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SU VIDA, SU PASIN, SU TRIUNFO 1 OBRA ESCRITA EN FRANCS
Por el R. P. BERTHE De la. Congregacin del Santsimo Redentor
Y TRADUCIDA AL CASTELLANO
Por el E. P. Agustn VARGAS De la misma Congregacin
ESTABLECIMIENTOS BENZIGER & Co. S. A. TIPOORAFOS DIB SA-N^A
SBSB APOSTOLICA
KINSIEDELN (SUIZA)
S I O
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I M P R I M A T U R
Curien, die 31. Martii 1909.
* G E O R G I U S , EPPS.
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A P R O B A C I N D E L A C U R I A R O M A N A .
Imprimatur : Pr. Albertus Lepidl, O. P.
S. P. Ap. Magister.
Imprimatur: Josephus Ceppetelli, Archiep. Myrn,
L Viees geren.
APROBACIN DEL M. R. P. RECTOR MAYOR. '. Permitimos gustosamente
- la impresin de la obra intitulada:
Jesucristo, su vida, su pasin, su triunfo, que ha escrito el R.
P. Berthe, consultor general de la Congregacin del Santsimo
Redentor, despus de haber sido examinada por dos telogos de la
misma Congregacin y rputada por ellos como muy digna de la
publicidad.
En nuestro convento de S. Alfonso, en Roma, el 14 de Septiembre
de .1902, fista del S. Nombre de Mara.
M. Raus, C. SS. R. Sup. gen. y Beet. Hay.
APROBACIN DEL M. R. P. PROVINCIAL. Attert (Luxembourg
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abandonar la lectra hasta no haber doblado la ltima hoja del
libro, y a impresin que deja en el alma esa lectura es la de una
admiracin profnda juntamente con la de un amor invencible por la
persona ado-rable de Jesucristo. Y si es cierto que en el
conocimiento y ainr de Jesucristo se encierra el secrto de la
santitad, no puede dudarse de que la lectura de este libro ha de
ser en gran manera provechosa para, las almas.
En esta virtud, estimo muy benfica la publicacin de la indicada
- obra traducida al espaol por el R. P. Agustn Vargas. Santiago, 7
de Enero de 1908.
Rodolfo Vergara Antnez.
. Santiago, 8 de Enero de 1908. Visto el informe favorable del
presbtero Don Rodolfo Vergara
Antnez, concdese licencia para la publicacin de la Vida de
Muestro Seor Jesucristo, escrita por el R. P. Berthe, de la
Congregacin del Santsimo Redentor y traducida al castellano por el
R. P. Agustn Vargas, de la misma Congregacin,
Tmese razn. Romn,
Vicario GentrU
Silva Cotapos, StcretarU.
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NOTA DEL TRADUCTOR.
Como el, autor de este libro lo dice en su hermoso Prefacio,
Jesu-cristo es desconocido de la sociedad moderna, y esta
ignorancia que invade todas las! condiciones sociales, es la causa
principal de la deca-dencia religiosa que se nota en el pueblo
cristiano. Uuchos hay qu slo tienen nociones generales del
Salvador, que actualmente no bastan para mantener inconmovible la
conviccin de su divinidad, base fundamental del Cristianismo y para
dar las almas el temple de abnegacin que exige' el cumplimiento de
los deberes que la religin impone. Es necesa-rio conocer Jesucristo
para poder amarlo y es necesario amarlo para creer y practicar la
religin enseada por l. Y ya que el alejamiento del templo priva al
mayor nmero de la divina palabra, se hace preciso: llevar al hogar
esta palabra de vida por medio de un libro que rena todos los
atractivos para ser ledo.
Tal es el fin del precioso libro del P. Berthe que, al pasar por
la censura de la autoridad eclesistica de Roma, ha merecido el
juicio de ser un libro que debiera ser traducido todas las lenguas
de la tierra, y que un cohermano del ilustre autor ofrece los pases
de habla espa-ola, despus de corregida su traduccin por el seor
Rector de la Uni-versidad Catlica presbtero don Rodolfo Vergara
Antnez.
Pero no basta la bondad intrnseca de un libro para difundirlo.
Preciso es que se agregue la belleza de su forma y la modicidad de
si precio. Todo esto se ha obtenido mediante una edicin copiosa,
ejecutada por la afamada Casa de Benziger de Suiza y la generosidad
de las per-sonas que me han suministrado los fondos para llevarla
cabo.
Al llegar la tarde de la vida, me es grato ofrecer al
adorable-Salvador del mundo este pequeflo obsequio como muestra de
reconoci-miento por sus beneficios, y ruego . las personas cuyas
manos llegue este libro, se ncarguen de propagarlo para que sea la
lectura diaria en la familia cristiana, ya que el medio nico y
eficaz de corregir los males que afligen, la humanidad, no puede
ser otro que el mismo de que. Dios se sirvi para regenerar al
hombre degradado por la culpa, la Redencin operaba por el Verbo
hecho carne, y cuyo fruto slo se alcanza por el Conocimiento y amor
de Jesucristo.
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TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
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PREFACIO,
ACE ya cerca de dos mil aos que apareci en Judea un personaje
verdaderamente incomparable. Por su doctrina, eclips todos los
sabios; por sus pro-digios, todos los taumaturgos; por sus
predica-ciones, todos los profetas; por su herosmo,
todos los santos; por su poder, todos los potentados de este
mundo.
El drama de su vida oscureci las tragedias ms conmovedoras.
Estupendos prodigios rodearon su cuna; mas aquel, nio se oculta
sbitamente todas las miradas. Treinta aos despus, sali de una
pequea aldea perdida entre las montaas despidiendo tal brillo, que
lleg ser durante tres aos, la preocupacin nica de todo un pueblo.
Se intent hacerle rey, pero los grandes de i a nacin, envidiosos de
su gloria, lo condenaron morir en el ignominioso suplicio de la
cruz. Al tercer da, levantse triunfante del sepulcro y ele-vse los
cielos de donde haba venido. Desde all, venciendo las ms
formidables resistencias, convirti el mundo entero en reino : suyo,
sometiendo bajo su yugo pueblos y reyes.
Este personaje que supera inmensamente todos los hroes cuyos
nombres ha conservado la historia, es Aquel quien llamamos Nuestro
Seor Jesucristo, cuya vida intento relatar hoy, despus de tantos
otros.
Cuatro hombres inspirados por Dios, los evangelistas san Mateo,
san Marcos, san Lucas y san Juan, nos han trans-
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mitido los detalles de esta vida, entre todas memorable. La
Iglesia recibi este libro de las revelaciones divinas casi con
tanto jbilo como el don precioso de la Eucarista, pues l haa
revivir ante sus ojos al Dios oculto bajo los veos sa-cramentales.
Cada uno de los fieles quiso tener un ejemplar de l para llevarlo
Consigo y grabarlo en su corazn. Du-rante las persecuciones,
aquellos cristianos hubieran, prefe-rido sufrir mil veces la
muerte, antes que entregar los
"paganos este libro bendito. En cuanto los mrtires, el Evangelio
les enseaba morir por el Cristo, despus de haberlos hecho vivir
como l"l.
En el siglo IV, la Iglesia ya libre, se consagr estu-diar con
verdadera pasin los hechos y las palabras de Je-ss. Los Ambrosios,
Los Agustines, los Jernimos, los Criss-tomos y otros doctores
eminertes, ilustraron con admira-bles comentarios los relatos
evanglicos. En la edad media, la Vida del Salvador vino ser, como
tanto lo deseaba el autor de la Imitacin, el principal estudio, de
los fieles; y an despus de la revolucin satnica del siglo XVIII que
intent borrar hasta los ltimos vestigios de nuestra santa religin,
la Vida de Jesucristo continu siendo por mucho tiempo todava, el
libro predilecto del pueblo. Al autor de estas pginas parcele ver
an con los ojos del alma, aquel libro ennegrecido y desgarrado,
ledo en las veladas de la tarde y en el cual aprendi conocer las
Virtudes y ense-anzas del Maestro. "
Mas ayl cunto han cambiado los tiempos! Hoy se lee ms que en
pocas pasadas; ricos y pobres, patronos y obreros, ignorantes y
letrados, devoran con pasin diarios y libros; pero apenas hay quien
lea la Vida de Jesucristo.
Ni en las escuelas ni en las familias, se leen los divinos
relatos. Entre cien personas cristianas y aun piadosas, slo anas
cuantas conocen los detalles de la historia del Salva-din*. En
cuanto al pueblo, tomado en su conjunto, apenas s sabe el nombre de
Jess, su nacimiento en un establo y su muerte en la cruz! El
Hombre-Dios ha vuelto ser el gran desconocido en la tierra, y esta
ignorancia lamentable basta para explicar la disminucin de la fe,
el enfriamiento de los corazones, el abandono de las prcticas
religiosas y ese espirita de impiedad que lleva las naciones al
abismo.
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No son, no, las Vidas de Jess Jas que faltan. Para obligar esta
sociedad moribunda volver al conocimiento de su Salvador, se le ha
presentado la historia evanglica bajo todas las formas, pero sin
xito. Las concordancias, las parfrasis, Jos comentarios de los
textos sagrados, las Vidas propiamente dichas, las historias ms
menos cien-tficas, se multiplican en vano cada da. Fuera de algunas
obras escritas especialmente para sabios y literatos, ninguna Vida
der Salvador ha conseguido triunfar de la indiferencia del
pblico.
Y por qu, este pueblo creyente todava, que acude presuroso en
torno del pesebre de Navidad y del sepulcro del Viernes Santo,
permanece indiferente las palabras y prodigios del Salvador ?
Porque, frivolo, fuerza de leer frivolidades, rechaza toda lectura
seria. Gomo no busca en los libros sino un alimento su curiosidad
su necesi-dad de emociones, se imagina que una Vida de Jesucristo
no podra interesarle ni apasionarle, y por consiguiente la desecha,
convencido de que no puede dejar de ser insulsa y fastidiosa.
Presentadle lo imprevisto, lo dramtico, y leer vues-tro libro hasta
el fin con la mayor avidez, sobre todo si el h-roe aparece vivo
ante sus ojos, si lo oye hablar, si penetra en su alma de manera
que pueda comprender y compartir con l sus impresiones* sus gozos,
sus tristezas, sus desengaos. Pero, no interrumpis la narracin, id
directamente al de-senlace ; de otra manera, el leetor impaciente
arrojar vues-tro libro. Tal es el hombre moderno; nervioso por
tempe-ramento, siempre febril y deseoso de inesperadas y violen-tas
emociones. He h por qu. mientras las producciones de la literatura
sensacional, novelas y dramas, se difunden en el mundo por
millones, las Vidas de Nuestro Seor per-manecen relegadas al
olvido.
Este es uno de los hechos ms dolorosos para todo cristiano que
ama Jesucristo y . las almas. Muchas veces me he preguntado si no
sera posible escribir con los do-cumentos evanglicos una historia
del Salvador, no slo in-structiva y edificante para los verdaderos
fieles, sino tambin capaz de cautivar el espritu y el corazn del
pblico indi-ferente, ms menos pervertido ? Tanto para responder
esta pregunta, como para dar una idea del libro que
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ofrezco los lectores, quiero consignar aqu las reflexiones que
al respecto me han ocurrido.
Desde luego, si el hombre moderno busca lo extraor-dinario,
narraciones que exciten la curiosidad dnde encon-trar un conjunto
de hechos ms maravillosos que los que forman la Vida de Jess ?
Estos hechos, casi todos ignorados de la multitud, son de tal
manera extraordinarios, que so-brepujan los que pudiera inventar la
ms atrevida imagi-nacin del novelista; tan conmovedores, que veces
no es posible leer sus detalles sin estremecerse de admiracin de
espanto. Y la impresin que se siente es tanto ms fuerte, cuanto que
no se trata de ficciones, de leyendas, de tradi-ciones dudosas, de
revelaciones ms menos autnticas, sino de hechos reales certificados
por el mismo Dios.
