La práctica social de la producción de conocimiento Mario Heler * El problema actual de la producción del conocimiento en el Trabajo Social parece revitalizar viejos problemas al reponer dicotomías tradicionales, pese a que se inscriba en un nuevo contexto socio-histórico, que se da en llamar Sociedad del Conocimiento (designación que intenta nombrar las nuevas tendencias y ponerse a tono, procurando mantener bajo control la irrupción de nuevas posibilidades). Aquí me propongo plantear este problema del conocimiento tratando de evitar su reconducción a una encrucijada en donde haya que elegir entre intervenir o investigar, entre hacer y conocer. Por el contrario, se parte de concebir el problema como un enredo 1 que obstaculiza y limita las producciones de las profesiones que conforman * Doctor en Filosofía (UBA). Profesor Titular regular de Filosofía Social en la Carrera de Trabajo Social y en el Programa de Doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales-UBA, Profesor regular Asociado de Introducción al Pensamiento Científico y Metodología de las Ciencias Sociales, en el Ciclo Básico Común (CBC)-UBA; profesor de posgrado de la MBA y del Doctorado en Economía, Contabilidad y Administración, en la Facultad de Ciencias Económicas y Estadísticas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto Gino Germani (UBA). Además de artículos en revistas especializadas y en libros colectivos, ha publicado: Individuos. Persistencias de una idea moderna (2000) y Ciencia Incierta. La producción social del conocimiento (2005), Jürgen Habermas. Modernidad, racionalidad y universalidad (2007) y ha sido el editor de Filosofía Social & Trabajo Social. Elucidación de un campo profesional (2002). 1 Para la diferencia entre la visión de los conflictos y problemas como “encrucijadas” o “enredos” ver HELER, M., “Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, en AAVV, Miradas sobre lo urbano. Reflexiones sobre el ethos contemporáneo, Bs. As., Antropofagia, 2005, §1, pp. 54-58.
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Heler Mario - La Práctica Social de La Producción Del Conocimiento
Síntesis sobre el conocimiento como práctica social por Mario Heler
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La práctica social de la producción de conocimientoMario Heler*
El problema actual de la producción del conocimiento en el Trabajo
Social parece revitalizar viejos problemas al reponer dicotomías tra-
dicionales, pese a que se inscriba en un nuevo contexto socio-histó-
rico, que se da en llamar Sociedad del Conocimiento (designación
que intenta nombrar las nuevas tendencias y ponerse a tono, pro-
curando mantener bajo control la irrupción de nuevas posibilida-
des).
Aquí me propongo plantear este problema del conocimiento tratan-
do de evitar su reconducción a una encrucijada en donde haya que
elegir entre intervenir o investigar, entre hacer y conocer. Por el
contrario, se parte de concebir el problema como un enredo1 que
obstaculiza y limita las producciones de las profesiones que confor-
man el sistema experto de las sociedades contemporáneas, encau-
zándolas en la conservación de sus viejas funciones sociales. Pero
me ocuparé especialmente de la producción posible del Trabajo So-
cial.
¿Cómo podría comenzar a transformarse este enredo? Una revisión
crítica de la concepción misma de conocimiento puede abrir algu-
nas posibilidades que establezcan diferencias con ese modo usual y
* Doctor en Filosofía (UBA). Profesor Titular regular de Filosofía Social en la Carrera de Trabajo Social y en el Programa de Doctorado de la Facultad de Ciencias Sociales-UBA, Profesor regular Asociado de Introducción al Pensamiento Científico y Metodología de las Ciencias Sociales, en el Ciclo Básico Común (CBC)-UBA; profesor de posgrado de la MBA y del Doctorado en Economía, Contabilidad y Administración, en la Facultad de Ciencias Económicas y Estadísticas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto Gino Germani (UBA). Además de artículos en revistas especializadas y en libros colectivos, ha publicado: Individuos. Persistencias de una idea moderna (2000) y Ciencia Incierta. La producción social del conocimiento (2005), Jürgen Habermas. Modernidad, racionalidad y universalidad (2007) y ha sido el editor de Filosofía Social & Trabajo Social. Elucidación de un campo profesional (2002).1 Para la diferencia entre la visión de los conflictos y problemas como “encrucijadas” o “enredos” ver HELER, M., “Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, en AAVV, Miradas sobre lo urbano. Reflexiones sobre el ethos contemporáneo, Bs. As., Antropofagia, 2005, §1, pp. 54-58.
acostumbrado que repone lo que precisamente se necesita cam-
biar.
Primero entonces expondré una visión de cómo se plantea el pro-
blema de la producción de conocimiento en el Trabajo Social –to-
mándolo como caso donde mostrar cómo se manifiestan en una
profesión, las cuestiones que afectan hoy a casi todas, pero en es-
pecial aquellas que ocupan una posición subalterna dentro el cam-
po científico.
En un segundo momento, revisaré la concepción hegemónica del
conocimiento como una “representación-verdadera-en-el-sujeto-del-
objeto”. En contraposición propondré luego una manera alternativa,
centrada en la producción de conocimiento, para plantear la cues-
tión de la práctica teórica tal como se ha autonomizado de las prác-
ticas de origen y es monopolizada por la tecnociencia en nuestras
sociedades. Desde esta interpretación podré dar cuenta del modo
en que esta exclusividad se basa sobre el predominio del producto:
el conocimiento científico entendido como representación-verdade-
ra. Finalmente, señalaré algunas cuestiones que surgen desde esta
perspectiva en relación con el Trabajo Social y su producción.
1. El problema de la producción del conocimiento. El caso
del Trabajo Social
Dado el lugar social que ha logrado ocupar en su delimitación co-
mo profesión, el Trabajo Social requiere estrategias que mejoren su
posición relativa. En este sentido, la producción de conocimiento
para el Trabajo Social surge como problema a partir de las estrate-
gias de posicionamiento del campo disciplinar tanto frente al Estado
–que contrata a sus profesionales– como frente a los otros subcam-
pos de las Ciencias Sociales.
2
Estas estrategias se orientan a la valorización de la práctica profe-
sional a través de la desidentificación con su caracterización como
un hacer sin teoría. Es que, en la modernidad, toda práctica para
ser considerado como una profesión necesariamente debe ser cien-
tífica, lo que significa que no puede basarse solamente en el saber
correspondiente al sentido común, sino que en su accionar debe es-
tar presente algún conocimiento científico. Resulta entonces que la
identificación del Trabajo Social con un hacer, destina el ejercicio
profesional a la implementación práctica de conocimientos que no
produce; con el agregado de que además de forjar una relación de
dependencia y subordinación con sus proveedores de conocimien-
tos, sus intervenciones profesionales se ubican en el ámbito de las
aplicaciones técnicas. Por ende, una mejor posición relativa exige
salir del encasillamiento en un mero saber hacer.
Si bien las aplicaciones técnicas suponen una producción, ésta se
reduce a la de un saber hacer capaz de efectivizar esas aplicacio-
nes en las situaciones concretas; una producción que sería la condi-
ción necesaria para un ejercicio profesional que opera con eficacia y
eficiencia (asegurando el logro de los objetivos dados a la interven-
ción con el menor costo y el mayor beneficio).
