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IES José Planes Proyecto de innovación Pasen Y Lean pasaylee.wordpress.com [email protected] 6 de Diciembre: Día de la Constitución. ACTIVIDAD: GUÍA DEL ALUMNO. BLOQUE 1: ¿CÓMO NACIÓ NUESTRA CONSTITUCIÓN? Tras las explicaciones de vuestro profesor/a, habéis podido acercaros a la época de nuestra transición democrática y a las características más importantes que tiene nuestra Constitución. Habéis visto los rostros y oído los nombres de personajes que resultaron fundamentales en este proceso. Pero vosotros no los conocéis por regla general. Por eso, vamos a realizar entre todos un glosario de personajes. La TAREA que debéis realizar es la siguiente: Se os propone un listado de personajes fundamentales en el proceso de la transición: * Juan Carlos Borbón y Borbón * Carlos Arias Navarro * Torcuato Fernández Miranda * Adolfo Suárez * Felipe González * Santiago Carrillo * Manuel Fraga * Gabriel Cisneros * Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón * José Pedro Pérez-Llorca * Gregorio Peces Barba * Jordi Solé Tura - 1 - TENER O NO TENER…. CONSTITUCIÓN. HE AHÍ LA CUESTIÓN.
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GUIA ALUMNO

Mar 24, 2016

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6 de Diciembre: Día de la Constitución.

ACTIVIDAD:

GUÍA DEL ALUMNO.

BLOQUE 1: ¿CÓMO NACIÓ NUESTRA CONSTITUCIÓN?

Tras las explicaciones de vuestro profesor/a, habéis podido acercaros a la época de nuestra transición democrática y a las características más importantes que tiene nuestra Constitución. Habéis visto los rostros y oído los nombres de personajes que resultaron fundamentales en este proceso. Pero vosotros no los conocéis por regla general. Por eso, vamos a realizar entre todos un glosario de personajes.

La TAREA que debéis realizar es la siguiente:

Se os propone un listado de personajes fundamentales en el proceso de la transición:

* Juan Carlos Borbón y Borbón * Carlos Arias Navarro* Torcuato Fernández Miranda * Adolfo Suárez* Felipe González * Santiago Carrillo* Manuel Fraga * Gabriel Cisneros* Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón * José Pedro Pérez-Llorca * Gregorio Peces Barba * Jordi Solé Tura * Miguel Roca i Junyent* Leopoldo Calvo-Sotelo* Alfonso Armada.

Cada uno de vosotros elegirá dos personajes del listado. Uno debe ser forzosamente, un ponente de la Constitución de

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TENER O NO TENER…. CONSTITUCIÓN. HE AHÍ LA CUESTIÓN.

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1978, que en el listado están diferenciados. En la Biblioteca, consultaremos el libro: PREGO, V. (1999). Diccionario de la Transición. Barcelona: Mondadori. Haréis una lectura comprensiva de las dos reseñas que debéis consultar según vuestra elección y realizaréis una síntesis que recoja de una manera clara pero completa la información que cada uno considera que es esencial para conocer al personaje en cuestión.

En 2º lugar, vais a formar grupos compuestos por aquellos compañeros que hayáis coincidido en un personaje, y entre todos, consensuaréis qué síntesis será la propuesta definitiva para ese personaje.

Por último, debe quedar hecho un glosario común realizado por todo el grupo, que quedará terminado en formato informático, con sus imágenes correspondientes (se valorará la originalidad en la elección de las mismas). Sería un buen final llegar a conectar este material con el que usa el alumno en su estudio: se llegaría a elaborar unos apuntes con vínculos que nos remitieran a este glosario directamente.

BLOQUE 2: ¿CÓMO VIVIRÍAMOS SIN CONSTITUCIÓN EN RELACIÓN A NUESTROS DERECHOS?

La TAREA que debéis realizar es la siguiente: Distribuidos en grupos de 3 personas, vais a buscar en el

catálogo de la Biblioteca los siguientes libros:

- Un ejemplar de la Constitución de 1978.- Un diccionario.- ESLAVA GALÁN, J. (2008). Los años del miedo. Barcelona:

Planeta. - CHACÓN, D. (2002). La voz dormida. Madrid: Santillana.- NAVARRO, J. (2010) Dime quién soy. Barcelona: Plaza y

Janés.- GRANDES, A. (2007). El corazón helado. Barcelona: Tusquets.- MOIX, T (1990). El peso de la paja. Barcelona: Plaza y Janés.

Vais a leer el Título I de nuestra Constitución, que desarrolla el tema de los Derechos y Deberes fundamentales. Es conveniente ir haciendo una pequeña relación de estos derechos, porque después tenéis que buscarlos en textos, y debéis saber lo que buscáis.

A continuación, os voy a indicar a cada grupo tres lecturas acotadas de alguna de las obras que os he puesto arriba. Tenéis que leerlas con atención. Y:

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1º Buscar en los diccionarios de la Biblioteca aquellos términos que no conozcáis.2º Hacer una síntesis entre los tres que recoja las ideas más importantes de esa lectura.3º Discutid cuáles de los derechos que conocéis se han vulnerado o echáis de menos en ese episodio que cuenta ese libro. Anotad las conclusiones de esa discusión.4º Recoged de la Constitución esos derechos que habéis señalado y copiadlos tal y como se reconocen en la misma.

Por último, vamos a dedicarnos a DISFRUTAR leyendo en común y para todos, aquellos fragmentos de las novelas que más os han llamado la atención. Sólo se pretende compartir y disfrutar de la lectura, pero si se crea un debate, podemos cerrar la actividad hablando, en definitiva, COMUNICÁNDONOS.

Debéis entregar UN TRABAJO FINAL en el que aparezcan recogidos por escrito los cuatro pasos que se os ha indicado anteriormente y además, una valoración personal de la información que os han aportado estas lecturas teniendo como referencia el título del trabajo que tenéis arriba. ¿Es o no importante en nuestra vida tener una Constitución?

