo los saberes psicológicos han tenido y tienen un papel central en los
regímenes de subjetivación de las sociedades modernas, produciendo a través de
una compleja y heterogénea red de técnicas y prácticas una particular experien
cia y comprensión de lo que es ser humano: el régimen moderno del yo que se
caracteriza por "reflexionar y actuar en la totalidad de dominios, prácticas y
ensamblamientos diversos en función de una 'personalidad' unificada, una identi
dad a revelar, descubrir o trabajar en cada uno" (p. 16). La psicología como disciplina
científica ha tenido un rol central en producir (no describir) una particular confi
guración histórica donde los seres humanos hemos llegado a comprendernos a
nosotros mismos y a los otros como "seres psicológicos", a interrogarnos y narrar
nos en términos de una vida interior psicológica que alberga los secretos de nuestra
identidad, los que deben ser descubiertos y actualizados (Rose, 1996a). Esos regí
menes de subjetivación, en los que la psicología y las ciencias humanas tienen
un rol crucial, serían parte de nuevos diagramas de poder que surgen progresiva
mente a lo largo del siglo XVIII y XIX y que producen al individuo moderno como
objeto de control, normalización, (auto)vigilancia y de gobierno.
9 Q ADRIAN/\ KAULINOYANIONIOSIECHCK (FDITORES)
Uno de los aspectos interesentes del trabajo de Rose es su insistencia en
pensar a la psicología como algo tecnológico, más que como discurso teórico.
Esto es, como un "conjunto de artes y destrezas que implica la vinculación de
pensamientos, afectos, fuerzas, artefactos y técnicas que no solamente fabri
can y manipulan al ser, sino que fundamentalmente, lo ordenan, lo enmarcan,
lo producen, lo hacen pensable como un cierto modo de existencia que debe
abordarse de una manera específica" (Rose, 1996a, p. 13). Como tecnología,
las redes de los saberes psi se expandieron por la sociedad moderna creando
modos de percepción, vocabularios y gramáticas que llevaron a reformular
diversos dominios de la experiencia en términos de problemas psicológicos. A
partir de un conjunto de técnicas y prácticas, de la expansión de modalidades
de subjetivación disciplinaria (asociables a las tradiciones positivistas y
comportamentalistas) y pastoral (asociadas a las tradiciones hermenéuticas y
al desarrollo de las distintas psicoterapias y tecnologías del yo), la psicología
logró estabilizarse y legitimarse, contribuyendo a disciplinar, vigilar y formar a
las poblaciones e individuos. El proceso de crecimiento e inserción de la disci
plina en la sociedad supuso la psicologización de muchas prácticas, experiencias
e instituciones, las que empezaron a pensarse a la luz de las "verdades psico
lógicas". Las maneras psicológicas de pensar, ver, calcular y actuar se
expandieron en distintas instituciones tales como la cárcel, el tribunal, la fábri
ca, la sala de clases, racionalizando esos campos de experiencia y ofreciendo
un arsenal de herramientas para hacerlos comprensibles, calculables y
administrables en función de las exigencias de conducción de la conducta y
administración de la subjetividad. De esta manera el saber psicológico tiñó
progresivamente la totalidad de la vida social, constituyéndose en un dispositi
vo de saber-poder central para comprender las formas de gobierno -el intento
de actuar sobre las acciones de los otros- sobre los sujetos que caracterizaron
(y caracterizan) a las sociedades modernas.
Ahora bien, qué podemos desprender de estos procesos de psicologización
de la cultura y las sociedades modernas -descritos en clave más (Rose) o me
nos (Herman) crít ica- para la argumentación general de este capítulo sobre la
psicología, su identidad plural y su inscripción en el horizonte sociocultural de
la modernidad.
