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1 JULIE KAGAWA FORO AD
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Julie kagawa theironfey04-theironknight

Jun 14, 2015

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Sinopsis

Mi nombre, —mi verdadero nombre— es Ashallayn'darkmyr Tallyn.

Soy el último hijo de Mab, la Reina de la Corte Unseelie. Y yo estoy muerto para ella.

Mi caída comenzó, como muchas otras historias, con una chica...

* * *

Para el frío príncipe Ash, el amor era una debilidad para mortales y tontos. Su

verdadera pareja había tenido una muerte horrible, destruyendo cualquier sentimiento

que el príncipe de invierno podría haber albergado. O eso creía.

Entonces, Meghan Chase —una mitad humana, mitad fey— penetra a través de

sus barreras, atándolo irrevocablemente con el juramento de ser su caballero.

Y cuando la mitad fey cae en manos de Iron Fey, ella cortó su vínculo para

salvarle su vida. Meghan ahora es la Reina de Hierro, gobernante de un reino donde

ningún fey de Invierno o Verano puede sobrevivir.

Con la compañía no deseada de su archirrival, el bromista de la Corte de Verano,

Puck, y el exasperante cait sith Grimalkin, Ash comienza una travesía que lo llevará al

final de su búsqueda al encontrar una manera de honrar su promesa de estar al lado de

Meghan.

Para sobrevivir en el reino de Hierro, Ash debe tener un alma y un cuerpo

mortal. Sin embargo, las pruebas que debe enfrentar para ganar estas cosas son

imposibles. Y en el camino Ash se entera de algo que lo cambia todo. Una verdad que

desafía sus peores creencias y le muestra que, a veces, se necesita más que valor para

hacer el último sacrificio.

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PARTE

UNO

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Capítulo 1 La casa de la bruja de hueso

Traducido por: roblelector

— ¡Oye, chico hielo! ¿Estás seguro de que sabes a dónde vas?

Ignoré a Robin Goodfellow mientras tejíamos nuestro camino entre las grises

tinieblas del Wyldwood, adentrándonos cada vez más en el fangoso pantano conocido

como el Camino de los Huesos. El barro succionaba mis pasos y el agua goteaba desde

retorcidos árboles verdes con tanto musgo que parecían estar cubiertos de limo. La

niebla se enroscaba alrededor de las expuestas raíces o se amontonaba en los bajos,

ocultando lo que yacía en el fondo, y cada tanto oíamos un chapoteo en las tranquilas

aguas más lejanas, recordándonos que no estábamos solos. Como su nombre sugería,

había huesos esparcidos por todo el pantano, sobresaliendo del barro, medio

escondidos en matas de maleza o reluciendo bajo la superficie del agua, blanqueados.

Esta era una parte peligrosa del Wyldwood, más que nada no por los catoblepas y los

jabberwocks y otros monstruos que llamaban al oscuro pantano su hogar, sino por quién

residía en algún profundo lugar del camino.

A quien nosotros íbamos a ver.

Algo vino por detrás y pasó volando hacia mi cabeza, apenas fallando, y salpicó

contra un tronco a unos pocos metros. Parando bajo un árbol, me di la vuelta y fulminé

con la mirada a mi compañero, desafiándolo silenciosamente a hacer eso de nuevo.

—¡Oh, hey, vive! —Robin Goodfellow levantó sus embarradas manos en

burlona celebración—. Tenía miedo de que te hubieras vuelto un zombie o algo. —

Cruzó sus brazos y me sonrió, con barro ensuciando su rojo pelo y moteando su

puntiagudo rostro—. ¿Me escuchaste chico hielo? He estado gritándote ya hace un rato.

—Sí —dije, reprimiendo un suspiro—. Te escuché. Creo que los jabberwocks al

otro lado del pantano también.

—¡Oh, bien! ¡Tal vez si nos enfrentamos con un par de ellos empezarás a

prestarme atención! —Puck combatió mi mirada antes de empezar a hacer gestos al

pantano—. Esto es una locura —exclamó—. ¿Cómo sabemos siquiera que él está aquí?

El Pantano de los Huesos no figura en mi lista de lugares de vacaciones favoritos,

príncipe. ¿Estás seguro de que tu contacto sabía de qué hablaba? Si resulta que esto es

otra falsa pista puede que convierta a ese phouka en un par de guantes.

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—Pensé que querías una aventura —dije solo para molestarlo. Puck bufó.

—Oh, claro, no me malinterpretes. Estoy a favor de andar a los cinco rincones de

Nuncajamás siendo perseguido por enojadas Reinas de Verano, de entrar al sótano de

un ogro, de luchar con arañas gigantes, de jugar a las escondidas con un irritable

dragón, buenos tiempos. —Sacudió la cabeza y sus ojos brillaron, reviviendo

recuerdos—. Pero este es como el sexto lugar a donde hemos ido a buscar a ese

miserable gato, y si no está aquí estoy casi asustado de a dónde vamos a ir a

continuación.

—No tienes por qué estar aquí —le dije—. Vete si quieres. No te voy a detener.

—Buen intento, príncipe —Puck cruzó sus brazos y sonrió—. Pero no te

desharás de mí tan fácilmente.

—Entonces sigamos moviéndonos. —Se estaba poniendo oscuro, y su charla

continua me estaba poniendo nervioso. Dejando las bromas de lado, no quería atraer la

atención de un hambriento jabberwock y tener que enfrentarlo en medio del pantano.

—Oh, está bien —suspiró, dando pisotones detrás de mí—. Pero si él no está

aquí, me niego a ir al palacio de la Reina Araña contigo, chico hielo. Ese es mi límite.

* * *

Mi nombre, mi verdadero nombre, es Ashallayn’darkmyr Tallyn, y soy el último

hijo de la Corte Unseelie.

Había tres de nosotros en un tiempo, todos príncipes de Invierno, mis hermanos,

Sage y Rowan y yo. Nunca conocí a mi padre, nunca me preocupé por conocerlo, y mis

hermanos nunca hablaban de él. Ni siquiera estaba seguro de que compartiéramos el

mismo padre, pero no importaba. En la Corte Unseelie, Mab era la única gobernante, la

única reina. Puede que llevara a la cama a apuestos feys e incluso inexplicables

mortales, pero Mab no compartía su trono con nadie.

Nunca fuimos cercanos mis hermanos y yo. Como príncipes de Invierno,

crecimos en un mundo de violencia y oscura política. Nuestra reina animó esto,

premiando al hijo que obtuviera su favor mientras que castigaba a los demás. Nos

utilizábamos los unos a los otros, jugábamos crueles juegos contra los otros, pero

éramos todos leales a nuestra corte y nuestra reina. O eso pensaba.

Hay una razón por la cual la Corte de Invierno no expone sus emociones,

porque los sentimientos son considerados una debilidad y una locura entre los feys

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Unseelie. La emoción corrompe los sentidos, los hace desleales a mi gente y a la corte.

Los celos son una oscura y peligrosa pasión que corroyeron a mi hermano Rowan hasta

que hizo lo impensable y se volvió en contra de su corte, traicionándonos con nuestros

enemigos. Sage, el mayor de mis hermanos, cayó por la traición de Rowan, y fue solo el

primero. Ante una oferta de poder, Rowan se puso del lado de nuestros mayores

enemigos, los feys de Hierro, ayudando a su rey a casi destruir Nuncajamás. Al final

maté a Rowan, vengando a Sage y al resto de mi familia, pero la venganza no podía

traer a ninguno de vuelta. Solo soy yo ahora. Soy el último, el único hijo que queda de

Mab, Reina de la Corte Unseelie.

Y estoy muerto para ella.

Rowan no fue el único en sucumbir a la emoción y la pasión. Mi caída empezó,

como muchas historias lo hacen, con una chica. Una chica llamada Meghan Chase, la

hija medio humana de nuestro antiguo rival, el Rey de Verano. El destino nos unió, y a

pesar de todo lo que hice para ocultar mis emociones, a pesar de las leyes de nuestra

gente y de la guerra con los feys de Hierro y de la amenaza de eterno destierro de mi

hogar, aun así me enamoré de ella. Nuestros caminos estaban entretejidos, nuestros

destinos entrelazados, y antes de la última batalla juré que la seguiría al fin del mundo,

para protegerla de cualquier amenaza, incluyendo a mi propia familia, y para morir

por ella si era llamado a hacerlo. Me convertí en su caballero, y habría servido con

alegría a esta chica, la mortal que había capturado mi corazón, hasta que el último

aliento abandonara mi cuerpo.

Pero el destino es un amante cruel, y al final, nuestros caminos fueron forzados a

separarse, como había temido que lo fueran. Meghan se convirtió en la Reina de Hierro,

como era su destino, y tomó su trono en el reino de los feys de Hierro. Un lugar al cual

no podía seguirla, no como soy, una criatura faery cuya esencia se debilita y quema con

el toque del hierro. La misma Meghan me exilió de las tierras de los feys de Hierro,

sabiendo que el quedarme me mataría, sabiendo que de todos modos lo intentaría. Pero

antes de irme, hice un juramento de que encontraría un modo de volver, de que algún

día estaríamos juntos, y nada nos separaría de nuevo. Mab trató de convencerme de

que volviera a la corte de Invierno, era su único príncipe ahora y era mi deber el volver

a casa, pero dije sin rodeos que ya no formaba parte de la Corte Unseelie, que mi

servicio a ella y a Invierno se habían acabado.

No hay nada más terrible que una reina faery rechazada, particularmente si la

desafías por segunda vez. Escapé de la Corte de Invierno con mi vida intacta, pero

apenas, y no volveré en ningún futuro cercano. A pesar de todo, no lamento darle la

espalda a mi reina, a mi gente y a mi hogar. Esa parte de mi vida está concluida. Mi

lealtad —y mi corazón— pertenece a otra reina ahora.

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Prometí que encontraría una forma de que estuviéramos juntos. Tengo la

intención de mantener esa promesa. Incluso si eso significa caminar a través de un

extenso, mortal pantano en busca de un rumor. Incluso si eso significa tolerar a mi más

fiero y molesto rival, Robin Goodfellow, quien —a pesar de todos sus intentos por

ocultarlo— está también enamorado de mi reina. No sé por qué todavía no lo he

matado. Tal vez porque Puck es el mejor amigo de Meghan, y ella se lamentaría

muchísimo si él ya no estuviera (aunque no puedo entender por qué). O, tal vez, en el

fondo, estoy cansado de estar solo. En cualquier caso, no importa. Con cada ruina que

buscamos, cada dragón que matamos, o cada rumor que desenterramos, estoy un paso

más cerca de mi meta. Incluso si toma cien años, estaré con ella al final. Otra pieza del

rompecabezas se esconde en algún lugar en este monótono pantano. La única

dificultad es encontrarla.

Por suerte, a pesar de las quejas de Puck, los jabberwocks decidieron no investigar

el alboroto que había, sólo acechándonos por el pantano en que nos encontrábamos.

Eso fue bueno, porque tardó casi toda la noche encontrar lo que estábamos buscando.

Al borde del repugnante estanque había una casa descolorida y gris como todo

lo demás. Un cerco de estacas hecho de blanqueados huesos la rodeaba, con desnudas

calaveras en la parte superior, y algunos pollos escuálidos desparramados en lo que

parecía un patio. La cabaña era vieja y de madera, y crujía suavemente, aunque no

había nada de viento. La cosa más inusual, a pesar de todo, no era la casa en sí misma,

si no lo que la sostenía. Se paraba sobre un par de gigantes piernas de pájaro, nudosas

y amarillas, con grandes garras escavando en el barro. Las piernas estaban agachadas,

como si durmieran pero cada tanto daban algún paso inquieto, haciendo que toda la

casa se estremeciera y gimiera.

—Estamos aquííííí —dijo Puck suavemente—. Y puedo decir que la anciana no

se ha vuelto para nada menos espeluznante desde la última vez que la vi.

Estreché mis ojos mientras lo miraba.

—Solo cállate y déjame hablar a mí esta vez. Fue lo suficientemente malo cuando

insultaste al jefe centauro.

—Todo lo que sugerí fue que podríamos haber montado para salir de la pradera.

No quise decir que en él.

Suspirando, abrí la puerta de hueso y crucé el patio lleno de maleza,

ahuyentando pollos a mi paso. Antes de que alcanzáramos los escalones, de todos

modos, la puerta crujió al abriéndose y una vieja mujer emergió del oscuro interior.

Enredado pelo blanco enmarcaba una arrugada cara y penetrantes ojos negros nos

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observaban, brillantes y relucientes. En una nudosa mano sostenía una canasta, en la

otra un cuchillo de carnicero, manchado por la sangre de muchas víctimas.

Me paré al pie de la escalera, cauteloso y alerta. Vieja como aparentaba, la bruja

de esta casa era poderosa e impredecible. Si Puck decía algo estúpido o

accidentalmente la insultaba, sería muy irritante el tener que pelear para escapar.

—Bueno —dijo la bruja, rizando sus blancos labios para sonreírnos. Torcidos

dientes amarillos brillaron en la luz como irregulares trozos de hueso—. ¿Qué tenemos

aquí? Dos apuestos chicos feys que vienen a visitar a una pobre anciana. Y si mis ojos

no me engañan, ese es Robin Goodfellow al que veo frente a mí. ¡La última vez que te

vi, robaste mi escoba y ataste las patas de mi casa para que se cayera cuando intentara

atraparte!

Reprimí otro suspiro. Esto no estaba empezando bien. Debería haber sabido que

Puck ya habría hecho algo para ganarse su ira. Pero al mismo tiempo, tuve que luchar

contra el impulso de sonreír, de reírme de un pensamiento tan ridículo, la casa

cayéndose de cara en el barro porque el Gran Bromista había atado juntos sus pies.

Mantuve mi expresión neutral, porque era obvio que la bruja no se divertía para

nada.

—¿Qué tienes que decir en tu defensa, villano? —continuó, agitando su cuchillo

de carnicero hacia Puck, quien se encogió detrás de mí en un patético intento de

esconderse, aunque podía oírlo intentando contener la risa—. ¿Sabes cuánto tiempo

me tomó reparar mi hogar? Y luego tienes la desfachatez, la absoluta desfachatez de

dejar mi escoba al borde del bosque, solo para probar que pudiste tomarla. ¡Estoy a

punto de meterte en el caldero y alimentar a mis pollos contigo!

—Me disculpo en su nombre —dije rápidamente, y esos penetrantes ojos negros

de repente se volvieron hacia mí. Me paré erguido, sin miedo pero aun así cortés, para

que no me confundiera con el bufón a mis espaldas—. Disculpe la intrusión, anciana

madre —continué con firmeza—. Yo soy Ash, de la Corte Unseelie. Y necesito su

ayuda, si me pudiera escuchar.

La bruja pestañeó.

—Tales modales. Tú no fuiste criado en un granero como ese otro, ya veo. —Ella

apuñaló con su cuchillo hacia Puck, arrugando su larga nariz—. Y sé quién eres, hijo de

Mab. ¿Qué podrías querer de mí? Sé rápido.

—Estamos buscando a alguien —dije—. Se rumorea que ha estado viajando por

aquí, por el Pantano de los Huesos. Pensamos que podría saber dónde está.

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—¿Oh? —La bruja ladeó la cabeza, examinándome profundamente con la

mirada—. ¿Y qué te hace pensar que sé dónde está esa persona?

—No una persona —corregí—. Un gato. Un cait sith. En algunos cuentos es

conocido como Grimalkin. Y en algunos cuentos se rumorea que se hace compañía con

una poderosa bruja en los pantanos, cuya casa está sobre patas de pollo y que tiene un

cerco hecho de huesos.

—Ya veo —dijo la bruja, aunque su rostro y su voz aun eran inexpresivos—.

Bueno, admiro tu tenacidad, joven príncipe. Grimalkin no es fácil de encontrar, en el

mejor de los casos. Debes de haber venido a buscarlo desde muy lejos. —Ella me miró

de cerca, entrecerrando sus ojos—. Y este no es el primer lugar en el que buscas. Puedo

verlo en tu rostro. Por qué, me pregunto. ¿Por qué llegar tan lejos? ¿Qué es lo que tanto

deseas, como para arriesgarte a la ira de la Bruja de hueso? ¿Qué es lo que quieres, Ash

de la Corte de Invierno?

—¿Te creerías que el gato le debe dinero? —La voz de Puck vino de detrás de mi

hombro, haciéndome dar una mueca de dolor. La bruja le frunció el ceño.

—No te pregunté a ti, Robin Goodfellow. —ella espetó, apuntó un dedo

parecido a una garra hacia él—. Y sería mejor que cuidaras tu lengua, a no ser que

quieras encontrarte sumergido hasta el cuello en un caldero de veneno de serpiente

hirviendo. Ahora mismo la cortesía de tu amigo es lo único que me retiene de

despellejarte vivo, así que estarás callado en mi tierra o te irás. Mi pregunta fue para el

príncipe.

—Ya no soy un príncipe —dije suavemente, interrumpiendo su despotricar—.

Mi servicio a la Reina de Invierno ha terminado y Mab me ha echado de su corte. A sus

ojos estoy muerto.

—Además de eso —dijo la bruja, volviendo a mí con sus penetrantes ojos

negros—, eso no responde a mi pregunta, ¿Por qué estás aquí, Ash-quien-ya-no-es-

más-un-príncipe? Y no intentes desorientarme con rimas faery o medias verdades,

porque lo sabré y no estaré contenta. Si deseas ver a este Grimalkin, debes contestar

primero mi pregunta. ¿Qué es lo que buscas?

—Yo… —Por un momento dudé, y no porque Puck me dio un fuerte codazo en

las costillas. Él conocía la razón por la que estábamos aquí, porque quería encontrar a

Grimalkin, pero nunca había dicho mis intenciones en voz alta. Tal vez la bruja sabía

esto, tal vez solo tenía curiosidad, pero decirlo en voz alta de repente lo hizo todo más

real—. Quiero convertirme… en mortal —dije en voz baja. Mi estómago se retorció,

escuchando esas palabras por primera vez—. Le prometí a alguien… Juré que

encontraría una forma de sobrevivir al Reino de Hierro, y no puedo entrar allí como

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soy. —La bruja levantó una ceja, y me erguí, atravesándola con una fría mirada—.

Quiero convertirme en humano. Y necesito a Grimalkin para que me ayude a encontrar

el modo de hacerlo.

—Bueno —dijo una familiar voz detrás nuestro—, ese es un pedido interesante.

Nos dimos la vuelta. Grimalkin se sentaba en un balde dado vuelta, un peludo

gato gris con su cola enrollada a su alrededor, mirándonos perezosamente.

—¡Oh, claro! —exclamó Puck—. Allí estás. ¿Sabes lo que hemos pasado para

encontrarte? ¿Has estado allí todo el tiempo?

—No me hagas aclarar lo obvio Goodfellow. —Grimalkin movió sus bigotes y

luego se dio vuelta hacia mí—. Saludos, príncipe. Escuché que me andabas buscando.

—Si lo sabías, ¿por qué no viniste con nosotros?

El cait sith bostezó, enrollando una rosada lengua sobre dientes blancos.

—Me he aburrido un poco de la política de la corte —continuó, pestañeando sus

dorados ojos—. Nada cambia entre Verano e Invierno y no me quise ver envuelto en la

continua disputa entre las cortes. O en los juegos de ciertas Musas Unseelie.

Puck hizo una mueca.

—Te enteraste de eso, ¿eh? La palabra se difunde rápidamente. —Sacudió la

cabeza hacia mí y sonrió—. Me pregunto si Titania ya se habrá calmado, luego de esa

broma que le jugamos en la Corte de Verano.

Grimalkin lo ignoró.

—Quería saber por qué me buscabas, para ver si quería dejarme ver o no. —Él

estornudó, ladeando su cabeza hacia mí—. Pero este pedido definitivamente no era lo

que esperaba de ti, príncipe. Muy… interesante.

—Tonto, si me lo preguntas —declaró la bruja, moviendo su cuchillo en mi

dirección—. ¿Se vuelve un cuervo un salmón simplemente porque lo desea? No

conoces nada sobre la mortalidad, príncipe-que-no-lo-es. ¿Por qué quieres ser como

ellos?

—Porque —contestó Grimalikin antes de que pudiera decir nada—, está

enamorado.

—Ahhh. —La bruja me miró y sacudió la cabeza—. Ya veo. Pobre criatura.

Entonces no escucharás ni una palabra de lo que tengo para decir.

La miré fríamente, pero ella solo sonrió.

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—Entonces nos vemos, príncipe-que-no-lo-es. Y Goodfellow, si te veo de nuevo,

colgaré tu piel sobre mi puerta. Ahora, discúlpenme.

Ella se incorporó y caminó pesadamente por los escalones, dándole un fuerte

golpe a Puck mientras pasaba, el cual él esquivó hábilmente.

No me gustó el modo en el que Grimalkin continuó mirándome fijamente, con

un indicio de risa en sus rasgados ojos, y crucé mis brazos.

—¿Conoces un modo para que un fey se convierta en mortal o no?

—No —dijo Grimalkin con simpleza, y por un momento mi corazón se hundió—

. Pero, hay… rumores. Leyendas de aquellos quienes querían convertirse en mortales.

—Levantó una pata y comenzó a lavarla, refregándola sobre sus orejas—. Hay…

alguien… que puede que conozca el modo de convertirse en humano —continuó muy

despreocupado—. Una vidente, en las regiones más salvajes de Nuncajamás. Pero el

camino hasta esta vidente es retorcido y enredado, y una vez que te salgas del camino,

nunca podrás volver a encontrarlo de nuevo.

—Claro, y da la casualidad de que conoces el camino, ¿no? —intervino Puck,

pero Grimalkin lo ignoró—. Vamos, gato, todos sabemos a dónde va esto. Di tu precio,

para que podamos ponernos de acuerdo y ponernos en marcha.

—¿Precio? —Grimalkin miró hacia arriba y sus ojos brillaron—. Parece que me

conoces muy bien —reflexionó en una voz que no me gustó para nada—. Piensas que

este es un simple pedido, que los guiaré hasta la vidente y que eso será todo. No tienes

ni idea de lo que estás pidiendo, de lo que nos depara el camino, a todos nosotros. —El

gato se paró, agitando la cola, dándome una solemne mirada dorada—. No diré ningún

precio, no hoy. Pero vendrá el momento, príncipe, cuando vuelva para cobrar esta

deuda. Y cuando llegue el día, la pagarás por completo.

Las palabras colgaron en el aire entre nosotros, reluciendo con poder. Un

contrato, y uno particularmente desagradable. Grimalkin, por cualquiera que fuera la

razón, estaba siendo muy serio sobre esto. Una parte de mí dio marcha atrás, odiando

estar obligado de tal manera. Si aceptaba esto, el gato podría pedirme cualquier cosa,

tomar cualquier cosa, y estaría forzado a cumplir.

Pero si eso significaba ser humano, estar con ella al final…

—¿Estás seguro de esto, chico hielo? —Puck me miró, también preocupado—.

Esta es tu búsqueda, pero no hay salida si aceptas hacer esto. ¿No puedes solo

prometerle un lindo ratón chillón y terminar con esto?

Suspiré y me enfrenté al cait sith, quien esperaba calmadamente mi respuesta.

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—No haré deliberadamente daño a nadie. —le dije—. No me utilizarás como un

arma, ni haré el mal contra aquellos a quienes considere aliados o amigos. Este contrato

no involucrará a nadie más. Solo a mí.

—Como desees —ronroneó Grimalkin.

—Entonces tienes un trato. —Sentí un hormigueo en el aire mientras la oferta era

sellada y apreté los puños. No había como salir de esto ahora, no es que tuviera

ninguna intención de hacerlo, pero parecía que había hecho más tratos, aceptado más

contratos, en un solo año de los que había hecho en toda mi vida como príncipe de

Invierno.

Tenía el presentimiento de que había sacrificado más de lo que sacrificaría

cuando el viaje terminara, pero ya no había nada que hacer al respecto. Había hecho mi

promesa, y la cumpliría.

—Entonces está hecho. —Grimalkin asintió y saltó del balde, aterrizando en una

zona de maleza rodeada de barro—. Vámonos. Perdemos tiempo aquí.

Puck pestañeó.

—¿Qué, así nada más? ¿No vas a decirle a la vieja desplumadora de pollos que

te vas?

—Ella ya lo sabe —dijo Grimalkin, eligiendo su camino a través del patio—. Y

de paso te digo que la vieja desplumadora de pollos puede escuchar cada palabra que

dices, así que sugiero que nos apuremos. Una vez que termine con la gallina, pretende

venir por ti también. —Llegó al cerco y se subió a él, arreglándoselas de alguna manera

para mantener el equilibrio sobre una torcida calavera, mirando hacia atrás con

brillantes ojos amarillos.

—No pensaron que los dejaría irse tan fácilmente, ¿verdad? —preguntó.

Puck me miró de reojo, dando una débil sonrisa.

—Er. Nunca un momento aburrido, ¿verdad chico hielo?

—Algún día te voy a matar —le dije mientras nos apurábamos tras Grimalkin,

de vuelta a las pantanosas tierras. No era una amenaza en vano.

Puck solo se rió.

—Seh. Tú y todos los demás, príncipe. Únete al club.

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Capítulo 2 Vieja Pesadillas

Traducido por: clau12345

Nuestra salida del Pantano de Hueso fue mucho más terrible que nuestro viaje

para encontrar a la bruja. Fiel a la predicción de Grimalkin, cuando el sol se hundió por

debajo del horizonte occidental, surgió un grito desquiciado que parecía hacerse eco de

la propia ciénaga. Un escalofrío pasó por la tierra y un viento repentino le robó calor al

anochecer.

—Tal vez deberíamos movernos más rápido —dijo Grimalkin, saltando a la

maleza, pero se detuvo y se volvió hacia el aullido del viento, dibujando mi espada. La

brisa, con olor a putrefacción, agua estancada y sangre batía en mi cara, pero sostuve

mi hoja flojamente a mi lado y esperé.

—Oy, príncipe —Puck giró en redondo con el ceño fruncido—. ¿Qué estás

haciendo? Si todavía no lo sabes, la vieja desplumadora de pollos está en camino y está

preparando el fuego para su estofado de Invierno y Verano.

—Déjala venir. —Yo era Ashallayn'darkmyr Tallyn, hijo de Mab, antiguo

príncipe de la Corte Unseelie y no tenía miedo de una bruja en una escoba.

—Yo no haría eso —dijo Grimalkin, en algún lugar de los arbustos—. Estas son

sus tierras después de todo y ella sería un rival formidable si tú insistes en luchar

contra ella aquí. El curso de acción más sabio es mantenerse al borde del pantano. Ella

no nos va a seguir ahí. Allí es donde estaré, si decides seguir tus instintos. No voy a

perder el tiempo viéndote librar una batalla completamente inútil basada en un

ridículo orgullo.

—Vamos, Ash —dijo Puck, alejándose—. Podemos jugar con brujas

extremadamente poderosas en otro momento. Bolita podría desaparecer y no quiero

pasar por todo el Nuncajamás buscándolo otra vez.

Miré a Puck, quien me lanzó una sonrisa arrogante y corrió tras el gato.

Guardando mi arma, corrí tras ellos y pronto el Pantano de Hueso fue una mezcla

bizarra de musgo malaquita y huesos blanqueados. Una fuerte carcajada resonó en

algún lugar detrás de nosotros por lo que me incliné hacia delante, aumentando la

velocidad y maldiciendo a todo rey de Verano para mis adentros.

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Corrimos por una hora o más, el graznido de nuestra perseguidora nunca

pareció acercarse, pero tampoco se quedó atrás. Entonces la tierra comenzó a

endurecerse bajo mis pies, los árboles poco a poco ganaron anchura y altura. El aire

también cambió, perdiendo el olor a acre de la ciénaga para tornarse un poco más dulce,

a pesar de que se mezclaba con la más mínima insinuación de putrefacción.

Alcancé a ver una quietud gris en uno de los árboles por lo que patiné hasta

detenerme, tan de repente que Puck se estrelló contra mí. Me volteé con el impacto y le

di un pequeño empujón.

—¡Ay!— gritó Puck mientras saltaba y aterrizaba sin gracia sobre la tierra.

Sonreí y me acerqué, esquivando fácilmente cuando trató de atraparme.

—Ahora no es momento de jugar —dijo Grimalkin desde su posición,

mirándonos con desdén—. La bruja no nos va a seguir hasta aquí. Ahora es momento

de descansar. —Volviendo la espalda, saltó más alto en las ramas y se perdió de vista.

Recostado contra un tronco, saqué mi espada y la puse sobre mis rodillas,

inclinándome hacia atrás con un suspiro. El primer paso, estaba completo. Habíamos

encontrado a Grimalkin, una tarea más difícil de lo que pensé que sería. La siguiente

tarea sería encontrar esta vidente, y luego...

Suspiré. Entonces todo se volvió confuso. No había ningún camino claro

después de encontrar a la vidente. No sabía qué se esperaba de mí, ni qué tendría que

hacer para convertirme en mortal. Tal vez sería doloroso. Tal vez tendría que ofrecer

algo, sacrificar algo, aunque no sabía qué mas podría ofrecer, más allá de mi propia

existencia.

Apretando mis ojos, cerré los pensamientos. No importaba. Haría lo que fuera

necesario.

Los recuerdos se apresuraban, tratando de deslizarse por debajo de la pared de

hielo que había levantado para defenderme del mundo. Había pensado alguna vez que

mi armadura era invencible, que nada podía tocarme... hasta que Meghan Chase entró

en mi vida y la volvió al revés. Irresponsable, leal, con la terquedad inflexible de un

acantilado de granito, ella rompió todas las barreras que había erigido para alejarla,

negándose a renunciar a mí, hasta que finalmente tuve que admitir la derrota. Ya era

oficial.

Estaba enamorado. De un ser humano.

Sonreí amargamente al pensarlo. El antiguo Ash, si enfrentase tal sugerencia, o

bien habría reído con desprecio o le arrancaría la cabeza del cuello al delincuente.

Había conocido el amor antes y me había traído tanto dolor que me había retirado tras

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un muro impenetrable de indiferencia, dejando todo por fuera, todo el mundo. Por lo

que había sido sorprendente, inesperado y un poco aterrador descubrir que todavía

podía sentir algo, mostrándome reacio a aceptarlo. Si bajaba la guardia, era vulnerable

y esa debilidad era mortal en la Corte Unseelie. Pero lo más importante, yo no quería

sentir ese dolor por segunda vez, bajar las defensas sólo para que me arrancaran el

corazón una vez más.

En el fondo, sabía que las probabilidades estaban en nuestra contra. Sabía que

un Príncipe del Invierno y la hija mitad humana del Rey del Verano no tenían muchas

posibilidades de estar juntos al final. Pero había estado dispuesto a intentarlo. Había

dado todo y no me arrepentía de nada de eso, incluso cuando Meghan cortó nuestro

enlace y me exiló del Reino de Hierro.

Esperaba morir ese día. Había estado listo. Siendo ordenado por mi verdadero

nombre a marcharme, dejando a Meghan muriendo sola en el Reino de Hierro, casi me

había roto por segunda vez. Si no hubiera sido por mi juramento de estar con ella otra

vez, podría haber hecho algo suicida, como retar a Oberon a una batalla ante la Corte

entera de Verano. Pero ahora que he hecho el juramento, no hay vuelta atrás.

Abandonar mi voto me destruiría poco a poco, hasta que no quedara nada. Aun

cuando no estuviese decidido a encontrar una manera de sobrevivir en el Reino de

Hierro, no tendría otra opción que continuar.

Voy a estar con ella de nuevo, o moriré. No hay ninguna otra alternativa.

—Hey, chico de hielo, ¿estás bien? Tienes una cara inquietante de nuevo.

—Estoy bien.

—Estás tan lleno de mierda —Puck descansaba en la base de un árbol, con sus

manos detrás de la cabeza y un pie colgando en el aire—. Pongámoslo así. Por fin

encontramos al gato, debemos conseguir una maldita medalla por esto; la búsqueda del

Vellocino de Oro no fue tan difícil y ahora parece que te vas a comprometer con Mab

en un combate sencillo a primera hora de la mañana.

—Estoy pensando. Deberías probarlo alguna vez.

—Ooh, ingenioso —resopló Puck, sacó una manzana de su bolsillo y la

mordió—. Haz lo que quieras, chico hielo. Pero realmente debes tratar de sonreír a

veces, o tu rostro se congelará así para siempre. O al menos eso me han dicho. —Sonrió

y mordió su manzana—. Entonces, ¿de quién es el primer turno de vigilancia? ¿Tuyo o

mío?

—Tuyo.

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—¿En serio? Pensé que era tu turno. ¿No tomé el primer turno en el Pantano de

Hueso?

—Sí. —Lo miré—. Y lo interrumpiste cuando seguiste a esa ninfa lejos del

campamento, y el Goblin trató de robar mi espada.

—Oh, sí —rió Puck, aunque no lo encontraba divertido. Esta espada fue hecha

para mí por los Arcontes de Hielo del Pico de los Dragones. Mi sangre, glamur y una

pequeña parte de mi esencia entraron en su creación y sólo yo la toco.

—En mi defensa —dijo Puck, sin dejar de sonreír débilmente—, ella también

trató de robarme. Nunca he oído hablar de una ninfa ligando con un duende. Qué

lástima para ellos que tengas el sueño demasiado ligero ¿eh, chico hielo?

Rodé los ojos, alejándome de su parloteo incesante, y me dejé a la deriva.

Casi nunca sueño. Los sueños son para los mortales, seres humanos cuyas

emociones son tan fuertes que los consumen y se extienden por sus mentes

subconscientes. Los feys no suelen soñar, nuestro sueño es plácido y sin preocuparse

por pensamientos del pasado o del futuro, o nada, salvo el ahora. Mientras que los

humanos pueden ser atormentados por sentimientos de culpa, nostalgia, preocupación

y pesar, la mayoría de los feys no experimentan esas cosas. Estamos, en muchos

sentidos, más vacíos que los mortales, careciendo de las emociones más profundas que

los hacen tan... humanos. Tal vez por eso son tan fascinantes para nosotros.

En el pasado, la única vez que había soñado fue justo después de la muerte de

Ariella, pesadillas terribles y desgarradoras sobre aquel día en que la dejé morir, el día

en que no pude salvarla. Era siempre la misma: Puck, Ariella y yo persiguiendo al

zorro de oro, la sombra rodeándonos, el monstruoso wyvern1 creciendo de la nada.

Cada vez, sabía que Ariella resultaría afectada. Cada vez traté de llegar a ella antes de

que el aguijón mortal del wyvern hiciera su marca. Fallé en cada una de ellas mientras

me miraba con esos ojos azul claro y susurraba mi nombre, justo antes de quedar inerte

en mis brazos hasta que me despertaba inmediatamente.

Entonces aprendí a reprimir mis emociones, a destruir todo lo que me hacía

débil, para llegar a ser tan frío por dentro como estaba fuera. Las pesadillas se

detuvieron y nunca soñé de nuevo.

Hasta ahora.

Sabía que estaba en el centro de Tir Na Nog, la sede de la Reina Unseelie, mi

antigua casa. Estas fueron mis tierras, alguna vez. Me percaté de distintos puntos de

referencia, tan familiares para mí como mi propia cara y sin embargo no todo estaba 1 Wyvern: Dragón.

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bien. Las montañas escarpadas, que se levantaban hasta que se desvanecían en las

nubes, eran las mismas. La nieve y el hielo que cubría cada centímetro cuadrado de la

tierra y nunca se fundía realmente, eran los mismos.

Todo lo demás estaba destruido. Los grandes bosques de Tir Na Nog se habían

ido, ahora eran campos estériles y secos. Algunos árboles estaban aquí y allá, pero eran

versiones corruptas y torcidas de sí mismos, metálicos y brillantes. Cercas de alambre

cortaban el paisaje y cascos de vehículos oxidados yacían medio enterrados en la nieve.

Cuando estuvo la ciudad de hielo, sus torres de cristal inmaculado brillaban en el sol,

ahora, chimeneas negras bombeaban una ondulante oscuridad en el cielo nublado.

Rascacielos de metal retorcido se alzaban sobre todo lo demás, brillantes siluetas

esqueléticas que se desvanecían en la las nubes.

Feys vagaban por el paisaje oscuro, un enjambre de ellos, pero no eran mis

hermanos Unseelie. Eran del reino envenenado, los feys de Hierro, gremlins e insectos,

hombres de alambre y caballeros de Hierro, los feys de la tecnología de la humanidad.

Miré a su alrededor en mi tierra natal y me estremecí. Ningún fey normal podría vivir

aquí. Todos íbamos a morir, el mismo aire que respirábamos nos quemaba de adentro

hacia afuera, por el hierro corrupto que colgaba espeso en el aire como una niebla.

Podía sentir que mi garganta ardía, extendiéndose como el fuego a mis pulmones. Tosí,

cubrí mi nariz y boca con la camisa y me tambaleé alejándome, pero ¿dónde podría ir si

todo Tir Na Nog estaba así?

—¿Ves? —susurró una voz detrás de mí y me di la vuelta. Nadie estaba allí, pero

por el rabillo del ojo capté un brillo, una presencia, a pesar de que se alejaba cada vez

que trataba de concentrarme en ello—. Mira a tu alrededor. Esto es lo que habría

sucedido si Meghan no se hubiera convertido en la Reina de Hierro. Todo, todo el

mundo que conocías, fue destruido. Los feys de Hierro habrían corrompido todo

Nuncajamás si no fuera por Meghan Chase. Y ella no podría haber tenido éxito si tú no

estabas allí.

—¿Quién eres tú? —Busqué al dueño de la voz, pero la presencia escapó,

manteniéndose en el borde de mi visión—. ¿Por qué me muestras esto?

Esto no era nada nuevo. Era plenamente consciente de lo que hubiera sucedido

si los feys de Hierro triunfaban. Sin embargo, ni siquiera en mis peores imaginaciones,

me había imaginado lo suficiente esta gran destrucción.

—Porque tienes que ver, realmente ver, el segundo resultado por ti mismo —

Sentí la presencia acercarse, a pesar de que aún se conservaba exasperantemente fuera

de mi vista—. Y tu juicio fue afectado, Ash de la Corte del Invierno. Amabas a la chica.

Habrías hecho cualquier cosa por ella, independientemente de las circunstancias. —Se

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deslizó lejos, detrás de mí, aunque ya había renunciado a tratar de buscarlo—. Quiero

que mires a tu alrededor con cuidado, hijo de Mab y entiendas el significado de tu

decisión. Si Meghan Chase, no hubiera logrado convertirse en la Reina de Hierro, este

sería tu mundo.

El fuego en mi interior crecía insoportable. Cada respiración apuñalaba como un

cuchillo y en mi piel empezaban a aparecer ampollas. Me recordó al tiempo en que fui

capturado por Virus, uno de los lugartenientes del Rey de Hierro quien me implantó

un dispositivo de metal. El dispositivo se había apoderado de mi cuerpo,

convirtiéndome en un esclavo de Virus, haciéndome luchar por ella. Y aunque era

plenamente consciente de todo lo que hacía, no podía detenerlo. Había sentido al

invasor de metal como una brasa en mi mente, ardiendo y abrasando, dejándome casi

ciego por el dolor, aunque no podía demostrarlo. Esto era peor.

Me dejé caer de rodillas, luchando por mantenerme en pie, mientras mi piel se

ennegrecía y se pelaban mis huesos. El dolor era insoportable y me preguntaba entre

mi delirio, ¿por qué no había despertado todavía? Este era un sueño, me daba cuenta.

¿Por qué no me liberaba?

Con una claridad repentina y severa, lo supe. Porque la voz no me dejaba. Me

retenía aquí, atado a este mundo de pesadillas a pesar de mis esfuerzos por volver. Me

preguntaba si era posible morir en un sueño.

—Lo siento —susurró la voz que parecía venir de muy lejos ahora—. Sé que es

doloroso, pero quiero que recuerdes esto cuando volvamos a encontrarnos. Quiero que

entiendas el sacrificio que hay que hacer. Sé que no lo comprendes ahora, pero lo harás.

Pronto.

Y, justo así, se fue, y los lazos que me sostenían atado a la visión fueron puestos

en libertad. Con un grito en silencio, me arranqué del sueño, volviendo al mundo de la

vigilia.

Estaba muy oscuro ahora, aunque los esqueletos de los árboles brillaban con una

luminosidad blanca y suave que los hacía confusos y etéreos. A varios metros de

distancia, Puck seguía sentado en las ramas con las manos detrás de su cabeza,

masticando los extremos de un tallo de hierba. Un pie giraba perezosamente en el aire

y no me miraba, había aprendido hace mucho tiempo la forma de disimular mi dolor y

permanecer en silencio, incluso en sueños. No puedes mostrar debilidad en la Corte

Unseelie. Puck no sabía que estaba despierto, pero Grimalkin estaba agazapado en las

ramas de un árbol cercano y sus ojos amarillos brillantes se fijaron en mi dirección.

—¿Malos sueños? —El tono de su voz no era exactamente una pregunta. Me

encogí de hombros.

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—Una pesadilla. Nada que no pueda manejar.

—No estaría tan seguro de eso, si fuera tú.

Miré hacia arriba bruscamente, entrecerrando los ojos.

—Sabes algo —acusé, y Grimalkin bostezó—. ¿Qué es lo que no me estás

diciendo?

—Más de lo que quieres saber, príncipe —Grimalkin se levantó enroscando su

cola alrededor de sí mismo—. Y no soy tonto. Sabes lo suficiente como para hacer tal

pregunta. —El gato olfateó, dándome esa mirada de oro sin pestañear—. Te lo dije

antes, esto no es una tarea simple. Tendrás que descubrir las respuestas por ti mismo.

Ya lo sabía, pero la forma en que Grimalkin lo dijo pareció siniestra y me irritó

que el gato supiera más de lo que me decía. Haciendo caso omiso del gato, me di la

vuelta, mirando hacia los árboles. Un césped callejero emergió de la oscuridad, un

diminuto fey verde con un grupo de malas hierbas creciendo desde atrás. Parpadeó

hacia mí, balanceando su sombrero de hongo y rápidamente se deslizó de nuevo en la

maleza.

—Esta vidente —le dije a Grimalkin, marcando cuidadosamente el lugar en el

que el césped había desaparecido para no pisarlo cuando nos fuéramos—. ¿Dónde está?

Pero Grimalkin había desaparecido.

El tiempo no tiene significado en el Wyldwood. Día y noche, en realidad no

existen aquí, solo luz y oscuridad, y ambas pueden ser tan volubles y caprichosas como

todo lo demás. Una "noche" puede pasar en el espacio de un parpadeo, o para siempre.

Luz y oscuridad se persiguen una a la otra a través del cielo, jugando al escondite o a

atrápame si puedes. A veces, una u otra se siente ofendida por algo y se niega a salir

por una cantidad de tiempo indefinida. Una vez, la luz se enojó tanto, que pasó un

centenar de años en el reino de los mortales antes de que se dignara a salir de nuevo. Y

aunque el sol siguió elevándose y decayendo cada día en el mundo de los humanos,

fue un período turbulento para el mundo de los hombres, mientras todas las criaturas

que acechaban en la oscuridad y la sombra tenían que vagar libremente bajo el oscuro

cielo de Nuncajamás.

Todavía era noche cerrada cuando Puck y yo empezamos a salir, siguiendo al

gato por la maraña interminable del Wyldwood. Grimalkin se deslizó a través de los

árboles como niebla sobre el suelo, gris y casi invisible en el paisaje sin color a su

alrededor. Él se movió rápida y silenciosamente, sin mirar atrás, y tomó todas mis

habilidades de cazador mantenerme a su ritmo, para no perderlo en la maleza

enmarañada. Sospechaba que nos estaba probando, o tal vez hacía algún juego felino

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molesto, sutilmente tratando de perdernos por completo sin ser invisible. Pero, con

Puck corriendo en pos de mí, le seguí el ritmo al escurridizo gato sin perderlo ni una

vez mientras nos aventuramos más en el Wyldwood.

La luz había decidido por fin hacer acto de presencia cuando, sin previo aviso,

Grimalkin se detuvo. Saltando a una rama colgante, se puso de pie inmóvil por un

momento, con las orejas erguidas hacia el viento y la barba temblorosa. A nuestro

alrededor, enormes árboles retorcidos bloqueaban el cielo, troncos grises y ramas

parecían doblarse hacia nosotros, como una enorme red o jaula. Me di cuenta de que no

conocía esta parte de Wyldwood, a pesar de que no era inusual. El Wyldwood era

enorme, eterno y en constante cambio. Había muchos lugares que nunca había visto,

nunca había pisado, incluso en los largos años de cacería por debajo de su dosel.

—Hey, vamos a parar —dijo Puck, que venía detrás de mí. Mirando por encima

de mi hombro, resopló por lo bajo—. ¿Qué te pasa, gato? ¿Hiciste que finalmente nos

perdiéramos?

—Cállate, Goodfellow. —Grimalkin aflojó sus orejas, pero no miró hacia atrás—.

Algo está por ahí —afirmó, crispando la cola—. Los árboles están enojados. Algo no

pertenece aquí. —Sus ojos se estrecharon y se agachó para saltar de la rama.

Justo antes de desaparecer.

Eché un vistazo a Puck y fruncí el ceño.

—Creo que es mejor saber lo que está pasando.

Goodfellow se rió.

—No sería para nada divertido si no sufrimos alguna especie de catástrofe. —

Sacando su daga, la movió frente a mí—. Después de usted, su alteza.

Procedimos con cautela por entre los árboles, explorando la maleza por

cualquier cosa sospechosa. En mi gesto silencioso, Puck se apartó y se deslizó en los

árboles a mi derecha. Si algo estaba al acecho, sería mejor que no estuviéramos juntos

cuando nos atacara.

No pasó mucho tiempo antes de empezar a ver evidencias de que algo estaba

definitivamente fuera de lugar aquí. Las plantas estaban de color marrón y muriendo,

los árboles tenían manchas de haber sido quemados y el aire empezaba a oler a moho y

cobre, haciendo cosquillas en la garganta obligándome a mantenerme callado. Me

acordé de repente de mi sueño, el mundo de pesadillas del Reino de Hierro, por lo que

agarré la empuñadura de mi espada con más fuerza.

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—¿Crees que hay un Reino de Hierro aquí? —murmuró Puck, tocando una hoja

quemada, muerta, con la punta de su daga. Se desintegró en su toque.

—Si lo hay —susurré— no va a estar aquí mucho más tiempo.

Puck me lanzó una mirada, luciendo un poco inseguro.

—No lo sé, chico hielo. Se supone que debemos estar en paz ahora. ¿Qué diría

Meghan si matamos a uno de sus súbditos?

—Meghan es una reina. —Di un paso debajo de una rama podrida, empujándola

con mi espada—. Ella entiende las reglas, como todos los demás. Por ley, ningún fey de

Hierro puede poner un pie en Wyldwood sin permiso de Verano o Invierno. Sería una

violación del tratado si las Cortes se enteran y lo peor es que sería visto como un acto

de guerra. —Levanté mi espada y corté un racimo moribundo de uvas de color

amarillo que olían a putrefacción—. Si hay feys de Hierro aquí, es mejor que los

encontremos nosotros que los escoltas de Verano o Invierno.

—¿Sí? ¿Y qué pasará entonces? ¿Les pediremos cortésmente que vuelvan a casa?

¿Qué pasa si no nos escuchan?

Puse los ojos en blanco.

Él hizo una mueca.

—Correcto —suspiró—. He olvidado quién soy yo para hablar. Pues bien, a la

carga chico hielo.

Nos adentramos aún más en el bosque, siguiendo el rastro de las plantas

muertas, hasta que los árboles se hicieron delgados y el suelo se alejó bruscamente en

un barranco rocoso. Los árboles en esta área estaban ennegrecidos y muertos, y el aire

olía putrefacto y venenoso. Después de un momento, me di cuenta por qué.

Sentado contra un árbol, con su armadura brillando por el sol, estaba un

Caballero de Hierro.

Hice una pausa, apretando los dedos alrededor de la empuñadura de mi espada.

Tuve que recordar que los caballeros ya no eran nuestros enemigos, que servían a la

Reina de Hierro y seguían el mismo tratado de paz que el resto de las Cortes. Además,

estaba claro que este no representaba una amenaza para nosotros. Su coraza había sido

removida y sangre oscura y aceitosa se agrupaba debajo de él. Su barbilla descansaba

sin fuerzas en el pecho, pero a medida que me acercaba, él abrió los ojos y miró hacia

arriba.

La sangre brotaba de la comisura de su boca.

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—Príncipe... ¿Ash? —Él parpadeó varias veces, como dudando de sus propios

ojos—. ¿Qué... qué estás haciendo aquí?

—Yo podría preguntarte lo mismo. —No me acerqué al guerrero caído, me

mantuve de pie varios metros de distancia con mi espada a mi lado—. Para los de tu

clase está prohibido estar aquí. ¿Por qué no estás en el Reino de Hierro bajo la

protección de la reina?

—La reina… —Los ojos del caballero se ampliaron y elevó una mano—. Usted...

usted tiene que advertir a la reina…

Di dos largos pasos hacia adelante y enfrenté al caballero, inclinándome sobre él.

—¿Qué ha pasado con Meghan? —exigí. ¿Advertirle de qué?

—Hubo... un atentado contra su vida —susurró el caballero, y mi corazón se

heló del miedo y la rabia—. Asesinos... se colaron en el castillo... tratando de llegar a la

reina. Nos las arreglamos para expulsarlos y los seguimos hasta aquí, pero había más

de los que... habíamos pensado. El resto de mi equipo murió... —Hizo una pausa para

respirar, jadeando. Estaba claro que no iba a durar mucho más tiempo, así que me

arrodillé para oír mejor, haciendo caso omiso de las náuseas que producen el estar así

de cerca con un Caballero de Hierro—. Hay que advertirle... —declaró de nuevo.

—¿Dónde están ahora? —Le pregunté en voz baja.

El caballero señaló con un gesto hacia la colina, de vuelta en el bosque.

—Su campamento... en el borde de un lago —susurró—. Cerca de la torre...

—Ya sé cuál es su ubicación —dijo Puck, de pie a varios metros detrás del

Caballero de Hierro—. Una mujer con pelo locamente largo solía vivir en el piso más

alto, pero ahora está vacío.

—Por favor... —El caballero levantó sus ojos moribundos hacia mí, luchando por

decir sus últimas palabras—.Vuelva. Dígale que... que... no... —Entonces sus ojos se

voltearon en blanco hasta su cráneo y se dejó caer hacia adelante.

Me paré, dando un paso hacia atrás alejándome del Caballero de Hierro muerto.

Puck envainó su espada mientras caminaba a mi lado, dándole al Caballero de Hierro

una mirada dudosa.

—¿Y ahora qué, príncipe? ¿Mostramos nuestras cabezas en la Corte de Hierro?

—No puedo. —La frustración luchaba contra la fría rabia, así que agarré mi

espada con fuerza suficiente como para sentir la picadura de sus bordes en mi palma—.

Tengo prohibido poner un pie en el Reino de Hierro. Es por eso que estamos aquí,

¿recuerdas? ¿O se te olvidó?

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—No te asustes, chico hielo. —Puck se cruzó de brazos con una sonrisa—. No

todo está perdido. Puedo convertirme en un cuervo y volver volando para advertirle…

—No seas tonto, Goodfellow —interrumpió Grimalkin, saliendo de la nada,

saltando sobre una piedra—. No tienes ningún amuleto ni protección contra la

corrupción del reino. No podrás durar el tiempo suficiente para llegar a la Reina de

Hierro.

Puck resopló.

—Dame un poco de crédito, Bolita. Soy yo. ¿Se te olvidó con quien estabas

hablando?

—Si pudiera.

—¡Basta! —Miré fríamente a ambos. Grimalkin bostezó, pero al menos Puck me

miró vagamente culpable. Frustración e ira hervían en mí, odiaba no poder estar con

Meghan, verme obligado a mantener mi distancia. Pero no iba a sentarme a hacer

nada—. Meghan todavía está en peligro —continué, mirando la colina—. Y los asesinos

están muy cerca. Si no puedo volver y advertirle, entonces me encargaré de la amenaza

aquí.

Puck parpadeó, pero no parecía terriblemente sorprendido.

—Sí, pensé que podrías decir eso —suspiró—. Y no puedo permitir que tengas

toda la diversión, por supuesto. Pero, sabes que son toda una escuadra de Caballeros

de Hierro ¿no chico hielo? —Miró hacia el caballero muerto y arrugó la nariz—. No

estoy diciendo que no debemos hacerlo, por supuesto, pero ¿Qué tal si reclutamos un

ejército?

Le di una sonrisa frágil.

—Entonces habrá una gran cantidad de soldados caídos antes de que termine el

día —dije en voz baja desde el fondo de mi garganta.

En las orillas de un lago, la esbelta y torcida torre, con sus gárgolas y techo azul

cubierto de musgo lucía alta y orgullosa, fácilmente visible a través de los árboles. En la

base, al abrigo entre las rocas rotas y piedras en ruinas, varios caballeros sidhe se

arremolinaban en torno de una fogata humeante, sin darse cuenta de que Puck y yo

estábamos ahí, agazapados en la sombra en el borde de los árboles. Los caballeros

llevaban familiares armaduras negras, con largas espinas erizadas saliendo de sus

hombros como espinas gigantes. Aquellos rostros que una vez fueron fuertes y

orgullosos, estaban ahora devastados como si estuvieran enfermos, carbonizados,

fundidos, heridas abiertas y huesos desnudos brillaban en la hoguera. Algunas narices

se habían caído, otros tenían un solo ojo bueno. La brisa cambiaba y el hedor de la

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quema y la podredumbre asaltaba nuestros sentidos, lavándonos. Puck aguantó una

tos.

—Thornguards —murmuró, poniéndose una mano en la nariz—. ¿Qué diablos

están haciendo aquí? Pensé que habían muerto en la última guerra.

—Aparentemente quedaron algunos. —Miré sobre el campo sin pasión. Los

Thornguards alguna vez pertenecieron a mi hermano Rowan, eran su guardia personal

de élite. Cuando Rowan se unió a los feys de Hierro, los Thornguards le siguieron,

creyendo sus afirmaciones de que podrían volverse inmunes al hierro. Pensaban que

los feys de Hierro destruirían Nuncajamás y que la única manera de sobrevivir era ser

como ellos. Para probar su lealtad, llevarían un anillo de hierro por debajo de sus

guantes, soportando la agonía y la destrucción que causaba en su cuerpo, creyendo que

si podían sobrevivir al dolor, renacerían.

Los Thornguards habían sido engañados, pero aun así eligieron el bando de los

feys de Hierro y Rowan en la reciente guerra, lo que los convirtió en traidores a la

Corte faery. Estos pocos habían ido incluso más allá, amenazando a Meghan y tratando

de acabar con su vida. Eso los hizo mis enemigos personales, una situación muy

peligrosa, por cierto.

—Entonces —continuó Puck, mirando el campo—, estoy contando por lo menos

media docena de chicos malos, cerca del fuego, tal vez un poco más vigilen el

perímetro. ¿Cómo quieres hacer esto, príncipe? Podría separarlos, uno a la vez. O

podríamos ir escondidas y llegar a ellos desde diferentes posiciones.

—Hay sólo siete de ellos. —Tomando mi espada, salí de los árboles y me dirigí

hacia el campamento.

Puck suspiró.

—O podríamos hacer la vieja aproximación de patada-en-la-puerta —murmuró,

cayendo de pie a mi lado—. Tonto de mí, pensando que no había otro camino.

Los gritos de sorpresa y alarma resonaron en el campamento, pero no estaba

tratando de ser cauteloso. En conjunto, Puck y yo caminamos por la orilla de la torre,

envueltos en un sombrío y asesino silencio. Un guardia vino a nosotros, gritando, pero

bloqueé su espada, enterrando la mía a través de su armadura y dando un paso a su

alrededor, dejando que el guardia se deformara en la tierra.

En el momento en que llegamos al centro del campo, seis Thornguards nos

estaban esperando, de pie en formación con sus armas desenfundadas. Puck y yo nos

acercamos con calma y nos detuvimos en el borde de la luz del fuego. Por un momento,

nadie se movió.

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—Príncipe Ash. —El Thornguard sonrió débilmente, algo difícil ya que no tenía

labios, sólo una barra delgada, desigual, donde debería ir la boca, y dio un paso

adelante. Sus ojos, de un azul esmaltado, vidrioso, lamieron de ida y vuelta la distancia

entre nosotros—. Y Robin Goodfellow. Qué sorpresa encontrarlos aquí. Nos sentimos

muy honrados, ¿no es así niños? —Pensé que su voz se había vuelto burlona, aún con

esperanzas, mientras señalaba el bosque detrás de nosotros.

—Noticias de nuestros actos se deben haber extendido por todas partes, porque

desde el príncipe de Invierno hasta al bufón de la Corte de Verano nos siguen la pista.

—En realidad no. —Puck le sonrió—. Estábamos en la zona.

Su sonrisa vaciló, pero dio un paso adelante antes de que pudiera decir nada

más.

—Atacaste al Reino de Hierro —le dije llamando su atención—. Dirigiste un

asalto contra la Reina de Hierro, tratando de acabar con su vida. Antes de que te mate,

me gustaría saber por qué. La guerra ha terminado. El Reino de Hierro ya no es una

amenaza y las cortes están en paz. ¿Por qué poner eso en peligro?

Por un momento, el Thornguard me miró, sus ojos y cara completamente en

blanco. Entonces, la boca delgada se torció en una mueca de desprecio.

—¿Por qué no? —Él se encogió de hombros e hizo un gesto al campo de los

alrededores—. Míranos, príncipe —espetó con amargura—. No tenemos nada por qué

vivir. Rowan ha muerto. El Rey de Hierro ha muerto. No podemos volver a Invierno y

no podemos sobrevivir en el Reino de Hierro. ¿A dónde vamos ahora? No hay ningún

lugar al que podamos regresar.

Su historia me sonaba inquietantemente familiar, tanto como la mía, desterrado

de mi propio campo, pero incapaz de poner un pie en el Reino de Hierro.

—Lo único que quedaba era la venganza —continuó el Thornguard, haciendo un

gesto con enojo a su propio rostro—. Matar a todos los bastardos de Hierro que nos

hicieron esto, empezando por la reina mestiza. Dimos nuestro mejor esfuerzo, incluso

llegando hasta la sala del trono, pero la perra fue más fuerte de lo que pensábamos.

Fuimos rechazados en el último minuto. —Subió la barbilla en un gesto desafiante—. A

pesar de que nos las arreglamos para matar a varios de sus caballeros, incluso los que

vinieron detrás de nosotros.

—Perdiste a uno —dije en voz baja. Él levantó las cejas—. El que quedó vivo

nos dijo dónde estabas y qué habías hecho. Deberías haberte asegurado de que todos

tus oponentes estaban muertos antes de continuar. Un error de principiante, me temo.

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—Ah, ¿sí? Bueno, voy a estar seguro de recordarlo, la próxima vez. —Él me

sonrió, retorcido y amargo—. Entonces, dime, Ash —continuó—. ¿Quieres tener un

pequeño encuentro de corazón a corazón antes de que ella muera? Puesto que los dos

están tan enamorados de la nueva Reina de Hierro, supongo que tendrán muchas

ganas de estar con ella. ¿Les dijo el secreto de cómo convertirse en uno de ellos?

Miré al Thornguard fríamente. Su desprecio se amplió.

—No pretendas que no sabes de qué estoy hablando, Ash. Todos hemos oído la

historia, ¿no es así muchachos? El poderoso Príncipe del Invierno, suspirando por su

reina perdida, promete que va a encontrar una manera de estar con ella en el Reino de

Hierro. Muy conmovedor. —Bufó y se inclinó hacia adelante para que la luz del fuego

se apoderara de su cara quemada, en ruinas. En la penumbra, era como mirar a un

cadáver—. Tome una buena mirada, su alteza —dijo entre dientes, enseñando los

dientes podridos, de color amarillo. Su hedor se apoderó de mí y reprimí el impulso de

dar un paso atrás—. Toma un buen vistazo alrededor, a todos nosotros. Esto es lo que

le sucede a nuestra gente en el Reino de Hierro. Pensamos que podríamos ser como

ellos. Pensamos que habíamos encontrado una manera de vivir con el hierro, de no

desvanecernos cuando los humanos dejaran de creer. Míranos ahora. —Su rostro

muerto, destrozado, torcido en una mueca—. Somos monstruos como ellos. Los feys de

hierro son una plaga en Nuncajamás y vamos a matar a tantos como podamos en el

tiempo que nos quede. Incluyendo a su reina y a cualquier simpatizante del Reino de

Hierro. Si somos capaces de iniciar otra guerra con los feys de Hierro y su reino es

destruido para siempre, todo lo que sacrificamos valdrá la pena.

Estreché la mirada, imaginando una nueva guerra con los feys de Hierro, una

nueva temporada de matanza, sangre y muerte, con Meghan atrapada en el centro.

—Estás muy equivocado si piensas que voy a dejar que eso suceda.

El Thornguard negó con la cabeza, dando un paso atrás y sacando su espada.

—Debiste unirte a nosotros, Ash —dijo con pesar, los demás cambiaron y

levantaron sus armas—. Podrías haber peleado tu camino a la sala del trono y atravesar

con tu espada el corazón de la Reina de Hierro. Destruir tu debilidad, tal como un

Príncipe de Invierno debería haber hecho. Pero había que enamorarse de ella, ¿no? Y

ahora estás perdido para el Reino de Hierro, al igual que nosotros. —Me dio una

mirada apreciativa—. No somos realmente tan diferentes, después de todo.

Puck suspiró en voz muy alta.

—Entonces, ¿ustedes nos van a hablar de la muerte? —preguntó y el Thornguard

lo fulminó con la mirada—. ¿O realmente vamos a seguir adelante con esto?

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El líder hizo una floritura con su arma, el negro acerrado de su hoja brillaba en

las llamas. A su alrededor, el resto de los Thornguards hizo lo mismo.

—No espere piedad de nosotros, su alteza —advirtió mientras su equipo

comenzó a acercarse—. Usted ya no es nuestro príncipe, y nosotros ya no somos parte

de la Corte de Invierno. Todo aquello en lo que creíamos está muerto.

Puck sonrió cruelmente y se volteó de modo que quedamos de espalda contra la

cerca de guardias. Levanté mi espada y usé mi glamur en el aire, dejando el frío poder

del Invierno arremolinarse en el. Y sonreí.

—La piedad es para los débiles —le dije a los Thornguards, viéndolos como lo

que realmente eran: abominaciones para ser cortadas, destruidas—. Te voy a enseñar

cuanto de Unseelie todavía soy.

Los Thornguards atacaron con gritos de batalla, provenientes de todas

direcciones. Detuve un corte y me deslicé de otro, saltando hacia atrás para evitar un

tercero. Detrás de mí, Puck gritó de alegría sin límites, el choque de sus puñales sonaba

en mis oídos mientras bailaba alrededor de sus oponentes. Ellos seguían salvajes e

implacables. Los guardias de elite de Rowan eran peligrosos y bien entrenados, pero yo

había sido parte de la Corte de Invierno por mucho tiempo, observando sus fortalezas

y debilidades, y sabía cuáles eran sus defectos fatales.

Los Thornguards eran formidables como una unidad, utilizando tácticas de

grupo para amenazar y acosar, como una manada de lobos. Pero ese era su mayor

defecto también. Divídelos y vencerás. Rodeado por un trío de Thornguards, salté hacia

atrás y exhalé una lluvia de fragmentos de hielo punzante en su dirección, capturando

dos guardias en el arco mortal. Ellos dudaron por un breve instante, y el tercero dio un

salto hacia adelante, solo, reuniéndose con mi espada que le cortó el cuello. El guerrero

se desintegró, su negra armadura se abrió mientras zarzas oscuras hacían erupción en

el lugar donde murió. Como con todos los fey, la muerte lo devolvió a Nuncajamás y él

simplemente dejó de existir.

—¡Agáchate, chico hielo! —gritó Puck detrás de mí y lo hice, sintiendo el silbido

de una espada sobre mi cabeza. Me di vuelta y clavé al guerrero en el pecho mientras

Puck le arrojaba un puñal a otro corriendo detrás de mí. Más zarzas repartidas en las

piedras.

Ahora sólo quedaban tres Thornguards. Puck y yo seguíamos en pie espalda con

espalda, cuidando de los demás flancos, moviéndonos al unísono.

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—Sabes —dijo Puck jadeando un poco—, esto me recuerda el momento en que

nos encontrábamos bajo tierra y nos topamos con la ciudad de Duergar. ¿Recuerdas

chico hielo?

Paré un golpe en las costillas y devolví un golpe en la cabeza de mi oponente, lo

que lo obligó a volver un paso.

—Deja de hablar y sigue luchando, Goodfellow.

—Sí, creo que esa vez me dijiste lo mismo.

Bloqueé una estocada, me lancé hacia delante y enterré mi espada en la garganta

del guardia, mientras Puck bailó al alcance de su oponente y señaló con el cuchillo

entre las costillas. Ambos guerreros se separaron, sus armas se estrepitaron contra las

rocas al ellos morir. Al caer, el último Thornguard, el líder que me había burlado antes

de la batalla, se dirigió al bosque.

Levanté mi brazo, el glamur girando a mi alrededor mientras lancé un trío de

puñales de hielo a los guerreros en retirada. Acertaron con golpes sordos mientras el

Thornguard gruñía, lanzándose hacia adelante. Cayendo de rodillas, miró hacia arriba

mientras yo me daba la vuelta para mirarlo de frente, sus ojos azules vidriosos llenos

de dolor y odio.

—Supongo que me equivoqué —jadeó, con su arruinada boca torcida en una

última mueca desafiante—. Sigues siendo Unseelie, al fin y al cabo. —Se rió, pero le

salió como una tos ahogada—. Bueno, ¿Qué está esperando, su alteza? Manos a la obra.

—Sabes que no te perdonaré. —Dejé que el vacío de la Corte de Invierno se

difundiera a través de mí, congelando cualquier emoción, sofocando cualquier

pensamiento de bondad o misericordia—. Trataste de matar a Meghan y si te dejo ir,

continuarás haciendo daño a su reino. No puedo permitir eso. A menos que me jures,

en este lugar, que vas a abandonar tus intenciones de hacerle daño a la Reina de Hierro,

sus súbditos y su reino. Me das ese voto y te dejaré vivir.

El Thornguard me miró por un momento y luego se atragantó con otra carcajada.

—¿Y a dónde voy a ir? —Se burló, mientras Puck caminaba detrás de él, viendo

solemnemente—. ¿Quién me aceptará de vuelta, luciendo de esta manera? ¿Mab?

¿Oberon? ¿Tu pequeña reina mestiza? —Tosió y escupió en las piedras entre nosotros,

la saliva de un rojo oscuro—. No, su alteza. Si me deja ir, voy a encontrar mi camino de

regreso a la Reina de Hierro y voy a poner una espada en su corazón y reiré mientras

ellos me maten por ello. Y si de alguna manera logro sobrevivir, voy a destruir cuantos

feys de Hierro me encuentre, cortándolos miembro por miembro, hasta que la tierra

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esté manchada con su sangre contaminada y no me detendré hasta que cada uno de

ellos…

Él no pudo continuar, ya que mi hoja cortó su cuello separando la cabeza de su

cuerpo.

Puck suspiró cuando las zarzas surgieron del Thornguard muerto, sus dedos

torcidos arañando el cielo.

—Sí, eso estuvo casi tan bien como esperaba. —Limpió la daga en su pantalón y

volvió a mirar a la torre, con nuevas zarzas creciendo alrededor de la base—. ¿Crees

que haya algo mas rondando por aquí?

—No. —Envainé mi espada y me aparté de mis ex-hermanos Unseelie—. Ellos

sabían que estaban muriendo. No tenían ninguna razón para esconderse.

—No se puede razonar con los locos, supongo. —Puck enfundó su arma

arrugando la nariz, sacudiendo la cabeza—. Es bueno saber que estaban tan delirantes

como antes, sólo que con una clase diferente de locura.

¿Delirante? Parpadeé cuando las palabras del líder volvieron a mí, burlonas y

siniestras. Estás perdido para el Reino de Hierro, igual que nosotros. No somos

realmente tan diferentes, después de todo.

¿Los Thornguards estaban delirando? Ellos solo querían lo mismo que yo:

encontrar la manera de sobrevivir a los efectos del hierro. Habían negociado sus vidas,

soportado un tormento que ningún fey normal podría soportar, con la esperanza de

conquistar nuestra debilidad eterna. Con la esperanza de vivir en el Reino de Hierro.

¿No estaba haciendo lo mismo ahora, deseando algo imposible?

—Tienes una mirada inquietante de nuevo, chico hielo. —Puck me miró—.

Puedo ver tu cerebro corriendo a mil por hora. ¿Qué estás pensando?

Negué con la cabeza.

—Nada importante. —Girando sobre un talón, me di vuelta y me alejé hacia el

borde de los árboles. Puck empezó a protestar, pero se apresuró, no queriendo pensar

en ello por más tiempo—. Hemos perdido bastante tiempo aquí, y esto no nos lleva

más cerca de la vidente. Vámonos.

Él corrió tras de mí. Esperaba que se quedara quieto y me dejara en paz, pero

por supuesto que sólo hubo un momento de silencio antes de que abriera la boca.

—Hey, nunca respondiste a mi pregunta, Príncipe —dijo, pateando una piedra

entre las rocas, observando su rebote hacia el bosque—. ¿Qué es lo que estabas

buscando en esa ciudad bajo tierra, de todos modos? ¿Un collar? ¿Un espejo?

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—Un puñal —murmuré.

—¡Ajá! Entonces ¡Lo recuerdas después de todo!

Lo fulminé con la mirada. Sonrió con picardía.

—Sólo estaba comprobándolo chico hielo. No quiero que te olvides de todos los

buenos momentos que hemos tenido. Hey, ¿qué pasó con esa cosa, de todos modos?

Me parece recordar que era una pieza muy bien trabajada.

Un entumecimiento se difundió a través de mi pecho y mi voz se hizo muy, muy

suave.

—Se lo di a Ariella.

—¡Oh! —murmuró Puck.

Y no dijo nada después de eso.

Grimalkin nos esperaba encima de una rama rota en el borde de la línea de

árboles, aseando su pata con una exagerada indiferencia.

—Esto tomó más de lo que esperaba. —Bostezó mientras nos acercábamos—. Me

pregunté si debía tomar una siesta mientras los esperaba. —Dándole un último lamido

a su pata, nos miró entrecerrando sus ojos dorados—. De todos modos, si ya

terminaron podemos seguir adelante.

—¿Sabías algo sobre los Thornguards? —Le pregunté—. ¿Y su ataque contra el

Reino de Hierro?

Grimalkin resopló. Agitando su cola, el gato se levantó y se acercó a lo largo de

la rama astillada sin ninguna explicación. Saltando ligeramente a una rama más arriba,

desapareció en las hojas sin mirar hacia atrás, dejándonos a Puck y a mí

apresurándonos por alcanzarlo.

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Capítulo 3 Ariella Tularyn

Traducido por: roblelector

El Wyldwood continuaba oscuro, enredado y sin fin. No conté el tiempo en el

cual el sol se alzó y se puso, porque cuanto más nos adentrábamos en la indomable

naturaleza, más salvaje e impredecible se volvía. Grimalkin nos llevó por una cañada

donde los árboles nos seguían lentamente hasta que mirábamos hacia atrás, haciendo

que se congelaran en su lugar solo para que volvieran a crujir hacia adelante cuando les

dábamos la espalda. Subimos a una enorme colina cubierta de musgo, solo para

descubrir que la “colina” era en realidad el cuerpo de un gigante dormido cuando

levantó una enorme mano para rascarse la mejilla. Cruzamos una ondulada y ventosa

llanura donde manadas de caballos salvajes nos miraron fijamente con fría inteligencia,

con sus furtivas conversaciones volando en el viento.

Durante este tiempo, Puck y yo no hablamos, o si lo hicimos, fueron tan solo

burlas sin sentido, amenazas, insultos y cosas por el estilo. Pelear con Robin

Goodfellow codo a codo contra los Thornguards, había sacado a luz recuerdos con los

que no deseaba tratar en ese momento, aquellos que estaban congelados en mi interior,

recuerdos que no podía descongelar por miedo al dolor. No quería recordar las cazas,

los desafíos, las veces que nos metimos en problemas hasta el cuello y tuvimos que

pelear para salir de ellos. No quería recordar la risa, la fácil camaradería con mi amigo

más cercano. Porque recordar a Puck como algo más que un rival solo me recordaba mi

juramento, aquel dicho en un arrebato de desesperación e ira, ese que nos había

convertido en amargos enemigos en los años por venir.

Y, por supuesto, no podía pensar en Puck de esa manera sin recordarla a… ella.

Ariella. La única hija del Barón de Hielo de Glassbarrow, Ariella vino por

primera vez a la Corte Unseelie durante el equinoccio de invierno, cuando Mab era la

anfitriona del Elíseos2. Como dictaba la tradición, dos veces por cada año mortal, las

Cortes de Verano e Invierno se reunirían para discutir política, firmar nuevos tratados

y básicamente acordar jugar limpio durante otra temporada. O por lo menos refrenarse

de declarar una guerra sin cuartel a la otra Corte. Me aburría hasta el llanto, pero como

Príncipe de Invierno y el hijo de la Reina Mab, mi presencia era requerida, y había

aprendido a bailar el baile y ser un buen monito de la corte.

2 Elíseos: Se refiere a los Campos Elíseos.

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Aún no era el crepúsculo, y por lo tanto la Corte de Verano aún no había llegado.

Como Mab desaprobaba que me encerrara en mi cuarto hasta que el Elíseos comenzara,

me encontraba en un oscuro rincón del patio, releyendo un libro de mi colección de

autores y poetas mortales. Si alguien preguntaba, estaba vigilando la llegada de los

últimos invitados, pero sobre todo estaba evitando a Rowan y la horda de nobles que

me rodearían con halagos, adulantes con sonrisas agudas como navajas. Sus voces

serían el más suave ronroneo, la más dulce canción, mientras me ofrecerían favores

cubiertos de miel y néctar, pero rellenos del más vil veneno. Después de todo era un

príncipe, el más joven y más favorecido de Mab, por lo menos de acuerdo a algunos.

Supongo que la creencia general era que yo era más ingenuo, fácil de atrapar, tal vez.

No conocía el baile tan bien como Rowan o Sage, quienes estaban mucho más

frecuentemente en la Corte. Pero yo era un verdadero hijo de Invierno, y conocía los

retorcidos pasos de la Corte mejor que la mayoría. Y aquellos que buscaban atraparme

en una red de miel y favores rápidamente se encontraban enredados en sus propias

oscuras promesas.

Conocía el baile. Solo que no lo bailaba.

Es por eso que me recostaba contra la pared cubierta de hielo con Los Cinco

Anillos de Musashi, solo medio consiente del traqueteo de carruajes llegando a la

entrada y de los nobles de Invierno saliendo en la nieve. Conocía a la mayoría, o los

había visto antes. Lady Snowfire, vestida con un traje de brillantes carámbanos que

sonaban musicalmente mientras caminaba. El duque de Frostfel —habiendo desechado

al antiguo duque exiliándolo al reino mortal— se deslizó por la nieve seguido de sus

goblin esclavos. La Baronesa del Icebound Heart me dedicó un helado asentimiento

cuando pasó junto a mí, con sus dos leopardos de nieve silbando y gruñendo en los

extremos de sus cadenas de plata.

Y luego, ella entró.

No la conocía, y eso en sí mismo picó mi curiosidad. Nadie podía discutir su

belleza: largo cabello plateado, piel pálida, un esbelto cuerpo que era delicado y fuerte

al mismo tiempo. Pero, todos los de nuestra clase son, si no muy atractivos, al menos

impresionantes de algún modo. Estando usualmente rodeado de tendencias de la moda

que aburren tu apreciación de la misma, especialmente si la belleza solo esconde la

crueldad detrás, no fue su apariencia lo que llamó mi atención ese día, si no la manera

en la que miraba al palacio de Invierno, con temor claramente escrito en sus adorables

facciones. Era una emoción que no correspondía; la mayoría lo vería como una

debilidad, algo para ser explotado. Los nobles podían sentir las emociones como un

tiburón huele la sangre; la devorarían antes de que el día llegara a su fin.

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33 JULIE KAGAWA FORO AD

Una parte de mí me dijo que no me preocupara, que todos se ocupaban solo de

sí mismos en la Corte de Invierno, y que era como siempre había sido. Esa chica, nueva

e inocente, atrajo mi atención al final. A pesar de esa voz, me encontré intrigado.

Rápidamente cerré el libro y me dirigí hacia ella.

Estaba girando en lentos círculos cuando me acerqué, y saltó cuando estuvimos

cara a cara.

—¡Oh, discúlpame! —Su voz era clara y ligera, como pequeñas campanas—. No

te vi allí parado.

—¿Estás perdida? —No era una pregunta, más bien estaba probándola,

probando sus defensas. Admitir que estabas perdido era un grave error en la Corte de

Invierno; nunca querrías ser hallado desprevenido por nadie. Me molestó un poco que

la primera cosa a la que me dediqué fuera a buscar debilidad, picando las grietas de su

armadura. Pero en la Corte Unseelie, nunca podrías ser demasiado cuidadoso.

Ella pestañeó ante la pregunta y dio un paso atrás, pareciendo que me viera por

primera vez. Claros ojos verde-azules se elevaron para encontrar mi mirada, y cometí el

error de mirarla directamente.

Su mirada capturó la mía, atrayéndome dentro, y de repente me estaba

hundiendo. Motas de plateado salpicaban sus iris como pequeñas estrellas, como si

estuviera observando un universo entero en sus ojos. Brillante emoción me miró, pura

y limpia y sin manchas de la oscuridad de la Corte Unseelie.

Por un momento, tan solo nos miramos fijamente el uno al otro, sin que ninguno

quisiera apartar la mirada.

Hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo y me di vuelta, aparentando

ver otro carruaje llegar a la entrada, furioso conmigo mismo por bajar la guardia. Por

un breve momento, me pregunté si esa había sido su táctica desde un principio,

pretender ser ingenua e inocente, y atraer príncipes sin sospechas directo a sus garras.

Poco ortodoxo, pero efectivo.

Afortunadamente, parecía que la chica estaba tan agitada como yo lo estaba.

—No, no estoy perdida —ella dijo un poco sin aliento. Otro error, pero ya no

estaba probándola—. Es solo que… quiero decir… nunca había estado aquí, eso es todo.

—Se aclaró la garganta y se enderezó, pareciendo que recuperaba su compostura—.

Soy Ariella Tularyn de Glassbarrow —anunció con pompa— y estoy aquí en lugar de

mi padre, el Duque de Glassbarrow. Él se encuentra indispuesto en este momento y

envía sus disculpas por no poder venir.

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Había escuchado sobre eso. Aparentemente, el Duque había tenido algunos

problemas mientras cazaba dragones de hielo en las montañas de su territorio. La corte

había estado alborotada, preguntándose quién vendría en representación suya, dado

que se rumoreaba que tenía una sola hija que nunca había abandonado el reino.

Así que esta era ella.

Ariella sonrió nuevamente, mientras se cepillaba nerviosamente su cabello, e

instantáneamente perdió su pomposa apariencia.

—Lo dije bien, ¿no? —Preguntó sin nada de malicia—. Ese fue un saludo

adecuado, ¿no? Soy tan nueva en esto. Nunca antes había venido a la corte, y no quiero

enojar a la reina.

Bien, decidí. Esta chica necesitaba un acompañante, alguien que le mostrara las

maneras de Invierno, o de otro modo los nobles iban a masticarla y escupirla. El pensar

en esta chica, rota y amargada, con sus ojos congelados con cauteloso desprecio me

llenó de un extraño sentido protector que no podía explicar. Si cualquiera deseaba

jugar con Ariella Tularyn, tendrían que pasar sobre mí antes. Y yo no era ningún

novato cuando se trataba de la Corte Unseelie.

—Entonces ven —dije, ofreciéndole mi brazo, lo que pareció sorprenderla, pero

sin embargo lo tomó—. Te enseñaré.

Su brillante sonrisa eran todas las gracias que necesitaba.

Desde ese momento, continué encontrando excusas para estar alrededor de la

hija del Duque de Glassbarrow. Hice viajes secretos de caza a las montañas

Glassbarrow para atraerla. Me aseguré de que Mab solicitara tanto la presencia del

Duque como la de Ariella al Elíseos. Robé cada momento libre que pude para estar con

ella, hasta que llegó el día en el cual finalmente la convencí de dejar el reino del Duque

por completo y vivir en el palacio. El Duque de Glassbarrow estaba furioso, pero yo era

el Príncipe de Invierno, y eventualmente él cedió ante la amenaza de destierro o muerte.

Por supuesto que los rumores se expandieron. Como parte de la familia real, mi

vida estaba sometida a un completo escrutinio, incluso cuando no había nada

interesante sobre ella. Cuando se trataba de que pasara tanto tiempo con una futura

Duquesa… bueno, uno pensaría que si Mab y Oberon decidieran casarse, no habría

tantos comentarios. El Príncipe Ash estaba obsesionado, el Príncipe Ash había

encontrado un nuevo juguete y, el peor de todos, el Príncipe Ash estaba enamorado.

No me importaba. Cuando estaba con Ariella, podía olvidar la Corte, mis

responsabilidades, todo. Cuando estaba con ella, no tenía que preocuparme de

mantener la guardia en alto, vigilando constantemente mi espalda o mis palabras. A

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Ariella no le importaban los juegos de la Corte de Invierno, algo que me fascinaba.

¿Estaba enamorado? No lo sabía. El amor era un concepto tan desconocido, algo de lo

que todos se cuidaban. El amor era para los mortales y los débiles feys de Verano, no

tenía lugar en la vida de un Príncipe Unseelie. Nada de esto me importaba. Todo lo que

sabía era que, cuando estábamos juntos, podía dejar atrás las intrigas y las trampas de

la corte y tan solo ser.

Era pleno verano cuando la última persona que quería que se enterara sobre

nosotros lo hizo de todos modos.

Ariella y yo cazábamos frecuentemente. Era una oportunidad de alejarse de la

Corte y de estar solo nosotros juntos, sin los susurros y las sarcásticas miradas de

lástima. Ella era una excelente cazadora, y nuestras salidas usualmente se volvían

competencias amistosas, viendo la flecha de quién podía derribar nuestra presa

primero. Perdía tantas veces como ganaba, lo que me llenaba de un extraño tipo de

orgullo. Sabía que mi habilidad era considerablemente buena; que Ariella pudiera

igualarla volvía la caza excitante y me forzaba a concentrarme.

Estábamos en el Wyldwood ese día, descansando después de una cacería exitosa

y tan solo disfrutábamos de la presencia del otro. Nos encontrábamos a orillas de un

limpio estanque verde, con mis brazos alrededor de su cintura y su cabeza recostada

sobre mi pecho, mirando a dos pixies molestar a una enorme carpa poniéndose cerca

de la superficie y saliendo volando cuando el pez se abalanzaba sobre ellas. Se estaba

haciendo tarde, pero estábamos poco dispuestos a volver a la corte; los feys de Invierno

tendían a estar cansados e irritables durante los meses de verano, lo que provocaba una

gran cantidad de riñas e insultos. Aquí en el Wyldwood, estaba tranquilo y silencioso,

y solo el más desesperado o salvaje de los feys salvajes consideraría meterse con dos

poderosos Unseelie.

De repente, el pacífico silencio fue interrumpido.

—¡Allí estás! ¡Caray!, chico hielo, te he estado buscando durante una eternidad.

Si no te conociera mejor, pensaría que me estás evitando.

Hice una mueca. O él, claro. Nada era sagrado para él.

Ariella se sacudió sorprendida.

—¿Quién...? —Ella intentó mirar hacia atrás, solo para darse cuenta de que no

me movía ni la dejaba ir. Gimiendo, enterré mi cara en su pelo.

—No te des la vuelta. —murmuré—. No le respondas, y tal vez él se vaya.

—Hah, como si eso alguna vez funcionara. —Quien hablaba se acercó, hasta que

pude verlo por el rabillo del ojo, con los brazos cruzados sobre un pecho desnudo, con

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una perpetua sonrisa afectada estirando su cara—. Sabes, si sigues ignorándome, chico

hielo, tan solo voy a empujarte al estanque.

