INICIATIVA QUE REFORMA Y ADICIONA DIVERSAS DISPOSICIONES DE LA LEY DE MIGRACIÓN, A CARGO DEL DIP. ALBERTO SILVA RAMOS (PRI) El suscrito, Alberto Silva Ramos, diputado federal de la LXIII Legislatura del Congreso de la Unión, integrante del Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional, con fundamento en lo dispuesto en los artículos 71, fracción II, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como en los artículos 6, fracción I, 77 y 78 del Reglamento de la Cámara de Diputados, someto a la consideración del pleno de esta honorable asamblea la siguiente iniciativa con proyecto de decreto por el que se reforma y adiciona la Ley de Migración Exposición de motivos El ser humano es una especie diseñada para migrar. Desde sus orígenes en África hasta nuestros días, nuestra historia es el relato de individuos que por razones diversas dejan su lugar de nacimiento para asentarse en otras latitudes. En ello radica precisamente parte de nuestro desarrollo, el hecho de que seamos la especie dominante en el planeta, pero también la riqueza de nuestra cultura que se nutre diariamente del acervo cultivado en otras regiones, de las costumbres arraigadas en otras sociedades y momentos. México no podía ser una excepción a dicha regla, pues desde la era prehistórica hasta la actualidad la llegada de seres humanos provenientes de otras latitudes nos ha marcado como grupo humano, como un conglomerado poseedor de una identidad propia. Sea desde nuestros remotos orígenes en Asia o por causa de la llegada de los europeos a América, lo cierto es que la nacionalidad mexicana no se puede concebir sino a partir de flujos migratorios complejos que bien vale la pena estudiar. De toda esta serie de desplazamientos humanos queremos dar especial significado a aquellos que tuvieron lugar una vez que se consolidó la nación mexicana, a aquellos que no tuvieron como objetivo la conquista violenta, sino que fueron ocasionados por desgracias acaecidas en otros países (pobreza, intolerancia religiosa o violencia política) y por ello movieron la solidaridad de nuestra sociedad para otorgar oportunidades a quienes las habían perdido por completo en sus lugares de origen. Hablamos de aquellos flujos migratorios que por su incidencia en la vida nacional enriquecieron nuestra economía y acrecentaron nuestro acervo cultural, estableciendo así un precedente de humanismo y respeto a los derechos humanos, dando con ello prestigio a nuestra política exterior. Nos referiremos entonces a los exiliados españoles, judíos, libaneses y sudamericanos, a los cuales se les debe agradecer tanto por la forma generosa con que correspondieron a la hospitalidad que les otorgó nuestro país, como por sus aportaciones. Tal recuento no pretende ser ocioso, sino que busca ser proyectado al presente para ver la manera en que México puede aprovechar el talento cultivado en otras regiones para así promover el desarrollo y la prosperidad de nuestro pueblo. El exilio español Cuando estalló la Guerra Civil en España, México fue el único país que apoyó incondicionalmente al Gobierno Legítimo de la Segunda República ante el levantamiento militar en su contra. Eran muchos los lazos que unían a ambos países y en aquellos años eran similares los proyectos que impulsaban, entre ellos, la reforma agraria, el reconocimiento de las demandas obreras y el fomento a la educación. Tras la derrota de la República en 1939, nuestro país se convirtió en el principal destino en América para miles de desterrados. La acogida al exilio español constituyó un afortunado encuentro en las relaciones bilaterales. Nunca se abrieron las puertas de México con tanta generosidad como a ellos, que en contrapartida correspondieron en los largos años de exilio con un ingente trabajo prácticamente en todos los ámbitos de la vida del país. 1 Las causas del apoyo de Cárdenas al exilio español las explicó en su oportunidad el general michoacano ante el Congreso de la Unión, al rendir su tercer informe de gobierno: “Ante el cumplimiento de los deberes universales de
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INICIATIVA QUE REFORMA Y ADICIONA DIVERSAS DISPOSICIONES DE LA LEY DE
MIGRACIÓN, A CARGO DEL DIP. ALBERTO SILVA RAMOS (PRI)
El suscrito, Alberto Silva Ramos, diputado federal de la LXIII Legislatura del Congreso de la Unión, integrante del
Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional, con fundamento en lo dispuesto en los artículos 71,
fracción II, de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como en los artículos 6, fracción I, 77
y 78 del Reglamento de la Cámara de Diputados, someto a la consideración del pleno de esta honorable asamblea
la siguiente iniciativa con proyecto de decreto por el que se reforma y adiciona la Ley de Migración
Exposición de motivos
El ser humano es una especie diseñada para migrar. Desde sus orígenes en África hasta nuestros días, nuestra
historia es el relato de individuos que por razones diversas dejan su lugar de nacimiento para asentarse en otras
latitudes. En ello radica precisamente parte de nuestro desarrollo, el hecho de que seamos la especie dominante en
el planeta, pero también la riqueza de nuestra cultura que se nutre diariamente del acervo cultivado en otras
regiones, de las costumbres arraigadas en otras sociedades y momentos.
