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COMENTARIO SOBRE "UNA LNEA TORCIDA"Author(s): Gabrielle M.
Spiegel, Gabriel M. Spiegel and Patricia MuozSource: Historia
Social, No. 69 (2011), pp. 107-118Published by: Fundacion Instituto
de Historia SocialStable URL: http://www.jstor.org/stable/23227900
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COMENTARIO SOBRE UNA LNEA TORCIDA
Gabrielle M. Spiegel*
En Una lnea torcida Geoff Eley analiza la transformacin
fundamental que experiment la prctica de la historia social entre
1970 y 1990 con el auge de la historia cultural en res
puesta a los retos planteados por el giro lingstico a las formas
preponderantes de la his toria social. Triangulando, como dice
Eley, "lo poltico, lo histrico y lo personal", la na rracin que nos
ofrece se integra en el contexto de su propia formacin como
historiador, formacin en la que resuena con claridad una voz
britnica (y marxista) y, sorprendente mente, sin acentos franceses,
si exceptuamos a Michel Foucault.1 Es tambin el relato de una
generacin profesional concreta que lleg a su madurez en las
postrimeras de la dca da de 1960 y que estuvo hondamente
comprometida con el cambio histrico en el presen te, un problema
que sus miembros abordaron no solo en su vida personal, sino tambin
en su trabajo, y a travs de las influencias interconectadas que la
coyuntura implicaba. Uno de los objetivos de Eley en Una lnea
torcida es reflejar "una serie de encuentros persona les entre la
tarea de la narracin histrica y el clima poltico circundante" (6)
con el fin de hacer patente la imbricacin inevitable de historia y
poltica en el pensamiento y la escri tura de cualquier historiador;
en pocas palabras, proclamar una prctica historiogrfica "impulsada
por la poltica del compromiso y la tica de la conviccin" (7).
Conviene sea lar que los ttulos dados por Eley a los captulos, con
los que denota su participacin en los distintos estilos y objetivos
de la historiografa de las cuatro ltimas dcadas, apuntan a la
inversin psicolgica y emocional que acompaa a la labor del
historiador: "Optimismo",
"Desilusin", "Reflexin" y "Desafo".2
* Quisiera agradecer a mi colega David Nirenberg sus comentarios
sobre este artculo, de los que, como
siempre, he obtenido gran provecho. 1 Con respecto a la forma de
este relato casi autobiogrfico, podemos situarla entre lo que Jaume
Aureli ha
categorizado recientemente como autobiografa "construccionista"
y la autobiografa "experimental". La prime ra consiste en una
autobiografa en la que los autores suelen "establecer una distancia
crtica con sus propias vi
das con el fin de presentarlas objetivamente, a menudo con un
lenguaje emprico-analtico que da a sus narrati
vas un aire monogrfico". A los "autobigrafos experimentales",
por otro lado, "les interesa menos su identidad
como acadmicos o historiadores y construyen su narracin dentro
de un marco epistemolgico escptico", aun
que les interesa especificar e identificarse con "itinerarios
intelectuales concretos, [en los que] la historia [se
convierte] en un subtexto de sus narrativas personales". Vase
Aureli, "Autobiography as Unconventional His
tory: Constructing the Author", Rethinking History, 10/3 (2006),
pp. 433-449, esp. 435 y 439. 2 Los dos primeros captulos estn
dedicados a repasar su formacin como historiador en Gran Bretaa
y
Alemania, principalmente bajo el impulso y la inspiracin del
auge de la "nueva" historia social de las dcadas
de 1960 y 1970. Ofrecen al historiador no britnico y no alemn
una visin muy interesante y valiosa de las
principales tendencias de la historia social en esos pases y
esos aos, es decir, antes de la llegada del giro lin
gstico. Los dos ltimos captulos se ocupan de las diversas
relaciones entre la historia social y la cultural, la
aparicin del giro lingstico en la historiografa, la manera en
que afect a la prctica y la teora de la historia
107 Historia Social, n. 69, 2011, pp. 107-118.
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Es ms, fue la generacin de Eley -incluidos aquellos con una gran
fe marxista en lo
que denomina "materialismo por defecto" y la slida creencia en
la "determinacin social"
(191)- la que dio el giro lingstico que tan poderoso impacto
haba de tener en la prctica de la historia hasta nuestros das.
Aunque, a decir verdad, exista hoy un sentimiento bas
tante general de insatisfaccin con algunas de las limitaciones
del giro lingstico en la
historiografa, de la que son buena muestra el volumen dirigido
por Victoria Bonnell y Lynn Hunt Beyond the Cultural Turn, que rene
diversos artculos escritos por William
Sewell, Richard Biernacki, Miguel ngel Cabrera, Patrick Joyce,
William Reddy, Nicho las Dirks y Marshall Sahlins; los escritos del
socilogo britnico Anthony Giddens y el so
cilogo alemn Andreas Reckwitz; el debate sobre el "Nuevo
Empirismo" recientemente
publicado en el tomo primero de Cultural and Social History, y
otros numerosos trabajos.3 Resulta evidente que ha llegado el
momento de replantear la relacin entre la historia so cial y la
historia cultural y estudiar las diferencias fundamentales, aunque
no necesaria mente exclusivas, entre las epistemologas y prcticas
historiogrficas a las que cada una de ellas tiende.4 En gran
medida, eso es lo que Una lnea torcida de Eley quiere ofrecer.