Pero ¿por qué debería ser también condición suficiente?, esto es,
¿por qué debería obturar las posibilidades de producir también co-
nocimiento, cuando la cientificidad se asocia a la producción de co-
nocimiento y toda profesión moderna tiene que exhibir su índole
científica para poder desempeñarse legítimamente?
Desde esta perspectiva, la producción de conocimiento constituye
un ingrediente insoslayable de las estrategias de posicionamiento
del Trabajo Social respecto a los campos burocrático y científico,
más aún en la etapa actual del capitalismo –la etapa donde adquie-
re relevancia la Economía del Conocimiento asociada a las cuestio-
3
nes de la Gestión del Conocimiento. Es que en el mejoramiento de
su posición se juega la conquista de una relativa autonomía:2 el po-
der de traducir las demandas externas a la dinámica interna de la
profesión haría factible asentar y desplegar la especificidad del Tra-
bajo Social con un carácter científico reconocido.
Sin embargo, las estrategias de posicionamiento basadas en la
producción de conocimiento parecen encaminarse por una vía pla-
gada de obstáculos. En primer lugar, para obtener la valoración y el
reconocimiento buscados se debe recorrer los pasos que establecen
los criterios de cientificidad dominantes, criterios que ya plantean
problemas a las ciencias sociales más consolidadas en la tarea de
producción de conocimiento. Aunque esta dificultad sea al menos
parcialmente manejable, en segundo lugar, lleva todavía a enfren-
tar la competencia con las producciones de conocimiento de las
otras ciencias sociales que también pretenden que se acredite la
cientificidad de sus propias producciones. A su vez y en tercer lu-
gar, los conocimientos producidos por las y los trabajadores socia-
les tienen que lograr su aceptación como producciones del Trabajo
Social también dentro del mismo campo profesional, de un campo
donde predomina un habitus que actúa condicionado por la identifi-
cación con un hacer.
Apresada la producción de conocimiento en este enredo, en cuanto
la producción del Trabajo Social más se amolde a los requerimien-
tos de la ciencia actual como forma de acreditar los productos como
conocimiento científico, más corre el riesgo de que sus productos
sean asimilados a productos de otras disciplinas de las ciencias so-
ciales, no apreciándose su especificidad,3 y facilitando además que
2 “Cuanto más autónomos son los campos científicos, más escapan a las leyes sociales externas” (p. 83). “Cuanto más heterónomo es un campo, […] más legítimo resulta que los agentes hagan intervenir fuerzas no científicas en las luchas científicas”. BOURDIEU, P., Los usos sociales de la ciencia, Bs. As., Nueva Visión, 2000, p. 83 y 85.3 Que los productores sean trabajadores sociales no garantiza que sus producciones respondan a la especificidad del Tra-bajo Social, si para acreditar deben acomodarse a las exigencias dominantes de cientificidad, para nada pensadas para
4
las y los trabajadores sociales no los asuman como producciones
específicas del campo profesional. Mientras que si los intentos por
evitar estas dificultades se refugian en la producción de explicita-
ciones (sistematizaciones) del saber hacer de la práctica profesional
para uso de sus practicantes (una explicitación justificada por la ne-
cesidad de formación, actualización y perfeccionamiento de todo
quehacer profesional), más dificultades habrá en el camino de su
acreditación como conocimientos científicos.
En vinculación con las posibilidades que permite este enredo en las
estrategias de posicionamiento, podría interpretarse la actual ten-
dencia a la división del campo del Trabajo Social entre quienes in-
vestigan y quienes intervienen; una división que no sólo provoca
conflictos dentro del campo (por ejemplo, referidos a quiénes de-
tentan la pertenencia más genuina al campo, así como los suscita-
dos por las interacciones entre ambas partes), ya que también afec-
ta las relaciones con los otros subcampos de la ciencias sociales.
Sin embargo, las tensiones y dificultades de este enredo eran de
algún modo previsibles: bajo las condiciones imperantes, la estrate-
gia de posicionamiento en la producción de conocimiento no tienen
muchas posibilidades de éxito si repone las viejas presuposiciones
que confirman al Trabajo Social como un hacer técnico y auxiliar de
otras profesiones. Esta confirmación opera subrepticiamente al pre-
suponerse el logro de una mejor posición relativa por medio del ac-
ceso a un nivel superior al del hacer: el de la teoría. Y abiertamente,
al dejar inadvertidas las relaciones de poder que generan su posi-
ción subordinada (análoga al de otras disciplinas) y resultado de
una división del trabajo (válida en el campo científico y en el buro-
que haya una producción del Trabajo Social (no es casual que no exista la posibilidad de elegir “trabajo social” ni refe -rencias a sus ámbitos de ingerencia en los listados de los rubros temática, disciplina, rama, etc., de los formularios insti -tucionales de categorización, becas y subsidios a la investigación en los distintos organismos de Ciencia y Técnica, aun-que hay algunas excepciones).
5
crático) que se estructura en torno a la vieja separación y oposición
entre pensar y hacer, entre teoría y práctica.4
En lo que aquí interesa, la concepción de conocimiento, la domi-
nante, reitera la antigua separación y oposición en su definición
usual y acostumbrada, y está presupuesta en el viejo-nuevo proble-
ma de la producción de conocimiento en el Trabajo Social.
2. La vieja concepción del conocimiento como una “repre-
sentación-verdadera-en-el-sujeto-del-objeto”
Nuestra concepción de conocimiento es heredera de una vieja tra-
dición que remite a un sujeto separado de su objeto de conocimien-
to y que para conocerlo debe entrar en contacto con él; así logra
una re-presentación mental (en el sujeto) que para ser verdadera,
lo aprehende tal cual es. Los conocimientos son estas representa-
ciones verdaderas de los objetos, de las cuales el sujeto tiene con-
ciencia (etimológicamente: con conocimiento) y puede entonces
disponer de ellas.
Para esta vieja concepción, la relación de conocimiento entre el su-
jeto y el objeto no debe confundirse con la relación característica
del hacer. En éste, el objeto es integrado (incluso forzándolo) en
planes de acción que definen los deseos y las necesidades del suje-
to, para ocupar el lugar de medios (instrumentos) y/o fines (incluso
los otros sujetos se entienden también como objetos). En cambio,
en la relación de conocimiento el sujeto debe desterrar sus deseos
y necesidades, para que el objeto se le presente y pueda ser
4 En relación con la dicotomía pensar-hacer, teoría-práctica, cf. HELER, M., “La producción de conocimiento en el Trabajo Social y la conquista de autonomía”, en Escenarios. Revista Institucional, Año 4, Nº 8, septiembre 2004, La Plata, Escuela de Trabajo Social-UNLP, pp. 6-16. Por otra parte, hay que tomar en cuenta también que la definición dominante de ciencia delimita los conocimientos que se califican de científicos de los que no lo son por su capacidad de predicción, ya que en esta capacidad se basa su poder para la manipulación de los fenómenos a voluntad (tanto al teorizar y aplicar como al operar o intervenir tecnocientíficos), sin que parezca establecer demasiado diferencia que sean fenómenos humanos los que se manipulen (Cf. HELER, M., Ciencia Incierta. La producción social del conocimiento, Bs. As., Biblos, 2º Edición, 2005). De las implicancias y consecuencias de esta cuestión para el Trabajo Social me ocupo en “La producción del conocimiento en el Trabajo Social: revisión crítica de sus condiciones de posibilidad”, trabajo incluido en este libro.