Solté a Ariella y me alejé del borde, mirando a Puck mientras retrocedía con una

alegre sonrisa.

—¿Qué quieres, Goodfellow?

—También es muy agradable verte, príncipe. —Puck sacó la lengua, sin

inmutarse por mi mirada—. Supongo que la próxima vez que encuentre un rumor

jugoso, tan solo lo mantendré para mí mismo. Pensé que tal vez querrías mirar estos

avistamientos de serpientes en Ciudad de México, pero veo que de cualquier manera

estás ocupado.

—¿Goodfellow? —repitió Ariella, mirando fijamente a Puck con desvergonzada

curiosidad—.¿Robin Goodfellow? Eres tú, ¿no? ¿Puck?

Puck sonrió ampliamente y se inclinó.

—El mismo y único —declaró majestuosamente mientras sentía la situación

salirse de mi control—. ¿Y quién serás tú, lady que ha robado toda la atención del chico

hielo?— Antes de que Ariella pudiera responder, él observaba y se dio la vuelta hacia

mí, haciendo pucheros—. Príncipe, estoy dolido. Después de todo lo que hemos pasado,

podrías al menos haberme presentado a tu nueva amiga lady.

—Ella es Ariella Tularyn —presenté, negándome a pincharlo—. Ariella, él es

Robin Goodfellow, quien a pesar de mis mejores esfuerzos, insiste en andar por aquí

cuando no es querido.

—Me hieres, príncipe. —Puck parecía todo menos herido, y me crucé de

brazos—. Um, supongo que sigues molesto por todo el fiasco de los harpy3. Lo juro,

pensé que esas cuevas estaban vacías.

—¿Cómo se te pasaron cien harpies anidando en esa cueva? ¿La alfombra de

huesos gigantes no te dio una pista?

—Oh, claro, quéjate ahora. Pero encontramos el portal a Atenas, ¿o no?

Ariella pestañeó, mirando hacia atrás y hacia adelante entre nosotros.

—Esperen, esperen —dijo ella, poniendo sus manos en alto—. ¿Ustedes dos se

conocen? ¿Viajaron juntos?

Ella frunció el seño y nos miró a ambos.

—¿Son amigos?

3Harpy: Mujeres aladas.

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Resoplé.

—Yo no iría tan lejos.

—Oh, los mejores amigos, lady —dijo Puck al mismo tiempo, dándole un

guiño—. Chico hielo lo negará hasta que las montañas se caigan, pero tú sabes que tan

difícil es para él admitir sus sentimientos, ¿no?

—Pero eres de Verano. —Ariella me miró, confundida—. Robin Goodfellow es

parte de la Corte Seelie, ¿verdad? ¿No es contra la ley el conspirar con feys de Verano?

—¿Conspirar? —Puck sonrió, mirándome—. Esa es una palabra desagradable.

Nosotros no conspiramos, ¿o si lo hacemos, príncipe?

—Puck. —suspiré—. Cállate. —Dándole la espalda, conduje a Ariella cerca,

ignorando la manera en que los ojos de Puck se iluminaron con regocijo—. La

respuesta a tu pregunta es sí —le dije suavemente—. Es contra la ley. Y dentro de los

límites de Arcadia y de Tir Na Nog, Robin Goodfellow y yo somos enemigos. Los dos

admitiremos eso fácilmente. —Le di una mirada a Puck, y él asintió, todavía sonriendo.

—Pero —continué— aquí en el Wyldwood, las leyes, aunque no son

completamente flexibles, no van tan lejos. Puck y yo somos conocidos por… suavizar

las reglas un poco. No siempre, y no usualmente. Pero, él es el único que puede

seguirme el ritmo, y el único al que no le importa que sea parte de la Corte de Invierno.

Ariella se apartó y me miró, con sus ojos verde agua intensos.

—Así que, me estás diciendo que tú, un príncipe de la Corte Unseelie, ¿admites

haber roto la ley y haber conspirado con el enemigo jurado de la Corte de Invierno en

territorio neutral?

Contuve la respiración. Aunque supe que este día llegaría, había esperado

hablar de mi “asociación” con Puck en mis propios términos. Que el bromista de la

Corte de Verano hubiera forzado el asunto no era sorprendente, pero lo que más temía

era ser forzado a elegir dónde estaba mi lealtad. Ariella aún era Unseelie, con el odio a

Verano y todo en él incluido. Si ella decidía que Puck era un enemigo y que no

teníamos ningún asunto que lo incluyera que no fuera una batalla a muerte… ¿qué

haría entonces?

Suspiré para mis adentros. Era un Príncipe de la Corte Unseelie. Siempre me

pondría del lado de mi corte y los de mi clase, no había cuestionamientos a eso en mi

mente. Si esto se volvía una elección, le daría mi espalda a Puck, le daría mi espalda a

años de camaradería, y elegiría Invierno. Pero eso no quiere decir que no sería duro.

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Ariella nos miró fijamente, y esperé a ver qué haría, cómo reaccionaría.

Finalmente ella dio una sonrisa burlona.

—Bueno, dado que he visto como Ash trata a sus “socios” en la Corte de

Invierno, tendría que decir que tú debes de ser una excepción a la regla, Robin

Goodfellow. Estoy muy complacida de conocerte. —Ella me sonrió y guiñó un ojo—. Y

temía que Ash no tuviera ningún amigo.

Puck rugió de la risa.

—Ella me agrada —anunció mientras se cruzaba de brazos y trataba de parecer

aburrido y molesto. Ambos se rieron a mis expensas, pero no me importó. Ariella había

aceptado mi “asociación” sin reservas o juicios. No tendría que elegir. Podría mantener

lo mejor de ambos mundos sin tener que sacrificar ninguno de los dos.

Debería haber sabido que nunca duraría.

* * *

—Príncipe —dijo la voz de Puck, sacándome de mis oscuros pensamientos, de

vuelta al presente—. Príncipe. Hey, ¡chico hielo!

Pestañé y lo miré.

—¿Qué?

Él sonrió y asintió hacia el cielo, donde una gran pared de nubes negras se

abalanzaban sombre nuestras cabezas.

—Hay una desagradable tormenta viniendo. La bola de pelo sugiere que

busquemos refugio, dado que esta área tiene una reputación por sus rápidas

inundaciones. Según él, deberíamos llegar con la vidente en algún momento de

mañana.

—De acuerdo.

—Wow, no estamos habladores hoy. —Puck sacudió su cabeza mientras pasaba

junto a él, deslizándome por un lavado barranco hacia donde Grimalkin esperaba en el

fondo.

Puck me siguió fácilmente, continuando la charla.

—Eso es lo máximo que me has dicho en dos días. ¿Qué está pasando, chico

hielo? Has estado muy melancólico últimamente, incluso para ti.

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—Déjalo, Puck.

—Y yo aquí pensando que lo estábamos haciendo tan bien. —Puck suspiró

dramáticamente mientras mantenía mi paso bajando el barranco—. Deberías decírmelo

de todos modos, príncipe. Ya deberías de saber a esta altura que no puedo dejar nada.

Te lo sacaré de algún modo.

Muy en el fondo, algo oscuro se agitó. Un gigante dormido sintiendo un cambio

en el aire, como un latido de corazón obligado, débil, pero aún vivo, empezando a

resurgir. Era algo que no había sentido y no me había permitido sentir, en años. La

parte de mí que era Unseelie pura, puro odio y oscuridad y sed de sangre. Me perdí a

mi mismo en eso una vez, el día que Ariella murió. Me convertí en algo consumido por

la rabia, lleno de un odio negro que me ponía contra mi amigo más cercano. Pensé que

lo había enterrado cuando congelé mis emociones, entrenándome a mí mismo para

volverme adormecido, para no sentir nada.

Podía sentirlo en mí ahora, una antigua locura, una antigua oscuridad saliendo a

la superficie, llenándome de enojo. Y odio. Heridas que nunca habían sanado realmente,

abriéndose de nuevo, veneno durmiendo en mi corazón. Me perturbaba, y lo enterré,

de vuelta a la oscuridad de donde vino. Pero aún podía sentirlo, pulsando y

burbujeando justo bajo la superficie.

Dirigido únicamente a Puck, quien estaba, por supuesto, todavía hablando.

—Sabes, no es sano mantener las cosas guardadas, príncipe. Toda esa cosa de la

meditación está realmente sobrevalorado. Así que, vamos, sácalo. Lo que te está

molestando.

—Te dije… —giré bruscamente, quedando cara a cara con Puck, lo

suficientemente cerca como para ver mi reflejo en sus sorprendidos ojos verdes—.

Déjalo, Puck.

A pesar de todas sus payasadas, Robin Goodfellow no era nada tonto. Nos

conocíamos uno al otro hacía un largo tiempo, tanto como amigos como rivales, y él me

conocía mejor que nadie, a veces incluso mejor de lo que me conocía a mí mismo. La

descarada sonrisa desapareció, y sus ojos se tornaron duros como piedra. Nos miramos

fijamente el uno al otro, separados por unos pocos centímetros, mientras el viento

aumentó y aulló a nuestro alrededor, provocando un remolino de hojas y polvo.

—¿Estás dudando? —La voz de Puck era suave y peligrosa, muy lejana de su

habitual impertinencia—. Pensé que habíamos dejado esto de lado por ahora.

—Nunca —dije, encontrando su mirada—. Nunca podré retirarlo, Goodfellow,

todavía voy a matarte. Le juré a ella que lo haría. —Los relámpagos parpadeaban y los

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truenos retumbaban a lo lejos mientras nos enfrentábamos el uno al otro con los ojos

entrecerrados—. Un día —dije suavemente—, un día mirarás hacia arriba y yo estaré

allí. Ese es el único final posible para nosotros. Nunca lo olvides.

Puck ladeó lentamente su cabeza, mirándome fijamente.

—¿Es Ash el que habla? ¿O el juramento?

—Eso no importa. —Di un paso hacia atrás, sosteniendo su mirada, sin querer

darle la espalda—. Nunca volverá a ser lo mismo, Puck. No te engañes a ti mismo

pensando que sí.

—Nunca lo he olvidado, príncipe. —Puck me miró con solemnes ojos verdes

brillando en la repentina oscuridad. Un relámpago parpadeó entre los árboles de nuevo,

y el trueno rugió en respuesta. Las siguientes palabras de Puck casi se perdieron en el

viento—. No eres el único con arrepentimientos.

Me di la vuelta y me alejé de él, sintiéndome frío y vacío, con oscuridad

enrollándose alrededor de mi corazón. Al fondo del barranco estaba Grimalkin sentado

en un tocón, con la cola enrollada sobre sus pies, mirándonos con dorados ojos que no

pestañeaban.

Encontramos una cueva, o mejor dicho, un enojado e impaciente Grimalkin nos

llevó a una cueva unos segundos antes de que los cielos se abrieran y la lluvia cayera.

Como la luz rápidamente desaparecía, dejé a Puck avivando el fuego y me retiré a un

oscuro rincón. Sentado con mi espalda contra la pared, puse una rodilla contra mi

pecho y fruncí el ceño mientras miraba las lejanas llamas.

—Y así empieza.

Grimalkin apreció a mi lado, se sentó en una roca mirando a Puck hacer el fuego.

Las llamas emitieron un ardiente halo naranja alrededor del gato. Le di una mirada de

reojo, pero él no me miró.

—¿Qué quieres decir?

—Te advertí que esta no era ninguna simple aventura. Te dije antes que tú y

Goodfellow no tienen idea de lo que nos espera por delante. —Movió una oreja y se

removió en la roca, aun vigilando el fuego—. Lo sientes, ¿no? La ira. La oscuridad. —

Pestañé sorprendido, pero Grimalkin no hizo caso—. Solo empeorará cuanto más lejos

vayamos.

—¿A dónde estamos yendo? —pregunté suavemente. Un repentino chisporroteo

vino de la fogata cuando Puck colgó un conejo despellejado sobre las llamas. No quería

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ni siquiera adivinar de dónde lo había sacado, y me di la vuelta de nuevo hacia

Grimalkin—. Sé que vamos donde la vidente, pero aún no nos has dicho dónde.

El cait sith hizo como que no me escuchó. Bostezando, se estiró lánguidamente,

rastrillando sus garras sobre las piedras, y se fue trotando para supervisar las

preparaciones para la cena.

Afuera, la tormenta aullaba y rugía, doblando los árboles y empujando la lluvia

en un agudo ángulo a través de la entrada de la cueva. El fuego chisporroteó

alegremente, lamiendo la piel del conejo, y el olor de la carne de conejo asada comenzó

a llenar la cueva.

Y aun así, había algo que no estaba bien.

Me levanté y vagué hacia la entrada de la cueva, mirando hacia afuera a la

tormenta. El viento me empujó salpicando mi cara con gotas de lluvia. Más allá del

borde de la caverna, la lluvia se deslizaba por el suelo en ondas, como cortinas

plateadas movidas por el viento.

Había algo allí afuera. Observándonos.

—Hey, chico hielo. —Puck apareció a mi lado, escudriñando la lluvia conmigo.

Él actuaba con perfecta normalidad, como si las palabras entre nosotros hacía un rato

ese mismo día nunca hubieran sido dichas—. ¿Qué estás mirando?

—No lo sé. —Busqué en los árboles, en las sombras, con mi mirada cortando

entre la tormenta, quitando la oscuridad, pero no podía ver nada fuera de lo normal—.

Se siente como si estuviéramos siendo observados.

—Huh. —Puck se rascó el lado de su cara—. No siento nada como eso. Y la bola

de pelos aún está aquí, lo que significa algo. Sabes que si hubiera cualquier cosa

peligrosa viniendo él se habría ido antes de que pudieras decir poof. ¿Seguro que no

estás siendo paranoico?

La lluvia siguió cayendo y nada se movió en la oscuridad y las sombras.

—No lo sé —dije de nuevo—. Tal vez.

—Bueno, puedes pararte aquí y preocuparte. Voy a comer. Si ves algo grande y

hambriento viniendo hacia nosotros, solo gri…

—Goodfellow. —Mi voz lo hizo hacer una pausa y luego darse la vuelta,

cauteloso y en guardia. Nos miramos fijamente el uno al otro en la entrada de la cueva,

con la tormenta azotándonos y haciendo que el fuego parpadeara—. ¿Por qué estás

aquí?

Él pestañeó, haciendo un medio intento de humor.

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—Uh… ¿porque no quiero mojarme?

Solo esperé. Puck suspiró, recostándose contra la pared y cruzando sus brazos.

—¿Es necesario que hagamos esto, chico hielo? —dijo, y aunque las palabras

eran ligeras, su tono era casi suplicante—. Creo que ambos sabemos la razón por la que

estoy aquí.

—¿Qué pasaría si te pidiera que te fueras?

—¿Por qué querrías hacer eso? —Puck sonrió, pero rápidamente esta se

desvaneció—. Esto es por lo que pasó hace un rato, ¿no? —dijo—. ¿Qué está pasando,

Ash? Hace dos días estabas bien. Nosotros estábamos bien.

Dirigí la mirada a donde Grimalkin se sentaba mirando el conejo ensartado con

algo un poco más fuerte que curiosidad. Podía sentir la oscuridad en mí saliendo de

nuevo, a pesar de mis intentos de congelarla.

—Voy a matarte —dije suavemente, y las cejas de Puck se elevaron—. No esta

noche. Tal vez no mañana. Pero pronto. Nuestro pasado nos está alcanzando,

Goodfellow, y esta deuda ha estado sin ser saldada por suficiente tiempo. —Lo miré de

nuevo, encontrando su solemne mirada—. Te estoy dando la posibilidad de irte. Corre.

Encuentra a Meghan, dile lo que estoy tratando de hacer. Si no regreso, cuida de ella

por mí. —Sentí mi pecho apretarse fuertemente por pensar en Meghan, en nunca

volver a verla de nuevo. Pero por lo menos Puck estaría allí para ella si fallaba—. Sal de

aquí Puck. Sería mejor para los dos si te fueras.

—Huh. Bueno, seguro que sabes cómo hacer a un chico sentirse querido,

príncipe. —Puck me fulminó con la mirada, sin ser capaz de enmascarar del todo su ira.

Empujándose lejos de la pared, dio un paso al frente, sin mirar nunca hacia otro lado—.

Estamos a mano, aunque no me voy a ningún lado, no importa que tanto amenaces,

sobornes, obligues o ruegues. No me malinterpretes, estoy aquí por ella más que nada,

no por ti, pero apuesto a que esto no es algo que tú puedas hacer solo. Así que vas a

tener que aguantarte y acostúmbrate a mí, príncipe. Porque a menos que quieras

pelear aquí mismo, justo ahora, no me voy a ir. Y puedo ser tan testarudo como tú.

Afuera, un relámpago parpadeó, volviendo todo blanco, y la tempestad

desgarró las ramas de los árboles. Puck y yo nos miramos el uno al otro hasta que

fuimos interrumpidos por un fuerte pop del fuego. Rompiendo el contacto visual de

una vez Puck miró sobre el hombro y dejó salir un gemido.

—¡Hey! —Dándose la vuelta, caminó acechante de nuevo hacia el fuego, y a su

ahora vacío asador, agitando sus brazos—. ¡Mi conejo! ¡Grimalkin, tú, sigiloso y gris…

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cerdo! ¡Espero que hayas disfrutado eso, porque la siguiente cosa sobre el fuego puede

que seas tú!

Como era de esperar, no hubo respuesta. Sonreí para mí mismo y me giré de

nuevo hacia la lluvia. La violencia de la tormenta no había disminuido, ni tampoco lo

había hecho la sensación de ser observado, aunque continuas búsquedas entre los

árboles y las sombras no mostraron nada.

—¿A dónde vas? —Reflexioné bajo mi respiración—. Sé que puedes verme. ¿Por

qué no puedo encontrarte?

Parecía que la tormenta se burlaba de mí. Me quedé parado, mirando hacia

afuera, hasta que finalmente el viento se calmó y la lluvia se convirtió en una llovizna.

Me quedé toda la noche allí parado, esperando. Pero lo que sea que estaba

observándome desde su misteriosa ubicación nunca se dio a conocer.

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Capítulo 4 La Presa

Traducido por: Altia

Al otro día amaneció oscuro y siniestro, con una persistente niebla que se

aferraba a la tierra y lo envolvía todo en silencio. Los sonidos fueron absorbidos por el

envolvente blanco, y era imposible ver más de diez metros por delante.

Salimos de la cueva, detrás de un presumido Grimalkin por la pared de niebla.

El mundo parecía diferente de la noche anterior, oculto y acechando, los árboles

oscuros, esqueletos torcidos en la niebla. Los pájaros no cantaban, los insectos no

zumbaban, no había pequeñas criaturas escurriéndose entre la maleza. Nada se movía

o parecía respirar.

Incluso Puck estaba afectado por el humor sombrío y ofreció poca conversación

mientras nos deslizamos a través de este apagado mundo.

La sensación de ser observado no se había disipado, incluso ahora, y me ponía

cada vez más incómodo. Aún más preocupante, tenía la sensación de que algo estaba

siguiéndonos, rastreándonos a través del silencioso bosque. Examiné los árboles de

alrededor, las sombras y la maleza, observando, escuchando algo que pareciese fuera

de lugar. Pero no podía ver nada.

La niebla se negaba a levantarse, y cuanto más nos adentrábamos en el tranquilo

bosque, más fuerte se hacía la sensación. Finalmente, me detuve, girándome a mirar

detrás de nosotros. La niebla se deslizaba sobre el suelo y se derramaba por el pequeño

camino del bosque que estábamos siguiendo, y a través del manto blanco, podía sentir

algo acercándose.

—Hay algo ahí afuera —murmuré mientras Puck se acercó a mí, mirando

también en la niebla.

—Por supuesto que lo hay —contestó Grimalkin con total naturalidad, saltando

sobre un árbol caído—. Nos ha estado siguiendo desde ayer por la noche. La tormenta

le retrasó un poco, pero ahora está llegando rápidamente. Sugiero que nos demos prisa

si no queremos encontrarlo. Y no lo haremos, confíen en mí.

—¿Es la bruja? —preguntó Puck, frunciendo el ceño mientras miraba hacia los

arbustos y los árboles—. Caray, ata juntos los pies de una casa y estarás marcado de

por vida. La chica mayor puede guardar rencor, ¿verdad?

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—No es la bruja —dijo Grimalkin con un poco de molestia—. Es algo mucho

peor, me temo. Ahora vamos, estamos perdiendo el tiempo —Él saltó de la rama,

desvaneciéndose en la niebla, mientras Puck y yo compartimos una mirada.

—¿Peor que el pollo viejo desplumado? —Puck hizo una mueca—. Eso es difícil

de creer. ¿Puedes pensar en alguien con quien preferirías no encontrarte en un viejo y

escalofriante bosque, príncipe?

—En realidad, puedo —le dije, y me marché, siguiendo a Grimalkin a través de

los árboles.

—¡Hey! —Se quejó Puck detrás de nosotros—. ¿Qué se supone que significa eso,

chico hielo?

El bosque se extendía, y Grimalkin nunca fue más despacio, zigzagueando entre

los árboles y bajo las retorcidas raíces sin mirar atrás. Me resistí a la tentación de mirar

continuamente por encima de mi hombro, medio esperando que la niebla se apartara

mientras lo que fuese que nos estaba siguiendo se lanzase en el camino. Odiaba ser

perseguido, ser rastreado por algo invisible, un monstruo desconocido, pero Grimalkin

parecía decidido a dejarlo atrás, y si yo hiciese una pausa podría perder al gato en la

niebla.

En algún lugar detrás de nosotros, una bandada de cuervos levantó el vuelo con

gritos frenéticos, penetrantes en el silencio.

—Está cerca —dije, mi mano cayendo a mi espada.

Grimalkin no miró atrás.

—Sí —dijo con calma—. Pero ya casi llegamos.

—¿Casi dónde? —Intervino Puck, pero en ese momento la niebla se diluyó y nos

encontramos en el borde de un lago verdoso. Árboles esqueléticos surgían del agua, su

creciente red de raíces buscando como serpientes en la oscuridad. Pequeñas islas,

cubiertas de musgo se elevaban de debajo del lago, y puentes de cuerda atravesaban el

abismo entre ellas, algunos caídos lo suficientemente bajo como para tocar cerca de la

superficie.

—Hay una colonia de ballybogs viviendo en el otro lado —explicó Grimalkin,

saltando ágilmente al primer puente de cuerda. Hizo una pausa para mirar hacia atrás

a nosotros, moviendo la cola—. Ellos me deben un favor. Dense prisa.

Algo iba rompiendo a través de los arbustos detrás de nosotros, un par de

ciervos aterrorizados huyeron entre la maleza. Grimalkin aplastó sus orejas y empezó a

cruzar el puente. Puck y yo lo seguimos.

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El lago no era grande, y llegamos al otro lado unos minutos más tarde,

enfrentándonos a la molesta mirada de Grimalkin mientras pisamos la orilla fangosa.

Puck y yo habíamos cortado sistemáticamente cada una de las cuerdas del

puente después de cruzar, de manera que lo que fuera que nos estaba siguiendo

tendría que nadar.

Esperamos que esto le hiciese ir un poco más lento, pero también significaba que

habíamos destruido nuestro camino por decirlo así, si nosotros queríamos volver de la

misma manera.

—Uh-oh —murmuró Puck, y me di la vuelta.

Un pequeño poblado se extendía en el fango de la orilla del río, los techos de

paja y turba cubriendo las chozas primitivas construidas en un terraplén, asomando

entre las raíces de árboles enormes. Lanzas tiradas en el barro, algunas rotas, y los

techos de varias chozas habían sido arrancados. El silencio colgaba sobre el pueblo, la

niebla arrastrándose desde el lago para sofocar lo que quedaba de la aldea.

—Parece que algo estuvo aquí antes que nosotros —observó Puck, tomando una

lanza destrozada del barro—. Además, causó daños en el poblado. No hay nadie aquí

para darnos la bienvenida, Grim. Vamos a tener que intentar otra cosa.

Grimalkin olió y saltó sobre la orilla, sacudiendo el barro de sus patas.

—Que inoportuno —suspiró, mirando con disgusto—. Ahora nunca recibiré mi

favor.

A lo lejos, en algún lugar más allá de la neblina que se desprendía del agua, se

oyó un chapoteo. Puck miró hacia atrás e hizo una mueca.

—Todavía viene, bastardo persistente. —Saqué mi espada—. Entonces tenemos

que quedarnos aquí.

Puck asintió, sacando sus dagas.

—Pensé que podrías decir eso. Voy a encontrar un lugar más alto. La lucha en el

barro no es de mi agrado, a menos que implique poca ropa. —Se detuvo, mientras le

lancé una mirada—. Correcto —murmuró—. Esa colina de ahí arriba parece

prometedora. Voy a echarle un vistazo.

Grimalkin siguió mi mirada, parpadeando mientras Puck chapoteó su camino

hacia un montículo grumoso de musgo verde y helechos.

—Eso no estaba ahí la última vez que estuve aquí —musitó en voz baja,

estrechando su mirada—. De hecho... —Sus ojos se abrieron. Y desapareció.

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47 JULIE KAGAWA FORO AD

Me di la vuelta, lanzándome hacia adelante mientras Puck saltó a la colina,

subiéndose por una raíz retorcida.

—¡Puck! —grité, y él me miró con el ceño fruncido—. ¡Sal de ahí ahora mismo!

La colina se movió. Con un grito, Puck tropezó, sacudiéndose violentamente

mientras el montículo de hierba se movió y se sacudió y comenzó a levantarse del lodo.

Puck cayó hacia adelante, aterrizando en el barro, y la colina se puso de pie,

desplegándose, gruesos brazos con garras en la punta y piernas rechonchas. Se dio la

vuelta, veinte pies4 de troll de pantano fangoso verde, el musgo y la vegetación

creciendo de su amplia espalda, combinando perfectamente con el paisaje. El pelo

verde húmedo colgaba de su cuero cabelludo, y sus ojos rojos pequeños y brillantes

escanearon el suelo confundido.

—Oh —reflexionó Puck, mirando a la enorme criatura de barro—. Bueno, esto

explica algunas cosas.

El troll del pantano rugió, saliva volando de sus fauces abiertas, y dio un paso

hacia Puck, quien se levantó de un salto. El troll golpeó con su garra y él lo esquivó,

corriendo bajo su enorme masa, lanzándose entre las piernas de árbol. El troll gritó y

comenzó a girar, y le lancé una lluvia de dagas de hielo, pegándole en el hombro y la

cara. El troll gritó y se tambaleó hacia mí, haciendo temblar el suelo. Lo esquivé,

rodando fuera del camino mientras el troll chocó con el terraplén y arrancó una enorme

brecha a través de las chozas, partiéndolas en dos.

Cuando el troll se echó hacia atrás, me lancé a él, deslizándome en sus brazos

gruesos, haciendo una incisión profunda a través de su piel como corteza. El troll gritó,

más de rabia que de dolor, y se giró hacia mí.

Hubo un movimiento en sus amplios hombros, y Puck apareció, aferrándose a

su espalda, con una enorme sonrisa en su cara.

—Muy bien —anunció pomposamente, mientras el troll se sacudió y se dio la

vuelta, tratando en vano de llegar a él—. Reclamo esta tierra para España. —Y plantó

su daga en la base del grueso cuello del troll.

La criatura rugió, un grito agudo, doloroso, y arañó desesperadamente sus

espaldas. Puck se apartó rápidamente, evitando el rastrillar de las garras del troll, y

clavó la daga en el otro lado de su cuello. El troll gritó de nuevo, palmeando y

desgarrando, y Puck se apartó lejos. Con toda su atención en Puck, salté por encima de

su corta pierna, y hundí la espada en el pecho del troll.

4Veinte pies: 6.96 metros.

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48 JULIE KAGAWA FORO AD

Se tambaleó, cayendo de rodillas y con un profundo gemido, cayó en el lodo

mientras me apartaba a un lado. Puck saltó de sus hombros, cuando se derrumbó, rodó

mientras caía al suelo y se puso de pie, sonriendo, a pesar de que él parecía una especie

de monstruo de barro.

—¡Sí! —Exclamó, sacudiendo la cabeza y arrojando barro por todas partes—.

Hombre, eso fue divertido. Mejor que jugar a “Permanecer en el salvaje Pegasus”.

¿Podemos hacerlo de nuevo?

—Idiota. —Me limpié un poco de barro de la mejilla con la palma de mi mano—.

No hemos terminado todavía. Lo que sea que nos sigue está todavía ahí fuera.

—Además, quisiera recordarles —dijo Grimalkin, mirando imperiosamente

desde las ramas de un árbol alto—. ¿Que los trolls del pantano, en particular, tienen

dos corazones y la capacidad de acelerar la curación? Tendrán que hacer algo más que

meter un cuchillo en el pecho si quieren acabar con él para siempre.

Puck parpadeó.

—Por lo tanto, estás diciendo que nuestro amigo cubierto de musgo, en realidad

no está…

Hubo un sonido húmedo, chapoteando detrás de nosotros, y Grimalkin

desapareció de nuevo. Puck hizo una mueca.

—Bien, entonces —murmuró mientras se dio la vuelta. El troll del pantano

arrastraba sus pies, sus ojos rojos brillantes y furiosos, fijos en nosotros.

—Segunda ronda. —Puck suspiró y barrió su mano en un movimiento de

corte—. ¡Lucha!

El troll rugió. Sin esfuerzo, extendió la mano y agarró el tronco de un pino,

arrancándolo del barro tan fácilmente como la recolección de un diente de león. Con

una velocidad vertiginosa, lanzó el arma hacia nosotros.

Puck y yo saltamos a un lado en direcciones opuestas, y el árbol golpeó el

espacio entre nosotros con una explosión de agua y barro. Casi inmediatamente, el troll

barrió el suelo con el árbol, como si estuviera batiendo el polvo con una escoba, y esta

vez Puck no fue capaz de esquivarlo con suficiente rapidez.

El tronco le golpeó y envió su cuerpo cayendo por los aires, golpeándose la

cabeza contra otro árbol y cayendo en el lodo a varios metros de distancia.

Con ojos rojos, el troll se volvió hacia mí, dando un paso adelante

amenazadoramente. Me retiré hasta que mi espalda chocó contra la pared del terraplén,

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y me tensé cuando el enorme troll se cernió sobre mí, levantando el palo sobre su

cabeza y rompiéndolo hacia abajo como un ariete.

Algo grande y oscuro se abalanzó entre nosotros con un gruñido, y una cosa

peluda y monstruosa se estrelló contra el troll, con brillantes dientes. El troll gritó y se

tambaleó hacia atrás, su brazo sujeto en las fauces de un enorme lobo negro del tamaño

de un oso pardo, que gruñó y sacudió la cabeza, hundiendo más sus colmillos en él.

Chillando, el troll se sacudió y tiró hacia atrás, tratando desesperadamente de sacar al

monstruo aferrado a su brazo, pero el lobo no le dejaba ir. Me quedé sin aliento,

reconociendo a la criatura, sabiendo quién era, pero no había tiempo para preguntarse

por qué estaba allí.

Esquivando al lobo, me metí debajo de las piernas del troll y giré, acuchillando

los tendones gruesos de detrás de sus rodillas. Con un grito, las piernas del troll se

doblaron, y salté sobre la espalda, como Puck había hecho, mientras que cayó al suelo.

Pero esta vez, levanté la espada y la clavé, primeramente, en la cabeza del troll, justo

entre los cuernos, enterrando el arma hasta los dientes.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo del troll. El troll comenzó a endurecerse,

su piel volviéndose gris y dura. Tiré mi espada libre y salté fuera de la espalda

mientras el troll se enroscaba sobre sí mismo, como un insecto gigante o una araña, y se

convirtió en piedra. En unos segundos, sólo era una roca con forma de troll sentado en

el lodo en el borde de la aldea.

Hubo una risa profunda a mi lado.

—No está mal, pequeño príncipe. No está mal.

Poco a poco, me giré, agarrando mi arma, preparado para desatar mi glamur en

un estallido violento, caótico. A pocos metros, el enorme lobo de la leyenda se me

quedó mirando, los ojos amarillo verdosos brillantes en la oscuridad, mostrando los

colmillos en una sonrisa cruel.

—Hola, príncipe —gruñó el Lobo Feroz—. Te lo dije antes. La próxima vez que

nos encontráramos, no me verías venir.

Me quedé mirando al Lobo, manteniéndolo vigilado mientras me rodeaba,

mostrando los colmillos en una mueca salvaje, enormes patas hundiéndose en el barro.

Alrededor y dentro de mí, el glamur quemaba, frío y letal, listo para ser liberado. No

podía contener nada, no con él. Esta era posiblemente la más peligrosa y antigua

criatura que alguna vez pisó las tierras de Nuncajamás. Sus historias superaban en

número a todos los mitos y leyendas jamás contadas, y su poder creció con cada relato,

con cada advertencia y fábula que susurraba su nombre. Sus leyendas nacieron del

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miedo; él era el completo villano, la criatura sobre la que viejas mujeres advirtieron a

sus hijos, sobre un monstruo que consumió a niñas y mató manadas enteras sin

ninguna razón. Sus hermanos en el mundo mortal habían sufrido terriblemente por los

temores nacidos de él —ellos habían sido asesinado a tiros, atrapados y sacrificados al

por mayor— pero cada muerte reforzó aquellos temores y lo hizo más poderoso que

antes.

El inmortal Lobo Feroz. Meghan y yo le habíamos visto una vez antes, y él casi

había logrado matarme.

Esto no pasaría otra vez.

—Pon ese palo lejos —La voz del Lobo, gutural y profunda, tenía trazos de

diversión—. Si quisiera verte muerto, no me habría molestado salvando tu triste cuerpo

del troll de pantano. Eso no quiere decir que no te mataré más tarde, pero tu pequeño

juguete tonto no me detendrá tampoco entonces, por lo que bien podrías ser cortés al

respecto.

Mantuve mi espada fuera, lo cual podía ver que enfadaba al Lobo, pero no

caería sin luchar.

—¿Qué quieres? —le pregunté, manteniendo mi voz cautelosamente cortés, pero

dejando que el Lobo supiese que iba a defenderme si fuese necesario. Iba a salir de esto.

No importaba que el Lobo fuese inmortal. No importaba que casi me matara la última

vez que nos encontramos. Si esto acabara en una pelea, estaba decidido a ganar esta vez,

como fuese necesario. No iba a morir aquí, a orillas de un lago sombrío, desgarrado por

el Lobo Feroz. Iba a sobrevivir a este encuentro y seguir adelante.

Meghan me estaba esperando.

El Lobo sonrió.

—Mab me envió por ti —dijo con una voz que era casi un ronroneo.

Mantuve mi expresión neutra, pero un puño de hielo me agarró el estómago y lo

retorció. No con sorpresa, o incluso miedo, sólo con el conocimiento de que, como lo

hizo con todos sus súbditos, la Reina de Invierno finalmente se había cansado de mí.

Tal vez fue insultada por mi negativa a regresar a la Corte. Tal vez ella había decidido

que un ex Príncipe de Invierno corriendo libre era demasiado imprevisible, una

amenaza para su trono. El por qué no importaba. Mab había enviado al cazador más

temido en todo el Nuncajamás para matarme.

Suspiré, de repente sintiéndome muy cansado.

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—Supongo que debería estar honrado —le dije, y él ladeó la enorme cabeza

peluda, sin dejar de sonreír. Tomando una respiración furtiva, calmé mi mente, el

glamour estableciéndose en un bajo y palpitante pulso—. No vamos a llegar a ninguna

parte mirándonos el uno al otro —le dije, levantando mi espada—. Sigamos con esto,

entonces.

El Lobo se echó a reír.

—Por mucho que disfrutaría arrancándote la cabeza, pequeño príncipe —dijo, y

sus ojos brillaron—. No estoy aquí para poner fin a tu vida. Todo lo contrario, de hecho.

Mab me envió aquí para ayudarte.

Le miré fijamente, casi sin poder creer lo que acababa de oír.

—¿Por qué?

El Lobo se encogió de hombros, sus enormes hombros ondulándose con el

movimiento.

—No lo sé —dijo, y bostezó, mostrando sus letales colmillos—. Tampoco me

importa. La Reina de Invierno sabe de tu búsqueda; sabe que probablemente tendrás

que viajar muy lejos para completarla. Estoy aquí para asegurarme de que llegues a tu

destino con las tripas en el interior. A cambio, ella me deberá un favor. —Olfateó el aire

y se sentó, mirándome con los ojos entrecerrados.

—Más allá de eso, no tengo ningún interés en ti. O el bromista de Verano. El cuál,

si quiere seguir teniendo la cabeza sobre sus hombros, se pensará largo y tendido sobre

saltar sobre mí desde atrás. La próxima vez, inténtalo poniéndote en la dirección del

viento, Goodfellow.

—¡Maldita sea! —Puck apareció de entre un grupo de cañas, con una sonrisa

disgustada en su cara, mirando al Lobo—. Sabía que me estaba olvidando de algo. —

Tenía sangre coagulada a un lado de su rostro, pero aparte de eso, parecía estar bien.

Blandiendo sus puñales, se paseó a mi lado, encarando al enorme depredador.

—¿Trabajando para Mab ahora, tú, Hombrelobo? —Él sonrió—. ¿Al igual que

un buen perro de ataque? ¿también darás vueltas si ella te lo pide?

El Lobo se levantó, cerniéndose sobre ambos, el pelo de su lomo erizado. Me

resistí a la tentación de golpear a Goodfellow, a pesar de que sabía lo que estaba

haciendo; burlándose de su oponente para más información.

—Yo no soy un perro —gruñó el Lobo, su voz profunda que hacía ondular los

charcos—. Y no trabajo para nadie. —Él frunció los labios en una mueca—. El favor de

la Reina de Invierno es una recompensa importante, pero no creo que puedas darme

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órdenes como las criaturas débiles de los hombres. Te veré al final de tu búsqueda vivo.

—Gruñó de nuevo y enseñó los dientes—. La petición no dijo nada acerca de la

totalidad.

—Tú no estás aquí por un favor —le dije, y él parpadeó, mirándome con

desconfianza—. No lo necesitas —continué—, no de Mab, ni de nadie. Tú disfrutas de

la caza, y los desafíos, ¿pero estar de acuerdo con esa petición, sin matar al final? Eso

no es lo tuyo. —El Lobo continuó mirándonos, su cara no delataba nada—. ¿Por qué

estás realmente aquí? —le pregunté—. ¿Qué quieres?

—Lo único que realmente le importa —una voz incorpórea venía de arriba, y

Grimalkin apareció en las ramas de un árbol, cerca de veinte pies de distancia—. Poder.

El pelo de la espalda y los hombros del Lobo se erizó, aunque él miraba a

Grimalkin con una débil, malvada sonrisa en su largo hocico.

—Hola, gato —dijo coloquialmente—. Pensé que había cogido tu hedor

arrastrándose a través del aire. ¿Por qué no vienes aquí y hablamos de mí?

—No te rebajes quedándote en ridículo —respondió Grimalkin sin problemas—.

Solo porque mi especie sea superior no significa que debas hacer alarde de tu estupidez

tan libremente. Sé por qué estás aquí, perro.

—¿De veras? —llamó Puck, estirando la cabeza para buscar al gato—. Pues bien,

¿te gustaría compartir tu teoría, Bolita?

Grimalkin olió.

—¿Tu gente no sabe sobre esto? —Levantándose, caminó a lo largo de la rama,

la mirada del Lobo le seguía con avidez—. Él está aquí porque quiere añadir su nombre

a tu historia. Su poder, toda su existencia, proviene de las historias, los mitos y las

leyendas y todos los cuentos oscuros, aterradores y divertidos sobre él que los

humanos han inventado durante años. Así es cómo el Lobo Feroz ha sobrevivido

durante tanto tiempo. Es como tú has sobrevivido por siglos, Goodfellow. Seguro que

tú sabes eso.

—Bueno, sí, por supuesto que lo sabía —se burló Puck, cruzándose de brazos—.

Pero eso todavía no me dice por qué Hombrelobo es tan útil de repente.

—Tú estás en una búsqueda —continuó el Lobo, apartando su mirada del gato

para mirarme a mí—. La reina me lo dijo. Que tú, un ser sin alma e inmortal, deseas

convertirte en humano por la mortal que amas. —Hizo una pausa y sacudió la cabeza

con admiración o quizás lástima—. Esa es una historia. Es un cuento que va a perdurar

durante generaciones, si puedes sobrevivir a las pruebas, por supuesto. Pero incluso si

no lo haces, incluso si esta historia se convierte en una tragedia, mi nombre seguirá

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siendo el mismo, añadiéndome fuerza. —Él entrecerró los ojos, mirándome—. Por

supuesto, sería una historia mejor si logras llegar a tu destino. Te puedo ayudar en ese

aspecto. Esto hará la historia más larga de todos modos.

—¿Qué te hace pensar que necesitamos, o queremos, tu ayuda? —preguntó

Grimalkin con altanería.

El Lobo me dio una sonrisa extraña, todos los colmillos y sus ojos brillaban en la

oscuridad.

—Voy a estar en esta historia de un modo u otro, pequeño príncipe —advirtió—.

Ya sea como el gran lobo que te protege y guía a tu destino, o como el mal incansable

que te rastrea durante toda la noche, rondando tus pasos y tus sueños. He sido ambos,

y esos roles son fáciles para mí. Te dejo escoger.

Nos miramos el uno al otro durante un largo rato, dos cazadores evaluándose,

comprobando las fortalezas y las debilidades. Finalmente, asentí y con cuidado envainé

mi espada.

—Muy bien —dije mientras Puck parpadeó y Grimalkin resopló con disgusto—.

Acepto tu ayuda por ahora. Pero no hago promesas sobre nuestra continua alianza.

—Ni yo, muchacho. —El Lobo me observo de la misma forma que un gato

observaría a un ratón—. Así que, ahora que nos hemos entendido, ¿qué debemos hacer

primero?

En lo alto, Grimalkin suspiró, muy fuerte.

—Increíble —dijo, y el Lobo le sonrió y se pasó la lengua rosada sobre sus

mandíbulas. Grimalkin no estaba impresionado—. Les recuerdo —continuó en el

mismo tono aburrido, molesto—, que en este partido, sólo yo conozco el camino a la

vidente. Y si cierto perro olvida sus modales, subirán por el río sin remos, por así

decirlo. Recuerda esto, príncipe.

—Ya lo has oído —le dije al Lobo, que curvó un labio hacía mí—. Nada de

perseguir o atacar a nuestro guía. Le necesitamos para llegar a la vidente.

—Por favor —Grimalkin olfateó, y saltó a otra rama—. Como si yo alguna vez

fuese a permitir que eso suceda. Por este camino, y traten de mantener el ritmo.

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Capítulo 5 El Hueco

Traducido por: Altia

Después de abandonar el lago y el pueblo fantasma de los Ballybog, seguimos a

Grimalkin a través de otro bosque enmarañado y de una meseta rocosa, con el gran

Lobo negro siguiéndonos sin hacer ruido detrás de nosotros. Los dos animales no

hablaron el uno con el otro, pero el Lobo mantuvo su distancia con el gato, incluso

cuando viajábamos a través de las llanuras abiertas, así que parecía que habían

elaborado algún tipo de tregua. Un basilisco se movía en una pared de rocas, mirando

con avidez, mientras pasamos por debajo, pero el Lobo frunció los labios en silencio,

mostrando sus colmillos, y el monstruo pareció perder interés.

Después de cruzar la meseta, el terreno se volvió cuesta abajo y denso, zarzas

espinosas comenzaban a aparecer, estrangulando a los árboles.

Cuando llegamos a la parte inferior de la pendiente, las zarzas se elevaban

alrededor de nosotros como un laberinto espinoso, mechones desiguales de niebla

atrapados entre sus ramas. El suelo estaba húmedo y esponjoso, saturado con agua,

barro y algo más. Algo oscuro se había filtrado en la tierra, convirtiendo el suelo negro

y envenenado.

El aire estaba quieto, silencioso como una tumba, nada se movía en las sombras

o entre las espinas, ni siquiera los insectos.

—Esto es lo más lejos que voy a ir. —Sorprendidos, los dos nos volvimos hacia

Grimalkin, sentado firmemente en un trozo de tierra seca, mirándonos—. Desde aquí

—dijo, observando a cada uno de nosotros—, están por su cuenta.

—¿Qué? —exclamó Puck—. ¿Quieres decir que no te vas a aventurar en el hueco

de la muerte con nosotros? Impactante. ¿Qué clase de monstruo crees que vive aquí,

chico hielo? Tiene que ser muy horrible para que Bolita nos deje plantados. Oh, espera...

Grimalkin aplastó sus orejas ignorando al fey de Verano. El Lobo olfateó el aire,

gruñó bajo en el pecho, y el pelo erizado se elevó a lo largo de su columna vertebral.

—Este lugar —murmuró, ondulando el labio—, no está bien. —Se sacudió y dio

un paso adelante—. Voy a reconocer el terreno, ver si es…

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55 JULIE KAGAWA FORO AD

—No —dijo Grimalkin, y el Lobo se volvió hacia él con un gruñido. El cait sith

lo encaró seriamente, sus ojos amarillos intensos—. Tú debes permanecer aquí. El valle

no va a tolerar a los intrusos. Esta parte del viaje es solo para ellos.

El Lobo y el gato se miraron a los ojos el uno al otro. Grimalkin no se inmutó, y

algo en la mirada constante del gato debió haber convencido al Lobo. A regañadientes,

asintió con la cabeza y dio un paso atrás.

—Muy bien —gruñó—. Voy a explorar a lo largo del perímetro, entonces. —Nos

lanzó una mirada a mí y a Puck—. Si necesitan mi ayuda, griten.

Se volvió rápidamente y se alejó al trote, fundiéndose con las sombras y los

árboles. Grimalkin lo vio marcharse y se volvió hacia nosotros.

—Los he traído tan lejos como he podido —dijo, levantándose con gracia en sus

pies, moviendo la cola con pompa—. Los últimos pasos dependen de ti. —Entrecerró

los ojos, mirándonos sombríamente—. De ambos.

Una bobina de niebla atravesaba el lugar donde Grimalkin se sentó, y él se había

ido.

Puck se cruzó de brazos, mirando más allá del valle de la oscuridad y las espinas.

—Sí. —Suspiró—. Un monstruo muy, muy horrible, en realidad.

Miré en el hueco, viendo la niebla retorcerse a través de las espinas, creando

sombras y dragones donde no había nada. El silencio suspendido en el aire; no un

silencio apacible, sereno, sino como el silencio de una tumba, o el de después de una

batalla, donde la muerte y la oscuridad prosperan y la vida no tiene ningún lugar.

Podía oír los susurros de odio y miedo que silbaban a través de las zarzas, los

fantasmas en el viento. Yo podía oírles diciendo mi nombre.

Algo en mí retrocedió, reacio a poner un pie en ese valle oscuro. Algo estaba

esperando por mí, en algún lugar más allá de la niebla. Sin dejar de mirar.

Lleno de un presentimiento que no podía explicar, me eché hacia atrás, entonces

me detuve, enfadado conmigo mismo. ¿Por qué este repentino temor? El miedo no

significaba nada para mí. El temor era el conocimiento del dolor, la conciencia de que

podía ser herido, que podía morir. Eso era todo a lo que se reducía.

Conocía el dolor. Íntimamente. Le di la bienvenida a veces, porque eso

significaba que todavía podía sentir, que no estaba completamente congelado. ¿Qué

más podría hacerse a mi cuerpo que no hubiese vivido?

Asintiendo a Puck, saqué la espada y me metí en el hueco, sintiendo la bruma a

mi alrededor mientras nos metíamos en la niebla.

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Un velo gris nos envolvió al instante, iluminando el piso, incluso hacía brillar de

alguna manera todo lo oscurecido. Nada se movía en el hueco, toda la vida había sido

engullida por las zarzas negras y espesas que surgían en todas partes, ahogándolo todo.

El suelo debajo de nosotros estaba mojado y esponjoso, aunque la capa de niebla nos

hacía imposible ver lo que estábamos pisando.

Mientras me movía por entre las zarzas, con mi espada levantada y lista, empecé

a sentir la maldad del valle, justo debajo de mis pies. El suelo vibrando con el odio, la

sangre y la desesperación, yo podía sentir que me arañaba la oscuridad de este lugar.

Podía sentir mi naturaleza Unseelie levantarse en respuesta, fría, despiadada y con

rabia.

—Este lugar está maldito —murmuró Puck, mientras yo luchaba por

controlarme, para sofocar la oscuridad creciente en mí—. Tenemos que encontrar a esa

vidente y salir de aquí, pronto.

—Ash —susurró algo a través de las zarzas, levantando el pelo de mi cuello. Me

volví, pero no había nadie allí.

—¿Chico hielo? —Puck dio un paso adelante, estrechando los ojos con

preocupación—. Ash. ¿Estás bien?

Y, por un momento, lo quería matar. Quería coger mi espada y hundirla

profundamente en su pecho, para ver como se apagaba la luz de sus ojos justo antes de

que se desplomase a mis pies.

Alejándome, me esforcé para recomponerme, para reprimir la fría rabia que fluía

a través de mí. El demonio interior se movía, reacio a aguantar más, y el núcleo de la

ira estaba dirigido, como una punta de lanza, a Puck.

—Ash —susurró la voz de nuevo, y miré.

A varios metros de distancia, apenas visible a través de la niebla, una figura

fantasmal, que brillaba intensamente caminó a través de un espacio entre las zarzas,

capturando mi visión y luego desapareciendo de mi vista. Se me cortó la respiración.

Olvidando a Puck, olvidando todo lo que nos había traído hasta aquí, seguí la

figura en la niebla. Voces silbándome a través de las zarzas, débiles e incomprensibles,

aunque a veces las oía susurrar mi nombre. Vislumbré la figura solitaria entre las ramas,

siempre alejándose de mí, fuera de alcance. En algún lugar de la niebla, oí a Puck

llamándome mientras trataba de seguirme, pero le ignoré. Delante de mí, las espinas

finalmente se diluían y la figura fantasmal se dirigía resueltamente hacia adelante,

nunca mirando hacia atrás. Giró en una esquina y me apresuré a alcanzarla....

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Las zarzas se apartaron, y me encontré en un pequeño claro, con las zarzas

doblándose a cada lado. Delante de mí, surgiendo de la niebla, un decolorado esqueleto

blanco yacía en el fango y en el agua estancada.

El esqueleto era enorme, un enorme reptil con gruesas patas traseras y una cola

larga y poderosa. Huesos de alas estaban doblados debajo de ella, rotos, y la enorme

mandíbula abierta en un último rugido, en silencio.

Empecé a temblar. No con miedo, pero con una completa furia que todo lo

consume, y la desesperación quemó mi garganta como bilis. Conocía este lugar. Me di

cuenta de donde estábamos. Fue aquí, en este lugar, en el que Puck, Ariella y yo

habíamos luchado y matado a un monstruoso dragón, asesinándolo, pero perdiendo

uno de los nuestros en el proceso. Este fue el agujero donde Ariella murió. Este fue el

lugar donde yo había jurado matar a Puck. Todo había comenzado aquí.

Acabaría aquí, también.

—¡Ash! —Pasos chapoteando detrás de mí, mientras Puck entraba en el claro y

se tropezaba en el alto, jadeante—. Maldita sea, chico hielo, ¿qué te pasa? La próxima

vez, avísame antes de salir disparado. No dejes a un tipo parado solo en un

escalofriante, lleno de niebla, agujero de la muerte.

—¿Sabes dónde estamos? —pregunté en voz baja, sin volverme. Sentí su

desconcierto, y luego escuché su brusca respiración cuando se dio cuenta.

Agarré mi espada y giré lentamente hacia él, sintiendo que la oscuridad se

propagaba a través de mí como un torrente de tinta. El demonio Unseelie estaba

completamente despierto ahora, la barrera de hielo que lo mantenía a raya estalló. Los

recuerdos se levantaron, frescos y dolorosos: la caza, la persecución en el hueco ante la

insistencia de Puck, el rugido del monstruo mientras cargaba con una velocidad letal.

La rabia y la desesperación se arremolinaban a mi alrededor; si era mía o de los

recuerdos de este oscuro lugar, yo no lo sabía.

Tampoco me importaba. Mirando a los ojos de Puck, empecé a avanzar.

—Ash —dijo Puck, alejándose, con los ojos cautelosos—, espera. ¿Qué estás

haciendo?

—Te lo dije. —Avancé de manera constante, con calma, la espada en mi mano—.

Te advertí que sería pronto. Ha llegado el momento, Puck. Hoy.

—Ahora no. —Palideció, y sacó su puñal. No me detuve, y comenzó a andar en

círculos, con el arma en la mano y listo—. Ash, contente —dijo, casi suplicante—. No

podemos hacer esto ahora. No estás aquí por ella.

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—¡Mira donde estamos! —Rugí, precipité mi espada hacia el blanco esqueleto en

el barro—. Si no es ahora, ¿cuándo? ¡Este es el lugar, Puck! Este es el lugar donde ella

murió. Perdí a Ariella aquí. ¡Por tu culpa! —Mi voz se rompió, y contuve el aliento

mientras Puck me miraba con los ojos muy abiertos. Nunca le había dicho esas palabras;

siempre fue una pelea silenciosa que nos llevó a luchar entre nosotros. Los dos

sabíamos la razón, pero nunca había acusado a Puck en voz alta, hasta ahora.

—Sabes que nunca quise que eso sucediera. —La voz de Puck tembló mientras

seguíamos moviéndonos en círculos, las cuchillas desnudas y brillantes en la tenue

luz—. Yo la quería, también, príncipe.

—No como yo. —No podía parar ahora. La rabia era un virus, un fuego que

todo lo consume, alimentado desde la oscuridad de la tierra, desde el dolor y el odio y

los recuerdos dolorosos que se habían filtrado en este lugar.

—Y eso no cambia el hecho de que su muerte está sobre ti. Si te hubiera matado

cuando nos conocimos, como se suponía que debía, ¡ella todavía estaría viva!

—¿Crees que no lo sé? —Puck estaba gritando ahora, sus ojos verdes febriles—.

¿No crees que lamento lo que hice, todos los días?, tu perdiste a Ariella, ¡pero yo los he

perdido ambos! Lo creas o no, estaba en una especie de caos, también, Ash. Llegó un

punto en el que realmente buscaba nuestros duelos al azar, ya que era el único

momento en el que podía hablar contigo. ¡Cuando te volvías loco tratando de matarme!

—No compares tu pérdida con la mía —gruñí—. No tienes idea de lo que pasé

por lo que causaste.

—¿Crees que no conozco el dolor? —Puck sacudió la cabeza hacia mí—. ¿O la

pérdida? ¡He estado mucho más tiempo por aquí que tú, príncipe! Sé lo que es el amor,

y he perdido mi parte, también. Solo porque tenemos una forma diferente de lidiar con

ello, no quiere decir que no tenga mis propias cicatrices.

—Nombra uno —me burlé—. Dame un ejemplo donde no tienes…

—¡Meghan Chase! —Puck rugió, dejándome en silencio. Parpadeé, y se burló de

mí—. Sí, Su Alteza. Yo sé lo que es la pérdida. He amado a esa chica desde antes de que

ella me conociese. Pero esperé. Esperé porque no quería mentirle acerca de quién era yo.

Quería que ella supiera la verdad antes que nada. Así que esperé e hice mi trabajo. Por

años la protegí, esperando mi momento, hasta el día en que entró en Nuncajamás

detrás de su hermano. Y entonces apareciste tú. Y vi cómo ella te miraba. Y por primera

vez, yo quería matarte a ti tanto como tú querías matarme a mí. ¡Así que, aquí, príncipe!

—dijo, y sin previo aviso, arrojó su puñal hacia mí, golpeando en el suelo a mis pies,

con la empuñadura hacia arriba, brillando en la oscuridad—. Estoy cansado de luchar.

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¿Quieres tu venganza? —Se enderezó y abrió los brazos, mirándome—. ¡Ven y cógela!

Este es el lugar donde ella murió, donde todo comenzó. Estoy aquí, Ash, derríbame. Ni

siquiera voy a pelear contra ti. ¡Vamos a terminar con esto de una vez por todas!

La rabia en mí hervía. Elevando mi espada, fui contra él, barriendo la hoja

debajo de su cuello, un golpe que cortaría a través de la clavícula y por el otro lado.

Que terminaría esto, aquí mismo. Puck no se movió, ni apartó su mirada mientras me

lanzaba hacia delante. Él no se inmutó mientras la espada se deslizaba hacía abajo en

un torbellino de hielo azul y me detuve.

Me temblaban las manos, y la espada temblaba contra la clavícula de Puck, el

borde dibujaba la más mínima línea de color rojo en su piel. Estaba jadeando,

respirando con dificultad, pero él seguía mirándome, su cara en blanco, y pude ver mi

reflejo torturado en sus ojos. Hazlo, la rabia me susurraba mientras luchaba para que

mis brazos se movieran, para terminar lo que había empezado. Mátalo. Esto es lo que

siempre has querido. Terminar la disputa, y mantener tu promesa.

Puck respiró hondo, cuidadosamente y habló en voz baja, casi en un susurro.

—Si vas a hacerlo, príncipe, hazlo ahora. La anticipación me está matando. —Me

incorporé, preparándome para la acción. Robin Goodfellow moriría hoy. Tenía que

terminar así. No importaba que Puck hubiese perdido tanto como yo, que su dolor

fuese tan grande, que amaba a Meghan lo suficiente como para hacerse a un lado, para

retirarse con gracia. No importa que él la amase tanto que se uniría a su peor enemigo

en la búsqueda de lo imposible, sólo para asegurar su felicidad. Él estaba aquí, no por

mí, sino por ella.

Nada de eso importaba. Yo había hecho un juramento, aquí, en este mismo lugar,

y tenía que llevarlo a cabo.

Agarré el mango de mi espada. Puck estaba inmóvil, esperando. Levanté la

espada de nuevo... y giré lejos con un rugido de frustración, arrojando mi arma a la

parcela más cercana de zarzas.

Puck no podía ocultar su suspiro de alivio ya que se alejó, retrocediendo en la

niebla y fuera de mi vista antes de que me derrumbase. Cayendo de rodillas, golpeé mi

puño en el lodo y agaché la cabeza, deseando que me tragase la tierra. Temblaba de

rabia, con dolor, odio y pesar. Pesar de lo que conspiré aquí. Que había fracasado. Que

había hecho el voto de matar a mi mejor amigo.

Lo siento, Ariella. Perdóname. Soy débil. No fui capaz de mantener mi promesa.

¿Cuánto tiempo estuve arrodillado?, no lo sabía. Tal vez sólo unos minutos, pero

antes de que pudiese recomponerme, tuve el repentino conocimiento de que no estaba

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solo. Preguntándome si Puck era realmente tan tonto como para molestarme ahora,

levanté la cabeza.

No era Puck.

Una figura con túnica estaba de pie en el borde de la niebla, pálida y confusa,

fundiéndose con la niebla que la rodea. Su capucha estaba levantada, mostrando nada

más que oscuridad debajo de ella, pero podía sentir sus ojos en mí, observándome.

Me levanté lentamente, los músculos tensos para saltar lejos del extraño ante

cualquier intento de ataque. Me hubiera gustado tener mi espada, pero no había

tiempo para lamentar eso ahora.

Viendo al extraño, sentí un destello de reconocimiento. Nos habíamos conocido,

recientemente, de hecho. Esta fue la misma presencia que había sentido en mi pesadilla

del Reino de Hierro, que me seguía fuera de mi vista, manteniéndome en el mundo de

los sueños. Y mientras mi memoria regresaba con los pedazos de mi compostura,

finalmente, recordé por qué estábamos aquí, qué habíamos venido a buscar.

—¿Tú eres... la vidente? —pregunté en voz baja. Mi voz salió débil y fue tragada

por la niebla, pero la figura con túnica asintió con la cabeza—. Entonces... sabes por qué

he venido.

Asintió de nuevo.

—Sí —susurró la vidente, su voz más suave que la niebla que nos rodeaba—. Sé

por qué estás aquí, Ash de la Corte de Invierno. La verdadera pregunta es... ¿lo sabes tú?

Tomé un respiro para contestar, pero la vidente dio un paso adelante y bajó la

capucha.

El mundo se derrumbó bajo mis pies. La miré fijamente, congelado de una

manera que nada tenía que ver con el invierno.

—Hola, Ash —susurró Ariella—. Ha pasado mucho tiempo.

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Capítulo 6 La Vidente

Traducido por: Altia

Traducido por: Altia

Me quedé mirando la figura que había delante de mí, apenas podía entender lo

que pasaba. Se veía como Ariella, sonaba como ella. Incluso después de tantos años,

conocía la cadencia exacta de su voz, la más sutil inclinación de su cabeza. Pero... no era

ella. No podía ser. Esto era un truco, o tal vez un recuerdo, cobrando vida gracias a la

profundidad de la emoción que nos rodea.

Ariella estaba muerta. Ella estaba muerta desde hacía mucho tiempo.

—No —susurré, sacudiendo mi cabeza, tratando desesperadamente de

recuperar mi ingenio disperso—. Esto... esto no es real. Tú no eres real. Ariella está... se

ha ido. —Mi voz se quebró, y agité la cabeza, enfadado—. Esto no es real —repetí, mi

corazón dispuesto a creerlo—. Seas lo que seas, sal de este lugar. No me atormentes

más.

La figura con túnica se deslizó hacia adelante, los cúmulos de niebla se

separaban mientras ella se acercaba a mí. Quería moverme, dar marcha atrás, pero mi

cuerpo no estaba funcionando bien. Yo bien podría haber estado congelado, indefenso,

mientras que la cosa que se parecía a Ariella se arrastraba muy cerca, tan cerca que

podía ver las manchas de plata en sus ojos, oler el suave aroma de clavo que siempre la

había rodeado.

Ariella me miró un momento, luego levantó una mano pálida y delgada, y la

puso fresca y sólida en mi mejilla.

—¿Esto se siente como un recuerdo, Ash? —susurró mientras mi respiración se

cortaba y casi se me doblan las rodillas. Cerré los ojos, dispuesto a esperar, que me la

arrancaran una vez más. Tomando mi mano inerte, Ariella la guio a su pecho y la

atrapó allí, entonces, podía sentir los latidos del corazón bajo mis dedos—. ¿Y esto?

La incredulidad se derrumbó.

—Estás viva —me ahogaba, y ella me sonrió, una sonrisa triste, dolorosa, que

contenía todos los años de pérdida y desesperación que tan bien conocía. Su dolor

había sido tan feroz, tan consumidor, como el mío—. Estás viva —susurré de nuevo, y

tiré de ella hacia mí.

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Sus brazos se deslizaron alrededor de mi cintura, llevándonos aún más cerca, y

ella diciendo mi nombre. La abracé con fuerza, con miedo de que se convirtiera en

niebla en mis brazos. Sentía los latidos de su corazón, un ruido sordo contra el mío,

escuchaba su respiración en mi mejilla, y sentí el dolor de siglos de antigüedad

disolviéndose, derritiéndose como la escarcha a la luz del sol. Apenas lo podía creer, no

sabía cómo podría ser, pero Ariella estaba viva. Ella estaba viva. La pesadilla había

terminado finalmente.

Pareció una eternidad antes de que finalmente nos separáramos, pero mi

sorpresa no era menos fuerte. Y cuando ella me miró con esos ojos salpicados de

estrellas, mi mente todavía tenía problemas para aceptar lo que estaba justo en frente

de mí.

—¿Cómo? —pregunté, poco dispuesto a dejarla ir todavía. Queriendo,

necesitando sentirla, sólida, real y viva, la apreté contra mí—. Te vi morir.

Ariella asintió.

—Sí, no fue una experiencia muy agradable —dijo, y sonrió al ver mi expresión

desconcertada—. Hay… un montón de cosas que necesitan explicación —continuó, y

una sombra oscureció su cara—. Tengo mucho que contarte, Ash. Pero no aquí. —Ella

se deslizó hacia atrás, fuera de mis brazos—. Tengo un lugar no lejos de aquí. Vete a

recoger a Robin Goodfellow, y entonces puedo contarles a ambos.

Un ruido ahogado nos interrumpió. Me volví para ver a Puck de pie a varios

metros de distancia, mirando a Ariella con la boca abierta. Sus ojos verdes estaban más

grandes de lo que jamás los haya visto.

—Estoy… viendo cosas —tartamudeó, y su mirada parpadeó hacía mí. Por un

momento, vi destellos de esperanza en su mirada—. ¿Ash? Dime que tú también la ves.

Increíblemente, Ariella le sonrió.

—Hola, Puck. Es bueno verte de nuevo. Y, no... no estás viendo cosas. Soy

realmente yo. —Ella alzó la mano mientras Puck tomaba aliento—. Sé que ambos

tienen muchas, muchas preguntas, pero este no es el lugar para preguntarlas. Síganme,

y luego trataré de explicarlo todo.

Aturdido, recogí mi espada de donde lo había arrojado descortésmente en las

zarzas, y seguimos a Ariella a través de la niebla y las zarzas, su forma espectral se

deslizaba a través de la niebla como un fantasma. Cada vez que la niebla se enroscaba

alrededor de su figura pálida, mi corazón se retorcía de miedo, con la certeza de que

cuando los tentáculos se alejasen ella se habría ido. Detrás de mí, Puck se quedó en

silencio, sabía que estaba aturdido, tratando de llegar a calificar lo que habíamos visto

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y oído. Todavía no me había recuperado del impacto, de las preguntas que se

arremolinaban enloquecedoramente en mi cabeza, y Puck era la última persona con la

que quería hablar.

Seguimos a Ariella a través de un espeso seto, donde la niebla se dispersaba y

las zarzas formaban una muralla protectora alrededor de un valle cubierto de nieve. El

glamour llenaba el pequeño espacio, creando la ilusión de la nieve cayendo

suavemente, de carámbanos que colgaban de las ramas y de aire frío, pero no todo era

una fantasía. Una piscina clara brillaba en el centro del claro, y un anciano árbol

solitario estaba junto a él, sus ramas pesadas con bayas de color púrpura. Estanterías

llenas de frascos, plantas secas y sencillas herramientas de hueso se había trabajado en

la zarza, y una estrecha cama estaba bajo un saliente de paja tejida y hielo.

Ariella se acercó a un estante y sacudió el polvo imaginario de entre dos frascos,

pareciendo recoger sus pensamientos. Miré alrededor del claro asombrado.

—¿Es... es aquí donde vives? —le pregunté—. Todo este tiempo, ¿has estado

aquí?

—Sí. —Ariella tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, alisando el pelo

hacia atrás. Ella siempre lo había hecho cuando estaba nerviosa—. Siéntate, si quieres.

Ella hizo un gesto a un tronco viejo, suave y brillante por el uso, pero no me

atreví a sentarme. Puck tampoco podía, al parecer.

—Así que, ¿cuánto tiempo has estado aquí, Ari? —preguntó, y al instante se me

pusieron los pelos de punta por el uso casual de su viejo apodo. No tenía derecho a

hablar con ella como si nada hubiera pasado. Como si todo estuviese bien ahora—.

¿Has estado aquí desde… ese día? ¿Sola?

Ella asintió con una sonrisa cansada.

—No es el Palacio de Invierno ni mucho menos, pero me las arreglo.

La irritación se transformó en ira ahora. Traté de reprimirla, pero se levantó de

todas formas mientras los años más negros de mi existencia parecían descender sobre

mí a la vez. Ella había estado aquí todo el tiempo, y nunca pensó en verme, en hacernos

saber que estaba viva. Todos esos años de lucha y muerte, todo para nada.

—¿Por qué no me lo dijiste? —le exigí, y ella se estremeció como si hubiera

estado esperando esa pregunta.

—Ash, créeme, yo quería…

—Pero no lo hiciste. —Me fui con paso airado hacia el viejo árbol, porque no

podía permanecer inmóvil por más tiempo. Su mirada me siguió mientras me di la

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vuelta, gesticulando hacia el claro—. Has estado aquí por años, Ari, y nunca regresaste,

nunca hiciste ningún intento de volver a verme. ¡Me dejaste creer que estabas muerta!

¿Por qué?

Estaba a punto de gritar ahora, mi calma destrozada, pero no podía evitarlo.

—Podrías haber enviado un mensaje. ¡Hacerme saber que estabas bien! Todos

estos años pensando que te habías ido, que habías muerto. ¿Sabes por lo que he pasado?

¿Por lo que ambos hemos pasado?

Puck parpadeó, sorprendido de que le incluyera también. No le hice caso, sin

embargo, continué mirando a Ariella, que me miraba con tristeza, pero sin ofrecer

argumentos. Dejé caer mis brazos, y mi ira se desvaneció tan rápido como había

llegado.

—¿Por qué no me lo dijiste? —susurré.

—Porque, si yo hubiera regresado, nunca hubieras conocido a Meghan Chase.

Me quedé helado al escuchar su nombre.

Ariella suspiró, un gesto que parecía envejecerla cien años, y se alisó el pelo

hacia atrás una vez más.

—No estoy explicándolo bien —musitó, casi para sí—. Dejadme empezar de

nuevo, desde el principio. El día… de mi muerte.

—Siempre he sido un poco vidente —comenzó Ariella, sin mirarme, mirando la

piscina en el centro del claro, como si pudiera ver el futuro en su interior—. Incluso

antes del… accidente... a veces podía predecir cosas. Cosas pequeñas, nunca

importantes. Nunca lo suficiente como para amenazar o competir con las facciones de

la Corte. Mi padre trató de usar mi don para llegar al poder, pero pronto desistió

cuando se dio cuenta de que mis visiones nunca me enseñaban nada útil.

—Ese día en el hueco —continuó, su voz cada vez más suave—, cuando el

dragón me golpeó, algo sucedió. Sentí que moría, sentí mi esencia desaparecer,

pasando a formar parte de Nuncajamás. Se hizo la oscuridad, y entonces tuve un

sueño... una visión... de los feys de Hierro, del caos que vendría. Y luego... no lo sé. Me

encontré a mí misma despertando, sola, en el lugar donde morí. Y sabía lo que estaba

viniendo. Los feys de Hierro. Ellos nos destruirían, excepto por ella.

—Una chica. La medio hija de Oberon, Meghan Chase. Cuando el momento

llegase, cuando finalmente el Rey de Hierro pusiese en marcha sus planes, ella nos

salvaría, si es que sobrevivía para afrontar los retos del futuro.

Ariella paró, alisando el pelo, los ojos fijos en algo que yo no podía ver.

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—Tuve muchas visiones de Meghan Chase —prosiguió con una voz distante—.

Vi su lucha con tanta claridad como si me estuviera sucediendo a mí. El futuro siempre

está cambiando, no hay un camino claro hacia el final, y algunas de las visiones eran

terribles. La vi morir muchas, muchas veces. Y cada vez que ella pereció, los feys de

Hierro vencían sobre todo Faery. El Rey de Hierro triunfaba al final, la oscuridad

alcanzaba Nuncajamás, y todo lo que conocíamos era destruido.

—Pero no fracasó —interrumpió Puck—. Ella ganó. Ella lideró un ejército de

feys de Hierro a la fortaleza del falso rey, derribó la puerta, transformó al vejestorio en

un árbol, y se convirtió en la nueva reina. Gracias a ella, los feys de Hierro no están

envenenando Nuncajamás, siempre y cuando se mantengan dentro de su territorio.

Definitivamente no es el Armagedón que predijiste, Ari.

Ariella asintió con la cabeza.

—Sí, y vi esos futuros también, Robin Goodfellow. Pero ella nunca estaba sola.

Siempre estabais ahí con ella, tú y Ash, ambos. La mantuvieron a salvo, la ayudaron a

tener éxito. Finalmente, ella derrotó al mal y reclamó su destino, pero ambos fueron los

únicos que hicieron posible que ella lo consiguiese. Ella habría muerto sin vuestra

ayuda.

Ariella suspiró, jugando con las ramas de los árboles, la mirada distante de

nuevo.

—Yo tenía mi propio papel en el juego, por supuesto —continuó vacilante, como

si las cosas que había hecho eran de alguna manera desagradables—. Fui el maestro de

las marionetas, tirando de las cuerdas, asegurando que todas las piezas estaban en su

lugar antes de su llegada. Vi las señales de su llegada. Empecé los rumores de que

Leanansidhe tenía la intención de derrocar a las Cortes, llevándola a su exilio. Sugerí

que la chica tuviese un tutor para velar por ella en el mundo de los mortales. Y me

aseguré de que cierto gato estuviese en la búsqueda de la hija medio humana del Rey

de Verano, ella debía caerse en su árbol un día.

Me sentía sin aliento, aturdido. Todo el tiempo que había estado desahogando

mi rabia y dolor con Puck, la causa de mi sufrimiento había estado preparándose para

algo mucho más grande. Y ella ni siquiera había sido capaz de decirme sobre ello.

Ariella hizo una pausa y, cerrando los ojos, su boca apretándose.

—Yo sabía que ibas a enamorarte de ella, Ash —susurró—. Las visiones me lo

mostraron, años antes de que la vieses por primera vez. Quería ir a ti, para hacerte

saber que estaba viva. Sabía por lo que estabas pasando, me enteré de tu juramento

contra Puck. Quería decirte que estaba mal. —Su voz vaciló, haciendo que mis tripas se

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retorciesen—. Pero no podía. Tuve que dejar que la conocieses, que te enamorases de

ella, que te convirtieses en su caballero. Porque ella te necesitaba. Y porque todos

necesitábamos que ella tuviese éxito. Creo que el propio Faery me trajo de vuelta para

asegurar el éxito de Meghan Chase. No podía dejar que mis sentimientos por ti se

interpusieran en el camino. Yo... tuve que dejarte ir. —Ella tomó una respiración

profunda, y endureció su voz—. Elegí dejarte ir.

—Sabía que ibas a venir aquí. —Ariella me miró, las estrellas brillando en sus

ojos turquesa—. Con el tiempo, sabía que vendrías. Sé de tu búsqueda, Ash. Y sé por

qué estás aquí. Deseas convertirte en humano, ser mortal, y entonces poder volver a

ella. Pero las cosas no son tan blanco y negro ahora, ¿verdad? Así que voy a hacerte

una pregunta. Yo sé lo que debes hacer para llegar a ser mortal. Pero el camino será

difícil, y algunos de nosotros podrían no sobrevivir. Por lo tanto, esta es mi pregunta.

¿Todavía quieres convertirte en humano? ¿Todavía quieres estar con Meghan Chase?

Tomé una respiración lenta para calmar mi agitada mente. No podía contestar,

no cuando el amor muerto décadas atrás estaba de pie a menos de cinco metros de

distancia mirándome.

Sin mediar palabra, me di la vuelta y dejé el claro del bosque, volviendo al hueco

cubierto de niebla y el silencio de mis propios pensamientos. Sentí la mirada de Ariella

en mí mientras me iba, pero no me siguió.

Solo, me encontraba en el lugar donde murió Ariella, el gran esqueleto de

wyvern se enroscada alrededor del borde, y traté de procesar todo lo que había

sucedido.

Ella estaba viva. Durante todo este tiempo, ella había estado viva, sabiendo que

yo estaba allí, observando, sin embargo, incapaz de ponerse en contacto conmigo.

Había estado sola durante tanto tiempo. Debía haber sido terrible para ella. Si la

situación hubiese sido al revés, y yo fuese el que estaba observando, sabiendo que ella

se enamoraría de otro, me hubiese vuelto loco. Me pregunté si ella había estado

esperando este día, el día en que finalmente volvía a este lugar, con la esperanza de que

podríamos estar juntos de nuevo.

Pero había alguien más ahora. Alguien que me esperaba, que sabía mi

verdadero nombre y a quién dispuse mi lealtad. Alguien a quien hice una promesa.

Sentí la presencia de Puck en la espalda, pero no me di la vuelta.

—Esto es una locura, ¿no? —murmuró, llegando a mi lado—. ¿Quién habría

pensado que ella estaba aquí todo este tiempo? Si lo hubiera sabido... —Él suspiró y

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cruzó los brazos sobre el pecho, dejando su voz en off—. Las cosas habrían sido

diferentes, ¿no es así?

—¿Cómo lo sabías? —le pregunté sin darme la vuelta, y sentí su confusión en mi

espalda—. ¿Cómo sabías que no te mataría?

—No lo sé —dijo Puck con alegría forzada—. Realmente estaba esperando que

no lo hicieras. —Se acercó, uniéndose a mí mirando al dragón muerto. Sus siguientes

palabras, cuando llegaron, eran muy suaves—. Por tanto, ¿esto entre nosotros acaba

por fin?

No lo miré.

—Ariella está viva —murmuré—. Creo que eso disuelve el juramento, ya no

tengo que vengar su muerte. Por lo tanto, si eso es cierto, entonces... sí. —Hice una

pausa, esperando a ver si las palabras se sentían bien, si podía decir lo que quería decir

desde hace décadas. Si las palabras eran una mentira, no sería capaz de decirlas—. Se

acabó.

Se acabó.

Puck soltó un suspiro y dejó caer la cabeza hacia atrás, pasando sus manos por el

pelo, una sonrisa de alivio cruzó su cara. Le lancé una mirada de reojo.

—Eso no quiere decir que estemos bien —advertí, ya por costumbre—. Solo

porque no haya jurado matarte más no quiere decir que no lo vaya a hacer.

Pero era una amenaza vacía, y ambos lo sabíamos. El alivio de no tener que

matar a Puck, siendo libre de un juramento que nunca quise, estaba muy bien.

No estaba fallándole a nadie dejándole vivir. Por ahora, el demonio Unseelie

dentro de mí había sido saciado.

Aunque había dicho la verdad cuando le dije que no estábamos bien. Todavía

quedaba mucho combate, mucha ira y mucho odio y rencor entre nosotros.

Los dos teníamos años de palabras y acciones que lamentar, viejas heridas que

eran demasiado profundas.

—Puck —le dije, sin moverme—, esto no cambia nada entre nosotros. No te

pongas demasiado cómodo, pensando que no te voy a poner una espada atravesándote

el corazón. Seguimos siendo enemigos. Nada volverá a ser lo mismo.

—Si tú lo dices, príncipe. —Puck sonrió y luego me sorprendió volviéndose

completamente serio—. Pero ahora mismo, creo que tienes asuntos más importantes

que tratar. —Miró hacia atrás en el claro del bosque, con el ceño fruncido—. Meghan y

Ariella, una decisión que nunca querría tomar. ¿Qué vas a hacer?

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Meghan y Ariella. Ambas vivas. Ambas esperándome. La situación era

totalmente surrealista. Meghan era la Reina de Hierro, mucho más allá de mi alcance.

Ariella, viva, sin cambios, y esperando a pocos metros de distancia.

Las posibilidades nadaron a través de mi cabeza. Por un momento, me pregunté

qué pasaría si me quedaba aquí, con Ariella, para siempre.

El dolor fue rápido e inmediato. No fue punzante o de fuego, o insoportable. Fue

más como un desgaste de mi ser interior, unos pocos hilos arrancados, desapareciendo

en el éter. Me estremecí y sofoqué un jadeo, al instante abandonando aquel tren de

pensamientos. Mi voto, mi promesa a Meghan, fue tejido en mi misma esencia, y

romperla me rompería, también.

—Mi promesa sigue en pie —dije en voz baja, y los hilos, atisbo de dolor,

desaparecieron tan rápidamente como habían llegado—. No importa lo que yo quiera,

no puedo abandonar ahora. Tengo que seguir adelante.

—Promesas aparte, entonces. —La voz de Puck era más fuerte ahora, de

desaprobación—. Si no hubiera ninguna promesa, Ash, sin juramento que te atase,

¿seguirías adelante? ¿qué harías en este momento si fueras libre?

—Yo... —Vacilé, pensando en los caminos que me habían traído aquí, las

opciones imposibles, y las dos vidas que significaban todo para mí—. No... no lo sé. No

puedo responder a eso ahora.

—Bien, será mejor que lo resuelvas rápido, príncipe. —Puck estrechó sus ojos, su

voz firme—. Ambos nos hemos jodido la vida bastante. Al menos tú puedes hacer lo

correcto para uno de ellos. Pero no puedes tener las dos cosas, lo sabes. Muy pronto,

vas a tener que tomar una decisión.

—Lo sé. —Suspiré, mirando hacia atrás en el claro del bosque, sabiendo que ella

me miraba, incluso ahora—. Lo sé.

Ariella estaba esperándonos cuando volvimos, de pie bajo el viejo árbol,

hablando con las ramas vacías. Por lo menos, estaba vacío hasta que dos ojos de oro

aparecieron a través de las hojas, parpadeando perezosamente mientras entrábamos.

Grimalkin bostezó mientras se sentaba, enroscando la cola alrededor de sus pies, y

observándonos solemnemente.

—Has tomado tu decisión, ¿verdad? —ronroneó él, hundiendo sus garras en la

rama que lo sostenía—. Bien. Toda esta agonía empezaba a ser agotador. ¿Por qué

tardan tanto tiempo los seres humanos y la alta burguesía en elegir un camino u otro?

Puck parpadeó hacia él.

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—Oh, déjame adivinar. Sabías que Ariella estaba aquí todo el tiempo.

—El tipo tiene un don para afirmar lo obvio.

Ariella estaba mirándome, su expresión indescifrable.

—¿Cuál es tu decisión, Ash de la Corte de Invierno?

Me acerqué lo suficiente para ver su cara, dándome cuenta que no había

cambiado en todos estos años que ella había estado ausente. Ella todavía estaba

hermosa, su rostro hermoso y perfecto, aunque había sombras en su mirada que no

habían estado antes.

—Me dijiste que conocías la manera de convertirse en mortal —dije en voz baja,

observando su reacción. Sus ojos se apretaron un poco, pero su expresión se mantuvo

neutral—. Hice una promesa —dije en voz baja—. Le juré a Meghan que encontraría la

forma de volver. No puedo alejarme de eso, incluso si quiero. Necesito saber cómo

convertirme en mortal.

—Entonces está decidido. —Ariella cerró los ojos durante un largo rato. Cuando

habló, su voz era baja y distante, la cual me puso los pelos de punta—. Hay un lugar —

murmuró—, que se encuentra al final de Nuncajamás. Más allá de las zarzas que

rodean Faery, más allá del borde de nuestro mundo, los antiguos Campos de Prueba

están desde el principio de los tiempos. Allí, el Guardián espera a aquellos que escapan

para siempre de Faery, quienes desean abandonar el mundo de los sueños y entrar en

el reino de los humanos. Pero para ello, tienen que soportar el reto. Ninguno de los que

aceptaron este desafío regresó sano, si es que volvían. Pero la leyenda dice que si

puedes sobrevivir a las pruebas, el Guardián ofrecerá la clave para convertirse en

mortal. El reto será tu prueba, y el premio será... tu alma.

—¿Mi… alma?

Ariella me miró solemnemente.

—Sí. Un alma es la esencia de la humanidad. Es lo que nos falta para llegar a ser

mortales, y por ello, nosotros no podemos verdaderamente entender a los humanos.

Hemos nacido de sus sueños, sus miedos e imaginación. Somos el producto de sus

mentes y corazones. Sin un alma nosotros somos inmortales, pero vacíos. Recordados,

nosotros existimos. Olvidados, morimos. Y cuando morimos, simplemente nos

desvanecemos, como si nunca hubiésemos existido. Para llegar a ser humano hay que

tener un alma. Es así de simple.

Eché un vistazo a Puck y lo vi asentir, como si todo esto tuviese sentido.

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—Muy bien —dije, volviendo a Ariella—. Entonces, tengo que llegar a los

Campos de Prueba. ¿Dónde están?

Ella sonrió con tristeza.

—Ese no es un lugar al que simplemente puedas caminar, Ash. Nadie que haya

ido a los Campos de Prueba ha sobrevivido. Sin embargo... —Sus ojos vidriosos,

llegando a ser tan distantes como las estrellas—. Yo lo he visto, en mis visiones. Puedo

mostrarte el camino.

—¿Puedes? —Le dirigí una larga mirada—. Y ¿qué me pedirás a cambio? ¿Qué

me harás jurar? —Me acerqué, bajando la voz para que sólo ella pudiera escucharme—.

No puedo devolverte el pasado, Ariella. No puedo prometer que será lo mismo. Hay…

otra persona ahora. —Una cara ondulada a través de mi memoria, diferente a la de

Ariella; de pelo pálido y de ojos azules, sonriéndome. Esta misión, ganarme un alma, es

todo por ella.

