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Javier Reverte 01/02/2015 Revista VIAJAR Los confines de la Tierra Las primeras representaciones del mundo situaban misterios y maravillas en sus extremos. En los mapas de Tolomeo, más allá de Thule, al norte de Inglaterra, no existía el mundo; en la época de Colón se creía que las tierras polares estaban habitadas por seres con un solo pie, grifos, tribus muy, muy longevas, y una montaña magnética que contenía la puerta del Purgatorio. ¿Dónde están hoy los extremos del mundo, los lugares más remotos, los límites del planeta? Javier Reverte describe, en este reportaje, los confines de la Tierra. Hay lugares a los que, según los cánones turísticos, no merece la pena llegar salvo por el placer de ir – Stevenson dixit–. Algunos son muy hermosos desde un punto de vista meramente natural: hoscos, rudos, violentos, en los que se siente que el hombre todavía no ha domado por completo a la Naturaleza. Pero ofrecen poco más que belleza terrenal y sed de aventura. Suelen estar en los extremos del mundo, en los confines del planeta. Y el placer de haberse asomado a ellos, repito, no es otro que el hecho de haber ido y, en todo caso, comprender un poco mejor el planeta que habitamos. Hay una vieja frase sobre la actitud del hombre ante la partida de un difícil viaje que me gusta recordar de cuando en cuando y que responde a la pregunta de por qué acercarse a un lugar tan lejano y adonde cuesta mucho esfuerzo llegar. La frase es sencilla: “Para poder contar que yo estuve allí”. En su libro El peor viaje del mundo, un expedicionario polar, Apsley Cherry Garrard, añade un juicio notable: “La exploración no es más que la expresión física de la pasión intelectual”. No hay otra palabra: la pasión por la lejanía, la pasión por los confines, la pasión por ir más y más allá... Islas Svalbard, el confín del mundo Hasta hace muy pocos años, el archipiélago noruego de las Svalbard, a medio camino entre el Polo Norte y la costa continental del país, era un lugar muy poco visitado, salvo por cazadores de ballenas, osos y renos. Había dos grandes establecimientos mineros de carbón, explotados por los rusos – Pyramiden y Barentsburg–, y tan solo una ciudad habitada por medio millar de almas llegadas en el último siglo y medio –en las islas nunca hubo población autóctona–: Longyearbyen. Pero fue precisamente su riqueza en vida animal lo que recientemente ha transformado estas islas en un destino turístico de interés, aunque resulta bastante costoso llegar. En la isla principal de las Svalbard, Spitzbergen, residen unos tres mil pobladores, en tanto que las otras islas no están habitadas, y el número de osos –su caza está prohibida– es superior en unos cuantos centenares al de seres humanos. Junto al aeropuerto se encuentra la llamada Bóveda del Fin del Mundo, una suerte de banco vegetal que guarda cien millones de semillas –en previsión de una catástrofe natural o nuclear– a 120 metros de profundidad y a una temperatura constante de menos 18 grados centígrados.
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Javier Reverte 01/02/2015 Revista VIAJAR Los confines de ... · Uno de los nombres míticos con que se conoce al cabo es ... noches de tempestad, las arrastra produciendo ruidos aterradores.

Oct 21, 2018

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Page 1: Javier Reverte 01/02/2015 Revista VIAJAR Los confines de ... · Uno de los nombres míticos con que se conoce al cabo es ... noches de tempestad, las arrastra produciendo ruidos aterradores.

Javier Reverte 01/02/2015 Revista VIAJAR

Los confines de la TierraLas primeras representaciones del mundo situaban misterios y maravillas en sus extremos. En los mapas de Tolomeo, más allá de Thule, al norte de Inglaterra, no existía el mundo; en la época de Colón se creía que las tierras polares estaban habitadas por seres con un solo pie, grifos, tribus muy, muy longevas, y una montaña magnética que contenía la puerta del Purgatorio. ¿Dónde están hoy los extremos del mundo, los lugares más remotos, los límites del planeta? Javier Reverte describe, en este reportaje, los confines de la Tierra.

Hay lugares a los que, según los cánones turísticos, no merece la pena llegar salvo por el placer de ir –Stevenson dixit–. Algunos son muy hermosos desde un punto de vista meramente natural: hoscos, rudos, violentos, en los que se siente que el hombre todavía no ha domado por completo a la Naturaleza. Pero ofrecen poco más que belleza terrenal y sed de aventura. Suelen estar en los extremos del mundo, en los confines del planeta. Y el placer de haberse asomado a ellos, repito, no es otro que el hecho de haber ido y, en todo caso, comprender un poco mejor el planeta que habitamos. Hay una vieja frase sobre la actitud del hombre ante la partida de un difícil viaje que me gusta recordar de cuando en cuando y que responde a la pregunta de por qué acercarse a un lugar tan lejano y adonde cuesta mucho esfuerzo llegar. La frase es sencilla: “Para poder contar que yo estuve allí”. En su libro El peor viaje del mundo, un expedicionario polar, Apsley Cherry Garrard, añade un juicio notable: “La exploración no es más que la expresión física de la pasión intelectual”.

