215 U na mirada que calla, una mirada que dice, una mirada que habla el lengua- je que no se puede hablar. La infancia prematura a la que todos estamos sujetos. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Vivimos. ¿Real- mente vivimos? La infancia quizá sea una de las etapas mas llamativas del desarrollo del ser humano, en ella aprendemos, hablamos, discriminamos, comenzamos a decidir lo que es vivir y de qué modo lo estaremos haciendo al menos en los años pos- teriores a dicho periodo. El ser humano que con los años se hace viejo y navega en experiencia nunca termina de descubrir, encontrarnos a nosotros mismos y descubrir a alguien más. Uno crece, se hace dueño de sí mismo en la medida en que el individuo decida hacerlo. Pero, ¿quién es dueño de sí mismo sin ser dueño de algo más? Dicen por ello que tal vez vivir sea recordar. Memorias anticipadas de situaciones que registran nuestro tiempo y espacio en la medida que vamos dejando de ser para seguir siendo. Dejar de ser un niño y convertirte en un hombre. Dejar de ser una niña y convertirte en una mujer. Quizá lo que los seres humanos no llegamos a com- prender con tanta claridad, no es el hecho de que en el crecimiento están los cambios, sino el permitir crecer a dichos cambios. Últimamente y con frecuencia observamos a grupos vulnerables a la natura- leza del cambio, no por ser incapaces de, sino al contrario, porque el ritmo del mundo hoy en día incrementa en tiempo, en velocidad. De repente eras un niño, ahora eres un hombre. La mente del niño encerrada en la de un hombre. Y es que desde pequeños ya comenzamos a tener noción de nosotros mismos, reconocernos como uno y como parte de los demás. La infancia, más capaz y debidamente envuelta en el mundo de hoy en día. Es una voz que también debemos aprender a escuchar en cuanto a seguir apren- diendo a vivir. La simpleza de lo cotidiano encerrada en unas manos pequeñas, en unos ojos que aunque quizá no lo hayan visto todo, son creadores de un mun- do tan honesto y directo que cualquier erudito pudiese imaginar. Los límites de lo que no tiene límite, la conciencia de ser un ser consciente y lleno de vitalidad. La resistencia al cambio que sin embargo deja los brazos abiertos para ser el hom- bre que después cuidará de otros pequeños hombres. Los niños. EL DERECHO DE TENER DERECHOS Mariana Pérez Vargas Estudió la licenciatura en Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, con especialidad en pintura y fotografía. Actualmente realiza su proceso de titulación en el Instituto de Investigaciones Estéticas en el Seminario en In- vestigación en Fotografía. Participa desde pequeña en diferentes exposiciones plásticas y con- cursos. Su última obra fotográfica “Veo que te veo” se exhibe actualmente en el Museo Universitario “Leopoldo Flores”. Contacto: [email protected] Infancia fugitiva Obra Fotográfica