México no podía ser una excepción a dicha regla, pues desde la era prehistórica hasta la actualidad la llegada de
seres humanos provenientes de otras latitudes nos ha marcado como grupo humano, como un conglomerado
poseedor de una identidad propia. Sea desde nuestros remotos orígenes en Asia o por causa de la llegada de los
europeos a América, lo cierto es que la nacionalidad mexicana no se puede concebir sino a partir de flujos
migratorios complejos que bien vale la pena estudiar.
De toda esta serie de desplazamientos humanos queremos dar especial significado a aquellos que tuvieron lugar
una vez que se consolidó la nación mexicana, a aquellos que no tuvieron como objetivo la conquista violenta, sino
que fueron ocasionados por desgracias acaecidas en otros países (pobreza, intolerancia religiosa o violencia
política) y por ello movieron la solidaridad de nuestra sociedad para otorgar oportunidades a quienes las habían
perdido por completo en sus lugares de origen. Hablamos de aquellos flujos migratorios que por su incidencia en la
vida nacional enriquecieron nuestra economía y acrecentaron nuestro acervo cultural, estableciendo así un
precedente de humanismo y respeto a los derechos humanos, dando con ello prestigio a nuestra política exterior.
Nos referiremos entonces a los exiliados españoles, judíos, libaneses y sudamericanos, a los cuales se les debe
agradecer tanto por la forma generosa con que correspondieron a la hospitalidad que les otorgó nuestro país, como
por sus aportaciones. Tal recuento no pretende ser ocioso, sino que busca ser proyectado al presente para ver la
manera en que México puede aprovechar el talento cultivado en otras regiones para así promover el desarrollo y la
prosperidad de nuestro pueblo.
El exilio español
Cuando estalló la Guerra Civil en España, México fue el único país que apoyó incondicionalmente al Gobierno
Legítimo de la Segunda República ante el levantamiento militar en su contra. Eran muchos los lazos que unían a
ambos países y en aquellos años eran similares los proyectos que impulsaban, entre ellos, la reforma agraria, el
reconocimiento de las demandas obreras y el fomento a la educación. Tras la derrota de la República en 1939,
nuestro país se convirtió en el principal destino en América para miles de desterrados. La acogida al exilio español
constituyó un afortunado encuentro en las relaciones bilaterales. Nunca se abrieron las puertas de México con tanta
generosidad como a ellos, que en contrapartida correspondieron en los largos años de exilio con un ingente trabajo
prácticamente en todos los ámbitos de la vida del país.1
Las causas del apoyo de Cárdenas al exilio español las explicó en su oportunidad el general michoacano ante el
Congreso de la Unión, al rendir su tercer informe de gobierno: “Ante el cumplimiento de los deberes universales de
hospitalidad y frente a las desgracias colectivas de España se abrieron las puertas de México a los elementos
republicanos que no pueden estar en su patria sin peligro de sus vidas y por considerar, además, que se trata de una
aportación a la fuerza humana y afín a la nuestra en espíritu y en sangre, que fundada en los aborígenes contribuyó
a la formación de nuestra nacionalidad”.