En segundo lugar, para dar mayor atractivo sus re-latos, los.
escritores emplean lo que ellos mismos llaman el colorido local. La
descripcin de los lugares, el paisaje, desempean un papel muy
importante en las novelas. Y por qu al historiador de Jess no le
sera dado tam-bin pintar el pas en que el Salvador quiso nacer,
vivir y morir? Qu regin de la tierra fascina y conmueve tanto el
alma como la que se llama Tierra Santa? Ante los ojos del lector
enternecido, se presentarn sucesivamente Beln, Nazaret, Jerusaln,
el Tabor y el Jordn; los valles y mon-taas de la Judea; el hermoso
lago de Genezaret, las grutas, los caminos solitarios, las calles
de Sin santificadas por los sudores, lgrimas y sangre de un Dios.
Cada uno de estos sitios benditos atrae todava, despus de dos mil
aos, & millares de peregrinos que se sienten felices
arrodillndose en aquellos mismos lugares que Jess vi con sus ojos y
holl con sus sagrados pies. Describindolos, el historiador duplicar
el inters que inspira su narracin.
En tercer lugar, para que un libro mantenga el inte-rs vivo y
palpitante, no bastan episodios, hechos aislados, por conmovedores
que sean. Es necesario que una idea dominante los encadene para
formar una accin principal, como un drama que se desarrolla desde
la primera escena harta su desenlace. Sin tener en vista esta
necesidad, se ha presentado muchas veces la Vida de Jess sacada de
los' cuatro evangelistas, como una aglomeracin de hechos y dis-
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cursos sin coherencia ni relacin entre si.- La tarea del
his-toriador debe consistir en presentar la vista del lector la
causa nica que di origen todos los hechos evang-licos y que
tuvieron por desenlace la tragedia del Calvario.
Esta causa es la rebelin de los Judos contra el Me-sas, el
Salvador esperado. Efectivamente, Jess, el verdadero Mesas, el
verdadero Salvador, se presenta para fundar un reino, el reino
espiritual de las almas. Mas los orgullosos Judos, reclaman, no un
rey espiritual, sino un rey tempo-ral; no un salvador de almas,
sino un libertador de su na-cin, un vencedor que les d el imperio
del mundo. De aqu surgieron el antagonismo ms violento, y luchas
sin tr-mino. Jess predica el reino de Dios: el pueblo lo aplaude
frentico; pero los jefes del pueblo lo persiguen con furor. Jess
apoya su doctrina en milagros: los Judos atribuyen estos milagros
al poder del demonio. Prueba su divinidad: en lugar de responderle,
los fariseos cogen piedras para la-pidarlo. Descubre, delante de la
multitud, su orgullo hipo-cresa : el tribunal supremo decreta su
muerte. Algunos das despus Jess resucita Lzaro y entra triunfante
en Jeru-saln entre las aclamaciones de un pueblo que quiere
ha-cerlo rey. Entonces, sin saber lo que hacen, los Judos,
obs-tinados en su ceguedad, lo levantan al trono que haba ve-nido
buscar, es decir, la cruz donde llega ser el rey de todos los
pueblos y el Salvador del mundo. Al tercero da resucita y sube de
nuevo los cielos para subyugar des-de all, uno uno, los rebeldes de
todos los siglos, Ju-dos, paganos, apstatas, mientras llega el da
supremo en que vendr juzgar juntamente amigos y enemigos. Tal es el
fondo de la sublime epopeya que encierra el Evange-lio al cual se
refieren todos los incidentes de la vida de Jesucristo.
Despus de haber reunido los diversos elementos de inters que
ofrece el asunto, slo falta escoger la forma li-teraria que les
comunique calor, movimiento y vida.
Creo que teniendo en cuenta la tendencia del pblico, la forma
debe ser como la de los Evangelios, exclusivamente narrativa. Sin
duda, para escribir la vida de Jess se re-quiere ciencia; pero sta,
aunque difundida en todas partes, debe mantenerse discretamente
oculta. El historiador, bajo
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el pretexto de describir un lugar, no debe caer en la ten-tacin
de ostentar sus conocimientos geogrficos arqueo-lgicos; menos an,
de prodigar sin tasa ni medida refle-xiones morales ascticas., Las
reflexiones brotarn por s mismas y as tendrn mayor atractivo para
el lector. Es ne-cesario evitar toda controversia sobre las
dificultades que ofrece el Evangelio, disipndolas por medio de una
expli-cacin hbilmente insinuada en el contexto. Los escritores
sagrados proceden siempre por afirmacin; el asunto exige, que se
emplee el mismo mtodo, fin de no interrumpir la narracin cada
instante, hacindola menos solemne y majestuosa. Debemos agregar
que, ejemplo de los evange-listas, es preciso saber contener el
entusiasmo y la indigna-cin : ellos han referido las escenas ms
horrendas con una serenidad que hiela.
En ( cuanto al estilo propiamente dicho, el historiador del
Cristo, debe asemejarlo lo ms posible al estilo evan-glico,
guardando siempre esa sencillez majestuosa, nica digna del
personaje misterioso y divino que se quiere hacer coiiocer. Toda
frase pretenciosa empequeecera la gran figura del Salvador; as como
cualquier atavo mundano rebajara su carcter divino. Sjn embargo, la
sencillez de la forma, debe unirse el tono moderado y solemne que
excluye la vul-garidad y bajeza-en los detalles, indignas del Dios
cuya vida se relata.
Tales son las reflexiones que muchas veces se han pre-sentado mi
espritu al estudiar la posibilidad de hacer leer todos los
cristianos, aun aquellas personas hastiadas con la lectura de
novelas, la historia de Nuestro Seor Jesucristo. Y ahora, yo no
puedo terminar este prefacio sin reconocer y hasta cierto punto
justificar mi temeraria empresa.
Hace ms de treinta aos, cuando un miserable aps-tata dio la
publicidad el innoble romanc conocido con el nombre de Vida de
Jess, intent escribir algunos ops-culos bblicos en conformidad con
los principios que acabo de exponer. Pero bien pronto comprend que
el retrato tra-zado en el papel distaba mucho del ideal soado por
la in-teligencia. Las dificultades se multiplicaban al correr la
pluma.
La erudicin no se ocultaba lo bastante y al estilo le faltaba la
debida sencillez. El buen gusto reprobaba tal
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cual detalle; las escenas parecan montonas y los perfiles de
JesS demasiado humanos.
Jira necesario borrar aquel bosquejo y pedir Dios mejor
inspiracin.
Al fin, despus de largos meses y de penosos trabajos, llegu
publicr con el nombie de Narraciones bblicas, veinticinco opsculos
sobre el Antiguo y Nuevo Testamento que fueron acogidos con
entusiasmo por sacerdotes y segla-res, y ledos con inters por
sabios ignorantes, por nios y adultos. En algunos aos se vendieron
dos millones de volmenes, es decir, ochenta mil ejemplares de la
obra com-pleta.
Este xito inesperado y las numerosas aprobaciones episcopales
con que fueron honrados esos simples ensayos, me decidieron en fin
acometer la empresa de escribir una historia completa del Salvador,
y esta historia tan largo tiempo meditada, es la que ahora ofrezco
los miembros del clero, los religiosos y religiosas, las personas
pia-dosas, las familias cristianas y tambin esas almas
des-graciadas, de fe vacilante y de sentido moral ms menos
pervertido por la atmsfera de frivolidad y de indiferencia
religiosa en que vivimos.
El sacerdote encontrar en este libro el texto completo de los
cuatro Evangelios, la concordancia de los heqjios, la solucin de
mil dificultades, todo esto en una narracin que va rpidamente al
fin. A l corresponde deducir las reflexiones dogmticas y morales
que crea ms interesantes para el pueblo cristiano.
Los aspirantes al sacerdocio de los grandes y pequeos
seminarios, se iniciarn por esta fcil lectura en los estudios que
debern hacer sobre los Evangelios. Los religiosos y religiosas
sacarn de este libro un conocimiento profundo del Salvador, fuente
inagotable de meditacin.
Esta vida ser igualmente preciosa para los hombres del mundo,
pues la divinidad de Jesucristo brillar sus ojos con todo su
esplendor y ante los hechos, se desva-necern las objeciones de la
incredulidad como la nieve al contacto de un rayo de sol.
En fin, la ambicin del autor sera ver esta obra con-vertida en
el libro de las familias cristianas, en el que pa-
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drs hijos reunidos, leyeran todas las noches antes de las
oraciones, un captulo de la Vida de Jess.
Oh! entonces, s, la Francia volvera ser presto la nacin
cristiansima y la hija muy amada de la Iglesia I
Oh Virgen Mara! vos que disteis Jess al mundo, hacedle despedir
nuevos fulgores en medio de las tinieblas que lo ocultan nuestros
ojos. Y si este libro, que vuestro siervo depone humildemente
vuestros pies, es bastante imperfecto para hacerle conocer y amar,
inspirad algn hombre de genio el pensamiento d realizar esta obra
impor-tantsima, legando al siglo veinte la verdadera Vida de
Je-sucristo!
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LIBRO PRIMERO.
El Nio-Dios .
C A P I T U L O I.
La Aparicin.
HRODES, TIRANO DE ISRAEL. EL SACERDOTE ZACARAS. REVELACIONES DEL
NGEL GABRIEL. NACIMIENTO DE
JUAN BAUTISTA. L BENEDICTUS . (Luc. I, 5 - 25 - 57- 80.)
|%g)ERCA de treinta y cinco aos haban transcurrido desde que
Herodes el Idumeo tena en sus rhanos ensan-
M grentadas el cetro usurpado de Jud. Durante largo W tiempo el
pueblo de Dios haba esperado que un vs-
tago de sus prncipes lo libertara del yugo extranjero; pero,
para quitarle toda posibilidad de una restauracin nacional, el
tirano no temi derramar hasta la ltima gota de la san-gre de los
Macabeos. Se esforz an por hacer olvidar los Judos la religin de
sus padres, introduciendo en Jeru-saln los usos y costumbres de la
Roma pagana. En la tierra santa de Jehov se levantaron teatros
impuros, circos
Jesucristo. 2
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en que se degollaban entre si los gladiadores y hasta tem-plos
consagrados al emperador Augusto, nica divinidad respetada por
Herodes.
Sin embargo, fuera de los herodianos, Vinculados en ab-soluto la
fortuna ideas de su amo, el pueblo permaneca fiel Dios. Para
lisonjearle, el tirano hizo reconstruir con sin igual magnificencia
el templo de Jerusaln. Mas, no por eso aquel mismo pueblo dejaba de
llorar los escndalos que afligan la ciudad santa; evocaba con dolor
las glorias del pasado; maldeca al impo extranjero causa de tantas
desventuras y suplicaba Jehov que enviase pronto al Libertador
anunciado por los profetas. Por lo dems, los doctores explicaban en
las sinagogas que el Mesas no poda tardar en aparecer, porque de
las setenta semanas de aos que, segn Daniel, deban preceder su
advenimiento, sesenta y cuatro haban transcurrido ya. Y desde Dan
hasta Bersab, los verdaderos Israelitas repetan sin cesar los
antiguos cnticos de sus antepasados:
Cielos, dejad caer vuestro roco y que la tierra pro-duzca en fin
su Salvador.
Un acontecimiento singular vino pronto confirmar estas
predicciones. A pocas leguas de Jerusaln, viva entonces un anciano
sacerdote de Jehov llamado Zacaras. Perteneca la clase sacerdotal
de Aba, una de las veinticuatro que desempeaban por turno las
funciones sagradas. Su esposa, de la familia de Aarn como l, se
llamaba Isabel. Ambos, justos delante de Dios, observaban la ley
con escrupulosa fidelidad. Su vida, igualmente irreprensible ante
los hom-bres, transcurra tranquila en medio de las montaas de Jud,
tan ricas en tiernos y gratos recuerdos. Y sin em-bargo, un
profundo pesar torturaba su alma: no obstante sus reiteradas y
ardientes splicas, su hogar estaba todava desierto. Muy avanzados
en edad para esperar que Dios escuchara -sus votos, aceptaban sin
poder consolarse esta dura prueba reputada como un oprobio en
Israel.