Lo que aqu se plantea es si se puede recuperar, y cmo, la
fundamentacin bsica de la historia social en el materialismo
histrico, despus de veinticinco aos de fidelidad a la
y, por ltimo, una reflexin "desafiante" sobre el potencial de un
enfoque revisado, ms global, de la historia en su integridad que
hiciera honor a los anlisis generados por igual por el discurso
social y el cultural. La "lnea
torcida" constituye una figura derivada de la mxima de Bertolt
Brecht de que "cuando hay obstculos, la dis tancia ms corta entre
dos puntos -en este caso desde la historia cultural a la historia
de la sociedad- es una l
nea torcida". 3 Victoria E. Bonnell y Lynn Hunt (eds.), Beyond
the Cultural Turn: New Directions in the Study of So
ciety and Culture, Berkeley, 1999. William H. Sewell, Jr., "A
Theory of Structure: Duality, Agency and Trans
formation", American Journal of Sociology, 98 (1992), pp. 1-29;
Sewell, "The Concept(s) of Culture", en Bon
nell y Hunt, Beyond the Cultural Turn, pp. 35-61; Sewell,
"Historical Events as Transformations of Structures;
Inventing Revolution at the Bastille", Theory and Society, 25
(1996), pp. 841-881. Estos trabajos, junto con ar tculos
posteriormente escritos y recopilados, han sido publicados
recientemente por Sewell en Logics of His
tory: Social Theory and Social Transformation, Chicago, 2005.
Richard Biernacki, "Language and the Shift from Signs to Practices
in Cultural Inquiry", History and Theory, 39 (2000). pp. 289-310;
Biernacki, "Method and Metaphor after the New Cultural History", en
Bonnell y Hunt (eds.), Beyond the Cultural Turn, pp. 62-92;
Biernacki y Jennifer Jordan, "The Place of Space in the Study of
the Social", en Patrick Joyce (ed.), The Social in Question: New
Bearings in History and the Social Sciences, Londres, 2002, pp.
133-150. Miguel A. Cabrera, "On Language, Culture and Social
Action", History and Theory, 40 (2001), pp. 82-100; Cabrera,
"Linguistic Approach or Return to Subjectivism; In Search of an
Alternative to Social History", Social History, 24 (1991),
pp. 74-89; Cabrera, Postsocial History: An Introduction,
traduccin de Marie McMahon, prlogo de Patrick
Joyce, 2004 [Historia, lenguaje y teora de la sociedad. Ctedra /
Universidad de Valencia, Madrid. 2001], Pa
trick Joyce. "The Imaginary Discontents of Social History; A
Note of Response to Mayfield and Thorne, Law
rence and Taylor", Social History, 18/1 (1993), pp. 81-85;
Joyce, "The End of Social History?" en Keith Jen kins (ed.), The
Postmodern History Reader, Londres, 1997, pp. 341-365; Joyce,
"History and Postmodernism", Past and Present, 133 (1991), pp.
204-209; Joyce, "More Secondary Modern Than Postmodern", Rethinking
History, 5 (2001), pp. 367-382; Joyce, "What Is the Social and Why
Is It in Question?", la introduccin a su re
ciente recopilacin de artculos The Social in Question. William
M. Reddy, "The Logic of Action: Indetermi
nacy, Emotion and Historical Narrative", History and Theory, 40
(2001), pp. 10-33. Nicholas B. Dirks, "Is Vice Versa? Historical
Anthropologies and Anthropological Histories", en Terrence J.
McDonald (ed.), The Historic Turn in the Human Sciences, Ann Arbor,
1996, pp. 17-51. Si el lector desea conocer las reflexiones de
Sahlins, vanse especialmente los artculos reunidos en Marshall
Sahlins, Culture in Practice: Selected Essays, Nueva
York, 2000, as como Sahlins, Islands of History, Chicago, 1985.
Anthony Giddens, The Constitution of So
ciety: Outline of a Theory of Structuration, Berkeley, 1986.
Andreas Reckwitz, "Toward a Theory of Social
Practices: A Development in Culturalist Theorizing", European
Journal of Social Theory, 5 (2002), pp. 243
263; Andreas Reckwitz, Die Transformation der Kulturtheorien:
Zur Entwicklung eines Theorieprogramms, Weilerswist, 2000. Cultural
and Social History, 1/2 (Mayo 2004), en particular el ensayo
escrito por Carla Hes se en pp. 201-207.
4 Puede consultarse un conjunto de lecturas y un resumen
introductorio de sta. 108
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creencia en la interpretacin lingstica y cultural de la
realidad. Como muchos otros en este momento, Eley desea replantear
la comprensin que el historiador tiene de su prctica de una forma
que reconozca las poderosas conclusiones que el enfoque lingstico
aplica do a la sociedad y la cultura ha ofrecido, aunque
sometindolo a una revisin desde un n
gulo ms abierto que permita formular preguntas sobre la forma en
que la sociedad experi menta constantes transformaciones tanto en
el mbito material como el conceptual. Este
inters por reintroducir una perspectiva social y materialista en
el anlisis histrico pone en primera lnea cuestiones relativas a
figuras individuales, hechos histricos y limitacio nes
estructurales que, al mismo tiempo, permiten y delimitan la
experiencia, cuestiones en torno a las cuales se mueve actualmente
gran parte del debate. En definitiva, lo que nos
preguntamos es qu es para nosotros la historia y cmo sucede.
Cualquier respuesta a estas
preguntas, y de ah la posibilidad de recuperar una perspectiva
social y materialista sin abandonar la historia cultural, estar
determinada por la forma en que cada uno vea el ori
gen del giro a la cultura, lo que lo motiv (aparte de las
dificultades cada vez mayores en la historia social que Eley
describe con tanto acierto) y sobre qu fundamentos se puede
restablecer la historia social.