La acelerada industrialización que tuvo verificativo a partir de la década de los cuarenta permitió una afortunada
inserción de los refugiados españoles, muchos de los cuales eran trabajadores calificados con los que el país no
contaba en número suficiente. Así, por una parte, contribuyeron al desarrollo industrial, y por otra, éste les permitió
integrarse a la economía, abriéndoseles perspectivas que difícilmente habrían tenido en su país de origen. Ejemplo
de lo anterior fue la creación de empresas como Somex, Sociedad Mexicana de Crédito Industrial, primera
financiera industrial privada fundada con la participación de muchos exiliados. Otras sociedades creadas al amparo
de refugiados españoles fueron Rodim, Sosa Texcoco, Electrocerámica, Acros y Acumuladores Robinson.2
Los refugiados españoles ocuparon un lugar destacado en la industria editorial, ya que desde su llegada fundaron
empresas que incidieron en el panorama cultural mexicano al publicar toda clase de libros sobre diversos campos
del conocimiento. La experiencia de los exiliados repercutió en varios aspectos de la industria editorial, como la
traducción, el diseño y la ilustración. También fue destacable la labor del exilio español en la creación de librerías,
como Bonilla y la de Cristal, que fungieron como un medio privilegiado para la difusión cultural. Asimismo, el
trabajo de los pensadores se vio reflejado en una gran cantidad de revistas que con el tiempo se convirtieron en
espacio de diálogo con intelectuales mexicanos.3
La industria cinematográfica mexicana, que hacia los años cuarenta se había consolidado como una de las más
importantes del mundo de habla hispana, incorporó a muchos refugiados en prácticamente todas las ramas de la
producción, como guionistas, directores, escenógrafos y músicos.4
Destaca en este punto Luis Buñuel, quien realizara trabajos de excepcional calidad en cintas como El Bruto, El
ángel exterminador, El Gran Calavera, La ilusión viaja en tranvía, Simón del desierto, Nazarín, Ensayo de un
crimen, El río y la muerte, Viridiana, Él, Abismos de pasión, y muy especialmente en Los Olvidados, ésta última,
ganadora de la Palma de Oro de Cannes en 1951 y quizá la mejor producción en toda la historia de nuestro cine.5
Nombres como los de Manuel Fontanals, Augusto Benedico, Luis Alcoriza, Ofelia Guilmain, Germán Robles,
Angelines Fernández, Enrique Rambal, Prudencia Griffel, Jorge Mistral, Carmen Sevilla, Carlos Bahena, Julio
Villarreal y Ángel Garaza,6 entre muchos otros, dieron fama y buen nombre a nuestro cine. Y sus películas aún son
recordadas con afecto por el público que gusta de las historias filmadas durante la Época de Oro del Cine
Mexicano.
En plena Guerra Civil, el gobierno de Euskadi creó la selección vasca de fútbol, combinado que tenía como
objetivo recaudar fondos para la causa republicana y hacer propaganda en contra del alzamiento franquista. Ahí
jugaron Luis Regueiro, Isidro Lángara y José Iraragorri, quienes, junto con varios de sus compatriotas, no todos
exiliados, contribuyeron al desarrollo del balompié profesional mexicano, fuera en institucionales nacionales o en
clubes de migrantes como España o Asturias, entidades que aún permanecen como ejemplo de enjundia y vigor
competitivo, en disciplinas tan variadas como remo, canotaje, pelota vasca y natación, entre muchas otras.
Con el exilio llegaron a México una buena cantidad de científicos que eran producto de uno de los momentos más
brillantes de la historia del pensamiento español en el siglo XX y conformaron un grupo particularmente visible
por la rapidez con que fueron incorporados a las instituciones mexicanas. La labor de médicos, científicos y
profesores fue fundamental en la historia de los centros de educación superior donde trabajaron, como la
Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional.7
Enrique Rioja se destacó en las ciencias del mar; Bernardo Giner de los Ríos, Francisco Azorín Izquierdo y José
Luis M. Benlliure, en la arquitectura; Augusto Fernández Guardiola y Ramón Álvarez Buylla, en medicina.