En primer lugar, es posible desprender una consideración que podríamos de
nominar metodo lóg ica . Una reconstrucción histór ica del campo
CARI OGKAFÍA DE LA MSICOLOCIA CON I FMPORÁNFA 9 1
académico-profesional de la psicología, en su un idad y di ferenciación interna,
requiere atender tanto a los procesos de construcción de objetos teóricos, c o m o
al m o d o en que éstos, junto a las técnicas, prácticas y campos profesionales con
los que se ar t icu lan, promueven particulares formas de subjet ivación y de lazo
social en contextos especi'ficos. Esta perspectiva se afirma en el hecho - c o m o lo
hemos ven ido seña lando- que las categorías y objetos psicológicos no son repre
sentaciones fieles de realidades naturales e inmutables, sino construcciones
históricas que más allá de su va l idac ión intersubjetiva al interior de las c o m u n i
dades científ icas t ienen efectos performativos sobre la realidad social y subjetiva.
Como ha escrito Shotter: "Nuestros métodos de estudio no son ideológicamente
neutros; construyen una cierta clase de mundo , un con junto de relaciones socia
les y de modos de tratar y valorar a las demás personas" (Shotter, 1989, p. 78).
En esta línea uno podría retomar los p lanteamientos de Vezzett i (1998) y
Danzinger (1984), quienes señalan la necesidad de considerar ar t icu ladamente
al menos tres niveles en la invest igación histór ica sobre la ps ico logía: El n ive l
de la historia c ient í f ica de la psicología que aludir ía al i t inerar io de construc
c iones, debates y desarrol los teór ico-conceptuales de sus distintas perspectivas;
el n ivel que intentaría reconstruir la historia de las prácticas, de la const i tuc ión
de objetos y proced imientos técnicos, así c o m o la emergenc ia de diversos
ámbi tos de ap l i cac ión e inserc ión profesional de los psicólogos; y un tercer
nivel que en un sentido más general y socio-histór ico se pregunta por el lugar,
la d i fus ión y las impl icanc ias de la psicología en la cu l tura.
Una segunda cons iderac ión es de orden é t ico-po l í t i co . C o m o lo han mostra
do los trabajos de orientación crítica, no basta con reconocer la doble
hermenéutica del conocimiento de la realidad social -por usar el término de
Giddens-, es preciso además interrogarse y pronunciarse, desde algún horizon
te normativo, por el tipo de mundo y de sujetos que producen los saberes y
prácticas psicológicas. Es en este punto donde muchos de los análisis críticos,
particularmente aquellos de raigambre foucaultiana cometen, en nuestra opi
nión, su mayor error, el que se funda por cierto en una lectura unilateral tanto
de la modernidad como del lugar de las Ciencias Humanas y Sociales en ella.
Desde dichas perspectivas la pluralidad de la psicología, y la diversidad de
implicancias de la misma en términos de ampliación o socavamiento del pro
yecto emancipatorio de la modernidad, es reducida a una sola fórmula: En las
sociedades modernas existe un complejo de saberes y técnicas psicológicas
9 2 ADRIANA KAUÜNOYANIONIOSÍECHCR (rpirOREs)
que más allá de su aparente diversidad teórica opera y actúa de una única forma,
ésta es, como mecanismo ideológico de dominación o como dispositivo de
disciplinamiento, normalización y gobierno de los cuerpos, las poblaciones y la
subjetividad. En esta línea por ejemplo. Rose, habla de un complejo Psi en las
sociedades modernas, donde su diversidad teórica (el sujeto cognitive, el sujeto
del inconsciente, el sujeto social, el sujeto del aprendizaje, etc.) es parte de la
eficacia de la misma estrategia de control en relación a la cual habría que enten
der la identidad de la psicología. "Las disciplinas psi, nos dice, en parte como
consecuencia de su heterogeneidad y falta de paradigma único, han adquirido
una particular capacidad de penetración en relación con las prácticas para la
conducción de la conducta. No sólo pudieron proveer una variedad de modelos
de ser un yo, sino también recetas para el gobierno de las personas que pueden
ser puestas en práctica por profesionales de distinto ámbito" (Rose, 1996a, p. 12).