“Treinta y nueve días pasó en Gobernación. Treinta y nueve días y muchas palizas y muchas horas de rodillas pasó en Gobernación. Pero Hortensia no quiere pensar en eso. Se sienta en el retrete, se toca las rodillas y piensa en Felipe. Recuerda el primer beso. Fue en Córdoba. Se

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acuerda de Córdoba y de la boca de Felipe buscando la suya, y se toca las rodillas. Ya están casi curadas, aunque le da la sensación de que un garbanzo se ha quedado dentro. Sí. Hay un bulto muy duro debajo de la piel, y le duele. El médico le dijo que eran figuraciones suyas. Este médico no ve bien. Está viejo, y tiene legañas amarillas. Además es dentista, qué ha de saber él. Ella está en que la piel le ha crecido encima de un garbanzo. La curó una vez, sólo una vez, cuando llegó de Gobernación. No le preguntó qué le dolía, él sólo quería saber por qué la llevaron allí. Le dijo que en la cara no tenía nada, y ella no podía ni abrir los ojos de la hinchazón. Se toca las rodillas y recuerda. Alcohol. Alcohol le frotó el dentista en las heridas y fue peor que cuando le echaban vinagre allí, en el segundo piso de Gobernación. Había un crucifijo en la pared de aquel cuarto del segundo piso de Gobernación, y muchos garbanzos sobre una tabla con sal en el suelo. A las dos o a las tres de la mañana la subían siempre, y luego la bajaban entre dos, porque ella no podía ni mantenerse derecha. Treinta y nueve días. Treinta y nueve días sin hablar con nadie. En el calabozo de al lado había una presa que se pasaba las horas cantando. Manolita se llamaba, y cantaba Tomo y obligo, de Gardel. Sólo sabe que se llamaba Manolita.

-Anda, Manolita, vamos para arriba, a ver si allí nos cantas otro tango. No supo más de ella, sólo que se llamaba Manolita.

Cantaba muy bien, y un día ya no la oyó cantar más. Rabia. Rabia es lo único que ella sentía cuando le echaban vinagre en las heridas. Rabia. Sólo la rabia mantuvo sus labios apretados. Sólo la rabia los despegó para gritar el dolor en el vientre.

-No le pegues ahí, so bestia, ¿no ves que está preñada? Este niño va a ser fuerte. Muy fuerte va a ser. Aguantó lo que había que aguantar.

Ahora se mueve. Va a ser tan fuerte como su padre. Y tendrá el pelo rizado y negro, y las manos grandes, y la boca carnosa como la boca de su padre. Hortensia sale de los aseos llevándose la mano a la boca. La comadrona le sigue los pasos, y ella se acari cia los labios. Ella no esperaba que los besos fueran con la lengua.

Fue en Córdoba y ella llevaba dos trenzas”.

“-Tengo que pedirle un favor, tía. Iba a pedirle un favor. Isabel iba a señalarle que

el sepulturero comía a diario en su pensión. Y le contó que todas las mañanas había una cola de mujeres en la puerta del cementerio del Este.

-Esperan, pero nunca las dejan pasar. Hacían cola las mujeres que sabían que iban a

fusilar a algún familiar, con la esperanza de que les permitieran ver a sus muertos.

-Antes de que los echen a la fosa. Sólo tiene que pedirle al sepulturero, le había

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dicho su sobrina al llegar al callejón Doré, ante la puerta del mercado, sólo tiene que pedirle que nos deje escondernos en un panteón, a otra y a mí.

-Usted no tiene que hacer nada más que pedírselo. -Nada más. Nada más que pedírselo. Como si fuera tan fácil, como si pedirle al· sepulturero que permita esconderse a dos mujeres en un panteón fuera igual que pedIrle la hora. Tú estás loca, Isabelita.

Sin embargo, se lo pidió ese mismo día. Y a cambio le ofreció servirle más comida y más pan negro que a nadie. Se lo pidió, y a la mañana siguiente, de madruga-da, fue ella misma con su sobrina Isabel al cementerio aguantando el miedo en la garganta. Pero ya no tiene miedo. Lo perdió, al igual que las lágrimas. Y con el miedo y las lágrimas perdió las primeras furias, la cólera iracunda que debía sofocar, escondida en un panteón del cementerio del Este, cuando escuchaba las descargas de los fusiles y los tiros de gracia. Ya sólo sentía una rabia amarga, que tragaba despacio con su desolación mientras se acercaba a los cadáveres con unas tijeras en la mano. Y doña Celia escucha las quejas que Pepita desgrana entre maldiciones mientras lava furiosa la vajilla sorbiéndose el llanto.

-Maldita sea. Yo lo hago por mi hermana, ¿sabe usted?, por mi hermana únicamente, que me da mucha lástima. Bien lo sabe Dios. Pero maldigo al Partido, y a El Chaqueta Negra, y a la madre que los parió. El maldito Partido es el que tiene la culpa de todo. Usted me perdonará si la ofendo, pero si el dichoso Partido sirviese para algo no estaríamos como estamos, señora Celia, no me diga usted que no, que tiene tela la cosa. Yo le llevo al médico esta noche, pero nunca más.

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La primera vez que doña Celia fue al cementerio del Este, se repitió a sí misma que no volvería a hacerlo. y fue llorando. Por Almudena lo hizo, porque doña Celia no tuvo la suerte de saber a tiempo que iban a fusilar a su hija. Ella no había podido darle sepultura, ni le había cerrado los ojos, ni le había lavado la cara para limpiarle la sangre antes de entregarla a la tierra. Almudena. Y por eso va todas las mañanas al cementerio del Este, y se esconde con su sobrina Isabel en un panteón hasta que dejan de oírse las descargas. Por eso corre después hacia los muertos, y corta con unas tijeras un trocito de tela de sus ropas y se los muestra a las mujeres que esperan en la puerta, las que han sabido a tiempo el día de sus muertos, para que algunas de ellas los reconozcan en aquellos retales pequeños, y entren al cementerio. Y puedan cerrarles los ojos. Y les laven la cara”.