Otra aportación cultural heredada del exilio lo es el Colegio de México, institución conocida originalmente como
Casa de España, la cual constituyó un refugio intelectual para los migrantes hasta convertirse en un centro
educativo de la más alta calidad, especializado en la formación de profesionistas dedicados a las ciencias sociales y
humanidades.
En el campo de las ciencias del derecho, el exilio trajo a las aulas de la Escuela Nacional de Jurisprudencia a
profesores de la más alta jerarquía académica, como, por ejemplo, Luis Recasens Siches, Niceto Alcalá Zamora,
Rafael de Pina Millán, Fernando Arilla Bás y Javier Elola, quienes, junto con el claustro ya existente,
contribuyeron a darle a dicha institución académica un lustre y prestigio que se mantienen vigentes.
El exilio judío
Una vez consolidada la República fue posible la aplicación plena de las Leyes de Reforma, las cuales, entre otras
cuestiones, permitían la libertad de cultos. Ello incidió positivamente en la constitución de un país mucho más
incluyente, a diferencia de la etapa de la Colonia, durante la cual sólo fue permitido el catolicismo. Gracias a esto
se incorporaron a nuestra sociedad grupos que profesaban otras confesiones, como, por ejemplo, los judíos, quienes
inicialmente arribaron a México a invitación del presidente Porfirio Díaz, muchos de ellos provenientes de Francia,
el Reino Unido, Alemania, Europa y el Medio Oriente, donde muchos eran perseguidos de forma sistemática.
Así, el 14 de junio de 1912 se fundó en México la primera comunidad que abrigaría a todas las familias judías que
residían en la República Mexicana: la Sociedad de Beneficencia Alianza Monte Sinaí, entre cuyos objetivos estaba
el de ayudar a los nuevos inmigrantes que llegaban al país y el de cubrir ciertas necesidades de la comunidad, como
lo hicieron en 1914, con la compra de un terreno en la calzada México–Tacuba, para la creación de un panteón. De
esa primera organización judía, reconocida por el gobierno mexicano, emanaron las diversas comunidades que
hasta hoy existen en México, las cuales se diferenciaron principalmente por la región de origen de los inmigrantes
que las conformaron: la askenazí, procedente de Europa; la sefaradí, de Turquía y los Balcanes; la de la Alianza
Monte Sinaí, originaria de Damasco; y la comunidad de Maguén David, proveniente de Alepo, en Siria.8
A pesar de que la comunidad judía no rebasa los setenta mil integrantes, su trascendencia para el desarrollo del país
es inversamente proporcional a su tamaño, ya que dentro de sus miembros se cuentan a personas respetables que
han dado lustre a diversas disciplinas. Podemos citar como ejemplo de lo anterior, a expensas de dejar injustamente
fuera a muchas personas, a Rodolfo Stavenhagen (sociólogo), Mauricio Arditti (arquitecto), Sara Bialostosky
(abogada), Jacobo Zabludowsky (periodista), Abraham Zabludowsky (arquitecto), Juan Gelman (poeta), Sergio
Kleiner (actor), Julio Tartakovski (arquitecto), Daniel Alberto Brailovsky (futbolista y comunicador), José
Woldenberg Karakowsky (sociólogo), Santiago Levy (economista), Irán Eory (actriz), Susana Alexander (actriz),
Teodoro y Eduardo Césarman (médicos), Emmanuel Lubezki (fotógrafo), Sara Sefchovich (socióloga), Vlady
(pintor) y Friedrich Katz (historiador).
También encontramos a Ethel Krauze (poetisa), Kati Horna (fotógrafa), Benito Alazraki (director de cine), Arturo
Rosenblueth (físico), Franz Mayer (coleccionista de arte), Enrique Semo (historiador), Mathias Goeritz
(arquitecto), Luis Mandoki (director de cine), Valentín Pimstein (productor de televisión), David Ostrosky (actor),
Miguel Gurwitz (periodista), Raquel Tibol (crítica de arte), Margo Glantz (escritora), Wolf Ruvinskis (actor),