A diferencias de estas lecturas, nos parece necesario reconocer la plurali
dad de la psicología en términos tanto de las distintas tradiciones teóricas que
la constituyen, como de las diversas y ambivalentes implicancias que ha teni
do en el devenir de las sociedades modernas. A la luz del horizonte ético-político
de la modernidad y sus principios de autonomía, igualdad y democracia nos
parece que la psicología contiene en sí misma la ambigüedad y ambivalencia
que son inherentes al proyecto moderno, habiendo contribuido al proceso, pa
ralelo y dramático de liberación y sometimiento de los sujetos (Wagner, 1997).
En este sentido es que resulta fundamental desarrollar perspectivas menos
monolíticas y unilaterales de la modernidad y de la psicología, que no las
reduzcan -como la otra cara de una ingenua, ideológica y celebratoria pers
pectiva liberal- a la progresiva expansión de una forma de control y sujetamiento
que se fundaría en la "simultánea individualización y totalización de las mo
dernas estructuras de poder" (Foucault, 1987, p. 175).
Parte de nuestra diferencia con la lectura que hace Rose (1996a) es que en su
análisis, el régimen del yo y la identidad que han construido la modernidad y la
psicología son más obstáculos que recursos del pensamiento crítico. Por nuestra
parte, creemos que el sujeto psicológico (en el sentido amplio, no cartesiano, del
término), ese espacio de interioridad, reflexividad y negatividad que no se redu
ce a las determinaciones biológicas y socioculturales que lo constituyen, es,
como proyecto no como sustancia, el sujeto autónomo participe de una comuni
dad democrática (Castoriadis, 1992); el precario andamiaje desde el cual seguir
CAR I (XÍRAFÍA Dr i A I'SICOLÍJGÍA CONTEMPORÁNEA 9 3
defendiendo el eí/705 filosófico de la ilustración, aquella actitud valorada por
Foucault "de creación permanente y crítica de nosotros mismos (...) donde la
crítica de lo que somos es, al mismo tiempo, un análisis histórico de los límites
que nos son impuestos y un experimento sobre la posibilidad de trascender esos
límites" (Foucault, 1999, p. 351).
Si bien el desarrollo de la psicología y sus usos en nuestras sociedades han
contribuido innumerables veces al psicologicismo (que como decía Adorno es
ideología) a la objetivación y deshumanización de las personas bajo la ilusión
de un individuo extrasocial y natural al que se le hace responsable de su propio
destino, también es posible encontrar en el pasado y el presente, e imaginar
hacia el futuro, experiencias de contribución de la psicología a una mejor
comprensión de nuestras propias determinaciones (pensemos en Freud, por ejem
plo) y a una ampliación de la autonomía individual y colectiva, en suma, a
una expansión del proyecto emancipatorio de la modernidad, de lo que Foucault
alguna vez denominó como "la indefinida obra de la libertad".
Para finalizar este apartado, lo que nos interesa es relevar cómo lo que hemos
denominado el resplandor de la psicología en las sociedades modernas - la im
pregnación de los discursos psicológicos en la cultura y el desarrollo de la
psicología como red de prácticas y técnicas en distintos ámbitos de
profesionalización, aspectos ambos que contribuyen a modelar particulares for
mas de subjetivación y de lazo social en nuestras sociedades- nos entrega una
clave adicional para pensar la dialéctica de unidad y diferenciación que carac
teriza al proyecto de la psicología moderna. Unidad en tanto las distintas
tradiciones psicológicas, de distinto modo y con variada intensidad, se han im
pregnado en la cultura de nuestras sociedades y han contribuido con su red de
saberes y técnicas a la creación y mantención de ciertas formas de ser sujeto y
de organizar la vida social. Pluralidad en tanto el despliegue en la cultura, la
sociedad y ios sujetos de la diversidad de corrientes y técnicas que alberga el
campo académico-profesional de la psicología han producido implicancias éti
co-políticas diversas y ambivalentes, en el sentido de contribuir tanto a la expansión
como al socavamiento del proyecto emancipatorio de la modernidad''^
No se trata, no es posible, establecer a prior! y en forma taxativa un especie de asociación lineal entre una perspectiva teórica, o una red de prácticas y técnicas, y una cierta valoración o condena normativa. Sería absurdo pensar, por ejemplo, que todo conocimiento vinculado a un interés técnico o de control es en si' mismo atentatorio de la autonomía
(continúa en la página siguiente)
9 4 ADRIANA KAULINO YANiONif)SIFCHER (Í-DHORES)
4. Para finalizar
A modo de cierre presentamos un conjunto de puntualizaciones sobre los
argumentos desarrollados.