Cada ao, en diferentes pocas, Zacaras se diriga la ciudad santa
para desempear en el templo las funciones de su ministerio. Pues
bien, en el ao treinta y cinco del reinado de Herodes, en el mes de
septiembre, estando de turno Zacaras, los representantes de las
veinticuatro fami-
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lias sacerdotales sortearon, segn costumbre, el oficio
par-ticular que cada uno deba desempear. La suerte seal al anciano
sacerdote para el ms honorfico de los cargos que consista en quemar
incienso en el altar de los perfumes. Una tarde, al ponerse el sol,
la trompeta sagrada re-son en toda la ciudad para llamar los
habitantes al tem-plo. Revestido con los ornamentos sagrados y
acompaado de sacerdotes y levitas, Zacaras se dirigi al santuario y
avanz hasta el altar de los perfumes. All, uno de los asis-tentes
le present carbones encendidos qu l coloc en un incensario de oro
en medio del altar; tom luego los per-fumes, cuantos poda contener
en la mano y esparcilos sobre el fuego. En este momento solemne,
retirados los sa-cerdotes y levitas, Zacaras retrocedi algunos
pasos, segn el rito acostumbrado y se prostern delante de Jehov,
mientras la nube de odorferos perfumes suba al cielo (1).
Entonces, solo los pies del Eterno, el venerable sa-cerdote
trajo la memoria las calamidades que pesaban sobre su pueblo y
hacindose intrprete de los Judos fieles, recit lleno de emocin las
palabras del rito sagrado: Dios de Israel, salva tu pueblo y danos
el Libertador prome-tido nuestros padres . Afuera, los levitas
cantaban los salmos vespertinos y la multitud reunida en el atrio
haca subir hasta Dios el incienso de su oracin. De repente,
Za-caras levanta la cabeza y ve la derecha del altar un ngel
radiante de gloria. Haca ya largo tiempo que Dios no enviaba
mensajeros celestiales los hijos de Jud; so-brecogise de terror el
anciano sacerdote ante una apari-cin tan inesperada. Mas el ngel lo
tranquiliz dicindole: No temas, vngo anunciarte que tu oracin ha
sido oda .
Zacaras escuchaba sin comprender, pero el ngel le revel el
objeto de su misin en estos trminos: Tu esposa Isabel te dar un
hijo , quien pondrs por nombre Juan. Este ser para ti el hijo de la
dicha y su nacimiento llevar la alegra muchos corazones. Grande
delante del Eterno, no beber vino ni bebida alguna fermentada;
lleno del Esp-
(1) Se pueden leer estos ritos sagrados en Dehaut, El Evangelio
xplicado, I. 166.
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ritu divino desde el seno d su madre, restablecer la con-cordia
entre padres hijos, infundiendo en los incrdulos la fe de los
justos, preparar al Seor un pueblo perfecto. Animado del espritu y
de la virtud de Elias, preceder Aquel que ha de venir .
El ngel call. Profundamente conmovido el santo sa-cerdote, se
resista dar crdito sus odos. El Libertador va aparecer y ser el
hijo de Zacaras quien le preparar Jos caminos! El ngel de Dios lo
afirma y lo afirma em-pleando las mismas palabras de que se sirvi
el profeta Malaquas (1) cinco siglos antes, para anunciar al
precur-sor del Mesas. Pero cmo podrn cumplirse estas promesas? La
duda invadi sbitamente el alma de Zacaras y no pudo dejar de
manifestrselo al ngel: Soy anciano, le dice, y mi esposa se halla
tambin en la decrepitud cul ser la seal para conocer la verdad de
vuestras predicciones ? Debes saber, replic el ngel, que yo soy
Gabriel, uno de los siete Espritus que asisten ante el trono del
Eterno. Jehov me ha enviado revelarte sus secretos; pero como t no
has credo sencillamente en mi palabra, enmudecers y no podrs
articular una palabra hasta que mi profeca tenga cumplimiento.
Al mismo instante desapareci la visin y Zacaras qued solo
delante del altar.
Entre tanto, el pueblo estaba profundamente extraado de que el
sacerdote tardase tanto en salir del santuario; pues no deba
permanecer all sino el tiempo indispensable para tributar Jehov los
homenajes debidos su mages-tad. Esta extraeza comenzaba ya
convertirse en verda-dera inquietud, cuando Zacaras apareci en el
umbral del templo. Su rostro y su mirada expresaban la vez espanto
y gozo. Levant la mano para bendecir al pueblo proster-nado en su
presencia; pero sin que sus labios pronunciasen la frmula de
costumbre. La bendicin del anciano descen-di silenciosa sobre la
multitud y Zacaras se retir, esfor-zndose, por medio de ademanes,
para hacer comprender todos que, causa de una Visin misteriosa,
haba perdido el uso de la palabra.
(1) Malaquas IX, 7.
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La prediccin del ngel se realiz la letra. Zacaras despus de
terminar su ministerio regres su apacible hogar, Isabel concibi
segn la promesa del celeste men-sajero. Disimulando su inmensa
alegra, permaneci oculta en su casa durante cinco meses y en su
soledad daba sin cesar gracias Dios por haberse dignado librarla
del opro-bio que pesaba sobre ella. Guando lleg su tiempo, dio luz
un hijo segn las predicciones del ngel. Este acontecimiento llen de
jbilo toda la comarca y parientes, amigos y veci-nos acudieron
presurosos felicitar la dichosa madre tan particularmente
favorecida por la misericordia del Altsimo.
El octavo da despus del nacimiento, el nio deba ser
cir-cuncidado. Los padres y deudos concurrieron la ceremonia para
imponer el nombre al recin nacido como lo prescri-ba Ja ley. De
comn acuerdo la familia decidi que se le llaimte Zacaras como su
padre, fin de perpetuar la me-moria del santo anciano; pero Isabel,
sabedora de la voluntad de Dios, se opuso formalmente y las
reiteradas instancias de los parientes respondi sin vacilar: * No,
Juan ser su nombre .
Sorprendidos y descontentos con esta eleccin que pa-reca
injustificable, los parientes le hicieron notar que nin-gn miembro
de la familia llevaba tal nombre. Mas, como Isabel persistiera,
convinieron en consultar al padre del nio.
El anciano todava mudo desde la visin del templo, pidi su
tablilla y con la punta del estilete grab sobre la cera estas
palabras: Juan es su nombre.
Esta decisin tan perentoria como inesperada, produjo1 en los
asistentes un verdadero asombro, cuando de sbito-una escena aun ms
asombrosa, atrajo vivamente su atencin. No bien hubo escrito
Zacaras el nombre de su hijo, el Es-pritu d Dios se apoder de l,
desat su lengua encade-nada desde nueve meses y los hijos de Israel
oyeron reso-nar los acentos inspirados de un nuevo profeta.
Levantadas las manos al cielo y abrasado el corazn en el fuego
divino,, el santo anciano exclam:
Bendito sea el Seor, el Dios de Israel, que se ha dignado
visitar su pueblo y operar su redencin.
El suscitar un poderoso Libertador en la casa de David, su hijo
de predileccin, fin de arrancarnos de las
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manos de nuestros enemigos y de todos aquellos que nos
aborrecen, segn la promesa renovada de siglo en siglo por sus
profetas.
Se ha acordado de la alianza pactada, de la promesa hecha
Abraham nuestro padre, de darse nosotros para que, libres de todo
temor y servidumbre, marchemos por los caminos de la justicia y
santidad todos los das de nuestra vida .
Hasta aqu, en el transporte del reconocimiento, el sa-cerdote de
Jehov no haba pensado ms que en el Salvador cuya venida anunciaba,
cuando de repente, deteniendo sus miradas en el recin nacido, un
rayo de luz divina le des-cubri su misin sublime y con voz
temblorosa por la emocin, profetiz en estos trminos:
Y t, nio, sers llamado el profeta del Altsimo, por-que irs
delante del Seor para prepararle sus caminos.
T anunciars los hombres la ciencia de los santos y el perdn de
los pecados que Dios har brotar de las entraas de su
misericordia.
Ya veo al divino sol que desciende de las alturas para iluminar
los que estn sentados en las tinieblas y som-' bras de la muerte, y
dirigir nuestros pasos por los senderos de la paz
El anciano ces de hablar. Un religioso pavor apoderse de todos
los que presenciaron esta escena y volvieron su casa meditando
sobre lo que haban visto y odo. Bien pronto la noticia de estas
maravillas se esparci en las comarcas vecinas y los pastores de las
montaas se preguntaban unos otros: Qu pensis de este nio, y qu ser
de l ms tarde? En cuanto al nio misterioso, la mano de Dios lo
conduca visiblemente. A medida que creca en edad, se vean aumentar
en l los dones del cielo.
Apenas dejaron de serle necesarios los cuidados mater-nales,
desapareci de en medio de los hombres y se retir & las
soledades del desierto. All vivi oculto los ojos del mundo,
conocido slo de Dios, hasta el da en que plugo al divino Espritu
que fuera conocido por los hijos de Israel.
-
CAPTULO i.
La Virgen Madre. LA VIRGEN MARA. SUS PADRES. SD CONCEPCIN
INMACULADA.
S VIDA EN EL TEMPLO. SU DESPOSORIO. LA ANUNCIACIN. LA
ENCARNACIN. (LuCS J, 26 - 38.)
N aquel tiempo viva en Nazaret, pequea aldea de Galilea, una
joven doncella de la tribu de Jud, pariente cercana de Isabel y
Zacaras. Su nombre era Mara.
Todo lo que de ella se saba era que bajo un exterior sencillo y
modesto, ocultaba un nacimiento ilustre. Por su padre Joaqun,
perteneca la estirpe real de David y por Ana su madre, la familia
sacerdotal de Aarn. Desde la cada de la antigua dinasta, sus
antepasados, des-pojados de su rango y de sus bienes, y perseguidos
como pretendientes peligrosos por los nuevos seores de la Judea,
haban buscado el reposo en la oscuridad. Desconocidos del suspicaz
Herodes, Ana y Joaqun, ocultos en el fondo de un valle solitario,
vivan tranquilos con el producto de sus ganados, bastante ricos por
otra parte, pesar de su deca-dencia, para socorrer los indigentes y
ofrecer abundantes vctimas en el altar de Jehov.
Con todo, sus das transcurran en la tristeza, porque el cielo
rehusaba bendecir su unin. Como la madre de Samuel; cuyo hermoso
nombre llevaba, Ana peda al Seor que hiciera cesar su esterilidad y
Joaqun una sus splicas las de su esposa desolada ; pero Dios pareca
complacerse en ejercitar su paciencia. Y sin embargo, causa de su
emi-nente virtud, Dios los haba escogido para la ejecucin del ms
admirable de sus designios. Cuando los dos esposos haban perdido ya
toda esperanza, diles una hija que deba ser siempre gloria suya y
honor de su nacin.
En sus decretos eternos, Dios haba colocado esta
-
criatura bendita sobre toda criatura; sobre los reyes y reinas
que en la serie de los siglos representaran su poder; sobre los
santos en quienes resplandeceran con ms brillo sus per-fecciones
infinitas; sobre los nueve coros anglicos que ro-dean su trono. Eva
en el paraso era sus ojos menos pura, Ester menos amable, Judit
menos fuerte in-trpida.
Al crearla, obr en ella un milagro con que no favo-reci ninguno
de los. hijos de Adn. Aunque descendiente de una raza manchada en
su principio, preservla del pecado original. El torrente devastador
qe arrastra en sus olas todo hombre que viene este mundo, se detuvo
en el mo-mento de su concepcin y por vez primera desde el
nau-fragio del gnero humano, los ngeles vieron en la tierra una
criatura inmaculada, ante la cual exclamaron en trans-portes de
admiracin: Quin es esa mujer, bella como la luna, radiante como el
sol?