En opinin de Eley, se produjo un cambio decisivo desde el
centralismo de la historia social al de la historia cultural en
torno a 1980, cuando una nueva generacin de historia
dores, formados en la dcada de 1960 y principios de la
siguiente, lleg a su madurez pro fesional. La "desilusin" que
caracteriza la narracin que hace Eley de este cambio en el
captulo 2 es atribuida a la prdida de su conviccin de que "las
relaciones de clase son, sin duda, el elemento constitutivo en la
historia de los estados industrializados capitalistas, 109
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el deseo axiomtico del historiador social marxista" (110-111).
Bajo el impacto de la evo lucin de los contextos polticos -y
especialmente el auge del feminismo y la historia del
gnero o de las mujeres, con su profundo inters por cuestiones de
subjetividad que haban sido proscritas de los paradigmas entonces
predominantes de la historia social- se produjo un giro a formas de
historia cultural de ndole lingstica que dividi a la generacin
entre los que seguan comprometidos con lo que Eley categoriza como
"una historia social cada vez ms engrandecida" y los que se definan
como historiadores culturales, es decir, historia dores que se
aplicaban al discurso y sus efectos en la interpretacin cultural de
la vida social.
Eley cree que "si escribimos la historia intelectual de la
disciplina con franqueza [...] encontraremos que los nuevos
impulsos proceden del exterior" (191). Esta afirmacin es bastante
exacta, creo, aunque tiende a conceder carcter de excepcionalidad a
lo que, visto
probablemente de forma ms realista, sea la promiscua
interdisciplinariedad propia de la
profesin, y a soslayar el grado en que historiadores de todo
color, en lugar de basarse ni camente en teoras historiogrficas
tradicionales en gran parte ya empobrecidas, suelen, de manera
general, leer y tomar prestado de otros campos del conocimiento.5
Como el propio
Eley seala, "las fronteras que separan la historia de otras
disciplinas acadmicas y de in fluencias ms generales de la esfera
pblica han sido mucho ms porosas de lo que los de fensores a
ultranza de la integridad de la historia querran reconocer"
(191-192).
Adems de la influencia de los escritos feministas sobre gnero,
Eley pone de relieve la importancia de la obra de Michel Foucault
en la aparicin de la historia cultural. No solo demuestran sus
primeros trabajos el funcionamiento del discurso, o lo que Foucault
denomin "regmenes epistmicos", en la determinacin de las
condiciones de posibilidad de lo que puede y no puede pensarse en
pocas histricas concretas (definidas por el epis teme de una era y
las formas en las que produjo el "ojo ya codificado"),6 aunque su
elabo racin de la idea de la conexin indisoluble entre conocimiento
y poder (o lo que en oca siones recibe el nombre de nexo
conocimiento/poder) tambin formulaba una nueva
comprensin del poder, ahora descentralizado y disperso como una
"microfsica" por to dos los estratos de la sociedad y sus prcticas
sociales, desafiando as la utilidad del mode
lo convencional de la historia social en torno a la clase y el
estado como centros de domi nacin y poder. Como explica Eley, el
efecto de la obra de Foucault fue socavar la visin materialista de
sociedad y cultura en favor de un anlisis lingstico, a lo que
contribuy el
auge de las escuelas narrativistas de historia, que fueron
apareciendo a la sombra del libro
Metahistoria de Hayden White, aunque tambin de la de Jacques
Derrida y el deconstruc cionismo, si bien en menor medida. A esta
combinacin hay que sumar la antropologa simblica que popularizaron
entre historiadores los escritos de Clifford Geertz. Aunque la rama
de esta disciplina seguida por Geertz insista en hundir sus races
en los materiales sociales de una cultura, cuando era manejada por
los historiadores fueron sus modelos for males, los modos de
representacin y no tanto los conflictos sociales a cuya expresin
simblica y resolucin servan, los que comenzaron a convertirse en
objeto de investiga cin. El resultado acabara siendo,
inevitablemente, una estetizacin de la cultura y su ab sorcin por
la voraz categora de "textualidad" y discurso tal como el
postestructuralismo la conceba. Otros estmulos que propiciaron el
giro llegaron, segn Eley, de estudios cul
turales, del episodio algo breve de la historia de las mentalits
promovido por la escuela
5 Vase un estudio ms extenso sobre este punto en Sewell, Logics
of History, especialmente el captulo 1,
"Theory, History and Social Science", y el captulo 2, "The
Political Unconscious of Social and Cultural His
tory, or, Confessions of a Former Quantitative Historian". 6 La
frase procede de Michel Foucault, The Order of Things: An
Archaeology of the Human Sciences,
Nueva York, 1973, p. xxi [Zm palabras y las cosas. Una
arqueologa de las ciencias humanas, Siglo XXI, Ma
drid. 1968], 110
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de Annales, por el auge de la antropologia simblica y por la
nueva notoriedad adquirida por las cuestiones de la raza y el
imperio y, relacionadas con stas, las del colonialismo y el
poscolonialismo, si bien en este ltimo caso el impacto fue menos
directo hasta un pe riodo ligeramente posterior.