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“La actividad de la galería número dos derecha comenzó como siempre temprano. A las siete de la mañana se levantaron las presas. Era el día de Navidad, y era día de visita. Asistieron a misa obligadas, como todos los días de precepto, pero sólo algunas comulgaron. Las demás permanecieron de pie en señal de protesta durante toda la liturgia y escucharon con la cabeza alta las imprecaciones que el cura les dirigió en la homilía:

-Sois escoria, y por eso estáis aquí. Y si no conocéis esa palabra, yo os voy a decir lo que significa escoria. Mierda, significa mierda. Tomasa, indignada, pidió al salir una asamblea ex-traordinaria y propuso en ella una huelga de hambre hasta que el cura les pidiera perdón por sus insultos. -¿Más hambre? Era Reme, que miró a Hortensia con desesperación

en los ojos, como pidiéndole ayuda, como pidiéndole pan. -Más hambre no, por Dios. Algunas mujeres apoyaron la idea de la huelga, y Hortensia tomó la palabra: -Hay que sobrevivir, camaradas. Sólo tenemos esa obligación. Sobrevivir. -Sobrevivir, sobrevivir, ¿para qué carajo queremos sobrevivir? -Para contar la historia, Tomasa. -¿y la dignidad? ¿Alguien va a contar cómo perdimos la dignidad? -No hemos perdido la dignidad. -No, sólo hemos perdido la guerra, ¿verdad? Eso es lo que creéis todas, que hemos perdido la guerra. -No habremos perdido hasta que estemos muertas, pero no se lo vamos a poner tan fácil. Locuras, las precisas, ni una más. Resistir es vencer. Cuando las voces se sumaban unas a otras, a favor y en contra de la oportunidad

de la huelga de hambre, y la palabra dignidad resonaba más que ninguna sobre la palabra locura, Elvira llegó corriendo al cuarto de las duchas:

-¡Viene La Veneno! ¡Que viene La Veneno! Las mujeres que tenían toallas se envolvieron el pelo con ellas o se las colgaron al

hombro, y las que no las tenían simularon que se secaban las manos con la falda. La reunión había acabado. La Veneno, acompañada de Mercedes, se acercaba a la cancela con un Niño Jesús en los brazos. Mercedes giró la llave y empujó la puerta, dejó pasar a su superiora y entró tras ella en la galería. Volvió a girar la llave, se la colgó a la cintura y se colocó una horquilla que sobresalía en exceso de su moño de plátano.

-¡A formar! No era hora de recuento. Pero nadie preguntó por qué las obligaban a formar. Mercedes dio tres palmadas y las presas se pusieron en fila. La hermana María de

los Serafines mostró el Niño Jesús coronado de latón dorado, pasó la mano bajo las rodillas regordetas y cruzadas, y ofreció el pie del infante a la primera reclusa:

-El culto religioso forma parte de su reeducación. No han querido comulgar y hoy ha nacido Cristo. Van a darle todas un beso, y la que no se lo dé se queda sin

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comunicar esta tarde. Una a una, las presas fueron besando el pie ofrecido. Una a una, inclinaron la

cabeza para besar al Niño. La .Veneno lo sostenía a la altura de su estómago para oblIgarlas a una inclinación pronunciada. Después de cada beso, Mercedes secaba el pie de cartón piedra con un pañito de lino almidonado.

-Ahora usted, Tomasa. Es el turno de Tomasa, que no puede contener su ira. Cuando se le acercó La

Veneno, la extremeña le mantuvo la mirada, con la boca apretada de rabia. Después de unos minutos, la monja obligó a Tomasa. Atrajo la cabeza de la reclusa hacia el Niño Jesús. Tomasa agachó la cabeza, acercó los labios al pequeño pie, y en lugar de besarlo, abrió la boca y separó los dientes. Un crujido resonó en el silencio de la galería. Un crujido.

Y una boca que se alza sonriendo, con un dedo entre los dientes. Y un grito: -¡Bestia comunista!

El grito es de la hermana María de los Serafines. Mercedes acerca su pañito almidonado al pie del Niño Jesús y cubre su amputación como quien cura una herida. La monja vuelve a gritar:

-¡Bestia comunista! y propina un golpe seco con el puño cerrado en la boca de Tomasa. Un vuelo de hábitos, de anchas mangas blancas dirigidas a un rostro que no ha

perdido la sonrisa. La fuerza del puñetazo hace escupir a la sacrílega, y el dedo del Niño Dios vuela

con las tocas por los aires. Ha terminado el besa pie. La hermana María de los Serafines ordena la búsqueda

del dedo cercenado. Y las reclusas rompen la formación sofocando una carcajada. A Elvira se le escapan dos lágrimas al intentar controlar su sofoco, y Hortensia se lleva las manos al vientre y exclama:

-¡Ay, madre mía! ¡Ay, madre mía de mi vida y de mi corazón! Para no reír, las reclusas buscan el dedo perdido sin mirarse unas a otras. Para no reír, no miran a Tomasa. -¡Aquí está!

Es Reme, que ha encontrado el dedito de Dios y se lo entrega a la monja. El labio de Tomasa ha comenzado a sangrar, la hermana María de los Serafines la empuja hacia Mercedes ordenándole que quite a la sacrílega de su vista: -¡Quite a esta sacrílega de mi vista!

Y acerca el pequeño dedo al pequeño pie para comprobar si podrá curar la herida. Sí, podrá pegarlo. Lo mira con arrobo. Una lágrima le asoma por el rabillo del ojo. Podrá pegarlo, aunque se notará la juntura como una pequeña cicatriz”.

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“La tradicional cultura machista del país, algo mitigada durante la República por las disposiciones gubernativas favorables a la mujer, vuelve por sus fueros con más fuerza que nunca. El hombre es músculo y cerebro; la mujer, vagina y matriz:

-La mujer es el ángel del hogar -predica don Próculo en sus homilías- o su lugar está en la casa, consagrada al cuidado del marido y de los hijos. Alejémonos de las abominables novelerías ex-tranjeristas que aprendéis en el cine, ese corruptor de la sociedad. ¡El hombre debe ocupar su lugar como rey de la casa, con los pantalones bien puestos! -dice el cura con voz y gesto enérgicos. Después de un silencio teatral, recorre con la mirada las cabezas de su rebaño

y añade con voz meliflua-: La mujer, el suyo como esposa sumisa, paciente nuera y abnegada madre. Pensad, queridísimos hermanos, en el ejemplo evangélico de Marta y María: hacendosa la una, contemplativa la otra, pero ambas a dos hogareñas y nada ventaneras ni callejeras.

En la concepción cristiana y tradicional de la Nueva España, la mujer, que la República liberal y atea promocionó en términos de igualdad con el hombre, debe abandonar el trabajo que la independizaba y regresar al hogar para convertirse en una buena esposa y madre de familia que dé a luz y forme a las generaciones que en-grandecerán a la Patria. La legislación fomenta el regreso al hogar de la mujer trabajadora, condicionando los premios de nupcialidad a que la beneficiada abandone su empleo de soltera. La nueva Ley de Ayuda Familiar determinará que la mujer casada pierda su derecho a percibir el plus familiar si trabaja fuera del hogar.