—Lo sé —respondió Ariella—. Los vi juntos, Ash. Sé lo que sientes por ella. Tú

siempre lo das todo de ti... completamente. —Su voz temblaba, y tomó una respiración

profunda, encontrándose con mi mirada—. Lo único que te pido es que me dejes

ayudarte. Eso es todo lo que quiero.

Mientras aún dudaba, ella se mordió el labio y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No te he visto en años, Ash. Esperé por este día durante mucho tiempo, por

favor, no te vayas y me dejes atrás. Otra vez no.

La culpa me apuñaló, y cerré los ojos.

—Muy bien —Suspiré—. Creo que te debo eso. Sin embargo, no va a cambiar

nada, Ari. Tengo que mantener mi promesa a Meghan. No voy a parar hasta que haya

ganado un alma.

Ella asintió, casi distraída.

—Es un largo camino hasta el Fin del Mundo. —Alejándose de mí, se acercó a

las estanterías, sus siguientes palabras casi inaudibles—. Cualquier cosa puede pasar.

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PARTE

DOS

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Capítulo 7 El Río de los Sueños

Traducido por: Aytza

Dejando el hueco junto a Ariella, Puck y Grimalkin, estaba extrañamente

recordando otro viaje, uno que era perturbadoramente parecido a este. Creía que los

humanos decían déjà vu, y parecía extraño viajar prácticamente con la misma compañía

que antes. Grimalkin, Robin Goodfellow, yo... y una chica. Era extraño, no hace mucho,

pensaba que Meghan me recordaba a Ariella, pero ahora, viendo a mi antiguo amor

deslizándose a través de la niebla mientras nos sacaba del hueco, mi única reflexión era

qué parecida, y qué diferente, era Ariella de Meghan.

Me deshice de esos pensamientos, concentrándome tan sólo en la tarea

inminente. No podía permitirme el distraerme de mi objetivo. No podía empezar a

compararlas, el amor del pasado y la chica por la que haría cualquier cosa; porque si lo

hacía, me volvería loco.

El Lobo se nos unió tan pronto como dejamos el hueco, materializándose en la

oscuridad sin ningún sonido. Olisqueó a Ariella curioso y le arrugó el hocico, pero ella

lo miró serena, como si lo estuviera esperando. No se hicieron las presentaciones, y los

dos parecieron aceptar al otro sin reservas.

Dejando el hueco detrás, empezamos nuestro camino a través de un bosque de

espinos, erizado y hostil, con trozos de hueso, piel y plumas empalados entre ellos. No

solo donde los árboles se cubrían de espinas, si no las flores, los helechos, incluso las

rocas estaban llenas de púas, haciendo muy importante el mirar donde poníamos los

pies. Algunos de los árboles se sintieron ofendidos por nuestra presencia, o eran

simplemente sanguinarios, ya que de vez en cuando nos daban un golpe con una

brillante y erizada rama. Me di cuenta, contrariado, de que habían dejado al Lobo

completamente tranquilo, aun moviéndose a su lado para llegar antes a golpearme si lo

seguía. Después de esquivar varios de estos asaltos, finalmente me cansé del juego y

saqué mi espada. Cuando la deslicé a través de la siguiente punta espinosa que azotó

mi cara, los árboles finalmente nos dejaron tranquilos.

—¿Cómo es ella? —preguntó Ariella de repente, sorprendiéndome. Había

estado callada hasta ahora, sin pronunciar palabra a la cabeza del camino, hasta que la

tupida maleza la forzó a dar marcha atrás, dejándome el primero con mi arma. Un arco

de reluciente madera blanca estaba atado a su espalda, siempre había sido una mortal

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arquera, pero la única hoja que llevaba era una daga. Cogido con la guardia baja por su

pregunta, la miré, confundido y cauteloso.

—Pensé que ya lo sabías.

—Sé sobre la chica, sí, —replicó Ariella, esquivando una vid cubierta de finas

púas—. Pero sólo destellos. Las visiones nunca me mostraron más que eso.

Detrás de nosotros, el grito alegre de Puck resonó mientras esquivaba un ataque,

seguido del crujido de varios árboles que continuaban golpeándole mientras él bailaba

alrededor. Obviamente se estaba divirtiendo, y probablemente agitando la ira del

bosque a alturas aún mayores, pero su atención estaba en otra parte. Grimalkin hacía

rato que había desaparecido en la espinosa maleza, indicando que se reuniría con

nosotros en el otro lado, y la oscura forma de Lobo estaba por delante, así que sólo

estábamos Ariella y yo.

Incómodo con su escrutinio, me giré, cortando una rama de aspecto sospechoso

antes de que pudiera arremeter contra mí.

—Ella se... se parece mucho a ti —admití, mientras los árboles resonaban

indignados—. Tranquila, ingenua, un poco temeraria a veces. Obstinada como... —me

callé, consciente de repente de la mirada de Ariella en mi nuca—. ¿Por qué me

preguntas esto?

Ella se rió entre dientes.

—Solo quería ver si responderías. ¿Recuerdas lo difícil que era conseguir una

respuesta real de ti? Como arrancarte los dientes. —Gruñí y continué abriendo camino,

con ella siguiéndome de cerca—. Bueno, no te quedes ahí, Ash. Cuéntame más sobre

esta humana.

—Ari. —Me detuve, con los recuerdos a flor de piel, tanto felices como dolorosos.

Bailando con Meghan. Enseñándola a luchar. Verme obligado a alejarme mientras ella

se estaba muriendo bajo las ramas de un roble de hierro. Una raíz se aprovechó de mi

momento de distracción y trató de atraparme, pero me eché a un lado y nos alejamos—.

No puedo hablar sobre ello ahora —le dije a Ariella, cuya mirada comprensiva leyó

mucho más—. Vuelve a preguntarme en otra ocasión.

Mientras dejamos el bosque de espinos, la oscuridad cayó muy repentinamente,

como si hubiéramos cruzado algún tipo de barrera invisible hacia la noche. Un

momento, estábamos en el gris perpetuo del crepúsculo y al siguiente, estaba oscuro

como la boca de un lobo excepto por las estrellas. Y un nuevo sonido empezó a filtrarse

a través del silencio del bosque, débil al principio pero haciéndose más fuerte. Un

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murmullo constante que poco a poco se incrementaba en un rugido sordo, hasta que

finalmente salimos entre los árboles hasta estar a orillas de un gran río negro.

—¡Guau! —musitó Puck, de pie a mi lado—. El Río de los Sueños. Sólo lo he

visto un par de veces antes, pero nunca deja de impresionarme.

Estuve de acuerdo con él, aunque en silencio. La superficie del río era negra

como la noche, reflejando el cielo lleno de estrellas por encima y extendiéndose más y

más hasta que no podías decir donde terminaba el agua y empezaba el cielo. Lunas,

cometas y constelaciones se ondulaban en la superficie, y otras cosas extrañas flotaban

por las místicas aguas negras. Pétalos y hojas de libros, alas de mariposa y medallas de

plata. La empuñadura de una espada fuera del agua en un ángulo extraño, la hoja de

plata enredada con cintas y telas de araña. Un ataúd se balanceaba en la superficie,

cubierto de lirios muertos, antes de hundirse en las profundidades una vez más. Las

ruinas de la imaginación humana, flotando a través de las negras aguas de los sueños y

pesadillas. Enjambres de luciérnagas y de fuegos fatuos flotaban y se balanceaban por

encima de las olas como estrellas fugaces, añadiéndose a la confusión. Este era el

último extremo conocido de Wyldwood. Más allá del río estaba el Wyld profundo, un

vasto e inexplorado territorio de Nuncajamás, donde leyendas y mitos primitivos

vagaban o dormían, donde las más oscuras y antiguas criaturas acechaban en la

oscuridad.

El Lobo se deslizó en el agua, calmado y sereno, casi aburrido. Tenía la

sensación de que había visto el Río de los Sueños muchas veces antes, y me pregunté

cuán lejos había llegado río abajo, si tenía su hogar en el Wyld profundo. Miré a Ariella.

—¿Hacia donde ahora, Ari?

Las luces del río se reflejaban en sus ojos, y los fuegos fatuos se precipitaban a su

alrededor, hurgando en su pelo. Estando allí de pie, en la orilla del río, brillante y

fantasmal, parecía tan insustancial como la niebla. Levantando una pálida, delicada

mano, señaló río abajo.

—Seguiremos el río. Nos llevará a donde necesitamos ir.

—Al Wyld profundo.

—Sí.

—¿A qué distancia? —Se suponía que el Río de los Sueños discurría para

siempre, nadie había visto nunca su desembocadura, al menos, nadie que hubiera

sobrevivido para contarlo. Sus ojos estaban tan distantes como las estrellas encima de

nosotros.

—Hasta llegar a la orilla del mundo.

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Asentí. Fuera lo que fuera, estaba listo, incluso si era imposible.

—En marcha, entonces.

Un familiar gato gris se sentaba en un barril medio sumergido en el barro de la

orilla del río, repeliendo perezosamente a las luciérnagas que revoloteaban por encima.

Mientras nos acercábamos, una balsa grande de madera, cubierta de algas y

arrastrando cintas de malas hierbas, se separó de un grupo de ramas y flotó hacia

nosotros, sin tripulación. Los tablones eran anchos y robustos, los troncos que lo

sujetaban eran espesos y enormes, y era lo suficientemente grande incluso para que un

lobo se sentase cómodamente. Una gran pértiga de madera descansaba en la parte

trasera, medio bajo el agua.

—Oh, hey, miren eso —dijo Puck con alegría, frotándose las manos—. Parece

como si el río supiera que veníamos. Yo conduzco.

Alargué el brazo cuando empezaba a caminar.

—De ninguna manera.

—Psh. Nunca me dejas hacer nada.

El Lobo curvó sus labios con disgusto, mirando la balsa como si esta fuera a

comérselo.

—¿Esperas encontrar el Fin del Mundo en eso? ¿Sabes qué cosas viven en el Río

de los Sueños? Y aún no hemos llegado al tramo de las pesadillas.

—Aw. ¿Está el Gran Lobito Malo asustado de unos pocos peces repugnantes? —

El Lobo le lanzó una mirada torva.

—No dirías eso si hubieras visto algún pez del Wyld profundo, Goodfellow.

Pero más importante, ¿verás alguna vez el Fin del Mundo si te arranco la cabeza?

—Ya está bien. —dijo Ariella tranquila antes de que pudiéramos responder—.

Nos he visto... siguiendo el río hasta el final. Este es el camino que debemos seguir.

El Lobo resopló.

—Tonto —gruñó, pero saltó ligeramente a los tablones de madera. La balsa se

sacudió bajo su peso, salpicando agua por encima del borde, pero aguantó—. ¿Y bien?

—Se giró para mirarnos—. ¿Vamos a ponernos en marcha absurdamente, o no?

Ayudé a Ariella a subir al bote, entonces pasé a la plataforma cerca de la parte

de atrás, agarrando la gran pértiga de madera. Mientras Puck subía, luciendo pensativo,

asentí hacia Grimalkin, que seguía sentado en el barril.

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—¿Vienes o no, cait sith? —Él le dio a la barca una mirada dubitativa, doblando

sus bigotes.

—Supongo que debería, si quiero ver el Fin del Mundo. —De pie, tensó sus

músculos para saltar del barril, pero dudó, estrechando sus ojos—. De todas formas, les

daré esta advertencia. Si termino en el río porque algún idiota decide sacudir el barco...

—aplanó sus orejas hacia Puck, quien le devolvió una mirada de inocencia con los ojos

muy abiertos—. ...Sé de algunas brujas que estarían muy contentas de echar un

embrujo particularmente potente en la cabeza de cierto idiota.

—Wow, si tuviera una moneda por cada vez que me han dicho eso....

Grimalkin no parecía divertido. Lanzando a Puck una última mirada felina, saltó

al borde de la balsa, caminando con gracia a lo largo del borde, sentándose en la proa,

hacia fuera como una figura altiva.

Di a la pértiga un empujón, y la balsa se movió suavemente hacia el Río de los

Sueños, deslizándose hacia el Fin del Mundo.

Por un momento, el río estuvo tranquilo. Excepto por el ocasional choque de los

escombros de los sueños colisionando contra la balsa, nos deslizábamos a través de las

aguas sin apenas rizarlas. Más objetos extraños flotaban a nuestro alrededor: cartas de

amor y relojes de pulsera, peluches y globos mustios. Una vez, Puck se agachó y cogió

una copia descolorida de “El Sueño de una Noche de Verano”, sonriendo como un

idiota y la arrojó de vuelta al río.

No sé cuánto tiempo estuvimos navegando por el río. El cielo nocturno, tanto

por encima como alrededor de nosotros, nunca aclaró. El Lobo estaba echado, con su

cabeza en sus enormes patas y se durmió. Puck y Ariella hablaban tranquilamente en el

centro de la balsa, poniéndose al día luego de muchos años de separación. Hablaban

con facilidad entre ellos, cómodos y contentos, y la risa de Ariella sonaba

ocasionalmente, algo que no había oído en mucho, mucho tiempo. Me hizo sonreír,

pero no me uní a ellos en los recuerdos. Las cosas habían estado tensas entre Puck y yo,

sabía que la oscuridad, los persistentes recuerdos de la hondonada nos habían puesto

entre la espada y la pared esa noche, y los habíamos dejado, temporalmente, atrás otra

vez, pero no me fiaba de mí mismo aún. Además, estaba perdido en mis propios

pensamientos. La pregunta de Ariella me había recordado a la chica por la que estaba

haciendo esto. Me preguntaba donde estaba, qué estaría haciendo en este momento. Me

preguntaba también si estaría pensando en mí.

—Príncipe —la voz de Grimalkin me puso los pies en la tierra de repente. Miré

al cait sith, de pie a mi lado—. Sugiero que paremos un momento —dijo, agitando su

cola para mantener el equilibrio mientras la balsa se balanceaba arriba y abajo con la

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corriente—. Estoy cansado de estar sentado en el mismo sitio, y no soy el único. —

Cabeceó hacia donde Ariella y Puck estaban sentados juntos en los tablones. Ariella

estaba desplomada sobre el hombro de Puck, durmiendo tranquilamente. Sentí una

ligera punzada de ira, viéndolos así, pero Puck me devolvió la mirada, ofreciendo un

pequeño y triste encogimiento de hombros, y la aplasté. Era ridículo estar celoso, sentir

algo. Esa parte de mi vida se había esfumado. Debería lamentarlo, desear que fuera

diferente, pero no podía volver atrás. Lo había sabido durante mucho tiempo.

Dirigí la balsa hacia la orilla, hacia una playa de arena bajo unos antiguos

árboles cubiertos de musgo. Mientras Puck y yo la poníamos en la costa, Ariella se

despertó, mirando alrededor con ojos legañosos.

—¿Dónde...?

—Relájate, Ari. Sólo hemos parado un momento. —Puck salió del barco y se

estiró, elevando sus largas extremidades por encima de su cabeza—. Ya sabes, siempre

tienes que sufrir con balsas y pequeñas y delgadas pértigas de botes en estos tipos de

viajes. ¿Por qué no podemos viajar al Fin del Mundo en un yate?

El Lobo saltó de la balsa y se estiró, descubriendo sus colmillos en un enorme

bostezo. Sacudiendo el agua de su pelaje, miro a los enormes árboles y esbozó una

sonrisa.

—Me voy a cazar —declaró simplemente—. No me llevará mucho tiempo. —Me

miró, arrugando su largo hocico—. Te advierto que no te aventures en el bosque,

pequeño príncipe. Estás en el Wyld profundo, ahora. Y odiaría volver para encontrar

que todos han sido comidos. Bueno, excepto por el gato. Él puede dejarse comer

cuando quiera. —Con eso, se giró y saltó, con su silueta oscura confundiéndose con las

sombras.

Unos segundos después, me percaté de que Grimalkin también se había

desvanecido. Probablemente se había escapado al bosque tan pronto como el bote

había tocado tierra, sin ninguna explicación ni indicación de cuando iba a volver. Eso

nos dejaba sólo a nosotros tres.

—Ya sabes, podemos abandonarlos. —sugirió Puck, sonriendo para dejar ver

que no estaba hablando en serio—. ¿Qué? No me mires así, Ari. El hombre lobo está

probablemente en casa ahora, y no podemos deshacernos de Bola de Pelo incluso

aunque quisiéramos. Podríamos estar a mitad de camino del Fin del Mundo y

encontrárnoslo durmiendo en el fondo del bote. —Ariella continuó mirándole

desaprobadoramente—. De acuerdo. Supongo que estaremos aquí hasta que sus

peludas altezas se dignen a mostrarse de nuevo. —Nos miró a cada uno, y entonces

suspiró—. Bien, entonces. Campamento. Comida. Fuego. Voy a hacer eso bien.

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No mucho después, un alegre fuego crepitaba en una fosa poco profunda,

tratando valientemente de alejar la oscuridad, fallando en ello. Las sombras parecían

más espesas cerca del Río de los Sueños, como si la noche misma se hubiera ofendido

por la vacilante fogata y se agolpaba a los bordes de la luz, buscando tragársela entera.

La luz era un intruso aquí, mucho más que nosotros.

Ariella se sentó en la arena cruzada de piernas, atizando el fuego con un palo,

mientras Puck y yo buscábamos comida. Puck de alguna manera formó un pértigo de

glamur, un palo y una maraña de cuerdas de su bolsillo, pero pescar en el Río de los

Sueños iba a demostrar ser un asunto extraño y frustrante. Trató de sacar un par de

peces fuera del río antes, pero eran extraños, formas antinaturales: largos y negros

como anguilas, con dientes descomunales que chasqueaban hacia nosotros cuando

tratábamos de dominarlos y mordían los palos cuando tratábamos de arponearlos con

ellos. Finalmente decidimos que no merecía la pena perder un dedo y les dejamos

volver al río. Sus otras capturas incluían una bota amarilla, una tortuga gigante que nos

preguntó por un reloj de bolsillo y lo que se parecía a un gran pez gato. Esto hasta que

empezó a sollozar con enormes lágrimas, rogándonos devolverle con su familia.

Debería haber ignorado los gemidos del pez y haberlo lanzado al fuego de todas

maneras, pero el compasivo de Goodfellow lo dejó marchar.

—¿Eres consciente de que te has dejado engañar por un pez? —dije, viendo el

pez gato sonriendo hacia mí antes de deslizarse a las aguas oscuras, perdiéndose de

vista. Puck se encogió de hombros.

—Hey, iba a decirme el nombre de uno de sus nietos peces — dijo, lanzando la

caña al agua de nuevo—. Es una de mis reglas, ya sabes. Me niego a comer algo que me

diga el nombre de sus hijos.

—Los peces no tienen hijos —dije inexpresivo—. Los peces tienen crías.

—Es lo mismo.

—Bien. —Puse los ojos en blanco y me alejé de la orilla—. Ya he terminado con

esto. Avísame si consigues pescar algo comestible.

Me encaminé de nuevo al fuego, donde Ariella miró hacia arriba y sonrió

ligeramente, como si supiera exactamente cómo había ido la pesca.

—Aquí —dijo, y me arrojó un globo rosa y redondo. Lo cogí automáticamente,

parpadeando cuando me di cuenta de lo que era. Un melocotón, borroso, suave y casi

del tamaño de mi puño. Miré tras ella y vi que tenía una cesta entera de ellos.

—¿Dónde los has encontrado? —pregunté asombrado. Se rió entre dientes.

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—El río —replicó, cabeceando hacia las oscuras y brillantes aguas—. Puedes

encontrar casi todo lo que un humano pueda soñar, dándote aquello que necesitas.

Mientras tú y Puck habéis estado luchando con pesadillas, yo sólo he vigilado la

superficie del río y dejado que los residuos del sueño vinieran.

—Suena como si hubieras hecho esto antes. —dije, sentándome a su lado.

—La verdad es que no —admitió—. Nunca había estado en el río en persona.

Pero como vidente, a veces puedo ver dentro de los sueños, tanto si son feys como

mortales. Caminar entre sueños, creo que lo llaman. Y a veces, incluso puedo dar forma

a esos sueños, haciendo ver a una persona lo que quiero que vean.

—Como hiciste conmigo. —Se quedó callada un momento, mirando el fuego.

—Sí —murmuró finalmente—. Lo siento, Ash. Pero quería que vieras qué podría

pasar si Meghan se había perdido. Quise que entendieras porqué hice lo que hice, aun

cuando sabía que te haría daño.

—¿Hiciste...? —me detuve, poniendo en orden mis pensamientos—. ¿Viste mis

sueños... antes? —Antes de encontrar a Meghan, antes de que aprendiera a deshacerme

de mis emociones, las pesadillas que me mantenían despierto por las noches, porque

sabía que cerrando los ojos podría forzarme a vivir ese día una y otra vez.

Ariella se estremeció, subiendo sus rodillas hasta la barbilla, y asintió.

—Desearía poder haberte ayudado —suspiró, apoyando la barbilla en una

rodilla—. Entre Puck y tú era todo lo que podía hacer sin que supieras que seguía viva.

Fruncí el ceño. ¿Puck había tenido pesadillas, también? Alejé ese pensamiento,

no queriendo pensar en ello. Si había sufrido tanto como yo, mejor. Lo tenía merecido.

—Así que… —Pregunté, cambiando de tema—. ¿Qué viene ahora? —Ariella

suspiró.

—No lo sé —murmuró, casi para ella misma—. Ahora es todo muy confuso.

Nunca he estado tan lejos del Wyldwood.

—Yo tampoco.

—Pero eso no te preocupa, ¿no? —Se abrazó a sí misma y miró hacia el río—.

Harías lo que fuera ¿verdad? Siempre has sido así. Siempre audaz. —Se estremeció de

nuevo y cerró los ojos, pareciendo sumirse en sí misma—. Desearía poder ser así.

—No soy valiente —le dije—. Hay un montón de cosas que me asustan. —

Fracaso. Mi propia naturaleza salvaje de fey. Ser incapaz de salvar a aquellos que juré

proteger. Tener el corazón partido otra vez—. No soy valiente. —repetí—. No

demasiado.

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Ariella me miró por el rabillo del ojo, como si supiera lo que estaba pensando.

—Sí, pero no te asustan las cosas que al resto nos asustan —dijo, con ironía—.

Las cosas que deberían aterrorizarte, no lo hacen.

—¿Cómo cual? —Desafié, mayormente para que siguiera hablando, para

discutir conmigo como hacía antes. Esta nueva Ariella, silenciosa y triste, encogida ante

el peso de terribles conocimientos e incontables secretos, era más de lo que podía

soportar. Quise que volviera a reír, sonreír como lo hacía antes. Sonriendo, mordí el

melocotón, adoptando una descuidada y desafiante postura—. Nombra algo que creas

que debería asustarme.

—Dragones —dijo Ariella inmediatamente, haciéndome bufar—. Gigantes,

hidras, mantícoras. Elige. No sólo careces de un sano respeto por ellos, sino que vas de

cabeza a sus guaridas a desafiarlos a luchar.

—Tengo un sano respeto a las mantícoras. —Me defendí—. Y evito enfrentarme

en una lucha con dragones. Me confundes con Goodfellow.

—Sin tener en cuenta... —Ariella me fulminó con la mirada—, que no es lo

mismo. Tengo un sano respeto por los caballos marinos, pero eso no significa que haya

ido alguna vez a nadar con ellos. —Arrugó su nariz hacia mí—. No como tú y Puck,

viendo cuanto tiempo podíais estar en la espalda de ese caballo marino sin ahogarse o

ser comidos.

—Conozco mis habilidades. —Me encogí de hombros—. ¿Por qué debo temer

algo que probablemente no pueda matarme?

—Ese no es el punto —suspiró Ariella—. O quizá lo estés haciendo por mí, no

estoy segura. —Movió la cabeza, lanzándome una sonrisa ladeada, y por un momento

fue otra vez como en los viejos tiempos. Ariella, Puck y yo. Desafiando territorios

desconocidos, sin saber qué estaba por venir.

Fui de repente consciente de lo cerca que estaba de Ariella, nuestros hombros

apenas rozándose. Ella pareció darse cuenta de lo mismo, nos miramos el uno al otro,

respirando con dificultad. El río fluía tras nosotros, y más allá, Puck estaba gritando

algo, pero durante un latido, solo éramos Ariella, yo, y nada más.

Un chillido nos interrumpió. Puck estaba en la orilla del río, tirando y tirando de

su caña, con la cara roja. Por lo que parecía, lo que fuera que estaba al otro lado, era

enorme. Haciendo tambalearse la cadena arriba y abajo como si luchara. En el centro

del río, el agua hervía como un geiser, y Puck tiraba más fuerte de la cadena. Entonces,

con una explosión de escombros y niebla, una enorme forma de serpiente subió cinco

metros en el aire, elevándose sobre Puck, que sostenía la caña como una garra curvada.

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Escamas azules, verdes y plateadas brillaban con la luz de la luna como un dragón que

baja su enorme cabeza con melena y cuernos y con un bigote rizado tras él, para mirar

a Puck con unos ojos sombríos color oro.

—Oh —dijo Puck sin aliento, mirándolo desde donde estaba sentado en el barro

y la arena—. Um, hey.

Los ojos parpadearon. Desplazó una solemne mirada hacia la mano izquierda de

Puck, estrechándose. Puck miró hacia abajo.

—Oh, el gancho. —Sonrió tímidamente—. Sí, lo siento por esto. No hay daño,

¿no?

El dragón resopló, llenando la brisa de olor a pescado y flor de cerezo.

Ondulándose como las olas del mar, se giró y coleó a través del aire, surcando la

superficie del Río de los Sueños, antes de hundirse en las profundidades una vez más.

Puck se levantó, sacudiéndose el polvo, y paseó hacia nosotros.

—Bueno, eso fue... interesante —sonrió—. Supongo que he sido oficialmente

aplastado en el hecho de pescar en el Río de los Sueños sin licencia. Hey, ¿eso es un

melocotón?

* * *

El Lobo apareció tiempo después, deslizándose en la oscuridad sin advertir ni

nada, yendo hacia el fuego. Puck y Ariella estaban dormidos, con huesos de melocotón

esparcidos a su alrededor, y yo hacía la primera guardia, sentado en un tronco con mi

espada en el regazo. Grimalkin aún no había vuelto, pero nadie estaba realmente

preocupado. Era una regla no escrita de cait sith: aparecería cuando fuera hora de

marcharnos.

El lobo se acercó al vacilante fuego, y se dejó caer en frente de mí con un jadeo.

Unos metros más allá, Puck se agitó, murmurando algo sobre melocotones y dragones,

pero no se despertó. El Lobo y yo nos miramos el uno al otro sobre la mortecina fogata

por varios minutos.

—Así que —empezó el Lobo con un destello de brillantes colmillos—, esta

búsqueda tuya. Nunca me contaste demasiado sobre ella, pequeño príncipe. Sería

bueno saber la razón que hay detrás de este insensato viaje por el Río de los Sueños. Sé

que quieres llegar al Fin del Mundo, pero no sé por qué. ¿Qué hay en el Fin del Mundo

que sea tan importante?

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—Los Campos de Prueba —dije tranquilamente, no viendo ninguna razón para

esconderlo. El Lobo levantó las orejas.

—Los Campos de Prueba —repitió, sin sorpresa, y asintió—. Lo sospechaba.

Entonces, si deseas ir a los Campos de Prueba, debes buscar algo. —Se calló,

mirándome sobre las llamas, con los ojos brillantes en la oscuridad—. Algo que te falta.

Algo muy importante. ¿Tu nombre? No. —Sacudió su cabeza, hablando más para sí

mismo que hacia mí—. Tengo el presentimiento de que tú ya sabes tu Nombre

Verdadero. ¿Qué, entonces? Tienes poder. Tienes inmortalidad, en un sentido... —Se

paró, y sus ojos verdes amarillentos reflejaron regocijo—. Ah, ya sé por qué. Sólo queda

una cosa. —Miró hacia arriba, sonriendo perversamente—. Estás aquí por la chica, ¿no?

Esperas ganar un alma.

—¿Qué sabes de eso? —Le lancé una mirada fría. El Lobo ladró una risa, y

Ariella se agitó.

—Sé que eres un idiota, chico —dijo, bajando la voz a un retumbo sordo—. Las

almas no son para nosotros. Te atan al mundo, haciéndote mortal, haciéndote como

ellas. Volverte humano... te volvería loco, pequeño príncipe. Especialmente a alguien

como tú.

—¿Qué quieres decir? —El Lobo parpadeó lentamente.

—Podría decírtelo —dijo tranquilamente—, pero no influiría en ti. Puedo oler tu

determinación. Sé que seguirás con esto hasta el final. Así que, ¿por qué malgastar el

aliento? —Bostezó y se sentó, olfateando la brisa—. El gato está cerca. Lástima que no

se haya perdido.

Me giré justo cuando Grimalkin salía de los arbustos cercanos, mirándome

aburrido.

—Si estás esperando al amanecer, príncipe, estás perdiendo el tiempo —anunció

sin preámbulos, y pasó junto a mí con la cola tiesa—. La luz no llega tan lejos en el

Wyld profundo, y hemos atraído mucho la atención estando por aquí. —No miró hacia

atrás mientras trotaba en dirección al bote—. Despierta a los otros —ordenó, con su voz

llegando hasta nosotros—. Es hora de que nos vayamos.

El Lobo y yo cruzamos una mirada por encima de las llamas.

—Puedo comérmelo ahora —ofreció seriamente. Esbocé una sonrisa.

—Quizá más tarde —dije, y me levanté para despertar a los otros.

Puck se despertó fácilmente cuando le di una patada en las costillas, rodando en

pie con un grito dolorido, haciendo sonreír al Lobo con apreciación.

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—Oh —gruñó—. Maldita sea, chico hielo, ¿porqué no me clavas un cuchillo y

acabas con esto?

—He pensado en ello —repliqué, y me arrodillé para despertar a Ariella,

encogida en su abrigo cerca del fuego. Sus rodillas estaban pegadas a su pecho, y me

recordaba, siempre a un gato dormido. Se movió cuando toqué su hombro, abriendo

sus ojos turquesa parpadeando adormecida.

—¿Hora de irnos? —murmuró.

Y, de repente, se me cortó el aliento. Lucía vulnerable, tendida allí en la arena,

con su pelo como una cortina de plata alrededor de su cabeza. Parecía pequeña,

delicada y frágil, y quería protegerla. Quería tenerla cerca y escudarla de todos los

peligros en el mundo, y darme cuenta hizo que mi estómago se revolviera.

—Vamos —dije, ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse. Sus dedos

eran suaves mientras se ponía sobre sus pies—. Cait sith que todo lo sabe ha regresado,

y nos han ordenado que debemos irnos.

Eso la hizo sonreír, como esperaba que hiciera, y por un latido estuvimos ahí de

pie, mirándonos el uno al otro en la arena, nuestras caras separadas por un aliento. Sus

dedos apretaron los míos, y por un momento fue como si nada hubiera cambiado,

Ariella nunca había muerto, habíamos vuelto a un tiempo en el que ambos éramos

felices, cuando no había juramentos de sangre entre amigos, y ningún voto que se

interpusiera entre nosotros.

Pero, anhelando lo imposible no lo haría real. Culpable, me alejé, apartando la

mirada, y Ariella dejó caer las manos y una sombra oscureció su cara. Sin hablar,

seguimos a Puck hacia la barca, donde Grimalkin ya estaba sentado en el borde,

meneando su cola con impaciencia. Tras nosotros, el Lobo se arrastraba silencioso, pero

podía sentir su antigua y sabia mirada clavada en mi espalda.

Bajo la mirada impaciente de Grimalkin, subimos a bordo de la barca,

empujándola, y la corriente nos arrastró al río una vez más. Nadie habló, así que me

percaté de las miradas frías y enfadadas que me lanzaba Puck, y de las sutiles miradas

de Ariella hacia mí. Les ignoré a ambos, manteniendo mi mirada recta y mis ojos fijos

en el río.

No mucho después, el río empezó a coger velocidad. Ya no sereno y tranquilo,

corría como si huyera de algo, un terror oscuro y sin rostro que lo perseguía a través de

la noche. Los escombros que flotaban en el agua y chocaban contra la barca, daban un

mal presentimiento. Los ataúdes se balanceaban en la superficie, cuchillos y cabezas de

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muñecas de plástico iban girando por ahí, mascaras de hockey y zapatos de payaso

golpeaban por la proa del bote.

—No me gusta como pinta esto —musitó Puck, mientras yo apenas evitaba una

colisión con una lápida rota que se tambaleaba fuera del agua. Era lo primero que decía

tras varias millas, lo que creía que debía ser una especie de récord—. ¿Qué ha pasado

con las flores y las mariposas, y todas las cosas bonitas y brillantes de los sueños?

—Estamos cerca del tramo de las pesadillas —retumbó el Lobo ominosamente—.

Se los dije. No les iba a gustar lo que verían.

—Malditamente fantástico. —Puck le lanzó una mirada—. Y, esto... ¿alguien más

oye tambores?

—No es divertido, Puck. —Le reprendió Ariella, pero en ese momento una

flecha se clavó en un tablón, haciendo que todos nos levantásemos de golpe.

Miré a la orilla del río. Pequeñas y pálidas cosas se apresuraban a través de los

arbustos y la maleza, manteniendo el ritmo de la barca. Capté atisbos de ojos rojos y

redondos, cortas y bulbosas colas y oscuras capas, pero era difícil distinguir cualquier

cosa a través de los árboles y las sombras.

—De acuerdo, nativos definitivamente no amistosos —musitó Puck,

agachándose cuando otra flecha fue disparada por encima de su cabeza—. Hey, gato,

¿alguna idea de qué tipo de repugnantes nativos hemos cabreado tan magníficamente?

Grimalkin, por supuesto, había desaparecido. Más dardos surcaban el aire,

clavándose en los tablones o volaban, pasándonos y llegando al agua, algunas apenas

rozándonos.

—Maldita sea —gruñó Puck—. Somos patos sentados aquí fuera.

Con un gruñido, el Lobo se levantó y se lanzó, haciendo que la barca girase

salvajemente mientras él aterrizaba como una roca en el río. Luchando con la corriente,

pateó poderosamente hacia la orilla, ignorando los escombros que se estrellaban contra

él, el agua corriendo sobre su cuerpo, fallando en arrastrarle.

Tiré al suelo otra flecha con mi espada y extraje glamur del aire, sintiéndolo

arremolinarse a mi alrededor. Con un gesto brusco, proyecté una ráfaga de dardos de

hielo hacia los arbustos que bordeaban la orilla del río. Los fragmentos arrancaron las

hojas, triturándolas a su paso, y gritos de dolor se elevaron en el aire.

Ariella se levantó, con el arco en la mano, encordándolo. No tenía carcaj, pero el

glamur brillaba a su alrededor, y una brillante flecha de hielo se formó entre sus dedos

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en el mismo momento en que liberó la cuerda. Esta voló hacia los arbustos con un

ruido sordo, y un pequeño y pálido cuerpo cayó de los helechos al río.

—¡Buen tiro, Ari! —Gritó Puck mientras el Lobo se acercaba a la orilla. La lluvia

de flechas menguó, y los merodeadores gritaban mientras el Lobo arrastraba su mojada

forma fuera del agua y se sacudía vigorosamente. Aullando, huyeron, dispersándose

entre los arbustos, y el Lobo se lanzó tras ellos con un rugido.

—¡Ve tras ellos, Hombrelobo! —Dijo Puck animado, mientras los atacantes se

desvanecían entre los árboles—. Parece que los ha ahuyentado, fueran lo que fueran.

En la orilla de delante, vi movimiento, y estreché los ojos.

—No estés tan seguro de eso.

Algo pequeño y pálido como las otras formas escaló una roca que sobresalía del

agua. Viéndolo claramente, parecía como una salamandra bípeda en cuclillas, con una

piel blanca babosa y una boca de rana llena de dientes. Sus ojos saltones eran

transparentes y azules, no como el brillante carmesí de los otros, y llevaba un extraño

tocado en su cráneo desnudo. Elevando un bastón con ambas garras, empezó a cantar.

—Esto no puede ser bueno —murmuró Puck.

—Ari —llamé, agachándome mientras otra lluvia de dardos volaba hacia

nosotros desde los arbustos. Los nativos estaban definitivamente protegiendo a su

chamán—. ¡Derríbalo ya!

Ari se echó atrás y lanzó una flecha, un tiro perfecto que debería haber

atravesado el pecho del chamán si otra criatura no hubiera saltado en frente de él,

interceptando el golpe letal el mismo. Arrojé una lluvia de fragmentos hacía él, pero

varias de las criatura salamandra dieron un salto y se apiñaron en torno a él, chillando

cuando los dardos los desgarraban, pero no se movían. El cántico continuó mientras la

barca iba a la deriva, sacándonos fuera de su vista.

Saqué la espada cuando un monstruoso cuerpo rompió la superficie del río,

negra, brillante y más gruesa que mi cintura. Puck gritó, y Ariella se encogió de nuevo.

Una enorme cabeza se alzó fuera del agua con un chillido y una explosión de

escombros de pesadillas. No era una serpiente o un dragón, este monstruo tenía una

boca redonda sin labios y llena de dientes afilados, hecha para aspirar en lugar de

morder. Una lamprea gigante, y donde había una, usualmente había más.

—¡Puck! —Chillé, mientras la barca giraba salvajemente y dos anguilas gigantes

más surgían del agua—. ¡Si caemos al agua, estamos muertos! ¡No dejes que destruyan

el bote!

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La primera lamprea se lanzó hacia mí, serpenteando en ataque. Me mantuve

firme y corté hacia arriba con mi espada, cortando a través de sus fauces carnosas. La

lamprea gritó y se echó atrás, con la boca dividida en dos golpeada salvajemente. Por el

rabillo del ojo, vi a Ariella disparar una flecha directamente en la boca de otra anguila,

que se convulsionó fieramente y se hundió en las profundidades. La tercera se lanzó a

por Puck con la boca abierta, pero en el último momento Puck dio un salto a un lado, y

la lamprea golpeó el bote en su lugar, con los dientes afilados hundiéndose en la

madera. Empezó a echarse atrás, pero no antes de que la daga de Puck volase hacia

abajo, apuñalando lo alto de su cabeza.

Gritando, la anguila enroscó todo su cuerpo a la barca, apretando fuertemente.

Los tablones crujieron y empezaron a romperse en los sitios donde la lamprea

mortalmente herida se aferraba con la fuerza de la muerte. Me giré y seccioné el cuerpo,

cortándolo en dos, pero con un chasquido final, la barca se astilló volando hacia el

exterior en una explosión de madera y arrojándome al río.

La corriente me atrapó instantáneamente, hundiéndome. Sin soltar mi espada,

luché por llegar a la superficie, llamando a Ariella y Puck. Pude ver a la lamprea

mientras se hundía bajo la superficie, enroscada alrededor de lo que quedaba de la

barca, pero no veía a mis compañeros por ningún lado.

Algo me golpeó en la nuca. Mi visión se oscureció por un momento, y luché por

mantener la cabeza fuera del agua, sabiendo que si perdía la consciencia ahora, moriría.

Brevemente, esperé que Puck, Ariella y Grimalkin estuvieran bien; que hubieran

sobrevivido, incluso si yo no lo hacía.

Entonces la corriente me atrapó de nuevo, y el Río de los Sueños me llevó.

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Capítulo 8 Los Hobyahs

Traducido por: Rodonithe

Me desperté echado de estómago, con mi mejilla sobre algo duro y el agua del río

empapando mi ropa. Hubo un rugido sordo en mis oídos, que rápidamente descubrí

que era el río detrás de mí. Esperaba escuchar otras cosas, voces familiares y el susurro

de pasos, una voz sarcástica felina preguntando si yo estaba finalmente despierto, pero

no había nada. Parecía que estaba solo.

Poco a poco, me obligué a pararme, probando si tenía un dolor agudo o huesos

rotos, algo que pareciera fuera de lugar. Aunque tenía un corte a través de mi frente y

un dolor punzante en el cráneo, nada parecía gravemente herido. Tuve suerte esta vez.

Tenía la esperanza de que los demás hubieran corrido con la misma suerte.

Mi espada yacía en el fango a unos pocos metros. Cuando llegué a ella, me di

cuenta que no estaba solo, después de todo.

—Bien —gruñó el lobo, en algún lugar cerca de mí—. Todavía estás vivo. Sería

muy molesto si tuviera que decirle a Mab que dejé a su hijo ahogarse, mientras estaba

en esa ridícula búsqueda. Arrastrar tu cuerpo fuera del río no es algo que me gustaría

hacer de nuevo, príncipe. Espero que no se convierta en un hábito.

Estaba tendido en la orilla a unos cuantos metros, mirándome con esos intensos

ojos verde amarillo. A medida que me detuve, él asintió con la cabeza y aumentó su

aprobación, su pelaje todavía húmedo y puntiagudo por su zambullida en el agua.

—¿Dónde están los demás? —pregunté, mirando a su alrededor por sus cuerpos.

El Lobo dio un resoplido.

—Se fueron —dijo simplemente—. El río se los llevó.

Lo miré fijamente, dejando que las palabras terminaran en el olvido, no era nada

nuevo para mí. Me había protegido del peor dolor, sin importarme cualquier cosa que

garantizara, que no me perdería cuando ya no estuviese. Las emociones, como yo había

aprendido, no tenían lugar en la Corte Unseelie. Pero no podía creer que Puck y Ariella

se hubieran ido.

—¿No trataste de ayudarlos?

Sacudiéndose, el Lobo estornudó y me devolvió la mirada, indiferente.

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—No tenía ningún interés en salvar a los demás —dijo con facilidad—. Incluso si

hubiera podido llegar a ellos a tiempo, mi único interés era mantenerte vivo. Les

advertí que navegar río abajo era una mala idea. Supongo que tendremos que

encontrar otra manera de llegar al Fin del Mundo.

—No —dije en voz baja, mirando al otro lado del río de espuma—. No están

muertos.

El Lobo enroscó su labio.

—No lo sabes, príncipe. No puedes estar seguro.

—Lo sé —insistí. Porque si ellos se habían ido, no tendría forma de llegar a los

Campos de Prueba por mí mismo, no habría forma de honrar mi promesa a Meghan. Si

Puck estuviera muerto, mi mundo llegaría a ser tan frío y sin vida como la noche más

oscura en la Corte Unseelie. Y si tuviera que ver a Ariella morir por segunda vez,

hubiera sido mejor que el lobo me hubiera dejado morir, porque el dolor haría más que

aplastarme esta vez, me mataría.

Dejé escapar un suspiro, pasé la mano por el cabello mojado.

—Los vamos a encontrar —le dije, mirando hacia el río. El agua rugía y la

espuma, arañaba con rabia las rocas, corriendo por ellas a una velocidad vertiginosa. El

Lobo tenía razón, era difícil imaginar que alguien sobreviviese, una vez que la balsa se

había roto, pero Robín Goodfellow era un experto en supervivencia, y confiaba en que

Ariella estaba a salvo con él. Grimalkin, no estaba preocupado, incluso ni de cerca—.

Cree lo que quieras —continué, mirando al lobo—. Pero Goodfellow sigue vivo. Es más

difícil de matar de lo que piensas... tal vez incluso más difícil de matar que tú.

—Dudo mucho eso. —Pero su voz era plana, resignada, y resopló ruidosamente,

sacudiendo la cabeza—. Vamos, entonces. —Con una última muestra de sus dientes, el

lobo se volvió y comenzó a caminar por la orilla del río—. Perdemos el tiempo

reposando por aquí. Si sobreviven, es probable que sea más abajo. Sin embargo... —

Hizo una pausa y miró hacia atrás—. Si llegamos a las Cataratas del Olvido, podrías

darte por vencido. Nadie puede sobrevivir a esa caída. Ni siquiera yo.

Dio media vuelta y continuó a lo largo de la serpenteante orilla del río, con la

cabeza levantada al viento para recoger el olor de su presa. Con una última mirada en

el espumoso Río de los Sueños lo seguí.

Por un período indefinido de tiempo, caminamos por la orilla del río, en busca

de cualquier señal, cualquier indicio de Puck o Ariella. El Lobo serpenteaba sin

descanso junto con su hocico puntiagudo a veces en el suelo y, a veces en el cielo,

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saboreando el viento, mientras buscaba rastro de huellas, ramas rotas, rocas volcadas,

cualquier signo de vida.

Algo próximo a la orilla del agua llamó la atención, y me apresuré a ello. Una

longitud de madera astillada estaba atrapada entre dos rocas en el borde del agua. Era

parte de la balsa, flotando sin fuerzas en las olas, casi irreconocible. Lo miré por un

momento, me negaba a reconocer lo que podría significar, me aparté para continuar la

búsqueda.

Más abajo, el Lobo de repente se detuvo. Bajando la cabeza, olfateó alrededor de

las rocas y el barro, luego se enderezó con un gruñido, mostrando los dientes.

Me acerqué rápidamente.

—¿Los encontraste?

—No. Sin embargo, un gran número de criaturas estuvieron aquí hace poco. Son

pequeñas, un olor muy desagradable. Viscoso. Ligeramente reptil.

Me acordé de las criaturas pálidas, newtlike, disparando contra nosotros por la

orilla del río. Y su chamán, llamando a las pesadillas del río para aplastar el barco.

—¿Qué son?

El lobo movió la cabeza peluda.

—Hobyahs.

—Hobyahs —repetí, recordando la historia de los pequeños y desagradables

feys—. Los Hobyahs se han extinguido. Al menos, eso es lo que afirman las historias. —

Al igual que los duendes o redcaps, los hobyahs eran criaturas feroces, aterradoras que

vivieron en los bosques oscuros y tenían a los humanos atemorizados. Aunque al

parecer, sólo hubo una tribu de hobyahs, que había conocido un final macabro. Según la

leyenda, los hobyahs habían tratado de secuestrar a un granjero y a su esposa, pero

fueron devorados por el perro de la familia, al final, no hubo más hobyahs en el mundo

nunca más.

Pero el lobo resopló.

—Estás en el Wyld profundo ahora, muchacho —gruñó—. Este es el lugar de

viejas leyendas y mitos olvidados. Los hobyahs están vivos y están aquí, hay un montón

de ellos, se puede adivinar solo con ver las huellas.

Al mirar hacia abajo, vi que tenía razón. Huellas de tres dedos estaban

dispersadas al azar en el barro entre las rocas pequeñas, con garras al final de los dedos

del pie. Aquí y allá, una brizna de hierba estaba aplastada y pisoteada, y un fuerte olor

a almizcle se quedó en el aire.

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El Lobo estornudó y negó con la cabeza, doblando sus labios con disgusto.

—Vamos a seguir adelante. No puedo hacer un seguimiento de nada más allá de

este olor abominable.

—Espera —ordené, me dejé caer sobre una rodilla en el césped a la orilla del

agua, cepillando la vegetación pisoteada. Las marcas de hobyahs estaban por todas

partes, pero había una hendidura profunda en la hierba que se parecía vagamente...

—Un cuerpo —murmuré, mientras el lobo miró por encima de mi hombro—.

Había un cuerpo tendido aquí, de estómago. No es un hobyah, tampoco. Tiene mi

tamaño.

—¿Seguro? —gruñó el lobo. Bajó el hocico, olfateó el lugar que señale y volvió a

estornudar, sacudiendo la cabeza—. Bah, no puedo oler nada salvo el olor de los

hobyahs.

—Lo rodearon —reflexioné, vi la escena en mi mente—. Debe de haber salido

del agua, se acercó a la orilla, y luego se derrumbó aquí. No, no sólo uno. —Corrí mis

dedos sobre la hierba—. Había otro aquí. Dos de ellos. Los hobyahs probablemente los

encontraron cuando perdieron el conocimiento.

—Los hobyahs no son amigables con nadie —dijo el Lobo gravemente—. Y

comen casi de todo. Puede ser que ya no haya nada una vez que los encontremos.

No le hice caso, a pesar de que una rabia fría quemó el fondo de mi estómago,

pero no quería poner mi espada en la cabeza de alguna criatura. Mientras seguía las

pistas más arriba de la orilla, más de la escena se aclaraba delante de mí.

—Ellos se los llevaron a rastras —continué, señalando a un lugar donde la

hierba estaba aplanada y doblado en un sentido—. Al bosque.

—Impresionante —gruñó el lobo, viniendo a mi lado—. Y lamentable, teniendo

en cuenta que los dos están a merced de unos sanguinarios caníbales. —Olfateó y miró

a la oscura maraña de los árboles—. Supongo que eso significa que vamos tras ellos.

Alivio, rápido y repentino, floreció a través de mí. Aún estaban vivos.

Capturados tal vez, en peligro de ser torturados o asesinados, pero por ahora, seguían

con vida. Miré al lobo fríamente.

—¿Qué te parece?

Me enseñó los colmillos.

—Ten cuidado, niño. En algunos cuentos, el héroe es comido por el monstruo

después de todo.

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Seguir a los hobyahs a través del misterioso bosque oscuro, resultó más fácil, que

seguir el río. No se molestaron en cubrir sus huellas, y su olor a grasa se aferraba a cada

hoja y cada rama de la hierba que pisaban o rozaban.

El sendero nos llevó a lo profundo del bosque, hasta que por fin, el terreno se

declinaba y estábamos mirando hacia abajo a una cuenca poco profunda llena de

pantanos. Chozas de paja estaban sobre pilotes de madera sobre las tinieblas, y las

lanzas desde hace mucho tiempo tiradas en el barro, una variedad de costillas,

cadáveres podridos y cabezas cortadas.

Las criaturas pequeñas, pálidas como los de la orilla del río inundaron la aldea

como hormigas cuyo nido había sido invadido. Apenas me llegaban a la rodilla. Junto

con sus capas y capuchas oscuras, muchos de ellos llevaban lanzas delgadas que

parecían estar hechas de hueso.

El lobo gruñó y se puso junto a mí.

—Cosas repugnantes, hobyahs. Y su sabor es aún peor que lo que parece. —Se

volvió hacia mí—. ¿Qué es lo qué vas a hacer ahora, principito?

—Tengo que encontrar a Puck y Ariella, si es que están ahí abajo.

—Hmm… Tal vez ellos estén en esa olla.

Una tetera enorme colgaba sobre pilares en medio del campo, con un bajo

crepitar del fuego. Un nocivo humo negro provenía de lo que estaba en el bote, y negué

con la cabeza.

—No —reflexioné, descartando esa idea inmediatamente—. Ambos son muy

inteligentes para acabar así.

—Si tú lo dices —dijo el lobo mirando de vuelta al campamento—. Espero que

tu fe en esos dos no los mate.

—¡Ahí estás! —Susurró una voz impaciente por encima de mi cabeza—. ¿Dónde

has estado? Estaba empezando a pensar que el perro te había comido después de todo.

—El Lobo gruñó y se dio la vuelta, estirando el cuello hacia el árbol, donde Grimalkin

nos miró desde una rama segura fuera de su alcance.

—Me he cansado de tus insultos, cait sith —desafió, sus ojos encendidos con

odio puro—. Ven aquí y dime eso. Voy a rasgar esa lengua arrogante directamente de

tu cabeza. Voy a aplastar tu cráneo con los dientes, romper la piel de tu felino e inútil

esqueleto y comerme tu corazón.

Su voz era cada vez más fuerte con cada amenaza. Puse una mano en su enorme

hombro y empuje, fuerte.

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92 JULIE KAGAWA FORO AD

—¡Silencio! —advertí cuando el volvió a gruñir—. Alertarás al campamento. No

hay tiempo para eso ahora.

—Una sabia declaración —respondió Grimalkin, dando al lobo una perezosa y

entrecerrada mirada—. Y el príncipe tiene razón, por mucho que me gustaría ver cómo

persigues tu propia cola y ladras a la luna. —El Lobo volvió a gruñir, pero el gato no le

hizo caso y me miró—. Goodfellow y la vidente se encuentran recluidos en una de las

chozas en el interior, todavía inconscientes, creo. El chamán hobyah los mantiene

cautivos en un sueño para que sea mucho más fácil ponerlos en la olla cuando llegue el

momento. Han estado esperando que se caliente lo suficiente, pero creo que casi está

listo.

—Entonces tenemos que actuar con rapidez. —Agachándome, miré el

campamento otra vez, hablé con el lobo—. Escondido lo rodearé y entraré por detrás.

¿Crees que puedas crear una distracción bastante grande para que pueda encontrar a

los otros y salir de allí?

El Lobo mostró los dientes en una mueca salvaje.

—Creo que puedo hacer eso.

—Espera a mi señal, entonces. Grimalkin… —Miré al cait sith, miraba con

calma—, muéstrame donde se encuentran.

Nos arrastramos por los alrededores del campo, moviéndonos silenciosamente a

través de los árboles y la maleza pantanosa, hasta que Grimalkin se detuvo al borde de

la cuenca y se sentó.

—Ahí —dijo, asintiendo con la cabeza hacia el lado izquierdo del campo—. La

cabaña del chamán es el segundo árbol en descomposición. El que tiene las antorchas y

las patas de pollo colgadas en la entrada.

—Muy bien —murmuré, mirando fijamente a la cabaña—. Voy solo desde aquí.

Tú debes ocultar… —Pero Grimalkin ya se había ido.

Cerré los ojos y llamé a mi glamur, la creación de un manto de sombras que la

luz evitaría. Siempre y cuando no haga ningún ruido o llame la atención, las miradas

pasarían de mí y las antorchas no penetrarían mi oscuridad fabricada.

Con el manto de glamur en su lugar, caminaba por la ladera de la cuenca

pantanosa.

Los olores aquí fueron de mal en peor, el agua rancia, los cadáveres putrefactos,

pescado podrido y el hedor de grasa, propio de los reptiles estaba en los hobyahs. Ellos

sisearon y gruñeron unos a los otros, confusos, el lenguaje borboteaba, puntuando solo

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una palabra reconocible: hobyah. Probablemente esa fue la forma en que obtuvieron su

nombre.

Moviéndome de sombra en sombra, con cuidado de no salpicar el agua caliente

del pantano, que empapaba mis piernas, me dirigí a la cabaña del chamán. Sonidos de

cantos y un humo espeso y picante, pasé el velo de patas de pollo de la entrada.

Silenciosamente saqué mi espada, con alivio en el interior.

En el interior de la pequeña choza olía a mucho incienso, me escocían los ojos y

me picaba la parte posterior de mi cuello.

Un hobyah estaba de cuclillas, barrigón, sentado al lado de una pared sobre una

pila de pieles de animales, cantando y agitando un palo ardiendo en llamas sobre un

par de figuras inertes. Puck y Ariella, estaban tirados en el sucio suelo de la choza, sus

caras pálidas e inertes, manos y pies atados con lianas de color amarillo. El chamán

levantó la cabeza cuando entré, y silbó en alarma.

Justo cuando sus garras se cerraron sobre la madera retorcida, un fragmento de

estalactita lo golpeó por detrás. Debería haberlo matado, pero se dio media vuelta y me

gritó algo, haciendo vibrar los huesos de todo su ser. Sentí una oleada de cierto

glamour oscuro pasar por el aire, y se lanzó hacia adelante, reduciéndolo con mi

espada. La boca del chamán se abrió y me escupió algo, una sustancia ácida amarillenta

que me quemaba la piel donde caía, justo antes de que la cuchilla diera en el blanco. Él

gritó un clamor de muerte y se disolvió en un montón de serpientes y ranas que se

retorcían. Uno menos, pero los demás hobyahs no se quedarían atrás.

Mi piel se estremeció y comenzó a entumecerse donde la saliva del chamán

había aterrizado, pero no podía concentrarme en eso ahora. Arrodillado junto a Ariella,

corté sus ataduras y la introduje en mis brazos.

—Ari —susurré con urgencia, tocando su mejilla. Su piel era fría al tacto, y

aunque eso era normal para un fey de Invierno, se me retorció el estómago—. Ari,

despierta. Vamos, mírame. Presioné dos dedos en la garganta buscando su pulso, pero

en ese momento ella se movió y abrió los párpados. El alivio tiró a través de mí como

una flecha, resistí la tentación de abrazarla hasta el final. Al abrir los ojos, ella se

sacudió cuando me vio, presioné un dedo en sus labios.

—Soy yo —le susurré, cuando sus ojos se abrieron—. Tenemos que salir de aquí.

En silencio.

Un grito salió de la entrada de la choza. Un hobyah estaba allí, sus ojos rojos se

ancharon mientras nos miraba. Lancé una daga de hielo hacia él, pero la esquivó,

silbando, y saliendo al campamento.

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Gritos de alarma y de rabia se hicieron eco más allá de la puerta, luego llegó el

sonido de muchos cuerpos que corrían hacia nosotros a través del agua.

Maldije y me levanté, tomando la espada.

—Levántate Puck —llamó Ariella, cruzando el piso de la entrada—. ¡Nos vamos

ya!

El primer hobyah que entró en la choza, me vio y se abalanzó con un grito,

clavando su lanza en mi rodilla. Blandí mi espada y envió la cabeza del hobyah rodando

hacia la esquina, antes de que ambas partes se disolvieran en un montón de

salamandras retorciéndose. Otro se lanzó y arrojó su lanza a través de mi cara. Formé

una lanza y la lancé hacia el hobyah.

El fragmento de hielo golpeó entre sus ojos cuadrados y se deslizó lejos en una

maraña de serpientes y lampreas. Al salir, bloquearon deliberadamente la entrada de la

choza, levanté mi espada y me encontré con una multitud de hobyahs gruñéndome

desde todas las direcciones.

—¡Hobyah! —Chillaban a medida que me acorralaban—. ¡Hobyah hobyah hobyah!

—Lanzas volaban hacia mí, aunque me las arreglé para esquivar y bloquear la mayoría

de ellas, arremetí contra cualquier hobyah que tuviera cerca. Una pila de tritones, ranas

y serpientes crecía bajo mis pies, pero siempre había más atacando, más hobyahs

bajando de los árboles, saliendo del agua, o trepando al techo para saltar sobre mí.

Un enorme pájaro negro apareció de repente detrás de mí en un batir de alas y

plumas. Con un graznido enfurecido, aterrizó, hundiendo sus garras en un hobyah y se

lo llevó muy alto en los árboles, los hobyah luchaban y aullaban con sus garras. Los

otros sisearon y gruñeron, estirando sus cuellos para seguirlo mientras Ariella

caminaba a mi lado.

—¿Supongo que tenemos un plan? —preguntó, pálida pero serena a pesar que

una masa de ranas y serpientes que de repente caían de los árboles. Puck se dejó caer

del techo de la cabaña con un golpe, con dagas en la mano. Le sonreí a Ariella.

—Siempre. —A medida que la multitud de hobyahs comenzó a rodearnos de

nuevo, puse dos dedos en mi boca y solté un silbido penetrante.

Un aullido de repente, hizo un eco inquietante. Los hobyahs se encogieron,

girando, con los ojos desorbitados por el miedo.

El lobo se arrojó en medio de los hobyahs con un rugido que hizo temblar el suelo,

y las criaturas gritaban en pánico.

—¡Perro! —gritaban, levantando las manos y huyendo de terror—. ¡Perro! ¡Perro!

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El Lobo mostró sus dientes.

—No soy. ¡Un perro! —Rugió y se abalanzó sobre el hobyah más cercano,

agarrándolo por la cabeza y agitándolo violentamente.

Tomé la mano de Ariella y la aparte, Puck nos siguió de cerca y mascullando

maldiciones.

Los hobyahs no trataron de detenernos. Juntos, cruzamos el campamento, oyendo

los rugidos del lobo y los chillidos de pánico de los hobyahs detrás.

—Ash —Ariella, me agarró el brazo—. ¡Espera! No nos están siguiendo. Detente

por un momento, por favor.

Me tambaleé un poco, haciendo caso omiso de la necesidad de poner mi mano

contra el árbol más cercano y detener los mareos. El caos en el pueblo hobyah se había

desvanecido detrás de nosotros, pero quería estar lo más lejos posible de esas criaturas,

en caso de que después decidan venir por nosotros una vez más. Si el Lobo hubiese

dejado a alguien vivo.

El pecho y el hombro me ardía, donde el chamán hobyah me había escupido.

Ignorando el dolor que bajaba por mi espalda, me apoyé en un fresco tronco

cubierto de musgo y miré a mi alrededor, tratando de orientarme. Los árboles aquí

eran gigantes, antiguos, casi podías sentir sus ojos sobre ti, fríos e irreflexivos para con

los intrusos en medio de ellos.

—Bueno, eso fue algo divertido. —Puck sopló y se pasó una mano por el pelo—.

Al igual que en los viejos tiempos. Excepto por todo ese asunto de ser drogado y esa

cosa de tener que ser rescatado. Eso me va a costar después, lo sé —gimiendo, se sentó

en una roca cercana, frotando el golpe en su hombro—. Agradable de tu parte venir por

nosotros, chico hielo —dijo él—. Si no te conociera a estas alturas, casi me creo que te

importaba.

Forcé una sonrisa en su dirección.

—No sería tan satisfactorio si no me llegase a matar —contesté, Puck sonrió.

Una mano fría me tocó la mejilla. Ariella me miraba a los ojos consternada.

—¿Estás bien? —preguntó, colocando la otra palma en mi frente. Cerré los ojos

ante la suavidad—. Estás ardiendo. ¿Qué pasó?

—Huele a príncipe enfermo —gruñó el lobo, que llego de la nada—. Así de débil.

No vas a llegar al Fin del Mundo de esa manera.

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—El chamán —le contesté—. Él... me escupió. Él me hizo algo, creo. —El ardor

en el pecho y el hombro se había adormecido y ahora se extendían por todo mi cuerpo.

Me di cuenta de que ya no podía sentir mis brazos.

—Veneno alucinógeno de Hobyah —continuó el lobo, mientras se encrespaba el

labio—. Esta será una noche interesante, principito, si te despiertas de todos modos.

Los árboles estaban comenzando a moverse extrañamente, sauces de siglos de

antigüedad estaban balanceándose. Apreté los ojos para borrar las visiones, y cuando

los abrí de nuevo, estaba acostado boca arriba, mientras pequeñas luces bailaban y

giraban sobre mi cabeza.

La cara de alguien se inclinó sobre mí, sus ojos brillaban llenos de preocupación.

Ella era hermosa, una visión cobrando vida. Pero ella se estaba desvaneciendo, cada

vez más débil y débil, hasta que sólo quedaron sus ojos, mirándome. Luego parpadeó y

el mundo se desvaneció por completo.

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Capítulo 9 En Sueños

Traducido por: Rodonithe

¿Dónde estoy?

La niebla me rodeaba, enrollada en el suelo en lugares irregulares, cubriendo

todo de blanco. El aire era frío y húmedo, manteniendo la calma del amanecer. Olía a

pino y cedro, oía el chapoteo suave del agua, en algún lugar más adelante en la niebla.

No reconocía mi entorno, pero por alguna razón, todo parecía vagamente familiar.

Con nada más que hacer, comencé a caminar.

La niebla se despejó poco a poco, dejando al descubierto un pequeño estanque

rodeado de verdes pinos. El murmullo tenue de patos hizo eco en el silencio, y varias

de las aves de color verde y marrón se deslizaban por el agua hacia una pálida figura

de pie en la orilla. Me detuve y contuve la respiración, y por un momento no pude

moverme, temeroso de que la escena ante mí se disolviera y me dejara persiguiendo

sombras.

Llevaba unos vaqueros y una camisa blanca y su cabello largo y pálido estaba

atado en una cola de caballo, cayendo suavemente por su espalda. Su cuerpo era

delgado, más energético que elegante, sus dedos rápidamente arrancaban la corteza del

pan y la tiraba al agua.

Había un brillo en ella ahora, una parpadeante aureola de luz, girando con el

glamour y el poder. Contra la oscuridad de la laguna y los árboles, se veía brillante y

viva, una luz encendida en contra de la sombras.

Por un momento, me miró, sacudiendo las migas en el agua, sonriendo mientras

los patos se abalanzaban sobre ellas. Sabía que no era real, la Meghan real estaba de

vuelta en el Reino de Hierro como la poderosa Reina de Hierro. Sabía que esto era un

sueño, o tal vez había muerto y pasado al cielo y no lo sabía todavía. Pero verla hizo

que mi corazón latiera frenéticamente, me faltaba poco para tirar de ella y dejar que la

luz me consumiese. ¿Si me quemara hasta que no quedase nada, sería un destino tan

terrible?

Ella debe de haberme escuchado, o sintió mi presencia, porque se volvió y abrió

mucho los ojos azules.

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—¿Ash? —susurró, y la sonrisa que se apoderó de su cara me calentó como el

sol—. ¿Qué estás haciendo aquí?

No pude evitar sonreírle.

—No sé —le dije, tomándola de la mano y dejándola que me acercase a ella—.

Creo que... esto es un sueño. —Sus brazos se deslizaron alrededor de mi cintura, y la

abracé, cerrando los ojos. No había fuego que ardiera, no había luz abrasadora que me

convirtiese en polvo, sólo la sensación de Meghan en mis brazos—. Aunque sería feliz

si no me despertase.

Sentí su ceño confundido, y se apartó para mirarme, ladeando la cabeza.

—Es extraño. Pensé que este era mi sueño.

—Tal vez lo sea. —Estaba teniendo problemas para pensar. El cambio sutil de su

cuerpo contra el mío, sus manos dibujando círculos en mi espalda, me estaba volviendo

a distraer—. Tal vez yo no esté aquí, y todo esto va a desaparecer cuando despiertes,

incluyéndome a mí. —Ella me abrazó con más fuerza, y sonreí—. No me hagas caso de

todas formas.

Algo molestaba al fondo de mi mente, algo importante que había olvidado,

golpeando contra mi subconsciente como pájaros revoloteando contra una ventana.

Impaciente, lo empujé hacia atrás, enterrándolo en un rincón oscuro de mi mente.

Fuera lo que fuese, no quería recordarlo. No ahora. No quería ver, sentir o pensar en

otra cosa que no fuese la chica delante de mí.

Cuando me incliné para besarla, ella metió la mano debajo de la camisa,

moviendo sus suaves dedos sobre mi piel desnuda, y allí era fácil olvidarse de todo.

Más tarde, nos acostamos en la hierba fresca a la orilla de la laguna, Meghan

apoyada contra un árbol con mi cabeza en su regazo, mirando a las nubes. Su dedos

trazando patrones indefinidos en mi pelo, y me quedé felizmente dormido, sin sentir

ganas de irme.

Si hubiera muerto y esto fue la nada, entonces que así sea. Si seguía durmiendo

así, entonces no tenía ninguna intención de despertar.

—¿Ash?

—¿Mmm?

—¿Dónde has estado todos estos meses? Quiero decir... —dudó, haciendo girar

un mechón de pelo alrededor de su dedo—. Sé que no puedes entrar en el reino de

hierro, pero nadie ha visto ninguna señal tuya en ningún lugar. O de Puck, si es el caso.

¿Qué han estado haciendo?

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—Estaba buscando algo..., creo. —Alcancé y atrapé su mano en la mía

acercándola a mis labios—. No puedo recordarlo ahora.

Ella liberó a sus dedos, acariciando mi mejilla con ellos. Cerré los ojos y me dejó

a la deriva.

—¿No crees que podría ser importante?

—Tal vez. —La verdad era que no quería pensar en ello. Estaba contento aquí.

Lo que estaba más allá de este valle, de este pequeño espacio entre los sueños o la

realidad o lo que fuera, no quería saberlo. No me acordaba mucho, pero sabía que, más

allá de una sombra de duda, habría dolor. Y estaba cansado de lo mismo. Gran parte de

mi existencia había sido el dolor, o el vacío, o la pérdida. Meghan estaba aquí. Yo

estaba feliz. Eso era todo lo que necesitaba saber.

Meghan me tocó la frente de una manera traviesa.

—Sabes que uno de nosotros tiene que despertar, ¿no? —preguntó ella, y gruñí,

sin abrir mis ojos—. No sé si soy un producto de tu imaginación o si eres un producto

de la mía, pero al final esto va a desaparecer.

Di la vuelta a mis rodillas mirándola a la cara, y ella parpadeó cuando me apoyé

cerca.

—Puedes irte si tienes que hacerlo —le dije, alisándose el pelo detrás de la

oreja—. Pero yo no me iré. Todavía estaré aquí cuando vuelvas.

—No, Ash —dijo una voz nueva, rompiendo el momento de paz—. No puedes

quedarte.

Meghan y yo miramos hacia arriba, viendo la cara del intruso en nuestro mundo

privado.

Ariella estaba a pocos metros de distancia, envuelta en la niebla, con el rostro

sombrío mientras nos miraba.

—Eres muy difícil de encontrar, Ash —dijo con voz cansada—. Casi me rindo

cuando no podía encontrarte en alguna pesadilla. No pensé que te buscaría en los

sueños de otro, pero tiene sentido que quisieras venir aquí.

—¿Qué quieres? —Meghan se levantó con la gracia real de una reina, la calma y

la comodidad se fueron. Me di cuenta de que sutilmente se colocó delante de mí

cuando se enfrentaba a Ariella, un gesto familiar que me tomó por sorpresa. La Reina

de Hierro estaba protegiéndome—. ¿Quién eres tú?

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—Tú me conoces, Meghan Chase. —Ariella dio un paso hacia adelante,

separándose de la niebla, de pie ante nosotros con claridad—. Yo soy quien fue dejada

atrás, la única que Ash conocía antes de que siquiera tú aparecieras en escena.

Meghan no se movió, pero vi que comenzó a respirar lentamente cuando el

reconocimiento la golpeo.

—Ariella —susurró, y se estremeció ante las emociones produciéndose en esa

palabra silenciosa. Meghan negó con la cabeza, me miró—. ¿Se trata de otro sueño, Ash?

¿La has traído a ella aquí?

—No —dijo Ariella antes de que pudiera responder—. No soy un sueño. No es

un recuerdo. Soy tan real como tú, Reina de Hierro. La muerte no logró retenerme,

todos estos años.

—Basta —dije con voz áspera, finalmente, moví la niebla de mi mente. Recuperé

la memoria en el apuro: el viaje para encontrar a la vidente, el fatídico viaje por el Río

de los Sueños, la búsqueda de ganar un alma. Caminé entre ellas, sentí el calor de sus

miradas penetrantes, tanto como a un millar de cuchillos—. Ari —dije, frente a ella—,

¿qué estás haciendo aquí? ¿Qué quieres?

Ariella entrecerró los ojos.

—Estoy aquí para llevarte fuera de este sueño —respondió ella con una breve

mirada a Meghan—. Tu cuerpo está muy enfermo, el fresno y la maldición del chamán

hobyah que hay en ti te mantenía atrapado en el sueño. No sé cómo has encontrado tu

camino aquí, pero ya es hora de que vuelvas con nosotros.

Detrás de mí, pude sentir la mirada de Meghan que quemaba en mis omóplatos.

—Tú ¿estas... con ella ahora? —preguntó ella en voz baja, no del todo acusatoria

todavía—. ¿Cómo? ... ¿cuánto tiempo has sabido que estaba viva?

—No mucho —respondió Ariella por mí—. No hemos tenido mucho tiempo

juntos todavía.

—Ari —me volví para mirarla. Miré hacia atrás, arrepentido, sus ojos salpicados

de plata me miraban con tristeza. En ese momento, vi los celos que ella nunca mostró,

el daño que causé al escoger a otra persona, aunque ella sabía que tenía que ser así.

Tal vez fue la primera emoción verdaderamente fea que vi en ella, y mi rabia se

disipó completamente. Qué le había hecho. Ella me lo había dado todo, y yo le di la

espalda.

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—Ya veo —susurró Meghan con una voz que temblaba ligeramente. Podía sentir

su desvanecimiento, su presencia dejando el sueño que nos rodeaba—. Entonces... los

dejaré solos.

—Eso no es necesario, Reina de Hierro —Ariella sacudió la cabeza—. No hay

necesidad. He venido aquí para llevarme a Ash de sus pesadillas, pero este es tu sueño,

no el suyo. Cuando te despiertes, el sueño se desvanecerá, y él volverá con nosotros.

Lamento haber venido aquí. —Con una ligera inclinación de cabeza a los dos, ella se

movió a la seguridad de la niebla, y desapareció.

A solas con la Reina de Hierro de nuevo, contuve la respiración, esperando la

explosión, o la tormenta de preguntas. Pero Meghan respiró hondo y cerró sus ojos.

—¿Era realmente ella? —Preguntó, aún sin levantar la vista—. ¿Ariella? ¿Está

realmente está viva?

Crucé el espacio que nos separaba, alcanzando su mano. Ella parpadeó mientras

tomaba sus dedos, mirando hacia mí con sorpresa.

—No es lo que piensas —le dije—. Por favor, escúchame.

Meghan me dio una sonrisa triste.

—No, Ash, —susurró—. Tal vez... tal vez esto es lo mejor. —Y aunque ella no se

movía, podía sentir que estaba tirando hacia atrás, dejando que me vaya.

—Meghan...

—Soy la Reina de Hierro —dijo con firmeza—. No importa lo que yo desee, no

va a cambiar. Tú sigues siendo parte de la Corte de Invierno. Incluso si pudieras venir

al Reino de Hierro, morirías. No podemos estar juntos, y no sirve de nada desear lo

imposible. Es egoísta de mi parte mantener la esperanza. —Su voz tembló en la última

frase, pero respiró hondo, se estabilizo y me miró—. Tal vez... es hora de seguir

adelante, para encontrar la felicidad con alguien más.

Yo quería decirle, explicarle lo que estaba tratando de hacer. Que estaba

tratando de ganar mi alma. Que iba al Fin del Mundo por ella, para llegar a ser mortal

si eso significaba que podíamos estar juntos. Quería decirle, pero al mismo tiempo,

temía aumentar sus esperanzas sólo para verla caer si fallaba. No quería que ella me

esperase, la preocupación y el constante mirar hacia el horizonte por alguien que nunca

volvería.

—Tienes la oportunidad de ser feliz ahora —continuó Meghan, y sus ojos azules

brillaron con lágrimas no derramadas, aunque nunca apartó la vista—. Ash, es Ariella,

el amor que perdiste por décadas. Si ella realmente regresó, entonces el destino les ha

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dado otra oportunidad, y yo... yo no voy a estar en su camino. —Una lágrima se

derramó, corriendo por su mejilla, pero ella seguía sonriendo mientras me sostenía la

mirada—. Lo que teníamos era un sueño, y era hermoso, pero fue sólo un sueño. Es

hora de que nos despertemos. —Tomé un respiro para discutir, pero ella puso los

dedos sobre mis labios, silenciándome—. Cierra los ojos.

No quería. Quería quedarme en este sueño, casi tanto como quería encontrar un

alma, aunque sabía que no era real. Sin embargo, casi contra mi voluntad, sentí como

mis ojos se cerraban, y un momento después sus labios rozaban los míos, un toque

como una pluma que puso mi estómago al revés.

—Adiós, Ash —susurró—. Sé feliz.

Y me desperté.

Estaba acostado boca arriba, mirando a un techo de ramas, pequeños alfilerazos

de luz que se filtraban entre las hojas. Un fuego crepitaba en algún lugar a mi izquierda,

y el olor del humo derivado de la brisa, hizo cosquillas en la parte posterior de mi

garganta.

—Bienvenido de nuevo, Bella Durmiente. —La voz de Puck se filtró a través de

la bruma en mi mente. Gimiendo, me esforcé por sentarme, frotándome los ojos. Mi

piel se sentía fría y húmeda, mi cuerpo agotado. Sobre todo, me sentía hueco, vacío,

aunque el dolor sordo en el pecho me recordó por qué había cerrado mis emociones,

congelándolas de todo el mundo. Dolía saber que la chica que amaba me había dejado

ir una vez más.

Ariella y el Lobo no estaban por ninguna parte, pero Puck se sentó en un tronco

frente a una pequeña fogata, sosteniendo un gordo hongo sobre las llamas, girándolo

lentamente. Grimalkin se sentó frente a él en una roca plana, con los pies recogidos

debajo de él, ronroneando de satisfacción.

—Ya era hora de que despertaras, chico hielo —dijo Puck, sin mirarme—. Estaba

esperando que gimieses y te retorcieras, pero sólo estabas allí como un muerto. Y ni

siquiera hablas en sueños como para que yo pudiera atormentarte más tarde. ¿Qué tan

divertido es eso?

Me puse de pie, deteniéndome un momento para dejar que el suelo dejara de

balancearse.

—¿Cuánto tiempo estuve fuera? —le pregunté, moviéndome hacia el fuego.

—Es difícil de decir. —Puck me lanzó un kebab de hongos cuando me acerqué—.

No he visto el sol en mucho tiempo. Tenemos que estar lejos del Wyld profundo.

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—¿Dónde están los demás?

—Hombre Lobo está cazando. —Puck se metió el hongo en su boca y tragó sin

dar la impresión de masticar—. Creo que mis humildes champiñones kebabs no eran lo

suficientemente buenos para él. ¿Sabes lo difícil que es encontrar estas cosas? Bolita de

Pelos arrugó su nariz, bien exigente, ingratos los animales.

Grimalkin olfateó sin abrir los ojos.

—Yo no como hongos, Goodfellow —dijo con una voz sublime—. Y si están tan

enamorados de estas esporas, no dudes en masticar los hongos que viste en ese montón

de estiércol de alce.

—Oh, bueno, eso es asqueroso.

Me tragué las setas sin probarlas, mi cuerpo reconocía la necesidad de alimentos

a pesar de que mi mente estaba muy lejos.

—¿Dónde está Ariella? —pregunté, lanzando el palo de nuevo al fuego.

Puck señaló con la cabeza en el borde del círculo de la luz del fuego, donde

Ariella estaba encorvada sobre una roca, de espaldas a nosotros.

—Ella se alejó unos minutos antes de que volvieras en sí —dijo Puck en voz baja,

mirándome con los ojos entrecerrados—. Traté de seguirla, pero ella dijo que quería

estar sola por un tiempo. —Sentí que su mirada aguda, cortaba en mí—. ¿Qué le dijiste

a ella, Ash?

Yo era un caos, me movía en tantas direcciones, sentía como si me rompiese.

Aún estaba conmocionado por las últimas palabras de Meghan, de los azotes de los

celos en los ojos de Ariella, de la tensión de la cuerda floja entre la chica que había

perdido y la que quería pero no podía tener. Pero a pesar de que Ari había claramente

incitado a Meghan de nuevo en el mundo de los sueños, no podía ignorar su dolor.

Haciendo caso omiso a Puck, me dirigí a donde Ariella estaba, con la cabeza

gacha, el pelo de plata que cubría su rostro como una cortina brillante. A medida que

me acercaba, ella levantó la cabeza, pero no me miró.

—Así que, era ella.

Hice una pausa. Su voz era plana, sin ninguna emoción, ninguna indicación de

lo que estaba sintiendo. Inseguro de cómo proceder, simplemente respondí.

—Sí.

Oí los latidos del corazón en el silencio. Cuando volvió a hablar, podía escuchar

su sonrisa, pero fue tan amarga como las hojas que decoraban el otoño.

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—Puedo ver por qué la quieres tanto.

Cerré los ojos.

—Ari…

Se puso de pie rápidamente antes de que pudiera decir algo más, aunque ella no

se dio la vuelta.

—Lo sé. Lo siento, Ash. Yo... —Su voz tembló y ella se apartó el pelo, hablando

más para sí que para mí—. No pensé que sería tan duro.

La observaba, en las sombras parpadeantes. Vi la luz del fuego que ondulaba en

su cabello plateado, la forma en que su cuerpo se movía, elegante y seguro. Y, de

pronto recordé por qué me había enamorado de ella, todos estos años. Ella era tan bella

como esos días cuando yo era un joven príncipe, arrogante, pero a la vez veía su

perfección. Pensé en lo que Meghan me había dicho: que el destino nos había dado otra

oportunidad, Ariella estaba de vuelta en mi vida, y podría ser feliz ahora. ¿Estaría

contento con Ariella?

Negué con la cabeza, desechando esos pensamientos antes de que llegaran a ser

demasiado tentadores, sintiendo otro hilo de mi esencia romperse. No importaba, me

di cuenta con los dientes apretados. No podía abandonar mi búsqueda,

independientemente de mis sentimientos. Juré que iba a encontrar una manera de

volver a Meghan, y estaba obligado a cumplir esa promesa. No podía dejar ir mi

palabra, incluso si lo que buscaba era imposible. Incluso si Meghan ya no estaba

esperando por mí, aunque me dijera adiós, aunque me hubiera dejado ir. No podía

darme por vencido, ni siquiera ahora.

Incluso si muriera, y me llevara a todos conmigo.

—Por fin despertaste, ¿verdad? —El Lobo apareció de las sombras, un pedazo

de la noche convirtiéndose en realidad—. Tuve la tentación de arrancarte la garganta,

mientras estabas dormido y liberarte de tu miseria, principito. Viendo que el sueño te

estaba agotando. —Se lamió la quijada, donde una capa opaca de color rojo salpicaba

su piel, y me enseñó los dientes—. Hemos perdido bastante tiempo aquí, y estoy

aburrido. ¿Deseas llegar a los Campos de Prueba o no?

—Sí —dije mientras Puck se unía a nosotros, llevando varios pinchos de setas—.

Es hora de irnos. ¿A dónde vamos desde aquí?

Ariella cerró los ojos.

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—Seguimos el Río de los Sueños —murmuró—, más allá de las zarzas, hasta

llegar a la última barrera, y luego el Fin del Mundo. Más allá de eso, los Campos de

Prueba esperan.

—Haces que parezca tan fácil —suspiró Puck, metiéndose otro hongo en la

boca—. ¿Más allá de las zarzas, dices? ¿Y luego, más allá del Fin del Mundo? ¿Cuánto

tiempo nos tomará?

—El tiempo que sea necesario —dije con firmeza—. Siempre que tenga el aliento

para seguir adelante, lo haré. Pero eso no significa que el resto de ustedes deberían

hacer lo mismo. —Miré alrededor del grupo, encontrándome con las miradas de mis

compañeros—. De aquí en adelante —empecé a decir—, va a ser aún más peligroso. No

voy a pedir que se queden conmigo. Ninguno de nosotros sabe lo que está más allá de

las zarzas, en el Fin del Mundo. Si quieren volver, háganlo ahora. No los detendré.

Miré a Ariella mientras decía esto.

—Puedo ir solo, si debo, si estar a mi alrededor es demasiado peligroso o difícil

o doloroso para seguir adelante.

Me gustaría salvar tu destino, si pudiera. No voy a verte morir de nuevo.

—Hmm. Hey, chico hielo, sujeta esto por un segundo, ¿quieres? —Pidió Puck,

extendiendo las brochetas de setas. Con el ceño fruncido, los tomé, y me golpeó la

cabeza, no fuerte, pero lo suficientemente duro y dio un paso hacia adelante.

—Deja de ser tan condenadamente fatalista —dijo mientras me volvía hacia él

con un gruñido—. Si no quisiera estar aquí, no lo estaría. Y sabes que no puedes

hacerlo todo por ti mismo, chico hielo. Tarde o temprano, vas a tener que empezar a

confiar en nosotros.

Me reí de él, entonces, amargo y burlándome de mí mismo.

—La confianza —dije burlonamente—. La confianza requiere la fe de ambas

partes, Goodfellow.

—Basta —gruñó el Lobo, mostrándonos sus colmillos—. Estamos perdiendo el

tiempo. Aquellos que deseen irse, váyanse. Pero creo que el consenso es que todo el

mundo se queda, ¿verdad? —Nadie estuvo de acuerdo con él, y bufó—. Entonces nos

vamos. No tengo ni idea de por qué los dos se oponen a todo y hablan tanto.

—Por primera vez, estoy de acuerdo con el perro —dijo la voz de Grimalkin que

provenía de una rama encima de nosotros. Ojos dorados se asomaron, y el Lobo, puso

sus pelos de punta. El gato no le hizo caso—. Si vamos a llegar a las zarzas por el Río de

los Sueños, tenemos que encontrar el río primero —dijo él, afilando sus garras en la

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rama—. Como el perro conoce mejor este territorio, tal vez debería hacer algo útil y

conducirnos hacia allí. De lo contrario no veo ninguna razón para tenerlo a largo del

camino.

El Lobo gruñó, tensando sus músculos, como si quisiera poder subir al árbol tras

el felino.

—Un día te atraparé en el suelo, gato —dijo a través de los dientes al

descubierto—. Y ni siquiera sabrás que estoy ahí hasta que te rompa la cabeza.

—Estás diciendo que, antes que los seres humanos hubo fuego, perro —

respondió Grimalkin, imperturbable.

—Tendrás que perdonarme si no me lo creo. —Y desapareció entre las hojas.