Conviene observar que al tiempo que todos estos elementos se
adentraban en el cam
po de visin del historiador, se iban perdiendo las distinciones
claras y crticas entre ellos en la prisa por abrazar las nuevas
epistemologas y metodologas que integraban. As, por ejemplo,
trminos como "posmodernismo" y "postestructuralismo" eran con
frecuencia utilizados indistintamente y fusionados con la
antropologa simblica que desarrollaba Geertz. Aunque todas las
"escuelas" compartan una dependencia fundamental de la se
mitica como explicacin general del funcionamiento del lenguaje
en su papel de me diador en la relacin entre texto y realidad, la
diferencia entre el anlisis cultural y el giro lingstico sola
quedar encubierta. Mientras que la historiografa seguidora del giro
lin
gstico proclamaba la cultura como mecanismo autnomo, no
referencial, de interpreta
cin social que preceda al mundo y lo haca inteligible
interpretndolo con sus propias re
glas de significacin, la historia cultural nunca abandon su
creencia en la realidad
objetiva del mundo social y, en consecuencia, habra resultado ms
provechoso denomi narla historia sociocultural. Eley tiende a
perpetuar esta confusin haciendo equivalentes historia cultural y
giro lingstico, si bien ahora su naturaleza distintiva y las
tradiciones
que intervinieron en su desarrollo se conocen mucho mejor.7
Con la influencia combinada de estos elementos, explica Eley, la
historia cultural
consigui alcanzar sus das de gloria. Pero esta gloria se ha ido
desvaneciendo y, aade, "no es necesario restablecer la primaca de
la explicacin social y de un modelo materia lista de determinacin
social, o insistir en la soberana causal de la economa y la vida
ma
terial, para tomar en serio la labor de la significacin social o
el anlisis social". Es el mo
mento, cree, de reafirmar la importancia de la historia social,
a fin de "seguir vinculando nuestro objeto de estudio a una visin
ms general de la sociedad en su conjunto, seamos historiadores
sociales, historiadores polticos, historiadores culturales o
cualquier otro tipo de historiadores. Podemos conservar todo lo
ganado con la nueva historia cultural sin te ner que abandonar todo
lo que aprendimos como historiadores sociales" (11). No hay, pues,
necesidad de elegir entre la historia cultural y la historia de la
sociedad -los trminos
planteados en el subttulo del libro- sino que podemos aprovechar
por igual (y con ecuani
midad) las lecciones de las viejas escuelas de tericos sociales
y el estudio que hace la nueva historia cultural del discurso como
fuerza determinante de construccin social.
Tengo sobre todo dos dudas con respecto a la fuerza del
recorrido de esta narrativa,
aunque en lo fundamental comparto este deseo bsico de lograr una
historiografa que re conozca al mismo tiempo lo social, los
determinantes contextales del pensamiento y el
comportamiento en el pasado y el papel mediador desempeado por
el lenguaje y la cultu ra en su funcionamiento; es decir, de lo
que, a propuesta de David Nirenberg, podra deno minarse "un campo
unificado" para la teora de la historia.8 La primera duda est
relacio nada con la descripcin que hace Eley del auge del giro
lingstico o historia cultural y la
segunda es: Y despus qu? Qu sucede si sencillamente aplicamos el
argumento bsico de que no hay necesidad de elegir? Qu tipo de
historia basada en qu epistemologas y
7 Vase, por ejemplo, la confusin de los dos trminos en las
pginas 125 y 156; en este ltimo caso se
presentan como sinnimos. 8 David Nirenberg, comunicacin
personal. Para un anlisis terico de los fundamentos en los que
podra
comenzar a articularse este campo, vase Gabrielle M. Spiegel,
"Towards a Theory of the Middle Ground: His
torical Writing in the Age of Postmodernism", en Carlos Barros
(ed.), Historia a debate, 5 vols., Santiago de
Compostela, 1995, 1, pp. 169-176, as como Spiegel, "History and
Post-Modernism: IV", Past and Present, 135
(1992), pp. 194-208. 111
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metodologas ponemos entonces en prctica? Estas preguntas guardan
entre s relaciones
imprevistas, al menos en lo que implican para el camino que vaya
probablemente a seguir la historiografa a partir de aqu.
A pesar de que Eley rinde homenaje durante todo el libro a la
decisiva influencia de los escritores y filsofos franceses en los
cambios producidos en el pensamiento y la escri tura histricos
entre las dcadas de 1970 y 1990, destacando el trabajo de Louis
Althusser, Julia Kristeva, Jean-Franois Lyotard y Jacques Derrida,
adems de Foucault (por ejem plo, 160), poco se trasluce en su
narrativa el grado en el que el primer estructuralismo francs, y
despus el postestructuralismo francs, se vio motivado
intelectualmente por un rechazo de la fenomenologa. No hay ms que
recordar el primer encuentro de Foucault
con Saussure a finales de los aos cuarenta: asista a las clases
de Maurice Merleau-Ponty
cuando, discutiendo sobre el problema de la subjetividad,
coment: "Recuerdo claramente
que [...] surgi el problema del lenguaje y qued claro que la
fenomenologa no serva
igual que el anlisis estructural para la descripcin de los
efectos del significado que pu diera producir una estructura de
tipo lingstico, en la que el sujeto (en el sentido fenome
nolgico) no interviniera en la transmisin del significado".9 El
sujeto, por el contrario, al
igual que el significado transmitido, era un "efecto" del
discurso, una posicin asignada por y dentro de prcticas
discursivas. De este modo, lo que era primero y fundamental era el
discurso, como Foucault dej claro en tantas ocasiones en los
primeros captulos de La
arqueologa del saber, anunciando su decisin de "abandonar
cualquier intento de ver el discurso como un fenmeno de expresin".
"El discurso", deca, "no es la manifestacin que se despliega
majestuosa de un sujeto que piensa y conoce, sino, por el
contrario, una totalidad en la que se puede determinar la dispersin
del sujeto y su discontinuidad consi
go mismo".10 De ah la famosa "muerte del sujeto" y, con ella,
del agente histrico funda do en el materialismo.