6
aprehendido tal cual es. Se diferencian así la esfera del conocer y la
esfera del hacer excluyéndose mutuamente, al mismo tiempo que
se instaura una relación jerárquica.5
La relación propia del hacer entre sujeto y objeto debe entonces
suprimirse en la entablada para el conocer: si en el proceso de co-
nocimiento intervienen los deseos y necesidades del sujeto (vincu-
lados con las situaciones que vive en cada momento), se pierde la
posibilidad de la captación sin distorsión del objeto. Pero para ac-
tuar no es necesaria la supresión del conocer: cuando los conoci-
mientos ya adquiridos se introducen en el hacer, se mejora el aco-
ple entre los medios y los fines asegurándose la satisfacción de los
deseos y las necesidades del sujeto. La superioridad del conocer se
muestra en su doble posibilidad de dar cuenta de alguna manera de
la realidad y de mejorar el hacer.
La ciencia moderna mantiene esta separación entre el conocer y el
hacer, así como la antigua vinculación y jerarquía entre ambas.6 Jus-
tifica así un orden jerárquico, con la consecuente división del traba-
jo entre ciencia pura, aplicada y tecnología, que conlleva la pres-
cripción de un movimiento descendente: es necesario primero teori-
zar, para estar así en condiciones de efectivizar su aporte al hacer,
por medio de la indagación en abstracto de aplicaciones posibles,
que después hace factible operar o intervenir en situaciones parti-
culares con éxito en la satisfacción de necesidades y deseos (aun-
que la historia de las ciencias muestre numerosos casos en que no
se cumple con este movimiento descendente).
La verdad del conocimiento ocupa el centro de la atención: sólo
hay conocimiento si la representación es verdadera y es por serlo
5 Ver en este mismo volumen: Heler, M., “La producción de conocimiento en el Trabajo Social y la conquista de autonomía”.6 A diferencia de la antigüedad y tal como es enunciado por la Ilustración, esta recuperación establece que primero hace falta conocer para que luego ese conocimiento se prolongue en una acción eficaz,. Cf. HELER, M., Jürgen Habermas. Modernidad, racionalidad y universalidad, Bs. As., Biblos, 2007, apartado 2.1. del capitulo 1, pp. 19-30.
7
que resulta exitosa al operar o intervenir en la realidad. Pero al es-
tablecerse como mental –el sujeto posee en su mente la represen-
tación–,7 la escisión entre sujeto y objeto reclama dar testimonio de
la adecuación o coincidencia de la representación con el objeto (ex-
terno al sujeto e independiente). Al ya no poder apelar a la verdad
divina, la ciencia moderna enfrenta entonces el problema de la fun-
damentación de la verdad de sus conocimientos. Se atribuye enton-
ces para sí –a diferencia de la teología y la filosofía– el basarse en la
experiencia, en la realidad: sus teorías pretenden referir (reflejar)
una realidad independiente del sujeto (se sustenta de este modo
una posición realista, que requiere la necesaria existencia indepen-
diente del objeto (res, cosa en latín) de conocimiento, pese a que la
ciencia construya su objeto en los laboratorios).
Este triángulo pretende graficar la concepción del conoci-miento como “representación-verdadera-en-el-sujeto-del-objeto”. La relación (lado SO) entre el sujeto (S) y el objeto (O) permite que se obtenga conocimiento (C). Este es en-tendido como una re-presentación (un volver a hacer pre-sente) al objeto pero ahora en el sujeto (lado CS), ya que el sujeto posee conciencia del conocimiento, y puede disponer a voluntad del conocimiento (C). Pero la verdad de tal repre-sentación se encuentra en la adecuación/coincidencia del conocimiento con el objeto (lado CO).
7 Solidaria de la dicotomía hacer-conocer es la de cuerpo-alma.
8
S O
C
Pdconciencia Adecuación / coincidencia
MENTE
INTERIOR EXTERIOR
La relación del sujeto y el objeto (SO) supone separación e independencia de uno y otro vértice, por ende la necesidad de entrar en contacto, bajo determinadas condiciones: que el sujeto esté desconectado de las circunstancias de la ac-ción, en tanto que el objeto debe hacerse presente ante el sujeto (O se “aparece” a S, es un fenómeno). La altura del triángulo (flecha vertical) refiere a la produc-ción (Pd) de la representación a partir de la relación sujeto-objeto. La versión clásica ubica al sujeto en posición de re-ceptividad (pasiva) frente a la presencia del objeto. Pero a partir del siglo XVIII (con Kant), comienza un proceso en el que se va reconociendo la actividad del sujeto en la produc-ción de conocimiento, una actividad constitutiva –de cons-trucción– del fenómeno (O) como objeto conocido.
Esta tradicional concepción del conocimiento ha recibido cuestio-
namiento y críticas durante la modernidad hasta nuestra actuali-
dad. Pero sigue operando como presupuesto habitual (sostenido por
intereses dominantes) en las referencias al conocimiento.
¿Quién es ese sujeto que conoce? Dadas las condiciones que se es-
tipulan para que el conocer sea posible, la respuesta es abstracta:
es un sujeto con determinadas capacidades, el sujeto racional (con
sensibilidad y entendimiento), sin entrar en consideración su consti-
tución social como sujeto de conocimiento. En consecuencia, al mis-
mo tiempo todos y nadie en particular somos los sujetos del conoci-
miento. Desde los supuestos y presupuestos de esta concepción,
tampoco puede darse una respuesta acerca de por qué el sujeto se
relaciona con un objeto y no con otro, pues en principio todo puede
ser objeto de conocimiento sin más especificación que el que tenga
que ser fenómeno (etimológicamente: aparecer –hacerse presente–
ante el sujeto).
En consecuencia, el sujeto descarnado (sin cuerpo, sin circunstan-
cias, sin historia) es la garantía de que la representación se corres-
ponda con todos los ejemplares del mismo tipo de objeto (univer-
9
salidad) y que la captación que realice sea coincidente –acuerde–
con la de cualquier otro sujeto (objetividad, en el sentido de inter-
subjetividad). Pero un tal sujeto no parece identificable con los se-
res humanos, que siempre son seres situados, comprometidos con
su mundo y sometidos a condicionamientos que ni perciben ni go-
biernan en su totalidad.
3. Las prácticas sociales y la producción de “conocimientos
prácticos”: los saberes de la práctica
En oposición a una concepción que circunscribe el conocimiento a
una “representación-verdadera-en-el-sujeto-del-objeto”, con todas
sus implicancias y consecuencias, cabe pensar el conocimiento en
conexión con las producciones de las prácticas sociales.