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Capítulo 10 Los Olvidados

Traducido por: Dama0scura

—Entonces, tengo curiosidad —anunció Puck, caminando a mi lado. Estábamos

siguiendo al Lobo a través del bosque que era más grande de lo que ninguno había

visto alguna vez: con árboles enormes tan altos que no se podía ver la parte superior de

las ramas, con troncos tan amplios que una docena de personas no sería suficiente para

rodear la base. Flores y hongos luminiscentes poblaban esta parte del bosque, pulsando

suavemente todos los colores del espectro. La tierra estaba cubierta con gran cantidad

de musgo esponjoso que brillaba de color verde y azul donde quiera que anduvieras,

dejando huellas que atraían libélulas fantasmales cerniéndose en las marcas. El lobo

andaba a paso lento, sostenido a través del bosque luminoso, deteniéndose en

ocasiones para mirar hacia atrás, con frecuencia con molestia en la mirada porque

estábamos tomando demasiado tiempo. Puck y yo nos arrastrábamos tenazmente tras

él, con Ariella siguiéndonos los pasos, moviéndose tan rápidamente como una sombra.

A pesar de garantizar que se encontraba bien, la preocupación por ella roía mis

entrañas. Después del encuentro en el sueño y la conversación tartamudeada e

incómoda, ella parecía distante y abstraída, más de lo usual. Con cada paso, parecía

más una sombra, más insustancial, hasta que temí que se estuviera desvaneciendo

como la niebla en el vacío. Traté de hablar con ella, pero aunque me sonrió y respondió

mis preguntas y me dijo que estaba bien, sus ojos parecían mirar justo a través de mí.

Tampoco podía sacarme a Meghan de la cabeza. Deseé haberle dicho lo que

estaba haciendo. Deseé haber dicho más, discutir más. Tal vez no tendría este vacío

doloroso en el pecho cuando pensaba en las palabras de despedida. ¿Ella ya lo había

superado, me había olvidado?

Desde su posición, tenía sentido lo que dijo, pero pensar en ella con alguien más

me hizo desear tener algo con qué luchar, matar, solo para poder olvidar. Entre

Meghan y Ariella, me sentía como si me estuviera dividendo en dos.

Así que realmente no estaba de humor para hablar con Puck cuando me

asechaba, surgiendo de la nada con una sonrisa leve en su cara, buscando problemas.

Sabía que no me iba a agradar la siguiente pregunta, pero aún me sorprendía cuando

me preguntaba.

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—¿Entonces, que dijo Meghan cuando vio a Ariella? —Lo miré severamente, y él

sonrió—. Vamos, chico hielo, no soy estúpido. Puedo juntar todas las piezas lo

suficientemente bien para darme cuenta de lo que sucede. ¿Qué dijo? —Cuando no

respondí, repentinamente se acercó a mí y agarró mi hombro, dándome la vuelta—.

¡Hey, estoy hablando en serio, príncipe!

Saqué mi espada en un instante para cortarle la cabeza cuando diera vuelta.

Puck ya había sacado su daga para bloquear y las dos hojas se encontraron en medio de

chirridos y chispas.

Puck me miró por entre las hojas cruzadas, sus ojos iban fuertes y fríos,

reflejando mi propia expresión. Las libélulas zumbaban alrededor de nosotros, y el

bosque arrojó extraños haces de luz sobre su frente, casi como pintura de guerra.

—Estás dudando, Ash. —dijo Puck suavemente, sus ojos brillaban como la

madera del bosque a su alrededor—. He visto cómo miraste a Ariella recientemente.

No sabes lo que quieres, y esa indecisión va a destruirte, y al resto de nosotros contigo.

—Te di la opción de irte —le dije deliberadamente ignorando su acusación—.

Nadie está reteniéndote aquí. Pudiste haber vuelto a Arcadia, Puck. Pudiste haberte ido

si querías…

—No. —Los ojos de Puck se estrecharon a solo una abertura verde, y habló con

los dientes apretados—. No voy a volver para explicarle a Meghan que te dejé aquí solo,

para decirle que no sé qué te pasó. Si vuelvo, será para decirle que te has ido para

siempre, o no volveré en absoluto.

—Ya veo —sonreí sin humor—. Quieres que falle. Si muero, entonces tú estarás

allí para Meghan. Tú esperas que nunca vuelva.

—¡Ash, Puck! —La voz de Ariella rompió nuestro empate mientras se

precipitaba, con el rostro en blanco y aterrada—. ¡Deténganse! ¿Qué es lo que están

haciendo?

—Está bien Ari —dijo Puck, sin retirar sus ojos de mi—. Chico hielo y yo solo

estamos teniendo una conversación, ¿no es verdad, príncipe? —Sostuve la postura por

un momento más, luego caminé hacia atrás, enfundando mi espada. Puck sonrió entre

dientes, pero la mirada de sus ojos me dijo que aún no se había terminado.

—Si ustedes dos ya han terminado —gruñó el Lobo, dándose la vuelta, su voz se

tensó con irritación—. Casi hemos llegado.

Muy adentro del Wyld profundo, el Río de los Sueños se había ampliado

volviéndose un extenso canal durmiente de agua color durazno oscuro el cual reflejaba

el cielo oscurecido.

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—No estaría de pie tan cerca del borde si fuera tú —le advirtió el Lobo a Puck,

quien estaba a punto de saltar sobre una piedra a lo largo de la superficie cristalina—.

Aun estamos muy cerca de las pesadillas del río, y no queremos que seas empujado por

algo malo. Odiaría tener que ir tras de ti otra vez.

Puck sonrió y lanzó la roca sobre la superficie que parecía un espejo. Conté cinco

saltos antes de que una enorme cosa escamosa estallara fuera del agua, convirtiendo la

piedra en un fino espray antes de sumergirse en las profundidades otra vez.

Nos alejamos del borde.

—¿Qué tan lejos estamos de las zarzas? —le pregunté a Ariella, quien estaba

sentada en una roca a varios centímetros de la orilla, luciendo exhausta. Grimalkin

estaba sentado al lado de ella, lamiéndose una pata delantera. El Lobo frunció el hocico

al gato pero no arremetió contra él, así que esperó retrocedido fingiendo que el otro no

existía.

—No estoy segura —dijo ella, mirando hacia el río como si estuviera en un

sueño—. Un largo camino, creo. Pero al menos no nos perderemos. Solo tenemos que

seguir el río…hasta el final.

—Desearía que tuviéramos un bote —murmuró Puck, arrojando otra roca

dentro de la corriente. Otro chapoteo y un destello de escamas surgieron de la

superficie, haciéndole hacer una mueca de dolor—. Por otra parte, tal vez no. Nuestro

último pequeño paseo no resultó tan bien, lo de la anguila gigante, las flechas y los

tritones sedientos de sangre. Supongo que estamos caminando al Fin del Mundo

después de todo, a menos que alguien más tenga una mejor idea.

El lobo se sentó, su oscura forma se delineaba con la luz de la luna, y miró hacia

el agua.

—Hay otro bote —dijo con voz solemne—. Lo he visto a veces. Un ferry, siempre

desocupado, siempre yendo en la misma dirección. Nunca parece detenerse, y las

pesadillas del río parecen inconscientes de su existencia.

—Mmm, hablas del ferry fantasma —dijo Grimalkin, preparándose a buscar—,

es una de las leyendas más comunes, creo. Hay un barco similar que persigue al Broken

Glass Sea, un buque hecho de los huesos de los hombres. O algo así. —Olfateó y

sacudió su cabeza—. De acuerdo a ciertas leyendas, el ferry fantasma siempre aparece

cuando es necesitado.

—Bueno, es necesitado aquí —dijo Puck, mirando de arriba abajo el río oscuro—.

Lo necesitamos, porque no quiero ir caminando por quien sabe cuánto tiempo hasta

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que alcancemos las zarzas o el Fin del Mundo o lo que sea. —Se llevó las manos a la

boca y bramó—. ¿Me escuchas, ferry? ¡Te necesitamos aquí! ¡Te necesitamos ya!

Grimalkin aplanó las orejas, y el cuello del lobo se elevó mientras me miraba.

—¿Cómo sobrevivió tanto tiempo sin algo que rasgara su garganta? —gruñó él.

—Créeme, me he preguntado lo mismo.

—El ferry vendrá a nosotros —dijo Ariella, causando que todo el mundo se diera

la vuelta y la mirara. Ella miró hacia el río con sus ojos vidriosos, distantes a un millón

de kilómetros de distancia—. Lo he visto. En mis visiones. Aparecerá cuando sea el

momento.

—¿Cuándo será eso? —preguntó.

—No sé. Pero no estará aquí. He visto un bote, y un largo, largo muelle. Es todo

lo que sé.

—Bueno… —Puck suspiró, agarrando otra piedra—. Supongo que estamos

buscando algún tipo de muelle. ¿Nadie sabe donde podemos encontrarlo?

No hubo respuesta a eso, y suspiró de nuevo.

—Supongo que seguiremos caminando.

El bosque al lado del río cambió de pronto, casi tan abruptamente como una

puerta abriéndose. Las luces se desvanecieron, y los árboles se retorcieron, deformando

versiones de sí mismos con las ramas crujiendo y gimiendo aunque no había viento.

Las estrellas desaparecieron, y el río se volvió aún más oscuro, reflejando nada más que

una luna roja y pálida, mirando entre las nubes como un ojo eyectado de sangre. Me

imaginé que aun estábamos en la parte del río de las pesadillas, y esperé que nada se

sacudiera fuera de aquellas oscuras aguas o de los árboles, los dos estaban demasiado

cerca para estar cómodos.

—No mires demasiado tiempo dentro del bosque, príncipe —gruñó el lobo,

mientras algo crujía en los arbustos del lado—. El contacto visual directo atraerá la

atención de las cosas que viven allí sobre ti. Y no son lindas, créeme.

—¿Quieres decir que son aun más terroríficas que tú? —Bromeó Puck, y el lobo

le dirigió una sonrisa misteriosa mostrando los dientes.

—Yo nací del miedo y las supersticiones de los humanos —gruñó el lobo,

sonando orgulloso de aquel hecho—. Sus historias, sus leyendas, me dan poder. Pero

estas son criaturas de las pesadillas humanas, puro terror absurdo y estridente. Ellos se

arrastran fuera del río y escapan en el bosque, y el bosque se retuerce y deforma

convirtiéndose en un paisaje de lo que los humanos temen más. Si quieres conocer

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111 JULIE KAGAWA FORO AD

algunas de esas criaturas, siéntete libre de atraer sus miradas. Solo trata de no perder la

cabeza cuando finalmente veas una.

Puck bufó.

—Por favor. ¿A quién crees que le estás hablando? Yo causé algunas de las

pesadillas humanas. Las he visto todas, lobo. No hay nada que me pueda asustar…

¡Whoa! —Puck saltó hacia atrás, casi tropezando con el mismo. Grimalkin siseó,

desapareció, y saqué mi espada. A la orilla del río, sosteniendo una caña en dos blancas

manos con dedos largos, una enorme criatura, con una melena salvaje se dio la vuelta

para mirarnos.

Lo miré. Era mágico, tenía que ser, pero nunca había visto nada como eso. No

tenía cuerpo, solo una enorme cabeza bulbosa cubierta con una melena blanca que

colgaba hasta sus rodillas. No, no eran rodillas… era rodilla. El gigante tenía un grueso

tronco como pierna que terminaba en deformes uñas amarillas agarrándose al piso

como una garra gigante. Dos largos brazos brotaban donde sus orejas deberían estar y

un par de enormes ojos desiguales bajaron la mirada con indiferente curiosidad.

Me tensé, listo para atacar si el gigante arremetía contra nosotros. La pierna, una

vez fuera, haría más fácil derribar esta enorme criatura. Pero el gigante solo parpadeó

hacia nosotros de forma soñolienta, luego se dio la vuelta para mirar una vez más hacia

el río, cuando el cordel de su caña de pescar encontró el agua.

El lobo jadeó, sonriéndole a Puck, quien se puso de pie de un salto, sacudiendo

furiosamente el barro de sus pantalones. Ariella se puso de pie junto a mí, olvidando su

apatía mientras mirábamos la extraña criatura que continuaba pescando como si nada

estuviera pasando.

—¿Qué es eso? —susurró ella, agarrando mi brazo—. Nunca he visto una

criatura como esta. ¿Es algún tipo de pesadilla humana?

—No es una pesadilla —dijo el lobo, sentándose para observarnos—. Es una

criatura mágica, como tú, pero no tiene nombre. Al menos, ninguno que alguien pueda

recordar.

—No creo que exista un nombre todavía —dijo Grimalkin, reapareciendo sobre

un pedazo de madera, su cola esponjada aun doblaba su tamaño. Levantó la mirada

hacia el gigante abstraído y olfateo—. Podría ser el último de su especie.

—Bueno, peligroso o no, tal vez pueda ayudarnos. —dijo Puck, llegando al final

de la pierna en forma de árbol del gigante—. ¡Oye, chaparro! ¡Si, tú! —Gritó mientras la

enorme cabeza del gigante se daba vuelta para mirarlo—. ¿Puedes entenderme?

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El lobo parpadeó hacia Puck, atónito, y Ariella se apretó un poco más cerca de

mí. Podía sentir sus suaves dedos agarrando mi brazo, y casualmente acercándose a la

empuñadura de mi espada.

—Yo no estaría tan cerca de la mitad de su pierna, Goodfellow —le advertí.

—Me conmueve que te importe, príncipe —respondió Puck, dando algunos

pasos hacia atrás para encontrar la mirada del gigante, estirando el cuello hacia

arriba—. Hola allí arriba —saludó él, moviendo su mano alegremente—. No queremos

entrometernos, ¿Pero podrías ser tan amable de contestar algunas preguntas? —

Parpadeó mientras el gigante continuaba mirando—. Eh, para decir sí muévete una vez,

para decir no dos veces. —La criatura se movió, y me tensé, listo para atacarlo si

trataba de pisotear a Puck como a una irritante cucaracha. Pero el gigante simplemente

sacó su caña del río y se dio la vuelta para enfrentar a Puck en ángulo recto.

—¿Qué… quieres? —preguntó, muy lentamente, como si estuviera recordando

cómo hablar. Las cejas de Puck se dispararon hacia arriba.

—Oh, oye, puedes hablar, después de todo. Excelente. —Él se volvió para

sonreírme, y le devolví la mirada sin alegría—. Solo nos estábamos preguntando —

continuó Puck, dándole al gigante su mejor sonrisa encantadora—. ¿Qué tan lejos está

el Fin del Mundo? Solo es curiosidad. ¿Lo sabes? Pareces ser de por acá, ¿has estado

aquí por algún tiempo? ¿Qué crees?

—Yo… no lo recuerdo —dijo el gigante, frunciendo el ceño como si tal

pensamiento le doliera—. Lo siento. No lo recuerdo.

—No vas a obtener nada útil de él, Goodfellow —gruñó el lobo, poniéndose de

pie—. Ni siquiera recuerda por qué está aquí.

—Yo…estaba buscando algo —meditó el gigante con los grandes ojos

cristalizándose—. En… el río, creo. Olvidé que era, pero…lo sabré cuando lo vea.

—Oh —Puck pareció decepcionado, pero solo por un momento—. ¿Bueno, que

tal un bote, entonces? —él continuó, impávido—. Si has estado aquí por un tiempo,

debes haber visto un bote flotando por el río una o dos veces.

El lobo sacudió la cabeza y recorrió sigilosamente la orilla del río, obviamente

harto de la conversación. Pero el gigante frunció el ceño, sus enormes cejas se unieron,

y asintió pensativamente.

—Un bote. Sí… recuerdo un bote. Siempre yendo en la misma dirección. —

Señaló con un dedo pálido en dirección a donde nos dirigíamos—. Por ahí. Hace una

parada, solo una, en el muelle al borde del río.

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Levante la mirada bruscamente.

—¿Dónde?

El surco de las cejas del gigante se profundizo.

—¿Una ciudad? ¿Un asentamiento? Creo que recuerdo…casas. Otros…como yo.

Gran cantidad de niebla… —parpadeó y se encogió de hombros, lo que pareció extraño

ya que no tenía hombros—. No lo recuerdo. —Con un último parpadeo, se alejó, como

si olvidara que estábamos ahí, y nada de la continua insistencia de puck parecía

funcionar.

—¿Sabes algo sobre esa ciudad? —le pregunté a Grimalkin mientras

continuábamos caminando por la orilla del río. Mucho más adelante, el Lobo se detuvo

una vez más y miró hacia atrás molesto. Le habría preguntado, pero parecía listo para

descabezar a cualquiera.

—Solo conozco leyendas, príncipe —Grimalkin se abrió paso por el suelo,

evitando los charcos y remilgando su camino por entre el barro—. Yo mismo nunca he

estado en tan renombrado lugar, pero hay historias muy antiguas sobre un lugar en el

Wyld profundo donde la magia muere.

Miré al gato.

—¿Qué quieres decir?

Grimalkin suspiró.

—Entre otras cosas, el lugar es conocido como Phaed. No te molestes

diciéndome que nunca has escuchado de él. Ya sé que no. Es un lugar para aquellos

que nadie recordará nunca más. Justo como las historias, las creencias y la imaginación

nos hace fuertes, la falta de ello nos mata lentamente, incluso aquellos en Nuncajamás,

hasta que no queda nada. ¿Ese gigante que vimos? Es uno de ellos, los Olvidados,

ciñéndose a la existencia por el terror de aquellos que aún lo recuerdan. Solo es

cuestión de tiempo antes de que él simplemente ya no esté.

Me estremecí, incluso Puck parecía serio. En lo más profundo, aquello era algo a

lo que todos le temíamos, ser olvidados, desvanecernos en la nada porque nadie

recordaba nuestras historias o nuestros nombres.

—No te pongas tan serio —dijo Grimalkin, saltando sobre un charco, posándose

sobre una roca para mirarnos—. Este es el inevitable fin de todas las criaturas mágicas.

Eventualmente todos debemos desvanecernos. Incluso tú, Goodfellow. Incluso el

grandioso y poderoso Lobo. ¿Por qué crees que deseó acompañarte, príncipe? —

Grimalkin arrugó la nariz rizando los bigotes hacia mí—. Así su historia continuará. De

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esta forma se esparcirá por los corazones y mentes de aquellos que lo recordarán. Pero

todo lo que hace es retrasarlo. Tarde o temprano, todos terminaran en el Phaed.

Excepto los gatos, por supuesto. —Olfateando, se inclinó hacia abajo y trotó a lo largo

de la orilla del río con la cola levantada.

Una niebla irregular empezó a enroscarse a lo largo del suelo, saliendo del agua

arrastrándose a través de los árboles. Pronto fue tan espesa que era difícil ver a más de

unos cuantos centímetros de distancia, el río, los árboles, el horizonte distante

completamente oscurecido por el manto blanco.

De repente apareció el lobo, saliendo de la niebla, como una sombra

silenciosamente mortal.

—Hay luces allá adelante —gruñó él, la piel a lo largo de sus hombros y cuello

se erizaron como una cama de púas—. Parece una ciudad, pero hay algo raro en ello.

No tiene olor, no huele. Hay cosas moviéndose hacia adelante, y oí voces a través de la

niebla, pero no puedo oler nada. Es como si no hubiera nada allí.

—Ese es el problema con los perros —suspiró Grimalkin, casi invisible en la

niebla enrollada—. Siempre confiando en lo que sus narices les dicen. Tal vez deberías

prestar atención a tus otros sentidos, también.

El lobo hizo una mueca mostrando los dientes.

—He recorrido de arriba abajo estas orillas más tiempo del que recuerdo. Nunca

hubo una ciudad acá. Solo niebla. ¿Por qué habría una ahora?

—Tal vez aparece cuando el ferry también lo hace —dijo Grimalkin

tranquilamente, observando entre la niebla—. Tal vez solo aparece cuando es

necesitada. O tal vez… —él me miró a mí y a Ariella—. …solo aquellos que han muerto

o están a punto de morir pueden encontrar el camino hacia Phaed.

La orilla se convirtió en un camino fangoso, el cual seguimos hasta que oscuras

formas empezaron a aparecer a través de la niebla, eran siluetas de casas y árboles.

Mientras nos acercábamos, la ciudad de Phaed aparecía ante nosotros, la trayectoria era

de corte recto por el centro. Casuchas de madera sobre pilotes en el pantanoso suelo,

inclinándose peligrosamente hacia un lado como si estuvieran ebrios. Casuchas grises

cansadas se desplomaban o se apilaban unas a otras como cajas de cartón a punto de

caer o colapsar con una buena patada. Todo se hundía, caía, crujía o estaba tan

desvanecido que era imposible decir el color original.

La calle estaba llena de basura, un variado surtido de cosas que parecía como si

hubieran sido arrojadas y nunca más recogidas. Una caña de pescar, con el esqueleto de

un pez al final del hilo, yaciendo en la mitad del camino, causando que el lobo crispara

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su labio y la piel alrededor de esta. Un caballete con la pintura a medio terminar se

podría en un charco de agua estancada, la pintura caía dentro del agua como sangre.

Libros estaban dispersos por todos lados, canciones de cuna con enormes tonos que

parecían completamente antiguos.

Aquí la niebla también era más espesa, amortiguando todos los sonidos. Nada

parecía moverse, o siquiera respirar.

—Lindo lugar —murmuró Puck mientras pasábamos una antigua mecedora,

crujiendo en el viento—. Realmente acogedor. Me pregunto dónde está todo el mundo.

—Ellos van y vienen —dijo la mecedora detrás de nosotros. Todos corrimos y

dimos vueltas. Una criatura extraña con ojos blancos nos miró en un lugar donde no

había habido nada antes.

Como con el gigante, no reconocí a esta criatura. Tenía el cuerpo de una mujer

anciana, pero sus manos tenían uñas de ave retorcidas y sus pies terminaban en cascos.

Plumas sobresalían de su cabello gris y bajaban sobre la piel de sus brazos, también vi

diminutos cuernos enrollándose desde su frente. Me miró con una expresión cansada y

aburrida, mientras respiraba profundamente y observaba lentamente mi arma.

—Recién llegados. No he visto un rostro nuevo en la ciudad desde…

pensándolo bien, nunca he visto un rostro nuevo. —Se detuvo un momento,

mirándonos, luego se animó—. Si ustedes son nuevos, tal vez han visto esto. ¿Lo han

visto, por casualidad?

Fruncí el ceño.

—¿Esto?

—Sí. Esto.

Sentí algo extraño en el aire alrededor de ella, una sensación leve arrastrando,

como agua siendo succionada a través de un sorbete.

—Esto… ¿Qué? —Pregunté con precaución, enfrentando a la antigua criatura

mágica una vez más—. ¿Qué estas buscando?

—No lo sé —suspiró ella pesadamente, pareciendo como si redujera su propio

tamaño—. No lo recuerdo. Solo sé que lo perdí. ¿No lo has visto, verdad?

—No —le dije firmemente—. No lo he visto.

—Oh —la criatura antigua suspiro otra vez, encogiéndose un poco más—. ¿Estás

seguro? Pensé que tal vez tú podrías haberlo visto.

—Ni modo —rompió Puck, antes de que la conversación fuera en otra dirección.

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—Tú eres muy brillante —susurró ella—. Todos ustedes son tan brillantes.

Como pequeños soles, así son. —Puck y yo compartimos una mirada, y comenzamos a

retroceder—. Oh, no se vayan —declaró la criatura mágica, extendiendo una garra

marchita—. Quédense. Quédense y hablemos un poco. A veces hace mucho frío.

Mucho… frío… —Ella tembló y como si la niebla disolviera la luz del sol, se desvaneció.

Una mecedora vacía, un crujiendo de atrás hacia adelante, fue la única cosa que dejó.

Puck se estremeció extravagantemente y se frotó los brazos.

—Bien, probablemente esta es la cosa más espeluznante que he visto en mucho

tiempo —dijo con forzada alegría—. ¿Quién más quiere buscar este bote y darle el

esquinazo a este infierno?

—Vamos —gruñó el Lobo, ansioso por irse también—. Puedo oler el río. Por

aquí. —Sin esperar una respuesta, dio la vuelta y caminó suavemente por la calle.

Busqué a Grimalkin, poco sorprendido de encontrar que también se había

desvanecido. Espero que eso no signifique que habrá problemas pronto.

—¿Qué crees que estaba buscando? —le pregunté a Ariella mientras

continuábamos a través del silencioso lugar, siguiendo la silueta enorme del Lobo a

través de la niebla—. La criatura en la orilla del río estaba buscando algo, también. ¿Me

pregunto que habrán perdido que es tan importante?

Ariella se estremeció, con una expresión embrujada.

—Sus nombres —dijo lentamente—. Creo… que estaban buscando sus nombres.

—Ella se quedó quieta por un momento, sus ojos distantes y tristes. Sentí una punzada

de alarma ante su repentino parecido con la criatura mágica de la mecedora—. Pude

sentir el vacío en mi interior. —Ariella continuó casi en un susurro—, los lugares vacíos

que los consumieron. Son como un agujero, un lugar vacío donde esperarías ser algo.

Esa criatura en la mecedora… casi se estaba yendo. Creo que fue tu magia y la de Puck

lo que la trajo de vuelta, aunque solo fuera por un momento.

Algunas figuras empezaron a aparecer en medio de la niebla, extrañas criaturas

poco familiares con la misma expresión muerta en los ojos y rostros vacíos. Tropezaron

a través del lugar aturdidas, como sonámbulos, poco consientes de su entorno. A veces

daban la vuelta y nos miraban con ojos blancos y desinteresada curiosidad, pero

ninguno hizo algún esfuerzo por acercarse.

Un fuerte ruido rompió el silencio ahogado, y una pelea en la parte de delante

de la niebla me hizo sacar la espada y apresurarme. El lobo se quedó quieto con los

dientes descubiertos y el pelo erizado por una figura con diminutas manos creciendo

por todos lados de su cuerpo. Los brazos de la criatura, al igual que sus docenas de

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manos, se elevaron para protegerse, y se encogió de nuevo mientras el lobo le enseñaba

los dientes e iba por su garganta.

Me lancé hacia adelante, golpeando mi hombro contra la cabeza del lobo,

haciéndolo a un lado con un grito furioso. Se dio la vuelta hacia mí gruñendo, y

repentinamente Puck estuvo ahí, sacando sus dagas, poniéndose a mi lado. Juntos,

formamos un muro entre el lobo y su presunta víctima, quien se escabulló en sus

múltiples manos y se desvaneció bajo un edificio.

El lobo nos miró, con los ojos ardiendo y el pelo en su espina dorsal erizado.

—Muévanse —gruñó, entrecerrando los ojos—. Voy a encontrar a esa cosa y

arrancarle la cabeza. Apártense de mi camino.

—Cálmate —ordené, manteniendo mi espada entre el lobo enojado y yo—.

Ataca a uno de ellos y todo el lugar podría ir tras nosotros. Ya se ha ido, así que no

puedes hacer nada al respecto.

—Los mataré a todos —gruñó el lobo, su voz fue peligrosamente suave—. Le

quitaré la cabeza a cada uno de ellos en girones sangrientos. Este lugar no es natural.

¿No puedes sentirlo? Es como un animal muerto, arañando contra nosotros.

Deberíamos matarlos a todos ahora.

—Yo te aconsejaría no hacer eso —dijo Grimalkin, apareciendo de ninguna parte.

Entrecerró los ojos hacia el lobo, quien le devolvió una mirada asesina—. Te

sorprendería la cantidad de Olvidados que existen en este mundo —continuó el gato—.

Más de lo que puedes imaginar, te lo aseguro. Y emociones fuertes como la ira y el

miedo solamente los atraerán como hormigas a la miel. Así que trata de mantener tus

dientes dentro de tu mandíbula sin arrancarle la cabeza a alguien. En realidad

podríamos salir de aquí.

El resplandor siniestro del lobo cambio entre Grimalkin y yo antes de que se

alejara con un gruñido, casqueando hacia el aire. Mientras lo hacía, vi que el pelaje de

su espalda y hombros, normalmente de tono negro, estaba veteado de gris, pero luego

se sacudió y el color desapareció de vista.

—Caray, este lugar está poniendo aún más nervioso al hombre lobo —me dijo

Puck en tono bajo, viendo el ritmo de ida y vuelta del Lobo, gruñendo. Más allá de él,

una multitud estaba reuniéndose lentamente, curiosos rostros emergieron de la niebla

con sus ojos blancos fijándose en nosotros—. Encontremos ese bote y salgamos de aquí

antes de que él comience a derribar los muros.

Seguimos la fangosa calle hasta que, al fin, alcanzamos la orilla del Río de los

Sueños, todavía envuelto en aguas blancas y oscuras lamiendo suavemente el barro.

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Un muelle de madera se extendía hasta perderse en la niebla, pero nada se movió fuera

del río o a través de la niebla. Todo estaba excesivamente tranquilo y quieto.

—Bien, aquí está el muelle —dijo Puck, bizqueando mientras miraba a través de

la niebla—. Pero no veo un bote. ¿Tal vez debemos comprar un ticket?

—No encontrarán lo que buscan quedándose aquí de pie —dijo una voz suave

detrás de nosotros.

Me di la vuelta, más lentamente esta vez, rehusándome a saltar sobre cada

criatura que apareciera de la nada. Pero aun así saque mi espada, y puse una mano en

el hombro del lobo para evitar que se diera la vuelta y mordiera la cabeza del hablante.

Al comienzo, no vi a nadie detrás de nosotros. Parecía como si la voz viniera de

nadie, aunque había una sombra larga y delicada en el piso que parecía atada a nada.

—Muéstrate —gruñó el Lobo, rizando de nuevo su labio—. Antes de que pierda

el genio y comience a arrancarte las tripas, seas invisible o no, puedo olerte lo suficiente,

así que puedes parar de esconderte ahora.

—Oh, mis disculpas —dijo otra vez la voz, justo en frente de nosotros—. Sigo

olvidando… —y, una alta figura imposiblemente delgada apareció de ningún lado, de

pie de perfil para que pudiéramos verlo. Era tan delgado como un papel, como la orilla

de una espada, únicamente visible de lado. Incluso de perfil él seguía siendo delgado y

fuerte, con piel gris y traje de negocios. Sus dedos eran largos como arañas, los movió

en forma de saludo, asegurándose de que lo pudiéramos ver—. ¿Mejor? —preguntó él,

sonriendo para mostrar finos dientes puntiagudos en la boca sin labios. Un nombre

parpadeó a través de mi mente, manteniéndose fuera de mi alcance, antes de que se

esfumara—. Yo soy el vigilante de este lugar, el alcalde, si así lo desean —continuó el

hombre delgado, mirándonos desde la esquina de sus ojos—. Normalmente, estoy aquí

para dar la bienvenida a los visitantes y desearles una estadía larga y pacífica mientras

esperan el fin. Pero ustedes… —sus ojos se entrecerraron y se tocó el extremo de los

dedos—. No son como el resto de nosotros. Sus nombres no han sido olvidados. No

estoy seguro de cómo encontraron este lugar, pero no importa. Ustedes no pertenecen

aquí. Tienen que irse.

—Lo haremos —le dije mientras los gruñidos del lobo se hacían más altos y más

amenazantes—. Solo estamos esperando el ferry. Cuando venga, estaremos fuera de tu

camino.

El hombre delgado unió sus dedos.

—El ferry no se detiene aquí muy a menudo. La mayoría de los ciudadanos de

Phaed ni siquiera son consientes de su existencia. Pero una vez a la luz de la luna azul,

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119 JULIE KAGAWA FORO AD

alguien se cansa de buscar algo que claramente no está aquí. Toman la decisión de que

lo que están buscando está más allá de Phaed, más allá del río, y se embarcan en un

viaje para encontrar lo que han perdido. Solo entonces el ferry aparece al final del

muelle. —Señaló con un largo dedo hacia el muelle que se desvaneció en la niebla—. El

ferry va en una sola dirección, y cuando regresa de donde ha estado, siempre está vacío.

Nadie sabe qué les pasa a los pasajeros que suben a bordo del barco, pero nunca

regresan a Phaed. Es como si desaparecieran en el borde de la tierra.

—Está bien —le dije, ignorando la mirada fingida espeluznante que Puck me

estaba dando—. Tampoco planeamos volver. ¿Cuándo aparece el ferry?

El hombre delgado se encogió de hombros.

—Usualmente un día o dos después de que la decisión de irse ha sido tomada. Si

realmente quieren esperarlo, sugiero que encuentren ustedes mismos un lugar donde

estar hasta entonces. La posada Wayside es una buena opción. Solo sigan la orilla hasta

que la vean. Realmente no pueden perderse.

Y con eso, se dio la vuelta, convirtiéndose en una línea recta casi invisible, y

desapareció.

Ariella suspiró, acercándose a mí. Sentí su hombro tocando el mío y resistí la

urgencia de poner mis brazos alrededor de ella.

—Parece que estaremos aquí por más tiempo, después de todo.

—Solo el tiempo que el ferry se demore en llegar. —Pude sentir ojos en la niebla

y sombras a mi alrededor y una atracción extraña tiró de mis entrañas—. Vamos.

Encontremos esa posada y salgamos de la calle.

Como prometió el hombre delgado, no fue difícil encontrar la posada, un

estructura grande de dos pisos apilados que se inclinaba sobre el agua como si fuera a

caerse al río en cualquier momento. No era de extrañar que estuviera vacío mientras

caminábamos a través de la puerta hacia un vestíbulo oscuro y tenebroso, la niebla

siempre presente a lo largo del suelo y las mesas dispersas.

—Huh —La voz de Puck hizo eco contra los muros mientras nos aventurábamos

cuidadosamente en el interior. Sus botas crujieron horriblemente contra el piso de

madera mientras daba círculos en la habitación—. Holaaaaaaa, ¿servicio al cuarto?

¿Botones? ¿Puede alguien llevar mi equipaje a mi habitación? Supongo que esta posada

es de autoservicio.

—Los cuartos están en el segundo piso —susurró una voz, y una anciana mujer

se deslizó desde el techo hacia abajo. Tenía más telarañas que cualquier cosa,

deshilachándose en los bordes, aunque los ojos en su rostro despejado eran agudos y

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negros—. ¿Cinco invitados? Bien, bien. Cada uno puede escoger una. Excepto él… —

señaló hacia el Lobo, quien retrajo un labio hacia ella—. Él puede tomar el cuarto

grande al final del pasillo.

—Está bien —le dije, en secreto aliviado por la oportunidad de descansar. Sea

porque estaba sintiendo los efectos de veneno del hobyah o porque mi cuerpo

simplemente estaba reaccionando ante el esfuerzo de mantener a todos vivos, estaba

cansado, más cansado de lo que había estado en mucho tiempo. Sabía que los demás

también lo sentían. Ariella parecía exhausta, y Grimalkin había caído dormido en sus

brazos, su nariz estaba enterrada bajo su cola. Incluso Puck parecía agotado bajo su

constante energía, y el Lobo no parecía tan alerta como normalmente estaba, aunque su

temperamento estaba definitivamente acabado.

En el segundo piso, los cuartos eran pequeños, cada uno contenía una mesa y

una cama sencilla bajo una diminuta ventana redonda. Mirando hacia afuera, vi el Río

de los Sueños extendiéndose debajo de mí, y el solitario muelle a la distancia, casi

tragado por la niebla.

Por solo un momento, no pude recordar porque quería ir al muelle, aunque

sabía que era importante. Sacudiendo mi cabeza mientras los recuerdos regresaban, me

senté sobre el colchón delgado, restregando mis ojos. Cansado. Solo estaba cansado.

Tan pronto como el ferry llegue, podremos abandonar este lugar, y continuar hasta el

Fin del Mundo. Y luego los Campos de Prueba, donde finalmente alcanzaría el final de

mi búsqueda. Y entonces mi destino seria decidido. Volvería con Meghan como

humano con alma, o no regresaría. Así de simple.

Recostándome, puse un brazo sobre mi rostro, y todo se desvaneció.

Estaba arrodillado en un campo de nieve de sangre, innumerables cuerpos de

feys de Invierno y Verano me rodeaban.

Yo estaba de pie detrás de la reina Mab con mi espada clavada profundamente

en su pecho, sus ojos oscurecidos llenos de conmoción.

Estaba sentado en un trono de hielo con mi reina al lado, una hermosa fey con

largo cabello color plata y ojos con la luz de las estrellas.

Estaba de pie en el campo de batalla una vez más, viendo a mi ejercito siendo

desgarrado por las fuerzas enemigas, sintiendo una alegría salvaje mientras los mataba,

mutilaba y destruía sin piedad. La oscuridad dentro de mí revelada en la sangre, bebió

el dolor, y se diseminó tanto como pudo. Pero no importaba cuánto dolor sintiera, el

vacío se lo tragaba, demandando más, siempre más. Estaba en un agujero oscuro de la

muerte, necesitado de matar, necesitado de llenar la terrible nada que existía dentro.

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Me había convertido en un demonio, desalmado y sin piedad, y ni siquiera la presencia

de Ariella podía saciar el desespero que me conducía a masacrar todo lo que alguna

vez me había importado. Solo una cosa me detendría, y cada muerte, cada vida que

destruía, me llevaba mucho más cerca de eso. Ella vino por mí al final, como sabía que

lo haría. Tenía la certeza de que sería ella. La terrible Reina de Hierro, con sus ojos

llenos de furia y dolor, estaba frente a mí a través de los campos de Nuncajamás. Los

días en los que me rogaba, trataba de razonar conmigo, se habían ido. No recordaba

por qué quería verla; ni siquiera recordaba mi propio nombre. Pero sabía que ella era la

razón de mi estado de vacío. Ella era la razón de todo. Se había vuelto más fuerte

durante los años de guerra, infinitamente más poderosa, una verdadera Reina Fey. Yo

había matado muchos de sus súbditos, muchas criaturas mágicas habían muerto por

mis manos, pero fue la muerte del bufón de la Corte de Verano lo que finalmente la

puso al borde. Nos miramos el uno al otro, la Reina de Hierro y el Rey Unseelie,

mientras el viento frio aullaba a nuestro alrededor, supe que cualquier sentimiento que

alguna vez hubiésemos sentido el uno por el otro no importaba ahora. Habíamos

escogido nuestros caminos, y ahora, de una u otra manera, esta guerra iba a terminar.

Hoy, uno de nosotros moriría.

La Reina de Hierro levantó su espada, la enfermiza luz brillaba por los bordes de

la hoja de acero mientras la magia de hierro se acampanaba a su alrededor, como un

remolino de poder mortal. Vi sus labios moverse, había un nombre en ellos, tal vez el

mío y no sentí nada. Mi magia se elevó para encontrar la suya, fríos y peligrosos,

nuestros poderes se estrellaron uno contra otro con un rugido de dragón.

Destellos de imágenes, como fragmentos de espejos rotos, cayendo en la tierra.

hierro y hielo, chocando uno contra otro. Rabia y odio, girando en forma de colores

crueles y feos a nuestro alrededor. Magia, dolor y sangre.

Yo mismo, fallando deliberadamente al detener el golpe que me mataría. La

punta de un sable, perforando mi pecho…

Parpadeé, y el mundo desaceleró. Yacía sobre mi espalda, con un latido sordo a

los alrededores de mi corazón, frío, adormecido e incapaz de mover mi cuerpo. Sobre

mí, la cara de la Reina de Hierro llenaba mi visión, fuerte y hermosa, aunque su rostro

estaba lleno de lágrimas. Se arrodilló, alisando el cabello de mi frente, sus dedos

trazaban una línea de calor en mi piel.

Parpadeé una vez más, y solo por un momento, yo era el único arrodillado en la

suciedad, sosteniendo el cuerpo de la reina en mi pecho, gritando al viento.

Sus dedos se detuvieron en mi mejilla, y levanté la mirada hacia ella, con la

visión volviéndose borrosa y oscura. Una lágrima salpicó mi piel y en ese instante, mi

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antiguo yo lamentó todo; todo lo que nos había traído aquí, todo lo que había hecho.

Traté de hablar, de rogar perdón, de decirle que no me recordara así, pero mi voz falló

y no pude forzar las palabras.

De la esquina de mi ojo, sentí otra presencia, observándonos desde las sombras.

Parecía terriblemente invasivo, hasta que me di cuenta de que no pertenecía aquí, que

de alguna manera estaba separada de esta realidad.

Meghan se agachó, y aunque no podía escucharla, vi sus labios murmurar:

—Adiós, Ash.

Entonces aquellos labios tocaron mi frente y la oscuridad me ahogó.

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Capítulo 11 El Ferry

Traducido por: Rodonithe

―Príncipe.

Gemí.

―Príncipe. ―Algo palmeó mi barbilla―. Despierta. ―Moviéndome en el

colchón, me esforcé por abrir los ojos. Había un sólido peso sentado sobre mi pecho,

pero el cansancio estaba haciendo mis párpados pesados e incómodos. Estaba cansado,

quería hundirme en el olvido, a pesar de los sueños perturbadores que me esperaban―.

Hmm. Para un bien entrenado, y algo paranoico guerrero, ciertamente eres difícil de

despertar. Muy bien. ―El peso de mi pecho desapareció, para mi gran alivio, y oí un

ruido sordo mientras caía al piso y se alejaba―. Vamos a tener que recurrir a medidas

más drásticas.

Justo cuando me estaba preguntando qué "medidas drásticas" eran, un golpeteo

de pisadas se escabulleron hacia la cama. Hubo una breve pausa y luego... un sólido

peso aterrizó exactamente en mi estómago.

―¡Uf! ―Giré en posición vertical con un suspiro, el aliento saliendo de mis

pulmones al exhalar dolorosamente, cruel. Desperté al instante, me agarré las costillas

y fulminé con la mirada a Grimalkin, sentado en la cama con una expresión de

suficiencia y felicidad en su rostro―. Muy bien. ―Me solté, respirando lentamente

para disipar las náuseas―, tienes toda mi atención. ¿Qué quieres, gato?

―Ah ―susurró, como si nada hubiera pasado―. Ahí estas. Estaba empezando a

pensar que habías muerto en tu sueño. ―Estaba moviendo la cola―. Estamos en

problemas. El bote está aquí, y no puedo despertar a nadie.

―¿Bote?

El gato giró los ojos.

―Sí. Bote. ¿El ferry por el que estás tan ansioso para que te lleve al Fin del

Mundo? ¿De casualidad te golpeaste accidentalmente la cabeza antes de que te

despertara? ―Me miró, repentinamente serio―. Algo extraño está pasando,

príncipe ―murmuró―. No puedo despertar a los otros, y no es normal que te olvides

de algo tan importante. ¿Cómo te sientes?

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Me pareció extraño el suceso de Grimalkin preguntando por mi salud, pero

después de un momento frunció el ceño.

―Cansado ―admití―. Casi agotado.

Grimalkin asintió.

―Pienso lo mismo. Algo acerca de este lugar está desviando tu fuerza, tu

glamour, incluso tus recuerdos. ―Él parpadeó y se sacudió―. Incluso estoy

encontrando difícil mantener los ojos abiertos. Ven. ―Volviéndose de pronto, saltó de

la cama―. Tenemos que despertar a los demás. Si no llegamos al ferry a tiempo, se irá,

y estarán atrapados aquí para siempre.

Fruncí el ceño, viendo como el cuarto giraba a mí alrededor. Froté mis ojos,

empecé a seguir Grimalkin, pero un leve ruido fuera de la ventana me hizo detenerme.

Apoyándome contra la pared, miré a través del vidrio y respiré lentamente.

El hotel estaba rodeado por los Olvidados. Los ojos vacíos, desvanecidos y

muertos, estaban por el camino lodoso, hombro con hombro, mirando hacia mí con la

boca abierta, floja. ¿Cuánto tiempo estaban allí, absorbiendo nuestro glamour, nuestros

recuerdos? ¿Cuánto tiempo teníamos antes de convertirnos igual que ellos, vacíos y

huecos, con agujeros negros dibujándose en cada pedacito de vida?

Me encontré detrás de la ventana y en la sala, donde Grimalkin me esperaba,

azotando su cola.

―Date prisa ―dijo entre dientes, y corrió a la habitación de al lado. Sacudí las

telarañas de mi cabeza y lo seguí.

Una chica yacía en la cama, removiéndose y gimiendo como si estuviera en

medio de una pesadilla, con el pelo largo plateado extendiéndose sobre la almohada.

Por un latido de corazón, no podía recordar su nombre, aunque yo sabía que era

importante para mí. La preocupación y protección repentina que sentí cuando la vi

resultó ser cierto.

―Ve con ella ―dijo Grimalkin, retrocediendo―. Despiértala. Voy a tratar de

despertar a Goodfellow, una vez más. Tal vez se despierte, si aplico las uñas en una

importante zona estratégica. Después puedes hacer frente al perro. Ciertamente no

participaré en ese esfuerzo. ―Arrugó la nariz y salió de la habitación.

Me arrodillé junto a la cama.

—Ari ―dije, agarrando sus delicados hombros y agitándola suavemente―.

Despierta. Tenemos que irnos ahora.

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Ariella se empujó lejos de mí, alzando las manos en el sueño como si fuera hacia

alguien.

―No, Ash... no ―susurró―. No... Por favor, no.

―¡Ari! ―La sacudí más fuerte, empujando su delgada figura, pero ella sólo

gemía y se hundía más profundamente en el sueño. Por último, la levanté, tomándola

en mis brazos.

Ella era tan ligera, al igual que las ramas unidas por tejido ralo. Abrazándola

contra mi pecho, me salí de la habitación.

Grimalkin me esperaba en la puerta, seguido de un somnoliento Puck

rascándose la parte posterior de la cabeza. Él me dio un guiño dormido a nuestro paso.

Juntos, nos aventuramos en la última habitación del pasillo, donde la gran forma del

Lobo estaba acurrucada en un rincón, sus sonoros gruñidos haciendo vibrar las paredes.

―Está bien ―dijo Puck, apoyado en la marco de la puerta, luciendo como si

estuviera luchando por mantenerse de pie―. Estoy de acuerdo en que tenemos que

salir de aquí ahora, pero… ¿quién quiere despertar al perrito?

Asentí hacia un rincón.

―Hay una escoba. Tengo a Ariella. Creo que debes encargarte del Lobo.

―Mmm, está bien, chico hielo. Soy un poco parcial para que no me arranquen la

cabeza de una mordida.

―Goodfellow ―escupió Grimalkin, justo antes de desaparecer―. ¡Por encima

de ti!

Giré, todavía sujetando a Ariella, mientras un Olvidado cayó desde el techo, la

dueña de antes, sólo que ahora sus ojos eran de un blanco cristalino, su boca como un

agujero abierto mientras se abalanzaba hacia Puck.

Los ojos del Lobo se abrieron de golpe. Sin previo aviso, se puso en pie con un

rugido y se lanzó a través de la puerta de entrada, sus enormes mandíbulas sujetando a

la larguirucha Olvidada. La fey se lamentó y disolvió como la niebla en la brisa, y el

Lobo movió la cabeza, volviéndose para mirarnos.

―Es imposible dormir con ustedes dos alrededor ―gruñó, mostrando los

dientes―. Ahora, ¿nos vamos, o ustedes dos se van a quedar ahí ladrándose uno al otro

toda la noche?

Los Olvidados estaban subiendo por las escaleras como zombies,

enfrentándonos con caras distantes y bocas abiertas. Puck y el lobo se encontraron uno

al lado del otro, dientes y dagas volaron en la penumbra, cortando un camino a la

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salida. Ariella suspiró y murmuró en mis brazos y la abracé más fuerte, determinado a

que los Olvidados no pudieran tocarla.

Atravesamos la puerta de la posada y nos detuvimos, viendo a la inmensa

multitud de Olvidados que rodeaban el edificio. Un Olvidado me devolvió la mirada,

en silencio y con la boca inmóvil, entreabierta, como un pescado recién sacado del agua.

El Lobo gruñó y se abalanzó hacia delante, rompiendo el aire, y los Olvidados se

echaron hacia atrás, sin ofrecer resistencia. Pero estaban tan hambrientos de glamour,

recuerdos y la emoción y la vida, que el Lobo tropezó y cayó, sintiendo su fuerza

desaparecer.

La tierra se sacudió, y casi me caigo de rodillas, luchando por mantenerme en

pie.

―¡Manténgase en movimiento! ―grité, mientras Puck eliminaba a varios

Olvidados que se acercaban más, obligándolos a retroceder―. ¡Vamos al muelle!

¡Tenemos que llegar hasta el ferry!

Los Olvidados se separaron de nosotros como las olas, sin resistirse, sin

obligarnos a ninguna confrontación, pero su hambre era una cosa constante, drenando

nuestra vida, por lo que era más y más difícil moverse. Miré a Puck y lo vi volviéndose

gris y pálido como los Olvidados a su alrededor, su una vez cabello al rojo vivo estaba

sin brillo y sin color. No podía ver a Grimalkin, y esperaba que el gato simplemente no

se desvaneciera en la nada, mientras estuviera invisible, nunca lo sabríamos.

El muelle se alzaba delante de nosotros, a una línea de vida en la oscuridad, y en

el Río de los Sueños, vi los bordes borrosos de un ferry a través de la niebla. Puck y el

lobo, asombrados y casi apoyándose el uno al otro, llegaron primero, y Puck me gritó

para que me apresurara, antes de desaparecer en la niebla.

Tan pronto llegué al muelle, algo se aferró a mi brazo. Sentí una punzada de

dolor, un vacío tan fuerte que era físico, y se fue a mis rodillas mientras el hombre

delgado apareció ante mí, con sus largos dedos agarrándome el brazo.

―Lo imaginé ―susurró, mientras me esforzaba por hacer que mi cuerpo se

moviera, respondiera, que hiciera cualquier cosa. Pero estaba entumecido, agotado,

apenas consciente, mientras el delgado hombre seguía extrayendo mi vida. Sentí que se

me escapaba el glamour con todas mis fuerzas, absorbidas por el agujero negro del

hombre delgado y agudo. Ariella se dejó caer contra mi pecho mientras mis manos

fallaban, y su mirada la siguió.

―Vaya, eres fuerte ―continuó con una voz amable―. ¡Tanta vida! Estos

poderosos recuerdos y glamour y emociones. No pertenecen a este lugar. Todavía no.

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Has alterado el equilibrio. Incluso aquellos que se están desvaneciendo han vuelto, y

ahora se quedarán aún más. Por ti.

―¿Todavía… no? ―Apenas podía pronunciar las palabras. La multitud de

Olvidados se reunieron de nuevo, rodeándonos con la boca abierta, su atracción

combinada fuertemente que casi me derrumba. El hombre delgado me miró,

sorprendido.

―¿No lo sabes? ―Inclinó la cabeza, y por un momento, se desvaneció. ―Tu

esencia se está desmoronando. Poco a poco. Pronto, serás incapaz de recordar tu

nombre, tu promesa, quién eres, y serás consumido por el vacío interior. Sin embargo,

nunca será suficiente. Con el tiempo, encontrarás la manera de quedarte, para

permanecer aquí con los Olvidados, y los rompedores de promesas. ―Él asintió, con

un gesto brusco en la fría niebla―. Pero todavía no.

―¿Entonces... nos dejará... ir?

―Por supuesto que te irás ―dijo el hombre delgado, como si eso fuera

evidente―. Te irás y la vida volverá a la normalidad. Todo el mundo lo olvidará, a su

manera. No perteneces aquí. Pero, ella ―su mirada afilada, miró fijamente a Ariella―,

debe quedarse. Ella es la razón por la que encontraron este lugar. Sin esencia. Sin vida.

Está vacía, como lo estamos nosotros. Ella nos pertenece.

Me sentí hervir de la ira, pero rápidamente fue drenada por el hombre delgado.

―No ―dije, tratando de encontrar la fuerza para tirar hacia atrás, para

resistir―. Yo la… necesito.

―Ella nos pertenece ―el hombre delgado, susurró de nuevo, y llegó para

alejarla de mí.

¡No! Una fiereza protectora volvió a la vida, ahogando todo lo demás. No se la

llevarán. No de nuevo. No le volvería a fallar.

Con lo último de mis fuerzas, me paré y saqué mi espada, presionándola contra

el cuello del hombre delgado. Parecía sorprendido de que todavía podía moverme.

―Ella no les pertenece ―dije, mirando con calma, mientras luchaba por

permanecer de pie, mantener la espada y sostener a la chica hacia mí mismo con un

brazo.

―Ella pertenece aquí, con nosotros.

―No me importa ― le dije―. No voy a dejarla ir.

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Un rugido rompió el silencio, y el lobo llegó corriendo entre la niebla,

dispersando al Olvidado como un tenue pájaro. Empujando su enorme cuerpo enorme

entre mí y el hombre delgado, le enseñó los colmillos a la multitud y gruñó.

―Ponte en marcha, príncipe ―espetó, mientras el hombre delgado se volvió

hacia un lado y desapareció―. El barco se está yendo. ¡Vete!

Envainé mi espada, recogí a Ariella en ambos brazos y me tambaleé hasta el

muelle, donde Puck salió al encuentro.

―Caray, te gusta esperar hasta el último momento dramático, ¿no, chico hielo?

―murmuró mientras corríamos a través de los tablones. Al final del muelle, un bote de

remos pequeño, cubierto de musgo y enredaderas se alejaba, navegando de nuevo el

Río de los Sueños. Grimalkin se sentó en la barandilla, mirándonos con brillantes ojos

amarillos.

―¡Date prisa! ―exhortó el gato mientras el barco se alejaba―. ¡Ya se va!

Detrás de nosotros, escuché el gruñido del Lobo mientras retrocedía en el

muelle, y sentí el vacío de la succión de los Olvidados, incluso desde esa distancia.

Y luego se arrastraron en el muelle por debajo del agua, llegando por nosotros

con los dedos fantasmales, la boca abierta como un pez muerto. Puck redujo al menos a

uno, cortándolo como papel, y deshilachándolo en nubes de neblina, pero siempre

había más, viniendo tras nosotros, muertos de hambre e implacables.

El ferry se alejó más.

Pasos retumbantes sacudieron el muelle, y me volví para ver el Lobo lanzarse

fuera de la niebla, saltando hacia nosotros. Decenas de Olvidados aferrándose a él,

colgando de su espalda y cuello mientras gruñía y gruñía y golpeaba, sacudiéndoselos

sólo para tener más ocupando su lugar. Los Olvidados se agruparon alrededor de

nuestros pies y se echaron hacia atrás, escapando hacia el Lobo. Empecé a ir tras ellos,

pero el Lobo se volvió, encontrando mi mirada con sus ardientes ojos verdes, labios

vueltos de nuevo en un gruñido.

―¡Ponte en marcha! ―Rugió, y nos fuimos, corriendo tras el ferry. Puck llegó al

borde del muelle y saltó, moviendo sus brazos al tiempo que tocaba y se agarraba de la

barandilla para no caerse. Estaba justo detrás de él, salté sobre las aguas oscuras, con el

peso ligero de Ariella entre mis brazos. Golpeé el borde del bote y rodé, mi cuerpo se

encrespó alrededor de la chica para protegerla, hice una mueca de dolor mientras el

borde de un banco me golpeó la espalda.

Me tambaleé en posición vertical, dejé a Ariella en uno de los asientos, y me

apresuré hacia el lado del barco, en busca del Lobo. Sin embargo, la niebla se había

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enroscado alrededor del muelle, ocultándolo de la vista. Todavía escuchaba los suaves

toques de los Olvidados, que cayeron al agua, y el Lobo, gruñendo a través de la niebla,

pero no pude verlo más.

―Es una pena ―comentó Grimalkin, sonando casi en serio―. Casi me estaba

acostumbrado a su olor, también.

Y luego la forma oscura del Lobo saltó desde el manto de niebla, a toda

velocidad sobre el río. Aterrizó al lado del ferry con un chapoteo, rociando todo el

mundo con agua, causando que Grimalkin silbara y se deslizara debajo de los bancos.

En la superficie, el Lobo se lanzó fuera del agua, enganchó sus enormes patas sobre la

baranda y se tiró, chorreando y jadeando, sobre la cubierta.

Hice una mueca, mientras se sacudía, enviando agua del río, empapándonos a

todos una vez más. Bostezó, ignoró el grito indignado de Puck y se volvió hacia mí, sus

ojos de oro y verde estrechándose.

―Esta es la segunda vez que salvo tu vida, príncipe. Asegúrate de recordarlo en

la parte de la historia cuando te pasas de largo.

Él volvió a bostezar, mostrando sus enormes caninos, y se dirigió hacia la

cubierta de la popa, caminando a la ligera por los pasillos de bancos estrechos.

Estirando su espalda, puso su cabeza sobre sus patas, mirando a todos delante cerró

sus ojos y se durmió.

Sacudí el agua fuera de mi ropa y respiré hondo, mirando al muelle lentamente

desvanecerse detrás de nosotros en la niebla. El ferry se deslizó sin hacer ruido a través

del Río de los Sueños, dejando la ciudad atrás. Ya me había olvidado de su nombre. La

gente, sus voces, todo lo que había visto y oído, escurriéndose en mi memoria. Luché

por recordar algo de lo que el hombre delgado me había dicho, algo importante. Algo

sobre Ariella... y yo...

El ferry rompió abruptamente en la niebla, perforándola como un muro,

revelando el vasto río que teníamos ante nosotros y el cielo de la noche anterior.

Parpadeé y miré alrededor. Puck estaba de pie en la proa del barco, mirando el agua, y

Ariella estaba durmiendo en un banco.

Fruncí el ceño, sintiendo que me estaba perdiendo algo. Me acordé de que había

estado buscando el ferry, caminando por la orilla del río buscándolo, pero nuestra

memoria al subir se torno turbia. ¿Algo había estado persiguiéndonos?

Vagamente, recordaba un muelle, y llevar a Ariella a bordo, pero más allá de

eso... nada. Me sentí aturdido y desorientado, como si acabara de despertar de un

sueño…

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El sueño. Mi estómago se volvió y me agarré a la barandilla para permanecer

firme en mis pies. Me acordé del sueño. Matar a Mab. Reinar Invierno. Llamando a la

guerra. Sangre, muerte y violencia, el vacío hueco voraz que me amenazaba con

arrastrar hacia abajo y me tragaba entero.

La lucha contra la Reina de Hierro. Morir por su mano.

Deslumbrado, me dirigí al banco frente a Ariella y me senté, mirándola. Después

de unos minutos, sus párpados se movieron, y abrió los ojos, parpadeando hacia mí

cerniéndome sobre ella

―¿Ash?

―¿Fue real? ―Le pregunté, mi voz sonaba ronca y seca en mis oídos. Ella

frunció el ceño y se sentó a mirarme a la cara, cepillándose el pelo de los ojos

―¿Qué quieres decir?

―Lo que vi. ―Me incliné hacia adelante, y ella se echó hacia atrás, una sombra

cruzó por su cauteloso rostro―. Eras tú, ¿verdad? Mostrándome mi futuro. Matando a

Mab. Haciéndome Rey de Invierno. Ir a la guerra con las otras Cortes… ―me detuve,

porque no quería recordar más allá de eso, ver la expresión del rostro de la Reina de

Hierro, mientras ella me mataba.

Ariella se puso pálida.

―¿Viste...? ¡Oh, Ash! Lo siento mucho. No era mi intención que pudieras

ver... ―Ella se detuvo. Tomó una respiración profunda―. Debe haber sido el veneno

hobyah. Te hizo hipersensible a los sueños y caminar en ellos. Si estabas dormido,

probablemente…

―Ari. ―Mi voz era suave, y ella parpadeó ante mí. Pasé la mano por mi cabello

húmedo, luchando por mantener la calma, haciendo caso omiso a la oscuridad

agarrándome de los pies, tratando de arrastrarme hacia abajo―. Lo que vi. ¿Eso es... el

futuro? ¿Mi futuro? ¿Yo... estoy destinado a ser... eso? ¿El destructor de las Cortes,

sacrificando todo, y a todos los que conozco? ―Ariella se quedó en silencio, y me

acerqué a tomarle la mano, apretándola como si fuera una tabla de salvación,

celebrando mi cordura―. Dime ―le dije, forzando las palabras―. Dime, ¿esto es en lo

que me convertiré?

―No lo sé, Ash. ―Su voz era un susurro, al borde de las lágrimas―. Es una

posibilidad, una de varios. Probablemente el peor, pero no el más improbable. Tú... tú

tienes tanta oscuridad en ti, tanta ira y dolor. Ni siquiera yo podría llegar a saber si te

hundirás en la desesperación, si rompes tu promesa. ―Respiró hondo―. Tu esencia...

cuando se haya ido olvidarás todo lo que eres... tú. La mayoría de las promesas

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automáticamente se desvanecerán, y nunca las volverás a ver. Pero unas pocas, sobre

todo aquellas que son fuertes, se convertirán en algo completamente distinto.

―Esto es lo que va a pasarme ―susurré―, si fallo.

Silencio por un momento. El ferry se deslizó constantemente a través de la noche,

los únicos sonidos que había era chapoteo del agua contra las paredes y la profunda

respiración del Lobo.

―No necesariamente ―dijo Ariella, por fin, evitando mi mirada―. Nada es

seguro, ya que sólo es un posible futuro. Pero... sí. Si fallas aquí, hay una posibilidad de

perderte en la oscuridad y te conviertas en el Rey de Invierno.

―Entonces, no solo era una pesadilla ―la voz de Puck interrumpió. Me volví a

verlo de pie detrás de nosotros, con las manos en los bolsillos, mirándome con el verde

serio de sus ojos―. Lo siento, no pude evitar escucharlos ―continuó, no sonaba en lo

más mínimo como una disculpa―. Y sabes, estaba pensando, que el sueño del que

estaban hablando. Es muy parecido del que acabo de tener. —Tenía la boca torcida en

una mueca, y redujo su mirada―. Sólo que en ella, moría. Algún bastardo Rey de

Invierno me atravesó el pecho, mientras estábamos luchando. Un poco traumático, si

sabes a lo que me refiero. Y eso fue después de que él destruyera la mayor parte de la

Corte de Verano.

Le sostuve la mirada. Puck no vaciló y siguió mirándome, con una media

sonrisa en su rostro. Pero más allá de la sonrisa, más allá de la arrogancia, la seguridad

y la arrogante certeza, pude sentir su indecisión, el temor que no dejaba que nadie viera.

―¿Te arrepientes? ―le pregunté, y él alzó una ceja hacia mí―. ¿Te arrepientes

que haya terminado nuestra lucha, de no matarme cuando tuviste la oportunidad?

Puck me lanzó una dolorosa sonrisa.

―Oh, hay una parte de mí que siempre extrañará nuestros pequeños duelos,

príncipe ―dijo alegremente―. No hay nada como unos pocos intentos de asesinato

para sentirse cerca de alguien, ¿verdad? ―Sonrió, y luego una sombra cayó sobre su

rostro, y se puso serio, sacudiendo la cabeza―. La verdad es que me alegro de que

haya terminado ―dijo en voz baja, frotándose la parte posterior de la cabeza―. Nunca

lo quise, odiaba siempre tener que cuidar mis espaldas, y sabía que realmente no

querías pasar por eso tampoco, príncipe. Especialmente en el final.

―¿Pero? ―solicité.

―Pero, si veo algún signo de que te estás convirtiendo en... eso ―Puck se

estremeció―. Si sospecho que estás a punto de ir en pos de Mab y tomar de un tiro el

trono de Invierno, no necesitaré una invitación formal para que me aparezca en Tir Na

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Nog. ―Cruzó los brazos y me miró con una mezcla de pesar y determinación―. Si te

conviertes en eso, príncipe, te detendré.

Me congelé. Una brisa sopló a través de la superficie del río, tirando mi pelo y

mi ropa. Me agarré a la barandilla y miré hacia el agua, sintiendo sus ojos en mi

espalda.

―Si me convierto en eso ―le dije en voz baja―, quiero que lo hagas.

El ferry continuó a través de las interminables aguas del Río de los Sueños. El sol

nunca se levantó, la noche nunca decayó, sino que todo era eterna medianoche en esta

área en el Wyld profundo. Más lejos, el Río de los Sueños se llenó de escombros más

grandes y más salvajes que antes. Un gran árbol de cerezos, que brotaba de la mitad del

río, arrojando flores de color rosa como la nieve que cae. Un ataúd de cristal con una

princesa de pelo negro, manos pálidas cruzadas sobre su estómago en el interior

mientras dormía. Una larga mesa pasando flotando, con una completa merienda junto

a ollas, platos, tazas de té. Puck arrebató una gran cesta de bollos, mientras pasaba

junto a él.

¿Por cuánto tiempo el ferry se deslizó a través del Río de los Sueños?, no estaba seguro.

Nos turnamos en la guardia, comía y dormía cuando se podía, y hablábamos entre

nosotros mismos. Puck rápidamente comenzó a inquietarse, y quedé atrapado en un

área pequeña con un aburrido Robin Goodfellow y una enorme volatilidad del Lobo

que parecía haber salido de una escena de pesadilla.

Después de una explosión de mal genio que sacudió al barco y estaba a punto de

lanzarnos al río, Puck me sugirió adoptar su forma de cuervo y «reconocer el terreno»,

él estaba feliz de hacerlo, para alivio de todos.

Después de que Puck se fuera, las cosas se calmaron. Grimalkin dormía casi

constantemente, y el Lobo se paseaba por la cubierta como un tigre enjaulado, o estaba

acurrucado en la popa, con los ojos ardientes distantes y lejanos. Rara vez hablaba con

alguien, aunque hubo momentos, cuando el Lobo estaba de guardia y todo el mundo se

suponía que dormía, los vi a él y a Grimalkin hablando, su voz siempre demasiado baja

para escuchar. Despertaba, ignorándonos con esmero o lanzándonos miradas de

desprecio a quien se le cruzara, pero la noche que los vi en la proa del barco, mirando

por encima del agua uno lado del otro, no podía dejar de preguntarme si su antigua

guerra era sólo otro juego que les gustaba jugar.

Ariella y yo hablábamos con moderación, y cuando lo hicimos, era a menudo del

presente, de las Cortes de Invierno y Verano, de cómo el Reino de Hierro invadió

nuestro mundo hace poco. Evitamos hablar del pasado, las antiguas cazas y las largas

noches en el Wyldwood, aunque manteniendo los recuerdos evitando que salten cada

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vez que hablamos. Sin embargo, desde el sueño con Meghan, Ariella parecía ser una

persona diferente. Estaba tan tranquila, elaborada en sí misma, cavilando sobre un

futuro que no podía ver. Su sonrisa parecía rígida y forzada, su risa teñida de

melancolía. Una vez, cuando le pregunté si la visión le había mostrado algo de sí

misma, miró a través de mí con los ojos vidriosos y después de estremecerse y moverse,

continuo sonriendo. Pero durante mucho tiempo después, miraba por encima del Río

de los Sueños, y aunque podría llegar y tocarla, sentir su piel suave bajo mis dedos, me

pareció que estaba mirando a un fantasma, un eco de la persona que conocí una vez.

―Aquí ―dijo una noche, uniéndomele en la proa. Era mi turno de guardia, y yo

estaba apoyado en la barandilla mirando hacia el bosque que pasaba. Cuando Ariella

puso una naranja en mi mano, parpadeé y la miré con curiosidad―. Come

algo ―ordenó, señalando la fruta―. Casi nunca te veo comer, y sé que incluso te da

hambre de vez en cuando.

―¿Cómo conseguiste esto?

Parecía avergonzada por un segundo.

―No importa cómo. Sólo cométela, Ash. ―Su tono de voz estaba lleno de

advertencias, pero no podía dejarlo ir.

― ¿Dónde…?

―Un grupo de monos alados me la tiró. ―Ariella se cruzó de brazos y me miró,

y tuve un momento extraño de déjà vu―. En mi última guardia, pasamos por un huerto

en los bancos, y había por lo menos una docena de monos que vivían allí, se voltearon

a vernos. Les tiré una piedra y ellos lanzaron... cosas de regreso. Y no sólo los

alimentos. ―Ella se ruborizó con la vergüenza y me fulminó con la mirada,

desafiándome a reír―. Así que mejor come, antes que meta algo más en tu garganta, y

no será un plátano.

Me eché a reír y levantó las manos en señal de rendición.

―Como quieras, su alteza ―dije sin pensar, pero me di cuenta rápidamente.

Ahora sabía por qué se sentía tan familiar. Por un momento, Ariella había

sonado como Meghan.

Y, a juzgar por la mirada que Ariella demostró, ella también lo sabía.

La culpa me atravesó, aguda y dolorosa.

―Oye ―le dije, cogiendo su muñeca mientras ella comenzó a alejarse―. Ari,

escucha. Cuando esto acabe, cuando volvamos de esta loca aventura, me aseguraré de

que puedas regresar a casa si quieres. ―Ella parpadeó y me miró, como si tal

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pensamiento nunca se le había pasado por la mente―. El estatus de tu padre se

mantiene en pie ―continué―. Nadie ha tratado de reclamarlo todavía. O bien, puedes

regresar a la Corte… no creo que Mab trate de impedirlo. Si lo hace, puedo hablar con

ella. Todavía tengo algo de influencia en la Corte de Invierno, no importa lo que Mab

piense de mí. Quiero que sepas que me haré cargo. Te puedo dar todo eso, al

final. ―Ella esbozó una sonrisa, aunque su mirada era distante e inalcanzable.

―Si yo hubiera querido cualquiera de esas cosas, ya las tendría ―respondió ella

con voz suave―. Estoy muy agradecida, Ash, pero es demasiado tarde para volver a

esa vida.

―Yo quiero ayudarte ―le dije en voz baja―. Cualquier cosa en mi poder,

cualquier cosa que pueda darte libremente es tuya. Voy a tratar de hacerlo bien. Sólo

dime qué hacer.

Ella se acercó, colocando una mano suave en mi mejilla, tan cerca que pude ver

mi reflejo en sus estrellados ojos.

―Termina esta búsqueda ―susurró, y se alejó, caminando hacia la popa del

ferry sin mirar atrás.

Un tiempo indeterminado después, me desperté de un sueño sin sueños, y miré

a mi alrededor, dándome cuenta de que era casi mi turno para la guardia. En el banco

contrario, Ariella dormía profundamente, un cómodo Grimalkin se acurrucó a su lado.

Una hebra de cabello plateado caía sobre sus ojos, y levanté la mano para apartarlo

antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo.

Apreté el puño, me volví y caminé hacia la proa del barco, donde el Lobo se

sentó en la luz de la luna, mirando hacia el río. Sus orejas estaban compungidas,

levantó la nariz al viento, la brisa soplando su piel de color negro brillante.

―El cambio está llegando ―rugió, mientras me acercaba a su lado y me

apoyaba en los rieles, equilibrando cuidadosamente mi peso. Incluso cuando el Lobo

estaba sentado, la parte superior de mi cabeza estaba casi al nivel de su hombro, y

donde quiera que fuera, el barco se inclinaba, muy ligeramente, a un lado—. Puedo

olerlo. También algo se acerca a nosotros, o estamos muy cerca de allí.

Miré hacia abajo, mirando un pez dos veces más largo que el ferry pasándonos

de lado, mirándonos con su enorme ojo plateado, y hundirse de nuevo en las

profundidades.

―¿Crees que nos toparemos con algo antes de llegar a las zarzas?

―Es difícil decirlo ―contestó el Lobo―. Estoy sorprendido de que hayamos

llegado hasta aquí sin ningún problema. Si puedes creerle al gato, es porque el ferry es

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una parte del río, y pasa a través de los sueños sin llamar la atención de sí mismo o de

sus pasajeros. ―Él resopló y enroscó un labio, como si acabara de darse cuenta de que

había hablado de Grimalkin de una manera no violenta―. Si puedes creer cualquier

cosa que diga, de todos modos. Por otra parte, probablemente cambiará una vez que

lleguemos a las zarzas.

―¿Cuán lejos? ―pregunté.

―No puedo decirlo. ―El Lobo levantó la cabeza y volvió a olfatear―. Pero está

cerca. Las zarzas tienen un olor particular, a diferencia de cualquier otra cosa en

Faery. ―Él se volvió y me miró con ardor, de sus ojos amarillo-verdosos―. Espero que

tu chica conozca el camino. He acechado las zarzas infinidad de veces, y nunca he visto

el Fin del Mundo.

―Ella nos llevará ahí ―dije en voz baja―. Confío en ella.

―¿En serio? ―Gruñó el Lobo, mirando hacia atrás en dirección al río―. Yo no.

Me volví, reduciendo mi mirada.

―¿Qué quieres decir?

―Bah, muchacho. ¿No lo hueles? Supongo que no. ―El Lobo se volvió, bajando

la cabeza, así que estuvimos cara a cara―. Tu chica esconde algo, pequeño

príncipe ―dijo en un gruñido―. Ella huele a tristeza, indecisión y culpa. Y el deseo,

por supuesto. Es incluso más fuerte que el tuyo. ¡Oh, no pretendas que no sabes de qué

estoy hablando! Ambos huelen como ciervos en celo que no saben si hacerlo, o

simplemente seguir con ello. ―Él enseñó los colmillos en una sonrisa breve, y me

fulminó con la mirada―. Pero yo tendría cuidado a su alrededor, muchacho. Hay algo

que no te ha dicho. No sé lo que es, ni me importa, pero ella no quiere hacer este viaje

hasta el final. Se puede leer en sus ojos.

Eché un vistazo a Ariella, sabiendo que el Lobo estaba en lo cierto. Ella se estaba

escondiendo algo, algo más que sus emociones o sus visiones o los muchos futuros que

sabía que había visto. Vi el brillo de unos ojos de oro en el banco y sabía Grimalkin me

miraba, pero en ese momento escuché el murmullo de alas, y un gran pájaro negro se

abalanzó a posarse en la cubierta.

Cambió a Puck en un remolino de plumas, haciendo que el Lobo arrugara su

nariz y estornudara.

―Cabezas arriba ―anunció Puck, quitando las plumas de su pelo―. Estamos

llegando a las zarzas, y parece que el río pasa a través de ellas.

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Capítulo 12 Entre las Zarzas

Traducido por: Rodonithe

Las zarzas se levantaron delante de nosotros como el negro rostro de un

acantilado, una pared sin fin de espinas, vides y ramas, arañando el cielo. Desde la

distancia, parecía moverse, balanceándose y retorciéndose, nunca quieta. De todos los

lugares de Faery, las zarzas eran lo más misterioso, y uno de los lugares más temidos.

Estaban aquí mucho antes de que aparecieran por primera vez los feys de los sueños

humanos, y se dice que rodean todo Nuncajamás. Nadie sabe cómo se formaron. Pero

todo el mundo sabía. Dentro de las espinas y los caminos a cada puerta el paso al

mundo humano estaba escondido y bien protegido, a la espera de ser descubierto.

Encuentra el camino correcto, y podías ir a cualquier parte del mundo. Es decir,

si podrías sobrevivir a las cosas que vivían en las espinas. Y las zarzas siempre tenían

hambre.

Nadie nunca había viajado todo el camino a través de las espinas, había rumores

de que el laberinto era eterno. Pero si lo que dijo Ariella era cierto, el Fin del Mundo

estaba más allá de las zarzas, y en algún lugar más allá de eso estaban los Campos de

Prueba.

Los cinco ―Ariella, Puck, Grimalkin, el lobo y yo― estábamos uno lado al lado

del otro en la parte delantera del bote, mirando el telar de zarzas frente a nosotros.

El río serpenteaba dormido hacia la pared de espinas, en un túnel de ramas

entrelazadas. A medida que se acercaba, se oía el movimiento de las zarzas, crujiendo y

deslizándose, deseosos de darnos la bienvenida en su abrazo.

―Una pregunta rápida. ―La voz de Puck rompió el silencio―. ¿Alguien pensó

en traer una lata de Off5?

El Lobo le dio una mirada confusa, y levantó una ceja.

―¿Siquiera teníamos que saberlo?

―Mmm, probablemente no.

Ariella se inclinó hacia delante, mirando la extensión inminente de negras

espinas, impresionante, escrito claramente en su rostro. Por un momento, me acordé de

5 Off: Marca de repelente.

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la primera vez que la había visto, esa chica muy joven mirando el palacio de Invierno

con asombro, todavía inocente de los caminos de la Corte Oscura.

Pero ella era diferente ahora, no era la muchacha que había conocido una vez.

Ariella me pilló mirándola y sonrió.

―Nunca he visto las zarzas ―dijo, mirando otra vez a la pared de espinas―. No

así. Son mucho más grandes en persona.

El Lobo inhaló, arrugando la nariz.

―Espero que sepas a dónde vas, niña ―dijo con voz dudosa―. Si nos perdemos

allí, tú serás la primera que comeré para calmar mi hambre. Bueno, después del gato,

de todos modos.

Fulminé con la mirada al Lobo, pero Ariella negó con la cabeza.

―No tendrás que preocuparte ―dijo en una voz lejana, ni siquiera nos miraba―.

El río nos llevará a donde necesitamos ir. Al Fin del Mundo.

―Genial ―dijo Puck, sonriendo y frotándose las manos―. Suena bastante fácil.

Esperemos que no caigamos en el borde.

Agarré la baranda, miré fijamente a la pared móvil.

Esto es todo. La última barrera antes del Fin del Mundo, y un paso más cerca de cumplir

mi promesa. Meghan, estoy cerca. Espérame un poco más.

A medida que el ferry se deslizó por debajo de las zarzas, la poca luz que había

se fue atenuando hasta casi desaparecer, dejándonos en la oscuridad total. Extendí mi

brazo, llamando un poco de glamour en el aire, y un globo de fuego de fey, apareció en

mi mano, inundando todo con su luz de color azul pálido. Envié el globo por delante

de nosotros, iluminando el camino por el canal, que se balanceaba y tejía sombras

extrañas en las paredes del túnel erizado.

Grimalkin olió.

―Espero que eso no atraiga nada ―reflexionó, mirando a la luz balanceándose

como si fuera un pájaro, fuera de su alcance―. No estamos tratando que… ese fuego,

atraiga a las criaturas que nos persigan, después de todo. ¿Tal vez deberías apagarlo?

―No ―sacudí la cabeza―. Si algo viene a por nosotros, quiero verlo.

―Hmm. Supongo que no todos pueden tener la visión perfecta de un gato en la

noche, pero aun así...

Puck resopló.

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―Sí, tu perfecta visión gatito no nos hace bien si no nos advierten que algo viene

de vez en cuando. Desaparecer a la distancia no cuenta. De esta manera, al menos

podemos tener un mano a mano.

El gato golpeó su cola.

―Adicionalmente, puedo pintar un letrero de neón encima de nuestras cabezas

que diga: comida fácil, siga las luces intermitentes.

―O podríamos utilizarte como cebo...

―¿Alguien más oye eso? ―preguntó Ariella.

Nos congelamos, quedándonos en silencio.

Las zarzas nunca estaban quietas, siempre girando, deslizándose o crujiendo a

nuestro alrededor, pero sobre las espinas y el chapoteo del agua contra las ramas, se

podía escuchar otra cosa. Un ruido débil, como las garras rasgando la madera. Cada

vez más cerca...

El Lobo gruñó bajo en el pecho, la piel a lo largo de su espina dorsal comenzó a

brillar.

―Algo se acerca ―gruñó justo antes de que Grimalkin desapareciera.

Saqué mi espada.

―Puck, pon algo de luz allí atrás ahora.

El fuego de fey explotó por encima, luces color verde esmeralda, iluminaron el

pasillo detrás de nosotros. En la llama, cientos de brillantes criaturas de ocho patas se

escabulleron detrás de la repentina luz. El túnel estaba lleno de ellos, pálidos y con

bulbos, con los cuerpos del tamaño de melones y múltiples piernas delgadas. Pero, sus

caras, élficas y hermosas, nos miraron con frialdad, y descubrieron su boca llena de

colmillos curvos negros.

―Arañas ―se quejó Puck, y sacó su cuchillo mientras los murmullos del Lobo

se convertían en gruñidos―. ¿Por qué siempre tienen que ser arañas?

―Prepárate ―dije, dibujando glamour hacia mí en una nube fría, sintiendo a

Puck hacer lo mismo―. Esto podría causar problemas

Silbando, el enjambre atacó, dejándose caer desde el techo con golpes

amortiguados, las piernas cliqueando mientras se escabullían sobre la cubierta. Eran

sorprendentemente rápidas, saltando hacia nosotros con sus colmillos, las piernas

desenrollándose mientras flotaban a través del aire.

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Lancé una lluvia de fragmentos de hielo al enjambre atacante y maté a varios

mientras saltaban, levanté mi espada y el resto atacó. Corté a una en el aire,

agachándome mientras otra volaba a mi cara y una tercera me clavaba su diente en mi

pierna. Ariella estaba detrás de mí, disparando flechas hacia el grupo, y el Lobo rugió

mientras saltó y giró, arrancando las arañas de su piel y aplastándolas en sus

mandíbulas. Puck, cubierto de un líquido negro, esquivó a las arañas que se

abalanzaron sobre él y le daba patadas a las que se acercaban demasiado, enviándolas

volando a las aguas de abajo.

―Agresivos los pequeños bichos, ¿no? ―Gritó, tirando de la pierna de una

araña y lanzándola por la borda―. Un poco parecidos a los redcaps, sólo que más feos.

—Se agachó mientras una araña volaba a su cabeza, silbo, otra era lanzada en el aire

por el Lobo―. Oye, príncipe, ¿recuerdas cuando nos tropezamos con un nido de hidra,

al igual que todos sus huevos para incubar? No sabía que las hidras podían poner hasta

sesenta huevos de una vez.

Corté dos criaturas arácnidas en el aire a la vez, líquido negro salpicándome la

cara y el cuello.

―Ahora en realidad no es el momento para recordar el pasado, Goodfellow.

Puck gritó y maldijo, golpeando una araña fuera de su cuello, su mano fue

manchada de rojo.

―No estaba recordando, chico hielo ―espetó, enojado pateando arañas a la

distancia―. ¿Recuerdas que buen truco hicimos? ¡Creo que deberíamos hacerlo ahora!

El número de las arañas se iba incrementando; había cortado a una sólo para que

otras cuatro vinieran a mí por todos lados. Estaban por todas partes ahora,

arrastrándose encima de la barandilla y deslizándose a través del techo. Ariella y yo

dimos un paso atrás, protegiéndonos los unos a los otros, y el lobo fue tirado de los

pelos, tronzado y rodando mientras las arañas se arrastraban sobre él como garrapatas

monstruo.

―¡Vamos, príncipe! ¡No me digas que lo has olvidado!

No lo había olvidado. Sabía exactamente lo que quería que hiciese. Era

arriesgado y peligroso, y tomaría mucho de nosotros dos, pero si las arañas se

mantenían viniendo, no teníamos otra opción.

―¡Ash!

―¡Muy bien! ―le grité―. Vamos a hacerlo. Ari, quédate cerca. Todos los demás,

¡cúbranse ahora mismo! —Dejé de luchar por un instante, sintiendo varias de las

criaturas arrastrándose sobre mí, sus piernas delgadas hundiéndose en mi ropa.

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Haciendo caso omiso de ellas, me arrodillé y llevé la punta de mi espada al piso de

madera.

Hubo luces azules, y el hielo se extendió desde mi espada, abarcando todo. En

un instante, se había cubierto la cubierta, las barandillas, los bancos, incluso algunas de

las arañas, congeladas en el lugar. Cubrió las ramas de las espinas que nos rodeaban y

se difundió una delgada capa de hielo sobre el agua alrededor del barco. Aunque las

arañas seguían llegando de las zarzas, cayendo sobre la cubierta, por un momento,

estaban absolutamente congeladas en silencio.

―Ahora ―murmuró Puck, y saqué mi espada.

El hielo se rompió. Con el sonido de cristales rotos, se fracturó en miles de

afilados bordes, brillando en la oscuridad. Y en ese instante, Puck desató la tempestad.

Con un rugido de glamour de Verano, el ciclón que azotó Puck a través de las

espinas, rodeó al barco, gritando y haciendo que la pequeña embarcación diera

bandazos hacia los lados. Se recogieron los escombros a su paso, las ramas, las arañas,

y miles de fragmentos de hielo fracturados, girando por el aire con la fuerza de un

tornado. Agarré a Ariella y la atraje hacia mí, mientras el lobo se agachó junto a

nosotros, encorvando los hombros contra el viento.

Cuando los vientos cesaron finalmente, estábamos rodeados de ramitas, ramas,

el deshielo y piezas de arañas, que rezuman por encima de todo. Estalactitas seguían en

los bancos y las paredes de cristal, y líquido negro estaba salpicado por todas partes.