Todo lo dems surgi de forma natural a partir de este concepto
bsico de discurso y de la novedosa concepcin de subjetividad, con
su capacidad para sembrar el caos entre los conceptos de autora,
experiencia y prctica, ya que una vez ausente el actor histrico
y
cualquier concepto de intencionalidad, se hizo imposible
establecer una base desde la que el individuo pudiera dar forma a
su destino a tenor de su experiencia del mundo. La base filosfica
del estructuralismo y el postestructuralismo se asent sobre el
rechazo francs a
la fenomenologa -de un conocimiento que pone el acento en cmo el
sujeto percibe y
comprende el mundo- y la adopcin de la semitica como el
paradigma rector del conoci miento del lenguaje, la cultura y la
sociedad, luego modificado, ciertamente, por Derrida, la
deconstruccin y dems variedades del postestructuralismo, si bien no
menos lingsti co en su orientacin. Sin embargo, la semitica no es,
hay que advertir, una categora que ocupe mucho espacio, o apenas,
en el libro de Eley, aparte de la atribucin de su papel en el
triunfo del giro lingstico; su antagonismo con la fenomenologa, por
lo que puedo re cordar despus de dos lecturas, est totalmente
ausente de la discusin.
Tal como entiendo la situacin actual de la historia y la teora,
una gran parte de la crtica revisionista del giro lingstico y la
historia cultural y de los que intentan ir "ms all del giro
cultural" estn tomando posiciones en un enfoque neofenomenolgico
que busca, como explica Pierre Bourdieu (aunque no est de acuerdo
con su utilidad analtica), "hacer explcita la experiencia
primordial del mundo social, es decir, todo aquello que se inscribe
en la relacin de familiaridad con el entorno familiar, la
aprehensin sin cuestio
9 En Michel Foucault, Politics, Philosophy, and Culture:
Interviews and Other Writings, 1977-1984, ed. Lawrence D. Kritzman,
traduccin al ingls de Alan Sheridan y otros, Nueva York, 1988, p.
21.
10 Michel Foucault, The Archaeology of Knowledge and the
Discourse on Language, traduccin de . M. Sheridan Smith, Nueva
York, 1972, p. 55 [La arqueologa del saber, Siglo XXI, Mxico,
1970]. 112
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namiento del mundo social que, por definicin, no reflexiona
sobre s mismo y excluye la cuestin de las condiciones de su propia
posibilidad".11 Muchos historiadores que compar ten esta visin estn
desplegando un concepto (en gran medida implcito) de
"fenomenolo
ga social" en el que, como el socilogo alemn Andreas Reckwitz
explica:
El objetivo del anlisis social es asumir la "perspectiva
subjetiva", es decir, reconstruir la secuencia
de actos mentales de conciencia que se localizan "en el
interior" y se dirigen en forma de "intencio
nalidad" fenomenolgica a objetos externos a los que la
conciencia atribuye significados. Lo social
es, pues, [...] la idea subjetiva de un mundo comn de
significado [...] La finalidad del anlisis so
cial-cultural desde el punto de vista de la fenomenologa social
es describir los actos subjetivos de
interpretaciones (mentales) de agentes y sus modelos de
interpretacin.12
Entre los historiadores, la reinsercin del agente como actor
social efectivo se ha conse
guido poniendo de relieve la disyuncin entre significados de
naturaleza cultural y los usos individuales, contingentes e
histricamente condicionados, de esos significados. El
trabajo realizado en este terreno suele centrar su atencin en
los usos adaptativos, estrat
gicos y tcticos que se hace de los patrones culturales
existentes por aquellos agentes que,
en el mismo acto de materializar los elementos de cultura, los
reproducen y los transfor man. La figura del agente histrico, desde
esta perspectiva, representa la relacin de cada individuo con el
orden cultural, "la encarnacin de poderes colectivos en personas
indivi
11 Pierre Bourdieu, Outline of a Theory of Practice, traduccin
de Richard Nice, Cambridge, 1977, p. 3. 12 Reckwitz, "Toward a
Theory of Social Practices", p. 247. 113
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duales", en palabras de Marshall Sahlins.13 Es esta perspectiva
en torno al actor, la creen
cia en la percepcin individual como fuente de conocimiento del
agente acerca del mundo,
y de la intervencin en el mundo -percepcin mediatizada y, quizs,
constreida, pero en
ningn caso totalmente controlada por el andamiaje cultural o los
patrones conceptuales dentro de los cuales tiene lugar- la que
considero el regreso a una fenomenologa modifi cada. Si la mayora
de los historiadores -especialmente los que creen todava en el
poder y la utilidad del giro lingstico- no sienten deseos de volver
a un modelo "objetivo" de ciencia social para la historia, es
decir, de "salvar los fenmenos", muchos estn inmersos, sin embargo,
en la tarea generalizada de salvar lo fenomenolgico.