Ana y Joaqun recibieron con gozo aquella hija pri-vilegiada de
Dios cuyo glorioso nacimiento deban celebrar porfa los ngeles y los
hombres. Aunque no conocan el inmenso valor del tesoro confiado sus
cuidados, pronto observaron que la celestial nia no se asemejaba
ninguna otra de la tierra. Antes de poder articular una palabra, la
razn presida ya todos sus actos; y hasta en sus movi-mientos ms
instintivos, jams obedeca las pasiones cuyo germen infecta todos
los corazones. Maravillados de los dones que Dios haba prodigado
aquel ngel terrestre, Ana y Joaqun prometieron consagrar su
infancia al servicio par-ticular del templo.
En efecto, apenas cumpli tres aos, llevronla la ciudad santa
para presentarla al Seor. La nia subi go-zosamente las gradas del
templo, feliz de encerrarse en la casa del Dios quien nicamente
amaba su corazn. All retirada en las habitaciones interiores
inmediatas al San-tuario, rodeada de sus piadosas compaeras, vio
transcurrir rpidamente los bellos das de su infancia. Sus
ocupacio-nes consistan en meditar los libros sagrados, preparar los
ornamentos destinados al culto divino y cantar las alaban-zas de
Jehov. Muchas vetes con el rostro vuelto al Santo de los Santos,
modulaba los inspirados cnticos de David
-
su ilustre progenitor y con un corazn ms abrasado que el del
santo rey, repeta aquellas palabras de amor: Seor, cun amables son
vuestros tabernculos! Un solo da pa-sado en vuestra casa, vale ms
que mil en las tiendas de los pecadores .
A la hora de los sacrificios, cuando el sacerdote in-molaba la
vctima en el altar de los holocaustos, ella su-plicaba Jehov que
aceptase por la salvacin del pueblo aquella sangre expiatoria y
enviase por fin al Mesas pro-metido sus padres. Su nico deseo era
verle con sus ojos y venerar la mujer bendita que deba darlo luz. A
diferencia de las hijas de Israel que ambicionaban el honor de ser
madrfelel Libertador, ella se juzgaba indigna de tan insigne
privilegio. Un da, impulsada por el Espritu de Dios, renunci -l por
un voto solemne y olvidando que viva en un cuerpo de carne,
levantse la altura del n-gel del cielo prometiendo al Seor no tener
otro esposo que El.
Cuando llegaron los das de la adolescencia, la joven virgen hubo
de dejar el templo para volver su casa de Nazaret. Sus padres haban
ya bajado la tumba y la pobre hurfana se encontr sola sin guarda y
sin apoyo la edad de catorce aos. Los miembros de su parentela,
entre los cuales se contaban Isabel y Zacaras, le propusieron
despo-sarse con un hombre de su familia como lo prescriba la ley.
En su calidad de nica heredera, deba tomar por es-poso su pariente
ms prximo fin de conservar el pa-trimonio de sus antepasados.
Abandonndose enteramente la divina inspiracin que la impulsaba
tomar este partido, consinti, pesar de su voto, en el matrimonio
propuesto.
El esposo de la joven Virgen se llamaba Jos. De la estirpe de
David como Mara, descenda directamente de los reyes de Jud por la
rama salomnica. Aunque por una serie no interrumpida de antepasados
llegaba hasta Abraham, la nobleza de ^u carcter exceda en l la
dignidad de su origen. Justo y temeroso de Dios, y la vez pobre y
oscuro como Mara, ejerca en Nazaret el humilde oficio de carpintero
y ganaba la vida con el sudor de su frente. Conocedor del voto que
haba hecho su esposa y entrando
-
en los divinos designios, se constituy en custodio de su
vir-ginidad.
El Seor slo esperaba esta unin angelical, para rea-lizar el
proyecto cuya ejecucin preparaba desde haca cua-renta siglos. Una
tarde, la Virgen de Nazaret arrodillada en su humilde estancia,
derramaba su alma delante de Dios con ms fervor que nunca, cuando
de repente, una luz ce-lestial la circunda y la saca de su
recogimiento. Vuelve la cabeza y ve un ngel en pie corta distancia
suya. Era el grave embajador de Dios, el arcngel Gabriel, el mismo
que quinientos aos antes haba revelado Daniel el tiempo de la
llegada del Mesas y que acababa de anunciar Zacaras l nacimiento de
su Precursor. Inclinse profundamente de-lante de la Virgen y con la
humildad de un vasallo en pre-sencia de su reina, saludla con estas
palabras: Dios te salve, llena de gracia, el Seor es contigo,
bendita eres entre todas las mujeres.
Mara reconoci en el acto un espritu celeste y por lo mismo no
experiment temor alguno; pero aquellas ala-banzas que no parecan
poder dirigirse un ser mortal, la llenaron de profunda turbacin. En
su actitud humilde, en el rubor de su frente, el ngel comprendi el
sentimiento que la agitaba y agreg con dulzura, llamndola esta vez
con su propio nombre: No temas, Mara; has encontrado gracia delante
de Dios. H aqu que El me ha encargado anunciarte que concebirs y
dars luz un hijo quien pondrs el nombre de Jess. Este ser grande y
se le llamar el hijo del Altsimo. El Seor le dar el trono de su
padre David, reinar en la casa de Jacob y su reino no tendr
fin.
Ya no,haba lugar duda: el Mesas esperado desde cuatro mil aos
iba aparecer, y ese Mesas libertador, ver-dadero Hijo de Dios, sera
tambin hijo de Mara. Abrumada bajo el peso de tal1 dignidad, la
Virgen qued por un mo-mento sobrecogida de espanto; luego pensando
en su voto de virginidad que toda costa quera guardar, hizo al
ar-cngel esta pregunta: Cmo podr ser esto, pues yo no eonozco varn
? El Espritu Santo descender sobre ti, respondi el mensajero
celeste y la virtud del Altsimo te cubrir con su sombra; por eso,
el Santo que de ti nacer
-
ser llamado el Hijo de Dios. Has de saber que Isabel tu prima,
ha concebido tambin un hijo en su vejez y hace ya seis meses que la
mujer llamada estril se ha vuelto fecunda; porque para Dios nada
hay imposible .
Mara no necesitaba de este ejemplo para creer que los ms grandes
prodigios son como juegos para el poder di-vino. Sabiendo, pues,
que por la intervencin de este, poder, llegara ser madre sin dejar
de ser virgen, anonadse delante de Dios y exclam: H aqu la esclava
del Seor, hgase en m segn tu palabra .
Despus de haber obtenido este perfecto consentimiento,
desapareci el ngel y el Hijo del Eterno, descendiendo de la mansin
celeste, se encarn en el seno virginal de la mujer inmaculada. En
este momento las milicias anglicas saludaron al Rey de Reyes y al
Seor de Seores: al Hom-bre-Dios; como hombre, hijo de David, de
Abraham y de Adn, formado de la pursima sangre de la Virgen Mara;
como Dios, engendrado desde la eternidad, Dios de Dios, luz de luz,
verdadero Dios de Dios verdadero.
Este es el misterio adorable que extasi los ngeles y Dios mismo
en aquella noche mil veces bendita, el misterio del Verbo
encarnado. La campana despertar en los hijos de los hombres el
recuerdo de esta noche inolvi-dable ; por la maana, cuando la
naturaleza despierta ilu-minada con los primeros fulgores del da v
al medio da, cuando el obrero interrumpe un istante su trabajo; y
por la tarde, cuando el sol en su ocaso convida todos al re-poso. Y
cuando sus vibraciones sonoras repitan travs de los campos y
ciudades, valles y montaas: El Verbo se hizo carne y habit entre
nosotros, toda rodilla se do-blar, toda frente se inclinar delante
del Hombre-Dios y de todo pecho humano se escapar ese grito de amor
en honor de la Virgen Madre: Dios te salve, Mara, llena eres de
gracia, el Seor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres
.
-
CAPTULO III.
La Visitacin. VIAJE HEBRN. L A C A S A DE ZACARAS ENCUENTRO DE
MARA
ISABEL. SANTIFICACIN DE JUAN. EXCLAMACIN DE ISABEL.
EL MAGNFICAT . (Luc. 1\ 39-56, Mdt. 1, 18-25.)
N los das que siguieron la Encarnacin del Verbo, Mara continuaba
abismada en el pensamiento de que Dios se haba dignado poner sus
ojos en la pobre hurfana de Nazaret para hacerla madre de su Hijo.
Y aquello no era un sueo: las palabras del ngel
resonaban todava en sus odos y, por otra parte, el nuevo ardor
que abrasaba su corazn, revelaba ciertamente la pre-sencia del Dios
de amor.
Mientras ms ahondaba su espritu en estos pensamien-tos, ms se
derramaba su alma en efusiones de reconoci-miento para con Aquel
que la haba elevado, pesar de su indignidad, tan encumbrado honor.
Una sola cosa le fal-taba: un confidente que pudiera ser
depositario de su se-creto y asociarse su dicha. Pero este secreto
deba sepul-tarlo en lo ms hondo de su alma, hasta que Dios
plu-guiera descubrirlo. Slo el autor del gran misterio poda
comunicar los espritus luz bastante para penetrarlo.
El Seor inspir Mara el pensamiento de ir visitar su prima
Isabel, cuyas inesperadas alegras el ngel le haba hecho conocer. No
era justo en aquella circunstancia prodigarle piadosos cuidados,
compartir con ella sus gozos y ayudarla dar gracias al Seor? Era
necesario emprender un viaje de treinta leguas travs de las montaas
y de-siertos de Jud; pero la caridad no conoce dificultades ni
fatigas y el Dios que moraba en ella la impela irresisti-blemente
ponerse en camino,.
Numerosas caravanas se dirigan entonces Jerusaln con ocasin de
las fiestas de la Pascua. Mara se agreg los peregrinos, atraves
toda prisa las colinas de Efran, sa-
-
ludo de paso la ciudad santa y, salvando escarpadas monta-as,
lleg despus de cinco das de camino, la antigua ciudad de Hebrn
(1).
Todo era calma y silencio en la casa del anciano sa-cerdote.
Desde su visin en el templo, meditaba, mudo y solitario, en los
grandes destinos del nio que Isabel llevaba en su seno. Esta,
entregada del todo su alegra, slo se ocupaba en alabar al Dios que
se haba compadecido de su oprobio y amarguras. Nada le haca
presumir "la visita de su joven prima, cuando de improviso, se
present Mara en el umbral de"su casa, dirigindole el saludo de
costumbre: Que el Seor sea contigo .
Al oir esta mstica salutacin, Isabel, profundamente emocionada,
sinti que su hijo saltaba en su seno impul-sos de una viva ale^ip.
Al mismo tiempo su espritu, ilu-minado por luz del cielo, comprendi
claramente la causa de aquella conmocin milagrosa: el nio acababa
de ser santificado en el seno de su madre como el ngel lo haba
predicho Zacaras. Purificado de la mancha original, col-mado de
gracias, dotado del uso de razn, Juan, saludaba desde su prisin su
Salvador invisible y cumpliendo ya su misin de precursor, lo daba
conocer su madre.
Inspirada por el Espritu Santo, Isabel no viendo ya en su prima
una mujer ordinaria, sino una criatura ms excelsa que los ngeles
del cielo, exclam llena de inmenso regocijo: Bendita eres entre
todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre . Grito de
entusiasmo y de amor, que todos los corazones fieles repetirn hasta
el fin de los siglos en honor de la Virgen Madre y luego agreg: De
dnde m esta felicidad de que la madre de mi Dios se digne
visitarme? Oh Mara! al solo eco de tu voz el nio que llevo en mi
seno ha saltado de alegra. Bienaventu-rada eres porque has credo en
la palabra de Dios, pues se cumplir todo lo que se te ha
anunciado
Entretanto, estupefacta en presencia de tales maravi-
(1) San Lucas (1.39) dice vagamente que la Virgen se dirigi una
ciudad de Jud, in civitatem Juda. Creemos con gran nmero de autores
que se trata de la ciudad sacerdotal de Hebrn, bien que otros, segn
una tradicin de la edad media, colocan la casa de Zacaras en la
pe-quea aldea de Ainleavim, como dos leguas de Jerusaln.