―¡Sí! ―Puck aplaudió mientras me sentaba en el piso, apoyado en la

barandilla―. Equipo de la casa uno, las arañas, ¡cero!

Ariella me miró con ojos muy abiertos.

―Nunca los vi a ustedes dos haciéndolo antes.

―Fue hace mucho tiempo ―le dije con voz cansada―. Antes de que nos

conociéramos. Cuando Puck y yo... ―me callé, recordando los años en que Robin

Goodfellow y el príncipe Ash pensaban que podían comerse al mundo. Temerarios y

desafiantes, despreciando las leyes de las Cortes, buscando nuevos y mayores desafíos,

siempre llegando a más, y metiéndonos en más líos, que cualquier otro no hubiera

logrado salvar con vida. Negué con la cabeza, disolviendo esos recuerdos―. Fue hace

mucho tiempo ―terminé.

―No importa. ―Grimalkin de repente se materializó, sentado en un banco, sin

un cabello fuera de lugar, con la cola enroscada en sí mismo―. Si los dos han hecho

más trucos como ese, harían bien en recordarlos. Glamour de Verano e Invierno,

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cuando se utiliza en conjunto en lugar de uno contra el otro, puede ser una cosa muy

poderosa. Afortunadamente, ninguna de las Cortes se ha dado cuenta de esto.

El Lobo se sacudió, salpicando el líquido negro y las partes de arañas en todas

partes, por lo que Grimalkin echó hacia atrás las orejas.

―Magia y trucos de salón ―el Lobo resopló, frunciendo la boca―, no nos

llevará al Fin del Mundo.

―Bueno, duh ―disparó de nuevo Puck―. Es por eso que estamos en un barco.

El lobo le lanzó una mirada siniestra, y luego fue hacia la parte delantera del

barco, sin preocuparse por las partes de araña esparcidas por la cubierta. Por un

momento, se quedó allí, olfateando el aire, con las orejas erguidas hacia adelante para

cualquier indicio de problemas.

Al no encontrar ninguno, se acurrucó en un lugar relativamente limpio y cerró

los ojos, haciendo caso omiso de todos nosotros.

Ariella me miró, y luego a Puck, quien estaba bostezando y limpiando la parte

de atrás de su cabeza.

―Eso utilizó mucho poder, ¿no? —Reflexionó, y no discutí. La liberación de una

explosión como esa dejaría a cualquiera drenado. Ariella suspiró y sacudió la cabeza―.

Descansen un poco, ambos ―ordenó―. Grim y yo tomaremos la última guardia.

No pensé que iba a dormir, pero me quedé dormido rápidamente mientras el

ferry hizo su camino a través de la maraña interminable de zarzas. A pesar de las

garantías de Ariella y del Lobo de que nada nos seguía, me fue imposible relajarme. A

menudo, me despertaba sobresaltado por un toque o un chasquido de ramas en algún

lugar de las espinas, y de vez en cuando el grito de una criatura desafortunada hacía

eco a través de las ramas. Con el tiempo, todo el mundo dejó de intentar descansar y

pasamos el viaje en un estado constante y agotador de máxima alerta. Excepto

Grimalkin, que desapareció con frecuencia y ponía a todo el mundo nervioso, mientras

él se iba.

Las zarzas continuaron, sin cambiar nunca, aún quietas. Vi a través de varias

puertas de las espinas, caminos a los lugares en el mundo de los mortales, las puertas

de Nuncajamás.

Las criaturas visibles e invisibles se deslizaron por entre las ramas, peludos o

brillantes con muchas extremidades, mirándonos a través de las espinas. Un ciempiés

gigante, más de veinte pies de largo, se aferró al techo del túnel a medida que

pasábamos debajo de ella, tan cerca que podíamos oír el lento clic de sus mandíbulas

enormes.

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142 JULIE KAGAWA FORO AD

Afortunadamente, no pareció estar interesado en nosotros, pero Puck mantuvo

sus dagas a mano por varios kilómetros después, y Grimalkin no volvió a aparecer por

mucho, mucho tiempo.

Pasaron las horas. O días, era imposible de decir. El lobo y yo estábamos

parados en la parte trasera del barco, viendo a una enorme serpiente deslizarse a través

de la sobrecarga de las ramas, cuando la voz cansada Ariella flotó hacia el frente.

―Ahí está.

Me volví mientras el túnel se abría en una enorme caverna de espinas, las ramas

cerrando el cielo. Llena de pequeñas luces, flotando en el aire y flotando sobre las

aguas oscuras como luciérnagas. Antorchas salían del río, algunas inclinándose en

ángulos extraños, brillando con flamas naranjas y azules. Se iluminó el camino a un

templo de piedra que se vislumbraba al final de la caverna. El templo se elevó de las

oscuras aguas más allá del techo de la cueva, se extendía a través de más ramas y

entonces lo pudimos ver. Vides, musgo y enredaderas espinosas cubrían las paredes en

ruinas, aferrándose como garras posesivas alrededor de los pilares y las gárgolas

riendo.

Incluso en un lugar tan eterno como Nuncajamás y el Wyld profundo, donde el

tiempo no existía y antiguo era sólo una palabra, este era el templo más antiguo.

Tomé una respiración profunda y lenta.

―¿Lo logramos? ―pregunté en voz baja, sin poder apartar los ojos de la enorme

pared de piedra que se alzaba delante de nosotros como la ladera de una montaña―.

¿Es este el Campo de Prueba?

A mi lado, Ariella negó con la cabeza.

―No ―susurró, casi en un sueño―. Todavía no, aunque lo he visto en mis

visiones. Los Campos de Prueba se encuentran más allá del templo. Esta es la puerta al

Fin del Mundo.

―Gran puerta ―murmuró Puck, estirando el cuello para mirar hacia ella.

Nadie le contestó.

El Río de los Sueños continua, más allá del templo, en las espinas que rodeaban

la caverna, pero el barco flotó perezosamente hasta que chocó contra el suelo gigante

de piedra que conducía a las puertas, y se detuvo.

—Supongo que es nuestra parada ―dijo Puck, y prácticamente saltó del barco al

piso―. Menos mal, es bueno estar de vuelta en tierra firme ―reflexionó, avanzando

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mientras el resto de nosotros lo seguía, desplazándonos fácilmente en la plataforma de

la parte inferior.

Grimalkin apareció de debajo de uno de los bancos, marcando el fondo con sus

pasos, y comenzó a lavarse rigurosamente la cola.

Mirando la larga subida de las escaleras del templo, Puck negó con la cabeza y

suspiró.

―Escaleras. ―Hizo una mueca―. Juro que debe ser como un código secreto.

Todos los antiguos templos misteriosos deben tener un mínimo de al menos siete mil

pasos hasta la puerta principal.

Seguí su mirada y fruncí el ceño cuando me di cuenta que no estábamos solos.

―Alguien está ahí arriba ―dije en voz baja―. Puedo sentirlo. Se siente... como

que me está esperando.

El resto del grupo se miró, con excepción de Ariella, que estaba un poco

apartada, mirando de nuevo al río.

―Bueno, entonces… ―Puck suspiró con alegría exagerada―. Supongo que sería

una grosería mantenerlo esperando.

Él, el Lobo y Grimalkin se pusieron en marcha por las escaleras, pero se

detuvieron cuando no los seguí.

―Uh, príncipe, ¿no vas a venir? ―dijo Puck, mirándome―. A ver como es esto,

ya sabes, la fiesta y todo.

―Sigue adelante ―le dije, empujándolos―. Vamos a estar en guardia. Por si

algo viene tras de ti.

―Oh, créeme, lo haré, ―dijo Puck, y siguió por las escaleras, con Grim y el Lobo

a la cabeza.

Me volví a Ariella, que seguía mirando por encima del río de los sueños, sin

mirarme.

―Ari ―dije en voz baja, dando un paso detrás de ella―. ¿Qué es?

Ella permaneció en silencio durante varios latidos del corazón, y estaba

empezando a preguntarme si me había escuchado en absoluto, cuando tomó un

tembloroso suspiro y cerró los ojos.

―Ya casi estamos allí ―susurró, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo―. No

pensé que sería tan pronto. Supongo que... no hay vuelta atrás.

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―Ari. —Me acerqué a ella, poniendo una mano sobre su brazo―. Habla

conmigo. Quiero ayudarte, pero no puedo si no me dices que es, puedes.

Ella se volvió de pronto, y antes de que pudiera reaccionar, enmarcó mi rostro

con las manos y apretó sus labios con los míos.

Me quedé inmóvil, en su mayoría en estado de shock, pero después de un

momento mi cuerpo se desenrolló y cerré los ojos, relajándome en ella. Me acordé de

esto, la sensación de sus labios en los míos, frescos y suaves, el tacto de sus dedos en mi

piel. Me acordé de su aroma, esas largas noches en que estuvimos bajo las frías estrellas,

congeladas, soñando en los brazos del otro.

Por un segundo, mi cuerpo reaccionó instintivamente. Empecé a tirar de

nosotros más de cerca, para envolver mis brazos alrededor de ella y devolver el beso

con la misma pasión... pero, después, me detuve.

Me acordé de esto a la perfección, cada momento brillante con Ariella fue

grabado para siempre en mi mente. Lo que había tenido, lo que había compartido, todo.

Construí un santuario dedicado a ella en mis recuerdos, bien cuidado por el dolor y la

rabia y el pesar. Conocía cada centímetro de nuestra relación, la pasión, el sentimiento

de vacío cuando no estábamos juntos, el deseo y, sí, el amor. Había estado enamorado

de Ariella. Me acordé de lo que había significado para mí una vez, lo que sentía por ella,

entonces...

... Y lo que no siento por ella ahora.

Suavemente, puse mis manos sobre sus hombros y la empujé hacia atrás,

rompiendo el beso.

―Ari…

―Te amo, Ash ―murmuró antes de que pudiera decir nada más, y mi estómago

se sacudió. Su voz era tranquilamente desesperada, como si estuviera corriendo para

sacarlo antes de que pudiera hablar―. Nunca dejé de hacerlo. Nunca. Aun cuando

sabía lo que sentías por Meghan, cuando estaba tan enojada que quería que

estuviéramos muertos, no podía dejar de amarte.

Se me cerró la garganta. Tragué saliva para abrirla.

―¿Por qué me dices esto ahora?

―Porque no voy a tener otra oportunidad ―continuó Ariella, con los ojos llenos

de lágrimas―. Y sé que, después de tu promesa con Meghan, después de todo lo que

tuvieron que pasar para llegar hasta aquí, sé que no puedes volver atrás, pero... ―Ella

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se apretó, mirándome―. ¿Todavía me amas? No puedo... tengo que saberlo, antes de

que vayamos más lejos. Merezco tanto saberlo.

Cerré los ojos. Las emociones se arremolinaban dentro de mí, la culpa, la tristeza

y el arrepentimiento, pero por una vez, mis pensamientos eran claros.

―Ariella ―murmuré, teniendo su manos en las mías, sintiendo su pulso

acelerarse. Esto sería difícil de decir, pero necesitaba decirlo, y ella tenía que escucharlo.

Incluso si me odiaba al final―. Cuando te perdí ese día, mi vida terminó. Pensé que iba

a morir. Me quería morir, pero sólo después de tomármela contra Puck. Lo único para

lo que estaba viviendo era la venganza, y casi me destruyó, porque no podía dejarte ir.

Incluso cuando conocí a Meghan, sentía que estaba traicionando tu memoria.

»Pero es diferente ahora. ―Abrí los ojos, encontrando su mirada―. Me

arrepiento de muchas cosas. Me gustaría haber estado allí para ti, y me gustaría que ese

día nunca hubiera sucedido. Pero de la única cosa que no me arrepiento, lo único

bueno que salió de todo eso, es ella.

»Ari... Yo siempre te amaré. Siempre lo he hecho. Nada va a cambiar

eso. ―Apreté su mano, luego con cuidado la solté―. Siempre serás una parte de mí.

Pero... no estoy enamorado de ti... nunca más. Y, a pesar de mi promesa, a pesar de

volver a verte, hago esto porque quiero estar con Meghan, nada más. ―Miré los

vidriosos ojos de Ariella, y retrocedí, hablando tan suavemente como pude―. No

puedo ser tuyo, Ariella. Lo siento.

Por un momento, me miró con una expresión completamente ilegible. Entonces,

inesperadamente, una triste sonrisa cruzó sus labios.

―Eso es, entonces ―murmuró, más para sí misma que para mí―. Para nosotros,

de todos modos. ―Parpadeé, y ella me miró, sus ojos brillaban claros―. No quería que

tengas alguna duda, al final.

―¿Es eso lo que querías? ―la miré, horrorizado―. ¿Me obligaste a tomar una

decisión?

―No, Ash. No. ―Ariella puso una mano sobre mi brazo―. Quise decir lo que

dije. Siempre te he querido, y quería que lo supieras antes de... ―Ella se estremeció,

abrazándose a sí misma mientras dio un paso atrás―. Estoy feliz por ti —me susurró,

aunque sus ojos estaban vidriosos, una vez más―. Sabes lo que quieres, y eso es bueno.

Hará que sea más fácil....

―¿De qué estás hablando?

―Oye, ¡chico hielo! ―La voz de Puck se escuchó, áspera y con desaprobación,

desde más arriba de las escaleras―. Creo que será mejor que vengas aquí ¡ahora mismo!

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Le fruncí el ceño a Puck, maldiciendo el momento, y miré a Ariella. Ella miró

por la escalera, con las mejillas secas, con expresión resuelta. Sentí que estaba en paz

consigo misma, llegando a alguna decisión importante.

―Ari...

―Todo está bien, Ash. ―Ariella levantó una mano, sin mirarme a los ojos―. No

te preocupes por mí. Sabía que, con el tiempo, llegaríamos a esto. ―Ella tomó una

respiración, dejó escapar el aire lentamente―. Es hora de seguir adelante, para ambos.

―Por lo tanto, vamos ―dijo ella, volviéndose y dándome una sonrisa valiente―.

Por fin hemos llegado al final. No podemos detenernos ahora.

Puck nos esperaba en la parte superior de la escalera, el Lobo gruñendo bajo en

el pecho a su lado. Pero Grimalkin también estaba allí, con calma lamiéndose una pata

delantera entre miradas de desprecio del Lobo, así que me relajé un poco. Cuando el

gato desaparezca, entonces me preocuparía.

Sin embargo, Puck parecía grave a medida que me reuní con él, asintiendo con

la cabeza en la parte superior de las escaleras.

―Tenemos compañía ―murmuró, y miró hacia arriba.

Una figura se situaba en la parte superior de las escaleras, vestido y

encapuchado, casi de dos metros de altura. Su rostro estaba oculto en la oscuridad de la

capucha, y una pálida, mano huesuda sostenía un cetro brillante de madera negra

trenzada.

Y, aunque no podía ver su cara, sentí que me estaba mirando.

―Yo sé por qué has venido, caballero de la Corte de Hierro.

La voz profunda estalló en mí, viniendo de todas partes, de las espinas y el río y

el templo mismo. Se hizo eco en mi cabeza y en mis huesos, frío y poderoso y más

antiguo que las estrellas. Me tomó toda mi fuerza de voluntad no caer de rodillas ante

la figura con túnica, y por la falta de la sonrisa irreverente de Puck y el pelo de punta a

lo largo de la columna vertebral del Lobo, sabía que también lo sintieron.

―¿Quién eres? ―le pregunté.

―Soy el Guardián del Fin del Mundo ―entonó la figura―. Soy el Guardián de los

Campos de Prueba, al que tendrás que impresionar para ganar tu alma.

―¿Y salió sólo para decir hola? Eso es muy considerado de su parte. ―Puck

recuperó su sonrisa y se volvió hacia mí―. ¿No te sientes especial, chico hielo? No solo

tuvimos que ir al Fin del Mundo. Sé amable con el agradable hombre encapuchado, y

tal vez consigas un alma.

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―Pero primero, para llegar al Fin del Mundo, para probar que eres digno, debes ejecutar

un sacrificio.

―Lo sabía. ―Puck negó con la cabeza―. Siempre hay una trampa.

No hice caso de Puck, dando un paso hacia la figura encapuchada.

―Estoy listo ―le dije, en busca de un rostro detrás de la oscura capucha, sin

encontrar nada―. Deme todo lo que tiene… sacrificios, pruebas, cualquier cosa, no

importa. Estoy listo. ¿Qué tengo que hacer?

El Guardián no se mostró sorprendido.

―La primera prueba no es sólo para ti, caballero, ―dijo, barriendo un brazo vestido

al grupo detrás de nosotros―. Cualquier persona que desee ver el Fin del Mundo debe

hacerlo a través de la prueba. Solo, fracasarás. Juntos, podrían tener una oportunidad para

superar los desafíos. Pero sepan esto, no todos los que entran en el templo salen. De eso, pueden

estar seguros.

Mi estómago se redujo. No me había duda alguna en sus palabras, por mucho

que odiaba aceptarlas. El Guardián nos estaba diciendo que no todo el mundo iba a

sobrevivir a la prueba. Que uno o más de nosotros iba a morir.

―Una cosa más. ―El Guardián levantó una mano en silencio ante la nueva

revelación―. No tienes mucho tiempo para encontrarme, Caballero. Una vez que las puertas

sean abiertas, en ambos extremos de la prueba, no van a permanecer así para siempre. Si todavía

estás en el templo cuando se cierren, estarán atrapados allí hasta el fin de los tiempos, uniéndose

a los que ya han fracasado. ¿Entiendes?

―Sí ―le dije aturdido. El asintió con la cabeza cubierta.

―Entonces te veré en el Fin del Mundo, Caballero. Donde, si logras pasar, tu verdadera

prueba comenzará.

Y solo así, se había ido. No se desvaneció o desapareció en una nube de humo o

incluso desapareció como Grimalkin, volviéndose invisible. Simplemente no estaba allí.

Me quedé en la parte superior de las escaleras, sintiendo las miradas de mis

compañeros en mi espalda, y levanté la cabeza.

―Cualquiera que quiera volver atrás, puede ―dije en voz baja sin darme

vuelta―. Ya oyeron lo que dijo el Guardián. No todos lograrán salir de aquí. No tendré

nada en contra de ustedes si se quieren ir.

Oí a Puck resoplar de asco mientras subía lo último de la escalera y se puso

delante de mí, cruzándose de brazos.

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148 JULIE KAGAWA FORO AD

―¿Qué, y permitirte tener toda la diversión? Deberías conocerme mejor, chico

hielo. Sin embargo, tengo que admitir, que la idea de ser atrapado contigo para siempre

me hace la piel de gallina. Supongo que tendremos que asegurarnos de que no sea así,

¿eh?

―He llegado hasta aquí ―gruñó el Lobo, caminando hacia delante y

colocándose detrás de Puck―. No es bueno dar marcha atrás ahora. Dije que te vería en

el Fin del Mundo, y lo haré. El gato puede irse si lo desea. Estaría en sintonía con su

cobardía. Pero la historia debe continuar.

―Por favor. ―Grimalkin trotó los escalones y se volvió para mirar hacia atrás

de mí, sacudiendo la cola―. Como si me permitiría quedar atrapado con el perro hasta

el final de los tiempos. ―olfateó y frunció los bigotes―. No temas, príncipe. No dudes

de que voy a salir sí creo que estás cerca del fracaso. Sin embargo, estos desafíos

siempre tienen algún tipo de rompecabezas o un juego ridículamente sin sentido para

resolver, y es probable que necesites a una persona con inteligencia antes de hacerlo.

Además, aún me debes un favor.

Asentí a todos ellos y me volví a Ariella, seguía de pie unos pasos hacia abajo,

mirándome en el templo.

―No tienes que hacer esto ―le dije suavemente―. Nos trajiste hasta aquí, has

hecho más de lo que podría haberte pedido. No tienes que ir más lejos.

Ella sonrió con esa triste sonrisa y respiró hondo.

―Sí ―susurró, encontrando mi mirada―. Lo haré. ―Subiendo las escaleras,

llegó a mi lado, tomándome del brazo―. Hasta el final, Ash. Nos vemos en el final.

Puse mi mano sobre la suya y la apreté. Puck nos sonrió, y el lobo resopló,

sacudiendo la cabeza. Con Grimalkin a la cabeza, los cinco nos acercamos a la puerta

de piedra del templo. Con un rugido estremecedor, se abrió lentamente, nos bañó con

piedras y polvo. Más allá de la puerta, todo estaba envuelto en la oscuridad.

No nos detendríamos. Con Ariella y Puck junto a mí, el Lobo caminando detrás

de nosotros, y Grimalkin a la cabeza, cruzamos el umbral y entramos al desafío.

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Capítulo 13 El Pozo

Traducido por: Luxsi

Como lo esperaba, el templo, a pesar de ser enorme desde el exterior, no se

ajustaba al espacio normal. La primera habitación que pasamos, más allá del pasillo

largo y estrecho, era un gran patio abierto, rodeado de muros y cubierto de musgo.

Rayos de luz extraña se inclinaban hacia abajo desde algún lugar superior, y por todas

partes se esparcían estatuas rotas, columnas y enormes piedras. La cámara parecía un

laberinto en miniatura de paredes derrumbadas, arcos y columnas, cubiertas de vides y

rotas con el peso del tiempo.

Delante de nosotros, un par de enormes puertas dobles se alzaban sobre una

plataforma, custodiadas por dos criaturas de piedra tosca, una a cada lado. Las estatuas

parecían un cruce entre un león y una especie de perro monstruoso, con cabeza ancha,

las melenas encrespadas y patas delanteras gruesas, con garras.

—Perros Fu —reflexionó Puck cuando nos acercamos a las puertas, saltando

sobre los pilares destrozados y los arcos desmoronados—. Tú sabes, me encontré con

un perro Fu una vez en Beijing. El persistente hijo de puta me persiguió por todo el

recinto del templo. Parecía pensar que yo era una especie de espíritu maligno.

—Imagínatelo —murmuró Grimalkin, y el Lobo resopló de risa. Puck le tiró una

piedra.

—Estos no son de la variedad estándar —continuó Puck, haciendo un gesto a los

guardianes de piedra—. Son más grandes. Y mayores. Menos mal que no son perros Fu

reales, ¿eh? Estaríamos en grandes problemas si…

Y, por supuesto, en ese momento, un fuerte chirrido retumbó en la sala, ya que

ambas estatuas volvieron la cabeza para mirarnos.

Suspiré.

—Para ahora deberías saberlo, Goodfellow.

—Lo sé. No puedo evitarlo.

Con rugidos amenazantes, el par de guardianes de piedra saltaron de su base,

aterrizando con un ensordecedor estruendo en el suelo rocoso, haciendo temblar el

suelo. Sus ojos ardían con un fuego esmeralda en sus caras escarpadas, sus patas

aplastaron las piedras bajo sus pies y sus gritos llenaron la cámara. Grimalkin se

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esfumó, el Lobo sumó su rugido a la cacofonía, y los perros Fu bajaron la cabeza y

atacaron.

Conforme el perro Fu barrió su camino, salté a un lado, cortando su flanco

cuando pasó como un trueno. Mi espada pasó por fuera de la piel de piedra, dejando

un rastro de escarcha y un arañazo superficial, pero el monstruo no se dio cuenta

siquiera. Golpeó primero su cabeza contra un pilar de piedra, rompiéndola en

escombros, antes de darse la vuelta, completamente ileso, y bajó la cabeza para atacar

de nuevo.

Una flecha de hielo cayó en el amplio hocico conforme el perro Fu galopaba

hacia mí, cuando Ariella trató de captar su atención, pero eso no redujo la velocidad

del perro. Lo esquivé conforme rugía, y pasó directamente a través de una pared como

un toro furioso, bañándose de piedras. Un rápido vistazo mostró a Puck pegado a uno

de los pilares para evitar a la segunda estatua, que simplemente chocó su cabeza en la

base de piedra para golpear la columna y derribarla. Puck logró moverse a una

segunda columna, mientras el Lobo se abalanzaba sobre el perro Fu, llevando sus

colmillos a su grueso cuello. Él rebotó contra la piel de piedra con un grito que fue más

de rabia que de dolor, y el perro Fu se dio la vuelta para atacar.

Esto no estaba funcionando. Y no teníamos tiempo para jugar a mantener

distancia con un par de asesinos gigantes de piedra.

—Retírense —grité, agachándome detrás de una estatua sin cabeza para evitar

ser pisoteado por el primer guardián, que gruñó y se dio la vuelta antes de golpear

algo—. ¡Puck, llega a las puertas, no tenemos tiempo para esto!

—¡Oh, por supuesto, príncipe! ¡Haces que suene tan fácil!

El perro Fu que me atacaba gruñó y se lanzó hacia delante. Al parecer, había

renunciado a atacar ciegamente hacia delante con la esperanza de aplastarme como

pasta. Desde la esquina de mi ojo, vi a Ariella tirando hacia atrás de su arco buscando

otra oportunidad, y soltó la mano, sin alejar mi atención del perro.

—Ari, no te preocupes por mí. Sólo vete.

—¿Estás seguro?

—¡Sí! Llega a las puertas. Estaré justo detrás de ti.

Ariella se deslizó detrás de una pared y fuera de vista. El perro Fu miró hacia

dónde estaba, gruñendo, pero lancé una daga de hielo a su cara, que se rompió justo

entre sus ojos, con lo que su atención volvió hacia mí con un rugido.

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Se lanzó hacia delante, mostrando los dientes, sus garras rastrillaban profundos

surcos en el suelo. A medida que se abalanzó, salté, pasando su hocico y aterrizando en

sus anchos hombros. Por una fracción de segundo, vi un destello de oro en su cuello de

color rojo brillante, pero luego me bajé a toda velocidad de su espalda y corrí hacia las

puertas, donde Puck y Ariella me esperaban.

El Lobo mantenía al otro perro Fu ocupado, bailando y moviéndose sobre sus

patas traseras, cuando se volvía hacia él. A medida que subió la escalera, el guardián se

volvió hacia mí con un gruñido, pero el Lobo se abalanzó hacia delante y golpeó su

hombro en él, haciéndolo retroceder, manteniendo su enfoque en él. Llegué a Puck y

Ariella, quien se veía seria, mientras se volvía hacia mí.

—No es bueno. —Puck frunció el ceño y golpeó la puerta de piedra, haciendo un

ruido hueco—. La tonta no se mueve. Creo que hay una llave o algo para abrirla. Mira.

Señaló las dos puertas, donde dos muescas puestas lado a lado formaban

semicírculos perfectos que se unían donde las dos puertas lo hacían, creando una esfera

completa. Una llave de algún tipo, lo que probablemente significaba que estaba

perdida o escondida en algún lugar de la habitación. Con los dos perros Fu. Suspiré de

frustración.

—Los collares, tontos. —Apareció Grimalkin en una de las bases de la estatua,

con las orejas hacia atrás, azotando su cola—. Miren sus cuellos. ¿Tengo que hacer todo

por aquí? —Desapareció de nuevo, conforme un perro Fu subía por la escalera y se

abalanzaba sobre nosotros.

Nos hicimos a un lado, y el perro se estrelló contra las puertas con un estallido

que sacudió el techo. Sacudiendo la cabeza, dio marcha atrás, y vi el mismo flash

dorado alrededor de su cuello, como una etiqueta. O un globo que había sido cortado

por la mitad... Eché un vistazo a Puck—. ¿Tú tomas una, yo tomo la otra?

—Estás que ardes, chico.

Nos dispersamos hacia diferentes esquinas de la habitación, Ariella

siguiéndome, Puck se agachó para ayudar al Lobo. Como lo esperaba, mi perro Fu nos

acechaba constantemente a través de las ruinas del laberinto, rompiendo los pilares y

pasando a través de las paredes para darnos caza.

—¿Cuál es el plan? —Susurró Ariella mientras se metía en una esquina,

presionando nuestras espaldas contra la pared. A unos pocos metros, el perro Fu pasó

acechado, gruñendo tan cerca que podría haber salido de la esquina y tocarlo. Varios

pasillos más allá, en algún lugar del laberinto, oí un golpe y vi que una nube de polvo

voló en el aire, el segundo guardián estaba cerca.

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—Quédate aquí —le dije a Ariella—. Mantente fuera de vista. Quiero que se

centren en mí y nada más. Si Puck hace lo que se supone que debe, esto terminará

pronto. —Uno de los pilares cercanos se vino abajo, seguido de un gruñido frustrado—

. Ve hacia la puerta y espéranos —continué—. Busca a Grim y al Lobo, si puedes.

Estaremos ahí tan pronto como podamos con las llaves.

—Cómo… —Ariella comenzó a decir, pero con un golpe y un rompimiento de

piedra, el perro Fu irrumpió a través de una pared cercana y rugió cuando me vio.

Me moví, corriendo dentro de las ruinas, escuchando al guardián cerca de mis

talones. Rocas volaban y estatuas de mármol se hicieron polvo cuando la criatura de

piedra se arrojó por los pasillos tras de mí.

Doblé en la esquina de un muro en ruinas, y de repente Puck estaba allí,

corriendo directamente hacia mí desde la dirección opuesta. Sus ojos verdes se

ampliaron cuando nos acercamos, pero eso era lo que estábamos buscando. Los dos

inmediatamente nos hicimos a un lado cuando los perros Fu dieron vuelta a la esquina

y se estrellaron uno contra el otro con un golpe que hizo temblar la tierra.

La fuerza sacudió a los dos gigantes de piedra, y por un momento se quedaron

inmóviles, completamente aturdidos. Vi que uno tenía la nariz rota, y el otro tenía una

grieta corriendo por su rostro como una cicatriz irregular. Acostado boca abajo en el

otro lado del pasillo, Puck se elevó hasta los codos y sonrió en señal de triunfo.

—Ya sabes, no importa cuántas veces vea eso, nunca pasa de moda.

Me puse de pie.

—Toma la llave —le espeté, acercándome a un perro Fu. Todavía aturdido, que

no me vio cuando me acerqué y le arrebaté el medio orbe de oro de alrededor de su

cuello. Puck hizo lo mismo con el segundo, deteniéndose un momento para sonreír al

guardián estupefacto.

—Apuesto a que duele, ¿no? —Dijo, agitando el orbe frente a la cara del perro—.

Sí, eso te dará un dolor de cabeza por semanas. Eso es lo que pasa por ser tan

obstinado.

—Puck —me volví para mirarlo—. Deja de ser un idiota y salgamos de aquí.

Puck se echó a reír y se acercó a mí, sacudiendo el medio orbe en una mano.

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—Ah, los clásicos son siempre los mejores —murmuró, alcanzándome en la

esquina—. Hey, ¿recuerdas cuando hicimos el pequeño truco de los minotauros6? Ellos

estaban tan desmayados que…

Dos gruñidos muy bajos, muy enojados lo detuvieron a mitad de la frase. Puck

me dio una mirada de muerte, y le di una débil sonrisa.

—Lo sé, lo sé. Ustedes van a matarme.

Huimos a través de las ruinas, con las esferas agarradas con fuerza en la mano,

los perros Fu chocando detrás de nosotros. Sin viajes laterales o atrayendo a los perros

hacia las esquinas en esta ocasión, nos fuimos directamente a la puerta, tomando la

ruta más corta posible. Vi a Ariella al pie de las escaleras, su arco hacia atrás y dirigido

a los perros, los labios puestos en una delgada línea de frustración. Ella sabía que sus

flechas no podían hacer nada más que parpadear a los perros Fu. Los últimos cien

metros de la escalera eran los más peligrosos, planos y abiertos, sin nada para frenar a

nuestros perseguidores. Sentí el suelo temblar con sus pasos al galope, cuando cerraron

la distancia.

Entonces el lobo voló sobre una pared rota como una mancha oscura, se estrelló

contra uno de los perros Fu, haciendo que chocara contra el segundo. Fuera de balance,

las estatuas chocaron contra una pared, cayendo uno sobre otro con el chirrido de un

tren descarrilado. Jadeante, triunfante, el Lobo subió las escaleras con nosotros,

uniéndose a Ariella y ahora a Grimalkin, quien apareció en la puerta azotando su cola

con impaciencia.

—¡Rápido! —Gritó, conforme Puck y yo corríamos hacia arriba—. ¡Inserten las

llaves!

—Tú sabes, no puedes desaparecer y luego aparecer dando órdenes a gritos

cuando el resto de nosotros hizo todo el trabajo —dijo Puck cuando llegamos a las

puertas.

Grimalkin le siseó.

—No hay tiempo para discutir tu estupidez, Goodfellow. Los guardianes están

llegando. Las llaves…

Un rugido llegó cuando los perros Fu llegaron a la cima de la escalera,

meneando la cabeza con furia. Atrapados contra las puertas, no podíamos alejarnos

cuando se lanzaron hacia delante con gritos entusiastas. El lobo gruñó de vuelta y saltó

a su encuentro mientras Grimalkin agachaba sus orejas y nos gritaba:

6 Minotauro: Criatura mitológica con cuerpo de hombre y cabeza de toro.

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154 JULIE KAGAWA FORO AD

—¡Las llaves deben insertarse al mismo tiempo! Háganlo, ¡ahora!

Eché un vistazo a Puck, asintió con la cabeza, y metió de golpe las esferas en las

aberturas, sintiéndolas unirse y deslizarse en su lugar.

Miré hacia atrás, listo a lanzarme a un lado, pero en el momento en que las

llaves entraron en la cerradura los guardianes se congelaron. Conforme las puertas se

abrieron, pequeñas grietas aparecieron a lo largo de la piedra lateral de cada perro,

haciéndose cada vez más grandes y se extendieron por todo su cuerpo hasta que, como

uno, se separaron y derrumbaron, esparciendo escombros y escombros a lo largo de los

escalones.

Suspiré de alivio, luego me hice pasar a través del marco. No había tiempo para

saborear esta victoria.

—Dense prisa —dije, instando a todos a través de la puerta—. Si eso es sólo el

primer desafío, no tenemos tiempo que perder. —El Guardián no nos había dicho

exactamente el tiempo que teníamos para completar el pozo, pero tuve la clara

impresión de que cada segundo resultaría valioso.

—Hombre, tu amigo encapuchado realmente no creía en meternos en esto —

comentó Puck cuando se agachó a través de las puertas y se fue corriendo por un

pasillo. Cabezas de dragón de piedra se alineaban en la pared cada pocos metros, con

la mandíbula congelada en gruñidos permanentes—. Si ese primer desafío se suponía

que era más fácil, podríamos estar en muchos problemas.

—¿Cómo creíste que sería, Goodfellow? —dijo Grimalkin, saltando a lo largo

por delante de nosotros—. ¿Un paseo agradable por el parque? Ellos no lo llaman el

pozo por nada.

—Hey, me he encontrado con algunos pozos en mi tiempo —disparó de nuevo

Puck—. Todos son básicamente lo mismo, tienen sus desafíos físicos, un enigma sin

sentido o dos, y siempre hay unas cuantas desagradables…

Una gota de fuego surgió de una de las fauces del dragón de piedra, soplando

aire abrasador hacia Grimalkin cuando pasó delante de él. Afortunadamente, el gato

era demasiado pequeño para ser dañado, pero hizo que el resto de nosotros nos

detuviéramos.

—Trampas —terminó Puck, y se estremeció—. Bueno, me lo imaginaba.

—¡No se detengan! —dijo Grimalkin, aun corriendo por delante—. ¡Sigan

avanzando y no miren hacia atrás!

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155 JULIE KAGAWA FORO AD

—Es fácil para ti decirlo —gritó Puck, pero entonces el rugido sordo detrás de

nosotros me hizo mirar por encima del hombro y maldecir. Todas las cabezas de

dragón que acabábamos de pasar comenzaban a escupir fuego, y las llamas se

acercaban por el pasillo hacia nosotros.

Corrimos.

El pasillo parecía no terminar nunca, y había algunos obstáculos que había que

saltar o pasar por debajo de los chorros de fuego, y por supuesto estaba el inevitable

hoyo en el extremo final que apenas logramos pasar, pero lo logramos con quemaduras

mínimas. A Ariella se le incendió una vez la manga, y la punta de la cola del Lobo se

quemó, pero nadie resultó herido de gravedad.

Jadeando, entramos a través del arco de la siguiente habitación, donde estaba

Grimalkin en un pilar roto, esperándonos.

—Ugh —gruñó Puck, cepillando cenizas de su camisa—. Bueno, eso fue muy

divertido, aunque sea un cliché. Demasiado Templo de la Perdición para mí. Entonces,

¿dónde estamos ahora?

Recorrí la habitación, que era enorme, circular y alfombrada de arena blanca y

fina, situada en las dunas y colinas como un desierto en miniatura.

Columnas y pilares estaban dispersos por toda la cámara, la mayoría rotos o

caídos, medio enterrados en el polvo. Viñedos colgaban de una cúpula enorme,

imposiblemente lejana, y raíces serpenteaban a través de las paredes desmoronadas. En

los débiles rayos de luz, motas de polvo flotaban en el aire. Tuve la impresión de que si

tirara una piedra en esta sala, se quedaría colgada en el aire para siempre, suspendida

en el tiempo.

En el centro de la sala, una tarima de piedra enorme se levantaba de la arena, los

restos de cuatro gruesas columnas de mármol se espaciaban de manera uniforme a lo

largo del borde. A ambos lados de la piedra, dos elegantes estatuas aladas agachadas,

primorosamente una frente a la otra, las puntas de sus alas casi tocando el techo.

Tenían los cuerpos de grandes y elegantes gatos, garras y flancos descansando

en la arena, pero sus caras eran de mujer fría pero hermosa. Con los ojos cerrados, las

esfinges se quedaron inmóviles, guardando un par de puertas de piedra más allá de

ellas. Subiendo a la tarima, nos detuvimos en el borde, mirando las enormes criaturas.

Aunque las puertas estaban a sólo unos metros más allá de las patas masivas de las

esfinges, nadie dio un paso entre ellas.

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—Huh —Puck se inclinó hacia atrás, mirando a los rostros impasibles de las

estatuas—. Un enigma esfinge, ¿verdad? Que positivamente encantador. ¿Crees que

nos tratarán de comer si nos equivocamos?

—Tú —dijo Grimalkin, haciendo sus orejas para atrás—, vas a permanecer en

silencio, Goodfellow. Las esfinges no ven con buenos ojos la ligereza, y tus

observaciones prejuiciosas no serán bien recibidas.

—Hey —Puck disparó de nuevo, cruzando los brazos—. Te lo haré saber, he

tratado con esfinges antes, gato. No eres el único que conoce su camino alrededor de

un enigma.

—Cállense —les gruñó el Lobo a ambos, y apuntó su hocico hacia el cielo—.

Algo está sucediendo.

Contuvimos la respiración y esperamos. Por un momento, todo estaba en

silencio. Entonces, al mismo tiempo, los ojos de las esfinges se abrieron, todos azul y

blanco brillantes, sin iris o pupilas. Sin embargo, podía sentir su mirada antigua,

calculadora en mí mientras una cálida brisa susurraba a través de la habitación y las

estatuas hablaron, su voz temblaba de antigua sabiduría y poder.

El tiempo es el diente que hace girar la rueda. El Invierno

deja cicatrices que no sanan. El Verano es un fuego que arde por

dentro. La Primavera una terrible carga de ocultar. El otoño y la

muerte van de la mano. Una respuesta se encuentra dentro de la

arena. Pero busquen la respuesta solos, para que la arena los

reclame como propios.

—Er, lo siento —dijo Puck, cuando las voces cesaron y el silencio cayó sobre las

dunas de nuevo—. Pero, ¿podría usted repetir eso? ¿Un poco más lento esta vez?

Las esfinges se quedaron en silencio. Sus ojos azules cerrados, tan rápido como

un una puerta cerrándose, y no se abrieron de nuevo.

Sin embargo, algo se movía a nuestro alrededor. La arena estaba cambiando,

moviéndose, como si millones de serpientes se retorcieran debajo de la superficie. Y

entonces, la arena estalló, y un sinnúmero de escorpiones, pequeños, negros y

brillantes, se derramaron por sobre las dunas y se vertieron hacia nosotros.

Puck gritó y el Lobo gruñó, con el pelo en su espalda y el cuello levantado. Nos

amontonamos en la plataforma, sacando nuestras armas, conforme el suelo se convirtió

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en una masa de cuerpos moviéndose, arrastrándose unos sobre otros, hasta que ya no

podía ver la arena a través de la alfombra negra viviente, retorciéndose.

—Saben, creo que prefiero ser comido por las esfinges —exclamó Puck. Tuvo

que gritar para hacerse oír por encima del sonido que llenaba el aire, el ruido de

millones de diminutas patas deslizándose una sobre la otra—. Si alguien tiene un plan

o una idea, o una lata de repelente de escorpión, me encantaría saberlo.

—Pero, miren. —Señaló Ariella sobre el borde de la plataforma—. No están

atacando. Ellos no se van a acercar más.

Miré por encima del borde y vi que era cierto. Los escorpiones subían contra el

muro de piedra, fluyendo como una roca en un arroyo, pero no subían los tres pies que

faltaban para llegar a nosotros.

—No nos van a atacar —dijo calmadamente Grimalkin, sentado lejos de la orilla,

me di cuenta—. Todavía no. No, a menos que resolvamos el enigma de forma

incorrecta. Por lo tanto, no nos preocupemos. Tenemos un poco de tiempo.

—Correcto. —Puck no se veía seguro—. Y esta es la parte donde nos dices que

conoces la respuesta, ¿verdad?

Grimalkin golpeó con su cola.

—Estoy pensando —dijo con altanería, y cerró los ojos. Su cola se movió, pero

aparte de eso, el gato no se movía, dejándonos al resto de nosotros mirando

nerviosamente a nuestro alrededor y esperando.

Impaciente e inquieto, raspé una bota en el suelo de piedra, luego me detuve. En

frente de una de las columnas rotas, medio enterrada en la arena, vi unas letras talladas

en la piedra. M-E-M-O-R. De rodillas, limpié la suciedad para revelar la palabra

completa.

Memoria.

Algo se agitó en mi mente, una idea demasiado vaga para formarse, como un

nombre olvidado que se mantiene fuera de tu alcance. Tenía algo aquí, simplemente no

podía reunirlo.

—Busca otras palabras —le dije a Puck, que había venido detrás de mí, quien

miraba por encima de mi hombro para ver lo que estaba haciendo—. Tiene que haber

otras.

Memoria, conocimiento, fuerza y arrepentimiento. Esas fueron las palabras que

habíamos descubierto, talladas en el suelo de piedra en frente de cada pilar roto. Con

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158 JULIE KAGAWA FORO AD

cada una de ellas tratamos de descubrirlo, las piezas del rompecabezas comenzaron a

unirse nebulosamente, aunque aún no era suficiente para formar la imagen completa.

—Está bien. —Puck restregó sus manos por su cara, frotando sus ojos—. Piensa,

Goodfellow. ¿Qué es lo que la memoria, el conocimiento, la fuerza, y el

arrepentimiento tienen que ver con las cuatro estaciones del año?

—No son las estaciones —dije en voz baja, conforme las piezas se deslizaban en

su lugar—. Somos nosotros.

Puck frunció el ceño.

—¿Puedes explicarme esa lógica, príncipe?

—El invierno deja cicatrices que no curan —recité, recordando la segunda línea

de la adivinanza—. No tiene mucho sentido, ¿verdad? —Señalé un pilar.

—Pero, sustituyámoslo por esa palabra, y ve lo que obtienes.

—La memoria deja cicatrices que no curan —dijo Puck automáticamente.

Frunció el ceño otra vez, luego sus ojos se agrandaron y me miró—. Oh.

El Lobo gruñó, encrespando el labio hacia la columna como si fuera un demonio

disfrazado de roca.

—Por lo tanto, debemos de creer que la respuesta a este enigma, este antiguo

rompecabezas que ha estado aquí por siglos incontables, ¿somos nosotros?

—Sí. —En el centro de la plataforma, Grimalkin abrió los ojos—. El príncipe está

en lo correcto. He llegado a la misma conclusión. —Miró tranquilamente alrededor de

la plataforma, deteniéndose en cada uno de los cuatro pilares rotos—. Memoria,

conocimiento, fuerza, arrepentimiento. Las estaciones representan a cuatro de nosotros,

por lo que debemos unir la palabra adecuada con la estrofa correcta.

—Sin embargo, hay cinco de nosotros —señaló a Ariella—. Cinco de nosotros,

pero sólo cuatro pilares. Lo que significa que uno de nosotros falta. O bien, se queda

atrás.

—Ya veremos —musitó Grimalkin, despreocupado—. En primer lugar, sin

embargo, debemos entender el resto del rompecabezas. Creo que el príncipe ya ha

encontrado su lugar. ¿Y tú, Goodfellow? —Miró a Puck, enredando su cola—. El

verano es un fuego que arde por dentro. ¿Qué palabra te describe mejor? El

conocimiento nunca ha sido tu punto fuerte. Fuerza... tal vez.

—Arrepentimiento —Suspiró Puck, con una rápida mirada hacia mí—. El

arrepentimiento es un fuego que arde por dentro. Es lamentar, así que cállate y sigue

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159 JULIE KAGAWA FORO AD

con los otros. —Él se movió hacia el pilar frente a mí, cruzando los brazos y

apoyándose en él.

Los escorpiones se volvían cada vez más ruidosos, más frenéticos, como si

supieran que estábamos a escasos segundos de resolver el enigma. Sus patas y

caparazones raspaban contra la roca, un océano de ruido creciente rodeándonos.

Grimalkin olfateó y compartió una mirada con el Lobo.

—Creo que las dos últimas son bastante obvias, ¿no? —dijo, paseándose hacia el

pilar que decía conocimiento—. Estoy de acuerdo, el conocimiento es a veces una carga

terrible. El último pilar es el tuyo, perro. No creo que se pueda discutir tu fuerza. Tu

inteligencia, tal vez, pero no tu fuerza.

—¿Qué pasa con Ariella? —La miré, viéndose un poco perdida en el borde de la

plataforma—. Ella tiene la carga de los conocimientos, también, no sólo tú, cait sith.

—Ariella es una vidente invernal, y ya tenemos un invierno —respondió

Grimalkin fácilmente, saltando sobre el pilar roto del conocimiento, mirando hacia

abajo a todos nosotros—. Y creo que estaría a favor de resolver esto rápidamente,

príncipe. En cualquier caso, creo que tenemos que estar juntos en los pilares. Que

generalmente es como funcionan estos enigmas.

El Lobo gruñó, saltando encima de la piedra rota, sus enormes patas muy juntas

en el borde.

—Si esto no funciona, gato, me aseguraré de comerte antes de que los

escorpiones lleguen a nosotros —murmuró, en precario equilibrio sobre la pequeña

plataforma. Grimalkin no le hizo caso.

Puck y yo lo seguimos, saltamos fácilmente a las columnas rotas, conforme el

mar de escorpiones sonaba y se retorcía debajo de nosotros. Durante unos segundos, no

pasó nada. Entonces, los ojos de las esfinges se abrieron, azules abrasadores, su voz

resonando en el ambiente.

—Ustedes —dijeron con un aliento, enviando una onda de energía sobre la

arena—, han elegido... de forma incorrecta.

—¡Qué! —gritó Puck, pero se ahogo por el zumbido furioso de millones de

escorpiones, que se agitaron en un frenesí—. No, eso no puede ser correcto. ¡Bolita de

pelo nunca se equivoca! ¡Esperen!

—Ustedes —las esfinges dijeron de nuevo—, van a morir.

Saqué mi espada, tensándome al ver como los escorpiones se adelantaban,

escalando la plataforma y se esparcían sobre el borde. Ariella abrió la boca y se

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tambaleó hacia atrás, conforme la alfombra viviente de garras y patas y aguijones

comenzaba a cubrir la plataforma.

—¡Quédese donde están! —sonó la voz Grimalkin a través de la cámara,

sonando fuerte y metálica con autoridad. Nos congelamos, y el gato giró con ojos

salvajes dorados hacia Ariella, mostrando los dientes, todo su pelo de punta—.

¡Tiempo! —Escupió, aplanando sus oídos—. ¡El tiempo es la quinta respuesta, el diente

que hace girar la rueda! ¡Párate en el centro ahora!

Apreté los puños conforme Ariella corrió hacia el centro de la plataforma, la

inundación de los escorpiones nos cerraba por todos los lados. Se amontonaban en los

pilares, arrastrándose sobre mi ropa, piernas y pinzas excavaban en mi carne. Los

sacudí y envié decenas de ellos volando, pero por supuesto siempre había más. No

picaban... todavía. Pero sentí los segundos pasar, y sabía que si las criaturas llegaban

antes que Ariella al corazón de la tarima, estábamos acabados. Puck gritó una

maldición, agitándose violentamente, y el Lobo rugió con furia cuando Ariella

finalmente llegó al centro de la tarima.

Tan pronto como puso un pie en el centro, un escalofrío recorrió el aire, desde el

centro de la tarima y se difuminó como ondas hacia el exterior, como en un estanque.

La inundación de los escorpiones se detuvo, a centímetros de Ariella, y comenzó a fluir

hacia atrás, dejando la plataforma y gateando por debajo de los pilares. Sacudí al

último de los pequeños depredadores de mí y miré la alfombra, se alejaban,

desaparecían bajo las arenas, una vez más. En cuestión de segundos, habían

desaparecido por completo, y las dunas se mantenían quietas.

—Ustedes han elegido... correctamente —las esfinges susurraron, y cerraron los

ojos otra vez.

Ariella estaba temblando. Salté de la plataforma y me fui hacia ella, sin palabras,

acercándola. Ella tembló en mis brazos por un momento, luego suavemente se liberó y

se alejó, alisándose el pelo hacia atrás.

—Wow —murmuró Puck, sacando el polvo de la pechera de su camisa—.

Ahora, eso fue extraño. Y pensar que yo nunca pensé que viviría para ver el día... —

calló, sonriendo.

Lo miré con cansancio.

—Está bien, me la creeré. No te referías a los escorpiones o la esfinge. Hemos

visto cosas mucho más extrañas que eso.

—No, chico hielo. Nunca pensé que vería el día en que Grimalkin estuviera

equivocado.

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Grimalkin, aún en su columna rota, no reaccionó, pero vi sus bigotes moverse

mientras miraba el camino.

—Goodfellow —dijo con un enorme bostezo—, me siento obligado a señalar

que, si yo hubiera estado mal, estarías todo lleno de pequeños agujeros en estos

momentos. De todos modos, estamos perdiendo el tiempo. Sugiero que salgamos, de

forma rápida. Desde luego, no quiero quedarme atrapado aquí hasta el final de los

tiempos con ninguno de ustedes. —Y antes de que pudiera responder, él saltó y corrió

en la dirección de la puerta ahora abierta, pasando entre las esfinges con su cola en alto.

Miré a Puck, sonriendo.

—Creo que lo ofendiste, Goodfellow.

Él soltó un bufido.

—Si alguna vez me preocupara eso, nunca abriría mi boca.

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Capítulo 14 Reflejo

Traducido por: Altia

La puerta delante de las esfinges se abrió a otro pasillo estrecho, esta vez, vacío

de dragones que escupen fuego, pero no menos extraño. Se extendía en la oscuridad,

iluminado sólo por velas de color naranja, parpadeando contra las paredes. Las llamas

parecían flotar en el aire, reflejándose en las superficies de cientos de espejos de cuerpo

entero que cubrían el pasillo a ambos lados.

Echando una mirada a mi propia imagen, me detuve, ligeramente sorprendido

por el extraño en el espejo. El reflejo, pálido y de cabello oscuro, me miró fijamente, la

ropa hecha jirones en los bordes, los ojos afectados por el cansancio. Yo apenas me

reconocía, pero tal vez eso era algo bueno. Después de todo, eso era por lo que estaba

aquí, para convertirme en otra cosa, en otra persona. Si todo iba según lo planeado,

Ashallayn'darkmyr Tallyn, tercer príncipe de la Corte Oscura, ya no existiría más.

¿Cómo será ser un humano? Le preguntaba a mi reflejo. ¿Seguiré siendo yo mismo?

¿Me acordaré de todo lo relacionado con mi vida en la Corte de Invierno, o desaparecerán todos

esos recuerdos? Negué con la cabeza. Era inútil preguntarse acerca de eso ahora, cuando

estábamos tan cerca, pero aun así…

—Vamos, guapo —Puck puso una mano en mi hombro, y lo sacudí—. Deja de

acicalarte. Creo que ya casi estamos allí.

Cuando comenzamos a recorrer el pasillo, con cuidado de las trampas, pozos y

emboscadas, me acordé de Meghan, en el Reino de Hierro. Sería terriblemente irónico,

pensé, que, si ganaba un alma, olvidase todo acerca de Faery, incluyendo todos mis

recuerdos de ella. Ese tipo de final parecía adecuadamente trágico; el afligido fey que

se convierte en humano, pero que se olvida de por qué quería serlo. A los viejos

cuentos Faery les encantaba ese tipo de ironía.

No voy a permitir que eso suceda, me dije, apretando los puños. Si tengo que hacer

que Puck me diga todo, incluso si tiene que ir a través de toda nuestra historia, encontraré un

modo de volver a ella. No me convertiré en humano sólo para olvidarme de todo.

El pasillo continuó. Las velas parpadeantes emitían extrañas luces en los espejos

de enfrente, interminables filas de llamas, que se extendían hasta el infinito. Desde la

esquina de mi ojo, vi mi oscuro reflejo, caminando a mi lado. Sonriendo.

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Excepto, que yo no lo estaba haciendo.

Me paré y poco a poco me giré hacia el espejo, bajando la mano a la espada. En

el cristal, mi reflejo hizo lo mismo... pero no era yo. Era alguien que se parecía a mí,

pálido y alto, con pelo negro y ojos plateados. Él vestía armadura negra, una andrajosa

capa y una corona de hielo descansando sobre su frente. Tomé una respiración lenta y

lo reconocí.

Era yo, el yo que había visto en el sueño, el Ash que cedió a la oscuridad. El que

mató a Mab, reclamó el trono y trazó un camino sangriento a través de Nuncajamás y

las demás Cortes. Ash, el Rey de Invierno.

Él me estaba sonriendo, esa misma sonrisa, fría y vacía que mostraba la locura

tras él, pero, de otra manera, nuestros movimientos eran los mismos, idénticos.

Retrocediendo, miré a mis compañeros, que también habían descubierto los

nuevos reflejos en los espejos. Detrás de mí, Ariella se miró con horror a sí misma,

pálida y escultural con un vestido de corte elegante. Sus delgadas manos se apoderaron

de un cetro de hielo. Pero sus ojos eran vacíos y crueles, su rostro sin emoción. Un aro

brillaba en su frente, no muy diferente de la corona del Rey Unseelie. Una Reina de

Invierno, ella miraba fijamente con ojos fríos, impasibles, hasta que Ariella se giró con

un estremecimiento.

—Príncipe —murmuró Puck, viniendo a mi lado, de pie, parado frente a mi

hombro, de espaldas al espejo. Su voz, aunque alegre, estaba curiosamente agitada—.

¿Estás viendo lo que estoy viendo, o se trata sólo de mí?

Eché un vistazo al Puck en el espejo detrás de nosotros y tuve que reprimir las

ganas de empujarlo lejos y sacar mi espada. La cabeza de Puck miró por encima de mi

hombro, con los labios en una mueca cruel que era casi animal, los dientes brillando en

la luz del fuego. Sus ojos se estrecharon con alegría, pero esa era la clase de alegría loca

que te ponía a temblar, el tipo de alegría que encuentra la gracia en gatitos ahogados y

ganado envenenado. Este era el bromista cuyas bromas se habían vuelto mortales,

quien ponía víboras en fundas de almohada, dejaba entrar a los lobos con las ovejas y

quitaba las luces en el borde de un acantilado. Estaba sin camisa, descalzo y con

aspecto salvaje, el Robin Goodfellow de quién había visto destellos cuando él estaba

realmente enojado y en busca de venganza. El Robin Goodfellow sobre el que todo el

mundo estaba preocupado, ya que todos sabíamos que Puck podía convertirse en esto.

—Lo puedes ver también, ¿eh? —murmuró Puck cuando no había dicho nada de

inmediato. Asentí con la cabeza, una sola vez—. Bueno, tu reflejo no es demasiado

alentador, chico hielo. De hecho, este tipo de visión de nosotros es un poco extraña,

porque parece como si realmente quisieras cortarme la cabeza.

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164 JULIE KAGAWA FORO AD

Le aparté, y nuestras imágenes hicieron lo mismo.

—Ignóralas —le dije, caminando hacia Ariella—. No son más que reflejos de lo

que podría ser. No significan nada.

—Incorrecto —Grimalkin apareció, trotando y sentándose delante de un espejo,

enroscando el rabo entre las piernas. Sus ojos dorados observándome perezosamente—

. Esto no es lo que podría ser, príncipe. Esto es lo que ya es. Todos tienen ese reflejo

dentro de ustedes. Solo que escogéis suprimirlo. Mira al perro, por ejemplo —continuó

mientras el lobo volvía trotando, con los pelos de punta. Ariella quedó sin aliento,

encogiéndose contra mí, y Puck murmurando una maldición en voz baja.

El reflejo del Lobo era enorme, llenando tres espejos juntos, un enorme

monstruo, gruñendo con ojos llameantes y echando espuma por la boca. Nos miraba

con hambre, la lengua roja colgando entre enormes colmillos y los ojos vacíos de

pensamiento racional.

—Una bestia —dijo Grimalkin tranquilamente, mientras el verdadero Lobo

enroscaba el labio para él—. Una bestia en su más verdadera y salvaje naturaleza. Sin

inteligencia, sin ideas claras, sin moral, solo puro instinto animal y el deseo de matar.

Eso es lo que los reflejos muestran, a ustedes mismos en vuestra forma más pura. No

los rechacen como si no tuviesen ningún significado. Sólo se engañan si lo hacen. —Se

puso de pie y enroscó sus bigotes hacia nosotros—. Ahora, rápido. No tenemos tiempo

para estar sin hacer nada. Si los espejos les molestan, la respuesta lógica sería no

mirarlos. Vámonos.

Azotó la cola y se fue al trote, por el pasillo en la oscuridad. Mientras se alejaba,

sin molestarse en mirar hacia atrás, me di cuenta de que el reflejo del Sith Cait no se

veía diferente al Grimalkin real. De alguna manera, no me sorprendió.

Mientras nos apresurábamos detrás de Grimalkin, miré a mi reflejo una vez más

y recibí otro shock. Ya no estaba allí, y tampoco ninguno de los otros.

Las velas, las llamas parpadeantes, todavía proyectando sus reflejos,

extendiéndose hasta el infinito, pero nuestras imágenes ya no estaban.

—¡Rápido! —dijo la voz de Grimalkin, haciéndose eco de la oscuridad—. El

tiempo se acaba.

Comenzamos a correr a toda velocidad, los pasos resonando por el estrecho

pasillo, pasando por cientos de espejos extrañamente vacíos. Podía ver las velas

parpadeando a nuestro alrededor, miles de luces de color naranja se reflejaban en las

paredes de cristal. Pero más allá de las luces y las paredes de enfrente, los espejos no

mostraron nada más. Era como si nosotros no estuviésemos allí.

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165 JULIE KAGAWA FORO AD

Llegamos a un cruce, donde otro pasillo se extendía en dirección opuesta,

desapareciendo en la oscuridad. En el medio estaba Grimalkin sentado, lavando una

pata delantera tranquilamente. Parpadeó mientras nos detuvimos, mirando con una

expresión perpleja en su cara.

—¿Sí?

—¿Qué quieres decir con, sí? —dijo Puck—. ¿Tu cerebro felino finalmente se

rompió? Tú has dicho rápido, y ahora estás aquí sentado. ¿Cuál es el problema?

—La salida está más abajo —Grimalkin bostezó, enroscando su cola alrededor

de sus piernas, y nos sonrió—. Pero dudo que alguna vez la alcances. Me parece

divertido que puedas hablar tan libremente de la inteligencia, cuando no puedes

diferenciar lo que es real y lo que no lo es.

—¿Qué? —Puck se sobresaltó, pero el Lobo de repente dejó escapar un gruñido

que me puso el pelo de punta. Saqué mi espada y miré hacia arriba, en busca de los

atacantes ocultos.

Robin Goodfellow me sonrió desde el reflejo del espejo con los brazos cruzados

sobre el pecho, una sonrisa demoníaca en su rostro. Me salvó un rápido vistazo a Puck,

y lo vi retroceder, tirando de sus dagas, diferentes acciones de su imagen en la pared.

Su reflejo saludó alegremente... y salió del espejo.

—¿Dónde crees que vas? —Sonrió Goodfellow, sacando sus propias armas

mientras se enfrentó al Puck real—. La fiesta acaba de empezar.

Un movimiento ondulado detrás de mí. Di la vuelta, arrojándome a un lado

mientras la monstruosa cabeza del otro Lobo explotó desde el marco y se abalanzó

sobre mí. Sentí su aliento caliente y escuché el chasquido de sus enormes mandíbulas a

pulgadas de mi cabeza.

Retrocediendo, saqué la espada, mientras se deslizó fuera del espejo y dentro de

la sala, una criatura monstruosa con ardientes ojos verdes, la baba colgando en jirones

de sus dientes. Aulló, haciendo temblar los espejos, y se levantó hacia mí, y fue

entonces cuando el verdadero Lobo le golpeó por detrás.

Salté a un lado mientras los dos lobos gigantes pasaban a toda velocidad,

rasgando y desgarrándose el uno al otro, desapareciendo por el pasillo lateral. El olor

de la sangre llenaba el aire, los rugidos y gruñidos añadiéndose al caos. Me giré para

ver a Puck atrapado en la pelea con su gemelo y a un segundo Robin Goodfellow salir

del espejo de detrás de él, levantando su cuchillo.

Una flecha atravesó el aire, golpeando al segundo falso Puck en el pecho,

haciéndolo estallar en un remolino de hojas. Ariella, con el rostro sombrío y decidido,

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166 JULIE KAGAWA FORO AD

levantó su arco otra vez, pero una figura alta y pálida salió del espejo que había a su

lado. Grité y me lancé hacia delante, pero la falsa Ariella levantó su cetro y golpeó a su

gemela en la parte posterior de la cabeza. Ariella se desplomó en el suelo, aturdida, y la

falsa Ariella se cernía sobre ella con una sonrisa cruel.

Rugiendo, volé hacía la falsa Ariella, pero la Reina de Hielo se levantó, los ojos

fríos puestos en mí y se metió de nuevo en el espejo. Me incliné hacía su forma

retirándose, y mi espada golpeó la superficie del cristal, rompiéndolo. Los fragmentos

volaron por la fuerza del golpe, brillando en la luz, y toda la superficie se derrumbó en

una sonora cacofonía, esparciendo los trozos por el suelo.

—Mi amor —La falsa Ariella apareció en otro marco, la mirada vacía,

taladrándome. La ataqué, rompiendo otro espejo, pero ella se metió en el espejo de al

lado, sus ojos suplicándome—. ¿Por qué? —murmuró ella, desapareciendo de nuevo y

apareciendo en un cuadro en la pared opuesta—. ¿Por qué yo no era suficiente? ¿Por

qué no pude impedir que te entregases a la desesperación? —Ella se deslizó lejos,

desapareciendo de la vista, y me giré con cautela, esperando a que apareciese de

nuevo—. Te amaba —susurró su voz, sin indicar dónde estaba—. Lo hubiera dado todo

por ti. Pero tú no podías dejar de pensar en ella. ¡Una humana!, dejas que una humana

me sustituya —Ella finalmente apareció de nuevo, su rostro contraído en una máscara

de odio amargo, con sus ojos ardiendo de celos—. ¡Así que ahora tú puedes morir por

ella!

Demasiado tarde, me di cuenta de donde estaba ella mirando y saqué mi

espada. No lo suficientemente rápido. La punta de una cuchilla golpeó mi hombro

mientras el otro Ash salía desde el espejo de detrás de mí, golpeándome contra la

pared.

Apreté los dientes mientras el fuego floreció a través de mi hombro, casi

haciéndome soltar la espada. El otro Ash sonrió mientras empujaba la cuchilla más a

fondo, fijándome en la pared. Concentrándome en el dolor, cambié el arma a mi otra

mano y le apuñalé en su pecho, pero él, con su espada libre, detuvo el golpe, como si

hubiera estado esperándolo.

Giramos cada uno en torno al otro, con idénticos movimientos, casi como si

estuvieras mirando a través de un espejo. El otro Ash sonrió y se abalanzó, un ataque

conocido que yo había hecho miles de veces. Me giré lejos y ataqué a su cabeza, pero él

ya estaba agachándose casi antes de que me hubiese movido. Nos lancé hacia delante y

nos encontramos en el centro de la sala, chispas azules volando mientras cortábamos y

bloqueábamos y paramos, el ruido de espadas sonando en el pasillo.

El otro Ash se alejó, arremetiendo con su espada.

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—Tú no puedes vencerme —dijo mientras yo paraba. Subimos, y al final del

pasillo, las hojas enfrentadas, la cara pálida pero tranquila de otro Ash—. Yo soy tú. Sé

todos tus secretos, todas tus debilidades. Y a diferencia de ti, puedo seguir así para

siempre —Sacó una mano y una lanza de hielo surgió de su palma, apuñalándome en

el pecho. Me giré a un lado y ataqué con una ráfaga de dagas. Él volvió a entrar en un

espejo, y los cascos fracturaron la superficie en una telaraña de grietas.

Me detuve un momento esperando a que aparezca de nuevo. Cuando no lo hizo,

me escapé y corrí hacia Ariella, apoyado contra una de las paredes.

Puck seguía peleando con dos de sus dobles, los otros Pucks sonriendo

locamente mientras se turnaban para abalanzarse. En algún lugar más allá de las

sombras, los gruñidos y aullidos de los lobos sonaban incluso sobre el choque de las

cuchillas. Un grito, un grito agudo que de repente se hizo eco a través del ruido,

haciéndome un nudo en el estómago. Había cazado muchas veces como para reconocer

un grito de muerte cuando lo oía.

—¡Ari! —exclamé, mientras me acerqué a ella, y ella levantó la cabeza, un

destello de dolor cruzando su cara—. No te muevas, voy para allá.

Una bandada de chirriantes cuervos salió de uno de los espejos, rodeándome y

bajando en picado hacia mi cara, picoteando y arañando.

Con una mueca de dolor, alcé un brazo y los ataqué con la otra, cortándolos en

el aire. Cuervos sangrientos y desmembrados cayeron sobre mí, antes de que el último

se quebrase, cambiando a una sonriente figura familiar en una explosión de plumas.

—¿Dónde vas chico hielo? —El otro Puck sonrió y me esquivó mientras le

apuñalaba—. No puedes dejarme ahora, se estaba poniendo interesante.

—¡Fuera de mi camino, Goodfellow! —Le amenacé, pero el otro Puck solo se rió.

—Mi otra mitad parece un poco ocupado por el momento, así que pensé en

venir a saludar. La-la-la-lee —cantó, tirando de sus dagas—. ¿Cuál es el verdadero yo?

—Él me dio esa sonrisa demoníaca y giró sus armas—. Sólo tienes una oportunidad de

acertar príncipe.

—Oh, chico hielo —dijo el Puck real, que seguía luchando con sus dos dobles—.

Deja de jugar con mi gemelo malvado, ¡tú tienes el tuyo propio!

Frustrado, miré a Ariella, más allá del Puck bloqueando mi camino, y se me heló la

sangre. La Reina de Hielo, la otra Ariella, estaba arrodillada sobre el cuerpo de su

gemela, mirando hacia abajo con una sonrisa maliciosa, una mano apretando la

garganta de Ariella contra el suelo.

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168 JULIE KAGAWA FORO AD

Ariella luchó débilmente, pero su gemela no aflojó. Lentamente, levantó un

cuchillo delgado e irregular por encima de su cabeza, la hoja torcida de color rojo

brillando en la luz de las velas, con los ojos llenos de odio.

—¡No! —grité, embistiendo al otro Puck. Él me cerró el paso, sonriendo,

golpeándome con su daga. Con un rugido de furia, le agarré de la muñeca y tiré de él

hacia mí, hundiendo mi espada en su pecho. Con sus ojos desorbitados, explotó en un

puñado de hojas, revoloteando a mi alrededor.

Sin gastar una mirada en él, me lancé a la Reina de Hielo, sabiendo que ya era

demasiado tarde.

Un rugido diferente se hizo eco a través del pasillo de detrás de ella, y ella se

giró, sus ojos desorbitándose por el miedo. Separándose de Ariella, ella saltó hacia

atrás, desapareciendo en un espejo, apenas evitando las enormes mandíbulas del Lobo

cuando se lanzó fuera de la oscuridad. Gruñendo, el Lobo, nuestro Lobo, me miró a los

ojos, su hocico cubierto de sangre, y se sacudió con fuerza.

—Ari —suspiré, lanzándome a su lado. Tomando su muñeca, la ayudé a

sentarse, mientras el Lobo se cernía sobre nosotros, gruñendo—. ¿Estás bien? ¿Puedes

levantarte?

—Tal vez en un minuto. —Ariella puso una mueca de dolor, sosteniendo su

cabeza—. Si la habitación tuviera la amabilidad de dejar de girar. —Mirando mi

expresión preocupada, ella me dio una débil sonrisa—. No te preocupes por mí, Ash.

Creo que me voy a sentar aquí y disparar a todo lo que venga a veinte metros de mí. Ve

a ayudar a Puck. Voy a estar bien.

Asentí de mala gana y miré al Lobo.

—¿Y tú? ¿Dónde está el otro lobo?

Nuestro Lobo enseñó los colmillos.

—Burdas imitaciones no pueden esperar derrotarme —gruñó. Pero estaba

apoyado en su pata delantera izquierda, y su pelaje estaba manchado de sangre.

Echando un vistazo por el pasillo, estrechó los ojos en la refriega de detrás de mí—.

Demasiados Goodfellows para mi gusto. —Gruñó, y curvó un labio—. ¿Debo empezar

a morder cabezas?

—No. —Puse una mano en su hombro, deteniéndole—. Estás herido. Quédate

aquí y protege a Ariella. Asegúrate de que no le pasa nada. No te vayas de su lado, sin

importar lo que me pase a mí, ¿entiendes?

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El lobo gruñó, pero asintió con la cabeza. Miré por encima del hombro a Puck, él

todavía estaba esperando, rodeado por sus gemelos.

—Cuidado con su reflejo —le dije al Lobo retrocediendo—. Todavía está por

aquí, en algún sitio.

—Entonces es tuyo —respondió el lobo—. De hecho, diría que te está esperando.

Miré hacia arriba. El otro Ash estaba parado dentro de un espejo a unos cuantos metros,

mirándome. Él me dio un saludo burlón, luego se fue, a través de los espejos, alrededor

de una esquina y en el otro corredor. Me levanté, agarrando mi espada con fuerza.

—Cuida de ella —dije sin darme la vuelta—. Voy a terminar con esto.

Caminé firmemente hacia el lugar donde el otro Ash esperaba, reduciendo a otro

Puck cuando se abalanzaba fuera de un espejo. Dos Puck más salieron para

enfrentarme, sonriendo, pero un par de flechas de hielo les golpearon en el pecho, uno

tras otro, y desaparecieron en un remolino de hojas y ramitas. Cerca de la esquina,

fuera del alcance de las mortales flechas, Ash el Rey de Invierno me esperaba, las

paredes y los espejos a su alrededor cubiertos de escarcha.

Mi reflejo me miraba con una mirada que era casi compasiva, con su espada al

lado.

—¿Qué estás haciendo, Ash? —preguntó con frialdad, e hizo un gesto hacia todo

el pasillo—. ¿Qué estamos haciendo aquí?, ¿convertirse en humano?, ¿ganar un alma?

—Él se rió sin humor, sacudiendo la cabeza—. Las almas no son para nosotros. ¿Crees

que, con toda la sangre y muerte en nuestras manos, podríamos alguna vez ganar algo

tan puro como un alma? —Él estrechó sus ojos, parecía que miraba dentro de mí—. Ella

está perdida para nosotros, Ash —susurró—. Nosotros nunca estuvimos hechos para

estar juntos. Déjalo ir. Dejarlo ir y entrégate a la oscuridad. Es el único modo en el que

sobreviviremos.

—Cállate —gruñí, y me abalancé sobre él.

Él paró mi empuje fácilmente, cortándolo en mi cara. Me eché a un lado, y

giramos en círculos el uno sobre el otro en el pasillo, buscando puntos débiles. Sin

embargo, no había muchos que pudiese explotar.

Este oponente conocía todos mis movimientos, mis técnicas de combate, y

aunque yo pudiera decir lo mismo de él, esto no ayudaba cuando estaba luchando

contra un enemigo que sabía exactamente lo que estaba pensando antes de que yo lo

supiera.

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—Tú no puedes ganarme —El otro Ash sonrió, frío y cruel, leyéndome el

pensamiento—. Y tu tiempo se está acabando. Las puertas están a punto de cerrarse, y

yo tengo todo el tiempo del mundo.

Di un paso atrás y tropecé con Puck, retrocediendo de sus propios dobles.

—Hey, chico hielo —Puck saludó sin mirarme. Podía sentir su respiración con

fuerza contra mi espalda—. Me estoy aburriendo un poco con esto. ¿Quieres cambiar?

Bloqueé el golpe en la cara del otro Ash y le acuchillé de vuelta.

—¿No puedes tomarte nada en serio?

—¡Lo digo en serio! Agáchate.

Me agaché mientras una daga voló por encima de mi cabeza, casi perdiendo la

oreja. Un falso Goodfellow chilló de risa, enfureciéndome.

—Muy bien —espeté, balanceando mi espada en un amplio arco, obligando al

otro Ash a dar un paso atrás—. En tres, entonces. Uno... dos... ¡tres!

Giramos, dando media vuelta a la izquierda, posicionándonos con el reflejo del

otro. Los otros dos Puck parpadearon, sorprendidos, y saltaron hacia atrás cuando me

abalancé sobre ellos con un gruñido.

Uno de ellos sacó algo del bolsillo y me lo tiró, pero yo había luchado con Puck

en innumerables ocasiones y conocía todos sus trucos. La bola peluda estalló en un

tejón chillón, volando hacia mi cara, pero ya estaba golpeándolo, cortándolo en el aire.

Se rompió en una maraña de ramas y agujas de pino, y me lancé a través de la cascada,

hundiendo mi espada en el pecho de Robin Goodfellow.

Se disolvió en un remolino de hojas de otoño mientras el último Puck saltó a

través de la cortina con un aullido, apuñalando con saña con su daga.

—Esto parece familiar, chico hielo —dijo el otro Puck, sonriendo ferozmente

mientras nos paramos y golpeamos el uno al otro—. ¿Crees que tienes las agallas para

llevarlo a cabo esta vez? —Respondí acuchillando su cara, apenas fallando cuando se

agachó—. Oooh, había un poco de ira detrás de eso. —Él se burló, los ojos brillantes

mientras daba vueltas—. Pero no creas que te lo voy a poner fácil solo por nuestra

historia. No soy como mi otra mitad, débil y patético, contenido...

—Ruidoso, odioso e inmaduro —añadí.

—¡Hey! —dijo el Puck real desde más abajo, esquivando mientras el otro Ash le

atacaba—. ¡Ustedes dos!, ¡Estoy justo aquí!

El otro Puck sonrió, un sonido que me hizo llenarme de odio.

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—Ese es el problema con mi otra mitad —dijo, lanzándose hacia adelante con

una serie de cortes viciosos que me obligaron a retroceder unos pasos—. En algún

momento durante estos siglos, se las arregló para cultivar una conciencia y volverse

completamente aburrido. Si él muere aquí, seré el único que quede. Como debe ser.

—Interesante. —Grimalkin apareció delante de un espejo—. No sé cual es más

molesto, si el verdadero Goodfellow o el reflejo.

—Bueno, teniendo en cuenta que son el mismo —dijo un idéntico segundo

Grimalkin, materializándose junto al primero—, deberíamos estar agradecidos de que

sólo quedará uno cuando todo esto termine.

—De acuerdo. Dos Goodfellows sería más de lo que nadie en este mundo podría

tener.

—Me estremezco al pensar en las consecuencias.

—No estás ayudando, ¡Grimalkin! —dijo el Puck real, esquivando un golpe en la

cabeza—. ¡Y no estamos aquí para tomar el té con nuestros malvados dobles! ¿Ustedes

dos no deberíais estar tratando de matarse?

Los Grimalkins olfatearon.

—Por favor —dijeron al mismo tiempo.

Por encima del hombro de mi oponente, vi al otro Ash bloquear y dar un golpe y

luego atacar con una patada que tumbó a Puck sobre su espalda. El reflejo dio un paso

adelante, levantando su espada, pero Puck retrocedió, agarró un puñado de ramas y lo

arrojó a su atacante.

Se convirtieron en un enjambre de avispas, zumbando alrededor del falso

príncipe, hasta que una ráfaga de frío las envió al suelo, cubriéndolas de escarcha.

—¡Hey! —El otro Puck apuñaló adelante con saña, haciéndome retroceder para

evitarlo—. La lucha está aquí, chico hielo. No te preocupes por tu novio, preocúpate

por ti mismo. —Retrocedí más lejos en el pasillo, y el otro Puck siguiéndome,

sonriendo diabólicamente—. ¿Huyendo? —Se burló, mientras sacaba mi glamour,

sintiéndolo aumentar por debajo de mi piel—. Siempre un cobarde, ¿verdad, príncipe?

Nunca tuviste las agallas de ir realmente a matar.

—Tienes razón —murmuré, sorprendiéndole. Frunció el ceño con desconfiada

sorpresa, y sonreí—. Siempre me arrepentí de mis palabras contra Puck. Siempre hubo

una parte de mí que no quería seguir adelante con ellas. —Bajé la hoja, tocando el suelo

con la punta. El hielo se extendió desde la punta del arma, cubriendo el suelo y las

paredes, congelando los espejos con los sonidos agudos—. Pero, contigo —continué,

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estrechando mis ojos—, es diferente. Tú eres la parte de él que odio. La parte que se

deleita en el caos que causa, las vidas que destruye. Y puedo decir esto con total certeza,

matarte será un placer.

La cara de Robin Goodfellow se volvió una mueca cruel. Gruñendo como una

bestia, se abalanzó sobre mí, con la daga reluciente en el pasillo de hielo. Di un paso

atrás, levanté los brazos y los llevé adelante con un grito y una explosión de glamour.

Los espejos congelados se rompieron, volando hacia fuera en una explosión mortal, de

metralla afilada, capturando a Puck en el centro.

Hubo un agudo grito de espanto.

Y entonces no había nada, excepto los fragmentos tintineantes del suelo y unas

pocas plumas negras cayendo en espiral hacia el suelo. El otro Puck se había ido.

—Muy bien, Ash. —La voz de mi reflejo se hizo eco por el pasillo—. Pero ya es

demasiado tarde.

Miré hacia arriba, apretando mi estómago. El otro Ash se paró frente a Puck, con

una mano en la garganta del fey, aplastándolo contra la pared. Puck colgaba

débilmente, con el rostro cubierto de sangre, sus dagas relucientes a varios pies de

distancia.

—Has derrotado al reflejo de Goodfellow —reflexionó el otro Ash mientras

avanzaba, ya sabiendo que no llegaría a tiempo—. Enhorabuena. Ahora es mi turno.

Él levantó su espada, y lo condujo a través del pecho de Puck, estacándolo a la

pared. El espejo detrás de Puck se rompió, vertiéndose en el suelo en una imitación

más suave de los estragos que justo yo había causado. La boca de Puck bostezó; se

agarró a la espada en el pecho… y desapareció, desvaneciéndose en una lluvia de

hojas. El otro Ash parpadeó, sorprendido por un momento, entonces rápidamente

arrancó la espada de la pared y dio un paso atrás.

Había una imagen borrosa sobre su hombro, y él se puso rígido, sacudiendo su

cabeza hacia arriba. Mientras lo alcancé, su espada cayó de su mano, repiqueteando en

el suelo, y volvió los ojos fríos, con odio sobre mí.

—Tú... fallarás —susurró con voz ahogada, y desapareció, como la niebla a la luz

del sol.

Puck se puso detrás de él, los ojos entornados y sombríos. Su daga, que había

quedado atrapada en la espalda del príncipe, flotó en el aire durante una fracción de

segundo antes de caer al suelo. Puck la atrapó mientras caía suavemente y la deslizó

dentro de su vaina, dando al espejo roto una mirada triste.

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—Sí, dos pueden jugar a ese juego, chico hielo —murmuró, y negó con la cabeza.

Me miró, ofreciendo una sonrisa irónica, con un poco de dolor—. Encontré esto

curiosamente terapéutico, ¿y tú?

—Idiota —le dije, para ocultar el alivio en mi cara. Su sonrisa se agrandó, como

si lo viese de todos modos, y fruncí el ceño, avergonzado—. Vamos, todavía no hemos

salido de aquí.

—No, ¡No puedes irte! —susurró una voz detrás de mí. Me giré, sacando mi

espada, mientras la otra Ariella se lanzó fuera del espejo, con los ojos en blanco y

terribles.

Algo me pasó rápido desde atrás, y la otra Ariella se sacudió, congelando el

lugar, mientras la punta de una flecha sobresalía de su pecho. Se dejó caer, tratando de

alcanzarme, luego se evaporó, la flecha cayó al suelo rompiéndose.

Me volví y vi a Ariella de pie al lado del Lobo, su arco levantado y la cuerda

todavía vibrando desde donde había lanzado la flecha. Su mirada se cruzó con la mía,

sus ojos duros, y ella asintió.

—Bueno, eso fue divertido —dijo Puck mientras corrimos, pasando por los dos

Grimalkins, mirándonos con idéntica expresión perpleja—. Siempre he querido verme

morir en una horrible explosión de hielo. Nunca sacaste ese truco mientras estábamos

de duelo, chico hielo.

—Déjalo para más tarde —le dije rápidamente—. Tenemos que seguir adelante.

—Es demasiado tarde.

Nos giramos hacía los Grimalkins parados, agitando sus colas.

—Han fracasado —declaró uno de ellos, mirándonos a cada uno de nosotros

arrogantemente—. El tiempo se acabó. Las puertas están a punto de cerrarse —Y, uno

de los Grimalkin, desapareció sin dejar rastro.

—Espera —dijo Puck, apuntando al gato restante—. ¿Qué Grimalkin

desapareció...?

—¡Puck, no hay tiempo! ¡Vamos!

Derribamos el vestíbulo de reflejos, por delante de nuestros reflejos, que volvían

a la normalidad. El pasillo finalmente se abría en una gran sala circular con columnas

elevándose hasta la oscuridad del techo. En el otro lado, a través de otro largo pasillo,

sólo podía verse un espacio alto y rectangular de luz.

Que se estaba encogiendo.

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Mientras atravesamos la sala, de repente, un eco de voces comenzó a rodearnos,

gemidos y lamentos, haciendo parpadear las velas. De las paredes y el suelo,

comenzaron a emerger pálidas figuras de niebla, arañándonos a nuestro paso. Un troll,

que venía a través de una columna rota, se aferró a mi cintura, tratando de arrastrarme.

Le golpeé con mi espada, cortando a través de su brazo, disolviéndolo en la niebla. Con

un gemido, el troll se echó hacia atrás, pero su brazo se reformó y se cosió de nuevo al

codo, viniendo a por mí de nuevo. Le esquivé y seguí mi loca carrera hacia la puerta.

La cámara se estaba llenando rápidamente con fantasmas, agarrándonos,

cogiéndonos la ropa y las extremidades a nuestro paso.

Ellos no nos hacían daño, sólo nos agarraban con fuerza hasta que nos

liberábamos.

—Quédense —susurraban, intentando llegar a nosotros con manos fantasmales,

arrastrándonos—. No pueden irse. Quédense con nosotros, con los que han fracasado.

Su esencia puede permanecer aquí con nosotros para siempre.

El Lobo dio un gruñido desafiante y se lanzó por delante de todos nosotros, pero

para el resto de nosotros, ya era demasiado tarde. A medida que cruzábamos por la

habitación y el pasillo, supe que no lo íbamos a lograr. El rectángulo sólo era un

pequeño cuadrado ahora, la puerta de piedra cerrándose lentamente. Tan cerca.

Estábamos tan cerca, sólo para quedarnos sin tiempo al final.

El Lobo alcanzó la puerta con espacio suficiente para deslizarse, bajando la

cabeza precipitándose debajo de la abertura. Pero en vez de atravesarla, bloqueó sus

anchos hombros en el borde inferior, extendiendo sus pies para clavarse en la entrada.