Relacionado con esta corriente de cambio est el nuevo nfasis en
el constructivismo
semntico frente al semiotico, en el que el significado se
produce no en el nivel del cdigo o la estructura, sino en el de la
semntica del uso lingstico ordinario, construyendo el mundo a travs
de su creacin y recreacin continua y prctica a lo largo del tiempo,
ya que ningn uso pasado de un trmino determina su aplicacin en la
siguiente situacin. Centrndose en la realizacin individual y
adaptativa que de los constituyentes culturales hace cada agente,
las diferentes modalidades de uso explican de qu modo la cultura
se
perpeta, mediatiza, reproduce y transforma. De ah que la
neofenomenologa d lugar a
una teora de la "prctica", en la que se da especial relevancia a
los actos mentales y fsi cos realizados por los actores histricos,
en los que, como postula Richard Biernacki, "los
agentes apelan a competencias fsicas que tienen su propia
estructura e influencia coordi
nadora, incorporando principios materiales de conocimiento
prctico".14 De este modo, las
prcticas cotidianas se suman para construir el "cuerpo de forma
social", que, en su estado
materializado, posee "los instrumentos para un ordenamiento del
mundo, un sistema de
patrones de clasificacin que organiza toda prctica y del que el
modelo lingstico [...] es solo un aspecto".15
En esta perspectiva, la cultura emerge menos como estructura
sistemtica que como
repertorio de competencias, "kit de herramientas", rgimen de
racionalidad prctica o con
junto de estrategias que orientan la accin, por las que se
movilizan smbolos o signos
para identificar aquellos aspectos de la experiencia de un
agente que, en este proceso, co
bran significacin, es decir, se hacen "reales" desde la
experiencia. La cultura queda, pues, reformulada como "giro
performativo", realizado nicamente en forma de proceso como
"signos puestos a trabajar" para "servir de referente" e
interpretar el mundo. La investiga
cin histrica, desde esta perspectiva, pondra las prcticas (no la
estructura) como punto de partida del anlisis social, y la prctica
en s misma adopta la forma de una sociologa del significado, o
smantique des situations, como lo llama Bernard Lepetit.16
Estos intentos de modificar el afn totalizador de los regmenes
discursivos sobre el
comportamiento social desde el punto de vista del agente, la
experiencia y la prctica pare cen indicativos de las concesiones
tericas inherentes a lo que me siento tentada a llamar una
estrategia "acomodaticia", rectora de gran parte de la crtica del
giro lingstico. El llamamiento de Eley a un pluralismo
terico/metodolgico, incluida una historia social re vitalizada que
pretende abarcar la historia de la sociedad en su conjunto, tambin
tiene
aqu su lugar, aunque en este caso sobre unos pilares tericos
algo temblorosos. Hacia el final del libro, Eley reitera su
conviccin de que "no hay necesidad de elegir"
entre un enfoque social y un enfoque cultural para la historia
y, concluye, en un intenso cri
13 Marshall Sahlins, "Introduction", en Sahlins, Culture in
Practice, p. 25. 14 Biernacki, "Method and Metaphor after the New
Cultural History", p. 75. 15 Bourdieu, Outline of a Theory of
Practice, p. 124. 16 Bernard Lepetit, "Histoire des pratiques,
pratique de l'histoire", en Lepetit (ed.), Les formes de l'exp
rience, Pars, 1995, p. 14. 114
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de coeur, con la peticin de que reconozcamos "la urgente
necesidad de un pluralismo
[metodolgico, epistemolgico?] bsico" (201). Aclara Eley que ha
"evitado deliberada mente cualquier explicacin detallada de los
distintos debates suscitados en torno al gran
cambio de la historia social a la historia cultural que
constituye el tema de este libro", pre sumiblemente porque
considera improductivos los debates tericos y "los deseos de
pure
za terica" (segn sus palabras), al menos en sus intentos de
polarizar la profesin durante
las dcadas de 1980 y 1990, en lo ms lgido de los debates sobre
el giro lingstico en la
historiografa. Tampoco se muestra Eley muy inclinado a buscar un
terreno intermedio,
expresin que, segn el autor, "normalmente oculta una falsa
actitud de conciliacin o mo
deracin, algn tipo de confusin, la incapacidad ante una
dificultad o la renuencia a to mar una postura" (100). Por lo que
su actitud pluralista representa de rechazo a los debates tericos
de las ltimas dcadas, cumple, a mi entender, la promesa de "desafo"
bajo cuya rbrica se articula.
Sin embargo, el pluralismo metodolgico y epistemolgico no es -y,
con toda seguri dad, no tiene intencin de ser- una posicin terica
genuina. Podramos legtimamente pre guntarnos entonces si puede
proporcionar la base sobre la que reconsiderar las complejas
relaciones entre las modalidades de anlisis social y cultural que
Una lnea torcida defiende con tanto fervor. El llamamiento de Eley
en favor del pluralismo terico y lo innecesario de la eleccin entre
ambas deja a un lado, sin comentar, el problema de las diferentes
episte mologas en juego en una historia social fundamentada en lo
emprico y una historia cultu ral determinada por lo lingstico. En
el primer caso, se vuelve implcitamente al "noble sueo" de una base
objetiva para la investigacin histrica, una base que, como Peter No
vick demostr tan acertadamente, ya no es compartida por la mayora
de los historiadores,
por mucho que respetemos e insistamos en el fundamento emprico
de todo tipo de investi
gacin histrica.17 Para el segundo, se requiere al menos
parcialmente un conocimiento se miotico de la naturaleza construida
de nuestra comprensin de esa misma realidad social. No queremos con
esto aseverar que la historia como disciplina est necesariamente
circuns crita al desarrollo de un marco epistemolgico nico al
cambiar de foco de atencin y de
objeto de estudio. Como mnimo, el juego de escalas que supone
trasladar el anlisis micro al macro (o global) de los fenmenos
histricos implica a menudo la sustitucin de un mo delo
epistemolgico por otro, por poco que se haya escrito sobre
ello.18
Los intentos ms interesantes de conseguir el tipo de equilibrio
dialctico en el anli sis que preconiza Eley, aquel que no descarta
los hallazgos del postestructuralismo aunque
modificndolos para dar cuenta de la significacin de lo social y
su fuerza instrumental en la historia y el pensamiento de los seres
humanos, proceden actualmente de historiadores
como William Sewell, que estn dedicando sus esfuerzos a concebir
una teora historio
grfica y social capaz de abordar precisamente el complejo de
ideas que Eley propone. Se well argumenta en favor de una
comprensin dialctica de la cultura como interaccin de
sistema y prctica en la vida social, entendido el primero en un
sentido estructural aunque modificado en sus efectos por las formas
contradictorias, cuestionadas y en constante evo lucin en que se
materializa en la segunda.19
As pues, Sewell propone para el anlisis del papel de los hechos
y del comportamiento individual y colectivo en fenmenos como la
toma de la Bastilla -y las consecuencias revo
17 Peter Novick, That Noble Dream: The "Objectivity Question"
and the American Historical Profession,
Cambridge, 1988. 18 Uno de los pocos trabajos que abordan
sistemticamente este problema, que yo conozca, es el de Jac
ques Revel (comp.), Jeux d'chelles: La micro-analyse
l'exprience, Paris, 1996. 19 Vase Sewell, "The Concept(s) of
Culture", p. 53 y siguientes. Vase tambin su nuevo libro Logics
of
History. 115
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lucionarias a que dio lugar seguidamente- verlos como
participantes en una dialctica entre sistema y prctica por la cual
el orden cultural existente se articula de nuevo y se transforma.