Las mujeres se dividen en decentes y perdidas. La decente carece de libido y observa estrictamente las normas sociales de su grupo: frecuenta los sacramentos, viste honestamente, evita entrar sola en las cafeterías, toma asiento recatadamente, sin cruzar las piernas, y aborrece el tabaco y las bebidas alcohólicas. Las que no pueden pasar sin alcohol se fingen inapetentes o enfermas para acceder a los vinos tonificantes que se expiden en las farmacias bajo pías denominaciones, o al Agua del Carmen. Las alegres y algo ñoñas muchachas de Sección Femenina, tan pizpiretas dentro de sus camisas azules, recorren los pueblos de España predicando la buena nueva. El puesto de la mujer vuelve a estar en el hogar, apaciguando concupiscencias masculinas, vigilando cocidos y criando a los hijos, cuantos más mejor, que la Patria los necesita. Además de atesorar estas virtudes, las mujeres deben esforzarse en ser agraciadas, como el torero Belmonte solicita en su celebrado anuncio radiofónico: La supresión de la coeducación facilita las cosas. Las chicas de la clase obrera pueden prescindir de la escuela y dedicarse a ayudar en el hogar; las de la clase media «se doctoran en vainica y letanías».”

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“En la sociedad reciamente viril, propugnada por los vencedores, no hay lugar para el homosexual, del mismo modo que no lo hay para el «rojo», para el liberal o para el masón. De hecho, el linchamiento del maricón está oficiosamente tolerado, y apedrear maricones en los parques es una de las inocentes diversiones de las pandillas de pilluelos. Miguel de Molina, el más cualificado intérprete de Ojos verdes, ha pasado la guerra en Valencia, donde actuó en los espectáculos benéficos de la República, y además es notorio maricón, amanerado y aficionado a los rizos, a la mirada lánguida de los ojos maquillados, a los pantalones ajustados, a las blusas vaporosas de lunares, que él mismo se corta y cose, a los abalorios y a las joyas. A la salida del teatro Pavón, donde actúa con gran éxito,

lo esperan tres falangistas ataviados con impermeables blancos. -Tenemos órdenes de llevarte a la Dirección General de Seguridad. Es para una

diligencia rutinaria. Lo meten en un coche. Al llegar a Cibeles, pasan de largo, en lugar de torcer hacia

la Puerta del Sol. Miguel de Molina pregunta extrañado: -Pero ¿no íbamos a la comisaría? -¡Tú calla! Lo llevan a los Altos del Hipódromo, en el paseo de la Castellana, le propinan una

paliza, lo pelan a trasquilones y lo obligan a ingerir aceite de ricino, el castigo habitual que los vencedores aplicaban a las milicianas, copiado de los mussolinianos. Miguel les vomita encima.

El artista se recompone como puede y continúa con su temporada de gran éxito en el Teatro Cómico. Otro día acude una escuadra de muchachos del Frente de Juventudes, dispuestos a reventarle el espectáculo: a voz en grito lo llaman «¡Miguela!» y «¡Marica!». Miguel de Molina interrumpe la canción, manda callar a la orquesta, se acerca a las candilejas y les replica:

-Marica, no: maricón, que suena a bóveda. Es evidente que en la Nueva España no hay lugar para un cantante amanerado y homosexual. Miguel de Molina lo comprende y emigra a Buenos Aires, donde pasará el resto de su vida. Su rival en los escenarios, Conchita Piquer, que había comenzado de vedette, mostrando sus torneados muslos en tiempos más permisivos, se adapta a la situación y se transforma en doña Concha Piquer, gran dama de la copla española”.

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“Teófilo González está leyendo una hoja de periódico atrasada de las que le sirven para envolver el jabón que fabrica Visi en la trastienda con aceite usado y sosa caústica. Por lo visto los americanos se han inventado una medicina todavía más potente que la penicilina. Se llama estreptomicina y combate eficazmente la tuberculosis.

-¡A buenas horas, mangas verdes! -murmura el tendero recordando a su madre muerta.

Dos falangistas jóvenes, camisa azul remangada con manchas de sudor en las axilas, irrumpen en la tienda.

-¿Camarada González? -pregunta uno después de consultar su nombre en una lista. -¡Presente! -Venimos a traerte la papeleta del voto.

Le entrega una octavilla gris en la que se lee: «¿Ratifica con su voto el Proyecto de Ley sobre Sucesión en la Jefatura del Estado aprobado por las Cortes Españolas en siete de junio de mil novecientos cuarenta y siete?»

Debajo hay un recuadro donde el votante debe escribir Sí o No. En el facsímile que le han llevado los falangistas pone Sí, pero le entregan otra papeleta en blanco.

-Esta que pone Sí es la muestra -explica el falangista del bigotito fino-, porque la gente de poca cultura no entiende de votos, es para que sepan cómo se rellena, pero esta papeleta no sirve.

La válida es esta otra que está en blanco. Ahí es donde debes escribir tu sí, camarada. Se despiden con el saludo fascista. Aunque ya no es obligatorio, Teófilo se lo devuelve y dice: «¡Arriba España!» Se lo recomendaba su madre que en paz descanse: «Con éstos, más vale pasarse que quedarse cortos.» Franco está echando toda la carne en el asador para persuadir a los españoles de

la necesidad de acudir a las urnas y de votar afirmativamente. En la prensa y en la radio menudean los anuncios:

- Católico, Vota sí en el referéndum: esto hace Franco. Tu prelado ha señalado en una exhortación pastoral cuál es tu deber ante el

referéndum: - Si no cumples con tu obligación de votar, sin grave excusa, faltas gravemente. - Vota sin otras miras que has de servir a Dios y a la Patria. - Vota pensando sólo en Dios y en España. - Ten presentes las lecciones de la experiencia. - Medita las consecuencias de tu Sí y tu No. - Escribe lo que la conciencia te dicte a sabiendas de que habrás de responder ante Dios de tu voto. CATÓLICO: VOTA SÍ

El día de las urnas, Teófilo González guarda una larga cola ante el colegio electoral instalado en el apeadero del Gobierno Civil. -¡Ay, qué miedo me da a mí esto: ya estamos votando, como en los tiempos de la República! -se lamenta una señora. -Señora, esto es distinto -la corrige un joven de camisa, azul- esto es para votar el referéndum sobre la Ley de Sucesión para la Jefatura del Estado, y lo manda Franco.