Jadeando, bloqueó sus piernas contra el marco y se lanzó hacia arriba contra el empuje

inevitable de la puerta, e increíblemente, el enorme rectángulo de piedra paró

completamente. Los fantasmas le rodearon, agarrando sus piernas y la piel, saltando

sobre su espalda. Él gruñó e intentó morderlos, pero no se movió de su puesto en la

puerta, y las figuras fantasmales no podían hacerle ceder.

Acuchillando a los fantasmas, llegué el primero a la puerta y me di la vuelta,

esperando por Puck y Ariella. Los fantasmas les seguían, arañando y agarrando. Uno

enganchó a Ariella por el pelo, tirando de ella hacia atrás, pero la daga de Puck bajó,

cortando su mano y empujando a Ariella. Ella tropezó en mí, y la agarré antes que

pudiera caerse.

—Puck —jadeó, dando vuelta en mis brazos.

—¡Estoy bien, Ari! —Aulló Puck, retrocediendo de la muchedumbre de

fantasmas—. ¡Váyanse!

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Asentí y la solté.

—Vamos —repetí, haciendo eco de Puck—. Estamos justo detrás de ti.

Ella rodó por debajo de la puerta, apenas evitando un alma en pena que salía

tambaleándose del suelo. Apuñalé al espectro a través de la cabeza y miré a Puck.

Él estaba retrocediendo en el pasillo y apuñalando en las manos y esquivando

los dedos que le agarraban.

—Caray, chicos. Sé que soy popular y eso, pero en serio, están un poco

dependientes de mí. Voy a necesitar que se alejen de mi espacio personal. —Una tenue

mujer enredadera enroscó unos zarcillos de hiedra alrededor de su brazo, y él los cortó

con su daga—. ¡No! ¡Fantasma malo! ¡No tocar!

—¿Vas a llegar hasta aquí? —grité, apuñalando a un redcap aferrado a mi pierna.

Puck le dio un golpe final con su daga y se abalanzó hacia la puerta, cruzando a

través de la abertura. Me volví para ayudar al Lobo.

Él estaba cubierto de fantasmas, tantos que casi no podía verlo a través de las

figuras fantasmales. Y más estaban emergiendo, saliendo del suelo y viniendo a través

de las paredes, tratando de arrastrarnos a la habitación. Un ogro se lanzó a través de la

pared de atrás, alcanzando mi brazo, y giré lejos.

—No te preocupes por mí —gruñó el lobo—. ¡Sólo vete!

Me deslicé a través de un fantasmal caballero sidhe que me recordó vagamente a

Rowan. Se disolvió al instante, pero comenzó a reformarse tan pronto como mi hoja

pasó a través de su cuerpo.

—No voy a abandonarte aquí para dejarte morir.

—¡Príncipe tonto! —El lobo me miró, enseñando sus colmillos—. Esta es tu

historia. Tú debes llegar al final. Esta es la razón por la que vine, para asegurar que la

historia continúe. —Él intentó morder a un goblin cerca de su cara, y la cosa estalló en

una nube de niebla—. Parece que los fantasmas no pueden salir del templo, pero

tampoco me dejan pasar. ¡Vete ahora, mientras todavía hay tiempo!

—Ash —Puck me llamó desde el otro lado de la puerta—. Vamos, chico hielo, ¿a

qué estás esperando?

Le di al Lobo una última mirada, y entones me zambullí a través de la apertura,

rodando a mis pies en el otro lado. Los espectros gemían, apiñándose por debajo de la

puerta, intentando llegar a nosotros, pero no podían atravesar el umbral.

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El Lobo jadeó, temblando por el esfuerzo de sostener la puerta y por las docenas

de cuerpos que tiraban de él.

—Ponte en marcha, príncipe —gruñó, mirándome a los ojos—. No puedes

ayudarme ahora. Termina tu misión, completa la historia, y no te olvides de

mencionarme cuando lo transmitas. Ese fue nuestro trato.

Me quedé mirando el Lobo, mi mente agitándose, tratando de pensar en una

manera de ayudarlo. Pero el Lobo estaba en lo cierto; no había nada que pudiéramos

hacer. Levantando mi espada, le dio un saludo solemne.

—No voy a olvidar lo que has hecho.

—¡Bah! —El Lobo, a pesar de la tensión, enseñó los dientes en una sonrisa

desdeñosa—. ¿Crees que esto me va a matar, muchacho? Tú deberías saberlo mejor.

Nada en este lamentable reto puede hacerme daño. Nada.

Yo tenía serias dudas sobre eso. El Lobo era fuerte, e inmortal, pero podía ser

asesinado. Él podría morir, al igual que cualquier otra cosa.

—Ahora váyanse —nos dijo, una pizca de irritación deslizándose en su voz—.

Me estoy cansando de ver sus miradas de ciervo asustado. Voy a sostener la puerta

para su regreso, si es que tenemos que volver de la misma manera. Nada me va a

mover de aquí hasta que acabemos con lo que empezamos.

—Como un buen… perro —dijo Grimalkin, apareciendo junto a Ariella,

mirando con desdén al Lobo—. Valiente. Leal. Y finalmente, estúpido.

El Lobo resopló, mostrando los dientes.

—No lo entenderías, gato —gruñó, enroscando el labio en su propia

demostración de desprecio—. Los de tu clase no saben nada de la lealtad.

—Como si eso fuese algo malo. —Grimalkin olfateó y se alejó, moviendo su

cola—. Y, sin embargo, ¿quién está en el lado correcto de la puerta? Vamos, príncipe. —

Él giró una oreja hacía mí—. No hemos venido hasta aquí para detenernos en la línea

de meta. El perro ha hecho su elección. Sigamos adelante.

Le di al Lobo una última mirada.

—Volveré —le dije—. Trata de aguantar. Cuando haya terminado con esto,

volveré a por ti.

Él soltó un bufido. Si era porque no me creyó, o porque le costaba demasiado

hablar, no lo sabía. Pero le di la espalda y caminé los últimos pasos del templo.

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Grimalkin estaba sentado al final del pasillo, su silueta recortada por debajo de

un arco de piedra, su cola enroscada decorosamente a su alrededor. Más allá de él,

pude ver un cielo negro lleno de estrellas. Eran grandes, brillantes, casi cegadoras,

como si estuviéramos mucho más cerca de lo que habíamos estado en Nuncajamás. Oí

el rugido del agua mientras me acercaba a Grimalkin, y oí a Puck exhalar lentamente

mientras nos unimos al gato al final del pasillo.

El vasto vacío del espacio se extendía ante nosotros, infinito y eterno. Las

estrellas y constelaciones brillaban por encima y por debajo, desde pequeños pinchazos

de luz a otras gigantes, tan brillantes que dolía mirarlas. Los cometas atravesaron el

cielo de la noche, y en la distancia, pude ver las fauces abiertas de un agujero negro que

aspiraba la galaxia de alrededor, miles de millones de kilómetros de distancia. Enormes

trozos de roca y tierra flotando ingrávida, en el espacio vacío. Vi una cabaña

encaramada a una roca, girando sin cesar a través del espacio, y un enorme árbol creció

de una pequeña parcela de césped, sus raíces colgando por la parte inferior. Más allá de

una corriente de rocas puntiagudas, más allá de un puente colgante encima de la nada,

un enorme castillo flotaba entre las estrellas. Por debajo de nuestros pies, el Río de los

Sueños fluía por debajo del pasillo y rugía por encima del espacio vacío, cayendo al

hueco hasta que no pudimos verlo más. Tomé una respiración profunda, lenta,

sintiendo la sensación de asombro de mis compañeros coincidiendo con la mía.

Nosotros habíamos llegado al Fin del Mundo.

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PARTE

TRES

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Capítulo 15 Los Campos de Prueba

Traducido por: Altia

Ariella encontró las escaleras. Seguimos nuestro camino por el estrecho sendero,

desplazándonos por la parte inferior del acantilado, mirando al vacío. Una roca flotante

pasó por delante de mi cara, la golpeé y la envié girando hacia el espacio.

—El fin de Nuncajamás —reflexionó Ariella, su cabello plateado flotando a su

alrededor como una nube de luz. Sonaba triste de nuevo, y quise consolarla, pero me

contuve—. Me pregunto, ¿cuántos han estado aquí?, ¿Cuántos han visto lo que estamos

viendo?

—¿Cuántos han caído por el borde y están a la deriva en el espacio en este

momento? —añadió Puck, mirando sobre el extremo del acantilado como un tronco de

un árbol enfermo crecía de las rocas—. Sigo esperando un esqueleto flotando. ¿O tal

vez ellos simplemente están cayendo por siempre?

—No vamos a averiguarlo —le dije, volviéndome hacia el castillo, sintiendo que

me llamaba como un canto de sirena distante—. Los Campos de Prueba son nuestro

objetivo, vamos a llegar sin que nadie se caiga por el borde del mundo o vaya a la

deriva por el espacio. Vigilen a los demás, y tengan cuidado.

—Oye, no te preocupes por mí, chico hielo. La gravedad no es un problema

cuando eres un pájaro —Puck me miró y suspiró en una provocación fingida—. Algún

día, tengo que enseñar a la gente cómo volar.

Un río de piedras flotantes se interponía entre nosotros y el castillo. Grimalkin

dio un paso hasta una y se volvió a mirarnos, moviendo su cola.

—Nos encontraremos en el castillo —afirmó, y saltó ligeramente sobre una de

las rocas. La roca giró perezosamente, sosteniendo fácilmente el peso del gato.

Grimalkin parpadeó hacía nosotros mientras la roca se alejó—. Confío en que puedan

llegar a nuestro destino sin mí por una vez —dijo, y se dirigió hacia el castillo, saltando

de roca en roca, con la gracia innata de un gato.

—Sabes, a veces sólo lo odio —se quejó Puck. Di un paso en una de las rocas,

asegurándome mientras la roca giraba ligeramente, aunque pareció sostener mi peso lo

suficientemente bien.

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—Vamos —dije, tendiéndole una mano a Ariella. Ella la tomó, y la arrastré junto

a mí, a pesar de que ella no se encontró con mis ojos—. Ya casi estamos.

Fuimos con mucho cuidado sobre el terreno traicionero, saltando de roca en roca,

tratando de no mirar hacia abajo. Miré hacia atrás una vez y vi la puerta del templo

sobresaliendo de la cara de un acantilado, y ese acantilado nacía de un muro de zarzas,

extendiéndose a ambos lados, más allá de lo que podía ver. Esto resaltaba el enorme

infinito de esta parte del mundo y me hizo sentir muy pequeño.

—Me pregunto si algo vive aquí —reflexionó Puck mientras cruzábamos un

puente de piedra destrozado, dando vueltas sin rumbo por el espacio—. Pensé que el

Fin del Mundo iba a estar lleno de monstruos y que habría dragones y cosas por el

estilo. Y no veo ninguno... oh.

Supe, por el tono de su voz, que no me iba a gustar lo que vería después.

—No me lo digas —suspiré sin darme la vuelta—. Hay una especie de monstruo

enorme ahí, y ahora viene hacia nosotros.

—Vale, no te lo diré. —Puck sonaba ligeramente sin aliento—. Y, eh,

probablemente tampoco quieres mirar hacia abajo.

Eché un vistazo por el lado del puente.

Al principio, pensé que estaba mirando a un continente flotando por debajo de

nosotros; podía ver los lagos y los árboles e incluso algunas casas dispersas. Pero

entonces el continente giró con un destello de escamas y dientes, y se desvió hacia

nosotros, un leviatán7 tan grande que era difícil de creer. Subió en espiral al lado del

puente, una montaña de escamas y aletas, surgiendo del vacío.

Sus ojos eran como una pequeña luna, pálida y que todo lo ve, pero nosotros

éramos insectos bajo su fija mirada, ácaros del polvo, demasiado microscópicos para él

como para saber que estábamos allí.

Una ciudad entera estaba posada en su espalda, brillando con torres blancas de

pie al borde de un lago resplandeciente. Pequeñas criaturas, tan grandes como ballenas,

nadaban junto a él, con aspecto de peces pequeños en comparación con su volumen.

Mientras estábamos boquiabiertos, incapaces de movernos o mirar hacia otro lado, se

torció perezosamente en el aire y continuó en la etereidad del espacio.

Durante un largo momento, sólo podíamos mirar después tras él, apenas

capaces de procesar lo que habíamos visto. Finalmente, Ariella tomó un suspiro y

sacudió la cabeza con incredulidad.

7 Leviatán: Monstruo marino del Antiguo Testamento, a menudo relacionada con Satanás.

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181 JULIE KAGAWA FORO AD

—Eso… fue... —Parecía incapaz de encontrar la descripción correcta.

—Increíble —terminé en voz baja, todavía mirando después de la criatura, y

nadie estuvo en desacuerdo conmigo. Ni siquiera Puck.

—Aquí hay dragones —murmuró con voz reverente.

Recobrando mi ingenio, di un paso atrás.

—Vamos —dije, mirando a los demás, que parecían un poco aturdidos—.

Vayamos a encontrar los Campos de Prueba y terminar con esto para que podamos

irnos a casa.

Saltando con cuidado de roca en roca, con cuidado de los monstruos del Fin del

Mundo, llegamos finalmente a las puertas del castillo. Más allá de un patio lleno de

estatuas y de árboles retorcidos de una clase que no había visto antes, en la parte de

arriba de otro tramo de escaleras flanqueada por gárgolas gruñendo, Grimalkin nos

esperaba en el vestíbulo del castillo.

No estaba solo. Una figura familiar, con túnica y capucha estaba a su lado,

mirándonos mientras subíamos las escaleras.

—Has llegado lejos —entonó el Guardián, asintiendo con la cabeza—. Pocos han

llegado a este punto, y menos aún pueden mantener su cordura intacta en el Fin del Mundo.

Pero tu viaje no ha terminado todavía, Caballero. Las Pruebas esperan, y serán más terribles que

cualquier cosa que hayas encontrado hasta ahora. Nadie ha sobrevivido a lo que tú estás a punto

de enfrentarte. Te doy una última oportunidad para marcharte, dar la vuelta y salir vivo y

entero de este lugar. Pero debes saber esto: si te vas, no recordarás nada de lo que te trajo aquí.

Nunca encontrarás el Fin del Mundo otra vez. ¿Cuál es tu elección?

—He llegado hasta aquí —le dije sin vacilar—. No voy a echarme atrás ahora.

Trae tus pruebas. Cuando deje este lugar, será como un humano con un alma, o nada.

El Guardián asintió.

—Si esa es tu elección. —Hizo un barrido con el brazo, y una onda de poder

atravesó el aire, congelándome en mi sitio—. Que se sepa, ante estos testigos, que el antiguo

Príncipe de Invierno Ash ha aceptado las pruebas del Guardián, el premio por completar las

pruebas será un alma mortal. —Bajó su brazo, y pude moverme de nuevo—. Tu primera

prueba comienza cuando el alba toca el mundo exterior. Hasta entonces, el castillo es tuyo.

Cuando llegue el momento, te encontraré.

Y se había ido.

Grimalkin bostezó y me miró, sus ojos de gato parpadeando.

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—Se supone que debo mostrarte tu habitación —dijo con voz aburrida, como si

la idea le cansase—. Sígueme, entonces. Y trata de mantener el ritmo. Sería muy

molesto si te perdieras por aquí.

El castillo estaba oscuro y vacío, con antorchas en soportes, y velas encendidas a

lo largo de las paredes. Excepto por las llamas y la luz de las velas, nada se movía; no

había insectos correteando sobre las losas, ningún criado merodeando por los pasillos.

Se sentía congelado en el tiempo, como un reflejo al otro lado del espejo, perfecto, pero

sin vida.

Y no tenía fin, al igual que el vacío que flotaba fuera de las ventanas.

Tenía la clara sensación, siguiendo a Grimalkin por estos pasillos, que podría

recorrer sus salas y pasillos para siempre y no ver la totalidad del castillo.

A pesar de todo, encontramos las habitaciones de invitados con bastante

facilidad, debido a las puertas abiertas y las chispeantes chimeneas a lo largo de cada

pared. Estas habitaciones estaban bastante bien iluminadas, con comida, bebida y una

cama limpia preparada para nosotros, aunque no había criados para hablar. Puck y

Ariella desaparecieron en sus cámaras separadas, aunque cada habitación era lo

suficientemente grande para nosotros tres y estaba preocupado por separarnos en este

enorme lugar. Pero Puck, después de mirar detenidamente en una habitación, gritó

cuando vio la mesa llena de comida y desapareció por la puerta impacientemente:

—Más tarde, chico hielo. —Cerrando la puerta detrás de él. Ariella me dio una

sonrisa cansada y dijo que iba a acostarse, rehusando mi oferta de quedarse hasta la

cena. Grimalkin, por supuesto, trotó por el pasillo sin ningún tipo de explicación de a

dónde iba y se desvaneció en las sombras, dejándome solo.

A decir verdad, me sentí aliviado. Había tantos pensamientos girando alrededor

de mi cabeza, y creo que los otros se dieron cuenta que necesitaba estar solo, para

procesar todo lo que había sucedido y prepararme para lo que vendría. O quizás ellos

también estaban cansados de mí.

Comí un poco, merodeé por mi habitación, y traté de leer algunos de los

enormes tomos de la estantería de la esquina para pasar el tiempo. La mayoría estaban

escritos en extrañas y antiguas lenguas que no reconocí, algunos extrañamente en

blanco, unos con runas y símbolos que hicieron arder mis ojos sólo con mirarlos.

Un libro dejó escapar un escalofriante grito cuando lo toqué, y retiré mi mano

rápidamente. Finalmente descubrí, entre todas las cosas, un pequeño libro de poemas

del autor muerto E.E. Cummings, y lo hojeé un rato, parando en el poema “All in green

went my love riding”, uno de mis favoritos. Sonreía tristemente mientras seguía las

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estrofas, recordando todas las cazas en las que Ariella y yo habíamos estado y en su

repentino final.

La culpa me atormentaba, aunque no era tan fuerte como antes. Por fin había

aceptado lo que sentía por Ariella y Meghan. Siempre querría a Ariella, y todavía había

una parte de mí que añoraba el pasado, aquellos días donde éramos Ari, Puck y yo,

antes de su muerte y mi juramento y las décadas de duelos, enfrentamientos y

derramamiento de sangre.

Pero esos días se habían ido. Y estaba cansado de vivir en el pasado. Si lograba

sobrevivir aquí, tendría una posibilidad en el futuro.

Sin embargo, no podía dormir, mi mente preocupada por la situación como un

perro con un hueso y mi cuerpo estaban demasiado nerviosos para relajarse. Estaba

sentado en la ventana con la espalda contra el marco, mirando las estrellas y los

pedazos de roca a la deriva, casi lo suficientemente cerca como para tocarlos, cuando

mi puerta crujió y unos pasos entraron en la habitación.

—¿Llamas alguna vez? —pregunté a Puck sin darme la vuelta. Él resopló.

—Hola, soy Robin Goodfellow, ¿Nos conocemos? —Caminando a mi lado, se

apoyó contra el marco y se cruzó de brazos, mirando hacia el Fin del Mundo. Después

de un momento, sacudió la cabeza—. Ya sabes, de todos los lugares que hemos visto, y

hemos visto algunos lugares extraños, este probablemente se lleve la palma de El

Paisaje Más Loco. Nadie creerá las historias cuando lleguemos a casa. —Suspiró y me

lanzó una mirada de reojo—. ¿Estás seguro de que estás listo para esto, chico hielo? —

preguntó—. Sé que piensas que puedes manejar cualquier cosa, pero esto es algo muy

serio que vas a enfrentar. Loco Ash no suena igual que No me molestes o te mato Ash.

Le sonreí.

—Estás muy preocupado por un archienemigo.

—Psss..., simplemente no quiero tener que decirle a Meghan que te has

convertido en un vegetal mientras intentabas conseguir un alma. No veo como eso

resultaría bueno para mí.

Sonriendo, miré por la ventana de nuevo. A lo lejos, algo parecido a una manta

raya gigante se elevó perezosamente, sus aletas ondulantes como el agua.

—No lo sé —admití suavemente, observando cómo desaparecía detrás de un

asteroide—. No sé si estoy listo. Pero no es sólo por Meghan que estoy haciendo esto

ahora —Eché un vistazo a mis manos, descansando en mi regazo—. Creo... que esto es

lo que se supone que debo ser... si eso tiene algún sentido.

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—No, eso es jodido. —Le lancé una mirada molesta, y Puck sonrió para suavizar

las palabras. Levantó las manos—. Pero, si eso es lo que sientes, entonces más poder

para ti. Por lo menos sabes lo que quieres. Sólo quería estar seguro. —Con un gruñido,

se apartó de la pared, tocando mi hombro al pasar—. Bueno, buena suerte, príncipe.

Hay una botella de vino de ciruela y una mullida almohada diciendo mi nombre. Si me

necesitas, estaré en mi cuarto, con suerte en un estado de estupor.

—Puck —dije antes de que pudiera salir de la habitación.

Se giró en el marco de la puerta.

—¿Sí?

—Si... no vuelvo...

Sentí que asintió.

—Yo cuidaré de ella —prometió en voz baja—. De ambas. —Y la puerta se cerró

suavemente detrás de él.

No dormí. Me quedé en la ventana y observé las estrellas, pensando en Meghan,

en Ariella y en mí. Recordando esos momentos brillantes con cada una de ellas... por si

no las volvía a ver.

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Capítulo 16 La Primera Prueba

Traducido por: kroana

—Ya es hora.

La voz del guardia cortó a través del silencio, y sacudí mi cabeza hacia la figura

con túnica en el centro de la habitación. Se mantuvo expectante, agarrando su bastón,

mirándome a través de la oscuridad de la capucha. La puerta estaba cerrada todavía.

—¿Estás listo? —preguntó sin preámbulos. Respiré hondo y asentí con la

cabeza—. Entonces sígueme.

Puck y Ariella se nos unieron tan pronto como salimos de la habitación. Juntos,

lo seguimos a través de los largos pasillos del castillo hasta que él nos llevó afuera, a un

jardín cubierto de hielo. Árboles esqueléticos estaban encajonados en cristal, brillantes

con carámbanos de hielo, y una fuente en el centro brotaba agua congelada. Por un

momento, me acordé de casa, de la Corte de Invierno, antes de que sacudiera ese

pensamiento. Tir Na Nog, no era más mi casa.

Encima de nosotros, a través de un puente de piedra sobre la nada, una enorme

montaña irregular se levantó desde lo más profundo, el pico apenas visible a través de

la bruma que lo rodeaba. Envuelta en hielo, brillaba con las luces frías de las estrellas,

astuta y aguda y traicionera.

El Guardián se volvió hacia mí.

—Tu primera prueba comienza ahora. A partir de aquí, debes hacer esto solo. ¿Te has

preparado?

—Sí.

El encapuchado asintió una vez.

—Entonces encuéntrame arriba. —Y se fue, dejándonos mirando a la montaña por

unos momentos de silencio.

—Bueno —señaló Puck, mirando el obstáculo inminente con sus manos en sus

caderas—. Como prueba, de escalar una montaña, no es tan malo.

Ariella sacudió su cabeza.

—Tengo serias dudas de que es todo lo que hay que hacer. —Ella me miró,

preocupada y solemne—. Ten cuidado, Ash.

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Miré hacia el obstáculo delante de mí. La primera cosa que se interponía entre

mí y un alma. Apreté mis puños y sonreí.

—Estaré de vuelta pronto —murmuré, y corrí a través del puente. Saltando

sobre la base de la montaña, empecé a subir.

* * *

Tirando de mí mismo sobre un estrecho saliente, me senté con mi espalda contra

la pared para recuperar el aliento. No sabía cuánto tiempo había estado subiendo, pero

se sentía como días. Y todavía estaba a un buen camino de la parte superior.

Mucho más abajo, el castillo parecía cómicamente pequeño, como un juguete

para niños, incluso tan grande como era. La montaña estaba resultando más difícil y

más peligrosa para subir de lo que esperaba. Las irregulares rocas de obsidiana eran

tan afiladas como el filo de la navaja en algunos lugares, y el hielo negó el honor de mi

herencia Unseelie. Nunca me había deslizado o tambaleado en el hielo antes, pero aquí,

al parecer, todas las apuestas estaban canceladas. Mis manos estaban con cortes

abiertos de agarrar la roca, tratando de balancearme, y dejé manchas de sangre contra

la ladera de la montaña donde pasé.

Me estremecí, frotando mis brazos. También me estaba congelando aquí arriba,

lo cual fue una sorpresa total para mí, nunca tenía frío. La sensación era tan extraña y

poco familiar que no sabía lo que era al principio. Me castañeteaban los dientes, y crucé

mis brazos, intentando, por primera vez en mi vida, conservar el calor. Así que esto era

lo que significaba para los mortales y feys de Verano en el Reino Unseelie. Siempre me

había preguntado por qué parecían tan incómodos en el Palacio de Invierno. Ahora lo

sabía.

Me lamí los secos, agrietados labios y me obligaba a seguir, mirando hacia arriba

a la parte superior. Todavía estaba muy lejos. Empecé a subir de nuevo.

Los acantilados irregulares continuaron. Perdí la noción del tiempo. Perdí más

sangre mientras el frío comía en mis miembros y los volvió pesados y torpes.

Eventualmente, no estaba pensando más, mi cuerpo moviéndose por sí solo, sólo

poniendo una extremidad delante de las otras. Exhausto, sangrado, y temblando de frío,

finalmente me tiré en una saliente, sólo para descubrir que no había montañas a la

izquierda. Una planicie de roca y hielo se extendía ante mí. Había llegado finalmente a

la cima.

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187 JULIE KAGAWA FORO AD

El Guardián esperó, paciente e inmóvil, en el centro de la meseta. Jadeando, me

obligué a seguir y caminé hacia él, obligándome a no temblar, a ignorar el frío. No se

movió ni dijo una palabra mientras iba a estar delante de él, la sangre de mis manos

goteando lentamente en el suelo.

—Estoy aquí —jadeé en el silencio—. Pasé la primera de sus pruebas.

Una risa profunda.

—No —dijo el Guardián, haciendo revolver mi estómago. Se levantó su bastón a

unos cuantos centímetros en el aire, y una onda de energía surgió de la punta,

extendiéndose hacia el espacio—. Tú sólo has encontrado la ubicación del primer terreno de

pruebas. No hemos terminado aún, caballero. La verdadera prueba empieza... ahora.

Este dejó caer el bastón, golpeando un punto sobre las rocas. Aparecieron grietas

en la punta, extendiéndose hacia el exterior, mientras un estruendo sacudió la tierra.

Me lancé lejos mientras parte de la tierra colapsaba bajo mis pies, dejando al

descubierto agujeros profundos en la montaña. Un resplandor rojo infernal se derramó

fuera de los cráteres, y un chillido salvaje llenó el aire, junto con el sonido de alas.

—Sobrevive —el Guardián me dijo, y desapareció.

Criaturas brotaban de la apertura en una loca carrera de alas escamosas, peludas,

emplumadas y fluidas. Se veían como los dragones, o wyverns, o pájaros monstruosos,

una masa caótica de alas y garras y dientes, ninguno de ellos lo mismo. Excepto por

una cosa. Sus cavidades torácicas estaban abiertas, y donde sus corazones deberían

estar, sólo había un vacío, un agujero negro lleno de estrellas y más agujeros negros.

Los seres explotaron desde el corte, chillando con voces que parecían hacer eco a través

del vacío del tiempo, y se dejaron caer desde el cielo para atacar.

Saqué mi espada, sorprendido por cuan fría la empuñadura era, y redujo a la

primera criatura, cortando a través de un cuello larguirucho. Eso lanzó un grito y

colapsó sobre sí mismo, el agujero en su pecho parecía aspirarlo. Chillando, eso fue

absorbido por su propio agujero negro, y salté hacia atrás mientras el resto de la

manada descendió sobre mí a la vez.

Tropecé, mis extremidades pesadas por el frío, y una de las criaturas golpeó con

una peluda garra, capturando mi hombro y rasgando un tajo por mi pecho.

El dolor estalló a través de mí, mayor que cualquier otro que había sentido antes,

y apreté mis dientes para dejar de gritar. Mi cuerpo no se movía como debería,

demasiado pesado y torpe, como si perteneciera a otra persona. Otra criatura me atacó

mientras me retiraba. Otra criatura me golpeó mientras me retiraba golpeando mi cara

y dejando profundas marcas de garras a través de mi mejilla.

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Medio cegado por el dolor, me tambaleé hacia atrás, levantando mi brazo para

desatar una lluvia de puñales de hielo en el enjambre. En todo caso, por lo menos para

atrasarlos. Pero mientras barría mi mano como lo había hecho miles de veces antes, no

pasó nada. Sólo unas pocas lenguas de hielo, en lugar de la avalancha mortal a la que

estaba acostumbrado. Aturdido, busqué mi glamour, tratando de sacarlo del aire como

siempre lo había hecho.

Nada. No hay glamour, no hay magia, no emociones o remolinos de colores.

Sentí una punzada profunda de terror y pérdida, entonces retrocedí, tratando de

pensar. ¿Había un enlace puesto en mí, bloqueando a mi glamour? ¿Estaba allí un sello

sobre la zona, evitando el uso de magia? Me di cuenta con horror que no se trataba de

ninguno de estos. Incluso a través de un enlace o un sello, habría sido capaz de sentir

mi glamour. Sólo sentía el vacío. Como si nunca había tenido magia en primer lugar.

En una fracción de segundo, con la guardia baja, una de las criaturas se abalanzó

sobre mí con un gruñido, conduciéndonos a los dos al suelo. Sentí sus dientes en mi

hombro antes de atravesar con mi espada a través de su garganta y que fue absorbido

por el olvido. Pero las otras criaturas pululaban alrededor de mí, gritando, arañando,

mordiendo y pateando. Golpeé con mi arma, acuchillando violentamente a mi espalda,

varias criaturas desaparecieron en sí mismos. Pero siempre había más, rompiendo y

rasgando, casi frenéticos mientras ellas presionaban, haciéndose eco de sus voces

chillonas a mi alrededor. Sentí mandíbulas aplastar mi brazo, garras enganchadas en

mi estómago, tratando de abrirlo. Sentí mi carne siendo arrancada, mi sangre

perdiéndose en el aire y transmitiéndose al suelo. Traté de levantarme, para hacer una

última resistencia, para vivir, pero el dolor de repente sacó una cortina de color rojo y

negro sobre mi visión, y no supe nada más.

Y entonces, todo había terminado. Estaba tirado en el frío suelo de piedra del

castillo, intacto y entero, el Guardián mirándome. Desde la esquina de mi ojo, vi a Puck

y Ariella mirando ansiosamente, pero el dolor transmitiéndose de todas las partes de

mi cuerpo hacía difícil concentrarse en cualquier cosa.

—Fallé. —Las palabras eran amargas en la boca, el peso de mi pecho

amenazando con aplastarme. Pero el Guardián negó con la cabeza encapuchada.

—No. Nunca se pretendió que sobrevivieras a eso, caballero. Incluso habiendo matado la

primera oleada, ellos tendrían que seguir llegando. Sin importar lo que hicieras, o durante

cuánto tiempo estabas contra ellos, ellos tendrían que desgarrarte al final.

Quería preguntar por qué. ¿Por qué me había salvado? ¿Por qué no estaba

muerto todavía? Pero, a través del dolor y la confusión y el shock de estar vivo todavía,

mi mente aún estaba tambaleándose por todo lo que había sucedido. La extrañeza de

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189 JULIE KAGAWA FORO AD

mi propio cuerpo, de repente débil y torpe, negándose a moverse como debería. El

dolor cegador, la agonía que yo no podía reprimir fuera como lo hacía antes. Y el

completo vacío que sentí cuando traté de usar glamour fue la peor de todas.

—Esto es lo que un cuerpo mortal siente —el Guardián continuó, como si leyera mis

pensamientos—. Es físicamente imposible para un ser humano moverse como lo haces tú. Sus

cuerpos son torpes y se cansan fácilmente. Son susceptibles al frío, debilidad y dolor. Ellos no

pueden recurrir a ningún tipo de magia que les ayude. Son, en definitiva, bastante ordinarios.

La fuerza es la primera cosa a la que debes renunciar si deseas ganar un alma.

El Guardián hizo una pausa, dando tiempo para que asimilara la declaración.

Sólo podía estar allí, jadeando, mientras mi mente se recuperaba de la conmoción de

ser desgarrado.

—La primera prueba ha terminado —entonó el Guardián—. Prepárate, caballero. La

segunda comienza al alba.

Cuando desapareció, Ariella se apresuró y se arrodilló a mi lado.

—¿Puedes levantarte?

Haciendo una mueca, me esforcé en una posición sentada. Mis heridas se habían

ido, estaba vivo, pero mi cuerpo aún ardía de dolor. Tomando su mano, la dejé tirar de

mí a mis pies, apretando mi mandíbula para mantener el aliento.

—No me di cuenta… cómo de frágiles son los seres humanos en realidad.

—Bueno, duh. —Puck paseó alrededor, no del todo capaz de enmascarar la

preocupación en su rostro—. Yo te podría haber dicho eso. Aunque algunos son más

fuertes que otros. O más obstinados. —Él cruzó sus brazos, dándome una mirada

apreciativa—. ¿Estás bien, chico hielo?

No le respondí. Pasando de Ariella, ignorando su brazo ofrecido y me alejé

cojeando, bajo los largos pasillos, de regreso a mi habitación. Ellos me seguían en

silencio, a cierta distancia, pero no volví a mirar hacia atrás. Más de una vez, casi me

caigo, pero me obligué a seguir adelante, sin ayuda.

En mi habitación, me desplomé en la cama, maldiciendo mi extraño,

desconocido cuerpo y la debilidad que venía con él.

¿Cómo iba a protegerla de esta manera? ¿Cómo puedo proteger a alguien, así?

Puck y Ariella rondaban en la puerta. Una parte de mí quería decirles que se

fueran, odiando eso de ellos, que me veían débil e indefenso. Pero, toda mi vida, había

empujado a los otros, encerrándome al mundo y a todo el mundo a mi alrededor. Eso

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me había traído nada más que más dolor, a pesar de mis intentos de congelar todo. Por

eso estaba aquí, después de todo, estaba tratando de convertirme en otra persona.

Me moví a mi espalda y puse un brazo sobre mi cara, cerrando los ojos.

—No voy a tirar carámbanos si pasan a través de la puerta. —suspiré—. Así que

pueden parar el acecho y entrar de una vez.

Sentí que ellos hicieron una pausa, imaginaba el intercambio de miradas, pero

luego unos pasos amortiguados entraron en la habitación. Ariella se sentó en el borde

del colchón, poniendo una mano suave en mi brazo.

—¿Te duele un montón? —preguntó.

—Algo —admití, relajándome bajo su tacto—. Se está poniendo mejor, sin

embargo. —Y así fue, el fuego debajo de mi piel desfallecía en mí, como si mi cuerpo

finalmente comprendiera que estaba entero y saludable, no desgarrado en un pico

solitario.

—¿Qué pasó allá arriba, chico hielo?

—¿Qué crees que pasó? —Bajé mi brazo y me senté, restregando una mano

sobre mis ojos—. He perdido. No puedo usar el glamour, no puedo moverme como

antes. Mi cabeza estaba diciéndome muévete de cierta manera, para ir más rápido, y yo

no podía. Tenía frío, Puck. ¿Sabes lo que fue, cuando finalmente me di cuenta de lo que

estaba pasando? —Me incliné hacia adelante, recogiendo mis manos a través de mi

pelo, empujando hacia atrás.

—Podría haber muerto —dije en voz baja, reacio a admitirlo—. Si el Guardián

me hubiera dejado allí, yo habría muerto. Esas cosas podrían haberme desgarrado.

—Pero no estás muerto —señaló Puck—. Y el Guardián no dijo que fallaste. Al

menos, no lo expresó delante de nosotros. Entonces, ¿cuál es el problema, el chico hielo?

No respondí, pero Ariella, que estaba viendo mi cara, contestó con tranquilidad.

—Meghan —adivinó, hice una mueca de dolor—. Estás preocupado por Meghan,

en cómo ella va a reaccionar al ver cómo estás.

—No puedo protegerla así —dije con amargura, apretando un puño, luchando

contra el impulso de golpear el colchón—. Soy un inútil, una responsabilidad. No

quiero que se sienta que tiene que estar continuamente en vela por mí, que no puedo

sostenerme a mí mismo más. —Suspiré con frustración y me recosté hacia atrás,

golpeando mi cabeza contra la pared. Fue satisfactoriamente doloroso—. Creo que no

me di cuenta lo que realmente significa ser humano.

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No sabes nada sobre la mortalidad, príncipe-que-no-lo-es. La voz de La Bruja Hueso

se hizo eco en mi cabeza, burlándose de mí con su engreimiento. ¿Por qué quieres ser

como ellos?

Puck resopló.

—¿Y qué, piensas que si eres humano no puedes proteger a nadie —preguntó,

cruzando sus brazos y mirándome—. Eso es un montón de basura. ¿Cómo crees tú que

íbamos a protegerla mientras ella estaba en el Reino de Hierro, príncipe? Pensé que

estábamos aquí para conseguir un alma, así pudieras estar con ella sin tu derretimiento

de piel. ¿Me estás diciendo, ahora que eres más humano, que no quieres estar con ella?

Lo miró fijamente.

—Sabes que no es lo que quise decir.

—No importa. —Puck se cernía sobre mí como si me retara a discutir—. A mi

modo de ver, sólo hay dos opciones aquí, chico hielo. Puedes ser un humano y estar

con Meghan, o puedes ser un fey y no. Y será mejor que descubras lo que quieres

realmente rápido, o hemos perdido el tiempo aquí.

Ariella se levantó.

—Vamos —le dijo a Puck, cayendo de nuevo en una vieja tradición. Desde que

nosotros tres nos conocíamos, ella había sido siempre el pacificador—. Vamos a dejarlo

descansar. Ash, si nos necesitas, vamos a estar cerca.

Puck miró desafiante, pero Ariella puso una mano sobre su brazo y suavemente

pero con firmeza, lo sacó de la habitación. Al cerrarse la puerta, apreté mis puños y

miré fijamente a la pared. Levantando el brazo, traté de enviar un aluvión de flechas de

hielo a la puerta, pero no pasó nada. Ni siquiera un viento frío.

No tenía más glamour. Mi magia había desaparecido; siglos de sentir el pulso de

la tierra, viendo el remolino de emociones, sueños y pasión a mi alrededor, en cada

criatura viviente, todo se desvaneció en un latido de corazón. ¿Podría acostumbrarme a

esto? ¿Nada de esto? No me podía mover como antes, no era tan fuerte, y mi cuerpo era

susceptible al dolor y a la enfermedad y al frío. Yo era débil ahora. Era... mortal.

Di un puñetazo al colchón con frustración, sintiendo el golpe sonoro de un

marco. La Bruja de Hueso estaba en lo cierto. No sabía nada sobre la mortalidad.

El dolor casi había desaparecido ahora, sólo un latido sordo, irregular alrededor

de los bordes de mi mente. Cansado por la batalla y el frío y el impacto de ser

destrozado, mi cabeza cayó en mi pecho, y me sentí flotando…

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192 JULIE KAGAWA FORO AD

—Ahí estás —dijo Ariella, sonriéndome en mis sueños—. Sabía que tenías que

dormir tarde o temprano. Estabas agotado.

Parpadeé, de pie bajo las ramas de un enorme ciprés cubierto de nieve, cada hoja

enmarcada en escarcha.

—¿Es esto algo que debería esperar cada vez que me quede dormido? —le

pregunté a la figura sentada bajo el tronco.

Ariella se levantó y caminó hacia delante, cepillando las cortinas brillantes de las

hojas.

—No —dijo, tomando mi mano y llevándome hacia adelante—. Mi tiempo como

vidente está llegando a su fin. Pronto, no voy a ser capaz de caminar en sueños más, así

que ten paciencia conmigo por un rato. Quiero mostrarte algo.

Mientras ella hablaba, el escenario a nuestro alrededor cambió. Voló, como el

polvo de una tormenta, hasta que estuvimos de pie en un camino de grava largo,

mirando a una vieja casa verde.

—¿Reconoces esto?

Asentí con la cabeza.

—La antigua casa de Meghan —le dije, mirando a la intemperie, la estructura

descolorida—. Donde vive su familia.

Un ladrido me interrumpió. La puerta principal se abrió y salió Meghan,

seguida de un niño pequeño de unos cuatro o cinco años, un pastor alemán enorme

detrás de los dos.

Contuve el aliento y di un paso adelante, pero Ariella puso una mano sobre mi

brazo.

—Ella no puede vernos —advirtió—. No esta vez. Esto es más un recuerdo

latente que un verdadero sueño. La conciencia de Meghan no está aquí, no podrías ser

capaz de hablar con ella.

Me di la vuelta, viendo a Meghan y Ethan sentarse en la mecedora del porche,

balanceándose suavemente hacia adelante y hacia atrás. Los pies de Ethan colgaban

sobre el borde, pateando esporádicamente mientras Meghan le pasaba una pequeña

caja azul con una pajilla saliendo de ella. Beau, el pastor alemán, puso sus enormes

patas en el columpio y trató de trepar por igual, causando que Ethan se riera a

carcajadas y Meghan a gritarle para que bajara.

—Ella sueña con ellos a menudo —dijo Ariella—. Su familia. Especialmente con

él, el pequeño.

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—Su hermano —murmuré, incapaz de apartar mis ojos de ella. Con éxito ordenó

a Beau bajar del columpio, ella palmeó su regazo y rascó al perro grande detrás de las

orejas, besando a su hocico mientras se acercaba. Ariella asintió con la cabeza.

—Sí. El niño que lo comenzó todo, en cierto modo. Cuando fue secuestrado por

el Rey de Hierro y lo llevó a Nuncajamás, ella no dudó en ir tras él. Y ella no se detuvo

ahí. Cuando su magia fue sellada por Mab, dejándola indefensa en la Corte de Invierno,

ella de alguna manera logró sobrevivir, incluso cuando ella pensó te habías vuelto

contra ella. Cuando el Cetro de las Estaciones fue robado por los feys de Hierro, ella fue

a pesar de no tener magia y ningún arma para defenderse. Y cuando las Cortes le

pidieron destruir el falso rey, ella aceptó, a pesar de que los glamours de Verano y de

Hierro en su interior la estaban haciendo enfermar, y no podía usar ninguno de los dos

con eficacia. Ella todavía entró en el Reino de Hierro para hacer frente a un tirano que

no sabía si podía superar. Ahora —Ariella terminó, volviéndose hacia mí—, ¿todavía

crees que los humanos son débiles?

Antes de que pudiera responder, la escena se desvaneció. La oscuridad cayó,

Meghan y su hermano desaparecieron delante de mí, y todo se volvió negro. Abrí mis

ojos y me encontré solo en mi habitación, sentado en la cama de espaldas a la pared.

¿Todavía crees que los humanos son débiles?

Sonreí con tristeza. La hija de media sangre de Oberon era uno de los mayores

seres humanos que jamás he encontrado. Aun cuando su magia estaba sellada, o

cuando la ponía horriblemente enferma, había logrado derrotar a todo fey que iba

contra ella a través de obstinada determinación pura. Ella había acabado las dos

guerras faery y cuando todo había terminado, se había convertido en una reina.

No, me dije. Los seres humanos no eran débiles. Meghan Chase había demostrado eso,

muchas veces. Y no importa si no tenía magia, o si no era tan fuerte como antes. Mi voto a la

Reina de Hierro, el que yo había jurado cuando me convertí en su Caballero, seguía en pie.

«A partir de hoy, me comprometo a proteger a Meghan Chase, hija del Rey de

Verano, con mi espada, mi honor y mi vida. Incluso si el mundo se opone a ella, mi

espada estará a su lado. Y en caso de no protegerla, que mi propia existencia se

pierda.»

No podía protegerla en el Reino de Hierro, no como Ash el Príncipe de Invierno.

Todo el glamour en el mundo no podría ayudarla si no estaba allí. Tenía que ser

humano para estar junto a ella. Por un momento, lo había perdido de vista.

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Eso no volvería a ocurrir. La pérdida de mi glamour no me desanimó. Todavía

era un Caballero, su Caballero. Y me gustaría volver con la chica a la que había jurado

proteger.

Me levanté, dispuesto a encontrar a Puck y Ariella y decirles que estaba bien,

que estaba preparado para continuar con las pruebas. Pero antes de que me pudiera

mover, una forma oscura apareció en la esquina de mi ojo, y el Guardián se puso a mi

lado. Sin previo aviso, sin rizado de poder o magia para anunciar su llegada. Estaba

justo ahí.

—Es hora —dijo la figura encapuchada mientras sofocaba el impulso de salir de

su fría, oscura sombra—. Has tomado tu decisión, así que vamos a continuar.

—Pensé que tenía hasta el amanecer.

—Es el amanecer. —La voz del Guardián era fría, insulsa—. El tiempo pasa de

manera diferente aquí, Caballero. Un solo día puede pasar en un instante, o toda una vida. No

importa. La segunda prueba está sobre nosotros. ¿Estás listo?

—¿Cómo puedo saber si he pasado?

—No hay aprobar o suspender. —Ese frío, informal tono nunca cambiaba—. Es sólo

aguantar. Sobrevivir.

Aguantar. Sobrevivir. Podría hacer eso.

—Muy bien, entonces —le dije, preparándome a mí mismo—. Estoy listo.

—Entonces vamos a empezar. —Levantó su bastón, lo golpeó una vez contra el

suelo de piedra. Hubo un destello, y desapareció todo.

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Capítulo 17 La Segunda Prueba

Traducido por: rihano

—Buen tiro, hermanito. Quizás la próxima vez, podamos encontrar algo que

ofrezca más lucha. Estaba a punto de quedarme dormido en la silla.

Ignoré a Rowan y me acerqué al ciervo, donde este yacía, aun agitándose en la

hierba. Una flecha blanca sobresalía detrás de sus patas frontales, directamente

atravesando su corazón, y la boca de la bestia y las fosas nasales estaban salpicadas de

espuma sanguinolenta. Volvió sus ojos hacia mí y trató de levantarse, pero cayó,

pateando ligeramente, no del todo consciente de que estaba muerto. Saqué mi cuchillo

de caza, y con una rápida cuchillada a la garganta cesaron sus luchas para siempre.

Envainé la hoja, mirando a la criatura retorciéndose, de alguna manera más

pequeña en la muerte que en vida.

—Demasiado fácil —murmuré, doblando un labio con desdén—. Estos animales

mortales no son reto después de todo. No es divertido cazar algo que muere tan

fácilmente.

Rowan rió mientras yo liberaba mi flecha y regresaba a mi caballo, dejando a la

patética criatura sangrar en la tierra.

—Tú solo no estás cazando a la presa correcta —dijo mientras yo montaba en la

silla—. Sigues persiguiendo a estos animales, esperando que puedan sobrevivir más de

una tarde. Si te gustan los desafíos, tal vez necesites cambiar de táctica.

—¿Cómo qué? ¿Hablarles hasta que mueran? Te dejaré eso a ti.

—Oh, har har. —Rowan rodó sus ojos—. Mi hermanito ronda unas pocas

décadas y piensa que lo sabe todo. Escucha a alguien que ha vivido unos cuantos

siglos. Si quieres un verdadero reto, necesitas dejar de perseguir a estos animales y

perseguir una presa que realmente pueda pensar.

—Estás hablando de seres humanos —murmuré mientras cabalgábamos a través

del bosque, regresando hacia el camino que nos había traído hasta aquí—. Los he

cazado antes. Son menos desafío que dispararle a cabras muertas.

—Oh, hermanito. —Rowan sacudió la cabeza hacia mí—. Tienes una mente de

un solo carril. Hay otras maneras de “cazar” a los seres humanos, aparte de

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perseguirlos a caballo y ponerles una flecha en el cráneo. Son una presa mucho más

interesante vivos que muertos. Deberías probarlo alguna vez.

—¿Quieres decir como tú los cazas? —Solté un bufido—. Eso es menos caza y

más jugar con tu presa, como un gato.

—No seas tan presumido, Ash. —Rowan me sonrió, un reto silencioso—.

Perseguir el corazón de una mortal, haciéndola enamorarse de ti, poco a poco

enredándola hasta el punto en el que te prometería cualquier cosa, necesita mucha más

habilidad que simplemente pegar una flecha en el pecho de alguien. El corazón

humano es la presa más difícil de todas. —Su sonrisa se ensanchó, convirtiéndose en

una mueca—. De hecho, no estoy seguro de que podrías hacerlo.

—¿Quién dijo que me gustaría? —No hice caso de su acoso—. He visto a los

mortales “enamorados” antes. Son ciegos y necios, y sus corazones son tan

frágiles. ¿Qué haría con tal cosa si lo tuviera?

—Lo que quieras, hermanito. Lo que quieras. —Rowan me dio esa sonrisa

superior de suficiencia, que me hizo erizar—. Sin embargo, entiendo que tengas

miedo. Si no crees que puedas hacerlo. Sólo pensé que te gustaría una caza más

interesante, pero si es demasiado difícil para ti...

—Muy bien. —suspiré—. No me dejarás en paz de lo contrario. Señálame a un

mortal y voy a hacer que se enamore de mí.

Rowan se echó a reír.

—Mi hermanito está creciendo. —Él se burló, mientras dábamos vuelta a

nuestras monturas hacia el borde del bosque.

Una vez que estuvimos cerca de nuestra presa, no tardamos mucho en encontrar

un objetivo probable. Mientras nos acercábamos a la valla de madera rústica que

separaba el claro de los humanos del resto del bosque, un débil canto, fuera de tono, de

repente llegó a nuestros oídos, y dimos un alto a nuestras monturas.

—Ahí. —señaló Rowan. Seguí su dedo, y mis cejas se levantaron por la sorpresa.

Más allá de la valla y el borde de los árboles, un río balbuceó su camino a través

de un campo pedregoso, donde un conglomerado de chozas de paja, estaban colocadas

en un semicírculo suelto alrededor de una fogata grande. Uno de los muchos pequeños

asentamientos humanos en el área, tentado por el destino asentando en el borde mismo

del bosque. Ellos rara vez se aventuraban cerca de los árboles, y nunca salían de sus

casas por la noche, por una buena razón. Los goblins aún consideraban esto su

territorio, y sabía de más de un phouka que vagaba por estos bosques en la noche. No

sabía mucho acerca de estos seres humanos, excepto que eran una tribu druida

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pequeña, tratando de vivir en paz con la tierra y el bosque justo a las afueras de las

murallas de su villa. Era arriesgado y estúpido, como todos los seres humanos tendían

a ser, pero por lo menos mostraban el debido respeto.

Por lo que fue sorprendente ver a uno de ellos solo a orillas del arroyo,

tarareando mientras ella recogía las flores salvajes que crecían cerca del bosque. Era

joven, como los seres humanos eran, vestida con un sencillo traje, descalza y

descarada. Su pelo negro brillaba bajo el sol.

Rowan sonrió con una sonrisa lobuna y se volvió hacia mí.

—Todo bien, hermanito. Ahí está tu objetivo.

—¿La niña?

—No, tonto. ¿No has estado escuchándome? —Mi hermano rodó sus ojos—. Su

corazón. Su cuerpo, mente y alma. Haz que te ame. Asegúrate de que se entregue a ti

del todo, que no pueda pensar en nada más que en ti. Si puedes hacer eso, entonces

serás un cazador entre los cazadores. —Él se burló y miró bajando su nariz—. Si estás

preparado para el desafío, ese es.

Miré de nuevo a la chica, todavía tarareando mientras tomaba puñados de no-

me-olvides, y sentí una sonrisa estirando mi cara. Nunca había perseguido un corazón

mortal antes; lo que podría ser interesante...

—¿Hay un momento en el que tenga que hacer esto? —Le pregunté.

Rowan ponderó la pregunta.

—Bueno, los mejores planes no son trazados en un día —reflexionó, mirando a

la chica—. Sin embargo, no debería ser difícil para ti ganar los afectos de un mortal,

especialmente si es tan joven como esa. Digamos que, la próxima luna llena. Consigue

que te siga hasta el círculo de piedra y comprometa su amor eterno. Voy a estar ahí,

esperándolos a ambos.

—Allí estaré —dije en voz baja, disfrutando de un desafío digno—, con la

humana. Déjame enseñarte cómo se hace.

Rowan me hizo un saludo burlón, se fue en su caballo y desapareció en el

bosque. Desmontando, me acerqué a la humana en silencio, usando el glamour para

enmascarar mi presencia hasta que me paré en el borde mismo del bosque, la chica solo

a un tiro de piedra. No me manifesté a ella al principio. Al igual que todas las cazas,

empecé por estudiar a mi presa, observando sus fortalezas y debilidades, aprendiendo

sus hábitos y patrones. Si solo aparecía entre los árboles, podría asustarla y ella podría

no volver a la zona, así que la precaución era necesaria en un primer momento.

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Ella era delgada y elegante, muy como un ciervo de alguna manera, lo que hacia

la caza aún más intrigante y familiar. Sus ojos oscuros eran bastante grandes para un

ser humano, dándole una constante expresión de sorpresa, pero se movía de arbusto en

arbusto con un desconocimiento generalizado, como si un oso pudiera salir de los

árboles y ella ni siquiera se daría cuenta.

Ella se abalanzó repentinamente, hundiendo su mano en la corriente y salió

sosteniendo una piedra lisa de color turquesa, a la que le dio vuelta con placer

evidente. A la vez sonreí, mirándola dejar caer la piedra en su bolsillo, sabiendo la

carnada que atraería a la presa hacia mí.

¿Así que, te gustan las cosas brillantes, no es así, pequeña mortal? Agachándome, cogí

una piedra gris claro y la cubrí con mi puño, dibujando un poco de glamour del

aire. Cuando abrí la mano, la piedra una vez apagada ahora era un zafiro brillante, y

tiré el artículo encantado en la corriente.

Ella lo encontró casi de inmediato, y se abalanzó con un grito de alegría,

levantándolo en el aire para que brillara al sol. Sonreí y me alejé, caminando de regreso

a mi montura con un sentimiento de satisfacción, sabiendo que ella estaría allí mañana.

Le dejé una cadena de plata al día siguiente, observándola emocionarse con el

mismo placer que la gema encantada le había dado, y a la tarde siguiente admiró el

anillo de oro en su dedo por un largo, largo tiempo, antes de dejar caer el tesoro en el

bolsillo. No tenía ningún temor de que ella se lo mostrara a cualquier otra persona; al

igual que los cuervos y urracas, no quería que nadie robara sus tesoros, o preguntara

en donde ella los consiguió. Y el glamour en los artículos con el tiempo se desvanecía,

dejando piedras y hojas en su lugar. Sabía que ella se preguntaría qué había sido de

ellos; tal vez se dijo que se le habían caído o perdido sus tesoros, eligiendo hacer caso

omiso de la respuesta obvia. Tal vez sospechaba la verdad y sabía que debía tener

cuidado, pero también sabía que su codicia la mantendría regresando.

Al día siguiente, no le dejé nada, pero la vi debatirse en la corriente durante

horas, buscando y cada vez más abatida, hasta que cayó la noche y se alejó al borde de

las lágrimas. Y me sonreí a mí mismo, ya planeando la siguiente etapa. Era el momento

de pasar a matar.

A la tarde siguiente, puse una simple rosa blanca en una roca plana cerca de la

corriente, me escondí en el bosque y esperé.

Ella no se hizo esperar, y cuando vio la rosa se quedó sin aliento y la recogió casi

con reverencia, sosteniéndola como si estuviera hecha del más puro cristal.

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Mientras se enderezaba y miraba a su alrededor, los ojos brillaban de esperanza,

solté el glamour y salí de los árboles.

Saltó como un ciervo asustado, pero, como había predicho, no hizo ningún

movimiento para correr. Dejé que me mirara, esperando que la conmoción se

desvaneciera. Sabiendo que los seres humanos nos encontraban hermosos, me había

vestido para la parte del príncipe de negro y plata, mi capa cayendo sobre un hombro y

mi espada en mi cintura. Ella me miró boquiabierta como un pescado sacado del agua,

sus ojos oscuros llenos de temor, pero también con un poco de maravilla y emoción.

Con mucho cuidado, dejé que mi glamour se colocara sobre ella, quitándole el

miedo, dejando sólo el temor atrás. Las emociones humanas eran cosas caprichosas,

fáciles de influenciar. Yo podría haberle encantado, hacerla caer completamente

enamorada a primera vista, pero eso sería hacer trampa, de acuerdo con Rowan. Eso

era amor fabricado, donde el mortal no era más que un esclavo servil, con los ojos

vidriosos. Poseerla completamente, cuerpo y alma, tomaba una cuidadosa

manipulación y tiempo.

Sin embargo, no había razón por la que no pudiera nivelar el campo un poco.

—Perdóname —le dije con una voz fresca, suave mientras la chica siguió

mirando—. No fue mi intención asustarte. He estado observándote desde hace algún

tiempo, y no podía permanecer alejado por más tiempo. Espero que no encontraras mis

regalos mal educados.

La chica abrió la boca, pero no se escapó ningún sonido. Esperé dos latidos del

corazón, y luego di media vuelta, inclinando la cabeza.

—¿Qué estoy diciendo? —continué antes de que ella pudiera responder—. Aquí

estoy, actuando como un bárbaro incivilizado, acosándote desde el bosque. Por

supuesto, que no quieres verme así, debería irme.

—¡No, espera! —exclamó la chica, tal como lo había planeado. Me volví con una

expresión "me atrevo a tener esperanza", y ella me sonrió a través del agua—. No me

importa —dijo, de repente tímida y recatada, retorciéndose las manos a la espalda—.

Puedes quedarte... si quieres.

Escondí mi sonrisa. Más fácil de lo que pensaba.

El nombre de la chica, me dijo ella, era Brynna, y era la hija de la sacerdotisa

druida que dirigía la aldea. Su abuela era una gran y poderosa chamán, y muy estricta,

prohibiendo que cualquiera entrara en el bosque o cerca de sus fronteras, por temor a

los buenos vecinos que se escondían en los árboles. Sin embargo, las flores que crecían

a lo largo del borde del bosque eran las más hermosas, y Brynna amaba las cosas bellas,

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por lo que esperaba hasta que su abuela estuviera durmiendo la siesta antes de salir de

la aldea y bajar al arroyo.

—¿Y por qué tu abuela odia a los buenos vecinos así? —Le pregunté, sonriendo

ante el extraño nombre que los mortales nos daban, el cual utilizaban porque,

supuestamente, expresar nuestros nombres reales podría llamar nuestra atención. Le

sonreí a la niña, fingiendo curiosidad mientras teñía el aire con glamour, suavizando

cualquier temor que pueda tener.

—Ella... ella no los odia —siguió Brynna, nerviosamente apartándose el pelo de

nuevo—. Les teme. Tiene miedo de lo que podrían hacer, matar nuestro ganado, robar

nuestros hijos, hacer a las mujeres infértiles.

—Y, ¿tienes miedo de ellos? —Le pregunté en voz baja, cerrando al final unos

pocos metros entre nosotros. Muy suavemente, alcancé sus manos ásperas y callosas

por el trabajo, sosteniéndolas contra mi pecho—. ¿Tienes miedo de mí?

Ella levantó la mirada hacia mi cara, ojos oscuros brillaban con confianza tonta,

y sacudió la cabeza.

—Eso me hace feliz. —Sonreí y le besé el dorso de la mano—. ¿Puedo verte de

nuevo mañana?

Sabía la respuesta, incluso antes de que ella asintiera con la cabeza.

Fue fácil después de eso, aunque me tomé mi tiempo con ella, con ganas de

jugar el juego bien. Todas las tardes, justo antes del crepúsculo, me reunía con ella en el

arroyo.

A veces con adornos, a veces con flores, siempre con algún tipo de regalo para

mantenerla regresando a mí. La llenaba con cumplidos y besos tiernos, jugando al

tonto enamorado, sonriendo mientras ella se fundía bajo mi tacto. Nunca la empujé

demasiado lejos, asegurándome de terminar cada encuentro antes de que se saliera de

control. Cuando finalmente la llevara, al círculo de piedra en la noche de la luna llena,

quería que no hubiera dudas en su mente.

A medida que el juego avanzaba, me encontré incluso a mí mismo disfrutando

de estos pocos encuentros. Los seres humanos, he descubierto, aman con tanta pasión,

sin reservas, y la emoción más fuerte, la más brillante se volvía su glamour. El aura de

glamour de un mortal enamorado eclipsaba todo lo que había visto antes, tan puro e

intenso que era casi adictivo. Pude ver por qué la Corte de Verano perseguía estas

emociones con tanta pasión, no había nada como ellas en cualquiera de las Cortes.

Sin embargo, era sólo un juego. Podría haber imitado las palabras y los gestos de

un hombre enamorado, pero la emoción, como la Corte de Invierno me enseñó, era una

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debilidad. Y cuando la luna llena se elevó sobre los árboles en la última noche del juego,

sabía que ella era mía.

Ella se aproximó con entusiasmo a través de la hierba bajo la pálida luz de la

luna llena, tan ansiosa en su prisa por alcanzar la corriente tropezó unas pocas veces y

cayó al suelo. No perdió tiempo mirando hacia atrás al pueblo, a pesar de la hora

inusual a la que había solicitado reunirnos. Hace unos días, se podría haber resistido a

la idea de encontrarse con un extraño a solas en el bosque en la oscuridad de la

noche. Pero ahora se apresuraba ansiosamente hacia adelante, sin dudas en su

mente. Ella confiaba en su príncipe, completamente y sin reservas. Lo que hace el amor

en un mortal.

Me quedé atrás unos minutos, observando como ella llegaba a la corriente,

mirando a su alrededor por mi sombra. Ella no me vería, por supuesto, incluso aunque

yo estaba de pie, a pocos metros por el arroyo. Encantado e invisible, solo otra sombra

más en los árboles, la observaba. A pesar de que su entusiasmo pronto se convirtió en

preocupación por mi ausencia, y comenzó a caminar arriba y abajo de la corriente,

buscándome, nunca flaqueó su confianza, nunca dudó. Ella estaba segura de que su

príncipe estaría allí, o que algo lo había detenido de venir. Tonta mortal.

Finalmente, mientras ella se cernía sobre el borde de las lágrimas, dejé mi

glamour y salí de los árboles. Ella jadeó y se iluminó al instante, llenando el amor sus

ojos y haciéndolos brillar, pero no crucé el río y fui hacia ella. Fingiendo pesar, me paré

en la orilla opuesta, con el bosque a mi espalda, y le di una suave sonrisa.

—Perdóname por llegar tan tarde —dije, poniendo la cantidad adecuada de

remordimiento en mi voz—. Pero quería verte una última vez. Me temo que este será

nuestro último encuentro. Me he dado cuenta de que somos de dos mundos diferentes,

y no puedo darte el tipo de vida que te gustaría. Eres hermosa y con clase, y sólo te

quitaría eso. Por lo tanto, lo mejor es que me vaya. Después de esta noche, no me

volverás a ver.

El resultado fue devastador, como sabía que sería. Sus ojos se llenaron de

lágrimas, y sus manos volaron a su cara, tapándose la boca con horror.

—¡No! —Ella gimió, un hilo de pánico en su voz—. ¡Oh, no! ¡Por favor, no

puedes!... ¿Qué… haré... si te vas? —Y ella se derrumbó en tembloroso llanto.

Escondí una sonrisa y crucé el arroyo, llevándola a mis brazos.

—No llores —le susurré, acariciándole el pelo—. En verdad, es mejor así. Tu

gente nunca me aceptaría, me alejarían con hierro y antorchas, y harían todo lo posible

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por matarme. Lo harían para protegerte. Estoy siendo sólo egoísta, encontrándote de

esta manera.

Brynna sorbió y levantó la mirada hacia mí, horrible desesperación negra

arremolinándose con feroz determinación.

—¡No me importa lo que digan! Llévame contigo. Haré cualquier cosa, cualquier

cosa que desees. Por favor, solo no me dejes. ¡Me moriré si te vas!

Nos abrazamos, la chica apoyada en mi pecho, su aura de glamour brillando

alrededor nuestro. Por último, me eché hacia atrás, mirando sus ojos.

—¿Me amas, Brynna?

Ella asintió sin dudarlo.

—Con todo mi corazón.

—¿Harías cualquier cosa por mí?

—Sí. —Ella agarró mi camisa—. Lo haría, mi amor. Pídemelo. Cualquier cosa.

Me eché hacia atrás, más allá de la cerca, hasta que las sombras de los árboles

cayeron sobre mi cara.

—Ven, entonces —murmuré, extendiendo una mano hacia ella—. Ven conmigo.

—Y esperé. Esperé para ver si los años de crianza, de miedos y cuentos de precaución y

advertencias incontables acerca de seguir a un hermoso príncipe al bosque, serían

olvidados en un santiamén.

Ella no dudó. Sin ni siquiera una mirada atrás a su pueblo, se adelantó y puso su

mano en la mía, sonriéndome con confianza de niño. Le devolví la sonrisa, y la llevé al

bosque.

—¿A dónde vamos? —preguntó un poco más tarde, todavía agarrando mi mano

mientras nos apresuramos a través de los árboles. Las sombras nos agarraban, y las

ramas se extendían, tratando de enganchar su ropa con garras delgadas. Ellos sabían

que un ser humano no pertenecía al bosque, pero Brynna permaneció felizmente

ignorante, sólo feliz de estar con su príncipe incluso mientras él la arrastraba a través

de un bosque oscuro, donde los muchos árboles se escandalizaron a causa de su

presencia—. Ya verás —le respondí, tirando con destreza de ella hacia los lados para

evitar un arbusto espinoso que se tambaleó en su camino. Y, porque sabía que ella

continuaría molestándome hasta que le dijera, añadí—: Es una sorpresa.

Una luz fantasmal, se arrastraba detrás de nosotros, moviéndose entre los

árboles, tratando de llamar su atención. Lo miré y se apartó, la risa débil haciendo eco a

través de las ramas. Un duende levantó la cabeza verrugosa y nos miró a través de los

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arbustos, corriendo una lengua negra sobre los dientes irregulares, pero sin atreverse a

acercarse. Brynna parecía ciega a todo esto, tarareando suavemente mientras ella me

seguía a través del bosque.

El bosque se abría a un pequeño claro, redondo, donde pilares de piedra estaban

parados en un círculo alrededor de un altar de mármol. Era utilizado para muchas

cosas: baile, derramamiento de sangre, sacrificios, y esta noche podría ser utilizado

para otra cosa. Brynna lanzó una mirada curiosa al círculo de piedra antes de voltear su

atención hacia mí, sonriendo. Ella no sospechaba nada.

Rowan estaba cerca, apoyado contra uno de los pilares con los brazos cruzados,

sonriendo hacia mí. Estaba encantado, invisible a los ojos mortales, y el verlo me llenó

de resolución. Había llegado tan lejos. Ya era hora de terminar el juego.

Suavemente, llevé a Brynna hacia el altar, y ella siguió sin vacilar, aun confiando

en su príncipe para mantenerla a salvo. Levantándola, la senté en el altar, tomando sus

manos entre las mías, mirando sus ojos.

—¿Me amas? —Le pregunté una vez más, mi voz muy, muy suave. Ella asintió

con la cabeza sin aliento—. Entonces, demuéstralo —murmuré—. Yo quiero tu cuerpo,

y tu alma y todo lo que tienes. Lo quiero todo. Esta noche.

Vaciló por un momento, desconcertada, pero luego la comprensión amaneció en

sus ojos. Sin decir una palabra, ella se echó hacia atrás y se deslizó fuera de su vestido,

dejando al descubierto la piel joven y desnuda a la luz de la luna. Retrocediendo, se

quitó el lazo que mantenía sujeto su pelo hacia atrás, dejándolo caer sobre sus hombros

en una cascada oscura. Dejé que mis ojos vagaran por su cuerpo delgado y pálido, tan

frágil y sin mancha y me acerqué a su lado.

Recostada sobre la fría piedra, me dio la bienvenida con los brazos abiertos, y

tomé todo lo que ofrecía, todo lo que podía dar, mientras Rowan estaba parado cerca y

observaba con una sonrisa cruel.

Cuando todo terminó, ella yacía soñando y retozando en mis brazos. Sin

despertarla, me paré, deslizándome silenciosamente fuera del altar y hacia mi ropa,

reflexionando sobre lo que había sucedido.

—Bueno, felicidades, hermanito —Apareció Rowan a mi lado, todavía oculto a

los sentidos humanos, sonriendo como un lobo a un cordero—. Derrumbaste a tu

presa. El juego está casi terminado.

—¿Casi? —Me había encantado a mí mismo para permanecer invisible e

inaudible, mientras Brynna dormía—. ¿Qué quieres decir, con casi? Tengo su

corazón. Me lo dio libre y voluntariamente. Ella me ama, ese era el juego.

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—No del todo. —Rowan miró a la chica durmiendo con una sonrisa burlona—.

Para realmente terminar el juego, tienes que romperla. Cuerpo y alma. Aplastar su

corazón, y hacer que ella nunca puede encontrar el verdadero amor de nuevo, porque

nada se comparará a lo que ella tuvo contigo.

—¿No es eso un poco excesivo? —Hice un gesto con la mano a la mortal en el

altar—. La traje aquí. Ella se entregó a mí. Está hecho. La dejaré en su pueblo y no la

veré de nuevo. Ella lo olvidará, con el tiempo.

—No seas tan ingenuo. —Rowan meneó la cabeza—. Tú sabes que ellos no

pueden olvidarnos. No cuando hemos pasado por todos los problemas para ganar su

amor. Si la dejas sin romper su corazón, estará en esa corriente, en busca tuya, hasta el

día que muera. Podría incluso aventurarse en el bosque en su desesperación y ser

comida por los trolls, o lobos o algo horrible. Por lo tanto, es en realidad un acto de

bondad el que la liberes. —Él se cruzó de brazos y se apoyó de nuevo, dándome una

mirada burlona—. Realmente, hermanito. ¿Creías que esto tendría un felices para

siempre? ¿Entre un mortal y un fey? ¿Cómo pensabas que esto iba a terminar? —Su

sonrisa se volvió ligeramente salvaje—. Termina lo que empezaste, Ash, a menos que

quieras que la mate ahora, así tú no tendrías que hacerlo.

Lo fulminé con la mirada.

—Muy bien —le espeté—. Pero permanecerás oculto hasta que esté hecho. Este

sigue siendo mi juego, incluso ahora.

Él sonrió.

—Por supuesto, hermanito —dijo, y se echó hacia atrás, haciendo un gesto hacia

el altar—. Es toda tuya.

Me volví hacia Brynna, velando su sueño. No me importaba lo que dijo Rowan;

quebrarla no era parte del juego. Podría, fácilmente, llevarla de vuelta a su pueblo y

dejarla allí, y ella nunca sabría lo qué había sido de su príncipe. Romper el corazón de

un mortal era el juego de Rowan; algo que él disfrutaba, después de usar a los seres

humanos tan completamente que eran cáscaras vacías. Yo no era como Rowan; todo lo

que tocaba, él se aseguraba de destruirlo.

Sin embargo, tal vez era mejor asegurarse de que ella nunca viniera detrás de

mí. Era sólo una mortal, pero sentía algo de cariño por ella, en nuestro tiempo juntos,

como por un perro o un caballo favorito. No me molestaría si se lastimaba o era comida

vagando sin rumbo por el bosque, pero no me agradaría, tampoco.

La dejé dormir hasta el amanecer, dándole una última noche de paz, sus sueños

enteros e intactos. Cuando la luna se desvaneció y las estrellas comenzaron a

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205 JULIE KAGAWA FORO AD

desaparecer del cielo, cubrí el altar con una fina capa de escarcha y el frío fue suficiente

para despertarla.

Parpadeando, se sentó, temblando y confusa, revisando su entorno. Al verme de

pie junto a uno de los pilares, se iluminó y la somnolencia cayó de su

cara. Encontrando su ropa, rápidamente se cambió y corrió, con los brazos abiertos

para abrazarme.

No sonreí mientras ella se acercaba, fijando en ella una mirada fría, llenando el

aire con el glamour tanto que el aire a mi alrededor se volvió frío. Tropezó hasta hacer

un alto a algunos metros de distancia, parpadeando con la confusión cruzando su

rostro.

—¿Mi amor?

Mirándola, me di cuenta de que sería fácil. Ella era tan frágil, su corazón como

una bola de cristal fino en mi puño, lleno de emociones, esperanzas y sueños. Unas

pocas palabras, eso era todo lo que tomaría, para cambiar a esta brillante y ansiosa

criatura, en una cáscara rota y hueca. Lo que dijo Rowan volvió a mí, burlándose de mi

ignorancia.

¿Crees que esto tendría un felices para siempre? ¿Entre una mortal y un fey? ¿Cómo

crees que esto iba a terminar?

Encontré su mirada, sonreí fríamente e hice añicos la ilusión.

—Vete a casa, humana.

Ella vaciló, sus labios temblorosos.

—¿Q… qué?

—Estoy aburrido de esto. —Cruzando mis brazos, me eché hacia atrás y le dirigí

una mirada desdeñosa—. Te has vuelto aburrida, todos los que hablan de amor, de

destino y matrimonio.

—Pero... pero, tú dijiste... pensé...

—¿Qué? ¿Qué nos casaríamos? ¿Huiríamos juntos? ¿Tener una camada de niños

medio humanos? —Me burlé, sacudiendo mi cabeza, y ella se marchitó incluso más—.

Nunca tuve la intención de casarme contigo, humana. Este fue un juego, y el juego ha

terminado. Vuelve a casa. Olvida todo esto, porque voy a hacer lo mismo.

—Pensé... pensé que me amabas...

—No sé qué es el amor —le dije la verdad—. Sólo sé que es una debilidad, y

nunca deberías permitir que te consuma. Al final te quebrará.

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206 JULIE KAGAWA FORO AD

Ella sacudió la cabeza, ya sea en señal de protesta o de incredulidad, no podía

decir. Tampoco me importaba.

—Nada de esto fue real, humana. No trates de buscarme, porque no me verás de

nuevo. Jugamos, tú perdiste. Ahora, adiós.

Ella cayó de rodillas aturdida, y me di la vuelta, caminando hacia los

árboles. Unos momentos más tarde, un horrible y desgarrador grito rasgó el aire,

enviando bandadas de aves a volar. No miré hacia atrás. Mientras los gritos

continuaban, cada uno más terrible que el último, seguía adentrándome en el bosque,

la sensación de logro opacada por un poco de duda.

Mientras me acercaba al paso para regresar a Invierno, de repente, me di cuenta

de que no estaba solo. Una figura me miraba a través de los árboles, alto, moreno,

vestido con una túnica suelta y una capucha que cubría su rostro. Mientras fui por mi

espada, este levantó una nudosa y retorcida mano y me apuntó...

* * *

Me erguí sobre el piso de piedra del templo, jadeando, mientras el presente

llegaba inundándome. El Guardián se cernía sobre mí, frío e impasible.

Me puse de pie y me apoyé contra la pared, el recuerdo de ese día

relampagueando delante de mí, claro, brillante y doloroso.

Brynna. La niña, cuya vida había destruido. Recordaba haberla visto una vez

después de nuestra última reunión, paseando por la corriente, sus ojos vidriosos y en

blanco. Nunca la vi después de eso, nunca pensé en ella, hasta que una vieja

sacerdotisa druida me encontró un día. Ella se presentó como la abuela de Brynna, la

gran sacerdotisa del clan, y exigió saber si yo era el que había matado a su nieta. La

niña había caído en una profunda depresión, negándose a comer o dormir, hasta que

un día su cuerpo simplemente dejó de funcionar. Brynna había muerto de un corazón

roto, y la sacerdotisa había llegado para exigir su venganza.

¡Yo te maldigo, demonio! Sin alma. A partir de este día, todo lo que ames será tomado de

ti. Puede que sufras la misma agonía que la niña que destruiste, puede que tu corazón conozca el

dolor como ningún otro, por el tiempo que permanezcas sin alma y vacío.

Me había reído de ella, entonces, alegando que no tenía capacidad para amar, y

su patética maldición sería malgastada en mí. Ella sólo enseñó los dientes amarillos en

una sonrisa y me escupió en la cara, justo antes de que le cortara la cabeza.

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207 JULIE KAGAWA FORO AD

Me dejé caer al piso mientras sus caras llenaban mi mente, los ojos oscuros

mirándome acusadores. Mi respiración se hizo entrecortada. Cerré los ojos, pero no

podía escapar de su cara, de la muchacha que yo había matado, porque ella se había

enamorado.

Los ojos me ardían. Las lágrimas corrían por mi cara y caían al suelo frío,

haciendo mi visión borrosa.

—¿Qué... me has hecho? —jadeé, aferrándome a mi pecho, casi sin poder

respirar, se sentía tan pesado. El Guardián me miró sin expresión, una sombra inmóvil

en la habitación.

—Conciencia —entonó—, es parte del ser humano. El arrepentimiento es algo de lo que

ningún mortal puede escapar por mucho tiempo. Si no puedes llegar a un acuerdo con los

errores de tu pasado, entonces no estás en condiciones de tener un alma.

Me incorporé en una posición sentada, cayendo contra la cama.

—Errores —dije con amargura, tratando de serenarme—. Mi vida ha estado

llena de errores.

—Sí —asintió el Guardián, elevando su persona—. Y vamos a volver a todos.

—No, por favor…

Demasiado tarde. Hubo un latigazo cegador de la luz, y yo estaba en otro lugar.

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Capítulo 18 Voces del Pasado

Traducido por: Prixxy

Levanté mi cabeza desde donde me arrodillaba ante el trono de Mab, buscando

a la reina sonriendo hacia mí.

—Ash —ronroneó Mab, haciendo un gesto para que me levante—, mi chico

favorito. ¿Sabes por qué te he llamado aquí?

Me paré con cautela. Había aprendido a no confiar en Mab cuando ella usa la

palabra favorito. Había visto a alguien llamarle su favorito antes de que ella lo

congelase vivo, para recordarle siempre así. Más a menudo, era una estratagema para

poner a mis hermanos celosos, llevarnos a competir entre sí. Esto la entretenía en gran

medida pero hacia mi vida más difícil. Rowan se tomó en gran ofensa cada vez que yo

era el hijo favorito, y me castigó por ello cada vez que podía.

Podía sentir la mirada feroz de Rowan cuando estuve de pie, pero lo ignoré

mientras me enfrentaba a la reina.

—No sé, Reina Mab, pero sea cual sea sus razones, que se cumplan.

Sus ojos brillaban.

—Siempre tan formal. ¿Te dolería sonreír para mí por una vez en luna azul?

Rowan no tiene miedo de mirarme a los ojos.

Rowan estaba en la Corte mucho más que yo, siendo preparado como su

consejero y confidente, y él compartía su vicioso sentido del humor. Pero no había

manera de que pudiera decírselo, por lo que conseguí una pequeña sonrisa, que

parecía complacerle. Ella se acomodó en su trono y me miró de una manera afectuosa,

luego hizo un gesto a algo detrás de mí.

Un par de Caballeros de Invierno en armadura de hielo azul se acercaron,

arrastrando algo entre ellos, lanzándolo a los pies de Mab. Una ninfa del bosque, de

piel morena y delicada, con un rostro puntiagudo y zarzas en el pelo largo y verde.

Una de sus piernas estaba rota, quebrada como una ramita seca y colgando en un

ángulo extraño. Ella gimió, apenas consciente, arrastrándose a través del piso, lejos de

los pies del trono.

—Esta criatura —dijo Mab, mirando hacia abajo al cuerpo patético

destrozado—, y varios de sus amigos atacaron y mataron a uno de mis caballeros

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209 JULIE KAGAWA FORO AD

mientras estaban patrullando en la frontera de Wyldwood. Los caballeros fueron

capaces de someter a ésta, pero el resto se adentraron al Wyldwood y escaparon. Este

tipo de ataque no puede quedar impune, pero claro se niega a revelar el paradero de su

casa. Tenía la esperanza de que, con la vasta cantidad de tiempo que pasaste cazando

ahí, sabrías dónde encontrarlos.

Miré a la ninfa, que se había arrastrado por el piso para llegar a mí.

—M… misericordia —susurró ella, aferrándose a mis botas—. Misericordia, mi

señor, sólo estábamos tratando de salvar a nuestra hermana. El Caballero... el Caballero

estaba... agrediéndola. Por favor... mis amigos... mi familia. La reina los va a matar a

todos.

Por un momento, dudé. No dudé de sus palabras, los Caballeros eran fríos y

violentos, tomando lo que ellos querían, pero atacar a los servidores de la Corte de

Invierno era un crimen castigado con la muerte. Mab mataría a toda la familia de la

ninfa, si los encontraban, sólo para proteger a los suyos. No podría mentir, por

supuesto, pero hay otras formas de torcer la verdad.

—Príncipe Ash. —La voz de Mab había cambiado. Ya no era inquisitiva y

amigable, ahora tenía un peligroso matiz de advertencia—. Creo que te hice una

pregunta —ella continuó, mientras la ninfa se agarraba del dobladillo de mi abrigo,

pidiendo misericordia—. ¿Conoces la ubicación de estas criaturas, o no?

¿Qué estás haciendo, Ash? Apretando mi puño, empujé a la ninfa con mi bota,

haciendo caso omiso de su grito de dolor. Misericordia es para los débiles, y era el hijo

de la Reina Unseelie. No había misericordia en mi sangre.

—Sí, su majestad —dije, y la ninfa se desplomó, sollozando, al suelo helado—.

He visto a esa tribu antes. Ellos tienen una colonia en el borde de Bramblewood.

Mab sonrió.

—Excelente —gruñó ella—. Entonces encabezarás la fuerza de esta noche, y lo

destruirás. Mátenlos a todos, destruyan sus árboles y quemen sus claros hasta los

cimientos. No quiero que nada quede en pie, ni una brizna de hierba. Pon ejemplo para

aquellos que desafían a la Corte de Invierno, ¿está claro?

Bajé la cabeza, con los lamentos de la ninfa y los gritos elevados en el aire.

—Como diga, mi reina —murmuré, retrocediendo—. Así se hará.

El elfo del bosque se me quedó mirando, agarrándose de su bastón, el temor

estaba escrito claramente en su rostro arrugado. La pequeña tribu de elfos que vivían

aquí, en las afueras de Wyldwood y Tir Na Nog, eran simples cazadores-recolectores.

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No llegaban muchos visitantes, sobre todo, no de la Corte Unseelie. Sobre todo, no un

Príncipe de la Corte de Invierno por sí mismo.

—¿Príncipe Ash? —Se inclinó con frialdad, y asintió con la cabeza—. Esto es...

una sorpresa. ¿A qué se debe este honor, su alteza?

—Estoy aquí en nombre de la Reina Mab y un guerrero llamado Hawthorn —le

contesté formalmente, y levantó sus cejas tupidas—. ¿Es familiar este nombre para

usted?

—¿Hawthorn? —El anciano frunció su frente—. Sí. Hawthorn fue un elfo

guerrero que buscaba convertirse en el elfo más fuerte de Wyldwood. ¿Por qué lo

conoces?

Suspiré.

—Hawthorn encontró su camino en la Corte Unseelie —continué, ya que la

frente del anciano se arrugó aún más—. Se presentó ante la Reina Mab, rogándole que

le permitiera ser parte de la guardia, que sería un honor servir como uno en su Corte.

Cuando Mab se negó, le exigió un duelo, para probarse a sí mismo como el guerrero

más fuerte. Juró por la vida de sus parientes y tribu que iba a salir victorioso, y que si

ganaba, se le permitiría servirle. Mab le hizo gracia, y le permitió luchar contra uno de

sus guerreros.

—No entien…

—Hawthorn fue derrotado —continuó en voz baja, como la cara del anciano

pasó de castaño oscuro al color de hongos venenosos. Se tambaleó hacia atrás, cayendo

de rodillas, la boca moviendo sin hacer ruido. Saque mi espada, y empecé a avanzar,

jadeos y gritos comenzaron a subir desde las cabañas a mí alrededor—. Las vidas de

sus parientes y la tribu son la multa que él debería pagar. Yo estoy aquí para cobrar esa

deuda.

—Misericordia.

El humano miró hacia mí desde donde se puso de rodillas en la nieve, una flecha

perforando su pantorrilla, goteando brillante sangre mortal en el suelo. Temblando,

juntó sus manos y las levantó suplicante a mí, los ojos llenos de lágrimas. Humano

patético.

—Por favor, señor del bosque, ten piedad. No quise ofenderte.

Le sonreí con frialdad.