Intervenir en cualquier forma de comportamiento social, poltico o
cultural significa hacer uso de un conjunto de significados fijados
por la convencin social, y por tanto compartidos por todos, para
poder ser entendido y producir consecuencias. En este sentido, la
interpreta
cin simblica, defiende Sewell, "forma parte indisoluble del
hecho histrico", ya que las acciones tienen significado nicamente
en relacin con el orden cultural en el que se produ cen.20 Al mismo
tiempo, el sistema como tal existe exclusivamente en la continuidad
que le
otorga la sucesin de prcticas mediante las cuales se realiza.
Pero cada prctica incide y cambia el sistema en el que se integra y
al que da una concrecin material. En un hecho tan intenso como la
toma de la Bastilla, el resultado es una rearticulacin
transformadora de las estructuras conceptuales subyacentes que
guiaban a la sociedad francesa en el Antiguo Rgi men, creando
sistemas nuevos de significacin entre los cuales se asientan
conceptos como
"la Bastilla", "revolucin" o "despotismo".21 Elemento
fundamental de este proceso es la no cin de que los lenguajes (o
discursos) heredados no pueden nunca abarcar completamente o
describir adecuadamente la inmensa variedad de realidades empricas
o experiencias presen tadas ante el actor social para su
categorizacin e interpretacin y que, en ese sentido, la vida
sobrepasa la capacidad de la cultura para dar cuenta de
ella.22
Vase Sewell, "Historical Events as Transformations of
Structures", p. 861.
Ibid. El lector interesado puede seguir este tema en Sahlins,
Islands of History, pp. 147-148. 116
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No menos eclctico que Eley en las fuentes de las que bebe,
existe, sin embargo, en tre los historiadores interesados en
replantear la cuestin de estructura y prctica un es
fuerzo por abordar las cuestiones tericas subyacentes, aunque
solo sea para unirse a los
reconfortantes beneficios que, segn Eley, produce el
conocimiento histrico que se deriva de esos afanes. Como seala el
propio Eley, hay ya todo un conjunto de trabajos realizados
por historiadores jvenes que "especficamente rechazan la divisin
polarizada entre lo 'social' y lo 'cultural', proyectando sobre
temas reconociblemente sociales y polticos una analtica cultural,
respondiendo a las provocaciones de la teora cultural y basndolos
en la
variedad de fuentes y de contextos interpretativos ms densos e
imaginativos posibles" (201). Es dudoso que este trabajo vuelva a
perseguir alguna vez el objetivo totalizador, tambin adoptado por
Eley, de "aprehender la sociedad en su conjunto" -de pasar en "una
lnea torcida" de la historia cultural a la "historia de la
sociedad"- ante la disolucin gene ralizada de lo que previamente
denomina "aspiracin totalizadora de la historia social"
(193). No obstante, una exploracin de los supuestos tericos,
tanto epistemolgicos como
metodolgicos, sobre los que generar la lgica de la historia
(tomando prestada la termino
loga de Sewell) y de la historiografa intrnseca a este
movimiento resultar sin duda im
portante para su configuracin definitiva. En conclusin, uniendo
las dos dudas que he planteado lneas ms arriba, podra decir
que del mismo modo que el giro lingstico, y por tanto la
historia cultural, surgi a partir de una crtica a la fenomenologa,
se est formando una corriente dentro del actual movi miento
revisionista del exceso de teorizacin histrica bajo la bandera de
la neofenomeno
loga, ltimamente agrupada, al menos por Reckwitz, bajo la rbrica
de "Teora de la Prc tica". Inspirndose en un buen nmero de teoras
diversas, y a menudo incompatibles -entre las que se encuentran el
proyecto de "praxeologa" de Pierre Bourdieu y su variante
semitica defendida por Michel de Certeau; la "teora de la
estructuracin" de Anthony Giddens; las investigaciones sobre el
"lenguaje ordinario" de Ludwig Wittgenstein y un anlisis ms
profundo del trabajo de Foucault sobre gubernamentalidad y
biopoltica, en el
que se interseccionan teoras del cuerpo, tanto feministas como
sociolgicas-, sumado al modelo neohermenutico que incorpora al
agente y que recibe gran parte de su fuerza de
los modelos etnometodolgicos aportados por etngrafos como Harold
Garfinkel, la "Teo ra de la Prctica" propugna la continuidad de la
relevancia de las conclusiones semiticas formuladas por el giro
lingstico, aunque las reinterpreta en favor de una
rehabilitacin
de la historia social colocando estructura y prctica, lenguaje y
cuerpo en relacin dialcti ca en sistemas histricos.23 En este
sentido, como Victoria Bonnell y Lynn Hunt han argu
mentado, parece como si los estudiosos estuvieran dedicados a
redefinir y revitalizar el
concepto de lo "social", debilitado por el
postestructuralismo.24
En este sentido precisamente el "giro lingstico" est dando paso
a un "giro histri
co", ya que el historicismo -entendido como el reconocimiento
del carcter contingente,
en un tiempo y un espacio, de nuestras creencias, valores,
instituciones y prcticas- abraza al mismo tiempo la conservacin de
un concepto atenuado de discurso como creador de las condiciones de
posibilidad para la existencia de una cultura determinada y creador
de sus
componentes, y el nfasis revisionista dado a la prctica, el
agente, la experiencia y los usos adaptativos de recursos
culturales histricamente especficos. Y lo consigue bsica mente
adoptando (de nuevo) una perspectiva que da primaca al actor y que
necesita de un conocimiento de lo social adems de una fundamentacin
simblica desde la que se gene
23 Vase especialmente Michel de Certeau, The Practice of
Everyday Life, traduccin de Steven Rendali,
Berkeley, 1988; Giddens, The Constitution of Society, Harold
Garfinkel, Studies in Ethnomethodology, Cam
bridge, 1984. 24 Bonnell y Hunt, Beyond the Cultural Turn, p.