-
Has, la Virgen de Nazaret guardaba silencio; pero al oiras
alabanzas profticas de Isabel, su corazn, como un vaso que se
desborda, no pudo contener sus sentimientos. Su alma, elevndose
hasta Dios nico digno de alabanza y trasportada al cielo, respondi
las felicitaciones de su prima con este himno sublime en honor del
Eterno:
Mi alma glorifica al Seor, y mi espritu rebosa de alegra en Dios
mi Salvador .
Porque se ha dignado poner sus ojos en la humil-dad de su
sierva; por eso desde ahora me llamarn biena-venturada todas las
generaciones .
El ha hecho en m grandes cosas; y su nombre es ?anto por todos
los, siglos.
El es quien de generacin en generacin, derrama su misericordia
sobre los que le temen; quien, ostentando la fuerza de su brazo,
derrib los soberbios y confundi el orgullo de sus pensamientos.
Precipit de sus tronos los poderosos, para hacer subir ellos los
humildes y pequeos; saci los ham-brientos y despidi en ayunas los
opulentos de este mundo .
En su xtasis, la Virgen inspirada, vea pasar delante de sus ojos
los Faraones, los Holofernes, los Nabucodo-nosor, los Antocos,
todos los opresores de Israel que de-saparecieron como sombras al
soplo de Jehov. Contemplaba al pequeo pueblo de Dios siempre
abatido, pero siempre sostenido por la mano omnipotente de su Seor.
.
Luego, la visin del pasado, sucedi la visin del porvenir.
Deteniendo su vista proftica sobre su patria escla-vizada y sobre
las naciones subyugadas por el espritu de las tinieblas, record que
llevaba en su seno al Redentor de Israel y del mundo: Jehov,
exclam, se ha acordado de sus misericordias: levantar Israel su
siervo, como lo ha prometido Abraham y su posteridad en todos los
siglos .
As cant la Virgen de Nazaret anunciando la tierra la venida del
Redentor divino. As debieron cantar los n-geles cuando por vez
primera contemplaron la majestad del Altsimo. As cantaron Adn y Eva
bajo las sombras del paraso, admirando las magnificencias de la
tierra y de los
-
cielos. As, reproduciendo este inspirado himno - de amcr, eanta
en la tierra toda alma rescatada cuando, al declinar el da, trae la
memoria las grandezas y misericordias de Jess, Hijo de Mara.
La humilde Virgen permaneci tres meses en casa de su prima,
tiempo que transcurri veloz ocupado en dulces y santos coloquios.
Pero lleg, al fin, la hora de la sepa-racin; Isabel y Zacaras
lamentaron la partida de aquella que llevaba en su seno al Dios de
su corazn. Mara lloraba tambin, porque un triste presentimiento le
anunciaba que despus de aquellos tres meses de cielo, comenzaran
para ella los das de prueba.
En efecto, su vuelta Nazaret fu para ella ocasin de angustias
mortales. Desde la primera entrevista con su esposa, Jos no pudo
dejar de notar en Mara seales inequvocas de su futura
maternidad.
Ignorando el misterio de la Encarnacin, no saba qu pensar y qu
partido debera tomar. j o obstante las apa-riencias, se resista
creer Mara culpable dev un crimen. La ms pura de las vrgenes no
poda caer sbitamente desde las alturas del cielo un abismo de
fango; pero cmo explicar su situacin?
Mara lea en el rostro de su esposo las crueles per-plejidades
que torturaban su alma; sufra al verle sufrir, pero su frente
sonserv siempre angelical serenidad y nin-gn signo de inquietud
alter el candor de su fisonoma. Ya que ninguna palabra humana poda
calmar las legtimas ansiedades de su esposo, esper en silencio que
Dios pusiera trmino aquella prueba.
Con el corazn despedazado, Jos tom por fin la re-solucin que le
pareci ms conforme con la justicia. Su perfecta sumisin la ley, no
le permita continuar viviendo con Mara antes de la explicacin del
misterio ; su no me-nos perfecta caridad, le impeda igualmente
denunciar ante la autoridad judicial una mujer que, pesar de todo,
persista en creer inocente. Resolvi, pues, abandonarla
dis-cretamente y sin ruido. Largo tiempo luch consigo mismo antes
de ejecutar este designio: era tn duro para l aban-donar una
hurfana, una pariente, una esposa que n l miraba su nico protector!
Mas, al fin, sin dejar
-
traslucir su resolucin, una noche hizo los aprestos de viaje y
se entreg al sueo despus de haber ofrecido Dips su sacrificio.
Mientras dorma, aparecisele un ngel del cielo y con una palabra
disip todas sus inquietudes. Jos, hijo de Da-vid, l dijo, no temas
guardar contigo Mara tu esposa, pues el fruto que lleva en su seno
es obra del Esp-ritu Santo. Ella dar luz un Hijo quien pondrs por
nombre Jess, porque l salvar su pueblo de sus pe-cados .
Despus de aquella revelacin celestial, despertse Jos
completamente transfigurado. Por una sbita iluminacin, el Espritu
le haba hecho comprender que se realizaba en Mara la profeca de
Isaas: Una Virgen concebir y dar luz un hijo que ser llamado
Emmanuel, es decir, Dios con nosotros .
Al mismo tiempo que se descubra sus ojos el augusto secreto de
la Encarnacin, el santo patriarca comprendi la misin providencial
que Dios le confiaba con respecto al Nio y la Madre. Jess y Mara
necesitaban un guardin y protector en la tierra. A Jos tocaba velar
por estos dos seres queridos y seguirlos todas partes como la
sombra protectora del Padre que est en los cielos.
Libre ya de sus congojas, el santo se apresur dar cumplimiento
las rdenes del Cielo. A las tribulaciones de los ltimos das,
sucedieron el gozo y la paz. Los dos esposos departieron con
abandono y confianza sobre la obra divina la cual ambos servan de
instrumento. Jos supo por Mara la visita del arcngel Gabriel, as
como los prodigios obra-dos en Hebrn. Creciendo en amor medida que
medita-ban las bondades de Dios para con ellos, los dos santos
esposos adoraban al Salvador en su estrecha prisin y an-siaban ver
llegar el venturoso da en que pudieran tenerle en sus brazos y
estrecharle contra su corazn.
-
CAPTULO IV.
La gruta de Beln.
PROFECA DE MIQUEAS. EL EMPERADOR A G D S T 9 . EL CENSO
DE CYRINO. JOS Y MARA EN BELN. EL ESTABLO, -R-
NACIMIENTO DEL NIO-DIOS. LOS NGELES Y LOS P A S -
TORES. GLORIA 1N E X C E L S I S . (LUC. I I , 1-21.)
IENTRAS aguardaba el nacimiento del divino Nio, Mara recorra en
su memoria los 'textos sagrados relativos al advenimiento del
Mesas. Iniciada en el conocimiento de las Escrituras, no ignoraba
la
'" clebre profeca de Miqueas: Beln Efrata, t eres, muy pequea
entre las numerosas ciudades de Jud* y sin embargo de tu seno saldr
el dominador de Israel, El que existe desde el principio y cuya
generacin remonta hasta la eternidad . (1). Segn estas textuales
palabras, los doc-, tores afirmaban unnimemente que el Cristo
nacera en Beln como David su abuelo.
Pero cmo se cumplira esta prediccin, ya que Mara, domiciliada en
Nazaret, no tena motivo alguno para tras-ladarse Beln? Un hombre
fu, sin saberlo, el instrumento elegido por la Providencia para
resolver esta dificuldad; y fiii de manifestar al mndo que los
potentados de la tierra no son ms que meros ejecutores de sus
eternos decretos, Dios quiso que este hombre fuera el mismo
Emperador.
Augusto reinaba entonces en el Oriente y en el Occi-dente.
Naciones antes tan orgullosas de su independencia como Italia,
Espaa, Africa, Grecia, la Galia, Gran Bretaa, Asia Menor,
transformadas en simples provincias del imperio, soportaban la ley
del vencedor. Durante largo tiempo, es-forzronse estos pueblos por
sacudir el yugo; pero, ni el Africano protegido por el mar, ni el
Germano oculto tras
(1) Miqueas V, 2. Jesucristo.
-
el baluarte de sus impenetrables bosques, ni el Bretn per-dido
en el Ocano, pudieron resistir las legiones de la invencible Roma.
Todos depusieron sus armas y el emprador en seal de paz universal,
hizo cerrar el templo de Jano. (1): Considerado como un dios, se le
elevaron templos, se le discernieron apoteosis y se le llam la
salud del genero humano . (2). En la poca en que deba nacer el
verda-dero Salvador del mundo, quiso el gran Emperador conocer con
exactitud Ta extensin de sus dominios y el nmero de sus sbditos.
Con este fin, un edicto imperial mand hacer un censo general de la
poblacin, tanto en los reinos tri-butarios como en los pueblos
incorporados al imperio.
La Judea deba tambin cumplir este edicto, porque el reino de
Herodes, simple feudo revocable voluntad, dependa del gobierno de
Syria. En diciembre de 749, (3), Cyrino, que gobernaba juntamente
con Sextio Saturnino, lleg Palestina para presidir las operaciones
del empadro-namiento. Dise orden los jefes de familia, mujeres y
nios, de inscribir en los registros pblicos su nombre, edad,
familia, tribu, estado de fortuna y otros detalles que deban servir
de base al impuesto de capitacin. Adems de esto, cada uno deba
inscribirse, no en el lugar de su domicilio, sino en la ciudad de
donde era originaria su fa-milia, porque all se conservaban los
ttulos genealgicos que establecan, con el orden de descendencia, el
derecho de propiedad y de herencia.
Esta ltima prescripcin oblig Jos y Mara, ambos de la tribu de
Jud y de la familia de David, trasladarse de Nazaret Beln, lugar
del nacimiento de David su pro-genitor.
Al atravesar las montaas de Judea, Mara, prxima ya ser madre,
admiraba cmo Dios mismo la conduca
(1) Este templo, uno de los ms clebres de Roma, cerrado en
tiempo de paz, permaneca abierto en tiempo de guerra. Suetonio hace
notar (in Aug. 2) que, desde la fundacin de Roma hasta Augusto, no
estuvo cerrado sino dos veces.'
_ (2) En las monedas acuadas con la efigie de Augusto, se lea
esta inscripcin: Salus generis humani (Suet- in Aug.).
(3) El edicto con fecha del ao 746, tuvo su aplicacin en Judea
tres aos ms tarde.
-
al lugar en que deba nacer el Mesas, y cmo un edicto imperial
pona en movimiento todos los pueblos del uni-verso, fin de que la
profeca hecha siete siglos antes por un Vidente de Israel,, tuviera
exacto cumplimiento.
Los dos viajeros llegaron Beln agobiados por las fatigas, despus
de veintids leguas de camino. Los lti-mos rayos del sol iluminaban
la ciudad de David, .sentada como una reina en la cima de una
colina circundada de risueos olivares y viedos/Era Beln la casa del
pan, la ciudad de ricas mieses; Efrata, la frtil, lugar de
abundantes pastos. En aquellas alturas viva la bella Noem cuando el
hambre la oblig desterrarse al pas de Moab; en los campos vecinos,
Rut la Moabita, recoga las espigas olvidadas por los segadores de
Booz; en aquellos valles solitarios, David, nio an, apacentaba sus
rebaos cuando el profeta envi buscarlo para consagrarlo rey de
Israel. Hollando aquel suelo bendito, los santos viajeros evocaban
los piadosos recuerdos de su nacin, ms bien, de su familia.1 Desde
las casas de la ciudad, desde las montaas y los valles salan voces
que les hablaban de sus antepasados y sobre todo del gran rey cuyos
ltimos vstagos eran ellos.