Propongo partir entonces de concebir8 que los objetos se presen-
ten al sujeto en su relación con el mundo (con la totalidad que lo
abarca), en una relación de índole fundamentalmente práctica. Es
que el hacer de los seres humanos delimita un mundo al definir la
clase de relación que emprende con su entono y con los “objetos”
que emergen como tales en ese hacer y con sus variaciones socio-
históricas. El hacer humano crea mundos, puede entonces interpre-
tarse como producción, y consecuentemente considerar que produ-
cen algo diferente en cada una de las prácticas.
Resulta entonces que una práctica social en particular se constitu-
ye como tal delimitándose a partir de determinadas relaciones de
saber-poder-subjetivación y en torno a una producción específica,
constituyendo un mundo. Su saber es un saber hacer sostenido por
ciertas relaciones de poder (internas y externas; siendo relaciones
móviles, instables y reversibles). En esta mutua referencia de saber
y poder los cuerpos humanos se subjetivan, convirtiéndose en prac-
8 Aunque supongo que será obvio, aclaro que la elaboración que a continuación expondré sigue libremente propuestas de Michel Foucault, en parte de Gilles Deleuze, así como de Pierre Bourdieu, en una mezcla sin ortodoxias.
10
ticantes capaces de reproducir la práctica específica y también
abrirla a sus virtuales posibilidades inmanentes. Pero así como se
subjetivan los cuerpos humanos, también se socializan los cuerpos
no-humano,9 quedando ambos, humanos y no-humanos, enlazados
en mutuas y múltiples referencias internas características del mun-
do de cada práctica.
Precisamente, el algo producido por una práctica social es su mun-
do: sus distintivas relaciones de saber, poder, subjetivación y socia-
lización (relaciones que presentan un “aire de familia” con las de
otras prácticas, difiriendo por su producción específica). Tal especi-
ficidad es instituida en el proceso general de producción de la prác-
tica, haciendo posible productos característicos. La creación de
mundos de las prácticas comienza y avanza a través de una pro-
ducción cooperativa que explora una posibilidad de producción es-
pecífica, al mismo tiempo que abre otros nuevos (no exploradas
aún) accesos a su producción.
Es que la producción se excede a sí misma. Genera un plus al po-
tenciar a la producción y a los productores, como también a los pro-
ductos (potencia pues abre espacios que hasta el momento no eran
perceptibles y que no ofrecen la previsibilidad ganada en las vías de
producción en curso). Entonces, la tensión entre la producción ya
lograda y la que podría lograrse parece inevitable. Pero el mundo
de la práctica dada tiende a cerrarse sobre sí mismo: trabaja para
estabilizar el movimiento, fortaleciendo el recorrido por los sende-9 Tomo de Bruno Latour esta idea de lo “no-humano”, para quien el par “humano-no humano” sirve para eludir la dico-tomía “sujeto-objeto”. Al tomar esta idea no tomo partido por la disputa que mantienen los “Estudios de la ciencia” en su constitución como un campo disciplinar. Mi intención es probar la fecundidad de la idea para dar cuenta de la cons -trucción de mundos propia del hacer humano y que abarca a las cosas que se integran en cada mundo, pues los mundos humanos establecen el sentido de su particular relación con lo no humano. Entonces, en las prácticas sociales se subjeti-van los cuerpos humanos y socializan los cuerpos que no lo son, integrándolos en una red de relaciones de saber-poder-subjetivación y también de socialización. Así mismo, inmediatamente uso la expresión referencia interna, que se inspi-ra en la idea que Latour toma de la semiótica, la idea de un “referente interno” construido a través de “referencias cir -culantes”, con este término intenta señalar un concepto de referencia que “designa una cadena de transformaciones, la viabilidad de su circulación”. Aquí considero entonces que las referencias internas se encadenan conformando relacio-nes y relaciones de relaciones propias de cada práctica. Cf. LATOUR, B., La esperanza de Pandora. Ensayo sobre la realidad de los estudios de la ciencia, Barcelona, Gedisa, 2001.
11
ros ya trazados, valorando lo previsible y seguro, como forma de
depotenciar lo nuevo y el cambio; mientras lo nuevo y el cambio
buscan potenciarse y ganar un posicionamiento que habilite su pro-
pia modalidad de producción. La historia de las prácticas muestra
las vicisitudes de esta tensión, la manera en que en cada momento
se disponen las relaciones entre el modo de producción dominante
y los alternativos.10
Por su parte los productos expresan el mundo de la práctica que
los produce con las tensiones que lo atraviesan en cada etapa. Y en
ese mundo encuentran su convalidación en directa conexión con el
desarrollo de la producción. Pero pueden independizarse de la pro-
ducción y de sus productores. Bajo ciertas condiciones pueden ser
utilizados por otras prácticas y a la inversa, los productos de otras
prácticas serlo por una. Bajo el capitalismo, cada vez más, esos pro-
ductos tienen que ser intercambiables en el mercado, adjudicándos-
eles un valor de cambio –deslindando productores y consumidores,
según su vinculación con la producción, por referencia a su relación
con el producto: retroalimentando su producción o consumándola
(en el sentido de cumplimiento, cierre o acabamiento de un proceso
de producción).11
Desde la perspectiva de la dinámica interna de una práctica, nos
concentraremos ahora en el saber constitutivo de las relaciones que
construyen su mundo. Tal saber no se reduce a un saber hacer im-
plícito que incorporado en los practicantes permite que se prosiga
con la práctica. Además, puede ser explicitado en articulaciones
más o menos sistemáticas. La diferenciación del saber implícito y
este saber explícito lleva a una de las diferenciaciones entre saber
10 Cf. en relación con la lógica del excedente y de lo excedente, HELER, M., “Ensayo sobre la lógica de lo excedente”, Revista Estudios de Filosofía Práctica e Historia de las Ideas, Nº 10, Mendoza, INCIHUSA – CRICYT, en prensa (2008). 11 Cf. Heler, M., “La lógica del excedente y el actual predominio de la perspectiva del consumidor”, en Cuadernos del Sur-Filosofía, Bahía Blanca, 2008, enviado para su publicación Mayo 2008.
12
y conocer:12 calificando como conocer a las explicitaciones del saber
implícito de la práctica.
No obstante, este conocer producido en la práctica puede llegar a
ser más que una mera explicitación, más que una articulación que
expresa lo implícito. Un plus, un excedente, se añade a la práctica
al especificar o especializarse en alguno de sus aspectos o al articu-
lar un sentido general de la práctica. De este modo, se añade un
complemento a su significatividad: el conocer de la práctica sobre sí
misma, permite previsiones, suturas, entrelazados, que fortalecen y
profundizan el modo de producción dominante, aunque también
permite vislumbrar posibilidades innovadoras que surgen de la pro-
ducción acostumbrada pero que ésta a su vez bloquea.
Por tanto, son conocimientos que no están desconectados de la
práctica, por el contrario, conforman su saber constitutivo. Podría-
mos entonces llamarlos conocimientos prácticos, aunque no en el
sentido habitual, sino en tanto que son saberes de la práctica (que
no separa ni opone hacer y conocer); un saber que expresa su mun-
do, circula en él y contiene el movimiento de la práctica, estando a
disposición de los practicantes.