11. 117
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ran textos y comportamientos de todo tipo, y prestando su
atencin a las formas en las que la prctica modifica continuamente
el sistema en el que opera. El lector decidir si un en
foque as merece el nombre de "neofenomenolgico", pero parece
claro que cualquier "re
greso a la realidad" incluir un examen de las formas en que los
actores sociales indivi duales y colectivos operan, basado en sus
percepciones y su comprensin de los sistemas
simblico y social que gobiernan los comportamientos y les dotan
de significacin social relevante.
Hablando como alguien que sigue profundamente comprometido con
las conclusio nes y los hallazgos analticos producidos por el giro
lingstico en la historiografa, me
queda preguntarme si estas tendencias revisionistas van a tener
xito, es decir, si van a ofrecer una modificacin convincente del
giro lingstico, y si este reciente giro en la his
toriografa representa una fase final -agotada- en la recepcin de
la historiografa del giro lingstico o una iniciativa verdaderamente
novedosa que abra nuevos caminos. Como ya observ en 1990:
La capacidad de la semitica para asaltar el campo terico fue
testimonio del poder de su desafo a
las epistemologas tradicionales, al virtuosismo tcnico de sus
practicantes y a la coherencia subya cente de su teora, contra la
cual los defensores del regreso a la historia invocan con bastante
poco entusiasmo "sentido comn" colectivo o experiencia subjetiva
individual. Pero si bien existen bue
nas razones histricas para que los historiadores insistan en la
autonoma de la realidad material, no
son necesariamente razones para una buena historia, y al giro
lingstico no se le puede oponer sim
plemente una llamada al sentido y la experiencia comn o
individual, ni tampoco, aadira ahora, a
la historia social sin ms.25
El libro de Eley se coloca entre las actuales peticiones de
recuperacin de lo material, de hecho lo social, como parte de una
creencia en la realidad y en la presencia socialmente
significativa del pasado, tanto en el pasado y en el presente.
Si paso de puntillas por su
descripcin de la etiologa de estos debates y tendencias, es
porque solamente proporciona otra ilustracin de su principio de que
nuestros enfoques historiogrficos son inevitable
mente personales y se rigen por los contextos concretos de
nuestras propias historias, ideas
polticas y compromisos profesionales.
Traduccin de Patricia Muoz
25 Gabrielle M. Spiegel, "History, Historicism and the Social
Logic of the Text", Speculum, 65 (1990),
pp. 59-86. Reeditado en Spiegel, The Past as Text: The Theory
and Practice of Medieval Historiography, Balti
more, 1997, p. 19. 118
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Article Contentsp. 107p. 108p. 109p. 110p. 111p. 112p. 113p.
114p. 115p. 116p. 117p. 118
Issue Table of ContentsHistoria Social, No. 69 (2011), pp.
1-174Front MatterCASTILLOS FRENTE A CASTROS. LA EDAD MEDIA EN LA
IDENTIDAD NACIONAL GALLEGA [pp. 3-24]INDUSTRIALIZACIN,
DESINDUSTRIALIZACIN Y NIVELES DE VIDA EN LAS CIUDADES DE CASTILLA Y
LEN, 1840-1935. INDICADORES ANTROPOMTRICOS Y DEMOGRFICOS [pp.
25-48]LA LLEGADA DE LOS ARCOS VOLTAICOS. ELECTRICIDAD, COMBATES POR
EL PROGRESO E HISTORIA LOCAL, OVIEDO (1886-1913) [pp.
49-70]SOBREVIVIR EN EL SOCIALISMO. ORGANIZACIN Y MEDIOS DE
COMUNICACIN DE LOS EXILIADOS COMUNISTAS EN LAS DEMOCRACIAS
POPULARES [pp. 71-90]Dossier: DE LA HISTORIA CULTURAL A LA HISTORIA
SOCIALINTRODUCCIN [pp. 91-92]LNEAS TORCIDAS [pp. 93-106]COMENTARIO
SOBRE "UNA LNEA TORCIDA" [pp. 107-118]RECORDANDO EL FUTURO [pp.
119-127]EL MUNDO PROFANO E IMPERFECTO DE LA HISTORIOGRAFA [pp.
129-142]
ControversiasEL DEBATE SOBRE EL REPUBLICANISMO HISTRICO ESPAOL Y
LAS CULTURAS POLTICAS [pp. 143-164]
NotasDECLARACIN DE EL COLEGIO DE MXICO SOBRE LAS REVISTAS DE
HISTORIA [pp. 165-168]
RESMENES [pp. 169-170]ABSTRACTS [pp. 171-172]AUTORES Y AUTORAS
[pp. 173-174]Back Matter