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211 JULIE KAGAWA FORO AD

—El bosque está prohibido, su gente lo sabe. Se ha arriesgado dentro de

nuestros territorios, y tenemos el permiso para perseguirlos. Dime, humano, ¿por qué

debo ser misericordioso?

—¡Por favor, gran señor! Mi esposa, mi esposa está muy enferma. Ella está

teniendo dificultades para dar a luz.... Tenía que tomar un atajo por el bosque hasta

llegar al médico en la ciudad.

—¿Dificultades en el parto? —Entrecerré los ojos, evaluándolo—. Su esposa

estará muerta antes de que llegues a casa. Tú nunca la alcanzarás a tiempo, no con la

pierna herida. Has matado a ambos por entrar ilegalmente aquí.

El ser humano empezó a sollozar. Su aureola de glamour parpadeó azul y negro

con la desesperación.

—¡Por favor! —gritó, golpeando la nieve—. Por favor, perdónalos. Yo no

importo, pero salva a mi esposa e hijo. Haré lo que sea. ¡Por favor! —Se derrumbó,

llorando en voz baja, en la nieve, murmurando—. Por favor— una y otra vez. Lo

observé por un momento, luego suspiré.

—Tu esposa está perdida —declaré sin rodeos, haciéndolo gemir y cubrir su

rostro en la agonía sin esperanza—. No la puedo salvar. Tu hijo, sin embargo, todavía

podría tener una oportunidad. ¿Qué me darás si le salvo su vida?

—¡Cualquier cosa! —gritó el hombre, mirándome fervientemente—. Toma lo

que quieras, ¡sólo tienes que salvar a mi hijo!

—Di las palabras —le dije—. Habla en voz alta, y deja que los árboles sean

testigos de tu solicitud —Debió darse cuenta entonces de lo que estaba sucediendo,

pues su cara se puso aún más pálida y tragó saliva. Sin embargo, se humedeció los

labios y continuó con una voz temblorosa, pero clara—: Yo, Joseph Macleary, estoy

dispuesto a ofrecer cualquier cosa por la vida de mi hijo. —Tragó y me miró

directamente a los ojos, casi desafiante—. Toma lo que quieras, incluso mi propia vida,

siempre y cuando mi hijo viva y crezca sano y fuerte.

Le sonreí, los hilos invisibles de la magia tejiendo a nuestro alrededor, sellando

el trato.

—No te voy a matar, humano —le dije, dando un paso atrás—. No tengo ningún

interés en tomar tu vida ahora. —Alivio cruzó en su cara, sólo por un momento, antes

que la alarma inundara sus ojos.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —Sin dejar de sonreír, desaparecí de su vista,

dejando al humano mirando todo el bosque vacío solo. Por un momento, se arrodilló

allí, confundido. Luego, con un grito ahogado, se dio media vuelta y comenzó a cojear

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212 JULIE KAGAWA FORO AD

de vuelta por donde vino, dejando un rastro salpicado de sangre a su paso. Me reí en

silencio, sintiendo su pánico al darse cuenta de lo que había prometido. Él nunca

llegaría a su casa a tiempo.

Encantado e invisible, volví sobre mis pasos en la dirección de una pequeña

casucha que lindaba con el bosque.

El festival de Samhain llegó a la Corte de Invierno, y con ella los dones y favores

y bendiciones de buena voluntad de la Reina del Invierno. Mab estaba muy satisfecha

con mi regalo de ese año, un niño de pelo oscuro, y la mirada en el rostro de Rowan,

cuando presenté al niño a ella fue inolvidable. El niño creció, fuerte y sano, en la Corte

de Invierno, sin cuestionar jamás su pasado o patrimonio, convirtiéndose en la mascota

favorita de la reina. Finalmente, cuando se volvió un poco más viejo y débil y no tan

apuesto, Mab lo colocó en un sueño eterno y lo encerró en el hielo, congelándolo como

él era siempre. Por lo que el acuerdo hecho en la nieve, la noche de su nacimiento se

cumplió.

* * *

—¡Basta!

De vuelta al presente, me tambaleé lejos del Guardián, los rostros de las vidas

que había destruido me miraban desde las sombras de la habitación. Golpeé la pared,

apreté mis ojos cerrados, pero no podía escapar de los recuerdos, los ojos acusadores,

carcomiéndome. Los gritos y gemidos, el olor a madera quemada, la sangre, el terror, el

dolor y la muerte, lo recordaba todo como si fuera ayer.

—No más —susurré, mi cara seguía volteada hacia la pared, sintiendo la

humedad contra mi piel. Mis dientes estaban apretándose con tanta fuerza que me

dolía la mandíbula—. No más. No puedo… recordar... las cosas que he hecho. No

quiero recordar.

—Lo harás —La voz de el Guardián era tranquila y despiadada—. Todo. Cada

alma que destruiste, cada vida que tomaste. Lo recordarás, Caballero. Acabamos de comenzar.

Continúo para siempre. Cada vez, estaba allí, viendo las escenas comenzar

delante de mí como el despiadado Príncipe Unseelie, frío, violento e indiferente. Cacé

más seres humanos a través del bosque, degustando de su miedo como yo los corría.

Maté al antojo de la Reina, si se trataba de una sola criatura que ganó su ira, una familia

para su entretenimiento o un pueblo entero para dar el ejemplo. Competía con mis

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213 JULIE KAGAWA FORO AD

hermanos por el favor de Mab, jugando mi propio juego vicioso, juegos de Corte que a

menudo terminaban en traición y sangre. Seduje incluso más mujeres humanas, y

rompí sus corazones, dejándolos vacíos y huecos, retorciéndose en su pérdida.

Cada vez que revivía esas atrocidades, no sentía nada. Y cada vez, el Guardián

me sacaba, sólo por un momento, y el horror de lo que había hecho amenazaba con

aplastarme. Crimen tras crimen apilados unos sobre otros, aplastándome, añadiendo

nuevos recuerdos y vergüenza a las pesadillas de mi vida. Cada vez, quería

enroscarme y morir con mi culpa, pero el guardián me daba sólo un momento de

reflexión antes de lanzarme a mi próxima masacre. Finalmente, después de lo que

parecieron años, siglos, se había terminado. Estaba tirado en el piso jadeando, con los

brazos alrededor de mi cabeza, preparándome para el siguiente horror. Sólo que esta

vez, no pasó nada. Oí que el Guardián habla sobre mí, su voz distante y normal:

—La prueba final comienza al amanecer. —Luego desapareció, dejándome solo.

Mis pensamientos, ahora los míos otra vez, acercándose tímidamente,

sondeando el silencio. Y en la repentina calma, cada recuerdo, de los crímenes de mi

pasado, cada pesadilla y horror y depravación cometidos por el Príncipe Oscuro, todos

se levantaron y descendieron sobre mí con gritos y lloros y aullidos de angustia, y me

encontré gritando también.

Puck y Ariella abrieron la puerta de golpe, armas en mano, explorando la

habitación por atacantes. Al verme, de rodillas en el piso, el rostro húmedo y

atormentado, su expresión se fue de blanco a conmoción.

—¿Ash? —susurró Ariella, caminando hacia mí—. ¿Qué pasó? ¿Qué está mal?

Me tambaleé lejos de ella. Ella no lo podía saber, ninguno de ellos lo podía saber,

los horrores que había cometido, las manchas sangre en mis manos. No podía afrontar

su conmoción y el desprecio y repugnancia cuando se enteren quién era yo realmente.

—¿Ash?

—Váyanse. —Con voz áspera respondí, y sus ojos se abrieron—. Aléjense de mí.

Ambos. Solo... déjenme en paz.

Ariella me miró... y por un momento, vi la cara de Brynna cuando le conté que

todo era un juego. Fue más de lo que podía soportar.

Ignorando sus llamadas, pasé rápido junto a ellos, escapando hacia las salas del

castillo.

Caras me siguieron por los pasillos, su frío, ojos acusadores clavados hacia mí,

atestando mi mente.

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214 JULIE KAGAWA FORO AD

—Ash —susurró Brynna, abrazándose a sí misma en un rincón, mirándome

pasar—, dijiste que me amabas.

—Mis hermanas —dijo la ninfa, apareciendo en una esquina, mirándome con

ardor en los ojos negro—. Mi familia. Los mataste a todos. Todos y cada uno de ellos.

—Demonio —susurró un viejo granjero, con los ojos vidriosos por las lágrimas,

señalándome con una mano temblorosa—. Te llevaste a mi hijo lejos. Todo lo que tenía

y me lo arrebataste. Monstruo.

Lo siento, les dije a ellos, pero por supuesto ellos no quisieron escuchar. Ellos

llevaban mucho tiempo muertos, su dolor y odio no resuelto, y nada de lo que dijera o

hiciese podría arreglar las cosas.

Podía escuchar las voces de Puck y Ariella por el pasillo, llamando mi nombre,

en busca de mí. No merecía su preocupación. No merecía conocerlos, dos puntos

brillantes en una vida de oscuridad, sangre y muerte. Yo destruía todo lo que tocaba,

incluso a aquello que he amado. Podría terminar por destruirlos a ellos también.

—Asesino —murmuró Rowan, apareciendo por una puerta, huí de él, casi

cegado por las lágrimas y no veía por dónde iba.

El piso de repente cedió el paso debajo de mí. Caí en un tramo largo de escaleras,

el mundo girando locamente, aterricé con un grito ahogado en el fondo, un dolor

punzante a través de mi brazo y costado.

Apretando los dientes, luché por pararme, presionando una mano en mi hombro

herido, y miré alrededor. Estaba oscuro aquí, sombras asfixiándome por todos lados, la

única luz venía de una vela a punto de morir en la boca de una gárgola de piedra. Al

lado de la mirada lasciva de la criatura una pesada puerta de piedra, como la entrada a

una cripta, parcialmente abierta. Aire seco y frío emanaba de la grieta por debajo de

ella.

Me tambaleé hacia delante, metiéndome por la abertura, y puse mi otro hombro

en la piedra, empujando con todas mis fuerzas. La pesada puerta se cerró con un

gemido sordo, apagando la débil luz y sumergiéndome en la oscuridad completa.

No sabía que me rodeaba, y no me importaba. Sintiendo mi camino adelante, me

acomodé en un rincón, puse mi espalda en la pared y me deslicé hasta el piso. Tenía

frío, incluso comencé a temblar, pero le di la bienvenida a la incomodidad. La

oscuridad olía a polvo, piedra caliza, y muerte. Pero yo no podía escapar de las voces,

los susurros que silbaban las acusaciones en mis oídos, furiosas, de odio,

completamente justificadas.

Monstruo.

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215 JULIE KAGAWA FORO AD

Demonio.

Asesino.

Me estremecí, de frío y de vergüenza, y enterré el rostro entre las rodillas,

dejando el remolino de acusaciones en torno a mí.

Por lo tanto, esto es lo que realmente soy. Lo que realmente era.

Al amanecer, el Guardián me había dicho. Mi última prueba comenzaría al

amanecer. Si no me presentaba, podría fracasar. Si no me presentaba, me quedaría aquí

para siempre, solo.

Como debe ser.

El tiempo se esfumó. Me perdí en la oscuridad, escuchando las voces. A veces

lloraban, a veces se mofaban de mí, crueles, viciosas palabras llenos de dolor y odio.

Otras veces, sólo hacían preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué había hecho esto? ¿Por qué los

había destruido, sus vidas, sus familias? ¿Por qué?

No podía responder. Nada de lo que ofrecí les traería la paz, ninguna disculpa

sería lo suficiente para lo que había hecho. Mis palabras eran huecas, vacías. ¿Cómo

pude haber sido tan ciego como para querer un alma? Era ridículo ahora, pensar que

un alma puede vivir dentro de mí sin ser contaminado por los siglos de sangre, mal y

muerte.

Las voces estaban de acuerdo, se reían de mí, burlándose de mi búsqueda. No

merecía un alma, no merecía la felicidad o la paz. ¿Por qué debería tener mi final feliz,

cuando había dejado una estela de horror y destrucción detrás de mí por donde quiera

que fuese?

No tenía ninguna respuesta para ellos. Era un monstruo. Nací en la oscuridad, y

me iba a morir aquí, también. Era mejor así. Ash, el demonio de la Corte Oscura,

finalmente moriría solo, de luto por la vida que había destruido.

Un final perfecto, pensé, cediendo a las voces, dejando que me reclamen y se

rían de mí. No haría daño a nadie más. Mi búsqueda terminaba aquí, en este agujero de

oscuridad y arrepentimiento. Y, si no me muero aquí, si viviera para siempre,

escuchando las voces de aquellos que agravié hasta el final del tiempo, tal vez me

gustaría empezar a reparar lo que había hecho.

—Aquí estás.

Levanté la cabeza cuando la voz salió de la oscuridad, diferente de los otros que

me rodean y susurraban su venganza y odio. Era casi negro dentro de la cripta, y

apenas podía moverme más que unos pocos metros de donde estaba. Pero reconocí la

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216 JULIE KAGAWA FORO AD

voz, como el brillo de los ojos dorados, que aparecía en la oscuridad flotando más cerca

de mí.

—Grimalkin. —Mi voz sonó áspera en mis oídos, como si no la hubiera usado

durante meses, aunque no sabía cuánto tiempo había pasado por aquí.

Tal vez había sido durante varios meses.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Pienso —dijo Grimalkin, parpadeando solemnemente cuando entró en mi

visión—, que eso es lo que debería preguntarte. ¿Por qué te has escondido con los

muertos, cuando deberías estar preparándote para la prueba final?

Me encogí de hombros, cerrando los ojos cuando las voces comenzaron de

nuevo, enojadas y dolorosas.

—Déjame, cait sith.

—No puedes quedarte aquí —el gato continuó como si no hubiera dicho nada—.

¿Qué de bueno es estar aquí sentado sin hacer nada? No ayudas a nadie si te quedas

aquí a lamentar el pasado.

La ira parpadeaba y levanté la cabeza para mirarle.

—¿Qué podrías saber de eso? —susurré—. No tienes conciencia. Piensas en todo,

en términos de negocios y favores, sin preocuparte por los que han sido manipulados.

Simplemente no puedo olvidar... lo que he hecho.

—Nadie te está pidiendo que olvides. —Grimalkin se sentó y se enroscó la cola a

sí mismo, mirándome—. Ese es el punto entero de la conciencia, después de todo, que

no te olvides de aquellos que has ofendido. Pero respóndeme, ¿cómo esperas expiar los

crímenes de tu pasado si no haces nada? ¿Crees que a tus víctimas les importa ahora,

ya sea que vivas o mueras?

No tenía ninguna respuesta para él. Grimalkin suspiró y se puso de pie,

moviendo la cola. Sus ojos amarillos me miraron con complicidad.

—No les importa. Y no hay razón para obsesionarse con lo que no puede ser.

Están muertos, y tú vives. Y si fallas esta prueba, no cambia nada. La única manera de

asegurarse de que no te conviertas en aquello que despreciamos es terminar la

búsqueda que has comenzado.

Las voces me susurraron en tono desesperado, me recordaban mis crímenes, la

sangre en mis manos, las vidas que había destruido. Y tenían razón. No podía hacer

nada por ellos ahora. Pero había sido otra persona entonces. Indiferente y sin alma. Un

demonio, como ellos dijeron. Pero... tal vez podría empezar de nuevo.

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217 JULIE KAGAWA FORO AD

Grimalkin chasqueó la oreja y comenzó a irse por las sombras.

—Gánate tu alma, Caballero —dijo, su forma gris perdiéndose en la oscuridad—.

Demuestra que puedes aprender de tus errores. Sólo entonces podrás convertirte en

humano.

Sus palabras permanecieron conmigo mucho tiempo después de que se había

ido. Me senté en el rincón frío y pensé en mi pasado, la gente a la que había hecho daño,

manipulado, destruido.

Grim estaba en lo cierto. Si me muero aquí, ¿quién los recordaría? Si fallara y

vuelvo a casa sin un alma, continuaría sintiendo nada por mi pasado, sin

remordimiento, sin culpa, sin conciencia.

La voz de Brynna, rota y llena de odio, susurró en mi cabeza. Te he amado. Te amé

tanto, y me mataste. Nunca te lo perdonaré.

Lo sé, lo dije a su memoria, y finalmente me puse de pie. Mis miembros gritaron

en señal de protesta, pero me agarré de la pared y me quedé en posición vertical. Y no

debería. No quiero el perdón. No merezco ser perdonado por mi pasado. Pero voy a hacer lo

correcto. De alguna manera, voy a reparar esos errores, lo juro.

Estaba cansado, mi cuerpo rígido, dolorido y agotado, tomó todas mis fuerzas

para empujar las puertas de piedra y subir el tramo largo escaleras de la cripta. Pero

con cada paso, cada punzada de dolor en los huesos, me sentía más ligero, más libre de

alguna manera, las voces silenciadas y dejadas en la tumba. No los podía olvidar, o los

crímenes de mi pasado, pero ya no quería morir.

Me estaba esperando en la parte superior de la escalera, bastón en mano, me

miraba detrás de su capucha. Sentí su mirada antigua barriendo a través de mi

magullado y maltratado cuerpo. Asintió con la cabeza, como si hubiera descubierto

algo dentro de mí que le agradó.

—La prueba final está sobre nosotros, Caballero —dijo mientras subía el último paso

y estaba delante del Guardián—. Has sobrevivido a la debilidad humana y a la conciencia.

Una última cosa queda para que ganes un alma.

—¿Dónde están Puck y Ariella? —Pregunté, sintiéndome culpable por estar

ausente durante tanto tiempo. Estarían preocupados por mí por ahora. Espero que no

piensen que estoy muerto.

—Ellos te buscan —dijo el Guardián, simplemente—. Pero esta no es su prueba. La

prueba comienza ahora, caballero. ¿Estás listo o no?

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Tomé un respiro. Puck y Ariella tendrían que esperar. Espero que puedan

entenderlo, porque el Guardián no me daba tiempo para pensar en ello.

—Sí —respondí, sintiendo un nudo en mi estómago. La última prueba. La única

cosa entre mí y un alma. Y Meghan—. Estoy listo. Vamos a terminar con esto.

El Guardián asintió con la cabeza y elevó su bastón una vez más.

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Capítulo 19 Humano

Traducido por: rihano

La lluvia golpeaba mi espalda, y abrí los ojos.

Yacía sobre mi estómago en el suelo duro, mi mejilla presionada contra lo que

sentía como piedras, el agua remojando mi cabello y mi ropa. Por mi empapado estado

y la sensación de las piedras pequeñas, redondas, presionando en mi cara, debí haber

estado allí durante algún tiempo. Con una mueca de dolor, me forcé a levantarme

sobre mis codos, mirando a través de la lluvia para determinar dónde estaba.

Un jardín verde y plata se extendía ante mí, con una exuberante vegetación,

borrosa por la lluvia. Caminos de adoquines trenzados en torno a pequeños matorrales

y arbustos, árboles más grandes se abrazaban a los bordes del alto muro de piedra que

lo rodeaba. A unos metros de distancia, una fuente de mármol derramaba el agua en

una cuenca poco profunda, el sonido del agua goteando ahogado por la inundación

más grande.

A mi alrededor, los árboles brillaban bajo la lluvia, miles de hojas brillando

como cuchillos mientras el viento tiraba sus ramas. A mis pies, cables se deslizaban por

el suelo en patrones extraños y se enroscaban alrededor de los troncos de los árboles,

brillando como luces de neón. Postes de luz, color amarillo brillaban en la penumbra,

creciendo directo de la tierra y alineados por los estrechos senderos. Me volví y vi un

enorme castillo de piedra, cristal y acero cerniéndose sobre mí, agujas y torres

apuñalando las nubes.

Parpadeé, tratando de asimilarlo todo. Estaba de vuelta en el Reino de

Hierro. Los árboles de trenzado metálico, los cables deslizándose por el suelo, el castillo

de piedra y acero, ellos no podían pertenecer a ningún otro sitio. Y la lluvia... mi

corazón dio un vuelco, y volví la cara hacia el cielo. El agua era clara y pura, no ácida

como la lluvia comiendo la carne que se había extendido por el Reino de Hierro antes

de que Meghan se convirtiera en reina.

Pero, si ese fuera el caso... si yo estuviera en el Reino de Hierro...

Tomé una respiración profunda, inhalando el aire fresco y húmedo, llevándolo

hacia mí mismo y aguantándolo allí, esperando.

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Nada. No hay enfermedad, ni dolor. Di un paso por debajo de un árbol de hierro

retorcido y coloqué mi palma contra el tronco, preparándome como un hábito. El metal

era frío y húmedo bajo mis dedos, no quemaba en absoluto.

No pude evitar que la sonrisa se extendiera por mi cara cuando me di la vuelta,

absorbiendo el jardín, los terrenos, todo. Echando hacia atrás mi cabeza, levanté mis

brazos y lancé un grito de victoria bajo la lluvia, escuchándolo hacer eco en las paredes

del castillo. Estaba en el Reino de Hierro sin amuleto, sin protección, y no sentía

nada. El Hierro no tenía poder sobre mí ahora. Era un ser humano. ¡Había ganado!

Un ladrido estruendoso detrás de mí me hizo dar vueltas, mientras una pobre y

peluda criatura, vino saltando hacia mí desde la lluvia. Por un momento, pensé que era

un lobo. Entonces vi que era un perro, un pastor alemán enorme con enormes garras y

una piel gruesa, peluda, levantada con la lluvia. Este patinó hasta detenerse a pocos

metros de mí y gruñó, bajando su hocico y mostrando afilados colmillos blancos.

Sonreí y me agaché para que estuviéramos al nivel de los ojo, a pesar de los

dientes mostrados en mi dirección.

—Hola, Beau —saludé en voz baja—. Es bueno verte, también.

El perro parpadeó, girando sus largas orejas al oír el sonido de mi voz. Me

miraba con desconfianza, como si solo estuviera empezando a reconocer al intruso en

el jardín, dio un meneo de cola tentativo.

—¡Beau! —dijo una voz, haciéndose eco de la lluvia, haciendo que mi corazón

saltara a mi garganta y golpeara salvajemente. Me quedé parado mientras la voz se

acercaba—. ¿Dónde estás, muchacho? ¿Persiguiendo gremlins de nuevo?

Beau ladró alegremente y se volvió, saltando en la dirección de la voz,

salpicando ruidosamente en los charcos. Y luego, ella apareció en la puerta de arco,

barriendo el patio buscando al perro perdido y dejé de respirar.

Dirigir un reino no la había cambiado. Aún llevaba unos vaqueros desgastados y

una camiseta, su cabello claro, largo y sin amarrarlo. Pero el poder brillaba a su

alrededor, e incluso a través de la lluvia, parecía real y sólido y más grande que la vida,

y hermoso por completo. Beau vino salpicando hasta ella, y ella cayó sobre sus rodillas,

rascando las orejas del perro. A continuación, Beau me miró, meneando la cola, y ella

levantó la vista. Nuestros ojos se encontraron.

Ambos nos congelamos. Vi mi nombre en sus labios, pero ningún sonido

salió. Beau miró hacia atrás y adelante entre nosotros, se quejó y le dio un golpecito a la

mano de Meghan, sacándola del hechizo. Ella se levantó y caminó hacia mí, indiferente

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a la lluvia, hasta que estuvimos a centímetros. Mi corazón latía con fuerza, y miré a los

ojos de color zafiro intenso de la Reina de Hierro.

—Ash… —La palabra fue vacilante, como si ella no estuviera muy segura de si

era real o no—. Estás aquí. ¿Cómo...? —Ella parpadeó, y su voz se volvió más fuerte

mientras ella dio un paso atrás—. No, tú no puedes... no deberías estar aquí. Te dije que

no volvieras nunca. El hierro...

Extendí la mano y cogí la suya, silenciándola.

—No puede hacerme daño —prometí—. Nunca más. —Ella miró hacia mí, la

esperanza y la incertidumbre en conflicto en sus ojos, y toqué suavemente su mejilla,

sus lágrimas mezclándose con la lluvia—. Te dije que estaría de vuelta —le dije—, y a

partir de ahora, nunca me iré de tu lado. Nada me alejará de ti de nuevo.

—¿Cómo...? —susurró ella, pero me incliné y la besé, cortando cualquier

protesta. Jadeó, y deslizó sus brazos alrededor de mi cintura, tirando de nosotros

juntos. La abracé con fuerza, con ganas de sentirla contra mi cuerpo, para demostrar

que esto era real. Estaba en el Reino de Hierro y Meghan estaba en mis brazos.

Beau ladró y bailó alrededor de nosotros, y la lluvia cayó, empapándonos por

completo, pero no sentimos urgencia de movernos por un largo, largo tiempo.

Cuando me desperté, tenía miedo de abrir los ojos, miedo incluso de

moverme. La negrura presionaba contra mis párpados y los mantuve cerrados,

temeroso de que cuando abriera los ojos, todo habría desaparecido. Estaría de vuelta en

los Campos de Prueba, el Guardián cerniéndose sobre mí, su resonante voz diciéndome

que había fallado. O peor aún, que todo esto era un sueño y todavía no había

terminado las pruebas en absoluto.

Con mucho cuidado, me asomé a través de mis párpados, preparándome, medio

esperando ver los muros de piedra del castillo, a sentir una repentina punzada de dolor

mientras mi mente atrapaba la realidad.

Una habitación de paredes blancas, me saludó cuando abrí mis ojos, delicadas

cortinas caían a través de una gran ventana de vidrio en la pared opuesta. La luz del sol

inclinada a través de una grieta, derramándose en el piso alfombrado, tocando un

montón de ropa húmeda situada en un montículo junto a la cama. La cama en que

estaba acostado. Parpadeé, los recuerdos de la noche anterior comenzando a salir a la

superficie, como volutas de humo, neblinosas e irreales.

Hubo un suspiro detrás de mí, y algo se movió a mi espalda.

Cuidadosamente, temeroso de que toda esta escena podría romper en realidad,

me volví. Meghan yacía a mi lado bajo las sábanas, los ojos cerrados, su cabello claro

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derramado sobre su cara. Tomé una respiración lenta y desigual para calmar mi

corazón acelerado, tomando un momento para verla. Era real. Esto era

real. Gentilmente aparté el pelo de su mejilla y la observé revolverse bajo mis dedos,

abriendo los ojos. Su sonrisa iluminó toda la habitación.

—Tenía miedo de que fuera un sueño —susurró ella.

—No tienes idea de cuán desesperadamente estaba esperando que no lo fuera.

—Ahuecando la parte de atrás de su cuello, la atraje hacia mí y la besé de nuevo. Ella

arrastró sus dedos sobre mi pecho desnudo, y me estremecí, casi asustado por lo

mucho que amaba a esta chica. Pero entonces, había ido al Fin del Mundo, soportado

las pruebas que ninguna criatura debería haber enfrentado, por ella. Lo haría de nuevo

si tuviera que hacerlo.

Y en comparación con eso, la pregunta en mi mente debería haber sido

fácil. Pero, mientras Meghan se echaba hacia atrás para mirarme, me encontré que mi

mente se había quedado en blanco, y estaba más nervioso entonces de lo que había

estado en todos mis años como un Príncipe de Invierno.

La pregunta quedó en mi mente a medida que nos quedábamos debajo de las

sábanas por el resto de la mañana, la sensación de pereza, satisfacción y renuencia a

dejar los brazos el uno del otro. Esto continuó molestándome cuando por fin nos

levantamos en medio de la tarde, después de que los siervos tocaron tímidamente a la

puerta preguntando si estábamos bien. Meghan les ordenó que trajeran ropa seca, y me

deslicé en unos vaqueros oscuros y una camiseta, sintiéndome extraño y ligeramente

torpe en ropas humanas. Inquieto, aún reflexionando sobre cómo se lo iba a

preguntar. Esto hizo que mi estómago girara cada vez que pensaba en esto.

— Hola. —Los dedos de Meghan en mi brazo casi me hicieron saltar de mi

piel. Ella me sonrió, aunque sus ojos estaban perplejos—. Pareces muy nervioso esta

mañana. ¿Ocurre algo?

Ahora o nunca Ash. Tomé una respiración profunda.

—No —le contesté, volviéndome hacia ella—, todo está normal, pero quería

preguntarle algo. Ven aquí un momento.

Tomando sus manos, retrocedí hasta el medio de la habitación, a un espacio

abierto frente a las cortinas. Ella me siguió, todavía con una expresión desconcertada, y

me detuve un momento para ordenar mis pensamientos.

—No... sé cómo se hace en tu mundo —empecé, mientras ella inclinaba la cabeza

hacia mí. Lo he visto antes... pero no estoy seguro de cómo preguntar. En realidad,

nunca sucedió en la Corte de Invierno.

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Meghan parpadeó, frunciendo ligeramente el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Sé mi papel aquí —continué—. Pase lo que pase, seguiré siendo tu Caballero,

y nada va a cambiar eso. Tú eres la Reina de este reino, y no tengo deseos de

gobernar. Dicho esto, quiero hacer esta cosa de los humanos bien. Todavía estaré a tu

lado, luchando contra tus enemigos, de pie contigo sin importar lo que se nos venga

encima. Pero ya no estoy satisfecho con solo ser tu Caballero y protector. Yo quiero

algo más. —Me detuve y respiré hondo, y luego poco a poco solté sus manos, di un

paso atrás y me hinqué en una rodilla—. Lo que estoy tratando de preguntar es...

Meghan Chase, ¿Me harías el honor de casarte conmigo?

Los ojos de Meghan se pusieron grandes y redondos, y luego una brillante

sonrisa rompió en su rostro. El resto del día transcurrió en una nebulosa, caras

apareciendo de improviso, sin importancia, la emoción y la incredulidad espesaban el

aire. Todo lo que recordaba con claridad era ese momento, esa única y sencilla palabra

que cambiaría mi vida para siempre.

—Sí.

La boda de la Reina de Hierro resultó ser mucho más extravagante que

cualquiera de lo que nosotros esperábamos. El matrimonio dentro de la sociedad Faery

era casi sin precedentes, la unión más famosa fue la de Oberon y Titania, y ellos eran de

la misma Corte. Incluso no tenía idea de por qué los dos monarcas de Verano optaron

por casarse, pero sospechaba que implicaba poder, al igual que todo lo demás. Pero

una vez que fue anunciado que la Reina de Hierro estaba casándose con el antiguo

Príncipe de la Corte de Invierno, la noticia envió a todo Nuncajamás a un gran

revuelo. Las otras Cortes luchaban unas con otras para averiguar lo que estaba

pasando. Los rumores comenzaron a surgir, extendiéndose como reguero de pólvora:

Meghan y yo estábamos haciendo una apuesta por el poder, el Reino de Hierro estaba

tratando de ganar más territorio, yo era un espía enviado por Mab para unir la Corte de

Hierro con la Corte de Invierno en contra de Verano. Ninguno de los otros gobernantes

estaba satisfecho con el matrimonio. Oberon incluso trató de detener la boda,

afirmando que las leyes de Verano y de Invierno prohibían el matrimonio entre las

Cortes. Por supuesto, cuando Meghan oyó esto, calmadamente le dijo al monarca de

Verano que, como Reina del Reino de Hierro, ella podía hacer lo que quisiera dentro de

su tierra. Yo no era un Príncipe de Invierno nunca más, así que él podía tomar sus leyes

y sentarse sobre ellas.

En cualquier caso, la boda real era un asunto enorme, con representantes de las

tres Cortes presentes. La familia humana de Meghan no estaría allí, por

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supuesto. Dudo que alguno de ellos hubiera sobrevivido con su cordura intacta, pero

estuve de acuerdo en una ceremonia pequeña privada con su familia en el mundo

humano. Realmente no veía el punto de dos bodas, pero Meghan insistió en que su

familia la viera casada también, así que no tuve más remedio que ceder.

La boda real se celebró en el Wyldwood, ya que las demás Cortes no podían

aventurarse en el Reino de Hierro sin envenenarse. Dentro de un bosque alfombrado

de flores salvajes, donde las tres Cortes Faery se reunieron debajo del tronco de un

árbol verdaderamente enorme, Meghan y yo nos casamos ante el Verano, Invierno,

Hierro y el Nuncajamás completo.

Las bodas humanas no tienen nada que ver con las bodas Faery, al menos no las

que he visto en los últimos años. Usé el traje negro y plateado de Príncipe de Invierno,

como yo lo había hecho cuando vi por primera vez a Meghan en Elíseos, hace mucho

tiempo. A pesar de que ya no formaba parte de la Corte Unseelie, quería que todos

recordaran que yo todavía era Ash, que todavía pertenecía aquí, a Nuncajamás. Mab y

la Corte de Invierno se pararon detrás de mí, y podía sentir su frío contra mi espalda,

la capa helada de flores a mi alrededor. En el lado opuesto, Oberón, Titania y la Corte

de Verano se alzaba alta y orgullosa, mirando a Invierno a través del pasillo que los

separaba. Y alrededor de todos nosotros, los feys de Hierro, la tercera Corte faery,

mirando. Duendes y ninfas del bosque correteaban por la hierba y los árboles,

gruñendo y silbándose los unos a los otros. Caballeros de Hierro, sus armaduras

pulidas hasta un deslumbrante brillo metálico, parados en atención por el pasillo,

frente a los caballeros Sidhe de las cortes de Verano e Invierno, en espera de la

procesión. Por un momento, me maravillé de la imposibilidad de todo esto; no hace

mucho tiempo, los feys de Hierro eran la amenaza más mortífera que Nuncajamás

había visto, y nadie toleraría que vivieran, ni mucho menos compartir espacio dentro

del Wyldwood. Sin embargo, mirando alrededor a los rostros reunidos de Verano,

Invierno y Hierro, sentí parpadear una esperanza. Se había necesitado la determinación

de una princesa, medio humana, de Verano y una antigua profecía para reparar la

grieta entre las tres Cortes, pero ella lo había hecho. Sería difícil, y se necesitaría mucho

trabajo, pero tal vez pudiéramos vivir en paz unos con otros, después de todo.

El movimiento en la multitud llamó mi atención. Justo enfrente de mí, en el lado

de Verano, una familiar cabeza pelirroja asomó la cabeza desde la multitud y saludó,

dándome una sonrisa diabólica. Reprimí una mueca. Puck y yo no habíamos hablado

mucho desde el anuncio de la boda, y aunque él nunca lo había demostrado,

sospechaba que este día iba a ser difícil para él. También tenía la inquietante sospecha

de que el Gran Bromista tendría unas pocas sorpresas en la tienda para nosotros, y que

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después de la fiesta iba a ser un poco salvaje. Tenía la esperanza de que, pasara lo que

pasara, la fiesta no se convertiría en un motín y luego en un baño de sangre.

Pero cuando empezó la música, me olvidé de todo eso. No pensaba en la gente,

las Cortes y sus disputas sin fin. No vi a Puck y ni a Mab, Oberon o Titania, o a los feys

de Hierro. No vi a nadie más que ella.

Meghan estaba impresionante con su largo vestido blanco, bordado en brillante

gris esparcido como estrellas, capturando la luz. Su cabello había sido sujetado bajo el

velo, con algunos tenues mechones, rubio plateado, colgando para cepillar sus

hombros desnudos. Una cola de satén se elevaba detrás de ella, un río ondulante de

blanco, llevada sobre la hierba por un trío de ratas insurgentes. Su padre adoptivo

humano, Paul, estaba a su lado, su rostro joven envejecido, radiante de orgullo y un

poco de miedo. Mientras las trompetas sonaban y los caballeros alzaban sus espadas,

los feys que nos rodeaban aullaron, levantando sus voces en una cacofonía alegre, el

tumulto haciendo eco en los árboles y haciendo temblar el aire. Mientras mi futura

esposa se acercaba más, nuestros ojos se encontraron a través del velo, y casi dejé de

respirar. Esto era todo. Esto, en verdad, estaba sucediendo.

No pude mantener la sonrisa de mi cara mientras ella llegaba a la parte

delantera, ocupando su lugar a mi lado. Meghan me devolvió la sonrisa, y por un

momento, sólo estábamos allí, perdido uno en la mirada del otro. Los aullidos de los

feys, las miradas de Verano, Invierno y Hierro, las trompetas resonando, todo eso se

desvaneció hasta que solo fuimos Meghan y yo y nada más.

Luego Grimalkin saltó al viejo tronco entre nosotros y suspiró.

—Todavía no veo el punto de estar presidiendo este espectáculo ridículo, pero

muy bien. —El cait sith bostezó y se sentó—. De todos los favores que he concedido,

este es, de lejos, el más cansado. ¿Vamos a acabar de una vez, entonces? —Grimalkin se

sentó más derecho y alzó la voz, de alguna manera para ser escuchado sobre la

multitud—. Nos hemos reunido hoy —comenzó en un tono alto—, para presenciar la

unión de estos dos en la completamente inútil y ostentosa ceremonia del

matrimonio. Por razones ajenas a mí, ellos han decidido oficializar su amor, y…

—Grimalkin —suspiró Meghan, a pesar de que llevaba una leve sonrisa,

exasperada—. Sólo por esta vez, ¿podrías no ser un imbécil?

El gato se retorció una oreja. Podía sentir que él se divertía en secreto.

—No hago promesas, Reina de Hierro. —Sorbió, y me miró—. ¿Ustedes tienen

sus propios votos, entonces?

Los dos asentimos.

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—Gracias a los cielos. —Bajo la mirada de Meghan, parpadeó y asintió

sabiamente—. Muy bien. Vamos a seguir adelante con esto. Puede proceder cuando

esté listo, príncipe.

Tomé la mano de Meghan, exhalando lentamente mientras hacía mi juramento.

—Meghan Chase —empecé a decir, mirándola a los ojos—, a partir de este día

en adelante, me comprometo a ser tu marido y tu Caballero, para estar contigo cuando

no haya otros, para protegerte y a tu Reino, con todo lo que tengo por el resto de mi

vida. Juro ser fiel y te amaré hasta que el último suspiro salga de mi cuerpo. Debido a

que tienes más que mi corazón y mi mente, también posees mi alma.

Meghan me dio una brillante sonrisa, sus ojos volviéndose brumosos detrás del

velo.

—Ash —murmuró ella, y aunque no lo dijo en voz alta, escuché el eco de mi

verdadero nombre en su voz—. Es por ti que yo puedo estar hoy aquí. Siempre has

estado ahí, nunca vacilaste, protegiéndome sin pensar en ti mismo. Tú has sido mi

maestro, mi Caballero y mi único amor. Ahora, es mi turno de hacer esa promesa. —Me

apretó la mano, su voz suave pero nunca vacilante—. Hoy, me comprometo a que

nunca estaremos separados de nuevo. Te prometo que siempre estaré a tu lado, y voy a

estar lista para enfrentar todo lo que el mundo tiene para ofrecernos.

—Muy conmovedor —comentó Grimalkin, rascándose detrás de una oreja. Los

dos lo ignoramos, y se sentó con un resoplido—. Bueno, entonces. ¿Vamos a poner fin a

este ejercicio hasta la saciedad? Si hay alguien aquí que se oponga a esta unión, que

hable ahora o calle para siempre. Y si ustedes se oponen, por favor que tengan una

razón válida para objetar así no tengo que quedarme aquí mientras debaten el

problema.

Podía sentir los gobernantes de ambas Cortes queriendo decir algo, argumentos

y objeciones listas para estallar. Pero ¿qué podían ofrecer? Yo no era parte de la Corte

de Invierno, un simple mortal, y Meghan era una reina. No había nada que pudieran

decir que fuera un argumento válido. Grimalkin lo sabía también, así que después de

sólo uno o dos momentos de tenso silencio, se puso de pie y alzó la voz.

—Entonces que se sepa, ante estos testigos y las Cortes, que estos dos están

unidos para siempre como marido y mujer, y que ninguna fuerza en el mundo mortal o

mundo Faery los separará. Ahora presento a ustedes a la Reina y el Consorte de la

Corte de Hierro. —Bostezó y nos miró con cariño—. Y ahora supongo que es la parte

donde ustedes se besan el… bueno, no importa, entonces.

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227 JULIE KAGAWA FORO AD

Ya había levantado el velo de Meghan y la había acercado. Y por debajo del gran

árbol, en medio de una multitud rugiente, feys ululando, besé a mi nueva novia hasta

que todo a nuestro alrededor se desvaneció.

El tiempo pasó, y poco a poco me adapté a la vida en la Corte de Hierro. Me

acostumbré a los duendes correteando alrededor del castillo, detrás de Meghan como

perros fieles sin embargo, arreglándoselas para causar estragos a su paso. Ya no iba por

mi espada cuando un escuadrón de Caballeros de Hierro se acercaba a Meghan.

Las miradas curiosas y sospechosas cuando pasaba se volvieron menos y menos

frecuentes, hasta que me convertí en otra presencia en el castillo.

Los feys de Hierro, descubrí, era un grupo mucho más estructurado que las

hadas de Verano y de Invierno. A excepción de los siempre caóticos duendes, ellos

daban la bienvenida al orden, comprendían el rango y la jerarquía y la cadena de

mando. Yo era el Príncipe Consorte de la Reina, sólo superado por Meghan misma: por

lo tanto, debía ser obedecido. Incluso Glitch, el primer teniente de Meghan, rara vez me

cuestionó. Y los Caballeros de Hierro obedecían mis órdenes sin falta. Era extraño, no

tener que vigilar constantemente mi espalda por miedo a que alguien pudiera clavar un

cuchillo en esta. Por supuesto, siempre había disputas y políticas en la Corte de Hierro,

como lo había en cualquier Corte Faery. Pero en su mayor parte, el fey aquí era más

sencillo y formal, sin buscar atraparme en un juego mortal de palabras sólo por el

placer de hacerlo.

Una vez que averigüé eso, comencé a apreciar el Reino de Hierro mucho más.

Especialmente cuando, como un mortal, podía hacer cosas que nunca hubiera

soñado hacer como fey.

No mucho tiempo después de la boda, me desperté solo en la cama, con la luz

proveniente de la habitación contigua a la nuestra, la oficina de

Meghan. Levantándome, entré en la habitación para encontrar a Meghan sentada en su

escritorio con la pequeña pantalla plana que ella llevaba alrededor como una

tablet8. Era un dispositivo verdaderamente extraño para mí; con un simple toque de la

cara de la pantalla, podía arrastrar "archivos" y "correo electrónico", hacer imágenes

más grandes o más pequeñas, o botarlas con un parpadeo de su mano. Yo, por

supuesto, pensaba que era el glamour de Hierro el que permitía esta magia, aunque

cuando se lo mencioné a Diodo, un elfo hacker a cargo del equipo de computadoras del

castillo, se echó a reír tan histéricamente que no pudo responderme, y me fui molesto.

8 Tablet: Dispositivo electrónico.

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—Hola —murmuré, deslizando mis brazos alrededor de ella desde atrás—.

¿Qué estás haciendo?

Se detuvo un instante, descansando su cabeza contra mi brazo, y luego alcanzó y

sacó un par de delgados cables blancos de sus orejas.

—Comprobando el itinerario para el día. Parece que los Enanos Cog han estado

teniendo problemas con las desapariciones en la Ciudad Subterránea. Voy a tener que

conseguir que Glitch vea lo que está pasando ahí abajo. Diodo quiere que prohíba a

todos los duendes entrar a las salas de la seguridad, diciendo que él no puede pensar

con ellos corriendo alrededor de todo. —Ella suspiró y se recostó en la silla,

entrelazando un brazo alrededor de mi cuello, mientras que la otra mano permanecía

en la tablet—. Y hay un montón de peticiones de los territorios del norte, diciendo que

los Caballeros de la Corte de Invierno están causando problemas, hostigando a los

habitantes de este lado de la frontera. Parece que Mab y yo necesitamos tener una

charla. Eso va a ser una conversación divertida.

Ella suspiró y puso la tablet sobre el escritorio. Me quedé mirando las palabras

parpadeando a través de la pantalla, un vocabulario completamente ajeno a mí, aunque

yo entendía el idioma. Meghan me miró, y una sonrisa maliciosa cruzó su rostro.

—Aquí. —Levantándose, cogió la pantalla del escritorio y la empujó hacia mí—.

Tómala. Te voy a mostrar cómo funciona.

Me resistí, dando un paso hacia atrás, mirando la tablet como si fuera una

serpiente venenosa.

—¿Por qué?

—Ash, eres un ser humano ahora. —Meghan sonrió y continuó sosteniendo la

pantalla hacia mí—. Ya no tienes que tener miedo de esto. No puede hacerte daño.

—No tengo glamour de Hierro —le dije—. No va a trabajar para mí.

Ella se rió.

—No hace falta glamour para trabajar esto. No es magia, sólo tecnología.

Cualquiera puede usarlo. Ahora, vamos. —Ella se movió en mi dirección—. Sólo dale

una oportunidad.

Suspiré. Con mucho cuidado, extendí la mano y la tomé, todavía medio

esperando sentir un dolor agudo en mis manos mientras mi carne reaccionaba al

metal. Cuando no pasó nada, la sostuve con cautela en ambas manos y me quedé

mirando la pantalla, sin saber qué hacer.

Meghan se deslizó a mi lado, mirando por encima del hombro.

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229 JULIE KAGAWA FORO AD

—Toca la pantalla aquí —ordenó en voz baja, enseñándolo con dedos gráciles—.

¿Ves? Puedes acceder a los archivos aquí, arrastrar fotos, hacerlas más grandes como

esta. Haz la prueba.

Lo hice, y para mi sorpresa, la tablet respondió a mis torpes intentos,

funcionando exactamente como lo había hecho para Meghan. Arrastraba una imagen

en la pantalla, la hacía más grande, la reducía y la sacaba, sintiendo una sonrisa boba

arrastrándose a través de mi cara. Descubrí toda una biblioteca dentro de los archivos

de este extraño dispositivo, más libros de los que nunca hubiera imaginado posible,

todos contenidos en esta pequeña pantalla. Con el toque de un dedo, la música llenó el

aire, una de las miles de canciones que Meghan había "descargado" de la "web". Debo

haber jugado con la cosa por lo menos durante veinte minutos, antes de que Meghan

riendo se la llevara, diciendo que aún tenía trabajo que hacer.

—Ves, ahora —me dijo, mientras yo de mala gana me daba por vencido—, el ser

humano no es del todo malo, ¿verdad?

Vi como ella se sentó y comenzó a trabajar de nuevo, los dedos volando a través

de la pantalla, los ojos medio cerrados en concentración. Eventualmente, se volvió

consciente de que la estaba mirando fijamente y miró hacia arriba, levantando una ceja

burlona.

—¿Sí?

—Quiero uno —le dije simplemente. Ella se rió y esta vez, le devolví la sonrisa.

Ese fue el comienzo.

La humanidad no fue fácil para mí, no toda a la vez. Yo todavía echaba de

menos mi glamour, la forma fácil en que mi cuerpo solía moverse, la rapidez y la

fuerza de mi herencia Unseelie. Para mantenerme al día con mis habilidades, Glitch y

yo diariamente, practicábamos en el patio de entrenamiento mientras los Caballeros de

Hierro miraban, y aunque recordaba cómo manejar una espada, nunca me pareció que

se movía lo suficientemente rápido. Las maniobras que solían ser una segunda

naturaleza eran muy difíciles hasta imposibles ahora. Es verdad, había estado luchando

por mucho tiempo, y mi experiencia era tal que ninguno de los Caballeros podía

tocarme en un enfrentamiento uno-a-uno. Pero perdía con Glitch más a menudo de lo

que ganaba, y era frustrante. Había sido el mejor una vez.

Mis limitaciones físicas no eran mi única preocupación. Estaba plagado, a

menudo, con pesadillas de mi pasado, donde me despertaba en la noche jadeando,

cubierto de sudor frío, rostros fantasmales trasladados a la realidad. Voces encantaban

mi sueño, voces acusadoras, odiadas, exigiendo saber por qué yo era feliz cuando ellos

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230 JULIE KAGAWA FORO AD

habían muerto. Mis sueños estaban llenos de sangre y oscuridad, y hubo muchas

noches, cuando no podía dormir, mirando al techo, esperando el amanecer. Poco a

poco, sin embargo, las pesadillas disminuyeron, cuando comencé a olvidar esa parte de

mi vida y a centrarme en la nueva. Los sueños nunca cesaron por completo, pero el

demonio en el corazón de esas pesadillas no me buscaba ya más. Ya no era Ash el

príncipe Unseelie. Tenía que seguir mi camino.

Pero, de vez en cuando, tenía la surrealista sensación de que me faltaba

algo. Que mi vida con Meghan no era lo que parecía ser. Que había olvidado algo

importante. Me hubiera gustado sacudírmelo, convencerme a mí mismo de que era

simplemente la adaptación a ser humano, pero volvía siempre, burlándose de mí, un

recuerdo mantenido fuera de alcance.

En cualquier caso, el tiempo pasaba en el Reino de Hierro. Meghan gobernó sin

oposición, maniobrando en el laberinto de la política fey como si hubiera nacido para

ello. Me sumergí en la tecnología, ordenadores portátiles, teléfonos celulares, juegos de

ordenador, software. Y poco a poco, me acostumbré a ser humano, poco a poco

olvidando mi lado fey, mi glamour, velocidad y fuerza, hasta que no podía recordar

cómo se sentía en absoluto.

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Capítulo 20 El Paso del Tiempo

Traducido por: Caliope Cullen

Un pitido frenético me sacó de un sueño confortable. Aturdido, me levanté,

teniendo cuidado de no molestar a Meghan, y cogí el teléfono en el extremo de la mesa.

Los números de azul brillante en la pantalla reflejaban las 2:12 a.m., y Glitch iba a

morir por despertarme así.

Pulsé el botón, y con el teléfono en la oreja, gruñí:

—Mejor que alguien esté muerto.

—Lo siento, Majestad —susurró la voz de Glitch en mi oído, murmurando en

voz alta—. Pero tenemos un problema. ¿La Reina sigue dormida?

Me despertó al instante.

—Sí —murmuré, echando hacia atrás las cobijas y descendiendo de la cama. La

Reina de Hierro tenía el sueño algo pesado, a menudo agotada por las exigencias de

gobernar un reino, y tendía a estar de mal humor cuando se despertaba en medio de la

noche. Después de gruñir varias veces por la emergencia-en-medio-de-la-noche—,

Glitch comenzó a dirigir todos los problemas a mí. Entre nosotros, éramos por lo

general capaces de manejar la situación antes de que la Reina supiera que algo andaba

mal.

—¿Qué está pasando? —Pregunté, metiéndome en la ropa sin soltar el teléfono

del oído con el hombro. Glitch dio un suspiro mitad enojado, mitad temeroso.

—Kierran se ha escapado otra vez.

—¿Qué?

—Su habitación estaba vacía, y creemos que se las arregló para deslizarse sobre

la pared. Tengo cuatro escuadrones en su búsqueda, pero pensé que usted debía saber

que su hijo ha hecho otro acto de desaparición.

Gemí y fregué una mano sobre mi cara.

—Ten los planeadores listos. Voy hacia allí.

Glitch se reunió conmigo en la torre más alta, la luz en su pelo se rompía

airadamente, con los ojos morados brillando en la oscuridad.

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—Ya hemos buscado en sus escondites habituales —me informó—. No está en

ninguno de ellos, y hemos estado buscando desde la medianoche. Creemos que se las

arregló para salir de la ciudad esta vez.

—¿Cómo llegó a la muralla? —Pregunté ceñudo al primer teniente, quien hizo

una mueca.

—Uno de los planeadores no está —dijo, y solté una maldición. Kierran, de ojos

azules y cabellos de plata, era de casi ocho años humanos, y tenía la suficiente sangre

fey, para hacerlo tan problemático como un phouka. Desde el momento en que pudo

caminar, el personal de la casa no había podido seguir su ritmo. Ágil como una ardilla,

escalaba los muros, escalaba las ventanas y se sentaba en las torres más altas, con una

sonrisa de alegría mientras cada uno revoloteaba tratando de convencerlo de bajar. Su

atrevimiento y curiosidad aumentaban con la edad, y si le decías que no podía hacer

algo, debías estar seguro que lo iba a intentar.

Su madre iba a matarme. Glitch parecía ligeramente avergonzado.

—Él estaba preguntando acerca de ellos esta mañana. Pienso que tomó uno de

ellos. ¿Alguna idea de dónde podría haber ido?

Pensándolo bien, suspiré. Kierran había estado obsesionado con los demás

territorios, preguntando por las Cortes de Verano e Invierno y el Wyldwood. Por la

tarde, había estado practicando tiro con arco en el patio, y preguntando qué tipo de

cosas habían cazado. Cuando le dije acerca de las peligrosas criaturas en el Wyldwood,

sobre los gigantes y las quimeras y wyverns que podrían desgarrar o tragar de todo, casi

había brillado de emoción.

—¿Me llevarás un día de caza, padre? ¿En el Wyldwood?

Lo observé. Me miró de nuevo inocente, ojos de diamante azules que brillan bajo

mechones largos de plata, agarrando su arco fuerte en ambas manos. Las puntas de sus

orejas puntiagudas se asomaron por su cabello, un recordatorio constante de que no era

del todo humano. Que la sangre de la Reina de Hierro corría a través de él, haciéndolo

más rápido, más fuerte, más atrevido que un niño normal. Él ya había demostrado su

talento con el glamour, y aprendió el tiro con arco y lucha con espadas más rápido de

lo normal. Sin embargo, él tenía sólo ocho años, era un niño, inocente de los peligros

del resto de Faery.

—Cuando seas mayor —le dije—. Todavía no. Sin embargo, cuando estés listo,

te llevaré.

Él sonrió, iluminando su rostro.

—¿Me lo prometes?

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—Sí —me arrodillé junto a él y enderecé el arco, apuntando el camino correcto—.

Ahora, trata de dar en el blanco otra vez.

Se rió, aparentemente satisfecho, y no lo mencionó de nuevo. Y yo no lo pensé

más el resto de la tarde. Debería haber lo sabido.

—Tengo una idea. —Suspiré, y silbé a uno de los planeadores que colgaban de la

pared. Giró su cabeza parecida a un insecto y zumbó con voz somnolienta—. Haz que

los caballeros busquen en el Wyldwood, en particular alrededor de las fronteras de los

tribunales. Y esperemos que él no haya encontrado el camino a Tir Na Nog.

—A las otras Cortes no les gustará —murmuró Glitch—. Realmente no como se

supone, entraremos en el Wyldwood sin su permiso.

—Es mi hijo. —Le clavé una mirada penetrante, y él miró hacia otro lado—. No

me importa si tenemos que destruir todo el Wyldwood. Quiero que lo encuentres,

¿entendido?

—Sí, señor.

Asentí con la cabeza bruscamente y me acerqué hasta el borde del balcón,

extendiendo los brazos. El planeador bajó en espiral de la pared y se deslizó por mi

espalda, desplegando sus alas. Volví a mirar a Glitch, solemnemente, y suspiré.

—Despierta a la reina —le dije—. Explícale la situación. Esto es algo que tiene

que saber de inmediato. —Hice una mueca, y no le envidié su trabajo—. Dile que

estaré de vuelta con Kierran pronto.

Y con eso, me empujé al borde y me precipité al vacío. Las corrientes de aire

atraparon las alas del planeador, manteniéndonos a nosotros en el aire, y me dirigí en

dirección del Wyldwood.

No tuve que ir muy lejos. Sólo a unos kilómetros después de cruzar la frontera

del Reino de Hierro y entrar en el Wyldwood, vi el brillo de un ala de parapente en la

luz de la luna y empujé mi propio planeador a las tierras cercanas. Dejando a los dos

seres de hierro zumbando el uno junto al otro con entusiasmo, hice clic en una linterna

y estudié el suelo alrededor del lugar de aterrizaje. A pesar de mi visión humana, de

siglos de caza y de rastreo a través del Wyldwood no podría haber olvidado en unos

pocos años, y pronto me di cuenta de un conjunto de pequeñas huellas, que conducían

a la maleza enmarañada. Tristemente, rezando para que nada lo encontrara antes de

que yo lo hiciera, seguí.

A pocos kilómetros, las huellas tomaron una forma siniestra, como algo grande

y pesado unido a las huellas más pequeñas por el bosque. Acechándolo. Poco después,

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el paso entre las huellas grandes se alargó, estirándose a una carrera, unida por ramas

rotas y ramitas, y mi sangre se heló.

Cuando encontré su arco, roto y astillado, el temor comprimió mi pecho hasta

que me costó respirar, y comencé a correr. Un grito rompió la calma de la noche. Esto

tornó mi sangre en hielo, y seguí a ciegas en aquella dirección, sacando mi espada

mientras me alejaba. La helada arma fey chamuscó mis manos con el frío, pero estaba

demasiado lejos de notarlo.

—¡Kierran! —grité, irrumpiendo a través de la maleza. Un rugido me respondió.

Algo enorme y terrible se aferró a un árbol a unos metros de distancia, batiendo alas

parecidas a las de murciélago para apalancarse y arañando las ramas. Su cuerpo era

huesudo y leonino, con la sangre de color rojo, de piel y melena negro mate. Una larga

cola terminaba en una bola de púas, erizadas como un enorme erizo de mar y dejando

las espinas en los árboles adyacentes, ya que golpeaba como si estuviera frustrada.

En lo alto, una figura pequeña, brillante presionaba de nuevo entre las ramas de

los árboles, tratando de trepar más alto, lejos de la bestia feroz deslizándose hacia él a

unos metros de distancia. Sus ojos azules llenos de lágrimas se encontraron con los

míos, pero su grito fue ahogado por el rugido del monstruo de abajo.

—¡Hey! —rugí, y dos ojos rojos en llamas me observaban—. ¡Aléjate de él ahora!

La mantícora aulló y saltó del árbol, aterrizando con un resonante estruendo en

el suelo. Azotando su cola, acechó hacia mí, su rostro terriblemente humano se detuvo

en un gruñido animal, mostrando sus dientes puntiagudos. Agarré mi espada,

ignorando el frío entumecedor que se extendió por mi brazo, y respiré hondo.

La mantícora se lanzó, apuntando las garras a mi cara, las mandíbulas abiertas

para rasgar mi garganta. Me eché a un lado, repartiendo golpes a diestra y siniestra con

la espada, cortando una incisión en el hombro del monstruo. Él gritó, un gemido

humano de una manera extraña, y giró con brillantes ojos rojos. Su cola barrió hacia

afuera, casi demasiado rápido para verla, y sentí algo contra mis piernas.

Un dolor cegador llegó segundos después, haciendo que cayera de rodillas.

Toqué con una mano y sentí las largas espinas negras de la cola de la mantícora

hundiéndose profundamente en mi pierna. Sabiendo que iba a continuar bombeando

veneno en mí, lo dejé, y me alejé apretando la mandíbula para no gritar. La espina era

de púas en el extremo, y arrancó un enorme agujero en mi pierna, pero el veneno de

mantícora rápidamente paralizaba y mataba a su víctima si seguía en el cuerpo. En lo

alto Kierran gritó de terror. La mantícora gruñó y me acechó más cerca, los ojos rojos

brillando en la oscuridad.

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Podía sentir el veneno quemando su camino por mi pierna, y luché para

permanecer estable en mis pies, mirando cómo el monstruo me rodeaba, tirando de su

cola mortal. Esperando que el veneno surtiera efecto. Casualmente, lamió su cola otra

vez, y sentí otro golpe de lengüeta en mi hombro, haciéndome jadear. No me quedaba

mucho tiempo. El entumecimiento se arrastraba por mi pierna, y pronto seguiría mi

brazo. Pero tenía que salvar a Kierran. Al menos me aseguraría de que Kierran llegara a

casa a salvo. Fingiendo debilidad, me tambaleé y caí de rodillas, dejando a la punta de

mi espada golpear la tierra. Era lo que la mantícora esperaba. El monstruo saltó sobre

mí con un aullido, ocupándose de la matanza, mandíbulas abiertas. Me caí hacia atrás,

guardando mi espada hasta que la mantícora se abalanzó sobre mí, hundiendo la hoja

profundamente en su pecho peludo.

La criatura gritó y se derrumbó sobre mí, fijándome a la tierra. Su cuerpo olía a

sangre y carne podrida. Traté de empujarlo mientras tiraba y daba patadas en sus

convulsiones de muerte, pero era demasiado pesado y estaba demasiado dolorido para

moverlo.

Y así me quedé allí, atrapado bajo una mantícora muerta, a sabiendas de que

probablemente no volvería a caminar lejos de él. Podía sentir su veneno abriéndose

paso en mi pierna, la espina seguía penetrándome el hombro. Ash el Príncipe de

Invierno se habría curado de dichas heridas, su cuerpo fey instintivamente dibujaría el

glamour para deshacerse de ella, recuperándose con un suministro interminable de

magia. Pero sólo era mortal, y no tenía ese poder.

Tratando de no perder la conciencia, me di cuenta de Kierran, gruñendo y

llorando mientras trataba de tirar de la mantícora muerta.

—Levántate. —Le escuché husmear—. Padre, levántate.

—Kierran —llamé en voz baja, pero él no pareció oírme. Intenté otra vez, pero

un grito se hizo eco a través de los árboles y Kierran levantó la cabeza.

—¡Aquí! —Él gritó, agitando ambos brazos—. ¡Glitch, estamos aquí!

Voces familiares nos rodearon. La voz de Glitch, frenética y enfadada. El ruido

de los Caballeros de Hierro desplazando la mantícora. Los sollozos de Kierran cuando

trató de explicar qué había pasado. Traté de contestar las preguntas que zumbaron

alrededor de mi cabeza, pero mi voz estaba tan entumecida como el resto de mí, y las

formas que atestaban mi visión eran borrosas e indistintas.

—Esa pierna se ve muy mal —oí murmurar a alguien a Glitch, que se inclinó

sobre mí—. Vamos a tratar de salvarlo, pero él es un mortal, después de todo.

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—Haz lo que puedas —murmuró Glitch de espaldas—. Estoy contento de

haberlo encontrado con vida. La Reina no va a estar feliz.

Su voz se volvió irreconocible después de eso, mezclándose con el fondo. Con el

tiempo, los sonidos, la gente, las voces, todas borrosas, como la tinta, se convirtieron en

oscuridad.

Pensé que me iba a morir, pero sobreviví.

La pierna nunca fue la misma. El veneno la había dañado demasiado. Por suerte

para mí, la púa en mi hombro había acabado de pasar a través, saliendo por el otro lado,

sin dejar nada, pero sí una cicatriz arrugada. Pero después de esa pelea, caminé con

cojera, y si daba una caminata muy larga o ponía demasiado peso sobre la pierna, le

daba por salirse de debajo de mí. Las prácticas de combate con Glitch y los Caballeros

cesaron, y tuve que apoyarme en un bastón para viajar o caminar cualquier distancia.

No me importaba... demasiado. Todavía tenía a mi hijo, mi esposa y mi salud, a

pesar de que la última pelea demostró una vez más cómo la mortalidad era frágil. Un

hecho que Meghan hizo dolorosamente evidente una vez que me puse en pie de nuevo.

La Reina de Hierro había quedado lívida, los ojos azules vibraban cuando ella me atacó,

exigiendo saber lo que yo había estado pensando, entrando en el Wyldwood solo.

—Eres humano ahora, Ash —dijo, por fin tranquilizándose un poco—. Sé que

crees que puedes tomar el mundo, pero ese no es el caso. Por favor, por favor,

prométeme que tendrás más cuidado.

—Realmente no tengo muchas opciones ahora, ¿verdad? —suspiré, agarrando

mi bastón para salir cojeando de la habitación. Su mirada me seguía, triste y

preocupada, y me detuve en la puerta—. No se preocupe, su majestad. Soy consciente

de mis limitaciones. —Traté de retener la amargura y el dolor de mi voz, pero salió de

todos modos—. No voy a luchar contra cualquier cosa por un tiempo. Se lo prometo.

—Eso no es lo que me preocupa —dijo Meghan en voz baja, pero ya estaba fuera.

El tiempo pasó, y en el Reino de Hierro, la gran torre del reloj en el centro de la

ciudad llevaba la cuenta de su marcha. Kierran se convirtió en un feroz guerrero,

mortal, ligero sobre sus pies, poseedor de la velocidad natural de un ser humano. Y

cuando llegó a un punto determinado de su vida, justo después de su decimoséptimo

cumpleaños… simplemente dejó de envejecer. Como si hubiera decidido que era feliz

como estaba, negándose a crecer más.

Meghan nunca ha cambiado, a pesar de que maduró con el paso del tiempo,

llegando a ser astuta y sabia y una reina verdaderamente formidable, su cuerpo

permaneció tan joven y hermoso como el resto de Faery.

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Y yo, como un ser humano en el Reino de Hierro, donde el tiempo pasó de largo

y los segundos marcaron los años, no lo hice.

—¿Qué estas pensando?

Volví la cabeza al oír la voz de Meghan, mirando a la Reina de Hierro detenerse

en la puerta, los brazos cruzados delante suyo. A pesar de que estaba impresionante en

un vestido de noche largo, el pelo brillante colgando en rizos por la espalda, ella no

parecía contenta.

—¿Pensando? —pregunté, esperando hacerla descarrilar en mi interpretación

desconcertada e inocente. Lamentablemente, esto raras veces funcionaba con la Reina

de Hierro, y esta noche no era ninguna excepción.

—No me vengas con eso, Ash. —Meghan entró en el dormitorio, ceñuda hacia

mí—. Sabes de lo que estoy hablando. ¿Por qué le dijiste a Kierran que podía ir al

Elíseos este año? Lo último que necesitamos es que tenga una pelea con un Noble de

Invierno, o que seduzca a alguien en la Corte de mi padre. Ellos ya están suficiente

recelosos de él tal como es.

—Él ha estado pidiendo ir por años —le dije, agitando mi manto sobre los

hombros—. Creo que es lo suficientemente grande para verlo si es lo que quiere. No

podemos protegerlo para siempre. Él va a tener que aprender acerca de las otras Cortes,

como príncipe del Reino de Hierro. —Meghan me miró un momento más y luego cedió

con un suspiro.

—Oh, está bien. Sé que tienes razón —dijo, dándome una sonrisa exasperada—.

Es sólo que... todavía parece tan joven para mí, siendo sólo un niño, metiéndose en

problemas. ¡Cómo pasa el tiempo!

Ella se acercó a la ventana, mirando a Tir Na Nog. El sol se ponía, y la torre del

reloj enorme en el centro de la ciudad se recortaba contra el cielo negro noche.

—Veinte años, Ash —murmuró—. Es difícil de creer que han pasado más de

veinte años desde que vencimos al falso rey. Lo recuerdo como si fuese ayer.

Para ti, tal vez, pensé, mirando el reflejo en el espejo. Ojos grises en un rostro

demacrado, alineados devolviéndome la mirada.

Las arrugas se agazapaban debajo de mis ojos y en las esquinas de mi boca,

estropeando mi piel, y una cicatriz trazaba su camino desde la mejilla izquierda debajo

de mi mandíbula, un trofeo de una cacería de víbora en el Wyldwood. Últimamente,

mis sienes estaban marcadas con gris y el hombro, el que había recibido el aguijón de la

mantícora todavía me dolía, un latido sordo, persistente, cada vez que llovía.

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Veinte años habían dejado su huella, y yo estaba muy consciente del paso del

tiempo. Y Meghan, mi bella esposa medio-fey, se mantuvo sin cambios.

—El coche está aquí —anunció Meghan, mirando por encima del alféizar de la

ventana—. Y Kierran está esperándonos en la puerta. Creo que tendríamos que ir. —

Ella se volvió hacia mí, con la preocupación pasando por sus ojos—. ¿Necesitas ayuda

para bajar las escaleras?

—Estoy bien —dije en voz baja—. Ve por delante. Voy a estar allí.

—¿Estás seguro?

Asentí con la cabeza, y Meghan se echó hacia atrás, preocupada todavía.

—Está bien, pero quiero llamar a un criado por si…

—Meghan, voy a estar bien —la interrumpí, y ella frunció el ceño. Forzó una

sonrisa para suavizar las palabras—. Ve con Kierran primero. Voy a ir con Glitch y los

guardias. Sólo ve. Por favor. —Sus ojos arremetieron, y por un momento pensé que iba

a discutir conmigo, su papel en el personaje de Reina de Hierro firme, sensata, tenía a

todos aterrorizados. Pero después de una pausa, ella simplemente asintió y salió de la

habitación, abandonándome solo con mis pensamientos.

Otro Elíseos. Otra reunión de las Cortes, viniendo juntos para fingir que se

llevaban, cuando todo lo que ellos querían era rasgar el uno al otro en tiras sangrientas.

Como un Príncipe fey, no me había gustado el Elíseos, y como un humano lo desprecié.

Me recordaba que una vez fui el Príncipe Ash ―el peligroso Príncipe de Invierno quién,

durante siglos, había exigido miedo, reverencia y respeto― y era sólo un humano

ahora. Un humano débil, tullido que se puso más viejo y más débil cada año, confiando

cada vez más en la protección de su reina. Vi las miradas de hambre y compasión y

desprecio que rodeaban el patio cuando Meghan anduvo conmigo cojeando a su lado.

También me percaté de las miradas sutiles de interés entre la Nobleza de Verano e

Invierno; si era el eslabón más débil de la Corte de hierro, ¿cómo podían utilizarme en

su beneficio? La política Faery y los juegos de poder, nunca harían algo que pudiera

obligar a un choque frontal con la Reina de Hierro, y sin embargo, odiaba ser

considerado como utilizable.

Con un suspiro, apoyé el bastón sentado contra la pared y me empujé a mí

mismo en posición vertical, dando una última mirada en el espejo.

La capa negra ocultaba parcialmente el bastón, pero no exactamente podría

ocultar la cojera o la rigidez de mi pierna derecha. Yo todavía llevaba mi espada sin

embargo, rechazaba abandonarla, incluso si no la sacaba a menudo. El día que no

pudiera utilizar mi arma sería el día en que me diera finalmente por vencido.

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Glitch me encontró en la parte inferior de la escalera, manteniendo su expresión

neutra con cuidado mientras cojeaba con mucho dolor hasta el último paso.

—Su Majestad y el Príncipe Kierran ya se han ido al Elíseos —él me informó con

una ligera inclinación—. Ella me dijo que usted quiso que ellos continuaran adelante.

¿Hay algún problema, señor?

—No. —Ignoré el brazo que me ofreció y seguí andando, despacio, penosamente,

al final bajo el pasillo. Mi pierna palpitó, pero apreté los dientes y seguí dando

sacudidas adelante, rechazando hacer una pausa o mirar hacia atrás. Glitch se puso a

caminar a mi lado, listo para agarrar el brazo si me tropezaba, pero no dijo nada

durante el largo viaje.

Llegamos al palacio Unseelie sin hablar, y me volví hacia Glitch cuando el

carruaje se detuvo en la entrada.

—Espera aquí —le dije, observando sus cejas arqueadas de sorpresa—. No tienes

que acompañarme. Conozco este castillo como la palma de mi mano. Iré solo.

—Señor, realmente no creo que…

—Es una orden, Glitch.

Miró a regañadientes, pero el fey de Hierro siempre ha sabido cuál es su lugar, y

finalmente asintió.

—Está bien. Sólo tenga cuidado… Ash. Meghan me mataría si algo le sucede.

Su intención era buena, pero en mi interior el resentimiento se hizo más fuerte.

Agarré mi bastón, le di la espalda al primer teniente y entré en las salas heladas,

congeladas del Palacio de Invierno, solo.

Realmente debería haberlo sabido mejor, pero el orgullo siempre ha sido mi

perdición, incluso antes de ser humano. A excepción de un guardia ogro brutal, los

pasillos frígidos del palacio de Invierno estaban desiertos, queriendo decir a cada uno

que estaban ya en la reunión en el salón de baile.

Pero cuando giré en una esquina, una risa disimuladamente se arrastró en una

entrada abierta, y un montón de redcaps amontonados en el pasillo, bloquearon mi

camino.

Me encontré haciendo un alto, observando la situación. Como la mayor parte de

los redcaps, estos eran bajos, achaparrados y salvajes, sus sombreros de lana empapados

en la sangre de sus víctimas y sus ojos de un vicioso amarillo. Todos ellos dejaban ver

sus sonrisas dentadas luciendo sus colmillos parecidos a una navaja de afeitar, y más

armas ordinarias metidas en sus cinturones. Los redcaps eran estúpidos y violentos, y su

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reputación provenía del hecho de que consideraban todo en términos de depredador y

presa. Cualquier concepto de rango, título, y jerarquía se perdía con ellos. No

importaba si eras un rey o un príncipe o un noble, si eras débil, si ellos pensaban que

podían tomarte, lo harían, sin importar las consecuencias.

Maldije mi obstinación y afronté a los redcaps con una expresión tranquila, en

blanco. Cualquier signo de debilidad por mi parte desencadenaría un ataque.

Los redcaps podían ser groseros y estúpidos, pero había una razón por la que se

les temía en todo Nuncajamás. Ash el Príncipe de Invierno no tendría nada que temer

de un redcap, pero no había sido él durante mucho tiempo.

—Bien, bien. —Sonrió el líder abiertamente, rajando sus nudillos gruesos—.

Miren quien es, muchachos. No imaginé encontrarlo aquí, príncipe. Sobre todo sin la

falda de la Reina para ocultarse detrás. —Otros redcaps se rieron disimuladamente y

avanzaron adelante, cerrando el círculo como lobos hambrientos—. ¿Finalmente la

reina se cansó de su pequeño animal doméstico humano y lo soltó en el frío?

Tomé un paso hacia adelante cuidadosamente, mirando a los ojos del líder.

—Si piensas que esto será fácil —dije con una voz suave, baja—. Estás muy

equivocado. No soy más su príncipe, pero hay todavía bastante de él en mí para

convertirte en manchas sobre la pared. —La sonrisa del líder vaciló. Otros redcaps se

miraron entre sí y cambiaron nerviosamente, pero no se echaron atrás. Durante

solamente un momento, deseé que el Príncipe Ash estuviera aquí, solamente la gelidez

que él podría producir cuando el enfado o la amenaza eran bastantes hacer correr a

cualquier posible rival.

El líder de la policía militar se sacudió entonces, y su mirada lasciva se arrastró

atrás.

—Palabras bastante valientes, hombrecito. —Él se mofó—. Pero su olor dice otra

cosa. Hueles completamente, completamente a humano. No hay nada más del Príncipe

de Invierno, nada más. —Él desnudó sus colmillos, arrastrando una lengua negra sobre

afilados dientes amarillos—. Y apuesto que sabe exactamente como los humanos,

también.

Los redcaps estaban tensos, listos para lanzar su patrulla sobre mí, sus ojos

encendidos con el derramamiento de sangre, ansiosos. Metí la mano bajo mi capa y

agarré la empuñadura de la espada, ignorando el frío que me quemaba los dedos Yo no

podría sobrevivir a esto, pero tomaría tantas de las criaturas sanguinarias conmigo

como pudiera. Y tenía la esperanza que mi hijo o mi reina vengaran mi muerte.

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—¡Padre! —El grito resonó por el pasillo, alto y claro, haciendo temblar los

carámbanos sobre el techo. Los redcaps gruñeron y dieron vueltas alrededor,

blandiendo armas hacia el intruso que podía arruinar su diversión.

Kierran se presentó al final del pasillo, alto e imponente con un uniforme de

color negro y gris, sus ojos brillando como estrellas furiosas en las sombras. Su pelo

rubio estaba atado hacia atrás, haciéndolo parecer más viejo, más severo de lo que yo

había visto antes. Pómulos agudos llegaban hasta las orejas largas y puntiagudas,

ocultas por lo general por su pelo, ocultando su verdadera naturaleza. Pero esta noche,

de pie, inmóvil y orgulloso en el borde de la luz, parecía inhumano, bello y totalmente

fantasioso.

El líder de los redcaps parpadeó ante la repentina llegada del Príncipe de Hierro.

—Príncipe Kierran —gruñó en tono nervioso—. Qué sorpresa verlo por aquí.

Estábamos... ah...

—Sé lo que estaban haciendo. —La voz de Kierran era fría, por lo que cerré los

ojos ante lo mucho que sonaba como cierto Príncipe de Invierno de hace mucho

tiempo—. Amenazar al consorte de la Reina de Hierro es un delito castigado con la

muerte. ¿Crees que, sólo porque él es humano, perdonaré a alguno de ustedes sus

vidas? —Sus palabras dieron en el blanco. Sólo un ser humano. Sólo un mortal, débil y

sin importancia.

Kierran no me miraba, pese a todo. Su mirada helada se apropió de los redcaps,

que gruñeron y le mostraron sus colmillos. El líder de los redcaps se irguió con una

sonrisa burlona.

—Todo bien, muchacho, mira… —Un latigazo de metal, salió del brazo de

Kierran, más rápido de lo que nadie podía ver. El líder parpadeó, pasando de media

frase al silencio, la boca abierta como si acababa de perder su tren de pensamiento.

Otro redcap frunció el ceño en confusión, hasta que la cabeza del líder cayó

abruptamente de los hombros, golpeando el suelo con un golpe.

Los aullidos y chillidos llenaron el aire, y la variopinta multitud se dio a la fuga.

Pero Kierran estaba ya lanzándose en el medio, azotando la lámina de hierro en arcos

cortos, mortales. Sabía que era un luchador mortal; lo había entrenado yo mismo, y sus

lecciones no habían sido malgastadas. Ver a mi hijo masacrar la cuadrilla de redcaps sin

esfuerzo, sin piedad me hizo sentir un brillo desagradable de orgullo, así como un

nudo amargo instalado en mi pecho. Era como yo una vez. Como nunca sería otra vez.

Todo terminó en segundos.

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Kierran no gastó ningún esfuerzo o tiempo destruyendo a los uniformados,

golpeando con la velocidad y precisión de un relámpago. Había entrenado bien al

muchacho. El último redcap todavía caía en pedazos cuando Kierran guardó su espada

con una floritura, para luego volverse a sonreírme.

—Padre —Kierran hizo una reverencia y una sonrisa pícara se apoderó de su

rostro. Increíblemente podía pasar de un asesino frío, helado, a un príncipe encantador

joven en un abrir y cerrar de ojos. En la Corte de Hierro, Kierran era el favorito de

todos, especialmente entre las damas, con una racha diabólica de una milla de ancho.

—Kierran. —Asentí de nuevo, en realidad no me gustaba esa mirada alegre—.

¿Qué estás haciendo aquí? —Mi hijo me sonrió abiertamente.

—La Reina estaba preocupada de que no llegaras aún. Me ofrecí a ir a buscarte,

en caso de que te hubieras metido en problemas. Ella dijo que ibas a estar bien, porque

Glitch estaría contigo, pero dije que yo me aseguraría. Así que... —Hizo un gran

espectáculo de mirar hacia arriba y abajo del pasillo—. ¿Dónde está Glitch, de todos

modos? ¿Lo abandonaste en casa? Apuesto a que él no está feliz por eso.

—Está de vuelta en el carro. —Hice señas a Kierran adelante, cogiéndole del

brazo mientras me ayudaba a pasar por el pasillo plagado de carnicería. Los cuerpos

fueron desapareciendo, desintegrándose en el barro y las sanguijuelas y otras cosas

desagradables. Los redcaps no dejaban nada agradable atrás cuando se morían—. Y no

vas a decir nada de esto a tu madre, ¿entiendes?

—Por supuesto que no —respondió Kierran, pero aún estaba sonriendo.

Entramos juntos en el salón de baile, lleno de pared a pared de feys de Verano y de

Invierno. Los feys de Hierro estaban presentes también, pero dispersos aquí y allá, bien

lejos alejados de las multitudes y las hostiles miradas de Verano y de Invierno.

Se escuchaba música, oscura y dramática, y en el centro del salón, docenas de

Señores fey giraban y bailaban con los demás. A mi lado, Kierran barrió la habitación

con sus ojos azules claramente buscando a alguien. Su mirada se detuvo en una esbelta

chica de Verano con el pelo castaño y ojos verdes, de pie en un rincón hablando con

una dríada. Ella lo miró, sonrió tímidamente y rápidamente desvió la mirada,

fingiendo desinterés. Pero su mirada se desviaba constantemente hacia nosotros, y

Kierran se removió a mi lado.

—Kierran —le advertí, y él sonrió tímidamente, como si hubiera sido atrapado

con las manos en la masa—. No te hagas ilusiones. Conoces las reglas aquí. —Él

suspiró, moderándose en un instante.

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243 JULIE KAGAWA FORO AD

—Lo sé —murmuró, alejándose de la muchacha—. Y no es justo. ¿Por qué

deberían los individuos sujetarse a los prejuicios entre las Cortes?

—Es lo que es —le respondí mientras nos dirigíamos a través de la sala, por

entre las filas de nobleza fey. Se hicieron a un lado con miradas de desprecio y

desdén—. Y tú no lo vas a cambiar, no importa cuánto te esfuerces. Ha sido así desde

el comienzo de Faery.

—Eso nunca te detuvo —dijo Kierran. Su voz era tranquila y normal, pero capté

la indirecta de un desafío debajo de la superficie. Esto tendría que terminarse, aquí y

ahora. No quería que mi hijo concibiera ideas en su cabeza que podrían matarlo. Me

detuve, tirando de él y se inclinó cerca. Mi voz era baja y áspera cuando encontré sus

ojos.

—¿Realmente quieres ser como yo?

Se encontró con mi mirada durante unos segundos, antes de bajar los ojos.

—Perdóname, Padre —murmuró—. Hablé fuera de lugar. —No me miró, pero

seguí mirando fijamente hasta que él se inclinó y dio un paso atrás—. Voy a cumplir

con sus deseos, y las leyes de este reino. No voy a participar de las Cortes de Verano o

Invierno en nada más allá de la diplomacia. —Por fin levantó la mirada, sus ojos azules

duros cuando se encontraron con mi mirada—. Ahora, si se me permite, padre, voy a

volver junto a la Reina e informarle de su llegada.

Asentí con la cabeza. Era una victoria, pero una hueca. Kierran se inclinó una

vez más y se alejó, desapareciendo entre la multitud, la frialdad de su partida me hizo

temblar.

Solo, en una habitación llena de gente, encontré un rincón aislado y me apoyé

contra la pared, mirando las hermosas criaturas, peligrosas y volátiles a mi alrededor

con la más ligera punzada de nostalgia. No hace mucho tiempo, yo había sido uno de

ellos.

Entonces, la multitud se apartó un poco, y a través del mar de cuerpos, vi el

baile.

Meghan, mi hermosa Reina fey inalterable, se arremolinó alrededor de la

habitación, tan elegante y grácil como la alta burguesía que la rodeaba. Sosteniéndola

en sus brazos, tan guapo y encantador, como lo había sido hace veinte años, estaba

Puck. Mi estómago se apretó, y agarré mi bastón con tanta fuerza que mi brazo tuvo un

espasmo. No podía respirar. Puck y Meghan se deslizaron por la pista, destellos de

color entre los otros bailarines, sus ojos en el otro. Estaban riendo y sonriendo,

haciendo caso omiso a la multitud mirando y mi muerte lenta en la esquina.

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244 JULIE KAGAWA FORO AD

Me empujé de la pared y caminé hacia adelante, asumiendo mi camino entre la

multitud, no haciendo caso de los gruñidos y maldiciones lanzadas. Mi mano se metió

bajo la capa y agarré la empuñadura de mi espada, dando la bienvenida al dolor

punzante. No sabía lo que haría, tampoco me preocupé. Mi mente se había apagado, y

mi cuerpo estaba en piloto automático, reaccionando instintivamente. Si hubiera sido

cualquier otro… pero era Puck, y él bailaba con mi reina. La rabia tiñó de rojo mi visión,

y comencé a sacar mi espada. No podía vencer a Robin Goodfellow en una lucha, y mi

subconsciente sabía que no podría, pero la emoción se había apoderado de mí y todo lo

que podía ver era el corazón de Puck en el final de la hoja.

Sin embargo, cuando me acerqué a la pista, Puck hizo girar Meghan alrededor,

el pelo largo plateado girando y ella echó la cabeza hacia atrás y rió. Su voz sonando

me golpeó como una pared de ladrillo, y me encontré parando, mi estómago apretando

con tanta fuerza que sentí náuseas. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que la había

oído reír, viendo esa sonrisa? Cuando los vi juntos, mi ex mejor amigo y mi esposa

hada, el malestar se extendió a todas las partes de mi cuerpo. Se veían... naturales...

juntos, dos seres de otro mundo, elegantes, siempre jóvenes, llenos de gracia y

hermosos. Parecía que se pertenecían.

En ese momento de desesperación, me di cuenta que no podía darle nada de eso.