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-¡Si lo manda Franco, bien está! -se conforma la señora. (…) Vota casi todo el mundo: unos por la novedad, otros por patriotismo, otros

porque lo manda el Caudillo, otros por miedo a significarse si no lo hacen. Votan en las fábricas, en los talleres, en los conventos, en las hermandades, en los gremios, en los Casinos de Labradores.

España vota SÍ. El resultado del referéndum satisface a Franco: un 93 por ciento de los españoles

ha aprobado su Ley de Sucesión. El resultado fue que “don Juan dejó de ser un rey en el exilio para convertirse,

desde el punto de vista de la legalidad vigente en España, en un simple pretendiente”.

“El 19 de mayo fuimos todos al desfile. La decisión la

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tomó doña Elena, temerosa de que algún vecino denunciara que se habían quedado en casa en vez de mostrar su adhesión al Caudillo, como ya se le llamaba a Franco. Fuimos a regañadientes; yo, aunque era un adolescente, odiaba a Franco con todas mis fuerzas porque me había dejado perdido en el mundo, de manera que al igual que Amelia, Laura y Edurne, protesté, hasta que doña Elena, con la ayuda de Albert James, nos ordenó callar.

El Paseo de Recoletos, por donde iba a pasar el desfile, no estaba lejos de la casa, de manera que fuimos andando y con tiempo suficiente para coger sitio.

A lo lejos pudimos distinguir a Franco y Amelia murmuró que le parecía un «enano», lo que provocó que doña Elena le diera un pellizco en el brazo mandándole callar.

Aquel día a Franco le impusieron la Gran Cruz Laureada de San Fernando, que debía de ser la única condecoración que no tenía y la más apreciada en el estamento militar.

Albert James miró todo con interés y le pidió a Amelia que le tradujera los comentarios de la gente que teníamos alrededor. A James le sorprendió el entusiasmo mostrado por los espectadores del desfile. Más tarde nos preguntó cómo era posible aquel fervor por parte de una ciudad que había sido la última en resistir a las tropas de Franco. Doña Elena se lo explicó.

-Por miedo, hijo, por miedo, ¿qué quiere que haga la gente? La guerra se ha perdido, aunque yo ya no sé si la he perdido o la he ganado. El caso es que ahora mismo nadie se quiere significar, a ver quién es el guapo que se atreve a criticar a Franco. No sé si se lo han explicado, pero la Ley de Responsabilidades Políticas contempla penas para todos aquellos que han tenido algo que ver con los rojos y te puedes imaginar que quien más y quien menos tiene parientes en ambos lados”.

“En el puerto de Alicante se habían reunido muchos miles de personas, pero ninguna tenía ganas de hablar. Nadie se atrevía ya a repetir que no, que no, que no, no nos entregarán, no nos dejarán aquí, no pueden hacernos esto, vendrán a buscarnos, tendrán que mandar barcos, Blum no, los franceses no, y los ingleses, a la hora de la verdad, tampoco, las democracias, los europeos, no pueden hacernos esto ... Ya nadie hablaba, ni siquiera los más

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sombríos, los que no se despedían de nadie mientras buscaban la pistola con dedos sigilosos, y se apoyaban el cañón en la sien, y disparaban, y los disparos sonaban, y los cuerpos caían al suelo como fardos, como bultos, como árboles talados a destiempo, y él miraba al mar, agua inmóvil, vacía, escuchaba los disparos, oía caer los cuerpos y no volvía la cabeza, no miraba, no veía, no quería saber. A veces se escuchaban gritos, lamentos, sollozos de niños o de adultos que lloraban como niños. Los adultos no sabían llorar de otra manera en el puerto de Alicante y él miraba al mar para no ver, para no mirar, para no saber que otro español más había preferido morir a seguir viviendo en España, en la tierra donde había nacido, donde había crecido, donde se había enamorado y había visto nacer a sus hijos, en el país por el que había luchado durante tres años, por el que había pasado hambre, y miedo, y frío, y la soledad insoportable de una guerra larga, en la patria por la que lo había arriesgado todo, por la que lo había perdido todo, por la que acababa de morir. Ignacio Fernández Muñoz miraba al mar traidor y no volvía la cabeza para no ver, para no mirar, para no contar el número de los suicidas. Preferían morir a vivir en España, ellos, que eran España. Mejor no saberlo, no pensarlo, no llorarles, no preguntarse por sus razones para no encontrar razones que no quería buscar. Él era muy joven, tenía veintiún años, no le habría importado morir pero tampoco le importaba vivir. Eligió la desesperación al suicidio y así se volvió otro, seco, inerte, pol-voriento pero vivo, poco humano hasta que reconoció los ojos de su hermano Mateo en el rostro de un extraño y deseó, con todas las fuerzas que ya no tenía, estar equivocado, él, que había renunciado a desear.

Se abrió paso como pudo entre la muchedumbre de hombres solos que contemplaban en silencio el único espectáculo que alteraba la monotonía de la vida en el campo. Una pareja de soldados con el fusil cargado abrían la procesión macabra de los condenados, los que olían a muerte, los que ya estaban muertos, los muertos que andaban, que respiraban, que avanzaban con la dificultad de sus manos esposa-das y la cadena que los unía con otros vivos tan muertos como ellos en un cordón umbilical siniestro, postrero. Ignacio deseaba con todas sus fuerzas estar equivocado pero acertó, porque era Mateo, demacrado, agotado, tan pálido como si no le quedara ni una gota de sangre en el cuerpo, pero Mateo, su hermano, el azul de los ojos vivo aún en su rostro de cadáver prematuro.

¿Adónde los llevan?, a Madrid, a fusilarlos, ¿pero los han juzgado?, ¿que si los han juzgado?, ¿pero en qué país te crees tú que vives, chaval? Ignacio escuchaba los murmullos, el susurro del miedo que corría de boca en boca, el aplomo de quienes fingían saber para ocultar su propia incertidumbre. ¿y por qué no los fusilan aquí?, no lo sé, yo sí, Franco no se atreve a vivir en Madrid,. no le parece seguro, todavía está en Burgos y por lo visto quiere dar un buen escarmiento antes de mudarse, ¿y qué van a hacer?, ¿colgarlos de las farolas de la Gran Vía?, de donde sea, eso les da lo mismo, hijos de puta ... De la mano del miedo corrían también los insultos de boca en boca, los vencidos bajaban la cabeza al pronunciarlos, escondían sus labios de miradas casuales, peligrosas, todo era peligroso para ellos, hijos de puta, Ignacio no quiso Imitarles pero tampoco se atrevió a gritar el nombre de su hermano cuando lo tuvo delante. Mateo le escuchó, identificó su voz y le buscó sólo con los ojos, sin volver apenas la cara. Cuando le encontró, esbozó un movimiento de negación casi imperceptible, su cabeza oscilando mínimamente primero a un lado, después al otro.