Pero en aquella poca quin conoca la Virgen de Nazaret y Jos el
carpintero ? Al entrar en la ciudad, encontrronse como perdidos en
medio de los extranjeros llegados de todos los puntos del reino
para hacerse inscri-bir. En vano golpearon todas las puertas en
demanda de un asilo en que pasar la noche ; ninguna se abri para
recibirlos. Llenos de parientes y amigos, los Belenitas rehu-saron
hospedar esos desconocidos que adems tenan las apariencias de gente
pobre y humilde. Jos y Mara se diri-gieron entonces la posada
publica en que de ordinario se detenan las caravanas; pero all
mismo encontraron tan gran nmero de viajeros y bestias de carga,
que les fu imposible instalarse.
Rechazados de todas partes, los dos santos viajeros salieron de
la ciudad por la puerta de Hebrn. Apenas ha-ban dado algunos pasos
en esta direccin, cuando divisa-
, ron una sombra caverna abierta en los flancos de una roca. El
Espritu de Dios les inspir el pensamiento de dete-
nerse all. Penetrando en aquel triste recinto, reconocieron
-
que era un establo en que se refugiaban los pastores y los
rebaos.- All haba paja y un pesebre para los animales, y la hija de
David, despus de largo y penoso viaje, reclinse sobre una gran
piedra.
Pronto el bullicio ces: un silencio solemne rein en la ciudad
entregada al reposo. Sola en aquella gruta aban-donada, Mara velaba
y derramaba su corazn delante del Eterno. De repente, hacia la
media noche, el Verbo encar-nado sale milagrosamente del seno de su
madre y aparece ante sus ojos atnitos como un rayo de sol que
deslumhra. Mara lo adora como su Dios, tmalo en sus brazos,
en-vulvelo en pobres paales y lo estrecha su corazn de madre; y
luego, ocupando el pesebre en que los animales tomaban su alimento,
lo recost sobre un poco de paja.
Y desde aquel establo que le servia de abrigo, desde aquel
pesebre convertido en su cuna y desde aquella paja que lastimaba
sus delicados miembros, el Nio deca su Padre celestial: Vos no
habis querido sangre de animales, me habis dado esta carne formada
por vues-tras manos; hme aqu, pues, Dios mo, pronto inmo-larme
vuestra voluntad. (1). De esta manera el Reden-tor ofreca la
majestad divina las primicias de sus sufri-mientos y humillaciones.
Arrodillados su lado Jos y Mara, con los ojos anegados en lgrimas,
se unan su oblacin.
En aquella noche misteriosa, algunos pastores guarda-ban sus
rebaos en un valle vecino al establo en que haba nacido el Hijo de
Dios.
Como los pastores de los primeros tiempos Abraham, Isaac y
Jacob, complacanse en meditar los divinos orculos. Muchas veces con
los ojos fijos en el cielo, haban suplicado Jehov que enviara por
fin al Libertador cuyo prximo advenimiento anunciaban los sabios de
Israel. El Seor se dign recompensar la f de aquellos humildes
pastores. Iluminando la oscura noche que cubra montaas y valles,
una claridad divina se esparci sbitamente al rededor de ellos y un
ngel del cielo apareci ante sus ojos deslum-hrados. A la vista de
aquel espectculo, sintironse pose-dos de temor, pero el ngel los
tranquiliz dicinaoies:
(1) d Hebr. X, 9.
-
No temis, vengo anunciaros un gran gozo para vosotros y para
todo el pueblo. Hoy da, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador; es el Cristo, es el Seor que es-peris. H aqu la seal con
que le reconoceris: hallaris un nio pequeo envuelto en paales y
recostado en el pesebre de un establo.
Cuando el ngel hubo pronunciado estas palabras, multi-tud de
espritus celestes se unieron l y juntos alabaron al Seor. Gloria
Dios en lo ms alto de los cielos, ex-clamaron y paz en la tierra
los hombres de buena voluntad. Luego, las voces se apagaron,
desaparecieron los ngeles y se extinguieron las celestes
claridades.
Solos de nuevo los pastores y asombrados por lo que acababan de
ver y de oir, dijronse los unos los otros:
Vamos Beln ver con nuestros ojos el gran pro-digio que los
ngeles nos han anunciado, y dirigindose toda prisa hacia el
establo, encontraron all, efectivdrrnte, Jos y Mara, y al Nio
recostado en el pesebre. Al verlo, reconocieron en l al Salvador y,
prosternados sus pies, dieron gracias Dios por haberles llamado
adorarle.
Los pastores dejaron la gruta glorificando al Seor por las
maravillas verificadas ante sus ojos. Bien pronto pu-blicaron; con
gran sorpresa de sus compatriotas, lo que haban visto y odo; y el
eco de las montaas repiti en todo Jud las palabras evanglicas:
Gloria Dios, paz en la tierra. Y desde entonces, cuando cada ao
llega aquella noche, entre todas venturosa, los discpulos del
Cristo en-tonan de nuevo y con amor, el himno de los ngeles: i
Gloria in exclsis . Entretanto Mara, testigo atento de los hechos
maravillosos con que el Seor manifestaba al mundo la divinidad del
Nio, grababa fielmente en su corazn tan dulces y tiernos
recuerdos.
As apareci en medio de sus subditos el Cristo-Rey, cuatro aos
antes de terminar el cuarto milenario, el ao 749 de la fundacin de
Roma; cuadragsimo del reinado de Augusto y treinta y seis del
gobierno de Herodes rey de Judea. Cun lejos estara de imaginarse el
Emperador que aquel da, primero de la nueva era, sus oficiales
inscri-biran en los registros del empadronamiento un nombre
-
ms grande que el suyo; que un nio nacido en un establo fundara
un reino ms extenso que su dilatado imperio; y que en fin, la
humanidad, sustrada la tirana de; los Csares, contara sus fastos
gloriosos, no ya desde la fun-dacin de Roma, sino desde la
Natividad del Cristo Re-dentor!
CAPTULO V.
La Presentacin en el templo. LA CIRCUNCISIN. EL NOMBRE DE JESS.
PRESCRIPCIONES
LEGALES MARA EN EL TEMPLO. PROFECA DE AGEO. EL SANTO ANCIANO
SIMEN. NUNC DIMITTJS
GRAVE PREDICCIN. ANA, LA PROFETISA. PURIFICACIN Y PRESENTACION.
(L/UC. II, 21-38.)
feL octavo da despus de su nacimiento, el Nio fu circuncidado en
la gruta de Beln. Jos pronunci las palabras del rito sagrado:
Alabado sea nues-tro Dios que ha impreso su ley en nuestra carne y
marcado sus hijos con el signo de la alianza
para hacerlos partcipes de las bendiciones de Abraham nuestro
padre . (1).
El hijo de Mara llegaba ser de esta manera hijo de Abraham, el
hijo de la promesa, el hombre misterioso quien Jehov, para consolar
al santo patriarca, glorificaba con estas palabras: Yo te dar un
hijo en quien sern bendecidas todas las naciones de la tierra .
El da de la circuncisin los padres acostumbraban imponer un
nombre al recin nacido. El nio del pesebre fu llamado Jess, es
decir, Salvador. Nombre mil veces ben-dito que el ngel haba trado
del cielo para significar la
(1) Ver el Ratioml de Durand (edicin Vives) III. 429.
-
misin del Verbo encarnado; nombre dulce nuestros labios como la
miel, nuestros odos como un cntico armonioso, nuestro corazn como
un gusto anticipado del Paraso; (1) nombre sobre todo nombre, ante
el cual se dobla toda ro-dilla en el cielo, en la tierra y en los
infiernos (2).
Despus de esta ceremonia, Jos y Mara se estable-cieron en una
humilde casa de Beln, creyendo que el Mesas deba residir en aquella
ciudad de David designada por los profetas como su cuna y donde una
circunstancia pro-videncial lo haba conducido. Desde all, el
cuadragsimo da despus del nacimiento de Jess se dirigieron Jerusaln
para cumplir otras prescripciones legales.
Dios haba dicho Moiss: La mujer que ha dado luz un hijo, se
abstendr de asistir al templo durante cuarenta das. El da
cuadragsimo, presentar al sacrificador un cordero de un ao y una
tortolilla en ofrenda por el pecado. Si no pudiera procurarse un
cordero, ofrecer dos tortolillas. El sacrificador rogar por ella y
con esto, quedar purifi-cada (3). Adems, me sern consagrados los
primognitos. Los rescataris al precio de cinco siclos de plata. Si
vues-tros hijos os interrogaren sobre este rescate, les
responde-ris que Jehov os sac de Egipto inmolando todos los
pri-mognitos de los Egipcios y que en recuerdo de esta liber-tad,
le consagris los primognitos de vuestros hijos (4).
Esta doble ley obligaba todas las madres excepto la Virgen
Madre; y todos los primognitos xcepto al Nio-Dios. Evidentemente,
la que concibi del Espritu Santo y di luz al Santo de los Santos,
no tena mancha algu-na de que purificarse; as como el que naci para
rescatar al mundo, no tena necesidad de rescatarse s propio; pero
quiso Dios dejar en la oscuridad de la vida comn los dos
privilegiados de su corazn, para dar la tierra una leccin sublime
de obediencia y humildad.
En el da fijado por la ley, la divina familia se enca-min la
ciudad santa. Mara llevaba al Nio en sus brazos; segualos Jos con
la humilde ofrenda^ que deba presentar
(1) San Bernardo. Off. S. Nom. Jesu, (2) Ad Philipp. II. 9-10.
(3) Levit. XII. (4) Exod, XIII.
-
la pobre madre. Despus de algunas horas de marcha, entra-ron en
Jerusaln. Los prncipes de los sacerdotes, pontfices y doctores, ni
sospecharan acaso que pasaba delante de sus ojos aquel mismo Mesas
cuyos gloriosos destinos tantas veces haban predicado al pueblo.
Habran respondido con una sonrisa de desprecio quien les hubiera
mostrado en ese nio al Libertador de Israel.
Mara se dirigi al templo, dichoso abrigo de sus pri-meros aos.
Al subir con Jess por las gradas del majes-tuoso edificio,
acordbase involuntariamente de la prediccin del profeta Ageo.
Quinientos aos antes, los restos de las tribus cautivas vueltos de
Babilonia, reedificaban la ciudad y el templo, y los ancianos no
podan contener sus lgrimas al recordar las magnificencias
desaparecidas para siempre. No lloris, exclam entonces el profeta;
esperad un poco y el Deseado de las naciones llenar de esplendor
esta casa. La gloria del nuevo templo eclipsar la del primero . (1)
La prediccin se cumpla en aquel da en que la presencia del Cristo
glorificaba y santificaba la casa de Dios; pero, como en el
pesebre, dejaba los sabios sumidos en las tinieblas y slo se
revelaba los humildes.
Haba entonces en Jerusaln un venerable anciano llamado Simen.
Fiel Dios y confiado en sus promesas, no slo aguardaba al
consolador de Israel, sino que una esperanza aun ms dulce llenaba
su corazn de una santa alegra. El Espritu divino por secretas
inspiraciones le haba anunciado que no morira antes de ver con sus
ojos al Mesas de Jehov.
En aquel da, conducido por el espritu de Dios, el santo anciano
lleg al templo. Cuando Jos y Mara penetraron en el sagrado recinto,
Simen divis al nio en los brazos de su madre. Su mirada se detuvo
fijamente en Jess, sus ojos se humedecieron en lgrimas y su alma,
sbitamente iluminada, descubri al Hijo de Dios bajo los velos de su
humanidad. Al punto, arrebatado en un santo transporte, toma al nio
en sus brazos, lo estrecha sobre su corazn y con voz trmula de
emocin, le dice: Bendito seas, Se-or! Has cumplido tu palabra;
ahora puedo morir en paz,
(1) Agg, II. 8-10.