Estos conocimientos prácticos son más que representaciones men-
tales de los objetos de la práctica, ya que no necesitan mostrar su
referencia al hacer (al fenómeno, al objeto “real”, se diría en la con-
cepción tradicional): están encarnados y situados en el hacer, dis-
ponibles. Invisten los cuerpos involucrados directa e indirectamente
con la práctica, subjetivándolos y socializándolos, haciéndolos aptos
para cooperar en la producción. Prosiguen la lógica inmanente de la
práctica, en concordancia con su peculiar relación de saber-poder-
subjetivación-socialización (si bien pueden llegar a alterarla, provo-
12 Cf. TAYLOR, Ch., “Seguir un regla”, en Argumentos filosóficos. Ensayos sobre el conocimiento, el lenguaje y la modernidad, Barcelona, Paidós, 1995, pp. 221-238. Taylor señala que ese saber implícito no puede ser totalmente explicitado.
13
cando mutaciones en la práctica). Aun cuando, en un momento de-
terminado, estos conocimientos prácticos impliquen una ruptura
con el modo usual y acostumbrado de llevar adelante la práctica,
continúan, en principio, perteneciendo a ella y aluden a sus poten-
cialidades. Los conocimientos prácticos son productos inmateria-
les13 de la práctica. Incluso pueden servir a otras prácticas capaces
de adoptar y adaptar productos de otro mundo cuando la poten-
cien.
4. La práctica teórica en la modernidad: los saberes para la
práctica
Propongo denominar práctica teórica a la parte de una práctica
que va especializándose y especificándose en producir el saber so-
bre sí misma y cuyos productos sean lo que hemos llamado conoci-
mientos prácticos.
Teniendo en cuenta estas denominaciones, podemos decir que en
la modernidad se profundiza y radicaliza una tendencia orientada
hacia la autonomización de las prácticas teóricas respecto de las
prácticas sociales de las que originariamente forman parte. La teo-
logía y la filosofía constituyen el antecedente y la competencia en
la búsqueda del reconocimiento como práctica teórica de la ciencia
moderna. En esa competencia, la tecnociencia llega a monopolizar
el reconocimiento social como auténtica práctica de producción de
conocimiento. Pese a la pregnancia de los discursos que caracteri-
zan a la ciencia exclusivamente por la búsqueda desinteresada de
la verdad, esto es, por su desconexión respecto a las condiciones
13 Califico de “inmateriales” a los conocimientos prácticos por analogía con el uso del mismo adjetivo en la concepción del “trabajo inmaterial”, porque me parece sugerente y permite captar un poco mejor quizá qué quiero decir con “son más que representaciones mentales”. Así como el trabajo inmaterial involucra a todos los componentes de la fuerza de trabajo (las capacidades físicas, mentales y espirituales, presentes en el cuerpo, conforme a la definición de Marx), pue-de entenderse que también quedan involucrados en los que llamo conocimientos prácticos. Cf. con respecto a la con-cepción de trabajo en la etapa actual del capitalismo, por ejemplo: HARDT, M. y NEGRI, A., Imperio, Bs. As., Paidós, 2002, Capítulo 13, pp-261-280 y VIRNO, P., Gramática de la multitud. Para un análisis de las formas de vida contem-poránea, Bs. As., Colihue, 2003.
14
efectivas de su producción y de las demás prácticas sociales, el pa-
pel social desempeñado por la práctica tecnocientífica gira en torno
a la producción de conocimientos prácticos y también útiles para
otras prácticas.
La práctica científica moderna surge en un proceso de autonomi-
zación por especialización y especificación en la producción de sa-
beres de la práctica. Prosiguen en forma independiente con la pro-
ducción de esos saberes (sea de una práctica o de varias análogas
entre sí en algún aspecto y/o interrelacionadas en su producción) y
sus productos conservan el carácter de conocimientos prácticos
(pero la ruptura con las conexiones con las prácticas sociales que
integraban, ocasionan –como ya hemos señalado– el problema de la
fundamentación de la verdad). Continúan produciendo conocimien-
tos prácticos útiles a su propia práctica, con el agregado de la pre-
tensión de que su producción y sus productos sean útiles a prácti-
cas diferentes y separadas de ella. En este sentido, se caracterizan
como prácticas teóricas que se dedican a producir saberes para las
prácticas. Tal es el rasgo distintivo de la producción de conocimien-
tos durante la modernidad, que logra reservar para sí el nombre de
ciencia (scientia, en latín: conocimiento) y hace pertinente llamarla
tecnociencia.
La práctica de la tecnociencia, como toda práctica, se desarrolla si-
guiendo sus particulares relaciones constitutivas de saber-poder-
subjetivación-socialización. Se delimita como la práctica social en-
cargada de proveer las herramientas-conocimientos para concretar
el moderno ideal ilustrado de la construcción progresiva de un Pa-
raíso terrenal,14 a través de un proceso de enseñoramiento de la na-
turaleza y de organización racional de la sociedad. A su vez, es cau-
14 Conviene recordar que en la polémica modernidad-posmodernidad, la defensa del proyecto moderno que realiza Ha -bermas, en términos universales y calificándolo de insuperable, es identificado con la ilustración. Cf. “La modernidad: un proyecto inacabado”, en HABERMAS, J., Ensayos políticos, Barcelona, Península, 1988.
15
sa y efecto de la idea de que se haría insuficiente la dinámica inma-
nente de cada práctica para autoconservarse y coordinarse con las
otras, dada la complejidad en aumento del mundo que la contiene –
por imbricación y multiplicación creciente de sus redes de interde-
pendencia.15
De acuerdo con esta suposición, no alcanzaría entonces que una
práctica se rija por los conocimientos prácticos que produce. La
práctica teórica de la tecnociencia vendría a satisfacer esta presun-
ta carencia presente en las diferentes prácticas sociales, mediante
la traducción de esta carencia en necesidad de ser guiadas, contro-
ladas y evaluadas científicamente. La contribución a la satisfacción
de esta necesidad que la práctica científica promete y hasta cierto
punto cumple, conquista para la tecnociencia el monopolio de la
producción de conocimientos, así como conforma el sistema exper-
to de nuestras sociedades –de un sistema generador de dependen-
cia y con problemas de fiabilidad.16
Al menos desde finales del siglo XIX, este posicionamiento de la
práctica tecnocientífica lleva a que la producción de conocimiento
se vaya homogenizando en la producción de regularizaciones que
brinden previsibilidad a las prácticas sobre las que teoriza e inter-
viene con éxito.17 Esta homogenización establece una partición y re-
partición de las tareas científicas, construyendo un orden jerárquico
de disciplinas y especialidades, profesiones y ámbitos de aplicación,
con sus particulares aportes a las prácticas sociales (atravesadas
por el postulado de la libertad y la igualdad de los individuos y cada
vez más interrelacionadas a través de los mecanismos del merca-
do).18 15 ELÍAS, N., La sociedad de los individuos, Barcelona, Península, 1990, en particular parte II, pp. 156-15716 Cf. GIDDENS, A., Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alianza, 1994, en especial pp. 81-108.17 Cf. HELER, M., Ciencia Incierta. La producción social del conocimiento, ob. cit., capítulo III.18 Cf. HELER, M., Individuos. Persistencias de una idea moderna, Bs. As., Biblos, 2000, en especial capítulo VI, y HE-LER, M., Filosofía Social & Trabajo Social. Elucidación de un campo profesional, Bs. As., Biblos, Agosto de 2002, capítulos I (apartados 5 y 6) y II.