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Sólo repitió ese gesto una vez, pero a Ignacio le bastó para entenderlo. No me mires, no me saludes, no me despidas, no me reconozcas, no le digas a nadie que eres mi hermano, sálvate”.

“-La gente se sigue muriendo de hambre, y no es una frase hecha. Aunque lleves aquí poco tiempo, te habrás dado cuenta, ¿no? -Julio asintió con un gesto mínimo, casi tímido-o La gente sigue pasando hambre. Y ha habido una guerra, y una sequía, y un bloqueo económico, lo que tú quieras. Pero la gente sigue pasando hambre física, hambre de verdad, y no debería. Al principio era comprensible, ya no. 0, mejor dicho, ya no debería ser comprensible, pero sigue siendo muy fácil de entender... Hizo una pausa, se quitó las gafas, las limpió con un pico de la camisa, se las volvió a poner y siguió hablando con

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su voz de ahora, llana y seca, amarga, imperturbable. -Te lo voy a explicar. Mi cuñado Ricardo, sin ir más lejos, te acuerdas de él? -Julio

asintió con la cabeza aunque sólo lo había visto un par de veces. Cuando mi hermana Pilar se casó con él, era un simple alférez provisional, un estudiante mediocre de segundo de Derecho. Ahora es uno de los hombres más ricos de Madrid. ¿Es ministro, es banquero, es millonario de nacimiento? No -y se le quedó mirando como si él conociera la respuesta.

-Entonces... -Julio no sabía qué pensar y lo dijo en voz alta-. No sé. -Entonces es el secretario técnico de la Concejalía de Abastos del ayuntamiento.

¿Qué te parece? -subrayó su pregunta con una sonrisa amarga-. Ni más ni menos. En cualquier país civilizado estaría en la cárcel. Pero éste no es un país civilizado, Julio, no lo es. Aquí nunca pasa nada, y por eso vale todo, lo que sea. Los que no tienen nada pasan hambre, y los que lo tenían, lo han perdido todo, es decir, que pasan hambre Igual... El verano pasado llevé a mi hermano Arturo a una recepción en casa de Camilo Alonso Vega, un chalé racionalista, pequeño pero con un jardín muy agradable, en El Viso. ¿Tú nunca te has preguntado por qué no se bombardeó El Viso durante la guerra? -No -y tampoco sabía adónde quería ir a parar Eugenio. -Pues yo sí -pero él se tomó su tiempo para explicárselo-. Me parecía raro, porque el barrio de Salamanca era de los nuestros, desde luego, aquí no había rojos, pero El Viso? Allí vivía Besteiro, y media Institución Libre de Enseñanza, socialistas, republicanos, lo habían promovido ellos, ¿no?, al principio la llamaban Colonia Residencia, porque los terrenos pertenecían a la Residencia de Estudiantes... Bueno, pues aquella tarde, en la recepción del general, lo entendí todo. Qué casa tan bonita tienen, le dije a su mujer, porque era verdad y por quedar bien. Ella me dio la razón, sí, y está en un sitio estupendo, ¿verdad? y luego, como si fuera la cosa más normal del mundo, sin tomarse el trabajo de buscar excusas, eufemismos, me explicó que aquella casa era de un sobrino de Ganivet, comunista, que estaba exiliado en Londres, y de su mujer, claro, comunista también, que se había suicidado en la cárcel. Y estuve a punto de preguntarle, ¿y los dueños de esta casa no tenían hijos? ¿No tenían padres, hermanos, sobrinos, amigos ni familia de ninguna clase, no querían a nadie que pudiera estar viviendo aquí con más derecho que usted, señora? No me toques los cojones, Eugenio... Julio lo pensó entonces por primera vez, pero no recurrió a esa reflexión para llenar el silencio? desde el que le miraba aquel extraño en el que cada vez le costaba más trabajo reconocer a su amigo más antiguo. -Estuve a punto de preguntárselo, pero no lo hice, claro, no se lo pregunté. Aquí nadie pregunta nada, porque para eso todo el mundo tiene un cargo en Abastos, en Transportes, en Obras públicas. Y eran rojos. No hace falta explicar más, porque eso es como decir ¡ábrete, Sésamo!, ahora que ya se sabe que aquí no va a pasar nada, que los aliados no van a echar a Franco de El Pardo, que tienen las manos libres, que han perdido el miedo y la vergüenza, si es que tuvieron vergüenza alguna vez... Estamos en 1947 pero seguimos igual que en el 39, Y basta con eso, con que eran rojos. Así va todo, porque en España roban mucho más que cuarenta ladrones. -Bueno, eso no es exactamente así, ¿no? -Julio Carrión, dispuesto a alzarse con el número cuarenta y uno, frunció el ceño, improvisó un acento grave, preocupado mientras dominaba su excitación a duras penas-. Quiero decir que es legal, hay leyes

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que... -Eso es robar, Julio -Eugenio le miró a los ojos con un destello póstumo de su

antiguo y purísimo candor-. Aunque haya una ley, aunque sea legal, aunque lo haga todo el mundo. Eso es robar. Y por ahí no paso”.

“Los profesores se confabularon para convertirse en enemigos jurados de mi comodidad. Cierto que alguno me tomó afecto y supo descubrir en mí algún destello de inteligencia, pero otros se ensañaron con mi ineptitud, obsequiándome con los castigos corporales más extremos de aquel tiempo y aquel lugar. Desde tenerme un buen rato en posición de cruz, sosteniendo varios libros en las palmas de las manos abiertas hacia arriba, hasta el puñetazo en la nuca y, por supuesto, los palmetazos administrados con tal furia que me dejaban las palmas completamente enrojecidas. Y hasta recuerdo que a cierto profesor se le rompió la regla a fuerza de golpearme con ella.