En primer lugar es importante recordar que la modernidad y el campo de la
psicología, al mismo tiempo que caracterizables por su pluralidad teórica,
epistemológica y política, deben ser entendidos como espacios de construcción
de hegemonías discursivas e institucionales. Así, el territorio de nuestra discipli
na debe ser interrogado tanto en términos de su constitutiva heterogeneidad como
de aquellas tradiciones que se han instalado como dominantes y han buscado
instituir una particular perspectiva como la única forma legítima de desarrollar
la psicología. En el marco de nuestra argumentación hemos enfatizado en las
condiciones de posibilidad de la diversidad de perspectivas teóricas, lo que no
debe hacernos olvidar el modo como alguna de ellas se han convertido en
hegemónicas y han monopolizado el campo disciplinar, negando muchas veces
la identidad plural del proyecto de la psicología. Sea a nivel de contextos nacio
nales o internacionales la institución de estas hegemonías dentro de la disciplina
debe ser pensada en relación al devenir de los procesos de modernización y a los
actores, sensibilidades culturales, poderes e intereses sociales preponderantes en
particulares momentos y contextos de las sociedades modernas*'.
de los sujetos. Sin control y predicción, a la base de la expansión de la racionalidad instrumental no habría modernidad, y por tanto, no habría autonomía posible. No es objeto de este artículo esta temática, que es discutida en mayor profundidad en el artículo de Adriana Kaulino. Sólo quisiéramos dejar planteado el tema de la pluralidad de implicancias ético-políticas de la psicología y de la imposibil idad -a l menos desde la lectura de la modernidad y la psicología que nos interesa defender- de clasificar y dividir a priori el territorio entre las buenas y malas prácticas y saberes psicológicos. Los matices, las posiciones híbridas, los particulares contextos históricos, las hegemonías presentes en el campo y la sociedad, la brecha entre la riqueza de un concepto y su naturalización ideológica o la torpeza de quienes se lo apropian, la aspiración monopólica o el reconocimiento de los límites epistémicos, entre muchísimos otros factores, serían elementos a tener en cuenta a la hora de interrogar crí t icamente las impl icancias normativas de la(s) psicología(s) contemporánea(s). Interrogación que exige, por cierto, asumir y explicitar una cierta interpretación de los principios ético-políticos de la modern idad, de su ar t icu lac ión, y del mejor modo de implementar los en particulares contextos y ante singulares desafíos.
En relación a este punto es mucho lo que se ha escrito sobre la hegemonía de la psicología de la adaptación o comportamental ista, que a partir de sus presupuestos positivistas y su desarrollo profesionalizante en EEUU ejerció, al menos hasta los años 60-70, un dominio sin contrapesos en el espacio académico-profesional. Dicha hegemonía estuvo directamente vinculada a las demandas de las élites políticas y económicas
(continúa en la página siguiente)
CARIOCRAFÍA DE I A CSICOrOGÍA CONTEMPORÁNEA 9 5
En segundo lugar, nos interesa relevar que los ejes y distinciones propuestas
-subjetividad, concepción de conocimiento racional, trama de intereses socia
les presentes en los contextos de modernización, así como las implicancias del
saber y técnicas psicológicas en la cultura, los sujetos y el lazo social- para
pensar la dialéctica de unidad y diferenciación de la psicología, deben enten
derse como un marco de referencia y una invi tación para desarrollar
investigaciones sobre el desarrollo de la disciplina en contextos y momentos
específicos. Así, más que como una rejilla clasificatoria que permitiría ubicar
en un lugar fijo y puro cada tradición teórica, o como una respuesta global,
unitaria y definitiva sobre la identidad de la psicología, nuestra propuesta debe
entenderse como una perspectiva (entre otras), una "caja de herramientas "que
busca instalar y abrir interrogantes, las que no pueden ser abordadas sino desde
un trabajo laborioso de investigación sociohistórica.