No hay otra palabra: la pasión por la lejanía, la pasión por los confines, la pasión por ir más y más allá...

Islas Svalbard, el confín del mundo

Hasta hace muy pocos años, el archipiélago noruego de las Svalbard, a medio camino entre el Polo Norte y la costa continental del país, era un lugar muy poco visitado, salvo por cazadores de ballenas, osos y renos. Había dos grandes establecimientos mineros de carbón, explotados por los rusos –Pyramiden y Barentsburg–, y tan solo una ciudad habitada por medio millar de almas llegadas en elúltimo siglo y medio –en las islas nunca hubo población autóctona–: Longyearbyen. Pero fue precisamente su riqueza en vida animal lo que recientemente ha transformado estas islas en un destino turístico de interés, aunque resulta bastante costoso llegar.

En la isla principal de las Svalbard, Spitzbergen, residen unos tres mil pobladores, en tanto que las otras islas no están habitadas, y el número de osos –su caza está prohibida– es superior en unos cuantos centenares al de seres humanos. Junto al aeropuerto se encuentra la llamada Bóveda del Fin del Mundo, una suerte de banco vegetal que guarda cien millones de semillas –en previsión de una catástrofe natural o nuclear– a 120 metros de profundidad y a una temperatura constante de menos 18 grados centígrados.

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Si bien hay algunas bases militares al norte de las Svalbard –canadienses, rusas y de los EE UU–, en Spitzbergen se encuentra la población más septentrional habitada en forma permanente: Ny Alesund, exactamente a los 78º 55’ de Latitud Norte, muy cerca ya del Polo Norte. Ny Alesund es una comunidad científica con estaciones de diversos países –Noruega, Suecia, Argentina, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, China...–, y en invierno residen en el lugar unas treinta personas –no todos ellos científicos–, cifra que llega a casi 150 en los veranos. Si es posible decir que Ny Alesund no es uno de los confines geográficos de la Tierra, sí que es, sin duda, un confín humano.

Cabo de Hornos, la "Sepultura del Diablo"

Tampoco el chileno Cabo de Hornos, en el extremo meridional de América Latina, es un confín geográfico, porque más al Sur queda el inmenso continente antártico. Pero sí que lo es desde un puntode vista humano, como lo son las Svalbard. En los territorios continentales antárticos, al sur del llamado Paso de Drake –el tramo de mar que separa los océanos Atlántico y Pacífico–, no hay otra gente que los científicos, distribuidos en diversas estaciones de investigación, entre las que se encuentra una española. Pero en la región de Tierra del Fuego, cuya punta de lanza es la isla del Cabode Hornos, encuentra el ser humano su última habitación en el extremo meridional americano. El cabo se encuentra situado a 55 grados y 58 minutos de Latitud Sur.

Son muchas las diferencias de fauna y flora entre el universo boreal y el austral. La principal de todas es que, mientras en las latitudes árticas habitan depredadores terrestres, como el oso, el lobo y el zorro, en las antárticas tan solo los hay marinos, como la foca leopardo y la orca. Al mismo tiempo, en las regiones árticas no hay pingüinos, mientras que en las antárticas abundan varias subespecies de este ave nadadora que no sabe volar.

Si hay un lugar abundante en tragedias marineras es el Cabo de Hornos, el más peligroso de todo el planeta. Más de 800 naufragios, censados, se han producido en sus aguas y el número de muertos se calcula en 10.000 navegantes. Uno de los nombres míticos con que se conoce al cabo es el de Sepultura del Diablo, pues una vieja leyenda afirma que Satanás permanece encadenado, con grilletes que pesan más de dos toneladas, en una gruta de las aguas cercanas al cabo y que, en las noches de tempestad, las arrastra produciendo ruidos aterradores. Lo cierto es que la lejanía de tierra firme no ofrece apenas oposición a los vientos, que corren salvajes y que han sido bautizados con nombres tan asombrosos como Los cuarenta rugientes o Los cincuenta furiosos o Los sesenta aulladores. Doblar el Cabo de Hornos en barco se considera la mayor proeza de la navegación y los marineros que lo han logrado ganan el derecho a adornarse con un aro en el lóbulo de una oreja.

