Por Isabel Fraire gtIj G es tri¡ ) com una min za, miel ym cap. siadl tard babl sado te .. que los siglo a en en e más Vice Juan Biblil -Fra Bn valores cambian de signo, lo que era b.ueno se convierte en malo, el perro. tIgre que era protector y amigo, muerde, ataca a la princesa, y el narrador se ve obligado a matarlo, llevando al cabo así una acción ambigua, buena y mala al mismo tiempo... culpa necesaria pero terrible y. .. "El juego ha terminado." Esta ac.ción, impuesta desde afuera, in. dependlente de la voluntad de los niños creadores de este mundo, ha destruido ese primer mundo coherente y habitable. Habrá que crear otro. El segundo se da no como dado sino como búsqueda. El juego ahora es el juego de la búsqueda, y las reglas son creer que se puede encontrar. ¿Encon· trar qué? Encontrar a Beatriz. (Beatrix, la que hace feliz, y por ende es la feli· cidad. Beatrice, la Beatriz de Dante, con todas las asociaciones y connotaciones consecuentes.) Empezamos por saber que, menos se nos asegura \ Beatnz SI eXiste, aunque no tenemos mas que su retrato, y un retrato de infancia, viejo, borroso, imperfecto, y la afirma· ción -que puede ser mentira- de que se la ha visto, se la conoce. Y ahora, aunque esto no se diga expresamente, somos nosotros y no el narrador quien busca a Beatriz, o el narrador somos nosotros -esto se siente, aunque no se diga- cuando le dicen al narrador: "Alégrate. Tú has sido el elegido para buscar a Beatriz. Beatriz te ama, te es· pera, quiere verte", sabemos que es a nosotros a quien se dirige. Nosotros so· mas los que buscaremos a Beatriz, a tra· vés del juego de espejos, de las citas fallidas, de la pregunta ensordecedora que parece hacernos toda la novela: "¿Es o no es Beatriz ésta con quien estoy hablando?" "¿ Esta que me' ama, que está aquí, que busca también a Beatriz?" "Esta vieja, esta joven. esta muñeca, esta muerta, esta mujer canta y cambia de máscaras y me espera y me llama ... " "¿Este recado escrito es de ella?" "¿ Esta voz angelical que oigo es de ella?" So- mas nosotros los que corremos, tropezan· do, enlodados, borrachos, golpeados, en su búsqueda, tratando desesperada, in· útilmente, de llegar a la cita que nos ha dado. ¿ y cómo encontrar a Beatriz? El pero sonaje narrador - escritor - nosotros tiene datos, información valiosa que servirá para encontrarla. El único problema es que esta información es fragmentaria, contradictoria, enigmática. Comprende fórmulas químicas, matemáticas, inscrip- ciones en jeroglíficos, trozos de música, de tratados filosóficos, de novelas... es, pensándolo bien, toda la información acumulada por el hombre a través de los siglos, toda la cultura. Los datos trans- mitidos de generación en generación, le· gados a nosotros, al narrador por aque- llos afortunados que estaban sobre la pista, que estaban a punto de encontrar a Beatriz, o que, tal vez, la encontraron. El narrador recibe todos estos datos jun- to con el encargo de descifrarlos Y todo el tiempo y el dinero necesarios: ·cierto, en que suceden cosas contradic- torias, que se niegan y anulan entre sí, y que son sin embargo ciertas, que son la realidad. Lo que imagino y lo que veo, lo que pudo ser y lo que fue es igual- mente cierto. Esto suena a poema de Eliot, y sucedería en la mente de Dios, en que todos los tiempos y todas las po- sibilidades son conocidas simultáneamen- te, pero en la mente de Dios estarían reconciliadas y se trataría del punto in- móvil, del descanso, la tranquilidad, la verdad absoluta, única, paradójica, mien- tras que en la mente de Juan Vicente Melo que no es la mente divina (aun- que en algo se parezca, puesto que es el creador del mundo de la novela) todo se contradice sin reconciliarse, y el ab- surdo no se resuelve en descanso -ver- dad paradójica trascendente- sino en negación. Pero al principio no había negación. Se aceptaban las reglas