16
Resulta así que la práctica tecnocientífica se va posicionando como
la práctica teórica productora de los únicos conocimientos serios
(verdaderos, fundamentados, sistemáticos, independizados de las
particularidades y contingencias sociales), capaces de ser reingre-
sados a otras prácticas sociales. Reingreso que se dirige, en princi-
pio, a incentivar sus potencialidades (siendo entonces útiles). Pero
asediado por la exigencia de reducir su utilidad social a la eficien-
cia,19 funcional a la reproducción del status quo.20 Como sistema ex-
perto provee entonces los recursos para satisfacer las presuntas ne-
cesidades de las distintas prácticas sociales, atravesadas por aquel
postulado de la igualdad y libertad en los límites del mercado.
Por consiguiente, nuestra tecnociencia surge de una ruptura que
acarrea un cambio en la lógica de producción: ya no se trata de la
lógica inmanente a las prácticas teorizadas, sino de la lógica de la
práctica teórica con la que trabaja la producción del hacer científi-
co, con su propio juego de fuerzas y sus estabilizaciones en formas
dominantes de hacer ciencia en cada momento. Entonces, los sabe-
19 “Útil es aquello que sirve para algo. En este sentido es eficaz: produce efectos. Pero la relación entre lo útil y sus efectos, los fines, pueden entenderse como un vínculo meramente instrumental (el fin justifica los medios) o bien comprender los medios (instrumentos) como parte de los fines. En este caso, no son los fines los que justifican los medios, puesto que los medios empleados también determinan los fines: la meta lograda no es independiente de los medios con que se alcanza, sino que los medios concretan los fines, podríamos decir, a su manera, marcando su huella; pueden incluso ser contradictorios con aquello a lo que se dirigen. En esta interacción entre medios y fines, la utilidad adquiere un sentido más amplio y profundo que la mera relación instrumental, engendradora de monstruos. Lo útil es pensable entonces como un haz de relaciones de medios y fines en que unos potencian a los otros. Y se potencian en tanto resultan afirmativos de la fuerza que los crea, abriendo posibilidades a su despliegue, a su florecimiento. En el caso de la tecnociencia los medios son útiles si potencian su producción, si la preservan y abren posibilidades fructíferas a la producción del conocimiento. Pero la exigencia de productividad del mundo moderno, de nuestro mundo, va acompañada de la exigencia de eficiencia, y con ésta se hace dominante la relación instrumental, que es una simplificación reduccionista del sentido de utilidad al que aludimos. La eficiencia asocia el cálculo costo-beneficio a la mera relación instrumental entre medios y fines. El imperativo que así se impone se expresa en el deber de producir con el menor costo y el mayor beneficio. Pero la posibilidad misma del cálculo supone establecer equivalencias para la cuantificación de los costos y los beneficios. Requiere estipular precios. […] Así mismo, el cálculo impone una restricción a la dimensión temporal: el largo plazo es un plazo cuantificable y por lo tanto relativamente breve […]. Cuentan los réditos en lo inmediato, o a lo sumo en lo mediato.[…] Con la eficiencia se prioriza sólo un aspecto de la utilidad potenciadora de las actividades humanas, reduciéndola a la mera relación instrumental regida por el cálculo de costo-beneficio. En el sistema de dominación capitalista, la eficiencia queda privilegiada en desmedro de la utilidad. Y en el campo científico, la utilidad social de sus productos parecen también medirse –con tendencia a la exclusividad– por sus eficientes éxitos”. HELER, M., Ciencia Incierta. La producción social del conocimiento, ob. cit., pp. 76-78.20 Esto es, conservadoras del “orden moral-policial”. Cf. HELER, M., “El orden moral-policial y la dimensión ético-política”, en AMBROSINI, C. M. (compiladora), Ética. Convergencias y divergencias. Homenaje a Ricardo Maliandi. Universidad Nacional de Lanús, en prensa (2008).
17
res para la práctica que produce interfieren en los mundos de las
prácticas en que se los hace intervenir, introduciendo la propia pro-
ducción por sobre, y llegado el caso contra, el mundo creado por ta-
les prácticas.21 Todo ello en nombre de una necesaria coordinación
social, necesitada de saberes especializados y específicos. Tanto en
relación con lo humano como con lo no-humano, las distintas disci-
plinas tecnocientíficas producen entonces saberes para la práctica
específica de que se trate permitiendo una coordinación, un orden
en común, que haga previsibles su desarrollo: el orden que permite
la reproducción del capitalismo en cada una de sus etapas.
5. Los productos de la tecnociencia como conocimiento-re-
presentación
Interpretar la tecnociencia como la práctica teórica autonomizada
de la modernidad permite entender la permanencia y capacidad de
persuasión de la idea reduccionista del conocimiento como “repre-
sentación-verdadera-en-el-sujeto-del-objeto”, así como su función
en la instauración de la práctica tecnocientífica como sistema ex-
perto, monopolizador de la producción social de conocimiento.
Es que siendo una re-presentación verdadera se presenta como ca-
paz de recuperar el objeto, su referencia empírica, tanto para dar
testimonio de su verdad como también para valer para objetos de
la experiencia que se asemejen al objeto representado. Su aplicabi-
lidad (su capacidad de ser útil a otras prácticas) presupone enton-
ces la existencia de objetos independientes de la representación
(realismo) que pese a su singularidad poseen rasgos y relaciones si-
milares: se dividen en clases de objetos.
El conocimiento como representación es verdadero con universali-
dad si hace valer para cualquier individuo de una clase, los rasgos y
21 Cf. GIDDENS, A., Consecuencias de la modernidad, ob. cit. y HABERMAS, J.
18
relaciones que ella establece, más aún deja ver esos rasgos y rela-
ciones y deja decirlas de una manera determinada. Hace aparecer
el objeto como tal, es decir, tal como la representación lo vuelve a
hacer presente. En consecuencia, vale como representación de
cualquier objeto del mismo tipo e independientemente de la prácti-
ca donde aparezca tal objeto. Es que la representación-conocimien-
to impone sus propias condiciones de posibilidad para la aparición
del objeto junto con las condiciones subjetivas que hacen al sujeto
capaz de verlo y decirlo. Y estas condiciones subjetivas en tanto se
distribuyen entre todos los sujetos capaces son condiciones de posi-
bilidad del acuerdo o consenso entre ellos (intersubjetividad). Por
concitar el acuerdo hacen calificable al conocimiento-representa-
ción de objetivo. En tanto representación verdadera, universal y ob-
jetiva, el conocimiento estipula además el hacer posible con el obje-
to conocido y se muestra entonces apto para interpolarse en el
mundo de otras prácticas.