No podía bailar con ella, protegerla, compartir su eternidad. Era humano. Destinado a

envejecer, marchitarme y tarde o temprano morir. La amaba tanto ¿pero sentiría ella lo

mismo cuando yo fuera viejo y caminara con paso inseguro y ella todavía fuera tan

joven, eternamente como el tiempo? Mi mano se escabulló de la empuñadura de mi

espada. Puck y Meghan todavía bailaban, riendo, dando vueltas por la habitación. Sus

voces me apuñalaron, mil agujas perforando mi pecho. Di vuelta y me fundí atrás en la

muchedumbre, dejé el salón de baile y cojeé por los pasillos oscuros y helados del

palacio hasta llegar al carro. Glitch echó un vistazo a mi cara y silenciosamente salió del

asiento, abandonándome en las sombras. Cayendo adelante sobre el banco, puse mi

cara en mis manos y cerré los ojos, sintiéndome completa y absolutamente solo.

Aún más tiempo pasó.

Dejando caer mis manos, levanté mis ojos turbios a un pasillo vacío,

entrecerrándolos para ver en la penumbra. La luz que entraba por las ventanas detrás

de mí hizo poco para dejar atrás las sombras, pero estaba casi seguro de haber oído a

alguien entrar. Uno de los criados, quizás, venía para comprobar al humano

marchitado, de cabellos grises, para asegurarse que él no se había caído de su silla. O

para ayudarle a tambalearse de nuevo a su habitación, acurrucándose en su cama solo

y apartado.

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Meghan se había ido. La guerra había llegado al Reino de Hierro, por fin, a pesar

de muchos años de paz, y la Reina de Hierro se había ido a ayudar al Rey de Verano en

la lucha contra Invierno. Glitch estaba allí junto a ella, al mando de su ejército y Kierran

se había convertido en un monstruo en el campo de batalla, cortando a través de las

filas enemigas con la espada de hielo que me había pertenecido. La mayor parte del

castillo había ido a la guerra, siguiendo a su reina en la batalla. Incluso los duendes se

habían ido, su constante parloteo y zumbido de voces faltaba en las paredes, dejando el

palacio silencioso, frío y vacío. Sólo yo había sido olvidado. Esperando que todos

regresasen. Olvidado.

La lluvia tintineó contra los cristales, y me agité. Fuera, el relámpago brilló en el

cielo, y los truenos retumbaron en la distancia. Me pregunté donde estaba Meghan, lo

que ella y Kierran estaban haciendo en estos momentos.

El relámpago lamió otra vez, y en el latigazo, una oscura figura apareció a mi

lado, vestido con una capucha y cubierto, de pie en silencio en mi brazo.

Si hubiera sido más joven, podría haber saltado, blandiendo mi espada. Ahora

estaba demasiado cansado.

Parpadeé y miré al intruso, observando a través de mi visión diáfana. La figura

con túnica miró hacia atrás, su cara oculta en la sombra, no atacando o amenazando,

simplemente observando. Espera. Una memoria volvió a la vida, una rebelión de

telarañas del pasado, como un sueño olvidado.

—Yo... te recuerdo.

El Guardián asintió con la cabeza.

—Estamos en tu prueba final, Caballero de la Corte de Hierro —dijo él, los truenos

retumbaron fuera, sacudiendo las ventanas—. Y has descubierto la última realidad sobre el

ser humano. No importa qué tan fuertes, no importa lo valientes, los mortales no pueden escapar

al paso del tiempo. Como un ser humano en la Corte de Hierro, te harás viejo, mientras todos a

tu alrededor se quedarán como están, para siempre. Ese es el precio de la mortalidad. Morirás, y

morirás solo.

Cuando dijo esas palabras, una mano fría tocó mi hombro, y un espasmo pasó

por mi cuerpo. La náusea y el vértigo tiraron a través de mí, y traté de estar de pie,

andando a tientas hacia la puerta. Mi pierna mala se dobló y me caí, golpeando mi

cabeza sobre el frío suelo, el aliento golpeado de mis pulmones. Jadeante, me arrastré a

través de la habitación con un solo brazo, mi costado izquierdo entumecido y muerto,

pero el cuarto giró violentamente, y la oscuridad avanzó lentamente a lo largo del

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borde de mi visión. Luchando contra el dolor y la náusea, traté de pedir ayuda, pero mi

voz dejó mi garganta hasta quedar ronca, y no había nadie para escuchar.

Excepto el Guardián, que no se había movido de donde estaba mirándome

luchar. Viéndome morir.

—La muerte —zumbó, frío e impasible en las luces—. Llega para todos los mortales.

Al final, vendrá por ti también.

Hice un último esfuerzo para levantarme, para seguir viviendo, aunque una

parte de mí se preguntaba por qué me atrevería a resistir. Pero no importaba. Estaba

tan cansado. Mi cabeza tocó el frío suelo, la oscuridad me cubrió como un manto suave,

fresco y sentí el último aliento escapar de mis labios mientras mi corazón finalmente se

detuvo irreversiblemente y dejó de luchar.

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Capítulo 21 El Último Sacrificio

Traducido por: Rodonithe

Frío.

Todo estaba frío.

Estaba volando por un oscuro túnel, mirando fugases fragmentos de mi vida

delante de mí, incapaz de detenerlos. Montando a caballo con Meghan a través del

Wyldwood. Viendo a Kierran y a Glitch practicando en el patio. El cumpleaños de mi

hijo. Bailando con Meghan en el salón de baile. Nuestra boda...

Jadeante, me giré verticalmente en el frío, duro piso, mi corazón golpeando

contra mis costillas, presa del pánico, fuerte y vivo. Agarrándome el pecho, miré

alrededor, sin saber dónde estaba. Muros de piedra me rodeaban, velas titilaban en las

alcobas, poniendo todo en las sombras. La alta figura encapuchada estaba cerca,

observando en silencio, y con un sobresalto, todo volvió a inundarme.

Los Campos de Prueba. Las pruebas. Había llegado aquí en la desesperante

necesidad de ganar un alma, para estar con Meghan en el Reino de Hierro. Me incliné

hacia adelante, manteniendo mi cabeza en mis manos. No podía pensar con claridad.

Mi mente se sentía como una maraña de cuerdas viejas, tratando de descifrar qué era

real y que era lo imaginario.

Podía sentir la fría mirada del guardián, agobiándome, viendo lo que haría.

—¿Fue real? —Mi voz salió ronca y áspera, desconocida para mí—. ¿Fue algo de

eso real?

El Guardián me miraba, inmóvil.

—Podría ser.

—¡Ash!

Unos pasos resonaban y Puck apareció a la vista. Por un momento, sentí una

punzada de odio mientras miraba a mi viejo enemigo, los recuerdos de él y Meghan

bailando y riendo juntos hacían estragos en mi mente... pero hice una pausa. Eso no

había sucedido. Nada de eso había sucedido. Toda mi vida humana, mi matrimonio,

mi esposa e hijo, todo eso era una ilusión.

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—Maldita sea, chico hielo —Puck jadeó mientras trotaba hacia mí—. Te

estábamos buscando por todas partes. ¿Qué pasó? ¿Nos perdimos la prueba? ¿Ya la

hiciste?

Lo miré con incredulidad. Segundos. Sólo unos pocos segundos habían pasado,

pero para mí, había sido toda una vida. Con cautela, me paré, dibujando una lenta

respiración.

Mi pierna estaba recta y saludable, mi vista clara y certera. Entonces me miré las

manos, pálidas, suaves y tersas a mis ojos, luego de que me había acostumbrado a

verlas arrugadas y con manchas de la edad. Apreté los puños y sentí la fuerza en mis

extremidades.

—Está hecho —entonó el Guardián—. Las pruebas se han completado. Has pasado la

última, Caballero de la Corte de Hierro. Has visto lo que se necesita para ser humano, la

debilidad de la carne, la conciencia y la mortalidad. Sin estas cosas, un alma se marchita y muere

dentro de ti. Has venido desde lejos, más lejos que nadie. Pero todavía te queda una última

pregunta. Una última cosa que debes preguntarte, antes de estar listo para un alma—.

¿Verdaderamente quieres una?

—¿Qué? —Puck, vino a mi lado, mirando al Guardián—. ¿Qué clase de pregunta

es esa? ¿Qué piensas que él ha estado haciendo todo este tiempo, recogiendo

margaritas? ¿No podías haber hecho esa pregunta antes de hacerlo pasar por el infierno?

Busqué a tientas su hombro, poniendo una mano sobre él para detenerlo. Puck

cedió, enojado e indignado, pero sabía lo que el Guardián estaba preguntando. Antes,

no sabía lo que significaba ser humano. Yo no podía entenderlo. No como era.

Lo sabía ahora.

El Guardián no se movió.

—La ceremonia del llamado del alma empieza al amanecer. Una vez iniciada, no se puede

detener. Te ofrezco esta elección final, caballero. Si lo deseas, puedo deshacer todo lo que te ha

pasado, todos los recuerdos de este lugar, todo lo que has aprendido, como si las pruebas nunca

hubieran sucedido. Puedes regresar a Invierno con tus amigos, sin ninguna diferencia de lo que

eras antes, un fey inmortal, sin alma. —O, puedes reclamar tu alma y quedarte con todo lo que

viene con ella, la conciencia, la debilidad humana, la mortalidad. —El Guardián finalmente se

movió, cambiando su báculo al otro lado, preparándose para desaparecer—. Sea cual sea

tu decisión —continuó—, cuando salgas de este lugar, nunca volverás. Así que elige

sabiamente. Volveré cuando hayas decidido qué camino quieres tomar. Elige.

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Dibujé una respiración lenta, sintiendo la promesa que me ataba, el juramento

que le había hecho a Meghan, disolverse. Mantuve mi promesa: había encontrado una

manera de volver a ella, para estar a su lado sin miedo. Era libre.

Y tenía una opción.

No volví a mi habitación, aunque recordaba vagamente dónde estaba. En

cambio, busqué el patio, encontrando un banco de piedra debajo de un árbol seco, y

observé las estrellas flotando a través del Fin del Mundo.

¿Mortal o fey? Ahora no era nada, equilibrándome sobre el borde de la

humanidad y el no tener alma, ni humano ni fey. Estaba tan cerca de tener un alma,

para terminar mi búsqueda y estar con Meghan. Pero si el futuro que el Guardián me

había enseñado era cierto... si estaba destinado a morir, olvidado y solo, entonces ¿valía

la pena el dolor?

No tenía que volver al Reino de Hierro. Mi voto se había cumplido, y era libre

de hacer lo que quisiera. No había ninguna garantía de que Meghan estuviera

esperando a que volviera, asumiendo que ella quería que regresara. Podría volver a la

Corte de Invierno, con Ariella. Podría ser como era antes de....

Si eso era lo que realmente quería.

—Hey. —La suave voz de Ariella rompió a través de mis reflexiones, y ella se

sentó junto a mí en el banco, tan cerca que nuestros hombros se tocaban—. Puck me

habló de la última prueba, y la ceremonia de la mañana. Supongo que no has tomado

una decisión. —Sacudí la cabeza, y sus suaves dedos apartaron un rizo de mi frente—.

¿Por qué sigues atormentándote, Ash? —Preguntó ella con suavidad—. Has llegado tan

lejos. Sabes lo que tienes que hacer. Esto es lo que querías.

—Lo sé. —Me desplomé hacia delante, apoyando los codos en las rodillas—. Sin

embargo, Ari, la última prueba... —Cerré los ojos y dejé que los recuerdos de mi otra

vida mi inundaran—. Vi mi futuro, con Meghan —dije, abriendo los ojos para mirar

mis manos—. Me convertí en humano y regresé al Reino de Hierro para estar con ella,

como quería. Y, en un primer momento éramos felices... estaba feliz. Pero entonces... —

me callé, viendo un cometa azul volar perezosamente a través del cielo—. Ella nunca

cambió —murmuré finalmente—. Ella y mi hijo, nunca cambiaron. Y yo... no podía

seguir con ellos. No podía protegerla, no podía luchar a su lado. Al final, estaba solo.

Ariella se quedó en silencio, mirándome. Pasé mis manos por mi cabello con un

suspiro.

—Quiero estar con ellos —admití en voz baja—. Más que nada, quiero verlos de

nuevo. Pero, si ese es mi futuro, si no puedo evitar lo que está por venir...

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—Estás equivocado —dijo Ariella, sorprendiéndome. Me paré, parpadeando, y

ella sonrió—. Ese es un futuro, Ash. Sólo uno. Confía en una vidente sobre este tema.

No hay nada cierto. El futuro está en constante cambio, y nadie puede predecir lo que

sucederá después. Pero déjame preguntarte algo. En ese futuro, ¿dijiste que tenías un

hijo?

Asentí, sintiendo un dolor hueco en el pecho al pensar en Kierran.

—¿Lo extrañas?

Dejé escapar un suspiro y asentí, cayendo hacia adelante otra vez.

—Es extraño —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta—. Ni siquiera es

real, y sin embargo... me siento como si él es el que murió. Su existencia era una ilusión,

pero lo conocía. Me acuerdo de todo sobre él. Y Meghan. —Creció el vacío, y sentí un

ardor en los ojos, la humedad arrastrándose por mis mejillas. Pude ver la sonrisa de

Kierran, sentir la respiración de Meghan contra mí mientras dormía. Pero mi cabeza

sabía que esos recuerdos eran ilusiones, mi corazón violentamente rechazo esa idea.

Los conocía. Cada parte de ellos. Me acordé de sus alegrías, sus tristezas, sus triunfos y

dolores y miedos. Ellos eran reales para mí—. Mi familia. —El admitirlo fue como un

mero susurro, y me tapé los ojos con una mano—. Meghan, Kierran. Los extraño... eran

todo. Los quiero de regreso.

Ariella puso una mano en mi hombro, jalándome cerca.

—E incluso si ese futuro llega a pasar —murmuró en mi oído—. ¿Quisieras

perderlos? ¿Cambiarías algo, sabiendo cómo va a terminar? —Me separé mirándola

fijamente, la realización lentamente amaneció en mí mientras nos mirábamos uno al

otro.

—No —dije, sorprendiéndome a mí mismo. Debido a todo el daño, todo el dolor

y la soledad y ver que todo el mundo me dejaba atrás me cegué ante la alegría y el

orgullo que sentía por Kierran, la profunda satisfacción en los brazos de Meghan, y el

amor ciego y creciente que tenía por mi familia.

Y tal vez, eso era lo que significaba ser humano.

Ariella me devolvió la sonrisa, aunque había un ápice de tristeza en sus ojos.

—Entonces sabes lo que tienes que hacer. —La atraje hacia mí y le besé

suavemente la frente—. Gracias —murmuré, aunque fue difícil para mí decirlo, y me di

cuenta que sorprendió a Ariella. Un fey nunca dice gracias, por temor a que esto

pudiera ponerlo en alguna deuda. El viejo Ash nunca habría permitido que una frase

así escapara de sus labios, tal vez esto era sólo una señal de cómo me estaba

convirtiendo en humano. Me levanté, tirando de ella conmigo—. Creo que estoy listo

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—le dije, mirando atrás, al castillo. Mi corazón latía más rápido por la anticipación,

pero no tenía miedo—. Sé lo que tengo que hacer.

—Entonces —dijo el Guardián, apareciendo detrás de nosotros—, no perdamos ni

un instante más. ¿Has tomado tu decisión, Caballero?

Me aparté de Ariella y me enfrenté al Guardián.

—Sí.

—¿Y qué has decidido?

—Mi alma. —Sentí quitarme un gran peso de encima de mis hombros cuando lo

dije. No más dudas. No más agonía. Sabía mi camino, y lo que tenía que hacer—. Elijo

la humanidad, y todo lo que viene con ella. La debilidad, la conciencia, la mortalidad,

todo.

El Guardián asintió con la cabeza.

—Entonces llegamos al final. Y tú serás el primero en reclamar lo que siempre has

buscado, Caballero. Sígueme.

Puck se unió a nosotros en la puerta, y juntos seguimos al Guardián por los

oscuros pasillos, subiendo una escalera de caracol, desembocando en la torre más alta.

A través de la puerta, el techo desapareció al cielo abierto. Aquí, bajo las estrellas y las

constelaciones, donde los fragmentos de rocas lunares brillan, detrás de polvo de plata,

el Guardián se acercó al centro de la plataforma y se volvió, haciéndome señas con su

pálida mano.

—Has superado todas las pruebas —dijo cuando me adelante—. Has aceptado lo que

significa ser humano, ser mortal, y con el conocimiento de que un alma no puede vivir dentro de

ti por mucho tiempo. Has pasado, caballero. Ya estás listo. Pero —el Guardián continuó con

voz solemne, mientras mi intestino se retorció nerviosamente—, algo tan puro como un

alma no puede crecer de la nada. Se requiere un último sacrificio, pero tú no lo puedes hacer.

Para que un alma nazca dentro de ti, una vida debe ser dada, libremente y sin reservas. Con este

acto desinteresado, un alma puede florecer desde el sacrificio de alguien que te ama. Sin eso,

seguirás vacío. —Por una fracción de segundo de feliz ignorancia, el verdadero

significado de lo que el Guardián dijo se me escapó. Luego la realidad golpeó una sola

vez, y un helado puño se apoderó de mi corazón, dejándome insensible. Me quedé

mirando al Guardián por varios latidos del corazón, el horror giró lentamente a la ira.

—Alguien tiene que morir por mí —susurré al fin. El Guardián no se movió, y

sentí una lágrima enorme abrir el agujero en mi interior, dejándome en la oscuridad—.

Entonces, todo esto fue en vano. Todo lo que tiraste, todo lo que tuve que pasar, ¡fue

por nada! —La desesperación se unió al remolino de furia. Había pasado por muchas

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cosas, soportado tanto, sólo para tirarlo a la basura al final. Pero esto era algo que no

podía permitir—. Nunca —dije, alejándome—. Nunca dejaré que eso suceda.

—No es tu sacrificio, Ash.

Aturdido, me volví mientras Ariella pasaba junto a mí, llegando a estar delante

del Guardián. Su voz temblaba un poco, pero sostuvo su cabeza en alto.

—Estoy aquí —murmuró—. Él me tiene a mí. Estoy dispuesta a hacer esa

elección.

—Ari —Puck respiró detrás de mí.

¡No! Me tambaleé hacia ella, presa del pánico por lo que estaba ofreciendo. Mi

pecho se apretó en el horror, la impotente desesperación. Era la misma sensación que

había tenido cuando vi al wyvern atacarla en el corazón, cuando se estaba muriendo en

mis brazos, y sólo podía ver como ella se iba. Esto, podía detenerlo. Esto, lo detendría.

—Ari, no —dije con voz áspera, dando un paso delante de ella—. ¡No puedes

hacer esto! Si mueres de nuevo...

—Esto es por lo que estoy aquí, Ash. —Se llenaron sus ojos de lágrimas y se

volvió a mirarme, a pesar de que todavía trataba de sonreír—. Por esto he venido. Se

me devolvió la vida por este momento, mi última tarea, antes de que Faery me lleve de

vuelta.

—¡No voy a aceptar eso! —Desesperado, agarré su brazo, y ella no hizo ningún

movimiento para alejarse. El Guardián nos miraba, en silencio e inmóvil, mientras la

enfrentaba, suplicante—. No hagas esto—le susurré—. No tires tu vida. No por mí. No

de nuevo.

Ariella negó con la cabeza.

—Estoy cansada Ash —murmuró, mirando a través de mí, hacia algo que no

podía ver—. Ha sido... el tiempo suficiente.

Detrás de mí, Puck dejó escapar un suspiro débil, y esperaba que protestase,

alejándola de continuar con este loco plan. Pero Robin Goodfellow me sorprendió de

nuevo, su voz era suave pero tranquila.

—Me alegro de volver a verte, Ari —dijo, y un temblor vino a la superficie,

podía decir que estaba conteniendo las lágrimas—. Y no te preocupes, cuidare de él por

ti.

—Fuiste un buen amigo, Puck. —Ariella le sonrió, aunque sus ojos estaban

ensombrecidos, muy lejos—. Estoy feliz de que pude darles una segunda oportunidad.

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Sintiéndome traicionado, la agarré por los hombros, lo suficiente fuerte para que

hiciera una mueca de dolor, aunque ella seguía sin mirarme.

—No voy a dejarte ir —gruñí, pesar de que mi voz estaba comenzando a

resquebrajarse—. ¡No puedes hacer esto! ¡Te mantendré con vida por la fuerza si hace

falta!

—Príncipe —La fría voz de Grimalkin, rompió a través de mi desesperación. La

palabra reventó en mí, brillando con poder, obligándome a escuchar, a obedecer. Cerré

los ojos, luchando contra la compulsión, sintiendo el pánico crecer. El cait sith estaba

lanzándome su hechizo.

—No, Grimalkin. —Mis palabras fueron un ligero sonido ronco entre los dientes

apretados—. Te voy a matar, si me ordenas, te juro que lo haré.

—No te forzaré —dijo Grimalkin en la misma voz tranquila, en calma—. Pero

esta no es tu decisión, Príncipe. Es la de ella. Lo único que pido es que le permitas hacer

esa elección. Déjala elegir su propio camino, como tú lo has hecho.

Mi serenidad se rompió. Caí de rodillas con un sollozo, aferrándome al vestido

de Ariella, inclinando la cabeza.

—Por favor —me ahogué, las lágrimas corrían por mi rostro—. Ari, por favor.

Te lo ruego, no te vayas. No puedo verte morir otra vez.

—Ya me había ido, Ash. —La voz de Ariella temblaba, también, con la mano

apoyada en la parte de atrás de mi cabeza—. Todo lo que tenía era prestado. —Lloré,

de rodillas ante ella, mientras sus dedos me acariciaban el pelo—. Déjame hacer esto—

murmuró Ariella. Sus dedos se deslizaron bajo mi mandíbula, girando suavemente mi

rostro al suyo—. Déjame ir.

No podía hablar. Temblando, casi cegado por las lágrimas, dejé que mis manos

cayeran en mi regazo. Ariella se alejó, pero su mano se quedó en mi mejilla por un

momento de silencio. Sentí el final de la punta de sus dedos, sentí como se apartaban

de mi alcance.

—Recuérdame —susurró.

Luego se volvió y se acercó al Guardián, quien levantó la mano para guiarla

hacia adelante.

—No tomará mucho tiempo —dijo, y me pareció oír una nota de admiración en su

impasible voz. Ariella asintió, tomando una inestable respiración mientras el Guardián

ponía una mano sobre su frente, peinando hacia atrás su cabello pateado.

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—¿Dolerá? —Susurró, tan débil que apenas pude oírla. El Guardián negó con la

cabeza encapuchada.

—No —dijo suavemente, y una luz comenzó a formarse entre sus dedos, cada

vez más brillante con cada segundo que pasaba—. No habrá dolor, Ariella Tularyn. Nunca

más. Cierra los ojos.

Ella me miró. Por un momento, lucia exactamente como lo había hecho cuando

la vi por primera vez, doblegada por el dolor, los ojos le brillaban de alegría. Ella sonrió,

una verdadera sonrisa de amor y felicidad y perdón, y entonces la luz se hizo

demasiado brillante para mirarla y tuve que girarme.

Muy dentro de mí, algo se agitó. La oscuridad que había guardado bajo llave, la

parte de mí que era toda Unseelie: el odio, la violencia y la negra rabia, se precipitó a la

superficie con un rugido, llegando a brumarme.

Pero se encontró con algo brillante y puro e intenso, una nube de luz que alejaba

a la oscuridad, llenando todos los rincones y expandiéndose hacia el exterior, hasta que

no le quedara lugar a la oscuridad para esconderse.

Me estremecí, recuperándome de la intensidad de la luz y el color y la emoción,

sin saber lo vacío que había estado hasta ese momento.

El brillo se desvaneció. Estaba de rodillas sobre una plataforma vacía en el Fin

del Mundo, polvo lunar y rocas girando alrededor de mí. El Guardián parado un unos

metros de distancia, solo, apoyado en su báculo mientras me quedaba sin aliento.

Ariella se había ido.

El Guardián se enderezó, mirándome a través de la oscuridad de su capucha.

—Tómate unos minutos para tu dolor —dijo, frío y formal, una vez más—. Cuando

estés listo, encuéntrame en las puertas de los Campos de Prueba. Tengo una última cosa que

darte antes de partir. —Apenas me di cuenta cuando el Guardián se fue. Aturdido, miré

en el lugar donde había estado Ariella unos segundos antes. Grimalkin también había

desaparecido, la plataforma se mantuvo vacía y desnuda, como si lo hubiera limpiado

terminada la ceremonia. Traté de estar enojado con el gato, pero era inútil. Incluso si él

no hubiera venido, Ariella todavía habría tomado esa decisión.

La conocía lo suficiente para saber que habría encontrado un camino. No podía

reunir la rabia a través del adormecedor dolor que me envolvía como una manta

pesada. Ariella se había ido. Ella se había ido. Tuve que dejarla ir, una vez más.

Una presencia dio un paso a mi lado, pero no era el Guardián.

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—No fue tu culpa, Ash —dijo Puck silenciosamente—. Nunca lo fue. Ella hizo su

elección hace mucho tiempo.

Asentí, seguía sin confiar en mí para hablar. Puck suspiró, acuclillándose junto a

mí, mirando alrededor de la torre.

—No sé tú —dijo, completamente en serio—, pero estoy listo para irme a casa.

Vamos con Bolita de pelos, comprobemos si el lobo sigue vivo, y salgamos de aquí.

—Sí —dije sin levantarme—. Sólo... dame unos minutos.

—Bien —dijo Puck, y esperaba que se fuera. No lo hizo, en cambio se sentó en el

suelo a mi lado, cruzando sus largas piernas. Y miramos al lugar donde Ariella me

sonrió y desapareció en una ráfaga de brillante luz, mientras me ajustaba a un final que

no había pensado. Después de un momento, Puck puso una mano en mi hombro.

Esta vez, no la aparté.

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Capítulo 22 El Regreso

Traducido por: Rodonithe

Puck y yo no dijimos nada mientras caminábamos por los pasillos vacíos y

oscuros de los Campos de Prueba juntos, perdidos en nuestros propios pensamientos.

Lo miré por encima del hombro una vez y lo vi limpiarse los ojos con rapidez al doblar

una esquina. Los pasillos parecían vacíos ahora, las sombras más profundas ahora que

los cruzábamos con uno menos que cuando habíamos comenzado.

Ariella se había ido. No sabía cómo lo había hecho, acompañarnos y ayudarnos,

sabiendo todo el tiempo que ella no iba a volver. Esta era la segunda vez que

la había perdido, dos veces me había visto obligado a verla morir. Pero al menos ella

había elegido su camino esta vez. Había hecho su elección hace mucho tiempo, y si

Faery la trajo de vuelta, entonces seguramente no le dejaría desaparecer como si nunca

hubiera existido. Una vida tan brillante como la de ella debía quedarse en algún lugar;

Ariella Tularyn fue demasiado cariñosa y amorosa para desaparecer como si nunca

hubiera existido. Era un pequeño consuelo, pero me aferré a él con mi compostura

restante y confié en que, dondequiera que estuviese, sea cual sea el lugar en que se

encontraba, ella era feliz.

Afuera, la alta figura del Guardián esperaba en el puente, las estrellas y el

contorno oscuro, nebuloso de las zarzas distantes flotando detrás de él.

—Aquí es donde nos separamos —anunció que a medida que llegábamos a la

orilla—. Tu búsqueda ha terminado, Caballero, el viaje está completo. No me vas a ver, o al Fin

del Mundo, nunca más. Tampoco recordarás el camino que seguiste para llegar hasta aquí. Pero,

como tú eres el primero en ganar su alma y sobrevivir, ofrezco un último regalo para el viaje a

casa.

Extendió un brazo, dejando caer algo pequeño y brillante en la palma de mi

mano. Era una esfera de cristal oscuro, del tamaño de una naranja, el vidrio frágil y

cálido sobre mi piel.

—Cuando estés listo —dijo el Guardián—, rompe el globo, y serás transportado fuera

de Faery, de vuelta al mundo de los humanos. Desde allí, puedes hacer lo que quieras.

—¿Volver al mundo de los humanos? —Puck se asomó por encima de mi

hombro al vidrio—. Eso es un poco lejos del camino. ¿No puedes darnos algo que nos

lleve a Wyldwood o Arcadia?

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—No funciona de esa manera, Robin Goodfellow —dijo el Guardián, hablando con él

quizá por primera vez—. Ustedes pueden optar por volver al Wyldwood de la misma forma en

que llegaron, pero es un largo camino hasta el Río de los Sueños, y allí no tendrán el ferry para

protegerlos.

—Está bien —le dije a Puck, antes de que pudiera discutir—. Puedo llegar al

Reino de Hierro desde el mundo de los mortales. Si... tú puedes abrir un camino para

mí, ¿cierto?

Puck me miró, sus ojos brillaron con comprensión y asintió con la cabeza.

—Por supuesto, chico hielo. No hay problema.

—Pero —añadí, mirando al Guardián—, hay una cosa más que tenemos que

verificar antes de irnos. Dejamos atrás a un amigo en el templo cuando vinimos aquí.

¿Sigue ahí? ¿Podemos salvarlo?

El Guardián se enderezó.

—El Lobo —dijo—. Sí, él todavía está vivo, aunque su chispa se ha debilitado. Él

permanece atrapado debajo de la puerta, y tendrán que liberarlo antes de poder llevarlo al mundo

de los mortales con ustedes.

—¿No puedes abrir la puerta? —preguntó Puck, con el ceño fruncido.

—El pozo nunca se cerró —dijo el Guardián monótonamente—. Mientras su amigo

se quede en la puerta, manteniéndola abierta, la puerta estará todavía efectivamente abierta.

La puerta debe sellarse completamente antes de que pueda ser abierta una vez más.

—Les sugiero que se den prisa —dijo Grimalkin, apareciendo en una roca

flotante cerca de la orilla, mirándonos con desdén—. Si insisten en ayudar al perro,

háganlo rápidamente, para que podamos marcharnos. A mí, por ejemplo, me gustaría

volver a casa en algún momento de este siglo.

Casa, pensé con un deseo fuerte en el pecho. Sí, ya era hora de irse a casa. Había

pasado demasiado tiempo. ¿Seguiría Meghan esperando por mí? O, como ella había

sugerido en el sueño, ¿Siguió adelante encontrando la felicidad con otra persona?

¿Regresaría sólo para encontrarla en los brazos de otro? O, incluso peor aún, ¿Se habría

convertido en una terrible reina fey, como Mab, inmisericorde en su poder, gobernando

a través del miedo?

Tenía miedo, pude reconocerlo. No sabía lo que me esperaba al final de mi

búsqueda. Pero a pesar de lo que podría encontrar, aunque Meghan me hubiera

olvidado, yo volvería a ella, no importaba nada más.

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—Caballero —dijo el Guardián cuando empezamos a cruzar el puente. Puck miró

hacia atrás y yo le hice un gesto para que siguiera. Él hizo una mueca y se fue—. No

desestimes el regalo que te he dado —continuó el Guardián en voz baja, mientras Puck

seguía a Grimalkin por el puente—. El alma de un fey de Invierno reside dentro de ti. Ya no

eres parte de Faery, pero tampoco eres completamente mortal. Tú eres... único. —El Guardián

me dio la espalda, el más leve indicio de diversión por debajo de su voz impasible—.

Tendremos que ver a dónde te lleva.

Me incliné ante la figura con túnica y crucé el puente, sintiendo sus antiguos ojos

en mí todo el camino. Sin embargo, cuando llegué al otro lado y me volví, el Guardián

se había ido. La enorme masa de los Campos de Prueba estaba flotando a la distancia,

haciéndose rápidamente más pequeña y menos visible, hasta que desapareció en el Fin

del Mundo.

Siguiendo a Grimalkin por el pasillo de vuelta al templo, llegamos a la pesada

puerta de piedra del pozo. Por un momento, temí que fuera demasiado tarde. El Lobo

estaba en la puerta, inmóvil, con su enorme cabeza apoyada en sus patas. Espuma

sanguinolenta salpicaba su boca y nariz, su piel era gris y plana y sus costillas se

destacaban fuertemente en contra de su oscura piel. A través de la apertura, los

espíritus todavía lo arañaban, tratando de arrastrarlo de nuevo hacia el templo, donde

estaría perdido y atrapado por siempre. Pero incluso abatido y aparentemente sin vida,

seguía siendo tan inamovible como una montaña.

—Es una pena —comentó Grimalkin a medida que se acercaba—. No es el final

que me hubiera imaginado para el Lobo Feroz, aplastado por una puerta, pero supongo

que no es invencible, después de todo. —Los ojos del Lobo se abrieron, ardiendo en

verde. Al vernos, tosió débilmente y levantó la cabeza de sus patas, mirándome

fijamente. La sangre le goteaba de su nariz y boca.

—Así que, lo hiciste, después de todo —afirmó—. Supongo que debo felicitarte,

pero me parece que me importa muy poco en este momento. —Jadeaba, sus ojos

parpadearon entre Puck, Grim y yo, y levantó las orejas—. ¿Dónde está la chica?

Puck apartó la mirada, y tomé un respiro, pasando una mano por mi pelo.

—Se ha ido.

El lobo asintió con la cabeza, sorprendido.

—Entonces, si desean salir por este camino, estoy seguro de que pueden

deslizarse por debajo de la piedra. Estos espíritus son molestos, pero creo que no

debería suponer un problema.

—¿Y tú?

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259 JULIE KAGAWA FORO AD

El Lobo suspiró, la cabeza apoyada sobre sus patas de nuevo.

—No tengo fuerzas. —Cerrando los ojos, se desplazó dolorosamente por las

rocas—. Tampoco tienen la fuerza para mover la puerta. Déjenme.

Apreté los puños. La memoria del sacrificio de Ariella era todavía una sensación

de ardor dolorosa en el pecho.

—No —dije, Lo que hizo que el Lobo levantara un párpado—. Ya vi a un amigo

morir hoy. No voy a perder a otro. Puck... —Di un paso adelante y acomodé el hombro

en la parte inferior de la puerta—. Vamos. Ayúdame a mover esto.

Puck parecía dudoso, pero se adelantó y se acomodó contra la roca, haciendo

una mueca cuando lo intentó.

—Uf, ¿Estás seguro acerca de esto, chico hielo? Quiero decir, eres un ser humano

ahora... —Se calló al ver la expresión en mi cara—. Bien, entonces. ¿A la de tres? Hey,

hombre lobo, vas a ayudar también, ¿verdad?

—Ustedes no pueden liberarme —dijo el Lobo, mirando a cada uno de

nosotros—. No son lo suficientemente fuertes. Especialmente si el Príncipe es un simple

mortal.

—Qué triste —Grimalkin apareció por arriba, deteniéndose apenas por debajo

del hocico del Lobo, cerrando la distancia—. Que el gran perro deba confiar en un ser

humano

para salvarlo, porque él es demasiado débil para moverse. Me sentaré aquí a ver, para

recordar este día siempre.

El Lobo gruñó, el pelo se erizó a lo largo de su espalda. Plantó los pies y apoyó

los hombros contra la losa y se puso tenso, mostrando los colmillos.

—¡Adelante! —Empujamos. La piedra se resistió, terca e inamovible. A pesar de

los esfuerzos combinados de Puck y el exhausto Lobo, era demasiado pesada,

demasiado enorme, para que los tres pudiéramos moverla.

—Esto no está funcionando, Príncipe —dijo Puck con los dientes apretados, con

la cara roja por el esfuerzo. No le hice caso, clavando mi hombro en la losa de roca,

empujando con todas mis fuerzas. Raspó dolorosamente en mi piel, pero no se movió.

Por instinto, me abrí al glamour a mi alrededor, olvidando que era un ser humano.

Sentí un escalofrío en el aire, una ráfaga de frío y de repente, la losa se movió.

Sólo una fracción de una pulgada, pero todos lo sentimos. Los ojos de Puck se abrieron

como platos, y se presionó contra la roca, empujando con todas sus fuerzas, el Lobo

hizo lo mismo. Los espíritus gritaron y gimieron, arañando al Lobo, como si sintieran

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que se les escapaba de las manos. Cerré los ojos y me mantuve abierto al frío, a la

familiar fuerza fluyendo a través de mí y empujé el bloque de piedra tan fuerte como

pude.

Con un terco gemido final, la losa cedió, por fin, moviéndose tan sólo unos

pocos centímetros, pero fue suficiente. El Lobo dio un gruñido de triunfo y se deslizó

de debajo de ella, zafándose a sí mismo de las garras de los espíritus que todavía se

aferraban a él, dejándolos en la puerta. Puck y yo nos echamos hacia atrás, y la puerta

se cerró de golpe con un sepulcral estruendo, aplastando a algunos espíritus en la

niebla.

Jadeante, el Lobo se puso en pie, luego se dio una sacudida violenta, enviando a

volar todo el polvo que había en su piel. Echando un vistazo a mí, hizo un gesto de

mala gana.

—Para ser un mortal —gruñó él, en respiraciones grandes y rasposas—, eres

muy fuerte. Casi tan fuerte como... —Hizo una pausa, entrecerrando los ojos—. ¿Estás

seguro que recibiste lo que viniste a buscar, pequeño príncipe? Sería molesto si

llegamos hasta aquí para nada. —Antes de que pudiera contestar, olfateó el aire, su

nariz contrayéndose—. No, tu olor es diferente. Tú eres diferente. No hueles como lo

hacías antes, pero tampoco hueles del todo... humano. —Echando atrás las orejas,

volvió a gruñir y dio un paso atrás—. ¿Qué eres?

—No estoy muy seguro yo mismo.

—Bueno. —El Lobo se sacudió una vez más, parecía crecer un poco más firme

sobre sus pies—. Seas lo que seas, no me dejaste atrás, y no lo olvidaré. Si alguna vez

necesitas un cazador o alguien para aplastar la garganta de tu enemigo, sólo tienes que

llamar. Ahora... —Él estornudó y enseñó los colmillos, mirando alrededor—. ¿Dónde

está ese felino desgraciado?

Grimalkin, por supuesto, había desaparecido. El lobo resopló con disgusto y

comenzó a acechar de inmediato, pero con un estremecimiento y un fuerte chirrido, la

puerta de piedra empezó a subir.

Esperamos tensos, y llevé mi mano a la espada, pero los espíritus del otro lado

de la puerta habían desaparecido. Ya no estaba la habitación, en su lugar, un largo,

estrecho pasillo se extendía más allá del marco, vacío y oscuro, desvaneciéndose en el

negro. Las telarañas que cubrían las paredes y el polvo en el piso eran gruesos y

tranquilos, como si nadie hubiera recorrido este camino en siglos.

El Lobo parpadeó lentamente.

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—Magia y trucos de salón —suspiró, encrespando el labio—. Estaré encantado

de hacerme con él. Al menos en mi territorio, fui honesto cuando dije que trataría de

matarle. —Negó con la cabeza grande, peluda y se volvió hacia mí—. Aquí es donde

nuestros caminos se separan, Príncipe. No te olvides de mi parte en la historia. Tendría

que cazarte si te olvidaras, y tengo una memoria muy larga.

—Es un largo camino de regreso a Wyldwood —le dije, sacando la esfera de

cristal. Los remolinos de la magia dentro dejaban débiles sensaciones de hormigueo en

la

palma de mi mano mientras la sostenía—. Ven con nosotros. Vamos a volver al reino

de los mortales, y desde allí se puede encontrar fácilmente una entrada a Nuncajamás.

—El mundo de los mortales. —El lobo olfateó y retrocedió un paso—. No,

pequeño príncipe. El reino de los humanos no es para mí. Es demasiado lleno de gente

y confinado, yo necesito los vastos espacios del Wyld profundo o rápidamente me

asfixió. No, aquí es donde nos despedimos. Te deseo suerte, sin embargo. Fue toda una

aventura.

El lobo se dirigió hacia el oscuro y vacío pasillo, una enjuta sombra negra que

parecía desvanecerse en la oscuridad.

—¿Estás seguro, hombre lobo? —dijo Puck cuando el lobo se detuvo en el marco,

olfateando el aire por cualquier enemigo restante—. Como chico hielo dijo, es un largo

camino de vuelta hacia Wyldwood. ¿Seguro que no quieres un camino a casa más

rápido?

El Lobo volvió a mirarnos y rió entre dientes, mostrando una brillante sonrisa.

—Estoy en casa —dijo simplemente, y se limitó a pasar por la puerta,

fundiéndose entre las sombras.

Su aullido espeluznante se elevó en el aire, y el Lobo Feroz desapareció de

nuestras vidas y regresó a la leyenda.

Grimalkin apareció casi inmediatamente después de que el Lobo se fuera,

lamiéndose las patas, como si nada hubiera pasado.

—Entonces —reflexionó, mirándome con sus dorados ojos entrecerrados—.

¿Estamos volviendo al reino de los mortales o no?

Levanté la esfera, pero luego la bajé, mirando al cait sith, que me devolvió la

mirada con calma.

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—¿Lo sabías? —Le pregunté en voz baja, el gato parpadeo—. ¿Sabías la razón

por la que Ariella estaba aquí? ¿Por qué había vuelto? —Grimalkin empezó a acicalar

su cola, y mi voz se endureció—. Tú sabías que ella iba a morir.

—Ella ya estaba muerta, Príncipe. —Grimalkin hizo una pausa y me miró,

entrecerrando los ojos—. Ella murió el día que hicisite el juramento contra Goodfellow.

Faery la trajo de vuelta, pero ella siempre supo cómo iba a terminar.

—Tú pudiste habernos dicho —intervino Puck, su voz plana y sostenida de un

modo extraño.

Grimalkin estornudó y se sentó frente a mí, sus astutos ojos dorados mirándome.

—Si lo hubiera hecho, ¿La habrían dejado ir? —Ninguno de los dos respondió, y

el gato hizo asintió ante nuestro silencio—. Estamos perdiendo el tiempo —continuó,

moviendo la cola, y se puso de pie—. Vamos a volver al mundo de los mortales para

que podamos terminar con esto. Llora por su pérdida, pero agradece por el tiempo que

tuviste con ella. Ella lo hubiera querido de esa manera. —El olfateó y azotó su cola—.

Ahora, ¿Vas a utilizar esa esfera, o debo esperar por alas para volver a Wyldwood?

Suspiré y levanté el cristal, observando el remolino de magia en su interior.

Tomándolo con ambas manos, vi más allá del Fin del Mundo, hacia el vacío brillante,

que

nunca dejó de sorprenderme. Con una respiración profunda, uní las manos y trituré el

vidrio entre ellas, la magia se liberó en el aire. Se expandió en un estallido de luz,

envolviéndonos, y por un momento todo fue completamente blanco.

La luz se desvaneció, y los sonidos del mundo de los humanos empezaron: los

motores de los automóviles y el tráfico de la calle, bocinazos y el arrastrar de los pies

sobre el pavimento. Parpadeé y miré alrededor, tratando de orientarme. Estábamos en

un estrecho callejón entre dos grandes edificios, contenedores de basura rebosantes y

montones de basura cubriendo las paredes. Un bulto irregular en una caja de cartón se

agitó, murmuró soñoliento, y nos dio la espalda, asustando a una rata de gran tamaño

que

se fue corriendo por encima del muro.

—Oh, por supuesto. —Puck arrugó la nariz, retrocediendo de un montón de

harapos cubiertos de gusanos—. Con todos los prados y bosques y grandes

franjas de desierto, que sé que todavía existen en el mundo de los humanos, ¿a dónde

llegamos? A un sucio callejón infestado de ratas. Esto es simplemente genial.

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Grimalkin saltó encima de un contenedor de basura, luciendo

sorprendentemente natural en el entorno urbano, como un gran gato callejero

merodeando por las calles.

—Hay un camino no lejos de aquí —afirmó con calma, buscando su camino a

través del borde—. Si nos damos prisa, llegaremos antes del anochecer. Síganme.

—Espera, ¿Ya sabes dónde estás? —exigió Puck dirigiéndose hacia la entrada

del callejón, pasando por encima de la basura y los montones de escombros—. ¿Cómo

haces eso, gato?

—La mayoría de las ciudades son en gran medida lo mismo, Goodfellow.

Grimalkin alcanzó el borde de la acera y miró hacia atrás, moviendo la cola—. Los

caminos están en todas partes, si sabes dónde buscar. Además, soy un gato. —Y se alejó

trotando por la calle.

—Un momento, chico hielo —dijo Puck, cuando empecé a seguirlo—. Te estás

olvidando de algo. —Se refería a mi espada, colgada a mi lado—. Los seres humanos

normales no caminan por las calles de la ciudad con armas grandes y puntiagudas. O si

lo hacen, tienden a atraer atención no deseada. Mejor me la das, por ahora. Por lo

menos hasta que lleguemos a Wyldwood. —Dudé, y Puck puso los ojos en blanco—. Te

juro que no voy a perderla o dejarla en alguna cuneta, o dársela a un indigente. Vamos,

Ash. Es parte de ser humano. Tienes que mezclarte. —Le entregué el cinturón y la

vaina muy a regañadientes y Puck se los colocó alrededor de un hombro—. No fue tan

malo, ¿verdad?

—Si la pierdes...

—Sí, sí, me vas a matar. Noticias antiguas, chico hielo. —Puck negó con la

cabeza y me hizo señas hacia adelante—. Después de ti.

Salimos del callejón a una acera llena de gente, corriendo y sin fijarse en nada.

En lo alto, enormes torres de vidrio y acero se alzaban contra el cielo, brillando con el

sol de la tarde. Coches tocando la bocina y deslizándose a través de la corriente de

tráfico como peces gigantes de metal, y el olor del asfalto, el humo y los gases de escape

colgando espesamente en el aire.

Los cambios eran sutiles, pero todavía podía ver la diferencia. El mundo no era

tan intenso como lo había sido. Los bordes eran aburridos, los colores no eran tan

brillantes. Los sonidos eran apagados, el murmullo de voces a mi alrededor se había

fusionado en una algarabía de ruido humano, y ya no podía elegir entre las

conversaciones para escuchar sólo una de estas.

Di un paso hacia adelante, y alguien corrió hacia mí, haciéndome tropezar.

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—Mira por dónde vas, imbécil —me espetó el hombre, disparándome con sus

ojos, sin perder el paso. Parpadeé y me uní al flujo de tráfico en la calle, siguiendo a

Grimalkin mientras él como un experto abría camino a través de la multitud de pies y

piernas balanceándose. Nadie parecía darse cuenta de él, o Puck, caminando a mi lado,

encantado e invisible. Incluso en una acera llena de gente, las personas se desviaban su

alrededor o salían de su camino, a menudo en el último segundo, sin siquiera saber que

había un fey entre ellos. En cambio, yo recibí varias miradas de curiosidad, apreciación,

o desafío, mientras lograba mi paso entre la multitud, con empujones y golpes hacia mí.

Era una buena cosa que Puck todavía tuviera mi espada, de lo contrario me habría visto

tentado a sacarla para ponerlos a todos ellos fuera de mi camino.

A medida que me desviaba del camino de otro humano, me rozó una valla de

hierro forjado que rodeaba la base de un árbol pequeño en el borde de la acera e

instintivamente retrocedí, alejándome del metal. Sin embargo, la debilidad y el dolor

por estar tan cerca de hierro no llegó, aunque sí me gané algunas miradas extrañas de

diversos transeúntes. Con cautela, me estiré y toqué la cerca, listo para tirar de mi

mano, mientras siglos de supervivencia fey me gritaban que me detuviera. Sin embargo,

el hierro, que alguna vez me hizo sentir violentamente enfermo, semejante a tocar

brasas ardiendo, era ahora frío e inofensivo bajo mis dedos. Miré la calle, la larga fila de

árboles igualmente encerrados en hierro, y sonreí.

—¿Vas a dejar de hacer eso? —susurró Puck, un momento después,

estremeciéndose mientras arrastraba mis dedos por cada valla que pasábamos—. Me

estás volviendo loco. Me da escalofríos cada vez que pasamos una de esas cosas. —Me

eché a reír, pero me alejé de las vallas y del hierro, de vuelta al centro del camino

donde el tráfico era más grueso. Ahora que sabía que ellos simplemente no se

desviarían a mi alrededor, era más fácil esquivar y pasar a través de las masas

interminables.

—¿Significa esto que puedo poner una cerca alrededor de mi patio y me dejarás

en paz? —le pregunté, sonriendo de nuevo a Puck. Él soltó un bufido.

—No te pongas altanero, chico hielo. He estado jugando con los humanos desde

mucho antes de que tú alguna vez pensaras en llegar a serlo.

Las multitudes disminuyeron a medida que se hacía más tarde, y Grimalkin nos

llevó mucho más allá del centro de la ciudad. Los faroles parpadearon a la vida, y los

edificios que bordeaban las calles se hicieron más deteriorados y lamentables. Las

ventanas rotas y pintadas eran muy comunes, y podía sentir los ojos en mí desde las

sombras y corredores oscuros.

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—Esa es una fantástica chaqueta, muchacho. —Me detuve ante cuatro humanos

que salieron entre las sombras de un callejón, vestidos con capuchas y pañuelos,

deslizándose para bloquear mi camino. El más grande, un matón de medio aspecto, con

la cabeza rapada y cubierta de tatuajes, dio un paso adelante, mirándome de reojo. Le

di a él y a sus compañeros un rápido repaso, en busca de cuernos, garras o dientes

afilados y puntiagudos. Nada. No mestizos, entonces. No exiliados de Nuncajamás,

basura que vivía en el mundo de los mortales. Estos eran humanos hasta la médula.

—Aquí mi amigo estaba pensando que necesitaba un poco de lujo como ese. —

El líder sonrió, mostrando un diente de oro—. Así que, ¿Por qué no se la entregas,

muchacho? Eso, y deja también la billetera en el suelo. No queremos tener que golpear

tu cabeza bonita, ¿verdad?

A mi lado, Puck suspiró, sacudiendo la cabeza.

—No eres muy brillante, ¿verdad? —preguntó, mirando al líder, que no le

prestó atención. Alejándose, se deslizó por detrás de ellos, sonriendo y haciendo crujir

los nudillos—. Creo que tenemos tiempo para una última masacre. Por los viejos

tiempos.

—¿Hey, eres sordo, mocoso? —El líder me empujó y di un paso atrás—. ¿O estás

tan asustado que te hiciste en los pantalones? —Los otros rieron y avanzaron

rodeándome como perros hambrientos. Yo no me moví. Hubo un destello de metal, y

el líder blandió un cuchillo, sosteniéndolo al frente de mi cara—. Voy a decirlo una

última vez. Dame el abrigo, o voy a empezar a alimentarte con tus propios dedos.

Lo miré a los ojos.

—No tenemos que hacer esto —le dije suavemente. Detrás de ellos, Puck sonrió

maliciosamente, tensando sus músculos—. Ustedes aún se pueden ir por su camino. En

ocho segundos, no van a ser capaces de hacerlo.

Él levantó una ceja y pasó la lengua por sus dientes.

—Bien. —Asintió con la cabeza—. Vamos a hacer esto de la manera difícil. —Y

atacó mi cara.

Me eché hacia atrás, sintiendo el zumbido de la hoja por mi mejilla, y luego

avancé y di un puñetazo a la nariz del líder, sintiendo que se rompía bajo mis dedos. Él

se tambaleó hacia atrás con un grito, y me volví hacia el segundo matón, que estaba

arremetiendo contra mí por el lado. El tiempo parecía desacelerarse. En mi visión

periférica, vi a Puck surgir detrás de los dos matones que quedaban y golpear sus

cabezas, dejando caer su glamour por un breve momento y volver. Su risa burlona

resonó a través de los gritos y las maldiciones de sus oponentes. Esquivé el cuchillo de

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mi

segundo enemigo y le di una patada en la rodilla, la escuché romperse mientras él se

estrellaba contra el suelo.

El líder estaba todavía inclinado, tapándose la nariz. De pronto giró, dejando

caer el cuchillo, para llegar a algo en la parte baja de su espalda. Me lanzó hacia

adelante mientras sacaba el arma, una estúpida pistola negra, capturé la parte interior

de su muñeca justo cuando el rugido de un disparo demasiado cercano me dejó sordo.

Una torsión, un crujido, el matón gritó y el arma cayó al suelo. Golpeándolo contra una

pared, puse mi brazo en el cuello y empujé con fuerza, vi como sus ojos se abrían y su

boca luchaba por aire. Mi adrenalina subía, el sonido de los disparos en mis oídos y el

repentino cara a cara con la muerte hicieron que mi alma clamara por sangre. Este

hombre había tratado de matarme. Él no merecía menos para sí mismo. Me incliné más

duro contra su garganta, con la intención de aplastar su tráquea, vi como su cara se

volvió azul y sus ojos empezaron a rodar en su cabeza... Y entonces, me detuve.

Ya no era un fey. Ya no era Ash, Príncipe de la Corte Unseelie, cruel y

despiadado. Si mataba a este humano, sólo estaría agregando su muerte a mi larga lista

de pecados, sólo que esta vez, tenía un alma que podía ser contaminada por la muerte

innecesaria y el derramamiento de sangre.

Liberé la presión en el cuello del matón, di un paso atrás y lo dejé caer, jadeando,

contra el cemento. Una rápida mirada en dirección de Puck mostró al pelirrojo fey

rodeado por dos seres humanos gimiendo, acunando su cabeza, mientras Puck los

miraba con aire de suficiencia. Satisfecho, me volví hacia el líder.

—¡Fuera de aquí! —dije en voz baja—. Vete a tu casa. Si te vuelvo a ver, no

dudaré en matarte.

Acunando su muñeca rota, el matón huyó, sus tres compañeros cojeando detrás

de él. Los miré hasta que desaparecieron en una esquina, luego me volví hacia Puck.

Él sonrió, frotándose una mano sobre los nudillos.

—Bueno, eso fue muy divertido. Nada como una buena pelea a puño limpio

para hacer bombear la sangre. Aunque tengo que admitir, pensé que ibas a matar al

hombre después de que te disparó. ¿Te sientes bien, chico hielo?

—Estoy bien. —Me miré las manos, sintiendo todavía el bombeo de la sangre

humana bajo mis dedos, a sabiendas de que podría haber terminado esta vida, y

sonreí—. Mejor que nunca.

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267 JULIE KAGAWA FORO AD

—Entonces, si los dos han terminado de iniciar peleas al azar en medio de la

calle. —Grimalkin apareció en el capó de un coche, mirándonos con reproche—. Tal

vez podamos seguir adelante.

Él nos llevó por otro callejón largo, hasta que llegamos a una desteñida puerta

roja de ladrillos. Junto a la puerta, en una mugrienta ventana un letrero con un aviso

que decía “Tienda de empeños Rudy. Armas de fuego. Oro. Otros.” Una campana de

bronce sonó cuando entramos, dejando al descubierto una pequeña tienda repleta del

techo al suelo con basura. Radios sobre estantes polvorientos próximos a los anaqueles

de las televisiones, radios de coche y los altavoces. Una pared entera estaba dedicada a

las armas, protegida por altos contenedores y una cámara de seguridad parpadeando.

Los estantes de los juegos de video estaban exhibidos en forma destacada, y una caja de

cristal en la parte delantera brillaba con una fortuna de oro: collares, anillos y hebillas

de cinturón.

Solitaria, una figura regordeta estaba apoyada en la caja de cristal, jugando al

solitario y con cara de aburrimiento, pero levantó la vista cuando nos acercamos.

Pálidos cuernos de carnero se curvaban hacia atrás desde los lados de su cabeza y sus

brazos, recogían las tarjetas, era excepcionalmente peludo. Para un ser humano, de

todos modos, pero no para ser un sátiro. O un mitad-sátiro, me di cuenta mientras nos

acercábamos. Llevaba una camiseta manchada y pantalones cortos de color canela, y

sus piernas flacas, aunque peludas, eran decididamente humanas.

—Ya estoy con ustedes —gruñó cuando nos acercamos a la barra—. Sólo denme

un segundo para… —Se detuvo mirándonos de verdad. Puck le sonrió, y él palideció,

exhalando un improperio—. Oh. Oh, lo siento su ... ah ... ¿Sus altezas? No me di

cuenta... No hay muchos sangre-pura por aquí. Quiero decir... —Tragó saliva,

palideciendo aún más cuando Puck siguió sonriéndole, obviamente, se divertía—.

¿Qué puedo hacer por usted hoy, señor?

—Hola, Rudy. —Grimalkin saltó sobre el mostrador, y el medio-sátiro gritó,

dando tumbos hacia atrás—. Veo que aún sigues lidiando con este peligro de incendio

que

llamas tienda.

—¡Oh, maravilloso! —Rudy dio al gato una mirada amarga, agarrando un trapo

de la parte baja y limpiando el mostrador—. Mira quién está aquí. Regresaste a

atormentarme de nuevo ¿verdad?, ¿Sabías que la información que me vendiste casi me

mata?

—Tú querías la ubicación de las ruinas de los gigantes. Yo te la di. Mi parte del

trato fue cumplida.

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268 JULIE KAGAWA FORO AD

—¡Pensé que estaban desiertas! No me dijiste que todavía estaban ocupadas.

—No preguntaste si lo estaban.

Mientras hablaban, me tomé un momento para mirar alrededor de la tienda,

fascinado por todos los elementos mortales colgados en los estantes y los anaqueles.

Sabía lo que eran, por supuesto, pero ésta era la primera vez que realmente podía

tocarlos sin temer la quemadura del metal. Vagando detrás del mostrador de las armas,

miraba a todos los diferentes revólveres y pistolas que cubrían las paredes. Tipos tan

diferentes. Había tantas cosas que no sabía del mundo mortal. Yo tendría que poner

remedio a eso pronto.

Grimalkin olfateó, su voz a la deriva detrás de la barra.

—Si uno va a ir penosamente a cazar antiguas ruinas de gigantes en busca de

tesoros, debe primero asegurarse que están abandonadas. En cualquier caso, no

importa. Creo que todavía tenemos asuntos pendientes.

—Bien. —Rudy agitó la mano con desdén—. Está bien, vamos a acabar con esto

de una vez. Supongo que quieres algo de atrás. ¿No es así? ¡Hey! —gritó de repente,

cuando agarré una pistola del estante de armas de fuego, igual a la que había sido

usada contra mí momentos antes—. ¡Cuidado con eso! Caray ¿Desde cuándo pueden

los feys manejar armas de fuego, de todos modos?

—Chico hielo. —Puck me hizo una mueca, mirándome nervioso—. Vamos. No

asustes al amable vendedor de armas. Ya casi estamos en casa.

Devolví la pistola y caminé de regreso a la parte delantera, donde Rudy me miró

con recelo.

—Uh, bien. Asumo que necesitas algo de la "sala especial" ¿correcto? Tengo

patas de mono, veneno de hidra y un par de huevos de basilisco llegaron ayer.

—Ahórranos tus relaciones con el mercado de los duendes —interrumpió

Grimalkin—. Tenemos que utilizar el trod al Wyldwood.

—¿Trod? —Rudy tragó, mirando a cada uno de nosotros—. Yo, eh, no sé de

ningún trod.

—Mentiroso —declaró Grimalkin, entrecerrando los ojos—. No trates de

engañarnos, mestizo. ¿Con quién crees que estás hablando?

—Es sólo que... —Rudy bajó la voz—. No debería tener acceso directo a

Nuncajamás —admitió—. Ya sabes cómo son las Cortes. Si descubren que un mestizo

apestoso posee un camino, me convertirían en una cabra y me arrojarían como

alimento a los redcaps.

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—Me lo debes —dijo sin rodeos Grimalkin—. Estoy cobrando la deuda ahora. O

nos das acceso al camino, o soltaré a Robin Goodfellow en tu tienda a ver cómo

proteges gran parte de ella.

—¿Goodfellow? —La cara de Rudy adoptó el color de la goma vieja. Echó un

vistazo a Puck, quien sonrió y saludó alegremente—. S… seguro —susurró, moviendo

lejos de la barra como en trance—. Síganme.

Abrió una puerta y nos condujo a un espacio aún más pequeño y más atestado.

Allí, las mercancías que cubrían las paredes y se apilaban en las esquinas eran aún más

extrañas que las del exterior, pero más familiares para mí. Colmillos de basilisco y

aguijones wyvern. Brillantes pociones y hongos de todos los colores. Un enorme

bloque de carne seca descansaba bajo un tocado de plumas de grifo. Rudy maniobró a

través del desorden, tirando las cosas fuera de su camino, hasta que llegó a la pared

trasera y tiró de una cortina. Una sencilla puerta de madera se ubicaba en el otro lado.

—Ábrelo —ordenó Grimalkin.

Suspirando, Rudy abrió la puerta y la empujó hacia afuera. Una brisa fría, con

olor a tierra y hojas trituradas, revoloteó en la pequeña habitación de madera, y la

extensión gris y turbia de Wyldwood apareció a la vista a través del marco.

Puck dejó escapar el aliento.

—Ahí está —suspiró, sonando melancólico—. Nunca pensé que estaría tan feliz

de verla de nuevo.

Grimalkin ya estaba atravesando la puerta, la cola en directamente hacia arriba,

se desvaneció en la niebla.

—Oye —llamó Rudy, con el ceño fruncido por la puerta—. No más favores ¿Está

bien, gato? Estamos en paz ahora, ¿verdad? —Suspiró y nos miró mientras

comenzábamos a irnos—. Yo… eh… agradecería si esto no sale, de sus majestades.

Viendo que los ayudé... eh... —Se calló cuando Puck le dirigió una mirada evaluativa a

la puerta—. Es decir, si a ustedes les parece.

—No lo sé. —Puck frunció el ceño y cruzó los brazos—. ¿No has oído a Oberon

algo acerca de una casa de empeños chico hielo? ¿Y redcaps? ¿O era otra cosa?

Rudy parecía débil, hasta que Puck le dio una palmada en el hombro con una

sonrisa, lo que casi hace que salte tres metros en el aire.

—Eres un buen tipo. —Sonrió, caminando hacia atrás a través del marco—.

Podría volver a visitarte algún día. Date prisa, príncipe.

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—¿Príncipe? —El medio-sátiro parpadeó mientras daba un paso adelante—.

¿Robin Goodfellow y un príncipe, estuvieron en mi tienda? —Él me miró fijamente, y

luego sus cejas se dispararon como cuando algo hace clic en su lugar—. Entonces...

usted debe ser... ¿Eres el príncipe Ash?

La brisa de Wyldwood era fresca contra mi cara. Me detuve en la puerta y lo

miró por encima del hombro, sacudiendo levemente mi cabeza.

—No —le dije, y entramos por la puerta—. No lo soy.

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Capítulo 23 El Caballero de Hierro

Traducido por: Rodonithe

El Wyldwood era exactamente como lo recordaba, de color gris, oscuro,

brumoso, con enormes árboles bloqueando el cielo y, sin embargo, era muy diferente.

Solía ser parte de este mundo, parte de la magia y la energía que fluía a través de todas

las criaturas que viven en Nuncajamás. Ya no. Estaba fuera, separado. Un intruso.

Pero ahora que estaba de vuelta en Nuncajamás, pude sentir el glamour

arremolinándose en mi interior, familiar y extraño al mismo tiempo. El glamour de

Invierno, pero diferente. Como si... como si no fuera más mi magia, pero todavía podía

llegar a ella, todavía utilizarla. Tal vez fue parte de esta alma que me había ganado, la

parte a la que Ariella había renunciado, libremente y sin reservas. Y, si eso era cierto,

entonces de alguna manera, todavía estaba conmigo.

Me pareció que el pensamiento era muy reconfortante

—De este modo —Grimalkin apareció de entre la niebla, saltando sobre un

tronco caído, su cola de plumas, agitándose detrás de él—. Aquí estamos en el final.

¿Confío en que ustedes dos pueden hallar el resto del camino sin mí?

—¿Huyendo de nuevo, gato? —Puck se cruzó de brazos, pero su sonrisa era

cariñosa—. Ya me estaba acostumbrando a tenerte cerca.

—No puedo mirar hacia atrás en cada paso del camino, Goodfellow —respondió

Grimalkin en un tono aburrido—. Fue una buena aventura, pero ahora ya está hecha. Y,

por difícil que sea de creer, tengo mis propios problemas que atender.

—Sí, la siesta debe ser terriblemente urgente. ¿Cómo sobrevivir?

Grimalkin no le hizo caso esta vez, dirigiéndose a mí.

—Adiós, Caballero —dijo formalmente, sorprendiéndome con el término que

nunca había usado antes—. Les deseo suerte en su viaje, pues me temo que no será fácil.

Pero has pasado por mucho, más que cualquier persona razonable podría haber

esperado por vivir. Sospecho que vas a estar bien al final.

Me incliné ante el gato, que parpadeó, pero parecía contento con el gesto.

—No podría haberlo hecho sin ti, Grim —dije en voz baja, y él olfateó.

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272 JULIE KAGAWA FORO AD

—Por supuesto que no —respondió, como si fuera obvio—. Dale a la Reina de

Hierro mis saludos, pero dile que no me llame demasiado pronto. Me parece que tirar

tanto de las situaciones difíciles es cada vez más pesado.

Algo crujió en los arbustos a unos pocos metros, llamó mi atención sobre una

fracción de segundo. Cuando miré hacia atrás buscándolo, Grimalkin se había ido.

Puck suspiró.

—Ese gato sabe cómo hacer una salida —murmuró, sacudiendo la cabeza—.

Bueno, vamos, chico hielo. Vamos al Reino de Hierro. No te estás volviendo más joven.

El viaje nos llevó dos días, debido principalmente al enfrentamiento con el

duende que nos encontramos en el Gnashwood. Porque, nada era fácil en el Wyldwood,

las tribus de duendes estaban en guerra otra vez y eran aún más intolerantes con los

intrusos cruzando su territorio. Puck y yo tuvimos que escapar de varias furiosas

batallas, y eventualmente luchamos a través de las líneas para llegar a las afueras de las

tierras de los duendes. Durante un tiempo, fue como en los viejos tiempos, nosotros

dos, luchando codo con codo contra las probabilidades muchos mayores. Mi cuerpo se

sentía como mío otra vez, mi espada fluida y natural en mis manos. Una flecha de

duende envenenada me pegó una vez en el muslo, y pasé una noche de dolor tratando

de superar los efectos, pero a la mañana siguiente estaba recuperado y fui capaz de

continuar.

Pero a pesar de la emoción de la batalla y la emoción de simplemente estar vivo,

estaba ansioso por llegar al Reino de Hierro. Podía sentir cada segundo marcando la

distancia, como granos cayendo a través del reloj de arena, cada día que me acercaba a

mi inevitable fin. Si se trataba de un periodo de la vida ordinaria mortal, o si aún era lo

suficientemente fey para frenar el avance del tiempo, quería pasar los días que me

quedaban con Meghan. Con mi familia.

La última noche antes de llegar a la frontera del Reino de Hierro, Puck y yo

acampamos en el borde de un pequeño lago pequeño, finalmente escapando del

Gnashwood y del territorio de duendes enojados, sedientos de sangre. Estábamos tan

cerca, podía sentirlo, y era difícil para mí relajarme, tanto que a Puck le divertía.

Finalmente me dormí, recostado contra un árbol, mirando hacia el agua.

En algún momento durante la noche, soñé. Ariella se paró en la orilla del agua

sonriéndome, su cabello plateado brillando a la luz de las estrellas. Ella no hablaba, y

yo no decía nada, no tenía voz en ese sueño, pero creo que ella quería que supiera que

era feliz. Que su misión fue cumplida, y que por fin podía dejarla ir. Podría poner su

memoria a descansar por fin.

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Me desperté con los ojos llorosos y un dolor en el pecho, pero por primera vez

desde ese fatídico día, me sentí más ligero. Nunca la olvidaré, pero ya no me sentía

culpable de haberla cambiado, podía ser feliz con otra persona. Finalmente supe que

eso era lo que ella quería.

Por fin, cuarenta y ocho horas humanas después de que habíamos entrado en el

Wyldwood, Puck y yo llegamos al borde del Reino de Hierro, nos quedamos mirando

los árboles de metal extendiéndose a ambos lados hasta donde alcanzaba la vista.

Parecía que Nuncajamás había hecho todo lo posible para separar el Reino de hierro,

con un gran abismo que se desarrollaba entre Wyldwood y el territorio de la Reina de

Hierro, la tierra desaparecía a la distancia. Un puente de madera había sido construido

para abarcar todo el abismo, pero Wyldwood fue poco a poco tratando de destruirlo a

su vez, las viñas y las malas hierbas se enredaron sobre las tablas, como si trataran de

arrastrarlo hacia abajo.

Puck y yo nos detuvimos en el borde del puente.

—Bueno, aquí estamos —suspiró el bufón de Verano, sobando la parte de atrás

de su cabeza mientras miraba los bosques—. Hogar, dulce hogar para ti, chico hielo,

por extraño que sea pensar en eso. ¿Seguro que puedes llegar a Mag Tuiredh por tu

cuenta? Realmente no sé donde se encuentra desde aquí.

—No importa —le dije, mirando hacia el bosque de acero resplandeciente. No

hace mucho tiempo, la visión había hecho retorcerse a mi estómago. Ahora batía de la

emoción—. Lo voy a encontrar.

—Sí, no tengo duda que lo harás. —suspiró Puck, cruzando sus brazos —. De

todos modos, es probable que no me veas por un tiempo, chico hielo. La idea de volver

a Verano ya no es tan atractiva como lo era antes. Tal vez sea hora de un viaje por

carretera. —Él abrió los brazos dramáticamente—. El viento en mi cara, caminos al aire

libre extendiéndose ante mí, la emoción y la aventura al voltear la siguiente curva.

—Huh. —lo miré astutamente—. Oberon no te dio permiso para ir a través del

Wyld profundo conmigo, ¿verdad?

—No mucho. —Puck hizo una mueca—. De todos modos, creo que es tiempo de

unas vacaciones, y dejar al Señor Orejas Puntiagudas enfriarse un poco. Dale un abrazo

a Meghan por mí, ¿vale? Tal vez vaya a verlos a ambos en unas pocas décadas.

—¿A dónde vas?

Robin Goodfellow se encogió de hombros, sin saber y sin preocuparse.

—¿Quién sabe? Tal vez trate de encontrar el Fin del Mundo otra vez. Tal vez

viaje al Reino Mortal por un tiempo. Realmente no importa a dónde vaya o dónde

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termine. Hay un mundo enorme ahí fuera, y tenemos mucho tiempo para volver a

encontrarnos. —Me miró y sus ojos brillaron—. Me alegro de haber tenido esta última

pequeña aventura, chico hielo, pero es hora de que me vaya por cuenta propia. Trata de

no divertirte demasiado sin mí, ¿vale?

—Puck —le dije, deteniéndolo cuando empezó a irse. Volviendo hacia atrás,

levantó una ceja, con una cuidadosa sonrisa cruzando su cara.

Tomé una respiración profunda, me adelanté y le tendí una mano.

Puck parpadeó, entonces muy en serio extendió la mano y agarró la mía,

apretándola fuerte, mientras yo hacía lo mismo.

—Buena suerte —dije en voz baja, reuniéndome con sus ojos. Él sonrió, no una

de sus sonrisas lascivas, burlonas, una real.

—Tú también, Ash.

—Si pasas por Tir Na Nog, dile hola a Mab por mí.

Puck se echó a reír, sacudiendo la cabeza mientras retrocedía.

—Sí. Voy a estar seguro de hacerlo. —En el otro lado del puente, levantó una

mano en un saludo mientras glamour brillaba a través del aire—. Ya nos veremos,

chico hielo.

Una oleada de magia, y la forma de Puck retorcida se redujo en un cuervo

enorme, negro, batiendo en el aire con alas poderosas. Con un graznido estridente, se

levantó por encima de mí, perdiéndose en una espiral de glamour y plumas, a la

distancia sobre los árboles, hasta que se convirtió en un pequeño punto negro en el

horizonte y desapareció.

Le sonreí, dándole la espalda al Wyldwood y crucé el puente, entrando en el

Reino de Hierro solo.

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Epílogo La Reina de Hielo

Traducido por: shuk hing

Mi nombre es Meghan Chase, monarca de Mag Tuiredh, soberana de los

territorios de Hierro, y la Reina del Reino de Hierro, y quien dijo que los reyes y reinas

lo tenían fácil, ciertamente no sabían de lo que estaban hablando.

El salón del trono del Palacio de Hierro estaba lleno por todas partes de nuevo, y

el murmullo de voces a lo largo de las paredes era un zumbido constante en mi mente.

Hoy iba a ser otro día. Como la única gobernante del Reino de Hierro, todos dependían

de mí para resolver conflictos, manejar los recursos, escuchar las quejas y de alguna

manera mantener mi propia tierra y gente a salvo de las Cortes fey que los quieren

muertos, al mismo tiempo trato de reconstruir y establecer mi propio reino. No me

quejaba, pero parecía mucho pedir para una persona de diecisiete años, quien

recientemente había heredado un reino entero de feys de Hierro. Y, ciertamente,

algunos días son más intensos que otros.

Me removí en mi trono, un monstruo grande de madera y hierro, pero aún

seguía incómoda con aquellos cojines. Al principio, en tono de broma sugerí utilizar el

sillón reclinable La-Z-Boy para estas audiencias largas, pero esto fue absolutamente

rechazado tanto por Glitch, como por mi jefe de asesores, un packrat llamado Fix. La

Reina de Hierro tiene que parecer fuerte e imponente, dijeron, incluso mientras se

sienta. Al menos en público, la Reina de Hierro tiene que parecer invulnerable.

Supongo que, para ellos, invulnerable significa rígido e incómodo. Al menos, eso era

mi nuevo pensamiento.

Este es el Reino de Hierro, pensé durante un breve descanso en las audiencias.

Esto no tiene por qué ser tan anticuado. Apuesto a que puedo obtener diodos9 para

configurarlos de manera que algunas de estas peticiones llegasen por correo electrónico

o algo así.

Otro demandante se acercó, una ninfa de alambre cuyo territorio descansaba

muy cerca de Tir Na Nog y la Corte de Invierno. Escuché pacientemente como ella

relató el último suceso: un grupo de Caballeros de Invierno aterrorizando a las tribus

que están asentados cerca de la frontera. Tendría que hablar con Mab sobre ello,

9 Diodo: Componente electrónico de dos terminales que permite la circulación de la corriente eléctrica a

través de él en un sentido.

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asegurarme de que su Corte cumpliese con el tratado. Iba a ser muy divertido. La Reina

del Invierno ya me odiaba por ser la hija de Oberon, y ahora que era una reina, bien, la

mirada de sus ojos cada vez que me mira, es francamente aterradora. Sin embargo, yo

era una reina. Yo dirigía una Corte, y por la ley de Faery, la Reina de Invierno tendría

que escucharme, le gustara o no.

—Alkalia —le dije, y asegurándome de recordar el nombre de la ninfa—. Tenías

razón para llevar esto a mi atención. Voy a hablar con la reina Mab al respecto tan

pronto como sea posible.

—Estamos muy agradecidos, su majestad —dijo la ninfa de alambre, haciendo

una reverencia cuando fue conducida lejos.

Asentí con la cabeza a Fix, y agregó la tarea a mi agenda, añadiéndola a la larga

lista de cosas que tengo por hacer.

—Vamos a tomar un descanso —le dije, y me puse de pie, sintiendo mi espalda

crujir mientras me estiraba. Fix chilló una pregunta, la chatarra en si espalda

balanceándose cuando se volvió hacia mí.

—Hemos estado aquí casi cuatro horas —le contesté—. Tengo hambre, me duele

la cabeza y mi trasero se ha entumecido después de estar sentada en ese instrumento

de tortura. Lo retomaremos en una hora, ¿te parece?

Fix masculló un acuerdo, pero en ese momento, las puertas de la sala del trono

se abrieron con un gemido, y Glitch entró. Decenas de feys de Hierro se unieron al lado

del Primer Teniente, marchando por el pasillo hasta el pie del trono, su cara afilada

intensa. Detrás de él, una figura con túnica seguía sus pasos, su capa de viaje rota y

polvorienta, una oscura capucha ocultaba su rostro.

—Majestad —Glitch se inclinó a los pies de la tarima, y aunque su voz era

solemne, pude sentir a mi Primer Teniente tratando de no sonreír—. Este viajero ha

venido a solicitar una audiencia con usted. Sé que está muy ocupada en este momento,

pero como él ha llegado desde muy lejos, tal vez quiera escuchar lo que tiene que decir.

—Glitch se inclinó de nuevo y se alejó, uniéndose a la multitud. Le lancé una mirada,

pero él estaba mirando al frente, sin revelar nada. El Primer Teniente normalmente no

se tomaría tantas molestias para presentar a los demandantes en la sala del trono, con

tantas tareas que lo mantienen ocupado, como el manejo del ejército. Si hizo una

excepción para este viajero, debe haber pensado que era muy importante. Fruncí el

ceño y miré al desconocido en medio del salón, esperando a que dé mi consentimiento.

—Acércate—le dije. Se acercó al pie del trono y se arrodilló ante mí, inclinando

la cabeza encapuchada.

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—¿De dónde vienes, viajero?

—Vengo desde el Fin del Mundo —dijo una voz tranquila que hizo que mi

corazón deje de latir—. Desde el Río de los Sueños, a través del Pozo, las Zarzas y el

Wyld profundo, con el fin de estar aquí. Sólo tengo una petición, retomar mi lugar a tu

lado. Para continuar con mi deber como Caballero, y para protegerte a ti y a tu Reino

mientras siga respirando. —Alzó la cabeza y empujó hacia atrás la capucha, y un grito

de asombro recorrió la sala del trono—. Sigo siendo tuyo, mi Reina —dijo Ash,

mirándome fijamente a los ojos—. Si tú me quieres.

Por un momento, el impacto me mantuvo inmóvil. Él no podía estar aquí, era

imposible. Ningún fey normal podría poner un pie en el Reino de Hierro y estar vivo. Y,

sin embargo, allí estaba él, con aspecto cansado, polvoriento y un poco andrajoso, pero

entero.

—Ash —susurré, dando un paso hacia él, aturdida. Él no se movió, mirando

hacia mí con esos ojos de plata intensa que conocía tan bien. Alcanzándolo, llegué a sus

pies, viendo su figura delgada, musculosa, el rebelde cabello negro, cubierto por el

polvo de sus viajes, la forma en que me miraba, como si toda la Corte hubiera

desaparecido, y nosotros éramos las dos únicas personas en el mundo—. Estás aquí —

murmuré, extendiendo mi mano para tocarlo, no creyendo que fuese real—. Has vuelto.

—El aliento de Ash envolviéndome, y puso su mano sobre la mía.

—Volví a casa. —Nuestra frágil compostura se destrozó. Di un paso hacia él,

sosteniéndolo fuertemente, y me abrazó más cerca mientras la habitación estallaba de

algarabía. Aplausos y vítores se elevaron en el aire, pero apenas escuchaba aquello.

Ash era real. Podía sentir su aliento en mi cuello, sentir su corazón latiendo contra el

mío. No sabía cómo podía estar aquí, algo que debería haber sido imposible, pero no

quería hacerle frente a eso. Si esto era un sueño, quería tener un momento perfecto de

felicidad, antes de que la realidad se entrometiera y tuviera que dejarlo ir.

Finalmente, me retiré para observarlo, colocando una mano sobre su mejilla,

mientras me miraba con esos ojos en los que me podía perder. Y por fin hice la

pregunta que tanto temía, no segura de si quería saber la respuesta.

—¿Cómo?

Sorprendentemente, Ash sonrió.

—Te dije que iba a encontrar una manera, ¿no? —Se rió de mi incredulidad, y

pude sentir orgullo, el conocimiento de que había salido a hacer algo imposible y lo

consiguió. Tomando mi mano, la llevó a su pecho, donde pude sentir su latido sordo

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278 JULIE KAGAWA FORO AD

contra la palma de mi mano—. Me convertí en mortal. Me fui a los confines de

Nuncajamás y obtuve un alma

—¿Qué? —Me detuve a mirarlo, a mirarlo realmente. Él parecía un poco

diferente que antes. Tal vez sus rasgos eran un poco menos fuertes, y no era tan frío,

pero aún tenía esos ojos de plata intensa, y el mismo pelo rebelde. Podría ser humano,

pero él todavía era Ash, siendo la misma persona de la que me enamoré, y que todavía

amaba con todo mi corazón. Y él realmente encontró un alma y se convirtió en mortal...

Podemos estar juntos. Podemos estar juntos sin miedo a nada ahora. Realmente lo hizo.

Ash parpadeó bajo mi escrutinio.

—¿Pas? —Casi en un susurro.

—Espera un minuto. —Frunciendo ligeramente el ceño, extendí mi mano y le

peiné el pelo hacia atrás, dejando al descubierto una elegante oreja puntiaguda—. Si

eres un mortal, ¿Cómo explicas esto?

Ash sonrió. Sus ojos brillaban, y de repente podía ver el alma que brillaba a

través de ellos, limpia, brillante y hermosa.

—Al parecer, aún conservo un poco de magia fey —dijo, pasando sus dedos por

mi pelo, acariciando mi mejilla con el pulgar—. Lo suficiente como para continuar en

Faery, de todos modos. Tal vez lo suficiente como para evitar el envejecimiento. —Se

rió en voz baja, como si la idea le emocionase—. Mejor que te acostumbres a este rostro,

su majestad. Pienso estar aquí mucho, mucho tiempo. Probablemente para siempre.

Mis ojos se humedecieron, y mi pecho se inflamó de felicidad, alejando la

oscuridad hasta que no había espacio para nada más que alegría. Pero lo único que se

me ocurrió decir fue:

—¿No estás ya muy viejo?

Ash bajó la cabeza, acercándose aún más.

—¿Fui al Fin del Mundo por ti, y todo lo que tienes que decir es que he

envejecido? —Pero sus ojos bailaban, y todavía estaba sonriendo. Decidí que me

gustaba este Ash, esta criatura de luz, libre, como si el alma hubiera sacado una parte

de él que no había mostrado dentro de la Corte de Invierno. Me hizo sentir que podía

tomarle el pelo un poco más.

—No he dicho nada sobre el envejecimiento —Pero en ese momento, en medio

de los aplausos y silbidos de la Corte de hierro, Ashallayn'darkmyr Tallyn suavemente

tomó mi cara entre sus manos y cubrió mi boca con la suya, iniciando el resto de

nuestra existencia exactamente como debería ser.

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279 JULIE KAGAWA FORO AD

* * *

Un cálido viento aullaba a través de las ramas de cierto valle, haciendo crujir las

hojas, silbando a través del esqueleto de un enorme reptil en el centro del claro.

Tumbado en la hierba en el centro del hueco, parecía extraordinariamente fuera de

lugar, una señal de muerte en medio de tanta vida. Flores cubriendo el una vez fangoso

suelo, pájaros gorgojando en las ramas, y el sol brillando a través de las nubes, poco a

poco quemando la bruma que aún se aferraba a pequeños lugares de zarza en todo el

valle. El esqueleto, con sus huesos blanquecinos y fauces amenazantes, ara blanco e

insignificante entre la explosión de color, pero la naturaleza fue haciendo poco a poco

su trabajo. El musgo y las malas hierbas ya estaban subiendo por el gigante muerto, y

diminutas flores estaban empezando a brotar a través de su caja torácica, enrollando

vides delicadas alrededor de los huesos. En un par de estaciones, sería irreconocible.

Una sombra se desprendió de las sombras, destellando a medida que salía al sol,

un gran gato gris con los ojos brillantes de color amarillo. Cortando camino a través del

valle, más allá del esqueleto desapareciendo poco a poco, hasta que llegó al tronco de

un gran árbol, las flores de color blanco totalmente abiertas.

Sentado en el tronco, enroscó su peluda cola sobre sí mismo y cerró los ojos,

escuchando el sonido del viento en los árboles. Un par de flores se arremolinaba a su

alrededor, tocando la punta de sus largos bigotes, parecía sonreír.

—Estoy feliz de que al final hayas encontrado la paz.

Las ramas crujían por encima de él, sonando a algo parecido a la risa. Parándose,

el gato levantó la cabeza, dejando que la brisa sacudiera su pelaje, viendo una danza de

pétalos en el viento. Luego, con un movimiento rápido de su cola, saltó a la maleza,

una ráfaga de pelaje gris en el sol y la luz se lo tragó completamente.

Fin…

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280 JULIE KAGAWA FORO AD

AGRADECIMIENTOS

TRADUCCION EN FORO AD

http://www.alisheadreams.com/forum

http://alisheadreams.foroactivo.com/

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