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Más aún que el dolor físico, recuerdo espantosas sensaciones de humillación. Nada podía mortificarme tanto como el verme exhibido a la burla de mis condiscípulos durante varias horas y, en ocasiones, un día entero. Situado a solas junto a la mesa del profesor, y puesto de rodillas o en forma de cruz, sentía cada vez más profundo el foso que me separaba de los otros niños, cómodamente sentados en sus pupitres y riéndose de mí cuando el profesor no les miraba. Y la vergüenza, el supremo dolor de la vergüenza, se acentuaba todavía más cuando aquel energúmeno que gobernaba la clase desde la tarima me arrojaba sus insultos preferidos: "pedazo de carne con ojos», «ave tonta» y «cernícalo».

Por cuantas veces me vi expuesto a la humillación pública, agradecería la oportunidad de poder machacar a martillazos los cojones de mis educandos.

Imposibilitado de hacerlo en aquellos momentos, seguía imponiendo mi ley en los estudios y mi dictadura en el hogar. Nunca hubo niño más griposo sin tener una décima de fiebre. En las grandes mañanas de invierno, cuando resultaba tan agradable sentir desde la cama el frío intenso que se desplomaba sobre las calles de mi ciudad, fingía todos los síntomas de enfermedades imaginarias, si no creadas a conciencia, sí interpretadas con tal propiedad que podían desmentir las evidencias del termómetro.

Y debo reconocer que mis padres no manifestaron el menor interés en reaccionar con una disciplina adecuada. Ya fuese por cariño, ya por comodidad, aceptaban mis enfermedades imaginarias como un mal decididamente menor ante la amenaza de mis rabietas, que seguían siendo muy espectaculares. Si no falté más veces a clase fue por miedo a las inyecciones, al abominable aceite de ricino y muy especialmente a las cataplasmas, que se me antojaban los más atroces remedios de aquella Era. (Nada tan espantoso como sentir sobre el pecho la intensa quemazón de aquellos parches siniestros, que a veces me hacían gritar de dolor y otras me dejaban la piel sembrada de ampollas)”. .

“Todas las mañanas del curso empezaban con la Santa Misa. Los viernes tocaba comunión por cierto asunto de indulgencias plenarias. Al terminar las clases, el Santo Rosario. Y siempre caía la propina de algún santo patrón, experto en milagros, a quien era necesario honrar.

Un lector moderno podría suponer que nos quedaba la libertad del domingo, pero los curas se aseguraban de que la grey infantil no descuidase sus obligaciones. Para más obligarnos, premiaban a quienes asistían a la misa dominical con unos vales que era obligado presentar si queríamos entrar en el cine del colegio. De modo que Maria Montez y Betty Grable, dependían estrechamente de nuestra virtud demostrada.

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Muy pronto comprendí que eran demasiadas misas para tan poco niño, de manera que busqué en lo más profundo de mi diversidad las armas atípicas que Natura me concedía y, entre ellas, descubrí las maniobras de circunvalación que se habían convertido en mi especialidad. Puesto que era imposible luchar a frente abierto empecé una eficaz labor de zapa por la retaguardia. Un día me desmayaba en el confesonario, otro día me mareaba en el coro, cierta mañana me dieron palpitaciones en el cimborio y, culminando la interpretación, cierto domingo en que la iglesia estaba a tope de clientela fingí que me caía por las escaleras a causa de alguna probable angina de pecho. Dudo que nadie me creyese pero todos acataron mi voluntad, temiendo males peores. Y, así, el médico de la familia se vio obligado a redactar un documento que me presentaba como un niño enfermizo a quien debía permitirse llegar a la escuela después de la misa y salir una hora antes, cuando empezaba el rosario. Así fue como volvió la salud a mis mejillas y respiré mejor y sin jadeos. Sólo que al verme entrar y salir tan sonriente, los otros niños me tomaron ojeriza.

A pesar del certificado médico, hice la concesión de presentarme una hora antes los viernes, para participar en la ceremonia de la comunión, deferencia esta que me hizo grato a ojos de los curas. Puede pensarse que buscaba su aprobación, pero mi actitud era más realista, más práctica, más capricornia: a los niños que comulgaban aquel día les estaba permitido tomarse media hora de tiempo para desayunar. Así, mientras los otros ya estaban esclavizados en alguna aburrida lección, los que habíamos dado ejemplo de piedad nos solazábamos en un rincón del patio, anticipando el recreo y alargando más de la cuenta nuestra bien ganada pitanza”.

BLOQUE 3: HOMENAJE A LA CONSTITUCIÓN… ESCRIBIENDO. Seguro que si leemos bien, escribiremos bien. Vamos a

elaborar un relato corto de tema histórico que se desarrolle en el momento en el que la Constitución ha estado más en peligro: el golpe del 23-F.

Para ello, partiremos de un comienzo que nos ofrece Javier Cercas en su libro Anatomía de un instante (CERCAS, J (2009). Anatomía de un instante. Barcelona: Mondadori). Lo podéis continuar (de manera real o ficticia) o simplemente utilizarlo como base de inspiración. Lo demás… es labor de vuestra imaginación y buen hacer.

“Dieciocho horas y veintitrés minutos del 23 de febrero de 1981. En el hemiciclo del Congreso de los Diputados se celebra la votación de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, que está a punto de ser elegido presidente del gobierno en sustitución de Adolfo Suárez, dimitido hace veinticinco días y todavía presidente en funciones tras casi cinco de mandato durante los cuales el país ha terminado con una dictadura y ha

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construido una democracia. Sentados en sus escaños mientras aguardan el turno de votar, los diputados conversan, dormitan o fantasean en el sopor de la tarde; la única voz que resuena con claridad en el salón es la de Víctor Carrascal, secretario del Congreso, quien lee desde la tribuna de oradores la lista de los parlamentarios para que, conforme escuchan sus nombres, éstos se levanten de sus escaños y apoyen o rechacen con un sí o un no la candidatura de Calvo Sotelo, o se abstengan. Es ya la segunda votación y carece de suspense: en la primera, celebrada hace tres días, Calvo Sotelo no consiguió el apoyo de la mayoría absoluta de los diputados, pero en esta segunda le basta el apoyo de una mayoría simple, así que -dado que tiene asegurada la mayoría- a menos que surja un imprevisto el candidato será en unos minutos elegido presidente del gobierno.