Así mismo, la percepción del conocimiento como una representa-
ción tiene la ventaja de revestirlo con el manto de la neutralidad, ya
que la versatilidad de la representación-conocimiento –manifiesta
en su aplicación a distintos contextos prácticos– sería un claro indi-
cio de su desconexión e independencia de los mundos de las dife-
rentes prácticas, con sus valores y normas, con su normatividad in-
terna (esto es, señalaría la desconexión de la representación-cono-
cimiento de las relaciones de saber-poder-subjetivación-socializa-
ción de cada práctica). Se logra así que el conocimiento se pretenda
el reflejo de objetos aprehendidos desde ningún lugar en especial,
más allá de todo punto de vista particular y contingente, ubicado en
la perspectiva del “ojo de Dios”.22
22 Cf. RUBIO CARRACEDO, J., “El ethos posmoderno”, en Educación moral, posmodernidad y democracia. Más allá del liberalismo y del comunitarismo, Madrid, Editorial Trotta, 1996, capítulo 3, p. 93.
19
Resulta entonces que la concepción del conocimiento como una
“representación-verdadera-en-el-sujeto-del-objeto” desenfoca la
producción del conocimiento, primando su carácter de producto
aplicable universal, objetiva y neutralmente. En esta primacía se
oculta que ha sido producido por una la práctica teórica autonomi-
zada y delimitada como una práctica social específica: la tecnocien-
cia.
Por un lado, entonces, queda disponible como un conocimiento
práctico para el consumo de otras prácticas sociales, independien-
temente de situaciones y circunstancias particulares (que como
cualquier otro consumo estaría destinado a satisfacer necesidades,
en este caso de las prácticas sociales). Con la institución del siste-
ma experto, las prácticas sociales se observan como consumidores
de esos productos, de esas representaciones-conocimiento; así co-
mo la perspectiva del consumidor predomina en la producción y es
adoptada por los productores de conocimientos, preocupados y
ocupados en los productos que producen.23
Por otro lado, tras la idea del conocimiento-representación se en-
cubre que la ciencia moderna produce su mundo (sus peculiares re-
laciones de saber-poder-subjetivación-socialización) y lo produce
como un mundo orientado a la producción específica de conoci-
mientos prácticos aplicables en otras prácticas sociales. Se olvida
entonces que sus productos están signados por la forma de su pro-
ducción y en su aplicación, transfieren las características de su
mundo a otras prácticas (como ya señalamos) por sobre y hasta
23 Cf. HELER, M., “La lógica del excedente y el actual predominio de la perspectiva del consumidor”, ob. cit.; HELER, M., “La Universidad como formadora de productores de conocimiento”, ponencia presentada a las VII. Jornadas de Sociología de la UBA, Mesa “Producción de conocimiento en la Universidad”, Bs. As., Facultad de Ciencias Sociales-UBA, noviembre de 2007; y HELER, M., “¿Formación de productores o formación de consumidores de conocimiento?”, en Ciencias Sociales, Revista de la Facultad de Ciencias Sociales-UBA, Nº 65, Bs. AS., Noviembre de 2006, pp. 18-19.
20
contra la particular dinámica interna de cada práctica, y en nombre
de su pretendida universalidad, objetividad y neutralidad.
Percibidos como conocimiento-representación, su desconexión de
las prácticas sociales donde se aplica se exhibe como mérito. Su
universalidad, objetividad y neutralidad justifica que desconozca las
valoraciones implicadas en sus teorizaciones e intervenciones. De
este modo, se encubre que los conocimientos prácticos (en la signi-
ficación expuesta anteriormente) portan su mundo, el de la práctica
teconocientífica, y que cuando reingresan a las practicas, apoyán-
dose en relaciones de poder que a su vez sostienen su saber como
auténtico conocimiento, subjetiva también a los practicantes de las
otras prácticas donde se aplica, así como re-socializa a los no-hu-
manos involucrados.24
Por consiguiente, la utilidad25 de los conocimientos tecnocientíficos
para las prácticas sobre las que teoriza e interviene, dependerá en-
tonces del modo de integrarse los respectivos mundo, según si esos
conocimientos sean útiles a la potenciación de la producción especí-
fica de la práctica, o si sean útiles al encauzamiento de la novedad
y el cambio de su producción en los carriles conservadores del sta-
tus quo. En este último caso, se tratará de estabilizar su producción
en procesos previsibles y por ende posibles de control y dominio. Es
que tras la reducción del conocimiento a una representación verda-
dera, universal, objetiva y neutral se fortalecen exigencias de efi-
ciencia.
6. La dimensión ético-política en la práctica social de pro-
ducción del conocimiento
Hemos llegado al punto en que se hace posible revisar críticamen-
te el estado de situación del problema de la producción de conoci-
24 Los estudios del moderno proceso social de medicalización constituyen un ejemplo elocuente.25 Ver supra nota al pie19.
21
miento en nuestra actualidad, tomando el Trabajo Social como caso
paradigmático. Para ello utilizaré la diferenciación realizada entre
“saberes de las prácticas” y “saberes para las prácticas”, enten-
diendo que con ella no se repone la separación entre teoría y prácti-
ca.
Hemos ya expuesto que la práctica teórica autonomizada de las
prácticas sociales produce saberes para la práctica, mientras los sa-
beres de la práctica son producidos por ellas mismas operando co-
mo saberes más específicos y especializados pero encarnados y si-
tuados en el hacer de cada una de ellas. Si bien ambos saberes fun-
cionan como conocimientos prácticos, en un caso serán útiles para
la propia práctica que los produce y en el otro, útiles además de pa-
ra sí, para otras prácticas sociales.
Desde estas diferenciaciones se plantea entonces la cuestión de la
utilidad de los saberes generados por la práctica teórica autonomi-
zada, cuyos productos reingresan a las prácticas sociales y deben
convertirse, en mayor o menor medida, en saberes de esa prácti-
ca.26
Con esta cuestión de la utilidad nos enfrentamos a nuestra actuali-
dad, donde la práctica tecnocientífica (teniendo en cuenta los dis-
tintos aspectos, funciones y posiciones, para cada parte en que esa
práctica divide las tareas) está bajo el dominio de una definición
científica que insiste en definir el conocimiento como una “repre-
sentación-verdadera-en-el-sujeto-del-objeto” y en distribuir en com-
partimentos estancos interrelacionados jerárquicamente las tareas
de producir tales representaciones, de aplicarlas y de operar o in-
tervenir con ellas. Esta insistencia está en consonancia con la ex-
26 El sistema experto reproduce la dependencia de los actores sociales transfiriendo su saber sólo en parte a los actores sociales, y en cada caso, en mayor o menor medida. Pero, no obstante, necesita que esos saberes sean integrados de al-guna manera en la práctica sobre la que se teoriza e interviene, en esta integración deben convertirse en saberes de la práctica, aunque más no sea como reconocimiento de la necesidad de depender y fiarse del saber experto y sus represen-tantes.
22
tensión del predominio de la perspectiva del consumidor,27 que se
rige por la eficiencia y es funcional a una libertad e igualdad en los
límites del mercado. No obstante, el juego de fuerzas entre las dis-
tintos subcampos tecnocientíficos puede variar las posiciones ya es-
tablecidas. Pero hasta cierto punto, ya que operan dispositivos de
clausura28 que trabajan para estabilizar el modo de producción pre-
dominante y encauzar en él la novedad y el cambio.