-
pues mis ojos han visto al Salvador, Aquel que habis enviado
todas las naciones, luz de los pueblos, gloria de Israel .
As habl el hombre de Dios. Jos y Mara oan llenos de admiracin
aquel himno de alabanza en honor del di-vino Nio, cuando ven que la
frente del anciano palidece, como si un doloroso pensamiento
turbase su espritu. Ben-dijo los dos santos esposos y luego dijo la
madre: Este nio ha venido para ruina y resurreccin de muchos en
Israel. Ser blanco de contradiccin entre los hombres y con ocasin
de su venida, los pensamientos ocultos en el fondo de los corazones
quedarn patentes como en pleno da. En cuanto vos oh madre! una
espada de dolor atra-vesar vuestra alma . Con esas palabras el
profeta anun-ciaba la oposicin de los Judos al reino del Mesas y
haca entrever el Glgota. Mara comprendi el martirio que la esperaba
y sin turbarse respondi como en otra ocasin al ngel: Que se cumpla
en su sierva la voluntad de Dios .
En este mpmento solemne lleg al templo un nuevo testigo que Dios
enviaba para reconocer y glorificar al di-vino Nio. Era Ana, la
profetisa, la hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Viuda, despus de
siete aos de matrimonio, aquella mujer venerable entonees de edad
de ochenta aos, llevaba una vida santa. Pasaba sus das en la casa
de Dios, maceraba su cuerpo con ayunos continuos y da y noche
elevaba sus splicas ante el altar del Seor. Como el anciano Simen,
reconoci en el Nio al Mesas prometido su pueblo y transportada de
gozo, estall en acciones de gracias y di testimonio de Jess delante
de todos los que esperaban la redencin de Israel.
Despus de estas manifestaciones gloriosas al par que sombras,
Mara se acerc al atrio de los Judos. Un sacri-ficador recibi las
dos tortolillas, oblacin de la pobre madre y recit en su presencia
las oraciones del sagrado rito. El sacerdote la introdujo entonces
en el recinto interior para la ceremonia de la presentacin.
Juntamente con Jos, Mara puso el nio en manos del Ministro de Jehov
y despus de pagar los cinco siclos de rescate, lo recibi nuevamente
en sus brazos. En aquel momento, en vez de recobrar la libertad que
le aseguraban las formalidades legales, l Nio-
-
Dios se someta voluntariamente la esclavitud y consa-grndose del
todo la gloria de su Padre, se ofreca como vctima por la salvacin
de la humanidad. Mara y Jos, movidos por el mismo amor, ofrecan
Dios como obra suya el tesoro depositado en sus manos.
Cumplidas las prescripciones de la ley, los santos espo-sos
volvieron tomar el camino de Beln.
CAPTULO VI.
Los reyes de Oriente. LOS T R E S MAGOS. - L A E S T R E L L A
MISTERIOSA. - E L VIAJE. - LLEGADA
K JERUSALN. - PNICO DE HERODES. - REUNIN DEL GRAN
CONSEJ. - EN CAMINO HACIA BELN. - ADORACIN DE
LOS MAGOS. (Matth. II, 1-12.)
IENTRAS que Jess Sala de Jerusaln ignorado de todos, con
excepcin de un anciano y de una pobre viuda, Dios preparaba un
acontecimiento que obli-gara los doctores, al Sanhedrn y al mismo
rey Herodes fijar su atencin en el recin nacido.
Ms alia de las fronteras de Israel, bajo el hermoso cielo de
Oriente, existan pueblos que esperaban tambin un Salvador. Persas,
Arabes y Caldeos, alimentaban esta misma esperanza. Cuando los
Hebreos desterrados lloraban en las mrgenes del Eufrates, los
sabios del pas los interrogaban acerca de sus destinos, hojeaban
con ellos los libros prof- 1 ticos y; se iniciaban en los secretos
del porvenir. Saban que la venida del Mesas de Israel sera
anunciada por un signo celeste, porque un profeta, hablando de l,
haba dicho: Yo lo veo/ pero no existe n. Lo contemplo, aunque
todava est lejos. Una estrella brillar sobre Jacob y un cetro:se
levantar en Israel. Habituados leer en los fen-
-
menos celestes el presagio de los grandes acontecimientos, los
sabios grabaron en su memoria el recuerdo de esta prediccin.
Un da, tres jefes de tribu, mirando el firmamento, observaban
con atencin las estrellas que conocan por sus nombres, como conoce
el hortelano las plantas que riega cada maana. Pe improviso oh
prodigio ! notaron un astro nuevo de magnitud extraordinaria y
brillo maravilloso. Al mismo tiempo, una voz interior les hizo
comprender que aquella estrella anunciaba el nacimiento del gran
rey espe-rado por los Judos.
Pero esto no era todo: una fuerza extraa, sobrehu-mana, les
impela irresistiblemente ponerse en busca de aquella Majestad
divina. A todas las dificultades, la voz inte-rior responda que la
brillante estrella les guiara en todos los caminos que hubieran de
recorrer.
fieles al celestial atractivo, los tres magos, (as se les
llamba) se decidieron emprender un viaje cuyo trmino ignoraban.
Acompaados de sus servidores y provistos de ricos presentes, se
pusieron en marcha con los ojos fijos en la estrella misteriosa.
Por largo tiempo la caravana sigui el derrotero de Abraham al
emigrar de la Caldea; por muchos das las giles cabalgaduras
removieron la arena del desierto; la estrella marchaba siempre. En
fin, llegaron las orillas del Jordn y luego al monte de los Olivos
frente Jerusaln.
A la vista de la gran ciudad y del famoso templo que ostentaba
ante sus ojos la masa imponente de sus muros y torres, los Magos se
detuvieron creyendo que aquella era la ciudad del gran rey. Al
mismo tiempo la estrella desapa-reci, lo cual les indujo creer que
haban llegado al tr-mino de su peregrinacin. Apresurronse, pues,
entrar en la ciudad santa y preguntaron con toda ingenuidad sus
habitantes: Dnde est el rey de los Judos que acaba de nacer? .
Con gran asombro respondieron los interrogados que, Herodes rey
de los Judos, tena el cetro en sus manos haca ya treinta y seis aos
y que no tenan noticia de que hubiese nacido un nuevo prncipe. Sin
embargo, exclama-ron los tres viajeros, hemos visto en Oriente la
estrella del
-
nuevo rey y hemos venido adorarle. Ms y ms sor-prendidos, los
Judos se miraban unos otros y comen-tando las extraas palabras de
aquellos extranjeros, se pre-guntaban con emocin si el rey
anunciado por la estrella misteriosa no sera el Mesas esperado por
Israel.
El mismo viejo Herodes, sabedor de las preguntas he-chas por los
magos comenz temblar en su palacio. Un rey. recin nacido ? Acaso el
usurpador habra olvidado algn vstago de los Macabeos ? O bien, el
Mesas en quien los Judos fundaban sus esperanzas de restauracin
nacional, haba realmente aparecido? Devorado por la inquietud, el
tirano reuni con presteza el gran Consejo compuesto de los prncipes
de los sacerdotes y doctores de la Ley.
Segn vuestros profetas, les dijo dnde debe nacer el Cristo que
esperis? En Beln de Jud, repondieron unnimemente. Y citaron como
prueba la profeca de Miqueas.
Feliz al saber donde poda encontrar su odiado rival, si por
acaso exista, Herodes despidi sus consejeros; pero para completar
sus informaciones, quiso interrogar l mis-mo los tres viajeros
sobre las malhadadas preguntas que causaban su turbacin.
Disimulando la importancia que daba este incidente, los hizo venir
secretamente su palacio, se inform por ellos de la significacin de
la estrella, del momento preciso de su aparicin y de todas las
circunstancias que podan revelarle la edad del nio; luego,
fingiendo tomar parte en sus piadosas intenciones les dijo: Id
Beln, all le encontraris. Buscadle con cuidado, y cuando le hayis
encontrado, hacdmelo saber, para ir yo tambin adorarlo.
,, Desde este momento, un nuevo homicidio qued resuelto en- el
corazn de Herodes; con todo, temeroso de exaspe-rar los Judos, que
confiaban en que el Mesas rompe-ra sus cadenas, resolvi hacerlo
desaparecer sin ruido. De esta manera haba hecho ahogar su cuado
Aristbulo pocos aos antes, vistindose de pomposo luto para ocultar
su crimen los ojos de la nacin.
Los magos no podan penetrar los pensamientos de Herodes. Llenos
de confianza en Sus palabras, tomaron sin vacilar la ruta de Beln,
felicitndose de esta determinacin, pues apenas salieron de
Jerusaln, volvieron ver su gua
-
milagroso, que marchaba delante de ellos como efi los de-siertos
del Oriente, encaminndolos la ciudad de David.
Los piadosos extranjeros avanzaban en santo recogi-miento,
cuando de repente la estrella se detiene. Inmvil en el cielo,
proyectaba sus rayos sobr un punto fijo y pareca decir: All est el
que buscis. Mas no vieron ni templo, ni palacio, ni tienda real,
sino una choza (1) seme-jante las dems. Entraron sin embargo y se
encontraron en presencia de una mujer que tena un* nio recin
na-cido en sus brazos y de un hombre que contemplaba en silencio
aquellas dos celestiales criaturas.
Apenas fijaron su mirada en la santa Familia, un sen-timiento
del todo divino penetr en el alma de los tres via-jeros. Pareciles
que la humilde casa brillaba con un res-plandor tan dulce y vivo la
vez, que se creyeron trans-portados al cielo. Al mismo tiempo, la
voz interior que les haba impelido este viaje, les manifest que baj
los pobres paales que cubran al nio, se ocultaba el Hijo de Dios
hecho hombre. Con los ojos humedecidos en lgrimas se prosternaron
'sus pies y le adoraron. Reyes de las tribus del Oriente,
declarronse vasallos del gran Rey y le ofrecieron el homenaje de
sus coronas. Y cuando sus servidores hu-
(1) Segn la tradicin popular, los magos adoraron al Nifio-Jess
en el estallo de Beln diez das slamente despus de su nacimiento.
Graves dificultades nos inclinan creer con muchos intrpretes, que
la visita de los magos no se verific sino despus de la Presentacin
y en una casa de Beln.
Desde luego cmo conciliar la tradicin con el texto de San Mateo
que muestra los magos entrando, no en un establo, sino en una casa:
et intrantes domum adoraverunt eum ?
Adems, se comprende que la santa Familia haya pasado por
necesidad algunos das en el establo de Beln; pero no se ve claro
por qu San Jos la hubiera dejado all semanas enteras.
En fin, si se admite que los magos han conferenciado con Herodes
sobre el nuevo rey de los Judos un mes antes de la Presentacin ,^
se seguira que, engaado por ellos, el asesino habra diferido
durante un mes, pesar de su clera y de sus sospechas, le matanza de
los inocentes. Se seguira tambin que Jos y Mara, no obstante el
furor de Herodes, iratus est vade, habran llevado el Nio Jerusaln y
al Templo, es decir, las manos del tirano, en lugar de ocultarlo la
vista de todos. El captulo siguiente mostrar mejor an, que la huida
Egipto y la matanza de los Inocentes han seguido inmediatamente la
partida de los magos.
-
bieron descargado las bestias de las valiosas ofrendas que
conducan, ofrecieron oro su Rey, incienso su Dios y mirra al
Redentor que vena dar su vida por la salva-cin del mundo.
As se cumplan de la manera ms inesperada las pala-bras del
profeta: Levntate Jerusaln; la gloria del Seor ha brillado sobre
ti. Las naciones marchan tu luz y los reyes al resplandor de tu
sol. Te vers inundada de ca-mellos y dromedarios d Madin y de Efa.