Pero el imprevisto surge. Víctor Carrascal lee el nombre de José Nasarre de Letosa Conde, que vota sí; luego lee el nombre de Carlos Navarrete Merino, que vota no; luego lee el nombre de Manuel Núñez Encabo, y en ese momento se oye un rumor anómalo, tal vez un grito procedente de la puerta derecha del hemiciclo, y Núñez Encabo no vota o su voto resulta inaudible o se pierde entre el revuelo perplejo de los diputados, algunos de los cuales se miran entre sí, dudando si dar crédito o no a sus oídos, mientras otros se incorporan en sus escaños para tratar de averiguar qué ocurre, quizá menos inquietos que curiosos . Nítida y desconcertada, la voz del secretario del Congreso inquiere “¿Qué pasa?”, balbucea algo, vuelve a preguntar “¿Qué pasa?”, y al mismo tiempo entra por la puerta derecha un ujier de uniforme, cruza con pasos urgentes el semicírculo central del hemiciclo, donde se sientan los taquígrafos, y empieza a subir las escaleras de acceso a los escaños; a mitad de la subida se detiene, cambia unas palabras con un diputado y se da la vuelta; luego sube tres peldaños más y se da otra vez la vuelta. Es entonces cuando se oye un segundo grito, borroso, procedente de la entrada izquierda del hemiciclo, y luego, también ininteligible, un tercero, y muchos diputados –y todos los taquígrafos, y también el ujier- se vuelven a mirar hacia la entrada izquierda.

El plano cambia; una segunda cámara enfoca el ala izquierda del hemiciclo: pistola en mano, el teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero sube con parsimonia las escaleras de la presidencia del Congreso, pasa detrás del secretario y se queda de pie junto al presidente Landelino Lavílla, que lo mira con incredulidad. El teniente coronel grita «¡Quieto todo el mundo!», y a continuación transcurren unos segundos hechizados durante los cuales nada ocurre y nadie se mueve y nada parece que vaya a ocurrir ni ocurrirle a nadie, salvo el silencio. El plano cambia, pero no el silencio: el teniente coronel se ha esfumado porque la primera cámara enfoca el ala derecha del hemiciclo, donde todos los parlamentarios que se habían levantado han vuelto a tomar asiento, y el único que permanece de pie es el general Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del gobierno en funciones; junto a él, Adolfo Suárez sigue sentado en su escaño de

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presidente del gobierno, el torso inclinado hacia delante, una mano aferrada al apoyabrazos de su escaño, como si él también estuviera a punto de levantarse. Cuatro gritos próximos, distintos e inapelables deshacen entonces el hechizo: alguien grita «¡Silencio!»; alguien grita: «¡Quieto todo el mundo!; alguien grita: «¡Al suelo!»; alguien grita: «¡Al suelo todo el mundo!». El hemiciclo se apresta a obedecer: el ujier y los taquígrafos se arrodillan junto a su mesa; algunos diputados parecen encogerse en sus escaños. El general Gutiérrez Mellado, sin embargo, sale en busca del teniente coronel rebelde, mientras el presidente Suárez intenta retenerle sin conseguirlo, sujetándolo por la americana. Ahora el teniente coronel Tejero vuelve a aparecer en el plano, bajando la escalera de la tribuna de oradores, pero a mitad de camino se detiene, confundido o intimidado por la presencia del general Gutiérrez Mellado camina hacia él exigiéndole con gestos terminantes que salga de inmediato del hemiciclo, mientras tres guardias civiles irrumpen por la entrada derecha y se abalanzan sobre el viejo y escuálido general, lo empujan, le agarran de la americana, lo zarandean, a punto están de tirarlo al suelo. El presidente Suárez se levanta de su escaño y sale en busca de su vicepresidente; el teniente coronel está en mitad de la escalera de la tribuna de oradores, sin decidirse a bajarla del todo, contemplando la escena. Entonces suena el primer disparo; luego suena el segundo disparo y el presidente Suárez agarra del brazo al general Gutiérrez Mellado, impávido frente a un guardia civil que le ordena con gestos y gritos que se tire al suelo; luego suena el tercer disparo y, sin dejar de desafiar al guardia civil con la mirada, el general Gutiérrez Mellado aparta con violencia el brazo de su presidente; luego se desata el tiroteo. Mientras las balas arrancan del techo pedazos visibles de cal y uno tras otro los taquígrafos y el ujier se esconden bajo la mesa y los escaños engullen a los diputados hasta que ni uno solo de ellos queda a la vista, el viejo general permanece de pie entre el fuego de los subfusiles, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo y mirando a los guardias civiles insubordinados, que no dejan de disparar. En cuanto al presidente Suárez, regresa con lentitud a su escaño, se sienta, se recuesta contra el respaldo y se queda ahí, ligeramente escorado a la derecha, solo, estatuario y espectral en un desierto de escaños vacíos” (páginas 29-31).

Dedicaremos también una sesión de trabajo a leer y

compartir estos relatos.

BLOQUE 4: LOS JÓVENES Y LA POLÍTICA.

Una vez hemos introducido el tema en clase, debéis manejar el libro de SAVATER, F. (1992): Política para Amador. Barcelona: Ariel, concretamente su prólogo y capítulo 1, para que reflexionéis por lo menos de manera inicial sobre el porqué de que nos planteemos la importancia de la relación que tenéis vosotros y la política. En esta parte del trabajo, os reuniréis en

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grupos de tres y después de debatir, recogeréis por escrito una reflexión al planteamiento que hace Savater sobre la que parece vuestra posición en este tema: ¿Es cierta? ¿Es positiva? ¿Es inevitable? ¿Es útil?:

“Muchas veces me has comentado que casi todos los chicos de tu edad que conoces pasan completamente de los políticos y la política: consideran que ese rollo es muy chungo, que no hay más que chorizos, que mienten hasta cuando duermen y que la gente corriente no puede hacer nada para cambiar las cosas porque siempre tienen la última palabra los cuatro enteraos que están arriba. De modo que más vale dedicarse a vivir uno lo mejor posible y ganar buen dinerito, que lo demás son cuentos y ganas de perder el tiempo. Esta actitud me resulta un poco alarmante y también, perdona que te lo diga con fran-queza, no me parece demasiado inteligente”. (pag. 10).

Posteriormente se hará otra reflexión de carácter más individual, en casa, sobre el libro “¡Indignaos!” de Stephan Hessel y tendréis que investigar:

1º Quién es el autor y cuál ha sido su trayectoria y aportación personal a nuestra realidad actual.

2º Cuál es la tesis que esta obra defiende.3º Por último, escribiréis una valoración sobre los cambios que

los nuevos medios de comunicación social pueden aportar en el papel que realizamos todos en la política en el momento actual o en el futuro.

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