Contra este panorama de las tendencias dominantes en la práctica
tecnocientífica, emerge la posibilidad de otra utilidad: una que no
se reduzca a eficiencia, sino que potencie las prácticas sociales, que
luche por dar lugar a la perspectiva del productor, capaz de convo-
car a una producción cooperativa29 entre la práctica teorética de la
tecnociencia y las prácticas sociales sobre las que aquélla teoriza e
interviene.
27 Con la predominancia de la perspectiva del consumidor, si bien “sin producción no hay producto ni consumo […] Preocupa y ocupa entonces el producto consumible. Por tanto, la mercancía capaz de aumentar la ganancia, para satisfa -cer al mercado, lo que quiere decir, al capital. En la dinámica serial “…producción -consumo-producción-consumo…”, cuando el primer plano está ocupado por el consumo, la producción se distorsiona: la prioridad dada a sus productos ha-ce factible supeditarla a la demanda del consumidor. La cuestión pasa por encarrilar la producción en los imperativos del consumo. Y allí se juega su clausura, en los límites de lo demandado, de lo redituable, de lo autosustentable, presen-tándose la necesidad de producir más de lo mismo, pese a la diversidad y multiplicidad de los productos producidos. La perspectiva del consumidor se ocupa sólo en el consumo y su aseguramiento, asignando virtud (excelencia) al consumidor conforme a la cantidad y la calidad de los productos consumidos. Con su predominio se generaliza la necesidad de la defensa de los derechos del consumidor, que incluyen el derecho a elegir –una libertad que se limita a elegir entre lo bienes ofrecidos en el mercado (por ende, entre posibles estáticos). […] Al consumidor le preocupa en-tonces asegurar la reiteración del consumo, en cantidad y en similar o mejor calidad, cuando se haga sentir la necesi-dad (necesidad que a la vez el consumo provoca y también multiplica […] La seguridad radica en la posibilidad de pre-visión, una previsión que establezca un orden de las cosas y los seres humanos, un orden en el que el consumo esté pre-parado para la satisfacción inmediata […] El orden administra la producción, la gestiona, para establecer la garantía del consumo e incluso la defensa de los derechos del consumidor. Para ello, instaura los criterios con los cuales certificar la calidad de los productos por el control de la producción; criterios elaborados a partir de las producciones productivas (las que hay que promover y asegurar, pues se suponen que son las que satisfacen las necesidades de consumo, a la vez que lo fomentan, lo multiplican y diversifican, incrementando el capital). Pero son criterios externos a la producción, derivados de la exigencia de seguridad, imponiéndose por sobre el movimiento propio, interno, de la producción. Más aún, en la búsqueda de obtener el aval del control de calidad para sus productos, la producción tiene que conformarse a tales criterios, limitando sus propias posibilidades a las que acreditan en el mercado (incluso en el mercado de los conocimientos y los expertos).” HELER, M., “La lógica del excedente y el actual predominio de la perspectiva del con-sumidor”, ob. cit., § 3.28 Castoriadis caracteriza la “clausura” así: “Cualquier interrogante que tenga sentido dentro de un campo clausurado, en su respuesta reconduce a ese mismo campo”, (CASTORIADIS: 1998: 319). Esto es, repone todo planteamiento dentro de los parámetros y las modalidades aceptados dentro del campo, procurando así encauzar las disidencias y dando lugar a la exploración de nuevas posibilidades hasta donde no cuestionen el orden establecido. Constituye una forma de domesticación de la crítica y cuyo objetivo es la reproducción del régimen de dominación. Cf. además HELER, M., “Dispositivos de clausura en las reflexiones sobre el ethos contemporáneo”, en AAVV, Miradas sobre lo urbano. Reflexiones sobre el ethos contemporáneo, Bs. As., Antropofagia, 2006, pp. 53-70.29 Cf. HELER, M., Ciencia Incierta. La producción social del conocimiento, ob. cit., pp. 121-130
23
Podemos caracterizar a esta irrupción de la posibilidad de una utili-
dad no reducida a eficiencia, como la apertura de la dimensión éti-
co-política en la práctica de la producción del conocimiento, que
nos interpela a avanzar por caminos poco transitados, contra co-
rriente. Especialmente si se entiende que esta dimensión es consti-
tutiva del orden social (moral-policial) establecido y emerge cuando
se hace visible y decible que las posibilidades virtuales del postula-
do moderno de la igualdad y la libertad excede sus concreciones
históricas en las sociedades actuales.30
Frente al planteamiento del problema de la producción en el Traba-
jo Social, tal como lo expusimos en el primer apartado, nuestro aná-
lisis de la práctica teorética muestra la posibilidad de que las y los
trabajadores sociales asuman el desafío de esta irrupción de la di-
mensión ético-política, sin caer en las encrucijadas a las que son
conducidas las estrategias de posicionamiento que se rigen por los
posibles estáticos, esto es, por los movimientos tolerados por la re-
producción del status quo.31 Entonces no se tratará de que se pro-
para ser reconocidas como conocimientos científicos del Trabajo So-
cial. Se tratará, en cambio, de producir cooperativamente el saber
de y para las prácticas donde las y los trabajadores sociales investi-
gan e intervienen, construyendo posibles dinámicos cuya explora-
ción sea útil, y no sólo eficiente, para todos los involucrados en su
hacer.
30 Cf. HELER, M., “Lo político, lo ético y lo ideológico en el Trabajo Social”, en Actas del XXIV. Congreso Nacional de Trabajo Social “La dimensión Política del Trabajo Social”, Mendoza, 2007 (en prensa) y HELER, M., “La moda de la ética, la dimensión ético-política y el Trabajo Social”, en Revista Regional de Trabajo Social, Año XXII, Nº 42, Montevideo, Editorial EPPAL (Ediciones Populares para América Latina), enero-abril 2008, pp. 37-48.31 En contraposición a lo que llamo posibles estáticos –las posibilidades impuestas como las únicas viables, “autosus-tentables”, funcionales a la reproducción de la dominación y generadores de una ficción de elección libre– denomino posible dinámicos a las posibilidades que establecen alguna diferencia con el orden establecido y que por tanto son cali-ficados de imposibles, inviables, porque no serían funcionales a su conservación. Cf. Heler, M., “Acerca de la produc-ción cooperativa en la enseñanza y el aprendizaje”, en Paideia (Revista de filosofía y didáctica filosófica), Madrid, So-ciedad Española de Profesores de Filosofía (SEPFI), Nº 78, Enero-Abril de 2007, pp. 179-205
24
Resulta entonces que el problema de la producción de conocimien-
to no radica en elegir entre investigar e intervenir, ni entre producir
conocimiento acreditables como científicos –conforme a las pautas
dominantes en la producción de conocimiento– y producir sistemati-
zaciones de la práctica profesional. Estas encrucijadas son induci-
das por los dispositivos de clausura que reducen toda innovación y
cambio a más de lo mismo. En la lucha contra ellas, el desafío con-
siste en emplear estrategias que logren posicionar, en el campo
tecnocientífico y en el conjunto de la sociedad, un espacio para ser
consecuentes con las posibilidades dinámicas de producción del
Trabajo Social capaces de establecer una diferencia.