Vendrn de Sab trayndo el oro y el incienso y cantando las alabanzas
del
- Seor. Desde aquel da, Jehov no ser slo el Dios de Israel;
traer los pies de su Hijo, los Judos y los gentiles, los pastores
de Beln y los reyes (le Oriente *.
Embriagados de divinos consuelos, los magos hubieran querido
prolongar su permanencia cerca del divino Nio; pero, avisados por
el cielo, se alejaron rpidamente de Beln. Dios les revel en sueos
los proyectos homicidas de Herodes y como ellos haban prometido, al
tirano darle cuenta de lo que supiesen referente al nuevo rey de
los Judos, diseles la rden de no volver Jerusaln, sino regresar su
pas por distinto camino. Dciles la voz del Seor, tomaron por el sur
el camino de la Arabia, salvaron en pocas horas los confines de la
Judea y continuaron su viaje costeando las extremidades del
desierto. Mensajeros de Dios, no cesaban de referir, s paso, lo que
haban visto y odo; de manera que en Oriente como en las montaas de
Jud se esparci la buena nueva: El Cristo esperado desde tantos
siglos, ha nacido en Beln.
-
CAPTULO Vil.
Huida & Egipto. PROYECTOS HOMICIDAS DE HERODES. - VIAJE D E
L A S A N T A FAMILIA
EGIPTO. - M A T A N Z A DE L O S INOCENTES. - RESIDENCIA DEL
NIO
EN HELIPOLIS. - T R I S T E FIN DE H E R O D E S . - REGRESO D
E
LOS D E S T E R R A D O S . (Matth. II, 13-23.)
ERODES esperaba con impaciencia la vuelta de los reyes del
Oriente, fin de saber si haban encontrado en Beln al rey indicado
por la estrella. No vindolos llegar, hizo prolijas investigaciones
y supo que, des-pus de corta permanencia en aquella ciudad, ha-
ban desaparecido. A esta noticia que trastornaba todos sus
planes, el tirano mont en violenta clera y jur que ese recin nacido
llamado ya rey de los Judos, no le arreba-tara la corona. Habiendo
vivido siempre sin Dios, el impo no se imaginaba que el Rey del
cielo pudiera desbaratar los designios de los potentados de la
tierra.
Mas, h ah que en estos mismos momentos, un ngel del cielo
apareca Jos durante el sueo y le deca: Le-vntate, toma al Nio y su
Madre y huye Egipto en donde permanecers hasta que yo te indique el
da de la vuelta, porque Herodes busca al Nio para quitarle la
vida.
Cumplido su mensaje, el ngel se retir. sin dar Jos tiempo para
dirigirle ninguna pregunta. El santo patriarca, obedeciendo sin
discutir las rdenes del Seor, levantse inmediatamente, hizo con
gran prisa los preparativos del viaje y, abandonndose la divina
Providencia, se puso en marcha con el Nio y la Madre. Sentada sobre
la mansa cabalgadura que la haba trado de Nazaret Beln, la Virgen
Mara llevaba al hijo en sus brazos. Su alma se lle-naba cada
instante de tristes pensamientos, per una mi-rada Jess, bastaba
para devolverle la serenidad y la calma. Jos, silencioso y
recogido, velaba por esos dos seres
-
queridos confiados su guarda y rogaba los ngeles de Dios que
dirigiesen sus pasos por los caminos difciles y peligrosos que iban
recorrer.
Por lo dems, los recuerdos que cada ciudad, cada lugar traan su
memoria, infundan confianza los pobres desterrados.
Despus de dos horas de marcha, divisaron al oriente de Beln la
ciudad de Tecua, donde David su padre encontr un abrigo contra los
furores de Sal. Al frente, sus mira-das se dilataban en el valle
que vi caer al ejrcito de Se-naquerib baio la espada del Angel
xterminador.
Un poco ms lejos, en la cspide de una colina, se eleva la ciudad
de Ramah cuyos pies la santa Familia lleg en su primera jornada.
Despus de tres leguas recorridas rpidamente por senderos escarpados
y pedregosos, era ne-cesario el descanso para recuperar las perdids
fuerzas. (1)
De Ramah, los santos viajeros se encaminaron hacia el poniente.
A corta distancia, desvindose un poco hacia el Sur, habran llegado
la colina de Hebrn; pero temiendo ser espiados por los soldados de
Herodes, contentronse con saludar de lejos Isabel y Zacaras sus
queridos parientes, los restos venerados de Abraham y aquel valle
de Mambr lleno todava de las comunicaciones de Dios con los hijos
de los hombres.
En Tzirrah, donde pasaron la noche, las montaas de Jud se
inclinan en suave pendiente hacia el mar grande, desde donde se
divisa la risuea llanura de los Filisteos. Aqu tambin todo les
hablaba dess antepasados, muchas veces errantes y fugitivos como
ellos. A su derecha, en Gaza, Sansn se sepulta bajo las ruinas del
templo con sus dolos y adoradores. A su izquierda, el valle d
Bersab les re-cuerda Abraham huyendo del hambre y al anciano Jacob
dirigindose al Egipto llamado por su hijo Jos. Los divi-nos
proscriptos llegaron por fin Lebhem en la frontera
(1) No tenemos ninguna razn para apartarnos del itinerario
tra-zado por los antiguos historiadores. Las estaciones de la santa
Familia estn perfectamente en relacin con la distancia geogrfica; y
los mo-numentos todava existentes confirman la tradicin. No
necesitamos ad-vertir nuestros lectores que los Evangelistas
guardan completo silencio acerca de todas estas particularidades
del viaje Egipto.
-
de la Judea y del Egipto. Haban recorrido treinta leguas en
algunos das y en los momentos en que salan de los dominios de
Herodes, el perseguidor con el intento de hacer morir al Nio,
cometa un crimen tan brbaro como intil.
Aterrorizado, el anciano rey vea en todas partes ene-migos. Los
Judos.aborrecan en l al asesino de sus reyes; su hijo Antipter
acababa de atentar contra su vida y Dios le haca ya sentir los
primeros sntomas de la^ horrible en-fermedad que lo condujo al
sepulcro; y para colmo, se le amenaza con proclamar un nio rey de
los Judos. En un acceso de clera, llama sus guardias fieles,
Tracios, Escitas, Galos, habituados ejecuciones sangrientas y les
ordena degollar en Beln y sus contornos todos los nios menores de
dos aos. Atenindose las informaciones de los magos, estaba seguro
de que Jess caera en aquella matanza.
Los asesinos se lanzan toda prisa la ciudad de David; invaden
los hogares arrancando de sus cunas de los brazos de sus madres los
tiernos nios y los degellan sin piedad. En vano las madres
enloquecidas lanzaban gritos de terror; en vano quieren huir; la
espada descarga sus golpes por todas partes y siega las inocentes
vctimas. Como en los tiempos de Jeremas, desde las alturas de Ram
reso-naban lamentaciones y gritos de desesperacin. Desde su tum-ba,
Raquel se una aquellas madres inconsolables para llo-rar, no ya por
hijos esclavos, sino isobre sangrientos cadveres.
Pobres madres! enjugad vuestras lgrimas: vuestros hijos no
existen ya; pero han derramado su sangre por el Nio-Dios! Hasta el
fin de los siglos millones de voces can-tarn su gloria: Salud, dirn
aquellas voces, salud, flores de los mrtires, quienes el
perseguidor ha segado en la aurora de la vida, como la tempestad
arrebata las flores al nacer. Primicias de la inmolacin redentora,
tierno rebao de vctimas, vuestras almas inocentes juguetean al pie
del altar entre palmas y coronas! (1).
Mientras Herodes se entregaba aquella horrible car-nicera, el
Nio que l quera sacrificar reposaba tranquilo en Egipto, dormido en
los brazos de su madre. Al salir Mara
(1) Hymn. SS. Innoc. Jesucristo.
-
y Jos de la Judea, penetraron en el inmenso desierto que los
Israelitas haban atravesado dirigidos por Moiss. All en aquellas
llanuras arenosas, sus padres haban vagado durante cuarenta aos,
comido el man del cielo, bebido el agua de las rocas y recibido la
ley d Jehov al pie del monte Sina cuya cima dejaba ver el lejano
horizonte. Con-fiados en el Dios que sac los hebreos del desierto,
los santos desterrados se aventuraron en aquellas soledades
desconocidas, Despus de un nuevo viaje de cerca de treinta leguas
lo largo del gran mar, llegaron Faramah aquel lugar en que Jos fu
recibir al anciano Jacob. Remon-tando entonces el curso del Nilo,
el rio bendito de los Egip-cios, atravesaron la hermosa llanura de
Tans, testigo de los numerosos prodigios realizados por Moiss para
gloria del verdadero Dios. Sus pies hollaban la tierra ilustrada
por los patriarcas, sobre todo por aquel nio salvado de las aguas,
libertador de su pueblo y figura viva del Mesas. Siguieron su
camino hasta la noble ciudad de Helipolis donde aguardaron las
rdenes de Dios.
El Egipto, vasto templo de dolos, serva de centro de reunin
todos los espritus del abismo. All se adoraba dioses de figura
humana, los astros, los animales y hasta las legumbres de los
huertos. Helipolis, la ciudad santa, con su templo del sol, sus
colegios de sacerdotes y sabios, formaba como el centro del culto
idoltrico. Y sin embargo, en el seno de aquella ciudad enteramente
pagana, fu donde Dios haba preparado una nueva patria la santa
Familia. Los Judos desterrados despus de la destruc-cin de Jerusaln
y ms tarde los proscritos de Antoro, se haban refugiado en gran
nmero en Helipolis. A fin de tener un recuerdo de la madre-patria y
del culto de sus an-tepasdos, construyeron all un templo Jehov que
casi igualaba en magnificencia al de Jerusaln. Jos y Mara se
encontraron, pues, con compatriotas, la mayor parte hijos de
fugitivos y desterrados como ellos. En medio de aquella co-lonia de
judos, trabajaron para ganar el pan de cada da, yiviendo como en
Beln desconocidos y pobres. Una miserable gruta (1) les serva de
asilo; pero Jess habitaba all con
(1) Los peregrinos visitan an hoy la grata de Helipolis.
-
ellos y su corazn superabundaba en gozo en medio de las
tribulaciones.
Herodes, al contrario, pasaba das aciagos en su palacio de oro
de Sin. Poco tiempo despus de la matanza de Beln, la venganza
divina estall sobre el asesino y le hizo sentir como un preludio de
los eternos tormentos. Un fuego interior le consuma penetrndole
hasta la mdula de los huesos; ningn alimento poda saciar el hambre
que le devoraba, leeras malignas le roanlas entraas; su cuerpo
todo, presa viva de los gusanos, exhalaba el olor ftido de un
cadver en putrefaccin. Bajo la tensin de sus nervios horriblemente
contrados y de sus miembros hinchados por la hidropesa, lanzaba
aullidos de dolor que hacan decir sus familiares: La mano de Dios
pesa sobre este hombre en castigo de sus crmenes.
Com ltimo recurso, sus mdicos le hicieron trasla-darse las aguas
de Gallirhoe, cerca de Jeric. Se le su-mergi en un bao de aceite y
betn, en el que al instante se cerraron sus ojos y su cuerpo pareci
disolverse. Cre-yndole muerto, los judos dieron un grito de jbilo.
Para castigrlos, hizo aprisionar los miembros de las principales
familias. Tan pronto como haya muerto, dijo su digna hermana Salom,
hacedlos matar todos,- as estar seguro de que la Judea llorar el da
de mi muerte. En un arranque de desesperacin, intent atravesarse el
corazn con ijn pual hizo degollar en la prisin su hijo Antipter
acu-sado de haber querido asesinarle.
Cinco das despus, muri este cruel tirano(l) cargado con las
maldiciones del pueblo y con la eterna reprobacin de Dios.
Mientras tanto, la santa Familia viva en paz en Heli-polis donde
pas todava largos meses comiendo el pan del destierro, con los ojos
puestos en el camino de la patria y aguardando la orden de regreso.
Una noche, el ngel del Seor apare