del juego y las reglas del juego funcionaban. El libro comienza con el juego, sigue con el juego y termina con el juego ... ¿qué juego? Cada juego es un mundo cerrado, que se rige según sus propias reglas. Jugar es vivir en ese mundo, aceptar esas reglas. Pues bien, en La obe- diencia nocturna hay dos momentos en que le dicen al narrador (que es y no es Juan Vicente Mela) "El juego ha termi- nado". Hay dos mundos destruidos. El primero es el de la inocencia: "el jardín de las rosas", paraíso / jardín ori- ginal de la infancia, del cual todo adulto siente una ,nostalgia dolorosa (ver el Primer Cuarteto de T.S. Eliot), jardín o mundo en que el narrador es el héroe valiente y eficaz que espada en mano salva una y otra vez a la princesa Adria- na. ¿Es un juego? Sí, es un juego, pero mientras se juega a él se vive como si fuera cierto; las reglas del juego son las reglas, las únicas reglas que rigen a ese mundo en el cual viven los niños mien- tras juegan. La única diferencia entre este mundo en que vivimos nosotros y el del juego de los niños es que los niños saben que ellos inventaron esas reglas, y que pueden modificarlas o suspenderlas. Pero mientras juegan estas reglas son las reglas del mundo en que viven. Un mun- do en que el personaje héroe salva siem- pre a, la princesa y es siempre amado por ella. Un mundo maravilloso en que las cosas están en su lugar y se es feliz. Hasta que llega el momento terrible en que las cosas cambian de lugar, los libros memorias de un sobreviviente Me parece evidente que La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo es una de las novelas más importantes que se han publicado en México en los últimos años, y una de las que mejor resisten la comparación con la buena literatura contemporánea de otros países. Afortu- nadamente, no se inscribe dentro de nin- gún marco de los que tenemos a la mano. No es objetiva, no es comprometida, no es tradicional. Tiene afinidad o coincide parcialmente con otros escritores como García Márquez, Joseph Heller (a quien no ha leído Mela) y los ya lejanos mo- delos obligados de la literatura latino- americana -Kafka, Faulkner, Virginia Woolf- pero esta afinidad nunca llega a ser un aire de familia. La obediencia nocturna desborda siempre los cauces previstos porque tiene una dicción pro- pia, no calculada, una forma espontánea y orgánica, y sus mismos defectos son parte y prueba de la verdad que está diciendo -no, más, mucho más que di- ciendo: viviendo. Me gustó la primera página ... me gus- tó la primera línea. (Tengo una antipatía o una simpatía inmediata con los libros, que luego tengo que justificar, pero casi nunca corregir.) Desde el principio es- tamos ante algo que tiene vagamente que ver con el bildungsroman o novela de la educación o autoeducación, de la forma- ción de un hombre, y la primera página, la primera línea, nos está diciendo en qué etapa comienza el libro: la etapa posterior al sufrimiento, a la caída, a la destrucción de un mundo, en que el na- rrador sobreviviente está aturdido, ago- tado, vaciado de sentimientos, pero tran- quilo, capaz de ver, y esto es lo que se dispone a hacer, por eso cuenta lo suce- dido, para ver, ver dónde está, como paso indispensable para darse un tiro o seguir adelante. De esta manera comien- za la novela, con el sabor de una primera madurez -sabor seco, amargo, claro. y ¿qué pasa después de esas primeras páginas en que el narradór se dispone a ver de qué manera se destruyó el mundo y de qué mundo se trataba? Hay, natu- ralmente, una vuelta atrás, una recons- trucción por el recuerdo. Pero esta re- construcción -y aquí viene, expresada ya en la forma, la verdad principal que revela la reconstrucción de. ese mundo destruido, perdido:-' no sigue una se- cuencia lineal, inteligible, es la réc6ns- trucción de un mundo que era ya ab- surdo, en que nada era cierto y todo era