Cuando Magallanes cruzó en 1520 el estrecho entre los dos océanos que hoy lleva su nombre (el pasose abre en la costa atlántica a la altura de los 52 grados y 28 minutos Latitud Sur y sale al Pacífico casia los 53º), la región de Tierra de Fuego estaba habitada por unas 12.000 almas, pertenecientes mayoritariamente a las etnias onas y yámanas. Hoy no queda un solo individuo puro de ninguna de las

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dos y sus lenguas se han perdido. Los 160.000 pobladores de la parte chilena de Tierra de Fuego son en su mayoría colonos blancos y mestizos.

En la isla del Cabo de Hornos, que es territorio chileno, hay un gran faro y algunos monumentos en recuerdo de los navegantes que surcaron sus aguas, vivos o muertos. Cuando visité el lugar, en octubre de 2014, los únicos habitantes de la isla eran un sargento chileno encargado del faro, de nombre Patricio, su esposa, Ángela, y sus hijos, Tomy y Génesis.

Nome, el oro del fin del mundo

Nome, al noroeste del Estado de Alaska, junto al estrecho de Bering, es un lugar en donde parece acabarse el mundo. Las dos carreteras que parten desde allí hacia el norte apenas cuentan con algo más de cien kilómetros y ninguna población que pueda calificarse como tal. Todo es tundra, tierra seca,dura, cubierta por los hielos la mayor parte del año. El norte americano termina allí y, al otro lado del estrecho, de una anchura de 82 kilómetros, comienza Asia, en los ariscos territorios de Siberia. Se diceque hace más de un milenio los primeros humanos que entraron en América lo hicieron por ese estrecho y que eran grupos de cazadores que seguían a las manadas de renos. Parece ser que aprovecharon un periodo de glaciación de intenso frío, lo que congeló las aguas del canal y les permitió el paso. Está probado, por fósiles encontrados en el área, que muchas especies de mamíferoscruzaron muchos siglos atrás en los dos sentidos.

Nome se encuentra en la península de Seward y su posición es 64º 30” Latitud Norte. En la actualidad cuenta con 3.600 habitantes, pero en 1898, cuando se descubrió oro en sus playas, llegaron a poblarlo 20.000 almas. En esa época de pujanza la ciudad llegó a tener cincuenta Saloons y los niveles de delincuencia más altos de los Estados Unidos. Entre los dueños de sus salas de juego ytabernas estuvo Wyatt Earp, el famoso sheriff de Tombstone, popularizado en varios filmes que relatan el tiroteo de OK Corral. Earp se hizo rico con el negocio del juego ilegal y la venta de alcohol. La ciudad vive hoy de la explotación del cangrejo de Alaska, primo hermano del chatka ruso e igual de caro, y cuya pesca resulta extremadamente peligrosa debido a los temporales. Casi todos los pescadores del preciado cangrejo son latinoamericanos, que constituyen el 5 por ciento de la población.

No hay ninguna razón para ir a Nome: ni turística ni histórica ni deportiva y ni siquiera paisajística. La ciudad es una larga línea de edificios de madera y casas prefabricadas que se tiende en paralelo a unainmensa playa sin protección alguna, en donde bate con furia el oleaje del Mar de Bering y donde rugen airadas las mareas que cruzan entre el Océano Pacífico y el Mar de Chukots. Nome tiene media docena de iglesias, casi todas evangélicas, cuatro hoteles de medio pelo, muy pocos coches, un buen número de quads y numerosas tabernas, con una clientela compuesta en su mayoría por indios e inuit.

Entre los años 1960 y 2004, al menos 24 personas desaparecieron, lo que motivó una investigación policial, ya que se temía la existencia de un asesino en serie. La conclusión del informe policial señalaba que las desapariciones respondían a la conjunción de dos factores: “El consumo excesivo de

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alcohol y el duro clima invernal”.

O sea, que los borrachos se perdían en la nieve.

Eso es Nome

Cabo de las Tormentas, el mar salvaje

Volvemos a aguas meridionales, al imperio de los mares salvajes. El Cabo de las Tormentas, o de Buena Esperanza, a los 34º 21” Latitud Sur, hiende sus roquedales en dos océanos, frente al oleaje oscuro que provocan las mareas encontradas. Es el extremo sur de África, allí donde chocan y pelean entre ellos el Océano Atlántico, viniendo desde el oeste, y el Índico, del lado oriental. Hoy es un ParqueNatural protegido y se encuentra a 40 kilómetros de la ciudad de El Cabo, sobre la que señorea una delas formaciones montañosas más insólitas del planeta: la Table Mountain (Montaña de la Mesa), a la que los primitivos africanos atribuían un carácter sagrado. Desde el siglo XVII, el Cabo se convirtió en un asentamiento de colonos europeos, primero holandeses y posteriormente ingleses. La suya fue la primera colonia europea permanente en los territorios del África subsahariana y a los primeros pobladores se les conoció como boers, que en holandés significa campesino.