En tercer lugar queremos explicitar nuestro convencimiento de que las cla
ves de lectura que hemos propuesto para interrogar y poner en relación las
distintas perspectivas de la psicología contemporánea son también pertinentes
para aquellos desarrollos teóricos de talante posmoderno tales como el
construccionismo social, las psicologías de la complejidad, ciertas orientacio
nes sistémicas ligadas a la cibernética de segundo orden, entre otras. En estas
perspectivas es posible encontrar igualmente formulaciones que proponen una
particular forma de entender la subjetividad (muchas veces insistiendo en lo
que ésta no es, reformulándola como epifenómeno de otros procesos,
deconstruyendo tradiciones previas), un particular posicionamiento respecto al
estatuto, legitimidad y validación del conocimiento que otros y ellos mismos
producen sobre el sujeto, así como huellas que expresan su carácter de produc
ciones contingentes y enraizadas en las particulares luchas, problemáticas e
intereses sociales que cruzan los procesos de modernización en nuestras socie
dades tardomodernas. La idea de psicologías posmodernas -que estarían fuera
o en oposición de lo que hemos denominado como el proyecto de la psicología
moderna- no se justifica desde la clave de lectura sociohistórica que hemos
por un saber y un conjunto de técnicas centradas en el control y predicción de la conducta, las que deberi'an permitir ajustar y adaptar el comportamiento de los individuos a los requerimientos productivos y reproductivos del capitalismo industrial (Danzinger, 1979; Leahey, 1998; Stecher, 2002). Un tema central a discutir es cuáles son actualmente, en el contexto del capitalismo global-informacional, los intereses sociales dominantes y qué nuevas demandas (y hegemonías) le plantean al saber psicológico.
9 ( j ADRIANA KAULINÜ Y ANIONIC SIECHCR (rurroREs)
propuesto, y tiene el riesgo de contribuir a una imagen empobrecida del univer
so sociocultural de la modernidad y de nuestra disciplina. Desde estas lecturas
muchas veces la modernidad y la psicología son reducidas a sus vertientes más
logocéntricas, cientificistas y positivistas, que si bien han sido hegemónicas en
largos momentos, no agotan la diversidad, pluralidad y reflexividad crítica que
caracteriza a la condición moderna y al propio proyecto de la psicología. Para
dójicamente, estas aproximaciones reproducen la misma lectura monolítica de
la psicología y la modernidad que han desarrollado las perspectivas de raigam
bre cartesiana, ilustrada y (neo)positivista que buscan criticar (Stecher, 2002).
Esperamos, por último, que las ideas desarrolladas en este capítulo contri
buyan a construir una narrativa identitaria de la psicología, una autocomprensión
de lo que somos y hemos llegado a ser como disciplina, que reconozca sus
filiaciones con el horizonte de la modernidad y que asuma su condición de
unidad internamente diferenciada e históricamente situada. Esta perspectiva
puede contribuir a generar aquellos horizontes de diálogo e intercambio razo
nado que requiere la psicología contemporánea, evitando los riesgos, tanto de
nuevas hegemonías que nieguen, clausuren o subsuman su irrenunciable plura
lidad teórico-práctica, como de aquellas apuestas que ven en la fragmentación
y dispersión de la disciplina un valor en sí mismo, independientemente de la
legitimidad que cada uno de los fragmentos podría obtener en el horizonte de
la crítica y deliberación argumentativa propia de un campo científico autóno
mo y reflexivo. Avanzar en esta dirección -que supone, por cierto, fortalecer la
discusión sobre las implicancias ético-políticas del saber y las técnicas psico
lógicas- puede contribuir a expandir las herramientas con que la psicología
cuenta para preservar y ampliar el proyecto emancipatorio de la modernidad
(autonomía, igualdad y democracia) que nos interesa defender.
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