El Cabo de la Tormentas, como lo bautizó el navegante portugués Bartolomé Días, el primero en doblarlo en 1488, no es en realidad el punto más extremo del sur de África. Ese honor corresponde a un roquedal deshabitado de la costa, situado a 150 kilómetros al sudeste del Cabo de las Tormentas, llamado Cabo de la Aguja, a 34º 49” Latitud Sur, un lugar plagado de arrecifes muy peligrosos para la navegación.

En comparación con el Cabo de Hornos, adonde no puede llegarse ni por carretera ni avión, el de las Tormentas es un lugar muy visitado: por la proximidad de una gran ciudad como es la de El Cabo, que cuenta con aeropuerto internacional, y por una bien trazada carretera que lleva hasta la entrada mismadel parque.

Hay una vieja leyenda en estas aguas de los dos océanos enfrentados, la del Holandés Errante. Se dice que es un barco fantasma, de bandera holandesa, cuyo capitán hizo un pacto con el Diablo,ofreciendo su alma a cambio de ser la nave más rápida en surcar los mares del mundo. Enterado Dios del acuerdo, condenó al buque a navegar eternamente por la zona del Cabo y no tocar nunca tierra.Muchos marineros aseguran haber visto sus luces en las noches de tormenta y oídolos gritos desesperados de la tripulación; y quizás fue esa la leyenda que inspiró el famoso poema de Samuel Taylor Coleridge, La balada del viejo marinero.

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La gran desembocadura del Yang-tsé

Al Oriente del mundo, en las orillas occidentales del Océano Pacífico –llamado aquí Mar de China Oriental–, va a desaguar el gran río asiático, el Yang-tsé, después de recorrer una gran parte de China desde su nacimiento, en las montañas del norte de Tíbet, a algo más de 5.000 metros de altura. Es abrupto en sus fuentes, derrumbándose en escarpados cañones –como el Salto del Tigre– a lo largo de la frontera formada por el oriente de la provincia del Tíbet y el occidente del país. Luego va serenándose, conforme avanza en su curso medio, atravesando populosas ciudades como Chonquing,Wuhan, Yichang, Nanking y Shanghai. El curso del río es de 6.300 kilómetros, nutre de agua al 40 por ciento del territorio chino y su cuenca abarca 1.800.000 kilómetros cuadrados, una superficie mucho mayor que países como Mongolia e Irán. El delta del río roza el meridiano 120, por encima de los 30 grados de Latitud Norte.

La gigantesca desembocadura es un espacio cuanto menos curioso. La virulencia de su naturaleza combate con los visibles riesgos que trae la industrialización del mundo y, por lo mismo, se trata de un buen lugar para comprender hasta qué punto el hombre está amenazando la salud del planeta.

La mejor manera de acercarse a la desembocadura es tomar un barco en la orilla occidental del río Huangpu, que atraviesa la ciudad de Shanghai, veinte kilómetros antes de que arroje sus aguas al gran Yang-tsé y a unos cuarenta del Mar de China Oriental. Si hay suerte, el viajero puede encontrarsenavegando en un día de macareo, fenómeno que consiste en la llegada desde el océano de mareas tan vivas que hinchan como un globo la superficie del río, agitándolo con estrépito, ruidoso como un sonajero, y empujando el agua en sentido contrario al de su descenso natural, a una velocidad notable.

El barco navega entre interminables muelles de carga y astilleros, pequeñas dársenas militares, depósitos gigantescos de combustible y grandes refinerías, junto a gabarras cargadas hasta que la borda casi se hunde en el agua y junto a buques de guerra, cruceros de turistas que vienen a visitar Shanghai, pequeñas embarcaciones de recreo, recios pesqueros de arrastre o de trasmallo y enormes mercantes cargados de contenedores multicolores. Las aguas son sucias, grasientas, y el cielo luce turbio por las humaredas que arrojan a las alturas las chimeneas de las múltiples fábricas que se asoman a las orillas del río.

Tras una barra y un alto faro, asoma el Yang-tsé, con nuevos barcos sembrando el horizonte como sombras inciertas y, algo más allá, al fin el océano, ese Pacífico que raras veces en esta costa puede ser contemplado en paz.

Tierra y agua pelean en los confines del mundo desde que el hombre se hizo habitante del planeta. Ahora es también actor, no ya solo espectador, en los nuevos combates, sobre todo en el gran combate por la muerte o la supervivencia del medio ambiente.